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A los obstinados,
A los apasionados
A los MAESTROS con minúsculas que no se cansan de enseñar.
Tiempo, lugar, oportunidad…
En primer lugar quisiera decir que estamos aquí para darnos una oportunidad. Al hablar de
oportunidad, el diccionario nos dice “pertenencia de tiempo y de lugar”; y quizás sea éste un
tiempo y también un lugar que convocan al encuentro, que desearía (fuera con algo que nos
interrogue de otro modo).
Pero también oportunidad porque la educación tiene que ver con una cierta forma de dar, que
es siempre una oportunidad, aunque esto hoy aparece constreñido por el “aquí y ahora” de un
presente sin largo plazo y, ustedes saben, de urgencias y necesidades.
Hablamos de urgencia, y podemos demorarnos en esta idea, para pensar y situar un cierto
modo de urgencia. Estamos pensando en lo que pasa, ¿nos pasa? en las escuelas… en la
urgencia que imponen la deserción, el ausentismo, la repitencia, la sobre-edad o el llamado
“fracaso escolar”; formatos técnicos, cifras alarmantes que encierran nombres y caras de cierto
sufrimiento.
Nombres y caras que, sabemos, dicen de abandonos y de huidas: de aquello que se ausenta en
las aulas, los que se escapan, los que no van, los que faltan siempre, los que entran sólo por el
comedor, los que la miran de afuera, y los que quedándose allí sentados, no obstante se
ausentan del aprender… Y de otras ausencias y huidas: de respuestas, de políticas, de
enseñanza. También de Maestro, de esos que nos hacen tambalear.
El maestro antidestino
Pensar lo no pensado es, hoy más que nunca, el desafío de la educación frente a tanta
injusticia, tanto tecnicismo e intento clasificatorio; frente a tanto imperativo de adecuación “a
la realidad”, al “nivel psicológico del chico” y tanta disquisición inútil como la de si un
contenido es procedimental, conceptual o actitudinal, sino ¿qué nos queda?.
EL maestro antidestino es aquel que en lugar de distraerse en esto, piensa, estudia, se
apasiona, apuesta, hace confianza, obstinadamente ENSEÑA.
El maestro antidestino, puede entender la dimensión temporal como un anudamiento entre
generaciones que requiere de su presencia activa para hacer existir el futuro y sitúa la
enseñanza en términos de una distinción, ofrece una oportunidad y la apertura a otra
temporalidad. Entender que el futuro se construye y se hace existir desatando profecías y
reinventándolo nuevo, es una forma de asumir la educación como una forma particular de
“antidestino”.
Vamos por partes: Primero, la enseñanza en términos de una distinción. Esto es, no se trata de
enseñar solo lo que el chico trae, su contexto de vida, su realidad, sino otra cosa. El conocer
supone algo del orden de lo desconocido, u enigma, algo por descubrir, plantea por esto una
cierta inquietud e incertidumbre y requiere de ciertas “certezas” en las que apoyarse. Certezas
que en este caso ponemos en la mano que sostiene, que alcanza y pone a disposición algo no
sabido: otros saberes, otros códigos y costumbres. Ofrece una posibilidad de vinculación con lo
desconocido, pero además, habilita diferente y particulares maneras de tramitar esta relación.
Ahora, pensar la educación como apuesta que abre a otro tiempo y a una nueva oportunidad,
supone otra temporalidad, no sin urgencias; pero si un cierto demorarse – “me tomo quince
minutos con este chico” (Cornu, 2000) Una temporalidad que se despega de la lógica del
“compre ya”; la del aquí y ahora del eficientísimo y de la adecuación al mercado, a las
condiciones y la pura actualidad que nos deshereda, nos quita la posibilidad de incluirnos en
una memoria común y también, la esperanza de otra cosa.
Y quizá, viene al caso volver aquí a la pregunta: ¿a la escuela a que se va? Y recordar que
escuela es una palabra entre cuyos sentidos olvidados, está el que deriva de skole, como un
tiempo y espacio liberado de las urgencias del mundo y sus presiones, (el trabajo, la
productividad, la supervivencia…) sería un “tiempo libre”, para pensar este mundo y poder
cambiarlo.
La pedagoga Adriana Puiggrós nos decía, ya hace unos años que la lógica del mercado, hoy
hegemónica requiere la educación aplicada al puro presente, sin apuesta al mediano y largo
plazo y le impide “seguir siendo la fabrica de los sueños…” La educación y la institución
educativa se sostienen en la promesa de que algo puede ser pasado, para dar lugar a lo nuevo
e incluir a los nuevos. Promesa de futuro, que, aunque debilitada y envejecida escuchamos,
todavía, a diario: “La única herencia que les dejo es la educación”, “tenés que estudiar si querés
ser alguien”, “sin educación no se llega a ninguna parte”.
Educar conlleva una dimensión de apertura al por-venir, es un gesto y una acción que abre el
tiempo, remite a otro tiempo. Un tiempo que será de los nuevos si podemos separarnos del
modelo gritón que se nos impone. Educar requiere un tiempo diferente del tiempo mercantil
colonizando la escuela y el conocimiento, del tiempo eficientista que marca el “reciclaje” (como
si todo lo sabido fuera descartable), del de los créditos y la gestión; del de un futuro solo
pensable desde estos sentidos utilitarios, excluyentes y “para algunos”. Fuera de esto, está la
posibilidad de recrearnos como sociedad, recuperar la memoria y encontrarnos en un nosotros
plural, pero esto nos convoca a la obstinación de enseñar y no dejar de enseñar.