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Este nuevo estilo de gestión social municipal, que hemos llamado Plan de Participación y
Desarrollo Comunitario, puede resumirse en un modelo de intervención social comunitaria
descentralizado, compuesto por dos grandes áreas, una interna u organizacional, esto es hacia el
interior del municipio donde se ha trabajado con los funcionarios del área de gestión social,
instalando capacidades de trabajo en equipo y facilitadores para el trabajo comunitario, y un área
externa o comunitaria, orientada al trabajo con la comunidad; esto es diagnóstico, planificación,
ejecución y evaluación de una intervención comunitaria orientada a generar crecientes niveles de
participación y poder local.
En una primera etapa, que corresponde al año 97, se desarrolló en el área externa (comunitaria),
un autodiagnóstico y la planificación de acciones en términos de proyecto de Intervención social
comunitaria, con el fin de establecer una línea base de fortalezas y áreas de mejoramiento a nivel
comunitario. En el área interna, un fuerte trabajo con los funcionarios al interior de la Dirección de
Desarrollo Comunitario, para conocer sus fortalezas y debilidades con el fin de enfrentar el trabajo
con la comunidad, en la lógica de equipos de trabajo, facilitador de un proceso de desarrollo local.
Esto da origen al Plan Estratégico de la Dirección de Desarrollo Comunitario.
La segunda etapa del proceso, y basada en la información antes indicada, se inician sistemáticas
jornadas de capacitación con el personal, en técnicas de trabajo comunitario, paralelamente se
realizan las modificaciones a nivel de la estructura de la Dirección de Desarrollo Comunitario y
principalmente se concretó la inserción de equipos técnico- profesionales en el trabajo territorial ,
que inician un proceso de familiarización con la comunidad , y se ponen en marcha cuatro Centros
de Desarrollo Comunitario (C.D.C.), infraestructuras municipales co-administradas con la
comunidad y destinadas para articular las iniciativas locales, las necesidades normativas y las
sentidas de la comunidad en un plan de trabajo territorial donde los funcionarios son núclearmente
facilitadores del proceso.
1.- territorialidad
2.- capacitación vecinal
3.- promoción social
4.- fondos concursables
5.- planificación participativa
Estas cinco Líneas de Acción generan una planificación diferenciada por sector, que acoge la
diversidad y la especificidad de cada comunidad, teniendo como fin la generación de desarrollo
local.
La Tercera etapa de nuestro modelo de intervención social, que corresponde al año 99 – 2000 , y
cuyo eje está centrado en fundar las bases de una Planificación Participativa de la gestión
comunitaria en cada sector de la comuna, teniendo como base la exitosa inserción de los Centros de
Desarrollo Comunitario, se puede iniciar un proceso de planificación de las actividades de
promoción social en Mesas de Diálogo Territorial, que tienen claramente dos ámbitos de acción.
Uno, las Mesas de Conversación, que tienen por objetivo generar una instancia de consulta y
adecuación de las actividades de promoción social, en función de las propuestas de los Diálogos
Territoriales y las necesidades emergentes de la comunidad.
Y dos, las Mesas de Trabajo Territorial l tienen como objetivo definir y priorizar la inversión
municipal por sector, proponiendo al Honorable Concejo Municipal una serie de proyectos para el
mejoramiento de cada sector.
Desde la conquista europea donde, entre otras delicadezas, a los habitantes oriundos del continente
los invasores les negaban su posesión de Alma, y por ende, de su condición de seres humanos,
hasta las actuales conceptualizaciones de Ciudadanía, ha llovido mucho en estos 514 años; pero en
el entendimiento y tratamiento a las comunidades aún nos queda mucho por caminar.
Afirmamos que América Latina vive una crisis metodológica en el trabajo comunitario, la cual no es
sólo resultado de insuficiencias técnicas o políticas presentes, sino que es (también) el resultado de
los múltiples esfuerzos y logros que se han alcanzado en este terreno.
Los trabajadores de las ciencias humanas y sociales seguimos estando en deuda con la realidad de
este continente. Parodiando a Marx podemos decir, que las ciencias sociales y humanas no han
hecho más que interpretar la realidad y de lo que se trata es de transformarla.
Desde hace ya más de 30 años, don Paulo Freire, uno de los grandes latinoamericanos, nos sigue
impactando con su metodología liberadora, la cual pudiéramos sintetizar en tres momentos
nucleares: • Problematizar • Tomar Conciencia • Transformar. Él nos decía: “yo le enseñé al
campesino a escribir la palabra Pala, él me enseñó como usarla”. Esta frase encierra no sólo un
paradigma, sino que también explicita una visión de mundo, y desde esta concepción ideológica,
que quiero entenderla como una continuidad, iniciada en estas tierras americanas por fray
Bartolomé de las Casas, no sólo reafirma que las comunidades tienen Alma o que son interlocutores
válidos en las dinámicas societales, sino que son protagonistas y epicentros con sus propios
recursos, capacidades y fortalezas.
La Educación Popular, el trascendente método freiriano, aunque alcanzó en los 70’s y 80’s del siglo
pasado un alto impacto, sigue siendo un manantial que nutre el trabajo comunitario hasta los días
de hoy. No sólo se usa, en algunos casos se abusa. Esté donde esté, don Paulo Freire nos debe estar
mirando con ironía y exhortándonos a asumir un papel protagónico en la búsqueda y creación de
metodologías que propicien procesos idóneos para el desarrollo de las personas, grupos y
sociedades.
En el tráfico cotidiano de la epistemología social comunitaria, es un lugar común que reproducimos
con acrítica familiaridad, el uso de la conceptualización intervención comunitaria. Como la
neutralidad no existe, el concepto y su uso, nos sirve para visibilizar un mapa mental impregnado en
los trabajadores comunitarios. Cuando usamos la categoría “intervención” lo hacemos desde un
lugar de poder: DESDE ARRIBA Y DESDE AFUERA. O sea, en una versión corregida, seguimos
negándole el Alma a las comunidades. La subvaloración está implícita. Que bueno que existimos
para poder salvarlas. Iremos enfrentando este reto evolutivo que tienen ante sí las ciencias sociales
y humanas, si vamos realfabetizando nuestra mirada y nos vamos acercando a ese espacio objetivo
y simbólico, que es un umbral inevitable: DESDE ABAJO Y DESDE ADENTRO.
Por eso los marcos teóricos, pero sobre todo los dispositivos metodológicos que desde la
institucionalidad desplegamos (academia, policlínico, escuela, entidad municipal, organización no
gubernamental, etc.) deben estar regidos permanentemente por esta convicción, sustentados en la
horizontalidad y el diálogo.
Por tanto, la Participación de la comunidad en las dinámicas sociales, no sólo debemos entenderla
como la cuadratura estadística en los cumplimientos de metas de funcionarios e instituciones, es
antes que todo, el Derecho y Responsabilidad Social para el ejercicio de una Ciudadanía Activa. Las
estrategias institucionales y los dispositivos metodológicos implementados deben considerar
inevitablemente su promoción
Cuando hablamos de comunidad inmediatamente nos representamos a aquella con la cual hemos
tenido prácticas, por eso cuando al respecto se dialoga es difícil separarse de dicha experiencia.
Recuerdo que en los primeros meses de haber llegado (de México) a Chile nos enfrascamos en una
con-versación/dis-puta con un amigo acerca de lo que es la comunidad y luego de un tiempo de
estar enfrascado en una discusión (en la cual, era difícil comprender los espacios de participación y
de sentido comunitario que existen en las comunidades indígenas de Chiapas, en contraposición
con una comunidad urbana de Santiago), recurrimos a analizar este termino desde algunos teóricos
que la han definido y pues esto nos llevó a tener un análisis más claro y una reflexión más certera de
lo que discutíamos, pero al final nos alejamos de aquello por lo que se inicio todo, la difícil
reconciliación de la representación que teníamos ambos de comunidad.
Si intentamos utilizar un concepto exacto para definir comunidad, nos encontraremos que no es
posible, ya que actualmente los cambios tan vertiginosos con los que las comunidades se enfrentan,
nos llevan a tomar únicamente aspectos básicos (territorio, historia común…) para distinguir una
comunidad de otro tipo de agrupación humana. Pero si nos acercamos a la realidad de las
comunidades y vemos que pasa a su interior, ¿Cómo estas se definen?, ¿Cómo se configuran en su
devenir diario?, ¿Desde dónde se ven como comunidad?, ¿Se consideran comunidad a si mismos? O
mejor aún, podemos acercarnos a ellas con nuestra construcción de comunidad y además pensando
que se han constituido como comunidad desde la perspectiva que nosotros tenemos y, además,
llegar con eso que decimos que es nuestra metodología de acercamiento para “dizque” trabajar con
ellas, en ellas o sin ellas en el peor de los casos.
Aventurémonos a ver una comunidad que surja del sentido de ellas, a creer que podemos ser los
forjadores o promotores de una psicología comunitaria que permita ser trabajada desde todas las
miradas posibles, donde el lenguaje en que se hable nos haga iniciar una nueva forma de hacer
ciencias sociales en América latina, donde un mañana no sea nunca más la reproducción de un ayer,
donde cada pueblo aporte un ladrillo de su experiencia para que coincidan en las diferencias, donde
tenga cabida el silencio de los que hablan y además hablen todos aquellos que con su silencio dicen
lo que callan. Solo si vemos con orgullo lo que hacemos, lo que somos y lo que queremos ser, creo
que podremos iniciar o continuar (depende desde donde se vea) ese camino que ayer y hoy algunos
ya iniciaron, otros están iniciando e incluso algunos creen ya haber terminado. Unamos cada una de
nuestras experiencias indistintamente de nuestro origen disciplinario, étnico o metodológico con el
afán de iniciar una propuesta nueva de hacer (no hacer o des-hacer o re-hacer o re-mecer)
investigación y por ende, de hacer psicología comunitaria.