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Universidad Nacional de Rosario – Facultad de Psicología

Estructura Biológica del Sujeto II – Anatomía y Psicofisiología

Ficha de Cátedra
“Aspectos psicofisiológicos de la lactancia materna”
Ps. Mariela Castro

Mucho más que una experiencia simple de alimentación


La lactancia materna es la primera forma de alimentación del recién nacido en la
vida extrauterina. Es también una experiencia que lo nutre y le provee el alimento afectivo
necesario para su aparato psíquico. Para la mamá no sólo representa un acto de alimentación,
sino fundamentalmente “un acto de placer y amor para su hijo” (Videla, M. & Grieco, A.;
1993).
Constituye una oportunidad para la mamá y su bebé para comenzar a dar los primeros
pasos de esa danza relacional, como dice Daniel Stern (1977), que guiará los futuros
vínculos con los otros. La respiración, los latidos del corazón, el timbre y el volumen de la
voz materna van organizando la melodía de su cuerpo que resuena en el cuerpo del bebé,
cuyos ritmos de succión y deglución, acompasados con una frecuencia cardiorrespiratoria
ajustada a ese momento particular, se encadenan a los primeros. Al mismo tiempo, la
tonicidad muscular de ambos, las miradas, las caricias, el contacto piel a piel, transmiten
mensajes de los afectos experimentados y van dando forma al diálogo tónico de los primeros
años de vida.
La lactancia es una experiencia de íntimo contacto corporal e intensamente
afectiva, tanto para la mamá como el bebé. Las huellas dejadas en el psiquismo de ambos
perdurarán a lo largo de la vida. No sólo los beneficios son para el bebé, quien recibe el mejor
de los alimentos, cuando es dado con amor y satisfacción, sino también para la madre. Dar el
pecho es un acto de amor hacia el otro e implica la postergación de los deseos y urgencias
individuales de la madre para saciar el hambre y las necesidades afectivas y de contacto físico
de su hijo.
Marie Langer (1994), en su libro Maternidad y Sexo, plantea que existe una relación
directa entre el amor a la vida y las primeras experiencias orales. A partir de los estudios
realizados por Margaret Mead y Abraham Kardiner acerca de la vida en comunidades
primitivas, observó cómo en aquellas donde a los niños se les procuraba una infancia feliz y
se los alimentaba cómo y cuándo ellos querían, el suicidio no existía. No sucedía lo mismo en
aquellos grupos donde los pequeños eran alimentados en el menor tiempo posible y de una
manera desafectivizada. En este último caso, el suicidio era un acto frecuente. A continuación
cito dos párrafos extraídos de su libro mencionado anteriormente.
“Si hablamos, pues, de frustraciones orales, lo que equivale a frustraciones ocurridas
durante la etapa oral, ello no quiere decir forzosamente que el niño no recibió el pecho o que
la cantidad de leche no era suficiente. Una mamadera dada con todo cariño y lentamente a
un niño que la madre tenga en sus brazos y al cual no teme mostrar su amor y permitirle
estar bien cerca de ella cuando lo requiera -aunque sea en el intervalo entre dos mamadas-,
significará menos frustración oral que el pecho dado fríamente. Pero será más fácil hacer
sentir al niño la proximidad de su madre y de su amor si está prendido de ella, succionando
su seno, que si está tomando su alimento mediante un biberón. Y lo que tiene tal vez todavía
más importancia para el buen desarrollo de la relación madre-hijo, que sólo ahora se está
iniciando en la realidad exterior, es el hecho de que en la madre se despertará más

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fácilmente un cariño instintivo y espontáneo frente al niño al que dé el pecho que frente a la
criatura que alimente cumpliendo con todos los preceptos médicos sobre la alimentación
artificial más adecuada, como si realizara un complicado experimento de laboratorio. La
importancia de la cercanía física para el lactante fue demostrada de muchas maneras desde
que Spitz descubrió el cuadro del hospitalismo, al notar que lactantes atendidos
„correctamente‟, pero sin cariño durante una estadía prolongada en un hospital o asilo,
sufrían de un grave trastorno en su evolución psicofísica.
Pero el experimento más convincente y espectacular en este terreno es tal vez el
realizado por el profesor Harlow en Wisconsin (pueden acceder a un breve video sobre esta
experiencia ingresando a http://www.youtube.com/watch?v=B_WggXJ9ohI). Separó unos
monos rhesus recién nacidos de su madre. Un grupo fue enjaulado con una „madre de
alambre‟ y otro con una „madre de trapo‟. La madre de alambre es un artefacto que tiene, al
fácil alcance de los monos, mamaderas siempre bien llenas. La madre de trapo es otro
artefacto cubierto por un género suave que bien pronto, por el contacto con los monitos,
adquiere olor a mono, a mamá, podría decirse. Cuando los monos hayan aprendido a criarse
aparentemente bien de esta manera, se introduce en ambas jaulas un juguete mecánico como
estímulo provocador de miedo. Pudo comprobarse que los monos desprovistos de madre de
trapo no recurren a la mamadera, sino que se retraen asustados, se paralizan al rato. A la
larga desarrollan una conducta bastante parecida a la del autismo precoz del niño carente de
contacto y comunicación con el mundo. Los monos que disponen de una madre de trapo se
refugian en ella. Una vez que se hayan tranquilizado de esta manera desarrollan frente al
juguete antes temido toda la curiosidad e inteligencia normalmente inherente a su raza. Pero
pudo comprobarse más tarde que estos monos, bien alimentados y en contacto con una
especie de robot cariñoso en lugar de una verdadera madre, sufrieron de adultos de una
grave deficiencia; aunque desarrollaron normalmente todos los signos físicos de la madurez
sexual, no eran capaces de tomar ninguna iniciativa „amorosa‟, si se puede decir así, ni
sabían cómo comportarse frente al compañero o a la compañera sexual”.
Para el bebé lo principal no reside tanto en el alimento en sí, que por supuesto es
importante, sino en la forma en que se lo provee y el afecto que acompaña esa entrega. El ser
acariciado, mimado, mecido, arrullado, calentado y sentirse “sostenido” son necesidades
vitales para el bebé. Son necesidades que nacen del cuerpo. Por ejemplo, “(...) el contacto
corporal estimula los capilares sanguíneos y filetes nerviosos a flor de piel, que favorecen la
respiración y la oxigenación pulmonar. Cuando el niño no incorpora suficiente oxígeno y no
es estimulado suficientemente para lograrlo, llora, se mueve, repta y se retuerce en la cuna;
se autoestimula. La madre, al levantarlo para alimentarlo, higienizarlo o comunicarse con él,
le ofrece la fuente de estímulos necesitada” (Videla, M. & Grieco, A.; 1993). Las fallas en la
conducta materna, tales como el no estimular el contacto piel a piel o hacerlo de manera
precaria y desafectivizada, o frecuentes interpretaciones erróneas de las señales del bebé
(como creer que cada vez que llora es porque tiene hambre), si no son rectificadas y superan
el margen óptimo de tolerancia propio de ese vínculo (Stern, D.; 1977), preparan las
condiciones para el desarrollo futuro de afecciones respiratorias precoces, que oscilan entre
cuadros recurrentes de resfríos y otros como la bronquiolitis. De esta forma, se contribuye a
cierta predisposición a patologías infantiles más severas. Sin embargo, no hay que olvidar, tal
como cita Liberman, que la somatización por sí misma sólo significa una señal de alarma que
requiere la revisión de toda la organización de vida basada en determinadas conductas y
estilos adaptativos (Videla, M. & Grieco, Al; 1993).
La fisiología de todo el cuerpo se organiza de la mano del vínculo afectivo con los otros,
fundamentalmente con los “cuidadores primarios” (Bowlby, J.; 1989) durante los primeros

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años de vida. Lo mismo sucede con el psiquismo, que nace y se desarrolla con sus raíces en el
maravilloso encuentro entre lo biológico y lo social. Cuerpo y psiquis, dos caras de una
misma moneda, resonarán uno en el otro a lo largo de toda la vida, al compás de los matices
afectivos que van regulando la interacción y los vínculos con los demás.

Beneficios de la lactancia materna


La lactancia provee algunas ventajas a las madres. Se recuperan mucho más rápido
de la experiencia del parto, ya que la oxitocina que se segrega a raíz de la succión favorece la
retracción del útero. También recuperan el peso pregestacional con más rapidez y sin
necesidad de dietas restrictivas. La liberación de colecistoquinina (hormona segregada por el
intestino delgado involucrada en la digestión de grasas y proteínas, le proporciona al cuerpo la
sensación de saciedad y satisfacción luego de ingerir ese tipo de alimentos), consecuencia de
la succión, produce sedación y sueño. Por su parte, la prolactina y la oxitocina influyen
positivamente en el estado de ánimo y la conducta materna. Logran espaciar los embarazos,
ya que las ovulaciones son más difíciles que se produzcan durante la lactancia, pero no debe
confundirse a esta última como un método anticonceptivo, como una antigua y falsa creencia
popular sostiene. Que sea difícil no significa que no pueda suceder. Además, disminuye el
riesgo de cáncer de cuello de útero, de mama, de endometrio, de ovarios y la artritis
reumatoidea (Sebastiani, M. & Raffo Magnasco de Testa, M., 2004).
Marie Langer (1994) plantea que el amamantar también ayuda tanto a la madre como
al bebé a elaborar el trauma que para ambos genera la experiencia del parto y nacimiento
respectivamente, a través de la intimidad afectiva que promueve entre ellos. Constituye el
momento en el que ambos se encontrarán por primera vez. Se inicia un período de
conocimiento y reconocimiento mutuos, durante el cual la presencia y los cuidados maternos
“(...) permitirán reconstruir la unidad narcisística perdida por el impulso de la fuerza del
pujo hacia el nacimiento” (Videla, M. & Grieco, A.; 1993).
En los primeros días del puerperio, especialmente en los dos primeros, la cantidad de
sangre que llega a las glándulas mamarias aumenta significativamente; es un proceso que dura
entre 24 y 48 horas. Durante este tiempo, estas glándulas pueden hincharse y producir cierto
malestar por la sensibilidad que adquieren. Este fenómeno es más notorio cuando se trata de
una madre primeriza. A las dos semanas de vida del recién nacido, por lo general, las mamas
pueden nuevamente sentirse suaves la mayor parte del tiempo.
La primer secreción mamaria se llama calostro, es de color amarillento, rica en
vitaminas A, C y proteínas, sustancias que cubren las necesidades proteicas del recién nacido.
También contiene numerosos anticuerpos maternos que protegen al recién nacido, quien aún
no cuenta con un sistema inmunológico autónomo óptimo. La leche materna está compuesta
por distintas proporciones de proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas, sales y agua.
En cuanto a las ventajas para el bebé amamantado, incorpora los nutrientes
necesarios en calidad y cantidad, asegurando su crecimiento (aumento de peso, talla, etc.). Le
provee factores antiinfecciosos que lo protegen con eficacia, especialmente en los primeros
meses. Ofrece la oportunidad de promover una buena relación madre-hijo (Organización
Panamericana de la Salud).
Mientras las mamas se encuentran en un período de ajuste, el equilibrio entre el
calostro y la leche se modifica constantemente. A las 4 semanas de vida del bebé, la leche
deja de tener ese color amarillo cremoso y gradualmente va adoptando un color más blanco. A

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medida que el bebé crece, la leche va perdiendo color, pese a que lo sigue nutriendo. Este
cambio en la leche forma parte de un proceso natural frente a los distintos requerimientos del
bebé conforme avanza en su maduración.

Hormonas, afectos y pensamientos: elementos de un mismo proceso


A lo largo del embarazo, las mamas se van preparando para el momento de la
lactancia. Aumentan de tamaño progresivamente como consecuencia de los cambios
hormonales que se producen en el cuerpo. Durante este período los estrógenos, hormonas
femeninas segregadas inicialmente por los ovarios y luego por la placenta, una vez que ésta
adquiere madurez funcional aproximadamente al final del primer trimestre del embarazo,
posibilitan las modificaciones estructurales necesarias para la lactación. La progesterona
también participa en esta preparación, condicionando el desarrollo de los alvéolos de los
conductos de las glándulas mamarias, que se completa en el quinto mes de embarazo. La
acción hormonal de la progesterona es mantenida hasta el comienzo del segundo trimestre del
embarazo por el cuerpo lúteo en el ovario, que responde a la influencia de las hormonas
gonadotróficas de la hipófisis, y luego por la placenta, que inicia su actividad endocrina
cuando culmina la del cuerpo lúteo. En los últimos meses del embarazo continúa el aumento
de volumen de las mamas, debido especialmente al llenado de los alvéolos con el producto de
la secreción.
Al mismo tiempo, durante el embarazo, en la hipófisis se producen modificaciones que
provocan la aparición de células gravídicas que segregan la hormona prolactina, encargada
de la producción de leche. Esta transformación estructural hipofisaria se debe a la presencia
de la hormona foliculina, liberada por la placenta, que impide la circulación de la prolactina
producida. Cuando llega el momento del parto y el nivel de estrógenos en sangre disminuye,
desaparece inmediatamente el obstáculo a la secreción de prolactina hipofisaria. Los alvéolos
de la glándula mamaria, en respuesta a la influencia de la prolactina, se distienden
notablemente, aumentando su actividad secretora. La liberación simultánea de la oxitocina
por la neurohipófisis, la hormona responsable de las contracciones uterinas en el parto, actúa
sobre las mamas produciendo la eyección (salida) de leche y el vaciamiento de los alvéolos
mamarios y la acumulación de calostro en los conductos lactóforos.
De este modo, comienza la actividad secretora de las glándulas mamarias, para lo cual
será necesaria la secreción constante de prolactina hipofisaria. Esta última se mantiene por el
reflejo neurohormonal, que tiene su inicio en la estimulación del pezón a través de la succión
del recién nacido. Por eso es importante que la succión se mantenga en el tiempo. En aquellos
casos donde la lactancia deba ser interrumpida por causas maternas o neonatales, el sacaleche
es un elemento que sirve para mantener este efecto de la succión. Si el reflejo de succión no se
sostiene, aumentan las posibilidades de un cese progresivo de la secreción láctea.

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Embarazo, parto y puerperio forman parte de un período sensible en la vida de la


mujer y generan transformaciones significativas en su vida psíquica. Sobre ellos se organizará
la díada madre-bebé. El parto pone fin a la simbiosis propia del embarazo y es una vivencia
narcisista y dolorosa por la separación brusca, que en algunos casos puede desencadenar
depresión posparto (que es mucho más que un estado de cansancio y tristeza),
despersonalización o confusión. Atravesado el parto, la madre, inmersa en un mar de afectos,
muchos de ellos contradictorios, se confronta con la ardua tarea de resolver un conflicto entre
la libido narcisista y la de objeto. Por un lado, suele sentirse agobiada, dolorida, con deseos
de descansar y estar a solas, y por otro, se siente movilizada por su deseo de atender y cuidar a
su bebé. Se dan dos procesos opuestos: un trabajo de duelo y un trabajo de investidura.
Debe hacer el duelo por el estado de gravidez que ya no tiene; es frecuente que se extrañe la
panza y aparezca cierta sensación de vacío. Y también debe hacer un duelo por el hijo
imaginario e ideal, que se ajustaba con exactitud a sus deseos, y que no coincide con ese hijo
real que ahora puede ver, tocar, oler, escuchar y sentir de una manera diferente. Al mismo
tiempo, debe investirlo libidinalmente, de la mano de sus deseos, expectativas y afectos, es
decir, debe darle un lugar en su mente y desde allí sostenerlo (Lebovici, S.; 1988).
En este contexto afectivo se inician los primeros cuidados y experiencias alimentarias.
Se han llevado a cabo numerosas observaciones de las conductas de la madre y su bebé
durante el momento de alimentación. Lebovici (1988), en el libro El lactante, su madre y el
psicoanalista, reflexiona acerca de este tema, tomando los trabajos de observación realizados
por Lézine (1975). Toma sus descripciones sobre distintas formas de estar de la mamá con su
bebé a la hora de alimentarlo con biberón. Algunas se muestran rígidas, con posturas
incómodas para ellas y el bebé, que evitan o reducen notablemente el contacto piel a piel, y
parecen ser poco sensibles a las expresiones de bienestar o malestar del bebé. Otras se
comportan de manera incoherente, cambiando frecuentemente y con brusquedad las posturas
adoptadas, y se muestran apáticas y poco expresivas, con serias dificultades para contener al
bebé. Este tipo de madres parecen no poder desarrollar respuestas adecuadas, sensibles y
empáticas, a las necesidades del bebé, ya sea porque no son capaces de percibir las señales del
bebé, o porque las perciben pero omiten sus respuestas, o porque sus interpretaciones son
equivocadas. Se caracterizan por determinadas organizaciones psíquicas y es probable que
hayan tenido experiencias similares con su propia madre. El tercer grupo de madres
observado está formado por aquellas “de actitudes flexibles y liberales”. Son madres que
eligen posturas cómodas y relajadas a la hora de alimentar a su bebé, prodigándole un buen
sostén y hablándole mucho, e introduciendo al padre en la relación. Reflejan una sensibilidad
que se ajusta a todas las manifestaciones del bebé. En este último caso se observa una
interacción armoniosa.
Lebovici sintetiza en el mismo libro las observaciones realizadas por Cukier-Mémeury
y colaboradores (1979) de las posturas elegidas para amamantar por madres primerizas.
Las posturas oscilan entre un ajuste óptimo que propicia una alimentación distendida y un
desajuste producido por una postura totalmente ineficaz, que no facilita la adaptación
recíproca de la mamá y el bebé. Entre ambas se encuentran aquellas madres que adoptan
posturas ajustadas pero a costa de un gran esfuerzo de su parte, y en esas condiciones el bebé
logra alimentarse satisfactoriamente.
La madre le comunica a su bebé cómo se siente a través de la postura. “Expresa la
actitud mental, la posición afectiva de la madre, su comodidad, su distensión o sus tensiones,
su inhibición. También la manera en que sostiene al niño define la relación que ha
establecido con él. (...) En estas relaciones posturales el bebé no es pasivo, sino que adopta
su propia postura, que puede ser más o menos tónica: a veces, distendido, se acurruca contra

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la madre, pero otras, hipertónico, puede ponerse rígido. De modo, pues, que existe
interacción entre la postura de la madre y la del bebé”. (Lebovici, S.; 1988).
Amamantar a un bebé no es tarea fácil. Implica todo un desafío, especialmente para las
madres primerizas. Requiere un aprendizaje mutuo. Por un lado, la mamá tiene que aprender a
dar el pecho, que involucra el manejo del propio cuerpo y el del bebé, buscando un acople
sincronizado entre ambos cuerpos, y la tolerancia de las sensaciones experimentadas. Por su
parte, el bebé debe aprender a comer, más allá de que cuente con sus herramientas innatas
adaptativas como el reflejo de succión y deglución. En todo este proceso, no son pocas las
madres que renuncian a la lactancia natural ante las primeras dificultades, sintiendo muchas
que carecen de un instinto natural.
Marie Langer (1994), siguiendo los lineamientos teóricos de Melanie Klein, reflexiona
acerca de algunos motivos inconcientes que pueden conducir a la madre a no disfrutar
del amamantamiento, hasta el punto de no tolerarlo y desistir de hacerlo. Menciona el
rechazo de la maternidad, por un deseo inconciente de permanecer en una actitud receptiva e
infantil, anhelando con intensidad el recibir leche más que darla, y la persistencia de
tendencias agresivas infantiles dirigidas hacia la propia madre. Estas dos situaciones tendrían
como factor común la insatisfacción oral de estas mujeres. “Si han sufrido tales frustraciones,
y si más tarde no logran considerar al niño como parte de su propia persona, se niegan
inconcientemente a darle lo que ellas mismas no han recibido. Así se vengan en el niño
identificándolo con su madre, por lo que ésta les hizo sufrir. O se identifican con su madre
frustradora, tratando al niño como se sintieron tratadas en su primera infancia”.
Esta autora destaca cómo pueden influir mecanismos neuróticos defensivos en la
lactancia y generar dificultades. “La percepción inconciente de la propia agresividad,
respuesta a las frustraciones orales anteriores que fueron experimentadas como agresiones
por la propia madre, también puede trastornar de otra manera la lactancia, proyectándose la
maldad de la madre sobre la leche. Reviviendo la propia lactancia se considera entonces la
leche como una sustancia destructiva y peligrosa, no debiendo recibirla el niño por este
motivo. Eso explica la opinión de muchas mujeres que encuentran su leche insuficiente y
perjudicial para su hijo. Pero si la mujer logra sobreponerse a sus temores y alimentar
exitosamente a su hijo, destruye dentro de sí misma sus viejos temores hipocondríacos y
grávidos de sentimiento de culpa, de que ella y todo lo que pudiera producir sea dañino y
peligroso para los demás”.
Plantea que las grietas en los pezones y el dolor que estas heridas provocan, que
pueden derivar en una mastitis (infección de las mamas), tienen un componente afectivo que
contribuyó a su aparición. Parecerían ser producto de un descuido inconcientemente
intencional de parte de la madre. Pese a respetar las indicaciones médicas, muchas madres
dejan succionar al lactante durante un período de tiempo excesivo, no colocan bien el pezón
en la boca del bebé, o no tratan a tiempo la lesión apenas surge.
Pero también remarca cómo una madre puede transitar la lactancia sin inconvenientes
siempre que logre identificarse con su bebé. “Una fuerte fijación oral a la madre no debe
originar necesariamente dificultades en la crianza, si el deseo pasivo de mamar se satisface
en la identificación con el lactante y si se logra tener el deseo activo de amamantar por la
identificación simultánea con una madre ideal que alimenta bien. La mujer consigue así
satisfacer deseos infantiles frustrados y dar al niño lo que no tuvo. En estas mujeres se
encuentra una intensa aversión contra el destete, como único indicio superficial de un
componente neurótico”.

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Sintetizando... “(...) la mujer que alimenta a su hijo está reviviendo inconcientemente


su propia lactancia. Si ésta fue feliz, gozará en repetir la misma experiencia satisfactoria con
su propio niño. Si fue muy conflictual y angustiosa, puede ocurrir que viejos recuerdos, al
resurgir en su inconciente, obstaculicen la lactancia y hasta la impidan del todo,
desapareciendo la secreción láctea. Pero puede ocurrir también lo contrario: que la mujer
logre sobreponerse a sus viejos conflictos y halle en la lactancia un medio adecuado para
superar frustraciones pasadas y olvidar antiguos resentimientos y reivindicaciones, al
identificarse con su hijo satisfecho y con una madre ideal”.
La lactancia se ha convertido en fuente de diversas opiniones y malentendidos. Hay
quienes sostienen que el dar el pecho debe respetar determinados horarios, interrumpiendo el
dormir del bebé si fuera necesario. Otros piensan que debe ser a libre demanda, siguiendo con
atención las señales del bebé. De acuerdo a cada época, se adoptan como “modas”
determinadas posturas teóricas. Lo mismo sucede con la posición del bebé a la hora de
dormir. ¿Decúbito ventral o dorsal? La confianza en el pediatra es fundamental a la hora de
decidir determinados hábitos en la experiencia de crianza.
Cada madre y su bebé constituyen una díada, absolutamente única y singular. “Cada
mujer es la madre de ese niño y según ella puede serlo, de acuerdo con el sostén de su
narcisismo y la superación de las vicisitudes de su evolución psíquica. Es esa madre quien lo
mira, lo escucha y le habla. Es ella quien calma su sed y su hambre y lo protege de los
peligros del mundo que lo rodea. Junto a la madre, el padre es quien protege a la madre en
actitud vigilante, y el niño es entonces sostenido por una conjunción de pecho nutridor de
vida y fuerza protectora paterna” (Videla, M. & Grieco, A.; 1993). Los padres, junto con su
hijo, en la misma experiencia de compartir y conocerse crearán juntos su propia fórmula, que
siempre es por ensayo y error. Se aprende en la misma experiencia, del y junto con el otro.

Bibliografía
Bowlby, J. Una base segura, Paidós, Bs. As., 1989.
Gran Enciclopedia Médica, Sarpe, 2008.
Langer, M. “Problemas psicológicos de la lactancia”, en Maternidad y Sexo, Paidós, México,
1984.
Lebovici, S. “La constitución del vínculo entre la madre y el recién nacido” y “La interacción
progenitor-recién nacido”, en El lactante, su madre y el psicoanalista, Amorrortu, Bs. As.,
1988.
Organización Panamericana de la Salud “Nutrición”, en Manual de Crecimiento y Desarrollo
del Niño, Serie Paltex, Nº 33.
Sebastiani, M. & Raffo Magnasco de Testa, N. Claroscuros del embarazo, el parto y el
puerperio, Paidós, Bs. As., 2004.
Stern, D. La primera relación madre-hijo, Morata, Bs. As., 1977.
Videla, M. & Grieco, A. “Lactancia materna”, en Parir y nacer en el hospital, Nueva Visión,
Bs. As., 1993.

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