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LA NUEVA MORFOLOGÍA DEL TRABAJO

Y EL DISEÑO MULTIFACETADO DE LAS LUCHAS SOCIALES

Ricardo Antunes
Profesor del Instituto de Filosofía y Ciencias
Humanas, Universidad de Campinas, Brasil

Los diferentes movimientos y explosiones sociales, tanto como una variedad de


huelgas y rebeliones que estamos presenciando en esta fase de mundialización de los
capitales, indican que nos adentramos también en una nueva fase de mundialización de las
luchas sociales y de las acciones colectivas. Acciones éstas que son desencadenadas bien
a partir de las confrontaciones que emergen directamente del mundo del trabajo, como las
huelgas que ocurren cotidianamente en tantas partes del mundo, o bien a través de acciones
de los movimientos sociales de los desempleados, que comprenden la creciente y enorme
parcela de los que se integran en el mundo del trabajo en la forma del desempleo, de la
desintegración.
Desde Seattle, pasando por Praga, Niza, por la confrontación social y política en
Génova y, aún más recientemente, por la explosión social en la Argentina, en diciembre de
2001, y también en varios otros países de América Latina, encontramos ejemplos -por cierto
multifacéticos, pero contagiados de significados y consecuencias-, que se constituyen en
importantes señales de que una nueva era de conflictos sociales mundializados será el
rasgo constitutivo de este nuevo Siglo XXI que se inicia.
Son, por lo tanto, ricos ejemplos de las nuevas formas de confrontación social en
curso contra la lógica destructiva que preside la (des)sociabilidad contemporánea. Morfología
que debe ser comprendida a partir del (nuevo) carácter multifacetado del trabajo.
Si la clase trabajadora (o el proletariado) fue, a lo largo de los siglos XIX y XX,
predominantemente asociada a la idea de trabajadores manuales, fabriles, egresados casi
exclusivamente del mundo industrial taylorista y fordista, un concepto contemporáneo y
ampliado de clase trabajadora, hoy, nos ofrece potencialidades analíticas para captar los
sentidos y las fuerzas propulsoras de esas acciones y choques que emergen en el mundo
a escala global y, de ese modo, conferir mayor vitalidad teórica (y política) al mundo del
trabajo, contra la deconstrucción que fue intentada en las últimas décadas.
Y, paralelamente a la enorme ampliación del conjunto de seres sociales que viven de
la venta de su fuerza de trabajo, de la clase-que-vive-del-trabajo en escala mundial, tantos
autores dirían adiós al proletariado, confiriendo al trabajo un valor en vías de desaparición,
defendiendo la idea del descentramiento y aún deconstrucción de la categoría trabajo,
conllevando la idea del fin de las posibilidades de las acciones humanas desencadenadas
a partir del trabajo social. (cf. Habermas, 1991 y 1992; Méda, 1997)
Al contrario de estas tendencias, vamos a procurar indicar, aunque de modo sintético,
la nueva morfología que emerge a partir del universo multifacetado del trabajo y sus
múltiples potencialidades.

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¿Cuál es la conformación actual de la clase trabajadora, al menos en su diseño más


genérico? Si la clase trabajadora se metamorfoseó, ¿será que atraviesa un proceso de
debilitamiento y, por lo tanto, está en vías de desaparición? ¿Dejó de tener un estatuto de
centralidad para adoptar una significación secundaria cuando se piensa en el proceso de
sociabilidad humana? ¿El trabajo, en fin, habrá perdido su sentido estructurante en la
ontología del ser social?
En lo que sigue, procuramos indicar, de modo sintético, algunos elementos analíticos
que nos posibilitan responder de modo diverso a estos interrogantes.
Nuestro primer desafío es tratar de entender de modo inclusivo lo que es la clase
trabajadora hoy, que comprende la totalidad de los asalariados, hombres y mujeres que
viven de la venta de su fuerza de trabajo y que son desposeídos de los medios de producción,
no teniendo otra alternativa de sobrevivencia, que no sea vender su fuerza de trabajo bajo
la forma de salario.
En ese diseño amplio, complejo y por cierto muy heterogéneo, la clase trabajadora
(o la clase-que-vive-del-trabajo) encuentra su núcleo central en el conjunto de los
trabajadores productivos –para recordar a Marx especialmente en su Capítulo Inédito VI,
(cf. Marx, 1994)–. Ese núcleo central, dado por la totalidad de los trabajadores productivos,
comprende aquellos que producen directamente plusvalía y que participan también
directamente del proceso de valorización del capital a través de la interacción entre trabajo
vivo y trabajo muerto, entre trabajo humano y maquinario científico-tecnológico. Se
constituye por eso, en el polo central de la clase trabajadora moderna.
Los productos, las mercancías (heterogéneas) que se distribuyen (casi homogénea-
mente) por los mercados mundiales, emanan, en su proceso productivo, de la interacción (en
última instancia, ineliminable) entre trabajo vivo y trabajo muerto, aunque a lo largo de los
años 80 e inicio de los 90 haya sido (casi) unísona la equívoca y eurocéntrica tesis del fin del
trabajo y de la consecuente pérdida de relevancia y aún validez de la teoría del valor. (cf.
Habermas, 1975 y 1992)
Vale aquí registrar la declaración del actual presidente de la Nissan, Carlos Ghosn,
un brasileño que llevó el proceso de liofilización organizacional de la trasnacional nipona
al límite. Después de iniciar el proceso de reestructuración de la empresa que costó el
despido de 21 mil trabajadores- y desarrollar la ampliación de la capacidad instalada que
operaba –según su opinión– en "siete fábricas de montaje con un 50% de utilización de la
capacidad instalada y puede producir lo mismo en cuatro con el 70% de la capacidad",
Carlos Ghosn agregó, al referirse a la fuerza del Japón:

Los operarios japoneses, o sea, el operario que trabaja en la fábrica, el vendedor de


automóviles, el técnico en el centro de mantenimiento, esas personas que realmente
hacen la economía son de una lealtad impresionante con la empresa. Son capaces de
hacer cualquier esfuerzo, por encima de todas las pautas que antes vi [...] Es común,
por ejemplo, ver personas en la Nissan trabajando hasta la medianoche. La fuerza del
Japón, sin ninguna duda, está en la base japonesa, es esa fuerza organizacional, es esa
motivación, es esa lealtad. No es el patrón de un lado y el empleado del otro lado. No.
Todo el mundo junto en torno de la empresa, y especialmente cuando la empresa se
encuentra en dificultades. (Fhola de S. Paulo, 6/jan/2002, p. B6)

Como el capital no puede eliminar al trabajo vivo del procesado de las mercancías,
sean ellas materiales o inmateriales, debe, además incrementar sin límites el trabajo muerto

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corporizado en la maquinaria tecno-científica, aumentar la productividad del trabajo de


modo que logre intensificar las formas de extracción de plustrabajo en tiempo cada vez más
reducido. Como la noción de tiempo y también la de espacio se convulsionan en esta
nueva fase de los capitales cada vez más mundializados, el proceso de liofilización
organizacional también se intensificó enormemente. Este proceso de liofilización
organizacional (en la feliz expresión que tomamos de Juan José Castillo y desarrollamos en
Os Sentidos dos Trabalho) está básicamente caracterizado por la reducción del trabajo
vivo y la ampliación del trabajo muerto, por la sustitución creciente de parcelas de trabajadores
manuales por la maquinaria técnico-científica, por la ampliación de la explotación de la
dimensión subjetiva del trabajo, por su dimensión intelectual en el interior de las plantas
productivas, además de la ampliación generalizada de los nuevos trabajadores precarizados
y tercerizados de la "era de la empresa limpia". (cf. Castillo, 1996 y 1996a; Antunes, 2002)
Por lo tanto, una primera idea central es la de que la clase trabajadora hoy comprende
no sólo a los trabajadores o a las trabajadoras manuales directos, sino incorpora la totalidad
del trabajo social, la totalidad del trabajo colectivo que vende su fuerza de trabajo como
mercancía a cambio de salario. Como el trabajo productivo puede ser tanto material (por
cierto aún, muy predominante en el mundo productivo global), como no-material (para
recordar nuevamente a Marx en el Capítulo VI) o inmaterial, la clase trabajadora moderna
comprende la totalidad del trabajo colectivo y social, en él incluido el núcleo central de los
trabajadores productivos.
Pero la clase trabajadora incorpora también al conjunto de los trabajadores
improductivos, cuyas formas de trabajo son ejecutadas a través de la realización de servicios,
sea para uso público, como los servicios públicos tradicionales, sea para uso privado, para
uso del capital, no constituyéndose, por eso, en elemento directo en el proceso de
valorización del capital y de creación de plusvalía. Los trabajadores improductivos, siendo
generadores de un anti-valor en el proceso de trabajo capitalista, viven situaciones objetivas
y subjetivas que tienen similitud con las vivenciadas por el trabajo productivo. Ellas
pertenecen a lo que Marx llamó los falsos costos, los cuales, sin embargo, son necesarios
para la sobrevivencia del sistema capitalista. (cf. Mészáros, 2002)
Como todo trabajo productivo es asalariado, pero la recíproca no es verdadera,
pues no todo trabajador asalariado es productivo, una noción contemporánea de clase
trabajadora debe incorporar la totalidad de los trabajadores asalariados. Por eso, la
caracterización de la clase trabajadora hoy debe ser, en nuestro entendimiento, más
incluyente de lo que es la noción que lo restringe exclusivamente al trabajo industrial, al
proletariado industrial o aún a la versión que restringe el trabajo productivo exclusivamente
al universo fabril.
El trabajo productivo, fabril y extra-fabril, se constituye, tal como lo concebimos,
en el núcleo fundamental de la clase trabajadora que, sin embargo, en cuanto clase, es más
abarcadora y comprende también a los trabajadores que son asalariados, pero que no son
directamente productivos. Por lo tanto, una noción ampliada, incluyente y contemporánea
de la clase trabajadora hoy, la clase-que-vive-del-trabajo, debe incorporar también a aquellos
y aquellas que venden su fuerza de trabajo a cambio de salario, como el enorme abanico de
trabajadores precarizados, tercerizados, fabriles y de servicios, part time, que se caracterizan
por el vínculo de trabajo temporario, por el trabajo precarizado, en expansión en la totalidad
del mundo productivo. Debe incluir también al proletariado rural, los llamados ganapanes
de las regiones agroindustriales, además, naturalmente, de la totalidad de los trabajadores
desempleados que se constituyen en ese monumental ejército industrial de reserva.

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Están excluidos, en nuestro entendimiento, esto es, no forman parte de la clase


trabajadora, los administradores del capital, que son parte constitutiva (objetiva y
subjetivamente) de las clases propietarias, ejerciendo un papel central en el control, mando,
jerarquía y gestión del proceso de valorización y reproducción del capital. Ellos son las
personificaciones asumidas por el capital. Están excluidos también aquellos que viven de
intereses y de la especulación. (cf. Antunes, 2002; Mandel, 1986)
Los pequeños empresarios urbanos y rurales, propietarios de los medios de su
producción, están en nuestro entendimiento excluidos del concepto ampliado, que aquí
desarrollamos, de clase trabajadora, porque no venden su trabajo directamente a cambio
de salario, aunque puedan y frecuentemente sean aliados importantes de la clase trabajadora
asalariada.
Entonces, comprender a la clase trabajadora hoy, de modo ampliado, implica entender
este conjunto de seres sociales que viven de la venta de su fuerza de trabajo, que son
asalariados y están desprovistos de los medios de producción. En esta (nueva) morfología
de la clase trabajadora, su conformación es aún más fragmentada, más heterogénea y más
complejizada de lo que era aquella que predominó en los años de apogeo del taylorismo y
del fordismo.
Es en este nuevo mundo multifacético del trabajo, con su nueva morfología, que
podremos también encontrar los agentes centrales de los nuevos conflictos y de las acciones
sociales que emergen en la contemporaneidad. Claro que se trata de un emprendimiento societal
más difícil, una vez que para tal cosa se torna imprescindible rescatar el sentido de pertenencia
de clase que la (des)sociabilización del capital y sus formas de dominación (incluyendo la
decisiva esfera de la cultura) procuran de todos modos oscurecer, en esta era de enorme ampliación
de los clivajes existentes en el interior del mundo del trabajo. (cf. Bihr, 1998)
Hoy, mucho más que durante la fase de hegemonía taylorista-fordista, el trabajador
es instigado a autocontrolarse, autorecriminarse y hasta aún autocastigarse, cuando la
producción no alcanza la meta deseada (llegando hasta, en situaciones extremas, como el
desempleo o el cierre de empresas, al suicidio a partir del fracaso en el trabajo). O se
recrimina y se pena, cuando no se alcanza la llamada "calidad total", típica de la fase de
superfluidez, del carácter involucrado y descartable de las mercancías, con sus marcas y
signos, que hacen que muy frecuentemente, cuanto más "calidad total" tengan los productos,
menor sea su tiempo de vida útil.
Dentro de este ideario, que algunos llaman de macdonalización del mundo, las
resistencias, las rebeldías y las protestas son inaceptables, consideradas como actitudes
antisociales, contrarias "al buen desempeño de la empresa". No es por otro motivo que las
manifestaciones recientes contra la globalización y el capitalismo vienen acentuando su
oposición a la "mercadorización" del mundo, en sus acciones y marchas de protesta,
manifestándose en contra de la superfluidez y al sentido de desperdicio que caracterizan al
mundo contemporáneo. (cf. Klein, 2002 y Fontenelle, 2002)
Dentro del espacio productivo, el saber intelectual que fue relativamente despreciado
por el taylorismo, se volvió, para el capital de nuestros días, una mercancía mucho más
valiosa. Las formas contemporáneas de vigencia del valor llevaron al límite la capacidad
operativa de la ley del valor y la vigencia del trabajo abstracto, que gasta cada vez más
energía intelectual (además de material) para la producción de valores de cambio. Nuevamente
se desencadena un proceso interactivo entre trabajo vivo y trabajo muerto, bajo el comando
de un tiempo conducido por el ritmo cada vez más informacional e intensificado.

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El entendimiento parcial de esta problemática (y su comprensión en el límite


–equivocada–) llevó a Habermas a hiperdimensionar el papel de la ciencia y a
subdimensionar (eurocéntricamente) el papel (diferenciado) del trabajo. Al contrario de la
interactividad entre trabajo vivo y trabajo muerto, Habermas visualizó un proceso de
cientifización de la tecnología, cuando en verdad ocurre un movimiento de tecnologización
de la ciencia (cf. Mészáros, 1989) que no llevó a la eliminación del trabajo vivo, sino a
nuevas formas de interacción en el trabajo (mirando siempre, por cierto, a su reducción).
Al contrario, por lo tanto, de la afirmación del fin del trabajo o de la clase trabajadora,
hay aún dos puntos que nos parecen estimulantes y de enorme importancia, en el mundo
del trabajo contemporáneo, que vamos a tratar a continuación.

EL PRIMER PUNTO SE REFIERE A LAS CONSECUENCIAS DE LA FRAGMENTACIÓN DEL MUNDO DEL


TRABAJO

¿En los conflictos mundiales hoy desencadenados por los trabajadores y/o
desempleados que el mundo ha presenciado de modo cotidiano, como es el reciente ejemplo
argentino, es posible detectar mayor potencialidad y centralidad en los estratos más
cualificados de la clase trabajadora, los que viven una situación más "estable" y que
tienen, consecuentemente, mayor participación en el proceso de creación de valor? ¿O, por
el contrario, en las acciones sociales de nuestros días, el polo más fértil y rebelde se
encuentra prioritariamente en aquellos segmentos sociales más subproletarizados?
Se sabe que los segmentos más cualificados, más intelectualizados, que se
desarrollaron junto con el avance tecno-científico, por el papel central que ejercen en el
proceso de creación de valores de cambio, están dotados, al menos objetivamente, de
mayor potencialidad y fuerza en sus acciones. Pero, contradictoriamente, estos sectores
más calificados son objeto directo de un intenso proceso de manipulación y envolvimiento
en el interior del espacio productivo y de trabajo.
Por eso, pueden vivenciar, subjetivamente, mayor envolvimiento, subordinación y
heteronomía y, particularmente en sus segmentos más calificados, pueden tornarse más
susceptibles a las acciones de inspiración neocorporativa.
En contrapartida, el enorme abanico de trabajadores/as precarios, parciales,
temporarios, junto con el enorme contingente de desempleados, por su mayor
distanciamiento (o aún "exclusión") del proceso de creación de valores, tendría, en el plano
de la materialidad, un papel de menor relevancia en las luchas anticapitalistas. No obstante,
su condición de desposeído lo coloca, potencialmente, como un polo social capaz de
asumir acciones más osadas, dado que estos segmentos sociales, "no tienen nada más que
perder", en el universo de la (des)sociabilidad contemporánea. Su subjetividad podría
estar, por lo tanto, más propensa a la rebeldía y a las rebeliones. De nuevo la experiencia
argentina merece nuestra especial atención.
A lo largo de la década de los 90, el afloramiento de las luchas sociales parecía
indicar una confluencia y simultaneidad de acciones y de agentes sociales. Podemos
comenzar recordando la explosión de Los Ángeles, seguida por la rebelión de Chiapas en
México o por la emergencia del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en
Brasil. O, en otro recorte, por las huelgas político-sociales ampliadas, como la de los
trabajadores de las empresas públicas en Francia, a fines de 1995, o la larga huelga de los
trabajadores portuarios en Liverpool, de 1995 a 1998, o la huelga de cerca de dos millones

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de metalúrgicos en Corea del Sur, en 1997, contra la precarización y flexibilización del


trabajo. O, también, la huelga de los transportistas de la United Parcel Service, en agosto
de 1997, con 185.000 parados, articulando una acción conjunta entre trabajadores part-time
y full-time, de entre algunas de las más expresivas acciones desencadenadas en la última
década del siglo pasado. (cf. Antunes, 2002 y 2002a)
A estas acciones se sumarán, al final de la década e inicio del nuevo siglo, las
explosiones de Seattle, Praga, Niza, pasando por la confrontación intransigente en Génova,
por las acciones del Foro Social Mundial y también más recientemente, por la rebelión
social que destituyó al presidente (y varios de sus pretendidos sucesores) en la República
Argentina, en diciembre de 2001, acciones diferenciadas que demuestran, cada una en su
especificidad y singularidad, que las luchas sociales se van a acentuar mucho en este
nuevo siglo. (cf. Seoane y Taddei, 2001)
El segundo punto considerablemente relevante, que desearía al menos indicar,
versa respecto a la (nueva) división social y sexual del trabajo, la feminización de la
fuerza de trabajo.
En el mundo del trabajo hoy se vivencia un aumento significativo del contingente
femenino, que alcanza más de 40% de la fuerza de trabajo en diversos países avanzados, y
que ha sido absorbido por el capital, preferentemente en el universo del trabajo part time,
precarizado y desregulado. En el Reino Unido, por ejemplo, el universo femenino superó,
desde 1998, al masculino en la composición de la fuerza de trabajo.
Se sabe, sin embargo, que esta expansión del trabajo femenino tiene un significado
inverso cuando se trata de la temática salarial, donde la desigualdad salarial de las mujeres
contradice a su creciente participación en el mercado de trabajo. Su porcentual de
remuneración es muy menor del cobrado por el trabajo masculino. Lo mismo frecuentemente
ocurre en lo que concierne a los derechos y condiciones de trabajo.
En la división sexual del trabajo, operada por el capital dentro del espacio fabril,
generalmente las actividades de concepto o aquellas basadas en capital intensivo son
cumplidas por el trabajo masculino, mientras aquellas dotadas de menor calificación, más
elementales y frecuentemente fundadas en trabajo intensivo, son destinadas a las mujeres
trabajadoras (y, muy frecuentemente también a los trabajadores/as inmigrantes y negros/as).
36. En las investigaciones que realizó en el mundo del trabajo en el Reino Unido,
Anna Pollert, al tratar esta temática bajo el prisma de la división sexual del trabajo,
afirma que es visible la distinción entre los trabajos masculino y femenino. Mientras
aquel se liga la mayor parte de las veces a las unidades donde es mayor la presencia de
capital intensivo (con máquinas más avanzadas), el trabajo de las mujeres está muy
frecuentemente restringido a las áreas más rutinizadas, donde es mayor la necesidad de
trabajo intensivo. Analizando una fábrica tradicional de alimentos en Inglaterra, la Choc-
Co, Pollert mostró, conforme nos referimos anteriormente, el hecho de que justamente en
las áreas de trabajo más valoradas en la fabricación de chocolate, predominan los hombres
trabajadores y, en las áreas todavía más rutinarias, que pueden ser ejecutadas por el
trabajo manual, ha sido creciente la presencia femenina. Y, cuando se confronta con
unidades tecnológicamente más sofisticadas, su investigación constató que también
aquí el trabajo femenino ha sido reservado a la realización de las actividades rutinarias,
con menores índices de calificación y donde son también más constantes las formas de
trabajo temporario, part time, etc. Lo que ha permitido concluir que, en la división sexual
del trabajo operada por la reestructuración productiva del capital en la empresa

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investigada, se podía percibir una explotación aún más intensificada en el universo del
trabajo femenino. (cf. Pollert, 1996, p. 186-188)1.
El capital, por consiguiente, ha demostrado capacidad para apropiarse intensamente
de la polivalencia y multiactividad del trabajo femenino, de la experiencia que las mujeres
trabajadoras traen de sus actividades realizadas en la esfera del trabajo reproductivo, del
trabajo doméstico. Mientras que los hombres -por las condiciones histórico-sociales vigentes,
que son también una construcción social sexuada- muestran más dificultades en adaptarse
a las nuevas dimensiones polivalentes (en verdad, conformando niveles más profundos de
explotación), el capital ha utilizado este atributo social heredado por las mujeres.
Lo que, por lo tanto, es un efectivo –aunque limitado– momento de emancipación
parcial de las mujeres frente a la explotación del capital y frente a la opresión masculina
–avance caracterizado por la expansión positiva de la mujer en el mundo del trabajo–, el
capital, por su lado, lo convierte en una fuente que intensifica y aumenta aún más las
desigualdades sociales entre los sexos en el universo del trabajo.
De este modo, fue la propia forma asumida por la sociedad del trabajo, regida por la
destructividad del capital y del mercado, que posibilitó, a través de la formación de una
masa de trabajadores expulsados del proceso productivo, la apariencia de la sociedad
fundada en el descentramiento de la categoría trabajo, en la pérdida de centralidad del
trabajo en el mundo contemporáneo. Pero, el entendimiento de las mutaciones en curso,
tanto como la elaboración de una concepción ampliada de trabajo, se vuelven fundamentales
para entender la forma de ser del trabajo en el mundo contemporáneo, su nueva morfología,
tanto como el carácter multifacético del trabajo.

BIBLIOGRAFÍA

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1
Helena Hirata también ofreció indicaciones relevantes y con similitudes al diseño arriba presentado. (cf.
Hirata, 1995 y 2002.)

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