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El día en que cargué a mi madre

El día en que cargué a mi madre es una creación colectiva dirigida por Paloma Carpio. En esta
obra, Bernardette y Soledad Broyeaux, ambas madre e hija, a través de sus memorias y
experiencias reales nos trasladan a momentos críticos que viven una madre y una hija en
conjunto y también cada una por su parte, pues han vivido por muycho tiempo separadas y
nos cuestiona qué es aquello que al pasar el tiempo las sigue manteniendo juntas. Cada una
mira en el reflejo de la otra un rostro que ha ido transformándose con el tiempo y nos invitan a
ser parte de su intimidad y de su humanidad como madres e hijas.

En el escenario hay cordeles con ropa que evoca el espacio doméstico de la madre, una
estructura que simula ser un árbol, que representará por momentos a la madre de Bernadette
y será una metáfora de la vida y del aprendizaje; y un trapecio fijo que al final, cuando la
madre se suba a este, adquirirá el significado de reconciliación y apertura al mundo de la hija.
Además, también entra a escena un par de sillas con las que se juega al equilibrio y
desequilibrio y que van tomando distintos significados mientras nos van narrando sus
experiencias. Por último entra una mesa decorada por juguetes y recuerdos de la infancia que
en un determinado momento trasladará a ambas mujeres a su infancia en un ficticio
encuentro entre ellas dos como niñas. Este recurso no pretende simular una realidad, sino por
el contrario permite develar secretos, sueños, miedos que cada uno tuvo respecto a su origen,
su entorno familiar y su futuro.

La obra está llena de muchos signos que evocan la vida y la muerte. Desde el inicio esto se ve
reflejado en una secuencia de manos en la que simulan ser dos plantas. Al final la mano de la
mamá termina marchitándose. Esta imagen nos revela de por sí qué veremos en los próximos
minutos. Mediante un diálogo entre madre e hija hacia al público pretenden mostrarnos su
relación a través de unos diálogos que desencadenan en conflictos por evidenciar sus
diferencias. Esta parte si bien está llena de mucho humor llega a dar la sensación de no ser
creíble del todo por el intento de las artistas por querer representar la espontaneidad. Quizás
el hecho de recrear una situación de encuentro con el público en la que ambas pretenden
hacernos creer que un conflicto nace en el mismo escenario nos cuestiona si realmente está
sucediendo esto. Lo más rescatable y valioso de la obra son los momentos donde no hay texto,
donde la escena solo se sostiene a través de secuencias corporales. Soledad con un manejo
increíble de su cuerpo logra transmitir toda esa frustración, el miedo, la picardía y el humor
que lleva consigo. Su madre, Bernadette, a pesar de sus limitaciones, también se ve “obligado”
a hacer uso de su cuerpo dentro de ciertas secuencias, unas más arriesgadas que otra, como el
signo donde se suspende, o “vuela”, por los aires con un arnés y otra en donde se sube al
trapecio fijo. Esto a nivel escénico es muy interesante pues nos confronta en ver a través de
ambos cuerpos muy distintos la herencia de una en la otra, el paso del tiempo y el reencuentro
entre dos cuerpos que alguna vez “fueron uno”. Estos riesgos tomados en escena son riesgos
reales que para el público se convierten en señales de hasta dónde puede llegar nuestros
límites por amor al arte y a nuestros seres queridos.

Además se concreta la metáfora de cargar a la madre con un símil donde la hija literalmente
carga a su madre y la lleva hacia el trapecio donde después de realizar unas cuantas acrobacias
su madre se queda sola mientras se proyecta una grabación donde a través de postales se nos
muestra los viajes y logros de Soledad. Cabe decir que este final no cierra muy bien, debido a
que si bien la obra no está estructurada de manera clásica y no existe una acción dramática
como tal; si hay cuadros escénicos que develan ciertas situaciones y si existen momentos
climáticos en cada una. Los aproximadamente quince minutos que dura el final solo cierra con
este video y con una idea floja de reconciliación.

Por otro lado, la música, en esta obra, es un punto a favor pues logra reforzar todos los
momentos, especialmente aquellos donde no hay texto y también es ejecutada en vivo por
Bernadette a través de la guitarra y el canto en francés, donde transmite su nostalgia y su
deseo por reinventar el tiempo que le queda con su hija.

A través de ambos testimonios, muchos de ellos, en voz en off y en segunda persona, a modo
de carta, las artistas, nos manifiestan sus incertidumbres hacia la otra. Esto refuerza a todas
las secuencias físicas que existen en la obra y que hablan de los vínculos madre-hija y sobre
cómo estos se van construyendo a través del encuentro con el otro. El día en que cargué a mi
madre llega a conmover por momentos, logra mucha empatía y nos transmite muchas
imágenes, pero se alarga con diálogos que podrían haber sido más cortos sin hacer mucho uso
de la ficción, es decir, como toda obra hecha de testimonios se extrañó momentos donde las
artistas nos confiesen con mucha honestidad esos dilemas íntimos.
Fragmentos

Fragmentos, escrita y dirigida por Carlos Galiano es una obra que expone el drama de ocho
amigos limeños que se reúnen por el cumpleaños de uno de ellos. Pero poco a poco la
intolerancia, las ansias de reconocimiento, el miedo a perderlo todo, convertirá esta reunión
en un momento decisivo en la vida de cada uno de ellos.

La obra está muy bien dirigida. Nos encontramos ante un caso donde el director y dramaturgo
son la misma persona y considero que sirvió mucho esta decisión para llegar a transmitir el
mensaje desde el texto hasta la estética de la escenografía. Por tal razón, un gran mérito es
lograr que los actores transmitan esa complejidad propia de los 30 que recae en hipocresías y
banalidades. Cabe resaltar que es una puesta ligera, muy bien llevada con un buen timing para
la comedia y, también, para los momentos dramáticos.

No diría que es una propuesta original por el texto porque me hacía eco a una obra también
peruana que aborda la misma temática. Me refiero “Tus amigos nunca te harían daño” de
Santiago Roncagliolo y que posee similares conflictos. Si bien, los personajes de “Fragmentos”
son más mayores y la situación en la que se desarrollan los hechos no es para nada fuera de lo
común; la razón por la que se dio todo esto es la que me parece un tanto forzada. Fragmentos
juega con el título de su obra, pues si bien nos muestra de inicio a fin, también nos muestra
fragmentos o escenas del pasado que explican muchos de los comportamientos de los
personajes en la reunión. Al ordenar estos fragmentos y completar esta especie de
rompecabezas descubrimos que el personaje de Jely Reategui sabía que su novio lo engañaba
y por tal razón hizo toda esa reunión de cumpleaños para que se descubriera tal engaño. Es
aquí donde me veo un poco estafado pues de la mitad para adelante se hace predecible y el
conflicto principal desaparece para ver cómo continúan relacionándose los personajes.

Hay personajes que llaman mucho más la atención que la que lleva la acción, como el
personaje que hace Mayella Lloclla, Sebastián Monteghirfo y Gisela Ponce de León que realizan
destacables actuaciones. La escenografía es un plus a la obra pues junto a la utilería nos dan la
sensación de lujo, excesos, vanidad y abundancia; cuando hay una gran carencia de honestidad
y confianza. Ese contraste es muy interesante porque es algo observable que te permite seguir
la historia con mayor interés. A esto se suma también el vestuario que en este caso me parece
muy bien seleccionado, pues es un clarísimo ejemplo de cuando el vestuario de por sí brinda
información del personaje. Por último, la iluminación ayuda a ir por cada fragmento y permite
pasar a los actores fluidamente entre cada salto de tiempo.
FRAGMENTOS es una obra entretenida, actual y muy punzante por los temas que destapa. Es
una obra que nos permite vernos a nosotros mismos y que nos hace reflexionar sobre si es
mejor estar solos, estar prevenidos o revisar nuestras relaciones amorosas y amicales porque
la manera en que nos consume la “contemporaneidad” y la inmediatez puede tener graves
efectos en nuestra vida personal.
Soledad
¿Cómo así deciden hacer una obra que hable de ustedes mismas?
En realidad, creo cuando decidimos hacer, hablo por mí porque quizá en el caso de mi
mamá es distinto, yo cuando decidí hacer una obra con mi mamá no necesariamente
pensé, automáticamente, que iba ser totalmente testimonial. Yo tenía ganas, por un
lado, de trabajar con ella sencillamente. Por otro lado, trabajar con alguien de otra
generación fuera del hecho que era mi mamá porque había visto un espectáculo en
particular en Europa, que no tenía nada que ver con el tema, pero que tenía cinco
artistas de circo y había una de las artistas que en realidad no hacía circo y que era
una señora de más de sesenta años en el escenario. Me pareció increíble ver cómo
estos cuerpos distintos, entrenados y no entrenados, convivían en el escenario.
Entonces ya habíamos hablado de la posibilidad de hacer algo juntas, y me pareció
interesante poder aprovechar eso también, el hecho de que nuestros cuerpos no son
iguales y jugar con eso. Pero es verdad, que no lo pensé como una obra testimonial
desde un inicio. Pero en realidad, fue una necesidad a la hora de creación.
¿Te sentiste expuesta en el escenario?
No creo que me haya sentido expuesta, demasiado expuesta, en todo caso. Sabía que
estaba de alguna forma expuesta, pero también era el sentido de todo esto,
arriesgarse, también, en ese sentido de riesgo. Justo hablábamos hace poco de
características que tiene el circo y una de ellas es el riesgo. Siempre hay todo un tema
con esto del riesgo. En realidad, hoy en día el circo contemporáneo, no
necesariamente tiene un real riesgo físico de caerse, de morir, etc. Porque ya hay
mucho más seguridad, pero que en realidad el riesgo, o la característica del riesgo del
circo tradicional de toda la vida hoy día en el circo contemporáneo podría ser un
riesgo escénico, de no hacer lo que uno espera que uno haga, por ejemplo. Para mí,
de alguna forma, era un reto, para usar otra palabra, pero también un riesgo, un
enorme riesgo tomado. Es la primera vez en mi vida que he tenido tanto miedo de
estrenar una obra. Siempre de alguna forma te escondes, con una obra, detrás de
una historia, de un personaje, de algo que sabes que va a dar risa, no sé con un
montón de cosas, es algo normal. No había forma de esconderse. Esta obra me
potencia con todo lo que estoy viviendo afuera, también.
¿Cómo era la respuesta público? ¿Qué les decía el público al terminar cada función?
Hay gente que venía y nos decía: “Voy a regresar con mi mamá porque mi mamá
tiene que ver esto conmigo”. Y era bonito porque había una necesidad de no verlo
solos sino de compartirlo con alguien más. Tenemos ese poder al estar en el
escenario de lograr empatía, pero una empatía tal que la escena que estamos
haciendo mi mamá y yo la quieren vivir otra mamá y otra hija. Pero eso, gente que nos
conoce y gente que no nos conoce diciéndonos que los ha movido momentos de la
obra distintos en función de lo que ellos traen porque el público nunca llega “virgen” al
teatro, siempre trae vivencias. Sentía mucho agradecimiento.

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