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El tema que nos ocupa constituye uno de los argumentos cruciales del debate
cultural de nuestro tiempo. A modo de ejemplo, podemos citar dos libros publicados
recientemente en Italia. En el primero, del filósofo Orlando Franceschelli, se sostiene
que las mutaciones casuales y la selección natural supondrían la confutación de la
teología natural por parte del naturalismo darwiniano, y harían plausible el paso del
creacionismo al naturalismo1 . En el segundo, de Telmo Pievani, profesor de filosofía de
la ciencia de la Universidad de Milán-Bicocca, ya desde la portada se presenta la
siguiente proclama:
«La razón última para que el hombre viva, respete y proteja la vida del
hombre está en Dios. ¡Y el fundamento último del valor y de la dignidad del
hombre, del sentido de su vida, es el hecho de que es imagen y semejanza de
Dios!»3 .
En el tema que nos ocupa, lo primero que es necesario hacer es aclarar los
términos, pues de lo contrario corremos el riesgo de caer en confusiones y equívocos,
como a menudo sucede en los que abordan estas cuestiones. Muchas veces, en efecto,
no se distingue entre evolución y evolucionismo, por una parte, así como tampoco entre
1 Cf. O. FRANCESCHELLI , Dio e Darwin. Natura e uomo tra evoluzione e creazione, Donzelli Editore,
Roma 2005, p. 23.
2 T. PIEVANI , Creazione senza Dio, Einaudi, Torino 2006. Traducción mía.
3 JUAN PABLO II, Homilía en el atrio de la Catedral de Turín, domingo 13 de abril de 1980; cfr.
L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 20 de abril de 1980, pp. 10-11.
creación y creacionismo, por otra parte. Y si queremos ser más precisos, también hay
que evitar la confusión entre creacionismo y teología natural, como sucede en el caso
del primer autor que citamos en nuestro estudio.
Por otra parte, existen todavía muchas cuestiones abiertas, como el origen de la
vida, el origen del hombre, el influjo del ambiente, la cuestión de los caracteres
adquiridos, la “macroevolución”, las discontinuidades en los registros fósiles, las
“explosiones biológicas”, etc.
Existe una rica tradición teológica sobre el tema y la doctrina de la creación, que
sería muy amplio tratar aquí6 . Sin embargo, creo que conviene hacer notar un aspecto
que viene al caso para el tema que nos ocupa: la verdad de la creación no es sólo una
verdad de fe, es decir, de carácter sobrenatural, sino también de razón, es decir,
accesible a nuestra mente en su ejercicio natural. Tal verdad no es evidente de modo
inmediato, por lo que requiere de una demostración, pero ésta es posible, al menos en
línea de principio, aunque de hecho muchas veces no se alcance, por la defectibilidad y
el oscurecimiento de nuestra razón como una de las consecuencias del pecado original y
del estado de naturaleza caída. Estamos hablando aquí, ciertamente, en un contexto
teológico, pero nos parece bastante evidente el hecho de la precariedad y falibilidad del
entendimiento, sin caer en un derrotismo o falibilismo extremo, que no sería admisible.
La doctrina de la creación es, por tanto, una verdad no sólo religiosa (sostenida
por las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo),
sino también racional, aunque no de carácter científico, sino más bien filosófico. La
verdad de la creación es accesible también a la razón natural, sin necesidad de una
revelación sobrenatural. En efecto, se da una revelación natural de Dios a través del
mundo, como se afirma tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento :
«La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la
7 Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, c.2, DS 3004; cfr. también Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 32-38.
católicos, tanto en los Estados Unidos como en Europa. También se encuentran ideas
semejantes en algunos círculos de estudiosos judíos y musulmanes.
e) Por otra parte, está la cuestión del así llamado proyecto inteligente (“intelligent
design”), expresión un tanto ambigua, como veremos, que algunos consideran como una
versión sofisticada y actualizada del creacionismo. Sin embargo, no se identifica del
todo con éste, pues algunos de sus fautores admiten la evolución, pero no el
evolucionismo. También aquí hay que tener en cuenta que existen diversas versiones,
algunas de ellas más cercanas a las posiciones del creacionismo y otras, en cambio,
dispuestas a admitir procesos de carácter evolutivo, pero lo común de ellas consiste en
su intento de oponerse al evolucionismo, sobre todo en su negación de la existencia de
un finalismo o un proyecto en el desarrollo de los procesos naturales, sobre todo de los
biológicos.
«La quinta vía se toma del gobierno de las cosas. Vemos, en efecto, que
cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un
fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la
misma manera para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende
que no van a su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que
carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y
conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser
inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, y a éste llamamos
Dios»9 .
Sin embargo, en tal caso habría que aclarar que, aunque no tenga un carácter
propiamente científico, tampoco se trata propiamente de una doctrina religiosa, sino
más bien filosófica, y por ello se encuentra en el orden de la razón, y no en el de la fe
(en contra de la famosa sentencia del tribunal de Dover, USA, en contra de la enseñanda
del intelligent design en las escuelas).
Este argumento del orden del mundo, que en última instancia constituye el
presupuesto o la condición sine qua non de la ciencia, es tan actual y tan patente que
8 Vgr. W. S. HARRIS - J. H. CALVERT , Intelligent Design. The Scientific Alternative to Evolution , en «The
National Catholic Bioethics Quarterly» 3 (2003), pp. 531-561.
9 TOMÁS DE A QUINO, Suma de teología, I, q.2 a.3.
Albert Einstein ha aludido al mismo en diversas ocasiones, como puede verse en una
carta que escribió a su amigo Maurice Solovine:
Esta misma idea se refleja en esta otra famosa cita de Einstein: «Lo que en el
mundo hay de eternamente incomprensible, es el hecho de que sea comprensible»11 . O,
como recordaba el entonces Card. Ratzinger, «Albert Einstein dijo una vez que en las
leyes de la naturaleza ‘se manifiesta una razón tan considerable que, frente a ella,
cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es más que un pálido
reflejo’»12 .
«La razón moderna propia de las ciencias naturales […] tiene que aceptar
sencillamente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre
nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un
dato de hecho, en el que se basa su método. Pero de hecho se plantea la pregunta
sobre el porqué de este dato, y las ciencias naturales deben dejar que respondan a
ella otros niveles y otros modos de pensar, es decir, la filosofía y la teología»13 .
En todo caso, habría que tener presente que la cuestión del finalismo, tanto para
los que lo excluyen como para los que lo sostienen, no se encuentra en el orden
científico, sino en el filosófico, por lo que debe ser tratada en esa sede.
Seguramente el Card. Schönborn, que suscitó un apasionado debate al respecto a
partir del artículo publicado en el New York Times el año 200514 estaría de acuerdo con
esta tesis, como puede leerse en su artículo de la revista First Things:
10 A. EINST EIN, Lettres à Maurice Solovine, Gauthier-Villars, 1956, p. 115; citado en S.L. JAKI, Ciencia,
fe, cultura, Ed. Palabra, Madrid 1990, p. 162.
11 A. EINST EIN, en The Journal of the Franklin Institute, vol. 221, n. 3, marzo de 1936.
12 J. RAT ZINGER, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona, 1992, p. 47; cfr. A. EINST EIN, Mein Weltbild,
3. La posición de la Iglesia
a) En primer lugar, habría que aclarar por qué la Iglesia trata esta cuestión, sobre todo
para poner en claro que no se trata de una invasión de campo, como algunos sostienen.
En efecto, la Iglesia no pretende tratar cuestiones que son propiamente de carácter
científico, lo cual deja a la investigación de los especialistas. Sin embargo, la Iglesia
siente el deber y la tarea de intervenir para aclarar las consecuencias de naturaleza ética
y religiosa que algunas de estas cuestiones suscitan, ya que esto forma parte de su
misión pastoral:
«En virtud de su misión propia, la Iglesia tiene el deber de estar atenta a las
incidencias pastorales de su palabra. Conviene aclarar, ante todo, que esta palabra
debe corresponder a la verdad. Pero se trata de saber cómo tomar en consideración
un dato científico nuevo, cuando parece contradecir alguna verdad de la fe»16 .
Así lo hizo notar el mismo Papa Juan Pablo II en su famoso mensaje del 25 de
octubre de 1996 sobre el tema de la evolución:
«Me alegra el primer tema que habéis elegido, el del origen de la vida y de la
evolución, tema esencial que interesa mucho a la Iglesia, puesto que la
Revelación, por su parte, contiene enseñanzas relativas a la naturaleza y a los
orígenes del hombre».
«Tanto en el campo de la naturaleza inanimada como en el de la animada, la
evolución de la ciencia y de sus aplicaciones, plantea interrogantes nuevos. La
Iglesia podrá comprender mejor su alcance en la medida en que conozca sus
aspectos esenciales. Así, según su misión específica, podrá brindar criterios para
discernir los comportamientos morales a los que todo hombre está llamado, con
vistas a su salvación integral»17 .
plenaria, 22 de octubre de 1996; cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 de
octubre de 1996, p. 5.
«Una fe rectamente entendida sobre la creación y una enseñanza
rectamente concebida de la evolución no crean obstáculos: en efecto, la
evolución presupone la creación; la creación se encuadra en la luz de la
evolución como un hecho que se prolonga en el tiempo - como una creatio
continua - en la que Dios se hace visible a los ojos del creyente como "Creador
del cielo y de la tierra"»18 .
c) Como hemos dicho antes, la Iglesia se siente llamada a intervenir en estas cuestiones
sobre todo porque está en juego la concepción del hombre. En efecto, en el Magisterio
pontificio reciente se subraya que el hombre no existe por causalidad, sino que es fruto
de un proyecto divino, y que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Su destino
es eterno. De ahí se sigue su dignidad, libertad y responsabilidad, ya que, como se dice
en el Concilio Vaticano II, el hombre es «la única criatura en la tierra a la que Dios ha
amado por sí misma» (GS n.24)20 .
18 JUAN PABLO II. Discurso al Simposio científico internacional sobre ‘Fe cristiana y teoría de la
evolución’ celebrado en Roma, 26 de abril de 1985; cf. L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 7 de julio de 1985, p. 4.
19 J. RAT ZINGER, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 1992, p. 75.
20 Cf. JUAN PABLO II, audiencia general del 2 de enero de 1980, cuando habla de una antropología
adecuada, contraponiéndola «al reduccionismo de tipo “naturalístico”, que frecuentemente va junto con
la teoría evolucionista acerca de los comienzos del hombre».
21 COMISIÓN TEOLÓGICA INT ERNACIONAL , Comunión y servicio, nº 69. La traducción es nuestra, dado que
e) Por otra parte, con respecto a la cuestión del finalismo en los fenómenos naturales,
podemos citar algunos textos recientes que lo sostienen. Quizá el más amplio, explícito
y elocuente es el que presentamos a continuación:
«La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar
las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que suscita la
admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no
son dueños ni responsables, obliga a suponer un Espíritu que es su inventor, el
Creador.
[...] A todas estas 'indicaciones' sobre la existencia de Dios creador, algunos
oponen la fuerza del caso o de mecanismos propios de la materia. Hablar de caso
para un universo que presenta una organización tan compleja de elementos y una
finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una
explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a querer
admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que
renunciaría a pensar, a buscar una solución a sus problemas.
En conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por
comprender el universo en que vive, a orientar su mirada al Creador. Las pruebas
de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar
que la fe no mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y
le permite comprender mejor todos los 'porqués' que plantea la observación de lo
real»23 .
«Un conjunto cada vez más amplio de científicos críticos del neodarwinismo
señala en cambio las evidencias de un proyecto (por ejemplo, en las estructuras
biológicas que muestran una complejidad específica), que según ellos no puede ser
explicado en base a un proceso puramente contingente, y que ha sido ignorado o
malinterpretado por los neodarwinistas. El núcleo de este encendido debate
implica la observación científica y la generalización, en cuanto surge la pregunta
de si los datos disponibles pueden hacer inclinar a favor del proyecto o la
casualidad, y esto no puede ser resuelto por la teología.
Sin embargo, es importante notar que, según la concepción católica de la
causalidad divina, una verdadera contingencia en el orden creado no es
«Creo que las palabras de este Santo Padre del siglo IV [san Basilio
Magno] tienen una actualidad sorprendente cuando dice: «Algunos, engañados por
el ateísmo que llevaban en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni
orden, como si estuviera gobernado por la casualidad». ¡Cuántos son hoy los que
piensan así! Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es
científico pensar que todo carece de guía y de orden, como si estuviera gobernado
por la casualidad. El Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón que
duerme y nos dice: “En el inicio está la Palabra creadora. Y la Palabra creadora
que está en el inicio – la Palabra que lo ha creado todo, que ha creado este
proyecto inteligente que es el cosmos – es también amor”»26 .
24 COMISIÓN TEOLÓGICA INT ERNACIONAL , Comunión y servicio, nº 69. De nuevo la traducción al españ o l
es nuestra.
25 BENEDICT O XVI, Homilía en la Santa Misa por el inicio del pontificado , domingo 24 de abril de 2005;
cf. L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 17, 29 de abril de 2005, p. 7.
26 BENEDICT O XVI, Catequesis durante la audiencia general del miércoles, 9 de noviembre de 2005; cf.
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 45, 11 de noviembre de 2005, p. 20.
Los cristianos decimos: “Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la
tierra”, creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno,
la Razón y no la Irracionalidad»27 .
«Como muchas otras personas bien intencionadas antes que él, también
Behe ha intentado combatir una batalla de tipo filosófico usando instrumentos
científicos. El mal modo de filosofar que se encuentra en todas partes en la
ideología darwinista puede ser combatido sólo filosóficamente»29 .
Por otra parte, hay que presentar la teoría de la evolución como una teoría
científica, con los argumentos a favor, pero también reconociendo sus límites y sus
cuestiones abiertas, y no como ideología, como una especie de dogma absoluto,
definitivo, intocable e indiscutible.
27 BENEDICT O XVI, Homilía durante la santa misa en la explanada de Isling de Ratisbona ; martes 12 de
septiembre de 2006, cf. L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 38, 22 de septiembre
de 2006, pp. 9-10.
28 BENEDICT O XVI, Encuentro con los sacerdotes de las diócesis de Belluno -Feltre y Treviso, martes 24
de julio de 2007; cf. L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, nº 31, 3 de agosto de 2007,
p. 7.
29 S. L. Jaki, Intelligent Design?, Real View Books, Port Huron, MI, 2005, pp. 22-23 (traducción mía).
Para concluir, de cara al tema más general de la relación ciencia – fe, quisiera
hacer notar el hecho de que aún hoy no faltan científicos que, partiendo de una posición
escéptica, agnóstica o incluso atea, llegan después de todo a descubrir a Dios. Por
ejemplo, Francis S. Collins, director del Human Genome Project, y uno de los
científicos más importantes de nuestro tiempo, en su libro The Languaje of God30 , habla
de una evolución teísta, según la cual Dios habría creado el universo y se habría servido
de la evolución para crear al ser humano.
El caso de uno de los más grandes astrofísicos del s. XX, Fred Hoyle, es bastante
elocuente. Siendo un agnóstico declarado, no pudo menos que reconocer que sería
increíble un universo tan bien armonizado [fine-tuned] sin admitir la existencia de Dios.
Su posición de cara a la cuestión del origen de la vida es aleccionadora. En el libro que
escribió junto con Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space (1981), sostiene la
improbabilidad de que surja la vida espontáneamente desde la ‘sopa primordial’. A este
respecto, Hoyle se sirve de dos imágenes muy elocuentes: en la primera afirma que
creer que la primera célula se originó por casualidad es como creer que un tornado que
pasara por un depósito de partes de aviones pudiera producir por puro azar un Boeing
747. Asimismo, Hoyle equiparó la probabilidad de obtener por azar una sola proteína
funcional por combinación casual de aminoácidos con la solución del famoso cubo de
Rubik por parte de una multitud de hombres ciegos que llenara todos los planetas del
sistema solar tratando simultáneamente de resolverlo. La conclusión de Hoyle era
bastante lógica: «El origen del universo, como la solución del cubo de Rubik, requiere
de una inteligencia». Así, Hoyle no duda en afirmar que:
«There were two factors in particular that were decisive. One was my
growing empathy with the insight of Einstein and other noted scientists that
there had to be an Intelligence behind the integrated complexity of the physical
Universe. The second was my own insight that the integrated complexity of life
itself – which is far more complex than the physical Universe – can only be
explained in terms of an Intelligent Source. I believe that the origin of life and
reproduction simply cannot be explained from a biological standpoint despite
numerous efforts to do so»32 .
30 Cf. F.S. COLLINS, The Languaje of God: A Scientist Presents Evidence for Belief, Free Press, 2006.
31 F. HOYLE, El Universo inteligente, I, 1. Ed. Grijalbo. Barcelona, 1984.
32 Cf. entrevista a A. Flew por B. Wiker, sobre el libro de A. FLEW – R. VARGHESE , There is a God. How
the World's Most Notorious Atheist Changed His Mind , Harper Collins, New York 2007; en
http://www.tothesource.org/10_30_2007/10_30_ 2007.ht m.
Podemos concluir estas reflexiones con una célebre cita de un reconocido
astrónomo, Robert Jastrow, quien concluye a su vez su libro God and the Astronomers
con esta elocuente imagen:
33R. JAST ROW , God and the Astronomers, W.W. Norton & Company, New York 1978, p. 116; traducción
nuestra.