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Las radiaciones solares son parcialmente filtradas por las distintas capas de
la atmósfera terrestre, de tal forma que a la superficie del planeta ha venido
llegando una cantidad hasta ahora tolerable de las mismas. Sin embargo, el
progresivo deterioro de la capa de ozono, muy importante para la absorción de
ciertos tipos de radiación, está haciéndose notar, siendo cada vez mas frecuentes
los problemas de salud debidos al exceso de exposición solar.
Pero los amantes de los deportes de invierno tenemos dos problemas que
añadir a los del resto de la población: a medida que ascendemos en la montaña, la
capa de atmósfera que nos protege de las radiaciones se va haciendo más delgada
y, por otra parte, cuando todo a nuestro alrededor se viste con el blanco manto de
la nieve, su reflejo nos devuelve, multiplicada, la luminosidad solar, agravando sus
efectos nocivos.
Para la piel y mucosas tenemos que recurrir a las cremas y barras con un
factor de protección solar adecuado a nuestras características de fotosensibilidad,
sabiendo que, en principio, más vale pasarse por exceso que quedarse corto.
En cuanto a los ojos, unas buenas gafas serán la mejor inversión para
protegerlos. En materiales generalmente plásticos, con lentes en las que la
ausencia del vidrio proporciona ligereza y seguridad y con diseños que cierren el
paso a la radiación directa y a la reflejada, buscaremos modelos que nos garanticen
un filtrado del 100% de la radiación ultravioleta y una protección igualmente
elevada frente a los incómodos infrarrojos.
Disfrutemos de la bondad del sol, pero en su justa dosis.