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2. Sobre la amistad
Una sencilla tarjeta de Navidad Theresa Peterson
Ella me dijo que si quería, podía llorar Daphna Renán
En los tiempos de las cajas de cartón Eva Burke
3. Sobre la familia
Ella jamás se desesperó conmigo Sharon Whitley
Una madre incondicional Sarah]. Vogt
El cumpleaños Melissa Esposito
La carrera completa Terri Vandermark
Mi hermano mayor Lisa Gumenick
La voz de un hermano James Malinchak
Clases de béisbol Chíck Moorman
Te quiero, papá Nick Cwry líí.
De vuelta en casa jennie Garih
7. Marcando la diferencia
¿En qué consiste el éxito? Ralph Waldo Emerson
Fresco... ¡quédate en e! colegio! Jason Summey
Valor en el fragor de la acción Bill Sanders
Haz brillar tu luz Ene Allenbaugh
Valor en medio de una conflagración Barbara A. Lewis
Con un ala rota Jim Hullihan
Introducción
Querido adolescente:
Por fin, un libro para ti. Este libro está lleno de historias que te harán reír y te harán llorar.
Será como el mejor amigo, presente cuando lo necesitas, siempre dispuesto a cont arte una
historia que efectivamente te haga sentir mejor. Cuando estés solo este libro te hará
compañía, y cuando estés pensando en tu futuro te dirá: "Sí. tú puedes, no importa lo qué te
propongas". Aquí hay historias sobre sueños hechos realidad y sobre amores perdidos;
sobre la manera de superar la timidez y de sobrevivir a un suicidio. Hay historias de triunfo
e historias tan tristes que te harán llorar".
Kimberly Kírberger
PO. Box 936
Pacific Palisades, CA 90272
e-mail: Jeweis24@aol.com
1
Después de un tiempo
Después de un tiempo, aprendes la sutil diferencia entre tomar una mano y encadenar un
alma,
Y aprendes que el amor no significa recostarse y que estar acompañado no significa
seguridad,
Y comienzas a entender que los besos no son contratos
y que los regalos no son promesas,
Y comienzas a aceptar tus derrotas con la cara en alto y los ojos abiertos, con el donaire de
un adulto, y sin la pesadumbre del niño,
Y aprendes a construir todas tus carreteras sobre el hoy porque el terreno del mañana es
demasiado incierto para planificar.
Después de un tiempo aprendes que hasta el sol quema.
Si recibes demasiado.
Así que siembra tu propio jardín y decora tu propia alma, en vez de esperar a que te traigan
flores.
Y aprende que en verdad puedes resistir...
Que en verdad eres fuerte,
Y que en verdad eres valiosa.
Verónica A. Shoffstall Escrito a los 19 años de edad
Almas afines
Con frecuencia le he contado a mi hija Lauren cómo nos conocimos su padre y yo, y la
forma como se dio nuestro noviazgo. Ahora que ya cumplió dieciséis muestra cierta
preocupación, porque se da cuenta de que su alma gemela bien podría estar sentada junto a
ella en clase y hasta podría hacerle una invitación para sa lir, aunque ella todavía no está
lista para afrontar un compromiso semejante al que sus padres asumieron muchos años
antes. Yo conocí a Miguel el 9 de octubre de 1964. Nuestras tímidas miradas se
encontraron a través del patio durante una fiesta en casa de Andrea, una amiga mutua. Nos
sonreímos y terminamos ensimismados y envueltos en una conversación que nos duró toda
la noche. Él tenía doce años y yo once. Nos hicimos novios tres días después, y terminamos
al final de un mes desastroso.
Sin embargo, meses más tarde Miguel me invitó a su suntuosa fiesta de bar mitzvah y hasta
me sacó a bailar. (Años después me confesó que a pesar del ferrocarril que yo llevaba en la
boca, de mis piernas de fideo y de mi cabello rizado, él pensaba que era bella.)
Como Miguel y yo teníamos amigos mutuos y compartíamos el mismo grupo social,
nuestros caminos se cruzaron con frecuencia durante los anos siguientes. Cada ve z que yo
terminaba con un novio o alguno me rompía el corazón, mi madre me decía; "No te
preocupes, terminarás enamorada de Míguelito Leb". Yo le contestaba con un grito:
"¡Jamás! ¿Cómo puedes decir semejante cosa?". A su vez, ella me recordaba que su nombre
aparecía a menudo en mis conversaciones, y que además él era una bella persona.
Por fin me encontré cursando bachillerato, en un salón repleto de chicos buenos mozo s. Yo
estaba lista. A mí no podía importarme que Miguel comenzara a enamorar a mi mejor
amiga. Pero... ¿por qué esta situación comenzó a enloquecerme poco a poco? ¿Por qué
empezamos a entablar conversación mientras esperábamos el bus del colegio? Nunca
olvidaré sus zapatos azules, porque nadie que yo conociera tenía un par de zapatos tan
bellos. Las palabras de mi madre me mortificaban con frecuencia, pero yo me empeñaba en
borrarlas de mi mente.
Al llegar el verano que siguió a nuestro décimo año escolar, Miguel y yo habíamos
compartido más tiempo juntos — en compañía de su novia, conocida como mi mejor
amiga, y otros compañeros. Ese verano Miguel se matriculó en un programa de español en
México. Me di cuenta de que me hacía mucha falta. Cuando regresó, en agosto, me llamó y
vino a visitarme. Llegó adorable, curtido por el sol y con cierto aire mundano. No había
aprendido una palabra de español, pero se veía muy bien. El 19 de agosto de 1968, cuando
nos miramos a los ojos en la puerta de mi casa, nos dimos c uenta de que debíamos estar
junios. Desde luego teníamos que esperar hasta después del compromiso que esa noche yo
tenia con otro chico. Le dije a mi amigo que iba a comenzar una relación con Miguel, de
manera que debía regresar a casa temprano. Miguel también le dijo a su novia de ese
entonces que el momento había pasado para siempre.
Mantuvimos nuestra nueva relación en secreto hasta que pudiéramos anunciarla
orgullosamente en la próxima fiesta. Llegamos tarde, y llenos de coraje anunciamos
oficialmente a todos nuestros amigos que estábamos de novios. Nadie pareció sorprenderse.
Todos decían: "¡Al fin!".
Después del grado de bachillerato, yo me fui a la universidad. A las diez semanas pedí ser
transferida a otra universidad para estar más cerca de Miguel. Nos casamos el 18 de junio
de 1972. Yo tenía diecinueve años y Miguel veinte. Establecimos nuestro nido de amor en
las residencias universitarias para casados, mientras ambos terminábamos nuestras carreras.
Yo me gradué en pedagogía especializada mientras Miguel estudiaba medicina.
Ahora, veinticinco años después, le sonrío a nuestra bella hija Lauren y a nuestro apuesto
hijo Alex. Aunque el legado de sus padres les hace mirar las relaciones sentimentales del
bachillerato con una óptica un poco diferente, jamás tendrán que preocuparse de que sus
padres vayan a decir: "No lo tomes tan en serio, ¡eso sólo es un amor de niños!".
Fran Leb
Nunca olvidaré el primer día que vi "un sueño ambulante". Su nombre era Alejandra
Ravasini (nombre ficticio para proteger a un ser fantástico). Su sonrisa, que brillaba bajo
dos ojos resplandecientes, era eléctrica y hacía que la persona favorecida con ella
(especialmente si se trataba de un chico), se sintiera en el séptimo cielo.
Aunque su belleza física era deslumbrante, yo siempre recordaré su belleza invisible. Su
aprecio por las personas era genuino y, además, tenia el gran talento de saber escuchar. Su
sentido del humor podía iluminarle a uno el día entero, y sus sabias palabras eran
exactamente lo que uno necesitaba escuchar. Alejandra no sólo era admirada, sino también
sinceramente respetada por ambos sexos. Tenía todas las características para ser la persona
más vanidosa del planeta y, sin embargo, era en extremo humilde.
Sobra decir que ella era el sueño de todos los mucha chos. Y en especial el mío. Una vez
tuve la oportunidad de acompañarla hasta su clase, y en otra ocasión pude a lmorzar con ella
a solas. Me sentía el dueño del mundo.
Yo me decía: "Si llegara a tener una novia como Alejandra Ravasini, jamás volvería a mirar
a otra mujer". Pero llegué a la conclusión de que una persona tan sobresaliente ya tenía que
estar saliendo con algún tipo mucho mejor que yo. Aunque era el presidente del consejo
estudiantil, daba por hecho que no tenía la más leve posibilidad de conquistar a Alejandra.
De modo que el día del grado le dije adiós a mi primer amor.
Un año después me encontré con su mejor amiga en un centro comercial y almorzamos
juntos. Con un nudo en la garganta, le pregunté por Alejandra.
"Pues al fin pudo reponerse de su amor por tí" , fue la respuesta.
"¿De qué hablas?", inquirí. "Tú fuiste demasiado cruel con ella. La ilusionaste,
acompañándola a clase a cada rato y haciéndole pensar que te interesaba. ¿Te acuerdas de
la vez que almorzaste con ella? Pues la tuviste sentada junto al teléfono todo el fin de
semana. Ella estaba segura de que la ibas a llamar para invitarla a salir".
Temía tanto su rechazo que nunca me atreví a manifestarle mis sentimientos. Supongamos
que la hubiera invitado a salir y me hubiera dicho que no. ¿Qué sería lo peor que me habría
sucedido? Pues que no hubiera salido con ella. ¿Y adivinen qué? ¡DE TODAS FORMAS
NO TENÍA CITA CON ELLA! Lo que me hace sentir peor es que probablemente sí
hubiera podido concertar una cita, si al menos lo hubiera intentado.
Jack Schlatter
Yo era una adolescente muy tímida, y tamb ién lo era mi primer novio. Cursábamos el
bachillerato en una ciudad pequeña, y llevábamos seis meses de novios. El noviazgo
consistía sobre todo en tener las manos húmedas de tanto tomárnoslas, realmente ver
películas en vez de besuquearnos, y hablar beberías- En muchas ocasiones estuvimos a
punto de besamos —ambos teníamos unas ganas tremendas de hacerlo— pero ninguno
tenía el valor de tomarla iniciativa.
Por fin él decidió lanzarse al ruedo un buen día, mientras estábamos sentados en el sofá de
la sala de mi casa. Cuando decidió arrimarse estábamos hablando del calor que hacía (¡en
serio!). Como me tapé la cara con un cojín para bloquear el avance, ¡él terminó besando un
pedazo de tela floreada!
Yo deseaba mucho ser besada, pero estaba demasiado nerviosa para dejar que él se
acercara. De modo que me corrí hacia el otro extremo del sofá y él siguió mí ejemplo.
Luego nos pusimos a hablar de la película, y él hizo su segunda intentona. Lo volví a
bloquear.
Llegué al final del sofá. Él también. Volvimos a entablar conversación. Cuando hizo su
tercera intentona... me levanté. Parecía tener resortes en las piernas. Me fui al portón de
entrada, me recosté contra la pared, crucé los brazos y le dije con impaciencia: "Bueno, ¿al
fin me vas a besar, o no?".
"¡Claro!", contestó. Así que me paré derechita, cerré los ojos, fruncí los labios, y levanté el
rostro. Esperé... y me quedé esperando. (¿Por qué no me besaba?) Abrí los ojos; en ese
momento se me venia encima. Sonreí.
¡ME BESÓ LOS DIENTES!
Pude haberme muerto.
Él se fue.
Muchas veces me pregunté si él le habría contado a sus amigos acerca de nuestro
infortunado encuentro romántico. Como yo era extremada y dolorosamente tímida, terminé
escondiéndome durante los siguientes dos años, lo que dio por resultado que no volviera a
salir con ningún muchacho durante el resto del bachillerato. De hecho, si llegaba a verlo a
él o a cualquier otro chico buen mozo mientras caminaba por los pasillos del co legio, me
escondía en el primer salón que encontraba, hasta que hubiera pasado. ¡Y eso que los
conocía a todos desde el jardín infantil!
En mí primer año de universidad decidí dejar de lado la timidez de una vez por todas.
Deseaba aprender a besar con desenvolvimiento y donaire. Lo logré.
En la primavera regresé a casa. Decidí concurrir al café bar que estaba de moda, y al entrar
me encontré ni más ni menos que con mi antiguo amigo del beso en los d ientes, sentado en
una de las butacas del bar. Me acerqué a él y le di una palmadita en el hombro. Sin remilgo
alguno, lo tomé entre mis brazos, lo recosté sobre el espaldar de la butaca y le di un
apasionado beso. Enderecé la butaca y lo miré victoriosamente a los ojos, diciéndole al
mismo tiempo: "¿Y qué opinas de eso?".
Él se limitó a señalar a la mujer que estaba a su lado:
"Juana María, te presento a mi esposa", dijo.
Mary Jane West-Delgado
Cambios en la vida
Tenía dieciséis años y estudiaba bachillerato cuando me sucedió lo peor que podría
imaginarme: mis padres decidieron trasladar nuestro hogar de Texas al estado de Atizona.
Antes de comenzar en mi nuevo colegio, tuve exactamente dos semanas para liquidar todos
mis "asuntos" y colaborar en la mudanza. Dejé atrás a mi primer novio y a mi mejor amiga
y traté de comenzar una nueva vida. Anuncié a voz en cuello que no quería vivir en Arizona
y que estaría de regreso en Texas tan pronto como pudiera. Al llegar a Arizona le advertí a
todo el mundo, sin remilgo alguno, que mi novio y mi mejor amiga me aguardaban en
Texas. Estaba empeñada en mantener las distancias. Después de todo, yo sólo estaba de
paso.
Durante el primer día de colegio me deprimí muchísimo. Solamente podía pensar en mis
amigos texanos, y soñar que pronto estaría con ellos. Durante algún tiempo pensé que mi
vida había llegado a su fin. Sin embargo, con el paso del tiempo las cosas mejoraron un
poco.
Lo vi por primera vez durante una clase de contabilidad, en el segundo período de la
mañana. Era alto, fornido, buen mozo y dueño de los ojos azules más bellos que jamás
había visto. Estaba sentado tres asientos de por medio, en la misma fila que yo, al frente de
la clase. Como no tenía nada que perder, decidí dirigirle la palabra.
"Hola, mi nombre es Eleonora. ¿Cómo te llamas?" , le pregunté con un acento
marcadamente texano.
El muchacho junto a mí pensó que me estaba dirigiendo a él.
"Miguel", me contestó.
"Hola Miguel", le respondí dándole gusto. "¿Cómo te llamas tú?", pregunté una vez más,
concentrando mi atención en el joven de los ojos azules.
Él miró hacia atrás, convencido de que yo le hablaba a otro. "Gerardo", me respondió en
voz baja.
"Hola", le dije sonriendo, y proseguí con mí trabajo.
Gerardo y yo nos hicimos amigos. Nos encantaba charlar en clase. Él era deportista y yo
miembro de la banda de música. Una inveterada costumbre del bachillerato hacía imposible
toda relación social entre deportistas y músicos. Nuestros caminos se cruzaban
ocasionalmente, durante el desarrollo de nuestras diversas actividades escolares. Pero en
términos generales, nuestra amistad se limitaba al entorno de las cuatro paredes de nuestra
clase de contabilidad.
Gerardo se graduó ese mismo año y durante un tiempo nuestra vidas tomaron diferentes
rumbos. Hasta que cierto día me visitó en el almacén donde yo trabajaba, en un centro
comercial. Me alegró mucho volver a verlo. Siguió visitándome durante mis descansos y
así retomamos nuestras conversaciones. Las presiones de sus compañeros de deporte
disminuyeron sustancialmente y en consecuencia nos convertimos en muy buenos amigos.
La relación con mi novio de Texas se volvió menos importante. Como mi amistad con
Gerardo florecía, esta relación comenzó a reemplazar la que tenía con mi novio.
Había transcurrido un año desde que nos mudamos de Texas y comenzaba a sentirme como
en casa en Arizona. Gerardo fue mi edecán durante nuestro baile de gradua ción. Salimos
con dos de sus amigos deportistas y sus novias. La noche del baile de gala cambió nuestra
relación para siempre, porque al ser aceptada por sus amigos,
Gerardo se sintió más a gusto. Nuestra relación por fin se hizo púb lica.
Gerardo fue alguien muy especial durante un período sumamente difícil de mi vida. Con el
pasar del tiempo, nuestra relación se convirtió en un amor grandioso. Recién ahora entiendo
que mis padres no trasladaron nuestra familia a Arizona para herir mis sentimientos, aunque
a veces así me lo pareciese. Ahora creo firmemente que la forma como se dan las cosas
tiene su razón de ser, pues de no habernos mudado jamás habría conocido al hombre de mis
sueños.
Sheila K. Reyman
2
SOBRE LA AMISTAD
Algunas personas entran en nuestra vida para desaparecer rápidamente. Otras se quedan
algún tiempo y dejan sus huellas sobre nuestro corazón. Y después. Jamás volvemos a ser
los mismos.
FUENTE DESCONOCIDA
Se requiere de mucho entendimiento, tiempo y confianza para entablar una amistad con
alguien. Al llegar a una época de mi vida colmada de incertidumbre, mis amigos son mi
posesión más valiosa.
ERYNN MILLER, 18 años
Anoche la vi por primera vez en muchos años. Parecía desdichada. Se hab ía teñido e!
cabello para esconder su verdadero color, de la misma forma que su aspecto descuidado
escondía una infelicidad profunda- Necesitaba conversar de modo que nos fuimos a
caminar. Mientras yo pensaba en el futuro y en los formularios de admisión a diversas
universidades que me habían llegado recientemente, ella pensaba en el pasado y en el hogar
recién abandonado. Me contó sobre su enamorado y yo percibí una relación dependiente
con un hombre dominante- Me contó que consumía drogas y yo deduje que ese consumo
era una vía de escape. Me habló de sus metas y yo vi que sus sueños eran poco realistas.
Me dijo que necesitaba una amiga y yo me llené de esperanza, pues al menos eso le podía
dar.
Nos habíamos conocido en segundo de primaria, A ella le faltaba un diente, a mí me hacían
falta mis amigos. Yo acababa de atravesar todo el continente para encontrarme en la
inhóspita puerta de mi nuevo colegio, con unas caras frías y bur lonas y unos columpios
metálicos igualmente fríos. Le pedí prestado su cuento de Archi, aunque poco me gustaban
los cuentos. Ella me lo prestó aunque poco !e gustaba compartir. Tal vez ambas
buscábamos una sonrisa- Y la encontramos. También hallamos con quién bromear hasta la
madrugada, con quién sorber chocolate caliente en los fríos días de invierno cuando
suspendían el colegio y nos sentábamos juntas frente al ventanal, para ver caer
incesantemente la nieve.
Un buen día de verano, mientras nos bañábamos en la piscina, me picó una abeja. Ella me
tomó de la mano y me dijo que no me dejaría sola, y que si quería, podía llorar. Y yo
comencé a llorar.
En otoño amontonábamos hojas y nos turnábamos para saltar sin temor alguno, pues
sabíamos que el multicolor colchón amortiguaba nuestras caídas.
Sólo que ahora ella se había caído sin que hubiese alguien para sostenerla. No habíamos
hablado en meses, no nos habíamos visto en años. Yo me trasladé a California, y ella se
había ido de la casa. Nuestras experiencias, ' que se fueron dando a cientos de kilómetros de
distancia, habían hecho que nuestros corazones se apartaran a más distancia que la que nos
había separado. Sus palabras me alejaban de ella, pero en sus palabras percibía sus anhe los.
Ella necesitaba apoyo en su búsqueda para renovar fuerzas e iniciar de nuevo su vida. Ella,
ahora más que nunca, necesitaba de mi amistad. De modo que la tomé de la mano y le dije
que no la dejaría sola, y que si quería, podía llorar. Y así lo hizo.
Daphna Renán
¡Disfruta! Éstos son los viejos tiempos que vas a extrañar en los años venideros.
ANÓNIMO
Na Na Na
Nuestra caja está súper bien
Na Na Na
(Y nosotros también!
De acuerdo, era una canción muy breve, pero también era bella. Y estoy segura de que
conmovía el corazón de todos los que tuvieron la buena fortuna de escucharla.
En otra ocasión llegó el momento de tomar decisiones. "Vamos a Zo en nuestra caja" dije
yo.
"¿Adonde?" preguntaron al unísono Nicolás y Cristóbal, mirándome fulminantemente.
"Adonde ir y adonde no ir, he ahí la pregunta", repliqué.
Nicolás dijo que yo hablaba sandeces, y yo contesté que realmente lodo era muy sencillo, y
que ellos tan sólo tenían que aprender a pensar al revés. Ante semejante aseveración,
Cristóbal y Nicolás estuvieron de acuerdo en que yo estaba hablando sandeces.
"Zo es Oz al revés", grité yo, pues sabía que ellos tenían mucho más sentido común del que
mostraban.
Cristóbal me miró y después miró la caja, mientras analizaba mi brillante idea. Yo comencé
a pensar que ellos estaban gravemente enfermos, pues ya debían saber, a la luz de nuestras
pasadas experiencias, que las cajas, y en especial ésta, nos podían llevar al lugar que
quisiéramos, y que podíamos ser o hacer lo que deseáramos gracias al poder omnipotente
de la caja para refrigeradores.
"Eva tiene toda la razón" dijo Cristóbal. "Jamás hemos hecho algo al revés, de modo que
ésta será nuestra primera vez. Claro que podemos ir a cualquier parte al revés, no solamente
a Zo".
En ese preciso momento de nuestra vida infantil nos dimos cuenta de que estábamos a
punto de pasar a la historia. El mundo entero hablaría de "los tres chicos encajados al
revés". Desde luego, otros chicos intentarían igualar nuestra hazaña, pero jamás lo lograrían
porque su imaginación era inferior a la nuestra.
Declaramos solemnemente que nuestra caja sería una máquina del tiempo. Juramos sobre
helados de chocolate que esta idea "al revesada" haría carrera y perduraría en el tiempo, por
lo menos hasta la llegada de la próxima caja. Quedaba sobrentendido que quien faltara al
juramento hecho sobre un helado de chocolate, sin duda era un inmoral.
Después de viajar hacía atrás durante unos años, nos encontramos ante un dilema.
Estábamos visitando a un cantante llamado Elvis, que deseaba saber cómo habíamos
llegado hasta Graceland, su casa. Le contamos acerca de nuestra máquina del tiempo, de la
idea al revesada, del ¡juramento sobre los helados de chocolate, y de nuestra entrada a la
historia. Elvis, maravillado, nos dijo que en verdad éramos unos chicos increíbles. pero...
"Pero ¿qué?", le preguntamos. Pues que él deseaba , saber cómo regresaríamos a casa, si
sólo podíamos viajar hacia atrás.
A lo largo de todas nuestras aventuras jamás nos habíamos encontrado en semejante
encrucijada. Tampoco habíamos violado nuestra palabra, empeñada sobre un helado de
chocolate. Nos encontrábamos, como se dice, en un callejón sin salida, Pero no nos
podíamos rendir. La vida siempre tenía sus altibajos, y éste era uno de esos grandes "bajos"
que requeriría de una larga : noche de meditación. Por fortuna, nuestros padres impidieron
que pasáramos la noche en nuestro imaginativo juego.
De repente mi madre nos llamó desde la puerta trasera, sacándonos de nuestro mundo de
ensueño para aterrizarnos sin miramientos en nuestro patio trasero. N icolás y Cristóbal
debían regresar a su casa. Hicimos planes: nos encontraríamos a las ocho de la mañana
siguiente para debatir las soluciones al desastre que se cernía sobre nuestras cabezas.
Mientras yo daba los tres pasos para entrar en mi casa, ambos hermanos arrancaron a correr
las tres cuadras hasta su casa. No había tiempo que . perder. Tan sólo teníamos hasta el
amanecer para regresar nuevamente a la realidad de nuestro imaginario mundo.
A las 7:33 de la mañana el timbre del teléfono rompió el silencio de nuestra casa, y yo me
deslicé de la cama con la tremenda resaca que me produjo pensar tanto. Al contestar el
teléfono, Nicolás quiso saber si yo había cubierto la caja con un plástico, como era nuestro
deber, para protegerla de la lluvia. Cuando me asomé a la ventana, comprobé que la noche
anterior había llovido copiosamente. Con profunda tristeza le dije que no, pero que como la
responsabilidad era de todos, la culpa no podía ser sólo mía.
Nicolás y Cristóbal llegaron, y entonces el silencio reemp lazó nuestras usuales bromas.
Sólo habíamos tenido la caja por un día. Ahora nos encontrábamos en el mundo real —
nuestra caja había muerto.
El cartón, empapado por el agua, no podía quedarse en el patio hasta pudrirse. Había sido
una buena caja y merecía respeto, así que la arrastramos hasta la calle lateral por donde
pasaba el camión de la basura. El día anterior la salvamos de una muerte prematura; ahora
le había llegado su hora final. Aunque fue una muerte natural, se habría podido evitar. Esta
realidad seria un peso que cargaríamos durante toda nuestra infancia.
Los tres nos sentamos junto a la caja para estar con ella cuando llegara el camión de la
basura. Hasta nos inventamos una canción mortuoria, que cantamos a todo pulmón cuando
el camión se llevó la caja- Nadie habría podido poner tanto sentimiento en una canción
como lo hicimos nosotros aquel día. Aunque estábamos de luto por nuestra caja, también
sabíamos que teníamos que seguir adelante. Debíamos encontrar otra caja para poder
construir con ella otro mundo imaginario.
Recuerdo con nostalgia esa época de las cajas de cartón. Sin embargo, de la misma forma
como nos tocó afrontar el mundo real después del fallecimiento de nuestra caja, yo tuve que
crecer. Pero la imaginación de la niñez siempre será parte de mí ser. Siempre creeré en las
cajas de cartón.
Eva Burke
3
SOBRE LA FAMILIA
La familia —ese querido pulpo de cuyos tentáculos jamás podemos escapar totalmente y
del que, en el fondo de nuestro corazón, en realidad tampoco deseamos escapar.
DODIE SMITH
Ronca de tanto gritar, yo pataleaba como enloquecida tirada sobre el piso, por la sencilla
razón de que mi madre adoptiva me había pedido que guardara los juguetes.
"Te odio", le dije dando alaridos. Tenía seis años y no podía comprender por qué me sentía
tan iracunda la mayor parte del tiempo.
Desde los dos años había vivido con padres adoptivos. MÍ verdadera madre no estaba en
capacidad de damos, a mis cinco hermanas y a mí, e! cuidado que merecíamos. Como no
teníamos padre ni parientes que quisieran hacerse cargo de nosotros, nos habían conseguido
diversos padres adoptivos. Yo me sentía muy sola y confundida. No sabía cómo hablar con
los demás acerca del dolor que me carcomía por dentro. Los berrinches eran la única forma
de expresar mis sentimientos.
Mi errático comportamiento tuvo como consecuencia que mi madre adoptiva de ese
momento me devolviera al centro de adopciones, de la misma forma como lo habían hecho
todas mis madres adoptivas anteriores. Me consideraba la niña menos digna de cariño del
mundo entero.
En ese entonces conocí a Kate McCann. Cuando ella vino de visita, yo tenía siete años y
estaba vi viendo con mi tercera familia adoptiva. Mi madre adoptiva me contó que Kate era
soltera y que quería adoptar un niño; pensé que no me escogería a mí. No podía
imaginarme que alguien quisiese vivir conmigo para siempre.
Aquel día Kate me llevó a un cultivo de sandías. Nos divertimos juntas, pero no esperaba
volver a verla.
Unos días después, una trabajadora social vino a casa para informar que Kate quería
adoptarme. De inmediato me preguntó si yo tenía algún inconveniente en vivir sólo con una
mamá, sin papá.
"A mí sólo me interesa que me quieran", contesté.
Kate vino de visita al día siguiente. Me explicó que los trámites de adopción se demorarían
casi un año, pero que pronto me podría ir a vivir con ella. Yo estaba ilusionada, pero al
mismo tiempo asustada. Kate y yo éramos totalmente extrañas la una para la otra, y me
preguntaba si cambiaría de parecer cuando tuviera la oportunidad de conocerme.
Kate presintió mis temores. "Sé que has sufrido mucho" me dijo mientras me abrazaba.
"Comprendo que tengas miedo, pero te prometo que jamás te echaré de nuestro hogar.
Desde ahora en adelante, tú y yo somos una familia".
Me sorprendí al ver sus ojos llenos de lágrimas. En ese momento me di cuenta de que ella,
al igual que yo, sufría de soledad.
Reconozco que fui un desastre como quinceañera. Desde luego, no era la quinceañerita de!
montón, consentida, incapaz de mantener su habitación presentable y con actitud rebelde.
No, yo fui un monstruo manipulador, mentiroso y con lengua viperina, que aceleradamente
se dio cuenta de que las cosas se podían amoldar a su voluntad mediante unos pequeños
ajustes. Ni el más imaginativo de los guionistas de telenovelas hubiera podido crear jamás
una peor "arpía" que yo. Todo me salía a las mil maravillas con sólo unos cuantos comenta-
rios desagradables aquí, un par de mentiras allá, y tal vez una mirada iracunda para
redondear la actuación. O por lo menos así lo creía.
En términos generales, y en apariencia, yo era una buena chica. Una niña retozona, de nariz
respingada, aficionada a los deportes en forma muy competitiva (un giro literario para
describir a una chica agresiva y exigente). Me imagino que ésta fue la razón por la cual la
mayoría de la gente me permitió darme el lujo de "salirme con la mía", utilizando lo que
hoy denomino "táctica de comportamiento de tractomula", o sea una total indiferencia por
los sentimientos y valores de los demás. Así fue por lo me nos durante algún tiempo.
Como yo era lo suficientemente perceptiva para doble gar a ciertas personas a mi voluntad,
no puedo sino asombrarme al pensar lo mucho que me demoré en darme cuenta del daño
que le estaba causando a los demás. No sólo logré espantar a muchos de mis mejores
amigos; también tuve gran éxito en sabotear la situación más preciosa de mi vida: la
relación con mi madre.
Hoy, diez años después de mi "reencarnación", cada vez que escudriño mi comportamiento
pasado en mi memoria, no dejo de abismarme. Comentarios hirientes que repartía cual
latigazos sobre las personas que más quería. Actos colmados de furia y confusión que
parecían dominar toda mi vida, encaminados a garantizar el cumplimiento de mi santa
voluntad.
Mi madre, quien había dado a luz a los treinta y ocho años en contra de la voluntad del
médico familiar, me decía con una tremenda pesadumbre: "¡Por favor no me ahuyentes!
¡Te he esperado tanto tiempo! ¡Yo sólo deseo ayudarte!".
Asumiendo un semblante de estatua de piedra, yo le contestaba: "¡Nunca te solicité; jamás
te he pedido que te preocupes por mí. Olvídate de mí y déjame tranquila!".
Mi madre comenzó a pensar que yo hablaba en serio. Mi comportamiento así lo indicaba.
Para conseguir a toda costa lo que quería, me volví desconsiderada y manipuladora. Al
igual que tantas chicas jóvenes, sólo bastaba que algún muchacho fuera mal visto y díscolo
para que de inmediato yo quisiera salir con él. Me ausentaba de la casa a cualquier hora del
día o de la noche, para demostrarle al mundo que a mí nadie me detenía. Me volví una
malabarista de mentiras complejas, que cual bombas de tiempo siempre estaban a punto de
explotarme en la cara. De manera permanente buscaba formas de llamar la atención, a la
vez que procuraba volverme invisible.
Desearía poder decir, irónicamente, que era una droga-dicta consumada, que tomaba
pastillas causantes de desequilibrios mentales y que fumaba sustancias que alteraban la
personalidad. Así podría explicar la razón de las terribles palabras corto punzantes que cual
cuchillos salían de mi boca- Pero no se trataba de eso Mi única adicción era el odio; mí
único estimulante era inflingir dolor.
Con frecuencia me preguntaba, ¿por qué? ¿Cuál era la necesidad de herir a otros, y sobre
todo a aquellos que más quería? ¿Había alguna razón valedera para decir tantas mentiras?
¿Qué me impulsaba a atacar a mi madre? Hasta que, un buen d ía, el castillo de naipes se
derrumbó en un demencia! intento de suicidio.
Después de un intento fallido y poco convincente de lanzarme desde un automóvil que se
desplazaba a 120 kilómetros por hora, algo se destacaba todavía más que mis tenis s in
cordones. Despierta, en el lecho de la habitación de mi "refugio veraniego" (nombre que le
puse al hospital), llegué al convencimiento de que no que ría morir.
Además, estaba segura de que no quería seguir causándole daño a los demás buscando
encubrir lo que verdaderamente quería esconder: el odio que me tenía a mí misma. Ese odio
que yo había desencadenado sobre los demás.
Por primera vez en muchos años pude observar la cara angustiada de mi madre. Sus
cansados ojos color castaño sólo reflejaban agradecimiento por esta nueva oportuni dad que
se le brindaba a su hija bien amada, que había traído al mundo a los treinta y ocho a ños.
Éste era mi primer encuentro con un amor incondicional. Una experiencia emocional
poderosísima. A pesar de todas las mentiras, ella me seguía queriendo. Una tarde lloré
sobre su regazo durante horas, y entre sollozos le pregunté por qué me seguía queriendo a
pesar de todas las maldades que había padecido. Mirándome a la cara mientras me quitaba
el cabello de los ojos, contestó: "En realidad, no lo sé".
En medio de las lágrimas, una sonrisa bondadosa inundó su arrugado rostro dándome a
entender todo lo que necesitaba saber. Yo era su hija, pero por encima de eso, ella era mi
madre- No todos los hijos descarriados son tan afortunados. No todas las madres pueden
seguir amándonos incondicionalmente, resistiendo que se las empuje hasta los límites de
toda tolerancia, como yo lo había hecho de manera constante con la mía.
El amor incondicional es el más preciado regalo que podemos obsequiar. Ser perdonados
por nuestras transgresiones pasadas es la más preciosa dádiva que podemos recibir. No me
atrevo a pensar que no es posible recibir esta manifestación de verdadero amor más de una
vez en la vida.
Yo he tenido esta suerte. No me cabe duda. Quisiera hacer extensivo este obsequio que mi
madre me dio, a todos los "quinceañeros descarriados y confundidos" que andan por el
mundo.
No tiene nada de malo sentir dolor, necesitar ayuda, sentir amor: simplemente siéntelo, sin
esconderle- Quítate el cubre lecho protector, no te escondas detrás de una rígida pared o
una máscara sofocante, y así podrás aspirar el perfume de la vida.
Sarah J. Vogt
El cumpleaños
Sentada junto a la ventana mientras recibía el cálido sol de junio sobre un brazo, tuve que
hacer un esfuerzo para obligarme a recordar dónde estaba. Era difícil imaginar que tras esos
estéticos gabinetes de caoba se escondía toda una variedad de equipo médico, o que en un
abrir y cerrar de ojos las láminas del cielo raso podían desplazarse para dejar al descubierto
una batería de lámparas de cirugía. Salvo la evidencia de algunos instrumentos quirúrgicos
y la unidad intravenosa junto a la cama, el lugar casi no parecía una habitación de hospital.
Mientras observaba el amoblamiento del aposento y el papel de colgadura, la memoria hizo
su peregrinar a la época, más bien reciente, cuando toda esta aventura se inició.
Todo comenzó un frío día de octubre. Nuestro equipo de hockey acababa de vencer al
Saratoga por 2 a 1. Emocionada y rendida, me dejé caer en un asiento de nuestro automóvil.
Mientras salíamos del colegio mi madre comentó que esa tarde había tenido una c ita
médica. "¿Qué te pasa?", inquirí, mientras temerosa, hacía un inventario de todos los
posibles padecimientos que podrían aquejar a mí madre.
"Pues...". Este titubeo me puso todavía más alerta. "Estoy embarazada".
"¿Estás qué?", pregunté.
"Embarazada", volvió a repetir.
Sobra decir que me quedé muda de sorpresa. Atornillada en mi asiento, lo único que se me
ocurría pensar era que esta clase de cosas no le suceden a los padres cuando uno está
cursando el último año de bachillerato- Y fue en ese momento cuando comprendí en forma
fulminante que muy pronto tendría que compartir a mi madre. Compartir la madre que
durante 16 años sólo había sido mía. Se desbordó un enorme resentimiento hacia esa
criatura que estaba anidada en las entrañas de mi madre. Yo jamás había deseado que ella
tuviera otro bebé cuando se volvió a casar. Desde luego que mí sentimiento era muy
egoísta, pero en lo referente a mi madre no deseaba compartirla en lo más mínimo.
Al ver la conmoción y la emoción que le produjo a mi padrastro la noticia de que pronto
sería padre por primera vez, no pude sino contagiarme. Me era casi imposible aguantar el
deseo de contárselo a todo el mundo, y ¡mi emoción se notaba a leguas de distancia! Pero
por dentro procuraba manejar mi desasosiego y temor.
Mis padres me involucraron en todos las preparativos, desde la decoración de la habitac ión
hasta la selección del nombre, la asistencia a clases de adiestramiento para el parto, y hasta
en la decisión de permitirme estar en la sala de partos cuando nac iera el bebé, Pero a pesar
de toda la felicidad y emoción que el embarazo de mi madre trajo a nuestra casa, me era
difícil escuchar a los amigos y parientes hablar permanentemente de la nueva adición a la
familia. Temía ser relegada a un segundo plano cuando llegara mi nuevo hermanito. En
ciertas ocasiones, a solas, el resentimiento hacia ese pequeñín que me privaría de lo que era
mío sobrepasaba la felicidad que su llegada me auguraba.
Sentada en la sala de partos ese 17 de junio, sabiendo que el bebé estaba por llegar, todas
mis inseguridades estaban a flor de piel- ¿Cómo sería mi vida de aquí en adelante? ¿Me
convertiría en una niñera permanente? ¿De qué me tendría que privar en un futuro
próximo? Pero ante todo, ¿perdería a mi madre para siempre? El tiempo para cavilar sobre
estos temas se esfumaba. El bebé estaba en camino. Estar allí, en la sala de parto,
acompañando a mi madre, fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida, pues
el nacimiento verdaderamente es un milagro- Cuando el médico anunció que tenía una
hermanita, me deshice en lágrimas.
Todas mis inseguridades y temores se han desvanecido con la ayuda de una familia
cariñosa y comprensiva. Es difícil explicar ese sentimiento tan especial que llena mi
corazón al tener a un ser tan pequeñito que me acompaña mientras espero el bus del
colegio, y que se despide de mí agitando su pequeña mano, mientras mamá la sostiene junto
a la ventana. Es maravilloso no tener tiempo ni para quitarme el abrigo cuando llego del
colegio, pues ya estoy sintiendo el jaloneo de su manita invitándome a jugar.
Ahora comprendo que en mi hogar hay suficiente amor para Emma. Mi resentimiento por
lo que ella supuestamente me iba a quitar, se ha desvanecido al percatarme de que nada me
ha quitado y que, por el contrario, ha traído muchas cosas bellas a mi vida- Jamás pensé
que podía llegar a querer a un bebé de esta forma, y por nada en el mundo cambiaría el
placer que me produce ser su hermana mayor.
Melissa Esposito
La carrera completa
El 18 de junio fui a ver a mi hermanito menor jugar al béisbol, como de costumbre. A la
sazón, Carlitos tenía doce años y llevaba jugando unos dos años. Cuando me di cuenta de
que se preparaba para salir a batear, decidí acercarme y darle algunos consejos. Pero a l
llegar tan sólo le dije, "Te quiero".
Él, a su vez, me contestó: "¿Eso quiere decir que deseas que yo haga una carrera
completa?". , Sonreí y le dije: "Haz lo mejor que puedas".
Al acercarse al plato, observé que lo rodeaba una cierta aureola- Se veía seguro y confiado
de lo que se proponía hacer. Le bastó un solo golpe, y el hombre logró hacer su primera
carrera completa. Los ojos le brillaban y el rostro se le iluminó, mientras sonriente y
orgulloso corría de base en base. Pero lo que más me llegó al alma sucedió cuando regresó
al cobertizo de espera. Me buscó con la vista y, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo:
"Yo también te quiero mucho".
No recuerdo si su equipo ganó o perdió el partido, cosa sin ninguna importancia en ese
veraniego día tan especial del mes de junio.
Terri Vandermark
Mi hermano mayor
Primero decide lo que quieres ser, y luego haz lo que tienes que hacer.
EPICTETUS
Jamás pensé que la ausencia de medias sucias y música a todo volumen me haría sentir tan
triste. Pero resulta que tengo catorce años y mi hermano se fue de casa para ingresar a la
universidad, y me hace mucha falta. Tenemos una afinidad inusual entre hermanos, pero no
cabe duda de que él es un personaje poco usual. Por supuesto, es un tipo cariñoso e
inteligente y además todas mis amigas dicen que es hermoso y cosas por el estilo. Pero lo
que más me enorgullece de él es su interés por los demás, su manera de manejar las cosas y
de tratar a sus amigos y familiares. Así quisiera ser yo. Permítanme explicarles lo que
quiero decir....
Se inscribió en catorce universidades. Lo aceptaron en todas, excepto en la que él quería, la
Universidad de Brown. Así que se fue a la segunda que escogió, donde tuvo un año sin
novedades. Al llegar de vacaciones ese verano nos informó que tenía un plan. Consistía en
hacer lo que fuera necesario para lograr su ingreso a la universidad de Brown. Quería saber
si contaba con nuestro apoyo.
Decidió trasladarse al estado de Rhode Island para estar cerca de esa universidad.
Conseguiría un empleo y haría todo lo posible para hacerse conocer en el vecindario.
Trabajaría de sol a sol, nos dijo, para sobresalir en todo. Alguien se percataría de su
esfuerzo, de eso estaba seguro. Ésta era una decisión magna para mis padres, pues
implicaba que mi hermano se retiraría de la universidad durante un año, lo cual les
preocupaba mucho. Pero le dieron su confianza y lo apoyaron para que lograra convertir su
sueño en realidad,
En poco tiempo logró ser contratado, asómbrense, por la Universidad de Brown para
producirles sus obras de teatro. Se le había presentado la oportunidad de destacarse, y eso
hizo. No había oficio grande o pequeño al que no se le midiera. Puso todo su empeño en e l
trabajo a su cuidado. Conoció a los profesores y administradores universitarios, y hablaba
con todo el mundo acerca de su sueño, sin el menor remilgo, para decirles qué era lo que
deseaba.
Sobra decir que al final del año, cuando volvió a solicitar ingreso a Brown, fue aceptado.
Todos estábamos de pláceme, pero para mí la felicidad era especialmente profunda. Mi
hermano me había inculcado una enseñanza muy importante; algo que jamás habría
aprendido a base de palabras, pues era una enseñanza que entraba por los ojos. Si trabajo
con ahínco por lo que quiero, y sigo insistiendo después de que me hayan cerrado la puerta
en la cara, mis sueños también pueden volverse realidad. Éste es un regalo que todavía
llevo en mi corazón. Mi hermano me enseñó a confiar en la vida.
Hace poco fui a Rhode Island sola, a visitar a mi hermano. Durante una semana la pasé de
maravilla en su apartamento, sin mis padres- La noche anterior a mi regreso a casa, nos
pusimos a hablar de toda clase de cosas como por ejemplo novios, novias, las presiones de
los compañeros de clase y del colegio en general, En la mitad de todo este debate mi
hermano se quedó mirándome fijamente a los ojos, y me dijo que me amaba. Me dijo que a
pesar de cualquier circunstancia recordara que jamás debía hacer algo que me parec iera
incorrecto, y que nunca olvidara que siempre podía confiar en m¡ corazón. • Lloré todo el
trayecto de regreso a casa, sabiendo que mi hermano y yo siempre seremos almas afines, y
pensando en lo afortunada que soy de tenerlo a él. Me di cuenta de que algo había
cambiado: había dejado de ser una niñita. Una parte de mí había madurado en el curso de
este viaje, y por primera vez pensé en el trabajo importante que me aguardaba al regresar,
porque tengo una hermana menor de 10 años, y creo que tengo trabajo para rato. Pero no
importa; ¡yo tuve un magnífico profesor!
Lisa Gumenick
La voz de un hermano
Casi todos nosotros tenemos una inspiración una vez en la vida. Puede llegar en forma de
una conversación con alguien a quien respetamos, o por medio de alguna experiencia que
nos es dado vivenciar. Cualquiera sea la forma que tome la inspiración, ésta nos obliga a
ver la vida desde un punto de vista diferente. Mi musa llegó a través de mi hermana
Victoria, una chica bondadosa y solícita. A ella no le interesaba el reconocimiento público
ni .recibir elogios en artículos de prensa. Lo único que le interesaba era compartir su amor
con las personas que le eran importantes, su familia y sus amigos.
El verano anterior al comienzo de mi primer año de universidad, recibí una llamada de mi
padre, quien me dijo que Vicky había sido llevada de urgencia al hospital. Se hab ía
desplomado al suelo y tenía el costado derecho de su cuerpo totalmente paralizado. Los
primeros síntomas parecían indicar que había sufrido un derrame cerebral. Sin embargo, los
exámenes de laboratorio confirmaron que el problema era mucho más grave. Un tumor
maligno era el causante de su parálisis. Los médicos no le daban más de tres meses de vida,
¿Cómo era posible que algo así pudiera suceder? El d ía anterior Vicky se encontraba en
perfecta salud. Ahora, su vida estaba a punto de terminar cuando aún era una niña.
Haciendo de tripas corazón y sobreponiéndome al vacío tan enorme que tenía en el alma,
decidí que Vicky necesitaba apoyo y esperanza- Necesitaba que alguien la convenciera de
que ella podría superar este obstáculo. Me auto seleccioné como su entrenador. Todos los
días visualizábamos que el tumor se desvanecía y nuestras conversaciones siempre tenían
un contenido positivo. Hasta elaboré un letrero que coloqué a la entrada de su habitación,
que decía: "Si usted ha llegado con pensamientos negativos, por favor deshágase de ellos
antes de entrar". Mi meta era ayudar a mi hermana a derrotar el tumor. Ella y yo hicimos un
trato que bautizamos, el 50-50. Yo daría el 50% de la pelea y ella el otro.
Llegó agosto, mes en el que yo debía comenzar mi primer año de universidad a 4 000
kilómetros de distancia. Todavía no había sido capaz de decidir entre irme o quedarme con
mi hermana. Cometí el error de decirle que tal vez no iría a la universidad. Se enfureció y
me dijo que no me preocupara, que ella estaría bien. ¡Ahí estaba Vicky pintada, diciéndome
a mí que no me preocupara, mientras yacía en su lecho de enferma en un hospital! Entendí
que si me quedaba ella podría llegar a pensar que lo hacía porque se estaba muriendo, y no
deseaba que eso sucediera. Vicky necesitaba poder creer que ella ganaría su batalla contra
el tumor.
Dejarla esa noche para irme a la universidad, sabiendo que podía ser la última vez que la
viera, es lo más difícil que he hecho en mi vida. Durante mi estadía en la universidad jamá s
dejé de contribuir con mi 50% a la batalla que ella libraba. Todas las noches, antes de
dormir, hablaba con mi hermana a través del tiempo y el espacio, en la esperanza de que
ella me escucharía de alguna forma. Le decía: "Sigo luchando por ti, Vicky, y jamás dejaré
de hacerlo. Mientras tú sigas luchando, ganaremos esta batalla".
Pasaron varios meses y ella seguía aferrada a la vida. Un d ía, una amiga de edad madura
me preguntó por el estado de mi hermana- Le dije que su situación empeoraba pero que no
tiraba la toalla. Mi amiga me hizo otra pregunta que me puso a cavilar: "¿No te has
preguntado sí la razón por la cual no ha tirado la toalla, como tú dices, es porque no quiere
defraudarte?".
¿Acaso tendría razón? Tal vez yo estaba siendo ego ísta al darle alientos a Vicky para que
siguiera luchando contra su mal. Esa noche antes de dormirme, le dije: "Hermana entiendo
que estás padeciendo dolores muy agudos y tal vez hasta hayas pensado en tirar la toalla. SÍ
eso es lo que tu deseas, tienes todo mi apoyo. La batalla no se habrá perdido porque tú
Jamos has dejado de combatí r. Sí deseas ira un lugar mejor, yo te comprendo. Te quiero y
siempre estaré contigo, dondequiera te encuentres".
Al día siguiente mi madre llamó para decirme que Vicky había muerto.
James Malinchak
Clases de béisbol
Siempre tenemos dos alternativas, dos senderos que podemos transitar. El uno es de fácil
recorrido. Y la única recompensa que ofrece es que es fácil.
ANÓNIMO
A los once años era un fanático del béisbol- Escuchaba la transmisión de los partidos por la
radio. Los veía por televisión. Los libros que leía eran sobre béisbol. Cuando iba a la iglesia
llevaba láminas de beisbolistas con la esperanza de hacer trueques con otros fanáticos. ¿Y
mis fantasías? Lo han adivinado, todas eran sobre béisbol.
Jugaba al béisbol como y donde pudiera- Lo jugaba con equipos organizados o
improvisaba. Jugaba a lanzar pelota, con mi papá, mi hermano y mis amigos. Si no había
con quién, lanzaba una pelota de caucho contra las escaleras de entrada a la casa, mientras
me imaginaba toda clase de jugadas espectaculares realizadas individualmente y con mí
equipo.
Con esta mentalidad en 1956 me matriculé en la Pequeña Liga. Jugaba de shortstop. No era
ni bueno ni malo: sólo un fanático.
Camilo no tenía la misma adicción. Tampoco era bueno- Llegó a nuestro barrio ese año y
se matriculó para jugar béisbol. La forma más bondadosa de describir las facultades
beisbolísticas de Camilo sería decir que no tenía ninguna- No sabía atrapar la pelota. No
sabía arrojarla. No tenía ni idea de batear, y tampoco sabía correr.
De hecho, Camilo le tenía miedo a la pelota.
Sentí un gran alivio cuando se llevó a cabo la selección final y a Camilo lo vincularon a
otro equipo- Todo jugador debía actuar por lo menos medio tiempo en cada partido, y no
me imaginaba a Camilo mejorando las posibilidades de mi equipo en ninguna forma. Ahora
el problema era de su equipo.
Transcurridas dos semanas de práctica, Camilo se retiró. Los amigos que militaban en su
equipo me contaron, muertos de la risa, que su entrenador había dado instrucciones precisas
a dos de sus mejores integrantes para que charlaran con Camilo durante un paseo por el
bosque. El mensaje central de la charla era "desaparécete", y ése fue el mensaje recibido.
En efecto, Camilo se esfumó. Esta situación violentó las convicciones justicieras de un niño
de once años y proseguí a hacer lo que habría hecho cualquier indignado jugador de mi
edad entre segunda y tercera base. Revelé el secreto. Le conté toda la historia a nuestro
entrenador. Se la conté con pelos y señales, imaginándome que él elevaría una queja ante la
oficina principal de la Liga para lograr así el reintegro de Camilo a su equipo original. De
esta forma, tanto los intereses de la justicia como los de mi equipo para mejorar sus
posibilidades de triunfar, se verían favorecidos.
Estaba muy equivocado. Nuestro entrenador decidió que Camilo debía estar vinculado a un
equipo que estuviera interesado en sus servicios, uno que lo tratara con respeto. En fin, un
equipo que brindara a todos sus integrantes la oportunidad que se merec ían de contribuir de
acuerdo con sus talentos individuales.
Camilo se convirtió en mí compañero de equipo.
Me gustaría poder decir que Camilo consiguió la gran carrera en el momento decisivo, pe ro
no fue así. Creo que él, durante toda esa temporada, ni siquiera consiguió conectar bate con
pelota. Las pelotas enviadas hacía su costado le pasaron por encima, por el costado, a través
suyo, o rebotaron contra su cuerpo.
Y no es que a Camilo le hubiese faltado entrenamiento. Nuestro entrenador le programó
prácticas al bate adicionales y trabajó con él en sus labores de jardinería, sin que se diera
una mejoría significativa.
No podría afirmar si Camilo aprendió algo de nuestro entrenador durante esa te mporada.
Yo sí. Aprendí a golpear ligeramente la pelota sin revelar mis intenciones. Aprendí a
alcanzar y tocar a un jugador cuando ejecutaba una plancheta, si había menos de dos afuera.
Aprendí a girar hábilmente alrededor de la segunda base en una jugada doble.
Yo aprendí muchísimo de mi entrenador durante ese verano, pero las lecciones más
importantes no tuvieron nada que ver con el béisbol,, sino con personalidad e integridad.
Aprendí que toda persona tiene sus méritos, aunque haga veinte carreras o no haga ninguna.
Aprendí que cada persona tiene su valor intrínseco, aunque pare la pelota o tenga que
perseguirla. Aprendí que es más importante hacer lo correcto, honorable y justo, que ganar
o perder.
Me sentí bien perteneciendo a mi equipo durante ese año. Estoy agradecido por haber
tenido a ese hombre como mi entrenador. Me sentí orgulloso de ser su jugador entre
segunda y tercera base, además de ser su hijo.
Chick Moorman
Te quiero, papá
Me encontré con un caballero que venía al entierro de su padre en Tampa. Padre e hijo no
se habían visto en años. Según el hijo, su padre se había ido de la casa cuando él aún era
pequeño. Sólo se habían puesto en contacto hacía un año, cuando su padre le envió una
tarjeta de cumpleaños diciéndole que deseaba verlo.
Después de planear un viaje a la Florida y de consultar su apretada agenda de trabajo, el
hijo fijó una fecha tentativa para visitar a su padre, dos meses después. Iría por tierra con
toda su familia, en la época de vacaciones escolares. Le escribió a su padre una nota
apresurada, y con sentimientos encontrados la echó al correo.
La respuesta fue inmediata- Venía escrita en una hoja de papel rayado arrancada de un
cuaderno escolar de espiral- Su contenido era emotivo y prácticamente ilegible. Errores
ortográficos, gramática incorrecta y puntuación defectuosa saltaban a la vista. El hombre
sintió vergüenza por su padre, y tuvo dudas acerca de la visita que se a vecinaba.
La hija del caballero fue escogida para integrar el equipo de porristas de su colegio, y tuvo
que asistir al campo de entrenamiento de estas prácticas. Por pura coincidencia comenzaba
a la semana de iniciarse las vacaciones, lo que significaba que el viaje a la Florida •debería
aplazarse.
El padre manifestó que entendía la situación, pero el hijo no volvió a saber de él durante un
tiempo. Una noticia de vez en cuando y una que otra llamada, nada más. El contenido era
escaso, algunas frases a media voz, algunos comentarios acerca de "tu mamá", algunas
historias etéreas acerca de su niñez, que en conjunto ayudaban a armar el rompecabezas.
En noviembre, el hijo recibió una llamada del vecino de su padre. Lo habían tenido que
llevar al hospital por un problema cardiaco. El hijo habló con la enfermera en jefe, quien le
aseguró que su padre estaba en vías de recuperación después de sufrir un ataque al corazón.
El médico encargado le podría dar todos los detalles.
El padre le dijo: "Estoy divinamente. No tienes por qué venir hasta acá. El médico dice que
sufrí lesiones menores y que puedo irme a casa pasado mañana".
Desde esa fecha en adelante el hijo se dedicó a llamar a su padre todos los días. Charlaban,
reían y hacían planes para verse "pronto". El hijo le mandó dinero como regalo de Navidad.
El padre envió unos pequeños regalos para los niños y un juego de lapiceros para su hijo.
Era un juego barato de los que se ofrecen en droguerías o almacenes de baratijas. Los
chicos rápidamente hicieron a un lado los regalitos del abuelo. Pero la esposa recibió una
preciosa caja de música de cristal. Abrumada, ella le expresó su gratitud cuando lo llamaron
el día de Navidad. "Pertenecía a mí madre", le dijo el anciano. "Yo quería que tú la
tuvieras".
La esposa le dijo a su marido que debían haberlo invitado a celebrar las Navidades con
ellos. Pero para que no se sintiera mal por no haberlo hecho, agregó: "Tal vez hubiera
sentido demasiado frió".
En febrero el hombre decidió visitar a su padre. Sin embargo, el destino le jugó una mala
pasada pues la mujer de su jefe tuvo que someterse a una intervención quirúrgica y él tuvo
que trabajar horas extras en la oficina. Llamó a su padre y le dijo que iría a la Florida en
marzo o abril.
Yo me encontré con el caballero el viernes. Por fin había venido a Tampa. Venía al entierro
de su padre.
Estaba esperando cuando yo abrí la puerta esa mañana. Se sentó en la capilla junto al
cuerpo de su padre. El difunto, estirado dentro de un ataúd metálico azul oscuro, llevaba un
elegante traje azul marino, nuevo. Dentro de la tapa colgaba un letrero que rezaba: "Camino
a casa".
Ofrecí un vaso de agua al caballero. Irrumpió en llanto. Le puse el brazo sobre el hombro y
el hombre se desplomó entre mis brazos, sollozando.
"He debido venir antes. No ha debido morir solo". Nos quedamos sentados juntos hasta
bien entrada la tarde. Me preguntó si yo tenía alguna otra cosa que hacer aquel día, y le
contesté que no.
Yo no escogí el escenario que se presentó, tan sólo sabia que era un acto de bondad. Nadie
vino a honrar la vida del padre del caballero, ni siquiera el vecino mencionado. No me
costó nada más que unas horas de tiempo. Le dije que yo era estudiante, que aspiraba
convertirme en golfista profesional, y que mis padres eran los dueños de la casa funeraria.
Él era abogado residenciado en Denver. Juega al golf cuando le queda tiempo. Me contó
algunos anécdotas sobre su padre.
Esa noche invité a mi padre a jugar golf al día siguiente. Y antes de acostarme, le dije:
"Papá, te quiero".
Nick Curry III 19 años
De vuelta en casa
La gente suele decir que nunca se dio cuenta de lo mucho que disfrutó la niñez hasta que
llegó a ser adulta. Pero yo, por lo menos, siempre supe que estaba teniendo una niñez
estupenda mientras la vivía. No fue sino hasta mucho después, cuando las cosas no andaban
muy bien, que me aferré a esos recuerdos felices para encontrar un camino de regreso a
casa.
Crecí en una finca con una familia enorme. Había mucho amor, mucho espacio y muchas
cosas que hacer. Me fascinaban todos los oficios de la finca: jardinear, segar el heno,
adiestrar los caballos y hasta las tareas domésticas, de manera que nada me parecía trabajo.
Así, jamás conocí el significado de la palabra aburrimiento. Nunca sufrí las presiones de
mis compañeros pues nunca anduve en "manada", porque en la finca sólo había una
manada; la de los animales. Nuestra familia era muy unida y por estar viviendo en el campo
las salidas nocturnas eran poco frecuentes. Mis hermanos y yo nos dedicábamos a jugar o a
contar cuentos después de las comidas, en medio de risas y bromas, hasta la hora de
acostamos. Yo siempre conciliaba el sueño con facilidad escuchando el canto de los grillos,
mientras pensaba en las actividades del día siguiente. Así transcurría mí vida, y yo sabía
que era un persona afortunada.
Al cumplir los doce años, un acontecimiento trágico cambió mi vida para siempre. Mi
padre sufrió un severo ataque al corazón y tuvo que someterse a un bypass triple. Cuando le
diagnosticaron una enfermedad coronaria hereditaria, vivimos una época de tremenda
angustia. Los médicos le dijeron que tendría que cambiar radicalmente de forma de vida,
pues ya no podría montar a caballo, ni conducir el tractor... o seguir trabajando en la finca.
Al damos cuenta de que sin él era imposible mantener la finca, nos vimos obligados a
vender nuestro hogar y a mudarnos al occidente, dejando atrás a nuestra familia y nuestros
amigos, y también a la única forma de vida que yo hab ía conocido.
El aire seco de Arizona actuó como un cicatrizante para mi padre, y yo comencé a
adaptarme a un nuevo colegio, a nuevos amigos y a un nuevo estilo de vida. De repente me
encontré saliendo con chicos, recorriendo centros comerciales y sorteando las presiones de
ser una quinceañera. Aunque de repente todo era diferente y extraño, también era divertido
y emocionante. Comprendí que todo cambio, aun cuando sea inesperado, puede ser
benéfico. Jamás me imaginé que mi vida cambiaría de nuevo, y en forma tan radical.
Un empresario de Los Ángeles me preguntó sí alguna vez había considerado una carrera
artística. La idea jamás me había pasado por la cabeza, pero al pensar en esa posibilidad se
me despertó el interés. Después de meditar un poco y de darle vueltas al tema con mis
padres. decidimos que mi madre y yo nos iríamos a Los Ángeles por un tiempo, para ver
cómo me iba. ¡NO tenia ni idea de en qué me estaba metiendo!
Gracias a Dios mi madre estuvo a mi lado desde el principio. Juntas enfrentamos esta
vivencia como si fuera una aventura, y a medida que mi carrera creció, yo tamb ién
evolucioné. Cuando la serie Beverly Hills 90210 se tomó en un éxito, mi madre y yo
decidimos que había llegado la hora de que ella regresara junto al resto de la familia. La
jovencita campesina había comenzado a desaparecer para dar paso a la mujer citadina.
Estaba enamorada de mi profesión y el éxito obtenido era mayor de lo que yo había soñado
jamás. Y sin embargo... algo me hacía falta. Poco a poco se formó un gran vacío en mi
corazón, que comenzó a socavar mi felicidad.
Procuré identificar qué era lo que me hacía falta. Traté de trabajar con mayor ahínco, y
después de mermar el ritmo. Entablé nuevas amistades y perdí contacto con las antiguas.
Nada parecía llenar ese vacío. Me di cuenta de que yendo a sitios nocturnos, asistiendo a
una ronda interminable de fiestas y dándome la buena vida, jamás encontraría la solución a
mi problema. Traté de recordar cuándo había estado más feliz y qué cosas en mi vida eran
las que verdaderamente me importaban. Después de un tiempo, por fin encontré la
respuesta. Identifiqué lo que tenía que hacer para ser feliz. Mi vida estaba a punto de
cambiar una vez más.
Llamé a mis padre y les dije: "Me hacen demasiada falta. Voy a comprar una finca y deseo
que ustedes vengan a vivir a California". A mi padre no lo emocionó demasiado la idea de
verse involucrado otra vez en una carrera desenfrenada por la vida, pero le aseguré que
ahora las cosas iban a ser diferentes. De modo que nos dedicamos a buscar un lugar en las
afueras de la ciudad, donde pudiéramos tener animales sueltos por doquier y una huer ta
llena de legumbres frescas para satisfacer nuestras necesidades familiares. Un lugar que
fuera la casa paterna donde todos podíamos llegar, y un sitio de encuentro para las
vacaciones. Una ensenada segura, protegida del mundo exterior. Un lugar parec ido al sitio
donde yo había pasado mi infancia.
Un buen día lo encontramos; la hacienda perfecta, enclavada en un valle cálido y soleado.
Mi sueño se había vuelto realidad. El oscuro vacío que invadía mis entrañas comenzó a
disiparse, cuando a mi alma retornó un sentimiento de equilibrio y serenidad. Había vuelto
a casa.
Jennie Garth Actriz, Beverly Hills 90210
4
SOBRE EL AMOR Y LA BONDAD
La bondad en el decir crea confianza. La bondad en los pensamientos crea profundidad. La
bondad en el dar crea amor.
LAO-TZU
Tigresa
Sé bondadoso, porque toda persona con quien te encuentres está librando una batalla aún
más encarnizada.
PLATÓN
No podría asegurar cómo llegó Jaime hasta la clínica de mi propiedad. No parecía tener la
edad para conducir, aunque se veía bastante acuerpado y se movía con la gracia de un joven
adulto. Su rostro revelaba una personalidad abierta y directa.
Al entrar en la sala de espera observé que Jaime estaba acariciando la cabeza de su gato,
que asomaba por la tapa de la caja que sostenía sobre las piernas. Lleno de fe adolescente,
me lo había traído confiando en que podría curarlo.
Era una diminuta gatita con manchas, exquisitamente torneada y de finas [acciones. Parecía
tener unos quince años. No era difícil ver cómo esta gata de mirada alerta y feroz, podía
evocar la imagen de un tigre en la mente de un niño, y por eso se hab ía convertido en
Tigresa.
El tiempo había borrado el brillante fuego verde de sus ojos, que ahora se veían opacos,
pero seguía siendo una gata elegante y llena de aplomo. Me saludó res tregándose
amistosamente contra mi mano.
Comencé a hacer preguntas para establecer el motivo de la visita de este par. A difere ncia
de la mayoría de los adultos, el ¡oven me dio respuestas directas y precisas. Tigresa había
tenido un apetito normal hasta cuando comenzó a vomitar dos veces al día. Ahora no comía
nada y estaba retraía e indolente. Había perdido medio kilo, que es mucho cuando uno sólo
pesa tres. Examiné a Tigresa mientras la acariciaba y le decía lo bella que era, comenzando
por los ojos y la boca, para luego escuchar el corazón y ios pulmones y terminar con una
palpación de su estómago. Mientras practicaba esta última tarea, encontré una masa tubular
en el centro del abdomen. Tigresa trató de escabullirse suavemente. No le llamaba la
atención que le manosearan esa masa.
Escudriñé el rostro lozano del jovenzuelo y acto seguido miré a su gata, que probablemente
había convivido con él desde siempre. Me iba a ver obligada a decirle que su mascota
amada tenía un tumor. Si se le extirpaba quirúrgicamente, el animal podría sobrevivir un
año como máximo, y eso con quimioterapia semanal. El tratamiento sería muy difícil y
costoso, así que tendría que decirle que su gata posiblemente moriría. Y él estaba ahí,
sólito.
Al parecer, el niño se encontraba a punto de aprender una de las lecciones más duras de la
vida: que la muerte es algo inexorable para todos y cada uno de los seres vivientes. Es una
parte omnipresente de la vida. El primer encontrón con la realidad de la muerte puede
definí el derrotero de toda una vida, y al parecer yo iba a ser la persona encargada de
guiarlo a través de esta experiencia. No quería cometer errores. Tenía que hacerlo a la
perfección, o podría terminar lesionándolo emocionalmente.
No habría sido difícil sacarle el cuerpo a esta tarea llamando a sus padres. Pero al mirar su
rostro me fue imposible hacerlo. Él sabía que algo andaba mal. No podía simplemente
hacerme la desentendida. De modo que hablé con Jaime como el legítimo dueño de Tigresa,
y de la manera más cariñosa posible le conté los síntomas que había encontrado y sus
implicaciones.
Mientras le hablaba se sacudió convulsivamente y me dio la espalda, con seguridad para
esconder su cara, que yo ya había alcanzado a ver contorsionada por la pena. Me senté a
observar a Tigresa para permitirle a Jaime algo de privacidad. Le acaricié su vieja y bella
cabeza mientras le explicaba a Jaime cuáles eran las alternativas: podía hacerle una biopsia,
permitirle que se muriera lentamente en casa, o aplicarle una inyección para que durmiera
el sueño eterno.
Jaime escuchó con atención asintiendo con la cabeza. Me dijo que él veía que la gata no
estaba a sus anchas y que no quería que sufriera. Se notaba que hacia un es fuerzo
sobrehumano. Este dúo me partía el corazón. Ofrecí llamar a sus padres para explicarles lo
que sucedía.
Jaime me facilitó el número de teléfono de su padre. Repelí de nuevo el diagnóstico al
padre de Jaime, mientras éste me escuchaba acariciando a su gata. Luego, padre e hijo
hablaron. Con voz entrecortada, Jaime habló con su padre mientras se paseaba
gesticulando. Pero al colgar el auricular, me clavó los ojos con una mirada límpida y me
dijo que habían decidido terminar con el sufrimiento de la gata.
No hubo histeria, argumentos defensivos o negaciones de ningún tipo. Sólo percibí la
aceptación de lo inevitable- Podía ver, sin embargo, lo mucho que le estaba costando
mantener la calma. Le pregunté si deseaba llevar la gata a casa para que pasara la noche y
pudiera despedirse de ella. Me contestó que no. Quería estar a solas con ella unos minutos,
y nada más.
Los dejé y fui a obtener el barbitúrico que utilizaría para inducir en la gata un sueño libre de
dolor. No pude contener las lágrimas que se me escurrían por las mejillas, como tampoco el
dolor ajeno que se desbordaba en mí, al ver a Jaime volviéndose rápidamente hombre, y tan
solo.
Esperé en la puerta de la sala de consultas. A los pocos minutos salió y me dijo que estaba
listo. Le pregunté si quería acompañarla. Me miró con sorpresa, pero le expliqué que era
mejor observar cuan apacible era el proceso, en vez de imaginarse eternamente cómo
habían sido sus últimos momentos.
Comprendiendo de inmediato la lógica de mi planteamiento, le sostuvo delicadamente la
cabeza mientras yo le aplicaba la inyección. Tigresa cayó en un profundo sueño, con la
cabeza reclinada sobre su mano.
El animal se veía tranquilo y reposado. Ahora el dueño era el depositario de todo el dolor.
Le dije que asumir el dolor de un ser querido para que éste pueda descansar, era el obsequio
más preciado que uno podía ofrecer.
Asintió con la cabeza. Había entendido.
Sin embargo, algo faltaba. Sentía que no había terminado mi labor. De repente caí en
cuenta de que aunque le había pedido que se convirtiera en hombre en un instante, y él
había asumido su papel con aplomo y coraje, seguía siendo un joven.
Con los brazos abiertos le pregunté si necesitaba un abrazo. No había d uda de que sí lo
necesitaba, y a decir verdad, yo también.
Judith S. Johnessee
Corazón luminoso
El año pasado, por la época de Halloween, me enviaron una invitación para que asistiera a
un carnaval auspiciado por la organización "Tuesday's Child", dedicada a ayudar a niños
infectados con el virus del SIDA. Me invitaron porque soy actriz; fui porque me impor ta.
Estoy segura de que la mayoría de los niños no me identificaron como estre lla de la
televisión. Creo que me vieron como una chica mayor que había venido a pasar un rato con
ellos. Me sentí mucho más a gusto así.
Habla múltiples carpas para entretenimiento de los asistentes. Una en particular me atrajo,
por la cantidad de niños que se congregaban ahí. En esta carpa, el que quisiera podía pintar
un cuadrado. Más adelante cada uno de estos cuadrados formaría parte de un cubre lecho-
El cubre lecho se estaba elaborando para obsequiárselo a un señor que había ded icado
buena parte de su vida a la organización y estaba a punto de retirarse. A cada niño le daban
un juego bellísimo de colores fuertes, y le pedían que pintara lo que quisiera para que el
cubre lecho se viera muy lindo. Al mirar a mi alrededor pude observar que todos los
cuadrados de tela estaban adornados con corazones rosados y nubes azules luminosas,
amaneceres color naranja y bellas flores verdes y moradas. Todos los cuadrados eran
luminosos, positivos y edificantes, a excepción de uno.
El niño junto a mí estaba pintando un corazón, pero era oscuro, vacío y sin vida. Le hacia
falta los colores vibrantes y encendidos que habían usado sus compañeros.
Al principio pensé que a este artista le hab ía tocado en suerte el juego de colores opacos.
Sin embargo, al preguntarle, me dijo que el corazón oscuro que había pintado era el reflejo
del suyo propio. Le pregunté a qué se debía eso y me contestó que estaba muy enfermo y
que su madre también lo estaba. Me comentó que él jamás se mejoraría y que su madre
tampoco. Me miró directamente a los ojos y me dijo: "Nadie puede hacer nada para
ayudarnos"-
Le dije que lamentaba que estuviera enfermo y que en verdad podía comprender por qué
estaba tan triste. Que inclusive podía entender por qué había pintado su cora zón de un color
oscuro.., pero también le dije que no era cierto que no haya nada que alguien pueda hacer
para ayudarlo. Es posible que los demás no puedan curarlo a él o a su mamá... pero sí
podemos darle un abrazo cariñoso, por ejemplo, y eso en mi experiencia es una gran ayuda
cuando uno está triste. Le dije que yo gustosa le daría uno si él quería, para que se diera
cuenta de que no le estaba echando cuentos. De inmed iato se sentó sobre mis rodillas y yo
me sentí llena de amor por este hermoso niño.
Se quedó sentado en mi regazo un buen rato y cuando se cansó, se bajó y se puso a pintar.
Le pregunté si se sentía mejor y me respondió que sí, pero que seguía enfermo y que nada
alteraría eso. Le respondí que comprendía. Me alejé con tristeza, pero con mi fe renovada
en esta causa. Haría lo que fuese necesario para ayudar.
Al final del día, cuando me preparaba para irme a casa, sentí un tirón en la manga de mi
chaqueta. Al voltear me topé con una gran sonrisa de mi pequeño amigo. Me dijo:
"Mi corazón está cambiando de colores. Se está volviendo más luminoso... me parece que
esos abrazos cariñosos sí funcionan de verdad".
De camino a casa, me palpé el corazón y me di cuenta de que también había tomado un
color más luminoso.
Jennifer Love Hewitt Actriz, Party of Five
El secreto de la felicidad
He aquí la fábula maravillosa sobre una niña huérfana que no tenía familia o persona
alguna que la quisiera. Cierto día, mientras caminaba por la vega del río sintiéndose más
triste y solitaria que de costumbre, observó una pequeña mariposa atrapada cruelmente en
un espino. Cuanto más luchaba por liberarse, más laceraba su frágil torso. Con delicadeza,
la huerfanita liberó a la mariposa de su cautiverio. Ésta, al verse libre, en vez de emprender
el vuelo se convirtió en una bella hada. La jovencita no podía creer lo que veían sus ojos.
El hada bondadosa le dijo a la niña: "Para agradecerte tu maravilloso gesto, te concederé
cualquier deseo".
La pequeña pensó un momento y le contestó: "¡Deseo ser feliz!".
"De acuerdo", dijo el hada inclinándose para hablarle al oído, y acto seguido desapareció.
A medida que la pequeña fue creciendo, en toda la comarca no se encontraba una persona
más feliz que ella. Todos deseaban conocer su secreto. Ella se limitaba a sonreír mientras
decía: "Yo sólo escuché las palabras de un hada cuando era pequeña".
Cuando ya era anciana y estaba en su lecho de muerte, todos los vecinos se arremolinaron a
su alrededor, deseosos de hacerse a su fórmula maravillosa de la felicidad antes de que
muriera. "Por favor, cuéntanos", le rogaban, "cuéntanos lo que te dijo el hada".
La bella anciana sonrió y contestó: "Me dijo que cada persona, por más segura de sí misma
que pareciera, o por más joven o vieja, rica o pobre que fuera, necesitaba de mí".
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
Procurando tocar el alma de un extraño
Mejor que mil cabezas doblegadas en oración, es dar placer a un solo corazón mediante
una sola acción.
GANDHI
Frank Daily se quedó mirando el suelo congelado. Pateó hacia un costado varios pedazos
de nieve impregnados con las emisiones provenientes del tubo de escape del automóvil.
Sólo pretendía fingir que escuchaba la inconsecuente chachara de sus amigos Norman y Ed,
mientras tomaban el autobús número 10, a la salida del colegio. Respondí mecánicamente a
todas sus preguntas:
"Claro que me fue bien en el examen... Esta noche no .puedo- Tengo que estudiar, en
serio".
Frank y sus amigos se acomodaron a sus anchas en la última banca del autobús público de
la ciudad de Mílwaukee, junto con otros jóvenes de distintos colegios. El autobús dejó
escapar un nubarrón de humo grisáceo al tomar rumbo hacia el oeste, por la calle Cerro
Azul.
Frank se tendió indolentemente sobre el asiento. Las manos le colgaban de los pulgares,
enganchados en el centro de la correa de los pantalones. El día en que su mundo se
derrumbó, en el mes anterior, había sido, como éste, un frío día gris de noviembre. Él bien
sabía que su destreza para jugar baloncesto era igual a la de los demás muchachos. Su
madre solía llamarlo el "atleta de la temporada". En su niñez le había puesto el apodo de
"Destructor". Ese recuerdo le trajo una sonrisa a los labios.
El autobús emprendió la marcha y Frank instintivamente apoyó sus zapatos de lona sobre el
piso. Tiene que haber sido mi tamaño, se dijo a sí mismo. Tiene que ser eso. Yo sólo mido
\m metro con sesenta. Como acabo de entrar a este colegio y soy novato, el entrenador, con
sólo mirar mi estatura, decidió que yo no se jugar baloncesto.
A Frank no le había sido nada fácil integrarse, sobre todo como alumno recién llegado a un
colegio católico masculino. Los muchachos mayores tendían a formar grupos excluyentes.
Esta situación era especialmente penosa para Frank, acostumbrado a descollar en todos los
deportes. Ahora, al parecer, era un don nadie.
No sólo había sobresalido en los deportes antes de cambiar de colegio; en quinto y sexto
también se había destacado en ciencias políticas y en historia. Trajo a la memoria el consejo
de su profesor Don Anderson: "Mira Frank, si le dedicas a tus libros el mismo tiempo que
le das al baloncesto, te irá magníficamente bien en ambas actividades".
Pues bien, pensó Frank, al menos Anderson tenía razón con respecto a los libros. Todas mis
calificaciones están por encima de cuatro. Lo del baloncesto es otro cuento.
El estruendo de un frenazo y el ruido estridente de un pito sacaron a Frank de su
ensimismamiento. Miró a Norman y a Ed. Norman estaba recostado contra el vidrio de la
ventana, con los ojos entreabiertos. Su tibio aliento había empañado el vidrio, creando una
figura circular.
Frank se frotó los ojos. Todavía recordaba cómo el mes pasado se le había formado un
nudo en la boca del estómago a medida que se acercaba al vestuario. Había escudriñado
frenéticamente la lista del equipo pegada en la puerta, tratando de encontrar su nombre en
alguna parte. No figuraba. Su nombre no aparecía. De repente sintió que había dejado de
existir. Se había vuelto invisible.
El autobús se detuvo cerca de los campos recreativos | del condado. El conductor amonestó
a unos chicos gritones, sentados en la parte trasera, para que se tranquilizaran. Frank le
echó una mirada al conductor, apodado Koyak porque era tan calvo como una bola de
billar.
Una mujer embarazada y casi a término se prendió del pasamanos plateado y lentamente
ascendió al autobús. Cuando la dama cayó sentada sobre el asiento que estaba detrás del
conductor, sus pies se proyectaron hacia .adelante y Frank pudo observar que estaba
descalza y andaba en medias.
Mientras conducía el autobús hacia el flujo de tránsito, Koyak, sin voltear a mirarla, le dijo:
"Oiga, doña, ¿dónde dejó los zapatos? En la calle está haciendo mucho frío".
"No hay dinero", contestó la dama, cubriéndose la nuca y la garganta con el raído cuello del
abrigo. Algunos de los muchachos sentados en los asientos traseros se burlaron
socarronamente. "Me subí al autobús para calentarme un poco. Sí no tiene inconveniente lo
acompaño un buen trecho", agregó.
Koyak se rascó la cabeza y le dijo: "Está bien. Pero cuénteme, ¿por qué no tiene dinero para
comprar zapatos?".
"Tengo ocho hijos. Todos necesitan zapatos, de modo que no hay dinero para tanto. Pero
despreocúpese, mi Dios proveerá".
Frank posó la vista sobre sus nuevos zapatos de lona. Sus pies estaban calientitos, como
siempre. Volvió nuevamente la vista hacia la señora. Tenía las medias rasgadas. El
estómago, hinchado como una pelota de baloncesto, al igual que su vestido desteñido,
estaban al descubierto porque al abrigo le faltaban algunos botones.
Ante semejante espectáculo, a Frank se le desvaneció el mundo circundante. Sus dos
amigos dejaron de existir. Sintió que una mano gélida le estrujaba las tripas. La pa labra
"invisible " le vino a la mente de nuevo. Un ser que por distintas razones se ha vuelto
invisible, marginado, y ha sido olvidado por la sociedad, se dijo a sí mismo.
Él, probablemente, siempre tendría cómo comprar un par de zapatos. Ella, probab lemente,
jamás tendría el dinero suficiente para hacerlo. Bajo su as iento, con la punta de uno de sus
zapatos presionó la parte trasera del otro, y se lo quitó. Después se despojó del segundo.
Miró alrededor. Nadie se había dado cuenta. Tendría que caminar tres cuadras cubiertas de
nieve hasta llegar a casa. Pero el frío siempre lo había tenido sin cuidado. Cuando el
autobús llegó al final del recorrido, Frank esperó a que todo mundo descendiera. Después
sacó los zapatos que estaban debajo del asiento, se acercó rápidamente a la señora y se los
entregó, diciéndole: "Tome, señora, a usted le hacen más falta que a mí".
Acto seguido, Frank apresuró su paso hacia la puerta y se bajó del autobús, arreglándoselas
para aterrizar en un charco. Poco le importó. No tenía nada de frío. Alcanzó a escuchar a la
señora que decía: "Mire usted: ¡una talla perfecta!".
A continuación oyó que Koyak le gritaba: "¡Oye chico! ¡Regresa! ¿Cómo te llamas?"-
Frank dio media vuelta para responderle a Koyak en el preciso instante en que sus dos
amigos le preguntaban por sus zapatos.
Frank se sonrojó de vergüenza con Koyak, sus amigos y la dama. "Me llamo Frank. Frank
Daily", dijo con voz baja.
"Pues te diré algo, Frank", musitó Koyak con voz entrecortada; "jamás había visto algo
semejante en los , veinte años que llevo conduciendo este trasto".
La mujer, con lágrimas en los ojos, le dijo: "Gracias joven", Y mirando a Koyak, agregó;
"¿No le dije que mi Dios cuidaría de mí?".
"No hay de qué" farfulló Frank con una sonrisa en los labios. "Además, estamos en
Navidad".
Echó a andar presurosamente tras sus dos amigos. Le pareció que el día gris se despejaba.
De camino a casa a duras penas sintió el frío bajo sus pies.
Barbara A. Lewis
La señora Lalita
Dondre Green se sentía incómodo al ver a tanto persónate cívico y a tanta estrella deportiva
congregados en el salón de baile del hotel en Cleveland. Se habían despla zado de todos los
rincones del país para participar en este evento encaminado a recaudar fondos para la
"Fundación nacional universitaria de becas golfísticas para grupos étnicos minoritarios".
Dondre, un joven bachiller de 18 años oriundo de Monroe, Louisiana, era el invitado de
honor. Yo era el artista contratado para amenizar el evento.
"¿Estás nervioso", le pregunté al joven apuesto que vestía un esmoquin alquilado y camisa
blanca.
"Un poco", contestó sonriendo y en voz baja.
Un mes ames del evento en Cleveland, Dondre habla sido un estudiante más en un colegio
del sur de los Estados Unidos, cuyo estudiantado era predominantemente blanco. Por cierto,
el color de la piel de Dondre jamás había sido un tema de polémica, aunque buena parte de
sus compañeros y amigos eran de raza blanca, Pero el 17 de abril de 1991, la piel negra de
Dondre provocó un incidente que se convirtió en noticia nacional.
"Señoras y señores", entonó el maestro de ceremonias, "con ustedes nuestro invitado de
honor".
Mientras la concurrencia aplaudía de pie, Dondre se acercó al micrófono y comenzó a
relatar su historia:
"Yo amo el juego de golf. He sido miembro del equipo de nuestro colegio durante los
últimos dos años. Aunque soy el único jugador de raza negra, siempre me he sentido muy
tranquilo jugando entre gente de tez blanca en la mayoría de los clubes".
El público estaba absorto. Hasta los camareros y ayudantes se detuvieron a escuchar. Yo
también lo hacía, mientras un recuerdo de mi niñez enterrado en el sub consciente, me vino
a la memoria.
Dondre prosiguió con su relato:
"Habíamos ido por tierra desde Monroe hasta el club campestre del condado de Parish, en
el estado de Columbia. Nos estábamos preparando para salir al putting green".
Dondre y sus compañeros de equipo estaban demasiado concentrados como para darse
cuenta de la conversación entre un hombre y el director deportivo del colegio, James
Murphy. Al rato de haberse esfumado en el interior del club, Murphy volvió al lado de sus
jugadores.
"Quiero reunirme con los mayores", dijo de inmediato. Su rostro se veía turbado mientras
formaba un círculo con los cuatro jugadores, incluyendo a Dondre.
"Me es difícil expresar lo que tengo que decir", observó. "Este club es para el uso exclusivo
de gente blanca". Murphy hizo una pausa mirando a Dondre. Sus compañeros se miraron
desconcertados. "Deseo que ustedes decidan cuál ha de ser nuestra respuesta. Si nos
retiramos quedamos descalificados. Si nos quedamos, Dondre no podrá jugar", terminó
diciendo.
Al escuchar estas palabras, mi memoria represada durante treinta y dos años se desbordó.
En 1959 yo era un pobre negro adolescente de trece años, que vivía con su madre y su
padrastro en un barrio miserable de Long Island, Nueva York. Mi madre trabajaba en un
hospital durante la noche, y mi padre conducía un camión repartidor de carbón. Sobra decir
que nuestro nivel de vida estaba muy por debajo del sueño americano.
Sin embargo, cuando nuestro profesor de octavo anunció que haríamos una excursión a
Washington, jamás me pasó por la cabeza que yo no iría. Además de hacer un recorrido
muy completo por toda la capital del país, visitaríamos un parque de atracciones en el
estado de Maryland- En mi imaginación, este parque era la conjunción de todos los parques
de atracciones del mundo entero, incluyendo a Disney World.
Corrí a casa con el corazón latiendo como un tambor, a entregar la circular mimeografiada
que describía la aventura que íbamos a emprender. Pero mi madre meneó la cabeza
negativamente al ver el costo. La familia no contaba con los medios.
La tristeza me duró diez segundos, tiempo en el cual decidí levantarme los recursos de
alguna manera. Durante las próximas ocho semanas me convertí en vendedor de caramelos
puerta a puerta, repartidor de periódicos y jardinero listo para podar el césped- ¡Tres días
antes de la hora cero había recogido el dinero mínimo necesario para poder ir al paseo!
El día señalado para la excursión el alma no me cabía en e l cuerpo al montarme en el tren.
Yo era el único de raza negra en mi sección.
Nuestro hotel quedaba cerca de la Casa Blanca. Mi compañero de habitación era hijo de un
hombre de negocios. Nuestra reciente amistad se cimentó al poco tiempo de haber dejado
caer unas cuantas bombas de agua sobre los transeúntes que pasaban bajo nuestra ventana.
Todas las mañanas un centenar de muchachos abordá bamos el autobús para iniciar una
nueva aventura. Camino al cementerio de Arlington, no dejamos de entonar el himno de
batalla del colegio como también al atardecer durante un crucero sobre el río Potomac.
Visitamos el monumento a Lincoln en dos oportunidades, una vez durante el día y otra al
crepúsculo. Mis compañeros y yo enmudecimos al caminar bajo la sombra de las treinta y
seis columnas que representaban a cada uno de los estados que Lincoln se esmeró en
conservar. Me situé al pie de la estatua de Lincoln sentado, que mide quince metros de alto,
junto a mi nuevo amigo. Los reflectores hacían brillar el mármol traído del estado de
Georgia. Juntos leímos las célebres palabras de Lincoln pronunciadas en Gettysburg, lugar
de la batalla más sangrienta librada entre los estados:
"... nos encontramos aquí reunidos para asegurar con certeza que estos muertos no han
entregado sus vidas en vano —que esta Nación, bendecida por Dios, verá el renacimiento
de la libertad...".
Cuando mi amigo me pidió que me acomodara para hacerme una foto, miré por última vez
el rostro de Lincoln. Parecía estar vivo y padeciendo una gran tristeza.
Al día siguiente entendí con mayor claridad por qué no sonreía.
"Clifton", me dijo una de las profesoras, "¿podría hablar contigo un momento?".
Mis compañeros, y en especial mi buen amigo Frank, se pusieron pálidos. Minutos antes
habíamos estado comentando sobre la bomba de precisión llena de agua que la noche
anterior habíamos dejado caer sobre una señora gorda y su perro. Había sido una maldad
estúpida y peligrosa, pero afortunadamente no había ocurrido nada que lamentar. Nos
encontrábamos celebrando el hecho de habernos librado de cualquier castigo, cuando la
profe me llamó.
"Clifton, ¿tú has oído hablar de la línea divisoria de Masón y Dixon?", me preguntó-
"No señorita", contesté, preguntándome para mis adentros qué tendría que ver eso con
empapar señoras con bombas de agua.
"Antes de la guerra civil", me explicó, "la línea de Masón y Dixon marcaba el límite entre
los estados de Maryland y Pennsylvania —la línea divisoria entre los estados abolicionistas
y aquéllos a favor de la esclavitud".
Aunque me había librado de un desastre, presentí que se avecinaba otro. Observé que la voz
le temblaba y que había estado llorando.
"Hoy", me dijo, "la línea de Masón y Dixon es una especie de línea divisoria invisible entre
el Norte y el Sur. Cuando se cruza esa línea desde el distrito especial de Washington hacia
Maryland, las costumbres cambian".
La conversación había tomado un rumbo que yo presentía como amenazante, mas no podía
precisar la razón. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
El parque de diversiones del Cañón del eco esta situado en Maryland, y las directivas del
parque prohíben la entrada de personas de raza negra, me dijo finalmente y se quedó
mirándome en silencio.
Yo todavía estaba sonriendo y asintiendo con la cabeza cuando su mensaje me cayó como
un baldazo de agua fría.
“Lo que usted me está diciendo es que yo no puedo ir al parque de diversiones porque soy
negro, ¿verdad?”, le pregunté incrédulo.
Asintió lentamente con la cabeza. “Lo siento, Clifton. Esta noche tendrás que quedarte en el
hotel. Si te parece podemos ver una película por televisión”, me dijo tomándome de la
mano.
Me encaminé hacia los ascensores con sentimientos de confusión, incredulidad, furia y gran
tristeza.
“¿Qué paso, Clifton?”, me preguntó mi amigo cuando entré en la habitación. ¿La señora
gorda nos metió en un lío?”.
Sin decir palabra me recosté sobre la cama y me puse a llorar. Frank se quedó mudo de
perplejidad. Los niños de nuestra edad no lloraban, al menos delante de sus amigos.
Lo que me hacía sentir tan triste no era tanto el perderme de la excursión de mi clase, sino
que por primera vez en la vida me estaba dando cuenta de lo que era ser negro.
Desde luego que la discriminación también se daba en el Norte, pero hasta ese momento el
color de mi piel no me había excluido de una cafetería, una iglesia o un parque de
diversiones.
“Clifton” susurró Frank. “¿Qué te pasa?”.
“No me dejan ir al parque de diversiones esta noche”, le dije gimiendo,
“¿Por lo de la bomba de agua?”, preguntó.
“No”, le contesté, “porque soy negro”.
“¡Menos mal, caramba!” dijo, y se puso a reir, obviamente aliviado al ver que habíamos
salido bien librados de nuestras travesuras de la noche anterior.
“Pensé que nos habíamos metido en un lío”.
Me limpié las lágrimas con la manga de la camisa y lo miré fijamente. “¿No has entendido?
No me dejan entrar a negros como yo al parque. ¡No podré ir contigo!” grité. “¡Y tú me
dices que menos mal. Pues a mí me parece la embarrada!”.
Estaba a punto de quitarle la sonrisita de la cara con un puñetazo a la mandíbula, cuando
escuché que decía:
“Pues entonces, yo tampoco iré”.
Ambos nos quedamos como petrificados por un instante. Luego Frank sonrió de oreja a
oreja. Jamás olvidaré ese instante. Frank era solo un niño. Tenía tantos deseos como yo de
ir al parque de diversiones, pero en ese momento se le presentó algo más importante que
una excursión nocturna con sus compañeros de clase. Sin embargo, él no dio explicaciones
ni dijo nada más.
Cuando menos me di cuenta la habitación estaba llena de muchachos que escuchaban a
Frank. “No permiten la entrada de negros al parque de diversiones, de modo que yo me
voy a quedar con Clifton.”, les dijo.
De inmediato otro niño agregó: “¡Pues yo también!”.
“¡Que partida de tarados!” susurró un tercero. “Yo estoy contigo, Clifton”.
Mi corazón se aceleró. Me di cuenta de que no estaba solo. Se comenzaba a gestar una
revolución de adolescentes. Acababa de nacer la “Brigada de las bombas de agua”,
compuesta por once niños blancos de Long Island cuyo manifiesto rezaba: “No iremos”.
Sentado sobre mi cama, en todo el centro de semejante acontecimiento, me sentí
agradecido. Pero sobre todo, orgulloso.
La historia de Dondre Green me trajo a la memoria estos recuerdos de la infancia. Sius
compañeros golfistas, al igual que los de mi colegio de la infancia, tenían que tomar una
decisión trascendental, que consistía en respaldar a un amigo aunque les costara
muchísimo. Sin embargo, en el momento de jugarse el todo por el todo, no hubo ninguna
duda. “Larguémonos de aquí”, dijo uno de ellos en voz baja.
“Simplemente recogieron sus cosas y se fueron hacia el autobús”, nos contó Dondre. “No
hubo discusión de ningún tipo. Los chicos del equipo menor se unieron a nosotros sin mirar
atrás”.
Dondre estaba obnubilado por la respuesta de sus compañeros y la de toda la población de
Louisiana. El estado entero se indignó y trató de hacerle un homenaje de desagravio. La
Camara de Representantes de Louisiana instituyó el día de Dondre Green, y legisló para
permitir la procedencia de demandas por daños y perjuicios, contra cua lquier institución
privada que invite a un equipo a participar en un torneo y le prohíba la entrada a un
miembro en razón de su raza.
Cuando Dondre terminó su narración, las lágrimas se le escurrían de los ojos. "Le tengo un
gran cariño a mi entrenador y a mis compañeros por apoyarme", dijo.
"Supieron demostrar que siempre hay personas dispuestas a oponerse a la intolerancia. El
amor desinteresado que me manifestaron ese día conquistará el odio en toda ocasión".
Mis amigos de la infancia también me obsequiaron ese amor desinteresado. Una de nuestras
profesoras entró a la recepción del hotel donde estábamos sentados, y agitando un sobre en
el aire, gritó: "¡Chicos, acabo de comprar trece boletos para el partido de béisbol entre los
Senators y los Tigers! ¿Quién quiere ir conmigo?".
Se escucharon gritos de felicidad por toda la habitación. Ninguno había tenido la
oportunidad de ver un partido profesional de béisbol en un estadio de verdad.
De camino al estadio, todos enmudecimos al pasar junto a la estatua de Lincoln. Me quedé
mirando fijamente al señor Lincoln entre las columnas del monumento, bañado por una
cálida luz amarilla. No pude percibir ni una sonrisa ni un poco de esperanza en esos ojos
cansados y tristes.
"... Nos encontramos aquí reunidos para asegurar, con certeza... que esta Nación,
bendecida por Dios, verá el renacimiento de la libertad...".
Con sus palabras y ejemplo vivencial, Lincoln dejó muy en claro que la libertad no se
obtiene en forma gratuita. Cada vez que el color de la piel de una persona le cierra las
puertas de un parque de diversiones o la posibilidad de utilizar el campo de golf de un club
campestre. la guerra libertaria se inicia de nuevo. A veces, la batalla se libra a puño limpio
y con armas de fuego, pero con frecuencia e) arma más poderosa es la mera manifestación
de valentía y amor.
Cada vez que escucho las palabras de Lincoln pronunciadas en Gettysburg, recuerdo a mis
once compañeros y la esperanza renace en mi alma- Me hago la ilusión de que Lincoln
finalmente sonrió esa noche, cuando nos detuvimos junto a su monumento. Como bien dijo
Dondre: "El amor que me manifestaron ese día conquistara el odio en toda ocasión".
Clifton Davis Actor, Amén
El hermoso día estaba como mandado a hacer para conocer el centro urbano de la c iudad de
Portland. Éramos un grupo de consejeros de un campo de verano haciendo uso de nuestro
día de asueto, alejados de los veraneantes y dispuestos a divertirnos un rato. A la hora del
almuerzo le pusimos el ojo a un bello parque en el centro de la ciudad. Como todos
teníamos un antojo diferente cada cual se fue a buscar lo que quería para comer, después de
acordar que nos encontraríamos en el parque poco después.
Cuando mi amiga Robby se encaminó hacia un carrito de perros calientes, decid í hacerle
compañía- Observamos cómo el vendedor elaboraba un perro caliente perfecto, tal y como
ella lo deseaba. Sin embargo, el vendedor nos sorprendió cuando ella se dispuso a pagarle.
"Ese peno se ve un poco frío", dijo el señor. "Guarde su dinero. A usted le tocó el perro
caliente gratuito del día".
Le dimos las gracias y nos fuimos a reunir con los demás amigos para saborear jumos
nuestras viandas. Pero mientras comíamos y charlábamos me llamó la atención un señor
solitario sentado cerca de nosotros, que parecía observamos. Se veía desaseado. Otra
persona sin hogar y a la deriva, como tantos que se ven en las ciudades, me dije sin darle
mayor importancia.
Al terminar de almorzar nos preparamos para seguir nuestro periplo turístico, pero cuando
Robby y yo nos acercamos al canasto de basura para arrojar los res tos del almuerzo,
escuché una sonora voz que me decía: "¿Será que queda algo de comida en esa bolsa?".
El dueño de esa voz era el hombre que nos había estado observando. Me sentí incómodo y
le dije: "Infortunadamente, ya no queda nada",
"¡Qué pesar!", fue todo lo que dijo, sin vergüenza alguna. Era evidente que tenía hambre,
que no le gustaba ver comida desperdiciada y que estaba acostumbrado a formular la
pregunta anterior.
La situación me incomodó, pero no supe cómo reaccionar. En ese momento Robby dijo:
"Ya vuelvo. Espérame un momento", y salió corriendo. Quedé intrigado al verla dirigirse
hacía el carrito de los perros calientes. De repente, caí en cuenta de lo que se proponía.
Compró un perro caliente, regresó y se lo dio al señor hambriento.
Simplemente se limitó a decir:
"Sólo estaba transmitiendo la bondad que alguien tuvo conmigo".
Ese día aprendí que la generosidad puede ir más allá de la persona que la recibe. Al
obsequiar, estamos enseñando a los otros a ser dadivosos.
Andrea Hensley
Durante todo el año había deseado participar en el retiro noc turno de primíparas, que se
ofrecía en nuestro colegio a todas las niñas que cursaban el primer año de bachillerato. El
objetivo de este redro consistía en charlar sobre el enfoque que estábamos dándole a nuestra
vida, e intercambiar ideas sobre nuestros problemas, intereses y preocupaciones
relacionadas con el colegio, los amigos, los novios y demás.
Llegué del retiro llena de optimismo- Había aprendido muchas cosas que podrían serme
útiles en mi relación con la gente. Decidí guardar las notas del retiro en mi diario, el lugar
donde se encuentran la mayoría de mis posesiones más preciadas. Sin pensarlo mucho
coloqué el diario sobre una cómoda y terminé de desempacar.
Después de la convivencia me sentía tan realizada que comencé la semana con muchas
expectativas. Sin embargo, esa semana resultó ser un desastre emocional. Un amigo me
hirió tremendamente, discutí con mi madre, y mis calificaciones, especialmente las de
inglés, me tenían muy preocupada. Para rematar este triste cuadro, el baile de gala del
colegio me tenía muy nerviosa.
Sin lugar a exageración, puedo decir que casi todas las noches me dormía con lágrimas en
los ojos. Había tenido la esperanza de que el retiro tuviera un efecto tra nquilizador y
calmara mi nerviosismo pero, por el contrario, empecé a pensar que sólo había sido un
paliativo temporal.
El viernes por la mañana desperté con el corazón apesadumbrado y una actitud negativa.
También estaba retrasada. Me vestí aceleradamente, sacando presurosa un par de medias de
un cajón de la cómoda. Al cerrar estrepitosamente el cajón, mi d iario cayó al piso regando
gran parte de su contenido por el suelo. Al arrodillarme para recogerlo, una de las hojas
desparramadas me llamó la atención. Me la había dado la directora del retiro. La abrí y
comencé a leer.
La vida no tiene que ver con llevar cuentas. No se trata de competir por el número de
personas que te llaman, como tampoco de hacer alarde de los noviazgos que has tenido,
estás teniendo o piensas tener. No se trata de los chicos que has besado, los deportes que
practicas, o cuál chico o chica te cae bien. No se trata del cabello, los zapatos, el color de
la piel, o dónde vives y a qué colegio asistes. De hecho, no se trata de calificaciones,
dinero, prendas de vestir o de las universidades que te ofrecen cupo. La vida no se mide
por el número de amigos que tienes, o por si eres un ser solitario, como tampoco se trata
de que seas popular o rechazado. La vida no tiene nada que ver con estas cosas.
La vida tiene que ver con personas que amas y con aquéllas a quienes hieres. Tiene que ver
con cómo te sientes acerca de ti mismo. Tiene que ver con sentimientos de confianza,
felicidad y compasión. Tiene que ver con salir en defensa de los amigos y con reemplazar
odios del alma por amor. La vida tiene que ver con evitar la envidia, superar la ignorancia
y edificar sobre la confianza. La vida tiene que ver con lo que se dice y con lo que se quiere
decir. Tiene que ver con aceptar a las personas por lo que son y no por lo que tienen.
Sobre todo, la vida tiene que ver con decidir cómo utilizar nuestra existencia para tocar la
de otro ser, de una forma que jamás habría sido posible de otra manera. Estas disyuntivos
son la esencia de la vida.
Ese mismo día obtuve excelentes calificaciones en el examen de inglés. Ese fin de semana
me divertí con mis amigos y tuve el valor de dirigirle 1a palabra al chico que me caía en
gracia. Le dediqué más tiempo a la familia y procuré escuchar a mi mamá. Hasta encontré
un vestido espectacular para el baile de gala del colegio, y me divertí muchísimo. Y todo
esto no se debió a mi buena suene o porque sucedió un milagro, sino a mi disposición de
ánimo y al vuelco que le di a mi corazón. Caí en cuenta de que a veces tengo que hacer un
alto en el camino para recordar las cosas que verdaderamente tienen importancia en la vida,
tales como las que aprendí en nuestro retiro de primíparos.
Este año hago parte de los alumnos que están a punto de graduarse y asistiré a los retiros de
este grupo. Pero todavía guardo mi hoja de papel en el diario, para cuando necesite recordar
las cosas esenciales de la vida.
Katie Leicht, 17 años
FUENTE DESCONOCIDA
Hace unos catorce años me encontraba junto a la puerta del salón de conferencias
observando la llegada de los alumnos, para dar comienzo a la primera sesión sobre el tema
de la teología de la fe. Ese día vi a Tomás por primera vez. Se estaba peinando el cabello,
que le llegaba hasta la mirad de la espalda. Un primer juicio somero me hizo clasificarlo
como excéntrico, muy excéntrico.
Tomás resultó ser mi gran reto- Siempre objetaba o rechazaba con sorna la posibilidad de la
existencia de un Dios incondicionalmente amoroso- Cuando entregó su examen final que
marcaba la terminación del curso, me preguntó con un tono de voz bastante cínico: "¿Usted
cree que yo encontraré a Dios algún día?".
“¡No!" le contesté con vehemencia.
"¡Oh!", me respondió, "Yo estaba convencido de que ése era el producto que usted
promocionaba".
Lo dejé avanzar hasta la puerta de salida y entonces le dije:
"Creo que tú jamás lo encontrarás, pero ten por seguro que Él te encontrará a ti". Sacudió la
cabeza y se fue. Me sentí un poco frustrado al ver que mi célebre frase no había tenido eco
alguno.
Algún tiempo después supe que Tomás se habla graduado y me alegré por él. Más adelante
nos llegó la noticia de que Tomás tenía un cáncer terminal. Vino a buscarme antes de que
yo lo pudiera localizar. Al entrar en mi oficina pude ver que la enfermedad lo había
marchitado físicamente, y que se le había caído el cabello deb ido a la quimioterapia. Sin
embargo, percibí un brillo en sus ojos y un timbre de voz firme, que no había tenido hasta
ahora.
Me desboqué diciéndole:
"Hola, Tomás, he pensado en ti a menudo. Supe que estás muy enfermo".
"Es cierto. Estoy muy enfermo. Tengo cáncer. Me moriré en poco tiempo".
"¿Te es fácil hablar de ello?".
"Desde luego. ¿Qué desea saber?"-
"¿Qué se siente al saber que te estás muriendo a los veinticuatro años de edad?".
"Pues mira, podía ser peor", me contestó. "Como por ejemp lo, llegara los cincuenta años
pensando que beber, seducir mujeres y amasar dinero son las metas 'importantes' de la
vida". Al terminar me dijo el motivo de su visita:
"Se trata de algo que usted me dijo el último día de clases. Le pregunté si creía que yo
llegaría a encontrar a Dios. Me contestó que no, lo cual me causó gran sorpresa. Pero
agregó que Él me encontraría a mí. Eso me dio mucho en qué pensar, aunque debo confesar
que mi búsqueda de Dios no era muy intensa en esa época. Pero cuando los médicos me
sacaron un turupe de la ingle y me dijeron que era maligno, comencé a ponerle seriedad a
esa búsqueda. Ya cuando hizo metástasis y se regó por todos mis órganos vitales, comencé
a azotar las puertas de bronce del cielo. Pero nada sucedió. Entonces, un buen día, al
despertarme, en vez de buscar con desespero algún mensaje, simplemente tiré la toalla.
Decidí que realmente Dios, la otra vida y todas esas cosas me interesaban muy poco. Decidí
utilizar el tiempo que me quedaba haciendo cosas más importantes. Pensé en usted y en otra
cosa que me había dicho: 'Lo más triste de todo es pasar por este mundo sin haber amado.
Pero seria igualmente triste el dejar este mundo sin haberle dicho a aquellos que queremos
que efectivamente sí los queremos'. Siguiendo este consejo comencé con el hueso más duro
de roer: mí padre".
El padre de Tomás se encontraba leyendo el periódico cuando éste se le acercó.
"Papá, me gustaría hablar contigo".
"¿Pues qué estás esperando? ¡Habla'". "Verás, lo que tengo que decirte es realmente impor-
tante".
El padre dejó entrever parle de su rostro por encima del periódico: "¿De qué se trata?".
"Papá, te quiero. Sólo quería decirte eso y nada más".
Tomás sonrió al recordar ese momento.
"El periódico cayó al suelo. Acto seguido mi padre hizo dos cosas que yo no recordaba
haber visto antes. Se puso a llorar y me abrazó. Además nos quedamos hablando hasta la
madrugada, aunque él tenía que ir a trabajar. Fue bastante más fácil con mi madre y con mi
hermano menor", prosiguió Tomás. "Todos nos pusimos a llorar, a abrazamos y a compartir
todas esas cosas que habíamos mantenido en secreto durante tantos años- Me tuve que
encontrar a la sombra de la muerte para comenzar a comunicarme con las personas cercanas
a mí. Entonces un buen día, al voltear una esquina, me topé con Dios. Él no acudió cuando
le supliqué que viniera a mí. Al parecer Él hace sus cosas cuando le conviene y además,
utiliza un horario flexible. Lo importante es que usted tenía razón. Él me encontró incluso
después de que yo dejé de buscarlo".
"Tomás", le dije casi sin aliento. "Creo que estás manifestando algo mucho más universal
de lo que te imaginas. Lo que estás diciendo es que la manera más segura de encontrar a
Dios es mediante la apertura hacia el amor y no pretendiendo convertirlo en nuestra
posesión personal, o en nuestra fuente de consolación instantánea".
"Tomás, ¿podría pedirte el favor de que vengas a mi clase de teología de la fe para que le
cuentes a mis estudiantes lo que me acabas de narrar?".
Aunque fijamos una fecha, nunca pudo cumplir la cita. Desde luego, su vida no terminó con
la muerte, sólo cambió. Dio el gran salto de la fe a la visión. Encontró una vida
infinitamente más bella que la que el ojo de la humanidad haya podido ver jamás o que la
mente humana haya podido imaginar.
La víspera de su muerte, hablamos por último vez. "No podré asistir a tu clase", me dijo.
"Lo sé Tomás".
"¿Será que puedes contarlo por mí? ¿Decírselo a todo el mundo... por mí?".
"De acuerdo, Tomás. Se lo contaré a todo el mundo".
John Powell, S.J.
Cuanto mas conocemos mejor perdonamos. Aquel que siente profundamente, siente por la
humanidad entera.
MADAME DE STAÉL
Craig, uno de mis amigos íntimos en nuestro curso de postgrado en la universidad, es de tas
personas que irradia energía en el sitio donde está. Acostumbraba poner toda su atención
mientras hablabas, haciéndote sentir increíblemente importante. Todo el mundo lo quería.
Un soleado día de otoño, Craig y yo estábamos sentados en nuestro lugar predilecto de
estudio. Yo estaba distraído mirando por la ventana cuando divisé a uno de mis profesores
cruzando el parqueadero.
"No quiero encontrarme con ese tipo", dije.
"¿Y por qué no?", preguntó Craig.
Le comenté que este profesor y yo habíamos terminado en malos términos el semestre de
primavera anterior. Yo me había molestado por alguna sugerencia suya y él, a su ve z, se
había ofendido con mi respuesta. "Además", agregué, "a ese tipo no le caigo bien.".
Craig se quedó mirando la silueta que pasaba. "Tal vez tienes una percepción equivocada",
me dijo. "Tal vez tú eres el que le está dando la espalda, y lo estás haciendo por miedo.
Posiblemente él piensa que tú no lo aprecias y por esa razón no es amistoso. He notado que
a las personas les gustan quienes gustan de ellos. Si tú muestras interés por él, él mostrará
interés por tí. Acércate y háblale".
Las palabras de Craig me causaron escozor. Bajé con paso indeciso hacia el parqueadero.
Saludé cálidamente a mi profesor y le pregunté si había tenido unas vacacio nes placenteras.
Me miró con genuina sorpresa. Seguimos charlando mientras caminábamos y yo me podía
imaginar a Craig observándonos desde el segundo piso, con una sonrisa en los labios.
Craig me había hecho conocer un concepto tan evidente que me parecía increíble no
haberlo percibido antes. Al igual que la mayoría de la gente joven, me sentía inseguro de mí
mismo y entablaba toda relación pensando que de entrada los demás me estaban juzgando,
cuando en realidad ellos estaban pensando que yo haría lo propio con respecto a ellos. A
partir de ese día pude ver la necesidad de los demás de establecer puntos de encuentro y de
compartir algo de sí mismos, y no de juzgarme a mí. Todo un nuevo mundo de relaciones
que antes me había sido negado se hizo posible.
En cierta ocasión, por ejemplo, durante una travesía por el Canadá, en tren, entab lé
conversación con un hombre a quien todos los demás pasajeros procuraban ignorar pues
hablaba en forma prácticamente ininteligible, como si estuviera borracho. Resultó ser
victima en recuperación de un derrame cerebral. Era ingeniero de ferrocarriles y
coincidencialmente había trabajado en el tramo férreo sobre el cual rodábamos, de tal forma
que me contó la historia de cada kilómetro de carrilera bajo nuestros pies. Me habló de la
quebrada Montón de Huesos, llamada así por los centenares de esqueletos de búfalo que los
cazadores indígenas habían depositado en aquel lugar; de la leyenda de Juan el Enorme, el
trabajador ferroviario sueco que podía levantar rieles de acero de quinientas libras; del
conductor de tren llamado McDonald, que llevaba un conejito como compañero de viaje.
Al despertar el alba sobre el horizonte, me tomó bruscamente de la mano y me miró a los
ojos, diciendo:
"Gracias por escucharme. Muchos no se habrían tomado la molestia". No tenía por qué
agradecerme. El placer había sido todo mío.
Una familia que me detuvo para pedirme señas en una bulliciosa calle de Oakland,
California, resultó ser del recóndito noroeste de Australia. Les pregunté acerca de su vida
en su tierra. Mientras tomábamos café me deleitaron con narraciones acerca de cocodrilos
de agua salada "con espaldas tan anchas como una capota de un automó vil convertible".
Cada encuentro se convirtió en una aventura, y cada persona en una lección vivencial. Los
ricos, los pobres, los poderosos y los solitarios; todos tenían sus dueños y sus dudas al igual
que yo. Todos tenían una historia única para contar, si tenía el tiempo para escuchar.
Un pordiosero harapiento y barbado me contó que durante la crisis de los años 30 había
alimentado a su familia disparando una escopeta sobre la superficie de un lago, para luego
sacar los pescados que salían a flote completamente aturdidos. Un policía de tránsito me
confesó que había perfeccionado sus ademanes para dirigir el tránsito vehicular observando
a los toreros y directores de orquesta- Un joven estilista compartió conmigo la felicidad de
observar los rostros satisfechos de las damas residentes en un ancianato, cuando estrenaban
nuevos peinados.
En muchas ocasiones dejamos que estas oportunidades nos pasen de largo. Al igual que
usted, la chica sin mayor gracia que vive en ¡a esquina de la cuadra o el muchacho que
utiliza vestimentas estrafalarias, también tienen historias que contar. E igual que usted,
sueñan con tener la oportunidad de ser escuchados.
Craig sabía de manera instintiva lo anterior. El secreto está en simpatizar inicialmente con
las personas y después formular preguntas. Observa y verás que la luz que brilla sobre otros
será reflejada sobre ti un centenar de veces.
Kent Nerbum
Hoy es uno de mis días lúgubres. Después de pronunciar estas palabras debería suspirar.
Todo lo siento fuera de mi alcance, pero lo que más me mortifica es pensar en la clase de
psicología que tendré el próximo período. Para cumplir con un proyecto realmente bobo de
fin de año, debemos traer una foto que represente una época muy feliz de nuestra niñez.
El problema no fue escoger la foto, pues de inmediato sabía cuál era la que yo quería. Sobre
mi escritorio está la foto enmarcada de mi difunta abuelita Emily y yo, cuando tenia ocho
años. La foto fue tomada cuando ella me llevó de paseo en bus al festival de las lilas de
primavera. Nos pasamos la tarde con los ojos cerrados, inhalando el perfume de las lilas en
botón. La foto la tornó un viejito dicharachero y con gran sentido del humor, quien nos
entretuvo con sus fábulas extremadamente chistosas mientras nos acompañaba hasta el
paradero de buses, al caer la tarde. Jamás lo volvimos a ver, pero en retrospec tiva me
pregunto si el hombre habría quedado prendado de mi abuela.
Al escudriñar la foto de la abuela mientras espero el final de nuestra hora de almuerzo,
reconozco que la toma no refleja su belleza —cabello corto, liso y canoso, y ojos grandes y
ligeramente protuberantes. La nariz es demasiado grande y la frente demasiado ancha.
Pequeña y algo rechoncha. Junto a ella, y cogiéndole la mano, se observa su réplica más
joven y pequeña. Tenemos pies idénticos, delgados y angostos, y dedos incre íblemente
largos. Diré, teníamos. Ahora sólo cuento con mis ridículos pies para burlarme de mí
misma y, a decir verdad, sin ella ya no me producen tanta hilaridad. Cuando mi abuela
murió hace dos años, perdí parte de mi propia realidad.
De modo que ésta era la única foto que podía escoger. No puedo dejar pasar la oportunidad
de traerla nuevamente a este mundo aunque sea por un ratito, para celebrar la huella
indeleble que dejó sobre la vida. Lo hago ingenuamente, y a sabiendas de que sólo unos
pocos apreciarán este obsequio que estoy deseosa de compartir.
Agradecida por haber llegado sin novedad, me acomo do en mi escritorio. Por alguna
inexplicable razón la soledad me invade con mayor intensidad en los corredores, Cuando
tengo gente a mi alrededor, me doy más cuenta que nunca de lo alejada que estoy de los
demás. No tengo con quien caminar, o con quien intercambiar los chismes. Veo a ias
mismas personas todos los días y a veces siento su proximidad, pero las conozco tanto
como conozco a los extraños en la calle. Ni siquiera hacemos contacto visual.
Sostengo la foto sobre el regazo y la enmarco con las manos, mientras la gente entra en el
salón muy despacio. ¿Por qué no traería otra foto? ¿Qué me hizo pensar que podría
transmitir mis sentimientos con palabras?
La profesora toma su puesto al frente de la clase. Ella y yo nos tenemos poco aprecio. Ella
prefiere a las alumnas que se quedan después de clase a charlar sobre sus novios o a
quejarse de las reglas académicas. Yo me quedo después de clase para mostrarle artículos
sobre los tratamientos más recientes para el autismo. Me gustaría caerle bien, pero no le
tengo respeto,
Pide voluntarias para iniciar las presentaciones. Lanza una sonrisa hacia la primera fila
(¿dónde más se sentaría una persona como yo?), para estimular mi asentimiento. Me pongo
de pie para cumplir con mi papel de primeriza inveterada. Escucho una voz a mis espaldas:
"Apuesto a que trajo una foto de su primera enciclopedia".
¡NO, qué lástima! Esa foto la tengo enmarcada sobre la chimenea de mi casa.
Ojos y más ojos. Ojos de miradas vacuas carentes de pensamiento y atención, que sólo
reflejan observación bovina.
"Ésta es una foto de mi abuela y yo, cuando tenía ocho años. Me llevó al festival de las
lilas. Éste es un evento anual". ¿Evento? He debido describ irlo de otra forma. Exhiben
múltiples variedades de lilas comunes y exóticas de distintos colores. Es verdaderamente
espectacular.
Aburridor.
Posé la vista sobre la fotografía de una niña y una mujer, tomadas de la mano y enmarcadas
por un seto salpicado de lilas moradas florecidas- Este par de mujeres daban la impresión
de estar listas y dispuestas a conquistar el mundo, calzadas con zapatos aptos para tal
propósito.
"Cuando miro esta foto aspiro nuevamente la fragancia de las lilas, especialmente ahora, en
época de primavera. La excursión fue una delicia y cuando llegamos a casa la abuela me
preparó espaguetis y me dejó ponerle lágrimas de chocolate al helado...".
¡Ojo!, me estoy desviando del tema. Voy a perder la atención del público que jamás he
tenido.
"Pero como ya dije, fue un día perfecto. A medida que pasa el tiempo y me vuelvo mayor,
me es difícil recordar un día más hermoso. La abuela se enfermó cuando yo tenía nueve
años....". De repente se me escurren las lágrimas, "...Y no volvió a mejorarse". Ha llegado
la hora de escapar, de correr o por lo menos de sentarse.
Caigo como un bulto de papas sobre la silla, sosteniendo la foto entre las manos. La
profesora, sin dilación alguna y a mí parecer con demasiada jovialidad, llama a otro
estudiante. La clase termina rápidamente, después de transcurrir una eternidad. Yo me
escapo al caótico vendaval de los corredores.
¿Ábrase visto un día peor?
Pero como dice el refrán, siempre habrá un mañana. Refrán que a mí entender parece
indicar que no vale la pena sobrellevar el d ía de hoy, por cuanto habrá que hacer
exactamente lo mismo en menos de veinticuatro horas.
Pero heme aquí, mañana, en la puerta de la clase de psicología, s intiéndome como si jamás
me hubiera ido. La única diferencia es que hoy llego retrasada porque se me cayó una
carpeta, y su contenido se derramó con total abandono por el piso. Todo el mundo me pone
el ojo encima. Ayer no tuve en cuenta dos reglas de oro. No sólo me dejé llevar por una
emotividad excesiva, sino que también admití tener sentimientos profundos por algo tan
inconsecuente como una abuela. Resulta que un día soy invisible y al otro objeto del
escarnio público. Ambas son situaciones poco envidiables dentro del diario vivir. Me
acerco al pupitre. Hay una bolsa de papel sobre el asiento. Anticipando que encontraré un
par de tenis oloroso y su correspondiente uniforme con el mismo aroma, miro en el interior
sin mayor cuidado-Dios mío querido. Siento que me hago invisible. La bolsa está llena de
ramas de lila. Las puedo oler con el alma, las puedo sentir con una parte de mi ser que
pensé se había marchitado y pasado a mejor vida. ¿Seré parte de este planeta todavía?
Levanto la vista- Aún estoy siendo objeto de miradas de ganado vacuno por parte de todos-
Pero uno de éstos trajo las ramas de lila- Tiene que ser algún rebelde sentimental
disfrazado. ¿Cuál será? Remuevo la bolsa y me siento. La profesora está contrariada.
"¿Podríamos dar comienzo a la clase? Las presentaciones de ayer serán tenidas en cuenta.
Entre los botones de lilas encuentro una nota. La abro y encuentro dos frases:
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SOBRE EL APRENDIZAJE
El colegio me enseñó no sólo cómo aprender en el salón de clase, sino también por fuera
del mismo. ¿Dónde creen que aprendí a trepar, a columpiarme y a saltar? ¿Dónde creen
que aprendí a conocer a mi mejor amigo?
JESSIE BRAUN , 18 años
LA experiencia: el más brutal de todos los profesores. Pero se aprende, ¡por Dios que se
aprende!
C. S. LEWIS
Crecí en una pequeña comunidad llamada Estepona, en el sur de España. Tenía 16 años
cuando un buen día mi padre me dijo que me permitiría conducir el automóvil para llevarlo
hasta Mijas, a unos 25 kilómetros de distancia. Como única condición me pidió que llevara
el vehículo al taller cercano para que le hicieran mantenimiento. Como había aprendido a
conducir recientemente y no tenía muchas oportunidades de guiar el coche, acepté la oferta
sin titubear. Llevé a papá hasta Mijas, comprometiéndome a recogerlo a las cuatro de la
tarde y conduje el automóvil hasta el taller de mantenimiento. Con tiempo disponible entre
las manos decidí ver una presentación doble en el teatro cercano al taller, infortunadamente,
me entretuve demasiado con las películas y perdí toda noción del tiempo. Cuando terminó
la segunda película vi que eran las seis de la tarde. ¡Estaba retrasado dos horas!
De seguro mi padre se disgustaría al saber que había estado en cine. No me dejaría volver a
conducir. Decidí decirle que el coche tenía algunos defectos y que los mecánicos se habían
demorado más de la cuenta reparándolos. Fui al lugar donde habíamos acordado encontrar-
nos y vi a mi padre parado en la esquina, esperándome pacientemente. Le pedí excusas por
la tardanza y le dije que había ido a recogerlo tan pronto me habían entregado el auto,
después de hacerle algunas reparaciones mayores. Nunca olvidaré la mirada que me dirigió.
"Jason, me entristece pensar que consideras necesario tener que mentirme".
"¿Por qué? Yo te estoy diciendo la verdad".
Mi padre me miró una vez más. "Cuando no apareciste, llamé al taller para averiguar qué
sucedía, y me dijeron que tú todavía no habías pasado a recoger el coche. Entonces, como
verás, estoy al tanto de que éste está en perfectas condiciones". Un sentimiento de culpabi-
lidad me invadió y con torpeza le confesé que había estado en cine y también la verdadera
razón de mi tardanza. Mi padre escuchó atentamente con el rostro entristecido.
"No estoy disgustado contigo, sino conmigo mismo. Me doy cuenta de que si después de
tantos años tú te ves en la necesidad de mentirme, es porque he fallado como padre- Fallé
porque he criado a un hijo que no puede decirle la verdad ni siquiera a su papá. Ahora me
iré caminando hasta nuestra casa para tener la oportunidad de meditar sobre mis errores de
los pasados años".
"Pero papá, no puedes hacer eso. Para llegar a casa tendrás que caminar veinticinco
kilómetros a oscuras".
Todas mis excusas, objeciones y demás manifestaciones verbales fueron inútiles. Le había
fallado a mi padre y estaba a punto de recibir la lección más dolorosa de mi vida. Papá
comenzó su larga caminata por la vereda polvorienta. Abordé el coche rápidamente y me
fui detrás, con la esperanza de que desistiera de su empeño. Le supliqué en todos los tonos,
diciéndole lo mucho que lo sentía. Pero él siguió su penoso camino en silencio, ensi-
mismado en sus pensamientos e ignorándome totalmen te. Recorrí los veinticinco
kilómetros detrás de él, conduciendo el coche a un promedio de ocho kilómetros por hora.
Ver a mi padre padeciendo tanto, física y emocionalmente, ha sido la experiencia más
dolorosa y angustiosa que jamás haya tenido que afrontar. Sin embargo, fue la lección más
fructífera- No le he vuelto a mentir.
Jason Bocarro
El precio de la gratitud
Tenia unos trece años. Los sábados, mi padre me llevaba con frecuencia de paseo. Algunas
veces íbamos al parque y otras a la bahía, a observar los barcos. Mis paseo s favoritos eran a
las chatarrerías a curiosear viejos aparatos electrónicos. De vez en cuando comprábamos
uno de estos trastos por cincuenta centavos, para desbaratarlo en casa.
De regreso, papá paraba con frecuencia en la heladería y me compraba un cono de diez
centavos. No siempre, pero con la suficiente frecuencia. No era algo que podía dar por
descontado, pero podía soñar y rezar para que sucediera desde el momento en que
emprendíamos el regreso y hasta que llegábamos a esa esquina mágica, donde seguíamos
derecho hasta la heladería o volteábamos para llegar a casa con las manos vacías. Esa
esquina significaba una anticipación que me hacía agua la boca o me generaba una
desilusión.
A veces mí padre me tomaba el pelo utilizando la ruta más larga para llegar a casa. "Me
vine por este lado como para variar", me decía pasando frente a la heladería sin detenerse.
Era un juego entre ambos y como en casa nunca faltaba la comida en la mesa, el
abstenernos de comer helados no implicaba privación alguna.
En los mejores días me preguntaba: "¿Te gustaría un cono?", en un tono de voz que
convertía el manido interrogante en algo muy original y espontáneo. Yo le respondía: "¡Me
parece una gran idea, papá!".
Yo siempre pedía un cono de chocolate y él uno de vainilla. Me daba la moneda de veinte
centavos y yo entraba corriendo a la heladería a hacer nuestro acostumbrado pedido. Nos
comíamos los helados sentados en el coche. Yo adoraba a papá y me fascinaban los
helados, de modo que me sentía en el séptimo cielo.
Un fatídico día, de camino casa, yo venía rezando y haciendo fuerza para que me formulara
la pregunta mágica. Me la hizo: "¿Te gustaría comer un cono?".
"¡Me parece una gran idea, papá!".
Pero de inmediato me dijo: "A mí también me parece una gran idea, hijo. ¿Qué te parece si
hoy me invitas tú?".
La cabeza me daba vueltas. Veinte centavos. ¡Veinte centavos! Yo podía hacer el gasto.
Recibía veinticinco centavos semanales, y unos centavos adicionales por la realización de
trabajitos esporádicos. Pero ahorrar dinero era importante. Papá me había enseñado eso. Y
utilizar mi propio dinero cuando de comprar helados se trataba, era un gasto inoficioso.
¿Por qué no se me ocurriría que ésta era una maravillo sa oportunidad para reconocerle a mi
padre su permanente y gran generosidad? ¿Cómo no se me había ocurrido que mi padre me
había comprado unos cincuenta helados y yo no le había obsequiado ni uno? Lo único que
yo podía pensar era: ¡Veinte centavos?.
En un arranque de mezquina y egoísta ingratitud, dejé escapar las terribles palabras que
desde entonces retumban en mis oídos: "En ese caso, mejor dejémoslo para otro día".
Mi padre sólo dijo: "Está bien, hijo".
Al emprender el camino a casa, caí en cuenta de lo equivocado que estaba y le rogué que
nos devolviéramos. "Yo invito", le supliqué.
Pero él simplemente contestó: "No te preocupes. En realidad no nos hacen falta", y no le
puso atención a mis protestas. Nos fuimos a casa.
Me sentí muy infeliz por mi egoísmo y falta de gratitud. Él no me reiteró mi mezquindad,
ni mostró desilusión. Pero no creo que hubiera podido dejar una mayor impresión sobre mí,
haciendo algo distinto.
Aprendí que la generosidad es de doble vía y que la gratitud a vece s cuesta algo más que un
"Muchas gracias". Ese día la gratitud me hubiera costado veinte centavos, y habría sido el
helado más rico del mundo,
Les contaré algo más. Fuimos de paseo la semana siguiente y cuando nos acercamos a la
esquina encantada dije. "Papá, ¿te gustaría comer un cono el día de hoy? Yo invito".
Randal Jones
¿Qué sucede?
Una profesora recién graduada, llamada Mary, aceptó el cargo de profesora en una reserva
de los indios navajos. Todos los días pasaba a cinco jovencitos al tablero y les pedía que
resolvieran un problema matemático sencillo, como tarea. Los chicos se paraban frente al
tablero en completo silencio y rehusaban hacer la tarea solicitada. Mary no podía entender
qué sucedía. Nada de lo que había estudiado le ofrecía una ayuda y, desde luego, no había
visto nada parecido durante sus prácticas estudiantiles en Phoenix. Mary se preguntaba a sí
misma: ¿Qué estaré haciendo mal? ¿Será ({w escogí a cinco alumnos que no pueden
resolver los problemas? No, ésa no es la respuesta. Por último decidió preguntarles qué
sucedía, y en la respuesta que sus pupilos indígenas le dieron aprendió una lección
sorprendente sobre la autoestima y la auto valoración.
Al parecer los estudiantes respetaban la individualidad de cada cual y sabían que no todos
eran capaces de resolver los problemas. Ya a esa tierna edad comprendían la inutilidad de l
enfoque de ganar o perder dentro del aula. Pensaban que nadie se favorece ría si alguno de
ellos se desprestigiaba o pasaba una vergüenza frente al tablero- Por lo tanto, se negaban a
competir entre ellos en público.
Cuando Mary comprendió, cambió su sistema de tal manera que podía corregir la tarea de
cada alumno individualmente, y no a costa del mismo frente a sus compañeros. Todos ellos
querían aprender, pero sin causarle daño a otro.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
El obsequio eterno
En la hora más aciaga el alma recibe alimento y fortaleza para proseguir y resistir.
HEART WARRIOR CHOSA
Yo soy...
Las palabras "Yo soy... "son potentes; ten cuidado a qué las amarras. Aquello que estás
reclamando tiene la habilidad de devolverse y reclamarte a tí..
A. L. KlTSELMAN
B.
[NOTA DEL EDITOR: ¿Alguna vez te has fijado qué tan frecuentemente te preguntan qué
vas a hacer, qué haces o qué piensas hacer cuando termines la universidad? Para todos
aquellos de nosotros que hemos sufrido porque lo que hacemos o vamos a ser no recibe
aprobación, aquí está la respuesta verdadera. Y recordemos esta la próxima vez que
alguien diga: "Oh, ¿de veras? Pues bien... no hay nada de malo en asar hamburguesas
para ganarse la vida. Deberías sentirte orgulloso".}
Yo soy arquitecto: he construido un cimiento sólido, y cada año que voy a ese colegio
agrego otro piso de sabiduría y conocimiento.
Yo soy escultor: he dado forma a mis principios morales y a mis filosofías de acuerdo con
la arcilla del bien y del mal.
Yo soy pintor: con cada nueva idea que expreso, pinto un nuevo tono en la multitud de
colores del mundo.
Yo soy científico: con cada día que pasa recojo nueva información, hago observaciones
importantes y experimento con nuevos conceptos e ideas.
Yo soy astrólogo: leo y analizo las palmas de la vida y a cada persona que encuentro.
Yo soy astronauta: constantemente exploro y amplío mis horizontes.
Yo soy médico: curo a aquellos que vienen a consultarme y a pedir consejo; además, lleno
de vitalidad a aquellos que han perdido el deseo de vivir.
Yo soy abogado: no me atemoriza defender firmemente mis derechos básicos e
inalienables, como también los del prójimo.
Yo soy oficial de policía: siempre estoy pendiente del bienestar de los demás y siempre me
encuentro en el lugar preciso para evitar peleas y mantener la paz.
Yo soy profesora: mediante mi ejemplo muchos aprenden e l significado de las palabras
dedicación, trabajo tesonero y firmeza.
Yo soy matemático: estoy dispuesto a conquistar cada uno de mis problemas con las
soluciones apropiadas.
Yo soy detective: escudriño el mundo a través de mis dos lentes y busco el significado y el
sentido de los misterios de la vida.
Yo soy miembro del jurado: juzgo a los demás y sus circunstancias, sólo después de haber
escuchado y entendido sus historias en su totalidad.
Yo soy banquero: muchos comparten conmigo su confianza y sus valores, y jamás pierden
el interés.
Yo soy futbolista: estoy listo para hacer una gambeta que emocione al público y para meter
el gol en la portería contraria.
Yo soy corredor de maratón: siempre estoy en movimiento y lleno de energía, dispuesto a
enfrentar el próximo reto.
Yo soy alpinista: a paso lento pera seguro, camino hacia la cima.
Yo soy equilibrista: siempre logro llegar al extremo opuesto, midiendo cada paso cuidadosa
y suavemente en cada situación peligrosa.
Yo soy millonario: rico en amor, sinceridad y compasión. También soy poseedor de una
inmensa reserva de sabiduría, conocimientos, experiencia e ingenio.
Pero más importante aún, yo soy yo.
Amy Yerkes
Sparky
Para Sparky, el colegio era casi una misión imposible. Cuando cursó octavo grado perdió
todas las materias-Reprobó física cuando cursaba el último año de bachillerato, con un cero
aclamado. También perdió latín, álgebra e inglés. En la arena deportiva también se encontró
con el fracaso. Aunque logró ingresar al equipo de golf, se las arregló para perder el único
torneo importante de la temporada. Se programó un torneo de consolación, y también lo
perdió.
Durante toda la adolescencia Sparky se perfiló como un ser socialmente torpe. De hecho,
Sparky no le caía antipático a los demás estudiantes, por cuanto ni siquiera le daban esa
importancia. Recibir un saludo de algún compañero de clase por fuera de los predios del
colegio era motivo de asombro para él. No hay forma de saber cómo le habría ido si hubiera
invitado a salir a las chicas. Sparky jamás se atrevió a fijar una cita durante todo el
bachillerato. Tenía pavor de ser rechazado.
En resumen, Sparky era un perdedor. Eso lo sabían él, sus compañeros y el mundo entero.
En consecuencia, se dejaba llevar por la corriente- Desde una tierna edad, Sparky había
llegado a la conclusión de que si las cosas se le iban a dar, se le darían a su debido
momento. Mientras tanto, él se contentaría con aquello que parecía ser una mediocridad
inevitable.
Sin embargo, había algo importante en la vida de Sparky y ese algo era el dibujo. Sus obras
artísticas lo enorgullecían. Desde luego, nadie más les daba valor alguno. Cuando cursaba
el último año de bachillerato, sometió unas caricaturas a consideración del consejo editorial
del anuario de su clase. Fueron rechazadas. A pesar de este fracaso Sparky decidió volverse
artista profesional, pues estaba convencido de sus habilidades.
Al terminar el bachillerato, dirigió una carta a los estudios cinematográficos de Wait
Disney El estudio le solicitó que enviara unas muestras de su trabajo y además, le sugirió el
tema de una tira cómica. Sparky llevó a cabo la tarea que le solicitaron. Dedicó valioso
tiempo a su realización, como también a los demás dibujos que presentó. Por fin recibió la
respuesta de los Estudios Disney. Su trabajo había sido rechazado una vez más. Al perdedor
se le propinaba una derrota adicional.
Es así como Sparky decidió escribir su propia autobiografía en forma de una tira cómica.
Plasmó en dibujos su personalidad infantil, aquélla de un pequeño perdedor de bajo
rendimiento crónico. El héroe de esta tira cómica se volvería mundialmente famoso en poco
tiempo, pues Sparky, el chico que había tenido tan poco éxito en el colegio y cuyos trabajos
habían sido rechazados una y otra vez, era nada menos que Charles Schultz. Su ingenio
creó la tira cómica de Carlitos, el jovencito que nunca logra que su cometa vuele o que
jamás puede propinarle una patada a la pelota de fútbol.
Tomado de: Bits &- Pieces
Si hubiera sabido
Todos hemos escuchado decir: "Si hubiera sabido en ese entonces lo que sé hoy-..".
¿Alguno de ustedes no ha sentido el deseo de decir en esas ocasiones: "Está bien, dígame
qué hubiera dicho o hecho..."?
Pues, aquí voy yo..-
Escucharía mi corazón con mayor atención.
Me divertiría más... y me preocuparía menos.
Sabría que el colegio llegaría a su fin en algún
momento... y el trabajo... bueno, eso no tiene importancia.
No me preocuparía tanto por lo que piensan los demás.
Disfrutaría de toda mi vitalidad y de mi piel lozana.
Jugaría más y me inquietaría menos.
Sabría que mis padres me aman y creería a ciencia
cierta que están haciendo las cosas de la mejor manera posible.
Estaría contenta de estar enamorada y me preocuparía
muchísimo menos de cómo irá a terminar la relación.
Sabría que probablemente no será así... pero
que algo mejor podrá venir más adelante.
No me daría vergüenza comportarme como una niña.
Sería más valerosa.
Buscaría las cualidades de los demás para solazarme con ellas.
No me relacionaría con otros simplemente para
darme un "baño de popularidad",
Tomaría clases de baile.
Me deleitaría con mi cuerpo, tal y como es.
Confiaría en mis amigas.
Sería una amiga digna de toda confianza.
No con/iana en mis novios (¡esto lo digo en broma!).
Disfrutaría besando. Estoy hablando de un disfrute real y verdadero.
De seguro sería más agradecida y más apreciativa de las bondades de los demás.
Kimberly Kirberger
La danza
Al traer a la memoria
Aquella danza bajo las estrellas compartida,
Recuerdo un instante de perfección universal.
Pero. ¿cómo iba yo a saber, estando en esta gloria,
Que éste era el adiós de mi amada amiga?
(Coro:)
Y ahora me alegra no haber sabido
Cuál sería el fin de lo nuestro.
Al tomar un camino en verdad siniestro
Es mejor dejar la vida al azar,
Pues el dolor podría haber evitado
Mas yo quería estar contigo y danzar.
(Repetir coro)
Apreciado Rick:
Mi madre me aconsejó que te escribiera una carta de agradecimiento por la foto tan
increíble que me enviaste. También quería decirte que los médicos me han dicho que me
queda poco tiempo de vida. Me es difícil respirar y me canso fácilmente, pero a pesar de
todo procuro sonreír lo más que puedo. Ya sé que no llegaré a ser tan fuerte como tú y que
no podremos alzar pesas juntos.
Yo te dije que iría a unas olimpiadas para conquistar una medalla de oro. También sé que
ya no lograré hacerlo. Pero sí sé que soy un campeón y que Dios también lo sabe. Él sabe
que yo no me rindo, y cuando llegue al cielo Dios me dará mi medalla de oro. Te la
mostraré cuando tú llegues. Gracias por quererme.
Tu amigo,
Matthew.
Rick Metzger -
Desiderata
Desplázate plácidamente entre el bullicio y los afanes, y ten en mente la paz que se obtiene
del silencio. Dentro de lo posible y sin entregar tus principios, mantén tus buenas relaciones
con los demás. Expresa tu verdad pausada y claramente; escucha a los demás, incluyendo a
los lerdos e ignorantes; ellos también tienen su historia.
Evita a las personas ruidosas y agresivas, pues son un vejamen para el espíritu. Si te dedicas
a compararte con otros puedes volverte un amargado o un vanidoso, pues siempre habrá
personas más y menos prestantes que tú. Disfruta de tus triunfos como también de tus
planes.
Mantén el interés por tu carrera por más humilde que ésta pueda ser; es un verdadero
patrimonio en las cambiantes fortunas que se dan a través del tiempo. Actúa con precaución
en el mundo de los negocios, no olvides que éste está colmado de trampas; pero no dejes
que los embustes te impidan ver la virtud que te circunda; muchas personas procuran lograr
grandes ideales; la vida está colmada de heroísmo por doquier.
Actúa como eres. En especial, no finjas afectos. No seas cínico acerca del amor, pues de
cara a la aridez y a toda desilusión es tan perenne como el césped.
Acepta con beneplácito el consejo de los años, entregando con donaire las cosas de la
juventud. Cultiva la fuerza del espíritu para que te sirva de escudo frente a las calamidades
repentinas. Pero no te dejes agobiar por las suposiciones. Muchos temores nacen del
cansancio y de la soledad- Más allá de una sana disciplina, consiéntete a ti mismo.
Eres una criatura del universo, al igual que los árboles y las estrellas; tienes todo el derecho
a estar aquí, sobre el planeta. Aunque a veces no lo veas con claridad, sin duda el universo
se está desenvolviendo como debe ser.
Por consiguiente, busca estar en paz con Dios, como sea que lo hayas concebido, y
cualesquiera sean tus labores o aspiraciones, conserva la paz del alma en medio de la
ruidosa confusión de la vida.
El mundo sigue siendo bello a pesar de sus falsedades y de las labores monótonas que
deben realizarse. Vive alegremente. Procura ser feliz.
Max Ehrmann
7
MARCANDO LA DIFERENCIA
Las grandes oportunidades para ayudar a los demás se presentan muy de vez en cuando,
pero las pequeñas son el pan de cada día.
SALLY KOCH
Fui presidente del estudiantado cuando cursaba octa vo grado en mi colegio de Asheville,
Carolina del Norte. Me sentí muy honrado con esta distinción pues en ese colegio había
más de mil estudiantes. Al terminar el ano me pidieron que pronunciara un discurso en la
ceremonia de nuestro ingreso al bachillerato. Entendí que tenía que abarcar algo más que
los lugares comunes normalmente expuestos. Somos la clase que se graduará en el año
2000, de modo que deseaba que mi discurso fuera tan especial como lo somos nosotros.
Pasé varias noches recostado sobre la cama, pensando en lo que diría. Muchas cosas
pasaron por mi mente, pero ninguna de ellas tenía en cuenta a todos mis compañeros. Por
fin, una noche me iluminé súbitamente. El colegio Erwin tiene la tasa de deserción más alta
del país. El objetivo primordial y colectivo no podía ser otro que el de que todos y cada uno
de nosotros obtuviera su diploma de bachiller. ¿Qué tal si proponía que nos convirtiésemos
en la primera promoción en la historia de los colegios públicos norteamericanos en graduar
a todos sus integrantes, sin excepción alguna? ¿No seria eso absolutamente pasmoso?
El discurso sólo duró doce minutos, pero lo que desató fue increíble. Cuando lancé el reto a
mis compañeros de convertirse en la primera promoción en comenzar y terminar el
bachillerato sin una sola deserción, todo el auditorio, incluyendo a padres, abuelos y
profesores, se desbordó en aplausos. Pude palpar el gran entusiasmo colectivo cuando ¡es
mostré los diplomas y distintivos especiales que cada uno recibiría al cumplir nuestro
propósito, Al terminar la disertación el auditorio entero se puso de pie como un solo
hombre, para ofrecerme una cerrada ovación- Tuve que hacer un enorme esfuerzo para
mantener la compostura y no terminar en un mar de lágrimas. No había vislumbrado que mi
reto generaría tal respuesta.
Durante todo el verano trabajé para desarrollar un programa que nos permitiera cumplir con
nuestro cometido a lo largo del bachillerato. Preparé conferencias para clubes y grupos
sociales, y conversé con varios de mis compañeros. Le conté a nuestro rector que deseaba
organizar "patrullas antideserción", compuestas por estudiantes dispuestos a apoyar y
ayudar a otros estudiantes durante épocas difíciles. Le dije que quería diseñar y vender unas
camisetas que distinguieran a los miembros de nuestro curso, para recoger dinero que se
utilizaría en la publicación de un directorio de la clase. También le dije que me parecía
excelente que hiciéramos algún tipo de fiesta para celebrar cada semestre que termináramos
sin perder un solo estudiante.
"Te hago una mejor oferta", me dijo. "Me comprometo a organizar una fiesta para cada
período de calificaciones que culmine sin una sola deserción". Ésta era un propuesta
emocionante porque se daba un período de calificacio nes cada seis semanas, o sea cada
treinta días de colegio. El plan comenzaba a tomar forma.
Durante todo el verano se fue regando el cuento de nuestro desafío. Aparecí en la televisión
regional y me entrevistaron por la radio. El periódico me pidió que escribiera una columna
como colaborador invitado y comenzaron a entrar llamadas de todas partes. Un buen día
recibí una llamada del noticiero de la CBS en Nueva York. Uno de sus investigadores se
había topado con mi columna periodística y deseaba dedicar un segmento de su programa
48 Horas a nuestra clase- Ken Hamblin, el Vengador Negro de la radio nacional, nos dedicó
parte en su programa Ken Hamblin le habla a Norteamérica, en agosto de 1996. Me invitó a
su programa para que le contara al país sobre nuestro proyecto. Todo esto era asombroso,
porque yo le había dicho a mis compañeros que nos podríamos convertir en la clase más
famosa de los Estados Unidos si todos llegábamos al grado. Estábamos comenzando y ya
éramos noticia nacional.
Mientras escribo esta historia, nuestro viaje apenas está empezando. Ya dejamos atrás las
primeras doce semanas de colegio. Nuestras actas de compromiso cuelgan sobre la pared, al
frente de la oficina del rector. En la otra pared instalamos una lámina de acero sobre la que
pintamos un reloj de arena- En la parte superior del reloj está fijado un punto magnético por
cada día de bachillerato que nos queda. Hemos nombrado un comité compuesto por
miembros de la "patrulla antideserción" para que supervise la operación del reloj. Todos los
días se coloca un punto magnético de la parte superior en la parte inferior de nuestro reloj.
Esto permite a toda la clase monitorear nuestro progreso. Iniciamos con setecientos veinte
puntos en la parte superior y ya sesenta han sido desplazados a la parte inferior y nos hemos
hecho merecedores de nuestra segunda fiesta. Es divertido ver el desplazamiento de los
puntos.
Estamos en el comienzo de nuestro difícil viaje de cuatro años, pero ya hemos tenido un
impacto significativo. El año pasado, en la fecha del segundo período de calificaciones,
trece muchachos habían abandonado el curso. Hasta ahora, este año, ninguno de los que
firmaron su acta de compromiso se ha retirado, y la "patrulla antideserción" es el grupo
organizado más grande del colegio,
La industria y el comercio locales nos están dando un gran apoyo al ver lo que puede lograr
un programa manejado enteramente por muchachos. Los alumnos de nuestra clase y sus
familias pueden obtener beneficios y descuentos en bancos, concesionarios de automóviles,
mueblerías y restaurantes, entre otros, mediante la pre sentación de nuestra tarjeta de
identificación como miembros de la "patrulla antideserción". Otras empresas nos están
donando bonos del Tesoro y todo tipo de productos, que utilizamos para premiar a tos
chicos y chicas que apoyan nuestro programa. La "Clase Comprometida del año 2 000" del
colegio Erwin desea que ustedes también inicien un programa parecido. Se nos ocurre que
seria fabuloso que todas las promociones del año 2 000 se graduaran sin restricción alguna.
¿Por qué no? ¡Creemos que es posible!
Jason Summey, 15 años
Melinda Clark cubrió a Catalina hasta el cuello con la frazada, y le dijo: "Hasta mañana
Cata". Eran las diez de la noche y hora de dormir. Melinda dejó escapar una sonr isa y dio
una palmadita al oso panda de felpa de setenta centímetros, que estaba bajo las cobijas.
Ambas hermanas compartían la misma habitación, cosa que en nada molestaba a Melinda,
de trece años, quien consideraba a Cata casi como su propia hija.
Melinda se metió en su propia cama pero no se arropó del todo. Aunque era febrero y el
suelo se encontraba cubierto de nieve congelada, la noche estaba inusita damente calurosa,
en especial para Everett, Pennsylvania.
Algo húmedo recorrió su rostro. "Eres un buen perro, Rayo". El collie miniatura volvió a
lamerle la cara. Su cola batía contra la cama mientras Melinda le frotaba el lomo.
Melinda percibió un olor a humo en sus fosas nasales. Pensó que posiblemente provenía de
la estufa de leña del piso inferior. El humo ascendía fácilmente por el vacío de las escaleras.
Melinda cerró los ojos.
Su hermano Justin, de dos años de edad, la sobresaltó al entrar bruscamente en la
habitación. Corrió hacia la cama de Melinda y le asestó dos golpes con sus pequeños puños.
"¡Mamá está lastimada!", dijo. Un rubor candente le encendía el rostro.
"¿Qué dices?". Melinda se levantó de un salto. Sentía el tapete bastante tibio bajo sus pies.
Percibió el olor del humo con mayor intensidad.
"¿Qué sucede?". Frotó sus mejillas y salió corriendo hacia el corredor de recibo de las dos
habitaciones del segundo piso. Al abrir la puerta que daba a !as escaleras, e l humo se
arremolinó como un torbellino. Llamas color naranja se abalanzaron hacia ella, cual dedos
de una garra candente. Se cubrió el rostro ardiente y dejó escapar un grito.
"¡Wayne'", grito desesperadamente, llamando a su hermano de doce años. Aunque la luz de
su habitación estaba encendida, ella ni siquiera alcanzaba a ver la cama por las crecientes
nubes de humo. Sin embargo, Wayne se las arregló para traspasar la humareda grisácea y
tropezar contra ella. Estaba en ropa interior.
"¡ Vamos a la ventana de mi habitación!", gritó Melinda. Juntos llegaron corriendo hasta la
doble ventana de corredera en la habitación de Melinda. De inmediato, Wayne procuró
destrabar la falleba que resistía todo intento de moverla.
"¡Empújala, tira de ella!". "¡Estoy tirando con todas mis fuerzas!". Las cort inas de fibra de
vidrio comenzaron a derretirse a ambos costados de la ventana. Gotas candentes de fibra de
vidrio hicieron ampollas sobre la espalda de Wayne.
Melinda aporreó la falleba con el puño- Si no lograban destrabarla, morirían
irremediablemente...
Wayne también azotaba la falleba.
De repente cedió un poco, y finalmente abrió. Pero al procurar deslizar los marcos, éstos
permanecieron herméticamente cerrados debido a su deformación por el intenso calor.
Llorando y gritando, Catalina tiraba de la rosada camisola de dormir de Melinda, mientras
tosía y se atragantaba en el ambiente enrarecido por el humo.
Los ojos le picaban a Melinda. Cerró la mandíbula con fuerza. ¡Ella y sus hermanos no
morirían en las llamas!
"Empuja, Wayne. Empujemos juntos, ¡ya!". Azotaron la ventana al unísono. "¡Otra vez,
pero con fuerza!". Tostó, y puso todo el empeño de sus cien libras tras el nuevo empujón.
Wayne hizo lo propio, hasta que lograron que la terca ventana se abriera.
Melinda le dijo a Wayne que saliera sobre el techo plano cubierto con plástico. Acto
seguido le pasó a Cata e inmediatamente después, ella misma cruzó el quicio de la ventana.
Los tres niños llegaron hasta el borde del lecho, buscando cómo descender. Wayne brincó
al piso y se preparó para recibir a los más pequeños.
De repente Melinda se quedó mirando a Wayne con ojos desorbitados. "Justín! ¿Dónde está
Justin?", gritó con desespero. Pocos segundos antes había estado junto a ellos.
Sin pensarlo dos veces dio marcha atrás, volviendo a cruzar el quicio ardiente de la
ventana.
"¡Justin'", exclamó.
Se dejó caer al piso y empezó a arrastrarse sobre el tapete caliente. Encontró el ropero y a
tientas buscó a Justin, en vano. Procuró llamarlo, pero se atragantó. Sentía que le quemaban
la garganta con carbones al rojo vivo. Al tirar de su camisola de dormir, enredada en sus
rodillas que comenzaban a calcinarse, tropezó con el perro y con un pato de felpa de un
metro de estatura pertenecientes a Cata. Los dos se desplomaron al tiempo.
¿Acaso Justin habría regresado a su habitación? Si era así jamás podría atravesar las llamas
y la cortina de humo que ahora subían vorazmente por la escalera, como por un cañón de
chimenea.
Estirada cuan larga era sobre el piso, Melinda palpó debajo de la cama de Cata, Justin no
estaba ahí.
Su cuerpo se estremeció en un espasmo de tos y sintió un nudo en la garganta. No podía
respirar. No iba a sobrevivir.
Mientras se arrastraba hacia la ventana escuchó un ruido proveniente de debajo de su cama.
Se fue a gatas por el piso y comenzó a tantear bajo la cama con deses peración, hasta toparse
con una bola de pelos. Era Rayo. El perro dejó escapar un gemido y le lamió la mano.
Alargó el brazo todo lo que pudo y consiguió tocar un cuero cabelludo. Justin y el perro se
habían escondido juntos. Rayo, gracias por gemir, pensó.
Melinda sujetó una manotada de cabello y sacó a Justin arrastrado. El niño se aferró a ella
como un oso koala? mientras Melinda se arrastraba hacia la ventana.
Lo subió al quicio de la ventana y ella lo siguió, jadeando para poder inhalar bocanadas de
aire fresco. Pero al pisar el techo forrado en plástico, éste se desfondó, derretido por el
intenso calor, y la pierna se le hundió hasta a rodilla. Melinda extrajo su pierna como pudo
y se acercó al borde del techo.
Segundos después el gran ventanal del primer piso explotó y la vidriera saltó en mil
pedazos, esparciendo esquirlas hasta veinte metros a la redonda.
Cata y Justin gritaron al unísono, mientras tiraban del brazo de Melinda.
"¡Rayo!", gritó Melinda. Miró hacia atrás y vio que las llamas acariciaban el marco de la
ventana de su habitación. "¡Rayo querido!". Apretando la quijada y sin un momento más de
dilación, empujó a ambos chiquilines para que cayeran en la nieve, siete metros más abajo.
Ella, a su vez, saltó y por poco aplasta a Justin al estrellarse contra el suelo cubierto de
nieve.
Un oficial de policía que había detectado e1 fuego desde la carretera, recogió a los niños y
entre la nieve y el pasto los llevó hasta su automóvil.
"¡Mamá!", gemía Justin.
"¿Dónde está mi madre?", preguntó Melinda. Corrió hacia el pórtico de la casa vecina en el
preciso momento en que su madre, desde la dirección opuesta, venía a arrullarla entre sus
brazos.
"Fui a llamar a los bomberos", dijo entre sollozos, mientras le daba a Justin un fuerte
abrazo. "Yo estaba en el sótano cargando la lavadora con ropa. Los vi en la parte alta de las
escaleras y les ordené a gritos que salieran".
El oficial llevó a los pequeños hasta la casa vecina. Le avisaron al padre de los chicos,
quien trabajaba en una fábrica de puertas cercana, durante el tumo noc turno.
Melinda se dejó caer en una butaca. Los rostros y las voces parecían revolotear a su
alrededor. Quedó inconsciente durante unos segundos. Al recobrar el sentido se encontró
dentro de una ambulancia. La lámpara roja titilaba sobre el techo del vehículo. La sirena
empezó a ulular. Su vida transcurrió entre la realidad y la inconsciencia mientras llegaba al
hospital.
Melinda y sus hermanos fueron atendidos por la inhalación de humo. Su camisola de
dormir se había derretido y aunque se pegó a la piel en distintos lugares no le ocas ionó
quemaduras.
Sin embargo, ella y Wayne sufrieron quemaduras leves. La pierna de Melinda presentaba
rasguños y quemaduras provenientes de su traspiés sobre el techo derretido, y Wayne sufrió
pequeñas quemaduras sobre la espalda producidas por las gotas de fibra de vidrio derretida,
al incinerarse las cortinas. Catalina y Justin sufrieron algunos rayones al saltar desde el
borde del techo de la casa. Las pijamas de los niños estaban chamuscadas, pero los cuatro
habían salido con vida del incidente.
Justin no cesaba de decir: "Un ángel me recogió y me tiró por la ventana. Era un ángel de
verdad, de eso estoy seguro",
Melinda sonrió y abrazó a su hermano. Cerró los ojos. No se pudo establecer la causa del
incendio. "Al volver a casa al otro día fue cuando de veras me asusté", recuerda Melinda.
"Sentí algo muy extraño al entrar en la planta ba ja. Algunas cosas estaban calcinadas y
otras no. Nuestro pez seguía nadando plácidamente en su pecera, sobre la mesa del
comedor- Por el contrario, nuestras habitaciones estaban totalmente destruidas".
Repentinamente sus ojos castaños se llenaron de lágrimas. "Rayo pereció en el incendio".
Bajó la vista. "Tuve que dejarlo debajo de mi cama".
Pero Justin se salvó porque Melinda se enfrentó a las llamas para rescatarlo. S u valor y
rápidas reacciones no le permitieron rendirse. En verdad, fue todo un ángel.
Barbara A. Lewis
8
BUSCANDO TOCAR EL FIRMAMENTO
Carlos, tener un sueño no es una bobada. La bobada es no tenerlo.
CLIFF CALVIN , Cheers
¿Recuerdas
que hace muchos años,
cuando éramos niños,
jugábamos juntos lodos los días?
Parece que fue ayer.
Ese mundo de vivencias infantiles,
de payasos y algodón de azúcar,
de días veraniegos
que parecían interminables.
Horas de jugar al escondite
desde las cuatro de la tarde hasta llegado el crepúsculo,
cuando nos sentábamos en cualquier zaguán
a escuchar el canto de las chicharras
y a espantar zancudos,
y a hablar de nuestros sueños
y de lo que haríamos cuando fuéramos grandes,
hasta que nuestras madres nos llamaban.
¿Recuerdas aquel invierno cuando nevó
durante días y días
y nosotros procuramos construir un iglú
como verdaderos esquimales?
¿O cuando inventamos el juego
de recoger las hojas
de toda nuestra cuadra
hasta que formamos el montón
más grande del mundo
y procedimos a saltar en él?
¿Recuerdas
la vez que recogimos
azaleas de tu jardín
para vendérselas a nuestros vecinos?
¿Y qué decir del día maravilloso cuando
ya no tuvimos que utilizar ruedas auxiliares
en nuestras bicicletas?
Y pudimos explorar en libertad
el mundo entero
en una sola tarde
¡siempre y cuando no saliéramos
de nuestra cuadra!
Pero esos días se esfumaron Furtivamente
y crecimos, como suelen hacer los niños,
hasta que llegó el día en que supusimos
que ya éramos demasiado adultos
para jugar entre los árboles en las noches de verano.
Y ahora, cuando te veo, me doy cuenta
de que has cambiado de manera inexplicable
Pareces una rosa florecida prematuramente
que cae victima
de la escarcha de febrero.
La pretina de tu jean te queda estrecha,
símbolo de una juventud que ya no es tuya,
y tu rostro está pálido y verde
—no tienes buen aspecto.
Te veo arrugando el rostro hacia la calle
desde la ventana de tu habitación,
y rara vez dejas escapar una sonrisa.
Y cuando un automóvil arrima a tu puerta,
desciendes y sales por la puerta principal
con una maleta en cada mano.
El vehículo sale disparado
y la chica de al lado desaparece.
Y añoro una vez más
aquellos días de verano.
cuando me detenía en tu zaguán,
golpeaba a la puerta
y te invitaba a salir para dar la bienvenida
a nuestras aventuras de la tarde.
¿Por qué no sales nuevamente a jugar? ¡Todavía somos tan jóvenes...!
Amanda Dykstra, 14 años
Volveré
Aunque el mundo está colmado de sufrimiento, también lo está de gente que lo supera.
HELEN KELLER
[NOTA DEL EDITOR: Samele se convirtió en estrella del equipo de liga de Torríngton en
su penúltimo y último año. También jugó en el equipo de tenis. Sencillo y dobles. Ha
jugado en el equipo de tenis y de baloncesto de Westem New England College, cerca de
Spríngfield, Massachusetts, y ha participado en las ligas de verano en el condado de
Torríngton. Samele aspira a ser entrenador de baloncesto.}
Simplemente yo
Yo sabia que era el mejor, desde muy tempranito
pues la gente decía: "Ya verás, pero espera un poquito".
Pero jamás me dijeron en qué quedaría ese cuento
al enfrentarme a un jugador de mayor talento.
[NOTA DEL EDITOR: Helen Keller se enfermó a la edad de dos años y como secuela
quedó ciega y sorda. Durante los cinco anos subsiguientes creció en la oscuridad y en
medio de un tremendo vacío. Convivió con la soledad y el miedo y sin esperanza alguna.
Ésta es la historia de su encuentro con la profesora que le cambiaría la vida.}
El día más importante de mi vida que yo recuerde fue cuando mi profesora, Anne
Mansfield Sullivan, llegó a nuestra casa. No puedo más que maravillarme al considerar los
contrastes inconmensurables de las dos vidas que este evento unió, el 3 de marzo de 1887,
tres días antes de mi séptimo cumpleaños.
Ese día memorable me encontraba parada en el zaguán de la casa, muda y a la expectativa.
Pude adivinar vagamente debido a los ires y venires y a las señas de mi madre, que algo
inusual iba a suceder, de modo que me acerqué a la puerta y me paré junto a la escalera. El
sol del atardecer penetró la maraña de azaleas que cubría el zaguán, e iluminó mi rostro.
Distraída, acaricié los capullos y hojas recién brotados de la azalea para dar la bienvenida a
la dulce primavera sureña. No podía imaginarme las maravillas y sorpresas que el futuro
tenía reservadas para mí. Había padecido de ira y amargura durante varias semanas,
después de lo cual había caído en una profunda laxitud.
Me imagino que alguno de ustedes se habrá encontrado en alta mar en medio de una
neblina impenetrable, con el corazón en la mano y a la espera de que algo suceda, sintiendo
que una oscuridad blanquecina palpable lo aprisiona, mientras el gran buque avanza lenta-
mente y a tiernas hacia el puerto utilizando la plomada y la línea de sonda- Yo era como ese
buque cuando inicié mi educación, pero no contaba con compás ni con línea de sondaje, y
tampoco tenia manera de saber a qué distancia se encontraba el puerto. ¡Luz. Denme luz',
era la silenciosa súplica que brotaba desde el fondo de mi alma, y la luz del amor brilló
sobre mí, precisamente a esa hora.
Sentí que alguien se acercaba. Tendí la mano suponiendo que era mi madre. Alguien la
tomó, me alzó y me encontré envuelta en el abrazo tierno de quien venía a revelarme todas
las cosas, pero sobre todo, a amarme.
Al día siguiente de su llegada la profesora me guió a su habitación y me obsequió una
muñeca. No lo supe hasta después, pero se trataba de un regalo de los niños ciegos del
Instituto Perkins y sus vestimentas eran obra de Laura Bridgman. La señorita Sullivan
deletreó la palabra "m- u-ñ-e-c-a" sobre mi mano, después de permitirme jugar un rato con
la muñeca. De inmediato me interesé en este juego con los dedos y procuré imitarlo.
Cuando por fin logré formar correctamente las letras, me desbordé de placer y orgullo
infantil. Corrí escaleras abajo y con las manos en alto, le mostré a mi madre cómo se
deletreaba la palabra muñeca. No sabía que estaba deletreando una palabra o que la palabra
existiera; mis dedos solamente imitaban unos movimientos como lo haría un pequeño
simio. Durante los próximos días aprendí a deletrear un gran número de palabras en esta
forma incomprensible, entre ellas alfiler, sombrero, taza y algunos verbos como camina r,
sentarse y pararse. Al cabo de varias semanas al lado de mi profesora, comprendí que todas
las cosas tenían su propio nombre.
Cierto día, mientras jugaba con mi nueva muñeca, la señorita Sullivan puso sobre mis
piernas mi muñeca grande de trapo, deletreó la palabra "m- u-ñ-e-c-a" sobre mi mano y
procuró hacerme entender que esa palabra era común a ambos objetos. Un rato arnés
habíamos tenido un encontrón con motivo de las palabras "t-a-z-a" y "a- g-u-a". La señorita
Sullivan buscaba grabar en mi mente que cada palabra tenía su propio significado, pero yo
persistía en confundirlas. Desalentada, dejó el tema de lado para retomarlo en la primera
oportunidad propicia. Perdí la paciencia frente a su persistencia y de un manotazo estrellé la
muñeca contra el piso. Experimenté una gran satisfacción al percibir la muñeca hecha
añicos a mis pies. Ninguna manifestación de arrepentimiento o triste za afloró después de mi
ataque de ira. En el oscuro y silencioso mundo donde transcurría mi vida, no existía ningún
sentimiento profundo de ternura. Percibí que mi profesora barría los escombros de la
muñeca hacia la chimenea y un sentimiento de satisfacción me embargó al notar que hacía
desaparecer los restos responsables de mi malestar. Me trajo el sombrero y supe que nos
disponíamos a pasear bajo la cálida luz del sol- Este pensamiento, si una sensación carente
de palabra alguna que la acompañe puede llamarse un pensamiento, me impulsó a brincar y
saltar de placer.
Nos encaminamos hacia la caseta del aljibe, atraídas por el perfume de la mata de azalea en
flor que cubría toda la estructura. Alguien se encontraba sacando agua y mi profesora puso
mi mano bajo el chorro. Mientras el agua fresca se deslizaba sobre una mano, ella
deletreaba la palabra agua sobre la otra, lentamente, y después con mayor premura. Sin
moverme, puse toda mi atención sobre los malabares de sus dedos. De repente empecé a
percibir una conciencia brumosa, como de alguna cosa olvidada, y la emoción de un
pensamiento recordado; de alguna forma el misterio del lenguaje me fue revelado en ese
instante. Comprendí entonces que "a-g- u-a" significaba ese algo maravilloso que corría
sobre mi mano. ¡Esa palabra viviente despertó mi alma, la iluminó, le dio esperanza,
felicidad y la dejó en libertad! Desde luego que todavía quedaban barreras, pero eran
barreras que se desplomarían con el tiempo.
Salí de la caseta del aljibe entusiasmada por aprender. Toda cosa tenía un nombre y cada
nombre daba nacimiento a un nuevo pensamiento. De retorno a casa, cada objeto que
tocaba parecía vibrar con vida propia. Esto se debía a que todo lo veía con una nueva y
extraña percepción que me había llegado. Al traspasar la puerta me acordé de la muñeca
vuelta añicos. Tanteando llegué hasta el hogar de la chimenea, recogí los pedazos e infruc-
tuosamente traté de arreglarla. Los ojos se me llenaron de lágrimas al darme cuenta de lo
que había hecho. Por primera vez en mí vida supe lo que eran la tristeza y el
arrepentimiento.
Ese día aprendí muchísimas palabras. No las recuerdo todas, pero sé que entre ellas
estaban, papá, mamá, profesora, palabras que harían que el mundo floreciera para mí, al
igual que "el báculo de Aarón, completamente florecido". Habría sido difícil encontrar una
niña más feliz que yo, acostada en su camita al final de un día tan memorable, recordando
todos los placeres que había experimentado, y deseando por primera vez el inicio de un
nuevo día.
Helen Keller
[NOTA DEL EDITOR: Helen se graduó cum laude en la universidad de Radcliffe, y dedicó
el resto de su vida a enseñar y brindar esperanza a los ciegos y sordos, como lo había
hecho su profesora. Ella y Anne fueron amigas hasta la muerte de esta última.]
Los sepultureros del colegio Parkview
.La gente siempre tiende a culpar a sus circunstancias por lo que son. Yo no creo en las
circunstancias. La gente que sale adelante en este mundo es aquella que va y busca las
circunstancias que quiere, y si nos las encuentra, las crea.
GEORGE BERNARD SHAW
Las lecciones más importantes que aprendemos en el colegio van mucho más allá de
contestar correctamente un examen. Aquellas lecciones que nos cambian al mostramos de
qué somos capaces son las que debemos tener en cuenta. Es pos ible producir música muy
dulce con malos instrumentos. Es posible mostrar a otros cómo vemos el mundo, utilizando
un lienzo y un pincel. Mediante el trabajo tesonero y mancomunado de un equipo, podemos
derrotar las probabilidades y ganar la partida. Sin embargo, ningún examen de se lección
múltiple o de verdadero/ falso nos enseñará la lección má s importante de todas: nosotros
somos la materia prima de la que se fabrican los ganadores.
Poco después del estreno de Jeremiah Johnson. con la actuación de Robert Redford, nuestra
clase de séptimo grado se encontraba analizando la película. Veíamos cómo este hombre
robusto, oriundo de las montañas y de carácter brusco, también era bondadoso y suave.
Analizamos su amor por la naturaleza y su deseo de formar parte de ella. Fue entonces
cuando nuestro profesor, el señor Robinson, nos hizo una pregunta bastante extraña.
¿Dónde creíamos que estaba enterrado Jeremiah Johnson? Nos horrorizamos al escuchar
que el lugar de reposo final de este gran hombre del monte se encontraba a treinta metros
de la autopista a San Diego, en el sur de California.
Nuestro profesor preguntó: "¿Entonces, ustedes creen que eso está mal?".
"¡Sí!" respondimos al unísono.
"¿Creen que deberíamos hacer algo para corregir este mal?", nos preguntó con una sonrisa
cargada de malicia.
"¡Sí!" respondimos con todo el entusiasmo proveniente de la inocencia juvenil.
El señor Robinson se quedó mirándonos fijamente, y después de algunos segundos de un
silencio cargado de expectativa formuló la pregunta que cambiaría para siempre la manera
como algunos de nosotros enfocábamos la vida.
"Y bien, ¿ustedes creen que podrían subsanar ese mal?".
"¿Cómo...?".
¿De qué hablaba? No éramos más que una partida de chiquillos. ¿Qué íbamos a poder
hacer?
"Hay una manera", dijo. "Está llena de incertidumbre y probablemente de desilusiones,..
pero sí hay una manera". Entonces nos dijo que estaba dispuesto a ayudamos si
prometíamos trabajar con ganas y jurábamos no rendirnos jamás.
Estuvimos de acuerdo, pero no teníamos ni la más remo ta idea de que nos habíamos
embarcado en la aventura más grande de nuestras cortas vidas.
Comenzamos por escribir a todas aquellas personas que pensamos nos podrían ayudar: a los
representantes locales, estatales y federales, a los dueños del cementerio y hasta a Robert
Redford. Al poco tiempo empezamos a recibir respuestas a nuestras múltiples cartas, con
agradecimiento por nuestro interés, pero "no podía hacerse absolutamente nada". Ante tales
respuestas muchos se habrían rendido y, de no haber sido por nuestro compro miso con el
señor Robinson a no rendimos, nosotros también habríamos colgado la toalla. Por el
contrario, seguimos enviando cartas.
Decidimos que era necesario que muchísima más gente conociera nuestro sueño, de manera
que nos pusimos en contacto con los periódicos. Un periodista de Los Ángeles Times
finalmente nos visitó y nos hizo una entrevista. Compartimos con él nuestras metas y le
manifestamos lo descorazonante que era constatar que a nadie parecía importarle. Le
dijimos que esperábamos que nuestra historia despenara el interés del público.
"¿Robert Redford se ha puesto en contacto con ustedes?", preguntó el periodista.
"No" fue nuestra respuesta.
Dos días después éramos noticia en primera página. El artículo explicaba que nuestra clase
deseaba corregir la injusticia que se estaba cometiendo con una leyenda del viejo oeste
americano y que nadie se había dado por enterado, ni siquiera Robert Redford. Junto al
artículo aparecía una ("oto del connotado actor. Ese mismo día, en medio de una clase, el
señor Robinson tuvo que ir a la oficina a recibir una llamada. Volvió iluminado como un
santo. "¿Adivinen con quién estuve hablando?".
La llamada era de Robert Redford, para decirle al señor Robinson que él recibía
diariamente cientos de cartas, y que de manera inexplicable la nuestra se había extravia do,
pero que estaba listo y dispuesto a colaboramos en lograr nuestra meta. De repente nuestro
equipo no sólo estaba aumentando de tamaño, sino también adquiriendo poder e influencia.
A los pocos meses, después de llenar los requisitos y formalidades, e! señor Robinson y
unos pocos estudiantes fueron al cementerio a presenciar la exhumación de los restos
mortales de Jeremiah Johnson. El ataúd de madera estaba prácticamente destruido y sólo
quedaban unos cuantos huesos de lo que otrora había sido el impo nente hombre de las
laderas. Sus restos fueron cuidadosamente recogidos por los funcionarios del cementerio y
colocados en un nuevo sarcófago.
A los pocos días, durante una ceremonia en su honor, los restos mortales de Johnson fueron
enterrados de nuevo en una hacienda en Wyoming, llegando así a reposar en las tierras
vírgenes que tanto había querido Robert Redford ayudó a cargar el féretro.
A partir de esa fecha, nuestra clase recib ió el apodo de "Sepultureros", pero nosotros nos
veíamos más bien como "Buscadores de sueños". Ese año aprendimos a escribir cartas
eficaces, nos dimos cuenta de cómo funciona el gobierno y también averiguamos lo que
hay que padecer para lograr algo tan sencillo como trasladar una tumba. Sin embargo, la
gran lección que aprendimos es que nada se resiste a la persistencia. Un grupo de adoles-
centes comenzando la vida había logrado efectuar el cambio.
Aprendimos que somos la materia prima para fabricar ganadores.
Kif Anderson
Entrenamos durante toda la temporada para este encuentro atlético regional. El tobillo
lesionado todavía no estaba bien del todo. De hecho, yo le había dado muchas vueltas a la
decisión de participar o no en este encuentro. Pero allí estaba, esperando el inicio de los 3
200 metros planos.
"En sus marcas... listos...". Detonó el tiro y salimos despedidas. Las otras chicas se me
adelantaron. Comencé a cojear y me invadió un sentimiento de humillación a medida que
me rezagaba.
La chica que ocupó el primer lugar me llevaba dos vueltas de ventaja cuando cruzó la meta
victoriosa. "¡Viva!", gritó el público. Era el aplauso más cerrado que jamás había
escuchado en un encuentro atlético.
Tal vez deba retirarme, pensé mientras seguía cojeando. Esa gente no quiere esperar a que
yo termine la carrera.
Sin embargo, seguí hasta terminarla- Durante las dos últimas vueltas estaba muy adolorida
y decidí que no correría la próxima temporada. No valdría la pena, aunque mi tobillo
sanara. Jamás le podría ganar a la chica que me había tomado dos vueltas de ventaja.
Cuando terminé el recorrido escuché un gran vitoreo, igual de entusiasta al que había
escuchado cuando la ganadora cruzó la meta. ¿Qué está sucediendo?, me pre gunté a mí
misma. Di media vuelta y constaté que efectivamente los chicos se preparaban para iniciar
su carrera. Eso es. Están aplaudiendo a los muchachos.
Fui directamente a los camerinos donde me topé con una chica: "Te felicito. Eres muy
valiente'", me dijo.
¿Valiente? Esta niña me está confundiendo con otra perso na. Yo acabo de llegar de última
en una carrera, pensé.
"Si hubiera estado en tu lugar no habría podido correr esos últimos tres kilómetros. Habría
tirado la toalla después de ¡a primera vuelta. ¿Qué tienes en el pie? Te estábamos
aplaudiendo, ¿Nos escuchaste?".
No lo podía creer. Una completa extraña me había aplaudido, no porque quena que yo
ganara sino porque deseaba que continuara en la carrera y no me diera por vencida. De
repente recuperé la esperanza. Decidí seguir compitiendo en atletismo el año siguiente. Una
niña acababa de salvar mi sueño.
Ese día aprendí dos cosas:
Primera, que brindarles un poco de confianza y bondad a los demás puede cambiarles la
vida.
Segunda, que el valor y la fuerza no siempre se miden por el número de medallas y
victorias. Se miden por los escollos que superamos. Las personas más fuertes no s iempre
son las que ganan, sino aquellas que no se rinden cuando pierden.
Yo solo sueño que algún día, tal vez durante mi último año de co legio, pueda recibir una
acogida igual a la que me brindaron cuando perdí la carrera en la temporada de mi
penúltimo año.
Ashley Hodgeson
Hace varios años el trabajo diario de dos hermanos, a lumnos de un colegio en Elkhart,
Kansas, consistía en encender la barrigona estufa que calentaba el salón de clases.
Cierta fría mañana, ambos muchachos limpiaron la estufa y la llenaron de leña. Uno de
ellos empapó la leña con petróleo y le prendió fuego. Una explosión sacudió el edificio. El
incendio acabó con la vida del hermano mayor y le causó serias quemaduras en las piernas
al otro chico. Después del incidente se pudo establecer que, por equivocación, el recipiente
del petróleo contenía gasolina.
El médico que atendió al chico sobreviviente aconsejó la amputación de ambas piernas. Los
padres estaban entregados a la pena. Ya habían perdido un hijo y ahora les anunciaban que
el otro perdería ambas piernas. Pero su fe se mantenía intacta. Pidieron al médico que
aplazara la cirugía de amputación. El médico accedió. Se dedicaron a rezar pidiéndole a
Dios que las piernas de su hijo sanaran de una u otra forma, y todos los días solicitaban un
nuevo aplazamiento de la cirugía- Este tira y afloja entre padres y cirujano duró cerca de
dos meses. Los padres aprovecharon este tiempo para inculcar a su hijo el convencimiento
de que algún día volvería a caminar.
La dramática cirugía nunca se llevó a cabo, pero cuando finalmente le quitaron los vendajes
se descubrió que el chico tenía una pierna ocho centímetros más corta que la otra. Casi
todos los dedos del pie izquierdo habían quedado casi todos convertidos en muñones. Sin
embargo, el chico tenía una determinación casi inquebrantable. Aunque sentía un dolor
intensísimo, se obligó a ejercitar diariamente hasta que por fin pudo dar unos dolorosos
primeros pasos. Comenzó un lento proceso de recuperación hasta que el chico logró
deshacerse de las muletas y empezó a caminar casi normalmente. Poco después co menzó a
correr.
Y este chico decidido no dejó de correr hasta que esas dos piernas, que por poco le
amputan, lo llevaron a establecer una marca mundial en la prueba de la milla. ¿Su nombre?
Glenn Cunningham, también conocido como d hombre más rápido del mundo, quien fue
designado el atleta del siglo en el Madison Square Carden.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
Si
Día descabellado
Por cualquier cosa que hagas, quiérete a ti mismo por hacerla. Cualquiera sea tu
sentimiento, quiérete mientras lo sientes.
THADEUS GOLAS
. Si estás por cumplir dieciséis años, de seguro te sitúas frente al espejo y escudriñas cada
milímetro de tu rostro. Sufres porque tu nariz es demasiado grande y porque te está saliendo
otro barro, y para rematar te sientes como una idiota, tu cabello no es rubio y el chico de tu
clase de inglés no se ha dado cuenta de que existes.
Alison nunca tuvo esos problemas. Hace dos años era una chica inteligente, bella y popular,
que cursaba su penúltimo año de bachillerato y además pertenecía al equipo titular de
lacrosse y se desempeñaba como guardavidas de mar abierto. Como era esbelta y la
naturaleza la había dotado con un cuerpo escultural, pelo rubio y una límpida mirada azul
marino, más parecía una modelo de trajes de baño que una estudiante de bachillerato. Pero
en el transcurso de ese verano algo sucedió.
Después de un día de labores como guardavidas Alison no veía la hora de llegar a casa para
lavarse el cabello y sacar el agua salada y los nudos del mismo. Sacudió su abundante
melena dorada por el sol hacia delante. "¡Ali!, ¿qué te pasó?", exclamó su madre al
descubrir un parche de piel despoblado en el cuero cabelludo de su hija. "¿Te afeitaste la
cabeza o alguien te lo hizo mientras dormías?"-
Resolvieron rápidamente el misterio: tenía que haberse producido a causa de un elástico
demasiado apretado en la base de su cola de caballo. Pronto olvidaron el incidente.
Tres meses después los parches comenzaron a apare cer, uno después del otro. Al poco
tiempo el cuero cabelludo de Alison se encontraba cubierto de parches del tamaño de una
moneda de veinticinco centavos. Después de diagnosticarle que "sólo era un síntoma de
fatiga" y de untarse unos ungüentos, un especialista comenzó a aplicarle cincuenta
inyecciones de cortisona por cada parche, cada dos semanas. A Alison le permitie ron
utilizar una gorra de béisbol, lo que normalmente constituía una violación del estricto
código de vestir del colegio, para que pudiese disimular su maltratado y sangriento cuero
cabelludo, a causa de las inyecciones. Hebras de cabello aparecían entre las costras que se
formaban sobre las heridas, sólo para caerse a las pocas semanas. Se estableció que Alison
sufría de una condición de pérdida de cabello llamada alopecia, y no existía forma de
detenerla.
Su espíritu alegre y el apoyo incondicional de sus amigos le mantuvieron el ánimo, pero
sufrió altibajos. Como cuando su hermana menor entró a la habitación con el pelo envuelto
en una toalla para que la peinaran. Su madre le quitó la toalla, y Alison pudo ver que una
cascada de frondoso cabello se desparramaba hasta llegar a los hombros de su hermana.
Empuñando las hebras de su cabello ralo entre dos dedos, Alison se deshizo en lágrimas.
Era la primera vez que lloraba, desde que esta pesadilla se iniciara.
Con el paso del tiempo Alison reemplazó la gorra por una pañoleta, pues ya le era
imposible disimular la calvicie de su cuero cabelludo. Como sólo le quedaban unas cuantas
hebras del pelo de antaño, consideró que había llegado la hora de comprar una peluca. En
vez de comprar una peluca rubia para pretender que nada había cambiado o sucedido,
Alison se decidió por una de color castaño. ¿Y por qué no? ¡La gente se teñía el pelo a cada
rato! La confianza de Alison resurgió con su nueva imagen. Llegó hasta a reírse de sí
misma y a compartir su hilaridad con los demás, cuando el viento se llevó la peluca un día
que viajaba en el automóvil de una amiga, con la ventana abierta.
Pero al aproximarse el verano, Alison empezó a preocuparse. No sabía cómo se
desempeñaría en su oficio de guardavidas pues era imposible utilizar una peluca en el mar.
"¿Acaso con la caída del pelo se te olvidó cómo nadar?", le preguntó su padre. Su
comentario no pasó desapercibido.
Después de utilizar una incómoda gorra de baño por un día, Alison decidió exponer al
mundo su calvicie. A pesar de las miradas indiscretas y de los descorteses comentarios
ocasionales de algunos veraneantes: "¿Por qué será que tienen que afeitarse la cabeza para
hacerse las interesantes?", Alison en seguida se sintió a gusto con su nueva imagen.
En el otoño volvió al colegio completamente calva, sin pestañas ni cejas, tras haber
escondido su peluca en el lugar más recóndito de su ropero- Prosiguió con su plan
largamente madurado, para hacerse elegir como presidente estudiantil haciéndole sólo una
pequeña modificación a su estrategia de campaña. Se ideó una presentación con
diapositivas de hombres célebres que se distinguían por su calvicie, desde Gandhi hasta
Teli Savalas, lo cual desató la histeria colectiva en el auditorio.
Cuando fue elegida, durante su primera intervención pública Alison supo responder con
toda la naturalidad del caso a las preguntas sobre su predicamento. Llevaba puesta una
camiseta con un letrero impreso sobre el pecho que decía: "Día funesto para el cabello".
Llamó la atención de los asistentes al mensaje y dijo:
"Cuando no se vean bien al levantarse por la mañana, podrían pensar en ponerse esta
camiseta". Acto seguido se colocó otra camiseta encima de la primera, y prosiguió:
"Cuando yo me levanto, me pongo ésta". El letrero decía: "Día descabellado". El auditorio
irrumpió en aplausos.
Y Alison, la chica inteligente, bella y popular, además de ser portero titular de su equipo de
lacrosse, guardavidas, y ahora presidente estudiantil dotada de una límpida mirada color
azul marino, sonrió desde el podio.
Jennifer Rosenfeld y Alison Lambert.
¡Lo logré!
La labor que tenemos por delante nunca es tan grande como el poder que nos impulsa.
ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS
Mayo de 1989
Nuestro grado de bachillerato se realizaría en menos de un mes, y más que nunca me había
propuesto cruzar el escenario ceremonial en mi silla de ruedas manual. De hecho, había
nacido con una enfermedad llamada parálisis cerebral que me impedía caminar. Buscando
estar en forma para el día del grado, me dediqué a utilizar diariamente la silla de ruedas en
el colegio.
Me fue difícil recorrer los predios del colegio impulsando la silla de ruedas con las manos y
con cuatro o cinco libros escolares a cuestas, pero lo logré. Durante los primeros dos días
de mis periplos en silla de ruedas, todo el mundo se ofreció para empujarme de una clase a
otra. Pero después de escuchar unas cuantas veces mi frase a la vez jocosa y lapidaria: "Yo
no necesito de tu ayuda ni quiero que me tengas lástima", el mensaje fue claramente
recibido y pude dedicarme a recorrer el colegio resoplando y resollando por mi propio
esfuerzo. Siempre obtuve una gran satisfacción personal al utilizar la silla de ruedas
manual, pero las recompensas personales que logré al comenzar a recorrer el colegio de
esta forma, sobrepasaron todas mis expectativas. Comencé a tener una percep ción distinta
de mí mismo y lo propio sucedió con mis compañeros. Ellos se hicieron partícipes de mi
perseverancia y determinación, granjeándome su respeto. Yo, a mi vez, no podía estar más
satisfecho con los resultados, al ver la liberación física y emocional que engalanó mi vida.
La silla de ruedas eléctrica me proporcionó una gran libertad mientras crecía. Me permitió
desplazarme en formas que no podía lograr bajo mi propio impulso. Sin embargo, a medida
que maduraba, me percaté de que la silla eléctrica que en una época me brindaba tanta
libertad, ahora se estaba convirtiendo rápidamente en un instrumento de confinamiento.
Sentí que era un ser libre cuya libertad estaba siendo coartada por la dependencia que tenía
con la silla de ruedas eléctrica. Me frustraba el mero pensamiento de tener que depender de
algo para el resto de mi vida.
Graduarme utilizando la silla de ruedas manual se constituyó en un hito simbólico de mi
vida. Quería entrar en el futuro como un joven independiente, y no iba a permitirme el lujo
de ser llevado a través del escenario por una silla de ruedas eléctrica. Decidí tomarme todo
el tiempo que fuera necesario, pero lo haría yo mismo.
Junio 14 de 1989
Día del grado. Esa noche todos los graduandos marcharon alrededor del pabellón
engalanados con gorras y togas, para tomar sus asientos sobre e! escenario. Yo me senté
orgullosamente en la primera fila, en mi silla de ruedas manual.
Cuando el maestro de ceremonias anunció mi nombre, caí en cuenta de que todo aquello
por lo que yo había luchado ahora era una realidad. La vida independiente que tanto había
anhelado ahora estaba al alcance de mi mano.
Me impulsé muy lentamente hacia el frente del escenario. Levanté la vista de mi
concentración para impulsar la silla y me percaté de que la concurrencia estaba de pie,
brindándome una ovación. Recibí el diploma con orgullo, me puse de cara a mis
compañeros y levantando el diploma en alto, grité con todas mis fuerzas: "¡Lo logré, lo
logré!".
Mark E. Smith
Estoy creciendo
Nueva vida
Apreciada graduada,
Bueno, ¡llegamos a la meta! Ya terminaron las fiestas de grado y estás lista para inic iar el
viaje de la vida. No me cabe duda de que tienes sentimientos encontrados- El contrasentido
de los grandes acontecimientos de la vida consiste en que rara vez abarca un solo
sentimiento. Pero eso está bien. Permite que las b uenas ocasiones sean más valiosas y que
las menos buenas sean tolerables.
He dedicado mucho tiempo a decidir qué perlas de sabiduría te debo impartir. Decidir qué
cosas te debo decir y cuáles debo dejar para que tú las descubras, es una de las disyuntivas
más complejas que todo padre debe afrontar- Decidí finalmente ilustrarte un poco sobre los
asuntos básicos de la vida. Muchos de nosotros transitamos por sus vericuetos sin darles la
más mínima importancia. Es una lástima, porque al buscar respuestas para algunos de estos
interrogantes hacemos unos hallazgos maravillosos. También es cierto que puede ser una
experiencia un poco frustrante, pues cada vez que crees haber encontrado la respuesta
resulta que se nos hace necesario formular otra pregunta. (Lo anterior explica por qué
todavía no tengo respuesta alguna, ¡a pesar de ser un vejestorio!) De todas maneras, espero
que al compartir contigo un pedacito de mí misma y de mi alma puedas, de alguna forma,
salir adelante cuando debas contestarte esas preguntas.
¿Quién? Me demoré un buen tiempo en darme cuenta de que ésta es probab lemente la
pregunta más importante de todas- Tómate el tiempo para descubrir quién eres y para ser
como realmente eres. Procura ser respetuosa, honesta y feliz. Cuando estés en paz contigo
misma todo lo demás estará en equilibrio. Procura no envolver tu identidad en el empaque
de tus posesiones. Permítete crecer y cambiar. Y siempre recuerda que no estás sola en este
mundo y que tienes a tu familia, a tus amigos a tu ángel de la guarda y a Dios (¡no
necesariamente en ese orden!).
¿Qué? Ésta es una pregunta resbalosa, y a decir verdad al principio me dio mucha lidia. Yo
pensé que la pregunta era: "¿Qué haré hoy?". Sin embargo, la cosa se puso interesante
cuando formulé la pregunta de otra forma:
"¿Qué me apasiona?". Descubre qué es lo que hace combustión en tus entrañas y te
mantiene andando, y alimenta ese fuego interno. Conviértelo en hoguera o. deja que quede
en las brasas. Haz lo que quieras con él, pero jamás lo pierdas de vista. Hazlo porque eso es
lo que amas hacer. La felicidad que te trae, te ayudará a sobrellevar las circunstancias
aburridoras de la vida.
¿Cuándo? Ésta es la solapada. No la ignores. Te mantendrá en equilibrio. Algunas cosas es
mejor hacerlas de inmediato. Por lo general, dejar lo que puedes hacer hoy
para mañana trae más trabajo; pero recuerda que hay una época para todo, y es mejor dejar
algunas cosas para otro día. Por difícil que pueda parecer, acuérdate de tomarte el tiempo
para descansar y gozar con el milagro de cada amanecer. Con un poco de práctica te
deleitarás en hacer algunas cosas de inmediato, y descubrirás el placer único de esperar y
planear la realización de otras tantas.
¿Cuándo? Sorprendentemente, ésta es la más fácil. Siempre tendrás la respuesta a la mano
si mantienes tu hogar en el corazón y le pones el cora zón a lo que decidas llamar tu hogar-
Participa activamente en tu comunidad y encontrarás el encanto especial que te encariña
con el lugar. Recuerda que el más simple acto de misericord ia puede hacer una enorme
diferencia, y que tú sí puedes cambiar el mundo.
¿Por qué? Nunca dejes de hacerte esta pregunta- Te mantendrá en creciente evolución.
Déjala actuar. Deja que te cambie cuando te vue lvas demasiado complaciente. Deja que te
grite cuando estés tomando decisiones. Deja que te susurre al oído cuando pierdas de vis ta
quién eres y dónde deseas estar. Pero también tienes que tener „ cuidado con su alcance. A
veces no obtienes la respuesta sino al cabo de los años, y a veces no la obtienes nunca.
Aceptar esta realidad te mantendrá cuerda y te permitirá seguir adelante con tu vida.
¿Cómo? Lo siento, ¡pero con ésta no puedo darte consejo alguno! A ésta le darás respuesta
de una forma muy personal. Pero comoquiera que has llegado tan lejos en estos últimos
años, estoy segura de que te irá muy bien. No te olvides de creer en ti misma como también
en los milagros. Recuerda que los descubrimientos más significativos se lograron después
de sortear tropiezos con ciertas preguntas. Y por último, jamás olvides que te quiero.
Felicitaciones por la nueva vida que estás a punto de iniciar.
Con todo mi amor,
Mamá.
Paula (Bachleda) Koskey
Jack Canfield es uno de los más destacados expertos de los Estados Unidos en el desarrollo
del potencial humano la eficiencia personal. Es un expositor dinámico y e ntretenido, así
como un capacitador altamente solicitado, con una maravillosa habilidad para informar e
inspirar al público y llevarlo a niveles superiores de autoestima y máximo rendimiento.
Es autor y narrador de varios programas en casetes y vídeos de gran venta, entre ellos, Self-
Esteem and Peak Performance, How to Build High Self- Esteem, Self- Esteem in te
Classroom y Chicken Soup for the Soul —Live. Se presenta con regularidad en programas
de televisión tales como Good Morning América, 20/20 y NBC Nightly News. Ha sido
coautor de varios libros, incluyendo los de la serie C hicken Soup for the Soul, traducida al
español con el nombre Chocolate caliente para el alma.
Jack Canfield suele hablar en asociaciones profesionales distritos escolares, entidades
gubernamentales, iglesias, hospitales, organizaciones de ventas y corporaciones. Entre sus
clientes figuran American Dental .Assocíation, American Management Association, AT
&T, Campbell Soup, Clairol, Domino's Pizza, GE, ITT, Hartford, Insurance y Johnson &
Johnson. Es profesor de Income Builders Intemational, una universidad para empresarios.
Dirige un programa anual de ocho días de entrenamiento para capacitadores en las áreas de
autoestima y máximo rendimiento. A este programa asisten educadores, consejeros,
capacitadores de padres y de empresas, conferencistas profesionales, sacerdotes y otras
personas interesadas en desarrollar su habilidad para hablar en público y dirigir seminarios.
Mark Víctor Hansen es un orador profesional que durante los últimos veinte años ha hecho
más de cuatro mil presentaciones ante más de dos millones de personas en treinta y dos
países- Sus conferencias versan sobre estrategias y exce lencias en ventas, capacitación y
desarrollo personal, y cómo triplicar ingresos y duplicar el tiempo libre.
Mark ha dedicado toda su vida a su misión para lograr una profunda y positiva diferencia
en la vida de la gente-A lo largo de su carrera ha inspirado a cientos de miles de personas a
crear futuros con más propósito y mayor poder para sí mismas, mientras estimula la venta
de miles de millones de dólares en bienes y servicios.
Mark es un prolífico escritor, autor de Future Diary, How to Achieve Total Prosperety y
The Miracle of Tithing, entre otros libros. Es coautor de la serie Chicken Soup for the
Soul, Dare to Winy The Aladdin Factor (todos con Jack Canfield) y The Master Motivator
(con Joe Batten). Ha producido una completa biblioteca de casetes y videocintas sobre
capacitación personal que les permiten a sus oyentes reconocer y utilizar sus habilidades
innatas en los negocios y en la vida personal. Su mensaje lo ha convertido en una
personalidad popular en radio y televisión. También ha aparecido en las portadas de
numerosas revistas, entre ellas Success, Entrepeneur-y Changos.
Es un gran hombre, con un gran corazón y un gran espíritu —una inspiración para todos los
que procuran mejorarse a si mismos.
Kimberly Kirberger ha tenido muchos éxitos en la vida, pero el que más la enorgullece es
que muchos adolescentes la consideren su amiga. Cuando comenzó a recopilar Chocolate
caliente para el alma del adolescente con Jack y Mark, propuso que todas las decisiones
finales serían tomadas por los adolescentes mismos. Para lograrlo, se puso de acuerdo y
trabajó con un grupo de adolescentes que primero decidieron qué temas querían tratar en el
libro y que después la ayudaron a seleccionar las historias que mejor los cubrían. Para
Kimberly lo más importante es que este libro fuera para adolescentes y sólo para
adolescentes.
Kimberly es la editora jefe de la serie Chocolate caliente para el alma. Como en la
actualidad hay más de 30 libros de la serie en redacción, compilación y edición, Kimberly
está totalmente dedicada a su trabajo- Además, es una diseñadora de joyas
internacionalmente conocida y creadora de la Kimberly Kirberger Collection, la cual se
vende en más de 150 boutiques y almacenes por departamentos.