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CHOCOLATE CALIENTE

PARA EL ALMA DE LOS ADOLECENTES


Contenido
Introducción

1. Acerca de las relaciones


Después de un tiempo Verónica A. Shoffstall
Almas afines Fran Leb
La pérdida de una bella oportunidad Jack Schiatter.
Mi primer beso, y algo más Mary Jane West-Delgado
Cambios en la vida Sheila K. Reyman
Un inolvidable amor de bachillerato Diana L. Chapman

2. Sobre la amistad
Una sencilla tarjeta de Navidad Theresa Peterson
Ella me dijo que si quería, podía llorar Daphna Renán
En los tiempos de las cajas de cartón Eva Burke

3. Sobre la familia
Ella jamás se desesperó conmigo Sharon Whitley
Una madre incondicional Sarah]. Vogt
El cumpleaños Melissa Esposito
La carrera completa Terri Vandermark
Mi hermano mayor Lisa Gumenick
La voz de un hermano James Malinchak
Clases de béisbol Chíck Moorman
Te quiero, papá Nick Cwry líí.
De vuelta en casa jennie Garih

4. Sobre el amor y la bondad


Tigresa judith S.johnessee
Corazón luminoso Jennifer Love Hewitt.
El secreto de la felicidad
The Speaker's Sourcebook
Procurando tocar el alma de un extraño Barbara A. Lewis
La señora Lalita Susan Daniels Adams
Recuerdos de un paseo en mi infancia Clifton Davis
Un regalo para dos Andrea Hensley
La vida no se trata de eso Katie Leicht
Cuéntale esto a todo el mundo jonn Poweil, S.J
Ante todo debemos querer a la gente Kent Nerbum
Las lilas florecen cada primavera Revista Blue jean
5. Sobre el aprendizaje
Lecciones a base de huevosKimberly Kirberger
Una larga caminata a casa Jason Bocarro
El precio de la gratitud Randal jones
Sra, Virginia DeView, ¿dónde está usted? Diana L. Chapman
¿Qué sucede? The Speaker's Sourcebook
El obsequio eterno Jack Schiatter
Yo soy Amy Yerkes
Sparky Bits & Pieces
Si hubiera sabido Kimberly Kirberger.

6. Sobre las situaciones duras


Sólo una copa Chris Laddish
La danza Tony Arata
Bajo tierra a los diecisiete John Berrío
Ganador de medalla de oro Rick Metzger
Desiderata Max Ehrmann

7. Marcando la diferencia
¿En qué consiste el éxito? Ralph Waldo Emerson
Fresco... ¡quédate en e! colegio! Jason Summey
Valor en el fragor de la acción Bill Sanders
Haz brillar tu luz Ene Allenbaugh
Valor en medio de una conflagración Barbara A. Lewis
Con un ala rota Jim Hullihan

8. Buscando tocar el firmamento


La chica de la casa vecina Amanda Dykstra
Volveré Jach Cavanaug
Simplemente yo Tom Krause
Helen Keller y Anne Sullivan Helen Keller
Los sepultureros del colegio Parkview Kif Ánderson
El niño que hablaba con los delfines Paula McDonald
Siguiéndole la pista a mi sueño Ashley Hodgeson
De inválido a marquista mundial The Speaker's Sourcebook
Si Rudyard Kipling
Día descabellado Jennifer Rosenfeid y Alison Lambert
(LO logré! MarkE. Smith
Estoy creciendo Brooke MueUer
Nueva vida Paula Qiachkda) Koshey
¿Quién esJack Canfield?
¿Quién es Mark Víctor Hansen?
¿Quién es Kimberly Kirberger?
Licencias

Introducción
Querido adolescente:
Por fin, un libro para ti. Este libro está lleno de historias que te harán reír y te harán llorar.
Será como el mejor amigo, presente cuando lo necesitas, siempre dispuesto a cont arte una
historia que efectivamente te haga sentir mejor. Cuando estés solo este libro te hará
compañía, y cuando estés pensando en tu futuro te dirá: "Sí. tú puedes, no importa lo qué te
propongas". Aquí hay historias sobre sueños hechos realidad y sobre amores perdidos;
sobre la manera de superar la timidez y de sobrevivir a un suicidio. Hay historias de triunfo
e historias tan tristes que te harán llorar".

Cómo leer este libro


Lee este libro como quieras, de principio a fin, o saltando de una parte a otra. Sí encuentras
un tema que tiene que ver contigo de una manera especial o que te interesa mucho,
comienza por allí.
Es un libro que nunca terminarás de leer, y que nosotros esperamos que leas y revises
cuando tengas un problema o necesites inspiración u orientación.
Kara Salsburg, una adolescente, nos envió el siguiente comentario sobre los otros libros de
la serie Chocolate caliente para el alma: "Los leí una y otra vez. Chocolate caliente para el
alma es la lectura que más he disfrutado". Shannon Richard, una niña de 14 años de edad,
nos escribió esto: "Me gusta leerlas ¡las historias de la serie Chocolate caliente], "y después
de hacerlo le encuentro un nuevo sentido a la vida".

Comparte estas historias


Nosotros le pedimos a un grupo de lectores que calificara las historias. Uno de ellos nos
dijo que al final del ejercicio sus amigos comenzaron a ir a su casa todos los días después
del colegio, y que hacían tumos para leerse las historias del libro los unos a los otros.
Tú descubrirás, a medida que avances en la lectura, que es imposible no sentir deseos de
compartir estos relatos con un amigo. Sabemos de un sinnúmero de adolescentes que se los
leen por teléfono entre ellos y que se quedan hasta tarde con sus amigos leyendo "sólo una
historia más". Alguien nos contó, también, que un grupo de amigas se sentó una vez
alrededor de una fogata en una excursión a leer las mejores historias y que, después de
hacerlo, se sintieron tan inspiradas (y creativas) que se pusieron a escribir ellas mismas y
leyeron la noche siguiente entre todas lo que habían escrito.
Estas historias, nos han dicho los adolescentes, son útiles para comunicar esas cosas que a
ellos les cuesta trabajo expresar.
Este libro es tuyo
Para nosotros era fundamental que el libro se tratara e xactamente de lo que implica ser
adolescente. Nos esforzamos mucho para asegurarnos de que realmente tuviera que ver con
los asuntos que les interesan a los muchachos y que éstos se abordaran abiertamente. Si
considerábamos que una historia daba sermón o era demasiado sentimental, la sacábamos.
Después de que los estudiantes del colegio John R Kennedy nos ayudaron a calificar las
historias, recibimos, literalmente, cientos de cartas. Nos emocionó ver que habíamos
logrado nuestro objetivo:
Definitivamente éste es un libro que compraría no sólo para mi sino también para mis
amigos.
—Jason Martinson
Si alguna vez llegara a comprar un libro, compraría éste.
—Regina Funtanilla
Lo que más me gustó son los poemas. Tienen mucho significado.
—Richard Niño
Aprecio sinceramente que a ustedes les importe qué pensamos nosotros [los estudiantes de
bachillerato].
—Edward Zubyk

Comparte tus opiniones con nosotros


Nos encantaría saber qué opinas del libro, qué efecto tienen en ti estas historias y cuáles son
tus favoritas. Y por favor, envíanos los relatos que quieras poner a conside ración nuestra
para el Segundo chocolate caliente para el alma de los adolescentes. Nos puedes mandar
tanto aquellos relatos y poemas que tú mismo has escrito, como los que has leído y te ha n
gustado.
Esperamos que disfrutes la lectura de este libro tanto como nosotros disfrutamos el trabajo
de reunir las historias, editarlas y escribirlas. Hacer este Chocolate caliente fue un
verdadero acto de amor.
Envíanos tus historias a la siguiente dirección:

Kimberly Kírberger
PO. Box 936
Pacific Palisades, CA 90272
e-mail: Jeweis24@aol.com
1

ACERCA DE LAS RELACIONES


Las relaciones —de todo tipo— son como un puñado de arena. Si se tiene sobre la palma de
la mano entreabierta, la arena se queda ahí. Tan pronto como la mano se cierra y se aprieta
duro, la arena comienza a deslizarse por entre los dedos. Es posible que retengas cierta
cantidad, pero la mayor parte se regará. Una relación se comporta de la misma forma. Si se
sostiene suavemente con respeto y libertad para la otra persona, es posible que permanezca
intacta. Pero si la estrujas mucho, con demasiada posesividad, ésta se desvanecerá hasta
perderse.
KALEELJAMISON, La teoría del mordisqueo

Después de un tiempo
Después de un tiempo, aprendes la sutil diferencia entre tomar una mano y encadenar un
alma,
Y aprendes que el amor no significa recostarse y que estar acompañado no significa
seguridad,
Y comienzas a entender que los besos no son contratos
y que los regalos no son promesas,
Y comienzas a aceptar tus derrotas con la cara en alto y los ojos abiertos, con el donaire de
un adulto, y sin la pesadumbre del niño,
Y aprendes a construir todas tus carreteras sobre el hoy porque el terreno del mañana es
demasiado incierto para planificar.
Después de un tiempo aprendes que hasta el sol quema.
Si recibes demasiado.
Así que siembra tu propio jardín y decora tu propia alma, en vez de esperar a que te traigan
flores.
Y aprende que en verdad puedes resistir...
Que en verdad eres fuerte,
Y que en verdad eres valiosa.
Verónica A. Shoffstall Escrito a los 19 años de edad

Almas afines
Con frecuencia le he contado a mi hija Lauren cómo nos conocimos su padre y yo, y la
forma como se dio nuestro noviazgo. Ahora que ya cumplió dieciséis muestra cierta
preocupación, porque se da cuenta de que su alma gemela bien podría estar sentada junto a
ella en clase y hasta podría hacerle una invitación para sa lir, aunque ella todavía no está
lista para afrontar un compromiso semejante al que sus padres asumieron muchos años
antes. Yo conocí a Miguel el 9 de octubre de 1964. Nuestras tímidas miradas se
encontraron a través del patio durante una fiesta en casa de Andrea, una amiga mutua. Nos
sonreímos y terminamos ensimismados y envueltos en una conversación que nos duró toda
la noche. Él tenía doce años y yo once. Nos hicimos novios tres días después, y terminamos
al final de un mes desastroso.
Sin embargo, meses más tarde Miguel me invitó a su suntuosa fiesta de bar mitzvah y hasta
me sacó a bailar. (Años después me confesó que a pesar del ferrocarril que yo llevaba en la
boca, de mis piernas de fideo y de mi cabello rizado, él pensaba que era bella.)
Como Miguel y yo teníamos amigos mutuos y compartíamos el mismo grupo social,
nuestros caminos se cruzaron con frecuencia durante los anos siguientes. Cada ve z que yo
terminaba con un novio o alguno me rompía el corazón, mi madre me decía; "No te
preocupes, terminarás enamorada de Míguelito Leb". Yo le contestaba con un grito:
"¡Jamás! ¿Cómo puedes decir semejante cosa?". A su vez, ella me recordaba que su nombre
aparecía a menudo en mis conversaciones, y que además él era una bella persona.
Por fin me encontré cursando bachillerato, en un salón repleto de chicos buenos mozo s. Yo
estaba lista. A mí no podía importarme que Miguel comenzara a enamorar a mi mejor
amiga. Pero... ¿por qué esta situación comenzó a enloquecerme poco a poco? ¿Por qué
empezamos a entablar conversación mientras esperábamos el bus del colegio? Nunca
olvidaré sus zapatos azules, porque nadie que yo conociera tenía un par de zapatos tan
bellos. Las palabras de mi madre me mortificaban con frecuencia, pero yo me empeñaba en
borrarlas de mi mente.
Al llegar el verano que siguió a nuestro décimo año escolar, Miguel y yo habíamos
compartido más tiempo juntos — en compañía de su novia, conocida como mi mejor
amiga, y otros compañeros. Ese verano Miguel se matriculó en un programa de español en
México. Me di cuenta de que me hacía mucha falta. Cuando regresó, en agosto, me llamó y
vino a visitarme. Llegó adorable, curtido por el sol y con cierto aire mundano. No había
aprendido una palabra de español, pero se veía muy bien. El 19 de agosto de 1968, cuando
nos miramos a los ojos en la puerta de mi casa, nos dimos c uenta de que debíamos estar
junios. Desde luego teníamos que esperar hasta después del compromiso que esa noche yo
tenia con otro chico. Le dije a mi amigo que iba a comenzar una relación con Miguel, de
manera que debía regresar a casa temprano. Miguel también le dijo a su novia de ese
entonces que el momento había pasado para siempre.
Mantuvimos nuestra nueva relación en secreto hasta que pudiéramos anunciarla
orgullosamente en la próxima fiesta. Llegamos tarde, y llenos de coraje anunciamos
oficialmente a todos nuestros amigos que estábamos de novios. Nadie pareció sorprenderse.
Todos decían: "¡Al fin!".
Después del grado de bachillerato, yo me fui a la universidad. A las diez semanas pedí ser
transferida a otra universidad para estar más cerca de Miguel. Nos casamos el 18 de junio
de 1972. Yo tenía diecinueve años y Miguel veinte. Establecimos nuestro nido de amor en
las residencias universitarias para casados, mientras ambos terminábamos nuestras carreras.
Yo me gradué en pedagogía especializada mientras Miguel estudiaba medicina.
Ahora, veinticinco años después, le sonrío a nuestra bella hija Lauren y a nuestro apuesto
hijo Alex. Aunque el legado de sus padres les hace mirar las relaciones sentimentales del
bachillerato con una óptica un poco diferente, jamás tendrán que preocuparse de que sus
padres vayan a decir: "No lo tomes tan en serio, ¡eso sólo es un amor de niños!".
Fran Leb

La pérdida de una bella oportunidad


Jamás pierdes al amar. Siempre pierdes al dejar de hacerlo.
BARBABA DE ANGEUS

Nunca olvidaré el primer día que vi "un sueño ambulante". Su nombre era Alejandra
Ravasini (nombre ficticio para proteger a un ser fantástico). Su sonrisa, que brillaba bajo
dos ojos resplandecientes, era eléctrica y hacía que la persona favorecida con ella
(especialmente si se trataba de un chico), se sintiera en el séptimo cielo.
Aunque su belleza física era deslumbrante, yo siempre recordaré su belleza invisible. Su
aprecio por las personas era genuino y, además, tenia el gran talento de saber escuchar. Su
sentido del humor podía iluminarle a uno el día entero, y sus sabias palabras eran
exactamente lo que uno necesitaba escuchar. Alejandra no sólo era admirada, sino también
sinceramente respetada por ambos sexos. Tenía todas las características para ser la persona
más vanidosa del planeta y, sin embargo, era en extremo humilde.
Sobra decir que ella era el sueño de todos los mucha chos. Y en especial el mío. Una vez
tuve la oportunidad de acompañarla hasta su clase, y en otra ocasión pude a lmorzar con ella
a solas. Me sentía el dueño del mundo.
Yo me decía: "Si llegara a tener una novia como Alejandra Ravasini, jamás volvería a mirar
a otra mujer". Pero llegué a la conclusión de que una persona tan sobresaliente ya tenía que
estar saliendo con algún tipo mucho mejor que yo. Aunque era el presidente del consejo
estudiantil, daba por hecho que no tenía la más leve posibilidad de conquistar a Alejandra.
De modo que el día del grado le dije adiós a mi primer amor.
Un año después me encontré con su mejor amiga en un centro comercial y almorzamos
juntos. Con un nudo en la garganta, le pregunté por Alejandra.
"Pues al fin pudo reponerse de su amor por tí" , fue la respuesta.
"¿De qué hablas?", inquirí. "Tú fuiste demasiado cruel con ella. La ilusionaste,
acompañándola a clase a cada rato y haciéndole pensar que te interesaba. ¿Te acuerdas de
la vez que almorzaste con ella? Pues la tuviste sentada junto al teléfono todo el fin de
semana. Ella estaba segura de que la ibas a llamar para invitarla a salir".
Temía tanto su rechazo que nunca me atreví a manifestarle mis sentimientos. Supongamos
que la hubiera invitado a salir y me hubiera dicho que no. ¿Qué sería lo peor que me habría
sucedido? Pues que no hubiera salido con ella. ¿Y adivinen qué? ¡DE TODAS FORMAS
NO TENÍA CITA CON ELLA! Lo que me hace sentir peor es que probablemente sí
hubiera podido concertar una cita, si al menos lo hubiera intentado.

Jack Schlatter

Mi primer beso, y algo más

Yo era una adolescente muy tímida, y tamb ién lo era mi primer novio. Cursábamos el
bachillerato en una ciudad pequeña, y llevábamos seis meses de novios. El noviazgo
consistía sobre todo en tener las manos húmedas de tanto tomárnoslas, realmente ver
películas en vez de besuquearnos, y hablar beberías- En muchas ocasiones estuvimos a
punto de besamos —ambos teníamos unas ganas tremendas de hacerlo— pero ninguno
tenía el valor de tomarla iniciativa.
Por fin él decidió lanzarse al ruedo un buen día, mientras estábamos sentados en el sofá de
la sala de mi casa. Cuando decidió arrimarse estábamos hablando del calor que hacía (¡en
serio!). Como me tapé la cara con un cojín para bloquear el avance, ¡él terminó besando un
pedazo de tela floreada!
Yo deseaba mucho ser besada, pero estaba demasiado nerviosa para dejar que él se
acercara. De modo que me corrí hacia el otro extremo del sofá y él siguió mí ejemplo.
Luego nos pusimos a hablar de la película, y él hizo su segunda intentona. Lo volví a
bloquear.
Llegué al final del sofá. Él también. Volvimos a entablar conversación. Cuando hizo su
tercera intentona... me levanté. Parecía tener resortes en las piernas. Me fui al portón de
entrada, me recosté contra la pared, crucé los brazos y le dije con impaciencia: "Bueno, ¿al
fin me vas a besar, o no?".
"¡Claro!", contestó. Así que me paré derechita, cerré los ojos, fruncí los labios, y levanté el
rostro. Esperé... y me quedé esperando. (¿Por qué no me besaba?) Abrí los ojos; en ese
momento se me venia encima. Sonreí.
¡ME BESÓ LOS DIENTES!
Pude haberme muerto.
Él se fue.
Muchas veces me pregunté si él le habría contado a sus amigos acerca de nuestro
infortunado encuentro romántico. Como yo era extremada y dolorosamente tímida, terminé
escondiéndome durante los siguientes dos años, lo que dio por resultado que no volviera a
salir con ningún muchacho durante el resto del bachillerato. De hecho, si llegaba a verlo a
él o a cualquier otro chico buen mozo mientras caminaba por los pasillos del co legio, me
escondía en el primer salón que encontraba, hasta que hubiera pasado. ¡Y eso que los
conocía a todos desde el jardín infantil!
En mí primer año de universidad decidí dejar de lado la timidez de una vez por todas.
Deseaba aprender a besar con desenvolvimiento y donaire. Lo logré.
En la primavera regresé a casa. Decidí concurrir al café bar que estaba de moda, y al entrar
me encontré ni más ni menos que con mi antiguo amigo del beso en los d ientes, sentado en
una de las butacas del bar. Me acerqué a él y le di una palmadita en el hombro. Sin remilgo
alguno, lo tomé entre mis brazos, lo recosté sobre el espaldar de la butaca y le di un
apasionado beso. Enderecé la butaca y lo miré victoriosamente a los ojos, diciéndole al
mismo tiempo: "¿Y qué opinas de eso?".
Él se limitó a señalar a la mujer que estaba a su lado:
"Juana María, te presento a mi esposa", dijo.
Mary Jane West-Delgado

Cambios en la vida
Tenía dieciséis años y estudiaba bachillerato cuando me sucedió lo peor que podría
imaginarme: mis padres decidieron trasladar nuestro hogar de Texas al estado de Atizona.
Antes de comenzar en mi nuevo colegio, tuve exactamente dos semanas para liquidar todos
mis "asuntos" y colaborar en la mudanza. Dejé atrás a mi primer novio y a mi mejor amiga
y traté de comenzar una nueva vida. Anuncié a voz en cuello que no quería vivir en Arizona
y que estaría de regreso en Texas tan pronto como pudiera. Al llegar a Arizona le advertí a
todo el mundo, sin remilgo alguno, que mi novio y mi mejor amiga me aguardaban en
Texas. Estaba empeñada en mantener las distancias. Después de todo, yo sólo estaba de
paso.
Durante el primer día de colegio me deprimí muchísimo. Solamente podía pensar en mis
amigos texanos, y soñar que pronto estaría con ellos. Durante algún tiempo pensé que mi
vida había llegado a su fin. Sin embargo, con el paso del tiempo las cosas mejoraron un
poco.
Lo vi por primera vez durante una clase de contabilidad, en el segundo período de la
mañana. Era alto, fornido, buen mozo y dueño de los ojos azules más bellos que jamás
había visto. Estaba sentado tres asientos de por medio, en la misma fila que yo, al frente de
la clase. Como no tenía nada que perder, decidí dirigirle la palabra.
"Hola, mi nombre es Eleonora. ¿Cómo te llamas?" , le pregunté con un acento
marcadamente texano.
El muchacho junto a mí pensó que me estaba dirigiendo a él.
"Miguel", me contestó.
"Hola Miguel", le respondí dándole gusto. "¿Cómo te llamas tú?", pregunté una vez más,
concentrando mi atención en el joven de los ojos azules.
Él miró hacia atrás, convencido de que yo le hablaba a otro. "Gerardo", me respondió en
voz baja.
"Hola", le dije sonriendo, y proseguí con mí trabajo.
Gerardo y yo nos hicimos amigos. Nos encantaba charlar en clase. Él era deportista y yo
miembro de la banda de música. Una inveterada costumbre del bachillerato hacía imposible
toda relación social entre deportistas y músicos. Nuestros caminos se cruzaban
ocasionalmente, durante el desarrollo de nuestras diversas actividades escolares. Pero en
términos generales, nuestra amistad se limitaba al entorno de las cuatro paredes de nuestra
clase de contabilidad.
Gerardo se graduó ese mismo año y durante un tiempo nuestra vidas tomaron diferentes
rumbos. Hasta que cierto día me visitó en el almacén donde yo trabajaba, en un centro
comercial. Me alegró mucho volver a verlo. Siguió visitándome durante mis descansos y
así retomamos nuestras conversaciones. Las presiones de sus compañeros de deporte
disminuyeron sustancialmente y en consecuencia nos convertimos en muy buenos amigos.
La relación con mi novio de Texas se volvió menos importante. Como mi amistad con
Gerardo florecía, esta relación comenzó a reemplazar la que tenía con mi novio.
Había transcurrido un año desde que nos mudamos de Texas y comenzaba a sentirme como
en casa en Arizona. Gerardo fue mi edecán durante nuestro baile de gradua ción. Salimos
con dos de sus amigos deportistas y sus novias. La noche del baile de gala cambió nuestra
relación para siempre, porque al ser aceptada por sus amigos,
Gerardo se sintió más a gusto. Nuestra relación por fin se hizo púb lica.
Gerardo fue alguien muy especial durante un período sumamente difícil de mi vida. Con el
pasar del tiempo, nuestra relación se convirtió en un amor grandioso. Recién ahora entiendo
que mis padres no trasladaron nuestra familia a Arizona para herir mis sentimientos, aunque
a veces así me lo pareciese. Ahora creo firmemente que la forma como se dan las cosas
tiene su razón de ser, pues de no habernos mudado jamás habría conocido al hombre de mis
sueños.
Sheila K. Reyman

Un inolvidable amor de bachillerato


Cuando Mateo atravesaba los jardines del colegio, la mayoría de los estudiantes no podían
sino observarlo. Era alto y delgado; el retrato viviente de James Deán, aunque más delgado-
Llevaba el cabello peinado hacia atrás y sobre la frente. Cuando se enfrascaba en conver-
saciones intelectuales, sus cejas se arqueaban sobre los ojos. Era cariñoso, considerado y
profundo, jamás hería los sentimientos ajenos.
Yo le tenía miedo.
Me encontraba a punto de terminar con mi novio, quien era poco inteligente y el típico
ejemplar con el cual uno se pelea y se vuelve a arreglar unas treinta veces por puro
masoquismo, cuando Mateo se atravesó por mi camino una mañana, mientras caminaba por
los jardines del colegio. Se ofreció a llevarme los libros y me hizo reír nerviosamente una
docena de veces. Me cayó bien; me cayó muy bien.
Su genial capacidad intelectual me asustaba. Pero al final entendí que estaba más asustada
de mí misma que de Mateo. Comenzamos a pasear juntos con mayor frecuencia.
Lo miraba de soslayo desde mi casillero atiborrado, y con mi cora zón palpitando
aceleradamente me preguntaba si algún día me besaría. Llevábamos varias semanas viéndo-
nos y todavía no había intentado besarme. En cambio, me tomaba de la mano, me abrazaba
y me mandaba a clase con uno de sus libros. Al abrirlo encontraba un estilizado escrito, que
me hablaba de amor y de pasión en términos que sobrepasaban la capacidad de
entendimiento de mis 17 años.
Me enviaba libros, tarjetas y notas; se sentaba junto a mí en mi casa, mientras
escuchábamos música durante horas. Su canció n predilecta era Me has traído algo de
felicidad en medio de mis lágrimas, cantada por Stevie Wonder.
Un día, recibí en mi trabajo una nota suya que decía:
"Te extraño cuando estoy triste. Te extraño en mi soledad. Pero sobre todo, te extraño
cuando estoy feliz".
Recuerdo que recorrí la calle principal de nuestro pueblo, mientras los vehículos pitaban y
las cálidas luces de los almacenes le hacían guiños a los transeúntes para que entraran a
guarecerse del frío, con un solo pensamiento revoloteando en mi cabeza: Mateo me extraña,
sobre todo cuando está feliz. ¡Qué tipo tan extraño!
Me sentía terriblemente incómoda con un muchacho tan romántico junto a mi. En realidad
era un hombre de diecisiete años que meditaba con sabiduría cada una de sus pa labras, que
escuchaba los puntos de vista de cada participante en un argumento, que leía poesía hasta
bien entrada la noche y sopesaba cuidadosamente sus decisio nes. Yo presentía que una
profunda tristeza embargaba su alma, mas no comprendía su alcance. Hoy pienso que su
tristeza se debía a que su personalidad no encajaba dentro del esquema académico de
nuestro colegio.
Mí relación con Mateo era totalmente diferente de la que tuve con mi novio anterior.
Aquélla sólo había consistido en charlar sobre beberías y ver películas mientras comíamos
críspelas de maíz. Esa relación terminó por el mutuo deseo de iniciar otros noviazgos. A
veces parecía como si la vida del colegio girara alrededor del drama de nuestros continuos
rompimientos, siempre muy intensos, y que servían para divertir a nuestras amistades. En
resumen, una telenovela inacabable.
Cuando le comentaba estas cosas a Mateo, él se limitaba a pasar su brazo sobre mi hombro
mientras me aseguraba que esperaría a que ordenara mis pensamientos. Acto seguido se
dedicaba a leerme algún libro. Me regaló un ejemplar de El principito, que traía la siguiente
frase subrayada: "Sólo se ve bien con el corazón".
Yo le respondía de la única forma que sabía: escribiéndole cartas y poesías de amor con una
intensidad que jamás había sentido. Sin embargo, me parapetaba tras mis murallas para
mantenerlo alejado, porque siempre temía que descubriera que yo era una impostora, que
no era tan inteligente ni profunda como yo lo percibía a él.
Yo añoraba retornar a los viejos hábitos de las charlas intrascendentes, el cine y • las
crispetas. Así todo era mucho más fácil. Recuerdo bien el día, mientras nos congelábamos
de frío, cuando le dije a Mateo que nuevamente había decidido entablar relaciones con mi
novio .anterior: "El me necesita más que tú", le dije con mi vocecita de niña consentida. "Es
difícil deshacerse de los viejos hábitos".
Se quedó mirándome con tristeza, más por mí que por él mismo. Mateo sabía, y así lo
entendí yo también, que cometía un gran error.
Los años pasaron. Mateo emprendió camino a la universidad antes que yo. Cuando
regresaba a casa para las Navidades, me ponía en contacto con él e iba de visita a su casa.
Siempre le tuve un gran cariño a su familia. Me recib ían con una calurosa y cariñosa
bienvenida, y por eso me di cuenta de que Mateo había perdonado el error que cometí.
En una de esas ocasiones. Mateo me dijo: "Eres una magnífica escritora. Siempre has
escrito bien".
"Estoy de acuerdo" dijo su madre, "escribías bellamente. Espero que nunca dejes de
hacerlo".
"Pero, ¿qué sabe usted de mis escritos?" le pregunté.
"Pues mira. Mateo siempre los compartía conmigo"
dijo. "Él y yo jamás dejamos de maravillamos de la belleza de tus escritos".
Pude observar que su padre también asentía con la cabeza. Me recosté sobre el espaldar de
mi asiento y me sonrojé intensamente. ¿Qué habría escrito yo en esas cartas?
Hasta entonces jamás me había enterado de que Mateo admiraba mis escritos tanto como yo
admiraba su inteligencia.
Con el pasar de los años perdimos contacto. La última noticia que escuché de él, por boca
de su padre, era que se había marchado a San Francisco con la intención de volverse
cocinero. Yo entablé docenas de malas relacio nes hasta que finalmente me casé con un
hombre maravilloso. A la sazón ya tenía la suficiente madurez como para manejar la
inteligencia de mi marido, especialmente cuando me hacía caer en cuenta de que yo tenía la
propia.
Mateo es el único novio a quien recuerdo con nostalgia. Ante todo espero que sea feliz. Se
lo merece. En muchos aspectos, fue el artífice de mi formación. Me ayudó a aceptar una
faceta de mi personalidad que yo rehusaba ver entre los chismes, el cine y las crispetas. Me
enseñó a percatarme de mi espíritu y de la escritora que tenía adentro.
Diana L Chapman

2
SOBRE LA AMISTAD
Algunas personas entran en nuestra vida para desaparecer rápidamente. Otras se quedan
algún tiempo y dejan sus huellas sobre nuestro corazón. Y después. Jamás volvemos a ser
los mismos.
FUENTE DESCONOCIDA

Una sencilla tarjeta de Navidad


La tímida y reservada Catalina inició su noveno grado en un colegio grande situado en el
corazón de la ciudad. Jamás se le ocurrió que la soledad la abrumaría. Sin embargo, muy
pronto se encontró añorando a sus antiguos compañeros del año anterior. El nuevo colegio
era frío e impersonal.
Para nadie parecía ser importante hacer que Catalina se 5intiera bienvenida. Era una
persona muy solícita, pero su timidez le impedía hacer amigos fácilmente. Desde luego que
se relacionaba con esos compinches de ocasión que sin misericordia se aprovechaban de su
bondad.
Recorría los pasillos del colegio como un ser invisible; nadie hablaba con ella, y por esto su
voz jamás se escuchaba. Llegó a convencerse de que sus pensamientos no valían lo
suficiente como para ser tenidos en cuenta. Se encerró en su silencio, como si fuese muda.
Sus padres sufrían por ella, pues pensaban que jamás llegaría a tener amigos, y como se
habían divorciado sentían que a ella probablemente le hacía falta conversar con alguien.
Hacían todo lo posible para que se adaptara y satisfacían todos sus caprichos en lo referente
a vestuario y discos de su música predilecta, sin ningún resultado.
Por desgracia, tampoco sabían que Catalina estaba pensando en quitarse la vida. Con
frecuencia se dormía llorando, pensando que jamás encontraría una persona que la quisiese
lo suficiente como para ser su amiga.
Laura, su nueva amiga por interés, la utilizaba para que le hiciera la tareas, pero la excluía
de sus programas de diversión. Esta actitud hizo que Catalina se acercara todavía más al
precipicio.
La situación empeoró durante el verano, Catalina, más sola que nunca, llegó a convencerse
de que su actual situación era lo mejor que la vida podía ofrecerle y de que no valía la pena
seguir viviendo así.
Al comenzar el décimo grado se vinculó a un grupo de jóvenes cristianos de la parroquia
vecina, con la esperanza de hacer amigos. Conoció personas que de dientes para afuera
parecían darle la bienvenida, pero que realmente no la querían como miembro de su grupo.
Para la época de Pascua, la perturbación de Catalina llegó a tal punto que necesitó tomar
pastillas para poder dormir. Parecía como si se estuviera desprendiendo de este mundo.
Por último, decidió que se tiraría al río desde el puente vecino, la víspera de Navidad,
mientras sus padres estaban en una fiesta. Al salir del cálido ambiente de su hogar para
emprender la larga caminata hasta el puente, decidió dejar una nota para sus padres en el
buzón del correo. Al abrir la portezuela del buzón encontró varias canas y decidió sacarlas
para averiguar su procedencia. Había una de sus abuelos, unas cuantas de los vecinos y otra
dirigida a ella. Era una tarjeta de uno de los muchachos de la asociación juvenil.
Querida Catalina:
Quiero pedirte excusas por no haber hablado contigo antes.
Mis padres están en la mitad del proceso de divorcio y no he tenido la oportunidad de
hablar con nadie. Quisiera de hacerte algunas preguntas sobre jóvenes como nosotros con
padres divorciados. Creo que podríamos ser amigos y ayudamos mutuamente.¡NOS vemos
en la reunión del domingo!
Con afecto, tu amigo,
Mauricio Cuesta
Se quedó mirando fijamente la tarjeta, leyéndola una y otra vez. "Creo que podríamos ser
amigos". Sonrió al darse cuenta de que su vida le interesaba a alguien y que e se alguien
quería ser el amigo de Catalina Caballero, la tímida y cándida. En ese momento se sintió un
ser muy especial.
Dio media vuelta y entró nuevamente en su casa. Tan pronto estuvo en el interior llamó a
Mauricio, Se podría decir que él era un milagro navideño, pues la amistad es el mejor
regalo que se puede dar a otro ser.
Theresa Peterson

Ella me dijo que si quería, podía llorar

Se requiere de mucho entendimiento, tiempo y confianza para entablar una amistad con
alguien. Al llegar a una época de mi vida colmada de incertidumbre, mis amigos son mi
posesión más valiosa.
ERYNN MILLER, 18 años

Anoche la vi por primera vez en muchos años. Parecía desdichada. Se hab ía teñido e!
cabello para esconder su verdadero color, de la misma forma que su aspecto descuidado
escondía una infelicidad profunda- Necesitaba conversar de modo que nos fuimos a
caminar. Mientras yo pensaba en el futuro y en los formularios de admisión a diversas
universidades que me habían llegado recientemente, ella pensaba en el pasado y en el hogar
recién abandonado. Me contó sobre su enamorado y yo percibí una relación dependiente
con un hombre dominante- Me contó que consumía drogas y yo deduje que ese consumo
era una vía de escape. Me habló de sus metas y yo vi que sus sueños eran poco realistas.
Me dijo que necesitaba una amiga y yo me llené de esperanza, pues al menos eso le podía
dar.
Nos habíamos conocido en segundo de primaria, A ella le faltaba un diente, a mí me hacían
falta mis amigos. Yo acababa de atravesar todo el continente para encontrarme en la
inhóspita puerta de mi nuevo colegio, con unas caras frías y bur lonas y unos columpios
metálicos igualmente fríos. Le pedí prestado su cuento de Archi, aunque poco me gustaban
los cuentos. Ella me lo prestó aunque poco !e gustaba compartir. Tal vez ambas
buscábamos una sonrisa- Y la encontramos. También hallamos con quién bromear hasta la
madrugada, con quién sorber chocolate caliente en los fríos días de invierno cuando
suspendían el colegio y nos sentábamos juntas frente al ventanal, para ver caer
incesantemente la nieve.
Un buen día de verano, mientras nos bañábamos en la piscina, me picó una abeja. Ella me
tomó de la mano y me dijo que no me dejaría sola, y que si quería, podía llorar. Y yo
comencé a llorar.
En otoño amontonábamos hojas y nos turnábamos para saltar sin temor alguno, pues
sabíamos que el multicolor colchón amortiguaba nuestras caídas.
Sólo que ahora ella se había caído sin que hubiese alguien para sostenerla. No habíamos
hablado en meses, no nos habíamos visto en años. Yo me trasladé a California, y ella se
había ido de la casa. Nuestras experiencias, ' que se fueron dando a cientos de kilómetros de
distancia, habían hecho que nuestros corazones se apartaran a más distancia que la que nos
había separado. Sus palabras me alejaban de ella, pero en sus palabras percibía sus anhe los.
Ella necesitaba apoyo en su búsqueda para renovar fuerzas e iniciar de nuevo su vida. Ella,
ahora más que nunca, necesitaba de mi amistad. De modo que la tomé de la mano y le dije
que no la dejaría sola, y que si quería, podía llorar. Y así lo hizo.
Daphna Renán

En los tiempos de las cajas de cartón

¡Disfruta! Éstos son los viejos tiempos que vas a extrañar en los años venideros.
ANÓNIMO

En mi niñez, las cajas de cartón desempeñaron un importante papel. No me entiendan mal;


los juguetes también eran maravillosos, pero nada podía superar la magia de una caja de
cañón acompañada de unos cuantos muchachos, sobre todo si ellos eran los hermanos
Nicolás y Cristóbal, mis dos mejores amigos del barrio, que vivían a tres cuadras de mi
casa.
El verano era la época ideal para tener una caja de cartón. Sus largos y apacibles días nos
aportaban el tiempo suficiente para saborear la verdadera esencia de una caja y establecer
con ésta unos nexos profundos. Sin embargo, para establecer un significativo vínculo con la
caja, primero era necesario encontrar una. Los tres nos subíamos precipitadamente al platón
de la camioneta familiar, compitiendo por un rato por nuestro asiento preferido: la rueda de
repuesto. Mientras mi madre encontraba sus llaves, nos dedicábamos a cantar "Na Na Na",
nuestra canción favorita, o sea cualquier canción de la que sólo sabíamos parte de la letra.
A nadie se le ocurría sugerir que fuéramos en la cabina. ¡Montarse en la cabina era para los
cobardes!
Por fin, después de muchísimas versiones de nuestro tema "Na Na Na", mi madre nos
llevaba al "nido" de las cajas, y ¡allí estaba! La caja más bella que jamás había mos visto.
Era el envase de un refrigerador, definitivamente el mejor tipo de caja que uno pudiera
tener, porque es mejor que cualquier otra para viajar muchísimo a los lugares más
apetecidos, y además, su capacidad para convertirse en cualquier cosa es simplemente
fenomenal. La bodega de muebles y electrodomésticos había descartado este maravilloso
tesoro en su puerta trasera, como si fuera un estorbo. Habíamos llegado justo a tiempo para
rescatarla de las insaciables mandíbulas del camión de la basura.
Primero observamos con emoción cómo mi madre colocaba la caja sobre el platón de la
camioneta. Después nos metimos en su interior para protegemos, durante el viaje de regreso
a casa, del viento y de los insectos que pretendían posarse sobre nuestras amígdalas
mientras ejecutábamos otra versión de "Na Na Na".
La llegada al barrio fue una experiencia que nos colmó de orgullo. Todos los que estaban
jugando en la calle nos observaban, y muy rápidamente corrió la voz de que Cristóbal,
Nicolás y Eva eran dueños y señores de una caja de refrigerador. Poseer una de este tipo
equivalía a tener una sobresaliente posición en el barrio. Estábamos a punto de convertimos
en leyenda. En nuestra caja iríamos a lugares donde Jamás había llegado chico alguno.
Descargamos nuestro valioso tesoro y con sumo cuida do lo llevamos al jardín trasero.
Cristóbal propuso otorgamos unos minutos de silencio y tranquilidad para aclarar nuestros
pensamientos, y luego intercambiar ideas sobre qué haríamos con este magnífico tesoro.
Así lo hicimos durante unos cinco segundos. Y de pronto, como sí una extraña fuerza
hubiese abierto nuestra cajas sonoras, comenzamos a cantar:

Na Na Na
Nuestra caja está súper bien
Na Na Na
(Y nosotros también!

De acuerdo, era una canción muy breve, pero también era bella. Y estoy segura de que
conmovía el corazón de todos los que tuvieron la buena fortuna de escucharla.
En otra ocasión llegó el momento de tomar decisiones. "Vamos a Zo en nuestra caja" dije
yo.
"¿Adonde?" preguntaron al unísono Nicolás y Cristóbal, mirándome fulminantemente.
"Adonde ir y adonde no ir, he ahí la pregunta", repliqué.
Nicolás dijo que yo hablaba sandeces, y yo contesté que realmente lodo era muy sencillo, y
que ellos tan sólo tenían que aprender a pensar al revés. Ante semejante aseveración,
Cristóbal y Nicolás estuvieron de acuerdo en que yo estaba hablando sandeces.
"Zo es Oz al revés", grité yo, pues sabía que ellos tenían mucho más sentido común del que
mostraban.
Cristóbal me miró y después miró la caja, mientras analizaba mi brillante idea. Yo comencé
a pensar que ellos estaban gravemente enfermos, pues ya debían saber, a la luz de nuestras
pasadas experiencias, que las cajas, y en especial ésta, nos podían llevar al lugar que
quisiéramos, y que podíamos ser o hacer lo que deseáramos gracias al poder omnipotente
de la caja para refrigeradores.
"Eva tiene toda la razón" dijo Cristóbal. "Jamás hemos hecho algo al revés, de modo que
ésta será nuestra primera vez. Claro que podemos ir a cualquier parte al revés, no solamente
a Zo".
En ese preciso momento de nuestra vida infantil nos dimos cuenta de que estábamos a
punto de pasar a la historia. El mundo entero hablaría de "los tres chicos encajados al
revés". Desde luego, otros chicos intentarían igualar nuestra hazaña, pero jamás lo lograrían
porque su imaginación era inferior a la nuestra.
Declaramos solemnemente que nuestra caja sería una máquina del tiempo. Juramos sobre
helados de chocolate que esta idea "al revesada" haría carrera y perduraría en el tiempo, por
lo menos hasta la llegada de la próxima caja. Quedaba sobrentendido que quien faltara al
juramento hecho sobre un helado de chocolate, sin duda era un inmoral.
Después de viajar hacía atrás durante unos años, nos encontramos ante un dilema.
Estábamos visitando a un cantante llamado Elvis, que deseaba saber cómo habíamos
llegado hasta Graceland, su casa. Le contamos acerca de nuestra máquina del tiempo, de la
idea al revesada, del ¡juramento sobre los helados de chocolate, y de nuestra entrada a la
historia. Elvis, maravillado, nos dijo que en verdad éramos unos chicos increíbles. pero...
"Pero ¿qué?", le preguntamos. Pues que él deseaba , saber cómo regresaríamos a casa, si
sólo podíamos viajar hacia atrás.
A lo largo de todas nuestras aventuras jamás nos habíamos encontrado en semejante
encrucijada. Tampoco habíamos violado nuestra palabra, empeñada sobre un helado de
chocolate. Nos encontrábamos, como se dice, en un callejón sin salida, Pero no nos
podíamos rendir. La vida siempre tenía sus altibajos, y éste era uno de esos grandes "bajos"
que requeriría de una larga : noche de meditación. Por fortuna, nuestros padres impidieron
que pasáramos la noche en nuestro imaginativo juego.
De repente mi madre nos llamó desde la puerta trasera, sacándonos de nuestro mundo de
ensueño para aterrizarnos sin miramientos en nuestro patio trasero. N icolás y Cristóbal
debían regresar a su casa. Hicimos planes: nos encontraríamos a las ocho de la mañana
siguiente para debatir las soluciones al desastre que se cernía sobre nuestras cabezas.
Mientras yo daba los tres pasos para entrar en mi casa, ambos hermanos arrancaron a correr
las tres cuadras hasta su casa. No había tiempo que . perder. Tan sólo teníamos hasta el
amanecer para regresar nuevamente a la realidad de nuestro imaginario mundo.
A las 7:33 de la mañana el timbre del teléfono rompió el silencio de nuestra casa, y yo me
deslicé de la cama con la tremenda resaca que me produjo pensar tanto. Al contestar el
teléfono, Nicolás quiso saber si yo había cubierto la caja con un plástico, como era nuestro
deber, para protegerla de la lluvia. Cuando me asomé a la ventana, comprobé que la noche
anterior había llovido copiosamente. Con profunda tristeza le dije que no, pero que como la
responsabilidad era de todos, la culpa no podía ser sólo mía.
Nicolás y Cristóbal llegaron, y entonces el silencio reemp lazó nuestras usuales bromas.
Sólo habíamos tenido la caja por un día. Ahora nos encontrábamos en el mundo real —
nuestra caja había muerto.
El cartón, empapado por el agua, no podía quedarse en el patio hasta pudrirse. Había sido
una buena caja y merecía respeto, así que la arrastramos hasta la calle lateral por donde
pasaba el camión de la basura. El día anterior la salvamos de una muerte prematura; ahora
le había llegado su hora final. Aunque fue una muerte natural, se habría podido evitar. Esta
realidad seria un peso que cargaríamos durante toda nuestra infancia.
Los tres nos sentamos junto a la caja para estar con ella cuando llegara el camión de la
basura. Hasta nos inventamos una canción mortuoria, que cantamos a todo pulmón cuando
el camión se llevó la caja- Nadie habría podido poner tanto sentimiento en una canción
como lo hicimos nosotros aquel día. Aunque estábamos de luto por nuestra caja, también
sabíamos que teníamos que seguir adelante. Debíamos encontrar otra caja para poder
construir con ella otro mundo imaginario.
Recuerdo con nostalgia esa época de las cajas de cartón. Sin embargo, de la misma forma
como nos tocó afrontar el mundo real después del fallecimiento de nuestra caja, yo tuve que
crecer. Pero la imaginación de la niñez siempre será parte de mí ser. Siempre creeré en las
cajas de cartón.
Eva Burke
3
SOBRE LA FAMILIA
La familia —ese querido pulpo de cuyos tentáculos jamás podemos escapar totalmente y
del que, en el fondo de nuestro corazón, en realidad tampoco deseamos escapar.
DODIE SMITH

Ella jamás se desesperó conmigo

Ella nunca se rindió. Mi madre es mi heroína.


KIMBERLY ANNE BRAND

Ronca de tanto gritar, yo pataleaba como enloquecida tirada sobre el piso, por la sencilla
razón de que mi madre adoptiva me había pedido que guardara los juguetes.
"Te odio", le dije dando alaridos. Tenía seis años y no podía comprender por qué me sentía
tan iracunda la mayor parte del tiempo.
Desde los dos años había vivido con padres adoptivos. MÍ verdadera madre no estaba en
capacidad de damos, a mis cinco hermanas y a mí, e! cuidado que merecíamos. Como no
teníamos padre ni parientes que quisieran hacerse cargo de nosotros, nos habían conseguido
diversos padres adoptivos. Yo me sentía muy sola y confundida. No sabía cómo hablar con
los demás acerca del dolor que me carcomía por dentro. Los berrinches eran la única forma
de expresar mis sentimientos.
Mi errático comportamiento tuvo como consecuencia que mi madre adoptiva de ese
momento me devolviera al centro de adopciones, de la misma forma como lo habían hecho
todas mis madres adoptivas anteriores. Me consideraba la niña menos digna de cariño del
mundo entero.
En ese entonces conocí a Kate McCann. Cuando ella vino de visita, yo tenía siete años y
estaba vi viendo con mi tercera familia adoptiva. Mi madre adoptiva me contó que Kate era
soltera y que quería adoptar un niño; pensé que no me escogería a mí. No podía
imaginarme que alguien quisiese vivir conmigo para siempre.
Aquel día Kate me llevó a un cultivo de sandías. Nos divertimos juntas, pero no esperaba
volver a verla.
Unos días después, una trabajadora social vino a casa para informar que Kate quería
adoptarme. De inmediato me preguntó si yo tenía algún inconveniente en vivir sólo con una
mamá, sin papá.
"A mí sólo me interesa que me quieran", contesté.
Kate vino de visita al día siguiente. Me explicó que los trámites de adopción se demorarían
casi un año, pero que pronto me podría ir a vivir con ella. Yo estaba ilusionada, pero al
mismo tiempo asustada. Kate y yo éramos totalmente extrañas la una para la otra, y me
preguntaba si cambiaría de parecer cuando tuviera la oportunidad de conocerme.
Kate presintió mis temores. "Sé que has sufrido mucho" me dijo mientras me abrazaba.
"Comprendo que tengas miedo, pero te prometo que jamás te echaré de nuestro hogar.
Desde ahora en adelante, tú y yo somos una familia".
Me sorprendí al ver sus ojos llenos de lágrimas. En ese momento me di cuenta de que ella,
al igual que yo, sufría de soledad.

"De acuerdo... mamá", le respondí.


A la semana siguiente conocí a mis abuelos, tía, tío y primos. Tuve una sensación extraña
pero a !a vez agradable, al estar con extraños que me abrazaban como si ya me tuvieran
cariño.
Cuando me fui a vivir con mamá, ella me arregló una habitación propia con cortinas y
edredón haciendo juego, y amoblada con un tocador antiguo y un armario grande. Yo sólo
tenía unas cuantas prendas de vestir que había traído en una bolsa de papel.
"No te preocupes", me dijo, "yo te compraré muchas cosas lindas".
Esa noche me acosté sintiéndome protegida. Recé pidiéndole a Dios que no me tuviera que
ir nuevamente.
Mi madre se dedicó a cuidarme con esmero- Me llevaba a la iglesia los domingos. Muy
pronto me regaló mascotas y me matriculó en clases de equitación y de piano. Todos los
días me hacía saber lo mucho que me quería. Pero el amor no era suficiente para sanar ese
dolor que tenía adentro de mi ser. Todos los días yo presagiaba su cambio de parecer hacia
mí, y me decía a mí misma: "Sí me comporto lo suficientemente mal, me abandonará como
lo hicieron las demás".
De modo que me dediqué a herirla antes de que ella me hiriera a mí. Le buscaba pelea por
cualquier cosa y hacia berrinches cuando no me daba gusto. Azotaba las puer tas, y si ella
trataba de controlarme le pegaba. Pero ella jamás perdía la paciencia. Me abrazaba y me
decía que me quería a pesar de Lodo. Cuando me daba una rabieta, me mandaba al jardín a
brincar sobre el trampolín.
Cuando me fui a vivir con ella yo andaba muy mal académicamente, de modo que mi
madre era muy estricta en lo referente a mis deberes escolares. Un día que yo estaba viendo
televisión, entró y la desconectó.
"Puedes ver televisión cuando hayas hechos tus tareas escolares", me dijo. Me puse a dar
alaridos. Arrojé mis libros al otro lado de la habitación. "¡Te odio y no quiero seguir
viviendo contigo!", grité a todo pulmón.
Me quedé esperando que dijera que había llegado la hora de empacar mis cosas. Como no
lo hizo. le pregunté:
"¿No me vas a devolver al centro de adopciones?".
"No me gusta como te estás comportando" me dijo, "pero jamás te irás de aquí. Tú y yo
somos una familia y los miembros de una familia jamás se abandonan los unos a los otros".
En ese preciso momento comprendí. Esta mamá era diferente. Ella no me iba a abandonar.
Ella me quería de verdad. Entonces me di cuenta de que yo también la quería a e lla. Me
puse a llorar y la abracé.
En 1985 toda la familia celebró mi adopción formal, con una cena en un restaurante. Me
sentía muy bien al saber que pertenecía a una familia. Pero todavía me invadía el miedo.
¿Sería verdad que mi madre me querría para siempre? Mis rabietas no cesaron del todo,
pero a medida que pasaban los meses se hicieron menos fre cuentes.
Hoy tengo 16 años. Todas mis calificaciones están por encima de cuatro. Tengo un caballo
que se llama Relámpago, cuatro gatos, un perro, seis palomas y un sapo que vive en el
estanque del jardín de la casa. Tengo una ilusión: llegar a ser médica veterinaria.
A mi mamá y a mí nos gusta hacer cosas juntas. Salimos de compras y montamos a caballo.
Nos da risa cuando la gente nos dice lo mucho que nos parecemos. Nadie cree que. soy
adoptada. Nunca me imaginé que podría llegar a ser tan feliz. Cuando sea mayor me
gustaría casarme y tener hijos. Pero si eso no sucede, adoptaré un niño como hizo mi
mamá. Escogeré una niña triste y asustada, y jamás, jamás me daré por vencida en lo
referente a ella. -Vivo feliz porque mi mamá nunca perdió la fe en mí..
Sharon Whitley
Condensado de la revista Woman's World

Una madre incondicional


A mi madre le tocó lidiar mucho conmigo, pero creo que a pesar de todo lo encontró
divertido.
MARK TWAIN

Reconozco que fui un desastre como quinceañera. Desde luego, no era la quinceañerita de!
montón, consentida, incapaz de mantener su habitación presentable y con actitud rebelde.
No, yo fui un monstruo manipulador, mentiroso y con lengua viperina, que aceleradamente
se dio cuenta de que las cosas se podían amoldar a su voluntad mediante unos pequeños
ajustes. Ni el más imaginativo de los guionistas de telenovelas hubiera podido crear jamás
una peor "arpía" que yo. Todo me salía a las mil maravillas con sólo unos cuantos comenta-
rios desagradables aquí, un par de mentiras allá, y tal vez una mirada iracunda para
redondear la actuación. O por lo menos así lo creía.
En términos generales, y en apariencia, yo era una buena chica. Una niña retozona, de nariz
respingada, aficionada a los deportes en forma muy competitiva (un giro literario para
describir a una chica agresiva y exigente). Me imagino que ésta fue la razón por la cual la
mayoría de la gente me permitió darme el lujo de "salirme con la mía", utilizando lo que
hoy denomino "táctica de comportamiento de tractomula", o sea una total indiferencia por
los sentimientos y valores de los demás. Así fue por lo me nos durante algún tiempo.
Como yo era lo suficientemente perceptiva para doble gar a ciertas personas a mi voluntad,
no puedo sino asombrarme al pensar lo mucho que me demoré en darme cuenta del daño
que le estaba causando a los demás. No sólo logré espantar a muchos de mis mejores
amigos; también tuve gran éxito en sabotear la situación más preciosa de mi vida: la
relación con mi madre.
Hoy, diez años después de mi "reencarnación", cada vez que escudriño mi comportamiento
pasado en mi memoria, no dejo de abismarme. Comentarios hirientes que repartía cual
latigazos sobre las personas que más quería. Actos colmados de furia y confusión que
parecían dominar toda mi vida, encaminados a garantizar el cumplimiento de mi santa
voluntad.
Mi madre, quien había dado a luz a los treinta y ocho años en contra de la voluntad del
médico familiar, me decía con una tremenda pesadumbre: "¡Por favor no me ahuyentes!
¡Te he esperado tanto tiempo! ¡Yo sólo deseo ayudarte!".
Asumiendo un semblante de estatua de piedra, yo le contestaba: "¡Nunca te solicité; jamás
te he pedido que te preocupes por mí. Olvídate de mí y déjame tranquila!".
Mi madre comenzó a pensar que yo hablaba en serio. Mi comportamiento así lo indicaba.
Para conseguir a toda costa lo que quería, me volví desconsiderada y manipuladora. Al
igual que tantas chicas jóvenes, sólo bastaba que algún muchacho fuera mal visto y díscolo
para que de inmediato yo quisiera salir con él. Me ausentaba de la casa a cualquier hora del
día o de la noche, para demostrarle al mundo que a mí nadie me detenía. Me volví una
malabarista de mentiras complejas, que cual bombas de tiempo siempre estaban a punto de
explotarme en la cara. De manera permanente buscaba formas de llamar la atención, a la
vez que procuraba volverme invisible.
Desearía poder decir, irónicamente, que era una droga-dicta consumada, que tomaba
pastillas causantes de desequilibrios mentales y que fumaba sustancias que alteraban la
personalidad. Así podría explicar la razón de las terribles palabras corto punzantes que cual
cuchillos salían de mi boca- Pero no se trataba de eso Mi única adicción era el odio; mí
único estimulante era inflingir dolor.
Con frecuencia me preguntaba, ¿por qué? ¿Cuál era la necesidad de herir a otros, y sobre
todo a aquellos que más quería? ¿Había alguna razón valedera para decir tantas mentiras?
¿Qué me impulsaba a atacar a mi madre? Hasta que, un buen d ía, el castillo de naipes se
derrumbó en un demencia! intento de suicidio.
Después de un intento fallido y poco convincente de lanzarme desde un automóvil que se
desplazaba a 120 kilómetros por hora, algo se destacaba todavía más que mis tenis s in
cordones. Despierta, en el lecho de la habitación de mi "refugio veraniego" (nombre que le
puse al hospital), llegué al convencimiento de que no que ría morir.
Además, estaba segura de que no quería seguir causándole daño a los demás buscando
encubrir lo que verdaderamente quería esconder: el odio que me tenía a mí misma. Ese odio
que yo había desencadenado sobre los demás.
Por primera vez en muchos años pude observar la cara angustiada de mi madre. Sus
cansados ojos color castaño sólo reflejaban agradecimiento por esta nueva oportuni dad que
se le brindaba a su hija bien amada, que había traído al mundo a los treinta y ocho a ños.
Éste era mi primer encuentro con un amor incondicional. Una experiencia emocional
poderosísima. A pesar de todas las mentiras, ella me seguía queriendo. Una tarde lloré
sobre su regazo durante horas, y entre sollozos le pregunté por qué me seguía queriendo a
pesar de todas las maldades que había padecido. Mirándome a la cara mientras me quitaba
el cabello de los ojos, contestó: "En realidad, no lo sé".
En medio de las lágrimas, una sonrisa bondadosa inundó su arrugado rostro dándome a
entender todo lo que necesitaba saber. Yo era su hija, pero por encima de eso, ella era mi
madre- No todos los hijos descarriados son tan afortunados. No todas las madres pueden
seguir amándonos incondicionalmente, resistiendo que se las empuje hasta los límites de
toda tolerancia, como yo lo había hecho de manera constante con la mía.
El amor incondicional es el más preciado regalo que podemos obsequiar. Ser perdonados
por nuestras transgresiones pasadas es la más preciosa dádiva que podemos recibir. No me
atrevo a pensar que no es posible recibir esta manifestación de verdadero amor más de una
vez en la vida.
Yo he tenido esta suerte. No me cabe duda. Quisiera hacer extensivo este obsequio que mi
madre me dio, a todos los "quinceañeros descarriados y confundidos" que andan por el
mundo.
No tiene nada de malo sentir dolor, necesitar ayuda, sentir amor: simplemente siéntelo, sin
esconderle- Quítate el cubre lecho protector, no te escondas detrás de una rígida pared o
una máscara sofocante, y así podrás aspirar el perfume de la vida.
Sarah J. Vogt

El cumpleaños
Sentada junto a la ventana mientras recibía el cálido sol de junio sobre un brazo, tuve que
hacer un esfuerzo para obligarme a recordar dónde estaba. Era difícil imaginar que tras esos
estéticos gabinetes de caoba se escondía toda una variedad de equipo médico, o que en un
abrir y cerrar de ojos las láminas del cielo raso podían desplazarse para dejar al descubierto
una batería de lámparas de cirugía. Salvo la evidencia de algunos instrumentos quirúrgicos
y la unidad intravenosa junto a la cama, el lugar casi no parecía una habitación de hospital.
Mientras observaba el amoblamiento del aposento y el papel de colgadura, la memoria hizo
su peregrinar a la época, más bien reciente, cuando toda esta aventura se inició.
Todo comenzó un frío día de octubre. Nuestro equipo de hockey acababa de vencer al
Saratoga por 2 a 1. Emocionada y rendida, me dejé caer en un asiento de nuestro automóvil.
Mientras salíamos del colegio mi madre comentó que esa tarde había tenido una c ita
médica. "¿Qué te pasa?", inquirí, mientras temerosa, hacía un inventario de todos los
posibles padecimientos que podrían aquejar a mí madre.
"Pues...". Este titubeo me puso todavía más alerta. "Estoy embarazada".
"¿Estás qué?", pregunté.
"Embarazada", volvió a repetir.
Sobra decir que me quedé muda de sorpresa. Atornillada en mi asiento, lo único que se me
ocurría pensar era que esta clase de cosas no le suceden a los padres cuando uno está
cursando el último año de bachillerato- Y fue en ese momento cuando comprendí en forma
fulminante que muy pronto tendría que compartir a mi madre. Compartir la madre que
durante 16 años sólo había sido mía. Se desbordó un enorme resentimiento hacia esa
criatura que estaba anidada en las entrañas de mi madre. Yo jamás había deseado que ella
tuviera otro bebé cuando se volvió a casar. Desde luego que mí sentimiento era muy
egoísta, pero en lo referente a mi madre no deseaba compartirla en lo más mínimo.
Al ver la conmoción y la emoción que le produjo a mi padrastro la noticia de que pronto
sería padre por primera vez, no pude sino contagiarme. Me era casi imposible aguantar el
deseo de contárselo a todo el mundo, y ¡mi emoción se notaba a leguas de distancia! Pero
por dentro procuraba manejar mi desasosiego y temor.
Mis padres me involucraron en todos las preparativos, desde la decoración de la habitac ión
hasta la selección del nombre, la asistencia a clases de adiestramiento para el parto, y hasta
en la decisión de permitirme estar en la sala de partos cuando nac iera el bebé, Pero a pesar
de toda la felicidad y emoción que el embarazo de mi madre trajo a nuestra casa, me era
difícil escuchar a los amigos y parientes hablar permanentemente de la nueva adición a la
familia. Temía ser relegada a un segundo plano cuando llegara mi nuevo hermanito. En
ciertas ocasiones, a solas, el resentimiento hacia ese pequeñín que me privaría de lo que era
mío sobrepasaba la felicidad que su llegada me auguraba.
Sentada en la sala de partos ese 17 de junio, sabiendo que el bebé estaba por llegar, todas
mis inseguridades estaban a flor de piel- ¿Cómo sería mi vida de aquí en adelante? ¿Me
convertiría en una niñera permanente? ¿De qué me tendría que privar en un futuro
próximo? Pero ante todo, ¿perdería a mi madre para siempre? El tiempo para cavilar sobre
estos temas se esfumaba. El bebé estaba en camino. Estar allí, en la sala de parto,
acompañando a mi madre, fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida, pues
el nacimiento verdaderamente es un milagro- Cuando el médico anunció que tenía una
hermanita, me deshice en lágrimas.
Todas mis inseguridades y temores se han desvanecido con la ayuda de una familia
cariñosa y comprensiva. Es difícil explicar ese sentimiento tan especial que llena mi
corazón al tener a un ser tan pequeñito que me acompaña mientras espero el bus del
colegio, y que se despide de mí agitando su pequeña mano, mientras mamá la sostiene junto
a la ventana. Es maravilloso no tener tiempo ni para quitarme el abrigo cuando llego del
colegio, pues ya estoy sintiendo el jaloneo de su manita invitándome a jugar.
Ahora comprendo que en mi hogar hay suficiente amor para Emma. Mi resentimiento por
lo que ella supuestamente me iba a quitar, se ha desvanecido al percatarme de que nada me
ha quitado y que, por el contrario, ha traído muchas cosas bellas a mi vida- Jamás pensé
que podía llegar a querer a un bebé de esta forma, y por nada en el mundo cambiaría el
placer que me produce ser su hermana mayor.
Melissa Esposito

La carrera completa
El 18 de junio fui a ver a mi hermanito menor jugar al béisbol, como de costumbre. A la
sazón, Carlitos tenía doce años y llevaba jugando unos dos años. Cuando me di cuenta de
que se preparaba para salir a batear, decidí acercarme y darle algunos consejos. Pero a l
llegar tan sólo le dije, "Te quiero".
Él, a su vez, me contestó: "¿Eso quiere decir que deseas que yo haga una carrera
completa?". , Sonreí y le dije: "Haz lo mejor que puedas".
Al acercarse al plato, observé que lo rodeaba una cierta aureola- Se veía seguro y confiado
de lo que se proponía hacer. Le bastó un solo golpe, y el hombre logró hacer su primera
carrera completa. Los ojos le brillaban y el rostro se le iluminó, mientras sonriente y
orgulloso corría de base en base. Pero lo que más me llegó al alma sucedió cuando regresó
al cobertizo de espera. Me buscó con la vista y, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo:
"Yo también te quiero mucho".
No recuerdo si su equipo ganó o perdió el partido, cosa sin ninguna importancia en ese
veraniego día tan especial del mes de junio.
Terri Vandermark

Mi hermano mayor
Primero decide lo que quieres ser, y luego haz lo que tienes que hacer.
EPICTETUS

Jamás pensé que la ausencia de medias sucias y música a todo volumen me haría sentir tan
triste. Pero resulta que tengo catorce años y mi hermano se fue de casa para ingresar a la
universidad, y me hace mucha falta. Tenemos una afinidad inusual entre hermanos, pero no
cabe duda de que él es un personaje poco usual. Por supuesto, es un tipo cariñoso e
inteligente y además todas mis amigas dicen que es hermoso y cosas por el estilo. Pero lo
que más me enorgullece de él es su interés por los demás, su manera de manejar las cosas y
de tratar a sus amigos y familiares. Así quisiera ser yo. Permítanme explicarles lo que
quiero decir....
Se inscribió en catorce universidades. Lo aceptaron en todas, excepto en la que él quería, la
Universidad de Brown. Así que se fue a la segunda que escogió, donde tuvo un año sin
novedades. Al llegar de vacaciones ese verano nos informó que tenía un plan. Consistía en
hacer lo que fuera necesario para lograr su ingreso a la universidad de Brown. Quería saber
si contaba con nuestro apoyo.
Decidió trasladarse al estado de Rhode Island para estar cerca de esa universidad.
Conseguiría un empleo y haría todo lo posible para hacerse conocer en el vecindario.
Trabajaría de sol a sol, nos dijo, para sobresalir en todo. Alguien se percataría de su
esfuerzo, de eso estaba seguro. Ésta era una decisión magna para mis padres, pues
implicaba que mi hermano se retiraría de la universidad durante un año, lo cual les
preocupaba mucho. Pero le dieron su confianza y lo apoyaron para que lograra convertir su
sueño en realidad,
En poco tiempo logró ser contratado, asómbrense, por la Universidad de Brown para
producirles sus obras de teatro. Se le había presentado la oportunidad de destacarse, y eso
hizo. No había oficio grande o pequeño al que no se le midiera. Puso todo su empeño en e l
trabajo a su cuidado. Conoció a los profesores y administradores universitarios, y hablaba
con todo el mundo acerca de su sueño, sin el menor remilgo, para decirles qué era lo que
deseaba.
Sobra decir que al final del año, cuando volvió a solicitar ingreso a Brown, fue aceptado.
Todos estábamos de pláceme, pero para mí la felicidad era especialmente profunda. Mi
hermano me había inculcado una enseñanza muy importante; algo que jamás habría
aprendido a base de palabras, pues era una enseñanza que entraba por los ojos. Si trabajo
con ahínco por lo que quiero, y sigo insistiendo después de que me hayan cerrado la puerta
en la cara, mis sueños también pueden volverse realidad. Éste es un regalo que todavía
llevo en mi corazón. Mi hermano me enseñó a confiar en la vida.
Hace poco fui a Rhode Island sola, a visitar a mi hermano. Durante una semana la pasé de
maravilla en su apartamento, sin mis padres- La noche anterior a mi regreso a casa, nos
pusimos a hablar de toda clase de cosas como por ejemplo novios, novias, las presiones de
los compañeros de clase y del colegio en general, En la mitad de todo este debate mi
hermano se quedó mirándome fijamente a los ojos, y me dijo que me amaba. Me dijo que a
pesar de cualquier circunstancia recordara que jamás debía hacer algo que me parec iera
incorrecto, y que nunca olvidara que siempre podía confiar en m¡ corazón. • Lloré todo el
trayecto de regreso a casa, sabiendo que mi hermano y yo siempre seremos almas afines, y
pensando en lo afortunada que soy de tenerlo a él. Me di cuenta de que algo había
cambiado: había dejado de ser una niñita. Una parte de mí había madurado en el curso de
este viaje, y por primera vez pensé en el trabajo importante que me aguardaba al regresar,
porque tengo una hermana menor de 10 años, y creo que tengo trabajo para rato. Pero no
importa; ¡yo tuve un magnífico profesor!
Lisa Gumenick

La voz de un hermano
Casi todos nosotros tenemos una inspiración una vez en la vida. Puede llegar en forma de
una conversación con alguien a quien respetamos, o por medio de alguna experiencia que
nos es dado vivenciar. Cualquiera sea la forma que tome la inspiración, ésta nos obliga a
ver la vida desde un punto de vista diferente. Mi musa llegó a través de mi hermana
Victoria, una chica bondadosa y solícita. A ella no le interesaba el reconocimiento público
ni .recibir elogios en artículos de prensa. Lo único que le interesaba era compartir su amor
con las personas que le eran importantes, su familia y sus amigos.
El verano anterior al comienzo de mi primer año de universidad, recibí una llamada de mi
padre, quien me dijo que Vicky había sido llevada de urgencia al hospital. Se hab ía
desplomado al suelo y tenía el costado derecho de su cuerpo totalmente paralizado. Los
primeros síntomas parecían indicar que había sufrido un derrame cerebral. Sin embargo, los
exámenes de laboratorio confirmaron que el problema era mucho más grave. Un tumor
maligno era el causante de su parálisis. Los médicos no le daban más de tres meses de vida,
¿Cómo era posible que algo así pudiera suceder? El d ía anterior Vicky se encontraba en
perfecta salud. Ahora, su vida estaba a punto de terminar cuando aún era una niña.
Haciendo de tripas corazón y sobreponiéndome al vacío tan enorme que tenía en el alma,
decidí que Vicky necesitaba apoyo y esperanza- Necesitaba que alguien la convenciera de
que ella podría superar este obstáculo. Me auto seleccioné como su entrenador. Todos los
días visualizábamos que el tumor se desvanecía y nuestras conversaciones siempre tenían
un contenido positivo. Hasta elaboré un letrero que coloqué a la entrada de su habitación,
que decía: "Si usted ha llegado con pensamientos negativos, por favor deshágase de ellos
antes de entrar". Mi meta era ayudar a mi hermana a derrotar el tumor. Ella y yo hicimos un
trato que bautizamos, el 50-50. Yo daría el 50% de la pelea y ella el otro.
Llegó agosto, mes en el que yo debía comenzar mi primer año de universidad a 4 000
kilómetros de distancia. Todavía no había sido capaz de decidir entre irme o quedarme con
mi hermana. Cometí el error de decirle que tal vez no iría a la universidad. Se enfureció y
me dijo que no me preocupara, que ella estaría bien. ¡Ahí estaba Vicky pintada, diciéndome
a mí que no me preocupara, mientras yacía en su lecho de enferma en un hospital! Entendí
que si me quedaba ella podría llegar a pensar que lo hacía porque se estaba muriendo, y no
deseaba que eso sucediera. Vicky necesitaba poder creer que ella ganaría su batalla contra
el tumor.
Dejarla esa noche para irme a la universidad, sabiendo que podía ser la última vez que la
viera, es lo más difícil que he hecho en mi vida. Durante mi estadía en la universidad jamá s
dejé de contribuir con mi 50% a la batalla que ella libraba. Todas las noches, antes de
dormir, hablaba con mi hermana a través del tiempo y el espacio, en la esperanza de que
ella me escucharía de alguna forma. Le decía: "Sigo luchando por ti, Vicky, y jamás dejaré
de hacerlo. Mientras tú sigas luchando, ganaremos esta batalla".
Pasaron varios meses y ella seguía aferrada a la vida. Un d ía, una amiga de edad madura
me preguntó por el estado de mi hermana- Le dije que su situación empeoraba pero que no
tiraba la toalla. Mi amiga me hizo otra pregunta que me puso a cavilar: "¿No te has
preguntado sí la razón por la cual no ha tirado la toalla, como tú dices, es porque no quiere
defraudarte?".
¿Acaso tendría razón? Tal vez yo estaba siendo ego ísta al darle alientos a Vicky para que
siguiera luchando contra su mal. Esa noche antes de dormirme, le dije: "Hermana entiendo
que estás padeciendo dolores muy agudos y tal vez hasta hayas pensado en tirar la toalla. SÍ
eso es lo que tu deseas, tienes todo mi apoyo. La batalla no se habrá perdido porque tú
Jamos has dejado de combatí r. Sí deseas ira un lugar mejor, yo te comprendo. Te quiero y
siempre estaré contigo, dondequiera te encuentres".
Al día siguiente mi madre llamó para decirme que Vicky había muerto.
James Malinchak

Clases de béisbol
Siempre tenemos dos alternativas, dos senderos que podemos transitar. El uno es de fácil
recorrido. Y la única recompensa que ofrece es que es fácil.
ANÓNIMO

A los once años era un fanático del béisbol- Escuchaba la transmisión de los partidos por la
radio. Los veía por televisión. Los libros que leía eran sobre béisbol. Cuando iba a la iglesia
llevaba láminas de beisbolistas con la esperanza de hacer trueques con otros fanáticos. ¿Y
mis fantasías? Lo han adivinado, todas eran sobre béisbol.
Jugaba al béisbol como y donde pudiera- Lo jugaba con equipos organizados o
improvisaba. Jugaba a lanzar pelota, con mi papá, mi hermano y mis amigos. Si no había
con quién, lanzaba una pelota de caucho contra las escaleras de entrada a la casa, mientras
me imaginaba toda clase de jugadas espectaculares realizadas individualmente y con mí
equipo.
Con esta mentalidad en 1956 me matriculé en la Pequeña Liga. Jugaba de shortstop. No era
ni bueno ni malo: sólo un fanático.
Camilo no tenía la misma adicción. Tampoco era bueno- Llegó a nuestro barrio ese año y
se matriculó para jugar béisbol. La forma más bondadosa de describir las facultades
beisbolísticas de Camilo sería decir que no tenía ninguna- No sabía atrapar la pelota. No
sabía arrojarla. No tenía ni idea de batear, y tampoco sabía correr.
De hecho, Camilo le tenía miedo a la pelota.
Sentí un gran alivio cuando se llevó a cabo la selección final y a Camilo lo vincularon a
otro equipo- Todo jugador debía actuar por lo menos medio tiempo en cada partido, y no
me imaginaba a Camilo mejorando las posibilidades de mi equipo en ninguna forma. Ahora
el problema era de su equipo.
Transcurridas dos semanas de práctica, Camilo se retiró. Los amigos que militaban en su
equipo me contaron, muertos de la risa, que su entrenador había dado instrucciones precisas
a dos de sus mejores integrantes para que charlaran con Camilo durante un paseo por el
bosque. El mensaje central de la charla era "desaparécete", y ése fue el mensaje recibido.
En efecto, Camilo se esfumó. Esta situación violentó las convicciones justicieras de un niño
de once años y proseguí a hacer lo que habría hecho cualquier indignado jugador de mi
edad entre segunda y tercera base. Revelé el secreto. Le conté toda la historia a nuestro
entrenador. Se la conté con pelos y señales, imaginándome que él elevaría una queja ante la
oficina principal de la Liga para lograr así el reintegro de Camilo a su equipo original. De
esta forma, tanto los intereses de la justicia como los de mi equipo para mejorar sus
posibilidades de triunfar, se verían favorecidos.
Estaba muy equivocado. Nuestro entrenador decidió que Camilo debía estar vinculado a un
equipo que estuviera interesado en sus servicios, uno que lo tratara con respeto. En fin, un
equipo que brindara a todos sus integrantes la oportunidad que se merec ían de contribuir de
acuerdo con sus talentos individuales.
Camilo se convirtió en mí compañero de equipo.
Me gustaría poder decir que Camilo consiguió la gran carrera en el momento decisivo, pe ro
no fue así. Creo que él, durante toda esa temporada, ni siquiera consiguió conectar bate con
pelota. Las pelotas enviadas hacía su costado le pasaron por encima, por el costado, a través
suyo, o rebotaron contra su cuerpo.
Y no es que a Camilo le hubiese faltado entrenamiento. Nuestro entrenador le programó
prácticas al bate adicionales y trabajó con él en sus labores de jardinería, sin que se diera
una mejoría significativa.
No podría afirmar si Camilo aprendió algo de nuestro entrenador durante esa te mporada.
Yo sí. Aprendí a golpear ligeramente la pelota sin revelar mis intenciones. Aprendí a
alcanzar y tocar a un jugador cuando ejecutaba una plancheta, si había menos de dos afuera.
Aprendí a girar hábilmente alrededor de la segunda base en una jugada doble.
Yo aprendí muchísimo de mi entrenador durante ese verano, pero las lecciones más
importantes no tuvieron nada que ver con el béisbol,, sino con personalidad e integridad.
Aprendí que toda persona tiene sus méritos, aunque haga veinte carreras o no haga ninguna.
Aprendí que cada persona tiene su valor intrínseco, aunque pare la pelota o tenga que
perseguirla. Aprendí que es más importante hacer lo correcto, honorable y justo, que ganar
o perder.
Me sentí bien perteneciendo a mi equipo durante ese año. Estoy agradecido por haber
tenido a ese hombre como mi entrenador. Me sentí orgulloso de ser su jugador entre
segunda y tercera base, además de ser su hijo.
Chick Moorman
Te quiero, papá

Si Dios puede trabajar a través mío, puede trabajar a través de cualquiera.


SAN FRANCISCO DE ASÍS

Me encontré con un caballero que venía al entierro de su padre en Tampa. Padre e hijo no
se habían visto en años. Según el hijo, su padre se había ido de la casa cuando él aún era
pequeño. Sólo se habían puesto en contacto hacía un año, cuando su padre le envió una
tarjeta de cumpleaños diciéndole que deseaba verlo.
Después de planear un viaje a la Florida y de consultar su apretada agenda de trabajo, el
hijo fijó una fecha tentativa para visitar a su padre, dos meses después. Iría por tierra con
toda su familia, en la época de vacaciones escolares. Le escribió a su padre una nota
apresurada, y con sentimientos encontrados la echó al correo.
La respuesta fue inmediata- Venía escrita en una hoja de papel rayado arrancada de un
cuaderno escolar de espiral- Su contenido era emotivo y prácticamente ilegible. Errores
ortográficos, gramática incorrecta y puntuación defectuosa saltaban a la vista. El hombre
sintió vergüenza por su padre, y tuvo dudas acerca de la visita que se a vecinaba.
La hija del caballero fue escogida para integrar el equipo de porristas de su colegio, y tuvo
que asistir al campo de entrenamiento de estas prácticas. Por pura coincidencia comenzaba
a la semana de iniciarse las vacaciones, lo que significaba que el viaje a la Florida •debería
aplazarse.
El padre manifestó que entendía la situación, pero el hijo no volvió a saber de él durante un
tiempo. Una noticia de vez en cuando y una que otra llamada, nada más. El contenido era
escaso, algunas frases a media voz, algunos comentarios acerca de "tu mamá", algunas
historias etéreas acerca de su niñez, que en conjunto ayudaban a armar el rompecabezas.
En noviembre, el hijo recibió una llamada del vecino de su padre. Lo habían tenido que
llevar al hospital por un problema cardiaco. El hijo habló con la enfermera en jefe, quien le
aseguró que su padre estaba en vías de recuperación después de sufrir un ataque al corazón.
El médico encargado le podría dar todos los detalles.
El padre le dijo: "Estoy divinamente. No tienes por qué venir hasta acá. El médico dice que
sufrí lesiones menores y que puedo irme a casa pasado mañana".
Desde esa fecha en adelante el hijo se dedicó a llamar a su padre todos los días. Charlaban,
reían y hacían planes para verse "pronto". El hijo le mandó dinero como regalo de Navidad.
El padre envió unos pequeños regalos para los niños y un juego de lapiceros para su hijo.
Era un juego barato de los que se ofrecen en droguerías o almacenes de baratijas. Los
chicos rápidamente hicieron a un lado los regalitos del abuelo. Pero la esposa recibió una
preciosa caja de música de cristal. Abrumada, ella le expresó su gratitud cuando lo llamaron
el día de Navidad. "Pertenecía a mí madre", le dijo el anciano. "Yo quería que tú la
tuvieras".
La esposa le dijo a su marido que debían haberlo invitado a celebrar las Navidades con
ellos. Pero para que no se sintiera mal por no haberlo hecho, agregó: "Tal vez hubiera
sentido demasiado frió".
En febrero el hombre decidió visitar a su padre. Sin embargo, el destino le jugó una mala
pasada pues la mujer de su jefe tuvo que someterse a una intervención quirúrgica y él tuvo
que trabajar horas extras en la oficina. Llamó a su padre y le dijo que iría a la Florida en
marzo o abril.
Yo me encontré con el caballero el viernes. Por fin había venido a Tampa. Venía al entierro
de su padre.
Estaba esperando cuando yo abrí la puerta esa mañana. Se sentó en la capilla junto al
cuerpo de su padre. El difunto, estirado dentro de un ataúd metálico azul oscuro, llevaba un
elegante traje azul marino, nuevo. Dentro de la tapa colgaba un letrero que rezaba: "Camino
a casa".
Ofrecí un vaso de agua al caballero. Irrumpió en llanto. Le puse el brazo sobre el hombro y
el hombre se desplomó entre mis brazos, sollozando.
"He debido venir antes. No ha debido morir solo". Nos quedamos sentados juntos hasta
bien entrada la tarde. Me preguntó si yo tenía alguna otra cosa que hacer aquel día, y le
contesté que no.
Yo no escogí el escenario que se presentó, tan sólo sabia que era un acto de bondad. Nadie
vino a honrar la vida del padre del caballero, ni siquiera el vecino mencionado. No me
costó nada más que unas horas de tiempo. Le dije que yo era estudiante, que aspiraba
convertirme en golfista profesional, y que mis padres eran los dueños de la casa funeraria.
Él era abogado residenciado en Denver. Juega al golf cuando le queda tiempo. Me contó
algunos anécdotas sobre su padre.
Esa noche invité a mi padre a jugar golf al día siguiente. Y antes de acostarme, le dije:
"Papá, te quiero".
Nick Curry III 19 años

De vuelta en casa

La paz, al igual que la caridad, empieza en casa.


FUENTE DESCONOCIDA

La gente suele decir que nunca se dio cuenta de lo mucho que disfrutó la niñez hasta que
llegó a ser adulta. Pero yo, por lo menos, siempre supe que estaba teniendo una niñez
estupenda mientras la vivía. No fue sino hasta mucho después, cuando las cosas no andaban
muy bien, que me aferré a esos recuerdos felices para encontrar un camino de regreso a
casa.
Crecí en una finca con una familia enorme. Había mucho amor, mucho espacio y muchas
cosas que hacer. Me fascinaban todos los oficios de la finca: jardinear, segar el heno,
adiestrar los caballos y hasta las tareas domésticas, de manera que nada me parecía trabajo.
Así, jamás conocí el significado de la palabra aburrimiento. Nunca sufrí las presiones de
mis compañeros pues nunca anduve en "manada", porque en la finca sólo había una
manada; la de los animales. Nuestra familia era muy unida y por estar viviendo en el campo
las salidas nocturnas eran poco frecuentes. Mis hermanos y yo nos dedicábamos a jugar o a
contar cuentos después de las comidas, en medio de risas y bromas, hasta la hora de
acostamos. Yo siempre conciliaba el sueño con facilidad escuchando el canto de los grillos,
mientras pensaba en las actividades del día siguiente. Así transcurría mí vida, y yo sabía
que era un persona afortunada.
Al cumplir los doce años, un acontecimiento trágico cambió mi vida para siempre. Mi
padre sufrió un severo ataque al corazón y tuvo que someterse a un bypass triple. Cuando le
diagnosticaron una enfermedad coronaria hereditaria, vivimos una época de tremenda
angustia. Los médicos le dijeron que tendría que cambiar radicalmente de forma de vida,
pues ya no podría montar a caballo, ni conducir el tractor... o seguir trabajando en la finca.
Al damos cuenta de que sin él era imposible mantener la finca, nos vimos obligados a
vender nuestro hogar y a mudarnos al occidente, dejando atrás a nuestra familia y nuestros
amigos, y también a la única forma de vida que yo hab ía conocido.
El aire seco de Arizona actuó como un cicatrizante para mi padre, y yo comencé a
adaptarme a un nuevo colegio, a nuevos amigos y a un nuevo estilo de vida. De repente me
encontré saliendo con chicos, recorriendo centros comerciales y sorteando las presiones de
ser una quinceañera. Aunque de repente todo era diferente y extraño, también era divertido
y emocionante. Comprendí que todo cambio, aun cuando sea inesperado, puede ser
benéfico. Jamás me imaginé que mi vida cambiaría de nuevo, y en forma tan radical.
Un empresario de Los Ángeles me preguntó sí alguna vez había considerado una carrera
artística. La idea jamás me había pasado por la cabeza, pero al pensar en esa posibilidad se
me despertó el interés. Después de meditar un poco y de darle vueltas al tema con mis
padres. decidimos que mi madre y yo nos iríamos a Los Ángeles por un tiempo, para ver
cómo me iba. ¡NO tenia ni idea de en qué me estaba metiendo!
Gracias a Dios mi madre estuvo a mi lado desde el principio. Juntas enfrentamos esta
vivencia como si fuera una aventura, y a medida que mi carrera creció, yo tamb ién
evolucioné. Cuando la serie Beverly Hills 90210 se tomó en un éxito, mi madre y yo
decidimos que había llegado la hora de que ella regresara junto al resto de la familia. La
jovencita campesina había comenzado a desaparecer para dar paso a la mujer citadina.
Estaba enamorada de mi profesión y el éxito obtenido era mayor de lo que yo había soñado
jamás. Y sin embargo... algo me hacía falta. Poco a poco se formó un gran vacío en mi
corazón, que comenzó a socavar mi felicidad.
Procuré identificar qué era lo que me hacía falta. Traté de trabajar con mayor ahínco, y
después de mermar el ritmo. Entablé nuevas amistades y perdí contacto con las antiguas.
Nada parecía llenar ese vacío. Me di cuenta de que yendo a sitios nocturnos, asistiendo a
una ronda interminable de fiestas y dándome la buena vida, jamás encontraría la solución a
mi problema. Traté de recordar cuándo había estado más feliz y qué cosas en mi vida eran
las que verdaderamente me importaban. Después de un tiempo, por fin encontré la
respuesta. Identifiqué lo que tenía que hacer para ser feliz. Mi vida estaba a punto de
cambiar una vez más.
Llamé a mis padre y les dije: "Me hacen demasiada falta. Voy a comprar una finca y deseo
que ustedes vengan a vivir a California". A mi padre no lo emocionó demasiado la idea de
verse involucrado otra vez en una carrera desenfrenada por la vida, pero le aseguré que
ahora las cosas iban a ser diferentes. De modo que nos dedicamos a buscar un lugar en las
afueras de la ciudad, donde pudiéramos tener animales sueltos por doquier y una huer ta
llena de legumbres frescas para satisfacer nuestras necesidades familiares. Un lugar que
fuera la casa paterna donde todos podíamos llegar, y un sitio de encuentro para las
vacaciones. Una ensenada segura, protegida del mundo exterior. Un lugar parec ido al sitio
donde yo había pasado mi infancia.
Un buen día lo encontramos; la hacienda perfecta, enclavada en un valle cálido y soleado.
Mi sueño se había vuelto realidad. El oscuro vacío que invadía mis entrañas comenzó a
disiparse, cuando a mi alma retornó un sentimiento de equilibrio y serenidad. Había vuelto
a casa.
Jennie Garth Actriz, Beverly Hills 90210
4
SOBRE EL AMOR Y LA BONDAD
La bondad en el decir crea confianza. La bondad en los pensamientos crea profundidad. La
bondad en el dar crea amor.
LAO-TZU

Tigresa

Sé bondadoso, porque toda persona con quien te encuentres está librando una batalla aún
más encarnizada.
PLATÓN

No podría asegurar cómo llegó Jaime hasta la clínica de mi propiedad. No parecía tener la
edad para conducir, aunque se veía bastante acuerpado y se movía con la gracia de un joven
adulto. Su rostro revelaba una personalidad abierta y directa.
Al entrar en la sala de espera observé que Jaime estaba acariciando la cabeza de su gato,
que asomaba por la tapa de la caja que sostenía sobre las piernas. Lleno de fe adolescente,
me lo había traído confiando en que podría curarlo.
Era una diminuta gatita con manchas, exquisitamente torneada y de finas [acciones. Parecía
tener unos quince años. No era difícil ver cómo esta gata de mirada alerta y feroz, podía
evocar la imagen de un tigre en la mente de un niño, y por eso se hab ía convertido en
Tigresa.
El tiempo había borrado el brillante fuego verde de sus ojos, que ahora se veían opacos,
pero seguía siendo una gata elegante y llena de aplomo. Me saludó res tregándose
amistosamente contra mi mano.
Comencé a hacer preguntas para establecer el motivo de la visita de este par. A difere ncia
de la mayoría de los adultos, el ¡oven me dio respuestas directas y precisas. Tigresa había
tenido un apetito normal hasta cuando comenzó a vomitar dos veces al día. Ahora no comía
nada y estaba retraía e indolente. Había perdido medio kilo, que es mucho cuando uno sólo
pesa tres. Examiné a Tigresa mientras la acariciaba y le decía lo bella que era, comenzando
por los ojos y la boca, para luego escuchar el corazón y ios pulmones y terminar con una
palpación de su estómago. Mientras practicaba esta última tarea, encontré una masa tubular
en el centro del abdomen. Tigresa trató de escabullirse suavemente. No le llamaba la
atención que le manosearan esa masa.
Escudriñé el rostro lozano del jovenzuelo y acto seguido miré a su gata, que probablemente
había convivido con él desde siempre. Me iba a ver obligada a decirle que su mascota
amada tenía un tumor. Si se le extirpaba quirúrgicamente, el animal podría sobrevivir un
año como máximo, y eso con quimioterapia semanal. El tratamiento sería muy difícil y
costoso, así que tendría que decirle que su gata posiblemente moriría. Y él estaba ahí,
sólito.
Al parecer, el niño se encontraba a punto de aprender una de las lecciones más duras de la
vida: que la muerte es algo inexorable para todos y cada uno de los seres vivientes. Es una
parte omnipresente de la vida. El primer encontrón con la realidad de la muerte puede
definí el derrotero de toda una vida, y al parecer yo iba a ser la persona encargada de
guiarlo a través de esta experiencia. No quería cometer errores. Tenía que hacerlo a la
perfección, o podría terminar lesionándolo emocionalmente.
No habría sido difícil sacarle el cuerpo a esta tarea llamando a sus padres. Pero al mirar su
rostro me fue imposible hacerlo. Él sabía que algo andaba mal. No podía simplemente
hacerme la desentendida. De modo que hablé con Jaime como el legítimo dueño de Tigresa,
y de la manera más cariñosa posible le conté los síntomas que había encontrado y sus
implicaciones.
Mientras le hablaba se sacudió convulsivamente y me dio la espalda, con seguridad para
esconder su cara, que yo ya había alcanzado a ver contorsionada por la pena. Me senté a
observar a Tigresa para permitirle a Jaime algo de privacidad. Le acaricié su vieja y bella
cabeza mientras le explicaba a Jaime cuáles eran las alternativas: podía hacerle una biopsia,
permitirle que se muriera lentamente en casa, o aplicarle una inyección para que durmiera
el sueño eterno.
Jaime escuchó con atención asintiendo con la cabeza. Me dijo que él veía que la gata no
estaba a sus anchas y que no quería que sufriera. Se notaba que hacia un es fuerzo
sobrehumano. Este dúo me partía el corazón. Ofrecí llamar a sus padres para explicarles lo
que sucedía.
Jaime me facilitó el número de teléfono de su padre. Repelí de nuevo el diagnóstico al
padre de Jaime, mientras éste me escuchaba acariciando a su gata. Luego, padre e hijo
hablaron. Con voz entrecortada, Jaime habló con su padre mientras se paseaba
gesticulando. Pero al colgar el auricular, me clavó los ojos con una mirada límpida y me
dijo que habían decidido terminar con el sufrimiento de la gata.
No hubo histeria, argumentos defensivos o negaciones de ningún tipo. Sólo percibí la
aceptación de lo inevitable- Podía ver, sin embargo, lo mucho que le estaba costando
mantener la calma. Le pregunté si deseaba llevar la gata a casa para que pasara la noche y
pudiera despedirse de ella. Me contestó que no. Quería estar a solas con ella unos minutos,
y nada más.
Los dejé y fui a obtener el barbitúrico que utilizaría para inducir en la gata un sueño libre de
dolor. No pude contener las lágrimas que se me escurrían por las mejillas, como tampoco el
dolor ajeno que se desbordaba en mí, al ver a Jaime volviéndose rápidamente hombre, y tan
solo.
Esperé en la puerta de la sala de consultas. A los pocos minutos salió y me dijo que estaba
listo. Le pregunté si quería acompañarla. Me miró con sorpresa, pero le expliqué que era
mejor observar cuan apacible era el proceso, en vez de imaginarse eternamente cómo
habían sido sus últimos momentos.
Comprendiendo de inmediato la lógica de mi planteamiento, le sostuvo delicadamente la
cabeza mientras yo le aplicaba la inyección. Tigresa cayó en un profundo sueño, con la
cabeza reclinada sobre su mano.
El animal se veía tranquilo y reposado. Ahora el dueño era el depositario de todo el dolor.
Le dije que asumir el dolor de un ser querido para que éste pueda descansar, era el obsequio
más preciado que uno podía ofrecer.
Asintió con la cabeza. Había entendido.
Sin embargo, algo faltaba. Sentía que no había terminado mi labor. De repente caí en
cuenta de que aunque le había pedido que se convirtiera en hombre en un instante, y él
había asumido su papel con aplomo y coraje, seguía siendo un joven.
Con los brazos abiertos le pregunté si necesitaba un abrazo. No había d uda de que sí lo
necesitaba, y a decir verdad, yo también.
Judith S. Johnessee
Corazón luminoso

El obsequio más grandioso es una parte de ti mismo.


RALPH WALDO EMERSON

El año pasado, por la época de Halloween, me enviaron una invitación para que asistiera a
un carnaval auspiciado por la organización "Tuesday's Child", dedicada a ayudar a niños
infectados con el virus del SIDA. Me invitaron porque soy actriz; fui porque me impor ta.
Estoy segura de que la mayoría de los niños no me identificaron como estre lla de la
televisión. Creo que me vieron como una chica mayor que había venido a pasar un rato con
ellos. Me sentí mucho más a gusto así.
Habla múltiples carpas para entretenimiento de los asistentes. Una en particular me atrajo,
por la cantidad de niños que se congregaban ahí. En esta carpa, el que quisiera podía pintar
un cuadrado. Más adelante cada uno de estos cuadrados formaría parte de un cubre lecho-
El cubre lecho se estaba elaborando para obsequiárselo a un señor que había ded icado
buena parte de su vida a la organización y estaba a punto de retirarse. A cada niño le daban
un juego bellísimo de colores fuertes, y le pedían que pintara lo que quisiera para que el
cubre lecho se viera muy lindo. Al mirar a mi alrededor pude observar que todos los
cuadrados de tela estaban adornados con corazones rosados y nubes azules luminosas,
amaneceres color naranja y bellas flores verdes y moradas. Todos los cuadrados eran
luminosos, positivos y edificantes, a excepción de uno.
El niño junto a mí estaba pintando un corazón, pero era oscuro, vacío y sin vida. Le hacia
falta los colores vibrantes y encendidos que habían usado sus compañeros.
Al principio pensé que a este artista le hab ía tocado en suerte el juego de colores opacos.
Sin embargo, al preguntarle, me dijo que el corazón oscuro que había pintado era el reflejo
del suyo propio. Le pregunté a qué se debía eso y me contestó que estaba muy enfermo y
que su madre también lo estaba. Me comentó que él jamás se mejoraría y que su madre
tampoco. Me miró directamente a los ojos y me dijo: "Nadie puede hacer nada para
ayudarnos"-
Le dije que lamentaba que estuviera enfermo y que en verdad podía comprender por qué
estaba tan triste. Que inclusive podía entender por qué había pintado su cora zón de un color
oscuro.., pero también le dije que no era cierto que no haya nada que alguien pueda hacer
para ayudarlo. Es posible que los demás no puedan curarlo a él o a su mamá... pero sí
podemos darle un abrazo cariñoso, por ejemplo, y eso en mi experiencia es una gran ayuda
cuando uno está triste. Le dije que yo gustosa le daría uno si él quería, para que se diera
cuenta de que no le estaba echando cuentos. De inmed iato se sentó sobre mis rodillas y yo
me sentí llena de amor por este hermoso niño.
Se quedó sentado en mi regazo un buen rato y cuando se cansó, se bajó y se puso a pintar.
Le pregunté si se sentía mejor y me respondió que sí, pero que seguía enfermo y que nada
alteraría eso. Le respondí que comprendía. Me alejé con tristeza, pero con mi fe renovada
en esta causa. Haría lo que fuese necesario para ayudar.
Al final del día, cuando me preparaba para irme a casa, sentí un tirón en la manga de mi
chaqueta. Al voltear me topé con una gran sonrisa de mi pequeño amigo. Me dijo:
"Mi corazón está cambiando de colores. Se está volviendo más luminoso... me parece que
esos abrazos cariñosos sí funcionan de verdad".
De camino a casa, me palpé el corazón y me di cuenta de que también había tomado un
color más luminoso.
Jennifer Love Hewitt Actriz, Party of Five
El secreto de la felicidad

Si quieres ser amado, ama e inspira cariño.


BENJAMÍN FRANKLIN

He aquí la fábula maravillosa sobre una niña huérfana que no tenía familia o persona
alguna que la quisiera. Cierto día, mientras caminaba por la vega del río sintiéndose más
triste y solitaria que de costumbre, observó una pequeña mariposa atrapada cruelmente en
un espino. Cuanto más luchaba por liberarse, más laceraba su frágil torso. Con delicadeza,
la huerfanita liberó a la mariposa de su cautiverio. Ésta, al verse libre, en vez de emprender
el vuelo se convirtió en una bella hada. La jovencita no podía creer lo que veían sus ojos.
El hada bondadosa le dijo a la niña: "Para agradecerte tu maravilloso gesto, te concederé
cualquier deseo".
La pequeña pensó un momento y le contestó: "¡Deseo ser feliz!".
"De acuerdo", dijo el hada inclinándose para hablarle al oído, y acto seguido desapareció.
A medida que la pequeña fue creciendo, en toda la comarca no se encontraba una persona
más feliz que ella. Todos deseaban conocer su secreto. Ella se limitaba a sonreír mientras
decía: "Yo sólo escuché las palabras de un hada cuando era pequeña".
Cuando ya era anciana y estaba en su lecho de muerte, todos los vecinos se arremolinaron a
su alrededor, deseosos de hacerse a su fórmula maravillosa de la felicidad antes de que
muriera. "Por favor, cuéntanos", le rogaban, "cuéntanos lo que te dijo el hada".
La bella anciana sonrió y contestó: "Me dijo que cada persona, por más segura de sí misma
que pareciera, o por más joven o vieja, rica o pobre que fuera, necesitaba de mí".
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
Procurando tocar el alma de un extraño

Mejor que mil cabezas doblegadas en oración, es dar placer a un solo corazón mediante
una sola acción.
GANDHI

Frank Daily se quedó mirando el suelo congelado. Pateó hacia un costado varios pedazos
de nieve impregnados con las emisiones provenientes del tubo de escape del automóvil.
Sólo pretendía fingir que escuchaba la inconsecuente chachara de sus amigos Norman y Ed,
mientras tomaban el autobús número 10, a la salida del colegio. Respondí mecánicamente a
todas sus preguntas:
"Claro que me fue bien en el examen... Esta noche no .puedo- Tengo que estudiar, en
serio".
Frank y sus amigos se acomodaron a sus anchas en la última banca del autobús público de
la ciudad de Mílwaukee, junto con otros jóvenes de distintos colegios. El autobús dejó
escapar un nubarrón de humo grisáceo al tomar rumbo hacia el oeste, por la calle Cerro
Azul.
Frank se tendió indolentemente sobre el asiento. Las manos le colgaban de los pulgares,
enganchados en el centro de la correa de los pantalones. El día en que su mundo se
derrumbó, en el mes anterior, había sido, como éste, un frío día gris de noviembre. Él bien
sabía que su destreza para jugar baloncesto era igual a la de los demás muchachos. Su
madre solía llamarlo el "atleta de la temporada". En su niñez le había puesto el apodo de
"Destructor". Ese recuerdo le trajo una sonrisa a los labios.
El autobús emprendió la marcha y Frank instintivamente apoyó sus zapatos de lona sobre el
piso. Tiene que haber sido mi tamaño, se dijo a sí mismo. Tiene que ser eso. Yo sólo mido
\m metro con sesenta. Como acabo de entrar a este colegio y soy novato, el entrenador, con
sólo mirar mi estatura, decidió que yo no se jugar baloncesto.
A Frank no le había sido nada fácil integrarse, sobre todo como alumno recién llegado a un
colegio católico masculino. Los muchachos mayores tendían a formar grupos excluyentes.
Esta situación era especialmente penosa para Frank, acostumbrado a descollar en todos los
deportes. Ahora, al parecer, era un don nadie.
No sólo había sobresalido en los deportes antes de cambiar de colegio; en quinto y sexto
también se había destacado en ciencias políticas y en historia. Trajo a la memoria el consejo
de su profesor Don Anderson: "Mira Frank, si le dedicas a tus libros el mismo tiempo que
le das al baloncesto, te irá magníficamente bien en ambas actividades".
Pues bien, pensó Frank, al menos Anderson tenía razón con respecto a los libros. Todas mis
calificaciones están por encima de cuatro. Lo del baloncesto es otro cuento.
El estruendo de un frenazo y el ruido estridente de un pito sacaron a Frank de su
ensimismamiento. Miró a Norman y a Ed. Norman estaba recostado contra el vidrio de la
ventana, con los ojos entreabiertos. Su tibio aliento había empañado el vidrio, creando una
figura circular.
Frank se frotó los ojos. Todavía recordaba cómo el mes pasado se le había formado un
nudo en la boca del estómago a medida que se acercaba al vestuario. Había escudriñado
frenéticamente la lista del equipo pegada en la puerta, tratando de encontrar su nombre en
alguna parte. No figuraba. Su nombre no aparecía. De repente sintió que había dejado de
existir. Se había vuelto invisible.
El autobús se detuvo cerca de los campos recreativos | del condado. El conductor amonestó
a unos chicos gritones, sentados en la parte trasera, para que se tranquilizaran. Frank le
echó una mirada al conductor, apodado Koyak porque era tan calvo como una bola de
billar.
Una mujer embarazada y casi a término se prendió del pasamanos plateado y lentamente
ascendió al autobús. Cuando la dama cayó sentada sobre el asiento que estaba detrás del
conductor, sus pies se proyectaron hacia .adelante y Frank pudo observar que estaba
descalza y andaba en medias.
Mientras conducía el autobús hacia el flujo de tránsito, Koyak, sin voltear a mirarla, le dijo:
"Oiga, doña, ¿dónde dejó los zapatos? En la calle está haciendo mucho frío".
"No hay dinero", contestó la dama, cubriéndose la nuca y la garganta con el raído cuello del
abrigo. Algunos de los muchachos sentados en los asientos traseros se burlaron
socarronamente. "Me subí al autobús para calentarme un poco. Sí no tiene inconveniente lo
acompaño un buen trecho", agregó.
Koyak se rascó la cabeza y le dijo: "Está bien. Pero cuénteme, ¿por qué no tiene dinero para
comprar zapatos?".
"Tengo ocho hijos. Todos necesitan zapatos, de modo que no hay dinero para tanto. Pero
despreocúpese, mi Dios proveerá".
Frank posó la vista sobre sus nuevos zapatos de lona. Sus pies estaban calientitos, como
siempre. Volvió nuevamente la vista hacia la señora. Tenía las medias rasgadas. El
estómago, hinchado como una pelota de baloncesto, al igual que su vestido desteñido,
estaban al descubierto porque al abrigo le faltaban algunos botones.
Ante semejante espectáculo, a Frank se le desvaneció el mundo circundante. Sus dos
amigos dejaron de existir. Sintió que una mano gélida le estrujaba las tripas. La pa labra
"invisible " le vino a la mente de nuevo. Un ser que por distintas razones se ha vuelto
invisible, marginado, y ha sido olvidado por la sociedad, se dijo a sí mismo.
Él, probablemente, siempre tendría cómo comprar un par de zapatos. Ella, probab lemente,
jamás tendría el dinero suficiente para hacerlo. Bajo su as iento, con la punta de uno de sus
zapatos presionó la parte trasera del otro, y se lo quitó. Después se despojó del segundo.
Miró alrededor. Nadie se había dado cuenta. Tendría que caminar tres cuadras cubiertas de
nieve hasta llegar a casa. Pero el frío siempre lo había tenido sin cuidado. Cuando el
autobús llegó al final del recorrido, Frank esperó a que todo mundo descendiera. Después
sacó los zapatos que estaban debajo del asiento, se acercó rápidamente a la señora y se los
entregó, diciéndole: "Tome, señora, a usted le hacen más falta que a mí".
Acto seguido, Frank apresuró su paso hacia la puerta y se bajó del autobús, arreglándoselas
para aterrizar en un charco. Poco le importó. No tenía nada de frío. Alcanzó a escuchar a la
señora que decía: "Mire usted: ¡una talla perfecta!".
A continuación oyó que Koyak le gritaba: "¡Oye chico! ¡Regresa! ¿Cómo te llamas?"-
Frank dio media vuelta para responderle a Koyak en el preciso instante en que sus dos
amigos le preguntaban por sus zapatos.
Frank se sonrojó de vergüenza con Koyak, sus amigos y la dama. "Me llamo Frank. Frank
Daily", dijo con voz baja.
"Pues te diré algo, Frank", musitó Koyak con voz entrecortada; "jamás había visto algo
semejante en los , veinte años que llevo conduciendo este trasto".
La mujer, con lágrimas en los ojos, le dijo: "Gracias joven", Y mirando a Koyak, agregó;
"¿No le dije que mi Dios cuidaría de mí?".
"No hay de qué" farfulló Frank con una sonrisa en los labios. "Además, estamos en
Navidad".
Echó a andar presurosamente tras sus dos amigos. Le pareció que el día gris se despejaba.
De camino a casa a duras penas sintió el frío bajo sus pies.
Barbara A. Lewis

La señora Lalita

Con 18 años cumplidos, estaba a punto de comenzar en la universidad y no tenía un


centavo. Para hacerme a algún dinero me había dedicado a ofrecer libros viejos puerta a
puerta, en una silenciosa calle de un vetusto barrio. Al llegar a un portón, una octogenaria
mujer, alta y de porte distinguido, me saludó diciendo: "¡Hola cariño! Te he estado
esperando. El Señor me dijo que hoy vendrías". La señora Lalita necesitaba ayuda en su
casa y en su jardín y al parecer yo era la persona indicada. ¡Quién podría ponerse a discutir
con Dios!
Al día siguiente trabajé durante seis horas, laborando como jamás lo había hecho en la vida.
Doña Lalita me indicó la forma de sembrar bulbos, qué malezas debía arrancar y dónde
debía poner los desechos vegetales. Terminé el día podando el césped con una máquina de
cortar pasto que más bien parecía una pieza de museo. Al acabar este oficio, doña Lalita me
felicitó mientras revisaba la cuchilla de la máquina.
"Parece que topaste con una piedra. Traeré una lima", me dijo.
Muy pronto me di cuenta de por qué las herramientas de doña Lalita parecían antigüedades
pero funcionaban como nuevas. Por las seis horas de trabajo me entregó un cheque de tres
dólares. Corría el año 1978. Dios a veces tiene mucho sentido del humor, ¿verdad?
La semana siguiente hice el aseo de la casa de doña Lalita. Me mostró el procedimiento
exacto para aspirar su |. antiguo tapete persa con una aspiradora igualmente -antigua.
Mientras yo sacudía sus bellos objetos decorativos, ella me ilustraba sobre la procedencia
de los mismos, adquiridos durante sus periplos por el mundo. Para el almuerzo preparó
legumbres frescas cultivadas en su jardín. Compartimos una deliciosa comida y un bello
día.
En ciertas ocasiones me convertía en conductor. Doña Lalita había recibido un bellísimo
automóvil como último regalo de su esposo. Cuando conocí a doña Lalita el vehículo tenía
treinta años de uso y seguía siendo bellísimo. Ella no había tenido hijos pero su hermana,
sobrinos y sobrinas vivían en el vecindario. Sus vecinos también la estimaban y ella
participaba activamente en iniciativas cívicas.
Al año y medio de haber conocido a doña Lalita comencé a verla con menos frecuencia. La
universidad, el trabajo y mis compromisos religiosos me dejaban poco tiempo para ello.
Conseguí a otra niña para que la ayudara en los quehaceres de la casa.
Como yo era poco demostrativa con mis afectos y además estaba en una pobreza
franciscana, me dediqué a elaborar una lista muy reducida de las personas que recibirían un
cariñoso saludo de mi parte en el día del Amor y la Amistad. Mi madre escudriñó la lista y
dijo: "Te falta doña Lalita".
Con incredulidad, le pregunté: "¿Cómo así? Ella tiene una gran familia, amigos y vecinos.
Es muy activa en el vecindario. Además, ya casi no nos vemos. ¿Por qué querría doña
Lalita recibir un obsequio mío?".
Mi madre no se dejó convencer. "Consíguele un regalo a doña Lalita", se limitó a decir.
El día del Amor y la Amistad le regalé a doña Lalita un pequeño ramo de flores, que ella
aceptó con donaire.
La visité nuevamente unos meses después. Sobre el muro de la chimenea, y ocupando lugar
de honor entre todos sus bellos ornamentos, pude ver un pequeño ramo de flores ya
marchito, el único obsequio que había recibido en el día del Amor y la Amistad.
Susan Daniels Adams

Recuerdos de un paseo en mi infancia

Dondre Green se sentía incómodo al ver a tanto persónate cívico y a tanta estrella deportiva
congregados en el salón de baile del hotel en Cleveland. Se habían despla zado de todos los
rincones del país para participar en este evento encaminado a recaudar fondos para la
"Fundación nacional universitaria de becas golfísticas para grupos étnicos minoritarios".
Dondre, un joven bachiller de 18 años oriundo de Monroe, Louisiana, era el invitado de
honor. Yo era el artista contratado para amenizar el evento.
"¿Estás nervioso", le pregunté al joven apuesto que vestía un esmoquin alquilado y camisa
blanca.
"Un poco", contestó sonriendo y en voz baja.
Un mes ames del evento en Cleveland, Dondre habla sido un estudiante más en un colegio
del sur de los Estados Unidos, cuyo estudiantado era predominantemente blanco. Por cierto,
el color de la piel de Dondre jamás había sido un tema de polémica, aunque buena parte de
sus compañeros y amigos eran de raza blanca, Pero el 17 de abril de 1991, la piel negra de
Dondre provocó un incidente que se convirtió en noticia nacional.
"Señoras y señores", entonó el maestro de ceremonias, "con ustedes nuestro invitado de
honor".
Mientras la concurrencia aplaudía de pie, Dondre se acercó al micrófono y comenzó a
relatar su historia:
"Yo amo el juego de golf. He sido miembro del equipo de nuestro colegio durante los
últimos dos años. Aunque soy el único jugador de raza negra, siempre me he sentido muy
tranquilo jugando entre gente de tez blanca en la mayoría de los clubes".
El público estaba absorto. Hasta los camareros y ayudantes se detuvieron a escuchar. Yo
también lo hacía, mientras un recuerdo de mi niñez enterrado en el sub consciente, me vino
a la memoria.
Dondre prosiguió con su relato:
"Habíamos ido por tierra desde Monroe hasta el club campestre del condado de Parish, en
el estado de Columbia. Nos estábamos preparando para salir al putting green".
Dondre y sus compañeros de equipo estaban demasiado concentrados como para darse
cuenta de la conversación entre un hombre y el director deportivo del colegio, James
Murphy. Al rato de haberse esfumado en el interior del club, Murphy volvió al lado de sus
jugadores.
"Quiero reunirme con los mayores", dijo de inmediato. Su rostro se veía turbado mientras
formaba un círculo con los cuatro jugadores, incluyendo a Dondre.
"Me es difícil expresar lo que tengo que decir", observó. "Este club es para el uso exclusivo
de gente blanca". Murphy hizo una pausa mirando a Dondre. Sus compañeros se miraron
desconcertados. "Deseo que ustedes decidan cuál ha de ser nuestra respuesta. Si nos
retiramos quedamos descalificados. Si nos quedamos, Dondre no podrá jugar", terminó
diciendo.
Al escuchar estas palabras, mi memoria represada durante treinta y dos años se desbordó.
En 1959 yo era un pobre negro adolescente de trece años, que vivía con su madre y su
padrastro en un barrio miserable de Long Island, Nueva York. Mi madre trabajaba en un
hospital durante la noche, y mi padre conducía un camión repartidor de carbón. Sobra decir
que nuestro nivel de vida estaba muy por debajo del sueño americano.
Sin embargo, cuando nuestro profesor de octavo anunció que haríamos una excursión a
Washington, jamás me pasó por la cabeza que yo no iría. Además de hacer un recorrido
muy completo por toda la capital del país, visitaríamos un parque de atracciones en el
estado de Maryland- En mi imaginación, este parque era la conjunción de todos los parques
de atracciones del mundo entero, incluyendo a Disney World.
Corrí a casa con el corazón latiendo como un tambor, a entregar la circular mimeografiada
que describía la aventura que íbamos a emprender. Pero mi madre meneó la cabeza
negativamente al ver el costo. La familia no contaba con los medios.
La tristeza me duró diez segundos, tiempo en el cual decidí levantarme los recursos de
alguna manera. Durante las próximas ocho semanas me convertí en vendedor de caramelos
puerta a puerta, repartidor de periódicos y jardinero listo para podar el césped- ¡Tres días
antes de la hora cero había recogido el dinero mínimo necesario para poder ir al paseo!
El día señalado para la excursión el alma no me cabía en e l cuerpo al montarme en el tren.
Yo era el único de raza negra en mi sección.
Nuestro hotel quedaba cerca de la Casa Blanca. Mi compañero de habitación era hijo de un
hombre de negocios. Nuestra reciente amistad se cimentó al poco tiempo de haber dejado
caer unas cuantas bombas de agua sobre los transeúntes que pasaban bajo nuestra ventana.
Todas las mañanas un centenar de muchachos abordá bamos el autobús para iniciar una
nueva aventura. Camino al cementerio de Arlington, no dejamos de entonar el himno de
batalla del colegio como también al atardecer durante un crucero sobre el río Potomac.
Visitamos el monumento a Lincoln en dos oportunidades, una vez durante el día y otra al
crepúsculo. Mis compañeros y yo enmudecimos al caminar bajo la sombra de las treinta y
seis columnas que representaban a cada uno de los estados que Lincoln se esmeró en
conservar. Me situé al pie de la estatua de Lincoln sentado, que mide quince metros de alto,
junto a mi nuevo amigo. Los reflectores hacían brillar el mármol traído del estado de
Georgia. Juntos leímos las célebres palabras de Lincoln pronunciadas en Gettysburg, lugar
de la batalla más sangrienta librada entre los estados:
"... nos encontramos aquí reunidos para asegurar con certeza que estos muertos no han
entregado sus vidas en vano —que esta Nación, bendecida por Dios, verá el renacimiento
de la libertad...".
Cuando mi amigo me pidió que me acomodara para hacerme una foto, miré por última vez
el rostro de Lincoln. Parecía estar vivo y padeciendo una gran tristeza.
Al día siguiente entendí con mayor claridad por qué no sonreía.
"Clifton", me dijo una de las profesoras, "¿podría hablar contigo un momento?".
Mis compañeros, y en especial mi buen amigo Frank, se pusieron pálidos. Minutos antes
habíamos estado comentando sobre la bomba de precisión llena de agua que la noche
anterior habíamos dejado caer sobre una señora gorda y su perro. Había sido una maldad
estúpida y peligrosa, pero afortunadamente no había ocurrido nada que lamentar. Nos
encontrábamos celebrando el hecho de habernos librado de cualquier castigo, cuando la
profe me llamó.
"Clifton, ¿tú has oído hablar de la línea divisoria de Masón y Dixon?", me preguntó-
"No señorita", contesté, preguntándome para mis adentros qué tendría que ver eso con
empapar señoras con bombas de agua.
"Antes de la guerra civil", me explicó, "la línea de Masón y Dixon marcaba el límite entre
los estados de Maryland y Pennsylvania —la línea divisoria entre los estados abolicionistas
y aquéllos a favor de la esclavitud".
Aunque me había librado de un desastre, presentí que se avecinaba otro. Observé que la voz
le temblaba y que había estado llorando.
"Hoy", me dijo, "la línea de Masón y Dixon es una especie de línea divisoria invisible entre
el Norte y el Sur. Cuando se cruza esa línea desde el distrito especial de Washington hacia
Maryland, las costumbres cambian".
La conversación había tomado un rumbo que yo presentía como amenazante, mas no podía
precisar la razón. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
El parque de diversiones del Cañón del eco esta situado en Maryland, y las directivas del
parque prohíben la entrada de personas de raza negra, me dijo finalmente y se quedó
mirándome en silencio.
Yo todavía estaba sonriendo y asintiendo con la cabeza cuando su mensaje me cayó como
un baldazo de agua fría.
“Lo que usted me está diciendo es que yo no puedo ir al parque de diversiones porque soy
negro, ¿verdad?”, le pregunté incrédulo.
Asintió lentamente con la cabeza. “Lo siento, Clifton. Esta noche tendrás que quedarte en el
hotel. Si te parece podemos ver una película por televisión”, me dijo tomándome de la
mano.
Me encaminé hacia los ascensores con sentimientos de confusión, incredulidad, furia y gran
tristeza.
“¿Qué paso, Clifton?”, me preguntó mi amigo cuando entré en la habitación. ¿La señora
gorda nos metió en un lío?”.
Sin decir palabra me recosté sobre la cama y me puse a llorar. Frank se quedó mudo de
perplejidad. Los niños de nuestra edad no lloraban, al menos delante de sus amigos.
Lo que me hacía sentir tan triste no era tanto el perderme de la excursión de mi clase, sino
que por primera vez en la vida me estaba dando cuenta de lo que era ser negro.
Desde luego que la discriminación también se daba en el Norte, pero hasta ese momento el
color de mi piel no me había excluido de una cafetería, una iglesia o un parque de
diversiones.
“Clifton” susurró Frank. “¿Qué te pasa?”.
“No me dejan ir al parque de diversiones esta noche”, le dije gimiendo,
“¿Por lo de la bomba de agua?”, preguntó.
“No”, le contesté, “porque soy negro”.
“¡Menos mal, caramba!” dijo, y se puso a reir, obviamente aliviado al ver que habíamos
salido bien librados de nuestras travesuras de la noche anterior.
“Pensé que nos habíamos metido en un lío”.
Me limpié las lágrimas con la manga de la camisa y lo miré fijamente. “¿No has entendido?
No me dejan entrar a negros como yo al parque. ¡No podré ir contigo!” grité. “¡Y tú me
dices que menos mal. Pues a mí me parece la embarrada!”.
Estaba a punto de quitarle la sonrisita de la cara con un puñetazo a la mandíbula, cuando
escuché que decía:
“Pues entonces, yo tampoco iré”.
Ambos nos quedamos como petrificados por un instante. Luego Frank sonrió de oreja a
oreja. Jamás olvidaré ese instante. Frank era solo un niño. Tenía tantos deseos como yo de
ir al parque de diversiones, pero en ese momento se le presentó algo más importante que
una excursión nocturna con sus compañeros de clase. Sin embargo, él no dio explicaciones
ni dijo nada más.
Cuando menos me di cuenta la habitación estaba llena de muchachos que escuchaban a
Frank. “No permiten la entrada de negros al parque de diversiones, de modo que yo me
voy a quedar con Clifton.”, les dijo.
De inmediato otro niño agregó: “¡Pues yo también!”.
“¡Que partida de tarados!” susurró un tercero. “Yo estoy contigo, Clifton”.
Mi corazón se aceleró. Me di cuenta de que no estaba solo. Se comenzaba a gestar una
revolución de adolescentes. Acababa de nacer la “Brigada de las bombas de agua”,
compuesta por once niños blancos de Long Island cuyo manifiesto rezaba: “No iremos”.
Sentado sobre mi cama, en todo el centro de semejante acontecimiento, me sentí
agradecido. Pero sobre todo, orgulloso.
La historia de Dondre Green me trajo a la memoria estos recuerdos de la infancia. Sius
compañeros golfistas, al igual que los de mi colegio de la infancia, tenían que tomar una
decisión trascendental, que consistía en respaldar a un amigo aunque les costara
muchísimo. Sin embargo, en el momento de jugarse el todo por el todo, no hubo ninguna
duda. “Larguémonos de aquí”, dijo uno de ellos en voz baja.
“Simplemente recogieron sus cosas y se fueron hacia el autobús”, nos contó Dondre. “No
hubo discusión de ningún tipo. Los chicos del equipo menor se unieron a nosotros sin mirar
atrás”.
Dondre estaba obnubilado por la respuesta de sus compañeros y la de toda la población de
Louisiana. El estado entero se indignó y trató de hacerle un homenaje de desagravio. La
Camara de Representantes de Louisiana instituyó el día de Dondre Green, y legisló para
permitir la procedencia de demandas por daños y perjuicios, contra cua lquier institución
privada que invite a un equipo a participar en un torneo y le prohíba la entrada a un
miembro en razón de su raza.
Cuando Dondre terminó su narración, las lágrimas se le escurrían de los ojos. "Le tengo un
gran cariño a mi entrenador y a mis compañeros por apoyarme", dijo.
"Supieron demostrar que siempre hay personas dispuestas a oponerse a la intolerancia. El
amor desinteresado que me manifestaron ese día conquistará el odio en toda ocasión".
Mis amigos de la infancia también me obsequiaron ese amor desinteresado. Una de nuestras
profesoras entró a la recepción del hotel donde estábamos sentados, y agitando un sobre en
el aire, gritó: "¡Chicos, acabo de comprar trece boletos para el partido de béisbol entre los
Senators y los Tigers! ¿Quién quiere ir conmigo?".
Se escucharon gritos de felicidad por toda la habitación. Ninguno había tenido la
oportunidad de ver un partido profesional de béisbol en un estadio de verdad.
De camino al estadio, todos enmudecimos al pasar junto a la estatua de Lincoln. Me quedé
mirando fijamente al señor Lincoln entre las columnas del monumento, bañado por una
cálida luz amarilla. No pude percibir ni una sonrisa ni un poco de esperanza en esos ojos
cansados y tristes.
"... Nos encontramos aquí reunidos para asegurar, con certeza... que esta Nación,
bendecida por Dios, verá el renacimiento de la libertad...".
Con sus palabras y ejemplo vivencial, Lincoln dejó muy en claro que la libertad no se
obtiene en forma gratuita. Cada vez que el color de la piel de una persona le cierra las
puertas de un parque de diversiones o la posibilidad de utilizar el campo de golf de un club
campestre. la guerra libertaria se inicia de nuevo. A veces, la batalla se libra a puño limpio
y con armas de fuego, pero con frecuencia e) arma más poderosa es la mera manifestación
de valentía y amor.
Cada vez que escucho las palabras de Lincoln pronunciadas en Gettysburg, recuerdo a mis
once compañeros y la esperanza renace en mi alma- Me hago la ilusión de que Lincoln
finalmente sonrió esa noche, cuando nos detuvimos junto a su monumento. Como bien dijo
Dondre: "El amor que me manifestaron ese día conquistara el odio en toda ocasión".
Clifton Davis Actor, Amén

Un regalo para dos


Nunca se sabe cuánta felicidad puede producir un gesto bondadoso.
BREE ABEL

El hermoso día estaba como mandado a hacer para conocer el centro urbano de la c iudad de
Portland. Éramos un grupo de consejeros de un campo de verano haciendo uso de nuestro
día de asueto, alejados de los veraneantes y dispuestos a divertirnos un rato. A la hora del
almuerzo le pusimos el ojo a un bello parque en el centro de la ciudad. Como todos
teníamos un antojo diferente cada cual se fue a buscar lo que quería para comer, después de
acordar que nos encontraríamos en el parque poco después.
Cuando mi amiga Robby se encaminó hacia un carrito de perros calientes, decid í hacerle
compañía- Observamos cómo el vendedor elaboraba un perro caliente perfecto, tal y como
ella lo deseaba. Sin embargo, el vendedor nos sorprendió cuando ella se dispuso a pagarle.
"Ese peno se ve un poco frío", dijo el señor. "Guarde su dinero. A usted le tocó el perro
caliente gratuito del día".
Le dimos las gracias y nos fuimos a reunir con los demás amigos para saborear jumos
nuestras viandas. Pero mientras comíamos y charlábamos me llamó la atención un señor
solitario sentado cerca de nosotros, que parecía observamos. Se veía desaseado. Otra
persona sin hogar y a la deriva, como tantos que se ven en las ciudades, me dije sin darle
mayor importancia.
Al terminar de almorzar nos preparamos para seguir nuestro periplo turístico, pero cuando
Robby y yo nos acercamos al canasto de basura para arrojar los res tos del almuerzo,
escuché una sonora voz que me decía: "¿Será que queda algo de comida en esa bolsa?".
El dueño de esa voz era el hombre que nos había estado observando. Me sentí incómodo y
le dije: "Infortunadamente, ya no queda nada",
"¡Qué pesar!", fue todo lo que dijo, sin vergüenza alguna. Era evidente que tenía hambre,
que no le gustaba ver comida desperdiciada y que estaba acostumbrado a formular la
pregunta anterior.
La situación me incomodó, pero no supe cómo reaccionar. En ese momento Robby dijo:
"Ya vuelvo. Espérame un momento", y salió corriendo. Quedé intrigado al verla dirigirse
hacía el carrito de los perros calientes. De repente, caí en cuenta de lo que se proponía.
Compró un perro caliente, regresó y se lo dio al señor hambriento.
Simplemente se limitó a decir:
"Sólo estaba transmitiendo la bondad que alguien tuvo conmigo".
Ese día aprendí que la generosidad puede ir más allá de la persona que la recibe. Al
obsequiar, estamos enseñando a los otros a ser dadivosos.
Andrea Hensley

La vida no se trata de eso...

Lo importante en la vida es cómo nos tratamos los unos a los otros.


HANA IVANHOE, 15 años

Durante todo el año había deseado participar en el retiro noc turno de primíparas, que se
ofrecía en nuestro colegio a todas las niñas que cursaban el primer año de bachillerato. El
objetivo de este redro consistía en charlar sobre el enfoque que estábamos dándole a nuestra
vida, e intercambiar ideas sobre nuestros problemas, intereses y preocupaciones
relacionadas con el colegio, los amigos, los novios y demás.
Llegué del retiro llena de optimismo- Había aprendido muchas cosas que podrían serme
útiles en mi relación con la gente. Decidí guardar las notas del retiro en mi diario, el lugar
donde se encuentran la mayoría de mis posesiones más preciadas. Sin pensarlo mucho
coloqué el diario sobre una cómoda y terminé de desempacar.
Después de la convivencia me sentía tan realizada que comencé la semana con muchas
expectativas. Sin embargo, esa semana resultó ser un desastre emocional. Un amigo me
hirió tremendamente, discutí con mi madre, y mis calificaciones, especialmente las de
inglés, me tenían muy preocupada. Para rematar este triste cuadro, el baile de gala del
colegio me tenía muy nerviosa.
Sin lugar a exageración, puedo decir que casi todas las noches me dormía con lágrimas en
los ojos. Había tenido la esperanza de que el retiro tuviera un efecto tra nquilizador y
calmara mi nerviosismo pero, por el contrario, empecé a pensar que sólo había sido un
paliativo temporal.
El viernes por la mañana desperté con el corazón apesadumbrado y una actitud negativa.
También estaba retrasada. Me vestí aceleradamente, sacando presurosa un par de medias de
un cajón de la cómoda. Al cerrar estrepitosamente el cajón, mi d iario cayó al piso regando
gran parte de su contenido por el suelo. Al arrodillarme para recogerlo, una de las hojas
desparramadas me llamó la atención. Me la había dado la directora del retiro. La abrí y
comencé a leer.

La vida no tiene que ver con llevar cuentas. No se trata de competir por el número de
personas que te llaman, como tampoco de hacer alarde de los noviazgos que has tenido,
estás teniendo o piensas tener. No se trata de los chicos que has besado, los deportes que
practicas, o cuál chico o chica te cae bien. No se trata del cabello, los zapatos, el color de
la piel, o dónde vives y a qué colegio asistes. De hecho, no se trata de calificaciones,
dinero, prendas de vestir o de las universidades que te ofrecen cupo. La vida no se mide
por el número de amigos que tienes, o por si eres un ser solitario, como tampoco se trata
de que seas popular o rechazado. La vida no tiene nada que ver con estas cosas.
La vida tiene que ver con personas que amas y con aquéllas a quienes hieres. Tiene que ver
con cómo te sientes acerca de ti mismo. Tiene que ver con sentimientos de confianza,
felicidad y compasión. Tiene que ver con salir en defensa de los amigos y con reemplazar
odios del alma por amor. La vida tiene que ver con evitar la envidia, superar la ignorancia
y edificar sobre la confianza. La vida tiene que ver con lo que se dice y con lo que se quiere
decir. Tiene que ver con aceptar a las personas por lo que son y no por lo que tienen.
Sobre todo, la vida tiene que ver con decidir cómo utilizar nuestra existencia para tocar la
de otro ser, de una forma que jamás habría sido posible de otra manera. Estas disyuntivos
son la esencia de la vida.

Ese mismo día obtuve excelentes calificaciones en el examen de inglés. Ese fin de semana
me divertí con mis amigos y tuve el valor de dirigirle 1a palabra al chico que me caía en
gracia. Le dediqué más tiempo a la familia y procuré escuchar a mi mamá. Hasta encontré
un vestido espectacular para el baile de gala del colegio, y me divertí muchísimo. Y todo
esto no se debió a mi buena suene o porque sucedió un milagro, sino a mi disposición de
ánimo y al vuelco que le di a mi corazón. Caí en cuenta de que a veces tengo que hacer un
alto en el camino para recordar las cosas que verdaderamente tienen importancia en la vida,
tales como las que aprendí en nuestro retiro de primíparos.
Este año hago parte de los alumnos que están a punto de graduarse y asistiré a los retiros de
este grupo. Pero todavía guardo mi hoja de papel en el diario, para cuando necesite recordar
las cosas esenciales de la vida.
Katie Leicht, 17 años

Cuéntale esto a todo el mundo


Quise mí alma escudriñar
Pero no la pude percibir.
Quise a mi Dios buscar
pero Él me parecía eludir.
Me propuse a mi hermano recibir
y a los tres pude encontrar.

FUENTE DESCONOCIDA

Hace unos catorce años me encontraba junto a la puerta del salón de conferencias
observando la llegada de los alumnos, para dar comienzo a la primera sesión sobre el tema
de la teología de la fe. Ese día vi a Tomás por primera vez. Se estaba peinando el cabello,
que le llegaba hasta la mirad de la espalda. Un primer juicio somero me hizo clasificarlo
como excéntrico, muy excéntrico.
Tomás resultó ser mi gran reto- Siempre objetaba o rechazaba con sorna la posibilidad de la
existencia de un Dios incondicionalmente amoroso- Cuando entregó su examen final que
marcaba la terminación del curso, me preguntó con un tono de voz bastante cínico: "¿Usted
cree que yo encontraré a Dios algún día?".
“¡No!" le contesté con vehemencia.
"¡Oh!", me respondió, "Yo estaba convencido de que ése era el producto que usted
promocionaba".
Lo dejé avanzar hasta la puerta de salida y entonces le dije:
"Creo que tú jamás lo encontrarás, pero ten por seguro que Él te encontrará a ti". Sacudió la
cabeza y se fue. Me sentí un poco frustrado al ver que mi célebre frase no había tenido eco
alguno.
Algún tiempo después supe que Tomás se habla graduado y me alegré por él. Más adelante
nos llegó la noticia de que Tomás tenía un cáncer terminal. Vino a buscarme antes de que
yo lo pudiera localizar. Al entrar en mi oficina pude ver que la enfermedad lo había
marchitado físicamente, y que se le había caído el cabello deb ido a la quimioterapia. Sin
embargo, percibí un brillo en sus ojos y un timbre de voz firme, que no había tenido hasta
ahora.
Me desboqué diciéndole:
"Hola, Tomás, he pensado en ti a menudo. Supe que estás muy enfermo".
"Es cierto. Estoy muy enfermo. Tengo cáncer. Me moriré en poco tiempo".
"¿Te es fácil hablar de ello?".
"Desde luego. ¿Qué desea saber?"-
"¿Qué se siente al saber que te estás muriendo a los veinticuatro años de edad?".
"Pues mira, podía ser peor", me contestó. "Como por ejemp lo, llegara los cincuenta años
pensando que beber, seducir mujeres y amasar dinero son las metas 'importantes' de la
vida". Al terminar me dijo el motivo de su visita:
"Se trata de algo que usted me dijo el último día de clases. Le pregunté si creía que yo
llegaría a encontrar a Dios. Me contestó que no, lo cual me causó gran sorpresa. Pero
agregó que Él me encontraría a mí. Eso me dio mucho en qué pensar, aunque debo confesar
que mi búsqueda de Dios no era muy intensa en esa época. Pero cuando los médicos me
sacaron un turupe de la ingle y me dijeron que era maligno, comencé a ponerle seriedad a
esa búsqueda. Ya cuando hizo metástasis y se regó por todos mis órganos vitales, comencé
a azotar las puertas de bronce del cielo. Pero nada sucedió. Entonces, un buen día, al
despertarme, en vez de buscar con desespero algún mensaje, simplemente tiré la toalla.
Decidí que realmente Dios, la otra vida y todas esas cosas me interesaban muy poco. Decidí
utilizar el tiempo que me quedaba haciendo cosas más importantes. Pensé en usted y en otra
cosa que me había dicho: 'Lo más triste de todo es pasar por este mundo sin haber amado.
Pero seria igualmente triste el dejar este mundo sin haberle dicho a aquellos que queremos
que efectivamente sí los queremos'. Siguiendo este consejo comencé con el hueso más duro
de roer: mí padre".
El padre de Tomás se encontraba leyendo el periódico cuando éste se le acercó.
"Papá, me gustaría hablar contigo".
"¿Pues qué estás esperando? ¡Habla'". "Verás, lo que tengo que decirte es realmente impor-
tante".
El padre dejó entrever parle de su rostro por encima del periódico: "¿De qué se trata?".
"Papá, te quiero. Sólo quería decirte eso y nada más".
Tomás sonrió al recordar ese momento.
"El periódico cayó al suelo. Acto seguido mi padre hizo dos cosas que yo no recordaba
haber visto antes. Se puso a llorar y me abrazó. Además nos quedamos hablando hasta la
madrugada, aunque él tenía que ir a trabajar. Fue bastante más fácil con mi madre y con mi
hermano menor", prosiguió Tomás. "Todos nos pusimos a llorar, a abrazamos y a compartir
todas esas cosas que habíamos mantenido en secreto durante tantos años- Me tuve que
encontrar a la sombra de la muerte para comenzar a comunicarme con las personas cercanas
a mí. Entonces un buen día, al voltear una esquina, me topé con Dios. Él no acudió cuando
le supliqué que viniera a mí. Al parecer Él hace sus cosas cuando le conviene y además,
utiliza un horario flexible. Lo importante es que usted tenía razón. Él me encontró incluso
después de que yo dejé de buscarlo".
"Tomás", le dije casi sin aliento. "Creo que estás manifestando algo mucho más universal
de lo que te imaginas. Lo que estás diciendo es que la manera más segura de encontrar a
Dios es mediante la apertura hacia el amor y no pretendiendo convertirlo en nuestra
posesión personal, o en nuestra fuente de consolación instantánea".
"Tomás, ¿podría pedirte el favor de que vengas a mi clase de teología de la fe para que le
cuentes a mis estudiantes lo que me acabas de narrar?".
Aunque fijamos una fecha, nunca pudo cumplir la cita. Desde luego, su vida no terminó con
la muerte, sólo cambió. Dio el gran salto de la fe a la visión. Encontró una vida
infinitamente más bella que la que el ojo de la humanidad haya podido ver jamás o que la
mente humana haya podido imaginar.
La víspera de su muerte, hablamos por último vez. "No podré asistir a tu clase", me dijo.
"Lo sé Tomás".
"¿Será que puedes contarlo por mí? ¿Decírselo a todo el mundo... por mí?".
"De acuerdo, Tomás. Se lo contaré a todo el mundo".
John Powell, S.J.

Ante todo debemos querer a la gente

Cuanto mas conocemos mejor perdonamos. Aquel que siente profundamente, siente por la
humanidad entera.
MADAME DE STAÉL
Craig, uno de mis amigos íntimos en nuestro curso de postgrado en la universidad, es de tas
personas que irradia energía en el sitio donde está. Acostumbraba poner toda su atención
mientras hablabas, haciéndote sentir increíblemente importante. Todo el mundo lo quería.
Un soleado día de otoño, Craig y yo estábamos sentados en nuestro lugar predilecto de
estudio. Yo estaba distraído mirando por la ventana cuando divisé a uno de mis profesores
cruzando el parqueadero.
"No quiero encontrarme con ese tipo", dije.
"¿Y por qué no?", preguntó Craig.
Le comenté que este profesor y yo habíamos terminado en malos términos el semestre de
primavera anterior. Yo me había molestado por alguna sugerencia suya y él, a su ve z, se
había ofendido con mi respuesta. "Además", agregué, "a ese tipo no le caigo bien.".
Craig se quedó mirando la silueta que pasaba. "Tal vez tienes una percepción equivocada",
me dijo. "Tal vez tú eres el que le está dando la espalda, y lo estás haciendo por miedo.
Posiblemente él piensa que tú no lo aprecias y por esa razón no es amistoso. He notado que
a las personas les gustan quienes gustan de ellos. Si tú muestras interés por él, él mostrará
interés por tí. Acércate y háblale".
Las palabras de Craig me causaron escozor. Bajé con paso indeciso hacia el parqueadero.
Saludé cálidamente a mi profesor y le pregunté si había tenido unas vacacio nes placenteras.
Me miró con genuina sorpresa. Seguimos charlando mientras caminábamos y yo me podía
imaginar a Craig observándonos desde el segundo piso, con una sonrisa en los labios.
Craig me había hecho conocer un concepto tan evidente que me parecía increíble no
haberlo percibido antes. Al igual que la mayoría de la gente joven, me sentía inseguro de mí
mismo y entablaba toda relación pensando que de entrada los demás me estaban juzgando,
cuando en realidad ellos estaban pensando que yo haría lo propio con respecto a ellos. A
partir de ese día pude ver la necesidad de los demás de establecer puntos de encuentro y de
compartir algo de sí mismos, y no de juzgarme a mí. Todo un nuevo mundo de relaciones
que antes me había sido negado se hizo posible.
En cierta ocasión, por ejemplo, durante una travesía por el Canadá, en tren, entab lé
conversación con un hombre a quien todos los demás pasajeros procuraban ignorar pues
hablaba en forma prácticamente ininteligible, como si estuviera borracho. Resultó ser
victima en recuperación de un derrame cerebral. Era ingeniero de ferrocarriles y
coincidencialmente había trabajado en el tramo férreo sobre el cual rodábamos, de tal forma
que me contó la historia de cada kilómetro de carrilera bajo nuestros pies. Me habló de la
quebrada Montón de Huesos, llamada así por los centenares de esqueletos de búfalo que los
cazadores indígenas habían depositado en aquel lugar; de la leyenda de Juan el Enorme, el
trabajador ferroviario sueco que podía levantar rieles de acero de quinientas libras; del
conductor de tren llamado McDonald, que llevaba un conejito como compañero de viaje.
Al despertar el alba sobre el horizonte, me tomó bruscamente de la mano y me miró a los
ojos, diciendo:
"Gracias por escucharme. Muchos no se habrían tomado la molestia". No tenía por qué
agradecerme. El placer había sido todo mío.
Una familia que me detuvo para pedirme señas en una bulliciosa calle de Oakland,
California, resultó ser del recóndito noroeste de Australia. Les pregunté acerca de su vida
en su tierra. Mientras tomábamos café me deleitaron con narraciones acerca de cocodrilos
de agua salada "con espaldas tan anchas como una capota de un automó vil convertible".
Cada encuentro se convirtió en una aventura, y cada persona en una lección vivencial. Los
ricos, los pobres, los poderosos y los solitarios; todos tenían sus dueños y sus dudas al igual
que yo. Todos tenían una historia única para contar, si tenía el tiempo para escuchar.
Un pordiosero harapiento y barbado me contó que durante la crisis de los años 30 había
alimentado a su familia disparando una escopeta sobre la superficie de un lago, para luego
sacar los pescados que salían a flote completamente aturdidos. Un policía de tránsito me
confesó que había perfeccionado sus ademanes para dirigir el tránsito vehicular observando
a los toreros y directores de orquesta- Un joven estilista compartió conmigo la felicidad de
observar los rostros satisfechos de las damas residentes en un ancianato, cuando estrenaban
nuevos peinados.
En muchas ocasiones dejamos que estas oportunidades nos pasen de largo. Al igual que
usted, la chica sin mayor gracia que vive en ¡a esquina de la cuadra o el muchacho que
utiliza vestimentas estrafalarias, también tienen historias que contar. E igual que usted,
sueñan con tener la oportunidad de ser escuchados.
Craig sabía de manera instintiva lo anterior. El secreto está en simpatizar inicialmente con
las personas y después formular preguntas. Observa y verás que la luz que brilla sobre otros
será reflejada sobre ti un centenar de veces.
Kent Nerbum

Las lilas florecen cada primavera

Al final de cuentas, todos deseamos ser amados.


JAMIE YELLIN , 14 años

Hoy es uno de mis días lúgubres. Después de pronunciar estas palabras debería suspirar.
Todo lo siento fuera de mi alcance, pero lo que más me mortifica es pensar en la clase de
psicología que tendré el próximo período. Para cumplir con un proyecto realmente bobo de
fin de año, debemos traer una foto que represente una época muy feliz de nuestra niñez.
El problema no fue escoger la foto, pues de inmediato sabía cuál era la que yo quería. Sobre
mi escritorio está la foto enmarcada de mi difunta abuelita Emily y yo, cuando tenia ocho
años. La foto fue tomada cuando ella me llevó de paseo en bus al festival de las lilas de
primavera. Nos pasamos la tarde con los ojos cerrados, inhalando el perfume de las lilas en
botón. La foto la tornó un viejito dicharachero y con gran sentido del humor, quien nos
entretuvo con sus fábulas extremadamente chistosas mientras nos acompañaba hasta el
paradero de buses, al caer la tarde. Jamás lo volvimos a ver, pero en retrospec tiva me
pregunto si el hombre habría quedado prendado de mi abuela.
Al escudriñar la foto de la abuela mientras espero el final de nuestra hora de almuerzo,
reconozco que la toma no refleja su belleza —cabello corto, liso y canoso, y ojos grandes y
ligeramente protuberantes. La nariz es demasiado grande y la frente demasiado ancha.
Pequeña y algo rechoncha. Junto a ella, y cogiéndole la mano, se observa su réplica más
joven y pequeña. Tenemos pies idénticos, delgados y angostos, y dedos incre íblemente
largos. Diré, teníamos. Ahora sólo cuento con mis ridículos pies para burlarme de mí
misma y, a decir verdad, sin ella ya no me producen tanta hilaridad. Cuando mi abuela
murió hace dos años, perdí parte de mi propia realidad.
De modo que ésta era la única foto que podía escoger. No puedo dejar pasar la oportunidad
de traerla nuevamente a este mundo aunque sea por un ratito, para celebrar la huella
indeleble que dejó sobre la vida. Lo hago ingenuamente, y a sabiendas de que sólo unos
pocos apreciarán este obsequio que estoy deseosa de compartir.
Agradecida por haber llegado sin novedad, me acomo do en mi escritorio. Por alguna
inexplicable razón la soledad me invade con mayor intensidad en los corredores, Cuando
tengo gente a mi alrededor, me doy más cuenta que nunca de lo alejada que estoy de los
demás. No tengo con quien caminar, o con quien intercambiar los chismes. Veo a ias
mismas personas todos los días y a veces siento su proximidad, pero las conozco tanto
como conozco a los extraños en la calle. Ni siquiera hacemos contacto visual.
Sostengo la foto sobre el regazo y la enmarco con las manos, mientras la gente entra en el
salón muy despacio. ¿Por qué no traería otra foto? ¿Qué me hizo pensar que podría
transmitir mis sentimientos con palabras?
La profesora toma su puesto al frente de la clase. Ella y yo nos tenemos poco aprecio. Ella
prefiere a las alumnas que se quedan después de clase a charlar sobre sus novios o a
quejarse de las reglas académicas. Yo me quedo después de clase para mostrarle artículos
sobre los tratamientos más recientes para el autismo. Me gustaría caerle bien, pero no le
tengo respeto,
Pide voluntarias para iniciar las presentaciones. Lanza una sonrisa hacia la primera fila
(¿dónde más se sentaría una persona como yo?), para estimular mi asentimiento. Me pongo
de pie para cumplir con mi papel de primeriza inveterada. Escucho una voz a mis espaldas:
"Apuesto a que trajo una foto de su primera enciclopedia".
¡NO, qué lástima! Esa foto la tengo enmarcada sobre la chimenea de mi casa.
Ojos y más ojos. Ojos de miradas vacuas carentes de pensamiento y atención, que sólo
reflejan observación bovina.
"Ésta es una foto de mi abuela y yo, cuando tenía ocho años. Me llevó al festival de las
lilas. Éste es un evento anual". ¿Evento? He debido describ irlo de otra forma. Exhiben
múltiples variedades de lilas comunes y exóticas de distintos colores. Es verdaderamente
espectacular.
Aburridor.
Posé la vista sobre la fotografía de una niña y una mujer, tomadas de la mano y enmarcadas
por un seto salpicado de lilas moradas florecidas- Este par de mujeres daban la impresión
de estar listas y dispuestas a conquistar el mundo, calzadas con zapatos aptos para tal
propósito.
"Cuando miro esta foto aspiro nuevamente la fragancia de las lilas, especialmente ahora, en
época de primavera. La excursión fue una delicia y cuando llegamos a casa la abuela me
preparó espaguetis y me dejó ponerle lágrimas de chocolate al helado...".
¡Ojo!, me estoy desviando del tema. Voy a perder la atención del público que jamás he
tenido.
"Pero como ya dije, fue un día perfecto. A medida que pasa el tiempo y me vuelvo mayor,
me es difícil recordar un día más hermoso. La abuela se enfermó cuando yo tenía nueve
años....". De repente se me escurren las lágrimas, "...Y no volvió a mejorarse". Ha llegado
la hora de escapar, de correr o por lo menos de sentarse.
Caigo como un bulto de papas sobre la silla, sosteniendo la foto entre las manos. La
profesora, sin dilación alguna y a mí parecer con demasiada jovialidad, llama a otro
estudiante. La clase termina rápidamente, después de transcurrir una eternidad. Yo me
escapo al caótico vendaval de los corredores.
¿Ábrase visto un día peor?
Pero como dice el refrán, siempre habrá un mañana. Refrán que a mí entender parece
indicar que no vale la pena sobrellevar el d ía de hoy, por cuanto habrá que hacer
exactamente lo mismo en menos de veinticuatro horas.
Pero heme aquí, mañana, en la puerta de la clase de psicología, s intiéndome como si jamás
me hubiera ido. La única diferencia es que hoy llego retrasada porque se me cayó una
carpeta, y su contenido se derramó con total abandono por el piso. Todo el mundo me pone
el ojo encima. Ayer no tuve en cuenta dos reglas de oro. No sólo me dejé llevar por una
emotividad excesiva, sino que también admití tener sentimientos profundos por algo tan
inconsecuente como una abuela. Resulta que un día soy invisible y al otro objeto del
escarnio público. Ambas son situaciones poco envidiables dentro del diario vivir. Me
acerco al pupitre. Hay una bolsa de papel sobre el asiento. Anticipando que encontraré un
par de tenis oloroso y su correspondiente uniforme con el mismo aroma, miro en el interior
sin mayor cuidado-Dios mío querido. Siento que me hago invisible. La bolsa está llena de
ramas de lila. Las puedo oler con el alma, las puedo sentir con una parte de mi ser que
pensé se había marchitado y pasado a mejor vida. ¿Seré parte de este planeta todavía?
Levanto la vista- Aún estoy siendo objeto de miradas de ganado vacuno por parte de todos-
Pero uno de éstos trajo las ramas de lila- Tiene que ser algún rebelde sentimental
disfrazado. ¿Cuál será? Remuevo la bolsa y me siento. La profesora está contrariada.
"¿Podríamos dar comienzo a la clase? Las presentaciones de ayer serán tenidas en cuenta.
Entre los botones de lilas encuentro una nota. La abro y encuentro dos frases:

Encontraremos nuestro derecho a ser.


Hasta entonces, las lilas florecen cada primavera.
Revista Blue jean

5
SOBRE EL APRENDIZAJE

El colegio me enseñó no sólo cómo aprender en el salón de clase, sino también por fuera
del mismo. ¿Dónde creen que aprendí a trepar, a columpiarme y a saltar? ¿Dónde creen
que aprendí a conocer a mi mejor amigo?
JESSIE BRAUN , 18 años

Lecciones a base de huevos


Asegurémonos de sacar de cada experiencia solamente la sabiduría que contiene.
MARK TWAIN
Robby Rogers.., fue mi primer amor. Además de magnífico tipo era correcto, inteligente y
considerado. De hecho, mientras más pienso en él más razones encuentro para haberlo
querido como lo quise. Llevábamos un año de novios y, como todo el mundo sabe, eso es
una eternidad en la vida de un adolescente.
No recuerdo por qué no asistí a la fiesta de Nancy ese sábado por la noche, pero sí que
Robby y yo quedamos en encontrarnos después de la fiesta. Acordamos que él vendría a
casa a eso de las diez y media. Robby era hombre de palabra y muy puntual, de modo que a
las once y media comencé a sentirme enferma. Presentí que algo andaba mal.
El domingo por la mañana me despertó el repique del teléfono. Era Robby "Necesito
hablarte. ¿Puedo pasar por tu casa?".
Quise decirle, "¡No!, no puedes pasar por aquí a contarme que algo anda mal". Pero me
limité a contestar, "Desde luego", y colgué el teléfono con un nudo en el estómago.
Tenía razón. "Anoche, en la fiesta, estuve con Susan Roth", me informó Robby "Nos
pusimos de novio". Siguieron las usuales frases de cajón. "Estoy confundido. Yo no haría
nada que le fuera a causar daño. Siempre te querré "-
Me imagino que me puse blanca como una sábana pues sentí que la sangre se me iba a los
pies. No era lo que esperaba; mí propia reacción me sorprendió. Sentí una ira tal que ni
siquiera pude redondear una frase. Me embargó una pena tal que todo, salvo el dolor,
parecía moverse en cámara lenta.
"Por favor Diana, no seas así. ¿No podríamos seguir siendo buenos amigos?".
Ésas son las palabras más crueles que se le pueden decir a una persona a quien se ¡a está
descartando como zapato viejo. Yo lo quería profundamente, y le había confiado cada una
de mis debilidades y puntos vulnerables, además de dedicarle cuatro horas diarias durante
el pasado año, sin tener en cuenta nuestras conversaciones telefó nicas. Quería golpearlo una
y otra vez, hasta que se sintiera tan terriblemente mal como yo. Así que le dije que se fuera,
y lo despedí con una frase sarcástica; "Creo que Susan te está esperando".
Sentada sobre la cama, lloré por horas enteras. La pena era tan grande que nada podía
sosegarme. Hasta intenté comerme un galón entero de helado. Toqué nuestras canciones
preferidas una y otra vez, torturándome con los recuerdos de los buenos tiempos y las
tiernas palabras pronunciadas en el pasado.
Después de sentir tanta lástima por mi, tomé un decisión: me vengaría.
Éste fue el camino que tomó mi raciocinio: Susan Roth es —era— una de mis amigas
íntimas. Las buenas amigas no se dedican a conquistar a tu novio cuando tú no estás.
Obviamente ella debe pagar su afrenta.
El fin de semana siguiente compré dos docenas de huevos y me encaminé hacia la casa de
Susan con un par de amigos. Comencé por descargar algo de la ira que me carcomía, pero
se me salió de las manos. De modo que cuando alguien descubrió que una de las ventanas
del sótano estaba abierta, arrojamos en el interior los huevos que nos quedaban. Pero eso no
fue lo peor. ¡Resulta que los Roth iban a estar fuera de la ciudad durante tres días!
Esa noche, ya acostada, comencé a pensar en lo que habíamos hecho- Daniela, esto es
grave... esto es verdaderamente grave.
El cuento se regó como pólvora por el colegio, Susan y Robby estaban de novios, alguien
había bombardeado la casa de ella con huevos durante su ausencia, y el olor era de tales
proporciones que los padres habían tenido que contratar a alguien para eliminarlo.
Tan pronto como llegué a casa encontré a mi madre esperándome para conversar. "Diana,
el teléfono no ha dejado de sonar en todo el día, y francamente no tengo respuesta para la
pregunta que todo el mundo me está haciendo. Por favor, dime, ¿lo hiciste tú?
"No mamá. No lo hice". Me sentí muy mal mintiéndole a mamá. Mi madre estaba
realmente furiosa cuando llamó a la señora Roth. "Habla Helen. Le agradecería que dejara
de acusar a mi hija de haber lanzado huevos dentro de su casa". A estas alturas de la
conversación mi madre le gritaba a la mamá de Susan, y su voz se volvía cada vez más
chillona. "Diana jamás haría semejante cosa- ¡Exijo que deje de insinuar a diestra y
siniestra que fue ella". En este punto mi madre tenía el acelerador en el piso. "Es más,
¡exijo que nos pida disculpas, a mi hija y a mí!".
Yo me sentía súper bien viendo el apoyo que mi madre me estaba brindando, pero
malísimamente frente a la dura realidad. Los sentimientos encontrados me estaban
indigestando, y en ese momento sentí que tenía que decirte la verdad. Le hice una señal
para que colgara el auricular.
Colgó, se apoyó sobre la mesa y tomó asiento. Ya sabía. Me puse a llorar y le pedí excusas.
Ella también comenzó a llorar. Yo hubiese preferido enfrentar su cólera, pero ésa ya se
había agotado en el oído de la señora Roth.
Me comuniqué con la señora Roth para decirle que le daría hasta el último centavo de mis
ahorros para cubrir el costo de los daños que le había ocasionado. Aceptó, pero me
comunicó que no fuera hasta que ella estuviera lista para perdonarme.
Mamá y yo nos quedamos conversando y llorando hasta altas hora s de la noche. Me contó
que una vez, un novio que ella tenia la había dejado para pone rse de novio con su hermana-
Le pregunté si había bombardeado con huevos su propia casa, y para mi sorpresa se rió. Me
dijo que a pesar de mis reprochables andanzas le daba ira cada vez que pensaba en las cosas
que la señora Roth había dicho durante el curso de la conversación telefónica. "Después de
todo", dijo mi madre, "su hijita es una ladrona de novios".
Después me contó lo difícil que era ser madre, pues en muchas ocasiones deseaba gritar les
a todos los que le causaban dolor a sus hijos, pero eso no era posible. A los padres les toca
tomar distancia y dejar que ellos aprendan las lecciones de la vida por sí mismos.
Le confesé lo increíblemente bien que me había sentido al escucharla defenderme en esa
forma. Y al amanecer le dije lo especial que era compartir es tas horas con ella. Me dio un
abrazo y dijo: "Pues para mí también. Pasaremos el próximo sábado por la noche juntas, y
el siguiente también. ¿Acaso se me olvidó decirte que tienes prohibidas las salidas durante
quince días?"-
Kimberly Kirberger

Una larga caminata a casa

LA experiencia: el más brutal de todos los profesores. Pero se aprende, ¡por Dios que se
aprende!
C. S. LEWIS

Crecí en una pequeña comunidad llamada Estepona, en el sur de España. Tenía 16 años
cuando un buen día mi padre me dijo que me permitiría conducir el automóvil para llevarlo
hasta Mijas, a unos 25 kilómetros de distancia. Como única condición me pidió que llevara
el vehículo al taller cercano para que le hicieran mantenimiento. Como había aprendido a
conducir recientemente y no tenía muchas oportunidades de guiar el coche, acepté la oferta
sin titubear. Llevé a papá hasta Mijas, comprometiéndome a recogerlo a las cuatro de la
tarde y conduje el automóvil hasta el taller de mantenimiento. Con tiempo disponible entre
las manos decidí ver una presentación doble en el teatro cercano al taller, infortunadamente,
me entretuve demasiado con las películas y perdí toda noción del tiempo. Cuando terminó
la segunda película vi que eran las seis de la tarde. ¡Estaba retrasado dos horas!
De seguro mi padre se disgustaría al saber que había estado en cine. No me dejaría volver a
conducir. Decidí decirle que el coche tenía algunos defectos y que los mecánicos se habían
demorado más de la cuenta reparándolos. Fui al lugar donde habíamos acordado encontrar-
nos y vi a mi padre parado en la esquina, esperándome pacientemente. Le pedí excusas por
la tardanza y le dije que había ido a recogerlo tan pronto me habían entregado el auto,
después de hacerle algunas reparaciones mayores. Nunca olvidaré la mirada que me dirigió.
"Jason, me entristece pensar que consideras necesario tener que mentirme".
"¿Por qué? Yo te estoy diciendo la verdad".
Mi padre me miró una vez más. "Cuando no apareciste, llamé al taller para averiguar qué
sucedía, y me dijeron que tú todavía no habías pasado a recoger el coche. Entonces, como
verás, estoy al tanto de que éste está en perfectas condiciones". Un sentimiento de culpabi-
lidad me invadió y con torpeza le confesé que había estado en cine y también la verdadera
razón de mi tardanza. Mi padre escuchó atentamente con el rostro entristecido.
"No estoy disgustado contigo, sino conmigo mismo. Me doy cuenta de que si después de
tantos años tú te ves en la necesidad de mentirme, es porque he fallado como padre- Fallé
porque he criado a un hijo que no puede decirle la verdad ni siquiera a su papá. Ahora me
iré caminando hasta nuestra casa para tener la oportunidad de meditar sobre mis errores de
los pasados años".
"Pero papá, no puedes hacer eso. Para llegar a casa tendrás que caminar veinticinco
kilómetros a oscuras".
Todas mis excusas, objeciones y demás manifestaciones verbales fueron inútiles. Le había
fallado a mi padre y estaba a punto de recibir la lección más dolorosa de mi vida. Papá
comenzó su larga caminata por la vereda polvorienta. Abordé el coche rápidamente y me
fui detrás, con la esperanza de que desistiera de su empeño. Le supliqué en todos los tonos,
diciéndole lo mucho que lo sentía. Pero él siguió su penoso camino en silencio, ensi-
mismado en sus pensamientos e ignorándome totalmen te. Recorrí los veinticinco
kilómetros detrás de él, conduciendo el coche a un promedio de ocho kilómetros por hora.
Ver a mi padre padeciendo tanto, física y emocionalmente, ha sido la experiencia más
dolorosa y angustiosa que jamás haya tenido que afrontar. Sin embargo, fue la lección más
fructífera- No le he vuelto a mentir.
Jason Bocarro
El precio de la gratitud
Tenia unos trece años. Los sábados, mi padre me llevaba con frecuencia de paseo. Algunas
veces íbamos al parque y otras a la bahía, a observar los barcos. Mis paseo s favoritos eran a
las chatarrerías a curiosear viejos aparatos electrónicos. De vez en cuando comprábamos
uno de estos trastos por cincuenta centavos, para desbaratarlo en casa.
De regreso, papá paraba con frecuencia en la heladería y me compraba un cono de diez
centavos. No siempre, pero con la suficiente frecuencia. No era algo que podía dar por
descontado, pero podía soñar y rezar para que sucediera desde el momento en que
emprendíamos el regreso y hasta que llegábamos a esa esquina mágica, donde seguíamos
derecho hasta la heladería o volteábamos para llegar a casa con las manos vacías. Esa
esquina significaba una anticipación que me hacía agua la boca o me generaba una
desilusión.
A veces mí padre me tomaba el pelo utilizando la ruta más larga para llegar a casa. "Me
vine por este lado como para variar", me decía pasando frente a la heladería sin detenerse.
Era un juego entre ambos y como en casa nunca faltaba la comida en la mesa, el
abstenernos de comer helados no implicaba privación alguna.
En los mejores días me preguntaba: "¿Te gustaría un cono?", en un tono de voz que
convertía el manido interrogante en algo muy original y espontáneo. Yo le respondía: "¡Me
parece una gran idea, papá!".
Yo siempre pedía un cono de chocolate y él uno de vainilla. Me daba la moneda de veinte
centavos y yo entraba corriendo a la heladería a hacer nuestro acostumbrado pedido. Nos
comíamos los helados sentados en el coche. Yo adoraba a papá y me fascinaban los
helados, de modo que me sentía en el séptimo cielo.
Un fatídico día, de camino casa, yo venía rezando y haciendo fuerza para que me formulara
la pregunta mágica. Me la hizo: "¿Te gustaría comer un cono?".
"¡Me parece una gran idea, papá!".
Pero de inmediato me dijo: "A mí también me parece una gran idea, hijo. ¿Qué te parece si
hoy me invitas tú?".
La cabeza me daba vueltas. Veinte centavos. ¡Veinte centavos! Yo podía hacer el gasto.
Recibía veinticinco centavos semanales, y unos centavos adicionales por la realización de
trabajitos esporádicos. Pero ahorrar dinero era importante. Papá me había enseñado eso. Y
utilizar mi propio dinero cuando de comprar helados se trataba, era un gasto inoficioso.
¿Por qué no se me ocurriría que ésta era una maravillo sa oportunidad para reconocerle a mi
padre su permanente y gran generosidad? ¿Cómo no se me había ocurrido que mi padre me
había comprado unos cincuenta helados y yo no le había obsequiado ni uno? Lo único que
yo podía pensar era: ¡Veinte centavos?.
En un arranque de mezquina y egoísta ingratitud, dejé escapar las terribles palabras que
desde entonces retumban en mis oídos: "En ese caso, mejor dejémoslo para otro día".
Mi padre sólo dijo: "Está bien, hijo".
Al emprender el camino a casa, caí en cuenta de lo equivocado que estaba y le rogué que
nos devolviéramos. "Yo invito", le supliqué.
Pero él simplemente contestó: "No te preocupes. En realidad no nos hacen falta", y no le
puso atención a mis protestas. Nos fuimos a casa.
Me sentí muy infeliz por mi egoísmo y falta de gratitud. Él no me reiteró mi mezquindad,
ni mostró desilusión. Pero no creo que hubiera podido dejar una mayor impresión sobre mí,
haciendo algo distinto.
Aprendí que la generosidad es de doble vía y que la gratitud a vece s cuesta algo más que un
"Muchas gracias". Ese día la gratitud me hubiera costado veinte centavos, y habría sido el
helado más rico del mundo,
Les contaré algo más. Fuimos de paseo la semana siguiente y cuando nos acercamos a la
esquina encantada dije. "Papá, ¿te gustaría comer un cono el día de hoy? Yo invito".
Randal Jones

Sra. Virginia De View, ¿dónde está usted?


Todos tenemos nuestros momentos descollantes, y la mayoría de ellos se da con el estímulo
de otra persona.
GEORGE ADAMS

Estábamos sentadas en su clase, riéndonos tontamente y dándonos codazos mientras


intercambiábamos los últimos chismes del día, como la peculiar sombra morada para los
ojos que se había aplicado Catalina. La señora De View nos pidió que hiciéramos silencio.
"Bien", nos dijo sonriendo. "Ahora nos dedicaremos a descubrir nuestras profesiones".
Toda la clase pareció jadear al tiempo. ¿Nuestras profesiones? Nos miramos los unos a los
otros- El mayor de nosotros tenía catorce años. No cab ía duda de que a la profesora le
faltaba un tornillo.
Sin duda, éste era el concepto que todos teníamos de la señora De View, con su cabello
peinado hacia atrás en un moño y sus grandes dientes protuberantes. Debido a su apariencia
física, era el blanco fácil de las soterradas risitas burlonas y los chistes crueles.
Y también, debido a sus exigencias, lograba enfurecer a los estudiantes. La mayoría de
nosotros hacía caso omiso de su genialidad.
"Así es. Cada uno de ustedes se dedicará a encontrar su futura profesión". Nos dijo lo
anterior con el rostro iluminado, como si cada año esta tarea fuese la asignación más
importante de su curso. "Tendrán que realizar una investigación sobre su futura carrera.
Cada uno hará una entrevista en el área de su elección y rendirá un informe verbal".
Nos fuimos a casa muy confundidos. ¿Quién tiene idea de lo que quiere ser a los trece
años? Yo, sin embargo, había logrado reducir mis posibilidades. Me gustaba el arte, cantar
y escribir. Pero mis habilidades artísticas eran nulas y cada vez que intentaba cantar mis
hermanas gritaban de dolor: "¡Por favor, cállate!". Por sustracción de materia, lo único que
me quedaba era escribir.
Todos los días Virginia De View verificaba nuestros progresos. ¿Cómo íbamos? ¿Quiénes
habían escogido sus carreras? Al fin, la mayoría de nosotros había escogido alguna
profesión. Yo seleccioné el periodismo- Esto quería decir que debía entrevistar a un
periodista de carne y hueso, y estaba muerta del susto.
Me senté frente a é!, casi sin poder musitar palabra. Me miró con fijeza y preguntó:
"¿Trajiste estilógrafo o lápiz?".
Hice un gesto negativo con la cabeza.
"Me imagino que por lo menos tienes papel".
Volví a negar con la cabeza.
Por último cayó en cuenta de que yo estaba completamente petrificada y recibí mi primer
consejo como periodista neófita. "Jamás vayas a alguna parle sin. Lápiz y papel. Nunca se
sabe lo que puedes encontrar".
Durante los siguientes noventa minutos me engolosinó con historias de atracos, excesos
antisociales y conflagraciones. Él nunca olvidaría la muerte de los cuatro integrantes de una
familia en un trágico incendio. Todavía recordaba el hedor de los cuerpos humanos calcina-
dos por las llamas, me dijo, y jamás olvidaría esa historia macabra.
Unos días después hice mí presentación oral de memo ria y sin anotación alguna, pues había
quedado completamente hipnotizada por el periodista. Recibí una calificación sobresaliente
por el proyecto.
Cuando el año estaba por terminar, algunos estudiantes muy resentidos decidieron cobrarle
a la señora De View el arduo trabajo al que nos había sometido, arrojándole a la cara un
pastel de crema cuando recorría un pasillo del colegio. Sufrió lesiones personales leves,
pero el daño emocional fue grave. Dejó de venir al colegio durante varios días. Cuando
escuché lo ocurrido sentí un horrible vacío en e l estómago. Sentí una enorme vergüenza
personal y ajena, ai pensar que algunos de mis compañeros de estudio no tenían nada mejor
que hacer que abusar de una señora a causa de su apariencia física, en vez de apreciar sus
maravillosas dotes como docente.
Con el pasar de los años me olvidé por completo de Virginia De View y de las profesiones
que escogimos ese año. Me hallaba en la universidad, tratando de decidir qué estudiaría. Mí
padre deseaba que estudiara administración de empresas. La sugerencia tenía una gran
dosis de sabiduría, pero con el pequeño inconveniente de que yo no tenía la más mínima
habilidad administrativa. De repente, Virginia De View apareció en mi memoria como
también mi deseo de ser periodista. Llamé por teléfono a mis padres.
"He decidido cambiar de carrera", les anuncié. Un silencio sepulcral descendió sobre
nuestra comunicación telefónica.
"¿Qué piensas estudiar?", preguntó finalmente mi padre.
"Periodismo".
Por el tono de sus voces no me cabía la menor duda de que a mis padres se les había
amargado el día. Sin embargo, no se opusieron a mi decisión. Sólo me recordaron que esa
profesión era muy competida y que yo siempre le había sacado el cuerpo a la competencia.
Estaban en lo cierto, pero el periodismo me trasformaba; por alguna razón lo tenía en la
sangre. Me dio la libertad de acercarme a personas totalmente extrañas y preguntarles qué
estaba sucediendo. Me formó para formular preguntas y obtener respuestas, tanto en mi
vida profesional como personal. Me brindó confianza en mí misma.
Durante los últimos doce años he ejercido la profesión de periodista en forma increíble y
con múltiples satisfacciones, cubriendo noticias desde asesinatos hasta acc identes aéreos,
para dedicarme finalmente a mis temas preferidos. Me ha fascinado escribir sobre los
momentos sublimes y trágicos en las vidas de los seres humanos, porque pienso que de
alguna forma les he brindado la mano.
Cierto día, cuando me aprestaba a levantar el auricular del teléfono que reposaba sobre mi
escritorio, una increíble ola de recuerdos azotó mi conciencia, y caí en cuenta de que sí no
hubiera sido por Virginia De View yo no me encontraría en ese lugar.
Presiento que ella nunca sabrá que sin su ayuda yo no me habría convertido en escritora y
periodista. Sospecho que de no ser por ella, ahora me encontra ría hundiéndome en las
arenas movedizas del mundillo de los negocios, cargando a cuestas una gran infelicidad
diaria. Me he preguntado cuántos estudiantes más se beneficiarían de ese memorable
proyecto.
Permanentemente se me pregunta: "¿Cómo escogió la carrera de periodismo?"-
Siempre inicio mi respuesta de la misma forma: "Pues mire, resulta que yo tuve una
profesora.-.". Es mi forma personal de agradecerle a la señora De View.
Estoy convencida de que al pensar retrospectivamente en sus épocas de co legial, cada quien
descubrirá la desteñida imagen de un solo profesor o profesora. Es posible que todavía
tenga tiempo de darle las gracias antes de que sea muy tarde.
Diana L Chapman

¿Qué sucede?

Una profesora recién graduada, llamada Mary, aceptó el cargo de profesora en una reserva
de los indios navajos. Todos los días pasaba a cinco jovencitos al tablero y les pedía que
resolvieran un problema matemático sencillo, como tarea. Los chicos se paraban frente al
tablero en completo silencio y rehusaban hacer la tarea solicitada. Mary no podía entender
qué sucedía. Nada de lo que había estudiado le ofrecía una ayuda y, desde luego, no había
visto nada parecido durante sus prácticas estudiantiles en Phoenix. Mary se preguntaba a sí
misma: ¿Qué estaré haciendo mal? ¿Será ({w escogí a cinco alumnos que no pueden
resolver los problemas? No, ésa no es la respuesta. Por último decidió preguntarles qué
sucedía, y en la respuesta que sus pupilos indígenas le dieron aprendió una lección
sorprendente sobre la autoestima y la auto valoración.
Al parecer los estudiantes respetaban la individualidad de cada cual y sabían que no todos
eran capaces de resolver los problemas. Ya a esa tierna edad comprendían la inutilidad de l
enfoque de ganar o perder dentro del aula. Pensaban que nadie se favorece ría si alguno de
ellos se desprestigiaba o pasaba una vergüenza frente al tablero- Por lo tanto, se negaban a
competir entre ellos en público.
Cuando Mary comprendió, cambió su sistema de tal manera que podía corregir la tarea de
cada alumno individualmente, y no a costa del mismo frente a sus compañeros. Todos ellos
querían aprender, pero sin causarle daño a otro.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook

El obsequio eterno

En la hora más aciaga el alma recibe alimento y fortaleza para proseguir y resistir.
HEART WARRIOR CHOSA

"¿Eso es verdad, o usted lo puso en la cartelera porque suena bien?".


"¿De qué me hablas?", le contesté, sin levantar la vista del trabajo.
"Ese aviso que usted escribió y que dice. 'Si lo concibes y puedes creer en ello, también lo
puedes lograr'".
.Levanté la vista para mirar el rostro de Paúl, uno de mis estudiantes favoritos, pero no por
cierto uno de los mejores.
"Mira, Paúl", le dije, "Napoleón Hill, el señor que escribió esas palabras, lo hizo después de
muchos años de estudiar las vidas de grandes hombres y mujeres. Descubrió que todos ellos
sólo tenían en común el haber manifestado ese mismo concepto de diversas formas. Julio
Veme lo expresó de otra forma al decir, 'Cualquier cosa que la mente de un hombre pueda
imaginar, la mente de otro la puede concebir'".
"¿Me quiere decir que si yo tengo una idea en la que creo de verdad, la puedo convenir en
realidad?", me preguntó con tal intensidad que le presté toda mi atención.
"Paúl, por lo que he podido leer y ver, no estamos hablando de una teoría, s ino de una ley
que ha sido comprobada a través de la historia".
Paúl clavó las manos hasta el fondo de los bolsillos de su jean y dio vueltas por la
habitación. Por fin se detuvo frente a mi y me dijo con renovada energía: "Profesor, yo he
sido un estudiante mediocre toda mi vida, y sé que eso me va costar caro más adelante.
¿Qué sucedería si yo imaginara que soy un buen estudiante y verdaderamente lo creyera...
de tal forma que hasta lo pudiera lograr?".
"Paúl, entiende esto: si verdaderamente lo crees, pro cederás a la acción. Pienso que tienes
una gran fuerza dentro de ti, y que se desencadenará para ayudarte, una vez que asumas tu
compromiso".
"¿Qué quiere usted decir con compromiso?", pregunté.
"Escucha la historia de un cura que fue a visitar a uno de sus feligreses a su pequeña finca.
Admirado por la belleza del lugar, el cura dijo al granjero: 'Saúl, no cabe duda de que tú y
el Señor han creado aquí un remanso de belleza'.
'Gracias, reverendo', respondió Saúl, 'pero usted ha debido ver este lugar cuando el mismo
Señor lo manejaba'.
La realidad. Paúl, es que Dios nos da la leña y nosotros tenemos que encender la hoguera".
Se produjo un silencio cargado de tensión. "Está bien", dijo Pa úl. "Lo haré. Para el fin de
este semestre seré un estudiante de nivel B".
Ya habían corrido cinco semanas desde el inicio del período, y en mi clase Pa úl tenía un
promedio de D en todas las materias.
"Es una montaña empinada y difícil de escalar, pero creo que eres capaz de rea lizar lo que
has concebido". Soltamos la carcajada y él dio media vuelta y se fue a almorzar.
Durante las próximas doce semanas. Paúl me permitió, una de las experiencias más
inspiradoras que profesor alguno puede recibir. Fue desarrollando un agudo sentido de la
curiosidad a medida que formulaba preguntas inteligentes. Su nuevo enfoque de la
disciplina se percibía en una discreta pulcritud en el vestir y en un refrescante sentido de
dirección en su andar. Su promedio comenzó a incrementarse lentamente, se hizo
merecedor de una mención por mejoramiento y su autoestima empezó a crecer. Por primera
vez en su vida encontró que otros estudiantes solicitaban su ayuda. Comenzó a desarrollar
una personalidad atractiva y una cordialidad carismática.
Por último gestó la victoria. Un viernes por la tarde me senté a calific ar un examen
importante de historia. Escudriñé el examen de Paúl durante largo tiempo antes de empuñar
mi pluma de tinta roja para iniciar su corrección. No utilicé la pluma una sola vez. Había
concebido el exámen perfecto, para así lograr su primera nota de excelencia, A +- De
inmediato saqué su promedio en las otras materias y ahí estaba, un promedio A/ B. Había
logrado escalar la cima con cuatro semanas de ventaja. Me puse en contacto con mis
colegas para compartir las buenas nuevas.
Ese sábado por la mañana fui al colegio para un ensayo de Persigue tu sueño, una obra de
teatro que yo dirigía. Llegué al parqueadero con el corazón lleno de ilusión y fui recibido
por Catalina, la actriz estrella de la obra y la mejor amiga de Paúl. Su rostro estaba bañado
en lágrimas. Apenas salí del coche, vino corriendo y se estrelló contra mí, gimiendo
desgarradamente- Entre lágrimas me contó lo sucedido.
Paúl estaba en casa de un amigo, jugueteando con la colección de armas "descargadas", en
la sala familiar. Como lo habría hecho cualquier niño, iniciaron un juego de ladrones y
policías. Uno de los muchachos apuntó a la cabeza de Paúl con un revólver "descargado" y
disparó. Paúl se desplomó con una bala incrustada en el cerebro.
El lunes por la mañana un ayudante académico se presentó con un formulario de "retiro"
para Paúl. Había una casilla junto a "libro" para establecer si yo tenía su examen, y junto a
la casilla marcada con el rótulo "calificación", decía: "No hace falta".
Eso es lo que usted dice, pensé, mientras colocaba una B enorme en la casilla. Le di la
espalda a los alumnos para que no vieran mis lágrimas. Pa úl se había merecido esa
calificación y ahí estaba, pero él jamás retornaría. La ropa nueva, que había comprado con
el dinero proveniente de su trabajo como distribuidor de periódicos, todavía estaba colgada
en el ropero, pero él jamás retomaría. Sus amigos, su mención honorífica y su trofeo de
fútbol estaban ahí, pero Paúl jamás volvería- ¿Por qué?
El desconsuelo total y absoluto impone sobre el ser humano tal grado de humildad, que trae
consigo la bienaventuranza de eliminar cualquier resistencia a la voz de ese poder amoroso,
que se desencadena y jamás nos abandona.
"¡Oh alma mía!, edifícate mansiones más imponentes". A medida que las palabras de esa
vieja poesía le hablaban a mi corazón, pude constatar que Paúl se había llevado algo
consigo. Las lágrimas comenzaron a desvanecerse y una sonrisa afloró en mis labios. Pude
visualizar a Paúl concibiendo nuevamente, creyendo de nuevo y logrando nuevas
realizaciones, armado de su curiosidad, su disciplina, su autoestima y su sentido de
dirección recién adquiridos; esas mansiones invisibles del alma que debemos construir
mientras estamos en este mundo.
Como legado nos dejó muchas riquezas. Después del entierro reuní a mis estudiantes de
teatro en la puerta de la iglesia y les hice saber que los ensayos se reanudarían al día
siguiente. En recuerdo de Paúl y de todo lo que nos había dejado, había llegado la hora de
perseguir nuevamente el sueño.
Jack Schlatter

Yo soy...

Las palabras "Yo soy... "son potentes; ten cuidado a qué las amarras. Aquello que estás
reclamando tiene la habilidad de devolverse y reclamarte a tí..
A. L. KlTSELMAN
B.
[NOTA DEL EDITOR: ¿Alguna vez te has fijado qué tan frecuentemente te preguntan qué
vas a hacer, qué haces o qué piensas hacer cuando termines la universidad? Para todos
aquellos de nosotros que hemos sufrido porque lo que hacemos o vamos a ser no recibe
aprobación, aquí está la respuesta verdadera. Y recordemos esta la próxima vez que
alguien diga: "Oh, ¿de veras? Pues bien... no hay nada de malo en asar hamburguesas
para ganarse la vida. Deberías sentirte orgulloso".}

Yo soy arquitecto: he construido un cimiento sólido, y cada año que voy a ese colegio
agrego otro piso de sabiduría y conocimiento.
Yo soy escultor: he dado forma a mis principios morales y a mis filosofías de acuerdo con
la arcilla del bien y del mal.
Yo soy pintor: con cada nueva idea que expreso, pinto un nuevo tono en la multitud de
colores del mundo.
Yo soy científico: con cada día que pasa recojo nueva información, hago observaciones
importantes y experimento con nuevos conceptos e ideas.
Yo soy astrólogo: leo y analizo las palmas de la vida y a cada persona que encuentro.
Yo soy astronauta: constantemente exploro y amplío mis horizontes.
Yo soy médico: curo a aquellos que vienen a consultarme y a pedir consejo; además, lleno
de vitalidad a aquellos que han perdido el deseo de vivir.
Yo soy abogado: no me atemoriza defender firmemente mis derechos básicos e
inalienables, como también los del prójimo.
Yo soy oficial de policía: siempre estoy pendiente del bienestar de los demás y siempre me
encuentro en el lugar preciso para evitar peleas y mantener la paz.
Yo soy profesora: mediante mi ejemplo muchos aprenden e l significado de las palabras
dedicación, trabajo tesonero y firmeza.
Yo soy matemático: estoy dispuesto a conquistar cada uno de mis problemas con las
soluciones apropiadas.
Yo soy detective: escudriño el mundo a través de mis dos lentes y busco el significado y el
sentido de los misterios de la vida.
Yo soy miembro del jurado: juzgo a los demás y sus circunstancias, sólo después de haber
escuchado y entendido sus historias en su totalidad.
Yo soy banquero: muchos comparten conmigo su confianza y sus valores, y jamás pierden
el interés.
Yo soy futbolista: estoy listo para hacer una gambeta que emocione al público y para meter
el gol en la portería contraria.
Yo soy corredor de maratón: siempre estoy en movimiento y lleno de energía, dispuesto a
enfrentar el próximo reto.
Yo soy alpinista: a paso lento pera seguro, camino hacia la cima.
Yo soy equilibrista: siempre logro llegar al extremo opuesto, midiendo cada paso cuidadosa
y suavemente en cada situación peligrosa.
Yo soy millonario: rico en amor, sinceridad y compasión. También soy poseedor de una
inmensa reserva de sabiduría, conocimientos, experiencia e ingenio.
Pero más importante aún, yo soy yo.
Amy Yerkes

Sparky
Para Sparky, el colegio era casi una misión imposible. Cuando cursó octavo grado perdió
todas las materias-Reprobó física cuando cursaba el último año de bachillerato, con un cero
aclamado. También perdió latín, álgebra e inglés. En la arena deportiva también se encontró
con el fracaso. Aunque logró ingresar al equipo de golf, se las arregló para perder el único
torneo importante de la temporada. Se programó un torneo de consolación, y también lo
perdió.
Durante toda la adolescencia Sparky se perfiló como un ser socialmente torpe. De hecho,
Sparky no le caía antipático a los demás estudiantes, por cuanto ni siquiera le daban esa
importancia. Recibir un saludo de algún compañero de clase por fuera de los predios del
colegio era motivo de asombro para él. No hay forma de saber cómo le habría ido si hubiera
invitado a salir a las chicas. Sparky jamás se atrevió a fijar una cita durante todo el
bachillerato. Tenía pavor de ser rechazado.
En resumen, Sparky era un perdedor. Eso lo sabían él, sus compañeros y el mundo entero.
En consecuencia, se dejaba llevar por la corriente- Desde una tierna edad, Sparky había
llegado a la conclusión de que si las cosas se le iban a dar, se le darían a su debido
momento. Mientras tanto, él se contentaría con aquello que parecía ser una mediocridad
inevitable.
Sin embargo, había algo importante en la vida de Sparky y ese algo era el dibujo. Sus obras
artísticas lo enorgullecían. Desde luego, nadie más les daba valor alguno. Cuando cursaba
el último año de bachillerato, sometió unas caricaturas a consideración del consejo editorial
del anuario de su clase. Fueron rechazadas. A pesar de este fracaso Sparky decidió volverse
artista profesional, pues estaba convencido de sus habilidades.
Al terminar el bachillerato, dirigió una carta a los estudios cinematográficos de Wait
Disney El estudio le solicitó que enviara unas muestras de su trabajo y además, le sugirió el
tema de una tira cómica. Sparky llevó a cabo la tarea que le solicitaron. Dedicó valioso
tiempo a su realización, como también a los demás dibujos que presentó. Por fin recibió la
respuesta de los Estudios Disney. Su trabajo había sido rechazado una vez más. Al perdedor
se le propinaba una derrota adicional.
Es así como Sparky decidió escribir su propia autobiografía en forma de una tira cómica.
Plasmó en dibujos su personalidad infantil, aquélla de un pequeño perdedor de bajo
rendimiento crónico. El héroe de esta tira cómica se volvería mundialmente famoso en poco
tiempo, pues Sparky, el chico que había tenido tan poco éxito en el colegio y cuyos trabajos
habían sido rechazados una y otra vez, era nada menos que Charles Schultz. Su ingenio
creó la tira cómica de Carlitos, el jovencito que nunca logra que su cometa vuele o que
jamás puede propinarle una patada a la pelota de fútbol.
Tomado de: Bits &- Pieces

Si hubiera sabido
Todos hemos escuchado decir: "Si hubiera sabido en ese entonces lo que sé hoy-..".
¿Alguno de ustedes no ha sentido el deseo de decir en esas ocasiones: "Está bien, dígame
qué hubiera dicho o hecho..."?
Pues, aquí voy yo..-
Escucharía mi corazón con mayor atención.
Me divertiría más... y me preocuparía menos.
Sabría que el colegio llegaría a su fin en algún
momento... y el trabajo... bueno, eso no tiene importancia.
No me preocuparía tanto por lo que piensan los demás.
Disfrutaría de toda mi vitalidad y de mi piel lozana.
Jugaría más y me inquietaría menos.
Sabría que mis padres me aman y creería a ciencia
cierta que están haciendo las cosas de la mejor manera posible.
Estaría contenta de estar enamorada y me preocuparía
muchísimo menos de cómo irá a terminar la relación.
Sabría que probablemente no será así... pero
que algo mejor podrá venir más adelante.
No me daría vergüenza comportarme como una niña.
Sería más valerosa.
Buscaría las cualidades de los demás para solazarme con ellas.
No me relacionaría con otros simplemente para
darme un "baño de popularidad",
Tomaría clases de baile.
Me deleitaría con mi cuerpo, tal y como es.
Confiaría en mis amigas.
Sería una amiga digna de toda confianza.
No con/iana en mis novios (¡esto lo digo en broma!).
Disfrutaría besando. Estoy hablando de un disfrute real y verdadero.
De seguro sería más agradecida y más apreciativa de las bondades de los demás.
Kimberly Kirberger

SOBRE LAS SITUACIONES DURAS


Toda experiencia que nos obliga a mirar el miedo cara a cara, hace crecer nuestra fuerza,
nuestro valor y nuestra confianza. Nos permite decir: "He sobrevivido a esta terrible
experiencia. Estoy en capacidad de manejar lo que venga".
ELEANOR ROOSEVELT

Sólo una copa


A la vera de la autopista 128, cerca del poblado de Boonville, se encuentra una pequeña
cruz. Si la cruz hablara, les contaría la siguiente historia:
Hace siete años, mi hermano Michael se encontraba de visita en la finca de un amigo.
Decidieron salir a cenar. Joe, quien sólo se había tomado una copa, se ofreció para
conducir.
Los cuatro amigos tomaron alegremente la sinuosa carretera. No sabían adonde los
conduciría, porque nadie lo sabía. De repente el coche viró hacia el otro carril y se estrelló
de frente con el automóvil que venía en dirección opuesta. Mientras tanto, en nuestro hogar
estábamos viendo la película E. T. por televisión, junto al acogedor fuego de la chimenea.
Tan pronto se terminó todos nos acostamos. A las dos de la mañana un oficial de la policía
despertó a mi madre con la devastadora noticia. Michael estaba muerto.
Al amanecer encontré a mi madre y a mi hermana llorando. Me quedé petrificado. "¿Qué
sucede?", pregunté mientras me frotaba los ojos, todavía cargados de sueño.
Mi madre suspiró profundamente. "Ven aquí...".
Así se inició un tortuoso viaje a través del dolor, en el cual las carreteras no conducen a
sitio alguno. Todavía me duele acordarme de aquel día.
Lo único que me consuela es narrar esta triste historia, con la esperanza de que la
recordarás el día que tengas la tentación de abordar un coche con un conductor que haya
tomado una copa, sólo una copa.
Joe tomó la ruta que no llegaba a sitio alguno. Fue condenado por homicidio culposo y
encarcelado durante un tiempo. Sin embargo, el verdadero castigo es tener que vivir con las
consecuencias de su acción. Nos propinó una herida en el corazón que jamás sanará, y nos
dejó con una pesadilla que perturbará su existencia y la nuestra hasta el fin de nuestros días.
También nos dejó la pequeña cruz junto a la autopista 128.
Chris Laddísh, 13 años
Dedicada con amor a la memoria de Michael Laddish

La danza
Al traer a la memoria
Aquella danza bajo las estrellas compartida,
Recuerdo un instante de perfección universal.
Pero. ¿cómo iba yo a saber, estando en esta gloria,
Que éste era el adiós de mi amada amiga?

(Coro:)
Y ahora me alegra no haber sabido
Cuál sería el fin de lo nuestro.
Al tomar un camino en verdad siniestro
Es mejor dejar la vida al azar,
Pues el dolor podría haber evitado
Mas yo quería estar contigo y danzar.

Al tenerte, todo lo tenía.


¿No era yo acaso el rey?
¡Oh'., haber sabido cómo me derrumbaría
Pues habría podido alterar esa suerte mía.

(Repetir coro)

Es mejor dejar la vida al azar


Pues el dolor podría haber evitado
Más yo quería estar contigo y danzar. *
Tony Arata

Bajo tierra a los diecisiete

Un zarpazo de dolor desgarra mi cerebro. Estoy petrificado. Cuando recién me trajeron me


sentí muy solo, agobiado por la pesadumbre y esperando encontrar a algún ser compasivo.
No encontré conmiseración alguna. Sólo pude ver miles de cuerpos tan severamente
mutilados como el mío. Me asignaron un número y una categoría. Ésta se denominaba
"fatalidades de tránsito".
El día de mi deceso coincidió con un día de colegio. ¡Cómo me arrepiento de no haber
tomado el bus escolar! Pero pensaba que el bus era para chiquillos y no para tipos frescos
como yo. Aún recuerdo cómo logré sonsacarle el automóvil a mi madre. "Hazme un favor
especial, mamá. Absolutamente todos los chicos llevan el auto al colegio". Cuando sonó la
campana de salida, arrojé los libros dentro de mi gaveta, j Era libre como el viento hasta la
mañana siguiente! Corrí emocionado basta el estacio namiento de automóviles, pensando
que era mi propio dueño y que estaba al mando de mis propias ruedas.
Cómo sucedió el accidente tiene poca importancia. Me puse a jugar con mi propia vida,
conduciendo demasiado rápido y tomando riesgos absurdos. Pero estaba disfrutando de mi
libertad y gozando de lo lindo. Lo último que recuerdo es que trataba de sobrepasar a una
señora de edad, que al parecer conducía muy lentamente. Escuché un fragor espantoso y
sentí una conmoción horrenda. Pedazos de vidrio y trozos de acero volaron, por doquier.
Sentí que mi cuerpo se volvía al revés. Pude escuchar mis propios a laridos. De repente,
desperté- Todo estaba en silencio. Observé a un oficial de policía erguido sobre mi cuerpo.
Pude ver a un médico. Mi cuerpo era un guiñapo bañado en su propia sangre. Mis carnes
estaban perforadas de pies a cabeza por fragmentos de vidrio. Lo extraño es que no sentía
absolutamente nada. Por favor, no me cubran la cabeza con esa sábana- Yo no puedo estar
muerto. Sólo tengo diecisiete años. Esta noche tengo un compromiso. Se supone que tengo
una vida maravillosa por delante. No he vivido nada todavía. ¡No puedo estar muerto!
Después de cieno tiempo me colocaron en una nevera. Mis padres vinieron a identificarme.
¿Por qué tuve que mirar a mamá a los ojos, mientras enfrentaba la prueba más dura de su
vida? De repente papá envejeció- Le dijo al encargado: "Sí, éste es nuestro hijo".
El entierro fue bien extraño. Pude observar cómo mis parientes, amigos y allegados se
acercaban al ataúd. Sus miradas reflejaban la tristeza más profunda que yo jamás haya
visto- Algunos de mis amigos lloraban desconsoladamente. Al pasar, algunas de las chicas
me acariciaban la mano, sollozando.
¡ Por favor, alguien tenga la caridad de despertarme!
Sáquenme de aquí. No soporto ver a mis padres padeciendo tanto. Mis abuelos están tan
sobrecogidos por el dolor que a duras penas pueden caminar. Mi he rmana y mí hermano
parecen autómatas. Se mueven como robots, con la mirada extraviada. Nadie puede creer lo
que está viviendo. Yo tampoco.
¡Por favor, no me pongan bajo tierra! Yo no estoy muerto. ¡Todavía tengo mucha vida que
vivir' Quiero reír y correr de nuevo. Quiero bailar y cantar. ¡Por favor, no me entierren!
Divino Jesús, te prometo que si me das otra oportunidad seré el conductor más cuidadoso
del mundo. Sólo pido otra oportunidad- Por favor. Señor, apenas tengo diecisiete años.
John Berrio

Ganador de medalla de oro

En la primavera de 1995 tuve la oportunidad de hablar en un colegio de secundaria. Cuando


la ceremonia terminó, el rector me pidió que me entrevistara con un estudiante especial.
Una enfermedad había mantenido a este muchacho alejado del colegio, pero él había
manifestado el deseo de conocerme. El rector opinaba que esa entre vista significaría mucho
para el niño. Por lo tanto, accedí a su solicitud.
Durante el recorrido a la casa de Matthew, así se llamaba el chico, que quedaba a quince
kilómetros del colegio, pude averiguar algunas cosas acerca de él. Sufría de distrofia
muscular.
Cuando nació los médicos anunciaron a sus padres que no llegaría a los cinco años, y
cuando superó esa edad, que no alcanzaría los diez. Ya había cumplido los trece y, por lo
que me contaban, era todo un luchador. Había querido conocerme porque yo era levantador
de pesas, había ganado una medalla de oro olímpica y tenía experiencia en superar
obstáculos y lograr hacer realidad los sueños.
Matthew y yo conversamos por más de una hora. Durante este tiempo no se quejó una sola
vez y tampoco se lamentó de su suerte. Me habló de ganar, de triunfar y de perseguir sus
sueños. Era evidente que hablaba sobre este tema con propiedad. No me dejó entrever que
había sido objeto de burlas por parte de sus compañeros por ser diferente; más bien se
dedicó a hablarme de sus esperanzas y de su deseo de levantar pesas junto a mí.
Al finalizar nuestra conversación saqué de mi maletín la primera medalla de oro a la que
me había hecho merecedor, y se la colgué del cuello. Le dije que él sabía mucho más acerca
del éxito y de cómo superar obstáculos de lo que yo llegaría a aprender. Miró la meda lla
con detenimiento por un momento, se la quitó y me la devolvió. Sin titubear, me d ijo:
"Rick, tú eres un campeón. Te mereces tu medalla. Yo te mostraré la mía cuando participe
en las olimpiadas algún día, y me gane una medalla".
El verano pasado recibí una carta de los padres de Matthew anunciándome su muerte. Me
hicieron llegar una carta que Matthew me había escrito unos días antes.

Apreciado Rick:
Mi madre me aconsejó que te escribiera una carta de agradecimiento por la foto tan
increíble que me enviaste. También quería decirte que los médicos me han dicho que me
queda poco tiempo de vida. Me es difícil respirar y me canso fácilmente, pero a pesar de
todo procuro sonreír lo más que puedo. Ya sé que no llegaré a ser tan fuerte como tú y que
no podremos alzar pesas juntos.
Yo te dije que iría a unas olimpiadas para conquistar una medalla de oro. También sé que
ya no lograré hacerlo. Pero sí sé que soy un campeón y que Dios también lo sabe. Él sabe
que yo no me rindo, y cuando llegue al cielo Dios me dará mi medalla de oro. Te la
mostraré cuando tú llegues. Gracias por quererme.
Tu amigo,
Matthew.
Rick Metzger -

Desiderata

Desplázate plácidamente entre el bullicio y los afanes, y ten en mente la paz que se obtiene
del silencio. Dentro de lo posible y sin entregar tus principios, mantén tus buenas relaciones
con los demás. Expresa tu verdad pausada y claramente; escucha a los demás, incluyendo a
los lerdos e ignorantes; ellos también tienen su historia.
Evita a las personas ruidosas y agresivas, pues son un vejamen para el espíritu. Si te dedicas
a compararte con otros puedes volverte un amargado o un vanidoso, pues siempre habrá
personas más y menos prestantes que tú. Disfruta de tus triunfos como también de tus
planes.
Mantén el interés por tu carrera por más humilde que ésta pueda ser; es un verdadero
patrimonio en las cambiantes fortunas que se dan a través del tiempo. Actúa con precaución
en el mundo de los negocios, no olvides que éste está colmado de trampas; pero no dejes
que los embustes te impidan ver la virtud que te circunda; muchas personas procuran lograr
grandes ideales; la vida está colmada de heroísmo por doquier.
Actúa como eres. En especial, no finjas afectos. No seas cínico acerca del amor, pues de
cara a la aridez y a toda desilusión es tan perenne como el césped.
Acepta con beneplácito el consejo de los años, entregando con donaire las cosas de la
juventud. Cultiva la fuerza del espíritu para que te sirva de escudo frente a las calamidades
repentinas. Pero no te dejes agobiar por las suposiciones. Muchos temores nacen del
cansancio y de la soledad- Más allá de una sana disciplina, consiéntete a ti mismo.
Eres una criatura del universo, al igual que los árboles y las estrellas; tienes todo el derecho
a estar aquí, sobre el planeta. Aunque a veces no lo veas con claridad, sin duda el universo
se está desenvolviendo como debe ser.
Por consiguiente, busca estar en paz con Dios, como sea que lo hayas concebido, y
cualesquiera sean tus labores o aspiraciones, conserva la paz del alma en medio de la
ruidosa confusión de la vida.
El mundo sigue siendo bello a pesar de sus falsedades y de las labores monótonas que
deben realizarse. Vive alegremente. Procura ser feliz.
Max Ehrmann

7
MARCANDO LA DIFERENCIA
Las grandes oportunidades para ayudar a los demás se presentan muy de vez en cuando,
pero las pequeñas son el pan de cada día.
SALLY KOCH

¿En qué consiste el éxito?

¿En qué consiste el éxito?


En reírse mucho y con frecuencia.
En ganarse el respeto de la gente inteligente
y el cariño de los niños.
En lograr el reconocimiento de críticos honestos
y en resistir la traición de amigos falsos,
En saber apreciar la belleza.
En encontrar las mejores cualidades de los demás.
En dejar el mundo un poco mejor, a causa de
un niño saludable, una huerta de hortalizas
o el mejoramiento de una condición social oprobiosa.
En saber que por lo menos un ser respira
más tranquilo porque tú has vivido.
Si logras lo anterior, has triunfado.
Ralph Waldo Emerson

Fresco... ¡quédate en el colegio!

Fui presidente del estudiantado cuando cursaba octa vo grado en mi colegio de Asheville,
Carolina del Norte. Me sentí muy honrado con esta distinción pues en ese colegio había
más de mil estudiantes. Al terminar el ano me pidieron que pronunciara un discurso en la
ceremonia de nuestro ingreso al bachillerato. Entendí que tenía que abarcar algo más que
los lugares comunes normalmente expuestos. Somos la clase que se graduará en el año
2000, de modo que deseaba que mi discurso fuera tan especial como lo somos nosotros.
Pasé varias noches recostado sobre la cama, pensando en lo que diría. Muchas cosas
pasaron por mi mente, pero ninguna de ellas tenía en cuenta a todos mis compañeros. Por
fin, una noche me iluminé súbitamente. El colegio Erwin tiene la tasa de deserción más alta
del país. El objetivo primordial y colectivo no podía ser otro que el de que todos y cada uno
de nosotros obtuviera su diploma de bachiller. ¿Qué tal si proponía que nos convirtiésemos
en la primera promoción en la historia de los colegios públicos norteamericanos en graduar
a todos sus integrantes, sin excepción alguna? ¿No seria eso absolutamente pasmoso?
El discurso sólo duró doce minutos, pero lo que desató fue increíble. Cuando lancé el reto a
mis compañeros de convertirse en la primera promoción en comenzar y terminar el
bachillerato sin una sola deserción, todo el auditorio, incluyendo a padres, abuelos y
profesores, se desbordó en aplausos. Pude palpar el gran entusiasmo colectivo cuando ¡es
mostré los diplomas y distintivos especiales que cada uno recibiría al cumplir nuestro
propósito, Al terminar la disertación el auditorio entero se puso de pie como un solo
hombre, para ofrecerme una cerrada ovación- Tuve que hacer un enorme esfuerzo para
mantener la compostura y no terminar en un mar de lágrimas. No había vislumbrado que mi
reto generaría tal respuesta.
Durante todo el verano trabajé para desarrollar un programa que nos permitiera cumplir con
nuestro cometido a lo largo del bachillerato. Preparé conferencias para clubes y grupos
sociales, y conversé con varios de mis compañeros. Le conté a nuestro rector que deseaba
organizar "patrullas antideserción", compuestas por estudiantes dispuestos a apoyar y
ayudar a otros estudiantes durante épocas difíciles. Le dije que quería diseñar y vender unas
camisetas que distinguieran a los miembros de nuestro curso, para recoger dinero que se
utilizaría en la publicación de un directorio de la clase. También le dije que me parecía
excelente que hiciéramos algún tipo de fiesta para celebrar cada semestre que termináramos
sin perder un solo estudiante.
"Te hago una mejor oferta", me dijo. "Me comprometo a organizar una fiesta para cada
período de calificaciones que culmine sin una sola deserción". Ésta era un propuesta
emocionante porque se daba un período de calificacio nes cada seis semanas, o sea cada
treinta días de colegio. El plan comenzaba a tomar forma.
Durante todo el verano se fue regando el cuento de nuestro desafío. Aparecí en la televisión
regional y me entrevistaron por la radio. El periódico me pidió que escribiera una columna
como colaborador invitado y comenzaron a entrar llamadas de todas partes. Un buen día
recibí una llamada del noticiero de la CBS en Nueva York. Uno de sus investigadores se
había topado con mi columna periodística y deseaba dedicar un segmento de su programa
48 Horas a nuestra clase- Ken Hamblin, el Vengador Negro de la radio nacional, nos dedicó
parte en su programa Ken Hamblin le habla a Norteamérica, en agosto de 1996. Me invitó a
su programa para que le contara al país sobre nuestro proyecto. Todo esto era asombroso,
porque yo le había dicho a mis compañeros que nos podríamos convertir en la clase más
famosa de los Estados Unidos si todos llegábamos al grado. Estábamos comenzando y ya
éramos noticia nacional.
Mientras escribo esta historia, nuestro viaje apenas está empezando. Ya dejamos atrás las
primeras doce semanas de colegio. Nuestras actas de compromiso cuelgan sobre la pared, al
frente de la oficina del rector. En la otra pared instalamos una lámina de acero sobre la que
pintamos un reloj de arena- En la parte superior del reloj está fijado un punto magnético por
cada día de bachillerato que nos queda. Hemos nombrado un comité compuesto por
miembros de la "patrulla antideserción" para que supervise la operación del reloj. Todos los
días se coloca un punto magnético de la parte superior en la parte inferior de nuestro reloj.
Esto permite a toda la clase monitorear nuestro progreso. Iniciamos con setecientos veinte
puntos en la parte superior y ya sesenta han sido desplazados a la parte inferior y nos hemos
hecho merecedores de nuestra segunda fiesta. Es divertido ver el desplazamiento de los
puntos.
Estamos en el comienzo de nuestro difícil viaje de cuatro años, pero ya hemos tenido un
impacto significativo. El año pasado, en la fecha del segundo período de calificaciones,
trece muchachos habían abandonado el curso. Hasta ahora, este año, ninguno de los que
firmaron su acta de compromiso se ha retirado, y la "patrulla antideserción" es el grupo
organizado más grande del colegio,
La industria y el comercio locales nos están dando un gran apoyo al ver lo que puede lograr
un programa manejado enteramente por muchachos. Los alumnos de nuestra clase y sus
familias pueden obtener beneficios y descuentos en bancos, concesionarios de automóviles,
mueblerías y restaurantes, entre otros, mediante la pre sentación de nuestra tarjeta de
identificación como miembros de la "patrulla antideserción". Otras empresas nos están
donando bonos del Tesoro y todo tipo de productos, que utilizamos para premiar a tos
chicos y chicas que apoyan nuestro programa. La "Clase Comprometida del año 2 000" del
colegio Erwin desea que ustedes también inicien un programa parecido. Se nos ocurre que
seria fabuloso que todas las promociones del año 2 000 se graduaran sin restricción alguna.
¿Por qué no? ¡Creemos que es posible!
Jason Summey, 15 años

Valor en el fragor de la acción

Hace un par de años presencié un acto de valentía que me congeló la sangre.


En una asamblea estudiantil del colegio tuve oportunidad de hablar sobre el mal hábito de
victimizar a algún compañero y de manifestar que cada uno de nosotros estaba en
capacidad de salir en su defensa en vez de sumarse al grupo de los victimarios. Al terminar
mi intervención, el debate se abrió para permitir que cada cual manifestara su opinión. Los
estudiantes estaban en libertad de agradecer a cualquiera que les hubiera tendido la mano y
algunos efectivamente lo hicieron- Una chica agradeció a los amigos que la ayudaron
durante una crisis familiar. Un chico habló de ciertas personas que lo habían apoyado
durante una época de dificultades emocionales.
Poco después, una joven que estaba por graduarse se acercó al micrófono, señaló la sección
de secundaria y retó al colegio entero.
"Suspendamos el abuso a ese chico. No cabe duda de que él es distinto de todos nosotros,
pero hace parte de nuestra comunidad. Su alma es igual a la nuestra y requiere de nuestra
aceptación, nuestro amor, nuestra compasión y apoyo. Necesita tener amigos- ¿Por qué nos
hemos dedicado a abusar de él y a tratarlo brutalmente? ¡Reto al colegio entero para que
dejemos de victimizarlo y le brindemos una oportunidad!".
Durante su intervención yo estaba de espaldas a la sección donde se encontraba el chico
objeto de su pronunciamiento, y no tenía ni idea de quién se trataba. Sin embargo, era obvio
que todos los alumnos lo conocían. Me dio hasta miedo mirar hacia su sección, pues me
imaginaba que el chico debía estar colorado de la vergüenza y deseando estar en cualquier
otro lugar, menos ahí. Pero al mirar hacia atrás pude observar a un chico con una sonrisa de
oreja a oreja. Su cuerpo rebotaba sobre el asiento y tenía el puño alzado en alto. Todo su ser
parecía decir a gritos: "¡Gracias, gracias. Sigue hablándoles. Hoy me has salvado la vida!".
Bill Sanders

Haz brillar tu luz


Aquellos que traen un rayo de luz a la vida de los demás no pueden evitar ser cubiertos por
su resplandor.
JAMES M. BARRIE

Hace más de tres décadas me encontraba cursando secundaria en un co legio de California


del Sur. Los tres mil y pico de estudiantes constituían el proverbial horno de fusión de toda
clase de diferencias étnicas. El ambiente era poco refinado. E! porte de cuchillos, cadenas,
tubos, manoplas y revólveres de fabricación casera era usual. La actividad pandillera y las
peleas eran acontecimientos semanales de costumbre.
Un día de otoño, en 1959, junto con mi novia me encontraba abandonando las graderías del
estadio- Mientras caminábamos por el andén atestado de gente, alguien me propinó una
patada por detrás. Al voltearme, me encontré frente a frente con la pandilla local. Todos sus
integrantes estaban armados con manoplas de cobre. El primer golpe de la golpiza
subsiguiente, que me dejaría con varios huesos rotos, me astilló la nariz. Los puños llovían
desde todas las direcciones, pues los quince miembros de la pandilla me tenían cercado.
Sufrí heridas adicionales y conmoción cerebral. Desangre interno. Cirugía de emergencia.
El médico me dijo que de haber recibido un golpe más en la cabeza, muy probablemente
habría muerto. Por fortuna, mi novia salió ilesa de este desastre.
Después de mi recuperación física, algunos amigos me propusieron que "cascáramos a esos
carajos". Ésa era la forma de "resolver" este tipo de problemas. La ley era ojo por ojo y
diente por diente, y esto era prioritario. Una) parte de mi ser decía: "¡Listo!". El dulce sabor
de la venganza era una opción tentadora. Pero mi otro ser descartó esa posibilidad. La
venganza no era una solución. La historia no ofrece dudas en cuanto a que el desquite sólo
acelera e intensifica el conflicto. Era necesario hacer algo distinto para romper la cadena de
eventos improductivos.
Con la participación de varios grupos étnicos conformamos lo que se denominó el "Comité
de la Hermandad", que buscaría acrecentar las relaciones raciales. Me sorprendió el interés
que tenían los compañeros de estudio por construir un futuro más halagüeño para todos.
Desde luego, no todo el mundo deseaba hacer las cosas de un modo diferente. Mientras que
un número reducido de profesores, estudiantes y padres de familia se opusieron
activamente a los intercambios culturales que estábamos proponiendo, un número creciente
de individuos se unió al esfuerzo por lograr una diferencia de carácte r positivo.
Dos años después me postulé como presidente del estudiantado. Aunque me enfrenté a dos
amigos, el uno héroe de las canchas de fútbol y el otro un popular "ídolo universitario", la
gran mayoría del estudiantado se unió a mí para enfrentar los acontecimientos de una forma
diferente. No pretendo decir que los problemas raciales se resolvieron en su totalidad. Pero
de hecho, sí logramos un progreso significativo en la edificación de puentes entre las
diversas culturas, en aprender a dialogar y a intercambiar pareceres entre los distintos
grupos étnicos, en resolver diferencias de opinión sin recurrir a la violencia, y en aprender a
cimentar la confianza en medio de las circunstancias más d ifíciles. Es asombroso lo que se
logra cuando la gente está abierta al diálogo.
Uno de los momentos más difíciles de mi vida se dio cuando fui atacado por esa pandilla
callejera. Sin embargo, aprender a responder con amor en vez de devolver odio se ha
convertido en una fuerza poderosa para el motor de mi vida. Hacer que nuestra luz propia
brille en presencia de quienes están prácticamente a oscuras, se convierte en la diferencia
que hace la diferencia.
Eric Allenbaugh

Valor en medio de una conflagración

Melinda Clark cubrió a Catalina hasta el cuello con la frazada, y le dijo: "Hasta mañana
Cata". Eran las diez de la noche y hora de dormir. Melinda dejó escapar una sonr isa y dio
una palmadita al oso panda de felpa de setenta centímetros, que estaba bajo las cobijas.
Ambas hermanas compartían la misma habitación, cosa que en nada molestaba a Melinda,
de trece años, quien consideraba a Cata casi como su propia hija.
Melinda se metió en su propia cama pero no se arropó del todo. Aunque era febrero y el
suelo se encontraba cubierto de nieve congelada, la noche estaba inusita damente calurosa,
en especial para Everett, Pennsylvania.
Algo húmedo recorrió su rostro. "Eres un buen perro, Rayo". El collie miniatura volvió a
lamerle la cara. Su cola batía contra la cama mientras Melinda le frotaba el lomo.
Melinda percibió un olor a humo en sus fosas nasales. Pensó que posiblemente provenía de
la estufa de leña del piso inferior. El humo ascendía fácilmente por el vacío de las escaleras.
Melinda cerró los ojos.
Su hermano Justin, de dos años de edad, la sobresaltó al entrar bruscamente en la
habitación. Corrió hacia la cama de Melinda y le asestó dos golpes con sus pequeños puños.
"¡Mamá está lastimada!", dijo. Un rubor candente le encendía el rostro.
"¿Qué dices?". Melinda se levantó de un salto. Sentía el tapete bastante tibio bajo sus pies.
Percibió el olor del humo con mayor intensidad.
"¿Qué sucede?". Frotó sus mejillas y salió corriendo hacia el corredor de recibo de las dos
habitaciones del segundo piso. Al abrir la puerta que daba a !as escaleras, e l humo se
arremolinó como un torbellino. Llamas color naranja se abalanzaron hacia ella, cual dedos
de una garra candente. Se cubrió el rostro ardiente y dejó escapar un grito.
"¡Wayne'", grito desesperadamente, llamando a su hermano de doce años. Aunque la luz de
su habitación estaba encendida, ella ni siquiera alcanzaba a ver la cama por las crecientes
nubes de humo. Sin embargo, Wayne se las arregló para traspasar la humareda grisácea y
tropezar contra ella. Estaba en ropa interior.
"¡ Vamos a la ventana de mi habitación!", gritó Melinda. Juntos llegaron corriendo hasta la
doble ventana de corredera en la habitación de Melinda. De inmediato, Wayne procuró
destrabar la falleba que resistía todo intento de moverla.
"¡Empújala, tira de ella!". "¡Estoy tirando con todas mis fuerzas!". Las cort inas de fibra de
vidrio comenzaron a derretirse a ambos costados de la ventana. Gotas candentes de fibra de
vidrio hicieron ampollas sobre la espalda de Wayne.
Melinda aporreó la falleba con el puño- Si no lograban destrabarla, morirían
irremediablemente...
Wayne también azotaba la falleba.
De repente cedió un poco, y finalmente abrió. Pero al procurar deslizar los marcos, éstos
permanecieron herméticamente cerrados debido a su deformación por el intenso calor.
Llorando y gritando, Catalina tiraba de la rosada camisola de dormir de Melinda, mientras
tosía y se atragantaba en el ambiente enrarecido por el humo.
Los ojos le picaban a Melinda. Cerró la mandíbula con fuerza. ¡Ella y sus hermanos no
morirían en las llamas!
"Empuja, Wayne. Empujemos juntos, ¡ya!". Azotaron la ventana al unísono. "¡Otra vez,
pero con fuerza!". Tostó, y puso todo el empeño de sus cien libras tras el nuevo empujón.
Wayne hizo lo propio, hasta que lograron que la terca ventana se abriera.
Melinda le dijo a Wayne que saliera sobre el techo plano cubierto con plástico. Acto
seguido le pasó a Cata e inmediatamente después, ella misma cruzó el quicio de la ventana.
Los tres niños llegaron hasta el borde del lecho, buscando cómo descender. Wayne brincó
al piso y se preparó para recibir a los más pequeños.
De repente Melinda se quedó mirando a Wayne con ojos desorbitados. "Justín! ¿Dónde está
Justin?", gritó con desespero. Pocos segundos antes había estado junto a ellos.
Sin pensarlo dos veces dio marcha atrás, volviendo a cruzar el quicio ardiente de la
ventana.
"¡Justin'", exclamó.
Se dejó caer al piso y empezó a arrastrarse sobre el tapete caliente. Encontró el ropero y a
tientas buscó a Justin, en vano. Procuró llamarlo, pero se atragantó. Sentía que le quemaban
la garganta con carbones al rojo vivo. Al tirar de su camisola de dormir, enredada en sus
rodillas que comenzaban a calcinarse, tropezó con el perro y con un pato de felpa de un
metro de estatura pertenecientes a Cata. Los dos se desplomaron al tiempo.
¿Acaso Justin habría regresado a su habitación? Si era así jamás podría atravesar las llamas
y la cortina de humo que ahora subían vorazmente por la escalera, como por un cañón de
chimenea.
Estirada cuan larga era sobre el piso, Melinda palpó debajo de la cama de Cata, Justin no
estaba ahí.
Su cuerpo se estremeció en un espasmo de tos y sintió un nudo en la garganta. No podía
respirar. No iba a sobrevivir.
Mientras se arrastraba hacia la ventana escuchó un ruido proveniente de debajo de su cama.
Se fue a gatas por el piso y comenzó a tantear bajo la cama con deses peración, hasta toparse
con una bola de pelos. Era Rayo. El perro dejó escapar un gemido y le lamió la mano.
Alargó el brazo todo lo que pudo y consiguió tocar un cuero cabelludo. Justin y el perro se
habían escondido juntos. Rayo, gracias por gemir, pensó.
Melinda sujetó una manotada de cabello y sacó a Justin arrastrado. El niño se aferró a ella
como un oso koala? mientras Melinda se arrastraba hacia la ventana.
Lo subió al quicio de la ventana y ella lo siguió, jadeando para poder inhalar bocanadas de
aire fresco. Pero al pisar el techo forrado en plástico, éste se desfondó, derretido por el
intenso calor, y la pierna se le hundió hasta a rodilla. Melinda extrajo su pierna como pudo
y se acercó al borde del techo.
Segundos después el gran ventanal del primer piso explotó y la vidriera saltó en mil
pedazos, esparciendo esquirlas hasta veinte metros a la redonda.
Cata y Justin gritaron al unísono, mientras tiraban del brazo de Melinda.
"¡Rayo!", gritó Melinda. Miró hacia atrás y vio que las llamas acariciaban el marco de la
ventana de su habitación. "¡Rayo querido!". Apretando la quijada y sin un momento más de
dilación, empujó a ambos chiquilines para que cayeran en la nieve, siete metros más abajo.
Ella, a su vez, saltó y por poco aplasta a Justin al estrellarse contra el suelo cubierto de
nieve.
Un oficial de policía que había detectado e1 fuego desde la carretera, recogió a los niños y
entre la nieve y el pasto los llevó hasta su automóvil.
"¡Mamá!", gemía Justin.
"¿Dónde está mi madre?", preguntó Melinda. Corrió hacia el pórtico de la casa vecina en el
preciso momento en que su madre, desde la dirección opuesta, venía a arrullarla entre sus
brazos.
"Fui a llamar a los bomberos", dijo entre sollozos, mientras le daba a Justin un fuerte
abrazo. "Yo estaba en el sótano cargando la lavadora con ropa. Los vi en la parte alta de las
escaleras y les ordené a gritos que salieran".
El oficial llevó a los pequeños hasta la casa vecina. Le avisaron al padre de los chicos,
quien trabajaba en una fábrica de puertas cercana, durante el tumo noc turno.
Melinda se dejó caer en una butaca. Los rostros y las voces parecían revolotear a su
alrededor. Quedó inconsciente durante unos segundos. Al recobrar el sentido se encontró
dentro de una ambulancia. La lámpara roja titilaba sobre el techo del vehículo. La sirena
empezó a ulular. Su vida transcurrió entre la realidad y la inconsciencia mientras llegaba al
hospital.
Melinda y sus hermanos fueron atendidos por la inhalación de humo. Su camisola de
dormir se había derretido y aunque se pegó a la piel en distintos lugares no le ocas ionó
quemaduras.
Sin embargo, ella y Wayne sufrieron quemaduras leves. La pierna de Melinda presentaba
rasguños y quemaduras provenientes de su traspiés sobre el techo derretido, y Wayne sufrió
pequeñas quemaduras sobre la espalda producidas por las gotas de fibra de vidrio derretida,
al incinerarse las cortinas. Catalina y Justin sufrieron algunos rayones al saltar desde el
borde del techo de la casa. Las pijamas de los niños estaban chamuscadas, pero los cuatro
habían salido con vida del incidente.
Justin no cesaba de decir: "Un ángel me recogió y me tiró por la ventana. Era un ángel de
verdad, de eso estoy seguro",
Melinda sonrió y abrazó a su hermano. Cerró los ojos. No se pudo establecer la causa del
incendio. "Al volver a casa al otro día fue cuando de veras me asusté", recuerda Melinda.
"Sentí algo muy extraño al entrar en la planta ba ja. Algunas cosas estaban calcinadas y
otras no. Nuestro pez seguía nadando plácidamente en su pecera, sobre la mesa del
comedor- Por el contrario, nuestras habitaciones estaban totalmente destruidas".
Repentinamente sus ojos castaños se llenaron de lágrimas. "Rayo pereció en el incendio".
Bajó la vista. "Tuve que dejarlo debajo de mi cama".
Pero Justin se salvó porque Melinda se enfrentó a las llamas para rescatarlo. S u valor y
rápidas reacciones no le permitieron rendirse. En verdad, fue todo un ángel.
Barbara A. Lewis

Con un ala rota


Naciste con alas. ¿Por que arrastrarte a lo largo de tu vida?
RUMI
Algunas personas están predestinadas para el fracaso. Por lo menos ése es el sentir de
algunos adultos cuando tienen que vérselas con chicos con problemas. Es posible que hayan
escuchado este refrán: "El pájaro con ala rota jamás volará muy alto". No me cabe la menor
duda de que T. J. Ware llegó a sentirse como pájaro herido casi todos los días de su vida
escolar.
Al llegar al bachillerato, el buscapleitos más célebre de todo el pueblo era, sin duda alguna,
T. J. Los profesores realmente se estremecían al ver su nombre en las listas de sus clases
para el semestre que estaba por iniciarse. Hablaba poco, no contestaba pregunta alguna y
sus camorras eran legión. A pesar de haber perdido casi todas las materias hasta llegar a su
último año de bachillerato, se las había arreglado para aprobar los años anteriores, porque
ningún profesor deseaba tenerlo en su curso como repitente. Por lo tanto, T. J. siempre
ascendía de salón aunque, al parecer, estaba estático en e l escalafón de la vida.
Conocí a TJ. en un seminario de liderazgo durante un fin de semana. Todos los estudiantes
recibieron invitación para inscribirse en el programa de entrenamiento ACES, concebido
para lograr una participación más activa en la vida de sus comunidades. TJ. era uno de los
cuatrocientos cincuenta inscriptos. Al llegar para hacerme cargo del primer seminario, los
líderes comunitarios me dieron el perfil de cada uno de estos estudiantes. "Tenemos el
espectro total del colegio, comenzando por el presidente del consejo estudiantil hasta llegar
a TJ. Ware, el joven con el prontuario de arrestos más extenso en la historia del pueblo".
No pude más que suponer que yo no era la primera persona en recibir esta descripción del
lado oscuro de la personalidad de T J, a modo de presentación de este joven.
T .J. comenzó su participación en el taller recostado co ntra una pared en el fondo del salón,
físicamente distanciado del grupo. En su rostro se dibujaba con claridad lo que estaba
pensando: "¡Hágale. Estoy listo para que me descreste!". No se involucró voluntariamente
en los grupos de discusión, y al parecer no tenía mucho que decir. Pero poco a poco los
juegos interactivos lo sedujeron. El hielo por fin se derritió cuando los grupos comenzaron
a elaborar listas de las cosas positivas y negativas que se habían dado en el colegio durante
el año. T .J. tenía puntos de vista muy claros sobre estos acontecimientos. Los otros
miembros de su grupo recibieron sus comentarios con beneplácito. Al poco tiempo T .J. se
sintió parte del grupo y sus compañeros en seguida le otorgaron el papel de líder. Comenzó
a plantear ideas con mucho sentido común y los demás le prestaron la atención que se
merecía. T .J. era un tipo inteligente y con buenas ocurrencias.
Al día siguiente T .J. participó activamente en todas las sesiones. Al finalizar el seminario
quedó matriculado en el equipo del proyecto para el Alivio de los Desampara dos. Él tenía
nociones bastante claras acerca de la pobreza, el hambre y la desesperanza. Sus compañeros
de equipo quedaron impresionados por su preocupación e interés apasionados, como
también por sus ideas, y lo eligieron vicepresidente de su equipo. El presidente del consejo
estudiantil recibiría órdenes de T. J.
Cuando T. J. llegó al colegio el lunes por la mañana se encontró en el ojo de l huracán. Un
grupo de profesores le manifestaban su inconformidad al rector, por la elección de TJ.
como vicepresidente. El primer proyecto de servicio comunitario global implicaba la
recolección masiva de alimentos, bajo la dirección del equipo de Alivio de los
Desamparados. Estos profesores no podían creer que el rector dejaría el vital inicio de un
prestigioso plan de acción trienal en las incapaces manos de T. J. No tuvieron empacho en
recordarle que T. J. tenía un prontuario delictivo más largo que su brazo, y que era probable
que terminara robándose la mitad de la comida recogida en donación. El rector se limitó a
recordarles que precisamente el objetivo del programa ACES era descubrir y reforzar el
interés y las pasiones positivas de los estudiantes, hasta que se presentara un verdadero
cambio de actitudes. Los profesores se retiraron hastiados de la reunión y convenc idos de
que se encontraban ante un fracaso anunciado.
Dos semanas después, T .J. y sus amigos encabezaron la campaña de recolección de
alimentos, junto a setenta estudiantes más. En dos horas recogieron 2 854 latas de conserva,
y de paso establecieron una nueva marca en estos menesteres. Llenaron las despensas de
dos centros de acopio y cubrieron de un tajo los requerimientos de las familias necesitadas
de la comarca durante dos meses y medio. Al día siguiente, el periódico local destacó el
hecho en un artículo de página entera- El articulo fue colocado en la cartelera principal del
colegio, a la vista de todo el mundo. Junto a éste estaba la foto de T. J., destacándolo por
haber logrado algo importante, y por establecer una nueva marca en la recolección de
alimentos-Todos los días tenía la oportunidad de reafirmar su propia valía al verse a sí
mismo en la cartelera. El colegio le estaba dando reconocimiento como material humano
apto para el liderazgo.
T .J. empezó a asistir regularmente al colegio y a dar respuesta a las preguntas de sus
profesores por primera vez en su vida. Encabezó un segundo proyecto, logrando obtener en
donación trescientas mantas y mil pares de zapatos para un resguardo de personas
indigentes. El programa que él inició hoy logra recolectar nueve mil latas de conserva en un
día y cubre el setenta por ciento de las necesidades básicas de los desposeídos, durante un
año. T. J. nos recuerda que un pájaro con el ala rota sólo necesita ser curado. Y que cuando
sana puede volar tan alto como los demás. T. J. obtuvo un puesto. Se ha vuelto productivo.
A la fecha vuela bastante bien.
Jim Hullihan

8
BUSCANDO TOCAR EL FIRMAMENTO
Carlos, tener un sueño no es una bobada. La bobada es no tenerlo.
CLIFF CALVIN , Cheers

La chica de la casa vecina

¿Recuerdas
que hace muchos años,
cuando éramos niños,
jugábamos juntos lodos los días?
Parece que fue ayer.
Ese mundo de vivencias infantiles,
de payasos y algodón de azúcar,
de días veraniegos
que parecían interminables.
Horas de jugar al escondite
desde las cuatro de la tarde hasta llegado el crepúsculo,
cuando nos sentábamos en cualquier zaguán
a escuchar el canto de las chicharras
y a espantar zancudos,
y a hablar de nuestros sueños
y de lo que haríamos cuando fuéramos grandes,
hasta que nuestras madres nos llamaban.
¿Recuerdas aquel invierno cuando nevó
durante días y días
y nosotros procuramos construir un iglú
como verdaderos esquimales?
¿O cuando inventamos el juego
de recoger las hojas
de toda nuestra cuadra
hasta que formamos el montón
más grande del mundo
y procedimos a saltar en él?
¿Recuerdas
la vez que recogimos
azaleas de tu jardín
para vendérselas a nuestros vecinos?
¿Y qué decir del día maravilloso cuando
ya no tuvimos que utilizar ruedas auxiliares
en nuestras bicicletas?
Y pudimos explorar en libertad
el mundo entero
en una sola tarde
¡siempre y cuando no saliéramos
de nuestra cuadra!
Pero esos días se esfumaron Furtivamente
y crecimos, como suelen hacer los niños,
hasta que llegó el día en que supusimos
que ya éramos demasiado adultos
para jugar entre los árboles en las noches de verano.
Y ahora, cuando te veo, me doy cuenta
de que has cambiado de manera inexplicable
Pareces una rosa florecida prematuramente
que cae victima
de la escarcha de febrero.
La pretina de tu jean te queda estrecha,
símbolo de una juventud que ya no es tuya,
y tu rostro está pálido y verde
—no tienes buen aspecto.
Te veo arrugando el rostro hacia la calle
desde la ventana de tu habitación,
y rara vez dejas escapar una sonrisa.
Y cuando un automóvil arrima a tu puerta,
desciendes y sales por la puerta principal
con una maleta en cada mano.
El vehículo sale disparado
y la chica de al lado desaparece.
Y añoro una vez más
aquellos días de verano.
cuando me detenía en tu zaguán,
golpeaba a la puerta
y te invitaba a salir para dar la bienvenida
a nuestras aventuras de la tarde.
¿Por qué no sales nuevamente a jugar? ¡Todavía somos tan jóvenes...!
Amanda Dykstra, 14 años

Volveré
Aunque el mundo está colmado de sufrimiento, también lo está de gente que lo supera.
HELEN KELLER

Al llegar a la puerta de la habitación del hospital. Linda y Roben Samele se prepararon


emocionalmente para lo que seguía. Mantén la calma, no debes trastornarlo más de lo que
está, se dijo Unda al empuñar el pómulo de la puerta.
Esa tarde de cellisca del 23 de diciembre de 1988, su hijo Chris iba en un automóvil junto
con cinco amigos, desde su pueblo de Torrington en Connecticut, hasta el poblado cercano
de Waterbury. De repente, las risas de los adolescentes se convirtieron en gritos de pánico,
cuando el automóvil patinó sobre una capa de hielo y arremetió contra una baranda de
contención. Tres de los chicos, entre los cuales estaba Chris, salieron despedidos por la
ventana trasera. Uno murió de inmediato y el otro quedó gravemente lesionado.
A Chris lo encontraron sentado en el separador central, mirando con ojos desorbitados el
torrente de sangre que manaba de su muslo izquierdo. A doce metros yacía su pierna
izquierda, cercenada a la altura de la rodilla por un cable de acero que formaba parte de la
baranda de contención. Lo llevaron aceleradamente al hospital de Waterbury, para
someterlo a una cirugía de emergencia. Sus padres tuvieron que esperar casi siete horas
para verlo.
A Linda se le llenaron los ojos de lágrimas al ver a su hijo tendido sobre la cama del
hospital. Robert, el padre de Chris, empleado de la oficina de correos, tomó la mano de su
hijo entre la suya. El joven le dijo suavemente a su padre:
"Papá, me quedé sin pierna". El padre asintió con la cabeza y le apretó la mano con más
fuerza. Después de un corto silencio, Chris añadió: "Papá, ¿qué va a pasar con mí carrera de
baloncesto?".
Robert Samele hizo un esfuerzo sobrehumano para controlar sus sentimientos. El
baloncesto era la pasión de Chris desde muy corta edad, y el muchacho iba en ca mino de
convertirse en un ídolo local. Cuando estaba en octavo grado, el año anterior, Chris había
jugado con el equipo de su colegio logrando establecer un sorprendente promedio de 41
puntos. Ahora que iniciaba su bachillerato en el colegio de Torrington, Chris ya
contabilizaba 62 puntos en dos partidos de la Liga de Menores, "Algún día jugaré con el
equipo de Notre Dame frente a miles de aficionados, y ustedes estarán allí de fanáticos",
solía decir Chris a sus padres.
Robert Samele buscaba con desespero las palabras apropiadas, mientras miraba a su hijo
con ternura. Al fin pudo decir: "Mira Chris, afuera hay un grupo grande de gente que quiere
verte, incluyendo a tu director técnico, el señor Martín.
El rostro de Chris se iluminó, y con una voz colmada de convicción dijo a su padre; "Papá,
dile al D. T. que estaré de vuelta la próxima temporada. Yo volveré a jugar baloncesto".
Chris fue sometido a tres operaciones de la pierna en siete días. Desde el principio los
cirujanos vieron que el enredo de tendones, tejidos, arterias y músculos lacera dos hacía
imposible unir a su cuerpo el miembro amputado. Chris requeriría de una prótesis.
Durante su estadía de tres semanas y media en el hospital, Chris recibió un flujo
permanente de visitantes. "No se sientan mal", decía cuando percibía alguna mani festación
de lástima. "Yo saldré adelante". Detrás de su fuerza espiritual se encontraba una voluntad
indomable forjada en la fe religiosa. Muchos de los médicos y enfermeras que lo atendían
estaban perplejos.
"¿Cómo haces para lidiar con todo esto, Chris", le preguntó un psiquiatra cierto día. "¿No
sientes conmiseración alguna por ti mismo?"-
"Desde luego que no", respondió el niño. "No veo que eso ayude en algo”.
¿No sientes ira y rencor?".
"No. Trato de verle el lado positivo a este cuento", le contestó el chico.
Cuando el psiquiatra inquisidor finalmente se fue, Chris le dijo a sus padres: "Ese señor es
quien necesita ayuda".
Chris trabajó con dedicación para recuperar sus fuerzas y su coordinación. Cuando tuvo la
suficiente fuerza se dedicó a encestar una pelota liviana a través de un aro que uno de sus
amigos había colocado sobre la pared, frente a su cama. Su exigente programa de terapia
incluía ejercicios para el torso para facilitar el uso de muletas, como también unas rut inas
para mejorar el equilibrio.
En el transcurso de la segunda semana en el hospital, sus padres le añadieron una terapia
adicional: llevaron a Chris en una silla de ruedas a ver un partido de baloncesto que jugaba
el equipo de Torrington. "No le quiten el ojo de encima", aconsejaron las enfermeras,
preocupadas por las reacciones que pudiera tener.
El chico se mantuvo inusualmente callado al ser conducido en su silla de ruedas hasta el
interior del bullicioso gimnasio. Sin embargo, al pasar frente a las tribunas, sus amigos y
compañeros de equipo empezaron a llamarlo y a saludarlo. Entonces, el vicerrector del
colegio anunció por el sistema de amplificación: "Atención por favor. Un amigo muy
especial se encuentra entre nosotros esta noche. ¡Demos un sa ludo de bienvenida a Chris
Samele!".
Sorprendido, Chris miró a su alrededor y pudo constatar que las novecientas personas
abarrotadas en el gimnasio se habían puesto de pie para aplaudirlo y aclamarlo. Las
lágrimas se le vinieron a los ojos. Jamás olvidaría esa noche-
Justo al mes del accidente, el 18 de enero de 1989, Chris pudo volver a su hogar. Para
mantenerse al día con sus obligaciones académicas contaba con la ayuda de un profesor,
quien venía a su casa todas las lardes. Su vida se desenvolvía entre sus estudios y los
permanentes viajes al hospital para someterse a sesiones adicionales de terapia. El dolor
físico, a veces agudísimo, se volvió parte de su vida diaria. En ciertas ocasiones, cuando se
encontraba viendo televisión con sus padres, se mecía de un lado para el otro reaccionando
silenciosamente ante el dolor que emanaba del muñón.
Una tarde muy fría, Chris salió de su casa apoyándose penosamente sobre sus muletas hasta
llegar cojeando a la parte trasera del viejo garaje, el lugar donde había aprendido a encestar.
Se cercioró de que nadie lo estaba atisbando, dejó caer las muletas, recogió una pelota de
baloncesto y comenzó a saltar sobre una sola pierna procurando encestarla en el aro. En
repetidas ocasiones perdió el equilibrio y se fue de bruces sobre el pavimento. Después de
cada caída se levantó como pudo para ir, a saltos, a recuperar y seguir intentando encestar
la pelota. A los quince minutos estaba exhausto. Esto se va a demorar más de lo que yo
había pensado, se dijo, mientras iniciaba el lento retorno a casa,
Le colocaron su primera prótesis el 25 de marzo, Viernes Santo, Se emocionó tanto con su
nueva pierna mecánica, que le preguntó al director del departamento de prótesis y ortopedia
si esto significaba que podía empezar a Jugar baloncesto de inmediato. Sorprendido por
tanta vehemencia, el Dr. Skewes le contestó: "Tomemos las cosas con calma y un día a la
vez". El galeno sabía que por lo general un paciente se demora un año en poder caminar a
sus anchas con una prótesis, y bastante más en siquiera pensar en hacer deportes.
Chris dedicó largas horas a aprender a caminar con su pierna artificial, en el sótano de su
casa. SÍ encestar la pelota sobre una sola pierna había resultado difícil, ahora con la prótesis
lo era aún más. La mayoría de sus disparos resultaban desviados y con frecuencia
terminaba estrellándose contra e! suelo.
En sus momentos de mayor desasosiego Chris traía a la memoria una conversación
sostenida con su madre. Después de sobrellevar un día particularmente depri mente le
preguntó si ella de veras pensaba que él volvería a jugar baloncesto, "Ahora tendrás que
esforzarte más que nunca en tu deporte favorito, pero creo que lo lograrás", contestó, A
Chris no le cabía duda de que su madre tenía razón, pero requeriría de un trabajo tesonero y
de la decisión inquebrantable de no rendirse.
Chris volvió al colegio a principios de abril y rápidamente se integró a su grupo, salvo en la
cancha de baloncesto. Después del colegio sus amigos practicaban en una cancha ai aire
libre. Durante varias semanas los observó desde la bancada mientras ellos volaban de un
lado a otro. Entonces, una tarde, a principios de mayo, llegó vestido y listo para jugar. Sus
amigos, que no ocultaban su sorpresa, le abrieron paso cuando salió a la cancha.
Desde un principio Chris empezó a disparar desde los costados, emocionándose cada vez
que lograba encestar. Sin embargo, al procurar entrar saltando hacia la canasta o brincar
para hacerse a un rebote, terminaba en el piso. "¡Arriba, Chris, tú puedes lograrlo!", le
gritaban sus amigos. Pero él sabía la verdad: no era capaz de hacerlo, al menos como antes,
En el curso de un partido durante un torneo de verano, saltó con fuerza para recuperar un
rebote y astilló el pie de su prótesis. Salió de la cancha saltando sobre una pierna, pensando:
Tal vez me estoy engañando a mí mismo. Tul vez yo ya no estoy para estos trotes.
Por último llegó a la conclusión de que sólo había una cosa por hacer: esfor zarse todavía
más. De tal forma que se trazó un programa diario de disparos a la canasta, de driblar y de
levantamiento de pesas. Después de cada sesión, con sumo cuidado se quitaba su prótesis y
los cuatro calcetines que colocaba sobre el muñón para acolchonar la misma- Entonces
procedía a ducharse, gimiendo un poco al frotar con jabón el brote de ampollas sobre el
muñón. Con el transcurso del tiempo el dolor empezó a menguar, al percibir destellos de su
antigua destreza. Lo voy a lograr, ¡este año y no el próximo! •
El lunes siguiente a la fiesta de Acción de Gracias, el entrenador Bob Anzellotti reunió a
todos los chicos que aspiraban a formar parte del equipo liguero de baloncesto de
Torrington. Todos estaban nerviosos y a la expectativa. Sus ojos se posaron sobre Chris
Samele.
Durante los dos días de pruebas ningún muchacho se esforzó tanto como Chris. Hizo todo
lo humanamente posible para demostrar que todavía podía Jugar. Incluso dio las diez
vueltas reglamentarias diarias alrededor del gimnasio junto con los demás, a un ritmo más
lento pero completando el circuito en su totalidad,
Al día siguiente de la última práctica, Chris se unió a la estampida para ver la lista de los
elegidos. Hiciste todo lo posible, pensó mientras procuraba ver la lista por encima de los
hombros de los que estaban delante de él. Encontró su nombre. ¡Samele era miembro del
equipo!
A mitad de semana el D. T. Anzellotti convocó a los jugadores de su equipo a una reunión.
"Cada año debo nombrar un capitán del equipo y por tradición lo selec ciono teniendo en
cuenta el buen ejemplo que esa persona les da a los demás. El capitán este año es... Chris
Samele". Los jugadores irrumpieron en aplausos.
La noche del 15 de diciembre, ocho días antes del aniversario del accidente, doscientas
cincuenta personas tomaron asiento en las graderías para presenciar el partido que marcaba
el regreso de Chris a las canchas de baloncesto.
Mientras tanto, en el vestuario, Chris se ponía nerviosamente la camiseta de color rojo
oscuro de su equipo. "Todo saldrá bien, Chris, pero no esperes demasiado de ti mismo en tu
primer partido", le dijo el entrenador. Chris asintió con la cabeza. "Tiene usted razón,
gracias", contestó en voz baja.
Pocos minutos después salió a la cancha junto con sus compañeros, para hacer los
ejercicios de calentamiento. Casi todo el público en las tribunas se puso de pie para
aplaudir. Robert y Linda se enternecieron y procuraron contener las lágrimas al ver a su
hijo vistiendo la casaca deportiva de Torrington una vez más. Dios, por favor no permitas
que pase una vergüenza, imploró Linda en voz baja.
A pesar de todos los esfuerzos que hizo, Chris llegó nervioso a la cancha. Durante el
calentamiento no logró encestar una sola vez. "Tómalo con calma. No te acele res", le dijo
Anzellotti en voz baja,
Al iniciarse el partido, Chris tomó su posición como defensa. Desde el primer saque Chris
mostró un juego desorganizado y torpe. Se mantuvo al tanto, pero todos sus movimientos
resultaron bruscos y sin ritmo. Hizo varios disparos que ni s iquiera tocaron el aro de la
canasta contraria. En circunstancias normales, cuando eso sucede el público grita: "¡Pelota
al aire, pelota al aire'"- En esta ocasión el silencio invadió las tribunas.
Después de ocho minutos de juego, Chris tuvo un prolongado descanso. Dos minutos antes
de terminar el primer tiempo fue llamado nuevamente. Vamos, Chris, se dijo a sí mismo-
¿Para esto fue que te esforzaste tanto? Muéstrales que sabes jugar. Segundos después se
liberó de su marca a ocho metros de la canasta y un compañero le sirvió un pase. La
distancia era mayúscula para cualquiera, y el disparo a la canasta dificilísimo. Sin. pensarlo
un segundo, Chris se plantó firmemente y lanzó un disparo alto y embombado. La pelota
pasó por todo el centro del. aro haciendo vibrar la malla,
Los aficionados saltaron de júbilo, aplaudiendo y vitoreando. "¡Eso es, Chris'", gritó su
padre con la voz entrecortada por la emoción.
Minutos después Chris recobró un rebote entre un bosque de brazos. Saltando, impulsado
por la fuerza comprimida de todos sus músculos, lanzó la pelota contra el tablero y ésta,
con precisión y nitidez, entró de nuevo por el aro. Otra vez el público explotó de la emo-
ción. A estas alturas las lágrimas corrían libremente por el rostro de Linda, mientras veía a
su hijo haciendo una danza de la victoria en la cancha, con el puño alzado en alto. Lo
lograste, Chris, se decía a sí misma una y otra vez.
Para satisfacción del público en las tribunas, Chris no bajó el ritmo. Sólo una vez perdió el
equilibrio y se fue a tierra. Al sonar el timbre final, Torrington se llevaba la victoria y Chris
había acumulado once puntos.
Al llegar a casa esa noche, C hris tenía el rostro iluminado por una sonrisa. "Me fue bien,
¿verdad papá?".
"Te fue de maravilla" le respondió su padre, dándole un fuerte abrazo.
Después de comentar el partido durante un rato, Chris subió a su habitación henchido de
felicidad. Sus padres sabían que para él, en su fuero interno, la noche apenas empezaba.
Al apagar la luz de su mesa de noche, Linda recordó una conversación que había tenido con
su hijo poco después del accidente, mientras lo llevaba a una sesión de terapia. El joven, sin
decir palabra, miraba por la ventana del automóvil; de repente rompió el silencio y dijo:
"Mamá, ya sé por qué me sucedió esto". Sorprendida, Linda respondió: "Dime, por qué,
Chris".
Sin quitar la vista del panorama exterior, Chris le contestó con sencillez: "Dios sabía que yo
podía salir adelante. Me salvó la vida porque sabía que yo podía salir adelante".
Jack Cavanaugh.

[NOTA DEL EDITOR: Samele se convirtió en estrella del equipo de liga de Torríngton en
su penúltimo y último año. También jugó en el equipo de tenis. Sencillo y dobles. Ha
jugado en el equipo de tenis y de baloncesto de Westem New England College, cerca de
Spríngfield, Massachusetts, y ha participado en las ligas de verano en el condado de
Torríngton. Samele aspira a ser entrenador de baloncesto.}

Simplemente yo
Yo sabia que era el mejor, desde muy tempranito
pues la gente decía: "Ya verás, pero espera un poquito".
Pero jamás me dijeron en qué quedaría ese cuento
al enfrentarme a un jugador de mayor talento.

En el patio de atrás, soy el rey de las canchas,


pues encesto canastas, estando a mis anchas.
Pero de repente tengo al frente un jugador
que al parecer no sabe que soy el mejor.

La presión me consume, mientras busco la red.


Mis pases, sin duda, podrían traspasar la pared.
Los saltos se quedan cortos, me falla el dribleo,
el pulso me tiembla, la canasta no veo.

La culpa es de los otros, desperdician mi talento.


La culpa es del entrenador, su plan es un esperpento.
La culpa la tiene ese tipo que dice ser juez.
La culpa no es mía, yo soy el mejor, ¿acaso no ves?

Hasta que al fin comencé a entender


cuando el reflejo de mi rostro en el espejo pude ver
que mis compañeros no eran unos incompetentes
y que mi entrenador planeaba jugadas inteligentes.

Ese rostro del más grande, que yo veía en el espejo,


podía mejorar y dejar de ser del odio el reflejo.
Entonces, sin culpar a los demás, comencé a crecer
y de inmediato en mi juego mejoría pude ver.

Descubrí que tenia magníficos coequiperos


y aprendí a confiar en mis compañeros.
Ahora me aprecio más. no veo espejismos,
no soy el mejor, sino yo mismo.
Tom Krause

Helen Keller y Arme Sullivan

El conocimiento es amor, es luz y es visión.


HELEN KELLER

[NOTA DEL EDITOR: Helen Keller se enfermó a la edad de dos años y como secuela
quedó ciega y sorda. Durante los cinco anos subsiguientes creció en la oscuridad y en
medio de un tremendo vacío. Convivió con la soledad y el miedo y sin esperanza alguna.
Ésta es la historia de su encuentro con la profesora que le cambiaría la vida.}

El día más importante de mi vida que yo recuerde fue cuando mi profesora, Anne
Mansfield Sullivan, llegó a nuestra casa. No puedo más que maravillarme al considerar los
contrastes inconmensurables de las dos vidas que este evento unió, el 3 de marzo de 1887,
tres días antes de mi séptimo cumpleaños.
Ese día memorable me encontraba parada en el zaguán de la casa, muda y a la expectativa.
Pude adivinar vagamente debido a los ires y venires y a las señas de mi madre, que algo
inusual iba a suceder, de modo que me acerqué a la puerta y me paré junto a la escalera. El
sol del atardecer penetró la maraña de azaleas que cubría el zaguán, e iluminó mi rostro.
Distraída, acaricié los capullos y hojas recién brotados de la azalea para dar la bienvenida a
la dulce primavera sureña. No podía imaginarme las maravillas y sorpresas que el futuro
tenía reservadas para mí. Había padecido de ira y amargura durante varias semanas,
después de lo cual había caído en una profunda laxitud.
Me imagino que alguno de ustedes se habrá encontrado en alta mar en medio de una
neblina impenetrable, con el corazón en la mano y a la espera de que algo suceda, sintiendo
que una oscuridad blanquecina palpable lo aprisiona, mientras el gran buque avanza lenta-
mente y a tiernas hacia el puerto utilizando la plomada y la línea de sonda- Yo era como ese
buque cuando inicié mi educación, pero no contaba con compás ni con línea de sondaje, y
tampoco tenia manera de saber a qué distancia se encontraba el puerto. ¡Luz. Denme luz',
era la silenciosa súplica que brotaba desde el fondo de mi alma, y la luz del amor brilló
sobre mí, precisamente a esa hora.
Sentí que alguien se acercaba. Tendí la mano suponiendo que era mi madre. Alguien la
tomó, me alzó y me encontré envuelta en el abrazo tierno de quien venía a revelarme todas
las cosas, pero sobre todo, a amarme.
Al día siguiente de su llegada la profesora me guió a su habitación y me obsequió una
muñeca. No lo supe hasta después, pero se trataba de un regalo de los niños ciegos del
Instituto Perkins y sus vestimentas eran obra de Laura Bridgman. La señorita Sullivan
deletreó la palabra "m- u-ñ-e-c-a" sobre mi mano, después de permitirme jugar un rato con
la muñeca. De inmediato me interesé en este juego con los dedos y procuré imitarlo.
Cuando por fin logré formar correctamente las letras, me desbordé de placer y orgullo
infantil. Corrí escaleras abajo y con las manos en alto, le mostré a mi madre cómo se
deletreaba la palabra muñeca. No sabía que estaba deletreando una palabra o que la palabra
existiera; mis dedos solamente imitaban unos movimientos como lo haría un pequeño
simio. Durante los próximos días aprendí a deletrear un gran número de palabras en esta
forma incomprensible, entre ellas alfiler, sombrero, taza y algunos verbos como camina r,
sentarse y pararse. Al cabo de varias semanas al lado de mi profesora, comprendí que todas
las cosas tenían su propio nombre.
Cierto día, mientras jugaba con mi nueva muñeca, la señorita Sullivan puso sobre mis
piernas mi muñeca grande de trapo, deletreó la palabra "m- u-ñ-e-c-a" sobre mi mano y
procuró hacerme entender que esa palabra era común a ambos objetos. Un rato arnés
habíamos tenido un encontrón con motivo de las palabras "t-a-z-a" y "a- g-u-a". La señorita
Sullivan buscaba grabar en mi mente que cada palabra tenía su propio significado, pero yo
persistía en confundirlas. Desalentada, dejó el tema de lado para retomarlo en la primera
oportunidad propicia. Perdí la paciencia frente a su persistencia y de un manotazo estrellé la
muñeca contra el piso. Experimenté una gran satisfacción al percibir la muñeca hecha
añicos a mis pies. Ninguna manifestación de arrepentimiento o triste za afloró después de mi
ataque de ira. En el oscuro y silencioso mundo donde transcurría mi vida, no existía ningún
sentimiento profundo de ternura. Percibí que mi profesora barría los escombros de la
muñeca hacia la chimenea y un sentimiento de satisfacción me embargó al notar que hacía
desaparecer los restos responsables de mi malestar. Me trajo el sombrero y supe que nos
disponíamos a pasear bajo la cálida luz del sol- Este pensamiento, si una sensación carente
de palabra alguna que la acompañe puede llamarse un pensamiento, me impulsó a brincar y
saltar de placer.
Nos encaminamos hacia la caseta del aljibe, atraídas por el perfume de la mata de azalea en
flor que cubría toda la estructura. Alguien se encontraba sacando agua y mi profesora puso
mi mano bajo el chorro. Mientras el agua fresca se deslizaba sobre una mano, ella
deletreaba la palabra agua sobre la otra, lentamente, y después con mayor premura. Sin
moverme, puse toda mi atención sobre los malabares de sus dedos. De repente empecé a
percibir una conciencia brumosa, como de alguna cosa olvidada, y la emoción de un
pensamiento recordado; de alguna forma el misterio del lenguaje me fue revelado en ese
instante. Comprendí entonces que "a-g- u-a" significaba ese algo maravilloso que corría
sobre mi mano. ¡Esa palabra viviente despertó mi alma, la iluminó, le dio esperanza,
felicidad y la dejó en libertad! Desde luego que todavía quedaban barreras, pero eran
barreras que se desplomarían con el tiempo.
Salí de la caseta del aljibe entusiasmada por aprender. Toda cosa tenía un nombre y cada
nombre daba nacimiento a un nuevo pensamiento. De retorno a casa, cada objeto que
tocaba parecía vibrar con vida propia. Esto se debía a que todo lo veía con una nueva y
extraña percepción que me había llegado. Al traspasar la puerta me acordé de la muñeca
vuelta añicos. Tanteando llegué hasta el hogar de la chimenea, recogí los pedazos e infruc-
tuosamente traté de arreglarla. Los ojos se me llenaron de lágrimas al darme cuenta de lo
que había hecho. Por primera vez en mí vida supe lo que eran la tristeza y el
arrepentimiento.
Ese día aprendí muchísimas palabras. No las recuerdo todas, pero sé que entre ellas
estaban, papá, mamá, profesora, palabras que harían que el mundo floreciera para mí, al
igual que "el báculo de Aarón, completamente florecido". Habría sido difícil encontrar una
niña más feliz que yo, acostada en su camita al final de un día tan memorable, recordando
todos los placeres que había experimentado, y deseando por primera vez el inicio de un
nuevo día.
Helen Keller

[NOTA DEL EDITOR: Helen se graduó cum laude en la universidad de Radcliffe, y dedicó
el resto de su vida a enseñar y brindar esperanza a los ciegos y sordos, como lo había
hecho su profesora. Ella y Anne fueron amigas hasta la muerte de esta última.]
Los sepultureros del colegio Parkview

.La gente siempre tiende a culpar a sus circunstancias por lo que son. Yo no creo en las
circunstancias. La gente que sale adelante en este mundo es aquella que va y busca las
circunstancias que quiere, y si nos las encuentra, las crea.
GEORGE BERNARD SHAW

Las lecciones más importantes que aprendemos en el colegio van mucho más allá de
contestar correctamente un examen. Aquellas lecciones que nos cambian al mostramos de
qué somos capaces son las que debemos tener en cuenta. Es pos ible producir música muy
dulce con malos instrumentos. Es posible mostrar a otros cómo vemos el mundo, utilizando
un lienzo y un pincel. Mediante el trabajo tesonero y mancomunado de un equipo, podemos
derrotar las probabilidades y ganar la partida. Sin embargo, ningún examen de se lección
múltiple o de verdadero/ falso nos enseñará la lección má s importante de todas: nosotros
somos la materia prima de la que se fabrican los ganadores.
Poco después del estreno de Jeremiah Johnson. con la actuación de Robert Redford, nuestra
clase de séptimo grado se encontraba analizando la película. Veíamos cómo este hombre
robusto, oriundo de las montañas y de carácter brusco, también era bondadoso y suave.
Analizamos su amor por la naturaleza y su deseo de formar parte de ella. Fue entonces
cuando nuestro profesor, el señor Robinson, nos hizo una pregunta bastante extraña.
¿Dónde creíamos que estaba enterrado Jeremiah Johnson? Nos horrorizamos al escuchar
que el lugar de reposo final de este gran hombre del monte se encontraba a treinta metros
de la autopista a San Diego, en el sur de California.
Nuestro profesor preguntó: "¿Entonces, ustedes creen que eso está mal?".
"¡Sí!" respondimos al unísono.
"¿Creen que deberíamos hacer algo para corregir este mal?", nos preguntó con una sonrisa
cargada de malicia.
"¡Sí!" respondimos con todo el entusiasmo proveniente de la inocencia juvenil.
El señor Robinson se quedó mirándonos fijamente, y después de algunos segundos de un
silencio cargado de expectativa formuló la pregunta que cambiaría para siempre la manera
como algunos de nosotros enfocábamos la vida.
"Y bien, ¿ustedes creen que podrían subsanar ese mal?".
"¿Cómo...?".
¿De qué hablaba? No éramos más que una partida de chiquillos. ¿Qué íbamos a poder
hacer?
"Hay una manera", dijo. "Está llena de incertidumbre y probablemente de desilusiones,..
pero sí hay una manera". Entonces nos dijo que estaba dispuesto a ayudamos si
prometíamos trabajar con ganas y jurábamos no rendirnos jamás.
Estuvimos de acuerdo, pero no teníamos ni la más remo ta idea de que nos habíamos
embarcado en la aventura más grande de nuestras cortas vidas.
Comenzamos por escribir a todas aquellas personas que pensamos nos podrían ayudar: a los
representantes locales, estatales y federales, a los dueños del cementerio y hasta a Robert
Redford. Al poco tiempo empezamos a recibir respuestas a nuestras múltiples cartas, con
agradecimiento por nuestro interés, pero "no podía hacerse absolutamente nada". Ante tales
respuestas muchos se habrían rendido y, de no haber sido por nuestro compro miso con el
señor Robinson a no rendimos, nosotros también habríamos colgado la toalla. Por el
contrario, seguimos enviando cartas.
Decidimos que era necesario que muchísima más gente conociera nuestro sueño, de manera
que nos pusimos en contacto con los periódicos. Un periodista de Los Ángeles Times
finalmente nos visitó y nos hizo una entrevista. Compartimos con él nuestras metas y le
manifestamos lo descorazonante que era constatar que a nadie parecía importarle. Le
dijimos que esperábamos que nuestra historia despenara el interés del público.
"¿Robert Redford se ha puesto en contacto con ustedes?", preguntó el periodista.
"No" fue nuestra respuesta.
Dos días después éramos noticia en primera página. El artículo explicaba que nuestra clase
deseaba corregir la injusticia que se estaba cometiendo con una leyenda del viejo oeste
americano y que nadie se había dado por enterado, ni siquiera Robert Redford. Junto al
artículo aparecía una ("oto del connotado actor. Ese mismo día, en medio de una clase, el
señor Robinson tuvo que ir a la oficina a recibir una llamada. Volvió iluminado como un
santo. "¿Adivinen con quién estuve hablando?".
La llamada era de Robert Redford, para decirle al señor Robinson que él recibía
diariamente cientos de cartas, y que de manera inexplicable la nuestra se había extravia do,
pero que estaba listo y dispuesto a colaboramos en lograr nuestra meta. De repente nuestro
equipo no sólo estaba aumentando de tamaño, sino también adquiriendo poder e influencia.
A los pocos meses, después de llenar los requisitos y formalidades, e! señor Robinson y
unos pocos estudiantes fueron al cementerio a presenciar la exhumación de los restos
mortales de Jeremiah Johnson. El ataúd de madera estaba prácticamente destruido y sólo
quedaban unos cuantos huesos de lo que otrora había sido el impo nente hombre de las
laderas. Sus restos fueron cuidadosamente recogidos por los funcionarios del cementerio y
colocados en un nuevo sarcófago.
A los pocos días, durante una ceremonia en su honor, los restos mortales de Johnson fueron
enterrados de nuevo en una hacienda en Wyoming, llegando así a reposar en las tierras
vírgenes que tanto había querido Robert Redford ayudó a cargar el féretro.
A partir de esa fecha, nuestra clase recib ió el apodo de "Sepultureros", pero nosotros nos
veíamos más bien como "Buscadores de sueños". Ese año aprendimos a escribir cartas
eficaces, nos dimos cuenta de cómo funciona el gobierno y también averiguamos lo que
hay que padecer para lograr algo tan sencillo como trasladar una tumba. Sin embargo, la
gran lección que aprendimos es que nada se resiste a la persistencia. Un grupo de adoles-
centes comenzando la vida había logrado efectuar el cambio.
Aprendimos que somos la materia prima para fabricar ganadores.
Kif Anderson

El niño que hablaba con los delfines


De lo que obtenemos podemos vivir; sin embargo, de lo que damos hacemos una vida.
ARTHUR ASHE
Comenzó con un profundo rugido que rompió el silencio de la alborada. A los pocos
minutos, en esa mañana de enero de 1994, el área metropolitana de Los Ángeles estaba
sometida a la fuerza destructora del peor terremoto de su historia.
Cuarenta kilómetros al norte de la ciudad, tres delfines eran presa solitaria de su propio
terror, en el parque recreacional de Six Flags. Nadaban desesperadamente dentro de su
estanque mientras las columnas de concreto se desplomaban alrededor y las tejas se
estrellaban contra la superficie del agua.
Ochenta kilómetros al sur, Jeff Siegel, un joven de veintiséis años, caía estrepitosamente de
su cama. Arrastrándose hasta la ventana para presenciar el espectáculo de una ciudad que se
mecía convulsivamente, Jeff pensó en las criaturas que más le importaban en este mundo, y
se dijo a sí mismo: Tengo que estarcen los delfines. Ellos me rescataron a mí, y ahora
necesitan que yo los rescate a ellos.
Para aquellos que conocían a Jeff desde niño, era evidente que no tenía las más mínimas
características para desempeñar el papel de héroe.
Jeff habla nacido hiperactivo, parcialmente sordo y carente de coordinación motora normal.
Como no podía oír tas palabras con claridad, desarrolló un serio impedimento del lenguaje
que hacía casi imposible que los demás lo entendieran. Cuando cursaba el preescolar, este
pequeño niño de cabellos dorados fue tildado de "retardado" por sus compañeros.
Ni siquiera su hogar resultó ser un refugio. Su madre no estaba preparada para sortear sus
problemas. Criada en un ambiente rígido y autoritario, era demasiado es tricta y solía
enfurecerse con este chico diferente. Sólo deseaba que él se acoplara a su medio. El padre
era agente de policía en la comunidad de clase media de Torrance, y tenía empleos
adicionales para lograr mantener a su familia, lo cual lo obligaba a ausentarse con
frecuencia hasta dieciséis horas al día.
El primer día que Jeff asistió al kinder sintió miedo y ansiedad, de modo que saltó la verja y
se fue corriendo a casa- Iracunda, su madre lo llevó de vuelta a rastras y lo obligó a pedir
excusas al profesor. Toda la clase presenció lo sucedido. Desde el momento en que los
demás chicos escucharon las palabras prácticamente ininteligibles que medio pronunció,
Jeff se volvió la presa instantánea de sus compañeros. Para defenderse de un mundo hostil,
Jeff buscaba los rincones solitarios del campo de recreo y se escondía en su habitación
cuando llegaba a casa, para poder soñar con un lugar donde fuera bien recibido.
Un día, cuando tenía nueve años, Jeff fue con sus compañeros de clase al Marineland de
Los Ángeles. Quedó electrizado con la presentación de los delfines, y con el espectáculo
exuberante y lleno de energía que brindaron estos bellos animales. Le pareció que los
delfines le sonreían, cosa que pocas veces sucedía en su vida. El muchacho, transportado y
maravillado por lo que estaba presenciando, sólo deseaba quedarse donde estaba.
Al finalizar el año escolar, los profesores habían calificado a Jeff como emocionalmente
desequilibrado e inhabilitado para el aprendizaje. Sin embargo, los exámenes a que fue
sometido en el Centro Switzer para niños que padecen de inhabilidades lo mostraban como
un chico entre promedio e inteligente, pero bajo la presión de una ansiedad tal que los
resultados de las pruebas de matemáticas lo situaban al nivel de una persona prácticamente
retardada. Jeff abandonó el colegio para vincularse al Centro. Durante los dos años
siguientes pudo superar en parte el síndrome de ansiedad, y sus logros académicos
mejoraron dramáticamente.
Muy a regañadientes, Jeff volvió a su antiguo colegio. Los exámenes a que fue sometido
indicaban que poseía un cociente intelectual de 130, lo cual lo situaba en el nivel de los
dotados. Además, varios años de terapia del lenguaje habían corregido en buena parte su
impedimento. Sin embargo, para sus compañeros de clase Jeff seguía siendo la misma presa
indefensa.
El séptimo se perfilaba como el peor año escolar en la vida de Jeff, hasta el día en que su
padre lo llevó a A Sea World, en San Diego. Apenas le puso el ojo a los delfines
nuevamente sintió esa enorme erupción de felicidad, y se quedó como atornillado al piso
mientras los graciosos animales se deslizaban frente a él.
Jeff se dedicó a trabajar para ahorrar el dinero que le permitiera comprar una entrada anual
al Marineland, que quedaba más cerca de su casa. La primera vez que fue solo al acuario se
sentó sobre el muro que bordeaba el estanque de los delfines. Al poco tiempo, y para gran
sorpresa del muchacho, los delfines se le arrimaron, acostumbrados como estaban a recibir
comida de manos de los visitantes. La primera en acercarse me la hembra dominante del
estanque, Grid Eye. El bello animal de seiscientas cincuenta libras nadó hasta el lugar
donde Jeff estaba sentado y se posó inmóvil bajo el agua, a sus pies. ¿Me dejará tocarla?, se
preguntó metiendo la mano en el agua. Al acariciar el suave lomo del animal, éste se acercó
aún más. El niño sintió que tocaba el cielo con las manos.
Los extravertidos animales muy pronto se convirtieron en los amigos que Jeff jamás había
tenido, y como el estanque de los delfines quedaba a un extremo del parque, el chico podía
disfrutar a menudo de estas criaturas juguetonas, a solas y a sus anchas.
Un buen día una joven hembra llamada Sharky nado casi hasta la superficie, e inmóvil,
permitió que Jeff le agarrara la cola. ¿Ahora qué?, pensó el muchacho. De repente, Sharky
se zambulló unos quince centímetros arrastrando el brazo de Jeff bajo el agua y hasta el
codo. El chico, riendo, tiró de la cola sin soltarla. La hembrita juguetona volvió a clavar, y
así empezó un juego de tira y afloja entre el chico y el animal.
Cuando Sharky salió a la superficie para respirar, ambos se miraron cara a cara por un
momento, el uno con una sonrisa dibujada en et rostro y el mamífero con su graciosa jeta
abierta- Poco después el delfín recorrió el estanque y volvió a colocar la cola en la mano
del chico, para iniciar nuevamente el juego.
El chico y los delfines inventaron un juego de "a que te agarro ratón", que consis tía en
recorrer el estanque a toda carrera para tocar un lugar preestablecido o hacer contac to con
la palma de la mano sobre las aletas de los mamíferos. Para Jeff estos juegos se
convirtieron en la interacción mágica que sólo él tenía con los delfines.
Aún en la alta temporada de verano, cuando grupos de quinientas y más personas se
congregaban alrededor del estanque, estas gregarias criaturas reconocían a su amigo y
acudían nadando junto a él cada vez que meneaba la mano en el agua. Al obtener la
aceptación de los delfines, Jeff adquirió más confianza en si mismo y comenzó, poco a
poco, a salir de su oscuro cascarón. Se inscribió en un curso sobre vida marina y comenzó a
devorar libros sobre biología marina. En muy poco tiempo se convirtió en una enciclopedia
andante sobre la vida y milagros de los delfines, y para et asombro de su familia hizo de
tripas corazón y a pesar de su impedimento lingüístico se candidatizó para el cargo de guía
del parque marino.
En 1983 Jeff escribió un artículo para el boletín informativo de la Sociedad Norteamericana
para el Estudio de los Cetáceos, donde describía sus experiencias con los delfines de
Marineland. No estaba preparado para lo que aconteció con motivo de esa publicación. Las
directivas de Marineland, lesionadas en su orgullo propio porque la multip licidad de las
actividades Indicas de Jeff con los delfines se había llevado a cabo a sus espaldas, le
revocaron su pase- Jeff volvió a casa aturdido e incrédulo.
Sus padres, por el contrario, recibieron la noticia con beneplácito. Pensaban que el extra ño
y desadaptado hijo que tenían estaba perdiendo el tiempo con los delfines, y sólo cambiaron
de parecer cuando Bonnie Siegel recibió una inesperada llamada de larga distancia, en junio
de 1984. Esa noche le preguntó a su hijo: "¿Entraste a participar en algún concurso?".
Con timidez, Jeff le confesó que había escrito una composic ión con la cual buscaba obtener
la muy codiciada beca de más de 2 000 dólares ofrecida por la organización Earthwatch. El
ganador sería invitado a pasar un mes en Hawai junto a expertos en delfines. Al terminar su
cuento, Jeff se preparó para recibir un regalo, pero su madre se limitó a decirle suavemente:
"¡Pues ganaste!", Jeff estaba extático. Pero mejor aún, por primera vez sus padres se daban
cuenta de que tal vez algún día su hijo lograría el sueño de compartir su amor por los
delfines.
Durante su estadía en Hawai Jeff se dedicó a enseñarles una serie de instrucciones a unos
delfines, para medir su memoria. En el otoño cumplió con otro requisito de la beca a l
dictarles a sus compañeros de clase una conferencia sobre los mamíferos marinos. Su
presentación fue tan entusiasta que por fin logró, si bien a contrapelo, que sus compa ñeros
le mostraran respeto.
Después de graduarse Jeff luchó por encontrar trabajo en el campo de la investigación
marina, complementando sus escasas entradas con empleos adicionales de sueldo mínimo.
Durante esta época también obtuvo su título en biología.
En febrero de 1992 se apareció en la oficina de Suzanne Fortier, la directora de
entrenamiento de animales marinos del parque de Six Flags, Aunque tenía dos empleos, se
ofreció como voluntario para trabajar con los delfines de l parque en sus días libres. Portier
le dio la oportunidad y de inmediato quedó fascinada. Después de diez años de entrenar a
más de doscientos voluntarios, jamás había conocido a alguien que tuviera !a habilidad
intuitiva de Jeff para manejar a los delfines.
En una ocasión su equipo tenía que trasladar a un delfín enfermo de más de seiscientas
libras, llamado Trueno, a otro parque. El mamífero debía viajar en un tanque de tres metros
por uno. Al iniciarse el viaje Jeff insistió en viajar junto al tanque de l delfín para procurar
calmar al nervioso animal. Trascurrido un tiempo, Portier llamó desde la cabina del camión
para preguntar por el mamífero y Jeff le contestó: "Desde que lo tomé entre mis brazos está
muy bien". Portier se dio cuenta de que Jeff se había metido dentro del tanque con el delfín.
Durante el recorrido de cuatro horas Jeff flotó junto a Trueno, abrazándolo.
La afinidad de Jeff con los delfines continuó siendo una fuente de sorpresa para sus
colegas. Katie, la hembra de ocho años y trescientas cincuenta libras se convirtió en su
favorita en e! parque de Magic Mountain- Esta criatura lo saludaba en forma exuberante y
nadaba junto a él durante horas enteras.
Una vez más, como lo había hecho en Marineland, Jeff pudo compartir tiempo con los
delfines y recibir afecto a cambio.
En su esfuerzo por llegar a Magic Mountain el día del terremoto, Jeff se encontró con
autopistas que se desplomaban y carreteras desbaratadas que lo obligaban a recoger sus
pasos. Nada me detendrá, se juró a sí mismo.
Cuando Jeff finalmente llegó a Magic Mountain, encontró que el estanque de tres metros
con sesenta de profundidad estaba medio vacío y se seguía desocupando por una rajadura
que tenía en un costado. Los tres delfines que se hallaban dentro, Wally Tery y Katie, esta-
ban al borde de la locura. Jeff se descolgó hasta un saliente dentro del estanque, y procuró
tranquilizarlos.
Para distraerlos de las sucesivas sacudidas que se iban dando intentó jugar con ellos, pero
no dio resultado. Más aún, tuvo que reducirles las raciones de alimentos; el sistema de
filtración del estanque no estaba operando, de modo que el peligro de una contaminación
adicional del agua aumentaría si los excrementos se acumulaban.
Jeff pasó la noche con los delfines soportando una drástica ca ída de la temperatura, y se
quedó junto a ellos todo el día siguiente, y el subsiguiente y el siguiente.
Al cuarto día quedó despejada la vía y los empleados del parque lograron conseguir un
camión para trasladar a los tres delfines a otro parque. Pero este traslado hacía necesario
sacarlos del estanque y meterlos en tanques móviles. El traslado de un delfín en
circunstancias normales es un proceso rutinario que implica guiar al mamífero por un túnel
para colocarlo en un cabestrillo de lona. Sin embargo, en esta ocasión no había suficiente
agua en el túnel para permitir el paso de los animales. Así las cosas, era necesario atraparlos
en agua abierta dentro del estanque para colocarles los cabestrillos.
Etienne Francoís y Jeff se ofrecieron como voluntarios para intentar esa labor. A pesar de la
confianza que Jeff les tenía a los delfines, sabía a ciencia cierta que la probabi lidad de
resultar lesionado o mordido por uno de los mamíferos al tratar de capturarlos, era del
ciento por ciento.
Extrajeron a Wally del estanque sin mucho problema, pero Tery y Katie empezaron a
comportarse erráticamente. Cada vez que Etienne y Jeff lograban acercarse a Katie, el
poderoso delfín los ahuyentaba con su fuerte trompa-Durante cerca de cuarenta minutos
ambos hombres lucharon contra un delfín que lo s aporreaba y azotaba con su vibrante cola.
Cuando ya la estaban guiando dentro del cabestrillo, Katie clavó sus filudos dientes en la
mano de Jeff. Haciendo caso omiso de la lesión, Jeff ayudó a capturar a Tery y a colocarla
dentro de su tanque móvil.
Katie llegó a su nuevo estanque en el parque de Knott’s Berry Farm, cansada pero
tranquila. Tiempo después, Portier les contó a sus amigos que el liderazgo y el valor de Jeff
habían sido indispensables para lograr el traslado exitoso de los delfines-
Hoy Jeff es empleado de la empresa Marine Animal Productions en Misisipi, como
entrenador de delfines de tiempo completo y organizador de programas marinos para
colegios-Unos días antes de partir hacia Misisipi, Jeff hizo una demostración para sesenta
niños del Centro Switzer. en uno de los acuarios donde había enseñado. Observó que un
niño llamado Larry se alejaba del grupo para jugar solo y dándose cuenta de que el chico
era un paria como él lo había sido, lo llamó y le pidió que se parara junto a él. En seguida
metió la mano en un acuario y extrajo un tiburón de noventa centímetros de largo y de
aspecto formidable, pero en realidad inofensivo. Ante la mirada atónita de los demás
chicos, Jeff le permitió a Larry pasear orgullosa- mente el tiburón empapado alrededor de la
habitación. Después de esta sesión Jeff recibió una carta que decía:
"Gracias por la magnífica labor que realizó con nuestros chicos. Volvieron radiantes
después de semejante experiencia con usted. Varios de ellos me contaron que Larry tuvo la
oportunidad de tener un tiburón en las manos. ¡Me atrevo a decir que jamás había tenido un
momento tan feliz y colmado de orgullo en toda su vida! Para él fue aún más significativo
por cuanto usted es un ex alumno de este Centro. Usted es el modelo que les infunde la
esperanza de que ellos también pueden triunfar en la vida". La carta venía firmada por Janet
Switzer, la fundadora del Centro.
Esa tarde Jeff tuvo un momento todavía más gratificante. Mientras hablaba pudo observar
que su padre y su madre no le quitaban los ojos de encima. Por su semblante Jeff pudo
colegir que sus padres por fin estaban orgullosos de él.
Jeff siempre ha devengado un sueldo modesto. Sin embargo, se considera un hombre rico y
excepcionalmente afortunado, "Estoy completamente realizado", dice. "Los delfines me
cambiaron la vida cuando era niño. Me dieron su cariño incondicional. Cuando pienso
cuánto les debo a los delfines...". Su voz se apaga por un momento y después sonríe: "Me
dieron la vida. Todo se lo debo a ellos".
Paula Mc Donald

Siguiéndole la pista a mi sueño

Entrenamos durante toda la temporada para este encuentro atlético regional. El tobillo
lesionado todavía no estaba bien del todo. De hecho, yo le había dado muchas vueltas a la
decisión de participar o no en este encuentro. Pero allí estaba, esperando el inicio de los 3
200 metros planos.
"En sus marcas... listos...". Detonó el tiro y salimos despedidas. Las otras chicas se me
adelantaron. Comencé a cojear y me invadió un sentimiento de humillación a medida que
me rezagaba.
La chica que ocupó el primer lugar me llevaba dos vueltas de ventaja cuando cruzó la meta
victoriosa. "¡Viva!", gritó el público. Era el aplauso más cerrado que jamás había
escuchado en un encuentro atlético.
Tal vez deba retirarme, pensé mientras seguía cojeando. Esa gente no quiere esperar a que
yo termine la carrera.
Sin embargo, seguí hasta terminarla- Durante las dos últimas vueltas estaba muy adolorida
y decidí que no correría la próxima temporada. No valdría la pena, aunque mi tobillo
sanara. Jamás le podría ganar a la chica que me había tomado dos vueltas de ventaja.
Cuando terminé el recorrido escuché un gran vitoreo, igual de entusiasta al que había
escuchado cuando la ganadora cruzó la meta. ¿Qué está sucediendo?, me pre gunté a mí
misma. Di media vuelta y constaté que efectivamente los chicos se preparaban para iniciar
su carrera. Eso es. Están aplaudiendo a los muchachos.
Fui directamente a los camerinos donde me topé con una chica: "Te felicito. Eres muy
valiente'", me dijo.
¿Valiente? Esta niña me está confundiendo con otra perso na. Yo acabo de llegar de última
en una carrera, pensé.
"Si hubiera estado en tu lugar no habría podido correr esos últimos tres kilómetros. Habría
tirado la toalla después de ¡a primera vuelta. ¿Qué tienes en el pie? Te estábamos
aplaudiendo, ¿Nos escuchaste?".
No lo podía creer. Una completa extraña me había aplaudido, no porque quena que yo
ganara sino porque deseaba que continuara en la carrera y no me diera por vencida. De
repente recuperé la esperanza. Decidí seguir compitiendo en atletismo el año siguiente. Una
niña acababa de salvar mi sueño.
Ese día aprendí dos cosas:
Primera, que brindarles un poco de confianza y bondad a los demás puede cambiarles la
vida.
Segunda, que el valor y la fuerza no siempre se miden por el número de medallas y
victorias. Se miden por los escollos que superamos. Las personas más fuertes no s iempre
son las que ganan, sino aquellas que no se rinden cuando pierden.
Yo solo sueño que algún día, tal vez durante mi último año de co legio, pueda recibir una
acogida igual a la que me brindaron cuando perdí la carrera en la temporada de mi
penúltimo año.
Ashley Hodgeson

De inválido a marquista mundial

Hace varios años el trabajo diario de dos hermanos, a lumnos de un colegio en Elkhart,
Kansas, consistía en encender la barrigona estufa que calentaba el salón de clases.
Cierta fría mañana, ambos muchachos limpiaron la estufa y la llenaron de leña. Uno de
ellos empapó la leña con petróleo y le prendió fuego. Una explosión sacudió el edificio. El
incendio acabó con la vida del hermano mayor y le causó serias quemaduras en las piernas
al otro chico. Después del incidente se pudo establecer que, por equivocación, el recipiente
del petróleo contenía gasolina.
El médico que atendió al chico sobreviviente aconsejó la amputación de ambas piernas. Los
padres estaban entregados a la pena. Ya habían perdido un hijo y ahora les anunciaban que
el otro perdería ambas piernas. Pero su fe se mantenía intacta. Pidieron al médico que
aplazara la cirugía de amputación. El médico accedió. Se dedicaron a rezar pidiéndole a
Dios que las piernas de su hijo sanaran de una u otra forma, y todos los días solicitaban un
nuevo aplazamiento de la cirugía- Este tira y afloja entre padres y cirujano duró cerca de
dos meses. Los padres aprovecharon este tiempo para inculcar a su hijo el convencimiento
de que algún día volvería a caminar.
La dramática cirugía nunca se llevó a cabo, pero cuando finalmente le quitaron los vendajes
se descubrió que el chico tenía una pierna ocho centímetros más corta que la otra. Casi
todos los dedos del pie izquierdo habían quedado casi todos convertidos en muñones. Sin
embargo, el chico tenía una determinación casi inquebrantable. Aunque sentía un dolor
intensísimo, se obligó a ejercitar diariamente hasta que por fin pudo dar unos dolorosos
primeros pasos. Comenzó un lento proceso de recuperación hasta que el chico logró
deshacerse de las muletas y empezó a caminar casi normalmente. Poco después co menzó a
correr.
Y este chico decidido no dejó de correr hasta que esas dos piernas, que por poco le
amputan, lo llevaron a establecer una marca mundial en la prueba de la milla. ¿Su nombre?
Glenn Cunningham, también conocido como d hombre más rápido del mundo, quien fue
designado el atleta del siglo en el Madison Square Carden.
Tomado de: The Speaker's Sourcebook
Si

Si puedes pensar con entera claridad


Cuando los demás desvarían y te achacan toda responsabilidad;
Si puedes mantenerte firme frente a las dudas de la humanidad,
Y entender esas dudas con una buena dosis de humildad;
Sí puedes esperar y seguir esperando sin desfallecer,
O que te calumnien sin entregarte a tal perversidad;
O que te odien, sin el odio entretener,
Y no aparecer como santurrón o hablar con demasiada propiedad;
Si puedes soñar sin que tus sueños se conviertan en un lastre;
Si puedes meditar y no convertir en meta el pensamiento,
Si puedes enfrentarte al triunfo y al desastre.
Y a dar a esos dos impostores el mismo tratamiento;
Si puedes soportar escuchar tu verdad tergiversada
En boca de malandrines para a incautos engañar,

O ver tu labor de toda una vida destrozada,


Y encorvado, con romos instrumentos tu obra reiniciar;
Si puedes toda tu riqueza amontonar
Y a una sola carta arriesgarte a jugar,
Y perder, y sin titubeos volver comenzar,
Y acerca de tu pérdida ni una palabra musitar;
Si el corazón, la fuerza y el intelecto puedes derrochar
Para servir mucho después de la postrer despedida,
Y resistir cuando crees que ya no puedes aguantar
Salvo la Voluntad que les dice: "¡Ganen la partida!".

Si puedes conservar tu virtud con la muchedumbre al conversar,


O caminar con reyes y tu mansedumbre preservar,
Si ni enemigos o amantísimos amigos te pueden lastimar,
Si se puede confiar en ti, pero sin demasiado exagerar;
Sí puedes llenar el imperdonable minuto
Con sesenta segundos de bondad sin nombre,
Tuyo es el Mundo y de su tierra el fruto
Y —es más— hijo, ¡serás un hombre!
Rudyard Kipling,

Día descabellado
Por cualquier cosa que hagas, quiérete a ti mismo por hacerla. Cualquiera sea tu
sentimiento, quiérete mientras lo sientes.
THADEUS GOLAS
. Si estás por cumplir dieciséis años, de seguro te sitúas frente al espejo y escudriñas cada
milímetro de tu rostro. Sufres porque tu nariz es demasiado grande y porque te está saliendo
otro barro, y para rematar te sientes como una idiota, tu cabello no es rubio y el chico de tu
clase de inglés no se ha dado cuenta de que existes.
Alison nunca tuvo esos problemas. Hace dos años era una chica inteligente, bella y popular,
que cursaba su penúltimo año de bachillerato y además pertenecía al equipo titular de
lacrosse y se desempeñaba como guardavidas de mar abierto. Como era esbelta y la
naturaleza la había dotado con un cuerpo escultural, pelo rubio y una límpida mirada azul
marino, más parecía una modelo de trajes de baño que una estudiante de bachillerato. Pero
en el transcurso de ese verano algo sucedió.
Después de un día de labores como guardavidas Alison no veía la hora de llegar a casa para
lavarse el cabello y sacar el agua salada y los nudos del mismo. Sacudió su abundante
melena dorada por el sol hacia delante. "¡Ali!, ¿qué te pasó?", exclamó su madre al
descubrir un parche de piel despoblado en el cuero cabelludo de su hija. "¿Te afeitaste la
cabeza o alguien te lo hizo mientras dormías?"-
Resolvieron rápidamente el misterio: tenía que haberse producido a causa de un elástico
demasiado apretado en la base de su cola de caballo. Pronto olvidaron el incidente.
Tres meses después los parches comenzaron a apare cer, uno después del otro. Al poco
tiempo el cuero cabelludo de Alison se encontraba cubierto de parches del tamaño de una
moneda de veinticinco centavos. Después de diagnosticarle que "sólo era un síntoma de
fatiga" y de untarse unos ungüentos, un especialista comenzó a aplicarle cincuenta
inyecciones de cortisona por cada parche, cada dos semanas. A Alison le permitie ron
utilizar una gorra de béisbol, lo que normalmente constituía una violación del estricto
código de vestir del colegio, para que pudiese disimular su maltratado y sangriento cuero
cabelludo, a causa de las inyecciones. Hebras de cabello aparecían entre las costras que se
formaban sobre las heridas, sólo para caerse a las pocas semanas. Se estableció que Alison
sufría de una condición de pérdida de cabello llamada alopecia, y no existía forma de
detenerla.
Su espíritu alegre y el apoyo incondicional de sus amigos le mantuvieron el ánimo, pero
sufrió altibajos. Como cuando su hermana menor entró a la habitación con el pelo envuelto
en una toalla para que la peinaran. Su madre le quitó la toalla, y Alison pudo ver que una
cascada de frondoso cabello se desparramaba hasta llegar a los hombros de su hermana.
Empuñando las hebras de su cabello ralo entre dos dedos, Alison se deshizo en lágrimas.
Era la primera vez que lloraba, desde que esta pesadilla se iniciara.
Con el paso del tiempo Alison reemplazó la gorra por una pañoleta, pues ya le era
imposible disimular la calvicie de su cuero cabelludo. Como sólo le quedaban unas cuantas
hebras del pelo de antaño, consideró que había llegado la hora de comprar una peluca. En
vez de comprar una peluca rubia para pretender que nada había cambiado o sucedido,
Alison se decidió por una de color castaño. ¿Y por qué no? ¡La gente se teñía el pelo a cada
rato! La confianza de Alison resurgió con su nueva imagen. Llegó hasta a reírse de sí
misma y a compartir su hilaridad con los demás, cuando el viento se llevó la peluca un día
que viajaba en el automóvil de una amiga, con la ventana abierta.
Pero al aproximarse el verano, Alison empezó a preocuparse. No sabía cómo se
desempeñaría en su oficio de guardavidas pues era imposible utilizar una peluca en el mar.
"¿Acaso con la caída del pelo se te olvidó cómo nadar?", le preguntó su padre. Su
comentario no pasó desapercibido.
Después de utilizar una incómoda gorra de baño por un día, Alison decidió exponer al
mundo su calvicie. A pesar de las miradas indiscretas y de los descorteses comentarios
ocasionales de algunos veraneantes: "¿Por qué será que tienen que afeitarse la cabeza para
hacerse las interesantes?", Alison en seguida se sintió a gusto con su nueva imagen.
En el otoño volvió al colegio completamente calva, sin pestañas ni cejas, tras haber
escondido su peluca en el lugar más recóndito de su ropero- Prosiguió con su plan
largamente madurado, para hacerse elegir como presidente estudiantil haciéndole sólo una
pequeña modificación a su estrategia de campaña. Se ideó una presentación con
diapositivas de hombres célebres que se distinguían por su calvicie, desde Gandhi hasta
Teli Savalas, lo cual desató la histeria colectiva en el auditorio.
Cuando fue elegida, durante su primera intervención pública Alison supo responder con
toda la naturalidad del caso a las preguntas sobre su predicamento. Llevaba puesta una
camiseta con un letrero impreso sobre el pecho que decía: "Día funesto para el cabello".
Llamó la atención de los asistentes al mensaje y dijo:
"Cuando no se vean bien al levantarse por la mañana, podrían pensar en ponerse esta
camiseta". Acto seguido se colocó otra camiseta encima de la primera, y prosiguió:
"Cuando yo me levanto, me pongo ésta". El letrero decía: "Día descabellado". El auditorio
irrumpió en aplausos.
Y Alison, la chica inteligente, bella y popular, además de ser portero titular de su equipo de
lacrosse, guardavidas, y ahora presidente estudiantil dotada de una límpida mirada color
azul marino, sonrió desde el podio.
Jennifer Rosenfeld y Alison Lambert.

¡Lo logré!

La labor que tenemos por delante nunca es tan grande como el poder que nos impulsa.
ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Mayo de 1989

Nuestro grado de bachillerato se realizaría en menos de un mes, y más que nunca me había
propuesto cruzar el escenario ceremonial en mi silla de ruedas manual. De hecho, había
nacido con una enfermedad llamada parálisis cerebral que me impedía caminar. Buscando
estar en forma para el día del grado, me dediqué a utilizar diariamente la silla de ruedas en
el colegio.
Me fue difícil recorrer los predios del colegio impulsando la silla de ruedas con las manos y
con cuatro o cinco libros escolares a cuestas, pero lo logré. Durante los primeros dos días
de mis periplos en silla de ruedas, todo el mundo se ofreció para empujarme de una clase a
otra. Pero después de escuchar unas cuantas veces mi frase a la vez jocosa y lapidaria: "Yo
no necesito de tu ayuda ni quiero que me tengas lástima", el mensaje fue claramente
recibido y pude dedicarme a recorrer el colegio resoplando y resollando por mi propio
esfuerzo. Siempre obtuve una gran satisfacción personal al utilizar la silla de ruedas
manual, pero las recompensas personales que logré al comenzar a recorrer el colegio de
esta forma, sobrepasaron todas mis expectativas. Comencé a tener una percep ción distinta
de mí mismo y lo propio sucedió con mis compañeros. Ellos se hicieron partícipes de mi
perseverancia y determinación, granjeándome su respeto. Yo, a mi vez, no podía estar más
satisfecho con los resultados, al ver la liberación física y emocional que engalanó mi vida.
La silla de ruedas eléctrica me proporcionó una gran libertad mientras crecía. Me permitió
desplazarme en formas que no podía lograr bajo mi propio impulso. Sin embargo, a medida
que maduraba, me percaté de que la silla eléctrica que en una época me brindaba tanta
libertad, ahora se estaba convirtiendo rápidamente en un instrumento de confinamiento.
Sentí que era un ser libre cuya libertad estaba siendo coartada por la dependencia que tenía
con la silla de ruedas eléctrica. Me frustraba el mero pensamiento de tener que depender de
algo para el resto de mi vida.
Graduarme utilizando la silla de ruedas manual se constituyó en un hito simbólico de mi
vida. Quería entrar en el futuro como un joven independiente, y no iba a permitirme el lujo
de ser llevado a través del escenario por una silla de ruedas eléctrica. Decidí tomarme todo
el tiempo que fuera necesario, pero lo haría yo mismo.

Junio 14 de 1989

Día del grado. Esa noche todos los graduandos marcharon alrededor del pabellón
engalanados con gorras y togas, para tomar sus asientos sobre e! escenario. Yo me senté
orgullosamente en la primera fila, en mi silla de ruedas manual.
Cuando el maestro de ceremonias anunció mi nombre, caí en cuenta de que todo aquello
por lo que yo había luchado ahora era una realidad. La vida independiente que tanto había
anhelado ahora estaba al alcance de mi mano.
Me impulsé muy lentamente hacia el frente del escenario. Levanté la vista de mi
concentración para impulsar la silla y me percaté de que la concurrencia estaba de pie,
brindándome una ovación. Recibí el diploma con orgullo, me puse de cara a mis
compañeros y levantando el diploma en alto, grité con todas mis fuerzas: "¡Lo logré, lo
logré!".
Mark E. Smith

Estoy creciendo

Me marcho el enemigo a degollar


por valles y colinas, batallas a ganar,
Me voy, madre, ¿me puedes escuchar?
Deséame suerte, ahora que tomo el camino.
Quiero volar y mis alas desplegar,
Recoger victorias para en alto enarbolar.
Me voy madre, no vayas a llorar.
Déjame salir en busca del destino.

Deseo ver, tocar y escuchar,


temores y peligros afrontar.
A carcajada limpia procuro las lágrimas desterrar,
y hasta mi pensamiento más prístino expresar.

Me voy en busca del mundo y a lograr mí empeño,


a abrir la trocha, a realizar mi sueño.
Recuerda que aunque de mí navío soy el dueño
Te amaré durante cada paso del camino.
Brooke Mueller

Nueva vida

Apreciada graduada,
Bueno, ¡llegamos a la meta! Ya terminaron las fiestas de grado y estás lista para inic iar el
viaje de la vida. No me cabe duda de que tienes sentimientos encontrados- El contrasentido
de los grandes acontecimientos de la vida consiste en que rara vez abarca un solo
sentimiento. Pero eso está bien. Permite que las b uenas ocasiones sean más valiosas y que
las menos buenas sean tolerables.
He dedicado mucho tiempo a decidir qué perlas de sabiduría te debo impartir. Decidir qué
cosas te debo decir y cuáles debo dejar para que tú las descubras, es una de las disyuntivas
más complejas que todo padre debe afrontar- Decidí finalmente ilustrarte un poco sobre los
asuntos básicos de la vida. Muchos de nosotros transitamos por sus vericuetos sin darles la
más mínima importancia. Es una lástima, porque al buscar respuestas para algunos de estos
interrogantes hacemos unos hallazgos maravillosos. También es cierto que puede ser una
experiencia un poco frustrante, pues cada vez que crees haber encontrado la respuesta
resulta que se nos hace necesario formular otra pregunta. (Lo anterior explica por qué
todavía no tengo respuesta alguna, ¡a pesar de ser un vejestorio!) De todas maneras, espero
que al compartir contigo un pedacito de mí misma y de mi alma puedas, de alguna forma,
salir adelante cuando debas contestarte esas preguntas.
¿Quién? Me demoré un buen tiempo en darme cuenta de que ésta es probab lemente la
pregunta más importante de todas- Tómate el tiempo para descubrir quién eres y para ser
como realmente eres. Procura ser respetuosa, honesta y feliz. Cuando estés en paz contigo
misma todo lo demás estará en equilibrio. Procura no envolver tu identidad en el empaque
de tus posesiones. Permítete crecer y cambiar. Y siempre recuerda que no estás sola en este
mundo y que tienes a tu familia, a tus amigos a tu ángel de la guarda y a Dios (¡no
necesariamente en ese orden!).
¿Qué? Ésta es una pregunta resbalosa, y a decir verdad al principio me dio mucha lidia. Yo
pensé que la pregunta era: "¿Qué haré hoy?". Sin embargo, la cosa se puso interesante
cuando formulé la pregunta de otra forma:
"¿Qué me apasiona?". Descubre qué es lo que hace combustión en tus entrañas y te
mantiene andando, y alimenta ese fuego interno. Conviértelo en hoguera o. deja que quede
en las brasas. Haz lo que quieras con él, pero jamás lo pierdas de vista. Hazlo porque eso es
lo que amas hacer. La felicidad que te trae, te ayudará a sobrellevar las circunstancias
aburridoras de la vida.
¿Cuándo? Ésta es la solapada. No la ignores. Te mantendrá en equilibrio. Algunas cosas es
mejor hacerlas de inmediato. Por lo general, dejar lo que puedes hacer hoy
para mañana trae más trabajo; pero recuerda que hay una época para todo, y es mejor dejar
algunas cosas para otro día. Por difícil que pueda parecer, acuérdate de tomarte el tiempo
para descansar y gozar con el milagro de cada amanecer. Con un poco de práctica te
deleitarás en hacer algunas cosas de inmediato, y descubrirás el placer único de esperar y
planear la realización de otras tantas.
¿Cuándo? Sorprendentemente, ésta es la más fácil. Siempre tendrás la respuesta a la mano
si mantienes tu hogar en el corazón y le pones el cora zón a lo que decidas llamar tu hogar-
Participa activamente en tu comunidad y encontrarás el encanto especial que te encariña
con el lugar. Recuerda que el más simple acto de misericord ia puede hacer una enorme
diferencia, y que tú sí puedes cambiar el mundo.
¿Por qué? Nunca dejes de hacerte esta pregunta- Te mantendrá en creciente evolución.
Déjala actuar. Deja que te cambie cuando te vue lvas demasiado complaciente. Deja que te
grite cuando estés tomando decisiones. Deja que te susurre al oído cuando pierdas de vis ta
quién eres y dónde deseas estar. Pero también tienes que tener „ cuidado con su alcance. A
veces no obtienes la respuesta sino al cabo de los años, y a veces no la obtienes nunca.
Aceptar esta realidad te mantendrá cuerda y te permitirá seguir adelante con tu vida.
¿Cómo? Lo siento, ¡pero con ésta no puedo darte consejo alguno! A ésta le darás respuesta
de una forma muy personal. Pero comoquiera que has llegado tan lejos en estos últimos
años, estoy segura de que te irá muy bien. No te olvides de creer en ti misma como también
en los milagros. Recuerda que los descubrimientos más significativos se lograron después
de sortear tropiezos con ciertas preguntas. Y por último, jamás olvides que te quiero.
Felicitaciones por la nueva vida que estás a punto de iniciar.
Con todo mi amor,
Mamá.
Paula (Bachleda) Koskey

¿Quién es Jack Canfield?

Jack Canfield es uno de los más destacados expertos de los Estados Unidos en el desarrollo
del potencial humano la eficiencia personal. Es un expositor dinámico y e ntretenido, así
como un capacitador altamente solicitado, con una maravillosa habilidad para informar e
inspirar al público y llevarlo a niveles superiores de autoestima y máximo rendimiento.
Es autor y narrador de varios programas en casetes y vídeos de gran venta, entre ellos, Self-
Esteem and Peak Performance, How to Build High Self- Esteem, Self- Esteem in te
Classroom y Chicken Soup for the Soul —Live. Se presenta con regularidad en programas
de televisión tales como Good Morning América, 20/20 y NBC Nightly News. Ha sido
coautor de varios libros, incluyendo los de la serie C hicken Soup for the Soul, traducida al
español con el nombre Chocolate caliente para el alma.
Jack Canfield suele hablar en asociaciones profesionales distritos escolares, entidades
gubernamentales, iglesias, hospitales, organizaciones de ventas y corporaciones. Entre sus
clientes figuran American Dental .Assocíation, American Management Association, AT
&T, Campbell Soup, Clairol, Domino's Pizza, GE, ITT, Hartford, Insurance y Johnson &
Johnson. Es profesor de Income Builders Intemational, una universidad para empresarios.
Dirige un programa anual de ocho días de entrenamiento para capacitadores en las áreas de
autoestima y máximo rendimiento. A este programa asisten educadores, consejeros,
capacitadores de padres y de empresas, conferencistas profesionales, sacerdotes y otras
personas interesadas en desarrollar su habilidad para hablar en público y dirigir seminarios.

¿Quién es Mark Víctor Hansen?

Mark Víctor Hansen es un orador profesional que durante los últimos veinte años ha hecho
más de cuatro mil presentaciones ante más de dos millones de personas en treinta y dos
países- Sus conferencias versan sobre estrategias y exce lencias en ventas, capacitación y
desarrollo personal, y cómo triplicar ingresos y duplicar el tiempo libre.
Mark ha dedicado toda su vida a su misión para lograr una profunda y positiva diferencia
en la vida de la gente-A lo largo de su carrera ha inspirado a cientos de miles de personas a
crear futuros con más propósito y mayor poder para sí mismas, mientras estimula la venta
de miles de millones de dólares en bienes y servicios.
Mark es un prolífico escritor, autor de Future Diary, How to Achieve Total Prosperety y
The Miracle of Tithing, entre otros libros. Es coautor de la serie Chicken Soup for the
Soul, Dare to Winy The Aladdin Factor (todos con Jack Canfield) y The Master Motivator
(con Joe Batten). Ha producido una completa biblioteca de casetes y videocintas sobre
capacitación personal que les permiten a sus oyentes reconocer y utilizar sus habilidades
innatas en los negocios y en la vida personal. Su mensaje lo ha convertido en una
personalidad popular en radio y televisión. También ha aparecido en las portadas de
numerosas revistas, entre ellas Success, Entrepeneur-y Changos.
Es un gran hombre, con un gran corazón y un gran espíritu —una inspiración para todos los
que procuran mejorarse a si mismos.

¿Quién es Kimberly Kirberger?

Kimberly Kirberger ha tenido muchos éxitos en la vida, pero el que más la enorgullece es
que muchos adolescentes la consideren su amiga. Cuando comenzó a recopilar Chocolate
caliente para el alma del adolescente con Jack y Mark, propuso que todas las decisiones
finales serían tomadas por los adolescentes mismos. Para lograrlo, se puso de acuerdo y
trabajó con un grupo de adolescentes que primero decidieron qué temas querían tratar en el
libro y que después la ayudaron a seleccionar las historias que mejor los cubrían. Para
Kimberly lo más importante es que este libro fuera para adolescentes y sólo para
adolescentes.
Kimberly es la editora jefe de la serie Chocolate caliente para el alma. Como en la
actualidad hay más de 30 libros de la serie en redacción, compilación y edición, Kimberly
está totalmente dedicada a su trabajo- Además, es una diseñadora de joyas
internacionalmente conocida y creadora de la Kimberly Kirberger Collection, la cual se
vende en más de 150 boutiques y almacenes por departamentos.

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