Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Serrat en Argentina
La cabalgata Serrat
10 días, 7 estadios y 140 mil personas.
De aquel catalán que allá por 1969 llegó a la Argentina por primera vez, y cuyo nombre para unos pocos sabía a hierba y para
la gran mayoría a nada, a éste que hoy juega al truco, toma mate y habla de escolaso en sus canciones, hay tanta diferencia
como la que hay entre aquel breve y tímido show en los Sábados Circulares de Mancera y sus hoy fastuosos recitales de
estadios desbordantes.
Golpe a golpe y verso a verso, en estos quince años la figura de Joan Manuel Serrat se fue apropiando de los argentinos, y los
argentinos de su figura. Y ya nadie sabe cómo ni cuándo fue que empezó, pero lo cierto es que hay un fenómeno Serrat que,
poco a poco, deja de ser fenómeno para convertirse en un hábito. Un hábito más como el truco, el mate y el escolaso.
En junio de 1983 Joan Manuel Serrat volvía a la Argentina después de ocho años desde
su última presentación en Buenos Aires, allá por 1975. Y fue entonces cuando, tanto él
como los argentinos, vieron hasta qué punto había crecido el fenómeno Serrat. Volvía
para hacer cuatro recitales en el teatro Gran Rex, pero no bastaron y entonces se
organizaron tres Luna Park, que tampoco fueron suficientes como tampoco lo fueron los
tres Luna Park que se sumaron a los tres primeros y que, aún así, hizo falta un Vélez
Sarsfield en donde, la multitud que unos días antes había agotado las entradas se quedó
sin entrar porque una lluvia inoportuna les negó el show y los obligó a esperar más de un
año. Pero el fenómeno Serrat era ya indiscutible: su long play, En tránsito, llevaba
vendidos 120.000 placas y Cada loco con su tema, iba en camino a sus primeros 60.000
discos. La lluvia había podido con el show, pero no con el mito.
Su público esperó y, un poco más de un año después, en octubre de 1984, Serrat estaba
de vuelta en la Argentina. Partiendo de un recital en la cancha de Estudiantes de La Plata
(13.000 personas) el catalán empezaba un periplo que seguiría con cuatro Luna Park
(46.000) Rosario (11.000), Córdoba (9.000), Tucumán (7.000), Salta (6.000) y todavía
faltan Mendoza, Río Cuarto, Mar del Plata, Bahía Blanca, Neuquén, y dos Vélez Sarsfield
el 17 y 18 de noviembre, uno de los cuales ya agotó sus 25.000 localidades.
¿Pero quién es este catalán de 40 años, natural de Barcelona, que llena estadios criollos
de criollos que aplauden y criollas que suspiran? Eso es lo que SOMOS trató de
averiguar durante los cuatro días que convivió con él en su paso por Córdoba y Tucumán,
paseando con él por Carlos Paz y El Cadillal, compartiendo su camarín, sus amigos, su
mesa, su vino, su buen humor y sus malas lunas.
Serrat y la política
Porque éste, así como el fútbol, es uno de sus temas preferidos. Gran lector de diarios,
no rechaza el tema ni escatima opiniones que son "mi punto de vista, nada más que mi
punto de vista'', aclara siempre. Y cuando de la Argentina se trata, se entusiasma más
que nunca: "Si cuando volví me hubiesen dicho que esto se parecía a la época del
posfranquismo en España, hubiese dicho que no, que no tenía nada que ver. Pero a
medida que pasan los días, que voy viendo, oyendo y caminando, me parece que sí, que
puede ser. A pesar de que lo que ocurrió en España, durante 40 años no es lo mismo que
pasó acá, también acá aparece esa ilusión extraña que hay cuando se empieza a salir del
agujero, esa esperanza rápida, como lo es también la desesperanza. Pareciera una
facilidad grande a quedarse prendado de alguna cosa y una gran facilidad para
desilusionarse sin siquiera haberse tomado el tiempo para posesionarse de aquellas
cosas con las cuales uno se ilusionó. Una época donde hay mucha duda y mucha
contradicción, a nivel político y de la calle, y por eso uno se encuentra con alianzas
políticas absolutamente kafkianas, ¿no? Claro que también se nota que hay una situación
muy emotiva en la que la gente tiene muchas ganas de enfrentar el futuro, y entonces se
ve una Argentina que trata de olvidar su pasado, de taparlo, de perder la memoria. Pero
hay otra Argentina muy grande a reconstruir, y no sólo en el plano económico. Por otra
parte, parece que la gente se replegó un poco, que perdió un poco la confianza. A lo
mejor Alfonsín salió con poco tiempo de unas elecciones internas muy duras y no pudo
prepararse del todo para las elecciones generales, y tal vez eso le pesa un poco hoy en
su manejo de la política nacional, porque sus movimientos están condicionados al
movimiento de los demás. Pero, claro, es un punto de vista, mi punto de vista". L
Serrat, el jefe
Este es otro Serrat, el que trabaja abajo del escenario, que controla el sonido, las luces,
que da órdenes sin que nadie se dé cuenta, porque maneja la seducción y no la
autoridad, camina entre su gente, se acuerda de que a aquél, ayer, le dolía una muela y
pregunta por esa muela o por la mujer de aquel otro.
Pero a ese Serrat lo cuentan, mejor que nadie, quienes lo llaman el jefe, como su
secretario, Claudio Gelemur: "Es un tipo diferente —dice—, el Serrat que come conmigo,
que habla conmigo, que juega al fútbol conmigo yo lo veo chico, lo veo chueco, con los
hombros caídos, y en cambio el que sube al escenario lo veo atlético, grande, intocable,
yo siento que no lo puedo tocar, me da temor hablar. A ese Serrat le tengo miedo. En
cambio cuando baja del escenario es Juan, con el que se puede hablar, contarle chistes,
reírme con él. Como jefe es muy profesional, es una estrella, sí, pero como ha pasado por
todas, como conoce el trabajo de todos los que están alrededor de él, comprende bien,
con alguna que otra bronca, pero muy humano. Claro, a lo mejor grita, y grita con bronca,
pero en seguida pide disculpas, porque sabe de su carácter fuerte. Hay gente que tiene
poder, y él es un hombre con poder, y como tal sabe manejar a la gente sin necesidad de
mandonearla, y se da cuenta en qué momento tiene que levantar la voz, pero siempre
con calidad''.
Chiche Aisemberg, su manager en la Argentina, dice que "Juan es un fuera de serie, yo
no puedo hablar de él porque lo quiero, porque soy su amigo. Es un tipo muy porteño,
muy gamba, porque no te puedo decir que es pierna, porque es gamba. Aun cuando se
enoja, es el tipo que te ve preocupado por algo y se acerca y te dice: 'No te preocupes, ya
se va a arreglar', y si no se arregla no pasa nada. Y claro, se enoja con las estupideces,
con las pequeñas cosas y no con las grandes, supongo que para no hacerte sentir mal a
vos, entonces estalla por las pequeñas cosas, pero claro, yo no te puedo hablar de él
porque para mí es un amigo querido y todo lo que te diga de él está cargado de
subjetividad''.
Y otro que comparte trabajo y escenario con él es Ricardo Miralles, su arreglador musical.
Porque siempre hay un día, allá en Barcelona, en que Serrat llama a Miralles y le informa
que hay una canción nueva y que hay que trabajar. "Entonces yo —cuenta Miralles— la
escucho durante algunos días, y nos encerramos juntos durante el tiempo que sea
necesario y vamos viendo. Ahora ya no nos peleamos más, pero hace unos años
discutíamos bastante, cuando éramos más jóvenes. Claro que yo con él trabajo muy
tranquilo y nos respetamos mucho, porque además él nunca hace una canción que no me
guste, y a él suele pasarle lo mismo con mis arreglos."
Serrat, el artista
Este es el que confiesa que no hace canciones sino que se las saca de encima: "Cuando
termino una canción me siento liberado. No cuando la termino sino cuando la doy por
terminada, porque hago lo que puedo, lo poco que sé, y me manejo con la idea de lo que
no puedo hacer, y entonces la doy por terminada, porque algún día la tengo que cantar".
Es el Serrat que empieza garabateando sus temas en cualquier papel y que los termina a
máquina ''con dos dedos, porque no sé escribir a máquina pero la necesito, porque más
de una vez, cuando escribo a mano, no me entiendo la letra".
Y entonces, un buen día, el artista debe subir al escenario. La hora del recital se acerca,
su camarín tiene la puerta abierta y la gente va y viene, le habla, le cuenta chistes y él los
festeja mientras fuma o toma wisky, esperando la hora de salir al ruedo. Falta menos de
media hora y busca su guitarra y, como pasó en el vestuario del Chateau Carreras,
empieza a recordar 'Pobre gallo bataraz' aquella milonga de Gardel, pero entonces
recuerda un chiste y lo cuenta, y esta vez es un chiste de gallegos. Alguien dejó un mate
y un termo cerca de él y se pone a cebar y dice: "Me gusta, me gusta, esto del mate me
gusta". Pero entonces Aisemberg le dice: "Juan, son las nueve'', y Juan se pone de pie y,
batiendo palmas, desaloja el camarín y cierra la puerta. Adentro quedó Juanito, pero para
cuando la puerta se vuelva a abrir, el que salga será Joan Manuel Serrat, tal como lo
cuenta Claudio Gelemur, atlético y seguro, abriéndose paso con los brazos pese a que no
hay nadie, delante con los ojos fijos en el escenario, sin ver a nadie, creciendo a cada
paso a la par de la ovación que sube y que lo envuelve y que sólo se apaga cuando él
empieza a cantar.
Serrat, el otro
Claro que todos estos Serrat conviven, son y se nutren del otro, ese catalán de 40 años
que fuma, tose y se despeina. El que es capaz de pasar horas hablando de cepas y de
vinos: "Porque algún día me gustaría tener una viña. Ahora tengo un campito con algunos
animales, pero sabes qué pasa, que el vino es algo que te permite más creatividad,
puedes mezclar, probar, y entonces tienes un vino propio, bueno o malo pero tuyo''.
Es el Serrat que busca la buena mesa, que se desvive por las achuras y que no tiene
problemas en usar tenedor y cuchillo mientras resulten eficaces, pero si la cosa se
complica y el pedazo de chivito parece de primera, entonces no trepida y se va a las
manos, lo despedaza con los dedos y con los dedos, busca las papas fritas, la ensalada,
el pan, y vuelve a los cubiertos y ahora tiene un escarbadiente en la boca, lucha con algo
allá atrás, en la última de sus muelas, termina una botella de agua mineral y cada tanto
busca su copa de vino y no toma, bebe, saborea.
Ingenioso, rápido, cargador, es el Serrat al que no le preocupa la ropa, que anda todo el
día en zapatillas (incluso en el escenario), que después de cuatro días de caminar y
hacer fotos con SOMOS dijo: "El próximo viaje me traigo otra campera, ya salí en todas
las fotos con la misma. . . parezco Ubaldini". Es el que en el estadio de San Martín de
Tucumán, faltando media hora para el recital, consiguió una pelota de fútbol y armó un
mete-gol-entra contra uno de los arcos y pedía todos los centros, y buscaba el cabezazo
abriéndose paso con los codos, gritando y enojándose cuando no se la daban o se la
daban mal.
En medio de un almuerzo en una parrilla tucumana, desde los parlantes, empezaron a
bajar sus canciones mientras subía el volumen. Entonces llamó al mozo y le dijo: "Podría
usted sacarme a este tipo que ya no lo aguanto''. Pero la música siguió y entonces llamó
al mismo mozo y le dijo: "Oiga, maestro, que no lo aguanto en serio", y entonces sacaron
la música:' 'Ahora sí se puede comer, eh".
Es el Serrat que no deja que nadie le ponga queso a sus ravioles, porque "yo se los
pongo de una manera especial", casi casi uno por uno, mientras los va comiendo. Es el
que disfruta tanto mirando lagos y montañas como buenas mujeres, el que carga a todos
y se deja cargar, el que cuando se equivoca en la letra arriba del escenario, se da vuelta y
le guiña un ojo a Miralles como si estuviese abajo de ese escenario. El Serrat de las
malas palabras y los chistes verdes, el que cuando se ríe, se ríe a carcajadas, y cuando
se pone serio escatima palabras. Es ese Juanito capaz de "orinar en mitad de la vereda y
que se mofa de cuestiones importantes", pero que todavía hoy, de tanto en tanto, por
aquellas pequeñas cosas, se esconde detrás de la puerta y llora cuando nadie lo ve.
Daniel Ares
Investigación: Horacio Fernández
Fotos: Gerardo Horovitz
Desde que llegó por primera vez en 1969, todavía más delgado y enfundado todo de
negro, Joan Manuel Serrat ha seguido sumando seguidores, sin perder ninguno mientras
le agregaba colores a su ropa.
Desde mi madre, doña Carmen, que suspiraba por sus discos, hasta mi hijo, que lo
mezcló desde su infancia con Los Beatles, pasando por mi mujer, lógicamente, todos
fueron de la primera hora y lo siguen siendo. Por algo su repertorio es perenne, agrega
pero no le quita. Desde 'Tu nombre me sabe a hierba' a 'Cada loco con su tema'.
Creo que su éxito entre los adolescentes de cualquier edad (lo somos un poco todos)
responde al mismo mecanismo de popularidad crónica de Hermann Hesse. Como el
pacifista alemán, que se quedó sin ciudadanía por defender la paz, es un inconformista,
no le gusta el poder ni los poderosos, en su vida y en sus temas el dinero no importa, es
un vagabundo enamorado de perder el tiempo con los amigos en Fechoría o en un bar de
Barcelona. Y por último, pero no menos importante, es un romántico impenitente. Aunque
les reviente mutuamente, el identikit del seductor español es una moneda de dos caras:
Joan Manuel y Julio Iglesias. Aunque el catalán sea un "hombre de izquierdas" y el
madrileño no. Pero uno y otro, aunque con libretos tan opuestos, son impensables sin la
mujer de por medio y en el medio.
El dato distinto no sólo es político sino que Serrat, desde sus estudios secundarios junto
al campo, comprende la alternativa dramática de la ecología. Por eso lucha por la vida del
Mediterráneo o pronuncia la bella plegaria de "Padre" cuando la tontería humana atenta
contra el bosque y los peces. Y todo esto, el amor o la vida, lo comprenden sin necesidad
de analizarlo sus admiradores.
Horacio de Dios
Búsqueda
Web www.magicasruinas.com.ar