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El fuego ha inspirado reverencia y asombro a lo largo de la historia. Ha jugado un papel importante en muchas religiones como elemento de purificación y en rituales sagrados. También ha sido un elemento destructivo que ha causado grandes daños a ciudades. A pesar de su poder destructivo, el fuego también ha sido fundamental para el progreso de la humanidad al permitir la cocción de alimentos y el calentamiento.
El fuego ha inspirado reverencia y asombro a lo largo de la historia. Ha jugado un papel importante en muchas religiones como elemento de purificación y en rituales sagrados. También ha sido un elemento destructivo que ha causado grandes daños a ciudades. A pesar de su poder destructivo, el fuego también ha sido fundamental para el progreso de la humanidad al permitir la cocción de alimentos y el calentamiento.
El fuego ha inspirado reverencia y asombro a lo largo de la historia. Ha jugado un papel importante en muchas religiones como elemento de purificación y en rituales sagrados. También ha sido un elemento destructivo que ha causado grandes daños a ciudades. A pesar de su poder destructivo, el fuego también ha sido fundamental para el progreso de la humanidad al permitir la cocción de alimentos y el calentamiento.
Parte I ¿Por qué infunde el fuego reverencia y asombro? El aire, aunque bajo la forma de aliento mantiene la vida y aunque nos hable de la universalidad del infinito, puede ser empleado de manera pintoresca por los poetas, pero rara vez se le da significado místico y no tiene sitio en los rituales religiosos. El agua es místicamente más importante. Tenemos varios ríos sagrado y el rito del bautismo. Pero, de manera predominante en algunas religiones, y en grado menor en casi todas las demás, el elemento misterioso del fuego lanza sus rayos sobre los fieles. Los antiguos persas eran adoradores del fuego y la pureza que seguía a la purificación por medio del fuego era el ideal de ellos hasta que Mahoma substituyó las enseñanzas de Zoroastro. En la mitología griega, Prometeo encendió su antorcha en el sol y dio el fuego como un don a la humanidad. Es muy difícil imaginarse un presente más valioso que el fuego. Ningún paso hacia adelante más importante que éste ha podido dar la humanidad cuando aprendió a conocer los servicios del fuego. La utilidad de la rueda fue un gran descubrimiento; pero tenemos pruebas de comunidades que alcanzaron un grado razonable de civilización, como lo demuestra por lo menos su arquitectura, sin haber empleado la rueda; pero ninguna avanzó sin emplear el fuego. Vulcano estaba estrechamente asociado al fuego; si Thor tenía el martillo en una mano, tenía en cambio el pedernal en la otra; Ukko, el dios de Estonia, golpeó su espada contra la uña y produjo el fuego. Entre los antiguos romanos, las llamas perpetuas del templo estaban constantemente a cargo de las vírgenes vestales. Hay razón para creer que el fuego era cuidado de manera semejante en los santuarios de Egipto. El fuego es el crisol del alquimista, y en la astrología Leo, el signo fijo y de fuego, rige reyes, coronas y tronos, es el signo del sol y el símbolo del oro. El fuego es muy importante en las tradiciones sagradas de los hebreos. El primer Fiat fue: “Hágase la Luz”. Después de la expulsión del Edén, el querubín que guardaba el Arbol de la Vida blandía una espada de fuego. Los pecados de Sodoma y Gomorra fueron purgados por medio del fuego, con pez ardiente que caía del cielo. Cuando Moisés escuchó por primera vez la voz de Dios, ésta venía del fuego, que ha debido ser divino, porque iluminaba sin consumir. El Señor iba delante de los hijos e hijas de Jacob, durante la noche, bajo la forma de una columna de fuego. A ese mismo pueblo se le enseñó a enviar sus ofrendas a Dios colocándolas en un altar y consumiéndolas, o trasmutándolas, con fuego. La prueba que demostró que el Dios de Elías era el verdadero Dios y que el dios de los sacerdotes de Baal era un falso dios, fue que el primero envió fuego desde el cielo y el otro fracasó. Más tarde, el mismo Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego. Shadrach, Meshach y Abed-nego fueron arrojados a un horno ardiente y entre las llamas se vio “uno semejante al Hijo del Hombre”. En la tradición cristiana, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles bajo la forma de lenguas, “semejantes al fuego”. San Juan describe la visión que tuvo en la isla de Patmos, diciendo que tenía ojos “como llamas de fuego”. La luz sin sombras del Cielo y las llamas torturadoras del Infierno, proceden ambas del fuego. En el día de hoy se halla siempre en el santuario de toda iglesia católica el fuego bajo la forma de velas encendidas. Hasta las reuniones de los toch se abren y se clausuran encendiendo la lámpara del recuerdo. El incienso encendido es algo más que un estimulante sensual de la devoción; eleva las plegarias de los fieles hacia el espacio. Fue San Pablo quien dijo: “Nuestro Dios es un fuego consumidor”. Cristo es la Luz del Mundo que ilumina el sendero del hombre en su “eterna búsqueda”, como dijo Ella Wheeler Wilcox. Y sin embargo, el fuego es el más terrible de los elementos. La mayor parte de las grandes ciudades del mundo han sufrido con su poder destructor. Se dice que el gran incendio de Roma estuvo crepitando continuamente durante ocho días. El daño a la propiedad ocasionado por el incendio de París de 1871 se calculó en ciento cincuenta millones de dólares. Dos veces durante el periodo sajón y una vez durante el normando, Londres quedó casi completamente destruida por el fuego. Vino después el incendio más conocido de 1666. Dresde y Venecia han sufrido de manera semejante. El fuego da a los ejércitos su poder terrorífico y destructor. Las erupciones volcánicas, los terremotos, los rayos y relámpagos, los cometas que se supone que preceden a los desastres, y los meteoros, son todos manifestaciones del fuego. El agua por lo menos devuelve el cadáver cuando ha devorado la vida; el fuego rehusa hasta esto; no solamente doblega a sus víctimas, sino que se alimenta con ellas, con una avidez que proclama su apetito poco santo. (Este artículo fue publicado por primera vez en la revista "El Rosacruz" Vol. II No.6 Editado en Julio de 1949)