¿Cuál puede ser el alcance del concepto “libertad de cátedra” en un
ámbito de contenidos regulados como la ANEP?
Este es el problema que abordaremos en el siguiente ensayo. Precisaremos el
alcance del mismo con algunas demarcaciones. Nos interesa especialmente la relación entre el concepto de libertad de cátedra y el principio de laicidad. Creemos que esta relación tiene resonancias problemáticas. ¿Es el principio de laicidad anterior, lógica y metodológicamente, a la libertad de cátedra? Para responder a esta pregunta utilizaremos la ley vigente de educación Ley No 18.437 , los programas de Filosofía proporcionados por el C.E.S., y analizaremos una situación en particular que hemos experimentado en el presente año en el curso de Didáctica II.
De la lectura de la ley de educación sobre el principio de laicidad (Artículo 17) y el
principio de libertad de cátedra (Artículo 11) surgen algunas preguntas. Siendo que ambas cuestiones son tenidas como principios de la educación nos surge la duda de cuál tiene mayor alcance. ¿Son principios homogéneos, de suerte que ninguno implica una subordinación del uno sobre el otro? ¿Tiene distinta competencia? ¿Está uno subordinado al otro? La cuestión de fondo es averiguar si desde la libertad de cátedra se puede sobrepasar la laicidad. Veamos que nos dice la ley.
Citamos in extenso el artículo 11: (De la libertad de cátedra).- El docente, en su
condición de profesional, es libre de planificar sus cursos realizando una selección responsable, crítica y fundamentada de los temas y las actividades educativas, respetando los objetivos y contenidos de los planes y programas de estudio. Retenemos las últimas palabras "respetando los objetivos y contenidos de los planes y programas de estudio” Por lo tanto, según entendemos nosotros, este artículo prescribe una ética del profesional que está subordinada al acatamiento de los programas de estudio regulados por la Anep. Si este principio se sustenta por sí mismo, y ese parecería ser el caso porque el artículo no hace referencia a ningún otro axioma que lo delimite, tendríamos que, o bien buscar en los programas de estudio para saber que se nos dice sobre esa selección crítica y fundamentada, o bien recurrir al artículo sobre la laicidad para evaluar su alcance. Empecemos por la fundamentación del programa de Filosofía, que es la especialidad a la que nos abocamos. “El formato del Programa es abierto, habilita la elección del docente y permite la creatividad. La inclusión de referencias a autores o corrientes aparece a modo de orientación, para que el profesor seleccione lo que el entienda más pertinente para su curso. No obstante, en cada Unidad se aclara el mínimo que debe tratarse.” Seleccionamos este fragmento específicamente porque deja ver la apertura de los programas en esta disciplina, apertura que celebramos por cierto, apertura que indica la libertad de selección y de tratamiento de los problemas. Sería excesivo para este trabajo dedicarnos al análisis pormenorizado de los tres programas en su totalidad buscando donde la libertad de cátedra está subordinada en general, y cuando está subordinada en particular a la laicidad. Pero sirva la anterior cita para poner en tensión la afirmación del artículo 11, que versaba sobre los contenidos de los programas como límite en el ejercicio de la libertad de cátedra. En el primer párrafo indicamos que íbamos a presentar un ejemplo extraído de la práctica que se está cursando este año. Nuestro curso tiene como ejes transversales, que atraviesan las unidades temáticas oficiales, la vida y la muerte. Para el caso nos resulto atractivo seleccionar el aserto nietzscheano “Dios ha muerto”. Muerte conceptual. Muerte filosófica. De las muertes más famosas en el escenario de los conceptos filosóficos. Ahora bien, nos resulta que el problema se puede suscitar más en la metodología desde la que se aborde el concepto que en el concepto mismo. Una metodología habitual en filosofía es el análisis de los argumentos, nos ocupamos de la solidez lógica que da sostén a una afirmación. La manera de trabajar sería la siguiente: dada la siguiente afirmación, Dios ha muerto, identifiquemos los argumentos con los que el autor sostiene dicha tesis y evaluemos su rigor argumentativo para saber si esta en lo cierto o no. Eso es lo que resulta violento, evaluar una creencia religiosa. Ahí es donde se sobrepasa la laicidad en aras de un pensamiento crítico y reflexivo. Más como anécdota contamos como fue que resolvimos tratar este concepto sin violar la laicidad: si Dios ha muerto, ¿qué es lo que pasaría? Tratando de explorar las implicaciones éticas y ontológicas de esta muerte más que su verdad en tanto que creencia religiosa. A modo de conclusión observamos que el tratamiento de las creencias religiosas de los estudiantes y profesores no está suficientemente esclarecido. Una educación democrática debería marcar con mayor precisión el alcance de sus métodos de enseñanza a la hora de tratar este tema. Nos pareció descubrir cierta insensibilidad al respecto. ¿Es que nuestra educación es laica o es que es no cristiana?