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500 AÑOS DE LA REFORMA EVANGÉLICA

Por qué celebramos la Reforma Evangélica

Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en el pueblo minero de Eisleben, en el este de Alemania.
Su padre, un administrador de minas de cobre, había logrado ascender a la naciente clase burguesa; el
día a día de la familia.

En 1501, por deseo paterno, Lutero ingresó en la Universidad de Erfurt, donde empezó a estudiar Derecho
cuatro años después. Su carrera como abogado no duró mucho. En julio de 1505, de camino a la
universidad, Lutero fue sorprendido por una fuerte tormenta. Lleno de pánico prometió a Santa Ana
convertirse en monje si era salvado. Aquel mismo año se inscribió en el monasterio agustino en Erfurt e
inició su carrera como teólogo brillante.

La conversión de Lutero ha sido comparada –entre otros por Lutero mismo, siempre dispuesto a leer su
vida en términos sobrenaturales– a la de Saulo de Tarso, alias san Pablo. Como sea, la decisión repentina
y rebelde de entrar a la vida monástica sería el primero de muchos giros impulsivos.

En 1507 Lutero se recibió como sacerdote y empezó a enseñar Teología en Wittenberg, la cercana ciudad
universitaria donde se volvería famoso. Sabemos que la vida monástica nunca lo satisfizo. “Si hubiese
durado más”, diría más tarde, “me habría martirizado hasta la muerte con vigilias, oraciones, lectura y
otros trabajos”. Su problema: intentar inútilmente cumplir con los actos externos que se le exigían a un
monje jamás le dio tranquilidad espiritual. La antipatía de Lutero frente al formalismo católico como vía a
la salvación había empezado a despertar, junto con la pregunta central de su teología: ¿cómo consigo
un Dios misericordioso?

En 1510, Lutero fue enviado a Roma como representante de su monasterio. Cumplió fielmente su misión,
junto con la visita habitual a reliquias (partes del cuerpo, huesos, secreciones de santos) y la compra de
indulgencias para su abuelo muerto. Pero su irritación frente a las doctrinas no apoyadas por la Biblia y la
corrupción de la Iglesia católica iba en aumento. De regreso en Wittenberg siguió percibiendo cada vez
mayores diferencias entre la Iglesia de su tiempo y la del Nuevo Testamento, y en algún momento entre
1511 y 1515 tuvo otra revelación transformadora. Leyó en la epístola de Pablo a los Romanos: “Porque
en el evangelio la justicia de dios se revela por fe y para fe, como está escrito: más el justo por la fe
vivirá”. Allí estaba la clave de la teología luterana: solo a través de la fe en la justicia dada a los hombres
por Dios pueden los cristianos recibir la gracia divina.

Es de esta convicción que surgieron en 1517 las 95 tesis contra las indulgencias.
En 1518 aparecieron el Tratado sobre la indulgencia y la gracia, escrito en alemán, es decir dirigido a un
público más allá de los círculos eclesiásticos y académicos. En los meses siguientes, las críticas de Lutero
contra las indulgencias se volvieron más agudas y los conflictos con la Iglesia de Roma se intensificaron.
Los biógrafos subrayan el hecho de que Lutero, al inicio, solo quería enmendar una interpretación errada
de las enseñanzas cristianas, no provocar una división de la Iglesia occidental. Pero poco a poco, ambos
bandos se enardecieron mutuamente, y los reclamos del Vaticano y los sarcasmos de Lutero se volvieron
cada vez más punzantes, hasta el rompimiento total.

En 1520, Lutero publicó tres textos que conforman un ataque directo de la teología católica y consolidan
la doctrina luterana:
1. A la nobleza cristiana de la nación alemana,
2. El cautiverio babilónico de la Iglesia,
3. La libertad cristiana (este último dedicado al papa León X).

En ellos, Lutero critica el monasticismo, el celibato y la idea de la Iglesia como intermediaria necesaria
entre Dios y el hombre: cada creyente honesto, piensa Lutero, es un sacerdote y puede comunicarse
directamente con Dios; Cristo es el único fundamento de la fe; la única fuente de revelación y de normas
es la Biblia; la teología de los siete sacramentos católicos es falsa (Lutero solo acepta el bautismo y la
comunión); la gracia divina se obtiene por la fe y no por las obras, aunque el trabajo, valga la aclaración,
sea en la doctrina luterana prácticamente sagrado.

Aquel año implacable lo cerró Lutero con broche de oro: quemando, junto al mencionado roble, la bula
papal que le exigía retractarse. Tras la quema, era claro, ya no había vuelta atrás.

El 3 de enero de 1521 Lutero fue expulsado de la Iglesia católica. Esto solo aumentó su popularidad. La
reciente invención de la imprenta permitió la difusión de sus escritos a cada rincón de Europa: solo en ese
año aparecieron 81 obras de Lutero en diferentes idiomas, lo cual a su vez llevó a otros reformadores en
distintos países europeos (usualmente reprobados con vehemencia por el mismo Lutero) a distanciarse
del catolicismo.

Un nuevo intento de moverlo a rechazar sus ideas teológicas, en la Dieta de Worms frente al emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V, representantes del Vaticano y príncipes alemanes, solo
provocó en Lutero a una mayor convicción y defensa de sus ideas.

Los lemas de este movimiento de fe han querido ser directos y simples:

 SOLO CRISTO, sin necesidad de otros mediadores, ni otros sacrificios, ni inútiles méritos. Un Cristo
que nos presenta el rostro misericordioso de Dios, que nos enseña el camino de la justicia que es
por la fe, señal de una gracia divina abierta a todos los seres humanos.

 SOLO LA GRACIA, manifestación del amor de un Dios de justicia, que busca la vida y no la muerte,
que supera el legalismo y la condena para nutrirnos del perdón y la nueva vida, cuando nos
reconocemos perdidos y clamamos por ayuda y misericordia.

 SOLO LA FE, don salvífico de Dios para todos los que están dispuestos a escuchar su llamado y
acercarse con contrición y humildad como única condición. La fe que nos permite ver a Dios en
Jesús Crucificado y Resucitado, para esperar confiados por Su resurrección, anticipo de la nuestra.
La fe que nos permite vivir en Dios, por que Cristo vive en nosotros.

 SOLO LA ESCRITURA, inspirada por el Espíritu de Dios, al alcance de todos, en el idioma de cada
pueblo, abierta en su interpretación, sin necesidad de un magisterio que la domine ni una tradición
que la condicione.
Posteriormente la reforma calvinista amplió, afirmando:

 SOLO A DIOS LA GLORIA, para señalar al autor y creador de todo lo existente, y evitar que cualquier
poder humano quiera alzarse con un mérito, exigir un honor o autoridad que no le corresponden.
En el marco de la exposición mundial Reformation 2017, más de 80 asociaciones organizan diariamente
en Wittenberg exhibiciones, visitas, discusiones públicas e instalaciones artísticas en torno a Lutero.

Pero estrictamente hablando, la ciudad de Wittenberg y las celebraciones actuales no son una anomalía,
sino de hecho una especie de micromundo condensado que refleja el papel que Lutero siempre ha tenido,
acaso como constante única, en la historia tumultuosa alemana. De los sistemas políticos y las ideologías
que han gobernado en Alemania –y no han sido pocos– ninguno ha faltado en recordar, celebrar o
instrumentalizar la figura de Lutero; una figura que, como su vida terrenal, solo se volvería más extrema
y paradójica tras la excomunión en 1521.

En la Dieta de Worms, el rebelde recibió además una expulsión imperial, lo que significaba que cualquiera
podía matarlo. Por ello, Federico III orquestó un simulacro de secuestro durante el regreso de Lutero a
Wittenberg, tras lo cual el ahora exmonje tuvo que ocultarse durante casi un año en el castillo de
Wartburg, en la población de Eisenach. No debe sorprender que Lutero contara con el apoyo de varios
gobernantes locales (Federico no fue el único): su rebelión era una oportunidad para Alemania del norte
de limitar no solo el sistema tributario romano, sino también el imperial, con justificación teológica.

Desde hace algún tiempo muchos venían esperando, y no solo en términos religiosos, una voz como la de
Lutero. En esa medida, es claro que Lutero, como otros de sus contemporáneos “revolucionarios” (Colón,
Copérnico o Leonardo da Vinci), fue también un producto de su tiempo.
Y esto vale sin duda también para su siguiente hazaña. Durante su estadía en Wartburg, Lutero emprendió
un proyecto que tendría consecuencias sociales, culturales y políticas gigantes: la traducción del Nuevo
Testamento al alemán en tan solo once semanas (su traducción completa de la Biblia aparecería en 1534).
Con ello, Lutero sentó las bases del alemán moderno como lengua literaria. Más allá de ello, sentó en
cierta forma la base de una futura unidad política en Alemania, que a fin de cuentas nació, ante todo,
como una unidad lingüística. Dio a los alemanes –que solo se convirtieron en un país tres siglos después,
gracias a las maquinaciones de Otto von Bismarck, educado como luterano– un sentido de nación.

En los años siguientes, Lutero impulsó, con el apoyo de príncipes locales, reformas al culto religioso,
el sistema educativo y, con menor éxito, al económico. El desmoronamiento de la vida monástica en
vastas regiones de Europa del norte ocurrió velozmente.

En 1525, Lutero se casó con Katharina von Bora, una antigua monja, con quien tuvo seis hijos. La idea de
un exmonje casado con una exmonja, viviendo con su extensa familia en un antiguo monasterio, habrá
sido al inicio bastante llamativa.

Ya en 1523, en el tratado Autoridad temporal, Lutero había expresado su teoría política: existen dos
reinos, el divino y el del mundo. En el segundo, los cristianos deben obedecer a las autoridades, incluso
si estas actúan injustamente. Esta posición, como escribe Roper, “proveería el apuntalamiento teológico
de la acomodación que muchos luteranos alcanzarían siglos más tarde, durante el régimen nazi”.

En 1530, el emperador aceptó por fin la nueva fe. Fue el nacimiento oficial de la iglesia luterana. Pero si
bien desde entonces Lutero solo actuó como pastor y autor, sus últimos años no fueron de reposo. Sus
achaques se agravaron. La migraña era en ocasiones tan fuerte que Lutero no podía trabajar sin haber
tomado una cantidad considerable de vino. Para aliviarse, escribe la Roper, “mantenía una vena abierta
en su pierna en un esfuerzo por equilibrar los humores... También sufría de cálculos renales, gota,
constipación, retención de orina y fríos”.
Por otra parte, Lutero, quien siempre había sido un polemista venenoso, dejó al final de sus días que le
sucediera lo que ocurre a muchos viejos: se radicalizó en sus antipatías. Incrementó los ataques –a
menudo a causa de detalles teológicos– contra otros reformadores de la fe cristiana, como Calvino en
Suiza, los anabaptistas en el norte de Europa e incluso teólogos luteranos. Esto condujo a la fragmentación
ulterior del cristianismo.

En 1545 apareció Contra el papado romano, institución del diablo. El papa Pablo III, escribió Lutero, es un
sodomita y un travesti; los papas anteriores estuvieron “llenos de los peores demonios del infierno, tan
llenos que no podían hacer algo distinto a escupir, expulsar y soplar diablos”.

Los panfletos de Lutero siguieron siendo exitosos cien años después de su muerte. Y un par de siglos más
tarde también encontraron un eco pavoroso en la Alemania nacionalsocialista.
En enero de 1546, Lutero emprendió un viaje a Eisleben, donde había nacido, a fin de mediar en un debate
político local. Durante el viaje sufrió un desmayo, que explicó como un acto del demonio. Y tras varios
días de discusiones y visitas agotadoras, Lutero murió, probablemente de un paro cardiaco, en la mañana
del 18 de febrero, rodeado por sus hijos, sirvientes y doctores. Todos ellos dejaron informes detallados
sobre sus últimas horas. Era ya un hombre famoso, querido y detestado en toda Europa y más lejos. Y
dejó un legado descomunal y complejo que hasta hoy es difícil de discernir por completo.

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