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El día de mi muerte fue tan común como cualquier otro día de mis estudios
escolares. Hubiera sido mejor que me hubiera regresado como siempre en el
autobús, pero me molestaba el tiempo que tardaba en llegar a casa.
Cuando sonó la campana de las 2:30 de la tarde para salir de clases, tiré los
libros al pupitre porque estaría libre hasta el otro día a las 8:40 de la mañana.
¡Hey, no me cubran la cabeza con esta sábana! no estoy muerta. Sólo tengo
17 años, además tengo una cita por la noche, tengo que crecer y gozar una
vida encantadora, ¡no puedo estar muerta!
Después me metieron en una gaveta. Mis padres tuvieron que identificarme,
lo que más me apenaba es que me vieran así, hecha añicos.
¡Por favor, no me pongan en esa fosa! Te prometo, Dios mío, que si me das
otra oportunidad seré la más cuidadosa del mundo, sólo quiero otra
oportunidad más.
Madre, creo que si hubiera más justicia en este mundo, tanto tú como yo
deberíamos de ser ejecutados.
¡Tú eres tan culpable como yo de mi miserable vida! ¿Te acuerdas madre,
cuando llevé a la casa aquella bicicleta que le quité a otro niño igual que yo?
Me ayudaste a esconderla para que mi padre no se enterara.
Madre, yo era sólo un niño, luego fui adolescente y ahora un hombre mal
formado! Era sólo un niño inocente que necesitaba corrección, y no
consentimiento. Te perdono, y sólo te pido que le hagas llegar esta reflexión
a todos los padres del mundo, que sepan que ellos son los únicos
responsables de formar, a un hombre decente, o a un vulgar delincuente.
Gracias madre por darme la vida y gracias también por ayudarme a perderla.
Firma ¡Tu hijo, El Delincuente!