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SOBRE EL INCONSCIENTE Y EL LENGUAJE: UNA


INTRODUCCIÓN A LACAN

Autor: Juan Camuña.

Ficha de la cátedra “Psicoanálisis (Freud)”.


Año 2005.

I— Graffittis en el muro

“Tenemos, pues, el plano del espejo, el mundo simétrico de los ego y


de los otros homogéneos. De él debe distinguirse otro plano, que
llamaremos el muro del lenguaje.
El lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro como para
impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de esto precisamente se
trata en la experiencia analítica.
El sujeto no sabe lo que dice, y por las mejores razones, porque no
sabe lo que es”(1).

El ser humano ocupa un particular lugar en el mundo, en la medida


en que no posee una relación directa con el mismo, o con lo que
podríamos denominar la “naturaleza”, de la que se encuentra
separado por un “muro”, que Lacan denominó como el “muro del
lenguaje”.

Sabemos que existen personas, objetos, ideas pero este conocimiento


sólo es aprehensible por medio del lenguaje que hace las veces de
mediador, introduciendo al símbolo como creador de la realidad
propiamente humana, y despojando al sujeto de una relación
“instintiva” o “natural” con el mundo. “El símbolo se manifiesta en
primer lugar como asesinato de la cosa”(2), con lo que el lenguaje
establece un ordenamiento en la experiencia humana que Lacan
denominó como orden simbólico y que, anudado a lo imaginario y
lo real, conforma la estructura subjetiva del hombre.
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El hombre se encuentra apresado por el lenguaje, rodeado por las


paredes del muro (del que, en el caso más favorable, nunca saldrá),
aunque no por esto es un ser pasivo: también habla, y su discurso
muchas veces lo desconcierta: no entiende lo que dice, le extrañan
sus sueños, sus síntomas, dice más (o menos) de lo que quiere decir,
verdaderos graffittis del discurso, en los que Freud supo escuchar la
verdad del deseo inconsciente del sujeto a través de sus formaciones
(sueños, chistes, síntomas neuróticos, actos fallidos, fantasías).

Será a partir de la experiencia freudiana y de los aportes de otras


disciplinas (tomaremos, para nuestro desarrollo, a la lingüística
estructural) que Lacan podrá enunciar uno de sus postulados
fundamentales: el de que “El inconsciente está estructurado como
un lenguaje”*. En la explicación de esta tesis consistirá el desarrollo
del presente trabajo.

II— La Lingüística Estructural de Ferdinand De Saussure

“Del lenguaje se ocupa la lingüística”, podríamos decir. De hecho,


fue de un tenor similar la objeción que los lingüistas le formularon a
Lacan, como veremos más adelante. Pero puede decirse, con
absoluta justicia, que la lingüística como ciencia, la lingüística
moderna, debe su estatuto y sus blasones a Ferdinand de Saussure,
creador de la lingüística estructural y sin el cual no hubiera habido
lingüistas en condiciones de refutar a Lacan.

Muy lejos queda nuestra intención de presentar toda la teoría de de


Saussure; sólo abordaremos aquellos aspectos fundamentales, que
*
Las citas que aparecen señaladas por un asterisco no corresponden a un texto en particular, sino que
aparecen en tantos textos y mencionadas tantas veces por Lacan, que dejamos al lector la tarea de comenzar la
lectura del autor francés para encontrarse con ellas.
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hicieron de su obra uno de los referentes ineludibles para


comprender los desarrollos de Jacques Lacan. A los lectores
interesados en ampliar esta temática remitimos a la clásica obra
“Curso de lingüística general”, que se consigna en la bibliografía del
presente trabajo.

En primer lugar, de Saussure establece una clara diferencia entre


lengua y habla, señalando que el objeto de estudio de la lingüística
es la primera.

La lengua es un hecho social y consiste en un sistema de signos de


significado convencional, y de igual valor para todos los miembros
de la comunidad que la utiliza. El valor “universal” de la lengua
permite la comunicación entre las personas, lo que sucede por medio
del habla, a la que definiremos como el uso individual de los signos.

Señaladas estas diferencias, abordaremos ahora un elemento que


encontramos tanto en la lengua como en el habla: el signo,
verdadero articulador entre estas dos dimensiones, y por ello
estructural en el lenguaje, el signo se sitúa en la base misma, en el
fundamento del lenguaje (ningún elemento contingente podría servir
de nexo entre lengua y habla, que son, como dijimos, las dos
dimensiones que adquiere el lenguaje). Dice de Saussure: “Lo que
el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un
concepto y una imagen acústica. La imagen acústica no es el sonido
material, cosa puramente física, sino su huella psíquica, la
representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos”.
Unión que, además, es arbitraria: “El lazo que une el significante al
significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el
total resultante de la asociación de un significante con un
significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es
arbitrario.
Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la
secuencia de sonidos s-u-r que le sirve de significante, podría estar
representada tan perfectamente por cualquier otra secuencia de
4

sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la


existencia misma de lenguas diferentes: el significado «buey» tiene
por significante bwéi a un lado de la frontera franco-española y böf
(boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera franco-germana es oks
(Ochs)” (3).

El gráfico siguiente nos muestra la estructura del signo:

Sdo = Concepto
Sgte Im. Acúst.

En este gráfico, la barra representa la unión indisoluble entre


significado y significante.

Es en la comunicación en donde entran en juego los tres elementos


destacados: un sujeto (que hace las veces de emisor) selecciona
signos de la lengua y los combina mediante el habla, constituyendo
así un mensaje dirigido a otro sujeto (receptor). La estructura de la
comunicación podría graficarse de la siguiente manera:

E M R

Naturalmente, la comunicación sólo es posible si los signos poseen


ya un valor predeterminado e igual para todos los sujetos, valor que
está establecido por la lengua (dimensión sincrónica del lenguaje) y
que por ello posibilita que el habla (dimensión diacrónica) se
transforme en comunicación.

III— Lacan y el “inconsciente estructurado como un lenguaje”

Señalar que el lenguaje es el fundamental creador de la realidad


humana no es poco; pero descubrir y señalar cuál es la estructura del
mismo supone un paso decisivo. Es lo que hizo de Saussure.
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Considerar al hombre como un ser racional, con conciencia de sí


mismo, de su ser y su finitud, capaz de organizar su existencia
mediante una abstracción –las leyes- es destacar un hecho sin
parangón en la naturaleza; pero demostrar que la razón y la
conciencia son sólo un ínfima parte del sujeto y que los “puntos
claves” de la existencia humana se ven sobredeterminados por un
sistema –el Inconsciente– desconocido para el yo, supone un paso
decisivo en la consideración de la Humanitas. Es el que dio Freud.

Lacan orientará su búsqueda teórica desde la obra freudiana –el


psicoanálisis- hacia el lenguaje –de Saussure mediante–, en pos de
determinar cuál es la relación entre los dos factores claves de la
existencia humana (el inconsciente y el lenguaje).

El primer paso es obvio: el sueño, el lapsus, el chiste, el síntoma


neurótico son fenómenos de lenguaje, tal como lo resalta Lacan: “La
función de la palabra sólo puede explicarse al definir el campo del
lenguaje. Esos dos términos son el título de un discurso que
pronuncié en Roma, en 1953, y del cual surge mi escuela después de
muchas dificultades.
Mi escuela es freudiana, y eso no debe extrañar, ya que demostré
claramente que los testimonios aportados por Freud de la existencia
del inconsciente, de los sueños, de los lapsus y ocurrencias, sólo son
interpretables sobre el texto de lo que se dice a través de la palabra
del propio interesado. Este es un hecho patente en las tres obras que
Freud ha escrito sobre cada uno de esos temas y que constituyen el
punto de partida de su «pensamiento»”(4). Referencias como éstas
son innumerables en la obra de Lacan, pero sólo nos aproximan a la
cuestión planteada, indicando que las formaciones del inconsciente
son hechos de lenguaje. La pregunta, entonces, subsiste: ¿de qué
manera se articulan estas dos estructuras –inconsciente y lenguaje?

En primer lugar, notamos que, cuando del inconsciente se trata, no


es aplicable la relación establecida por de Saussure entre significado
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y significante a partir del signo lingüístico, dado que el sentido de,


por ejemplo, un sueño, es singular, individual, válido únicamente
para el sujeto que lo soñó (por ello es que no se puede hablar de un
“simbolismo” onírico). Este hecho contrasta con la “universalidad”
del signo, con el valor que posee el signo para toda la comunidad
que lo utiliza, a partir de la lengua común.

Un solo ejemplo nos bastará para demostrar lo expresado: el sueño


freudiano conocido como la “Mesa redonda”.

Dice el contenido manifiesto de ese sueño: “Varias personas


comiendo juntas. Reunión de invitados o mesa redonda... La señora
E.L. se halla sentada junto a mí, y coloca con toda confianza una de
sus manos sobre mi rodilla. Yo alejo su mano de mí, rechazándola.
Entonces dice la señora: «¡Ha tenido usted siempre tan bellos
ojos!...» En este punto veo vagamente algo como dos ojos dibujados
o el contorno de los cristales de unos lentes...”(5)

¿Qué quiere decir este sueño? Está fuera de toda duda que el relato
de su sueño por parte de un sujeto constituye un hecho de lenguaje,
mas: ¿cómo aplicar la estructura del signo en este caso? ¿Cómo
aplicar el significado sobre el significante, siendo que, precisamente,
el significado se escabulle por todos lados, sin dejarse aprehender?
¿Cómo decir qué es lo que significa este sueño con la fórmula del
signo? Desde luego, poseemos el recurso de afirmar que “los
sueños” (o los lapsus, o los síntomas, etc.) “son fenómenos
absurdos, carentes de sentido y no merecen, por tanto, nuestra
atención ni nuestro interés”. Atajo disponible hasta que el maestro
vienés lo cerró, demostrando que todos los fenómenos mencionados
poseen una lógica y un sentido, perfectamente comprensibles luego
de realizado su análisis. Porque el punto clave es éste: los sueños (o
cualquier formación del inconsciente) poseen un sentido, dicen algo,
son un mensaje, tal el descubrimiento de Freud. Pero el primer
psicoanalista llega a esta conclusión por medio de una vía
sorprendente, insólita hasta ese momento: las ocurrencias
7

espontáneas de sus pacientes. La asociación libre, regla técnica


fundamental del psicoanálisis, consiste en que el paciente (el
analizante) diga lo primero que se le ocurra, sin previa reflexión ni
crítica, con lo que se produce un material en apariencia azaroso,
pero que a partir de la interpretación del analista va resignificándose
y “ordenándose”, con lo que comienza a aparecer en el discurso del
sujeto un sentido desconocido para él mismo hasta ese momento,
pero que, paradójicamente, le es propio. Con ello, entramos ya en el
terreno del inconsciente que podemos considerar como un discurso
incomprensible para el yo, un mensaje que necesita ser traducido
para comprender su texto, labor que sólo es posible a partir del
psicoanálisis.

Con estas premisas claves, Lacan realiza su lectura de de Saussure


de la que extrae una conclusión fundamental: el significante posee
una radical supremacía por sobre el significado, siendo el
segundo un efecto del primero.

Podemos apreciar que Lacan conserva los dos términos introducidos


por de Saussure en el signo lingüístico, pero invertidos:

Significante (S)
significado (s)

En donde la barra representa la separación estructural entre


significante y significado.

Lo que nos lleva a considerar qué es, para Lacan, un significante.


Sabemos ya que para de Saussure era la imagen acústica, la
representación mental del concepto; mas, Lacan lo definirá de un
modo diferente: “un significante es lo que representa a un sujeto
para otro significante”*. Definición ésta, a primera vista, un tanto
extraña pero sostenida por una solidez lógica (y clínica) que
veremos a continuación.
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Retomemos el sueño freudiano de la mesa redonda. El contenido


manifiesto no nos arroja ninguna luz sobre el significado del mismo,
aunque no deja de ser una representación mental: un significante.
Representación que sólo va aclarando su sentido en la medida en
que se le asocian otras representaciones (es decir, otros significantes)
que van constituyendo una cadena, “lógicamente eslabonada”, que
es lo que Freud denominó como cadena asociativa. En el ejemplo
mencionado, “mesa redonda” es un significante que representa a
Freud, pero no para otro sujeto, sino para otro significante: la mujer,
la deuda, la paternidad, el amor, son algunos de los significantes que
se destacan en la larga serie asociativa que se desprende a partir del
contenido manifiesto del sueño, y que va aclarando el significado
del mismo. Por ello, otra forma de definir al significante es la de
mencionarlo en términos de una cadena, a partir de la cual se va
gestando, retroactivamente, el significado. En base a estas
consideraciones, el esquema inicial que introducimos para explicar
la teoría de Lacan (significante sobre significado), se vería corregido
y precisado de la siguiente forma:

S1—S2—S3—S4—Sn
significado

Si el significante es una cadena, se deduce que son necesarios al


menos dos significantes, para producir un efecto de sentido. Un
síntoma neurótico no es, inicialmente, un significante; pero si al
síntoma se agrega alguna asociación que, retroactivamente, aclara su
sentido, estamos ya en la dimensión del significante. Isabel de R.
acude a Freud derivada por un médico, que la diagnostica como
histérica. Sus síntomas eran dolores en las piernas y dificultades
para andar, cuyo origen no era orgánico. ¿Qué sentido tiene este
síntoma? ¿Qué mensaje expresa? Imposible saberlo, se nos presenta
como un jeroglífico similar al contenido manifiesto de un sueño.
Mas la labor de análisis arroja algunas luces que permiten leer y
comenzar a comprender el texto que un síntoma constituye.
“Dolores en las piernas, dificultad al andar” (sgte 1) se asocia con
9

“lo sola que estaba” (sgte 2) (stehen significa en alemán tanto


“estar” como “estar en pie”) en ocasión de una serie de infortunios
familiares. Se asocia, además, con “el sentimiento de su
«impotencia» y la sensación de que «no lograba avanzar un solo
paso» en sus propósitos” (sgte 3) de reconstruir la felicidad familiar,
etc.(6) En este ejemplo podemos apreciar cómo el significado se
constituye retroactivamente, como efecto de la cadena significante.
Que no hay primacía del significado se demuestra por el hecho de
que un síntoma similar en su forma en dos sujetos, posee un
significado diferente para cada uno de ellos.

Propiedades del significante

Para finalizar este punto, destacamos que el significante posee dos


propiedades: la materialidad y la combinación. Con materialidad
hacemos alusión a que cada significante es diferente de los demás y
es éste hecho el que posibilita la relación de los mismos, es decir, su
combinación. De este modo, las propiedades del significante hacen
que éste se exprese, estructuralmente, en forma de una cadena: lo
que Freud denominó como la “cadena asociativa”, que no es otra
cosa que la puesta en juego del discurso (inconsciente) del sujeto.

Finalmente, estas propiedades del significante están relacionadas


con las figuras retóricas del lenguaje: la materialidad se articula a la
metáfora, y la combinación a la metonimia, figuras retóricas que se
constituyen, además, en las leyes del lenguaje, como veremos más
adelante.
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La “puntada”, “puntos de capitón” o “puntos de


almohadillado”. El punto de basta

De lo expresado hasta acá surge un interrogante: ¿el deslizamiento


de la cadena significante es indefinido? Lacan sostiene que no, y
para explicarlo introduce los conceptos de puntada, o puntos de
capitón; y el de punto de basta.

Antes de proseguir, consideramos oportuno introducir una cita, que


explica con mucha claridad qué es un punto de capitón: “Es lo que
se conoce en tapicería como capitoné. Ingenuamente uno pensaría
que esos botones aparecen cosidos uno a uno y esto sería análogo a
los signos en el sentido saussureano. En verdad el capitoné no se
hace así, sino que se trata de un entrecruzamiento de hilos que por
tensión producen las depresiones en la superficie, también llamadas
puntos de almohadillado. Lo que hay que retener es que todos estos
puntos se producen simultáneamente al tirar de los hilos y no uno a
uno. La puntuación de una frase es análoga a la tensión de los hilos;
tiene por resultado el abrochamiento del sentido que resulta
retroactivo y que se presenta como una unidad. Ejemplifiquemos:
Un.
Un hombre.
Un hombre bien.
Un hombre bien parecido.
Un hombre bien parecido al mono.”(7)

El discurrir de la cadena significante no es infinito ni tampoco


azaroso; si las ocurrencias del sujeto no nos aportan, al principio,
claridad alguna, de a poco van, interpretación del analista mediante,
“ordenándose” en un sentido lógico, en el que puede ya leerse un
discurso, un mensaje, estructurado por el inconsciente del sujeto.
Freud expresa, con respecto a la cadena asociativa, que “los
pensamientos mismos van formando, con admirable docilidad,
cadenas lógicamente eslabonadas, en las cuales se repiten como
centrales determinadas representaciones” (8). Estas
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representaciones centrales tienen una estructura metafórica, cuyo


efecto es dar un sentido a las demás representaciones. Son los
puntos de capitón. En el sueño de la mesa redonda, que ya
mencionamos anteriormente, los puntos de capitón son las ideas que
tienen que ver con la deuda, la mujer, el amor; en el análisis de ese
sueño nos da la impresión de que todas las representaciones
“desembocaran” en dichos temas, que de este modo producen un
efecto de puntada, resignificando el discurso del sujeto y
estableciendo su sentido. Pero Lacan habla también de un punto de
basta, que implica una detención de la cadena significante, “el punto
de basta por el cual el significante detiene el deslizamiento,
indefinido si no, de la significación” (9). En el sueño freudiano que
nos va sirviendo de ejemplo, encontramos este punto de basta,
precisamente en el momento en que Freud expresa que “En el tejido
cuya trama nos descubre claramente el análisis podría yo ahora
separar más los hilos y demostrar que van a unirse todos en un nudo
único; pero consideraciones de naturaleza no científica, sino privada,
me impiden llevar a cabo en público tal labor”(10). El acceso a las
representaciones inconscientes reprimidas determina, según Freud,
el efecto de sentido que adquiere el discurso del sujeto una vez
realizado el análisis; efecto de sentido que da una última puntada al
discurso (el punto de basta), resignificando toda la cadena
significante, y deteniendo el deslizamiento de la misma.

En conclusión, significado y significante, las dos dimensiones que


estructuran al lenguaje, y que de Saussure articula en el signo
lingüístico, son retomadas por Lacan quien las sitúa en otra
articulación, precisamente invierte la fórmula saussuriana y
demuestra la supremacía del significante por sobre el significado.

Significado o Efecto de sentido

Hasta este momento nos hemos manejado con un término que


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pertenece, en realidad, al campo de la lingüística: el significado. Lo


vimos como un efecto de la cadena significante, como lo que se
constituye al final del deslizamiento significante y es singular,
particular para cada sujeto. Al ser, de esta manera, sumamente
variable, Lacan intenta sustituir la “rigidez” que transmite el
concepto de significado en tanto se ve relacionado con la
“inmutabilidad” del concepto, cuando en psicoanálisis se trata de la
singularidad del deseo, y de cómo éste se constituye y expresa a
través del significante (que, como vimos, es siempre parte de una
cadena). Decíamos, así, que Lacan busca reemplazar el término
“significado” por otro que exprese mejor lo que es el resultado dela
cadena significante. A tal fin, emplea el concepto de “significancia”
al principio y también al final de su obra. En el transcurso de ésta,
utiliza también los términos de “significación”, “efecto de
significación” y “efecto de sentido”. Nos inclinamos por este último,
dado que la “significación” se establece entre lo imaginario y lo
simbólico, quedando así lo real elidido; en tanto que el sentido es el
efecto de una intersección entre lo simbólico y lo real, en el que se
diluyen los efectos imaginarios. Aunque no desarrollaremos el tema
de los tres registros (sólo estamos exponiendo una introducción al
orden simbólico) y su interrelación, nos importaba dejar establecido
en qué contexto y dentro de qué límites hablamos de “significado”, y
porqué nos parece más atinado su abordaje en términos de un efecto
de sentido.

Ahora bien: ¿estas diferencias que vamos marcando desde la teoría


lacaniana nos indican que de Saussure estaba equivocado? De
ninguna manera. El signo es una realidad, constituye un hecho, y si
la teoría saussureana trae aparejada una verdadera revolución en la
lingüística es porque logra ordenar ciertos fenómenos en un contexto
conceptual que los explica convenientemente, adquiriendo un status
verdadero y rigurosamente científico.

Sin embargo Lacan tampoco estaba equivocado y la subversión de la


teoría saussureana que éste realiza debe situarse en un eje mucho
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más amplio: el de la subversión freudiana que, precisamente,


invierte la valoración que el hombre poseía de sí mismo hasta ese
momento. Antes de Freud, dotado de razón y conciencia, y por ello
dueño de sí, de su ser, de su voluntad; después de Freud, “un
extranjero en su propia casa”, sobredeterminado por el inconsciente,
verdadero sistema que marca, sin que el sujeto (el yo) lo sepa, el
sentido de su existencia.

Explicaremos esta diferencia de un modo más metodológico y


conceptual: la teoría saussureana se encuentra limitada a lo que
Freud llamó “proceso secundario” y que recordaremos, se
caracteriza por un tipo de energía ligada, que trae aparejada una
identidad de pensamiento. Las consecuencias son evidentes: si
mencionamos la palabra “casa”, cada sujeto se representará un
“lugar donde viven las personas”: unión entre significado y
significante, posibilitada por la identidad de pensamiento y que
consiste en que la energía psíquica permanece ligada a una
representación determinada, sin que se desplace permanentemente a
otras representaciones.

Otro caso es el de los procesos primarios, que son inconscientes, y


en los cuales la energía fluye libremente de una representación a otra
mediante desplazamientos y condensaciones, y en los que Freud
encuentra una “identidad de percepción”. Las consecuencias de este
“libre fluir” de la energía a través de las representaciones son situar
al significado como contingente, y como efecto de la cadena
significante: “La casa es hermosa” nos revela un significado que se
transforma por completo sólo con un ligero desliz, un pequeño
desplazamiento: “La caza es hermosa” ya posee otro sentido, dado
que condensa otra serie diferente de ideas.
Lacan y de Saussure se sitúan, en síntesis, en dos órdenes diferentes:
uno se ocupa del inconsciente –el analista– y otro del yo –el
lingüista–.
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Metáfora y metonimia

Otro de los fundamentos es adoptado por Lacan en base a la


sugerencia de su amigo Roman Jakobson, lingüista ruso de la
Escuela de Praga, y contemporáneo del analista francés.

Jakobson, si bien está lejos de desautorizar a De Saussure, centra su


interés en aspectos que van más allá del signo lingüístico, y sostiene
que el lenguaje se organiza de acuerdo con dos grandes ejes: el
paradigmático y el sintagmático. Desarrollaremos brevemente
cada uno de ellos.

El eje paradigmático es el eje de las sustituciones, lo que indica


que, en el registro de la lengua, podemos encontrar términos
equivalentes intercambiables entre sí (podemos decir “mesa
redonda” o “mesa circular”), lo que abre la posibilidad de sustituir
una palabra por otra. Es el eje en el que se sitúa la metáfora: si
decimos que “un manto negro envolvió a la luna”, estamos
sustituyendo un significante por otro, ya que la palabra “noche” no
aparece mencionada, aunque conserva una relación con el
significante anterior. Ahora bien: ¿cómo logramos discriminar que
este “manto negro” es la noche y no, por ejemplo, una nube? Para
ello es necesario considerar la ubicación de este significante en la
cadena, en su relación con los que lo preceden y los que le siguen, y
esto ya nos lleva al eje sintagmático del lenguaje.

El eje sintagmático es el de las combinaciones, se sitúa en el habla,


y la figura retórica que le corresponde es la metonimia. Si hablar es
establecer relaciones entre significantes, la metonimia es definida
como “la parte por el todo”: si decimos “poner la mesa”, se entiende
que el sentido apunta a colocar el mantel, servilletas, platos,
cubiertos, etc., a efectos de almorzar o cenar; se apunta a la relación
entre varios elementos unidos en contigüidad, aunque sólo se
mencione uno, incluido “en presencia” (la mesa). Otras formas que
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adopta la metonimia son aquellas en que se mencionan como “el


autor por la obra” (por ejemplo, “leer a Freud”) o el “continente por
el contenido” (por ejemplo, “tomar un vaso de agua”). En estos
casos encontramos también una asociación de elementos dada por
contigüidad, aunque la definición que expresa a la metonimia como
“la parte por el todo” nos parece más abarcativa, a raíz de lo cual
trabajaremos con ella.

Dicen los lingüistas: “Para Jakobson, la interpretación de toda


unidad lingüística pone en marcha en cada instante dos mecanismos
intelectuales independientes: comparación con las unidades
semejantes (= que podrían por consiguiente reemplazarla, que
pertenecen al mismo paradigma), relación con las unidades
coexistentes (= que pertenecen al mismo sintagma). De este modo,
el sentido de una palabra está determinado a la vez por la influencia
de las que le rodean en el discurso, y por el recuerdo de las que
podrían haber ocurrido en su lugar. (...) esta dualidad es para
Jakobson de una gran generalidad. Constituiría la base de las figuras
retóricas más empleadas por el “lenguaje literario”; la metáfora (un
objeto es designado por un objeto semejante) y la metonimia (un
objeto es designado por el nombre de un objeto que está asociado en
él en la experiencia) provendrían respectivamente de la
interpretación paradigmática y de la sintagmática, a tal punto que a
veces Jakobson considera sinónimo sintagmática y metonímica,
paradigmática y metafórica” (11).

Las únicas “objeciones” que quizás podríamos plantear a lo


expresado en esta frase, son las de que no hablaríamos del “lenguaje
literario”, sino del lenguaje en su aspecto más general; y que no
mencionaríamos el término “objeto” (empleado en las definiciones
de metáfora y metonimia), sino al concepto de significante.
“Objeciones” que, naturalmente, no provienen de la lingüística sino
del psicoanálisis y que consisten, en realidad, en una extrapolación
de los conceptos de la lingüística a la experiencia psicoanalítica, con
las necesarias modificaciones que esto conlleva.
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El siguiente esquema sintetiza lo expuesto:

Eje paradigmático Eje sintagmático

Lengua Habla
Sustitución Combinación
Significantes unidos en Significantes unidos en
ausencia presencia
Sincronía Diacronía
Metáfora Metonimia

En base a estos desarrollos, Jakobson sugirió a Lacan que la


metáfora podría equipararse al concepto freudiano de condensación,
y la metonimia al de desplazamiento.

Si bien los desarrollos de Freud con respecto a la condensación y al


desplazamiento poseen algunas diferencias con los de metáfora y
metonimia, podemos destacar como fundamental un punto: el de que
poseen una estructura afín.

Para Freud, la condensación y el desplazamiento son las leyes que


rigen el funcionamiento del inconsciente, siendo la primera una
convergencia de dos o más representaciones sobre otra, a la que de
este modo sobredeterminan. Para seguir con el ejemplo expuesto,
señalaremos lo siguiente: el contenido manifiesto de un sueño es
sumamente corto, conciso, incomprensible; mas luego del análisis,
parten varias cadenas asociativas que conducen a las ideas latentes
(preconscientes) del sueño, primer paso para acceder a las
representaciones inconscientes, que son las que verdaderamente
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forman el sueño, pero que no se encuentran representadas


directamente en el contenido manifiesto del mismo. Dicho de otra
manera: se encuentran sustituidas por el contenido manifiesto.
Recordamos que es ésta, precisamente, la fórmula de la metáfora: la
sustitución de un significante por otro.

Con respecto al desplazamiento, Freud lo define como la


transferencia de la energía psíquica desde una representación
importante (inconsciente) a una indiferente (prec.-cc.), siendo que la
metonimia es definida como “la parte por el todo”. En nuestro
ejemplo, “poner la mesa” es la alusión a una parte, por medio de la
cual se hace referencia a un todo. Con la siguiente observación: la
referencia cae sobre lo menos importante (la mesa ya está puesta),
dejando de lado lo verdaderamente importante (y que sí hay que
poner: cubiertos, manteles, platos, etc., que es lo que indica la
expresión citada). ¿Y en el sueño de Freud? La representación más
intensa es la Sra. E.L., persona indiferente para él en la vida
cotidiana, y que en el sueño manifiesto ocupa un lugar central e
intenta seducirlo. De los resultados del análisis, podemos decir que
la Sra. E.L. es una parte (indiferente, nimia), que se arroga la
representación del todo (las representaciones inconscientes, y
verdaderamente importantes): de la Sra. E.L. parten cadenas
asociativas que conducen tanto al tema de la deuda como al del
amor, centrales en las ideas latentes.

De este modo, si las leyes del inconsciente son equiparables a las


leyes del lenguaje, concluimos que entonces “El inconsciente está
estructurado como un lenguaje”, dado que obedece a sus leyes
(metáfora y metonimia).

Lacan, en su teorización, conserva los términos introducidos por de


Saussure en el signo lingüístico (significado y significante), aunque
invertidos; y utiliza los ejes del lenguaje formulados por Jakobson (y
cuyos modelos o formas retóricas son la metáfora y la metonimia),
aunque aplicados al sujeto del inconsciente ($).
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Este procedimiento lacaniano está sumamente fundado, ya que la


lingüística y el psicoanálisis abordan dos campos diferentes (en la
medida en que una se ocupa de los fenómenos que atañen al yo, la
razón y la conciencia, y el otro toma a su cargo todo aquello que
tiene relación con el inconsciente). No obstante, y por ello mismo,
Lacan se hizo acreedor a duras críticas (muchas de ellas justificadas)
por parte de los lingüistas, que le reprocharon, en resumidas cuentas,
valerse de términos de su disciplina pero asignándoles un
significado o un valor diferente. Por este motivo, Lacan trazó una
clara diferencia entre los campos de incumbencia y los objetos de
estudio de la lingüística y del psicoanálisis, aclarando que él no
hacía lingüística sino “lingüistería”, término que engloba o incluye
todos aquellos fenómenos de lenguaje en los que entra en juego el
inconsciente.

IV— “Lingüistería”

“Un buen día me di cuenta de que era difícil no entrar en la


lingüística a partir del momento en que se había descubierto el
inconsciente.
Por lo cual dije algo que me parece, a decir verdad, la única objeción
que pueda yo formular a lo que oyeron el otro día de labios de
Jakobson, a saber, que todo lo que es lenguaje pertenece a la
lingüística, es decir, en último término, al lingüista.
Y no es que no se lo conceda con todo gusto cuando se trata de la
poesía, a propósito de la que esgrimió este argumento. Pero si se
considera todo lo que, de la definición del lenguaje, se desprende en
cuanto a la fundación del sujeto, tan renovada, tan subvertida por
Freud hasta el punto de que allí se asegura todo lo que por boca suya
se estableció como inconsciente, habrá entonces que forjar alguna
otra palabra, para dejar a Jakobson en su dominio reservado. Lo
llamaré la lingüistería.
19

Esto deja su parte al lingüista, y también explica el que tantas veces


tantos lingüistas me sometan a sus amonestaciones —desde luego,
no Jakobson, pero es porque me ve con buenos ojos, o dicho de otra
manera, porque me quiere, como lo expreso en la intimidad—.
Mi decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no
pertenece al campo de la lingüística”(12).

Desde sus dominios, situados en la lingüistería, Lacan prosigue su


trabajo, aportando más desarrollos a los que ya vimos. Entre ellos,
dos que presentaremos acá, sin pretender que nuestro análisis sea
exhaustivo. Ellos son el “hablente” y “lalengua”.

Estos extraños términos no son más que una acentuación de las


diferencias entre la lingüística y el inconsciente; pretenden dar un
contenido propio a los descubrimientos del psicoanálisis, para
situarlos en el contexto conceptual que se fue edificando, a partir de
Freud, desde la clínica.

Y la clínica psicoanalítica consiste, en primer lugar, en ceder la


palabra al sujeto para permitir el despliegue de un discurso que, al
estar articulado y sobredeterminado por el inconsciente, también es
extraño para el propio sujeto que habla. La función del analista será
entonces la de ir operando sobre ese discurso, y lo hará también con
la palabra –interpretación mediante- a fin de ir produciendo efectos
de sentido en el texto del analizante. Lo cual no es sin
consecuencias: el asombro, la angustia, la sorpresa, suelen
acompañar el (re) surgimiento de ideas y representaciones que el
sujeto posee, y que le cuesta reconocer como propias, dado que la
represión implica fundar una ignorancia permanente del yo con
respecto al sujeto: al crear el inconsciente la represión divide al
sujeto, dejándolo en una situación de ignorancia con respecto al
propio deseo que, sin embargo, insiste en reaparecer: sueños, lapsus,
síntomas neuróticos “hablan” un discurso que el yo no comprende.
Este sujeto que habla sin saber –sin entender– lo que dice no es
entonces el “hablante”, el sujeto que se comunica con los demás en
20

un lenguaje sin fisuras (como parecería ser el lenguaje si nos


atenemos a la teoría saussuriana), sino un sujeto que habla en un
“idioma” que él mismo desconoce. Lacan acuñó, para referirse al
sujeto del inconsciente ($) el concepto de parlêtre, condensación
entre parler (hablar) y être (ser). Desafortunadamente, no existe, en
español, una traducción eficaz de este nuevo término, que conserve
las resonancias del original francés. Se lo podría traducir como
“serhablante”, “hablanteser”, o “hablente”. Preferimos,
arbitrariamente, esta última.

Mas este hablente, dijimos, habla una lengua particular: la de su


propio inconsciente, y es por ello diferente a la lengua de los
lingüistas. Lacan la denominó como lalangue
(“lalengua”), homofónica a la langue (“la lengua”). En este caso, la
traducción es bastante similar, aunque vale señalar que en la
homofonía concluye el parecido, ya que trazan campos
absolutamente diferenciados. Es por ello que Lacan enuncia que “el
inconsciente está estructurado como un lenguaje”, y no como “el”
lenguaje: “el” lenguaje es el campo de la lingüística; un lenguaje
(lalengua) ya es la entrada en el campo psicoanalítico, en tanto da
cuenta del sujeto del inconsciente ($).

Lalengua es, en primer lugar, la lengua materna. Mas no es el


idioma, ni la lengua de una comunidad determinada, sino la manera
en que el discurso del Otro se inscribió en el sujeto, los deseos que
generó, los ideales, la sexuación, las fantasías, emblemas e
identificaciones que el sujeto fue incorporando, asimilando, de su
relación con el Otro, en su paso por el complejo de Edipo y el
complejo de castración; es la forma en que el lenguaje se inscribió
en el sujeto. Provisoriamente, podríamos mencionar a los padres en
el lugar de Gran Otro, aunque luego iremos precisando este punto.

De este modo, surge acá un interrogante: si lalengua que habla un


sujeto es singular, ¿cómo es entonces posible la comunicación? Si
cada cual habla un lenguaje, ¿qué posibilidad existe de que dos –o
21

más– sujetos se entiendan? Basta una ligera observación sobre la


realidad cotidiana para concluir que el malentendido se encuentra,
siempre, a la orden del día.

Al respecto, Lacan aportó otra novedad, que trae aparejada una


radical modificación de la fórmula de la comunicación establecida
por de Saussure (ver página 3), al expresar que “El emisor recibe del
receptor su propio mensaje en forma invertida”*. Fórmula que, en
cierta manera, Freud ya había adelantado: “Cuando en el tratamiento
psicoanalítico aparece una serie de ideas correctamente
fundamentadas e irreprochables, surge también para el médico un
momento de perplejidad, pudiendo el paciente tomar cierta ventaja
al afirmar: «Esto es en su totalidad bien pensado y cierto, ¿no le
parece? ¿Qué quisiera usted cambiar de lo que yo he contado?».
Pero no tardamos en observar que tales ideas, inatacables por el
análisis, han sido utilizadas por el enfermo para encubrir otras que
tratan de escapar a su crítica y a su conciencia. Una serie de
reproches contra otros nos hace sospechar la existencia, detrás de
ella, de una serie de reproches de igual contenido contra la propia
persona. Nos bastará entonces referir cada uno de ellos a la persona
del enfermo. Este modo de defenderse contra un reproche referido a
uno mismo, transfiriéndolo a otra persona, muestra algo
innegablemente automático y tiene su modelo en la conducta de los
niños, que siempre que se les reprocha alguna mentira responden:
«El mentiroso eres tú»(13). Un fragmento del “caso Dora” puede
resultarnos útil a título de ejemplo: “Acusaciones contra el padre,
que le habría transmitido su enfermedad [sífilis], y detrás de ellas
una acusación contra sí misma –flujo blanco, jugueteo sintomático
con el bolsillo, incontinencia posterior a los seis años-, secreto que
la enferma se resiste a dejarse arrancar por los médicos; todo esto
me parece constituir una prueba indiciaria irreprochable de la
masturbación infantil”(14). Dora acusa a su padre (enfermedad
sexual transmitida hereditariamente) para evitar la autoacusación por
su propia sexualidad (masturbación infantil), situando así el origen
de sus síntomas en el Otro. Por lo general, podemos afirmar que la
22

queja neurótica se refiere siempre al Otro, pero que el contenido de


esta queja se ajusta al propio sujeto que la emite. Forzosamente, al
ponerse en juego la dimensión del inconsciente, la comunicación es
equívoca, dado que si el sujeto desconoce sus representaciones
reprimidas, al emerger éstas a la conciencia son referidas al Otro en
la medida en que el propio sujeto las siente como ajenas.

Gráficamente, la fórmula de la comunicación establecida por Lacan


se presentaría así:

E W M R

El equívoco que el significante abre nos lleva a realizar una


aclaración: el término en forma de “doble ve” es, en realidad, una
“M” invertida.

En un aspecto más amplio, diremos que la comunicación es


equívoca porque el sentido de lo que un sujeto dice se define desde
el Otro. El discurso es siempre un mensaje dirigido al Otro, pero
suele existir una diferencia entre lo que el sujeto desea expresar, y lo
que el Otro recibe, entiende o interpreta de dicho mensaje. Por
ejemplo, si un sujeto desea halagar a una mujer por medio de un
piropo y la respuesta es una bofetada, quiere decir que el mensaje no
fue recibido como un piropo, sino como un insulto. Por ello, el
sentido de lo que un sujeto dice es sancionado por el Otro, con lo
que la comunicación no adquiere una dimensión lineal (como en la
fórmula saussuriana), sino una mucho más compleja y que implica
la relación del sujeto con el Otro.

V- El Gran Otro

El tramo final de nuestro recorrido nos lleva a uno de los conceptos


centrales en la obra lacaniana, como es el del Gran Otro, introducido
23

por el maestro francés en la clase del 25 de mayo de 1955 de su


Seminario 2 (véase bibliografía).

Lacan diferencia un “otro”, escrito en minúsculas, de “Otro” con


mayúsculas. Se simbolizan con una a o a’ para el pequeño otro, y
con una A para el Gran Otro (iniciales de autre, “otro” en francés).

El pequeño otro se sitúa en la dimensión del yo y del semejante,


son los otros que tratamos a diario, cotidianamente, relación entre
iguales y “de yo a yo”. La estructura de esta relación está dada por el
registro imaginario, que posee una función de desconocimiento de
la relación simbólica del sujeto con su deseo.

Por el contrario, el Gran Otro se sitúa en el registro simbólico, que


es el orden del deseo inconsciente, el lenguaje y el significante. El
término evoca resonancias freudianas de la primera época, cuando
en sus inicios Freud denominaba al inconsciente como una “otra
escena”, un “otro lugar” en el que se ponía en juego y en acto el
deseo del sujeto. Marca también una alteridad fundamental, destaca
la ajenidad y la extrañeza que el propio inconsciente le causa al
sujeto; como si el sujeto estuviera dividido: por un lado, lo que sabe
y conoce de sí mismo, las certidumbres yoicas con que se presenta;
pero además, es como si el sujeto fuese Otro para sí mismo, en tanto
los aspectos fundamentales de su ser le son desconocidos, a pesar de
saberlos. En esa paradoja consiste el inconsciente: es un saber no
sabido y eso es, en definitiva, el Gran Otro: uno de los nombres
lacanianos del inconsciente. El sujeto del inconsciente, sujeto
dividido (o sujeto barrado), se simboliza en el álgebra lacaniana, con
una “ese tachada” ($).

Lo expresado hasta acá refleja sólo parcialmente el contenido que


posee el concepto de Otro, ya que éste no sólo es una definición, un
modo de nombrar al inconsciente, sino que permite ampliar y
precisar el alcance del inconsciente freudiano. Freud siempre
remarcó que las “personas” (las comillas son, en este caso, de suma
24

importancia, ya que se trata en realidad de representaciones) más


importantes en la vida del sujeto, adquirían un valor y una
significación muy elevadas sólo en la medida en que, a partir de
ciertos rasgos particulares, lograban evocar algunas representaciones
reprimidas en el sujeto, pasando a ser sustitutivas de éstas. Para un
sujeto, entonces, ocupará el lugar del Otro quien evoque las
representaciones reprimidas de su propio inconsciente. Este aporte
de Lacan permite despojar al inconsciente de resonancias tales como
“lo oculto”, al destacar que el deseo entra en juego en el campo del
Otro.

El lector podrá haber inferido ya, probablemente, que el Otro no es,


entonces, “alguien” particular, sino una “abstracción”, un lugar
simbólico a ser ocupado por personajes contingentes. Al principio de
este ítem dijimos que “el Otro se sitúa en el orden simbólico”,
expresión que ahora corregiremos y precisaremos, señalando que el
Otro es el orden simbólico, es el orden del lenguaje, que preexiste al
sujeto, lo constituye y estructura, y seguirá existiendo luego de que
el sujeto desaparezca. De ahí la ambición de dejar una huella, un
rastro del paso por la vida que expresa la popular frase “tener un
hijo, plantar un árbol, escribir un libro”: simplemente, formar parte
del universo simbólico por el que transcurre la existencia humana, y
que en Lacan se lee como el Otro.

Corregiremos también otra expresión utilizada, en relación a


lalengua, cuando dijimos, provisoriamente, que el Gran Otro son los
padres. Es ésta una verdad a medias, ya que si para un niño sus
padres ocupan el lugar de Gran Otro, alcanza con considerar que
estos padres tuvieron o tienen, a su vez, padres (los abuelos del
sujeto), que también tuvieron padres (los bisabuelos), y así
sucesivamente; con lo que, en definitiva, todos los sujetos son, en
primer lugar, hijos. La genealogía sólo es posible por el hecho de
que nadie es el Otro, lugar que puede, eso sí, encarnarse en
diferentes sujetos. Con lo que volvemos a encontrar el hecho de que
el Otro es el orden simbólico, constituyente del sujeto.
25

Estos últimos lineamientos que venimos trazando nos permiten


señalar un punto de suma importancia: el Otro (A) no es consistente,
no es perfecto; sino, por el contrario, es inconsistente, incompleto, lo
que en el álgebra lacaniana se representa como A. Si el orden
simbólico fuera perfecto, cerrado, seríamos como hormigas,
perfectamente regulados por una estructura perfecta. En el Otro
siempre faltará una respuesta, La respuesta, lo que deja un lugar al
sujeto, posibilitando que él busque, por medio de su deseo, un lugar
en el Otro: dado que en el Otro siempre faltará una significación, a
esta significación para su deseo debe encontrarla en una búsqueda
singular cada sujeto. Mas, como esta búsqueda se juega siempre en
relación al Otro, Lacan dice que “el deseo del hombre es el deseo del
Otro”*, en la medida en que el deseo, para hacerse reconocer, debe
remitirse al Otro, al cual está articulado estructuralmente.

VI- Para concluir

El desarrollo precedente intenta presentarse como una introducción a


los conceptos claves de Lacan, de los cuales hemos desarrollado
algunos en sus puntos más relevantes, dejando su análisis exhaustivo
para otra ocasión. Nos interesa destacar, sin embargo, que nuestro
abordaje es por fuerza incompleto, y que cada uno de los temas
tratados posee una fundamentación mucho más amplia, que por
imperio de los límites que todo trabajo posee no hemos desarrollado.
Queda ya en la iniciativa del lector el ahondar y corregir los
lineamientos presentados en estas páginas.
Finalizamos con una cita de Lacan que, esperamos, no resultará extraña a esta altura: “El lenguaje sin duda
está hecho de lalengua. Es una elucubración de saber sobre lalengua. Pero el inconsciente es un saber, una
habilidad, un savoir-faire [saber hacer] con lalengua. Y lo que se sabe hacer con lalengua rebasa con mucho
aquello de que puede darse cuenta en nombre del lenguaje”(15).
26

(1) Lacan, Jacques: Seminario 2 “El yo en la teoría de Freud y en


la técnica psicoanalítica”, pags. 266-67, Ed. Paidós, 1991. (Las
cursivas son del original; las negritas me pertenecen).

(2) Lacan, J.: “Función y campo de la palabra y del lenguaje en


psicoanálisis”, pag. 307; en “Escritos”,
tomo 1, Ed. Siglo XXI, 1988.

(3) De Saussure, Ferdinand: “Curso de lingüística general”, pag.


130, Ed. Losada, 1945. (Las cursivas pertenecen al original).

(4) Entrevista realizada a Jacques Lacan, y publicada en el libro


“Freud y el psicoanálisis”, pag. 11, Ed. Salvat, 1973.

(5) Freud, Sigmund: “Los sueños” pag. 723, Ed. Biblioteca Nueva,
1981.

(6) Freud, S.-Breuer, J.: “Estudios sobre la histeria”, pags. 118-9,


Ed. Biblioteca Nueva, 1981.

(7) D’Angelo, R.; Carbajal, E.; y Marchilli, A.: “Una introducción a


Lacan”, Ed. Lugar, 2000, pag. 35.

(8) Freud, S.: “Los sueños”, pag. 725, Ed. Biblioteca Nueva,
1981. (Las cursivas me pertenecen).

(9) Lacan, J.: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el


inconsciente freudiano”, pag. 785, en “Escritos”, tomo 2, Ed. Siglo
XXI, 1988.

(10) Freud, S.: Ibid (8), pag. 725. (las cursivas me pertenecen).

(11): Ducrot, O.; y Todorov, T.: “Diccionario enciclopédico de las


ciencias del lenguaje”, pag. 134; Ed. Siglo Veintiuno, 17ª. edición,
27

1995.

(12): Lacan, J.: Seminario 20, pag. 24, Ed. Paidós, 1991.

(13): Freud, S.: “Análisis fragmentario de una histeria (caso


«Dora»)”, pags. 951-2 (Las cursivas me pertenecen).

(14): Ibid, pag. 976.

(15): Ibid (11), pag. 167 (las cursivas en francés son del original).

Bibliografía Consultada

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1981.

- “Estudios sobre la histeria” (1895).


- “La interpretación de los sueños” (1900).
- “Los sueños” (1901).
- “Psicopatología de la vida cotidiana” (1901).
- “El método psicoanalítico de Freud” (1904).
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- “Análisis fragmentario de una histeria (caso «Dora»)” (1905).
- “Psicoanálisis (cinco conferencias en la Universidad de Clarke)”
(1910).
- “El porvenir de la terapia psicoanalítica” (1910).
- “Múltiple interés del psicoanálisis” (1913).
- “La represión” (1915).
28

- “Lo inconsciente” (1915).


- “Lecciones introductorias al psicoanálisis” (1916-17).
- “Los caminos de la terapia psicoanalítica” (1919).
- “Autobiografía” (1925).
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- “Psicoanálisis: escuela freudiana” (1926).
- “Construcciones en psicoanálisis” (1937).
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 Lacan, Jacques: “Escritos”, Editorial Siglo XXI, decimocuarta


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- “El Seminario”, Libro I “Los escritos técnicos de Freud”.


- “El Seminario”, Libro II “El yo en la teoría de Freud y en la
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- “El Seminario”, Libro III “Las psicosis”.
- “El Seminario”, Libro V “Las formaciones del inconsciente”
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- “El Seminario”, Libro XI “Los cuatro conceptos fundamentales del
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- “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”,
en “Escritos”, tomo 1.
- “La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en
psicoanálisis”, en “Escritos”, tomo 1.
- “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”,
en “Escritos”, tomo 1.
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29

- “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente


freudiano”, en “Escritos”, tomo 2.
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 Entrevista a J. Lacan, realizada por María José Raqué Arias, y


publicada en el libro “Freud y el psicoanálisis”, Ed. Salvat, 1973.
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