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HISTORIA GENERAL DE LA CIENCIA II — CURSO 2011-2012 — PREGUNTAS DE EXAMEN

Electricidad y Magnetismo
Introducción tema 19: la física exacta

A partir de 1760, lo que en la época se calificó de «espíritu geométrico», se difundió


por todas las ramas del saber; alcanzó incluso campos como el lenguaje o la explota-
ción de los bosques. Se trataba del trasvase del método de las matemáticas a prácti-
camente todas las esferas de la actividad humana. La estadística se convirtió, así, en
una herramienta imprescindible para el control y la gestión gubernamentales, alcan-
zando temas como el de la población, la higiene pública y los recursos naturales. La
racionalización, a través del experimento y de los resultados numéricos, alcanzó a la
industria, cuyo desarrollo demandaba una precisión creciente en los parámetros y ca-
racterísticas de las máquinas y de los productos. Y las mismas ciencias también su-
frieron una transformación. Aquellas que se hallaban matematizadas desde antiguo,
como es el caso de la astronomía, conocieron un refinamiento en los instrumentos y
métodos de observación que planteó la necesidad de una calibración de los errores y
finalmente de una teoría de estos, desarrollada en los primeros años del siglo XIX. Sin
aspirar, como la astronomía, a la última cifra decimal, otras disciplinas, como la car-
tografía y la navegación, buscaron —y alcanzaron— nuevas cotas de exactitud que lle-
varon, por ejemplo, a la resolución del problema de la determinación de la longitud en
el mar. La ingeniería floreció, y se desarrollaron, en ramas como la arquitectura o la
construcción naval, modelos matemáticos allí donde antes se aplicaban imperfectas
reglas empíricas. Este espíritu racionalizador alcanzó incluso a los oficios mecánicos,
que se presentaron en la Encyclopédie junto a las ciencias con la aspiración de un
fructífero maridaje.
Naturalmente, la física —desde el siglo anterior, física experimental— no escapó al
nuevo signo de los tiempos. Si, como se vio en el capítulo anterior, su desarrollo en la
primera mitad del siglo XVIII constituyó una exploración de los fenómenos bajo la égida
de la razón, una razón que se explicitaba guiada por las matemáticas para una física
todavía casi sin matemáticas, incluso por lo general sin resultados numéricos, en la
segunda mitad aspirará a las cifras exactas y al empleo de expresiones algebraicas. No
se tratará, todavía, de esa «física matemática» que se configurará en el primer tercio
del siglo XIX, y que se verá en un capítulo posterior. Salvo algunos importantes prece-
dentes, modelos matemáticos de aspectos concretos, las matemáticas todavía no cons-
tituirán, en esta etapa, el lenguaje de la física: no se generaron teorías matemáticas.
Su papel se reducirá al de la expresión de los datos y afirmación de los resultados,
bien en forma tabular, bien en forma algebraica. Pero esto implicó la delimitación de
magnitudes medibles y el establecimiento de relaciones entre ellas, con el consiguiente
discernimiento de los factores significativos a atender en un experimento, así como de
los factores perturbadores a controlar y minimizar. Y, con ello, implicó una nueva
comprensión de lo que medían los instrumentos existentes y el desarrollo de otros
nuevos, como el electrómetro o el calorímetro.
En las páginas que siguen se exponen estos progresos en las disciplinas de la elec-
tricidad, el magnetismo y el calor; si bien estas no agotan el campo de la física del
momento, son las que tuvieron mayor envergadura y, retrospectivamente, sufrieron
los cambios más significativos.

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Examen con texto de Franklin

1. Caracterice la filosofía experimental de los siglos XVII y XVIII.

(Esta pregunta se corresponde con la introducción del tema 18: la filosofía natural y el
experimento)

La filosofía experimental de los siglos XVII y XVIII se corresponde con las denomina-
das «ciencias baconianas», que eran aquellas que, a diferencia de las denominadas
«clásicas» (como la astronomía, la estática o la óptica geométrica), resultaron difícil-
mente matematizables. La indagación sobre estas materias presentaba dificultades
particulares. De partida, los filósofos naturales que estudiaban estos campos se en-
contraban ante una muy amplia diversidad de fenómenos, aumentada por el creciente
número de experimentos, en la que no era fácil establecer regularidades. Por otra par-
te, los hechos iban quedando establecidos no sin alguna dificultad, pues no era raro
que los resultados de un experimento variasen a tenor de la influencia de factores que
escapaban al control, incluso a la comprensión, del investigador. Tal podía ser el caso,
por ejemplo, de la incidencia de la humedad atmosférica —o de la misma electricidad
estática acumulada en las ropas del observador— en los experimentos eléctricos. Más
todavía, la repetición de una experiencia ya establecida podía arrojar resultados que
hiciesen dudar de ella [por ejemplo, los experimentos de abosorción y liberación de
gases]: un caso importante fue el del experimento de Newton de la descomposición de
la luz en sus colores, que fracasó inicialmente en Francia, en Italia y en los Países Ba-
jos debido a la inferior calidad de los prismas empleados. El camino del experimento
no era por lo general fácil.
Los filósofos naturales se enfrentaron a esta situación provistos de una serie de
herramientas metodológicas y conceptuales que se llevaban mal con sus deseos. La
aspiración última era la de lograr la matematización de estos fenómenos, una mate-
matización que, desde posiciones newtonianas o cartesianas, debía suponer métodos
distintos de aproximación y explicación de los fenómenos que, de todas formas, se
mostraron insuficientes. Ya Descartes tuvo que hacer una física matemática sin ma-
temáticas, y Newton encontró que los bastante buenos resultados de sus Principia se
desvanecían frente al comportamiento de la luz en relación con la materia que intentó
estudiar en su Óptica (1704).
Así, los indagadores de estos nuevos reinos de la naturaleza, a pesar de sus profe-
siones de fe, tuvieron que actuar como buenamente pudieron, de modo que la práctica
de la llamada física experimental presentó una gran similitud en todas partes, inde-
pendientemente de las declaraciones que se hiciesen en favor de una u otra versión
del newtonismo o del cartesianismo. Se trataba de un sistema de ensayo en constante
diálogo con hipótesis a su vez en constante modificación, las cuales nunca alcanzaban
a predecir, solo sí difícilmente a explicar, los diferentes fenómenos que los experimen-
tos iban poniendo de manifiesto. La supremacía, obviamente, era la del experimento,
descrito cada vez con mayor detalle a fin de facilitar la reproducibilidad por otros in-
dagadores, y con ello la credibilidad de sus resultados. Dichos resultados se iban
acumulando, delimitando regularidades. Las hipótesis se dejaban para el final; frente
a la certeza que se atribuía a los resultados de la experiencia (ver método de Caven-
dish en cuadro 19.3), las hipótesis tenían, siempre, el carácter de un conocimiento tan
solo probable.
El denominador común de estos credos fue la filosofía mecanicista, la reducción de
los fenómenos a una ontología microfísica basada bien en un plenum donde las inter-
acciones se efectuaban por presión o contacto, bien en un vacío diversamente inter-
pretado —con o sin un éter—, dentro del cual la materia interactuaba a distancia me-
diante fuerzas de atracción y repulsión. Nadie, sin embargo, había logrado atisbar un

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átomo, y si alguna expectativa fue despertada por el microscopio, esta se desvaneció


rápidamente. De modo que la filosofía mecanicista se sustentaba solo por un principio
de analogía que la supuesta regularidad de la naturaleza permitía establecer entre el
mundo abierto a los sentidos y ese otro universo submicroscópico oculto. No obstante,
sin hipótesis no había medida. En primer lugar, era preciso saber qué era lo que se
podía medir o, en el caso de instrumentos ya desarrollados, como el termómetro o el
barómetro, qué se estaba midiendo. La hidrostática, ya bien conocida, vino en ayuda
de este último instrumento, suministrando una teoría viable de su funcionamiento —
si bien la concepción de la atmósfera como un «mar de aire» no dejó de originar pro-
blemas—. Pero, en el caso del termómetro, lo que este medía, y cómo, no estaba de-
masiado claro. En cuanto a otros artefactos desarrollados para la investigación, como
las máquinas eléctricas de fricción, o la llamada «botella de Leiden», carecieron en un
primer momento de una teoría clara que explicase su funcionamiento. A la dificultad
de interpretación de la naturaleza se venía a sumar, así, la de interpretar el funciona-
miento de los mismos aparatos que se desarrollaron para explorarla. El recorrido du-
rante esta etapa fue un camino difícil, pero sin duda excitante.

2. ¿A qué fenómenos se les dio en la época el nombre de “eléctricos”?

A los fenómenos luminosos asociados con la electrización por frotamiento. En


1703 Francis Hauksbee estudió los fenómenos de capilaridad, así como los asociados
con la electrización por frotamiento, aportaron datos para las especulaciones sobre la
constitución microfísica de la materia que Newton presentó en las «cuestiones» de su
Óptica (1704).
Sus investigaciones en electricidad comenzaron con un estudio acerca de lo que
entonces se denominaba el «fósforo mercurial». Este fenómeno había sido descubierto
en 1675 por el abate Picard; al trasladar un barómetro por la noche observó que con
la agitación del mercurio aparecía una luminiscencia por encima de este. Mediante
una serie de experimentos, Hauksbee mostró que la producción de luz no dependía del
barómetro, de la ausencia de presión en la parte superior del tubo, por encima del
mercurio, y ni tan siquiera del mercurio mismo. Dejó caer a este gota a gota sobre una
superficie de vidrio en el interior del recipiente de una bomba de vacío, observando la
aparición de destellos, los cuales se seguían produciendo —aunque con menor inten-
sidad— cuando se iba dejando entrar el aire. Observó asimismo la presencia de deste-
llos cuando otros materiales se frotaban en el vacío de la máquina neumática. Y frotó
la superficie exterior de un globo de vidrio en el que se había hecho el vacío, obtenien-
do en su interior una luz intensa. Su dispositivo, mediante el cual se hacía girar rápi-
damente al globo, constituyó el prototipo de generador electrostático que, desarrollado
más tarde por los físicos alemanes, se iba a utilizar a lo largo del siglo XVIII.
Al mismo tiempo, la coincidencia de la electrización con fenómenos luminosos, y el
hecho de que la chispa eléctrica pudiese provocar la combustión de sustancias infla-
mables, llevaba a pensar que había una conexión íntima entre electricidad, luz y calor.
La fricción producía calor, así como electrización.

3. Explique el desarrollo de la teoría de los efluvios eléctricos que estuvo vigente


durante la primera mitad del siglo XVIII y contrástela con la teoría de Benjamin
Franklin.

Hauksbee se orientó hacia el estudio de los fenómenos eléctricos, dejando de lado


los efectos luminosos. La opinión que prevalecía entonces era que los cuerpos electri-
zados atraían a otros cuerpos gracias a un efluvio de materia que surgía de ellos al ser
frotados, el cual se veía interrumpido cuando algún objeto se interponía entre ambos
cuerpos, cortando así esa supuesta comunicación material; asimismo, su inhibición

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por la humedad atmosférica se explicaba considerando que, al obstruir esta los poros
de la sustancia, impedía la salida de los efluvios. La suposición de la existencia de es-
tos efluvios era bastante natural: estos se dejaban sentir sobre la cara o el reverso de
la mano expuestos al cuerpo electrizado (lo que hoy se denomina «viento eléctrico»), y
el ruido y los destellos visibles en la oscuridad parecían testimoniar su presencia.
Hauksbee se propuso determinar la manera en que se propagaban estos efluvios, para
lo cual fijó una serie de hilos sobre el cilindro y sobre la esfera, observando que cuan-
do estos se hallaban electrizados, los hilos se ponían rígidos, orientándose en direc-
ción radial. Al acercar un dedo, los hilos se apartaban, rehuyendo el contacto. Lo cual
sucedía incluso cuando los hilos se hallaban en el interior del globo, aproximándose la
mano desde el exterior. Para probar esta permeabilidad del vidrio a los efluvios eléc-
tricos montó dos globos, uno dentro del otro, haciendo el vacío en el globo interior; al
electrizar el exterior, el otro brillaba. De modo que los efluvios podían atravesar el vi-
drio, lo cual podía explicarse porque estos no eran sino una parte del mismo vidrio,
posiblemente alojado en los intersticios que se hallaban entre las partículas de vidrio.
El siguiente paso fue dado por Stephen Gray, apasionado por la filosofía natural y
experimentador aficionado. Gray había fracasado en sus intentos de electrizar metales
por frotamiento y otros medios, y probó si un tubo como el de Hauksbee podría comu-
nicarles electricidad. Resultó que sí se electrizaban al acercarlos. El tubo, para preve-
nir la entrada de polvo, estaba obstruido en ambos extremos por tapones de corcho, y
Gray observó que la pluma de ave con la que intentaba contrastar el poder eléctrico
del tubo, soltada cerca del extremo de este, no se dirigía hacia el tubo, sino hacia el
corcho. A partir de este resultado, Gray probó en qué medida se podía transmitir la
electricidad, uniendo al corcho un palo rematado por una bola de marfil; la bola mos-
tró propiedades eléctricas. Finalmente consiguió transportar los efluvios eléctricos a
través de una cuerda de algunos centenares de pies, suspendida de postes con hilos
de seda, hasta que los hilos, debido al peso, se rompieron: los efluvios podían pasar de
un cuerpo a otro. Cuando, buscando mayor resistencia, sustituyó los hilos de seda
por alambre, el experimento no funcionó. De este modo halló que los materiales se po-
dían dividir en dos categorías: los «eléctricos», que podían ser cargados por frotamien-
to, y los «no eléctricos», que no exhibían esta propiedad. Entre los primeros se conta-
ban la seda, la resina, el cabello o el vidrio; entre los segundos, el marfil, los metales,
los vegetales. El aire mismo podía conducir los efluvios, si bien con dificultad. Otros
dos resultados importantes que obtuvo Gray fueron la confirmación de que la atrac-
ción eléctrica sí se daba en el vacío, y que además no es proporcional a la cantidad de
materia del cuerpo electrizado, lo cual mostró frotando igualmente dos cuerpos de la
misma forma, uno macizo y otro hueco, que exhibieron las mismas propiedades.
Un nuevo paso vino con las indagaciones de Dufay. Según éste todos los cuerpos
podían ser electrizados por frotamiento, salvo los metales —más adelante se vería que
sí— y los cuerpos demasiado blandos o fluidos como para ser frotados. Asimismo, to-
dos los cuerpos exhibían electricidad en diversa medida al ponerse en contacto o acer-
carse a un cuerpo electrizado. A partir de una serie de experimentos realizó un impor-
tante descubrimiento: concluyó que los cuerpos exhibían dos tipos de electricidad, a
las que denominó «vitrea» y «resinosa», por las características exhibidas por estos ma-
teriales. Los cuerpos con el mismo tipo de electricidad se repelían entre sí, mientras
que cuerpos con distinto tipo de electricidad se atraían. Pero Dufay no interpretó esto
recurriendo a la existencia de dos fluidos eléctricos distintos. Los experimentos de
conducción habían mostrado que la virtud eléctrica (la futura electricidad) podía atra-
vesar una variada gama de sustancias, de modo que Dufay no pensó en términos de
efluvios particulares emanados de cada sustancia, sino de una «materia eléctrica» pre-
sente en los cuerpos. En cuanto a los fenómenos luminosos asociados con la electrici-
dad, concluyó, en la línea de Hauksbee, que la luz y la electricidad se debían a mate-

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rias distintas, aunque se hallaban ciertamente conectados; mientras que Franklin


consideraba que la luz y la electricidad estaban formados por el mismo éter vibratorio.
En la década de 1740 Boerhaave consideró al calor como una sustancia material,
un fluido elástico. Así es como comenzó a hablarse del «fuego eléctrico», y poco más
tarde se comenzó a pensar que la materia eléctrica podía ser fuego elemental, idea que
se sostuvo durante un tiempo. Esta fue, en concreto, la opinión del abate Nollet, quien
elaboró la más sistemática y conocida de las teorías de efluvios. Nollet presentaba a la
electricidad como una materia sutil, una combinación de fuego envuelto en una mate-
ria oleosa o sulfurosa que, existiendo en todos los cuerpos, fluye de ellos en chorros al
ser excitada. Estos chorros explicarían, así, la dirección lineal de las atracciones y re-
pulsiones eléctricas. Cuando un cuerpo electrizado emite estos chorros, recibe simul-
táneamente otros de los cuerpos susceptibles de ser electrizados que están situados a
su alrededor —el aire incluido—, lo que explica los dos tipos de electricidad hallados
por Dufay y que el fluido eléctrico no se agote en los cuerpos. Los sentidos contrarios
de los chorros dan cuenta, a su vez, de los fenómenos de atracción y repulsión: no
existen electricidades diferentes. Las diferencias en dirección, velocidad y distribución
en el espacio de estos flujos afluentes y efluentes, así como su misma naturaleza, po-
dían dar cuenta de los distintos fenómenos. Así, las partículas de materia eléctrica
podían imprimir un impulso a los cuerpos que se veían atraídos o repelidos gracias a
la acción de la envoltura material que rodeaba al fuego, y cuando esta se rompía el
fuego era liberado, de modo que se producía emisión de luz y calor en forma de chis-
pas y otras manifestaciones.

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Hasta la de Nollet inclusive, las teorías de la electricidad habían intentado explicar


los tradicionales fenómenos de atracción y repulsión desde una concepción que consi-
deraba a la electricidad más bien como un efecto que como una causa.
Con la teoría de Franklin, las cosas comenzaron a cambiar; la atención se centraba
ahora en las cuestiones relativas a la carga y descarga eléctricas de los cuerpos, más
patentes gracias al desarrollo de las máquinas eléctricas y al consiguiente logro de
grados de electrización mucho mayores de lo que habían sido posibles a principios del
siglo. Y esto permitió una formulación clara del concepto de carga eléctrica como la
cantidad de una sustancia específica que podía hallarse en exceso o en defecto en los
cuerpos, causando su electrización. Tal noción no era posible en las teorías de eflu-
vios, donde los fenómenos eléctricos se suponían producidos por un estado de excita-
ción. La introducción de la carga eléctrica suponía, así, la de una magnitud que en
principio podía ser cuantificada en función de sus efectos.
Benjamin Franklin, de Filadelfia, llevó una serie de investigaciones para demostrar
que el rayo que atravesó a Pieter van Musschenbroek mientras éste hacía experimen-
tos con la botella de Leiden era de carácter eléctrico. En 1749 señaló que tanto el re-
lámpago como la chispa eléctrica eran prácticamente instantáneos, produciendo una
luz y un ruido similares. Ambos eran capaces de prender fuego a los cuerpos y de
fundir los metales; ambos fluían por los conductores, especialmente los metales, y se
concentraban en las puntas; asimismo eran capaces de destruir el magnetismo o de
invertir la polaridad de un imán, pudiendo ambos matar a las criaturas vivas. En
1752 llevó a cabo su famoso experimento de la cometa, recogiendo la carga de una
nube de tormenta en una botella de Leiden y mostrando que poseía efectos similares a
los de la carga producida por una máquina eléctrica. Para explicar los fenómenos de la
electricidad que él conocía, Franklin supuso que había un fluido eléctrico im-
ponderable que llenaba todo el espacio y los cuerpos materiales, siendo dichos cuer-
pos neutros cuando la concentración del fluido en su interior y en el exterior era la
misma. Los cuerpos mostraban propiedades eléctricas cuando contenían más o menos
fluido eléctrico del normal; en consecuencia, denominó a los dos tipos de electricidad
como «positiva» o «más» y «negativa» o «menos». Un exceso de fluido tornaba a un cuer-
po positivamente cargado, mientras que un defecto lo tornaba negativamente cargado.
El fluido eléctrico de Franklin tenía asimismo acentos newtonianos: dado que parecía
permear libremente la materia ordinaria, cualquiera que fuese su densidad, constaba
de partículas muy sutiles, las cuales se repelían entre sí, siendo atraídas por las de la
materia ordinaria. En estado neutro un cuerpo está saturado de fluido eléctrico, es
decir, contiene tanto fluido como puede contener; si se le añade más, cargándolo posi-
tivamente, el fluido forma una atmósfera que rodea su superficie. Cuando las atmósfe-
ras de dos cuerpos cargados positivamente entran en contacto, se repelen, pero no
encontró explicación para la repulsión entre cuerpos cargados negativamente, en don-
de no aparecen por ningún lado las atmósferas eléctricas (Cuadro 18.11).
Franklin sostenía que la luz constaba de vibraciones de un éter que llenaba el es-
pacio, y, a la manera de otros partidarios de la teoría ondulatoria, Leonard Euler antes
que él y Thomas Young después, pensaba que el fluido eléctrico del espacio podía ser
idéntico al éter luminífero.

4. ¿Qué es una botella de Leiden, qué experimentos se hacían con ella y cómo se
explicaban sus resultados?

La «botella de Leiden» fue un instrumento eléctrico importante que servía para


concentrar cargas eléctricas —hoy lo llamaríamos un condensador—. Se descubrió a
la vez que el choque eléctrico en 1745 gracias a Pieter van Musschenbroek, de Leiden.
Éste trató de evitar que la carga eléctrica se disipase utilizando una botella de agua,
llevando para ello la carga desde una máquina eléctrica (de Hauksbee, que fue el mo-

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delo de geneador electrostático empleado durante todo el siglo XVIII) hasta la botella
por medio de un cable. Mantuvo en una mano la parte externa de la botella y tocó el
cable con la otra, momento en que, como dijo, «el brazo y el cuerpo se vieron afectados
de una manera terrible que soy incapaz de expresar; en una palabra, creí llegado mi
fin».
La «botella de Leiden» consistía simplemente en una botella de vidrio con agua.
Que el agua contenida en un recipiente aislante se podía electrizar era un hecho ya
conocido; si la electrización tenía lugar a través de un metal que, atravesando el tapón
de corcho, estaba en contacto con el agua, se esperaba que almacenase la electricidad.
No obstante, si la carga se efectuaba por un experimentador que sostenía la botella
con la mano, hallándose en contacto con el suelo, el dispositivo, en contacto a través
de este metal con objetos no electrizados, provocaba una chispa muy violenta. Pronto
se vio que el agua podía sustituirse por armaduras metálicas en el interior y el exte-
rior. También se comprobó que la potencia se multiplicaba cuando se disponían varias
botellas en paralelo, formando una batería, lo que llevó a experimentos espectacula-
res: en presencia del Rey, Nollet electrizó a 180 gendarmes cogidos de la mano, y en
otra ocasión a 200 cartujos en su monasterio.
La botella promovió los experimentos de carga y descarga eléctricos, pero en un
primer momento constituyó un dispositivo difícil de explicar mediante las teorías al
uso. El vidrio parecía capaz, a la vez, de retener y transmitir la electricidad, en contra
de lo hallado por Dufay (¿?). Por otra parte, la botella solo se cargaba cuando se halla-
ba sobre una sustancia no eléctrica (es decir, conductora de la electricidad), cuando
podía esperarse precisamente lo contrario, que la electricidad se almacenaría más en
la botella si estuviese aislada.
En relación con esto, William Watson realizó el curioso descubrimiento de que la
electricidad de la máquina de fricción disminuía cuando se aislaba al operador y al
instrumento. En1746 proponía la existencia de un «éter eléctrico», sutil y elástico, que
era transferido en la carga y descarga de una botella de Leiden. Watson se inclinaba a
identificar este éter con el fuego elemental de Boerhaave. Al igual que este fuego, per-
neaba los cuerpos y tendía a equilibrarse entre ellos, siendo este flujo equilibrador el
responsable de las fuerzas de atracción y repulsión. La actuación de las máquinas
eléctricas sería así similar a la de una «bomba» extractora de electricidad; de este mo-
do, la electricidad del globo de vidrio de la máquina no llegaría de este, sino del cuerpo
que lo frota, conectado en última instancia con el suelo.
Para explicar la botella de Leiden, Franklin supuso que el vidrio era completamen-
te impermeable al fluido eléctrico (a diferencia de Gray y Hauksbee). Cuando la botella
se carga, el fluido se acumula en su interior, electrizándolo positivamente. Pero a esta
electrización positiva debe corresponder otra electrización negativa igual en la parte
exterior, para lo cual debe estar conectada al suelo a través del cuerpo de quien sos-
tiene la botella.

5. Explique los pasos que se dieron en la segunda mitad del siglo XVIII en la cuan-
tificación de la electricidad.

Según Aepinus las fuerzas eléctricas estaban originadas por la misma presencia de
fluido eléctrico. Se trataba, simplemente, de fuerzas a distancia, cualquiera que fuese
su mecanismo causal, y que podían ser sometidas a una indagación matemática se-
gún el modelo de la gravitación que Newton estudió en los Principia. Aepinus no cono-
cía la ley de estas fuerzas, de modo que no pudo llevar las matemáticas muy lejos.
Suponiendo que las fuerzas eran proporcionales a las cantidades de fluido eléctrico y
materia presentes, y que decrecían con la distancia según una función indeterminada,
estudió los efectos que se podían presentar en algunas configuraciones sencillas. Una
novedad radical que introdujo en su teoría fue la existencia de fuerzas repulsivas entre

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las partículas de la materia ordinaria, las cuales explicaban la repulsión entre cuerpos
cargados negativamente. Esto no era una especulación ad hoc, sino un requisito exigi-
do por la coherencia de la teoría.
Según Aepius, la inducción —transmisión de la electricidad— es un fenómeno que
tiene lugar siempre que está presente un cuerpo cargado, cuyo fluido eléctrico ejerce
fuerzas sobre el de todos aquellos cuerpos que se hallen en su vecindad, provocando
su redistribución.
Aepinus abrió las puertas a la cuantificación de la electricidad, introduciendo el
álgebra en una disciplina tradicionalmente empírica —baconiana, experimental— y
cualitativa. Pero su matematización fue parcial, una matematización sin números. Ni
usó resultados experimentales cuantitativos, ni los predijo. En la medida en que la ley
de la atenuación de las fuerzas eléctricas con la distancia le resultaba desconocida,
sus resultados solo podían emanar de una discusión cualitativa de sus ecuaciones.
Aun así, sentó la teoría de Franklin sobre una base coherente y rigurosa que le permi-
tió explicar una amplia gama de resultados experimentales. Hay que añadir que esto
solo supuso una parte de su aportación a la filosofía experimental, pues también
realizó, como se verá algo más adelante, un estudio del magnetismo sobre los mismos
fundamentos.
En Gran Bretaña, Aepinus halló un continuador de su obra en Henry Cavendish,
que partía de los mismos principios adoptados por Aepinus, aunque Cavendish mani-
festó haber desarrollado su trabajo de manera independiente. En él introdujo el análi-
sis matemático, considerando las acciones eléctricas ejercidas a distancia entre los
cuerpos como la resultante de las atracciones de elementos infinitesimales del fluido
eléctrico, y estudiando con este procedimiento diversas configuraciones de cuerpos
cargados. Un importante aspecto de sus indagaciones tenía que ver con el comporta-
miento de cuerpos conductores; estas le llevaron a inferir que las fuerzas eléctricas
entre dos cuerpos variaban recíprocamente como el cuadrado de su distancia, y a
formular lo que se ha considerado un precedente del concepto moderno de potencial
electrostático (cuadro 19.3, caracterización del método experimental).

Cavendish demostró que en la superficie interior de una esfera hueca, con paredes
de un cierto espesor, no podría haber fluido eléctrico, pues cualquier partícula de di-
cho fluido situada en la esfera experimentaría una fuerza neta hacia su superficie ex-
terior. Cavendish lo comprobó experimentalmente, no hallando muestras de electrici-
dad en el interior de un globo cargado; pero desgraciadamente no publicó su trabajo,
así que el mérito de la determinación de la ley de la fuerza eléctrica recayó, como se
verá, en el ingeniero francés Charles Coulomb. De hecho, no dio a conocer sus investi-
gaciones, las cuales sólo verían la luz pública cuando J. C. Maxwell las editó en 1879.
Otro aspecto importante del trabajo de Cavendish fue el concepto de «grado de
electrización» de un cuerpo. Dicho grado indicaba lo que se podría denominar la «pre-

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sión» del fluido eléctrico. Si se suponen dos esferas conductoras cargadas de distinto
radio, puestas en comunicación por un hilo conductor ideal, la carga se distribuirá
entre ellas de modo que, en el equilibrio, la «presión», el grado de electrización, sea el
mismo en la superficie de ambas esferas. Pero las cargas en cada esfera no serán
iguales. La fuerza de repulsión ejercida por el fluido eléctrico de la esfera de menor
radio sobre una partícula de fluido en su superficie será inversamente proporcional al
cuadrado de dicho radio, y por lo tanto mayor que la correspondiente fuerza en el caso
de que la partícula se halle en la superficie de la esfera mayor. Cavendish obtuvo que
las cantidades de fluido en cada esfera son proporcionales a sus radios. Dicho en
otros términos, como las superficies de las esferas son como los cuadrados de sus ra-
dios, la esfera menor, aun poseyendo menor carga, tendrá la mayor densidad de car-
ga. Lo que por otra parte explica el comportamiento eléctrico de las puntas, incluidas
las de los pararrayos, pues en ellas la densidad de carga es más alta.
El libro de Aepinus tuvo poca influencia durante las dos décadas siguientes a su
publicación. Por una parte, su difusión fue escasa; por otra, su introducción del álge-
bra en la electricidad no fue, en general, comprendida. La formación matemática no
estaba muy extendida entre los físicos experimentales y, aun entre quienes la poseían,
su programa resultaba ajeno a la metodología aceptada. En Inglaterra, el trabajo de
Cavendish fue mejor acogido, pero igualmente mal entendido. Su línea de indagación,
la física matemática, solo se retomaría a principios del siglo XIX.
La adopción de las ideas de Aepinus se produjo finalmente gracias a las experien-
cias realizadas con condensadores. La botella de Leiden, el condensador de aire, así
como otros dispositivos experimentales que actuaban de manera semejante, plantea-
ron interrogantes sobre la acumulación de la carga y su localización específica. El caso
más destacado e influyente fue el del «electróforo perpetuo» que el italiano Alessandro
Volta ideó en 1775. El fluido eléctrico se consideró confinado en los cuerpos, y las at-
mósferas pasaron a interpretarse como «regiones de influencia» de la carga eléctrica,
zonas donde esta ejercía acciones detectables aparentemente a distancia.
Una idea de Aepinus más difícil de aceptar era la existencia de una fuerza de re-
pulsión entre las partículas de la materia ordinaria, a la que, como se vio, responsabi-
lizaba de las fuerzas entre cuerpos cargados negativamente. De modo que algunos de-
fendieron la existencia de dos fluidos eléctricos (a diferencia de Franklin, que conside-
raba sólo existía sólo uno, siendo posisitvo o negativo; más o menos), el habitual
«más» y otro responsable del estado «menos». La idea de los dos fluidos fue propuesta
por Robert Symmer ya en 1759. Symmer se mostró curioso acerca del comportamiento
de sus medias, las cuales, al quitárselas, emitían chispas en la oscuridad. Comprobó
que dos medias (una negra, de lana; la otra blanca, de seda), puestas en la misma
pierna y retiradas, no mostraban electricidad mientras se hallaban unidas, pero sí al
separarse; un comportamiento similar al que, como se ha visto, mostraría más tarde el
electróforo de Volta. Las electricidades contrarias, concluyó Symmer, no se «aniquila-
ban» con el contacto —como predecía la teoría de Franklin—, sino que se anulaban
entre sí, volviendo a manifestarse con la separación. Dado que la teoría de Aepinus
daba igualmente cuenta de estos y otros fenómenos aportados por los partidarios de la
teoría dualista [dos fluidos eléctricos de Robert Symmer, 1759. Dufay consideraba dos
tipos de electricidad, vítrea y resinosa, pero un solo fluido], la adopción de uno u otro
punto de vista constituía una materia de elección. Los dualistas tenían a su favor una
explicación de la repulsión menos-menos [las teorías unitarias, como la de Franklin,
no pudieron explicar la repulsión de los cuerpos cargados negativamente, al no haer
atmósferas de electricidad, «regiones de influencia» que dirá Alessandro Volta en
1775]; los unitarios, aplicando la navaja de Occam, contaban con una teoría más sim-
ple, con un solo fluido hipotético en lugar de dos. En tanto se decidía la cuestión —-y
se tardaría en hacerlo—, se podía cuantificar y medir.

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Examen con texto de Hans Christian Oersted

6. ¿En qué se diferencian la electricidad y el magnetismo? (Debería referir la


respuesta a las concepciones del siglo XVIII).

Puede decirse que en la época moderna el estudio de la electricidad, así como el


del magnetismo, comenzó con las investigaciones de William Gilbert de Colchester du-
rante el siglo XVI. Los griegos de la Antigüedad sabían que el ámbar presentaba pro-
piedades eléctricas, mas Gilbert mostró que no era en absoluto un caso único, descu-
briendo que el vidrio, el lacre, el azufre y las piedras preciosas atraían también trocitos
de papel y de paja cuando se frotaban. Se dio cuenta de que las fuerzas eléctricas y
magnéticas eran de carácter distinto, ya que los imanes actuaban sólo sobre la piedra
imán y sobre los objetos de hierro, orientándolos en una dirección específica, mientras
que las fuerzas eléctricas actuaban sobre una amplia variedad de materiales, siendo
no direccionales.
A diferencia de los fenómenos eléctricos, que solo comenzaron a estudiarse con
cierta intensidad a principios del siglo XVIII, las indagaciones sobre el magnetismo te-
nían una amplia tradición, entre otras por la importante razón de su vinculación a un
instrumento crucial para la navegación: la aguja —imantada— o compás náutico. Pese
a todo, la primera mitad del siglo XVIII apenas conoció desarrollos en los estudios
magnéticos, prevaleciendo durante todo el período la explicación cartesiana en térmi-
nos de la circulación vorticial de una materia sutil que atravesaría al imán entre sus
polos norte y sur. Tal circulación podía ponerse fácilmente de manifiesto distribuyen-
do limaduras en torno a un imán, las cuales se orientaban en la dirección del supues-
to flujo. Tal concepción, con modificaciones de detalle, prevaleció en el continente; los
newtonianos británicos, por su parte, cuando no convenían con ella aludiendo a «eflu-
vios magnéticos», se limitaban a mencionar la existencia de una «virtud magnética»,
eludiendo —como en el caso de la gravitación— la cuestión de su mecanismo.

7. ¿Qué progresos se realizaron en la investigación de la electricidad y el magne-


tismo en el siglo XVIII?

[Esta pregunta es muy amplia, básicamente se pregunta todo lo relacionado con la


electricidad y el magnetismo en el siglo XVIII, por lo que habría que sintetizar mucho].

Electricidad:
La ciencia de la electricidad se desarrolló rápidamente a lo largo del
siglo XVIII, frente al caso de la óptica, cuyo progreso fue lento en ese mismo período.
Gracias al estímulo representado por el descubrimiento del telescopio y el microscopio,
los problemas ópticos se habían estudiado con intensidad durante el siglo XVII, pero se
dieron estímulos escasos en el período inmediatamente posterior. Por otro lado, la
ciencia de la electricidad se tornó muy popular, especialmente tras el descubrimiento
del choque eléctrico en 1745 y la identificación del rayo con la descarga eléctrica poco
después. Se hicieron algunas propuestas médicas un tanto extravagantes acerca de
las virtudes vitalizadoras del choque eléctrico, yendo algunos tan lejos como para
identificar la electricidad con la fuerza cósmica de la naturaleza. La- marck, como se
recordará, sostuvo que la electricidad, conjuntamente con el calor, constituía la fuerza
directriz de la evolución orgánica. John Wesley declaraba que «la electricidad es el al-
ma del universo», opinión que los filósofos de la naturaleza alemanes casi llegaron a
compartir, fascinados como estaban por las polaridades opuestas que exhibía la elec-
tricidad. [Continúa con el contenido de las preguntas 2 a 5. Habría que sintetizar mu-
cho]

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Magnetismo:
A diferencia de los fenómenos eléctricos, que solo comenzaron a es-
tudiarse con cierta intensidad a principios del siglo XVIII, las indagaciones sobre el
magnetismo tenían una amplia tradición, entre otras por la importante razón de su
vinculación a un instrumento crucial para la navegación: la aguja imantada o compás
náutico. Pese a todo, la primera mitad del siglo XVIII apenas conoció desarrollos en los
estudios magnéticos, prevaleciendo durante todo el período la explicación cartesiana
en términos de la circulación vorticial de una materia sutil que atravesaría al imán
entre sus polos norte y sur. Los newtonianos británicos, por su parte, cuando no con-
venían con ella aludiendo a «efluvios magnéticos», se limitaban a mencionar la exis-
tencia de una «virtud magnética», eludiendo —como en el caso de la gravitación— la
cuestión de su mecanismo.
El primero en negar abiertamente la teoría de la circulación fue Musschenbroek.
Su oposición a esta teoría se basaba en el hecho de que la fuerza magnética no se veía
afectada por la interposición de una barrera, salvo si esta era de hierro, mientras que
cabría esperar que otros materiales interpuestos la afectasen también en alguna y di-
versa medida. Además, midiendo las fuerzas entre dos imanes halló que las repulsivas
entre dos polos iguales eran más débiles que las atractivas entre polos opuestos; con
el tiempo, este resultado se mostraría erróneo, motivado por las dificultades en llevar a
buen término la medición. Con tal resultado, si tales fuerzas se debían a la circulación
de fluido magnético, y eran proporcionales a ella, se llegaba a la absurda conclusión
de que la cantidad de fluido que entraba por un polo no era la misma que salía por el
otro.
Aunque creía que la teoría de la circulación era errónea, Musschenbroek no encon-
tró ninguna alternativa. Esta la formularía más tarde Aepinus al hablar de la electrici-
dad; de hecho, los objetivos de Aepinus se dirigían más a la formulación de una teoría
del magnetismo que a la renovación de la teoría franklinista de la electricidad. En
Aepinus, el responsable de los comportamientos magnéticos era, como en el caso de la
electricidad, un fluido sutil cuyas partes se repelen entre sí y son atraídas por las que
componen los materiales férreos, materiales estos a través de los cuales el fluido pasa
con dificultad, mientras que permea libremente al resto de la materia. Este compor-
tamiento distintivo da cuenta de la especificidad de los fenómenos magnéticos. A par-
tir de aquí la situación es la misma que en el caso de la electricidad: en estos materia-
les férreos existe una cantidad «natural» de fluido magnético; cuando se imantan, el
fluido se separa en su interior, dando lugar a un polo «más» y a otro «menos». Esta si-
tuación de polarización se mantiene durante un tiempo variable, según la dificultad
que opongan las partes del cuerpo al tránsito del fluido magnético. Esta teoría no es-
taba exenta de dificultades; por ejemplo, si un imán se dividiera en dos, debería dar
lugar a dos monopolos magnéticos, cuando lo que sucede es que se forman dos ima-
nes. Desde luego, al igual que en el caso de la fuerza eléctrica, hubo diversos intentos
para medirla, aparte del de Musschenbroek ya mencionado; pero la existencia de dos
polos tornaba la cuestión aún más difícil. Naturalmente, se pensaba que las fuerzas
ejercidas por ambos polos deberían ser iguales en magnitud, decreciendo con el cua-
drado de la distancia.
Manteniendo el paralelismo con el caso de la electricidad, fue Coulomb, gracias a
su balanza de torsión, quien logró medir la fuerza magnética. Al igual que Musschen-
broek y Aepinus, Coulomb rechazó la teoría de la circulación, pero también la de
Aepinus. Por un lado, no aceptó las fuerzas repulsivas que Aepinus introdujo entre las
partículas de la materia ordinaria; por otro, argumentó que si se seccionaba la parte
central de un imán, esta no debería ser magnetizable, dada la ausencia o deficiencia
de fluido en ella, lo que iba en contra de la experiencia. El contexto era la búsqueda de
la mejor figura para las agujas magnéticas, con el fin de mantener lo más posible los
efectos de la magnetización. Finalmente concluyó que el fluido magnético actuaba por

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atracción o repulsión con una fuerza que se hallaba en proporción directa a la densi-
dad del fluido y que disminuía con el cuadrado de la distancia. El fluido magnético
introducido por Aepinus estaría contenido en cada partícula o molécula del material y
confinado en ella, aunque podría trasladarse de uno a otro de sus extremos. De este
modo cada molécula del material, al polarizarse, se constituiría en un pequeño imán:
todos estos imanes, digamos, moleculares, se alinearían, resultando los efectos ma-
croscópicos de su acción combinada. Esta sería la concepción que prevalecería duran-
te la primera parte del siglo XIX.

8. Describa el descubrimiento de Orested al que se refiere el texto.

Los filósofos de la naturaleza alemanes se interesaban por un aspecto distinto de


la electricidad y el magnetismo, a saber, el fenómeno de la polaridad, que parecía
ejemplificar perfectamente la tensión dialéctica que postulaban entre las fuerzas o po-
los opuestos que ordenaban el caos. Puesto que según su filosofía había solamente un
tipo de fuerza tras el desarrollo de la naturaleza, a saber, la del espíritu del mundo,
sostenían que la luz, la electricidad, el magnetismo y las fuerzas químicas se hallaban
todas ellas interconectadas: todas ellas eran distintos aspectos de lo mismo. Uno de
los discípulos de Schelling, Hans Christian Oersted, anunció que estaba buscando la
conexión entre el magnetismo y la electricidad. Franklin había mostrado que las agu-
jas de hierro podían magnetizarse y desmagnetizarse eléctricamente mediante la des-
carga de una botella de Leiden. La botella de Leiden proporcionaba exclusivamente
una corriente eléctrica transitoria, mientras que la pila eléctrica, inventada en 1799,
proporcionaba una fuente continua de corriente, con la que Oersted consiguió demos-
trar que los efectos magnéticos de dichas corrientes. Mostró que un cable que trans-
portase una corriente eléctrica rotaría en torno a un polo magnético e, inversamente,
un imán tendería a moverse en torno a un cable estacionario que transportase una
corriente.
Habían transcurrido dos décadas desde la
introducción de la pila voltaica, pero la ausen-
cia de efectos detectables entre cuerpos car-
gados eléctricamente e imanes, así como la
teoría de Coulomb, que sancionaba la inde-
pendencia entre los fluidos eléctricos y los
magnéticos, previnieron las investigaciones en
este sentido. A veces se lee que el descubri-
miento de Oersted se realizó por casualidad
durante el transcurso de una conferencia: al
acercar una aguja magnetizada a un alambre
por el que circulaba corriente encontró que
sobre aquella se producía un pequeño efecto.
Al examinar el fenómeno detenidamente en-
contró que la aguja, desviándose de su alinea-
ción natural Norte-Sur, se ponía en dirección
perpendicular al alambre cuando se situaba
por encima o por debajo de este, girando en
un caso en sentido opuesto al otro; pero no
encontró ningún efecto, salvo una inclinación de la aguja respecto de su plano de giro,
si el alambre se encontraba en dicho plano. También halló que la magnitud del efecto
dependía inversamente de la distancia y directamente de la intensidad de la corriente,
y que prácticamente no variaba si se interponían distintos materiales, a menos que
estos fuesen magnéticos (cuadro 24.2).

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El descubrimiento de Oersted despertó un interés considerable, dado que las fuer-


zas principales entonces conocidas poseían un carácter lineal de tracción y empuje,
como las atracciones y repulsiones gravitatorias, eléctricas y magnéticas; mas he aquí
un caso de una fuerza rotatoria. El fenómeno dejó sumida en la perplejidad especial-
mente a la escuela francesa de física newtoniana, dado que eran los más acérrimos
defensores del punto de vista según el cual todas las acciones eran el resultado de
fuerzas de empuje y tracción que operaban a distancia según la ley del inverso del
cuadrado. No obstante, Ampère había mostrado a finales de 1820 que un cable en
forma de espira circular que llevase una corriente se comportaba como un imán ordi-
nario, mostrando atracciones y repulsiones de tracción y empuje, por lo que presumía
en 1825 que el magnetismo derivaba de pequeñas corrientes eléctricas sin resistencia
en las partículas de los cuerpos magnéticos.

9. El descubrimiento de Orested inspiró una serie de investigacines, entre ellas


las llevadas a cabo por Michael Faraday. En el transcurso de las mismas descu-
brió la inducción electromagnética. ¿En qué consiste este fenómeno, y cómo lo
explicó Faraday?

Las investigaciones más importantes de cuantas conectaban los efectos eléctricos


con otros fenómenos fueron las desarrolladas por Michael Faraday, aistente de Davy.
Se sabía desde hacía tiempo que un imán podía inducir magnetismo en un trozo de
hierro adyacente, así como que una carga eléctrica estática podía inducir la aparición
de otra carga en un cuerpo vecino. Faraday pensaba que lo mismo habría de poder
decirse de las corrientes eléctricas, por lo que empezó a buscar el efecto cuando ob-
servó por vez primera un cierto número de posibles conexiones entre fenómenos natu-
rales, conexiones que empezó a investigar subsiguientemente, detectándolas en algu-
nos casos. Posteriormente Faraday descubrió el fenómeno de la inducción electromag-
nética que mostraba que una corriente eléctrica podría generar otra, ligando en gene-
ral el movimiento mecánico y el magnetismo con la producción de la corriente eléctri-
ca. Halló que una corriente que cambia de magnitud en un cable en espiral podía in-
ducir una corriente transitoria en una espiral próxima. El mismo efecto podía produ-
cirse moviendo un cable en espiral que transportase una corriente continua o, lo que
venía a ser lo mismo, un imán permanente, en la vecindad de un segundo cable en
espiral. De este modo, Faraday descubrió el principio básico de la dinamo, de la mis-
ma manera que Oersted había descubierto el principio del motor eléctrico (cuadro
24.4).
Para explicar estos efectos, Faraday supuso que, al iniciarse la corriente, el con-
ductor secundario adoptaba lo que llamó un estado «electrotónico», una especie de es-
tado de tensión, el cual perduraba mientras circulaba la corriente estacionaria por el
circuito primario, conectado a la pila, y que se relajaba al conmutarlo. La creación,
desaparición o variación de este estado electrotónico creaba una corriente. También
pensaba que la corriente que circulaba por el circuito primario provocaba asimismo en
él dicho estado, que imaginaba relacionado con las partículas de los alambres. Por
otra parte, el estado inducido en el circuito secundario apuntaba a que el efecto se ex-
tendía por el espacio más allá del material del imán. Ya se sabía que al extender lima-
duras de hierro en torno a un imán estas se disponían en líneas que representaban la
dirección de la fuerza magnética (cuadro 24.5). Posteriores experimentos le mostraron
que se producían corrientes inducidas en los conductores cuando estos se movían cor-
tando las líneas de fuerza magnética. También constató que la electricidad, el magne-
tismo y el movimiento se disponían perpendicularmente entre sí. Pero el que se produ-
jese inducción al cortar las líneas magnéticas, aunque no hubiese variación de in-
tensidad, era algo que contradecía sus ideas sobre el estado electrotónico. Buscó sus-
tituirlas por una teoría de las líneas de fuerza.

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10. A su vez, Maxwell basó sus investigaciones en la teoría de Faraday. Explique


en qué consistieron esas investigaciones.

Clerk Maxwell trató de poner en forma cuantitativa y matemática las explicaciones


en gran medida cualitativas que Faraday había sugerido para los fenómenos eléctricos
y magnéticos. Ante todo, Maxwell desarrolló los aspectos cualitativos de la concepción
de Faraday de las líneas de fuerza, incorporando el éter de la teoría ondulatoria de la
luz. Maxwell suponía que las líneas de fuerza eran tubos de éter que rotaban sobre
sus ejes. La fuerza centrífuga de dichas rotaciones hacía que los tubos se expandiesen
lateralmente y se contrajesen longitudinalmente, tal y como Faraday había sugerido a
fin de explicar la atracción y la repulsión. Sin embargo, dos tubos vecinos que rotasen

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en el mismo sentido se moverían en direcciones opuestas en los puntos en que se to-


casen, algo que no era mecánicamente factible. Así pues, Maxwell supuso que entre
los tubos de éter había capas de partículas que rotaban en dirección opuesta a la de
los tubos, a la manera de los rodamientos a bolas de los piñones libres. Si todos los
tubos del éter rotasen a la misma velocidad, las partículas no cambiarían de posición,
mas, en caso contrario, una partícula dada podría moverse linealmente con una velo-
cidad que sería la media de las velocidades circulares de los tubos de ambos lados.
Así, si por algún medio se alterase la velocidad rotatoria de un tubo, se propagaría
una perturbación a través del sistema y las partículas se pondrían en movimiento li-
neal, rodando de un tubo a otro. Maxwell consideraba que las partículas eran de ca-
rácter eléctrico, por lo que pensaba que dicho movimiento de las partículas constitui-
ría una corriente eléctrica (cuadro 24.15).

Inversamente, si una partícula se desplazase de su posición normal, se ejercería


una tensión tangencial sobre los tubos adyacentes y, dado que dichos tubos eran elás-
ticos, tenderían a restaurar a la partícula desplazada a su lugar normal. Maxwell su-
gería que dicho estado de tensión existía en el campo electrostático entre dos placas
de condensador, desplazando las cargas de las placas a las partículas eléctricas, que,
a su vez, provocaban una tensión en los tubos de éter del espacio intermedio. Median-
te la consideración de la posibilidad de tensiones vibratorias en su modelo de éter,
Maxwell dedujo de las leyes de la dinámica que rigen la mecánica de su modelo que se
propagarían perturbaciones de carácter ondulatorio a su través a la velocidad de la
luz. Así pues, parecía que la luz fuese un fenómeno electromagnético o, como decía
Maxwell, «que la luz consiste en ondulaciones transversales del mismo medio, lo que
constituye la causa de los fenómenos eléctricos y magnéticos». En una sustancia dis-
tinta del medio etéreo del espacio vacío, Maxwell mostró que las ondas electromagnéti-
cas se propagarían con una velocidad igual al producto de la velocidad de la luz y la
raíz cuadrada de la capacidad inductiva específica de la sustancia. Dado que la veloci-
dad de la luz en una sustancia transparente se relaciona con un índice de refracción,
parecía que la capacidad inductiva específica de una sustancia sería igual al cuadrado
de su índice de refracción, predicción que más tarde se confirmaría.
Maxwell no se preocupaba demasiado de la verificación experimental de las diver-
sas predicciones derivadas de su teoría, ni tampoco desarrolló más los aspectos cuali-
tativos de su modelo del éter electromagnético, con su sugerente concepción de partí-
culas de electricidad o electrones. En su obra posterior, abandonó el modelo de éter y
se centró en las ecuaciones matemáticas que había derivado para las perturbaciones
de carácter ondulatorio del éter, aplicando dichas ecuaciones a los fenómenos ópticos.
Maxwell reunió sus investigaciones en su libro Tratado sobre electricidad y magnetis-
mo de 1873.

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