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Lesbianas y Prostitutas: Una Hermandad Histórica

Joan Nestle

en A Restricted Country, Ithaca, NY: Firebrand Books, 1987


traducción: Gabriela Adelstein, Buenos Aires, 2012

El predominio del lesbianismo en los burdeles de todo el mundo me ha convencido de


que la prostitución, como una desviación del comportamiento, atrae en gran medida a
mujeres que tienen un fuerte componente homosexual latente. A través de la
prostitución, estas mujeres con el tiempo superan su represión homosexual.
-- Frank Caprio: Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism (1954)

“Estamos teniendo la reunión durante la Lesbian/Gay Freedom Week porque muchas


mujeres prostitutas son lesbianas –y sin embargo tenemos que luchar por ser visibles en
el movimiento de mujeres y en el movimiento gay. Esto es debido en parte a nuestra
ilegalidad, pero también porque al visibilizar nuestra profesión tenemos que enfrentar
actitudes que sugieren que o bien somos “traidoras a la causa de las mujeres”, o bien no
somos “verdaderas lesbianas”.
Oradora en “Prostitutes: Our Life – Lesbian and Straight”, San Francisco, junio 1982

Estas prostitutas “de puertas adentro” van en aumento. El Capitán Jerome Piazza de la
Manhattan South Public Morals Division [División de Moralidad Pública de Manhattan
Sur] estima que existen por lo menos 10.000 prostitutas en la ciudad. Women Against
Pornography sostiene que hay 25.000 prostitutas trabajando dentro y fuera de la ciudad,
más de 9.500 en el Lado Oeste solamente.
West Side Spirit, 17 de junio de 1985

En preparación para la Conferencia sobre las Mujeres de Naciones Unidas, el gobierno


de Kenya puso nuevos bancos en los parques, rellenó los baches, y barrió a las
prostitutas de las calles.
-- New York Times, 15 de julio de 1985

El impulso original detrás de este ensayo era mostrar cómo las


lesbianas y las prostitutas siempre han estado conectadas, no sólo en la
imaginación masculina sino también en sus historias reales. Esperaba
que, al presentar las piezas de este territorio compartido, podría tener
algún impacto sobre la posición feminista contemporánea sobre la
prostitución, según la expresa el movimiento feminista antipornografía.
Pero mientras leía y escuchaba, una visión más amplia se formó en mí:
el deseo de devolver a las trabajadoras sexuales su propia historia, de la
misma forma en que hemos tratado de hacerlo en los proyectos de
historia lésbicos y gay de base, en todo el país. Las putas, como lxs
queers, son el chiste sucio de una sociedad. El simple hecho de sugerir
que tienen una historia, no como un mapa patológico sino como un
registro de un pueblo, implica desafiar fronteras sacrosantas. Al leer
sobre la complicada historia de las prostitutas, me di cuenta una vez
más de que también estaba leyendo historia de las mujeres, con todas
sus contradicciones de opresión y resistencia, de hermandad y traición.
En este trabajo intentaré honrar ambas historias: la de la mujer
prostituta y la de la mujer queer.
Primero, mi propio punto de partida. En los bares de fines de los
años ’50 e inicios de los ’60 en los que aprendí mi manera lésbica de
vivir, las putas eran parte de nuestro mundo. Nos sentábamos en los
taburetes una al lado de la otra, nos íbamos de juerga juntas, hacíamos
el amor juntas. La brigada contra el vicio, los precursores de la Morals
Division [División de Moralidad] con quienes las Women Against
Pornography no tienen ningún escrúpulo en colaborar, controlaba
nuestro mundo, y sabíamos claramente que entre puta y queer, cuando
empezaba la redada, no había ninguna diferencia.
Este territorio compartido se quebró, por lo menos para mí,
cuando entré en el mundo del feminismo lésbico. Las putas y las
mujeres que parecían putas se convirtieron en el enemigo o, en el mejor
de los casos, en mujeres oprimidas y confundidas que necesitaban
nuestra ayuda. Algunas de las primeras conferencias sobre feminismo
radical y prostitución estuvieron caracterizadas por la ausencia total de
trabajadoras sexuales, en todas las reuniones. La prostituta era una
vez más la Otra, como lo había sido antes en los movimientos
feministas de pureza sexual de fines del siglo XIX.
Se me ocurrió una conexión mucho más estrecha cuando leí el
legado de mi madre, sus escritos borroneados, y descubrí que en
distintos momentos de su vida mi madre se había prostituido para

2
pagar el alquiler. Había sabido esto siempre, en alguna otra parte de mí
misma, en especial cuando compartí su cama en el Hotel Dixie en el
corazón de la Calle 42 de Nueva York durante uno de los períodos en los
que ella estaba sin trabajo, pero nunca había permitido que la
verdadera vida de mi madre calara en mí, de muchas maneras, y ésta
había sido una.
Y finalmente, en mi propia vida recientemente he entrado en el
ámbito del sexo público. Escribo historias de sexo para revistas
lésbicas, poso para fotografías explícitas de fotógrafas lesbianas, hago
lecturas de materiales sexualmente gráficos vestida con ropa
sexualmente reveladora, y he recibido dinero de mujeres por actos
sexuales. Según quien sea que haga la acusación, soy una pornógrafa,
una queer, y una puta. Así, por razones tanto políticas como
personales, se me hizo evidente que tenía que escribir esto.

Una de las referencias específicas más antiguas que encontré a la


conexión entre lesbianas y prostitutas está en las primeras páginas del
libro de William W. Sanger History of Prostitution. En forma similar al
proceso de leer las primeras referencias históricas a lesbianas, es
necesario despegar a las mujeres del lenguaje crítico en el que están
incrustadas. La prostitución, nos dice Sanger, “mancha los registros
mitológicos más tempranos.”1 Analiza el Antiguo Testamento, revelando
que Tamar, hija de Judá, cubría su rostro con un velo, el signo de una
ramera. Muchas de las mujeres “arrojadas a los caminos como refugio,
vivían en puestos y tiendas, donde combinaban el comercio de
vendedora ambulante con la ocupación de ramera.”2 Aquí se establecen
dos temas importantes, el uso de determinada ropa como anuncio y
como expresión de estigma, y el problema del trabajo de las mujeres.
Es en el capítulo sobre Grecia Antigua que encontramos en
Sanger la primera referencia concreta a la historia lésbica. Junto a las

1
Sanger, William, History of Prostitution: Its Extent, Causes and Effects Throughout the World, New
York, 1876, pág. 2
2
Sanger, William, op. cit, págs. 3-7

3
casas de prostitución atenienses llamadas dicteria “había escuelas en
las que las jóvenes mujeres eran iniciadas en las prácticas más
repugnantes, por mujeres que las habían adquirido de la misma
manera.”3 Aquí hay evidencia de actividad intergeneracional
homosexual, que también es utilizada para la transmisión de técnicas
de supervivencia de la subcultura. Una conexión más desarrollada se
revela en su análisis de una de las cuatro clases de prostitutas griegas:
las flautistas conocidas como auletrides. Estas talentosas músicas eran
contratadas para tocar y bailar en banquetes, después de los cuales sus
servicios sexuales podían ser comprados. Una vez al año, estas mujeres
se reunían para honrar a Venus y celebrar su oficio. No se permitía la
presencia de ningún hombre en estos ritos primitivos, excepto a través
de dispensa especial.

Su banquete duraba desde el anochecer hasta el amanecer con vinos, perfumes,


comidas delicadas, canciones y música. Una vez estalló una disputa entre dos de
las asistentes, en relación con su respectiva belleza. El resto de las participantes
exigió realizar una prueba, y [el poeta relator] dio un largo y gráfico informe de
la exhibición, pero el gusto moderno no nos permitirá transcribir los detalles...
Se ha sugerido que estos festivales se originaron en, o dieron origen a, esas
enormes aberraciones de la mente femenina griega conocida por los antiguos
como amor lésbico. Existen serios motivos para creer en algo por el estilo. En
efecto, Lucius afirma que, mientras la avaricia incitaba a los placeres comunes,
el gusto y el sentimiento inclinaba a las flautistas hacia su propio sexo. Es
necesario abundar sobre tan repulsivo tema.4

Oh cuán errado está el académico caballero. Este pasaje, muy


alejado del original, puede ser una mezcla de algo de historia griega y de
mucho de actitud victoriana, pero resulta provocador, tanto por el
chismecito informativo como por el lenguaje que usa para expresarlo.
En 1985 asistí a mi primer Women’s Music Festival de Michigan.
Durante todas las festividades me la pasé pensando en esas antiguas
flautistas dándose placer recíproco, y me preguntaba si algunos de los
temas del feminismo cultural cambiarían si se reconociera este legado
histórico.

3
Sanger, William, op. cit, pág. 48
4
Sanger, William, op. cit, pág. 50

4
La primacía de los códigos de vestido atraviesa la historia de la
prostitución. Esta teatralidad de cómo las prostitutas tenían que ser
marcadas socialmente para apartarlas de la mujer domesticada, y cómo
la población de prostitutas respondía a estas demandas del estado, me
hizo pensar muchas veces en las formas en que las lesbianas han
usado ropas para declararse como un tipo diferente de mujer. Las
prostitutas, incluso hasta fines del siglo XIX, eran descriptas como
mujeres antinaturales, criaturas que no tenían conexión con esposas y
madres, así como las lesbianas fueron llamadas, años más tarde,
“tercer sexo”. Citando un texto de 1830, Ruth Rosen dice en The Lost
Sisterhood: “Ella [la prostituta] podía satisfacer las necesidades de los
hombres porque un gran abismo separaba a su naturaleza de la de
otras mujeres. En el carácter femenino, no hay término medio. Debe
existir en inmaculada inocencia o en vicio sin esperanzas.”5 Esta visión
de la prostituta como otra especie de mujer continuaría a través de los
años. En 1954, Jess Stern, una difusora de subculturas eróticas,
escribe: “Lo único de lo que estaba segura en ese momento era de que la
prostituta se parece tanto a otras mujeres como una cebra se parece a
un caballo. Es una raza distinta, más diferente de sus hermanas bajo
la piel de lo que ella –o el resto de la sociedad– puede comprender...
Tienen un común denominador, una cualidad esencial que las distingue
de otras mujeres: un profundo desprecio por el sexo opuesto.”6
Aparentemente, tanto las tortas como las putas tienen una herencia
histórica de redefinir el concepto de mujer.
Para asegurarse de que la prostituta no se incorporara a la
población de “verdaderas mujeres”, a través de los siglos los distintos
estados han establecido reglamentaciones para controlar su forma de
presentarse y sus movimientos físicos. En los tiempos de la Grecia
Clásica, todas las putas tenían que usar túnicas floreadas o rayadas.
En algún momento, si bien ninguna ley lo decretaba, las prostitutas se
tiñeron el cabello de rubio, en un gesto común de solidaridad. En el

5
Rosen, Ruth, The Lost Sisterhood: Prostitution in America 1900-1928, Baltimore: Johns Hopkins
University Press, 1982, pág. 6
6
Stern, Jess, Sisters of the Night, New York: Grammercy Publishers, 1956, págs. 13 y 15

5
período romano, “la ley prescribía con detalle la vestimenta de las
prostitutas, sobre el principio de que debían distinguirse en todo de las
mujeres honestas. Así, no se les permitía vestir la casta stola que
escondía las formas ni el fillet con el que las mujeres romanas se ataban
el cabello ni usar zapatos o joyas o túnicas color púrpura. Éstas eran
las insignias de la virtud. Las prostitutas usaban la toga como los
hombres... Algunas incluso iban un poco más allá en atrevida
declaración de su oficio y usaban sobre la toga verde una chaqueta
blanca corta, el símbolo del adulterio.”7 Un detalle llamativo a través
de la historia de las reglamentaciones estatales respecto del vestido de
las prostitutas es la inclusión de atavíos masculinos, como parte del
proceso de estigmatización. Por ejemplo, a fines del siglo XIV, nos dice
Lydia Otis: “Las prostitutas debían llevar una marca en su brazo
izquierdo... mientras que en Castres (en 1375) el signo reglamentario
era un sombrero de hombre y un cinturón escarlata.”8 Aquí, como en la
historia lésbica, el travestismo señala la ruptura del tradicional
territorio erótico, y por lo tanto social, de las mujeres.
Durante los trescientos años siguientes, las prostitutas fueron
marcadas por el estado, tanto siendo forzadas a usar un cierto tipo de
ropa o símbolos identificatorios (como un nudo rojo sobre el hombro, un
pañuelo blanco, o, en escalofriante prefiguración de la historia de
mediados del siglo XX, un cordón amarillo sobre sus mangas) como
mediante restricciones físicas. Al leer los códigos de vestimenta
obligatorios, recordé la advertencia que las lesbianas mayores me
hacían en los años ’50 cuando me preparaba para salir de noche:
siempre usar tres prendas de vestir femeninas para que la brigada
contra el vicio no te pueda arrestar por travestismo.

Los estados también redactaban listados de controles para definir


la cantidad de motivos por los cuales las prostitutas podían perder sus

7
Sanger, William, op. cit, pág. 75
8
Otis, Leah Lydia, Prostitution in Medieval Society, Chicago: University of Chicago Press, 1985, pág. 80

6
libertades sociales. En la Francia del siglo XV, una prostituta se
arriesgaba a tres meses de prisión si:
1. aparecía en lugares prohibidos
2. aparecía a horas prohibidas
3. caminaba por las calles a la luz del día de forma tal de llamar la atención de la
gente que pasaba.9

Cinco siglos más tarde en otro continente, el lenguaje de control


tiene el mismo propósito pero es más elaborado en sus requisitos,
según H.B. Woolston:

Reglas para la Reservación, El Paso, Texas, 1921


Las mujeres deben:
1. mantener las puertas mosquiteras trabadas desde adentro y tener una cortina
sobre la mitad inferior de la puerta mosquitera;
2. sentarse lejos de las puertas y ventanas y no sentarse con las piernas cruzadas
de manera vulgar y deben mantener las polleras hacia abajo;
3. quedarse en sus habitaciones después de las doce, y cuando salen a la calle no
deben ser escandalosas ni bulliciosas ni jugar unas con otras ni con hombres.
No deben abrazar a hombres ni a mujeres por la calle ni tratar de arrastrar
hombres a sus cuartos.
Las mujeres no deben:
4. sentarse en las ventanas con las persianas bajas o pararse en las puertas en
ningún momento;
5. cruzar la calle a mitad de cuadra, sino que deben ir hasta la segunda o tercera
calle y cruzar allí;
6. gritar o aullar de una habitación a otra o utilizar lenguaje soez y vulgar;
7. vestir ropas llamativas o cometer cualquier acto de flirteo o cualquier acto que
atraiga atención inusual en las calles,
8. trabajar con las luces apagadas.10

Quiero reproducir estos decretos de control aquí porque son los


documentos históricos de la opresión de las prostitutas. Creo que
pocas personas son conscientes de cuán completamente podía infringir
la policía la vida de una trabajadora sexual. Estos decretos también
presagian el control que la brigada contra el vicio ejercería en los bares
de lesbianas en los años ’50, cuando incluso lo que hacíamos en los
baños era vigilado.

9
Sanger, William, op. cit, pág. 50
10
Woolston, H.B., Prostitution in the United States Prior to the Entrance of the United States into the
World War, 1921. Reimpresión: Montclair, NJ: Patterson-Smith, 1969, págs. 336-337

7
Sin embargo, dentro de estas restricciones, algunas mujeres
fueron capaces de transformar sus prisiones sociales en libertades
sociales, convirtiéndose en las mujeres intelectuales libres de su época.
La historia de la prostitución tiene sus luminarias, mujeres que usaron
el poder de su lugar estigmatizado para convertirse en mujeres
inusuales, mujeres que vivían fuera de las limitaciones domésticas que
mantenían atrapadas a la gran mayoría de sus hermanas. Así tenemos
las biografías de cortesanas famosas, que alaban su inteligencia y
describen su participación en la literatura y la política. La prostitución
exitosa logró para algunas putas lo que “pasar” por hombres logró para
algunas lesbianas: las liberó de la rígidamente controlada esfera de las
mujeres.
Una rica fuente de historia lésbica todavía sin explotar son los
diarios y las biografías de cortesanas, madamas, desnudistas y otras
trabajadoras sexuales. Por supuesto, tomar estos documentos
seriamente, tan seriamente como las cartas de amigas en el siglo XIX,
pondrá a prueba las fronteras de clase y de actitud de muchas
académicas feministas. Otro problema es que en estos trabajos,
realidad y ficción están a menudo entrelazadas, pero tanto los escritos
verídicos como las creaciones más imaginativas pueden ser recursos
valiosos para armar en conjunto una historia lesbiana más completa.
En el libro de Cora Pearl Grand Horizontal: The Erotic Memoirs of a
Passionate Lady, escrito en 1873, hay varias menciones de actividades
homosexuales femeninas. La primera tiene lugar en un convento
francés para niñas pobres, en el año 1849. La narradora pronto
descubre que sus compañeras de escuela habían aprendido a darse
placer unas a otras. “El grado de interés que mis compañeras exhibían
no sólo por sus propios cuerpos sino por los de las otras, era algo
extraño para mí.” La autora luego prosigue describiendo
detalladamente una escena de iniciación sexual en una bañadera bajo
la cuidadosa tutela de Liane, una estudiante mayor que lleva a dos de
las muchachas más jóvenes al orgasmo mientras el resto las observa. A
la noche, la futura cortesana dice, “se me enseñaban los placeres del

8
cuerpo que en un año o dos llegaron a ser tan intensos que estaba
convencida de que cualquiera que los desatendiera era decididamente
una tonta. Estos placeres eran exclusivamente femeninos.”
Cuidadosamente asegura a su lectora que estos placeres nunca fueron
impuestos a ninguna muchacha demasiado joven o inexperta para
recibirlos, y luego sigue relatando cómo descubrió que las mujeres
mayores, las maestras de la escuela, también disfrutaban del sexo
lésbico. “De pronto entrando en una de las aulas para buscar un
paquete de agujas descubrí a Bette arrodillada frente a la Hermana
Rose, una de las maestras más jóvenes y bonitas, con la cabeza metida
bajo sus polleras. Tuve tiempo de ver una expresión en su rostro que
me era familiar como los rostros de mis amigas en ciertos momentos de
placer mutuo.”11
La narradora desarrolla una filosofía del placer basada sobre
estos encuentros sexuales tempranos, pero los vínculos afectivos
femeninos también son parte de la experiencia. “Nuestros experimentos
nocturnos en el dormitorio pueden imaginarse. Eugenie, mi amiga
particular, oyendo de Bette sobre el incidente con la Hermana Rose,
estaba decidida a introducirme al placer que labios y lengua pueden
dar, y no sentí en absoluto que ese placer fuera mitigado por el
disgusto; en ese momento y desde entonces, fui plenamente consciente
de que uno de los mayores goces en la vida es experimentar el placer
que una pueda dar a sus amantes. Y ahora ya era adulta, y estaba
ansiosa por experimentar yo misma el mayor grado posible del placer
que podía dar a otras. En general formábamos parejas, y crecía entre
muchas de nosotras una verdadera y real devoción, incomparable...
Nuestros experimentos tuvieron su efecto en mi carrera posterior,
porque aprendí en esa época a no temer ninguna actividad de la cual
resultara placer.”12
Más adelante en sus memorias, Cora se acuesta con la esposa
lesbiana de un cliente masculino, una mujer descripta en términos que

11
Pearl, Cora, Grand Horizontal, New York: Stein and Day, 1983, pág. 22
12
Pearl, Cora, op. cit., pág. 23

9
hoy llamaríamos butch. “Entonces ella me invitó a calentarla, y siendo
su huésped, lo hice. Tenía una constitución robusta y muscular, con
senos que eran firmes más que llenos, en realidad presentando no más
torso de mujer que algunos hombres que he conocido.” La esposa pide
a Cora que comparta su cama, explicando: “No mucho después del
matrimonio ella descubrió que los hombres y sus cuerpos eran, si no
enteramente repugnantes, al menos no excitantes para mí, mientras
que la admiración femenina por el cuerpo de mujer era lo que no podía
evitar desahogar.”13 Mientras hacen el amor, Cora reflexiona: “Otra
mujer debe seguramente saber, por darse placer a sí misma, como dar
placer a alguien de su sexo.” En el mundo de la investigación histórica
sobre las mujeres, a menudo escuchamos esta afirmación, pero las
mujeres “buenas” no hablaban sobre sexo en esos días. Si recurrimos a
diferentes fuentes, sin embargo, como los escritos y registros de
mujeres sexualmente definidas, podemos descubrir que mujeres de
distintas posiciones sociales hablaban en muchas formas. El desafío es
si realmente queremos oír sus voces, y cómo vamos a integrarlas en lo
que Adrienne Rich ha llamado el continuum lésbico.
En 1912 Almeda Sperry, una prostituta anarquista lesbiana,
entra en ambas historias al escribir una carta a Emma Goldman que
utiliza una franqueza de lenguaje por la que estamos ávidas en nuestra
investigación. “Querida, es una buena cosa que me haya ido cuando
me fui —de hecho, habría tenido que irme de todas maneras. Si sólo
hubiera tenido el coraje suficiente para matarme cuando llegaste al
climax, entonces— entonces habría conocido la verdadera felicidad,
porque en ese momento tenía completa posesión de vos... Satisfecha,
ah Dios no. En este momento estoy escuchando el ritmo del pulso que
se siente en tu garganta. Estoy fluyendo con tu caudal sanguíneo,
recorriendo los lugares secretos de tu cuerpo. No puedo escapar al
chorro rítmico de tus jugos amorosos.”14 Emma Goldman, según el
trabajo de Candace Falk Love, Anarchy and Emma Goldman, no era

13
Pearl, Cora, op. cit., pág. 166
14
Falk, Candace, Love, Anarchy and Emma Goldman, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1984,
págs. 174-175

10
extraña a las descripciones francas del deseo, así que no resulta
sorprendente que haya inspirado una respuesta tan apasionada.
Almeda Sperry, lesbiana y prostituta, debería ser parte de nuestra
historia tanto como Natalie Barney o las Damas de Llangollen. Pero ni
su lenguaje ni su profesión son elegantes. Aunque no pueda
encuadrársela fácilmente en las listas de lectura académicas, la
comprensión de nuestra historia, de la historia de las mujeres, será
más pobre si se excluyen tales voces.
En las memorias de Nell Kimball, una madama heterosexual, se
hacen muchas referencias a lesbianas. Una de las más famosas
madamas de su época fue Emma Flegel, nacida en 1867, una
inmigrante judía de Lübeck, Alemania que llegó a los Estados Unidos y
trabajó como ayudante de cocina hasta que las circunstancias la
obligaron a casarse y establecerse en Saint Louis. Allí abrió un burdel
muy exitoso y fue conocida por toda la subcultura por sus aventuras
amorosas con sus chicas. “Emma aparentemente siempre tenía una
favorita entre sus chicas, con la cual tendría un enamoramiento
durante más o menos un año antes de buscar una nueva favorita”
(información enviada a los Lesbian Herstory Archives). Aquí vemos
cómo la historia étnica lésbica puede interconectarse con la historia
general tanto de lesbianas como de prostitutas, siempre que la
vergüenza no interfiera. Esto no implica una historia sin conceptos o
conflictos, pero sí un compromiso por abrir un nuevo territorio, por la
inclusión de mujeres que puedan desafiar las categorías lesbofeministas
imperantes.
Además de reconocer la historia de las prostitutas como una
fuente valiosa para la historia lésbica, otra conexión que surge es la
lesbiana clienta y protectora de prostitutas. En la maravillosa y
conmovedora historia de Jeanne Bonnet, una lesbiana que se vestía
como hombre en San Francisco a fines de la década de 1870 (rescatada
por el trabajo del San Francisco Lesbian and Gay History Project y por
Allan Bérubé en particular), encontramos una mujer que llegó a los
burdeles de Barbary Coast como clienta pero en 1876 decidió enrolar a

11
algunas de las mujeres que visitaba en su banda de mujeres.
Terminaron sus vidas como prostitutas y sobrevivían como
ladronzuelas. Una de las mujeres que le ganó al proxeneta, Blanche
Buneau, se convirtió en su amiga especial. Pero la ira del hombre
despreciado persiguió a las dos mujeres hasta la privacidad de sus
vidas. En palabras de Allan Bérubé: “Cuando ya había anochecido,
según Blanche, Jeanne se sentó en un sillón a fumar su pipa y beber
un vaso de cognac. Se quitó su vestimenta masculina, se metió en la
cama, y con la cabeza apoyada sobre el codo esperó a que Blanche
viniera a acompañarla. Blanche se sentó sobre el borde de la cama y se
agachó para desatarse los cordones, cuando un disparo atravesó la
ventana hiriendo a Jeanne, quien gritó ‘Me reúno con mi hermana’, y
murió.” Cuentan que a su funeral en el año 1876 asistieron “muchas
mujeres de la clase equivocada... las lágrimas lavaban pequeños surcos
a través de la pintura de sus mejillas.”15
En el trabajo de Jonathan Katz Gay/Lesbian Almanac: A New
Documentary, encontramos una mención a un “caso femenino, R., edad
treinta y ocho”, quien “proclama sus características de la forma más
flagrante a través de su forma de vestir que es siempre con los
sombreros más masculinos y zapatos pesados. Se gana la vida
prostituyéndose homosexualmente para varias mujeres.”16 Aquí,
redactada en el lenguaje del Dr. Douglas C. McMurtrie, autor de “Some
Observations on the Psychology of Sexual Inversion in Women”
[“Algunas observaciones sobre la psicología de la inversión sexual en
mujeres”], tenemos otra pista de historia lésbica. Quizás R. parecerá
más merecedora de nuestra atención cuando nos dice el doctor: “R. no
siente absolutamente ninguna vergüenza ni pudor respecto de su
posición. En la ciudad [...] frecuenta lugares públicos vestida de una
forma que atrae la atención general. Acumula el desprecio y el ridículo

15
Bérubé, Allan, manuscrito enviado a los Lesbian Herstory Archives (LHA)
16
Katz, Jonathan, Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, New York: Harper and Row, 1983, pág.
339

12
de las mujeres normales y femeninas que la ven. Sin embargo, parece
más bien disfrutar de esta atención y estas críticas adversas.”17
Las mujeres homosexuales que visitaban prostitutas lesbianas
están también documentadas por Frank Caprio, un psicólogo pop de los
años ’50, que captura perfectamente la combinación de prejuicio y
sensacionalismo de esa década. “En estos burdeles, conocidos como
Templos de Safo, las prácticas lésbicas consisten en coito mediante el
uso de un sustituto de pene, masturbación recíproca, tribadismo y
cunnilingus. Si bien muchas de las clientas son homosexuales pasivas,
a menudo asumen un rol activo y de este modo encuentran un
desahogo para sus ansias homosexuales reprimidas. Uno de estos
Templos de Safo en París, que atiende a clientas mujeres, está
amueblado suntuosamente. Un bar ocupa una parte de la planta baja,
donde pueden obtenerse bebidas alcohólicas. Las internas lesbianas
están vestidas en ropa interior transparente y sensual, y estimulan a
sus clientas con gestos invitantes. En la planta superior, las
habitaciones privadas están dedicadas a las relaciones sexuales que
siguen al encuentro preliminar...”18
El desafío para las historiadoras lésbicas reside en discriminar
aquí qué es verdadera cultura lésbica y qué es imaginación de Caprio,
pero de hecho sabemos, a partir de relatos orales, que tales lugares
existieron— y no sólo en la exótica París. Mabel Hampton, por ejemplo,
una lesbiana negra de ochenta y cuatro años de Nueva York, cuenta
sobre un burdel en Harlem durante los años ’30 que atendía sólo a
clientas mujeres, y cuya madama lesbiana tenía una escopeta cerca de
la puerta para ahuyentar hombres curiosos.
Un punto importante que quiero señalar es la necesidad de
incluir preguntas sobre prostitución y prostitutas en toda historia oral
que se haga con mujeres lesbianas mayores. Si el mensaje que se
transmite es que éste es un territorio vergonzoso, que la entrevista
“feminista” se espantaría de putas femme o proxenetas butch, de un

17
Katz, Jonathan, op. cit., pág. 339
18
Caprio, Frank, Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism, New York: Grove
Press, 1954, pág. 93

13
sinfín de superposiciones culturales y personales de estos dos mundos,
toda esta parte de nuestra historia de las mujeres será nuevamente
clandestina. Perderemos percepción y comprensión sobre cómo
organizan sus vidas las lesbianas en particular y las mujeres en general
que viven fuera de los límites de los arreglos domésticos aceptables.
Las lesbianas han acudido a prostitutas, y lo siguen haciendo, en
busca de sexo, además de trabajar como prostitutas ellas mismas. En
1984 en un pequeño pueblo de Tennessee, la policía armó una trampa
para una redada utilizando a una mujer policía que se hizo pasar por
prostituta. Después de que se hicieran los arrestos por oferta sexual,
los nombres de los arrestados fueron publicados en el periódico del
pueblo. En un artículo titulado “Police Sex Sting Nets 127” [“Redada
Sexual Policial Atrapa a 127”], oímos una voz de mujer:

... y muchos de ellos admitieron que habían cometido un error.


“Algunos errores pueden ser cometidos una sola vez,” dijo la única mujer
acusada durante la operación secreta, que duró tres días. “Mi madre y mi abuela
son ministras en Missouri. No soy una delincuente.”
La mujer, que cumplió 24 años hoy, lloró sentada en su auto después de recibir
la notificación. Estaba convencida de que sería echada de su trabajo, al que
había accedido recientemente.
“Tengo algunas amigas, pero las cosas no están muy bien en este momento,” le
dijo al señuelo policial.
Más tarde le dijo a un reportero que pensaba que la operación secreta no había
sido justa.
“Creo que los canas tendrían que haber dicho, ‘Hey, no lo hagas de nuevo,’ y
tendrían que haberme dejado vivir mi vida.
“Estás hablando de una nota para el diario. Yo estoy hablando de mi carrera.”19

En las primeras décadas del siglo XX, la imaginación popular y


legal a menudo confundía a lesbianas y prostitutas. Mabel Hampton,
que vivió como lesbiana a partir de su primera adolescencia, relata
cómo fue arrestada en 1920 en la casa de una mujer blanca, mientras
esperaba a una amiga. Debido a una denuncia anónima de que se
estaba realizando una fiesta descontrolada, tres “canas” entraron
destrozando la puerta; si bien Hampton era claramente una “mujer de
mujeres”, fue arrestada por prostitución y encerrada en el reformatorio

19
Tennessean, 22 de noviembre de 1984

14
de Bedford Hills por dos años, a la edad de diecinueve. Según
Hampton, muchas de las muchachas arrestadas por prostitución eran
de hecho lesbianas. Tomando la adversidad como un desafío, Mabel
Hampton resume su experiencia en Bedford Hills comentando: “La pasé
superbien con todas esas chicas.” Y no sólo Mabel la pasó bien. Estelle
Freedman ha escrito una crónica del escándalo por lesbianismo que
golpeó a Bedford Hills pocos años más tarde. Aquí tenemos otra pista
para una historia más completa del lesbianismo: debemos recurrir a los
registros de las prisiones y comenzar a explorar las vidas que
encontraremos resumidas en las escuetas frases del estado.
Sabemos, a partir de The Lost Sisterhood, que en los años ’20 las
prostitutas se habían convertido en víctimas de las campañas contra el
vicio que establecieron prácticas de acoso, vigilancia y arresto, que
luego serían usadas contra las lesbianas claramente definidas y sus
lugares de reunión. “El crecimiento de tribunales especiales, brigadas
contra el vicio, trabajadoras sociales y prisiones para combatir la
prostitución”20 se convirtió en la herencia lesbiana de los ’40 y ’50.
H.B. Woolston detalla la metodología. Un formulario policial
utilizado para interrogar a prostitutas detenidas en la década de 1920
muestra las siguientes categorías, bajo el título de salud general: “Uso
de Alcohol, Drogas, Perversión, Homosex.”21 Es en esta década que la
policía se vanagloria de los nuevos métodos que desarrollaron para
humillar a las trabajadoras sexuales: “Un método espectacular para
infundir terror en el corazón de los malvivientes es una redada
repentina y a veces violenta. Un furgón patrullero llega a toda velocidad
a la casa sospechosa. Los policías se precipitan y atacan las distintas
entradas y salidas y agarran a los presentes.”22
Cincuenta años más tarde, Barbara Turrill, una prostituta,
describe una redada en un bar con estas palabras: “Podés sentirlos en
el aire, cuando estás en el bar, y a veces sacan a todo el bar a la calle, a
todas las chicas sentadas en la barra, y las meten en el furgón y las

20
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 19
21
Woolston, H.B., op. cit. pág. 331
22
Woolston, H.B., op. cit. pág. 214

15
llevan al centro y las hacen pasar por un montón de líos. Ellos pueden
entrar y llevarte por I and D (idle and disorderly persons, personas
ociosas y de mala conducta), aunque sea.”23 Cualquier lesbiana que
haya estado en una redada de bar reconocería esta descripción.
Otro ejemplo notable de cómo los dos mundos se juntan se
encuentra en un fragmento de una historia oral de Rikki Streicher,
dueña de un bar lésbico en San Francisco. La época son los años ’40,
pero el incidente tiene sus raíces a principios del siglo XX:

“Yo trabajaba como mesera en el Paper Doll. Alguien llamó y dijo que venía la
cana. Mandé a todo el mundo a su casa y me quedé. Así que yo era la única ahí,
y me llevaron. Si eras mujer, los cargos generalmente eran 72 VD, lo que
significaba que te llevaban a hacer un test de enfermedades venéreas y 72 horas
era el tiempo que tardaba. Así que me llevaron pero decidieron no arrestarme.
Así que una amiga vino y me sacó.”24

Aquí la lesbiana es controlada por la policía con un procedimiento


que surge de la actitud social que ve a la prostituta como portadora de
una enfermedad social. En los registros médicos del estado, la historia
lésbica y la historia de las prostitutas a menudo se unifican. Según la
Dra. Virginia Livingston, del cuerpo médico del Brooklyn Hospital for
Infectious Disease durante la Segunda Guerra Mundial, “el hospital
tenía una clínica para prostitutas y muchas de las prostitutas eran
lesbianas”.25. La conexión entre sexo y enfermedad que persiguió a las
prostitutas durante los años de la guerra, causando muchos
encarcelamientos forzosos, está nuevamente en el aire social. Y una vez
más, putas y queers deben estar alerta a la pérdida de las libertades
civiles debida al pánico social.

Dado que las prostitutas fueron la primera comunidad vigilada de


mujeres fuera de la ley, se vieron forzadas a desarrollar una subcultura
de supervivencia y resistencia. Hemos relevado algunos detalles de esta

23
Turrill, Barbara, “Thirty Minutes in the Life”, transcripción de charla en radio WGBH, 13 de mayo de
1976, en LHA, pág. 8
24
Streicher, Rikki, extracto de una entrevista aparecida en In The Life, No. 1, otoño 1982 publicada por la
West Coast Lesbian Collection, en LHA, pág. 5
25
Livingston, Virginia, entrevista radio WBAI, 7 de marzo de 1980

16
cultura en el análisis previo de las vestimentas y las reuniones de
mujeres. Pero para entrar en los tiempos modernos, sugiero que existe
mucha historia lésbica no explorada en las llamadas cuevas de vicio
legalizado que surgieron en la primera década del siglo XX. En los
famosos distritos de luz roja de la época, en el Storyville de Nueva
Orleans, en la Barbary Coast de San Francisco, en los distritos de Five
Points y Tenderloin de Nueva York, las historias de lesbianas están
esperando ser contadas.
Una publicidad de uno de los famosos “libros azules” de la época
incluía en sus listados de servicios sexuales disponibles una referencia
a entretenimiento homosexual femenino.26 De la subcultura de la
prostitución viene la frase “in the life” [“en la vida”], que es la forma en
que las lesbianas negras definirán sus identidades lésbicas en los años
’30 y ’40. De este mundo viene el uso de un timbre o una luz para
avisar de la llegada de la policía a los salones internos de un bar
lesbiano, una tradición que todavía operaba en los años ’50 lesbianos.
Rosen nos dice que “Estos distritos, si bien en estado de transición,
ofrecían de todos modos a las mujeres cierto grado de protección, apoyo
y validación humana... El proceso de adaptarse al distrito ... incluía una
serie de introducciones al nuevo lenguaje ... el humor y el folklore de la
subcultura.”27 Una prostituta del libro de Kate Millett The Prostitution
Papers comentará, años más tarde: “Es divertido que la expresión “go
straight” [“ir derecho”] es la misma expresión para la gente gay. Es
gracioso que ambos mundos usen esa expresión.”28
La última y quizás más irónica conexión entre estos dos mundos
que quiero analizar es cómo las lesbianas y las prostitutas están ligadas
en la bibliografía psicológica. Uno de los modelos preponderantes para
explicar la “enfermedad” de las prostitutas en los años ’50 sostenía que
las prostitutas eran en realidad lesbianas disfrazadas que sufrían de un
complejo de Edipo y por lo tanto eran hostiles a los hombres. Como

26
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 82
27
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 102
28
Millett, Kate, The Prostitution Papers, St. Albans, NY: Paladin Books, 1975, pág. 41

17
escribe Caprio en su trabajo de 1954: “Aunque parezca paradójico
pensar que ... las prostitutas tengan fuertes tendencias homosexuales,
lxs psicoanalistas han demostrado que la prostitución representa una
forma de pseudoheterosexualidad, una fuga de las represiones
homosexuales.”29 Helen Deutsch veía el problema bajo otra luz
interesante. La identificación de la prostituta era con la madre
masculina y ella “tiene la necesidad de ridiculizar a las instituciones
sociales, la ley y la moralidad, así como a los hombres que imponen tal
autoridad.”30 Otro tipo de prostituta, continúa Deutsch, es “la mujer
que reniega de la ternura y la gratificación femenina en favor de la
agresividad masculina que imita”31, convirtiéndola en una lesbiana
latente.
Mezcladas con los intentos por explicar la enfermedad de la
prostituta, están las historias de vida de las mujeres. Caprio, por
ejemplo, dice que ha hecho cientos de entrevistas a prostitutas
lesbianas de todo el mundo. No puedo dedicar demasiadas palabras a
esta conexión, porque he sentido el peso de estas teorías en mi propia
vida. Mi madre me llevó a médicos, a principios de los ’50, para ver
quién podía curar a su hija monstruosa. Alcanza decir que las
prostitutas y las lesbianas tienen una historia compartida de lucha
contra la ley, la religión y la medicina, todas intentando explicar y
controlar la “patología” de estas mujeres inusuales. Las prostitutas
lesbianas han sufrido la totalidad de sus dos historias como mujeres
perversas: han sido llamadas pecadoras, enfermas, antinaturales, y una
contaminación social. En la década del lesbofeminismo no se las ha
llamado de ninguna manera, porque son invisibles. Hasta un
historiador gay tan astuto y comprensivo como Jeffrey Weeks siente la
necesidad de negar su existencia, en aras de postular una historia
lesbiana libre de patriarcado. La existencia de prostitutas lesbianas no
es una mancha en la historia de nuestra gente; sus historias nos dan

29
Caprio, Frank, op. cit, pág. 93
30
Bullough, Vernon, “Prostitution, Psychiatry and History”, en Bullough, Vernon (comp.), The Frontiers
of Sex Research, Buffalo, NY: Prometheus Books, 1979, pág. 89
31
Bullough, Vernon, op. cit., pág. 89

18
pistas sobre la complejidad de la historia lésbica específicamente, y
sobre la historia de las mujeres en general.
Mientras hacía esta investigación, me impresionaron las
conexiones entre tres mundos aparentemente dispares: la lesbiana, la
prostituta y la monja, todos ejemplos de mujeres no domesticadas que
forman comunidades marcadas por las relaciones entre mujeres. En
1985, la comunidad lesbofeminista entusiastamente dio la bienvenida
al mundo de monjas lesbianas dentro del continuum lésbico. Y la
reciente investigación sobre la prostitución en la sociedad medieval
realizada por Leah Lydia Otis evidencia una profunda conexión entre
por lo menos dos de estos grupos. En el siglo XV, no era inusual que
enteras casas de prostitución, manejadas por mujeres, se convirtieran
en conventos cuando alcanzaban la edad de retirarse. Así la
hermandad quedaba preservada, y las mujeres podían seguir viviendo
en una versión de separatismo medieval. Como siempre, la
documentación homosexual es más difícil de encontrar, pero podemos
vislumbrarla. “En Grasse en 1487 una prostituta fue sentenciada a
pagar una multa de 50 chelines por haber desobedecido la
reglamentación del vicario que prohibía a las prostitutas bailar con
mujeres honestas.”32
Cuatro siglos más tarde, las prostitutas y las monjas son unidas
nuevamente por una tragedia histórica que requirió los más grandes
actos de coraje humano. Vera Lasker, en su apasionado trabajo Women
in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, nos
dice que “algunas de las mejores casas seguras para luchadores de la
resistencia eran burdeles y conventos.”33 También afirma que algunas
de las mujeres más valientes al servicio de la resistencia eran
prostitutas.34 La historia completa del destino de las prostitutas, tanto
en el movimiento de resistencia como en los campos de concentración,
todavía no ha sido escrita, y espero que quien la escriba sea una puta.

32
Otis, Leah Lydia, op. cit., pág. 81
33
Lasker, Vera, Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, Westport:
Greenwood Press, 1983, pág. 6
34
Lasker, Vera, op. cit., pág. 7

19
Estoy segura que con el relato de esta historia encontraremos también
lesbianas que usaban el triángulo negro de los asociales. “Entre las
primeras mujeres en Auschwitz había prostitutas alemanas y chicas
judías de Eslovaquia. A estas mujeres se les proveían vestidos de noche
en los que debían construir Auschwitz bajo la lluvia o la nieve. De los
cientos de ellas, sólo un puñado sobrevivió hasta 1944.”35 Monja,
queer, puta: pensemos en el desafío que enfrenta la historiadora
feminista sin restricciones, y que enfrentamos todas nosotras en
nuestras imaginaciones.
Tanto lesbianas como prostitutas tienen la preocupación por
crear poder y autonomía para sí mismas en interacciones sociales
aparentemente sin poder. Como dijo Bernard Cohen, un entrevistador
de trabajadoras sexuales, “Desde el punto de vista de la prostituta, el
poder y el control deben siempre estar en sus manos, para sobrevivir.”36
Una prostituta lesbiana escribió en 1982: “Me aseguro de salir de ahí en
10 o 15 minutos. Siempre estoy atenta a la hora y decido cuánto
tiempo me quedo dependiendo de la cantidad de dinero y de cómo es el
tipo... Quieren más, pero al final establecemos los términos de la
relación y los clientes tienen que aceptarlo.”37
La estructura de clase que existe para las prostitutas también
existe para las lesbianas. Cuanto más cerca de la calle estás, más
perversa se te considera. La prostituta de lujo y la profesional lesbiana
tienen cosas en común. Ambas tienen más protección que la puta que
hace la calle o que la torta de bar, pero abordar a la persona equivocada
puede ponerlas en manos del estado. Ambas están a menudo apuradas
por desconectarse de sus hermanas de la calle, en un esfuerzo por
aliviar su propio sentimiento de diferencia.
A este punto, las lesbianas tienen más protección legal que las
prostitutas debido al poder del movimiento por los derechos gay.
Tenemos funcionarixs públicxs lesbianas y gays, pero no políticxs que
35
Lasker, Vera, op. cit., pág. 15
36
Cohen, Bernard, Deviant Street Networks, Lexington, KY: Lexington Books, 1980, pág. 97
37
Richards, Terri, de una declaración leída por la autora, una prostituta lesbiana, en “Prostitutes: Our Life
– Lesbian and Straight”, una convención realizada en San Francisco el 22 de junio de 1982 organizada
por la U.S. Prostitution Collective, en LHA

20
claramente reivindiquen su pasado de sexo público. Ruth Stout, una
vocera de PONY [Prostitutas de Nueva York] dijo en 1980 que si las
putas y las amas de casa y lxs homosexuales se unieran, podríamos
dominar el mundo.38 Para hacerlo, sin embargo, debemos enfrentar el
desafío de nuestra propia historia, el desafío de entender cómo el
mundo “lesbiano” se extiende desde las flautistas de Grecia hasta el
festival de lesbianas separatistas en Michigan. ¿Por qué esta
aparentemente obvia conexión entre lesbianas y prostitutas ha quedado
tan silenciada en nuestras comunidades lésbicas actuales? ¿Qué
impacto han tenido el feminismo y el clasismo culturales sobre este
silencio? La unión de estas dos historias ¿nos dará una mayor
comprensión política para proteger tanto a prostitutas como a
lesbianas, en estos tiempos espantosos? Si podemos hacer que alguna
parte de nuestra sociedad sea más segura para estos dos grupos de
mujeres, haremos que el mundo sea más seguro para todas las
mujeres, porque puta y queer son las dos acusaciones que simbolizan la
pérdida de la condición de mujer, y una mujer perdida está abierta al
control directo del estado.
La reapropiación de la propia historia es un acto político directo
que obliga al nacimiento de una nueva consciencia; es un trabajo que
cambia tanto al oyente como al hablante. Percibí esto muy claramente
cuando asistí al revolucionario congreso de Toronto el año pasado, “The
Politics of Pornography, The Politics of Prostitution”, y escuché a una de
las oradoras, una desnudista del distrito de sexo de Toronto,
documentar la historia de su arte en Toronto. Su relato creaba historia
mientras la comunicaba. En su voz suave, detalló el desarrollo de su
profesión y la opresión contra la cual ella y las otras tenían que pelear.
Era una historia directa, llena de orgullo y de problemas. Yo estaba
sentada con otras dos desnudistas, y mientras Debbie documentaba los
cambios y los desafíos de su trabajo, ellas estaban sentadas en el borde
de sus asientos. Me dijeron luego que nunca lo habían escuchado así
expresado. A partir de chistes sucios y desprecio, una historia nacía.

38
Stout, Ruth, “The Happier Hooker”, en Daily News, 16 de septiembre de 1980, pág. 3

21
Espero que cada vez más mujeres que actúan o trabajan en el mundo
del sexo público elijan contar la historia de su gente.

Nota: El método de collage usado en este artículo tiene ciertos peligros


que quiero señalar a mis lectorxs. El primero es que se diluye la
especifidad histórica de cada instancia de conexión, porque ambos
términos, lesbiana y prostituta, tienen sus herencias socialmente
construidas. Segundo, he entresacado las referencias de una amplia
variedad de fuentes, y no soy experta en ninguno de los períodos
históricos, por lo que puedo estar simplificando exageradamente los
descubrimientos resultantes. Sin embargo, pretendo que este trabajo
sea tanto fáctico como provocador, para romper silencios y poner en
duda suposiciones, y, sobre todo, para proveer los materiales para que
todas nosotras —la lesbiana, la prostituta y la feminista (que puede ser
las tres cosas)— tengamos una comprensión más compleja y afectuosa
de la otra, para poder crear lazos más profundos y más fuertes en las
batallas por venir.

Quiero agradecer a Margo St. James, Priscilla Alexander y Gail


Pheterson por su aliento a mi trabajo y sus esfuerzos pioneros en el
movimiento por los derechos de las prostitutas.


Sobre el modelo de los grupos de apoyo de prostitutas y feministas de Holanda, las prostitutas, las
trabajadoras de la industria del sexo y las feministas preocupadas por obtener derechos para las prostitutas
en este país [Estados Unidos] están ahora en un proceso de organización. Para más información,
contactar a Coyote, Post Office Box 26354, San Francisco, California 94126.

22
Bibliografía

Bérubé, Allan, manuscrito enviado a los Lesbian Herstory Archives (LHA)


Bullough, Vernon, “Prostitution, Psychiatry and History”, en Bullough, Vernon
(comp.), The Frontiers of Sex Research, Buffalo, NY: Prometheus Books, 1979
Caprio, Frank, Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism, New
York: Grove Press, 1954
Cohen, Bernard, Deviant Street Networks, Lexington, KY: Lexington Books, 1980
Falk, Candace, Love, Anarchy and Emma Goldman, New York: Holt, Rinehart and
Winston, 1984
Freedman, Estelle, Their Sisters’ Keepers: Women’s Prison Reform in America 1830-
1930, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1981
Hampton, Mabel, cintas grabadas en poder de LHA
Katz, Jonathan, Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, New York: Harper and
Row, 1983
Lasker, Vera, Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of
Eyewitnesses, Westport: Greenwood Press, 1983
Maria, “Maria: A Prostitute Who Loves Women”, en Proud Woman 11 (March-April
1972), 4
Millett, Kate, The Prostitution Papers, St. Albans, NY: Paladin Books, 1975
Otis, Leah Lydia, Prostitution in Medieval Society, Chicago: University of Chicago
Press, 1985
Pearl, Cora, Grand Horizontal, New York: Stein and Day, 1983 (primera edición en
inglés: 1890)
Pheterson, Gail, The Whore Stigma: Female Dishonor and Male Unworthiness,
Amsterdam: Ministerie van Sociale Zaken en Werkgelegenheid, 1986
Richards, Terri, de una declaración leída por la autora, una prostituta lesbiana, en
“Prostitutes: Our Life –Lesbian and Straight”, una convención realizada en San
Francisco el 22 de junio de 1982 organizada por la U.S. Prostitution Collective
Rosen, Ruth, The Lost Sisterhood: Prostitution in America 1900-1928, Baltimore: Johns
Hopkins University Press, 1982
Sanger, William, History of Prostitution: Its Extent, Causes and Effects Throughout the
World, New York, 1876
Stern, Jess, Sisters of the Night, New York: Grammercy Publishers, 1956
Streicher, Rikki, extracto de una entrevista aparecida en In The Life, No. 1, otoño 1982
publicada por la West Coast Lesbian Collection, disponible en LHA
Stout, Ruth, “The Happier Hooker”, en Daily News, 16 de septiembre de 1980
Tayler, Katie, entrevista, primavera 1986
Turrill, Barbara, “Thirty Minutes in the Life”, transcripción de charla en radio WGBH,
13 de mayo de 1976, disponible en LHA
Weeks, Jeffrey, Coming Out, London: The Anchor Press, 1977
Woolston, H.B., Prostitution in the United States Prior to the Entrance of the United
States into the World War, 1921 - reedición: Montclair, NJ: Patterson-Smith, 1969

23
Nota biográfica

Joan Nestle (1940) es una escritora y editora lesbiana y cofundadora de


los Lesbian Herstory Archives. Tuvo un protagonismo destacado
durante las llamadas “guerras del sexo” en Estados Unidos de los años
‘80, durante las cuales las feministas antipornografía llamaron a la
censura de sus historias eróticas, que se centran principalmente en las
relaciones femme-butch.

Link del archivo: http://www.lesbianherstoryarchives.org/

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