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Joan Nestle
Estas prostitutas “de puertas adentro” van en aumento. El Capitán Jerome Piazza de la
Manhattan South Public Morals Division [División de Moralidad Pública de Manhattan
Sur] estima que existen por lo menos 10.000 prostitutas en la ciudad. Women Against
Pornography sostiene que hay 25.000 prostitutas trabajando dentro y fuera de la ciudad,
más de 9.500 en el Lado Oeste solamente.
West Side Spirit, 17 de junio de 1985
2
pagar el alquiler. Había sabido esto siempre, en alguna otra parte de mí
misma, en especial cuando compartí su cama en el Hotel Dixie en el
corazón de la Calle 42 de Nueva York durante uno de los períodos en los
que ella estaba sin trabajo, pero nunca había permitido que la
verdadera vida de mi madre calara en mí, de muchas maneras, y ésta
había sido una.
Y finalmente, en mi propia vida recientemente he entrado en el
ámbito del sexo público. Escribo historias de sexo para revistas
lésbicas, poso para fotografías explícitas de fotógrafas lesbianas, hago
lecturas de materiales sexualmente gráficos vestida con ropa
sexualmente reveladora, y he recibido dinero de mujeres por actos
sexuales. Según quien sea que haga la acusación, soy una pornógrafa,
una queer, y una puta. Así, por razones tanto políticas como
personales, se me hizo evidente que tenía que escribir esto.
1
Sanger, William, History of Prostitution: Its Extent, Causes and Effects Throughout the World, New
York, 1876, pág. 2
2
Sanger, William, op. cit, págs. 3-7
3
casas de prostitución atenienses llamadas dicteria “había escuelas en
las que las jóvenes mujeres eran iniciadas en las prácticas más
repugnantes, por mujeres que las habían adquirido de la misma
manera.”3 Aquí hay evidencia de actividad intergeneracional
homosexual, que también es utilizada para la transmisión de técnicas
de supervivencia de la subcultura. Una conexión más desarrollada se
revela en su análisis de una de las cuatro clases de prostitutas griegas:
las flautistas conocidas como auletrides. Estas talentosas músicas eran
contratadas para tocar y bailar en banquetes, después de los cuales sus
servicios sexuales podían ser comprados. Una vez al año, estas mujeres
se reunían para honrar a Venus y celebrar su oficio. No se permitía la
presencia de ningún hombre en estos ritos primitivos, excepto a través
de dispensa especial.
3
Sanger, William, op. cit, pág. 48
4
Sanger, William, op. cit, pág. 50
4
La primacía de los códigos de vestido atraviesa la historia de la
prostitución. Esta teatralidad de cómo las prostitutas tenían que ser
marcadas socialmente para apartarlas de la mujer domesticada, y cómo
la población de prostitutas respondía a estas demandas del estado, me
hizo pensar muchas veces en las formas en que las lesbianas han
usado ropas para declararse como un tipo diferente de mujer. Las
prostitutas, incluso hasta fines del siglo XIX, eran descriptas como
mujeres antinaturales, criaturas que no tenían conexión con esposas y
madres, así como las lesbianas fueron llamadas, años más tarde,
“tercer sexo”. Citando un texto de 1830, Ruth Rosen dice en The Lost
Sisterhood: “Ella [la prostituta] podía satisfacer las necesidades de los
hombres porque un gran abismo separaba a su naturaleza de la de
otras mujeres. En el carácter femenino, no hay término medio. Debe
existir en inmaculada inocencia o en vicio sin esperanzas.”5 Esta visión
de la prostituta como otra especie de mujer continuaría a través de los
años. En 1954, Jess Stern, una difusora de subculturas eróticas,
escribe: “Lo único de lo que estaba segura en ese momento era de que la
prostituta se parece tanto a otras mujeres como una cebra se parece a
un caballo. Es una raza distinta, más diferente de sus hermanas bajo
la piel de lo que ella –o el resto de la sociedad– puede comprender...
Tienen un común denominador, una cualidad esencial que las distingue
de otras mujeres: un profundo desprecio por el sexo opuesto.”6
Aparentemente, tanto las tortas como las putas tienen una herencia
histórica de redefinir el concepto de mujer.
Para asegurarse de que la prostituta no se incorporara a la
población de “verdaderas mujeres”, a través de los siglos los distintos
estados han establecido reglamentaciones para controlar su forma de
presentarse y sus movimientos físicos. En los tiempos de la Grecia
Clásica, todas las putas tenían que usar túnicas floreadas o rayadas.
En algún momento, si bien ninguna ley lo decretaba, las prostitutas se
tiñeron el cabello de rubio, en un gesto común de solidaridad. En el
5
Rosen, Ruth, The Lost Sisterhood: Prostitution in America 1900-1928, Baltimore: Johns Hopkins
University Press, 1982, pág. 6
6
Stern, Jess, Sisters of the Night, New York: Grammercy Publishers, 1956, págs. 13 y 15
5
período romano, “la ley prescribía con detalle la vestimenta de las
prostitutas, sobre el principio de que debían distinguirse en todo de las
mujeres honestas. Así, no se les permitía vestir la casta stola que
escondía las formas ni el fillet con el que las mujeres romanas se ataban
el cabello ni usar zapatos o joyas o túnicas color púrpura. Éstas eran
las insignias de la virtud. Las prostitutas usaban la toga como los
hombres... Algunas incluso iban un poco más allá en atrevida
declaración de su oficio y usaban sobre la toga verde una chaqueta
blanca corta, el símbolo del adulterio.”7 Un detalle llamativo a través
de la historia de las reglamentaciones estatales respecto del vestido de
las prostitutas es la inclusión de atavíos masculinos, como parte del
proceso de estigmatización. Por ejemplo, a fines del siglo XIV, nos dice
Lydia Otis: “Las prostitutas debían llevar una marca en su brazo
izquierdo... mientras que en Castres (en 1375) el signo reglamentario
era un sombrero de hombre y un cinturón escarlata.”8 Aquí, como en la
historia lésbica, el travestismo señala la ruptura del tradicional
territorio erótico, y por lo tanto social, de las mujeres.
Durante los trescientos años siguientes, las prostitutas fueron
marcadas por el estado, tanto siendo forzadas a usar un cierto tipo de
ropa o símbolos identificatorios (como un nudo rojo sobre el hombro, un
pañuelo blanco, o, en escalofriante prefiguración de la historia de
mediados del siglo XX, un cordón amarillo sobre sus mangas) como
mediante restricciones físicas. Al leer los códigos de vestimenta
obligatorios, recordé la advertencia que las lesbianas mayores me
hacían en los años ’50 cuando me preparaba para salir de noche:
siempre usar tres prendas de vestir femeninas para que la brigada
contra el vicio no te pueda arrestar por travestismo.
7
Sanger, William, op. cit, pág. 75
8
Otis, Leah Lydia, Prostitution in Medieval Society, Chicago: University of Chicago Press, 1985, pág. 80
6
libertades sociales. En la Francia del siglo XV, una prostituta se
arriesgaba a tres meses de prisión si:
1. aparecía en lugares prohibidos
2. aparecía a horas prohibidas
3. caminaba por las calles a la luz del día de forma tal de llamar la atención de la
gente que pasaba.9
9
Sanger, William, op. cit, pág. 50
10
Woolston, H.B., Prostitution in the United States Prior to the Entrance of the United States into the
World War, 1921. Reimpresión: Montclair, NJ: Patterson-Smith, 1969, págs. 336-337
7
Sin embargo, dentro de estas restricciones, algunas mujeres
fueron capaces de transformar sus prisiones sociales en libertades
sociales, convirtiéndose en las mujeres intelectuales libres de su época.
La historia de la prostitución tiene sus luminarias, mujeres que usaron
el poder de su lugar estigmatizado para convertirse en mujeres
inusuales, mujeres que vivían fuera de las limitaciones domésticas que
mantenían atrapadas a la gran mayoría de sus hermanas. Así tenemos
las biografías de cortesanas famosas, que alaban su inteligencia y
describen su participación en la literatura y la política. La prostitución
exitosa logró para algunas putas lo que “pasar” por hombres logró para
algunas lesbianas: las liberó de la rígidamente controlada esfera de las
mujeres.
Una rica fuente de historia lésbica todavía sin explotar son los
diarios y las biografías de cortesanas, madamas, desnudistas y otras
trabajadoras sexuales. Por supuesto, tomar estos documentos
seriamente, tan seriamente como las cartas de amigas en el siglo XIX,
pondrá a prueba las fronteras de clase y de actitud de muchas
académicas feministas. Otro problema es que en estos trabajos,
realidad y ficción están a menudo entrelazadas, pero tanto los escritos
verídicos como las creaciones más imaginativas pueden ser recursos
valiosos para armar en conjunto una historia lesbiana más completa.
En el libro de Cora Pearl Grand Horizontal: The Erotic Memoirs of a
Passionate Lady, escrito en 1873, hay varias menciones de actividades
homosexuales femeninas. La primera tiene lugar en un convento
francés para niñas pobres, en el año 1849. La narradora pronto
descubre que sus compañeras de escuela habían aprendido a darse
placer unas a otras. “El grado de interés que mis compañeras exhibían
no sólo por sus propios cuerpos sino por los de las otras, era algo
extraño para mí.” La autora luego prosigue describiendo
detalladamente una escena de iniciación sexual en una bañadera bajo
la cuidadosa tutela de Liane, una estudiante mayor que lleva a dos de
las muchachas más jóvenes al orgasmo mientras el resto las observa. A
la noche, la futura cortesana dice, “se me enseñaban los placeres del
8
cuerpo que en un año o dos llegaron a ser tan intensos que estaba
convencida de que cualquiera que los desatendiera era decididamente
una tonta. Estos placeres eran exclusivamente femeninos.”
Cuidadosamente asegura a su lectora que estos placeres nunca fueron
impuestos a ninguna muchacha demasiado joven o inexperta para
recibirlos, y luego sigue relatando cómo descubrió que las mujeres
mayores, las maestras de la escuela, también disfrutaban del sexo
lésbico. “De pronto entrando en una de las aulas para buscar un
paquete de agujas descubrí a Bette arrodillada frente a la Hermana
Rose, una de las maestras más jóvenes y bonitas, con la cabeza metida
bajo sus polleras. Tuve tiempo de ver una expresión en su rostro que
me era familiar como los rostros de mis amigas en ciertos momentos de
placer mutuo.”11
La narradora desarrolla una filosofía del placer basada sobre
estos encuentros sexuales tempranos, pero los vínculos afectivos
femeninos también son parte de la experiencia. “Nuestros experimentos
nocturnos en el dormitorio pueden imaginarse. Eugenie, mi amiga
particular, oyendo de Bette sobre el incidente con la Hermana Rose,
estaba decidida a introducirme al placer que labios y lengua pueden
dar, y no sentí en absoluto que ese placer fuera mitigado por el
disgusto; en ese momento y desde entonces, fui plenamente consciente
de que uno de los mayores goces en la vida es experimentar el placer
que una pueda dar a sus amantes. Y ahora ya era adulta, y estaba
ansiosa por experimentar yo misma el mayor grado posible del placer
que podía dar a otras. En general formábamos parejas, y crecía entre
muchas de nosotras una verdadera y real devoción, incomparable...
Nuestros experimentos tuvieron su efecto en mi carrera posterior,
porque aprendí en esa época a no temer ninguna actividad de la cual
resultara placer.”12
Más adelante en sus memorias, Cora se acuesta con la esposa
lesbiana de un cliente masculino, una mujer descripta en términos que
11
Pearl, Cora, Grand Horizontal, New York: Stein and Day, 1983, pág. 22
12
Pearl, Cora, op. cit., pág. 23
9
hoy llamaríamos butch. “Entonces ella me invitó a calentarla, y siendo
su huésped, lo hice. Tenía una constitución robusta y muscular, con
senos que eran firmes más que llenos, en realidad presentando no más
torso de mujer que algunos hombres que he conocido.” La esposa pide
a Cora que comparta su cama, explicando: “No mucho después del
matrimonio ella descubrió que los hombres y sus cuerpos eran, si no
enteramente repugnantes, al menos no excitantes para mí, mientras
que la admiración femenina por el cuerpo de mujer era lo que no podía
evitar desahogar.”13 Mientras hacen el amor, Cora reflexiona: “Otra
mujer debe seguramente saber, por darse placer a sí misma, como dar
placer a alguien de su sexo.” En el mundo de la investigación histórica
sobre las mujeres, a menudo escuchamos esta afirmación, pero las
mujeres “buenas” no hablaban sobre sexo en esos días. Si recurrimos a
diferentes fuentes, sin embargo, como los escritos y registros de
mujeres sexualmente definidas, podemos descubrir que mujeres de
distintas posiciones sociales hablaban en muchas formas. El desafío es
si realmente queremos oír sus voces, y cómo vamos a integrarlas en lo
que Adrienne Rich ha llamado el continuum lésbico.
En 1912 Almeda Sperry, una prostituta anarquista lesbiana,
entra en ambas historias al escribir una carta a Emma Goldman que
utiliza una franqueza de lenguaje por la que estamos ávidas en nuestra
investigación. “Querida, es una buena cosa que me haya ido cuando
me fui —de hecho, habría tenido que irme de todas maneras. Si sólo
hubiera tenido el coraje suficiente para matarme cuando llegaste al
climax, entonces— entonces habría conocido la verdadera felicidad,
porque en ese momento tenía completa posesión de vos... Satisfecha,
ah Dios no. En este momento estoy escuchando el ritmo del pulso que
se siente en tu garganta. Estoy fluyendo con tu caudal sanguíneo,
recorriendo los lugares secretos de tu cuerpo. No puedo escapar al
chorro rítmico de tus jugos amorosos.”14 Emma Goldman, según el
trabajo de Candace Falk Love, Anarchy and Emma Goldman, no era
13
Pearl, Cora, op. cit., pág. 166
14
Falk, Candace, Love, Anarchy and Emma Goldman, New York: Holt, Rinehart and Winston, 1984,
págs. 174-175
10
extraña a las descripciones francas del deseo, así que no resulta
sorprendente que haya inspirado una respuesta tan apasionada.
Almeda Sperry, lesbiana y prostituta, debería ser parte de nuestra
historia tanto como Natalie Barney o las Damas de Llangollen. Pero ni
su lenguaje ni su profesión son elegantes. Aunque no pueda
encuadrársela fácilmente en las listas de lectura académicas, la
comprensión de nuestra historia, de la historia de las mujeres, será
más pobre si se excluyen tales voces.
En las memorias de Nell Kimball, una madama heterosexual, se
hacen muchas referencias a lesbianas. Una de las más famosas
madamas de su época fue Emma Flegel, nacida en 1867, una
inmigrante judía de Lübeck, Alemania que llegó a los Estados Unidos y
trabajó como ayudante de cocina hasta que las circunstancias la
obligaron a casarse y establecerse en Saint Louis. Allí abrió un burdel
muy exitoso y fue conocida por toda la subcultura por sus aventuras
amorosas con sus chicas. “Emma aparentemente siempre tenía una
favorita entre sus chicas, con la cual tendría un enamoramiento
durante más o menos un año antes de buscar una nueva favorita”
(información enviada a los Lesbian Herstory Archives). Aquí vemos
cómo la historia étnica lésbica puede interconectarse con la historia
general tanto de lesbianas como de prostitutas, siempre que la
vergüenza no interfiera. Esto no implica una historia sin conceptos o
conflictos, pero sí un compromiso por abrir un nuevo territorio, por la
inclusión de mujeres que puedan desafiar las categorías lesbofeministas
imperantes.
Además de reconocer la historia de las prostitutas como una
fuente valiosa para la historia lésbica, otra conexión que surge es la
lesbiana clienta y protectora de prostitutas. En la maravillosa y
conmovedora historia de Jeanne Bonnet, una lesbiana que se vestía
como hombre en San Francisco a fines de la década de 1870 (rescatada
por el trabajo del San Francisco Lesbian and Gay History Project y por
Allan Bérubé en particular), encontramos una mujer que llegó a los
burdeles de Barbary Coast como clienta pero en 1876 decidió enrolar a
11
algunas de las mujeres que visitaba en su banda de mujeres.
Terminaron sus vidas como prostitutas y sobrevivían como
ladronzuelas. Una de las mujeres que le ganó al proxeneta, Blanche
Buneau, se convirtió en su amiga especial. Pero la ira del hombre
despreciado persiguió a las dos mujeres hasta la privacidad de sus
vidas. En palabras de Allan Bérubé: “Cuando ya había anochecido,
según Blanche, Jeanne se sentó en un sillón a fumar su pipa y beber
un vaso de cognac. Se quitó su vestimenta masculina, se metió en la
cama, y con la cabeza apoyada sobre el codo esperó a que Blanche
viniera a acompañarla. Blanche se sentó sobre el borde de la cama y se
agachó para desatarse los cordones, cuando un disparo atravesó la
ventana hiriendo a Jeanne, quien gritó ‘Me reúno con mi hermana’, y
murió.” Cuentan que a su funeral en el año 1876 asistieron “muchas
mujeres de la clase equivocada... las lágrimas lavaban pequeños surcos
a través de la pintura de sus mejillas.”15
En el trabajo de Jonathan Katz Gay/Lesbian Almanac: A New
Documentary, encontramos una mención a un “caso femenino, R., edad
treinta y ocho”, quien “proclama sus características de la forma más
flagrante a través de su forma de vestir que es siempre con los
sombreros más masculinos y zapatos pesados. Se gana la vida
prostituyéndose homosexualmente para varias mujeres.”16 Aquí,
redactada en el lenguaje del Dr. Douglas C. McMurtrie, autor de “Some
Observations on the Psychology of Sexual Inversion in Women”
[“Algunas observaciones sobre la psicología de la inversión sexual en
mujeres”], tenemos otra pista de historia lésbica. Quizás R. parecerá
más merecedora de nuestra atención cuando nos dice el doctor: “R. no
siente absolutamente ninguna vergüenza ni pudor respecto de su
posición. En la ciudad [...] frecuenta lugares públicos vestida de una
forma que atrae la atención general. Acumula el desprecio y el ridículo
15
Bérubé, Allan, manuscrito enviado a los Lesbian Herstory Archives (LHA)
16
Katz, Jonathan, Gay/Lesbian Almanac: A New Documentary, New York: Harper and Row, 1983, pág.
339
12
de las mujeres normales y femeninas que la ven. Sin embargo, parece
más bien disfrutar de esta atención y estas críticas adversas.”17
Las mujeres homosexuales que visitaban prostitutas lesbianas
están también documentadas por Frank Caprio, un psicólogo pop de los
años ’50, que captura perfectamente la combinación de prejuicio y
sensacionalismo de esa década. “En estos burdeles, conocidos como
Templos de Safo, las prácticas lésbicas consisten en coito mediante el
uso de un sustituto de pene, masturbación recíproca, tribadismo y
cunnilingus. Si bien muchas de las clientas son homosexuales pasivas,
a menudo asumen un rol activo y de este modo encuentran un
desahogo para sus ansias homosexuales reprimidas. Uno de estos
Templos de Safo en París, que atiende a clientas mujeres, está
amueblado suntuosamente. Un bar ocupa una parte de la planta baja,
donde pueden obtenerse bebidas alcohólicas. Las internas lesbianas
están vestidas en ropa interior transparente y sensual, y estimulan a
sus clientas con gestos invitantes. En la planta superior, las
habitaciones privadas están dedicadas a las relaciones sexuales que
siguen al encuentro preliminar...”18
El desafío para las historiadoras lésbicas reside en discriminar
aquí qué es verdadera cultura lésbica y qué es imaginación de Caprio,
pero de hecho sabemos, a partir de relatos orales, que tales lugares
existieron— y no sólo en la exótica París. Mabel Hampton, por ejemplo,
una lesbiana negra de ochenta y cuatro años de Nueva York, cuenta
sobre un burdel en Harlem durante los años ’30 que atendía sólo a
clientas mujeres, y cuya madama lesbiana tenía una escopeta cerca de
la puerta para ahuyentar hombres curiosos.
Un punto importante que quiero señalar es la necesidad de
incluir preguntas sobre prostitución y prostitutas en toda historia oral
que se haga con mujeres lesbianas mayores. Si el mensaje que se
transmite es que éste es un territorio vergonzoso, que la entrevista
“feminista” se espantaría de putas femme o proxenetas butch, de un
17
Katz, Jonathan, op. cit., pág. 339
18
Caprio, Frank, Female Homosexuality: A Psychodynamic Study of Lesbianism, New York: Grove
Press, 1954, pág. 93
13
sinfín de superposiciones culturales y personales de estos dos mundos,
toda esta parte de nuestra historia de las mujeres será nuevamente
clandestina. Perderemos percepción y comprensión sobre cómo
organizan sus vidas las lesbianas en particular y las mujeres en general
que viven fuera de los límites de los arreglos domésticos aceptables.
Las lesbianas han acudido a prostitutas, y lo siguen haciendo, en
busca de sexo, además de trabajar como prostitutas ellas mismas. En
1984 en un pequeño pueblo de Tennessee, la policía armó una trampa
para una redada utilizando a una mujer policía que se hizo pasar por
prostituta. Después de que se hicieran los arrestos por oferta sexual,
los nombres de los arrestados fueron publicados en el periódico del
pueblo. En un artículo titulado “Police Sex Sting Nets 127” [“Redada
Sexual Policial Atrapa a 127”], oímos una voz de mujer:
19
Tennessean, 22 de noviembre de 1984
14
de Bedford Hills por dos años, a la edad de diecinueve. Según
Hampton, muchas de las muchachas arrestadas por prostitución eran
de hecho lesbianas. Tomando la adversidad como un desafío, Mabel
Hampton resume su experiencia en Bedford Hills comentando: “La pasé
superbien con todas esas chicas.” Y no sólo Mabel la pasó bien. Estelle
Freedman ha escrito una crónica del escándalo por lesbianismo que
golpeó a Bedford Hills pocos años más tarde. Aquí tenemos otra pista
para una historia más completa del lesbianismo: debemos recurrir a los
registros de las prisiones y comenzar a explorar las vidas que
encontraremos resumidas en las escuetas frases del estado.
Sabemos, a partir de The Lost Sisterhood, que en los años ’20 las
prostitutas se habían convertido en víctimas de las campañas contra el
vicio que establecieron prácticas de acoso, vigilancia y arresto, que
luego serían usadas contra las lesbianas claramente definidas y sus
lugares de reunión. “El crecimiento de tribunales especiales, brigadas
contra el vicio, trabajadoras sociales y prisiones para combatir la
prostitución”20 se convirtió en la herencia lesbiana de los ’40 y ’50.
H.B. Woolston detalla la metodología. Un formulario policial
utilizado para interrogar a prostitutas detenidas en la década de 1920
muestra las siguientes categorías, bajo el título de salud general: “Uso
de Alcohol, Drogas, Perversión, Homosex.”21 Es en esta década que la
policía se vanagloria de los nuevos métodos que desarrollaron para
humillar a las trabajadoras sexuales: “Un método espectacular para
infundir terror en el corazón de los malvivientes es una redada
repentina y a veces violenta. Un furgón patrullero llega a toda velocidad
a la casa sospechosa. Los policías se precipitan y atacan las distintas
entradas y salidas y agarran a los presentes.”22
Cincuenta años más tarde, Barbara Turrill, una prostituta,
describe una redada en un bar con estas palabras: “Podés sentirlos en
el aire, cuando estás en el bar, y a veces sacan a todo el bar a la calle, a
todas las chicas sentadas en la barra, y las meten en el furgón y las
20
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 19
21
Woolston, H.B., op. cit. pág. 331
22
Woolston, H.B., op. cit. pág. 214
15
llevan al centro y las hacen pasar por un montón de líos. Ellos pueden
entrar y llevarte por I and D (idle and disorderly persons, personas
ociosas y de mala conducta), aunque sea.”23 Cualquier lesbiana que
haya estado en una redada de bar reconocería esta descripción.
Otro ejemplo notable de cómo los dos mundos se juntan se
encuentra en un fragmento de una historia oral de Rikki Streicher,
dueña de un bar lésbico en San Francisco. La época son los años ’40,
pero el incidente tiene sus raíces a principios del siglo XX:
“Yo trabajaba como mesera en el Paper Doll. Alguien llamó y dijo que venía la
cana. Mandé a todo el mundo a su casa y me quedé. Así que yo era la única ahí,
y me llevaron. Si eras mujer, los cargos generalmente eran 72 VD, lo que
significaba que te llevaban a hacer un test de enfermedades venéreas y 72 horas
era el tiempo que tardaba. Así que me llevaron pero decidieron no arrestarme.
Así que una amiga vino y me sacó.”24
23
Turrill, Barbara, “Thirty Minutes in the Life”, transcripción de charla en radio WGBH, 13 de mayo de
1976, en LHA, pág. 8
24
Streicher, Rikki, extracto de una entrevista aparecida en In The Life, No. 1, otoño 1982 publicada por la
West Coast Lesbian Collection, en LHA, pág. 5
25
Livingston, Virginia, entrevista radio WBAI, 7 de marzo de 1980
16
cultura en el análisis previo de las vestimentas y las reuniones de
mujeres. Pero para entrar en los tiempos modernos, sugiero que existe
mucha historia lésbica no explorada en las llamadas cuevas de vicio
legalizado que surgieron en la primera década del siglo XX. En los
famosos distritos de luz roja de la época, en el Storyville de Nueva
Orleans, en la Barbary Coast de San Francisco, en los distritos de Five
Points y Tenderloin de Nueva York, las historias de lesbianas están
esperando ser contadas.
Una publicidad de uno de los famosos “libros azules” de la época
incluía en sus listados de servicios sexuales disponibles una referencia
a entretenimiento homosexual femenino.26 De la subcultura de la
prostitución viene la frase “in the life” [“en la vida”], que es la forma en
que las lesbianas negras definirán sus identidades lésbicas en los años
’30 y ’40. De este mundo viene el uso de un timbre o una luz para
avisar de la llegada de la policía a los salones internos de un bar
lesbiano, una tradición que todavía operaba en los años ’50 lesbianos.
Rosen nos dice que “Estos distritos, si bien en estado de transición,
ofrecían de todos modos a las mujeres cierto grado de protección, apoyo
y validación humana... El proceso de adaptarse al distrito ... incluía una
serie de introducciones al nuevo lenguaje ... el humor y el folklore de la
subcultura.”27 Una prostituta del libro de Kate Millett The Prostitution
Papers comentará, años más tarde: “Es divertido que la expresión “go
straight” [“ir derecho”] es la misma expresión para la gente gay. Es
gracioso que ambos mundos usen esa expresión.”28
La última y quizás más irónica conexión entre estos dos mundos
que quiero analizar es cómo las lesbianas y las prostitutas están ligadas
en la bibliografía psicológica. Uno de los modelos preponderantes para
explicar la “enfermedad” de las prostitutas en los años ’50 sostenía que
las prostitutas eran en realidad lesbianas disfrazadas que sufrían de un
complejo de Edipo y por lo tanto eran hostiles a los hombres. Como
26
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 82
27
Rosen, Ruth, op. cit., pág. 102
28
Millett, Kate, The Prostitution Papers, St. Albans, NY: Paladin Books, 1975, pág. 41
17
escribe Caprio en su trabajo de 1954: “Aunque parezca paradójico
pensar que ... las prostitutas tengan fuertes tendencias homosexuales,
lxs psicoanalistas han demostrado que la prostitución representa una
forma de pseudoheterosexualidad, una fuga de las represiones
homosexuales.”29 Helen Deutsch veía el problema bajo otra luz
interesante. La identificación de la prostituta era con la madre
masculina y ella “tiene la necesidad de ridiculizar a las instituciones
sociales, la ley y la moralidad, así como a los hombres que imponen tal
autoridad.”30 Otro tipo de prostituta, continúa Deutsch, es “la mujer
que reniega de la ternura y la gratificación femenina en favor de la
agresividad masculina que imita”31, convirtiéndola en una lesbiana
latente.
Mezcladas con los intentos por explicar la enfermedad de la
prostituta, están las historias de vida de las mujeres. Caprio, por
ejemplo, dice que ha hecho cientos de entrevistas a prostitutas
lesbianas de todo el mundo. No puedo dedicar demasiadas palabras a
esta conexión, porque he sentido el peso de estas teorías en mi propia
vida. Mi madre me llevó a médicos, a principios de los ’50, para ver
quién podía curar a su hija monstruosa. Alcanza decir que las
prostitutas y las lesbianas tienen una historia compartida de lucha
contra la ley, la religión y la medicina, todas intentando explicar y
controlar la “patología” de estas mujeres inusuales. Las prostitutas
lesbianas han sufrido la totalidad de sus dos historias como mujeres
perversas: han sido llamadas pecadoras, enfermas, antinaturales, y una
contaminación social. En la década del lesbofeminismo no se las ha
llamado de ninguna manera, porque son invisibles. Hasta un
historiador gay tan astuto y comprensivo como Jeffrey Weeks siente la
necesidad de negar su existencia, en aras de postular una historia
lesbiana libre de patriarcado. La existencia de prostitutas lesbianas no
es una mancha en la historia de nuestra gente; sus historias nos dan
29
Caprio, Frank, op. cit, pág. 93
30
Bullough, Vernon, “Prostitution, Psychiatry and History”, en Bullough, Vernon (comp.), The Frontiers
of Sex Research, Buffalo, NY: Prometheus Books, 1979, pág. 89
31
Bullough, Vernon, op. cit., pág. 89
18
pistas sobre la complejidad de la historia lésbica específicamente, y
sobre la historia de las mujeres en general.
Mientras hacía esta investigación, me impresionaron las
conexiones entre tres mundos aparentemente dispares: la lesbiana, la
prostituta y la monja, todos ejemplos de mujeres no domesticadas que
forman comunidades marcadas por las relaciones entre mujeres. En
1985, la comunidad lesbofeminista entusiastamente dio la bienvenida
al mundo de monjas lesbianas dentro del continuum lésbico. Y la
reciente investigación sobre la prostitución en la sociedad medieval
realizada por Leah Lydia Otis evidencia una profunda conexión entre
por lo menos dos de estos grupos. En el siglo XV, no era inusual que
enteras casas de prostitución, manejadas por mujeres, se convirtieran
en conventos cuando alcanzaban la edad de retirarse. Así la
hermandad quedaba preservada, y las mujeres podían seguir viviendo
en una versión de separatismo medieval. Como siempre, la
documentación homosexual es más difícil de encontrar, pero podemos
vislumbrarla. “En Grasse en 1487 una prostituta fue sentenciada a
pagar una multa de 50 chelines por haber desobedecido la
reglamentación del vicario que prohibía a las prostitutas bailar con
mujeres honestas.”32
Cuatro siglos más tarde, las prostitutas y las monjas son unidas
nuevamente por una tragedia histórica que requirió los más grandes
actos de coraje humano. Vera Lasker, en su apasionado trabajo Women
in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, nos
dice que “algunas de las mejores casas seguras para luchadores de la
resistencia eran burdeles y conventos.”33 También afirma que algunas
de las mujeres más valientes al servicio de la resistencia eran
prostitutas.34 La historia completa del destino de las prostitutas, tanto
en el movimiento de resistencia como en los campos de concentración,
todavía no ha sido escrita, y espero que quien la escriba sea una puta.
32
Otis, Leah Lydia, op. cit., pág. 81
33
Lasker, Vera, Women in the Resistance and in the Holocaust: The Voice of Eyewitnesses, Westport:
Greenwood Press, 1983, pág. 6
34
Lasker, Vera, op. cit., pág. 7
19
Estoy segura que con el relato de esta historia encontraremos también
lesbianas que usaban el triángulo negro de los asociales. “Entre las
primeras mujeres en Auschwitz había prostitutas alemanas y chicas
judías de Eslovaquia. A estas mujeres se les proveían vestidos de noche
en los que debían construir Auschwitz bajo la lluvia o la nieve. De los
cientos de ellas, sólo un puñado sobrevivió hasta 1944.”35 Monja,
queer, puta: pensemos en el desafío que enfrenta la historiadora
feminista sin restricciones, y que enfrentamos todas nosotras en
nuestras imaginaciones.
Tanto lesbianas como prostitutas tienen la preocupación por
crear poder y autonomía para sí mismas en interacciones sociales
aparentemente sin poder. Como dijo Bernard Cohen, un entrevistador
de trabajadoras sexuales, “Desde el punto de vista de la prostituta, el
poder y el control deben siempre estar en sus manos, para sobrevivir.”36
Una prostituta lesbiana escribió en 1982: “Me aseguro de salir de ahí en
10 o 15 minutos. Siempre estoy atenta a la hora y decido cuánto
tiempo me quedo dependiendo de la cantidad de dinero y de cómo es el
tipo... Quieren más, pero al final establecemos los términos de la
relación y los clientes tienen que aceptarlo.”37
La estructura de clase que existe para las prostitutas también
existe para las lesbianas. Cuanto más cerca de la calle estás, más
perversa se te considera. La prostituta de lujo y la profesional lesbiana
tienen cosas en común. Ambas tienen más protección que la puta que
hace la calle o que la torta de bar, pero abordar a la persona equivocada
puede ponerlas en manos del estado. Ambas están a menudo apuradas
por desconectarse de sus hermanas de la calle, en un esfuerzo por
aliviar su propio sentimiento de diferencia.
A este punto, las lesbianas tienen más protección legal que las
prostitutas debido al poder del movimiento por los derechos gay.
Tenemos funcionarixs públicxs lesbianas y gays, pero no políticxs que
35
Lasker, Vera, op. cit., pág. 15
36
Cohen, Bernard, Deviant Street Networks, Lexington, KY: Lexington Books, 1980, pág. 97
37
Richards, Terri, de una declaración leída por la autora, una prostituta lesbiana, en “Prostitutes: Our Life
– Lesbian and Straight”, una convención realizada en San Francisco el 22 de junio de 1982 organizada
por la U.S. Prostitution Collective, en LHA
20
claramente reivindiquen su pasado de sexo público. Ruth Stout, una
vocera de PONY [Prostitutas de Nueva York] dijo en 1980 que si las
putas y las amas de casa y lxs homosexuales se unieran, podríamos
dominar el mundo.38 Para hacerlo, sin embargo, debemos enfrentar el
desafío de nuestra propia historia, el desafío de entender cómo el
mundo “lesbiano” se extiende desde las flautistas de Grecia hasta el
festival de lesbianas separatistas en Michigan. ¿Por qué esta
aparentemente obvia conexión entre lesbianas y prostitutas ha quedado
tan silenciada en nuestras comunidades lésbicas actuales? ¿Qué
impacto han tenido el feminismo y el clasismo culturales sobre este
silencio? La unión de estas dos historias ¿nos dará una mayor
comprensión política para proteger tanto a prostitutas como a
lesbianas, en estos tiempos espantosos? Si podemos hacer que alguna
parte de nuestra sociedad sea más segura para estos dos grupos de
mujeres, haremos que el mundo sea más seguro para todas las
mujeres, porque puta y queer son las dos acusaciones que simbolizan la
pérdida de la condición de mujer, y una mujer perdida está abierta al
control directo del estado.
La reapropiación de la propia historia es un acto político directo
que obliga al nacimiento de una nueva consciencia; es un trabajo que
cambia tanto al oyente como al hablante. Percibí esto muy claramente
cuando asistí al revolucionario congreso de Toronto el año pasado, “The
Politics of Pornography, The Politics of Prostitution”, y escuché a una de
las oradoras, una desnudista del distrito de sexo de Toronto,
documentar la historia de su arte en Toronto. Su relato creaba historia
mientras la comunicaba. En su voz suave, detalló el desarrollo de su
profesión y la opresión contra la cual ella y las otras tenían que pelear.
Era una historia directa, llena de orgullo y de problemas. Yo estaba
sentada con otras dos desnudistas, y mientras Debbie documentaba los
cambios y los desafíos de su trabajo, ellas estaban sentadas en el borde
de sus asientos. Me dijeron luego que nunca lo habían escuchado así
expresado. A partir de chistes sucios y desprecio, una historia nacía.
38
Stout, Ruth, “The Happier Hooker”, en Daily News, 16 de septiembre de 1980, pág. 3
21
Espero que cada vez más mujeres que actúan o trabajan en el mundo
del sexo público elijan contar la historia de su gente.
Sobre el modelo de los grupos de apoyo de prostitutas y feministas de Holanda, las prostitutas, las
trabajadoras de la industria del sexo y las feministas preocupadas por obtener derechos para las prostitutas
en este país [Estados Unidos] están ahora en un proceso de organización. Para más información,
contactar a Coyote, Post Office Box 26354, San Francisco, California 94126.
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Bibliografía
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Nota biográfica
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