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Algunos apuntes para el estudio de la tradición socialista argentina.

Ricardo Martínez Mazzola (CONICET- CEDIS/UNSAM- UBA)

Ésta comunicación se propone dar cuenta de algunas de algunas de algunas estrategias


adoptadas en el abordaje que, desde hace varios años, vengo realizando acerca de la tradición
socialista argentina, en particular de su vínculo con el peronismo. Para ello, en primer lugar,
definiré los temas que he ido trabajando, primero en el marco de mi Tesis doctoral y luego, en
los proyectos actualmente en curso, y contaré cómo los problemas abordados me obligaron a
cruzar los aportes de la sociología política, la historia política y la historia intelectual. En
segundo lugar, me propongo mostrar que el cruce propuesto se mostró fructífero para dar
cuenta de los distintos factores que concurrieron a que la mirada socialista sobre el
radicalismo fuera cada vez más negativa. Finalmente, me propongo plantear algunas
continuidades y rupturas que supuso, en la tradición socialista, el modo de posicionarse frente
al peronismo.

1- Precisiones teóricas y metodológicas

Mi tesis doctoral - titulada El Partido Socialista y sus interpretaciones del radicalismo


argentino (1890-1930) y defendida hace poco más de un año en la facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires- se vincula con una preocupación más general
acerca de las relaciones entre tradición de izquierda y populismo en la Argentina. Si las
dificultades de las fuerzas de izquierda para afrontar el fenómeno peronista son un tópico casi
de sentido común- que, ha dado lugar a varios trabajos académicos, aunque está lejos de estar
agotado- en cambio la relación, también compleja, que las fuerzas de izquierda –y en
particular el Partido Socialista- mantuvieron con el otro gran movimiento populista de la
historia argentina, el yrigoyenismo, ha sido menos abordada. Por eso dediqué a la mirada del
socialismo sobre el radicalismo mi tesis doctoral. Habiendo reconstruido, al menos
parcialmente esa primera estación, estoy actualmente trabajando sobre la interpretación que el
socialismo argentino propuso sobre el segundo monstruo populista: el peronismo.

Más allá de que la bibliografía acerca de los primeros años del socialismo argentino (1890-
1930) es relativamente amplia, con respecto a sus relaciones con el radicalismo sólo pueden
citarse los trabajos de Aricó (1999) y Portantiero (1999)- quienes, partiendo de una matriz
común de origen gramsciano, plantearon, en sus trabajos sobre Juan B. Justo, algunas
hipótesis de carácter general acerca de las razones por las cuales dos movimientos populares y
tendencialmente reformistas como el radicalismo yrigoyenista y el socialismo encabezado por
Juan B. Justo no lograron confluir en una agenda común de transformaciones sino que, antes
bien, se convirtieron en duros rivales. Al comenzar a trabajar en la tesis me propuse,
entonces, partiendo de la tradición de análisis abierta por Aricó y Portantiero, pasar de la
historia intelectual, en el que se inscriben esos trabajos sobre Justo, a la historia política, para
reconstruir el modo en que los socialistas argentinos se habían posicionado frente al
radicalismo argentino.

Avanzar en esta propuesta implicaba afrontar dos dificultades. La primera era la de integrar
dimensiones analíticas que en los trabajos sobre el socialismo argentino se suelen presentar
separadas: los, escasos trabajos planteados desde la sociología política analizan las relaciones
establecidas entre diferentes grupos al interior del Partido Socialista; los, algo más
numerosos, trabajos en clave de historia política, se centran en las relaciones entre el Partido
Socialista y otros actores políticos y sociales con los que interactuó en diferentes arenas; los,
más abundantes, trabajos en clave de historia intelectual abordan los rasgos del discurso de
los intelectuales socialistas –en particular los de su líder Juan B. Justo- , sin relacionar esos
rasgos, y sus variaciones, con las transformaciones organizativas del partido ni con los
cambios en los vínculos establecidos entre socialismo y otros actores sociales que las hicieron
posibles.

La segunda dificultad -más fundamental- era la de reunir las, también dispersas, herramientas
teóricas y metodológicas planteadas por distintos autores dedicados al análisis de los partidos
políticos. El punto de partida fueron los análisis de Weber (1999 A; 1999 B) quien provee
elementos conceptuales para el análisis de los partidos políticos, sus orientaciones e intereses
y las formas con que se construyen las relaciones con otros actores políticos y sociales. Las
formulaciones weberianas reunían la consideración de los intereses materiales desarrollados
en el seno de los partidos con la estimación de la importancia de los ideales y creencias, con
las miradas críticas del funcionamiento de partidos y sistemas de partidos iniciadas por
Ostrogorski (1979) y Michels 1969).

Lamentablemente, los análisis sobre partidos políticos no han seguido los esfuerzos
integradores de Weber y han tendido a disociar éstas dimensiones, tomando en cuenta sólo
una de ellas y disgregando al partido como objeto de análisis. El planteo de Panebianco
(1990)- que busca combinar variables para producir diferentes “modelos de partido”- se
concentra en el análisis interno de la organización y coloca en un segundo plano la relación
con el entorno y la influencia que éste ejerce sobre la estructura organizacional.1 Pero lo más
problemático es el hecho de que la centralidad dada la dimensión organizativa lo conduce,
como antes a Duverger (1957) a una consideración limitada de la dimensión ideológica, lo
que reduciría la cuestión weberiana de la legitimidad al mero intercambio de incentivos por
participación.2

Se hace necesario, un abordaje que no sólo combine la atención a la dimensión organizativa


con el análisis de la relación del Partido Socialista con otras fuerzas, sino que -y éste es el
centro de mi interés y, sin pedir permiso creo que puedo decir que es el centro del interés de
los miembros del CEDIS- con la reconstrucción del cuenta el modo en que el modo complejo
en que a los intelectuales ligados a las distintas fuerzas políticas – en el caso de los socialistas,
en primer lugar su fundador, Juan B. Justo, en quien se han centrado los trabajos- construyen
su propia tradición política. En este momento estoy particularmente interesado en, a la vez
que en continuar el abordaje de las tradiciones concretas, en trabajar teóricamente sobre el
concepto mismo de tradición, un concepto clave en el debate tanto de la historia intelectual
como de la filosofía política contemporánea, y sin embargo, un concepto que es generalmente
usado en forma impresionista. El punto de partida en ese análisis -punto de partida que espero
complejizar con ese trabajo teórico en ciernes-, es la reformulación que Gerardo Aboy Carlés
hiciera de las formulaciones teóricas de Ernesto Laclau. En el libro que presenta los resultados
de su Tesis Doctoral, Aboy Carlés (2001) subraya que junto a las dimensiones de alteridad
1
Este tema, menos apto para generalizaciones que excedan las consideraciones de la ciencia política acerca de la
importancia de los sistemas electorales, ha sido más bien objeto de la investigación y la polémica historiográfica.
Particularmente interesantes son, para nuestro objeto de análisis, los trabajos de Schorske (19955), Roth (1963),
Nettl (1965) y Lidtke (1985) sobre el SPD alemán.
2
Aunque Panebianco se diferencia de los planteos de Michels y rechaza que la ideología de la institución sea una
pura fachada para la defensa de la mera supervivencia organizativa; el lugar que asigna a la ideología
organizativa es principalmente “pasivo” y “conservador”, las creencias y valores de un partido son persistentes
restricciones que bloquean ciertas opciones organizativas.
(toda identidad supone un otro un exterior que la amenaza y es al mismo tiempo su condición
de existencia) y de representación (el interior de toda identidad se conforma a partir del juego
de la suplementariedad de un liderazgo, una ideología o ambos), se existe una tercera
dimensión constitutiva de toda identidad. La denomina perspectiva de la tradición y con ella
busca subrayar que toda identidad se constituye interpretando las luchas del pasado y la
construcción del futuro en un contexto que de sentido a la acción presente. Insertándose en
una tradición y negando otras el discurso construye una posición de autoridad que legitima su
palabra. Mi abordaje, y de nuevo el de los miembros del Cedis, se apoya en la centralidad
que, en todo discurso político, adquiere el trabajo sobre la propia tradición política, un trabajo
que, lejos de poder ser reducida a una justificación de opciones adoptadas por motivos
estratégicos, es relevante tanto para impulsar opciones políticas como para limitar otras.
Es ese tipo de abordaje el que propusimos en nuestra tesis.

2- Socialismo e yrigoyenismo: algunas razones para una enemistad.

Es ese tipo de abordaje el que propusimos en nuestra tesis. En particular creo que el abordaje
me permitió responder a la segunda de las preguntas3 que me había hecho al iniciarla. “¿Por
qué la caracterización de la UCR fue haciéndose cada vez más negativa?”. Y ello porque la
acentuación del antagonismo entre socialistas y radicales se explica tanto por factores
asociados con el modo de constitución de la clase obrera en la Argentina, como por el modo n
que los dirigentes socialistas construyeron la propia tradición, tanto por rasgos organizativos
del PS, como por los efectos de la dinámica política nacida de la Ley Sáenz Peña.

El primer elemento a considerar es el modo en que en el PS argentino, el “espíritu de


escisión”, propio del momento fundacional de toda fuerza socialista, se convirtió en un rasgo
permanente. Como señala Gramsci, el “espíritu de escisión” es un rasgo característico de la
etapa inicial de todas las organizaciones de las clases subalternas, que buscan escindirse del
resto de la sociedad y fundar su identidad en esa diferencia. Pero en la Argentina, ese rasgo
general fue reforzado por el hecho de que la clase obrera, al menos la urbana, estaba formada
mayoritariamente por inmigrantes, cuyo mundo de relaciones los enfrentaba directamente con
los sectores dominantes de las ciudades, a la vez que los alejaba de los sectores populares
criollos y de grupos de clase media. Por décadas la identidad de las bases militantes del PS,
aunque no tanto la de sus votantes, siguió estando fuertemente marcada por un espíritu
“obrerista” e “internacionalista” Para evitar amenazas a la unidad partidaria, los intelectuales
que conducían al PS intentaron un complejo equilibrio y sentaron una posición que podría
denominarse como “centrista”. Por un lado, atendiendo a los sectores que postulaban la
adopción de un perfil más explícitamente reformista que se expresaría en alianzas con otras
fuerzas democráticas, la conducción socialista se manifestó doctrinariamente favorable a las
alianzas. Pero por otro, y por temor a que un acercamiento con otras fuerzas debilitara el
propio perfil y generara una reacción negativa de la militancia obrera, siempre harían primar
las objeciones cuando se discutiera sobre alianzas concretas.

Otro de los factores que contribuirían a ahondar el foso que separaba a socialistas y radicales
surgía del modo en que se interpretaba la relación entre fuerzas sociales y actores políticos.

3
La primera de las preguntas, de tipo exploratorio, podría formularse así: “¿cómo interpretaron los socialistas a
la UCR?”. La tercera, en clave más politológica, pero no desprovista de un interés normativo”, podría adoptar la
siguiente forma “¿cuáles fueron las implicancias de la caracterización negativa del radicalismo, para la posición
del PS dentro del sistema político, y aún diría más, para la dinámica misma de ese sistema?”
Justo ponderaba la rápida transformación que, desde mediados del siglo XIX, estaban
experimentando la economía y la sociedad, a la vez que lamentaba que los cambios tardaran
en expresarse a nivel político. En base a esa mirada Justo no reconocía un lugar legítimo para
radicales y anarquistas, a quienes asociaba con las condiciones de atraso del país, viéndolos
simplemente como sobrevivencias culturales de un pasado destinado inexorablemente a
desaparecer.4 La estigmatización de estas tradiciones políticas imposibilitó la constitución de
un discurso capaz de articular motivos y símbolos de importancia en la identidad popular,
instalándose una concepción pedagógica de la política que tendría marcada permanencia en
las prácticas y en la definición de la identidad de la izquierda argentina, ampliando su
distancia respecto a otros actores sociales y políticos.

La aprobación de la Ley Sáenz Peña, que llevó al radicalismo al gobierno nacional y que
aumentó la importancia de las fuerzas socialistas, no suavizó el enfrentamiento. De hecho la
modificación producida en el sistema político, disminuyó los incentivos para que los
socialistas se acercaran a una fuerza de la que los alejaba no sólo una muy diferente
interpretación de los procesos políticos y de los fines que debían cumplir los partidos, sino
también la competencia electoral directa en la Capital Federal, principal bastión de los
socialistas. A partir de 1912, el segundo distrito electoral del país, que además era la sede del
poder político nacional, asistió a una permanente lucha entre la UCR y el PS.

Tampoco el acceso de Yrigoyen al gobierno en 1916 modificó una mirada sobre un


radicalismo que entendía la transformación política no como algo asociado al desarrollo
social, como hacían los socialistas, sino en términos de “dignificación moral”. Las
dificultades que ese discurso de “reparación moral” planteaba para la narrativa de corte
evolucionista propuesta por el socialismo, se dejarían ver, como ya señalamos en las
dificultades del PS para posicionarse frente a la política “obrerista” de Yrigoyen.

La distancia entre yrigoyenistas y socialistas –dos actores que se proponían dar cuenta de
anhelos de inclusión en una comunidad nacional y de progreso cultural y social- se acentuaría
con el paso de los años. Podemos preguntarnos si justamente ese enfrentamiento tan marcado
no se explica justamente por esos rasgos, compartidos, pero construidos en torno a matrices
identitarias que eran, como vimos, muy diferentes. La socialista estructurada en torno a una
correlación entre actores políticos y sociales, la radical otorgando a la política un sustrato
moral. Aún más contribuiría al enfrentamiento el hecho de que cada socialistas y radicales
modificaran sus discursos intentando apelar a sectores que “el otro” consideraba como
propios. La interpelación yrigoyenista fue alternando su inicial apelación general, que decía
representar a toda la “nación”, con una progresiva identificación con un pueblo que se
enfrentaba a los sectores más altos de la sociedad, lo que acentuaba su atractivo entre los
trabajadores. Los socialistas fueron reemplazando su inicial interpelación clasista por
apelaciones a colectivos universales como “los ciudadanos” o “los consumidores”, que le
permitían aumentar su inserción entre sectores de clase media.

4
En dos intervenciones, formuladas en base a una mirada materialista y aún economicista de la historia, Justo
(1898, 1910) había delineado una clara interpretación del vínculo del socialismo con las tradiciones políticas
populares. En ellas proponía al socialismo como el continuador y profundizador de las luchas de clases de los
gauchos del pasado y las de los obreros de fin de siglo. Pero, a la continuidad de ser ambos explotados y
resistentes, se oponía la ruptura sostenida en la superioridad que daba a sus contemporáneos la mayor conciencia
de los medios y de los fines de la lucha. Para Justo, y en general para los socialistas, aquellos que planteaban una
más clara continuidad eran inconscientes que no percibían que el tiempo de las revueltas criollas había pasado,
radicales y anarquistas; o, directamente, conservadores que apelaban a la idealización del pasado y de la figura
del gaucho para descalificar la movilización política de los trabajadores urbanos, principalmente inmigrantes de
su tiempo.
3- Socialismo y peronismo: Algunas hipótesis

Concluiremos esta breve intervención delineando algunos rasgos del modo en que los no
socialistas reintpretaron su propia tradición al enfrentarse, muy duramente, con el fenómeno
peronista.

Creemos que un punto clave para explicar la dureza de esa mirada es 1930, momento a partir
del cual la clave cívica se hizo predominante en el discurso y las prácticas socialistas La
adopción de esa clave se tradujo en una aceptación más plena de la tradición liberal,
aceptación que, creemos, no se explicaría sólo por el énfasis que a la defensa de esas
libertades daban las iniciativas represivas del gobierno de Uriburu y, aún más acusadamente,
las iniciativas que proponían avanzar en la dirección de la implantación de instituciones
corporativas; sino también, por la posibilidad de encontrar un camino que dejara atrás el
aislamiento en el que el afianzamiento de la frontera yrigoyenista había sumido a quienes
permanecieron en el viejo PS.

El predominio de la narrativa cívica sería, con el paso de los años 30’ acentuado por las
lecturas que se hacían de la situación internacional y en particular de la experiencia del
fascismo. A partir de 1945 con la inclusión del socialismo en el espacio anti-peronista y con la
afirmación de pertenencia a la tradición liberal, la dimensión cívica –modulada cada vez más
en una narrativa civilizatoria que postulaba al PS como “educador de las masas”- se haría
abrumadora, subordinando del todo a la dimensión social: así se distinguiría entre una justicia
social democrática y otra demagógica (Burdman, 17-18) o, en el terreno de las competencias
estatales, entre una planificación autoritaria y otra para la libertad.

Hacia 1950 la acentuación de la inserción del socialismo en la tradición liberal–expresada en


artículos el expresivo título “Con el infierno de los hombres se forma el paraíso del Estado”-
se manifestaría en la asociación del peronismo ya no sólo con el fascismo italiano y el
nazismo alemán, sino con el stalinismo. Lo que hacía posible esta asociación era -además del
duro contexto de “Guerra fría” (eran los días de Corea) en que el movimiento socialista
internacional se dividía entre los atlantistas y los que seguían sosteniendo la posibilidad de
diálogo con los comunistas-, la consolidación de un concepto relativamente nuevo en el
lenguaje político: el de “totalitarismo”.5 En nuestro país el concepto de “totalitarismo” sería
prontamente acogido por una dirigencia socialista a la que le permitía, por un lado, plantear
una crítica indirecta al peronismo, a través de las asociaciones, explícitas o no, con los
aspectos autoritarios de un gobierno que apelaba a un sustento popular (en la misma línea
pueden leerse las frecuentes referencias al rosismo); y por otro releer su propia historia
política en línea con una más amplia, y postulada, tradición liberal-democrática argentina. El
lenguaje antifascista de comienzos de la década del 40’, que hacía posible el “frente popular”
con los comunistas, y en el que la claramente prioritaria defensa de las libertades permitía la
subsistencia de cierta clave social; dejaba paso a una militancia anti-totalitaria en la que
aquellos constituían el principal enemigo –así se veían los rasgos represivos del peronismo en
el tránsito de un camino a lo peor, representado por el stalinismo-, y en el que la defensa de

5
Tal concepto, había sido acuñado en los años 20’ para referirse al fascismo italiano (y en ocasiones había sido
usado aprobatoriamente por los propios fascistas), pero su uso había sido reactivado en los años de posguerra,
fundamentalmente por intelectuales,- muchos de ellos exiliados europeos-, que, provenientes de tradiciones de
izquierda, planteaban una revalorización de las experiencias liberal-democráticas occidentales y una dura
requisitoria contra la Unión Soviética y los regímenes que ésta apoyaba.
las libertades amenazadas, que lo era todo, pavimentaba el acercamiento a liberales y
conservadores.

Estos planteos que borraban la dimensión social de la propia identidad socialista no dejaron
de suscitar reacciones en las filas partidarias –siendo las de Julio V. González y Dardo Cúneo
las más notorias-; sin embargo estas resistencias no lograron poner en cuestión el predominio
del núcleo dirigente encabezado por Nicolás Repetto y Américo Ghioldi. La cuestión no
quedaría de todos modos cerrada y después de 1955, las preguntas por la relación con las
masas peronistas y con las fuerzas comunistas –y, simétricamente, el problema del vínculo
con la tradición liberal-democrática- volverían a agitar las aguas del socialismo argentino.

Referencias Bibliográficas
Aboy Carlés, Gerardo (2001): “Las dos fronteras de la democracia argentina. La
reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem.” Homo Sapiens Ediciones.
Rosario.
Aricó, José (1999): “La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina”.
Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
Burdman, Javier (2007): Ghioldi y La Vanguardia ante el surgimiento del peronismo. La voz
del Partido Socialista entre 1943 y 1945. (Mimeo)
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Dardo Cúneo (comp.) La realización del socialismo (Tomo VI de las Obras Completas de
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Lidtke, Vernon E. (1985) “The alternative culture. Socialist Labor in Imperial Germany”.
Oxford University Press. Oxford.
Michels, Robert (1969) “Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias
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Nettl, Peter (1965): “The german social democratic party 1890-1914 as a political model”, en
Past and Present, Nº 30”.
Ostrogorski, Moisei (1979): “La démocratie et les partis politiques” Editions du Seuil. Paris
Panebianco, Angelo (1990): “Modelos de partido. Organización y poder en los partidos
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Portantiero, Juan Carlos (1999): “Juan B. Justo. Un fundador de la Argentina moderna”.
Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
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Great Schism”. Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts
Weber, Max (1999 A): “Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva”. Fondo de
Cultura Económica. México.
Weber, Max (1999 B): “Escritos políticos” Ediciones Altaya. Madrid.

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