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Hoy consideramos micénicas sobre todo, a las amplias culturas del bronce final del
continente griego, el llamado heládico reciente (1600-1250 a.C.), pero también las de
lugares de intensa presencia política y comercial micénicas, como las cícladas, creta o
Chipre. El mundo micénico muestra el esplendor de unas intensas relaciones
comerciales con una tupida red de pueblos. Intercambio de productos y materias primas
con Egipto y el mediterráneo oriental, con el norte de Europa, con el mar negro y con el
mediterráneo occidental, especialmente con el área de Sicilia.
El arte micénico no se explica bien sin el minoico. Pero es difícil diferenciar los límites
precisos de uno y otro. El mundo micénico hace propia formas y técnicas cretenses y,
posiblemente, incorpora a artesanos minoicos. El palacio micénico o las grandes tumbas
manifiestan su riqueza con la moda y el lenguaje de prestigio del arte minoico, pero no
es simple adopción o copia: El nuevo contexto histórico fermenta un orginal arte
micénico.
Como en el mundo cretense, la producción artesanal y la acumulación y redistribución
de riquesas se centran ahora en torno al palacio de Wanax, el rey. El espacio se organiza
aquí alrededor del Mégaron. El poder político y religioso se vinculan estrechamente en
el palacio. Frente a la naturaleza amable e idílica de los modelos minoicos, de estilo y
movimiento flexible, en las pinturas palaciales micénicas, de estilo más rígido,
predominan las escenas de cazas o de guerra y reflejan un mundo heroico.
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Representación hecha a base de oro y marfil.
2
Las metopas del Partenón son un conjunto de noventa y dos placas cuadradas esculpidas en mármol
pentélico situadas inicialmente sobre las columnas del peristilo del Partenón.
3
El friso del Partenón es un friso de 160 metros de largo que rodeaba la parte superior de la cella del
Partenón en Atenas.
se eleva la galería de las Cariátides. Resume el Erection el nuevo afán por los cultos de
autoctonía.
La guerra del Peloponeso que enfrentaba entonces el imperialismo ateniense a los ideales
políticos de Esparta, introducirá una profunda crisis en el marco de una polis clásica. Pero
el arte de estos años responderá a la crisis con una búsqueda del refinamiento ideal, con
juegos de movimientos, con caligrafías y delicadeza de gestos.
La relación entre las partes es siempre constante, en sus construcciones se observa que
las columnas del largo de un edificio son siempre el doble más uno que del ancho (ej:
6x13 columnas). Un cuerpo es considerado bello cuando todas sus partes están
proporcionadas a la figura entera, tanto en las mujeres como en los hombres la belleza
se basaba en la simetría. Este canon de belleza establece que el cuerpo humano debe
medir siete veces la cabeza, posteriormente, algunos escultores prefirieron usar ocho
veces esta medida.
Para los griegos, fieles al humanismo de Protágoras, “el hombre es la medida de todas
las cosas”, la belleza radicaba en la proporción y la armonía. Estas ideas se plasmaron
especialmente en la arquitectura y la escultura. En ambos casos, el arte era concebido
como un preciso equilibrio entre las partes y el todo, ya sea un edificio o el cuerpo
humano.
Para Benevolo, los griegos conciben la arquitectura como las otras artes, casi en
forma de ciencia, tienen reglas objetivas para cada una de las partes equivalentes
a las leyes de la naturaleza. En arquitectura se ha convenido llamar a estas reglas
con el nombre de órdenes. El término “Orden” refiere a una disposición regular
y perfecta de partes que concurren a la composición de un conjunto bello; el
orden es por lo tanto opuesto a la confusión; pero es justamente esta tendencia a
generalizar. Los órdenes arquitectónicos no son reglas materiales, sino reglas
ideales, que pueden traducirse de muchos formas distintas. Los proyectistas
griegos perfeccionaron poco a poco la multiplicidad de soluciones arcaicas, y
cada vez que hallaron una solución la consideraron un precepto, siendo este
vigente hasta que una nueva búsqueda lo removiera y se estableciera uno nuevo.
Para Suchulz el espacio exterior griego, no está constituido por relaciones
fácilmente reconocibles. Difiere de aquellos críticos que han llegado a la
conclusión de que las construcciones griegas son ‘no arquitectónicas’ y que
deben ser consideradas como ‘grandes esculturas’. Para el autor semejante
interpretación es muy poco satisfactoria, y probablemente depende de la
carencia de conceptos espaciales. El templo mismo a menudo a ha sido
considerado como un objeto puramente ‘estético’. Variaciones de dimensión, de
organización y de detalles han sido interpretadas como ‘desarrollo estilístico’ o
como expresiones de una aspiración al ‘refinamiento visual’. Sin querer excluir
estos factores, el templo debe ser comprendido y relacionado con su localización
y con el ‘objeto’ al que debía servir.
Uno de los factores fundamentales del espacio es, pues, el carácter individual de
los sitios. ”Individual” se usa aquí para significar que los sitios eran sentidos no
como absolutamente diversos, sino como manifestaciones de caracteres
arquetípicos. En un lugar el hombre se siente protegido por el ambiente
circundante, en otro, en cambio, se siente amenazado. La localización griega no
era, en modo alguno arbitraria, estaba determinada por la percepción de los
significados del ambiente natural, tal como se manifestaban a través de sus
formas particulares.”
Bruno Zevi: El defecto (del templo griego) consiste en la ignorancia del
espacio interno; la gloria, en la escala humana.(…) Quien investigue
arquitectónicamente el templo griego, buscando en primer lugar una concepción
espacial, tendrá que huir horrorizado, señalándolo amenazadoramente como
típico ejemplar de no-arquitectura. Pero quien se acerque al Partenón y lo
contemple como una gran escultura, quedará admirado como frente a pocas
obras del genio humano. (…)El mito que hace de Fidias, más que de Ictino y
Calícrates, el ideador del Partenón, parece simbolizar el carácter meramente
escultórico de la edilicia religiosa griega en el curso de siete siglos de desarrollo.
(…) Pero este espacio no fue nunca pensado creadoramente, porque no
respondía a funciones e intereses sociales; más bien era un espacio sencilla y
literalmente cerrado, y el espacio interior así encerrado es, justamente
característico de la escultura.(…) La civilización griega se expresó al aire libre,
en los recintos sagrados, en las acrópolis, en los teatros descubiertos, fuera de
los espacios interiores yd e las habitaciones humanas, fuera también de los
templos divinos.
Evolución de la escultura.
La escultura es la manifestación artística en la que más destacaron los griegos. El tema
que más repitieron fue el del cuerpo humano, que sirvió para representar
a héroes, divinidades y mortales. Los griegos valoraron especialmente la proporción,
el equilibrio y el ideal de belleza. Los materiales que más emplearon fueron
el mármol (coloreado) y el bronce.
La época Arcaica
Durante la misma las figuras eran representadas normalmente de manera estática (sin
movimiento), de frente (ley de la frontalidad) y en posturas rígidas. Sus ojos eran
grandes y expresaban una sonrisa forzada (sonrisa arcáica). En ellas se aprecia una clara
influencia de la escultura egipcia. Son muy representativos de este período los
llamados "Kuroi" (jóvenes atletas).
La época Clásica
Las figuras se hicieron más naturales y expresivas, adquiriendo más movimiento y
posturas menos forzadas.
La época Helenística
En este período las esculturas fueron dotadas de mayor dinamismo (movimiento), así
como de gran realismo. Ya no se trataba de representar el ideal de belleza, sino
la naturaleza tal cual es, fuese alegre o dolorosa, bella o fea o, incluso, trágica (Muerte
de Laoconte y sus hijos).
La escultura griega fue imitada y reproducida por los romanos. Gracias a ellos
conocemos cómo fueron muchas de las grandes obras hoy desaparecidas. Al igual que
la arquitectura, ejerció una importantísima influencia en estilos más modernos, tales
como el renacentista y el neoclásico.
“Los artistas comenzaron a servirse de sus ojos; iniciada la revolución, no se
detuvo”. (Gombrich)
Gombrich al introducir esta frase señala que si bien en un principio los griegos imitaron
lo que habían hecho los egipcios (esculturas frontales y rígidas), al comenzar a
experimentar y a servirse de sus ojos los escultores obtuvieron en sus talleres nuevas
ideas y modos de representar la figura humana, siendo estas innovaciones ávidamente
recibidas por otros que añadieron a ella sus propias ideas.
Si bien el método egipcio era en muchos aspectos más “seguro”, los artistas griegos no
se asustaron fácilmente ante estas dificultades. Habían echado a andar por un camino en
el que no había retroceso posible.
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El arte griego fue permeable a continuos estímulos y heredero de múltiples fuentes.
Egipto y Oriente le prestaron sobre todo sus viejas fórmulas. El griego las recogió y las
volvió a plantear desde el hombre y su marco social: casi siempre, la ciudad, la polis.
El antropomorfismo fue una preocupación fundamental en Grecia. Cada época del arte
griego meditará sus singularidades respuestas sobre la representación del hombre. El
arcaísmo se preocupó más por su apariencia externa, por el brillo fascinante de las
cosas. Al clasicismo le interesó la interioridad que trasciende en la forma. El helenismo
se ocupó de la infinita diversidad y apariencia de los seres, de la mutabilidad y el azar,
de la simpatía o padecimiento común del hombre y la naturaleza.
Otra gran cuestión preocupó al artista griego: el mito, la relación de los hombres con los
dioses, la posibilidad de reflejar plásticamente una historia.
El varón que lucha con el centauro en un bronce geométrico puede ser Heracles.
Durante el arcaísmo se definen los principales tipos de escultura griega con fórmulas
fecundas de dilatada vida por su claridad y sencillez. Del mundo oriental proceden los
principales tipos animalístico (ejemplo: leones). La naturaleza poderosa del felino es
símbolo inmutable e inequívoco del noble. El carácter mágico de la escultura se
sintetiza en animales fabulosos como la esfinge, con cabeza atenta de mujer y cuerpo de
leona alada, que corona a la columna jonia del santuario de Delfos, o las estelas
funerarias del siglo XI a.C. en el ática. También enraízan en Jonia los principales tipos
escultóricos humanos.
Dentro de las figuras femeninas destacamos la temprana y colosal “Kore de Nicandra”
se muestra rígida y frontal con ambas manos pegadas al cuerpo. La “Dama de Auxerre”
algo posterior, gira su mano derecha sobre el pecho en actitud de recogimiento y pudor.
Son estatuas de “hermosa contemplación”, la disposición de los vestidos festivos y sus
colores vivos multiplican la forma de los reclamos de belleza.
Al tipo masculino desnudo, con la pierna izquierda adelantada y los brazos pegados al
cuerpo con los puños cerrados, les llamamos Kouros. La monumentalidad del tipo, su
concepción cúbica y estrictamente frontal apuntan a influjos egipcios que los griegos
han podido conocer en los años de intensos contactos con la tierra del Nilo.
Con el tiempo, los Kouros perderán grandiosidad y se acercaran paulatinamente al
hombre bello. La originaria adición de elementos se armoniza en un cuerpo gobernado
ya unitariamente, capaz de controlar sus miembros dispersos. El “Efebo de Critio”
anuncia ya albores de lo clásico. Ha perdido la frontalidad, la cabeza gira levemente. El
cuerpo, apoyado sobre la pierna izquierda se balancea en un inicio de autodominio y
libertad.
La relación del animal con el hombre será motivo fecundo en multitud de esculturas. El
jinete y su caballo acompañan al aristócrata desde el período geométrico.
Las estelas funerarias destacan sus fustes alargados en los cementerios y combinan
diversos símbolos del lenguaje arcaico: las estelas señalan la tumba y enseñan y
muestran la excelencia del difunto.
Durante el período clásico el relieve de Atenea pensativa de la Acrópolis, apoyada
calladamente en su lanza junto a una estela (460 s.C.) expresa esa búsqueda de la
reflexión intima característica de la nueva época. El vestido no es tanto manifestación
de riqueza como insinuación de interioridad. El cuerpo descarga el peso sobre una
pierna. La figura, liberada, es capaz de movimiento potencial.
En el ágora de Atenas se sustituye el grupo arcaico de los Tiranicidas, por el nuevo de
los escultores Critio y Nesiotes. Esta escultura, dotada de sentido ciudadano y
democrático, celebraba la hazaña de Harmodio y Aristogitón, joven y adulto atenienses
unidos por la amistad.
El nuevo grupo en bronce que conocemos por copias en mármol, combina los gestos
solidarios del que ataca y del que protege en un movimiento simultáneo hacia adelante y
hacia atrás. Concebida por ser vista de perfil, se rompe así con la visión de la estatua de
frente y en reposo, mostrativa, del arcaísmo.
Frente al auge del mármol en el período arcaico, el siglo V desarrolla las técnicas del
bronce para la escultura exenta. Se aplica ahora a grandes esculturas el procedimiento
llamado de la cera perdida: El bronce fundido sustituía a la cera derretida, previamente
introducida en un núcleo o alma de arcilla. La figura se comprende en su conjunto, en su
estructura, lo que permite la unidad de acción y movimiento.
Son numerosos los nombres de broncistas de esta época que nos ha conservado la
tradición antigua. Pero son muy escasos los originales conservados del siglo V a.C., que
conocemos a través de numerosas copias en mármol de época romana.
El imponente dios hallado junto al Cabo Artemisio, representan seguramente a Poseidón
con el brazo izquierdo extendido en gesto de dominio y el derecho en la actitud de
arrojar su tridente contra un enemigo no representado. La escultura manifiesta la
poderosa existencia divina. Dos vistas, anterior y posterior, despliegan y completan la
actitud mostrativa del cuerpo en acción.
Hay un lenguaje diferente para la mujer. Al desnudo masculino se contraponen diosas
protegidas bajo la severidad del peplo o en la combinación más juvenil de túnica de
finos pliegues y pesado manto, vestimenta que guardan un pudor ambiguo en la copia
romana llamada “estatua de Amelung”. La escultura del varón exalta a dioses y atletas.
Polícleto de Argos es el representante más eximio de la tradición escultórica
peloponesia que lleva al clasicismo. Se sitúa su florecimiento hacia el tercer cuarto de
siglo V a.C. Quiso reproducir en sus esculturas un modelo de realidad sin
imperfecciones. Se ha propuesto que el cuerpo desnudo del “portador de lanzas” no es
solo una abstracción, como a un canon, sino que encarna un ideal de héroe aristocrático.
En el transcurso del siglo IV a.C. distinguimos la figura desnuda Hermes que se
despliega ante la mirada leve del espectador, que participa del movimiento sinuoso del
movimiento y la acción. La rigidez conceptual de Polícleto, se transforma en suavidad y
gracia. La lejanía ideal de lo divino se torna aquí familiaridad y cercanía.
La “Afrodita Cnidia” traslada esta nueva sensación al cuerpo femenino y la
representación busca una excusa que el desnudo del varón no necesita. En esta escultura
sorprendemos a la diosa en el baño sagrado y al verse observada busca taparse el sexo,
gesto incitador y ambiguo.
Lisipo, cuya vida dilatada y actividad inmensa se extienden a lo largo del siglo IV a.C.,
resume la deuda de su época con el clasismo. Y sobre todo, nos abre a las inquietudes y
búsquedas artísticas del helenismo.
A la época de Lisipo, que buscó la individualidad de los seres y su interioridad, se debe
la creación del retrato. No fue invención de Lisipo sino cristalización de una época. El
siglo V había indagado en la mímesis o imitación de la naturaleza. El siglo IV a.C.
buscó aquellos rasgos esenciales, duraderos, que hacen de un hombre tal hombre y
permiten, tras la muerte su perduración en la imagen, reconocerlo. Si el ideal del
hombre griego era la belleza, el siglo IV a.C. introduce la paradoja de la belleza interior
frente a la apariencia de la fealdad externa. Lisipo contribuyó a la recreación de un
Sócrates de nariz chata, barbudo e irónico. Y creó el retrato de Alejandro, descubriendo
a través de un rasgo ‘físico la identidad moral. Dio forma en bronce, dice Plutarco, a su
virtud, a la doble cualidad de “varón y león”. Creó así para la posteridad el retrato del
gobernante – héroe que reproducirá el helenismo y luego el arte occidental.
Lisipo aportó la inquietud del movimiento inestable y un nuevo canon, más esbelto, a
las estatuas de atletas. A su vez, resume la acción desde el final, combinando cansancio
físico y reposo moral. Nos hemos introducido ya en el helenismo.
Alejandro fue modelo e identificación de los nuevos dinastas que aspiraban a sucederle
como gran rey. Su imagen y hazañas justificaban el programa político del helenismo. En
esculturas, gemas y monedas, se extiende la efigie póstuma de Alejandro con los rasgos
ideales del príncipe a quien movió el anhelo heroico. Tas su muerte se acercó su imagen
a la de un dios.
El retrato relaciona identidad física y cualidad moral. Una famosa estatua de
“Demóstenes”, obra de Polieucto, se erguía en el ágora de Atenas. Las copias lo
muestran huesudo e inquieto, sus dedos de orador entrelazados, la mirada hundida en
esa íntima relación, física y psicológica, del mejor retrato helenístico.
La imagen del atleta genérico en el clasismo, se especializa en retratos que mezclan
rasgos fisionómicos e interioridad.
El retrato mitológico se envuelve de naturaleza y arquitectura. Se invierte la relación
entre escultura y arquitectura que vimos en el Partenón en favor de la primera. Sobre su
alto podio, esculpido en con la batalla de los dioses y gigantes, se eleva un pórtico o
estoa columnada jónica.
El helenismo es época de confluencias y diversidad artística. Coexisten las más variadas
formas del gusto. Se profundizan caminos abiertos por grandes artistas del siglo IV a.C.
como Lisipo (la nueva proporción su tridimensionalidad), Escopas (el barroquismo
dramático, el dolor) o Praxíteles (la forma delicada).
Incorpora el espectador a la ilusión y al movimiento, a los reflejos, a las sugerencias
indirectas. Relaciona dolor físico y psíquico, que convierte en escenografía en el Altar
de Pérgamo o en el Grupo de Marcias. Escultores rodios llevarían la expresión de
sufrimiento a su paroxismo último en el Laocoonte.
Idealidad y realismo coexisten en combinaciones múltiples. Se representa la vejez en su
sabiduría o en su degradación y fealdad.
La cerámica.
El trabajo del oro, del hueso y del marfil, de la cerámica o del bronce se controla desde
los talleres palaciegos. La cerámica, monocroma, en barniz brillante, desarrolla temas
de la anterior tradición minoica con decoraciones vegetales y marinas, Una forma
especial, la jarra con asa en forma de estribo, servía para la distribución del aceite o el
vino. Las terracotas nos abren a la religión de las ofrendas en habitaciones y lugares
culturales como las innumerables figuritas femeninas llamadas “en Phi” y que
representan a divinidades y a adorantes.
Entre los siglos IX y VIII a.C. se desarrolla el período geométrico, expresión del
renacimiento griego tras los siglos oscuros. Su manifestación más rica es la cerámica,
cuyos estilos locales se asocian al primer florecimiento de las ciudades-estado.
El arte geométrico es esencialmente decorativo. Estructura y decoración se
complementan armónicamente. La estética geométrica es bicroma: líneas oscuras sobre
el fondo claro de la arcilla. Predomina la recta sobre la curva. La práctica totalidad del
vaso se cubre de granjas, motivos en zigzag, grecas, meandros, triángulos, esvásticas,
etc.
Avanzado el período geométrico se introduce la representación figurada, primero con
siluetas de animales en actitudes estereotipadas. Finalmente, se ensaya la figura
humana. En siluetas triangulares y bidimensionales se indican los rasgos esenciales de
la acción. En el siglo VIII a.C. surgen escenas de combates navales o terrestres, de
carácter heroico que sirven de modelo y referencia al aristócrata que se entierra con los
vasos.
Las imágenes de estos grandes casos y el descubrimiento de las tumbas micénicas son
coetáneos de los poemas homéricos. Tras varios siglos, Grecia recupera el universo de
la imagen y su inmensa capacidad narrativa.
El uso de moldes cerámicos introduce un cambio profundo en la producción de
terracotas. Reproducen y multiplican imágenes que expanden por Grecia el culto
oriental de Astarté-Afrodita. Se ensayan narraciones en diversos soportes. Las grandes
tinajas de almacenamiento se decoran con relieves. Un singular ejemplar narra un
extraño nacimiento: un personaje armado con casco, escudo y lanza brota de la cabeza
de una inmensa divinidad alada sentada en un trono, con el rostro patético vuelto hacia
el espectador. Múltiples detalles buscan definir la historia mítica.
Durante los siglos VII y VI a.C. (arcaísmo) la cerámica conquista nuevos mercados que
extienden la moda del lenguaje griego por el Mediterráneo. Diversos talleres locales,
estimulados por la competencia, desarrollan una rica tradición cerámica que combina el
aspecto decorativo del vaso con el creciente interés por la narración mítica. Formas y
vasos invitan al gozo del adorno y la bebida.
La línea curva ganará campo a las rectas del anterior período geométrico. Vegetales y
animales invaden la decoración en este mundo receptivo. De Oriente, tal vez con los
bordados, llegan flores de loto, palmetas y rosetas. Leones, panteras, ciervos, machos
cabríos alternan con animales del reino míticos (esfinges, sirenas o grifos) dispuestos en
filas o afrontados.
La monocromía del período geométrico deja paso a la policromía: purpura y blanco
enriquecen la apariencia atractiva de los vasos. La observación de la naturaleza invita a
sustituir las siluetas por contornos de líneas que dejan reservadas las zonas más
significativas de un ser vivo, como el rostro o las garras de un animal amenazante. Esta
técnica del contorno se populariza sobre todo en los vasos de Grecia oriental, es decir, el
mundo jonio.
Los talleres corintios introducen la técnica de las figuras negras, un recurso nuevo que
señala, sobre la silla aún blanda y mediante incisiones, los detalles interiores de cuerpos
o vestidos. Los talleres occidentales, y en especial los atenienses, la adoptan enseguida.
La nueva técnica permite la superposición de varias figuras y, con ella, una mayor
complejidad narrativa. Aquellas se distinguen por el contorno grabado, y
ocasionalmente, por los diversos colores, de uso convencional (el blanco por ejemplo
para la piel femenina). Las hoplitas de la “olpe chi” son ejemplo magnífico de las
nuevas posibilidades narrativas.
Dos concepciones coexisten en los vasos de este período. Las figuras monumentales,
pobladas de seres amenazantes, decoran con frecuencia grandes vasos funerarios. Los
diminutos frasquitos corintios de perfumes o las copas áticas de mediados del siglo VI
adoptan, en cambio, un estilo mini-aturista. El estrecho labio de las copas, las bandas
entre las azas o el medallón interior reciben una diminuta iconografía.
Este procedimiento permite la narración de complejos temas míticos. La famosa y
aristocrática “Crátera Francois” enlaza la historia de los dioses con el destino de los
hombres (Ej: Troya, muerte de Troilo). Se anuncia en el mito el germen de la narración
histórica. Algunos de los ceramistas del período arcaico firman sus obras.
Pocos años después unos artistas innovadores introducen en Atenas una nueva, las
figuras rojas. El fondo se cubre de barniz negro, inmensamente brillante, y se reservan
las figuras antes negras, en el color anaranjado de la arcilla. Los detalles interiores ya no
se agravan. Líneas negras en ligero relieve los dibujan. La sensación visual será distinta:
las figuras ganan en corporeidad y poco a poco se desechan las viejas convenciones. Se
irán abandonando los temas fabulosos y animalístico. Interesa cada vez más la imagen
del hombre. La gran Crátera de cáliz del pintor Eufronio, de hacia el 510 a.C., muestra
la capacidad narrativa de estos artistas. Como en la escultura de los templos, la
narración épica ocupa el interés decorativo de la cerámica griega a medida que avanza
el siglo VI a.C.
Datamos la “Crátera de Derveni” de fines del siglo IV a.C.; una obra maestra en bronce
dorado. Ramas de hiedra y parra, revestidas de plata, circuyen el vaso cuya altura total
es de 70 cm. Se halló en una tumba de Derveni que contenía las cenizas del difunto.