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Cultura y Tercer Mundo

2. Nuevas identidades y

ciudadanías

Beatriz Gonzáles Stephan

(comp.)

Material educativo sin valor comercial

Nota: Se agradece a los autores y editores su amable autoriza-


ción para la concreción de este volumen. El articulo Gayatri
Chakravorty Spivak fue publicado en boundary 2 vol. 3 N° 21,
1994, pp. 19-64; la traducción es de Alicia Ríos.
BEATRIZ GONZÁLEZ STEPHAN

PRESENTACION

El vertiginoso proceso de globalización que trans-


forma todos los órdenes de la vida social, ha lleva-
do a una redefinición obligada de los mecanismos
y espacios de intervención de las identidades co-
lectivas, más allá de la comunidades nacionales,
como también a un cambio de los espacios públi-
cos y los escenarios políticos. La desintegración
de las instituciones políticas en tanto formas his-
tóricas de articulación de los órdenes sociales,
deriva de una reestructuración de la esfera públi-
ca, como consecuencia a su vez de nuevas moda-
lidades asumidas por la acción hegemónica cultu-
ral y el ejercicio de la ciudadanía, en medio de las
transformaciones del consumo y la globalización
de las economías, de los gustos, del arte, e incluso
de los mensajes (García Canclini).
La fuerte desterritorialización de los mecanis-
mos productores de bienes simbólicos, por ejem-
plo, instala hoy la constitución de la ciudadanía
en el ámbito del consumo, en actividades de ocio
cotidiano, en el seno de circuitos individuales o
privados de redes informáticas, o bien a través de
asociaciones no gubernamentales (movimientos
ecologistas, comunitarios, étnicos, por los derechos
VI
BEATRIZ GONZÁLEZ STEPHAN

humanos, etc.). Se produce un cambio en la cons-


titución de las identidades ciudadanas sobre la
base de otros espacios que, sin excluir el propia-
mente territorial de la nación, promueve nuevos
anclajes sobre otros paisajes: el consumo y la co-
municación global son los terrenos donde se cons-
truye esa imagen de la ciudadanía dentro de la
«cultura folclor-mundo».
La crisis del Estado-nación y el ocaso de las
viejas modalidades que permitían aquellas «comu-
nidades imaginadas» de naciones y ciudadanos en
virtud de pactos apoyados en el sufragio, la adhe-
sión partidista, la cultura letrada, los circuitos de
lectura v la impronta de un cuerpo restringido en
sus pulsiones, ha propiciado también una nueva
revisión de las narrativas fundacionales de la mo-
dernidad latinoamericana del siglo xix (González,
Montaldo, Rodríguez, Molloy).
Al diluirse las fronteras del saber académico y
dar paso a los denominados «estudios culturales»,
la crítica literaria efectúa otras preguntas, lo que
se revierte en una mirada diferente al estudiar el
pasado cultural latinoamericano. Y a la luz de la
actual desterritorialización de las identidades (geo-
gráficas y humanas), propone una agenda para
volver a considerar el modo como se formaron tanto
las subjetividades ciudadanas como las fronteras
de la civilización y las zonas ingobernables de la
barbarie; analiza la escritura territorial superpues-
ta al discurso cartográfico; los archivos del cono-
cimiento con sus representaciones de las identi-
dades latinoamericanas cristalizadas a partir de
su interacción con el mundo occidental; o los dis-
cursos desde los cuales se define la autoridad de
sujetos sociales y de prácticas cognitivas
inspiradoras a su vez de instituciones e identida-
des.
Paralelamente, tanto en el proceso de forma-
ción de las nacionalidades durante el siglo XK, como
VII
PRESENTACIÓN

en la reconfiguración global contemporánea, las


máquinas hegemónicas de producción de identi-
dades y ciudadanías no logran el dominio comple-
to sobre la oposición colectiva. Hubo y sigue ha-
biendo un espectro de resistencias multiculturales,
de voces y ciudadanías alternas, que la unifor-
mación cultural no puede absorber por el hecho
de que, a su vez, esa maquinaria genera desplaza-
mientos hacia los márgenes de una población que
no puede —o no quiere— participar de los bienes
de consumo o de los circuitos masmediáticos. Son
los sujetos subalternos (Spivak, Alarcón, Masiello)
que buscan organizarse alrededor de la defensa
de sus culturas locales, de larga data, en cuyo seno
en ocasiones se reactivan estereotipos funda-
mentalistas de nacionalismo; o en otros casos son
minorías disidentes que operan desde los mismos
centros de producción de discursos simbólicos
estandarizados: mujeres, negros, homosexuales,
campesinos, chícanos, latinos, conforman sujetos
con otras marcas ciudadanas que funcionan so-
bre territorios móviles, a caballo entre fronteras
políticas, lingüísticas, culturales y geográficas.
Los trabajos del presente volumen hacen un
examen desde la modernidad latinoamericana del
xix hasta el presente postmoderno, tanto de las
identidades ciudadanas canónicas y su devenir
como de las subalternas. ligadas a sus espacios
territoriales de pertenencia.
NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

COMUNIDADES DE CONSUMIDORES
Nuevos escenarios de lo público y la ciudadanía

¿Cómo explicar lo que resulta desconcertante en


la actual descomposición de la política? Una no-
vedad de los estudios culturales en los años no-
venta es que se buscan explicaciones a esta pre-
gunta en los procesos de consumo y de globaliza-
ción. Sabemos que las investigaciones acerca del
consumo, y aun sobre sus aspectos culturales, lle-
van varias décadas. También lo que hoy se llama
globalización comenzó a analizarse en movimien-
tos anteriores de la economía, las comunicaciones
y las relaciones internacionales bajo los nombres
de colonialismo, imperialismo e internacionaliza-
ción: esos fenómenos pueden ser vistos como an-
tecedentes de la actual reorganización globalizada
de las sociedades, pero la dimensión y las particu-
laridades de esta última no logran entenderse con
los recursos cognitivos usados para examinar los
intercambios entre las sociedades hasta mediados
del siglo xx. En esta nueva perspectiva, la desinte-
gración de las instituciones políticas trasciende
ampliamente los problemas de incredibilidad por
la corrupción y pérdida de representatividad de
gobernantes y dirigentes partidarios; la hipótesis
que ahora parece más fecunda es que la crisis de
2
NÉSTOR GARCÍA CANCUNI

la política deriva de una reestructuración de la


esfera pública, como consecuencia de las nuevas
modalidades que asumen las acciones hegemóni-
cas y el ejercicio de la ciudadanía en medio de las
transformaciones del consumo y la globalización.
No sólo existen nuevas estrategias para indagar
cada uno de estos procesos, sino un modo inédito
de ponerlos en relación.
Quiero presentar en este texto una propuesta
de análisis sobre las maneras en que hoy se arti-
culan la declinación de las viejas prácticas políti-
cas y las maneras de consumir y de actuar públi-
camente en las sociedades latinoamericanas. Lue-
go, esta reorientación de la mirada nos llevará a
preguntarnos por el papel de las comunidades na-
cionales y transnacionales de consumidores en
estas transiciones de fin de siglo.

LA FORMACIÓN DE LA CIUDADANÍA EN EL CONSUMO

Ahora nos sorprende que durante tanto tiempo el


consumo y la ciudadanía se hayan tratado en for-
ma separada. El consumo era para los economis-
tas el último momento del ciclo de producción y
reproducción social, donde se completaba el pro-
ceso iniciado al producir bienes, se realizaba la
expansión del capital y se reproducía la fuerza de
trabajo. Quienes estudiaban la cultura y la políti-
ca se desinteresaban de lo que ocurría al consu-
mir: imaginaban que eso sólo tenía que ver con el
tiempo libre y las ocupaciones superfluas. ¿Qué
podían significar actividades suntuarias o «banales»
como comprar discos o usar ropa en relación con
las altas tareas de la búsqueda artística y las deci-
siones políticas?
La ciudadanía, por su parte, se reducía a lo que
les pasaba a las personas en tanto eran miembros
de una nación, tenían derechos reconocidos por
los aparatos estatales que abarcaban ese territo-
3
COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

rio y ejercían tales derechos mediante acciones


explícitamente políticas: votar, opinar, elegir repre-
sentantes para los órganos de gobierno. A diferen-
cia de los comportamientos gregarios de consu-
mo, que se suponían irracionales, impulsados por
deseos primarios y manejables con astucias pu-
blicitarias, el desempeño de los ciudadanos resul-
taría de convicciones individuales, debates racio-
nales y confrontaciones libres de ideas.
Una concepción racionalista e ilustrada de la
política y una visión en parte economicista, en parte
moralista, del consumo hicieron una «alianza» tá-
cita para separar lo que en la gente había de con-
sumidor y de ciudadano. Demasiados hechos con-
temporáneos vuelven inverosímil este cordón sa-
nitario establecido entre lo racional y lo irracional,
entre los magnos destinos de las sociedades y las
rutinas cotidianas.
No necesito ocupar muchas líneas para recor-
dar cómo la política se ha mudado a los territorios
de la comunicación masiva y el consumo. Todos
sabemos que las campañas electorales se hacen
cada vez menos en los mítines o en interacciones
personalizadas, que impliquen la copresencia físi-
ca y la persuasión razonada; la escena predilecta
de los políticos es la televisión, y las tácticas de
fabricación de imagen del producto (o sea del can-
didato) están copiadas de las que se usan para
vender automóviles y licores. Los competidores no
dicen lo que van a hacer o lo que una historia ideo-
lógica partidaria señalaría coherente para la con-
yuntura actual, sino lo que las encuestas de opi-
niones y gustos revelan como aspiraciones de iden-
tificación en las franjas de sus virtuales votantes.
Más aún: estos ciudadanos tratados como clien-
tes perciben que muchas de las preguntas que
constituyeron la cuestión de la ciudadanía —a dón-
de pertenezco y qué derechos me da, cómo puedo
informarme, quién representa mis intereses— se
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NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

contestan ahora más en el consumo privado de


bienes y de los medios masivos de comunicación
que en las reglas abstractas de la democracia o en
la participación colectiva en espacios públicos. Si
bien desde un punto de vista macroestructural es
posible aún correlacionar las posiciones de los
actores en las relaciones de producción con sus
elecciones políticas, sabemos que el reordenamien-
to tecnológico de los procesos de producción y co-
municación cambió las condiciones y la importan-
cia de la lucha política y sindical en este campo.
En una época en que cada vez los partidos tienen
menos militantes y los sindicatos menos afiliados,
estas instituciones reducen su peso como instan-
cias de expresión ciudadana.
Otros cambios llevaban a Manuel Castells, hace
ya dos décadas, a destacar el consumo, entendido
como el conjunto de los procesos socioculturales en
los que se realizan la apropiación y los usos de los
bienes, como «un sitio donde los conflictos entre
clases, originados por la desigual participación en
la estructura productiva, se continúan a propósi-
to de la distribución y apropiación de los bienes» .
Consumir es participar en un escenario de dispu-
tas por aquello que la sociedad produce y por las
maneras de usarlo. La importancia que las deman-
das por el aumento del consumo y por el salario
indirecto adquieren en los conflictos laborales, así
como la reflexión crítica desarrollada por las agru-
paciones de consumidores, son evidencias de cómo
se piensa en el consumo desde las capas popula-
res. Si alguna vez fue territorio de decisiones más
o menos unilaterales, hoy es un espacio de inte-
racción, donde los productores y emisores no sólo

1 Manuel Castells: La cuestión urbana. Siglo XXI. México, 1974.


apéndice a la segunda edición.
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COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

deben seducir a los destinatarios sino justificarse


racionalmente.
También se percibe la importancia política del
consumo cuando se escucha a gobernantes que
detuvieron la hiperinflación en la Argentina, Bra-
sil y México, por ejemplo, centrar su estrategia elec-
toral en la amenaza de que un cambio de orienta-
ción económica afectaría a quienes se endeuda-
ron comprando a plazos autos o aparatos electro-
domésticos. La exitosa campaña realizada en 1995
en la Argentina por Carlos Menem para su reelec-
ción, se apoyó en la advertencia de que un au-
mento de las tasas de interés y de la inflación im-
pediría a los consumidores seguir pagando lo que
compraron a plazos. La fórmula empleada en los
debates para referirse a esta motivación —«el voto-
cuota»— exhibe la complicidad que existe hoy en-
tre consumo y ciudadanía.

¿HACIA UNA CIUDADANÍA GLOBAL?

Los cambios sociopolíticos que se hacen visibles


cuando registramos la combinación del consumo y
ia ciudadanía se vuelven aún más radicales al re-
conocer que en sociedades integradas a la globali-
zación, ambas dimensiones de lo social desbor-
dan los espacios nacionales en que siempre se
desenvolvían. La definición jurídico-poli tica de la
ciudadanía se construyó en relación con los Esta-
dos nacionales, y por tanto como formalización de
los modos propios de habitar el territorio en que
se había nacido y pertenecer a la comunidad de
quienes compartían esa condición. En cuanto a la
manera de caracterizar a los consumidores, cuan-
do la mayor parte de los bienes y mensajes que se
usaban en cada país eran producidos en su inte-
rior, se referían a su paisaje y su historia social,
había un soporte cultural propio que —valga la
paradoja— naturalizaba el vínculo entre ciudada-
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NÉSTOR GARCÍA CANCUNI

nía y nación. No sólo existían instituciones políti-


cas que diferenciaban a cada sociedad (constitu-
ciones y parlamentos, partidos y sindicatos nacio-
nales); esas estructuras eran acompañadas por li-
teraturas, músicas y cinematografías nacionales,
donde se relataban, reproducían y consagraban
modos diferentes de ser, por ejemplo, mexicano,
brasileño o peruano.
Los órganos jurídico-políticos siguen teniendo
formatos nacionales (y nada hace pensar que va-
yan a disolverse), aunque las competencias de los
Estados nacionales se vienen encogiendo debido a
la privatización de gran parte de las funciones
públicas y la transnacionalización de los ámbitos
en que se debe intervenir: políticas económicas y
pautas financieras, la seguridad geopolítica y los
desafíos del narcotráfico, las comunicaciones por
satélite y la deslocalización de los procesos pro-
ductivos desplazan a instancias supranacionales
los focos decisorios. Si miramos los cambios súbi-
tos ocurridos en la última década como consecuen-
cia de los acuerdos de libre comercio y de integra-
ción regional (NAFTA, Unión Europea, Mercosur,
entre otros), no es aventurado imaginar que en
pocos años habrá una reconfiguración de muchas
formas de gobierno y de la participación ciudada-
na en las mismas. Ya se habla de «internacionali-
zación de la ciudadanía», «ciudadanía europea» y
aun «ciudadanía global»2.
Pero es en la reestructuración transnacional de
la producción y los circuitos culturales, así como
en la convergencia mundial de hábitos de consu-

1 Bart van Steenberg: The condition of Citizenship. Thousand


Oaks-Sage Publications, Londres-Nueva Delhi, 1994. especial-
mente los artículos de Jürgen Habermas: «Citizenship and
National Identity». y de Richard Falk: .The Making of Global
Citizenship».
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COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

mo, donde la globalización se muestra más verti-


ginosa. Por ejemplo, en la actualidad ninguna ci-
nematografía nacional puede recuperar la inver-
sión de una película sólo a través del sistema de
salas de su propio país. Debe encarar múltiples
canales de venta: la televisión aérea y por cable,
las redes de video y los discos láser. Todos estos
circuitos, estructurados transnacionalmente, fo-
mentan que los mensajes que fluyen por ellos se
«desfolcloricen» y desnacionalicen.
Se trata de enfrentar las dificultades de subsis-
tencia del cine acentuando esta internacionaliza-
ción, eliminando los aspectos nacionales y regio-
nales. El llamado «cine-mundo» emplea la tecnolo-
gía visual más sofisticada y las estrategias de
marketing para insertarse en un mercado de esca-
la mundial. Puede encontrarse el origen de esta
«cultura internacional-popular», como sostiene
Renato Ortiz, en el western: epopeya de la moder-
nidad, localizada en la geografía y la cultura esta-
dounidense, generó un imaginario y un estilo na-
rrativo compartibles por muchas sociedades, al
punto de que su producción se multiplicó en el
spaghetti-western italiano, en imitaciones austra-
lianas y en los filmes de «cangaceiro» brasileños3.
Pero la consolidación del folclor-mundo cinema-
tográfico se logra con Francis Coppola, Steven
Spielberg y Quentin Tarantino. Ellos construyen
narraciones espectaculares a partir de mitos inte-
ligibles para todo§ los espectadores, con indepen-
dencia de su cultura, nivel educativo, historia na-
cional, desarrollo económico o régimen político:
parques jurásicos, Frankensteins y convenciona-
les héroes superviolentos que recorren los conti-

' Renato Ortiz: Mundtalizacáo e cultura, Brasiliense, Sao Paulo,


1994. pp. 112-114.
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NÉSTOR GARCIA CANCLINI

nentes con las facilidades que les da el hablar in-


glés y cierta versatilidad para interactuar con
muchas culturas. El cine-mundo, dice Charles
Albert Michelet, «está más cerca de Claude Lévi-
Strauss que de John Ford» .
Sabemos que este proceso se extiende mucho
más allá del cine. La globalización y el desdibuja-
miento de las fronteras nacionales se manifiestan
en la reorganización transnacional de los merca-
dos económicos y financieros, en los movimientos
masivos de migrantes, turistas, exiliados y traba-
jadores temporales. Tales cambios tienen su ex-
presión cultural en todos los circuitos de informa-
ción y entretenimiento, en la prevalencia de las
grandes multinacionales de la comunicación so-
bre los flujos locales, regionales y nacionales de
bienes simbólicos. Y hasta en la internacionaliza-
ción de las ONGs.
Aun los campos culturales menos comprometi-
dos con las comunicaciones electrónicas, como la
literatura, las artes plásticas y el folclor, reorgani-
zan sus modos de producción, y sobre todo de di-
fusión, bajo patrones transnacionales. Gran parte
de la producción artística y literaria sigue hacién-
dose como expresión de tradiciones nacionales y
circula sólo dentro del propio país. En este senti-
do, las artes plásticas y la literatura permanecen
como fuentes del imaginario nacionalista, escena-
rios de consagración y comunicación de los signos
regionales de identidad. Pero un sector cada vez
más extenso de la creación, la difusión y la recep-
ción del arte se realiza hoy de un modo desterrito-
rializado. Muchos escritores que la diplomacia
cultural y el mercado promueven como «los gran-

1 Charles-Albert Michelet: «Reflexion sur le drôle de drame du


cinéma mondial, en CinémAction, Paris. 1988. pp. 156-161.
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COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

des artistas nacionales», por ejemplo los del boom,


manifiestan en sus obras un sentido cosmopolita,
que contribuye a su resonancia internacional.
Es significativo cuántas exhibiciones interna-
cionales subsumen las particularidades de cada
país en redes conceptuales transnacionales. Las
muestras «París-Berlín» y «París-Nueva York», pre-
sentadas en el Centro Georges Pompidou durante
la década de los ochenta, propusieron mirar la his-
toria del arte contemporáneo no recortando patri-
monios nacionales sino distinguiendo ejes que atra-
viesan las fronteras. Pero es sobre todo el merca-
do del arte el que subordina las connotaciones lo-
cales de las obras, convirtiéndolas en secundarias
referencias folclóricas de un discurso internacio-
nal homogeneizado. Las galerías líderes, con se-
des en Nueva York, Londres, Milán y Tokio, exhi-
ben en forma desterritorializada las obras y propi-
cian que los artistas se adapten a públicos «globa-
les». Las ferias y las bienales también contribuyen
a este juego multicultural, como se vio en la Bie-
nal de Venecia de 1993, donde la mayoría de los
56 países representados no tenia pabellón propio:
casi todos los latinoamericanos (Bolivia, Chile,
Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salva-
dor, México, Panamá, Paraguay y Perú) expusie-
ron en la sección italiana, pero eso importaba poco
en una muestra dedicada, bajo el título «Puntos
cardinales del arte», a señalar que éste se consti-
tuye hoy mediante el «nomadismo cultural»5.
No se trata sólo de una remodelación transna-
cionalizada de la oferta económica y simbólica. Si

* La fórmula pertenece al curador de la Bienal, Achile Bonito


Oliva. Citado por Lella Dríben: «La XLV Bienal de Venecia, los
puntos cardinales del arte nómada de 56 países' en La Jorna-
da, México. 23/8/93. p. 23.
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NÉSTOR GARCÍA CANCUNI

tiene éxito es porque coincide con lo que podría-


mos llamar la globalización cultural y estética de
los consumidores, de los públicos, y, por esa vía,
de los ciudadanos. La globalización no es única-
mente una tendencia de las elites empresariales y
políticas (aunque éstas suelen ser los beneficia-
rías principales, y a veces casi exclusivas). El des-
centrenamiento y la apertura de las sociedades
nacionales se nutre, como dijimos, de desplaza-
mientos poblacionales —migrantes, turistas y
exiliados— y de la convergencia internacional de
hábitos, gustos y prácticas cotidianas.
Medio siglo de movimientos masivos de pobla-
ciones, de expansión transnacional de los bienes
de consumo y de las comunicaciones debilitaron
la omnipresencia de las tradiciones locales en la
vida diaria. En su lugar ha ido predominando un
folclor-mundo, o una «cultura internacional-popu-
lar», para volver a la denomación de Renato Ortiz.
Las comunidades de consumidores se organizan
cada vez menos según diferencias nacionales, y,
sobre todo en las generaciones jóvenes, definen
sus prácticas culturales de acuerdo con informa-
ciones y estilos homogeneizados, captables por los
receptores de diversas sociedades. Después de que
varias generaciones han compartido a escala
planetaria un conjunto de caricaturas, películas,
programas de televisión y publicidad internacio-
nal existe un repertorio de iconos disponibles para
ser citados: Humphrey Bogart y Marilyn Monroe,
John Lennon y el Che Guevara, las marcas de ci-
garrillos y de cerveza con sus imágenes distinti-
vas, las melodías de filmes célebres y los monu-
mentos emblemáticos forman parte de una me-
moria global que opera como una enciclopedia or-
ganizadora de las comunicaciones entre consumi-
dores de diversas sociedades.
¿Qué significa pertenecer, tener una identidad,
en este fin de siglo? La radicalidad del cambio pue-
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COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

de sintetizarse en la diferencia entre internacio-


nalización y globalización. La internacionalización
fue una apertura de las fronteras geográficas de
cada sociedad para incorporar bienes materiales y
simbólicos de las demás. La globalización supone
una interacción funcional de actividades econó-
micas y culturales dispersas, bienes y servicios
generados por un sistema con muchos centros, en
el que importa más la velocidad para recorrer el
mundo que las posiciones geográficas desde las
cuales se actúa. Pocas veces se ven ya los cnfren-
tamientos puntuales de un país ocupado por otro,
como en el colonialismo, o subordinado económi-
ca y culturalmente a una potencia particular, como
en el imperialismo.
El sentido de pertenencia e identidad sigue sien-
do organizado sólo en parte por lealtades locales o
nacionales, y por la diferencia-oposición con la
nación dominante. Se estructura también a tra-
vés de la participación en comunidades transna-
cionales o desterritorializadas de consumidores:
los jóvenes en torno del rock, los televidentes que
siguen los programas de CNN, MTV y otras cade-
nas transmitidas por satélites.

DÓNDE REENCONTRAR LO PUBLICO

De la producción al consumo, de lo nacional a lo


global, lo público está desdibujándose. Cuesta
encontrarlo, sobre todo, en medio del vaciamiento
de los Estados por las compulsiones privatizadoras.
Más aún si se lo busca únicamente en las interac-
ciones políticas y dentro de las fronteras naciona-
les. Pero hay posibilidades de recuperar la esfera
pública, trascendiendo las actividades estatales o
directamente vinculadas a actores políticos. Es
necesario observar su incierta reconstrucción en
el conjunto de actores nacionales e internaciona-
les capaces de influir en la organización del sentí-
12
NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

do colectivo y en las bases culturales y políticas de


los desempeños ciudadanos6.
Se vuelve asi clave, para avanzar en los estu-
dios culturales, explorar la formación de nuevas
posibilidades de identidad, pertenencia y virtual
ciudadanía en el ámbito del consumo. No es fácil
reencontrar lo público y el sentido de lo ciudada-
no en las principales formas de agrupamiento que
hoy reemplazan, sin hacer desaparecer, a las enti-
dades macrosociales como la nación y la clase.
¿Qué significa pertenecer a grupos religiosos, con-
glomerados deportivos, solidaridades generaciona-
les y aficiones massmediáticas? Un rasgo común
de estas «comunidades» atomizadas es que se
nuclean en torno a consumos simbólicos más que
en relación con procesos productivos. Sólo en ca-
sos extremos de necesidad reaparecen la dimen-
sión económica y las implicaciones productivas o
laborales: huelgas, ollas populares. La llamada
sociedad civil aparece cada vez menos organizada
en forma de comunidades nacionales, entendidas
como unidades territoriales, lingüísticas y políti-
cas. Lo que encontramos son más bien comunida-
des interpretativas de consumidores, es decir,
conjuntos de personas que comparten gustos y
pactos de lectura respecto de ciertos bienes (gas-
tronómicos. deportivos, musicales) que les dan
identidades compartidas. Aun las cuestiones más
politizadas que movilizan a la sociedad civil, diga-
mos los derechos humanos y los problemas
ecológicos, asumen con frecuencia modalidades
transnacionales de solidaridad.

''Para un desarrollo mayor de esta parte, como de algunos pun-


tos precedentes, véase mi libro Consumidores y ciudadanos.
Conflictos multiculturales de la globaltzación: Grijalbo, México.
1995.
13
COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

No es posible generalizar las consecuencias so-


bre la ciudadanía de esta participación creciente a
través del consumo y a escala internacional. Las
criticas apocalípticas al consumismo siguen seña-
lando que la organización individualista de los con-
sumos tiende a desconectarnos como ciudadanos
de las necesidades comunes, de la desigualdad y
la solidaridad colectiva. En parte es cierto, pero
también ocurre que la expansión de las comuni-
caciones y los consumos genera asociaciones de
consumidores y luchas sociales, aun en los gru-
pos marginales, mejor informadas de las condi-
ciones nacionales e internacionales: las comuni-
dades imaginarias son a veces «escenas» de eva-
sión y en otros casos circuitos donde se rehacen
los vínculos sociales rotos por la diseminación ur-
bana o deslegitimados por la pérdida de autoridad
de los partidos y las iglesias. Esta ambivalencia se
encuentra, asimismo, en las comunidades cons-
truidas en torno de afinidades deportivas o gustos
musicales, que pueden reavivar los estereotipos
fundamentalistas y racistas del nacionalismo
(como los conflictos interculturales en los campeo-
natos mundiales de fútbol) o violencias generacio-
nales (la discriminación moralista hacia los rocke-
ros y las furias hacia «la sociedad» en grupos juve-
niles luego de conciertos de rock).
Estos pocos ejemplos dan idea del carácter po-
lisémico, a veces contradictorio, de los cambios in-
ducidos por la globalización en el consumo y la
ciudadanía. Apertura cosmopolita junto a funda-
mentalismos xenófobos, enriquecimiento semán-
tico de lo local por el acceso fluido a bienes y men-
sajes de otras sociedades Junto al desempleo cre-
ciente generado por la competencia transnacional.
La transferencia al consumo y al mercado de las
aspiraciones ciudadanas —pertenencia, informa-
ción, representatividad— no proporciona automá-
ticamente las respuestas que la política dejó de
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NÉSTOR GARCIA CANCMNI

dar, o da deficientemente. Las promesas de diver-


sidad y pluralismo de la globalización se desvane-
cen a menudo en medio de la competencia feroz
que desata el modo neoliberal de abrir las econo-
mías y las culturas.
Por eso, la recolocación de la ciudadanía en las
comunidades de consumidores no elimina el de-
bate sobre lo público que las privatizaciones pre-
tendían clausurar. Entendido como lo colectivo
multicultural, el espacio público se reconfigura
como un espacio social, ya no dependiente del
Estado pero donde se necesita la acción de éste.
¿Dónde se defenderán si no los derechos de las
minorías (o de las mayorías humilladas)? ¿Cómo
seguir promoviendo actividades de interés público
—la investigación científica, la experimentación ar-
tística, las necesidades de información y recrea-
ción— que se legitiman, más que por sus réditos
mercantiles, por sus contribuciones a la innova-
ción sociocultural y el desarrollo democrático?
Pasan a ser entonces desafios estratégicos para
los estudios culturales repensar las bases simbó-
licas de la ciudadanía, no sólo en relación con el
consumo sino en las nuevas relaciones entre Es-
tado y mercado, entre las empresas multinaciona-
les y las posibilidades de que las sociedades civi-
les nacionales crezcan hacia acciones más allá de
sus fronteras. Las asociaciones de consumidores
y televidentes, las ONGs y las campañas interna-
cionales para defender la ecología y los derechos
humanos son anticipos de la escala y los escena-
rios en que deberá ejercerse la ciudadanía del fu-
turo.
El alcance limitado que hasta ahora obtienen
estas iniciativas, la desigual participación en ellas
de las metrópolis y las demás naciones, estimula
una reflexión final. Me refiero a las nuevas formas
de desigualdad comunicacional entre países cen-
trales y periféricos, asi como entre los estratos eco-
15
COMUNIDADES DE CONSUMIDORES

nómicos y educativos dentro de cada sociedad, que


se han vuelto causa de nuevas injusticias en el
desarrollo social. Las grandes masas ven limitada
su incorporación a la cultura global por el acceso
exclusivo a la primera etapa de las industrias
audiovisuales: los entretenimientos y la informa-
ción que circulan en la radio y la televisión gratui-
tas. Algunos grupos (minoritarios) de las clases
medias y populares han podido actualizar y so-
fisticar su información como ciudadanos al parti-
cipar en una segunda etapa del uso de los medios
comunicacionales, que abarca los circuitos de te-
levisión por cable, la educación ambiental y la sa-
nitaria, la información política de videos, etc. Sólo
pequeñas franjas de las elites empresariales, polí-
ticas y académicas están conectadas a las formas
más activas de comunicación, es decir, a ese siste-
ma que incluye el fax, el correo electrónico, las
antenas parabólicas, la información y el intercam-
bio lúdico que se extiende desde la filmación de
videos hasta la construcción de redes electrónicas
internacionales de tipo horizontal. En algunos ca-
sos, pequeños sectores populares participan de
estos últimos circuitos a través de la producción
de periódicos, radíos y videos comunitarios.
El desarrollo de políticas que promuevan el ac-
ceso generalizado a las dos últimas modalidades
de comunicación es una condición clave para de-
sarrollar formas democráticas actuales de ciuda-
danía, o sea vinculadas con la información inter-
nacional y con capacidad de intervenir significati-
vamente en los procesos de integración global y
regionales. La dimensión multinacional de proble-
mas como la contaminación ambiental, el tráfico
de drogas y las innovaciones tecnológicas y cultu-
rales, requiere que los ciudadanos posean infor-
mación que trascienda los espacios locales o na-
cionales. Por lo tanto, las políticas culturales de-
ben coordinar acciones adecuadas a lo que pode-
16
NÉSTOR GARCIA CANCUNI

mos llamar la esfera pública supranacional7. Cómo


hacerlo parece uno de los mayores retos de fin de
siglo para los estudios culturales.

7 La Comisión Económica para América Latina y el Caribe.


CEPAL, es uno de los pocos organismos internacionales de la
región que comienza a ocuparse de estas cuestiones. V. el do-
cumento «La industria cultural en la dinámica del desarrollo y
la modernidad: nuevas lecturas para América Latina y el Cari-
be», Santiago de Chile, 1994.
BEATRIZ GONZÁLEZ STEPHAN
ECONOMÍAS FUNDACIONALES
Diseño del cuerpo ciudadano

La intensa reflexión que se ha venido dando en


torno a la cuestión nacional, la ciudadanía, las
relaciones entre lo público y lo privado, la cons-
trucción del cuerpo individual como el social, la
validez del orden jurídico democrático, hace supo-
ner el carácter nada más que cultural e histórico
(en el sentido de provisorio) de estas categorías con
las cuales se han constituido aquellas identidades
que aún podemos reconocer como Estados nacio-
nales. La certidumbre de existir dentro de los lími-
tes de la «legalidad» o mejor, en situación de lími-
tes; un cierto sentido de las posibilidades expresi-
vas del cuerpo y de la lengua, la imaginación de
unos otros semejantes y de otros diferentes; la sen-
sación de pertenencia a un territorio cuya verifi-
cabilidad pareciera comprobarse en las represen-
taciones cartográficas; la confianza de estar ads-
crito a un orden cuya legitimidad descansa en la
escritura, son algunas de las muchas instancias
que el Estado postindependentista —para referir-
nos sólo al caso latinoamericano del siglo xix— ha
tenido que enfrentar y diseñar.
El nuevo espacio político que se abría con las
nuevas repúblicas obligaba a una cuidadosa re-
18
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

orientación de la distribución e implementación


de los mecanismos del poder que, a la luz del re-
ciente orden jurídico ciudadano y como consecuen-
cia de los alcances importados de la Ilustración,
debía hacerse menos punitivo y evidente que du-
rante el período colonial. Son ampliamente cono-
cidos los niveles de violencia practicados sobre los
cuerpos de indios, negros, pardos, esclavos, ma-
sones, disidentes e independentistas criollos, in-
dígenas y cimarrones, por parte de gobernadores
y encomenderos, miembros del Santo Oficio, ca-
pataces y hacendados que en el nombre del Rey y
de Dios exponían los cuerpos torturados y mutila-
dos a la vista del espectáculo público, sin despre-
ciar el ilimitado derecho que tenían maestros, pa-
dres y maridos de implementar castigos físicos a
sus discípulos, hijos y esposas: la autoridad y la
ley se imponían sobre el cuerpo con violencia a
través de una política sistemática del castigo cor-
poral tanto en el ámbito público como doméstico.
Pero también en otros órdenes de la vida so-
cial, al menos hasta muy entrado el siglo xix, im-
peraba la fuerza y expresividad de las pasiones, la
violencia de las conductas en el juego, en las rela-
ciones familiares, en las fiestas, carnavales, tea-
tro, trato con los sirvientes, la expresión desinhi-
bida de la sexualidad, la gestualidad corporal, la
sensualidad, el desenfreno, la gritería, la risa: en
fin, una sensibilidad poco dada a la contención de
toda clase de pulsiones, y que la cultura de los
tiempos modernos calificaría de «bárbara» e iden-
tificaría no sólo con un pasado arcaico y vergonzo-
so, sino con la incivilidad, la infracción y la culpa.
Al respecto vale ilustrar esta nueva sensibili-
dad con la polémica que se desató en la Caracas
de 1790 a propósito de la creación de una «Casa
de la Misericordia» para albergar un creciente nú-
mero de expósitos. Los promotores del proyecto
alegaban que tratándose de una situación propia
19
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

de las mujeres, resultaba más bien urgente «co-


rregir sus costumbres», es decir, que la nueva Casa
tuviese por función su reeducación: «corregir las
que tenían por bajeza la ocupación que debía hon-
rarlas aplicándolas a demotar, hilar, tejer, benefi-
ciar el algodón, y otras cosas capaces de sostener
en gran parte la misma casa» . La violencia de los
castigos y el desenfreno de las pasiones debían
reconducirse* para construir el homo economícus y
también la no menos mujer domestica(da), suje-
tos de la nueva sociedad burguesa, prototipos re-
queridos para la utopía del progreso y de la mo-
dernización. La reorientación de una vitalidad gra-
tuita y explosiva dentro del orden jurídico republi-
cano suponía una relación entre el poder y el cuer-
po fundado en la disciplina, en la productividad y
en la higiene2. No en vano tanto los catecismos,
ahora de urbanidad, y las constituciones naciona-
les insistirán tanto en que el ocio es la madre de
todos los vicios, como en perseguir la vagancia pú-
blica.
El proyector fundador de la nación es civiliza-
torio en el sentido de darle, por un lado, a la escri-
tura un poder legalizador y normativo de prácti-
cas y sujetos cuya identidad quedase circunscrita
al espacio escriturario; y, por otro, organizar un

1 Frédérique Langue: en «Desterrar el vicio y serenar las con-


ciencias: mendicidad y pobreza en la Caracas del siglo XVIII"
Reutsta de Indias, enVol.LIV, N° 201, 1994. p.367.
Los dos tomos de José Pedro Barrán; Historia de la sensibili-
dad Uruguaya, Tomo I La cultura -bárbara' (1800-18601 Edics.
de la Banda Oriental, Montevideo, 1989; y Tomo II El disciplí-
naraiento (1860-1920), Edics. de la Banda Oriental, Montevi-
deo 1990. Resultan sumamente aleccionadores en cuanto a
una investigación documentada que da cuenta del cambio de.
sensibilidad desde formas más desenvueltas y espontáneas
hacia actitudes más contenidas y empaquetadas.
20
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

poder múltiple, automático y anónimo que con-


trolase sin cesar y discretamente a los individuos:
lograr que estos fuesen ciudadanos de la polis, de
una red invisible de leyes, reglas y textos de poli-
cía, vigilados y vigilantes en una mutua complici-
dad contenedora de posibles transgresiones. La
escritura sería el ejercicio decisivo de la práctica
civilizatoria sobre la cual descansaría el poder de
la domesticación de la barbarie y la dulcificación
de las costumbres: debajo de la letra (de las leyes,
normas, libros, manuales, catecismos) se replega-
rán las pasiones, se contendrá la violencia.
Obviamente la nación que se erige deviene en
una realidad meramente escrita —ciudad escritu-
raria al decir de Angel Rama — reservada a una
estricta minoría de y para letrados: sólo de este
modo se cumpliría el efecto y el juego de esa «co-
munidad imaginaria» que se imagina semejante a
partir del circuito que establece la cultura impre-
sa, que finge, por razones lejos de ser simples,
desconocer las contradicciones y carácter pluri-
cultural del grupo no sólo potencialmente lector
sino de la sociedad global.
El modelo liberal de nación que se implementa
sigue en sus premisas básicas la fórmula occiden-
tal: un poder fuertemente centralizado en la figura
de un Estado que «dispone de una violencia que
no pasa por la guerra: más que guerreros, emplea
policías y carceleros, no tiene armas y no tiene

3 V. La ciudad letrada, F.I.A.R., Montevideo. 1984. que motivó


otras importantes investigaciones: para nuestro caso la de Ju-
lio Ramos: Desencuenfros de la modernidad en América Latina.
Literatura y política en el sigla xix. Fondo de Cultura Económi-
ca, México, 1989.
4 Benedict Anderson: Imagined Communities. Rejlections on the

origin and Spread oJNationalism, Verso, Londres/Nueva York.


1983.
21
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

necesidad de ellas, actúa por captura mágica in-


mediata, 'capta' y 'liga', impidiendo cualquier com-
bate»; fija, sedentariza la fuerza de trabajo porque
crea corporaciones, talleres, manufacturas, y por-
que además recluta entre indigentes una mano de
obra forzada; regula todo tipo de movimientos; li-
mita, distribuye, clasifica, jerarquiza territorios e
individuos; establece un interior con unidad y sen-
tido frente a un exterior salvaje e irracional; acaba
con «un vagabundeo de banday un nomadismo de
cuerpo; identifica la historia y el libro con su triun-
fo»5.
La configuración del Estado nacional se va con-
cretando en una lenta dinámica que hunde sus
raices en un proceso anterior al xix, donde ciertas
prácticas sociales anticipan modalidades de la fu-
tura sociedad liberal disciplinaria. Las rebeliones
de esclavos y pardos y la situación cada vez más
insostenible de desviantes, vagos y mendigos en
la Venezuela del siglo XVIII llevó a las elites econó-
micas a financiar una variedad de establecimien-
tos —la Casa de Corrección destinada a pardos,
negros y especialmente a esclavos rebeldes; el hos-
picio-cárcel de las mujeres blancas y pardas de
«mala vida»; las cárceles para indígenas— para
encerrar y en casos separar una masa poblacional
cuya «ociosidad» la llevaba a la «criminalidad» y a
«horrorosos vicios». En otra dirección, y también
por la misma época, el coronel de ingenieros don
Nicolás de Castro fundó en Caracas una Acade-
mia de Geometría y Fortificación, que inauguró un
creciente interés por institucionalizar las matemá-

Gilles Deleuze y Félix Guattari: MU mesetas, capitalismo y


esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 1988: v. en particular los
capítulos «Introducción: Rizoma« (pp. 9-32) y «Tratado de No-
tnadología: la máquina de guerra» (pp. 359-432).
22
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

ticas, la topografía y el álgebra en la enseñanza


universitaria del país, interés estrechamente vin-
culado al desarrollo científico de la cartografía y a
una agresiva política de fronteras''. Es obvio que
las elites criollas se vieron como los nuevos suje-
tos de un proyecto social también nuevo, donde
las estrategias del saber científico —el cálculo y
las mediciones— y las políticas de una (re) educa-
ción para el trabajo servirán, por un lado, para
canalizar sus temores escondidos ante una pobla-
ción llena de «otredades diabólicas» y, por otro, para
formalizar su razón histórica como sujetos de so-
ciedades civilizadas, como agentes beneficiados de
la riqueza moderna: reencauzar la violencia hacia
la plusvalía del capital.
Ahora el ejercicio del poder en las sociedades
modernas —o al menos que se abocan a serlo— se
vehicula a través de la proliferación de una serie
de instituciones (talleres, escuelas correccionales,
hospicios, manicomios, cárceles) y de prácticas
discursivas (constituciones, registros, censos,
mapas, gramáticas, diccionarios, manuales de ur-
banidad y tratados de higiene) que conforman todo
un conjunto de «tecnologías especializadas» e ins-
tituciones del orden público que coercionan, con-
trolan, sujetan, regulan con docilidad el movimien-
to de los cuerpos para hacer de ellos subjetivida-
des domesticadas —sujetos del Estado— y poder j
neutralizar los peligros de agentes des-centrados.
Se las reconoce como «las disciplinas» y su poder

6V. Hernán González y Manuel Alberto Donis Ríos: «Cartografìa |


y cartógrafos en la Venezuela colonial. Siglo XVIII-, en Memoria
del Quinto Congreso Venezolano de Historia, 1992. Academia
Nacional de la Historia, Caracas, Tomo III, 1992. pp. 61-85.
23
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

descansa precisamente en una vigilancia escritu-i


rada7.
Particularmente las constituciones, gramáticas
y manuales (para sólo referirme a las formas pa-
radigmáticas) constituyen a través de sus leyes y
normas un campo policial de vigilancia y ortope-
dia que capta e inmoviliza al ciudadano. La cons-
titución en sujeto sólo es posible dentro del marco
de la escritura disciplinaria como requisito previo
a su reconocimiento como ciudadano.
La proliferación en múltiples formatos de estas
escrituras disciplinarias —que iban desde el artí-
culo de prensa, la hoja suelta, la folletería, hasta
el libro— abarca toda la centuria, intensificándo-
se hacia finales del siglo, cuando la moderniza-
ción se hace palpable en las ya crecidas urbes la-
tinoamericanas y la densidad demográfica recla-
maba una mayor difusión de estos textos como
también el celo de una vigilancia más escrupulo-
sa. Esto no debe significar que la violencia de las
pasiones, la soltura de los cuerpos y lenguajes
quedó inmediatamente normada por las constitu-
ciones, gramáticas y manuales formulados en las
primeras décadas. Más bien habría que pensar en
una tensión y si acaso lucha, no siempre cómoda-
mente resuelta entre los universos postulados por
la escritura reguladora y la dinámica de la reali-
dad. Pese a ello, es un hecho que el proyecto de
nación y ciudadanía fue un imaginario de mino-
rías pero que se postuló como expansivo, y que
efectivamente tuvo la capacidad de englobar-do-
mesticar a comunidades diferenciales que ofrecían
resistencia a costa de no fáciles negociaciones. En

7 V. Mlchel Foucault: Vigilar y Castigar. Nacimiento de la pri-


sión. Siglo XXI, México. 1976, esp. «Disciplina». Tb. La verdad
y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 1980.
24
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

una doble dirección (centrípeta y centrífuga) el


cuerpo escrito de disciplinas —incluyendo las cons-
tituciones— tuvo como tarea incorporar y mode-
lar a los grupos sociales: y contrariamente expul-
sar a aquellos que no lograban mi me tizarse con
las normas. El programa de escolarización de los
gobiernos «ilustrados» del último tercio del siglo se
dio la mano en varias oportunidades con la políti-
ca de exterminio de las poblaciones indígenas (Ar-
gentina y México) o nómade-campesinas (Canudos
en Brasil). También la preocupación por limpiar
las ciudades de perros, puercos y animales sin
dueño comprendió un plan más general: la cons-
trucción de hospicios y manicomios sirvió para
encerrar a vagos y delincuentes por carecer de ofi-
cio estable (y por ende, propiedades y domicilios
estables), con el pretexto de atender a los «enfer-
mos mentales» y con ello dar un buen empuje a
las ciencias médicas. Y en un sentido muy parti-
cular, también la literatura funcionó en muchos
casos como práctica disciplinaria: por un lado, la
«delincuencia» campesina fue una estrategia que
legalizó la recluta de mano de obra para los ha-
cendados y de soldados para el ejército: la casa-
hacienda y la milicia fueron claras instituciones
disciplinarias que ameritaban construir la diferen-
cia como ilegalidad para contener las masas «bár-
baras» dentro de la ley. Y, por otro lado, el género
gauchesco —tal como lo sugiere Ludmer— inscri-
bió dentro de los límites de la cultura letrada la
voz del campesino ilegal, para devolvérsela «civili-
zada» con la aspiración de integrarlo al cuerpo dis-
ciplinado de la patria: el libro y la lectura son ejer-
cicios disciplinarios del nuevo orden jurídico8.

V. Josefina. Ludmer: El género gauchesco. Un tratado sobre la


patria. Sudamericana, Buenos Aires. 1988.
25
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISESO DEL CUERPO CIUDADANO

De todo este heterogéneo conjunto de textos


normativos, me interesa enfatizar como grupo es-
pecífico las constituciones, gramáticas y manua-
les de conducta por representar cada uno de ellos
una modalidad particular del disciplinamiento y
del aparato escrito de vigilancia. De todos ellos
hubo centenares en cada país latinoamericano
durante todo el siglo xix. Revisar una constitución
o un manual es como leerlos casi todos. Por consi-
guiente, para agilizar el objetivo de este trabajo,
me voy a referir como conjunto modélico a las cons-
tituciones venezolanas9 del siglo pasado, a la Gra-
mática de la lengua castellana destinada al uso de
los americanos (1847) de Andrés Bello y al Manual
de urbanidad y buenas maneras (1853) también
del venezolano Manuel Antonio Carreño. La Cons-
titución Federal para los Estados de Venezuela de

Las constituciones venezolanas recopiladas y editadas en su


versiones facsímiles fueron publicadas en Manuel Fraga Iribarne
(dir.): Las constituciones Hispanoamericanas, vol. 17, Luis
Marinas Otero: Las constituciones de Venezuela, Centro de
Etudios Jurídicos Hispanoamericanos del Instituto de Cultura
Hispánica, Edics. Cultura Hispánica, Madrid. 1965. Para el
presente trabajo hemos utilizado las constituciones de 1811,
1819 (de Simón Bolívar). 1830 (de José Antonio Páez), 1857
(de José Tadeo Monagas), 1874 (de Guzmán Blanco). Durante
el siglo xix Venezuela tuvo unas doce constituciones. Todas las
referencias pertenecerán a esta edición citada. La primera edi-
ción de la Gramática de Andrés Bello aparece en Chile en 1847.
Usamos la edición critica de Ramón Trujillo: Instituto Univer-
sitario de Lingüística Andrés Bello. Tenerife. 1981. El Manual
de Manuel Antonio Carreño apareció en forma de folletos en
1853, siendo publicado como libro en 1854. En 1855 el Con-
greso Nacional acordó recomendación especial para el uso de
esta obra; las citas corresponden a la edición, corregida y au-
mentada. de Casa Editorial Garnier Hermanos, París. 1927. A
10 largo de este trabajo usaré el nombre genérico de
constitucio-
nes, gramáticas y manuales por constituir tipologías discursivas
26
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

1811 es la primera de todo el mundo hispánico; la


Gramática de Bello y el Manual de Carreño han
pasado a convertirse en libros de cabecera tanto
para el buen decir y escribir como de las buenas
maneras: obvian las razones para haberlos elegi-
do como ejemplos de estos géneros normativos y
disciplinarios.

1. CUERPO POLICIAL SUBJETIVADO

Constituciones, gramáticas y manuales compar-


ten en su espíritu nuclear el ser discursos que en
su forma de leyes, reglamentos y normas no sólo
previenen de la infracción o error, del castigo o
culpa, sino que asumidos sistemáticamente a tra-
vés del ejercicio continuo van formando un cuer-
po policial subjetivado, una representación inte-
riorizada en cada individuo. No persiguen el casti-
go sino la prevención. Se mueven en el campo de
las prohibiciones y de las amenazas sistemáticas
para infundar la adecuada dosis de temor en cada
individuo ante su posible exclusión o marginamien-
to de los escenarios legitimados por la autoridad
estatal.
También en cierto sentido se podría decir que
son la escritura fundacional por antonomasia por-
que constituyen en sí mismos los centros desde
los cuales se irradia la ley del Estado (las consti-
tuciones), la lengua nacional (las gramáticas) y el
cuerpo ciudadano (los manuales). Cada uno traza
desde su ángulo de pertinencia el perfil y requisi-
tos del sujeto deseado que el nuevo espacio jurídi-
co necesitaba. Construyen los marcos del sujeto
legal tanto en su condición para ser reconocido
como sujeto, para ser aceptado como sujeto de la
ciudad escrituraría, y como agente de las fuerzas
productivas y morales del proyecto nacional. Y es
que las escrituras de policía —escrituras que di-
señan el movimiento social de la polis— marcan
27
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

en su límite espacios éticamente diferenciales: por


un lado, la urbe, el Estado, la industria, el progre-
so: por el otro, el campo, el caudillo, la casa-gran-
de. Pero el nuevo orden —el «policial»— va no sólo
a contraponerlos, sino a desautorizar al segundo:
«Después de constituidos los hombres en socie-
dad han renunciado a aquella libertad ilimitada y
¡icencíosa a que fácilmente los conducían sus pa-
siones, propia sólo del estado salvaje. El estable-
cimiento de la sociedad presupone la renuncia de
estos funestos derechos, la adquisición de otros
más dulces y pacíficos y la sujeción a ciertos de-
beres mutuos». Y más adelante dentro de la mis-
ma Constitución de 1811: «La propiedad es el de-
recho que cada uno tiene de gozar y disponer de
los bienes que haya adquirido con su trabajo e in-
dustria» .
La necesidad de rotular en términos de «salva-
je» a la sociedad rural confiere automáticamente a
escritura/ley y por contigüidad/a sociedad/ciu-
dadano/trabajo/ propiedad la cualidad de valores
naturalizados. Obviamente controlar el ocio y el
desenfreno implicaba también una nueva ética
donde la virtud radicaba tanto en el ahorro de pa-
siones como de riquezas. El deseo de acumular
bienes pasa por la escritura policial que modela
las pasiones del cuerpo y de la lengua.

2. LA INVENCIÓN DE LA CIUDADANÍA

La función jurídíco-política de las constituciones


y también en cierto modo de las gramáticas y ma-
nuales apuntan, entre otros objetivos, a la inven-

ía
Primera Constitución de 1811, pp.149 y 151.
28
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

ción de la ciudadanía, en el sentido de la creación


de un campo de identidad que debía construirse
como espacio de elementos homogeneizados para
su gobierno más viable.
La constitución de un espacio simbólico que
identifica suletos semejantes, bien porque hablan
y escriben una lengua común y porque sus cuer-
pos simétricos se ajustan al mismo patrón, son al-
gunas de las condiciones, entre otras, que van a
permitir el establecimiento de un orden mercantil
entre las regiones de la nación y su articulación al
comercio internacional. Las nuevas formas de co-
municación exigían que los cuerpos y las lenguas
también unificaran sus lenguajes, así como los
ferrocarriles, telégrafos y vapores acercaban terri-
torios y ciudades.
Uno de los atractivos del proyecto modernizador
descansaba en la eficacia de la racionalidad, que
implicaba una estrategia de uniformización o «mis-
mificación» a todo nivel en aras del mayor benefi-
cio del Estado nacional. Aunque en la configura-
ción de la ciudadanía intervienen numerosos y
complejos factores, uno decisivo fue la gramática,
en el sentido —y así lo pensaba Andrés Bello— de
ser una de las instancias éticas, jurídicas y políti-
cas con mayor poder de intervención para la cons-
titución de la ciudadanía y como discurso funda-
cional del Estado moderno. La imposición —a tra-
vés de una pedagogía obligatoria— de una estruc-
tura normadora de la lengua erradicaría no sólo
los «hábitos viciosos», «defectos» y «barbansmos
groseros» de «las gentes de poca instrucción», sino
también impediría la proliferación de «multitud de
dialectos irregulares, licenciosos y bárbaros» en el
continente hispanoamericano, «oponiendo estor-
bos a la difusión de las luces, a la ejecución de las
leyes, a la administración del Estado, a la unidad
nacional» .
Muy claramente para Bello la gramática tiene
29
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

una misión civilizatoria porque, al distribuirse re-


gularmente la norma lingüística, las diversas re-
giones nacionales quedarían articuladas no sólo
para efectos del orden mercantil, sino también para
que la escritura de la ley (la constitución) pudiese
propagarse y cumplirse sin equívocos, ya que la
fijación de la ley de la lengua permitiría mediante
un código transparente la lengua del intercambio
comercial como ser la condición de la lengua de la
ley12. La escritura de la ley requería, por lo tanto,
de la estabilización lingüistica para la correcta eje-
cución de las leyes. La gramática en su función
jurídico-pollüca crea las condiciones de enuncia-
ción del nuevo sujeto jurídico en la medida en que
provee los marcos estructurales de la ética del bien
decir. La relación entre lengua y ciudadanía pre-
supone la intervención disciplinaria de la autori-
dad —maestros y padres de familia— sobre «las
prácticas viciosas del habla popular» con el fin de
corregir la lengua «defectuosa» de la «plebe» y ha-
cer de ellos ciudadanos que sepan leer y escribir» .

V. A. Bello: 'Advertencias sobre el uso de la lengua castella-


na» en Raúl Silva Castro (ed.): Antología de Andrés Bello, Zig-
Zag, Santiago de Chile, 1965. pp. 184-206. serie de artículos
publicados entre 1833y 1834: el «Prólogo» a la Gramática de la
lengua Castellana destinada al uso de los americanos (1847).
12 V, Julio Ramos: «El don de la lengua» en Casa de lasAméri-
cas, N" 199, 10-12/1993.
13 A. Bello: «Prólogo». La competencia de la lectura y la escritu-

ra son consustanciales a la ciudadanía. También las constitu-


ciones amparan como «sujeto legal» a quien domine bien el
decir: «pertenece exclusivamente a la Cámara establecer, orga-
nizar y dirigir las escuelas primarias, así de niños como de
niñas, cuidando de que se les enseñe a pronunciar, leer y es-
cribir correctamente, las reglas más usuales de la aritmética y
los principios de la gramática». (Art. 7, secc. 3era, Constitu-
ción de 1819, p.193). En este sentido, el letrado fue el ciudada-
no por excelencia: el «representante» de la ciudadanía.
30
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

Al revés: la constitución en ciudadano exige la com-


petencia de la lengua escrita: y los ciudadanos que
están más cerca de la ley de la lengua (de la gra-
mática ) serán la lengua autorizada para elaborar
la escritura de las leyes. De este modo, el poder de
la gramática atraviesa las constituciones y los ma-
nuales como instancia sobredeterminante al dis-
ciplinar la lengua de la ley y de la norma de los
cuerpos.

3. DEL ESPACIO PÚBLICO/DEL ESPACIO PRIVADO

Constituciones, gramáticas y manuales van a dis-


tribuirse en un campo específico —pero no exclu-
sivo— de intervención reguladora del sujeto civil.
Las constituciones , tal como el término lo sugie-
re, son en sí mismas la propia constitución del
Gran Derecho. Y en esta medida es el discurso que
le corresponde intervenir para delimitar el espacio
público del nuevo orden jurídico. Su coerción inci-
de sobre el cuerpo social de la patria, donde la vas-
ta extensión territorial es aprehendida como el
cuerpo geográfico que debe ser de-limitado, estu-
diado, fraccionado para ser controlado mediante
el aparato bélico. Las constituciones modelan el
espacio como el gran cuerpo físico —el macro-su-
jeto— de la nacionalidad. Se es venezolano o para-
guayo porque esa identidad está ligada a una tie-
rra cuyas fronteras siempre imaginarias dibujan
una escritura.
Las constituciones, al expresar al gran poder
disciplinario, se hallan consustanciadas con la tra-
dición patriarcal: atienden a las posibilidades del
sujeto masculino —con mayor exactitud, a la de
cierto sujeto masculino— en tanto único agente
privilegiado de la vida pública (de los asuntos ad-
ministrativos del Estado, del sufragio, de la edu-
cación, del cuidado de la moral, de los oficios, de
los bienes, de la libertad de expresión)14. Ya desde
31
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

este ángulo, podríamos decir que el proyecto fun-


dador de las naciones fue básicamente falocéntri-
co, si nos atenemos a las constituciones, ya que la
construcción, por ejemplo, de la ciudadanía recae
sobre el ciudadano, el senador, el maestro, eí le-
trado y el padre de familia. La constitución abre el
espacio —el público— como zona de emergencia
de cierto sujeto masculino, quien termina por le-
gitimar la ley de todos y el sistema de normas que
regirá las esferas no visibles. Muy a grosso modo,
la ley no legisla al sujeto femenino; lo excluye de la
vida pública; es decir, es un no ciudadano.
Si bien las constituciones se ocupan de regi-
mentar los aspectos públicos y la dimensión ofi-
cial de la vida civil, los manuales actuarán con
sus incontables reglas de urbanidad y aseo sobre
el cuerpo Jisico del individuo y, particularmente,
sobre el espacio privado y familiar. Y es que el pro-
yecto civilizador que abraza el Estado moderno sólo
puede organizar la esfera pública porque imple-
menta un sin fin de pequeños tribunales instala-
dos en todos los resquicios de la vida cotidiana. El
gran aparato judicial —que permanece afuera—
se desgrana en una variada antropología discipli-
naria. La norma —que controla hasta la más leve
insinuación del cuerpo, de la mirada del deseo,
alguna emoción inoportuna o palabra mal dicha—
penetra en los hogares a través de la escuela y de

14
Se consideran ciudadanos «activos» — los que pueden sufra-
gar— aquellos que «hayan cumplido los veinticinco años y se-
pan leer y escribir»; «sean dueños de una propiedad raíz, cuya
renta anual sea de doscientos pesos, o tener una profesión,
oficio o industria útil que produzca trescientos pesos anuales,
o gozar de un sueldo anual de cuatrocientos pesos» (Art. 27,
Titulo VII. Constitución de 1830. p. 227). Estos requisitos van
a permanecer prácticamente inalterados hasta las constitucio-
nes de 1870.
32
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

la imprenta para instalarse sutil y perseverante,


cual vigilancia invisible, en el centro no sólo del
núcleo familiar o laboral, sino dentro de la misma
intimidad del individuo s.
No es casual que en los textos disciplinarios la
mayor estigmatización punitiva recaiga sobre la
mujer; la severidad en la domesticación de su cuer-
po y voluntad está en estrecha relación con la pro-
piedad de su vientre —las imbricaciones entre fa-
milia, propiedad y Estado—, ser la custodia no sólo
de una educación que reproduce la contención y
la docilidad en los hijos/as sino también la vigi-
lancia de la hacienda privada. Una «buena dueña
de casa», además de ser discreta —lo que equivale
a pasar desapercibida—, debe ser ahorrativa en
dos direcciones: con los bienes materiales y el de-
seo de su cuerpo. El precio de su cosificación ciu-
dadana guarda una relación inversamente propor-
cional con el incremento de la riqueza privada
—eje de la nueva sociedad liberal— y numerosos
descendientes varones que pasarán a engrosar en
calidad de cuerpo letrado el demos del Estado re-
publicano.
Y las gramáticas —tal como nos referimos en el
punto anterior— nivelarán con un solo código el
lenguaje de la callé y de la casa. Es la bisagra que
permitirá articular en un solo proyecto lo público
y lo privado como los escenarios indispensables
para el buen desempeño del ciudadano.

13 Los alcances de esta domesticación/represión cubre los es-


pacios más insospechados. Reza el Manual de Carreño que «no
está permitido a un hombre el permanecer en su casa sin cor-
bata. en mangas de camisa, sin medias ni con los pies mal
calzados» (p.55), como tampoco el «llevar la mano a la cabeza,
ni introducirla por debajo de la ropa con ningún objeto, y me-
nos con el de rascarnos. Todos estos actos son siempre asque-
rosos, y altamente inciviles» (p.23).
33
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

De este modo, estos tipos de textos reparten y


organizan entre sí complementariamente campos
de identidad nacional, los que atañen a las territo-
rialidades públicas, zonas privadas y canales de
comunicación. Directamente operan sobre el cuer-
po (físico y psíquico, individual y colectivo) y la len-
gua con medidas preventivas, penalizantes y de
corrección. Perfilan las condiciones de funciona-
miento y enunciación del sujeto legal de la cultu-
ra: deciden la lengua y el cuerpo del agente civili-
zatorio. La casa prepara al ciudadano para el gran
teatro del mundo.

4. ESTADO, ESCUELA Y PAMJLLA: SUJETOS DE AUTORIDAD

Las instituciones que articulan y respaldan bue-


na parte de los dispositivos disciplinatorios son el
Estado —con todo su aparato legislativo y Judi-
cial—, la escuela y la familia; y, por consiguiente,
los sujetos modélicos llamados a la implementación
y cumplimiento del orden constitucional, lingüís-
tico y conductual son el juez, el maestroy el padre
de familia como agentes autorizados para velar por
el cumplimiento de la escritura normativa. Por lo
tanto, la obediencia pasa a convertirse en un ejer-
cicio clave del cuerpo y mente para la hegemonía
de este sujeto. La modernidad traerá nuevos
reacomodos entre los sexos y el poder: el hombre
sigue teniendo el saber de la lengua, la lengua de
la ley, y así, la autoridad. Y en otro orden de co-
sas, la figura del médico y del psiquiatra reempla-
zarán a la comadrona y al cura como las dos nue-
vas autoridades que regirán la asepsia del cuerpo
y la coacción del eros.
La adquisición de la ciudadanía es un tamiz por
el cual sólo pasan aquellos hombres en competen-
cia del buen decir, mayores de 21 años, casados,
«dueños de una propiedad raíz, cuya renta anual
sea de doscientos pesos, o tengan profesión, oficio
34
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

o industria útil que produzca trescientos pesos


anuales, o gozar de un sueldo anual de cuatro-
cientos pesos». Por ende, la escritura —de las le-
yes y normas— recorta un campo que autoriza la
voz del sujeto masculino, blanco, catolico, casado,
letrado, propietario y/o comerciante; y, al tiempo,
inscribe en sus grietas el silenciamiento de los
sujetos subalternos, los que constituyen el envés
del pasaporte de la ciudadanía. Por su parte, la
mujer queda como institutriz, (en la constitución)
o dueña de casa (en los manuales), subordinada,
sin derecho a la palabra o a la ciudadanía, perma-
nece junto a una legión de pares —niños, sirvien-
tes, locos, enfermos, pobres, indios, negros, escla-
vos, obreros, analfabetos, homosexuales, judíos—
como una menor de edad.
La violencia de la autoridad de este sujeto cui-
dará en prohibir los maltratos y sanciones físicas
en aras de una mayor y aparente dulcificación de
las costumbres ; ahora la violencia pasa por los
filtros de las diversas disciplinas o saberes que mo-
dificarán —represarán— cuerpos, lenguas y áni-
mos así como también la fisonomía de la tierra. La
pedagogía es la gran artífice de la prevención: los
saberes que imparte —gramática, geografía, his-
toria, aritmética, cálculo, latín—distribuyen de otro
modo las «pulsiones de la barbarie». Sobre la edu-

1B Ya desde la Constitución de 1811 hay una restricción contra


la violencia física en las penalizaciones: «El uso de la tortura
queda abolido perpetuamente» (Art. 173, p.153); «No se usará
jamás del tormento, y todo tratamiento que agrave la pena de-
terminada por la ley» (art. 207, Constitución de 1830, p.252).
También los manuales traerán toda una sección para «el trato
con los sirvientes», sugiriéndoles a los dueños de casa la abs-
tención de los malos tratos, golpes y humillaciones. Al parece
era sumamente frecuente que el servicio doméstico padeciera
de golpizas de parte de los señores.
35
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

cación descansará uno de los acicates del progre-


so, y sobre la figura del maestro las llaves de par-
ticipación de la ciudadanía letrada.

5. GEOMETRIZACIÓN DE LAS SUPERFICIES:


LÍMITES Y FRONTERAS

Si bien el mundo escriturario recorta un campo


sobre otros —por ejemplo, sistemas culturales no
centrados en una legalidad grafémica: las comu-
nidades orales—, su límite configura una frontera
que no sólo separa un adentro de un afuera, sino
que provee al espacio que regimenta (el adentro)
de una cuidadosa geometrización del territorio. En
palabras de Deleuze y Guattari, el poder del Esta-
do, como en un juego de ajedrez, codifica y desco-
difica el espacio, y desde el centro de su fuerza
gravífica, lo estria y lamina'7.
Una de las tácticas de la domesticación de la
naturaleza es la racionalización —lo que aquí sig-

«Una de las tareas fundamentales del Estado —continúan


Deleuze y Guattari— es la de estriar el espacio sobre el que
reina, o utilizar los espacios lisos como un medio de comunica-
ción al servicio de un espacio estriado. Para cualquier Estado
no sólo es vital vencer el nomadismo, sino también controlar
las migraciones y, más generalmente, reivindicar una zona de
derechos, sobre todo un 'exterior', sobre el conjunto de flujos
que atraviesan el ecumene. En efecto, el Estado es insepara-
ble, allí donde puede, de un proceso de captura de flujos de
todo tip>o, de poblaciones, de mercancías o de comercio, de di-
nero o de capitales, etc.» (del capítulo «Tratado de nomadolo-
gia: la máquina de guerra», ob. cit., p. 389). De allí que sea ley
constitucional «Promover y decretar la apertura de caminos,
canales y posadas; la construcción de puentes, calzadas, hos-
pitales ... Procurar la más fácil y pronta comunicación de los
lugares de la provincia entre sí y las de éstos con los de las
vecinas; la navegación interior, el fomento de la agricultura y
comercio ...»(Constitución de 1930, p. 248).
36
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

nifica fraccionamiento, división, desglose, clasifi-


cación— no sólo de la tierra (agronomía, geogra-
fía), sino también del cuerpo individual (medicina,
biología), del social (censos, estadística, sociolo-
gía) y de la lengua (gramáticas, diccionarios). La
geometrización convierte la materia en una super-
ficie cuadriculada, mensurable para la optimiza-
ción de su uso, bien sea de riquezas naturales o
fuerzas laborales humanas. El ejercicio —consus-
tancial a las disciplinas— trabaja la tierra, el cuerpo
y la lengua por partes. Aritmética, matemática, geo-
metría y álgebra son ahora decisivas para el poder
controlador del Estado y de la burguesía liberal.
Fueron las constituciones las que con mayor
pertinencia fraccionaron el territorio multiplican-
do la frontera dentro de su confinuum liso. Como
escritura de «policía», deben tener la capacidad de
filtrar la libre movilidad de las masas e individuos
como regir su contacto. «Mapean» una territoriali-
dad que ha de ser subdividida en múltiples ins-
tancias jurídicas (Estados, gobernaciones, muni-
cipios, alcaldías), en cuyas fronteras las aduanas
vigilan, inspeccionan, fiscalizan mercancías y pa-
ralizan el flujo incontinente de hombres y anima-
les. El estriamiento del territorio —y no en vano
tanto la cartografía como las relaciones de viaje-
ros tuvieron una notable ingerencia en ello— pre-
paró el campo para el inmediato establecimiento
de la red de comunicaciones: qué red fluvial más
idónea para el calado de grandes vapores; qué te-
rrenos los menos desnivelados y más alejados de
hordas salvajes para la construcción de ferroca-
rriles. El espacio-nación se contabiliza numérica-
mente, por regiones, habitantes, sexos, oficios, ca-
pacidades. Cuantificar es saber el potencial de una
futura riqueza.
Cada una en su especie, constituciones, gra-
máticas y manuales son discursos fundacionales
de fronteras. Su propio lenguaje está forjado a
37
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

partir de la prohibición. Las disciplinas circuns-


criben espacios, encierran; la ley ata, centra. Por
su lado, los manuales, en su afán disciplinador
del cuerpo humano, atenderán su domesticación
por partes; partes que no deberán entrar en con-
tacto entre sí —los dedos, las manos con la boca,
orejas, nariz, ojos, cabezas, piernas, pies—; zonas,
flujos, gestos, expresiones, claramente delimita-
das para ser cubiertas («no salgamos nunca de
nuestros aposentos sin estar ya perfectamente
vestidos», p.53), eliminadas («la costumbre de le-
vantarnos en la noche a satisfacer necesidades
corporales, es altamente reprobable», p.48) o mo-
dificadas («no acostumbremos llevar la mano a la
cabeza, ni introducirla por debajo de la ropa con
ningún objeto, y menos con el de rascarnos. To-
dos estos actos son siempre asquerosos, y alta-
mente inciviles cuando se ejecutan delante de otras
personas», p.23) en aras de la obtención de un
cuerpo aséptico, hierático, serio, distante, conte-
nido. La escritura normadora flagela las pasiones
hasta circunscribirlas a zonas ahora abyectas y
de la culpabilidad.
Así como las constituciones en su distribución
del territorio habilitan reservorios para fijar las
poblaciones nómadas —como los indios en Nor-
teamérica o nuestros goajiros y yanomamis— para
encerrarlas y poder localizarlas, los manuales re-
pliegan el eros y las emociones hacia el fondo de la
caja oscura del inconsciente o las casas para en-
fermos mentales, donde la psiquiatría tendrá como
reto canalizar civilizatoríamente estas pulsiones
represadas.
La civilización es un acto de intramuros, de es-
pacios cerrados que la escritura ha cuidado en
delimitar. La monumentalidad de las obras y edifi-
cios públicos, de los teatros e hipódromos, plazas
y balnearios, escuelas y academias, mansiones y
mataderos, acueductos y cementerios, parcelan la
38
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

vida en todas sus dimensiones. La vida que trans-


curre extramuros, fuera de la polis, es el espacio
de la «barbarie», la superficie lisa aún no estigma-
tizada por los signos de la escritura disciplinaria.

6. LA MÁQUINA DE LAS OTREDADES

Del otro lado de la escritura, lo que la letra deja de


nombrar, se levanta una dimensión amenazante
que provoca la tensión de esta racionalidad, que
sólo alcanza a tranzarse sobre el reconocimiento
de la mimetización con el orden pre-escrito (de este
lado), y negociar la diferencia en términos jurídi-
cos, éticos y culturales de «otredad» (lo de allá),
construida a base de una serie de operaciones
donde «lo otro» supone la penalización, pesquisa,
juzgamiento, exclusión en lo jurídico; la degrada-
ción («asqueroso», «repugnante», «incivil», «desagra-
dable», «vicioso») en el terreno ético-cultural; y el
fracaso en lo social y económico.
La naturaleza especular parece ser la condición
de la norma/ de la ley: quien no se conjuga en ella
será sujeto, lengua o territorio incivil; se constitu-
ye en la anti-ley; cuerpo y espacio culposo de un
no Estado, perseguido por la misma escritura que
lo expulsa para luego castigarlo. El poder del Es-
tado forja otredades porque si no, no tendría sen-
tido el disciplinamiento, la domesticación. Es la
prueba de fuego de la eficacia de las nuevas tecno-
logías del poder: las disciplinas van recortando las
excrecencias (los sobrantes) inadecuados —por
inmanejables— de sujetos otros, de otras lenguas
y de las otredades del mismo cuerpo.
En el borde de la escritura legal se acumula
una otredad indeterminada, extraña especie de «de-
formidad», que las constituciones apenas alcan-
zan a designar en términos de vagancia, demen-
cia, bandidaje o criminalidad, para sólo referirse a
sujetos cuya forma de subsistencia es fundamen-
39
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

talmente nómada o no precisamente sedentaria,


porque se dedican al comercio ambulante o al trá-
fico de ganado (el caso de los llaneros, gauchos y
can-ganQeiros). Si se quiere, de otro modo: si la
categoría de ciudadano —siempre masculina— im-
plicaba el correlato de rentas anuales tasadas en-
tre los 100 y 600 pesos; si implicaba la tenencia
de propiedades raíces; si implicaba una profesión
o industria útil, prácticamente el 90% de la pobla-
ción pasaba a convertirse en esa «otredad», bien
fuese por razones de insolvencia económica (po-
bres, artesanos, pequeños comerciantes urbanos
y rurales, deudores), por inadecuación profesio-
nal (sirvientes, esclavos, campesinos, no letrados),
por insuficiencia étnica (indios, negros, pardos,
mestizos), por diferencia sexual (mujeres, homo-
sexuales —porque se exigía estar formalmente ca-
sado—), y deficiencias físicas o mentales (los en-
fermos, ebrios, locos).
Las disciplinas limitan porque son limitadas:
están regidas por una dinámica logocéntrica que
no es capaz de articular otras racionalidades. En-
tonces el borde se vuelve un muro de contención
frente a la amenaza del «afuera». Este debe ser pre-
viamente invalidado a través de un lenguaje des-
calificado: lo «otro» se vuelve vulgar, grosero, en-
fermo, salvaje, sucio: en palabras de Dominique
Laporte es el «lugar de la mierda»13.
Quizás uno de los aspectos más preocupantes
de la fundación de las naciones fue el manejo de la
diferencia. La ratio monolítica que se impuso den-
tro de categorías expansivas homogeneizantes sólo
le cupo, para autenticar el proyecto que levanta-
ba, agenciar una multiplicidad de dispositivos que
rápidamente cancelaban la articulación de hete-

' Historia de ía mierda. Pre-Textos, Valencia, 1980.


40
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

rogeneidades expulsándolas hacia el espacio de la


(im)posible «barbarie». Quiero decir que lo «otro»
—y en esos términos— es una construcción poco
afortunada, que desde el mismo centro de su locus
enunciativo enrarece la diferencia en cuanto tal.
El poder debe fabricar «otredades» porque al aplas-
tarlas/aplanarlas se fortalece y legitima.
Si solapamos ciertos campos semánticos de las
constituciones y de los manuales, y establecemos
líneas de contigüidad, podemos observar que uno
de los flancos principales de la re-educación del
individuo en sociedad es la domesücación de su
ánimo, lo que equivale en término de las buenas
maneras (de la sana cordura) no sólo a dejar de
gritar, aplaudir, reír, escupir, sonarse la nariz, chu-
parse los dedos, sino acostumbrarse a «usar de
un discreto disimulo»; frente a las ofensas «opon-
gámosle una serenidad inalterable, y dominémo-
nos hasta el punto de que ni en nuestro semblan-
te se note que nos hemos enojado» (p.260), es de-
cir, y acercándose a las constituciones, se tendrá
por enajenado mental o ebrio aquel ciudadano que
sea contestatario, que manifieste en voz alta lo que
piensa, que discuta, que se oponga, que dé rienda
suelta a su ira y odio. Tendrán derechos políticos
los ciudadanos que hayan «neutralizado en lo po-
sible las exaltaciones de su espíritu» (p.256) y «con-
quistado una elegante exterioridad» (p.254). Todo
lo demás —sudores, olores, acercamientos, hibri-
daciones— permanecerá bajo el eufemismo de lo/
el/ los «otro(s)».

7. POLÍTICAS DE HIGIENIZACIÓN: LIMPIEZA Y CONTACTO


CONTROLADO

La modernidad se ve intrínsecamente ligada a po-


líticas de higienización de sujetos, lenguas y terri-
torios que complementan la anatomía de la vigi-
lancia y coerción con la imposición de categorías
41
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

puras y no contaminadas. Y es en este sentido que


constituciones, gramáticas y manuales (incluyen-
do los de de higiene sexual) al ser escritura de lí-
mites establecen campos puros de trabajo. Es más
fácil normar lo que se ha homologado o controlar
conjuntos previamente expurgados de cualquier
contaminación étnica, lingüística, sexual o social.
«El escritory el gramático, no menos que el prínci-
pe —apunta Laporte—descargan la lengua al igual
que se hace con la ciudad tanto tiempo mantenida
llena de lodos, basuras, escombros y otras inmun-
dicias: descienden a la letrina para limpiarla ... De
la mierda nace un tesoro: el tesoro de la lengua;
del rey, el Estado»19.
La suciedad —entendida como los humores y
contacto de cuerpos, una sexualidad abierta, la
masturbación, el carnaval, los castigos físicos, las
riñas de gallos, las corridas de toros, las jergas
populares, la dramatización de los funerales— re-
presenta una de las metáforas que complementan
el gran axioma de la «barbarle». La asepsia y lim-
pieza de las calles, lengua, cuerpo y hábitos apa-
recerán como una de las panaceas del progreso y
de la materialización de una nación moderna. Lim-
piar la res pública de grupos transhumantes «im-
productivos», de locos y enfermos (en otras pala-
bras, de indios, cimarrones, negros libertos y «al-
zados»); la lengua de expresiones «viciosas» (las
«malas palabras» ensucian el lenguaje), y el cuer-
po de sus olores y pulsiones espontáneas. En este
renglón, lo «otro» cobró visos de enfermedad y, como
tal, se temió su contagio.
A la par de las políticas de coerción, se impartió
el hábito por la higiene: el aislamiento y desinfec-
ción de todo elemento o sujeto contaminante. Como

ig
Ibíd.. pp,15y 25.
42
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

parte de una nueva sensibilidad se desarrolla una


fobia por el complejo cultural de la «barbarie» y
una compulsión por la corrección y limpieza. El
cuerpo mismo deberá ser objeto de una serie de
estilizaciones —donde la moda ejercerá una fun-
ción perponderante— porque toda su materialidad
estará asociada —sobre todo el cuerpo femenino—
a lo sucio, bajo, feo y corrompido. No sólo los cuer-
pos debían desinfectarse, sino que la moderniza-
ción supuso todo un plan urbanístico que remo-
deló las ciudades latinoamericanas de acuerdo a
una redistribución de sus edificaciones en unida-
des discretas que alejasen de los centros urbanos
los desperdicios y el trajín de lo «bajo» de la vida
social. A modo de ejemplo, Antonio Guzmán Blan-
co, entre las innumerables remodelaciones que hizo
durante su largo período presidencial (1870-1888),
acometió el saneamiento de Caracas construyen-
do tanto el matadero como el cementerio principal
en las afueras de la ciudad, el sistema de canali-
zación de las aguas servidas, acueductos, el basu-
rero municipal, el exterminio de perros callejeros,
la habilitación de un leprocomio a 60 kilómetros
de la capital, y, en otro sentido, la fundación de
las Academias de la Lengua, Historia y Medicina
—porque también la lengua y los héroes patrios
debían ser preservados en la pureza que legaba el
pasado colonial e independentista—, sin contar con
la presencia obsesiva que adquirió en su agenda
política la creación de escuelas a lo largo y ancho
del territorio nacional. No en vano el guzmanato
acogió seriamente las exigencias de la civilización:
limpieza, orden y belleza. Podríamos suponer la
complacencia de Freud.
También como parte del programa general de;
aseo, se implementaron una serie de estrategias
que introdujeron un contacto controlado en todos
los ámbitos de la vida privada y pública. Esto im-
plicó un discreto distanciamiento entre los cuer-
43
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

pos («jamás nos acerquemos tanto a la persona


con quien hablamos, que llegue a percibir nuestro
aliento»; o «la mujer que tocase a un hombre no
sólo cometería una falta de civilidad, sino que apa-
recería inmodesta y desenvuelta; pero aún sería
mucho más grave y más grosera falta en que incu-
rriera el hombre que se permitiese tocar a una
mujer» (Carreño, pp. 32 y 120); el confinamiento a
determinados territorios de grupos étnicos inde-
seables (como serían los territorios Amazonas y la
Goajira); el encierro en correcionales, hospicios,
cárceles y talleres de sujetos de conductas anor-
madas por las disciplinas.
En otro orden de cosas, este afán por la limpie-
za convergió con soluciones dogmáticas y conser-
vadoras —y por qué no pre-fascistas—, donde la
persecución de la pureza (del cuerpo, de la len-
gua, de la sangre) trajo consigo las políticas de in-
migración europea para «el mejoramiento de la
raza» así como el fomento del hispanismo a finales
del siglo, como si el blanqueamiento de la pobla-
ción y la canonización del castellano de España
garantizaran la utopía del progreso.

8. UNA ECONOMÍA DEL CALCO

En palabras de Carreño —para no citar a Fou-


cault—, «las costumbres domésticas, a fuerza de
la diaria y constante repetición de unos mismos
actos, llegan a adquirir sobre el hombre un impe-
rio de todo punto irresistible, que le domina siem-
pre, que se sobrepone al conocimiento especulati-
vo de sus deberes, que forma al fin en él una se-
gunda voluntad y le somete a movimientos pura-
mente maquinales» (pp. 227-228). Y es que el apa-
rato normativo de las disciplinas exige en su puesta
en práctica la repetición mecánica de movimien-
tos, gestos, actitudes para corregir las operacio-
nes del cuerpo y de la lengua, lo que permite la
44
BEATBIZ GONZALEZ STEPHAN

sujeción constante de fuerzas y su docilidad-utili-


dad.
Tanto el conjunto de leyes (de las constitucio-
nes) como de normas (de las gramáticas y manua-
les) pretenden lograr un máximo de eficacia colec-
tiva porque operan a partir de la singularización
de los individuos. Trabajan las partes del cuerpo
individual y social en su detalle. Separan, distan-
cian, clasifican, reagrupan unidades análogas;
crean conjuntos serializados que, en su homogenei-
dad, son dispuestos en grados progresivos de
acuerdo a edades, sexos, clases, saberes, conduc-
tas, capacidades.
Disponer en series jerarquizadas unidades ho-
mogéneas. Vigilar la diferencia para reubicarla en
la escala social correspondiente; dentro de su es-
pecie (la fiebre de la taxonomía recorrerá todos los
resquicios del saber y de la vida); neutralizar la
disparidad para hacerla análoga al conjunto; me-
diante la repetición infinita del ejercicio; regulari-
zar los movimientos del cuerpo y usos de la len-
gua. La ortografía y la gramática sólo se aprende-
rán a través de las tareas diarias que el maestro
exija en la escuela: será el lugar privilegiado de la
nivelación de las irregularidades expresivas e in-
quietudes corpóreas. No en vano guardar silencio,
permanecer sentado, desplazarse en fila, serán los
moldes de la ortopedia escolar que aún se prolon-
ga en nuestros días.
Las disciplinas normalizan la arritmia de la vida
social estableciendo una economía del calco que
distribuye en una escala jerárquica relaciones di-
simétricas. Se mantiene la estructura jerárquica;
al interior de cada escalafón una serialización
mimética. La pretendida igualación de los tiempos
postcoloniales no era otra cosa que la refunciona-
lización del poder monárquico. La violencia y as-
pereza punitivas fueron reemplazadas por el tra-
bajo de la estandarización de mecanismos que con-
45
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

trolaban tanto la analogía como celaban las jerar-


quías. El esquema «arbóreo» que rige el logos de
los nuevos Estados distribuye sus cargas —pre-
viamente lavadas— en compartimientos diferen-
ciales y subordinados entre sí.

9. LA MIRADA VIGILANTE/EL OJO PUNITIVO

La Constitución venezolana que Simón Bolívar re-


dactara en 1819 propuso un cuarto poder, el Po-
der Moral, integrado por los cuarenta ciudadanos
más virtuosos de la ciudad. Este «Areópago», a la
manera de un tribunal honorífico, tendría a su car-
go la vigilancia de la moral pública, y «proclamar
con aplausos los nombres de los ciudadanos vir-
tuosos y las obras maestras de moral y educación,
y pregonar con oprobio e ignominia los de los vi-
ciosos y las obras de corrupción y de indecencia 20.
Aunque este punto no se mantuvo en las consti-
tuciones posteriores, el espíritu de censura y vigi-
lancia fue acogido por otras prácticas sociales
—entre ellas los manuales— que propagaron invi-
siblemente dentro de la colectividad un cuerpo anó-
nimo de micropenalizaciones que fungían a modo
de infraderecho. El maestro observa, el médico exa-
mina, el padre de familia vigila, cada quien atisba
el celo de su mirada sobre los demás. Las consti-
tuciones invitan permanentemente al espionaje
socializado y a la denuncia («todo ciudadano es
hábil para acusar»); los manuales más bien sugie-
ren que la mirada sea discreta, que la vigilancia
sea elegante («no fijemos detenidamente la vista
en las personas que encontremos, ni en las que se
hallen en su ventanas, ni volvamos la cara para
mirar a las que ya han pasado», p. 82). La vida

20 V. Constitución de 1819. p.189.


46
BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN

doméstica y pública están destinadas a ser un gran


teatro en el cual todos al unísono son actores y
público, personajes observados ininterrumpida-
mente.
La progresiva desaparición del castigo corporal
—o al menos su dulcificación— como el abierto y
bochornoso escarnio en público fueron reempla-
zados gradualmente por la implementación de esta
nueva sensibilidad punitiva, más sutil e impercep-
tible: el desarrollo de la mirada vigilante21. El te-
mor a ser visto, la vergüenza a ser observado. En
todo caso normas y leyes tejen por su parte tam-
bién un imaginario del control donde el ojo de cada
quien se vuelve juez de los demás: la escritura
normadora forja individuos vigilantes y vigilados.
La mirada del juez, del maestro, padre y médico se
disemina en múltiples otras miradas que contro-
lan continuamente la más leve transgresión de los
límites públicos, privados e íntimos. Por ello se cui-
darán las formas, las apariencias, la contención
de las emociones, el contacto de los cuerpos, las
retóricas del buen decir, porque el ojo del otro re-I
cuerda permanentemente fronteras que sólo son
imaginarias.
Si bien ver y ser visto convierten la vida urbana
en una gran mascarada, no es menos cierto cierto
que la ciudad finisecular pasa a ser un inmenso
observatorio no sólo policial, clínico, pedagógico,
lingüístico y literario. Bajo una mirada que todo lo

21 Foucault señala al respecto: «Tradiclonalmente el poder es lo


que se ve, lo que se muestra, lo que se manifiesta(,..) En cuan-
to al poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible (...) E
la disciplina, son los sometidos los que tienen que ser vistos
Su iluminación garantiza el dominio del poder que se ejerc
sobre ellos. El hecho de ser visto sin cesar, de poder ser vist
constantemente, es lo que mantiene en su sometimiento al in
dividuo disciplinario.« [Vigilar y castigar, op. cit., p.192).
47
ECONOMÍAS FUNDACIONALES: DISEÑO DEL CUERPO CIUDADANO

escruta para su examen y clasificación analítica


se abren los compartimientos del saber moderno,
las disciplinas del conocimiento, que sitúa a los
individuos en una red de escritura que los capta,
explica, cura, corrige y adapta. La razón de la cien-
cia no es menos disciplinaria.
***

El nuevo régimen jurídico de las nacionalidades


suponía una relación también nueva entre el po-
der y las categorías modernas de productividad; lo
que implicaba redefinir las implementaciones del
poder entre los sujetos en términos de una mayor
rentabilidad de esfuerzos, encauzamiento «útil» de
las energías, fiscalización de movilidades gratui-
tas, en aras de poder cumplir con la deseada agen-
da utópica del progreso.
Independientemente de cómo interactuó el cuer-
po de escrituras de la patria con la dinámica de
cada una de las realidades nacionales latinoame-
ricanas, el conjunto de textualidades disciplina-
rias se propuso como uno de los bastiones del pro-
yecto civilizatorio y, como tal, creyó en la capaci-
dad domesticadora de la palabra, depositó su fe
en el poder del sujeto letrado patriarcal y en la
difusión de la pedagogía como máquina de captu-
ra/captación/castración de las autonomías «inor-
gánicas» y «fuerzas confusas de la barbarie». Para
ello jamás fueron suficientes todas las tácticas de
intervención controladora —fronteriza, geometri-
zante, compartimentadora, excluyente, seriali-
zadora y disimétrica— para erigir las soñadas na-
ciones y ciudadanos blanqueados y asépticos que
prescribían los modelos allende los mares.
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

RESPONSABILIDAD

La responsabilidad anula la llamada a la que as-


pira responder.
¿Qué es, entonces, ser responsable de un cam-
bio de pensamiento en la pregunta sobre la res-
ponsabilidad? «¿Cuál podría ser la responsabili-
dad ... frente a un discurso coherente que procla-
ma mostrar que ninguna responsabilidad nunca
puede tomarse sin equivocación o sin contradic-
ción?» . Comenzar un ensayo con una pregunta
como esta es ya, acaso, traicionar el ideal de la
responsabilidad académica en el que una fue en-
trenada, Ese ideal consistía en dar un razonamien-
to objetivo de una argumentación con demostra-
ciones textuales, y seguidamente evaluarlo en base
a sus propios términos y a los parámetros de un
criterio imparcial. Los primeros años de mi carre-
ra profesoral, que comenzó en 1965, si los compa-
ramos con los imperativos de esta responsabili-
dad austera, parecerían estar acosados por las de-

Jacques Derrida: «Passions: 'An Oblique Offe ring'« en David


Wood (ed.): Derrida: A Criticai Reader, Blackwell. Cambridge,
issa, p. 9.
50
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

mandas de una irresponsabilidad extrema frente


a la impersonalidad de la historia y el pronóstico:
«¿Nos gusta?» «¿Es eso relevante para nosotros» y,
por consiguiente, «¿para mí?».
Abrir un ensayo con la pregunta a un pensa-
miento sobre la responsabilidad, precisamente so-
bre la responsabilidad de la cual se aprende una
lección de responsabilidad, va en contra de la na-
turaleza de ambos imperativos. Pues, primero,
muestra que una está ya parcializada y, segundo,
revela que la ansiedad de una es por la responsa-
bilidad que le otorga al texto, no de la otra mane-
ra. Sin embargo, ¿no hay cierta semejanza entre
la pregunta inicial y estos imperativos —exigir ob-
jetividad hacia el texto o relevancia del texto—?
Así, ¿no hemos creído que la primera lección de la
objetividad desinteresada fue, de hecho, un des-
conocido partidismo a una especie de humanismo
universalista que dictaba que una mostrara —así
fuera a propósito o por descuido— que el texto li-
terario o filosófico en general es bueno? Y, por el
otro, dada la demanda actual por la Justificación
de un interés en la «especulación filosófica descons-
truccionista», en una mujer inmigrante con incli-
naciones políticas, ¿una no demuestra una y otra
vez la relevancia de dichas inclinaciones y de di-
cha procedencia? Cómo, entonces, ser responsa-
ble ante la advertencia de que:

¿una comunidad de desconstruccionistas bien in-


tencionados, se reasegura y reconcilia con el mundo
en una certeza ética, una buena conciencia, la
satis-
facción por los servicios prestados, y la conciencia
del deber cumplido (o, aún más heroicamente, toda-
j
vía por cumplir)?2; o ante el recordatorio de que: ¿es
especialmente cuando el filósofo —o cualquiera— in
J
tenia e intenta explicar y revelar, y el apelado intenfl
ta e intenta recibir la explicación y la revelación,
quel
51
RESPONSABILIDAD

Tal vez no haya respuesta a esta pregunta, más


que el constante intento «de dejarse aproximar por
la resistencia que el pensamiento sobre la respon-
sabilidad pueda ofrecer, desde el principio hasta
el fin» . Tal vez el ser responsable sobre la cues-
tión de la responsabilidad es no resistirse a lo que
pasará, a lo que el lector (o los lectores) juzgará
(n), necesariamente con sus modelos, y a pesar de
ellos, necesariamente relacionados y diferentes. De
esta manera, el pensamiento sobre la responsabi-
lidad resulta una formulación más positiva que la
que escribió treinta años antes: «El pensamiento
es ... la parte en blanco del texto»1. Si la descons-
trucción se da la mano con la responsabilidad de
rastrear al otro, el lector (o los lectores) se coloca(n)
aquí como el estrecho sentido indefinido de ese
radicalmente otro que no puede siquiera ser (o te-
ner) un rostro.
Para este lector, la dificultad de darle permiso a
aquello a lo que más se resiste su pensamiento es
susceptible a una traducción literal (con toda la
necesidad e imposibilidad que la traducción im-
plica y por lo cual se le llama)5. La «traducción»
específica, en este ensayo, parte de un entendi-

2 Ibid, p. 15. El siguiente párrafo es lo que entiendo de las


paginas 20-22 del mismo texto.
3 J. Derrida: «Shibboleth» en Derek Attridge (ed.): Acts of
Literature, Routledge, Nueva York, 1992, p. 373 (redacción
modificada).
4 J. Derrida: Of Grammatology, Johns Hopkins University Press.

Baltimore. 1976. p. 93.


5 Sobre la necesidad y la imposibilidad de la traducción, v. J.

Derrida: «Des Tours de Babel» en Joseph F. Graham (ed.):


Difference in Translation, Cornell University Press, Ithaca, 1985,
PP. 165-207,
52
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

miento literal de afirmaciones como la siguiente:

Estas nuevas responsabilidades no pueden ser me-


ramente académicas ... Entre ... el principio de
razón y anarquía ... sólo la puesta-en-marcha
[mise-
en-oeuvre] de este «pensamiento» puede decidir ...
Exigir que se elimine ese riesgo a través de un
programa institucional, es simplemente erigir una
barricada contra un futuro.6

Una intenta, de esta manera, colocar el pensamien-


to sobre la responsabilidad para que trabaje de
maneras que no sean puramente académicas. Las
peculiaridades (con) textuales de los escenarios
donde cada uno de estos intentos se hace, inscri-
be la necesidad una experiencia de dichas traduc-
ciones y de su imposibilidad. Estas experiencias
también muestran cuán conservador es mantener-
se satisfecho con los programas institucionales ra-
dicales.
Como no soy filósofa, ni por aptitud ni por en-
trenamiento, no puedo filosofar sobre las delica-
das rupturas que envuelve la brutalidad de estas
traducciones literales. Una especulación más pro-
funda, vería la noche del no-saber y del no-gobier-
no bajo la cual se toman todas las decisiones, in-
cluso cuando es el saber más detallado el que ha

6 J. Derrida: -The Principle of Reason: The University in the


Eyes of Its Pupils» en diacritics 13/3. otoño 1983, pp. 16 y 19
{énfasis mío). Para una distinción entre esto y la discusión de
Gianni Vattimo sobre la -puesta-en-marcha» en Heidegger, v.
ml »Psychoanalysis in Left Field; and Field-working: Examples
to Fit the Title» en Sonu Shamdasani y Michael Münchow (eds,):
Speculations After Freud: Psychoanalysis, Philosophy, and
Culture, Routledge, Nueva York. 1994. La mayoría de los estu-
dios filosóficos desconstrucclonistas sobre la alteridad ignoran
esta categoría «activista» o de cambiar-el-mundo de lo no filo-
sófico como interpretación del otro.
53
RESPONSABILIDAD

sido más responsablemente elegido para trabajar.


(Esta afirmación supone ya la pregunta sobre la
responsabilidad, y asume su saber natural). El es-
pacio de este ensayo puede ser diferenciado de
aquellas miradas más peligrosas, como un tiempo
más rápido entre la vigilia y la mañana siguiente a
esta noche, la noche del no-saber; cuando una de-
cisión justa rasga el tiempo, el tiempo del efecto
que sigue a una causa justa7. Lo que los dos espa-
cios comparten es «el límite ... de la formalización
... de una problemática, una especie de estadio in-
termedio» .
Esta es quizá una manera de ser responsable
frente al pensamiento sobre la responsabilidad; que
cualquier cosa pueda ser formalizable en una es-
pecie de estadio intermedio. El resto no puede ser
meramente formalizado. Antes de que puedan ini-
ciarse los comienzos acostumbrados, estos pasos
deben ser tomados formalmente y experimenta-
dos como límites. En sí, una formalización com-
pleta debe verse no como imposible sino como una
experiencia de lo imposible, o una figura de lo im-
posible, que puede ser «la misma cosa» .

J. Derrida: «Force of Law: The 'Mystical Foundation of Au-


thority'» en Deconstruction arid the Possibility of Justice, núme-
ro especial Cardozo Law Review 11/5-6. 1990. p. 967.
J. Derrida: Given Time: I. Cowiterfeit Money. University of
Chicago Press, Chicago, 1992, pp. ix-x.
Derrrida dice esto de la justicia («Force of Law», p. 947) y del
obsequio (no una figura sino «la figura real de la imposibilidad,
una distinción que no podemos elaborar aquí)» [Given Time. p.
7). ¿Tengo razón al pensar que cada palabra es susceptible a
este mar de cambios? «Pero esta es la condición de todas las
Palabras que estaremos usando aquí, o de todas las palabras
dadas en nuestro lenguaje; este problema lingüístico, digamos
mejor este problema de lenguaje antes que de lingüística, será
naturalmente nuestra obsesión aquí» [Given Time. p. 18).
54
GAYATRI CKAKRAVORTY SPTVAK

Puedo conceptualizar la responsabilidad de la


siguiente manera: es toda acción que sea concebi-
da en respuesta a una llamada (o algo que nos
parezca semejante a una llamada), que no puede
ser comprendida como tal. La respuesta envuelve
aquí no sólo «contestar a», como el «dar una res-
puesta a», sino también las situaciones relaciona-
das con «responder a», como el ser responsable de
un nombre (esto conlleva la pregunta de la rela-
ción entre ser responsable de/por nosotros mis-
mos y de/por los otros), el ser respuesta de; todo
lo cual lo presenta Derrida dentro del juego, en
francés, entre répondre á y répondre de. Es tam-
bién, cuando al otro le es posible estar cara a cara,
la tarea y la lección de atender a su respuesta
para que pueda ser dibujada fuera de una misma.
(Creo que tanto Derrida como Luce Irigaray han
visto en el modelo psicoanalítico el imposible más
ejemplar para acceder a este sentido de la respon-
sabilidad.)11
Con esta conceptualización sobre la problemá-
tica de la responsabilidad —vista como un estadio
intermedio, atrapado entre una llamada inapre-
sable y la puesta-en-marcha—, este ensayo ofecerá
dos lecturas: una, de Del espíritu de Derrida y, otra,
de la «Conferencia sobre el plan de control de inun-
daciones del Banco Mundial»12 en Bangladesh13.
Mis lecturas insistirán en que (el pensamiento so-

10 «her response», adjetivo posesivo femenino en el original [NTJ.


11 Para Derrida, emerge en esa secreta oración «Yo soy psi-
coanalíticamenteirresponsable»en «Geopsychoanalysis:... 'and
the rest of the world'» en American Imago 48/2, 1991, pp. 203-
204. Para Irigaray, v. «The Limits of Transference» y «The Poverty
of Psychoanalysis» en Margaret Whitford (ed.:The Irigaray
Reader, Blackwell, Londres, 1991. pp. 105-117 y pp. 83-84.
12 Of Spirit y «Conference on the World Bank's Flood Action

Plan» [NT1.
55
RESPONSABILIDAD

bre) la responsabilidad es también (un pensamien-


to sobre) la contaminación. Si el deseo de una, en-
tonces, pareciera ser el mostrar que la descons-
trucción es relevante para lo que se llama la esfera
política, es éste el momento de pedirles que re-
cuerden que después de todo dichas demostracio-
nes sólo pueden ocurrir dentro de un estadio in-
termedio.

1. DEL ESPÍRITU: HEIDEGGER Y LA PREGUNTA

De todos los textos de Derrida que he leído, éste


me parece ser el que presupone en el lector una
lectura cuidadosa e íntima de todos los textos so-
bre método que han aparecido antes; una familia-
ridad con un vocabulario especializado que de otra
manera podría parecer engañosamente «metafóri-
co» o transparente. Es, como consecuencia, un tex-
to «secreto», tanto en el sentido coloquial como en
el sentido derridiano. En el primer sentido, es difí-
cil de entender porque pareciera custodiar su pro-
pio secreto. (Para un lector apresurado y descui-
dado, incluso podría proporcionar la confirmación
a respuestas almacenadas.) En el segundo senti-
do, porque aunque el texto desea revelársele por
completo al lector responsable, pareciera dejarle
todavía con preguntas. No hay nada autorizado
en la lectura que ofrezco más abajo, y especial-
mente en las «razones» que propongo para los se-
cretos del texto. En realidad, no he tratado de
arrancarle el secreto haciendo referencia a los es-
critos menos secretos de Derrida sobre la pregun-
ta de Heidegger. El secreto del secreto no desapa-

'3 J. Derrida: Of Spirit: Heidegger and the Question, University


of Chicago Press, Chicago, 1989. En mi texto, este trabajo será
citado a partir de ahora como OS. La conferencia tuvo lugar en
el Parlamento Europeo, Estrasburgo, 27 y 28 de mayo de 1993.
56
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

rece con la revelación. «El secreto nunca permite


ser capturado o cubierto en su relación con el otro,
por estar-con o por ninguna forma de 'nexo so-
cial'... No hay responsiveness»' .
Una de las razones de «lo secreto», puede ser la
imposibilidad de una posición completamente jus-
tificada de acusación.
Por un lado. Del Espíritu rastrea el aparente fra-
caso de Heidegger en la responsabilidad hacia su
propio pensamiento. En El ser y el Tiempo, a Hei-
degger le pareció prudente mantener abierta la
pregunta sobre el espíritu, marcándola, si acaso,
solamente con comillas'5. Ya en las primeras pági-
nas de su texto, Derrida sugiere que, de hecho, la
primera filosofía completa de Heidegger dependía
de una pregunta sobre el espíritu que estaba evi-
tando o impidiendo. El espíritu trabaja fuera del
texto, emergiendo finalmente con un rol aterra-
dor, tal vez precisamente porque su pregunta ha-
bía sido evitada. Derrida lo demuestra, hacia el
final de la quinta sección, con la referencia al dis-
curso rectoral'6: «De pronto, con un simple soplo
...el levantamiento de las comillas marca el subid
el telón ... La entrada al estadio del espíritu mis-
mo ... Seis años después, y tenemos entonces el
Discurso rectoral»(OS, p. 31; me responsabilizo por
extrapolar de una prosa cuidadosamente orques-
tada).
Aquí —escribe Derrida—, Heidegger por prime-
ra vez define al espíritu. La definición no está en

14 J. Derrida: «Passions», p. 24. «Responsiveness» en ingles en


el original.
15 Martin Heidegger: Being and Time. Harper, Nueva York, 1962.
16 M. Heidegger: «The Self-Assertion of the German University:

Address, Delivered on the Solemn Assumption of the Rectorate


of the University Freiburg: The Rectorate 1933/34: Facts and
Thoughts» en Review of Metaphysics N° 38, 3/1985, pp. 467-
502.
57
RESPONSABILIDAD

contradicción con El Ser y el Tiempo, porque el es-


píritu todavía no parece pertenecer a la subjetivi-
dad, *al menos en su forma psíquica o egológica»
(OS, p, 37). No estamos hablando, en otras pala-
bras, del espíritu humano, ni siquiera en su senti-
do más metafisico. Así, al apelar a dicha «fuerza
espiritual», despegada de lo meramente humano,
el discurso puede

parecer ... que ya no pertenece simplemente al cam-


po «ideológico» en el cual uno apela a fuerzas oscu-
ras; fuerzas que no serian espirituales sino natura-
les, biológicas, raciales, de acuerdo con cualquier
cosa que no sea interpretación espiritual de «tierra
y
sangre» (OS, p. 39).

Pero —y es por esto que debemos proceder caute-


losamente— cada gesto comparable se vuelve «con-
tra su 'sujeto'» —contra, si puedo decirlo, su agen-
te—; pues, «de hecho, uno debe ... usar esta pala-
bra ... Porque uno no puede sustraerse de la bio-
logía, del racismo en su forma genética, uno no
puede oponerse a ellos, salvo reinscribiendo el es-
píritu en una determinada oposición» {OS, p. 39).
De esta manera, el a-parte filosófico del espíritu,
una lo vincula determinando, en un sentido estre-
cho, con aquello que es el opuesto al racismo bio-
lógico o genético. Se pierde su (no)carácter de pre-
gunta resguardada. Así, ya no se mantienen pre-
via a —o fuera de— todas las diferencias entre el
sujeto y cualquier cosa que no sea el sujeto. Perte-
nece al sujeto (o sujetos) que se reúne (o reúnen)
en su nombre. Se vuelve negociable. Está hecho
para tomar partido y por eso se vuelve unilateral.
Así,

reinscribir al espíritu en una demarcación oposi-


cional,... lo hace una vez más una unilateralidad de
la subjetividad, incluso si (¿especialmente?) es en
su
58
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

forma voluntarista. Esta restricción ... rige por sobre


la mayoría de los discursos en los cuales, hoy y por
mucho tiempo por venir [él no puede decir por siem-
pre), se establece su oposición al racismo, al
totalitarismo, al nazismo, al fascismo, etc.; y se hace
esto en nombre de un axioma —por ejemplo, la de-
mocracia o los «derechos humanos»— que, direc-
tamente o no, vuelven a la metafísica de la subjetivi-
dad ... La única elección es la elección entre las con-
taminaciones terroríficas que asigna, incluso si no
todas las formas de la complicidad son equivalentes,
ellas son irreductibles. La pregunta de saber cuál es
la menos grave de estas formas de complicidad, está
siempre allí —su urgencia y su seriedad no pueden
ser suficientemente marcadas— pues nunca podrá
disolverse la irreductlbilidad de este hecho ... Esto
llama más que nunca, por lo que va venir después
de los desastres que han ocurrido, a una responsa-
bilidad absolutamente sin precedentes del «pensa-
miento» y de la «acción» (OS, pp. 39-40).

He citado este largo párrafo porque debe ser leído


cuidadosa y detenidamente. No hay ningún afán
académico por tomar partido (en el «pensamien-
to»), limpiamente, sin ninguna responsabilidad
«activa» que quiera reconocer la última e irreducible
complicidad entre todas las ligaduras unilaterales
del espíritu en una sola causa. Todo «activista»
consistente sabe, sin poder articularlo filosófica-
mente, que las victorias son advertencias, y fre-
cuentemente silencia ese conocimiento por el in-
terés de la decisión. Derrida intenta desconstruir
esa brecha. No es que no debamos tomar partido.
Debemos continuar conociendo, y hacer conocer;
«cuál es la menos grave de estas formas de com-
plicidad». Es sólo que el examen decisivo de un
«pensamiento» intelectualmente claro —que pue-
da construir caminos sistemáticos y modos de evi-
tar riesgos lógicos a través del perfeccionamiento
del conocimiento—, debe consecuentemente es
59
RESPONSABILIDAD

en «acción» (el elemento en el cual está la noche


riesgosa del no-conocimiento). Esta es una posi-
ción opuesta al vanguardismo en la teoría; no está
en contra del tomar-riesgos. Para los liberales teó-
ricos de izquierda no es lo suficientemente mag-
nánima. Pero, para algunos de nosotros estos avi-
sos deben ser tomados seriamente: los que hemos
visto al Ramrájyá (el reino de Ráma) de Gandhi
convertirse en excusa para un Estado al borde de
un fascismo comprometido con el genocidio de mu-
sulmanes, cuando —para darle a Gandhi el bene-
ficio de una duda que él tal vez no merezca— Ráma
fue una denominación del espíritu de la democra-
cia indígena; los que hemos visto el proyecto mar-
xista del uso de la razón colectiva del proletariado
(la conciencia de clase), donde la racionalidad es
la nominación del espíritu humano, volverse un
imperialismo que, en el postcolonialismo, ansia un
capitalismo subdesarrollado como alternativa al
genocidio; los que diariamente vemos la encubier-
ta y evidente violencia practicada regularmente por
la sistemática e ideológica manipulación de prin-
cipios racionales, como son los procesos judicia-
les, los derechos humanos y la democracia. No
podemos necesariamente asumir —así sea implí-
citamente— que la invocación al estilo europeo del
espíritu no está contaminada, mientras que las
otras invocaciones del espíritu son, por definición,
ignorantes o fundamentalistas . El párrafo que he
citado es difícil de entender sólo si las lecciones de

' He discutido esto más extensamente en «A Critique of


Multi culturalism», trabajo que presenté en la Conferencia Nór-
dica sobre «Social Movements in the Third World: Economy.
Politics, and Culture«, por salir en una antología sobre el mul-
ticulturalismo editada por Thomas Keenan, a quien agradezco
por una astuta primera lectura de este ensayo, y por insistir en
que expusiera mis subrepticias argumentaciones acerca de la
contaminación.
60
GAYATW CHAKRAVORTY SPIVAK

la historia («los desastres que han ocurrido») no


son tomados en cuenta. En realidad, la rimbom-
bante inspiración académica debe resistirse a com-
prender aquí. La lógica implacable de la contami-
nación terrorífica está realizando su labor com-
plementaria en estas transformaciones, en estos
acontecimientos. Un pensamiento «responsable»
describe la «responsabilidad» —atrapada en una
pregunta que supone necesariamente la acción—
atendiendo al llamado de ese hecho irreductible.
Esta es una posición práctica, una elaboración de
la primera posición, que en realidad practica la
normativa de la teoría18.

18 Esta afirmación es una versión taquigráfica de la posición


que puede ser desarrollada en párrafos como el siguiente: «Nin-
guna lógica constituida ni ninguna regla sobre un orden lógico
puede, entonces, proveer de una decisión o Imponer sus nor-
mas sobre estas posibilidades prelógicas de la lógica ... Ellas
son (topológicamente) [como el «'inconsciente estructural'.,, está
absolutamente excluido» por el tipo de heroicas inspiraciones
académicas que he descrito, esta noción «metapsicológica« pue-
de ser incomprensible] extrañas a eso, pero no como su ... fun-
dación 'radical'; la estructura de la ¡terabilidad [la alteración
en cada práctica, incluida la enunciación teórica] divide y re-
siste dicha radicalidad ... La 'teoría' tiende a reproducir,
reduplicar, en ella misma, la ley de su objeto o su objeto como
ley; ella debe someterse a la norma que se impone analizar» (J.
Derrrida: Limited Inc. Gerald Graff ed., Northwestern University
Press, Evans ton, 1988. pp. 93, 74 y 97). La formulación de
Luce Irigaray, que se refiere al psicoanálisis como un sistema
teórico, nos ayuda aquí: «¿Ustedes objetarán que nosotros es-
temos descarriados dentro de ta resma de cualquier cosa que
pasa? Entonces están admitiendo que han olvidado que cual-
quier cuerpo viviente, cualquier inconciente, cualquier econo-
mía psíquica, trae su orden al análisis. Todo lo que tienen que
hacer es escuchar. Pero un orden con la fuerza de una ley a
priori les previene» [Irigaray. »Poverty of Psychoanalysis», pp-
83-84). Para una discusión sobre la economía del cuerpo/el
inconciente/el Instinto y el psicoanálisis como sistema, me tomo
la libertad de dirigir la atención del lector a mi «Love». bajo
consideración en American ¡mago.
61 ___________
RESPONSABILIDAD

Tengo la convicción no autorizada —como una


académica práctica—, de que Derrida escribe este
texto tan doloroso en un lenguaje que debe ser
aprendido por esta resistencia académica a reco-
nocer la complicidad: en otras palabras, puede ser
accesible a una lectura que sea responsable al tex-
to. (Los pasos para dicha lectura están colocados
en la búsqueda de Paul Celan a la implantación
de Lenz en «Shibboleth»).
¿Pero por qué es este texto doloroso? Creo que
es porque, en un sentido más restringido que la
posición general explicada más arriba, la descons-
trucción no puede no reconocer su complicidad
con Heidegger. Precisamente por esa «responsabi-
lidad», Derrida no puede —y de hecho no lo hará,
a diferencia de Richard Rorty— simplemente se-
parar al hombre de su obra1J. He estado argumen-
tando, de alguna manera, que la obra de Derrida
es «un lenguaje que enseña». Y realmente eso es lo
que Derrida dice del Discurso rectoral de Heidegger:

Aquí tenemos un lenguaje que enseña... No más que


cuando en 1933 rehabilitó el concepto del espíritu
desconstruido en Sein und Zeit. Pero continúa sien-
do en nombre del espíritu —del espíritu que guia en
determinación con la pregunta—, la voluntad por
saber y la voluntad por la esencia, que el otro espíri-
tu, su mal doble, el fantasma de la subjetividad, ter-
mina por ser detenido gracias a la Destruktion (OS,
p. 41).

Hasta ahora he estado exponiendo que, de acuer-


do con Derrida, el fantasma de la subjetividad no
puede ser exorcizado. En realidad, ésta es la res-
ponsabilidad a la que Heidegger renuncia y con

19
Richard Rorty: «Taking Philosophy Seriously» en New Republic.
11/4/88, pp. 31-34.
62
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

ello se mueve implacablemente hacia la unilatera-


lidad. Esta unilateralidad tiene una mala trayec-
toria, porque la filosofía de la Destruktion no pue-
de ser usada para exorcizar la contabilidad, la
20
refutabilidad, la responsabilidad del réspondre de .
Sólo podrá ser siempre un recordatorio de su fi-
nal-abierto y su riesgo irreductible.
Recordarán que entre los apuntes y la publica-
ción ya como libro de De la gramatologia, Derrida
cambió la palabra déstruction por déconstruction.
El caso de Heidegger demuestra por qué Des-
truktion (como tarea) no debe ser usada para exor-
cizar la responsabilidad sino, más bien, (como
evento) debe ser reconocido como un recordatorio
de cómo nosotros estamos escribiendo. Incapaces
como somos (y debemos ser) de no tomar partido,
Derrida está por lo tanto también hablando de la
insensatez de «hacer» la desconstrucción como si
eso estuviera completamente bajo nuestro control.
(Esto, por supuesto, también se relaciona con la
convicción de que la evaluación ético-política de-
cisiva del pensamiento no está autocontenida, sino
que es un ponerse-en-marcha). En otras palabras
—paradójicamente (imposiblemente), aunque ne-
cesariamente—, en la puesta-en-marcha, la des-
construcción puede estar unida a usos buenos o
malos. Este es su doble enlace, su peculiar humil-
dad, responsabilidad, y fuerza: su reconocimiento
de una contaminación radical. Puede ser tomada

20 Como muchas posiciones opuestas a la desconstrucción es-


tán basadas en rumores, ésta es la acusación más común que
se hace en su contra. Por ejemplo, Walter Reich casualmente
advierte que la negación del Holocausto le debe algo a «un nú-
mero de presupuestos en uso, crecientemente populares den-
tro de la academia, con respecto a la indeterminación de la
verdad» («Erasing the Holocaust» en New York Times Book
Review, 11 /7/93, p. 34).
63
RESPONSABILIDAD

por alguien que la haya aprendido para filosofar


con ella, en contra de la filosofía. Incluso «cono-
cerla» no es suficiente, así como el conocer las re-
glas de un juego de cartas no significa que hemos
aprendido a jugar bien. La desconstrucción está
atrapada entre las altas esferas de una institución
que, sin la paciencia o el entrenamiento para leer
el material con cuidado, se felicita ella misma por
haber descubierto su falta de musculatura moral;
y los «defensores»: aquellos que la reclaman erudi-
tamente para la filosofía, repudiando su depen-
dencia a lo no-filosófico, o diagnosticando esto úl-
timo como simple literatura; y aquellos que hacen
«política correcta» con ella .
Pero el nazismo es una consecuencia que re-
quiere un cuidadoso ajuste de cuentas en el estu-

! Y, si es «literatura', es donde la literatura -de cualquier ma-


nera que el (con)texto la limite- también se entrega a su otro.
Esta nota resuena a través de todo el trabajo de Derrida. Una
articulación reciente: «Supongamos que supiéramos qué es li-
teratura ... todavía no podríamos estar seguros que es literatu-
ra de parte a parte [de parí en partí... Ni podríamos estar segu-
ros que esta estructura desconstruida no pudiese encontrarse
en otros textos que no sueñan en considerarse literarios. Estoy
convencido que esta misma estructura, por muy paradójica
que parezca, también aparece en expresiones científicas y es-
pecialmente jurídicas, y en realidad puede encontrarse en las
más fundacionales e intuitivas... En la sugerencia de que una
desconstrucción de la metafísica es imposible -'por la prolon-
gación precisa de que es «literaria»'-, sospecho que debe haber
más ironía de la que primero parece ... Pues una posible opera-
ción desconstructiva. que se vuelva un conjunto disponible de
procedimientos con reglas-gobernables, con métodos, con
acercamientos accesibles, podría más bien ser peligrosa» (De-
rrida: «Invention of the Other» en D. Attridge: Acts ofLUerature.
pp. 327 y 328 (traducción modificada). La cita insertada es de
Paul de Man. Ai lego ríes of Reading: Figuraí Language in
Rousseau, Nietzsche, Rüke, and Prousí, Yale University Press,
New Haven, 1979. p. 131.
64
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

dio de la lección de la desconstrucción; no una


denuncia que complacería a los académicos, pero
tampoco una defensa que apoyaría los dos tipos
diferentes de defensores. Es en esta posición que
Derrida escribe para aquellos que lo leen con cui-
dado. No debemos olvidar que el objeto de su in-
vestigación continúa siendo el discurso que Hei-
degger da en la universidad, y que el punto de su
crítica es que la Destmktion no puede usarse para
exorcizar los peligros del sujeto necesariamente
unilateral. Antes de avanzar más en la crítica,
puede ser entonces pertinente citar otra afirma-
ción que el mismo Derrida hizo en un discurso en
la Universidad de Columbia, donde habló de la
responsabilidad de la academia en la universidad
moderna, necesariamente relacionada con las es-
tructuras de una sociedad postindustrial: «Uno
puede sin duda descentrar al sujeto —como se dice
fácilmente— sin reexaminar el nexo entre, por un
lado, la responsabilidad y, por el otro, la libertad
del sujeto concíente o la pureza de la intencionali-
dad»22. Heidegger, al utilizar la Destrufction como
si él pudiera controlarla, se desvía de este desafio
con consecuencias mortales. La teorización des-
constructora, descentrando su sujeto (masculino
o femenino) a su antojo,

niega los axiomas previos en bloquey continúa man-


teniéndose como un sobreviviente, con ajustes me-
nores de rigueury con compromisos diarios a los que
les falta rigor. Tan copiados, tan operativos, a una
velocidad tan alta, que uno los contabiliza y se vuel-
ven contabilidad de nada: no por lo que ocurre, no

21 J. Derrida: »Mochlos; or. The Conflict of the Faculties» en


Richard Rand (ed.): Logomachia: The Conflict of the Faculties,
University of Nebraska Press, Lincoln. 1993.
65
RESPONSABILIDAD

por las razones para continuar asumiendo las res-


ponsabilidades sin un concepto.

¿Cómo sería si un texto completamente descons-


tructivo o destruktiv pudiera producirse? Su su-
perficie sería «entregada a ... una máquina-ani-
mal ... una figura del demonio» (OS, p. 134). En-
frentémonos a esta enigmática declaración.
En la sección que sigue a los párrafos que he-
mos estado leyendo, Derrida lee cómo Heidegger
nombra al animal, y expone una teología huma-
nista para la «desconstrucción de la ontología» de
Heidegger (OS, p. 57)M.

' Del espíritu retoma una cuestión que fue primero presentada
en 1968: «La 'desconstrucción' de la metafísica o de la ontología
clásica estaba incluso dirigida contra el humanismo. ... Pero el
artificio y ambigüedad de este gesto [de volver al hombre!, en-
tonces. parecen haber autorizado todas las deformaciones an-
tropológicas en la lectura de Sein und Zeit> («Ends of Man» en J.
Derrida: Margins of Philosophy. University of Chicago Press,
Chicago, 1982, pp. 118 y 127). Del espíritu hace también res-
ponsable a Heidegger de dicha «deformación». Más aún. «en el
pensamiento y el lenguaje del Ser, el fin del hombre ha sido
prescrito desde siempre ... en el juego entre telos y la muerte»
(p. 134). Como hemos visto, en Del espíritu, la muerte en
Heidegger pareciera estar desprovista de un contenido semán-
tico. «¿Debemos entender la víspera como la protección mon-
tada alrededor de la casa o como el despertar, en cuya víspera
estamos? ¿Hay una economía de la víspera?» (p. 136). La eco-
nomía de la víspera es una responsabilidad que debe anular la
llamada, incluso al recordarla en una «conexión sin conexión
liten sans líenl de un vínculo y un no-vínculo» (J. Derrida: Gtuen
Time. p. 27). Y. finalmente, «¿no es esta seguridad (del 'Ser
como lo más cercano') lo que se está estremeciendo hoy? ... y
este estremecimiento termina en la violenta relación de todo
Occidente con su otro, bien sea en una relación 'lingüistica'...
o etnológica, económica, política, militar, relacional. etc. ... Es
precisamente la fuerza y la eficiencia del sistema, lo que con-
vierte regularmente la trasgresión en 'salidas falsas'» (pp. 133-
135).
66
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

Concentrémonos en el comentario de ese gesto


24
heideggeriano/derridiano mayor, el «sous rature» .
Podría pensarse como gesto de una exorcización
—mantener una cosa visible pero tachada, para
evitar unlversalizarla o monumentalizarla. Como
hemos venido leyendo, este gesto sólo puede usarse
(en realidad debe ser ejecutado en la desconstruc-
ción como tarea con respecto a la desconstrucción
como evento) en la forma de un alerta a un control
intencional del irreductible exterior, más que como
un gesto controlado de salvarse uno mismo de las
peores consecuencias de esa irreductibilidad; tal
como es la confianza implícita de Heidegger en el
Discurso rectoral en la Destruktion J. El gesto en
el Zur Seinsfrage de Heidegger no parece disonante
con esto:

Heidegger propone escribir la palabra Ser bajo una


línea borrada en forma de una tachadura. Esta ta-
chadura no representa ni un signo negativo ni es
para nada un signo, pero se suponía que recordaba
el Geviert, el cuádruplo, precisamente, como «el jue-
go del mundo»... —el cual era recordado de esta ma-
nera por una ausencia del «Ser»— que permite el des-

24 Deba tal vez decir que Henry Staten (Witígenstein and Derri-
da, University of Nebraska Press. Lincoln, 1984) me mencionó
en una conversación que, al preguntarle su opinión sobre mi
introducción a Of Grammatology (cit.) 1976. Derrida dijo que
yo había enfatizado demasiado el «sous rature». Toda esta dis-
cusión podría entonces estar marcada por un exceso peculiar,
a su manera un fracaso y un rasgo de mi responsabilidad.
*s Hasta donde yo sé. Derrida retomó este tono una sola vez.
cuando le habló a la Sociedad Francesa de Filosofía en 1968:
«He intentado indicar una manera de salir de este marco a
través del 'rastro', que no es más que un efecto que tiene una
causa, pero que en y fuera de sí mismo —fuera de su texto—.
no es suficiente para operar la necesaria transgresión»
(«Dlfférance» en Aíargins, p. 12).
67
RESPONSABILIDAD

ciframiento del mundo-deventr del mundo ... Esto


significa, en este caso, que uno no puede derivar o
pensar el mundo comenzando por nada que no sea
él. Pero vean esta otra proposición del tachado
(Durchstreichung) treinta y cinco años antes (OS, p.
52).

Y nosotros retrocedemos al animal. Intentaré la


tarea intimidante de resumir el itinerario de De-
rrida.
Derrida deduce una cierta «teleología antropo-
móríica —o incluso humanística—» en la reflexión
del Dosein. en miras a la diferencia entre «la priva-
ción animal [Entbehrung] de la privación \Privation]
del Dasein, en la comprehensión del mundo» (OS,
pp. 55 y 54). Al animal «le falta el acceso al ente
como tal ,,. como si ... el Ser del ente ... estuviera
tachado por adelantado, pero con un tachado ab-
soluto, aquel de la privación» (OS, p. 53). Este no
es el tachado filosófico que el filósofo debe practi-
car para «recordar» que el Dasein no puede estar
detrás del mundo mundano. Es un «tachado del
tachado» (o ser-tachado) (OS, p. 56).
Más aún, «el animal puede estar tras una pre-
sa, puede calcular, dudar, seguir o intentar un
rastro, pero no puede propiamente problematizar...
Puede usar cosas, incluso instrumentalizarlas,
pero no puede adquirir acceso a una tekhné> (OS,
p. 57). Así, en términos de la pregunta y de la tec-
nología, las afirmaciones definitivas del Dasein,
«son siempre asunto de marcar un límite absolu-
to» entre el Dasein y el animal (OS, p. 54).
Sin embargo, «la lagartija» (el ejemplo de Hei-
degger) tiene «una relación con el sol —y con la
piedra (el ejemplo de Heidegger de lo no-viviente),
que en sí misma no tiene» (OS, p. 52). Derrida ex-
tiende el conjunto, o grupo, que predica al animal:
«Ahora tendríamos que decir del espíritu lo que
uno dice del mundo para el animal: el animal es
68
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

pobre en espíritu [lo es tanto Geistarm como


Weltarm], tiene espíritu pero no tiene espíritu y
este no-tener es un modo de ser-capaz-de-tener
espíritu» (OS, p. 55).
Es importante que el animal esté completamente
fuera de los límites de la desconstrucción de la
ontología. Heidegger sólo puede mencionar, no
usar, «al tachado animal»; o, más bien, su filosofía
lo usa, a pesar de que él implique una «jerarquiza-
ción y evaluación» negativa al usar las palabras
'pobreza' y 'carencia' [Entbehrung] a propósito del
animal:

¿Qué se señala con este animal tachado, si podemos


llamarlo así? O, más bien, ¿qué se señala con la pa-
labra «tachado», que nosotros escribimos a propósi-
to del «mundo» del animal y lo cual debe, según su
lógica, tomar todas las palabras desde el momento
en que ellas dicen algo acerca del mundo? (OS, p.
54).

Así el animal tiene alguna relación con el mundo,


y sin embargo el animal está absolutamente ex-
cluido de los límites del Dasein. En consecuencia,
cada inauguración del mundo por el Dasein llama
la atención por estar atravesada por el animal in-
accesible, La filosofía de Heidegger «responde» con-
tra el carácter del animal con la lógica formalizable
de la contaminación —no simplemente una ame-
naza, sino un compromiso—:

¿Puede uno no decir, entonces, que toda la des-


construccion de la ontología —tal como comienza en
Sein und Zeit y hasta donde se le quita su puesto: el
spiritus cartesiano—hegeliano en el existencial ana-
lítico— está aquí amenazado en su orden, en su
implementación, en su aparato conceptual, por lo
que es llamado, todavía muy oscuramente, el ani-
mal? Está comprometido, más bien, con una tesis de
la animalidad en general, de la cual cualquier ejem-
69
RESPONSABILIDAD

pío haría el trabajo... estas dificultades —ésta es al


menos la proposición que someto a discusión— ...
traen las consecuencias de un serio hipotecamiento
[hypothéque, la palabra tomada para un gran prés-
tamo hipotecario, por ejemplo, para financiar la com-
pra de una casa) que pesa sobre la totalidad de su
pensamiento (OS, p. 57).

Esta es una denuncia, y Derrida se mantiene tras


ella: «Esta ... es la proposición que someto*. Debe
recordarse que la discusión sobre la política co-
rrecta comienza con la imposibilidad de evadir la
unilateralidad de la subjetividad. En la lectura de
Derrida, ésta es una de las mayores irresponsabi-
lidades filosóficas de Heidegger en el período de su
Discurso rectoral: tratar de evitar esa unilaterali-
dad a través del tachado de la destruktion. En ese
capítulo vemos «la época de» —tanto la era de como
el poner-entre-paréntesis la región filosófica de—
«la subjetividad», dada con el adjetivo «cartesiano-
hegeliano» (OS, p. 55). Y, en el párrafo citado
prolijamente, la desconstrucción de la ontología
se proclama amenazada o, más bien, comprometi-
da, por el animal; tan pronto como se sale del asien-
to del spiritus cartesiano-hegeliano se le retira de
la subjetividad. Es en este contexto que Derrida
trae de nuevo a colación la cuestión sobre la res-
ponsabilidad específicamente política.
Entre la piedra y el Dasein, el animal es «la cria-
tura viviente». «La pobreza privativa marca en rea-
lidad la cesura o la heterogeneidad entre lo no-
viviente y lo viviente, por un lado, y entre el ani-
mal y el Dasein humano, por el otro» (OS, p, 55):

Este limite absoluto entre la criatura viviente y el


Dasein humano, toma distancia no solamente de todo
biologísmo e incluso de toda filosofía de la vida (y asi
de toda ideología política que pueda arrastrar aspi-
raciones más o menos directamente de ellos), sino
también ... de una temática rilkeana que une aper-
70
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

tura y animalidad. Para no mencionar a Nietzsche


(OS, 54).

Derrida no menciona mucho a Nietzsche en este


libro. Pero aquí hay una indicación del por qué,
para él, Nietzsche se mantiene como una figura
menos oscura: porque él cuenta con la animalidad
viviente de lo humano. En cuanto a Heidegger,
Derrida pregunta:

¿Qué es ser-para-la-muerte? ¿Qué es la muerte para


un Dasein que nunca es definido esencialmente como
una cosa viviente? No es un asunto de oponer la
muerte a la vida, sino de preguntarse qué contenido
semántico puede dársele a la muerte en un discurso
cuya relación con la muerte, la experiencia de la
muerte, se mantiene sin relación con la vida del ob-
jeto viviente (OS, p. 120).

No es solamente que la Destruktion no puede


ser usada para evitar la unilateridad de la subjeti-
vidad cuando el espíritu está unido por una posi-
ción tomada en su nombre. Eso, si lo fuera, sería
el límite superior. Pero es también que, al no ser
capaz de llenar la vida y en consecuencia la muer-
te de significado, al no haberle dado lugar a lo
animal-en-lo-humano, la filosofía heideggeriana no
puede ser una filosofía de la vida, es decir, si lo
fuera, sería el límite desde abajo.
Debemos tener en mente esta primera elabora-
ción cuando Derrida discute la negativa de Hei-
degger de la maldad en el animal, porque la mal-
dad es espiritual [geistlich) (OS, p. 103)26. Por la
lectura de Derrida, puedo sugerir que «ahora de-
beríamos decir de la maldad lo que Derrida dice
del espíritu del animal: el animal es pobre en mal-
dad [Bósarm tal como sería Geistarm], tiene mal-
dad pero no tiene maldad y este no-tener es un
modo de ser-capaz-de-ser/tener maldad» (v. p. 31)-
La discusión sobre el animal emerge en Del es-
71
RESPONSABILIDAD

pirita a propósito de un gesto tipográfico: el tacha-


do. Quizá ahora estemos listos para leer el párrafo
sobre el texto heideggeriano completo:

Soñar en lo que el corpus heideggeriano se parecería


el día en que, con toda la aplicación y consistencia
requerida, la operación prescrita por él en uno u otro
momento pudiera realmente llevarse a cabo: «evite»
la palabra «espíritu», o al menos colóquela entre co-
millas, luego tache todos los nombres que se refie-
ran al mundo cuando quiera que uno esté hablando
de algo que, como el animal, no tenga Dasein, y en
consecuencia no sea solamente un pequeño mundo,
estonces coloque la palabra «Ser» en todos los luga-
res que fueron tachados, y finalmente tache, sin una
tachadura, todas las comillas cuando sea un proble-
ma de lenguaje, por ejemplo, indirectamente, de todo,
etc. Uno puede imaginarse la superficie de un texto
entregado a la roedora, rumiante y silente voracidad
de dicha máquina-animal y a su «lógica» implacable.
Esto podría estar no solamente «sin espíritu», sino
ser una figura del demonio (OS, p. 134).

La desconstrucción o Destruktion no puede vol-


verse un asunto de obedecer y ampliar una tipo-
grafía obsesiva, un calificar todo lo que una lea,
escriba o diga: «todo, etc.». Una debe recordar que
estos gestos tipográficos son maneras de recordar
los límites que una no puede atravesar, más que
maneras de representar salvavidas teóricos con-
tra toda la filosofía previa. El espíritu no puede ser
amarrado politizando en su nombre, pues la filo-

' Para una apreciación completa de este argumento del libro,


uno debe seguir cuidadosamente la curiosa trayectoria heide-
ggeríana con respecto a la palabra espíritu, la manera en que
la cita, y la valoración de las palabras relacionadas, cuidado-
samente esbozadas en ella. En este párrafo, se muestra que ha
sido alterada una temprana relación entre geistig y geistlich.
72
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

sofía heideggeriana tampoco puede superar ella


misma su propia abierta animalidad; no tiene un
arsenal tipográfico para recordar ese límite. Y como
consecuencia —como el párrafo que cité arriba está
construido imitando la «lógica» de un ideal de tra-
bajo—. es ese punto flaco desprotegido el que
provee el nombre del texto, donde cada deseo de
una filosofía destruktive se completa; todo lo que
quieras decir es devorado, el filósofo nietzscheano
automodelado en la vaca que masca crudamente
(contemplativamente) se va fuera de control, no se
responsabiliza ante el espíritu, sino que queda apo-
derado, no por el animal (pues está fuera de con-
trol), sino por una máquina-animal que es tacha-
da antes del tachar27. Recuerden:

el animal no puede ser el demonio según esta filoso-


fía. Consecuentemente, en el ideal de su cumplimien-
to, (la superficie del) texto controlado por el animal
(máquina) es (una figura del) demonio. Para tomar la
fuerza de la «figura» puedo, una vez más, volver a
•Shibboleth», mi vademécum de la lectura responsa-
ble28.

Esta es una acusación a la irresponsabilidad de


Heidegger por, y en, la filosofía; la irresponsabili-
dad de esa filosofía desde su poderoso comienzo.

27Friedrich Nietzsche: On Che Genealogy of Moráis and Ecce


Homo, Vintage, Nueva York. 1969, p. 23.
28 En «Shibboleth», una «figura» recuerda una imposibilidad,
aquí tal vez la imposibilidad del animal. En un párrafo brillan-
te en que la figura y el tropo se vuelven sinónimos. Derrida
recuerda a Ulises usando la «politropía». la primera afirmación
de Homero de su héroe. La búsqueda de Ulises por Derrida,
ese otro mediterráneo entregado al tropo, está en todo su tex-
to. Para sus «compañeros de escuela», la forma de la palabra
figura conduce a todos los lazos y sobrelazos de la responsabi-
lidad («Shibboleth» en Acts of Uterature, pp. 386-387).
73
RESPONSABILIDAD

No es eludir la responsabilidad: buena filosofìa,


mal hombre. Un ex-derridiano me dijo reciente-
mente: «Heidegger fue un nazi, y Jacques debió
decirlo». Esto asume que Derrida hace descons-
trución cuando hace filosofia, pero la detiene cuan-
do hay necesidad de hablar francamente. Parece
más responsable —en vez de retroceder en la falaz
simplicidad de una proposición (Heidegger fue un
nazi) y tomar esto como el desempeño absoluto de
su responsabilidad filosófica— decir que este filó-
sofo, quien tiene incesantemente proposiciones
desconstruccionistas, filosofa tocando todos los
registros, sin degenerar su complicidad, para pre-
sentar la filosofía heideggeriana como un
pharmakon, que puede haber sido medicina con-
vertida en veneno29.
No es necesario descubrir esta proposición, des-
pués de todo Heidegger simplificó las cosas al ha-
cerse miembro del partido.
La academia liberal euroamericana —que ince-
santemente es cómplice del texto de explotación;
que posiblemente apoya la esclavitud de niños cada
vez que él/ella bebe una taza de té; que paga im-
puestos para destruir los ecosistemas de sobrevi-
vencia de los pobres del mundo; que algunas ve-
ces habla de un «marxismo» liberal-humanizado,
fuera de época, y que habla sin duda contra la
agresión militar de los Estados Unidos; que es pro-
fundamente irresponsable de la obligación acadé-
mica de no escribir sobre algo que se lea descui-
dadamente— no puede entender la complejidad de
este veredicto. Para ella, es la feliz euforia de estar
en la derecha. Que su relación con el capitalismo

Sobre el Pharmakon, ver J. Derrida: «Plato's Pharmacy» en


Dissemination, University of Chicago Press, Chicago, 1981, pp.
95-117.
74
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

dominante no sea igual a la desconstrucción para


Heidegger y, consecuentemente, si envuelva «res-
ponsabilidad», no es algo a lo que ellos puedan
llegar a través de su propia reflexión (la cual no se
abrirá a sí misma ante lo que se le resiste). Y cier-
tamente no están dispuestos a ver si son capaces
de aprender a través de la desconstrucción. Para
ellos, la desconstrucción permanece atrapada en
la competencia de cuál espada está más afilada .
Dei espíritu se preocupa por el argumento filo-
sófico, el contenido semántico, retórico y tipográ-
fico, todo lo cual recuerda límites (y todo lo cual
debe mantenerse abierto a la «puesta-en-marcha»).
Es entonces notable que el ideal del corpus satu-
rado heideggeriano no esté conectado a un deba-
te, sino que se escenifique —como una pausa mo-
mentánea y declarada— en el paréntesis de una
larga nota a pie de página sobre las «marcas y los
signos» en Heidegger; de un «imperceptible —para
Martin Heidegger como para cualquiera—... stra-
tum que aparenta prominencia luego del evento»,
que concierne más a un «ejemplo ... adicional y
otro, que a un ejemplo», que corresponde «al ver-
dadero origen de la responsabilidad», signos y
marcas que

asignan ... tantas nuevas tareas al pensamiento, y a


la lectura ... no sólo para leerá Heidegger y servirse
de cierta piedad hermenéutica o filosófica. Más allá
de una siempre necesaria exegesis, esta relectura
esboza otra topología para tareas nuevas, para lo que
continúa por situarse en la relación entre el pensa-

30 «Quien quiera que transponga la critica radical de ¡a razón,


en el dominio de la retórica, para hacer borrosa la paradoja de
la auto-refere ncial i dad, también obstruye ta espada de la críti-
ca de la razón misma» (v. Jürgen Habermas: The Philosophical
Discourse of Modernity, MIT Press, Cambridge. 1987, p. 210).
75
RESPONSABILIDAD

miento de Heidegger y otros lugares del pensamien-


to (OS, pp. 132-33).

En otras palabras, el ideal se mantiene a flote don-


de Derrida parece estar rescatando su pensamiento
a través de su «nueva política de lectura», que pa-
reciera ser un caso de: pensamiento rescatable,
hombre limitado". A través de los años al tratar
de aprender a mi manera «el silencio dramático de
los signos pragmáticos» en la desconstrucción, he
seguido la pista de las marcas y signos de Del es-
píritu (como si fuera el «trabajo ideal») para ofre-
cer un «análisis salvaje» no autorizado. No puedo
olvidar que la critica más importante de Freud al
psicoanálisis salvaje fue su irresponsabilidad, el
ignorar la estructura robusta de la respuesta-res-
ponsable de la transferencia'2.

(¿Es simplemente este sentimiento de incomodi-


dad el que me hace sentir un momento similar de
incomodidad en Derrida? Derrida censura abier-
tamente a Heidegger por su deslealtad hacia Hus-
serl, de nuevo en términos de la responsabilidad
hacia su propia filosofía del tachado:

Y el hecho continúa siendo —más allá de cualquier


contestación posible—, que él borró [él no tachó esta

31 Para esta nueva politica de la lectura, ver J. Derrida:


•Otobiographies: The Teaching of Nietzsche and the Politics of
the Proper Name» en The Ear of the Other: Otobiography.
Tranference, Translation, Schocken Books, Nueva York. 1985,
pp. 29-32.
32Sigmund Freud: «Wild Psychoanalysis» en Standard Edition
of the Complete Psycho-Analytic Works, Norton. Nueva York.
1961. vol. 11, pp. 219-227.
76
GAYATR! CHAKRAVORRÍ SprVAK

vez. él borró] la dedicatoria de Sein und Zett a Hus-


serl para que el libro pudiera ser publicado, en un
gesto que reconstituye la borradura como un tachar
imborrable, mediocre y odioso (OS. p. 121).

Pero en la misma nota él apunta (y para mi, como


producto del imperialismo, ésta es una rara va-
lentía) que en un

texto presentado en Viena en 1935 ... justo después


de hacer la pregunta «¿Cómo debe ser caracterizada
la figura espiritual de Europa?, Husserl añade: «En
un sentido espiritual, las posesiones inglesas y los
Estados Unidos pertenecen claramente a Europa;
pero no los esquimales, o los indios de los zoológicos
viajantes, o los gitanos que rondan permanente-
mente como vagabundos por toda Europa» (OS, p.
121).

El incluso está consciente de la estructura jerár-


quica y racista de una mente propensa al imperia-
lismo:

En consecuencia, es aparentemente necesario —para


poder salvar las posesiones inglesas, el poder y la
cultura que ellas representan—, hacer una distin-
ción, por ejemplo, entre buenos y malos indios ... y
esta referencia al espíritu, y a Europa, no es un or-
namento externo o accidental para el pensamiento
de Husserl, como no lo es para el de Heidegger. Jue-
ga un gran rol organizativo en la teología trascen-
dental de la razón como humanismo eurocéntrico ...
La cuestión del animal nunca está muy lejos: «así
como el hombre, e incluso el Papú [énfasis mió -J.D.],
representa un estadio nuevo en la animalidad en con-
traste con los animales; asi la razón filosófica repre-
senta un nuevo estadio en la humanidad y en su
razón» (OS, p. 122).

Una vez señalado esto, Derrida se ocupa del ba-


lance de los dos lados:
77
RESPONSABILIDAD

¿Habría [Heidegger] botado a los «no-arios» fuera de


Europa, sabiendo que él mismo era un «no-ario»,
como Husserl? Y si la respuesta es «no», aparente-
mente «no», ¿con toda seguridad es por razones dife-
rentes a aquellas que lo distanciaban del idealismo
trascendental? ¿Es peor lo que hizo o lo que escri-
bió? (OS, p. 122).

Esto es entonces lo que escucho incómoda. «¿Dón-


de está lo peor [le pire]? Esta es quizá la cuestión
del espíritu».
¿Por qué cita el título de su libro allí? El de-
mostrativo es aún más fuerte en francés: «voilà peut
33
-être la question de l'esprit» . ¿Es que un ejercicio
que pese lo bueno contra lo malo, no puede no ser,
en cierto sentido, un fracaso de la apertura-sin fin
de la responsabilidad o de la indesconstructibili-
dad de la justicia? No lo puedo saber, pero lo se-
ñalo.

Volvamos a la nota sobre la máquina-animad. Al


final de la pausa-ideal, antes de marcar el final,
Derrida escribe: «La lectura perversa de Heidegger».
Perversa, pero posible, no idiosincrática; la lectu-
ra perversa34. El artículo no es indefinido. Y el fran-
cés —»la lecture perverse de Heidegger»— permite
también la interpretación «Heidegger leyendo per-
versamente».
Puede, por supuesto, decirse que Del espíritu

33 J. Derrida: De l'esprit- Heidegger et la question, Galilée. Pa-


ris, 1987, p. 96.
34 Derrida, al igual que Milton, es frecuentemente un literato
creativo del latin vernáculo. Per-verse contiene la doble carga
posible de «a través de (su) alejamiento», así como el más co-
mún «alejándose», «alejarse en la dirección equivocada».
78
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

intenta conversar con Heidegger, alejarse con él


en la oscuridad, tal vez perversa; suspender su
filosofía mientras le hace trampas al espíritu. Yo
puedo tomar perversa en el sentido coloquial y
contrastarlo con la critica de Derrida a los parti-
darios eminentemente sanos del Heidegger tardío.
Dirijámonos a la estructuración de esa larga
nota a pie de página que trata precisamente sobre
la pregunta: ¿Fue preservada la pregunta en otra
forma en el Heidegger tardío? La oración que divi-
de esta larga nota es la siguiente: «El lenguaje,
siempre, antes de cualquier pregunta [nótese la re-
ferencia] y en ella misma, remite a [revient á] la
promesa» (OS, p. 94). La nota glosa el pensamien-
to de lo que es anterior a la pregunta. Y ello nos
prepara para sobrepesar la oración siguiente: «Esto
también sería una promesa del espíritu».
Dejemos que el lector trabaje la referencia al
título del libro, otra vez, en esta coyuntura donde
la promesa (el pensamiento debe obedecerla para
ser pensamiento) es juzgada duramente en contra
de la pregunta (la reflexión debe recordar la res-
ponsabilidad para ser responsable).
En la misma nota a pie de página, Derrida deja
que textos del Heidegger tardío marquen extensa-
mente a la ahora «promesa [gage] pre-originaria ...
que compromete ... a la pregunta en una respon-
sabilidad que no ha escogido y que le asigna in-
cluso su libertad» (OS, p. 130); pero luego, él ofre-
ce su propio comentario, con tonos inequívocamen-
te enfáticos:

Pero tiene que admitirse que el pensamiento de una


afirmación anterior a cualquier pregunta —y más
apropiada para reflexionar que cualquiera—, tiene
que tener una incidencia ilimitada... en la casi-tota-
lidad del camino previo del pensamiento de Heidegger
... Este escalón transforma, o deforma (como prefie-
ran), todo el paisaje hasta el extremo de que ese pai-
79
R&SPOMSABI LI DAD

saje ha sido constituido antes (deuant] de la —in-


flexible— ley del más radical cues tí finamiento ... Per-
mítanme recordar que el punto de partida del análi-
sis del Dasein—y en consecuencia del proyecto mis-
mo de Sein und Zeit— estuvo marcado por la apertu-
ra del Dasein a la pregunta; [aqui Deirida vuelve a
traer a colación la subjetividad cartesiana-hegeliana]
y que toda la ontología de la Destniktion tomó como
su blanco, especialmente en la modernidad post-
cartesiana, un cuestionamiento inadecuado del Ser
del sujeto, etc. Este cataclismo retrospectivo pare-
ciera dictar un nuevo orden .,, construir un discurso
bastante diferente, abre un camino bastante diferente
de pensamiento... y remueve —un gesto altamente
ambiguo— el remanente de Aufkláning que conti-
nuaba latente en el privilegio de la pregunta (OS, p.
131)35.

15 En vista de la oración que sigue, puede no ser irresponsable


afirmar que Derrida está aquí profundamente inquieto por el
hecho de que Heldegger deje ir el último vestigio de la Ilustra-
ción. La actitud ambigua del propio Derrida frente a la Ilustra-
ción, a la cual honra en la formulación de Leibnitz sobre el
principio contable de la razón (principium reddendae rationis)
más que a la formulación de Kant sobre el uso publico de la
razón, es en realidad aquello que puede recordarse como lími-
te en su muy extenso recurso: «Incluso si el obsequio» —y creo
que la responsabilidad puede ser un nombre de la inmediata-
mente necesaria e imposible transformación del obsequio en
simulacro— «no fuera nunca sino un simulacro, uno debería
continuar rindiendo cuenta de la posibilidad de ese simulacro.
Y uno también debería rendir cuenta del deseo de rendir cuen-
ta. Esto no puede hacerse contra o sin el principio de la razón
(principium reddendae raííonís), incluso si lo último encuentra
allí tanto su limite como su recurso» (J, Derrida: Given Time, p.
31: para la referencia de Leibnitz, v. J. Derrida: «Principie of
Reason», pp. 7 y ss.). De nuevo, «nada me parece menos fuera
de tiempo que el clásico ideal emancipatorio. No podemos in-
tentar descalificarlo hoy, asi sea cruda o sofisticadamente, al
menos no sin tratarlo muy a la ligera y formando las peores
80
GAVATHJ CHAKBAVOKTY SPIVAK

Me he topado con muchas lecturas incomprensi-


bles de este texto, particularmente de lectores que
imitan la moda sin trabajar íntimidantemente el
argumento preciso. El punto es, por supuesto, que
no es una denuncia abierta sino el doble lazo de la
responsabilidad desconstruida, practicada en el
filosofar, difícil de asumir, difícil de reconocer. ¿Pero
de qué es una responsable? —¿de la comprensión
y el aplauso de académicos impacientes?—. En
consecuencia me tomo la libertad de recomendar
una lectura lenta de la siguiente oración: »De he-
cho, sin creer que nosotros podemos en lo sucesi-
vo no tomar en consideración este profundo cata-
clismo, no podemos tomar seriamente el imperati-
vo de dicha 'recommencement'» (énfasis mío). De-
rrida da sus razones, y es después de esto que
propone una «nueva estrategia», «otra topología»,
y, hablando estrictamente, comienza el último
movimiento de Del espíritu, desconstruyendo a
Heidegger, para sus «compañeros de escuela»,
aquellos que han aprendido que la desconstruc-
ción no es la revelación de un error sino «una nue-
va política de lectura». En la nota a pie de página,
él no dice nada más acerca de la nueva estrategia

complicidades. Pero más allá de estos territorios identificados


de la politización-jurídica en la gran escala geopolítica, otras
áreas -que al principio podrían parecer secundarias o margi-
nales- deben abrirse constantemente» (J. Derrida: «Forcé oí
Law«, pp. 971-973}. La crítica de Derrida a Heidegger, traduci-
da en mi irresponsabilidad por lecturas más crudas, es que él
deja ir la Ilustración [que pudo haberle abierto los márgenes)
en nombre de un espíritu que puede ubicarse en una «Europa*
que no puede abrirse a los márgenes. Incidentalmente. en una
escala más restringida, nuestra relación con el capitalismo, y
la de Derrida, y mi relación con el imperialismo, en realidad ia
relación feminista con ambos (dividida a lo largo de ¡as líneas
Norte-Sur o postcoloniales), comparten la estructura de la re-
lación entre la posibilidad y el principio de razón.
81
RESPONSABILIDAD

(a pesar de que el texto consecuente y gradual-


mente declara más y más su propia
[desjconstrucción de Heidegger), porque «mi pro-
pósito me obliga a privilegiar las modalidades del
evitar (vermeiden) y notar el silencio dramático de
los signos pragmáticos» (OS, p. 133).
Es suficientemente curioso que, después de esta
oración enigmática, la nota a pie de página se de-
tenga en el ideal de la producción completa del
drama de los signos pragmáticos: una figura del
demonio. Y este ideal de una figura viene antes de
los párrafos finales de la nota, lo que pareciera
implicar que incluso en el Heidegger tardío, «lo
propio del hombre llega sólo en esta respuesta o
en esta responsabilidad» (OS, p. 135). Derrida se
ve obligado a admitir esto, porque «en la conferen-
cia de Essex ... Françoise Dastur me recordó que
este párrafo de Unterwegs zur Sprache, realmente
plantea problemas. Le dedico esta nota como mues-
tra de gratitud» (OS, p. 136). La responsabilidad
de un filósofo es reconocer un contraejemplo en
su argumentación general. Creo que para poder
mostrar que no es más que un el párrafo que plan-
tea problemas —como si enunciara «Shibboleth»
con el acento correcto—, Derrida acomete con esta
nota tan elaborada para mostrar, aún más, que la
única manera de responder al pensamiento sobre
la responsabilidad que Heidegger traiciona es
desconstruyendo la Destruktion: otra estrategia ...3fi
Al mantener la estrategia del proyecto descons-
trutivo, en este capítulo del libro se comienza a
resquebrajar la identidad del hombre llamado Hei-

18 Para la referencia sobre la contraseña correcta, v. J. Derrida:


«Shibboleth», pp. 399-409. Se abre aquí la especulación por
medio de un juicio de Heldegger a través de los temas de la
diáspora y la migración.
82
GAYATRI CHAKKAVORTY SPIVAK

degger, primero construyendo a Trakl como el ven-


trílocuo de Heidegger, por sobre la propia identi-
dad contestataria de Derrida; es como sigue:

¿Qué es el espíritu? la respuesta está inscrita en


máximas que traducen ciertas afirmaciones poéti-
cas de Trakl ... Por falta de tiempo tendré que res-
tringirme a una tosca afirmación que creo es difícil-
mente cuestionable: afirmaciones como las que aca-
bo de citar y traducir —como espíritu-en-ílamas— son
obviamente afirmaciones de Heidegger. No ... pro-
ducciones del sujeto Martin Heidegger (OS, pp. 84-
85).

Luego, Derrida debilita «la identidad de Heidegger»


un poco más, imponiendo la palabra revenant so-
bre el extraño Trakl-heideggeriano a quien el espí-
ritu sigue en un «viaje que permitiría una inter-
pretación ... más original ... que ... el origen y la
decadencia corrientes en la interpretación domi-
nante, es decir, la metafisico-cristiana». Derrida
escribe,

como un revenant. ... * Revenante no es una palabra


de Heidegger, y sin duda a él no le habría gustado
que se le impusiera por sus connotaciones negati-
vas, metafísicas o parapsíquicas, que él se habría
tomado el trabajo de denunciar. Yo, sin embargo, no
la borraré (OS, p. 89).

A estas alturas del texto no hay ningún intento


serio por Justificar estas imposiciones. Y en un par
de páginas, una frase crucial fue dividida por la
larga nota a pie de página que hemos leído. (¿Qué
significa decir que «por falta de tiempo ... haré una
tosca afirmación», cuando una está esperando una
nota a pie de página, de siete páginas, bellamente
moldeada?). La autoridad de «Martin Heidegger»
está siendo desconstruida aquí; su texto está sien-
do tomado (¿o invertido?) por «otra estrategia», una
83
RESPONSABILIDAD

responsabilidad mayor que la fidelidad a un nom-


bre propio.
Si las afirmaciones de Trakl son afirmaciones
«de Heidegger», qué significa decir, como hará De-
rrida en el siguiente capítulo —luego de una cui-
dadosa discusión de lo que «el origen-heterogéneo»
[en el lugar de la posición previa de la cuestión
sobre el origen) podría significar en Heidegger—■,
que los gestos hechos para arrebatar a Trakl del
pensamiento cristiano del Geist me parecen labo-
riosos, violentos, algunas veces simplemente cari-
caturescos, y en conjunto no muy convincentes ...
Es en referencia a un bosquejo extremadamente
convencional y prostituido del cristianismo que
Heidegger puede proclamar la des-cristianización
del Gedicht de Trakl. ¿Podría en este caso ser el
origen-heterogéneo otra cosa —que no es nada—
que el origen del cristianismo: el espíritu del cris-
tianismo o la esencia del cristianismo? (OS, pp.
108-109).
No, no es nada. El Heidegger tardío (¿es éste el
del nombre propio?) está siendo entregado a ese
mismo cristianismo-metafísico al que contestó
fuertemente. Y después de esto, el libro emprende
un intercambio entre Heidegger y sus apologistas
cristianos —«como yo estoy haciendo aquí las pre-
guntas y las respuestas, yo imagino las respues-
tas de Heidegger» (OS, p. 111)—, cada uno está
rivalizando por proclamar el espacio del otro, ca-
sualmente ecuménico; este Heidegger incluso com-
place al «espíritu» judío (ruah) con un «Yo no me
estoy oponiendo a nada... ni siquiera (olvidé a ese)
[el discurso) al ruah. Digo esto sobre la base de la
llama que uno piensa pneuma o spiritas o, como
ustedes insisten, ruah, etc.» (OS, pp. 111 y 112).
«Aquéllos que yo [Derrida] llamo teólogos» invoca-
ron con entusiasmo, en su momento, «a mi amigo
y correligionario, el judio mesiánico. No estoy se-
guro de que los musulmanes y algunos otros» —el
84
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

«etc.» de Heidegger hace juego con esto— «no se


unirían en el concierto o en el himno» (OS, pp. 110
y 111).
En esta suave conversación multicultural, un
Heidegger blanqueado responde a los reproches
con un «yo sigo el sendero del enteramente otro»
(OS, p. 113). La llamada del enteramente otro, hacia
el cual una guarda responsabilidades y a quien
llama a la pregunta, ahora se ha convertido en
esto. Y «tachar no es una palabra neutra», escribe
Derrida, «conlleva el riesgo ... de recordar la for-
ma-de-cruz tachada bajo la cual uno deja al ser
[l'être] o a Dios sufrir» (OS, p. 112; el orden de las
palabras está cambiado)37. El mismo tachado es
sustituido por la metafísica cristiana, tal como
Cristo el hombre [¿Dasein?, l'être está en letras
minúsculas) es tachado en la Cruz, como Dios bajo
una borradura. Tal vez yo esté hablando irrespon-
sablemente aquí, pero este último momento del
libro me parece que confronta al cristianismo eu-
ropeo en su profundo antisemitismo, incluso en
su pose ecuménica autoconciente38. En realidad,
es un párrafo bastante directo el que introduce
este último momento:

Uno puede, entonces, imaginar una escena entre


Heidegger y ciertos teólogos cristianos. ... Podría ser

37 Todo el texto de Spivak/Derrida, mantiene un juego con la


palabra «cross», que conlleva la doble traducción de «cruzar»
—tachar— y «cruz». Pese a su importancia aquí, en esta tra-
ducción al español no he seguido dicho Juego, pues me parece
que las palabras «tachar» y «tachadura» reproducen mejor la
intención global (NT1.
38 Me tomo la libertad de remitir a mi discusión sobre Moisés y

el monoteísmo de Freud en «Pwrhoanalysis in Left Field», pp.


58-60.
85
RESPONSABILIDAD

en verdad un intercambio extraño ... Estamos ha-


blando de «eventos* del pasado, presente y futuro,
una composición de fuerzas y discursos que parecen
haber estado librando guerras inhumanas en uno y
otro (por ejemplo, desde 1933 hasta nuestros días).
Tenemos una combinatoria cuyo poder se mantiene
abismal. Con todo rigor no disculpa ninguno de los
discursos que pueden intercambiar asi su poder. No
le deja un lugar limpio abierto [ne laisse ta place nette]
a ninguna autoridad que sirva de árbitro. El nazis-
mo no nació en el desierto. Todos lo sabemos, pero
debe ser constantemente recordado. E incluso si,
alejado de cualquier desierto, creció como un hongo
en el silencio de un bosque europeo, lo hizo a la som-
bra de grandes árboles, al abrigo de su silencio o su
indiferencia, pero en el mismo suelo ... En su enra-
mada taxonómica, ellos toleraron los nombres de
religiones, filosofías, regímenes políticos, estructu-
ras económicas, instituciones religiosas o académi-
cas. En resumen, lo que tan confusamente se llama
cultura, o el mundo del espíritu (OS, pp. 109-110).

«Cuyo poder se mantiene abismal». La palabra abis-


mal combina tanto los matices del abismo, como
el contrarreflejo interminable del mise en abisme
—los espejos que dan cara al heráldico blasón. La
potencialidad para algo como el nazismo (y yo, casi
sin autoridad, incluiría aquí la demonízación de
ese otro Libro del Pueblo, el Islam), es siempre
potencialmente posible en el legado cultural cris-
tiano-europeo. Cuando, al final del libro, leemos
que la única esperanza está en el ir y venir del
diálogo -—«es suficiente el continuar hablando, el
no interrumpir»— no podemos olvidar la fea des-
cripción del párrafo anterior (OS, p, 113), El inter-
cambio imaginado entre el Heidegger tardío y sus
interlocutores contemporáneos no puede lograr
nada. Y Del espíritu termina con un desaire deli-
berado de las precauciones filosóficas de Heidegger,
incluso como parodia de su primer principio filo-
86
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

sóflco: el espíritu hará el resto. Pero este espíritu


es un fantasma (hay un interesante error de im-
presión en la traducción al inglés, casi como si los
traductores no pudiesen tolerar dicha irreverencia),
está tanto en llamas como en cenizas, y no puede
evitarse. En la versión de Del espíritu, en este ir y
venir, Martin Heidegger y la pregunta llegan a un
callejón sin salida; una caricatura de la respues-
ta-estructural de la responsabilidad. La descons-
trucción de Heidegger se ha ido a otro lado, si-
guiendo la huella de una responsabilidad que el
mismo Heidegger abandonó, a medio camino, en
su prueba de su puesta-en-marcha. Una debe
aprender a leer para poder ver qué ocurre, para
poder responder al debate. Esto no es la unión de
la literatura y la filosofía39. Es utilizar los recursos
de la escritura para filosofar.

2
Esta formalización —no autorizada— del silencio
dramático de Del espíritu, no es más que un esta-
dio intermedio. Quiero ahora ofrecer otra instan-
cia de lo que he aprendido de este texto sobre la
responsabilidad: la máquina-animal de la infor-
mación completamente programada, y una com-
binatoria «europea» cuyo poder continúa abismal,
tanto que los dos lados parecen sostener una con-
versación interminable, mientras un espectro hace
el resto. Por supuesto, más que hablar en sentido
estricto, siguiendo una argumentación, estoy ha-
ciendo la pantomima de una progresión de imáge-

33 Para una descalificación de Derrida. por unir la filosofía y la


literatura en sus sentidos disciplinarios, v. J. Habermas:
Philosophical Discourse, pp. 185-210.
87
RESPONSABILIDAD

nes. ¿Es esto responsable para el texto? El con-


cepto y la metáfora están en uno y en otro. -

3. CONFERENCIA SOBRE EL PLAN DE CONTROL DE


INUNDACIONES (FAP) EN BANGLADESH, (PARLAMENTO
EUROPEO, ESTRASBURGO)

Yo no leo aquí la silenciosa dramaturgia de los sig-


nos pragmáticos, que la convención considera de-
cadente «leer», porque no es más que el andamiaje
transparente que apoya el texto de la razón. Leo,
más bien, la dramaturgia, aparentemente no
escenificada, que la convención considera que son
(la textualidad transparente o el teatro de) los he-
chos. Me apresuro a completar lo que Derrida pos-
pone:

Y como desde el comienzo de esta lectura hemos es-


tado hablando nada más que de la «traducción» de
las reflexiones y discursos de lo que comúnmente se
llama «los eventos» de «la historia» y de «la política»
(pongo las comillas alrededor de todas estas oscuras
palabras), también seria necesario «traducir» lo que
dicho intercambio de lugares puede implicar en su
posibilidad más radical. Esta «traducción» aparenta
ser tanto indispensable como, por el momento, im-
posible (OS, p. 109).

El «momento» en esta última oración puede estar


colocado allí por la indefinida proa diferencial del
presente en movimiento. Pero yo literalizo. Apun-
to para acercarme oblicuamente al paréntesis, para
ver quién puso las comillas alrededor de esas os-
curas palabras en otro texto, no sólo traducido
desde Europa sino transferido, aunque mantenién-
dose el mismo. Leo el desarrollo de una pequeña
conferencia preparada por el Partido Verde del
Parlamento Europeo.
Tanto se ha escrito sobre la relación entre ora-
88
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

dores y retóricos, que parece innecesario elaborar


el punto. El mismo Derrida escribió sobre ese tema
de Rousseau40. Marx describió, en la forma de una
sostenida metáfora teatral, el conjunto parlamen-
tario con sus representantes, quienes deben
vertreten (representar) más que darsteUen (repre-
sentar)41. También es seguramente obvio el rol
magnificado del golpe delicado e irregular de la res-
ponsabilidad^-como-contabilidad que se juega aquí.
Los miembros son responsables ante sus electo-
res. Derrida ha escrito indirectamente sobre las
convenciones de la representación del «público»,
ante el que es responsable el representante, en «Cali
It a Day for Democracy»42.
Recordemos también el otro sentido, ligeramen-
te más extraño, que se le da a la «responsabili-
dad»: la transferencia de «respuestas» que se
bandea de un sujeto al otro, desentrañado por un
mise en abime. Hay una mise en scéne de esto en
la estructura de un parlement —un lugar donde
los hombres (típicamente) razonan juntos.
Añadámosle a esto que la conferencia fue orga-
nizada por un grupo —con un representante en el
Parlamento— que se siente responsable por la Na-
turaleza (tanto la animal como la de ese mundo
mundano llamado «tierra») como el Otro del Hu-
mano —un grupo concientemente responsable por
el rescate de la responsabilidad abandonada del
ser humano-en-la-tierra, y representativo de aque-
llos que han recordado esta responsabilidad; esos
seres humanos que son al fin completamente hu-

40 J. Derrida: Of Grammatology, pp. 229-268 y pasi/n.


41Karl Marx: «The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte» en
Surveys from Exile, Vintage, Nueva York, 1974, pp. 143-249.
42 En J. Derrida: The Other Heading: Reflections on Today's

Europe, Indiana University Press, Bloomington, 1992, pp. 84-


129.
89
RESPONSABILIDAD

manos. Pienso que puede decirse que ellos hablan


en nombre del espíritu, en contra de la tecnología
y del capitalismo. ¿Esta «re-escritura del espíritu
en una demarcación oposicional», la hace unilate-
ral de la subjetividad? ¿Y cuan aterradora es la
contaminación?
La responsabilidad aparente en una conferen-
cia académica es primero la «verdad»; segundo, con
una misma —puesto que es una misma la que debe
representar—, y tercero con la audiencia —con
quien una debe comunicarse. Y todo esto tiene,
como sabemos, su séquito de problemas práctico-
filosóficos: una conferencia con una audiencia re-
gistrada (quienes en una situación como esa son
llamados rousseaunianamente «participantes»),
donde la obligación de quienes hablan es repre-
sentar una perspectiva nacional específica a tra-
vés de la preocupación internacional; como ellos
están colocados cara a cara en un espacio, llevan
consigo la representación (Darstellung) de una «res-
ponsabilidad» directa (como si Vertretung) en una
cierta profundidad abismal que imita los recursos
del teatro; recursos que son discutidos libremente
en la planificación y reconocimiento del evento, in-
cluso si son descalificados automáticamente por
el protocolo43. A estas últimas frases desgarbadas
debe dársele la carne y la sangre del detalle empí-
rico. Pero hay que agregar todavía otro elemento a
la contabilidad de cómo la responsabilidad «políti-
ca» y «humana» estuvo, en este caso, unida a una
estructura.
(Y el verdadero pensamiento sobre el contrato
llama a cuidado. No puede suponerse que una res-
ponsabilidad «pura» puede aparecer sin estruc-

Para una tabulación de los problemas práctico-filosóficos de


la comunicación en una conferencia internacional, v. J. Derri-
da: «Signature Event Context» en Margins, pp. 309-330.
90
GAYATRI CHAKRAVORTY SPÍVAK

turación y sin andamiaje. La llamada es un obse-


quio, pero la respuesta es, inevitablemente, un
efecto-intercambio. Este es el estímulo de una crí-
tica persistente, que debe, por siempre, tratar de
mantener el balance precario entre construcción
y destrucción: la desconstrucción.)
El contrato, entonces: el conjunto completo, des-
crito en el texto, fue montado como un diálogo entre
las fuerzas del «Desarrollo» y las voces de una «na-
ción en vías de desarrollo»; a los desarrollados se
les encargó construir un teatro de la responsabili-
dad, para disfrazar los mecanismos de una inver-
sión sin restricciones de capital.
****

(El diálogo es, de hecho, el nombre propio acepta-


do por la responsabilidad como intercambio-de-
respuestas, entendidas implícitamente como el
torrente de proposiciones o constataciones más que
como respuestas desde dos lados. Es una palabra
que adquirió estatus y uso corriente gracias a los
movimientos participativos de los sesenta que se
han desplazado a los nuevos movimientos socia-
les de los setenta y los ochenta, de los cuales el
Partido Verde europeo es heredero. Ya he indicado
un escenario posible de la responsabilidad que
puede construirse fuera de los presupuestos del
partido, entendido ampliamente. Esta otra pieza,
la implementación de esa responsabilidad a tra-
vés del diálogo, es la traducción de lo presupuesto
vuelto técnica. El pensamiento sobre la relación (o
no relación, o «relación») entre la justicia y la ley,
inaugurada por «la fuerza de la ley», determina
inevitablemente mi comprensión de la relación
entre la responsabilidad y el diálogo14. Pues yo sien-

44 J. Derrida: «Forcé of Law>, p. 947.


91
RESPONSABILIDAD

to que es correcto decir que en ese mundo, en ese


uso particular anglo-estadounidense, la falsa eti-
mología de «diá», como los dos que conversan, se
mezcla con el sentido «original» de algo que se efec-
túa a través del decir, la voz intermedia del dial-
egesthai que se mezcla también con el decir, como
en un cálculo. Pero permitamos que esto se conser-
ve como un paréntesis, pues mantenernos en esto
nos restringiría a la narrativa empírica. Sin em-
bargo, permítaseme decir que la felicitación fre-
cuentemente repugnante y embarrada que la in-
clusión de la narrativa empírica trae a la acade-
mia, en las humanidades, es incluso menos pro-
ductiva cuando no está acompañada por dichas
meditaciones.)

En realidad, la conferencia fue organizada para


institucionalizar un diálogo. La palabra diálogo (y
confrontación, cuya relación con la responsabili-
dad puede escribirse mucho) fue usada repetida-
mente en la conferencia, precisamente como aquel
fenómeno cuya institucionalización sería el primer
paso hacia la restauración de la responsabilidad.
Citemos una oración que resaltará el sentido jus-
ticia/ley, responsabilidad/diálogo, que debe tomar-
se por sentado para poder decidir, necesariamen-
te en la noche del no-conocimiento: «Las bases le-
gales para la consulta pública y la participación
de la gente debe asegurarse primero ... para poder
tener un diálogo significativo con el Banco Mun-
dial»48.

' ' Farhad Mazhar, tal como se cita en Leonard Sklar: «Drowning
In Aid: The World Bank's Bangladesh Action Plan» en Mul-
tinational Monitor, 4/1993, p. 13. El siguiente párrafo es de la
página 8 de la misma pieza.
92
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

Estoy hablando de una conferencia que fue des-


crita de la siguiente manera:

En una victoria de los activistas del Partido Verde de


Francia, Alemania y Holanda, el Parlamento Euro-
peo presidirá un debate abierto, sin precedentes,
sobre los méritos del FAP, del 26 al 27 de mayo de
1993, donde los oponentes al proyecto tendrán la
oportunidad de presentar directamente su caso a
muchos de los gobiernos que lo financian.

Permítanme presentar la situación en forma des-


carnada. (Si Derrida estuvo obligado a hacer afir-
maciones toscas por falta de tiempo, yo me veo
obligada a dar un sumario, pues no puedo espe-
rar ninguna familiaridad con los antecedentes del
Desarrollo en la lectura de la desconstrucción).
Bangladesh es un pequeño país, fértil, que con-
tinuamente se está haciendo bajo el flujo de in-
mensos ríos jóvenes. Estos ríos nacen en los paí-
ses vecinos y acumulan caudal hasta que llegan a
Bangladesh, en camino al golfo de Bengala; depo-
sitan enormes cantidades de sedimentos a medi-
da que sus aguas se dividen en innumerables ríos
tributarios. Se parece a la manera en que las gran-
des venas finalmente se despliegan en capilares
para dispersarse por la piel. Todo el país, aparte
de las montañas del Norte y del Este, es un blando
depósito aluvial, y la costa es una colección de mu-
chos pequeños deltas cambiantes, cubiertos por
pantanos de manglares:

Estos ríos se mueven porque son jóvenes y fuertes.


Por ejemplo, cuando el rio Brahmaputra está a su
máximo nivel, hasta montículos de 15 metros de alto
migran río abajo hasta a 600 metros por día. ... Son
comunes los movimientos de canales laterales hasta
800 metros por año.... Muchos expertos consideran
imposible el confinamiento de dichos ríos.... Esta es
también una de las localidades del mundo más pro-
93
RESPONSABIUDAD

pensas a terremotos. Una falla geológica activa des-


cansa en el borde norte del delta, en las colinas al
pie del Himalaya. El terremoto en tierra más grande
que los sismógrafos conocen, que registró 8,7 en la
escala de Richter, ocurrió en esta región en 1897. ...
Testigos reportaron que el temblor causó que fuen-
tes de agua brotaran de la tierra. ... En áreas de are-
na reciente y depósitos de sedimentos con niveles
freáticos altos, como el delta de Bengala, los terre-
motos licúan la tierra y conducen a la pérdida tem-
poral de firmeza de las arenas y sedimentos, y que
vuelven el suelo un fluido viscoso.

Puede decirse, sólo medio elegantemente, que la


encalladura de la tierra es evidente aquí si una
piensa desde el mundo mundano. Lo que debe ser
tachado ya lo ha sido, y está siendo tachado por el
entretejido movido del agua.
En Bangladesh la masa de tierra del subconti-
nente indio se estrecha, y el Himalaya se constri-
ñe hacia arriba en su más alto pico. Así, los vien-
tos monzones viajan aquí más extensamente so-
bre el océano y el mar, unen fuerzas en la extensa
anchura del Golfo de Bengala, y se lanzan más
rápidamente a la pared de la montaña más alta.
Es un país de lluvias maravillosas.
En esta combinación de inundaciones turbu-
lentas y diluvios —mantengan en mente la distin-
ción para más adelante— el pescador tradicional
y los campesinos se han acostumbrado a vivir con
agua, incluso con inundaciones anuales desde
siempre. Hay inundaciones desvastadoras cada
treinta años, más o menos. Ellos han aprendido a
soportar eso, no realmente a bregar con las ex-

48 James K. Boyce: -Birth of a Megaproject: Political Economy


of Flood Control in Bangladesh» en Enuirorimentai Management
14/4, 1990, p. 424.
94 _______________________
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

traordinarias inundaciones, sino a plegarse a ellas


y levantarse de nuevo. Y a las inundaciones anua-
les, ellos han aprendido a manejarlas, darles la
bienvenida, y construir un estilo de vida respetuo-
so hacia aquellas. En realidad, el movimiento de
las aguas inundadas deja algas que ahorran la ne-
cesidad de fertilizar la tierra y, notoriamente,
Bangladesh produce suficiente como para alimen-
tar a su población entera. (Debo mantenerme en
el asunto de este artículo y consecuentemente no
puedo hablar de la clase internamente explotada
y la falta de interés en las reformas agrarias). To-
caré esto más adelante en el ensayo.
La mayor fuente de proteínas para el ban-
gladense es el pescado. El pescador humilde pes-
ca en ríos y aguas que todavía son propiedad co-
mún.
****

(¿A mi nivel de pantomima de la lógica de la metá-


fora-concepto, es absurdo preguntar si la relación
entre el mundo-animal-del-Dasetn es diferente aquí
de la lagartija-piedra-de-Heidegger? Es en el con-
texto del Plan para el Control de Inundaciones en
Bangladesh que yo comienzo a entender la obsti-
nada insistencia de Derrida en que Heidegger nun-
ca había especulado sobre el comer, de cara a los
participantes de su seminario, que citaron párra-
fos heideggerianos aparentemente para lo opues-
to. Y su igualmente insistente refrán: ¿Qué signi-
fica comer?47 Si, en cierta teología convencional,
comer la carne de Dios es establecer un intercam-

" V. tb. J. Derrida: «Eating Well» en Eduardo Cadava et al.


(eds.): Who Comes After the Subject?. Routledge, Nueva York:
1991, pp. 96-119.
95
RESPONSABI LI DAD

bio con el espíritu, ¿qué se establece al comer mera


carne de pescado? ¿Es el argumento del fetiche,
contrastando los dos, análogo a la teología huma-
nista de la metafísica cristiana (de Heidegger) en
la diferenciación entre el Daseiny el animal? Cuan-
do el antropólogo transforma en erudición el len-
guaje racista del fetiche en el discurso científico
del tótem, ¿cuánto por subrepción (como en la
analítica de lo sublime de Kant), el conjunto
psícoanalítico sublima —desde la castración «real»
hasta la circuncisión—, como recordando el mie-
do a la «castración» para que el sentido de la res-
ponsabilidad del yo-consciente (el super-ego) tome
completamente otra forma? ¿Cómo la ecología del
comer-pescado, en la geología de los turbulentos
ríos jóvenes, transforma el comer de la carne de
sacrificio en el Islam?, ¿de quién son observantes
devotos en la estación —que depende de lo que la
pobreza permite—? Porque esta gente es pobre,
¿no son ellos suficientemente humanos como para
filosofar en base a sus vidas, como lo hizo Heidegger
comenzando por lo generalmente humano? ¿Es-
pecialmente si la pregunta que nos ocupa de De-
rrida a Heidegger —»¿Qué significa comer?»— des-
de una posición que no es lo suficientemente feti-
che/tótem, está marcada sin embargo por el sa-
crificio y la circuncisión?49, ¿Cómo la pregunta

Immanuel Kant; Critique of Judgment. Hafner Press. Nueva


York, 1951. p. 96. S, Preud: «Moses and Monothesism* en
Standard Edition, vol. 23, pp. 91, 122 y 190.
Es impactante cómo, en la vecina India, donde la cultura
dominante es en su imaginario «politeísta», los mismos gran-
des ríos son simbolizados como hadas madrinas. Una solo tie-
ne que cruzar la frontera para sentir el peso del cambio. He
discutido tentativamente el imaginarlo «politeísta» en «Response
to Jean-Luc Nancy» en Juliet Flower MacCannell (ed.): Thinking
Bodles, Stanford University Press, Stanford, en prensa.
96
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

sobre la mujer complica cada una de estas catego-


rías? ¿Se ha culpado a Heidegger alguna vez por-
que los rústicos bávaros de hoy pueden no pensar
como él?
Pero me estoy dejando arrastrar más allá de mi
reseña, por la problemática mujer-pescado-agua.
Retomemos.)
****

En 1988, hubo una inundación desastrosa —una


de las tres que se esperan en un siglo. Se presume
que Danielle Mitterand, quien estaba en el país en
ese momento, le habló de la devastación a su ma-
rido —por supuesto ella no sabía nada de lo que
hemos resumido hasta ahora— y François Mitte-
rand —irónicamente, su nombre significa «dueño
burgués de tierra», una pequeña clase explotado-
ra tradicional de la propiedad común de los cam-
pesinos agricultores sin tierra— decidió hacer del
control de inundaciones en Bangladesh el centro
de la ayuda al Tercer Mundo en la cumbre de
n .50
Pans .
FAP (Flood Action Plan) 25, el primer plan fran-
cés, es una alegoría de la razón correcta. El plan
es imponer, por sobre el cambiante enredo del río,
las líneas derechas de los monumentales embal-
ses faraónicos51. Casi alrededor de 10 millones de

Sí en sus detalles la historia es cierta, a una le viene a la


mente la representación de «Susan Barton» de Defoe en J.M.
Coetzee: Foe, Viking, Nueva York, 1987; discutida como la in-
terferencia benevolente, difícil de manejar, de la «motivada»
mujer blanca en Spivak: «Theory in the Margin: J.M. Coetzee's
Foe Reading Defoe's Crusoe/Roxana* en Jonathan Arac y
Barbara Johnson (eds.): The Consequences of Theory: Selected
Papers of the English Institute. 1987-1988. Johns Hopkins
University Press, Baltimore, 1990, pp. 154-180.
31 J.K. Boyce: «Megaproject», p. 421.
97
RESPONSABILIDAD

dólares están circulando para generar mayor ca-


pital, siguiendo las leyes cambiantes del Fondo Mo-
netario Internacional. Los gobiernos del Grupo de
los Siete están involucrados como países «donan-
tes»52.

«■ * * *

[Si el diálogo conlleva una marca, lo mismo ocurre


con el donante. ¿Quién merece este apelativo?
¿Quién da o puede dar? El obsequio es un límite
que permite y anula todo dar humano reconoci-
ble53. Pero aquí, lejos de ese límite, lo que se llama
dar es científicamente apropiado para un présta-
mo coercitivo, solicitado por un capital comprador
y un Estado comprometido, usado como apoyo,
puesto en escena para una nación que busca li-
mosna54. ¿Es lo responsable ser producto de una
deuda tramposa? . Esta monstruosidad —una
donación que esclaviza— hipoteca el futuro del

Para una lista de los donantes, ver Bangladesh Action Plan


for Flood Control: Achievements and Outlook: An Update, World
Bank, 11/1992. p. 14. La reciente polémica, a propósito del
papel de los grandes embalses o diques sobre el Mississippi en
las desastrosas inundaciones de 1993 en Estados Unidos, pue-
den aclararle el asunto a los lectores norteamericanos. «El punto
máximo de confluencia Ganges-Brahmaputra en el delta de
Bengal, es más del doble que el del Mississippi bajo* (J.K. Boyce:
«Megaproject». p. 424).
53J. Derrída: Given Time, cap. 1, pp. 6-32.
Una tosca explicación de este proceso es ofrecida en «Ater-
besók i den globala byn< ÍThe Global Village Revisited] en Oscar
Hemer (ed.): ¡Culturen i den globala byn, Lund AEgis, 1994, pp.
161-196.
55 Aquí el texto explicativo e informativo clásico continúa sien-

do el de Cheryl Payer: The World Bank: A Critical Analysis,


Monthly Review, Nueva York. 1982.
98
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

país56. Tontamente, aquí escojo leer la filosofía


como un dibujo de estructura:

Saber continúa significando dar, literalmente veut diré


quiere decir saber cómo dar, saber qué quieres y qué
significa [veuxdire. literalmente, querer decir) cuan-
do das, saber qué pretendes dar, saber cómo el rega-
lo se anula a si mismo, comprometerte (engage-toi,
literalmente, ¿arriesgarte?) incluso si el compromiso
es la destrucción del obsequio por el obsequio, dale
a la economia una oportunidad.')

El Banco Mundial coordina el esfuerzo, armoni-


zando con sus innumerables empresas de nego-
cios, consultorias, asignaciones gubernamentales
y agencias internacionales. El país es «consulta-
do», así se controla la posibilidad de conmoción
por el bloqueo efectivo de los derechos del pueblo,
puesto que la ley de facto está en manos de los
donantes —a través de la Organización coordina-
dora de la protección de inundaciones, instalada
por una decisión ejecutiva del ministerio de Desa-
rrollo de las Aguas—, quienes se describen a sí
mismos como personal ad hoc, que dirije según
los requisitos reglamentarios propios de los «do-
nantes». En otras palabras, no hay aquí un rendir
cuentas. No se concibe que a algunas agencias con-
sultoras del Primer Mundo, primero, se les siga la
pista luego que la organización haya sido desman-
telada; y, segundo, que respondan a la llamada

36 Punto hecho en la conferencia por Syed Hashemi, profesor


de economía en la Universidad Jahangirngar. V. también Sklar:
«Drowning»: *Los verdaderos beneficiados del plan serán los
consultores y contratistas extranjeros, quienes recogerán cien-
tos de millones de dólares en honorarios, cuyo costo se añadi-
rá a la ya abrumadora deuda externa de Bangladesh» (p. 8).
57 J. Derrida: Given Time, p. 30.
99
RESPONSABI LI DAD

del subalterno58, (En otras palabras, el elemento


del cálculo legal de cualquier clase, en nombre de
una colectividad de individuos, concebido en tér-
minos de obtener infatigablemente los detalles de
la vida y el vivir, han sido bloqueados. La certeza
de que la Justicia siempre elude estos cómputos
lo hace todo más importante que posibilidad de
ser sustentado. «Es solamente que allí habrá ley»59).
Debemos recordar que Desarrollo es la deno-
minación global dominante de la responsabilidad.
El relato consiste en que las naciones ricas colec-
tivamente escuchan el llamado de lo ético y colec-
tivo, para ayudar a las naciones pobres, propor-
cionándoles entrenamiento y dinero. Están enjue-
go, consecuentemente, estructuras elaboradas y
visibles de consulta pública. Las maneras en que
estas estructuras son manipuladas puede ser do-
cumentada. He aquí sólo algunos ejemplos: oca-
siones bien publicitadas para el intercambio, que
son divulgadas minimanente o no son divulgadas
para nada; promesas que son hechas sin inten-
ción de ser ejecutadas («puras» actuaciones); y de-
cisiones tomadas en-casa que no le hacen honor a
los resultados de la consulta60. Fue para endere-
zar el desbalance entre los derechos estructurales
y la posibilidad de su ejercicio, que el Partido Ver-
de europeo convocó la reunión más pública que
pudo idear.
Al saber que la responsabilidad en su ponerse-
en-marcha nunca puede eliminar la unilateridad

56 Punto hecho en la conferencia por Mohiuddin Farooque, se-


cretario general de la Asociación de Abogados Ambientalistas
de Bangladesh.
J!i J. Derrida: «Force of Law», p. 947,
60
Para detalles, v. Shapan Adnan y Abu M. Sufiyan; State of
the FAP: Contradictions between Plan Objectives and Plan
Implementations, Research and Advisory Services, Dhaka, 1993.
100
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

de la subjetividad, todavía computamos de qué


manera son «no equivalentes» las formas de com-
plicidad del Partido Verde y el Banco Mundial (for-
mas taquigrafiadas por todos los grupos envuel-
tos en el FAP).
Indudablemente, éstas son dos maneras «euro-
peas» de ayudar al «pueblo» de Bangladesh. Para
el Banco Mundial, el «pueblo» es el nombre de la
última instancia en la justificación de su empre-
sa. Su justificación, siempre formulada crudamen-
te, es una parodia de la conclusión de Marx, basa-
da en la Inglaterra victoriana, el heraldo del impe-
rialismo moderno, que el capitalismo maximiza la
productividad social. Marx estuvo comprometido
con resolver cómo el interés del capitalismo podía
ser desviado del capital a lo «social», cómo el vene-
no podía convertirse en medicina. He discutido,
en otro lugar, cómo el concepto-metáfora de lo «so-
cial» traicionó a Marx . El pensamiento sobre la
responsabilidad puede venir a complementar esta
traición.
El Banco Mundial no está comprometido con la
desviación del interés del capital hacia lo «social».
El «pueblo», bastante lejos de la dura definición
racionalista de Marx de lo «social», se mantiene
como una promesa posible, beneficiario del
cosquilleo de la «productividad social» del capital-
intensivo. El verdadero interés se mantiene en la
generación de capital global entre consultor y con-
tratista62. El Banco Mundial no premia la lectura
desconstructiva y la suplementación que Marx in-
tentó comandar. No le debemos dicha responsabi-
lidad. Es muy deficiente a la llamada.

61G.C. Spivak: «Limits and Openings of Marx in Derrida» en


Outside in the Teaching Machine. Rouüedge. Nueva York, 1993,
pp. 97-120.
101
RESPONSABILIDAD

El Partido Verde como tal, por otro lado, sea


cual sea la simpatía de los miembros particulares,
no actúa en nombre del «pueblo» como última ins-
tancia. Su última instancia es «la Naturaleza», aun-
que siempre sea la Naturaleza-por-lo-humano tan-
to como lo humano-por-la-Naturaleza. Aquí, po-
demos tomar todas las precauciones contra la po-
sibilidad de imaginar que la Naturaleza pueda ser
algo más que aquello que regresa después de lo
humano.
Dicho esto, podemos ahora notar que la dra-
maturgia elaborada de la estructura de la respon-
sabilidad/representación del parlamento/confe-
rencia mantiene al grupo, de la misma manera,
del otro lado del subalterno. Sin embargo, cierta-
mente no consideraremos esta distancia equiva-
lente al diálogo-doble rapaz del Banco Mundial.
Una puede actuar «políticamente» para hacer una
distinción clara. Así, de cierta manera fortuita,
miembros selectos de la oposición bangladense al
FAP respondieron positivamente al llamado del
grupo. Pero a ellos les pareció inapropiado firmar
la resolución redactada por miembros interesados
de la comunidad europea para el apoyo del pueblo
de Bangladesh.
Una podría pensar que señalar esta complici-
dad entre el partido y el banco es prueba suficien-
te de «una combinatoria cuyo poder se mantiene
abismal». Estas son dos caras de «Europa», des-
pués de todo —global e hinchada, terrosa y ascéti-
ca. Pero una debe notar, una vez más, la formal

fii.La mayoría de los egresos regresan inmediatamente de nue-


vo a los países prestamistas en la forma de contratos solicita-
dos, y los repartos de la parte del león de estos contratos van a
las diez naciones industrializadas más ricas» (Bruce Rich, abo-
gado del Fondo de Defensa Ambiental, con base en Washing-
ton, D.C., citado en Skalr: «Drowning», p. 13).
102
GAVATRI CKAKRAVORTT SPIVAK

anterior negativa de la responsabilidad, incluso


como intercambio. Los siguientes directores en-
viaron cartas de rechazo retrasadas a la invitación
de la conferencia, alegando un compromiso no bien
definido: J. I. Dempster, grupo de expertos; Fritz
Fischer, director ejecutivo alemán (Banco Mundial);
M, H. Siddiqi, ingeniero Jefe, organización coordi-
nadora del Plan, ministro de Desarrollo y Control
de Inundaciones, gobierno de Bangladesh; John
Clark, relaciones económicas internacionales (Ban-
co Mundial), Joseph Wood, vicepresidente, región
Sur-asiática (Banco Mundial), Ross Wallace, coor-
dinador residente del FAP (Banco Mundial). Otros,
como los representantes del gobierno francés, re-
chazaron con mensajes telefónicos. Un tal señor
Van Ellen, cuyo cargo no está claro, ofreció la res-
puesta más interesante: «Consulté al gobierno ho-
landés en La Haya y aqui en Dhaka al gobierno de
Bangladesh, al Banco Mundial y al panel de ex-
pertos, Se me ha aconsejado no participar y con-
secuentemente tengo que rehusar su invitación».
El consejero de recursos hidráulicos del Banco
Mundial (de la región Asia), W. T. Smith, propor-
cionó la negativa más concisa: «Lamento no asis-
tir por no estar actualmente relacionado con el
FAP»63.
La estructura gigantesca de cualquier conferen-
cia intenta controlar la turbulenta inundación de
nuevas y viejas reflexiones en nombre de una res-
ponsabilidad intelectual y profesional. Intentemos
dibujar una analogía entre esto y el plan de con-
trol de inundaciones. Ya he mostrado la amplia
similitud: las estructuras faraónicas monumenta-
les de concreto duro fueron construidas con la in-

BItToda la correspondencia está disponible en el expediente de


la Conferencia.
103
RESPONSABILIDAD

tención de controlar las turbulentas aguas de los


grandes ríos. Veremos al final cómo ambos —aun-
que no de manera equivalente— sirven para silen-
ciar al subalterno. Pero ahora tomemos la analo-
gía en otra dirección.
Pensemos en estos estupendos desagües que
conducen la textualidad de las aguas por la vio-
lencia de la razón, hasta la ruta más corta hacia el
mar; de la misma manera que la violencia misma
de la Razón conduce la constante diferenciación
textual de significados hacia la ruta más corta de
la Verdad. Pero el cumplimiento absoluto de estos
desagües-soñados y su sistema de riego serían el
sueño perverso de la Razón contra ese principio
de razón que está obligado a rendir cuenta de sí
mismo, completo en cada detalle por sí mismo: una
máquina-animal; con todas las inconsistencias
programadas, la tierra es reducida a cualquier cosa
que pueda alimentarse dentro de los sistemas de
información geográfica, su superficie entregada a
esa mordedura rumiante. Esta lógica implacable
comenzó con la sistematización de la tierra en agri-
mensura en la temprana Inglaterra moderna, la
condición y el efecto de la conquista y el imperia-
lismo . Su resultado es el mundializar infinitas
geometrías para controlar el país como informa-
ción. Es en el interés de esto que la cultura pes-
quera, proyectada como un sustituto de la captu-
ra ictícola que se mueve con la inundación y con
las aguas en movimiento como propiedad común,
sistematizará los ríos enlazados en propiedad pri-
vada y para la exportación, y establecerá la siste-
matización del capital agrícola.

Crystal L. Bartolovlch: «Boundary Disputes: Surveying,


Agrarian Capital and English Renaissance Texts*, tesis docto-
ral, Emory University, 1993.
104
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

Este es un ideal que requiere el tipo de pausa


desconectada y monitorizada que un censor des-
constructivo permitiría deslizar en aquella larga
nota a pie de página de Del espíritu. El nazismo,
que mostró literalmente el riesgo de la Destruktioru
fue ostensiblemente vencido, a pesar de que la
demonización del Islam y la progresiva xenofobia
militante en Europa y Estados Unidos son prueba
de que los «grandes árboles» en el bosque «euro-
peo» —siguiendo la expandida definición de Euro-
pa de Husserl— que cobijó al nazismo, todavía pue-
de ser, aunque sea confusamente, llamada «la cul-
tura, o el mundo del espíritu»63. Este ideal, la má-
quina-animal de explotación que transforma com-
pletamente la tierra en información para una
manipulación que obedecerá a millares de reglas

65 Una o dos conferencias no constituyen una evidencia abso-


luta, pero incluso una provee un contraejemplo de afirmacio-
nes como la de que »fue precisamente tan pronto como Heidegger
se mantuvo fiel a ciertos preceptos del 'pensamiento Occiden-
tal' que él fue prevenido de identificarse por completo con la
'reflexión biológica-racial' del nacional-socialismo: un partido
cuyas doctrinas y actos representaban ... la verdadera nega-
ción de dicha tradición» (Richard Wolin: »'L'Affaire Derrida':
Another Exchange» en New York Review ofBooks 11/6, 25/3/
93, p. 66). Como hemos visto, Derrida valora la virtud monitora
de la Ilustración y el principio contable de la razón. Es contra
la confianza irracional en la tradición europea que él advierte.
En julio de 1992, asistí a una conferencia sobre civilización
global y culturas locales en Darmstadt, Alemania. El país esta-
ba ardiendo en una violenta xenofobia. La conferencia no men-
cionó esto ni una sola vez, pero pasó tres lujosos días en la
suposición de que la Civilización era la Ilustración (Habermas
hoy), los campeones teóricos locales (léase el fragmento) fue-
ron los «posmodernistas», y el buen color local seria descubier-
to por la cultura relativista iluminista alrededor de las prácti-
cas exóticas. Eso fue lo que significó para el nazismo (hoy la
xenofobia) el crecer bajo el abrigo de los grandes árboles en el
bosque europeo llamado (confusamente) cultura.
105
RESPONSABILIDAD

de programación por minuto, también pertenece a


la cultura, a ese espíritu, en nombre de la «blanca»
mitología de la Razón —el uso público de la razón.
Para aquellos que tienen la paciencia de apren-
der, es el subalterno, el pescador y el campesino,
quien produce una interrupción constante del telos
completo de la Razón y del capitalismo. Abusaré
de la paciencia de mis lectores con un ejemplo,
entre muchos.
El campesino bangladense al vivir al mismo rit-
mo del agua, ha sembrado, por largo tiempo, dos
tipos de semillas de arroz con cascara. Una de ellas
sobrevive sumergida en el agua, la otra crece com-
pletamente después de la estación de lluvias e
inundaciones. En 1971, técnicos agrícolas intro-
dujeron una variedad diferente de arroz para una
sola cosecha de alta-producción. En los años sub-
siguientes, el campesino ha venido cambiando, ca-
llada y gradualmente, el tiempo de la siembra de
esta moderna cosecha a Phalgun-Chaitro (febre-
ro-marzo). Como era su costumbre, acomodándo-
se al juego de la tierra y del agua, ellos ahora siem-
bran legumbres colectivamente y vegetales antes
de esto. Y ahora, en la época de maduración de la
nueva cosecha, la vieja semilla sumergida se siem-
bra, para que así, en el tiempo de lluvias e inun-
daciones, las tierras estén una vez más llenas de
esa almohadilla sumergible60. (Por contraste, la tie-
rra «protegida» por agua de los embalses pierde el
alga fertilizante, otorgándole así una oportunidad
al aumento de la trampa de la deuda y la destruc-

641Le agradezco a Muharrimad Mustafa Dulal por darme estos


detalles importantes en relación con un proyecto de manejo-
de-inundación con "compartimientos", controlados por com-
puertas. No puedo, por supuesto, proclamar que dichos cam-
bios hayan tenido lugar en todo Bangladesh,
106 , ________________
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

ción del ecosistema por el tráfico en los fertilizan-


tes químicos). Dudo en llamar a esta silenciosa
interrupción «manejo de la inundación», exportan-
do una metáfora de la Naturaleza como el «gran
laboratorium, el arsenal que suple tanto el signifi-
cado como el material de trabajo», al venir de lo
que es confusamente llamada la cultura europea,
que produce una contabilidad evolutiva' . Dudo
en denominar a la desconstrucción responsable
(critica que aprende de adentro, conduciendo a un
nuevo ponerse-en-marcha, como en la lectura de
Derrida de Heidegger) como «tecnología transferi-
da», como si fuera un «regalo» de una civilización
superior.
Tomen esta interrupción a manera de una pa-
rabasis permanente, la desarticulada metáfora del
campesino más que la del filósofo, un ponerse-en-
marcha, no una explicación, del sueño del filóso-
fo. Hagan de nuevo la pregunta: ¿Qué es exacta-
mente lo que trae en su camino el completo ideal
de la Razón? Si el subalterno nos ofrece, digamos,
aprendizaje, y el desconstructor ecológico comple-
menta esto con el andamiaje persistentemente in-
termediario de su transformación en intercambio,
pero internaliza conocimientos (no meramente co-
nocimiento del conocimiento), el suplemento «san-
guinario» de la máquina-animal desvía la implica-
ción de la responsabilidad con la subjetividad, in-
cluso la libertad de intención, y sustituye las ór-
denes de información. Esta figura del mal conti-
núa el trabajo del imperialismo destruyendo lo que
se llama, sin duda confusamente, «cultura»; en este
caso una cultura popular, un aprendizaje y cono-

07 K. Marx: Gmndrisse: Foundations of the Critique of Political


Economy. Vintage, Nueva York, 1973, p. 471 (traducción modi-
ficada).
107
RESPONSABILIDAD

cimiento tradicional, patrones agronómicos tradi-


cionales y, lo que he dejado para el final, el patrón
tradicional de la libertad de la mujer subalterna
en las islas nómadas flotantes o chorsea. En el lu-

En la conferencia, estos aspectos fueron presentados por


Mushrefa Mishu. presidente del Foro de Estudiantes Unidos
de Bangladesh. Espero que el lector perdone una larga cita,
insertada en este ya muy largo ensayo, que ilustra la depen-
dencia del imperialismo en el desarrollo y la continuidad de la
insurgencia del subalterno, una parabasis permanente: «Para
mediados del siglo XVIII los bangladenses habían manejado ex-
tensamente el delta, desde el punto de vista de la Ingeniería,
tanto para protegerse contra !as inundaciones como para ase-
gurarse que las aguas del rio, que producían sedimentos, pu-
dieran fertilizar e Irrigar los campos. Los primeros británicos
que viajaron alrededor del delta, reportaron ver miles de kiló-
metros de canales y embalses ... De lo que ellos no se dieron
cuenta nunca, dice Willcocks [el ingeniero hidráulico imperial
que primero le dio sentido a las estructuras en un informe
publicado en 1930], es que el propósito principa] de los cana-
les era irrigar y fertilizar la tierra del delta... Los británicos
descuidaron la destrucción gradual del antiguo sistema feudal
bajo el cual los dueños de la tierra obligaban a los campesinos
a mantener los diques y limpiar los canales... Como los cana-
les se llenaban de sedimentos, comenzaron a derramarse, y se
convirtieron, para los ingleses, en 'una amenaza para el país'.
Los inspectores se horrorizaron de ver que los campesinos agri-
cultores continuaban haciendo huecos en los canales, y la po-
licía británica trató de detenerlos ... Willcocks concluye con
propuestas para la restauración de los antiguos trabajos, para
poder Volver a traer la riqueza que disfrutaron una vez' el Bengal
central [ia parte más larga de inundaciones en Bangladesh hoy]
y occidental ... Los antiguos trabajos se llevaron muchos años.
Fueron construidos, por otra parte, en pequeños pasos, de-
pendiendo del deseo de los ríos en cada estapa. Fue un entre-
namiento de los ríos, más que un amansamiento. Las autori-
dades bangladenses y sus consejeros extranjeros no muestran,
hoy, ni la paciencia ni la disposición en adoptar dicho acerca-
miento. Ellos quieren moldear los ríos a sus diseños» (Fred
Pearce: The DammecL Rhters, Dams, and the Coming World Water
Crisis, The Bodley Head, Londres, 1992, pp. 243-245). Los cam-
pesinos y los pescadores están todavía levantando diques.
108
GAYATRI CHAKRAVORTY SFIVAK

gar de la destruida cultura del aprendizaje, se con-


tinúa gastando una cantidad de dinero —que cada
vez crece más—, siguiendo el modelo de la ayuda-
deuda, que recoge los datos hidráulicos, como si
nada se hubiera sabido antes. Un gran sector de
los sujetos postcoloniales de Bangladesh está, por
supuesto, deseoso de apoyar los sistemas de in-
formación geográfica, y no en favor de una razón
responsable. Ellos le proveen, al interminable diá-
logo «europeo», la oportunidad de invocar a «los
bangladenses» como beneficiarios dispuestos, tal
como los interminables diálogos del final de Del
espíritu invocaron al «Mesías judío ... y a Moisés»
(OS, p. 111).
La cuestión o afirmación de la acción terca del
espectro queda abierta al final de Del espíritu, por-
que su función textual es nada más (y nada me-
nos) que la transcripción del espíritu en fantas-
ma69. Derrida escribió, en otra parte, sobre lo
espectral en conexión con Marx .
¿Es posible imaginar que, como la responsabi-
lidad debe enlazar la llamada de lo ético a una
respuesta, una debe actuar aquí como si fuera res-
ponsable ante el espectro llamado «comuna-ismo»,
cuya amenaza al Desarrollo debe mantenerse des-
esperadamente a raya? Ese ponerse-en-marcha no
necesita llamar a una monocultura de izquierda
europea71. Este espacio de íntimo aprendizaje, de

69Si el revenant francés muestra cierta conexión con la cadena


completa del venir en el trabajo de Derrida, hasta el punto de
que el subterráneo neologismo é-venir ocupa el lugar de la ac-
tualidad del presente, el inglés muestra su propio tipo de co-
mentario haciendo clandestinamente visible el parentesco de
Heidegger con la metafísica cristiana: el Espíritu Santo.
70J. Derrida: Specters o/Marx: The State of the Debt. the Work
of Mouring and the New International RouÜedge, Nueva York,
1994.
109
RESPONSABILI DAD

la base-hidráulica-humana-animal, es, después de


todo, una respuesta en marcha frente al tejido de
la tierra y el río de los que no tienen tierra y están
en aguas comunales. Nada más que una pregunta
intermedia puede colocarse y dejarse suspendida
en el espacio de un ensayo.
****

Cuando confrontamos al Banco Mundial, algunas


veces afirmamos que el subalterno ha hablado
porque nosotros tenemos menos poder y porque
algunos de nosotros somos gente de color. Asimis-
mo, como he indicado antes, si una académica
incluye detalles empíricos en sus ensayos, partici-
pa en manifestaciones, participa en conferencias
internacionales que tienen rótulos que parecen po-
líticos, y se compromete con un turismo solidario,
pensamos en ella como en una activista política.
Estas suposiciones deben ponerse en su lugar por
el hecho de que: a) el Banco Mundial hizo poco
caso de las protestas organizadas en la conferen-
cia, y b) para poder ubicar al subalterno tendre-
mos que tachar otras fronteras (la colección hete-
rogénea de sujetos en el espacio de la diferencia
—de las dos «Europas» y de aquellos que pueden
protestar en la conferencia de un parlamento—).
Sin embargo, esta Conferencia fue un estadio in-
termedio de estrategia y un ponerse-en-marcha
táctico que comprometió a una jerarquía de per-
sonas que comprendía desde representantes de los
Estados donantes hasta funcionarios de bajo ni-
vel del Estado cliente; gente involucrada, directa o

71 Tomo prestado este término deVandana Sbiva: Monocuitiires


of the Mind: Perspectives on Bwdiversity and Bíotechnolagy,
Londres, Z" ed, 1993.
110
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

indirectamente, en la toma de decisiones y su


implementación; decisiones no siempre tomadas
en la noche del no-conocimiento, y que afectan al
subalterno.
Para referirme correctamente al punto a) de más
arriba, cito extractos de un memo interno escrito
por el director delegado del Departamento del Am-
biente del Banco Mundial. Esta fue la respuesta a
la pregunta, «¿qué pasó en la Conferencia?»:

Debe haber habido de 30 a 40 bangladenses presen-


tes (que parecían opuestos al FAP), con un pequeño
grupo, de alrededor de seis, que eran los vocales ofi-
ciales. Estos, entiendo por Ross Wallace, son los per-
sonajes promedio que aparecen en todos los eventos
del FAP en Dhaka. Ellos son, como sabrán, extrema-
damente articulados, y se complementan unos a otros
muy bien. El profesor Shapan Adnan brinda los he-
chos con gran detalle; K[h]ushi Kabir da una pers-
pectiva sociológica (dándole énfasis al ingreso
distribucional y a los asuntos de las mujeres) [la se-
ñora Kabir estuvo de hecho sorprendentemente ca-
llada acerca de las mujeres esta vez]. El Dr. Hashemi
(pensé que era una persona muy simpática) sumi-
nistra lo económico; Mohiuddin Farooqlue] presenta
los problemas legales (un tipo muy agradable, pero
quien habló sin mucho sentido); y una mujer joven
(Mushrefa Mishu), que es la presidente del Student
Unity Forum. dio una perorata apasionada sobre el
anticolonialismo anti-institucional, que los adultos
72
no habrían podido hacer.

Este es un silenciamiento de la protesta, por su-


puesto. El discurso anti-imperialista está coloca-
do en su lugar con una cínica petulancia. En el
caso de que el Banco Mundial se vea obligado a
abandonar la empresa (las protestas, después de

72Andrew Steer: «All-in-One Note», memo interno con fecha 5/


6/93.
Ill
RESPONSABILIDAD

todo, significan algo), como ocurrió en el caso del


proyecto del valle de Narmada en la India en mar-
zo de 1993, se da por adelantado una forma para
registrar la derrota como victoria:

Una declaración clara, emitida desde el Banco sobre


el tamaño y la composición del programa que surge
de los estudios regionales, puede tal vez ayudarnos
a colocarnos mejor desde el punto de vista de las
relaciones externas —aunque tal vez no con el go-
bierno. En ausencia de esto, la oposición se fortale-
cerá en Europa y probablemente en los Estados Uni-
dos, y si dentro de un año aparece un programa
mucho más modesto, las ONGs [presumiblemente
de Bangladesh] proclamarán la victoria.

Está claro que el intercambio interminable es en


realidad entre Europa y Europa. Los «otros» pue-
den ser descalificados por ser jugadores pobres,
un acto trillado. Pero debemos también notar que
el problema es cómo proclamar la responsabilidad
en una «victoria», efectuar la recapitulación de una
manera que parezca una respuesta responsable a
una indagación razonada. Tal vez toda responsa-
bilidad sea un simulacro de la responsabilidad.
Pero todas las complicidades con esta necesidad
no son equivalentes. Y lo que Derrida ha dicho,
con justificada irritación, acerca de aquellos que
responden a la responsabilidad con la hipocresía
del sujeto descentrado, no son nada comparados
con lo que puede decirse de aquellos que actúan,
desde la responsabilidad razonada de Europa, con
la gente del resto del mundo por el interés de la
libre autodeterminación del capital internacional:

¿De dónde viene ia ley que le prohibe a uno perdo-


nar a cualquiera que no sepa cómo dar? «Yo vi en-
tonces claramente que su propósito había sido ha-
cer un acto bueno al mismo tiempo que hacia un
buen negocio; ganar cuarenta centavos y el corazón
112
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK i

de Dios; ganar económicamente el paraíso; en resu-


men, recoger gratis el certificado de un hombre ge-
neroso ... Ser desconsiderado nunca es excusable,
pero hay cierto mérito en saber que uno lo es; el más
irreparable de los vicios es hacer el mal por estupi-
dez».73

El primero de los «siete puntos generales» en que


el director delegado del Ambiente reduce «los mi-
llares de gruñidos sobre el FAP», es que «hablar
sobre la participación es sólo eso: hablar. No hay
ningún esfuerzo genuino, por parte de nadie, en
preguntarle a los campesinos pobres qué piensan
o quieren». Hay que hacer notar que en ninguna
parte del memo se indica algún remedio para este
problema. Por supuesto, ningún esfuerzo genuino
puede hacerse a través del ideal programado de la
perfecta máquina-animal para acomodar el ritmo
singular del hombre/animal/agua. Y, en el regis-
tro mundano, es absurdo pensar que el ritmo éti-
co de la transferencia responsable con el subal-
terno bangladense, pueda nunca volverse el obje-
tivo necesario, aunque imposible, para los funcio-
narios y asociados del Banco. El infinito cuidado
con que Derrida compiló una lista de los deberes
de la nueva Europa, y luego le recordó a esa mis-
ma Europa otra lista de deberes que silenciosa-
mente los supone, nunca puede convertirse en
parte de las inversiones del Banco en el desarro-
ti 74

lio .
El punto es, sin embargo, que el subalterno es
silenciado, incluso cuando el Banco es cuestiona-
do por los representantes de una Europa que es
responsable del ser humano que vive en la Natu-

73 J. Derrida: Ginen Time. pp. 31-33. La cita insertada es de


Baudelaire, citada en «Counterfeit Money».
74 J. Derrida: The Other Heading, pp. 76-80.
113
RESPONSABILIDAD

raleza. Para concluir, unas pocas sugerencias:


La posibilidad de una tecnología sana transfe-
rida a la construcción de métodos tradicionales de
control de inundaciones, fue elaborada con cuida-
do y precisión por el presidente de la International
Rivers Network, cuya base está en Berkeley. Sólo
los blangladenses sabían que en el largo discurso
en bengalí de Abdus Sattar Khan, un envejecido
líder del movimiento campesino, esta técnica del
control de inundaciones, y la detallada contabili-
dad de todos los ríos importantes en Bangladesh,
fue expuesta de manera anticuada.
No estoy idealizando a esta persona particular-
mente. El no es un «gran lider» y en apariencia no
está especialmente asociado con la movilización
en contra del plan de control de inundaciones.
Ciertamente no sé suficiente sobre él como para
darle crédito de autenticidad, simplemente por-
que parecía un hombre viejo y candido, en esa
compañía de activistas internacionales institucio-
nalizados y oficiales desarrollados. Pero no se pue-
de dudar que él estaba colocado como un pedazo
de lo auténtico, un pedazo del Bangladesh real.
Si el memo interno del Banco Mundial repre-
senta el silenciamiento de la protesta, el fracaso
de la escenificación de este anciano es también
una especie de silenciamiento. La manera en que
la forma de sus palabras escapaban de la estruc-
tura monumental del teatro de la vieja Europa,
que determinaba el «diálogo», fue de un patetismo
trivial. Pero incluso aquí, nosotros no estamos para
hacer el registro del discurso de las frustraciones
de cada día del «manejo de las inundaciones» del
tranquilo pescador o granjero y el incomprensible
gigante que destruye sistemáticamente su ritmo
de existencia establecido.
Con frecuencia se olvida que los cómplices per-
suasivos del Banco Mundial son bien intenciona-
dos y educados bangfadenses, que, en apariencia,
114
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

le extienden su ayuda a estos subalternos. El pri-


mer impulso que viene de abajo es el de la con-
fianza-en-la-responsabilidad. Y, en realidad, Sattar
Khan vino a la conferencia confiado, confiado en
que su discurso anticuado, lleno de hechos contra
el FAP, sería oído. Y, a pesar de que en su caso la
confianza no estaba mal depositada, había un abis-
mo tan grande entre su propia percepción de cómo
representar su papel en el teatro de la responsabi-
lidad, y la estructura en la cual él estaba inserta-
do, que desde el comienzo no había la menor es-
peranza de una actuación feliz. Para poder oírlo,
«Europa» habría necesitado que él representara la
responsabilidad, por reflejo, a la manera de «Euro-
pa». En otras palabras, él habría tenido que cam-
biar su forma de pensar. Así fue moldeado el viejo
sujeto colonial. Cuando lo hacemos, lo llamamos
educación.
Para comenzar, el Parlamento Europeo no te-
nía previsto la traducción simultánea del bengalí.
En el evento, una traducción imperfecta y no sin-
cronizada al inglés fue leída por un bangladense
que estaba asistiendo a («participando» en) la con-
ferencia. y fue esta imperfecta y bien intencionada
producción de aficionados la que estuvo disponi-
ble, en los audífonos, en traducciones simultáneas
en las otras lenguas de la conferencia. Por prime-
ra vez, la audiencia de la sala se impacientó: la
disciplina «europea» estaba resquebrajándose. El
estilo del hombre, practicado en toda una vida de
oratoria popular subcontinental —otro teatro del
que Kipling estaba ya burlándose en el siglo xix—,
le declamaba, con una ahora ridicula pasión, a
una audiencia ausente. (Los bangladenses presen-
tes, de una generación más joven, más profesio-
nal, se movieron entre la vergüenza y la simpatía).
Por supuesto, la intervención de Sattar Khan so-
brepasó en mucho los veinte minutos permitidos.
En la monumental estructura que habitamos, el
115
RESPONSABILIDAD

excederse en el tiempo es negociable y depende


del género sexuado, el estatus, y el temperamento
del moderador. En este caso, el benevolente y jo-
ven moderador, norteamericano igualitario, cortó
al expositor. Sattar Khan respondió, en un bengalí
en general incomprensible, con un «Amigo, soy un
campesino pobre» —que no era, estrictamente ha-
blando, el caso, pero que era, bajo las circunstan-
cias, una representación retórica justa y, no lo
dudo, infinitamente más efectiva en esos simula-
cros del parlamentarismo con que nosotros nos
encontramos en las antiguas colonias, donde la
lucha es entre quién es y quién no es un sujeto
colonial, más que en base a diferencias cultura-
les— «¡usted debe oírme!». Como consecuencia, se
le permitió, por supuesto, continuar, a través de
un gesto de benevolencia frente a alguien que no
podía entender las reglas. El leyó entonces a una
velocidad precipitada, y todo el esfuerzo ad. hoc de
la traducción colapso.
Este incidente sólo puede apoyar la falta de
habilidad del subalterno para hablar. El señor
Sattar, un campesino de clase media, líder de su
partido, estaba en realidad lejos del campesino sin
tierra y del pescador tradicional, no importa cuán
«indígena» haya sido en contraste con los otros
participantes. Sin embargo, se mantiene exitosa-
mente en virtud del hecho de que la falta de habi-
lidad del subalterno para hablar, es proclamada
en su intento por hablar, al cual no se le brinda
75
ninguna respuesta apropiada . Es, de hecho, un

7 > Traté de mostrar un caso extremo de esto en el que una


mujer intentó rebelarse «hablando» contra una psicobiografia
regulativa, inscribiendo su cuerpo en la muerte y en un tiempo
a plazos, que sin embargo no fue capaz de asegurar una res-
puesta de las mujeres en la movilidad vertical de su propia
familia («Can the Subaltem Speak?» en Master Discourse. Native
Informant, Harvard Unlversity Press, en prensa).
116
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

fracaso de la responsabilidad en el destinatario que


puede suponer, irrespetuosamente, que prescin-
de del hecho de que toda comunicación está infec-
tada por el destinerrance™.
En 1991, antes de haber leído Del espíritu, yo
había escrito lo siguiente sobre los habitantes sub-
alternos de esta zona susceptible al ciclón y al olea-
je desvastador de las mareas de la costa suroeste
de Bangladesh:

Si este era un eco-lógico donde el difícil sujeto mate-


rial era el pulso de la marea del agua transportada
por el viento, no había manera de que yo estuviera
lista para encontrarme diariamente con las lógicas
discusiones de esa misma gente sobre el contingen-
te naval estadounidense ... simplemente podía
narrativizarlos como un estadio inicial pre-científi-
co, donde la ayuda adecuada era «controlar» la Na-
turaleza para que el pueblo pudiera ser redeíinido
como pasivo ... ¿Qué significaría aprender, aquí, de
otra manera? Mejor ofrecer la contradicción: ellos no
se mudarán, a menos que sea como refugiados
renuentes ... Yo puedo respetarle, a los trabajadores
oficiales que auxilian, confundidos en el momento
de la decisión, que este otro tipo de resistencia de
rehabilitación no deba permitirse que se convierta
en una aporía. Pero los vestigios de sofisticación in-
telectual que poseo, vieron, a través de la distancia,
el rechazo a larga distancia de los teóricos de la aporía
como anacronismo o su adopción de ello como la
gracia salvable de la a-nacronía. Yo estaba a la deri-
77
va.

Esta negativa a dejar la tierra es contabilizada fá-

76 J.Derrida: The Post Card: From Socrates to Freud, and Beyond.


University of Chicago Press, Chicago, 1987, p. 123.
77 G.C. Spivak: «Acting Bits/Identity Yalk» en Critical Inquiry

18/4, verano 1992, pp. 728-729.


117
RESPONSABILIDAD

cilmente más bien, según los «buenos europeos»,


como un miedo Justificado por parte del pobre, de
que será «privado» de la tierra por la evacuación, o
«la falta creciente de un salario en las áreas rura-
les». No me satisface un razonamiento tan senci-
llo78. ¿No habría allí una lección que aprender? ¿El
subalterno es transparente?
Esto podrá parecerle inconsistente al lector, pero
es precisamente este tipo de despreocupado vitu-
perio de un impulso, el que marca la generaliza-
ción de Heidegger sobre el animal. Hay, de acuer-
do con la visión que estoy discutiendo aquí, no un
camino de intención sino expectativas racionales,
intereses lógicos propios, una razón escrita por algo
confusamente llamado el sentido común europeo.
El teatro mental del subalterno no es más grande
que esto, así como para el control de natalidad, la
mujer subalterna no es nada más que una entre-
pierna. Hay algo parecido en una relación entre
esto y el sueño perverso de la Razón colmada, a
pesar de que todas las complicidades no sean equi-
valentes.
No hay ninguna duda de que estas generaliza-
ciones fáciles salen del intercambio con personas
locales, algunas veces a través de una red confiable,
correctamente percibida como contraste de la con-
sulta al subalterno de la coartada de la estructura
del Banco Mundial. Con todo, la complicidad está
en ese intercambio abismal del poder de «Europa»,
donde la complicidad es todavía traducida aquí con
impaciencia y falta de atención. Cerraré con un
ejemplo de la silenciosa mordida de dicha traición.

78V., por ej.. una pieza excelente, sí no fuera por esto, de Peter
Custers: «Banking on a Flood-Free Future? Flood Mismana-
gement in Bangladesh- en Ecologisf 22/5. 9-10/1992. pp. 244-
246.
118
GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK

En «Birth of a Megaproject», James Boy ce, un


testigo autorizado contra el Desarrollo irrespon-
sable, afirma que «la lengua bengalí distingue en-
tre las inundaciones beneficiosas normales de la
estación de lluvias, que son llamadas barsha, y
las inmensas inundaciones de profundidad y tiem-
po anormales, cuyo término es bonna. La palabra
inglesa inundación funde estos dos fenómenos muy
diferentes»79. Las fuentes citadas son bangladesas.
La observación de Boyce se repite en un número
de sucesivos artículos occidentales (en los que pre-
sumo que Boyce es la fuente). La interpretación
de su información es incorrecta, de una manera
común a una genuina, pero antropologista, bene-
volencia europea-estadounidense; como si alguien,
al oir a la gente decir intercambiablemente «hasta
luego» y «hasta pronto», pudiera afirmar que hay
una profunda filosofía del tiempo, en el inglés,
donde pronto y luego podrían ser idénticos.
El profesor M. Aminul Islam, quien es citado
por el doctor Paul, la fuente directa de Boyce, es-
cribe lo siguiente:

En los tres estudios sobre los pueblos, inundación


se refiere tanto a barsha como a bonna. [Esta cons-
trucción idiosincrática lleva la marca de los nom-
bres de dos tipos diferentes de tiempo, tal vez) ...
Barsha (junio-octubre) es una inundación normal y
se le toma como un agente benevolente ... a Bonna
se le percibe como desastre.s°

Ninguno de estos hablantes nativos del bengalí está


reclamando que en bengalí (o, en realidad, en mu-

79J.K. Boyce: «Birth of Megaproject«, p. 419.


m M. Aminul Islam: «Agricultural Adjustmenets to Flooding in
Bangladesh: A Preliminary Report» en National Geographie
Journal of India 26/1-2. 3-6/1980, p. 50.
119
RESPONSABI LI DAD

chas lenguas del norte de la India), faarsha signifi-


ca «lluvia» o «estación de lluvia» —barsha <~ del
sánscrito uarsá es una construcción nominal que
viene de la raíz verbal vrs, que significa, toscamen-
te, «caer». Lo que ellos están reclamando es que,
en su área de estudio y en áreas «ecológicamente
similares», cuando el subalterno dice «las lluvias»,
él/ella incluye una cierta inundación normal. Si
el tiempo y las circunstancias históricas hubieran
obligado a los hablantes del inglés a pasar el mis-
mo trabajo con el bengalí que un lingüista extran-
jero tiene que pasar con las lenguas europeas, para
poder aventurar sobre el significado de la lengua
general en una prosa publicada, este comentario
«autoritario» sobre el bengalí no habría ocurrido.
Tampoco estoy hablando de un bengalí culto, sino
de la lengua madre hablada por los expertos
iletrados del «manejo de las inundaciones». En el
inglés, menstruaciones y flujo de sangre no son
buenas y malas palabras para sangramiento.
En el contexto de esta tierra de agua por natu-
raleza, todavía haciéndose en un duro escenario
de montaña y viento, la diferenciación estricta en-
tre lluvia e inundación, mezclada en el conjunto
de la mente (indo-) europea, está desconstruyén-
dose persistentemente. Cuando el balance es tan
perturbador que la oposición comienza a hacerse
clara otra vez, el significado es: el desastre. No
importa cuán compasiva sea la intención, es el
silenciamiento más profundo robar la lengua ma-
dre del subalterno por la vía de una definición au-
toritaria, ignorante: eso es ya volverse parte de la
benevolente lexicografía aceptada.
****

Estas palabras, ya demasiadas, sólo pueden apun-


tar hacia dichos silencios.
NORMA ALAKCÓN
LA FRONTERA DE ANZALDUA
La inscripción de una ginocrítica

LA INSCRIPCIÓN DEL SUJETO

En nuestros días, los marcos conceptuales rígida-


mente categóricos a través de los cuales hemos
percibido hasta ahora, explícita o implícitamente,
nuestras realidades sociopolíticas y nuestra pro-
pia inserción contextual como sujetos, están sien-
do objeto de una profunda revisión crítica. Las
prácticas escritúrales de carácter teórico que en-
contramos en antologías tales como This Bridge
Called my Back, AI/ the Women are White, A!I Blacks
are Men, But some of us are Brave, Making Face/
Making Soul: Haciendo Caras, apuntan hacia di-
cha inserción. La enunciación despliega ahí la con-
ciencia polivalente del «escritor como sujeto histó-
rico (¿quién escribe? y, ¿en qué contexto?), pero
además, también se inscribe a sí misma en tanto
escritura, colocándose en la encrucijada entre el
sujeto y la historia— práctica literaria que a su
vez implica el gesto reflexivo, el posible conocimien-
to (lingüístico e ideológico) de sí misma en cuanto
a tal...» .
Las autoinscripciones, como el «foco de la con-
ciencia cultural y del cambio social tejen dentro
122
NORMA ALARCÓN

del lenguaje las complejas relaciones de un sujeto


atrapado entre los contradictorios dilemas de raza,
género, etnicidad, sexualidades y clase; la transi-
ción de la oralidad a la cultura letrada; y la prácti-
ca de la literatura como el lugar justo donde la
alienación social se cuestiona desde distintos en-
foques de acuerdo a cada contexto específico» .
La autoinscripción como «foco de la conciencia
cultural y del cambio social» constituye un incó-
modo tópico de discusión tanto para el intelectual
más «orgánico/específico» como también para el
intelectual «académico/específico», formados en
instituciones que con frecuencia se dedican a re-
producir su dominio hegemónico sobre los siste-
mas de conocimiento compartimentado (graficado)
y su distribución (política) dentro de la academia
misma. No debe sorprendernos entonces que las
mujeres de color que ejercen la crítica, desde un
contexto diferente al de Bridge y por lo tanto arti-
culado de distinta forma, también elaboren una
evaluación crítica por la vía de su exclusión, de su
ausencia o su desplazamiento de la producción
teórica y de las posturas asumidas por las femi-
nistas euroamericanas y por los hombres afroame-
rícanistas: «La mujer negra, en su papel de crítica
—apunta Valerie Smith— y de manera más gene-
ral como el lugar de confluencia de las opresiones
de fondo sexual, de clase y de raza, es evocada
frecuentemente cuando las feministas angloame-
ricanas y los hombres afroamericanistas comien-

1Trinh T. Minh-ha: "Not You/Like You: Post-Colonial Women


and the Interlocking Questions of Identity and Difference» en
Gloria Anzaldua (ed.): Making Face, Making Soul/Haciendo Ca-
ras. Creative and Critical Perspectives by Women of Color. Aunt
Lute Foundation. San Francisco, 1990, pp. 371-375.
2 Ibid., p. 245.
123
LA FRONTERA DE ANZ^LDÜA: LA INSCRIPCION DE UNA CINOCRÍTICA

zan a reconfigurar su discurso»3. Así, las disloca-


ciones culturales/nacionales producen también las
cognitivas a medida que los modelos dominantes
reifican progresivamente su discurso mediante el
uso de teorías no revisadas, que de este modo, se
van pareciendo más y más a las llamadas «críticas
androcéntricas». En otras palabras, Smith anota
que «cuando la especificidad histórica es negada o
queda implícita, se presume que todas las muje-
res son blancas y todos los negros, hombres. El
gesto de Inclusión de las mujeres negras como pre-
sencias históricas y como sujetos hablantes del
discurso crítico puede muy bien entonces ser uti-
lizado como una defensa contra los cargos de he-
gemonía racial por parte de las mujeres blancas y
contra los de hegemonía sexista por parte de los
hombres negros»4. De esta forma, «la mujer negra»
aparece como «la historización de la presencia», lo
que equivale a decir que a medida que la mirada
crítica se distancia de sí misma como habíante,
empieza a percibir a las «mujeres negras» como la
diferencia objetiva que historiza el texto en el pre-
sente evidenciando, de esta forma, hasta qué punto
tales teóricos han asumido ambiguamente la pos-
tura de El Mismo/Yo. Así, en esta forma oblicua,
el ojo crítico/Yo pone de relieve la distinción entre
El Mismo/No El Mismo como algo ineludible, algo
que de por sí requeriría de una elaboración. Pero,
al llegar a este punto, me parece que no se trata
tanto de eso, sino de la posibilidad de que las prác-
ticas escritúrales con las cuales nos vemos obliga-

3Valerie Smith: «Black Feminist Theory and the Representation


of the 'Other1» en Cheryl A. Wall (ed.):/n Changing oiirOum Words:
Essays ori Criticism, Theory and Writing by Blacic Women,
Rutgers University Press, New Brunswick, 1989, p. 44.
4 Ibid., pp. 44-45.
124
NORMA ALARCÜN

dos a trabajar y sus requerimientos concomitan-


tes de ciertos tipos de racionalidad lineal, nos exi-
jan esa dualidad Yo/Otro. En consecuencia, la di-
ferencia interna, en cuanto a tal, no puede ser
aprehendida, sino más bien nos vemos forzados a
descubrirla en forma especular en ella. Ella es la
diferencia «objetiva» que mediatiza el discurso pro-
ducido en oposición al del «Nombre del Padre y el
lugar de la Ley», (lo cual creo que viene a explicar
la actual demanda de textos de «mujeres de color»
en la academia, que pronto puede ser reemplaza-
da por alguna otra). Smith prosigue apuntando
que, conforme van surgiendo más teóricas femi-
nistas negras, se cuestionan cada vez más «las
conceptualizaciones del estudio literario y surge
un creciente interés por el efecto que la raza, la
clase y el sexo ejercen sobre la práctica de la criti-
ca literaria»'1.
Mi intención aquí no es tanto la de producir
una «crítica literaria» de las chicanas, ni deseo es-
tar limitada por el alcance de lo que se entiende
por «textos literarios». Quiero ser capaz de hibri-
dizar el campo textual de tal manera que lo que
esté enjuego no sea tanto nuestra inclusión o ex-
clusión de las genealogías literario/textuales y de
sus modos de producción, que tienen un limitado
aunque importante alcance, sino llegar a compren-
der cómo se forman y se desplazan los sujetos en
tanto escritores/críticos/cronistas de la nación y
al reconocimiento de la posibilidad de que noso-
tras mismas hayamos seguido decodificando un
romance familiar, un drama edipico, en el cual la
mujer de color de América no tiene un lugar «asig-
nado». Ella es simultáneamente una presencia/
ausencia en las configuraciones de la nación/es-

5 Ibid. pp. 46-47.


125
LA FRONTERA DE ANZALDÜA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRÍTICA

tado y en la representación textual. Más aún, el


momento en el cual ella surge como un «sujeto
hablante en proceso», la manera triangular del ori-
gen que ha configurado el mundo moderno en ge-
neral se transforma en algo infinitamente hetero-
géneo y rompe con el «romance familiar edípico».
Es decir, la estructura que sustenta las formas
sociales y culturales que organizan las sociedades
occidentales modernas —que han sido superim-
puestas a través de los sistemas de dominación—
política, cultural, teórica; y que las subsecuentes
narrativas fundacionales de oposición han adap-
tado— van a ser, en las Américas, fracturadas por
la obra de escritoras/criticas de color como las
chicanas, de tal manera que debemos «formar fa-
milia a partir de la nada».
En un ensayo anterior6, me apropié de la no-
ción de «differend» tomada de Lyotard, como me-
tonimia y metáfora para el referente/figura de la
chicana, término definido por él como un caso de
conflicto entre (al menos) dos partes, que no pue-
de resolverse equitativamente por falta de una re-
gla de juicio aplicable a ambos argumentos: «La le-
gitimidad de un lado, no implica la falta de legiti-
midad del otro» . La posición conflictiva y proble-
matizada de la chicana surge en parte, como lo
afirma Smith, cuando los discursos de oposición
de las mujeres «blancas» y de los hombres «negros»
compiten por su «diferencia» como la materializa-
ción histórica y/o un gesto deconstructivo des-
viante del patriarcado, «El nombre del Padre y el

6 Norma Alarcón: «Chicana Feminisms: In the Tracks of the


Native Woman» en Cultural Studies, N° 4/3. 10-1990, pp. 248-
256.
7Jean-Francois. Lyotard: The Differend: Phrases in Dispute,
University of Minnesota Press. Minneapolis. 1988.
126
NORMA ALARCÓN

lugar de la Ley». No obstante, debemos tener pre-


sente que la disquisición de Lyotard de este térmi-
no, no deja resueltas las transiciones entre la re-
presentación textual y la representación político/
jurídica. Como lo apunta Fraser,«No hay lugar en
el universo de Lyotard para la critica de los pene-
trantes ejes de estratificación, para una crítica
abierta, fundamentada en las relaciones de domi-
nio y subordinación que sea capaz de abarcar en
forma amplia categorías tales como el género, la
raza, o la clase»8. Las relaciones de dominio y de
subordinación surgen de la economía política y de
las formas a través de las cuales la nación genera
su propia autorrepresentación, que funciona como
una práctica de encorsetamiento de su población
a la cual dirige hacia su propia autoproyección en
beneficio de la élite; como tal, la formación de las
economías políticas, vinculada estrechamente a la
construcción de la nación, va a proveer los luga-
res a partir de los cuales surge la especificidad del
material histórico, generando sus propios discur-
sos, los cuales pueden o no coincidir filosóficamen-
te con las teorías sobre la representación textual.
El cambio de las teorías de la autorrepresentación
simbólica a la jurídica o a la fenomenològica se
elabora aparentado con una línea continua (sin
fracturas), no obstante no carece de fisura el in-
tersticio, la discontinuidad y la fisura son de he-
cho los lugares de producción del discurso tex-
tual. El momento histórico e ideológico en el cual
ella, como sujeto, se inscribe a sí misma. En otras
palabras, el sujeto histórico que escribe surge den-

8 Nancy Fraser/Linda J. Nicholson: «Social Criticism without


Philosophy: An encounter between Feminism and Post-
modernism» en Fraser/Nicholson (eds.): Feminism/Postmod-
ernism, Routledge, NuevaYork, 1990, p. 23.
127
LA FRONTERA DE ANZALDÜA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRITICA

tro de los discursos conflictivos generados por las


teorías de la representación, bien sean éstas jurí-
dicas o simbólico/textuales. Cada una de ellas está
gobernada por normas que se basan en distintos
presupuestos, por lo que una chicana puede tener
mejor suerte al autorrepresentarse o ser represen-
tada a nivel textual que a nivel legal en tanto chi-
cana. Es decir, el texto jurídico es producido por
la elite dominante, que tiene acceso a los aparatos
estatales a través de los cuales la economía políti-
ca se configura y que engendran la jurispruden-
cia, mientras que a la representación en el texto
cultural le está permitido incluir representaciones
generadas por ella misma. Sin embargo, como és-
tas últimas son, hasta cierto punto «marginalia»,
por decirlo así, no sólo existen en los intersticios,
sino que son producidas desde éstos. Ella, de la
misma manera que la «Bestia de las sombras»
(Shadow Beast) de Anzaldüa, nos inscribe como
«dobles», reforzando y asegurando la intersticiali-
dad de un «differend», como el justo no-lugar des-
de el cual es posible practicar la crítica. Su estatus
migratorio, que la priva de la protección del «ho-
gar», bien sea éste un pueblo fijo o un Estado-na-
ción, genera un discurso histórico de desplaza-
mientos que nosotros nos hemos dado a la tarea
de rearticular.
La «Bestia de las sombras» lo que cuestiona en
definitiva es la autorrepresentación monológica y
«amenaza la soberanía» de tal conciencia porque
se deshace de las restricciones y «cerrojos» «al
menor indicio de limitación».9

9 Gloria Anzaldua: Bordersland/La Frontera: The New Mestizo,


Spinsters/Aunt Lute, San Francisco. 1987, p. 16.
128
NORMA ALARCÓN

LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRÍTICA

Gloria Anzaldúa, quien se autodenomina chicana,


es originaria de Hargill, Texas, un pueblo rural si-
tuado en lo que se conoce como El Valle (The Valley).
Es una zona agrícola que se destaca por el maltra-
to que reciben las personas de origen mexicano.
En consecuencia, muchas de las narrativas que
se producen en esa zona tematizan las relaciones
conflictivas y violentas que focaron una Texas
anglo-americanizada a partir de la Texas-Coahuila
del territorio de la Nueva España; estas narrativas
también dan cuenta de la eventual formación de
la frontera geopolítica entre México y Estados Uni-
dos. Estos territorios fronterizos son espacios don-
de distintas formas de violencia se encuentran en
ebullición constante como resultado de las gue-
rras expansionistas de la colonización, de las polí-
ticas jurídico-inmigratorias, de la explotación de
los inmigrantes por parte de los «coyotes»* y por
parte de grupos de vigilantes. Como conflictos de
carácter racial, estos hechos violentos se han sus-
citado por lo menos desde la época en que los es-
pañoles comenzaron a fundar la frontera norte de
México (de Nueva España) en lo que actualmente
es el sudoeste anglo-amerícanizado de Estados
Unidos. Más tarde, y especialmente después del
final de la guerra entre México y Estados Unidos
en 1848, estos brotes de violencia han dividido con
frecuencia a la población en mexicanos/america-
nos, lo que de hecho tiene el efecto de acallar la

••Coyote» se dice de la persona intermediaria que, a cambio de


dinero, se dedica a "ayudar a pasar la frontera", o "al arreglo
de los papeles migratorios" , quien muchas veces engaña a
sus "clientes" y siempre utiliza medios altemos a los de
las leyes.
129
La FROffTEHA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRlTICA

presencia de su población nativa quienes están aún


tratando de establecer «el contexto para la forma-
ción de las 'razas'...»10.
En consecuencia, los modos de auto-historiza-
ción en y de los territorios fronterizos, ponen fre-
cuentemente de relieve o comienzan con relatos
sobre los violentos choques raciales. Por ello, no
es sorprendente que Anzaldúa se refiera a la ac-
tual linea fronteriza mexicano-americana como una
«herida abierta» que va desde Brownsville a San
Diego, desde Tijuana hasta Matamoros, en donde
el lado americano es considerablemente más rico
que el mexicano y donde esta línea geopolítica, ya
de por sí artificial, divide el territorio en dos siste-
mas de clase/cultura; esto es, la configuración de
la economía política puso al «tercer» mundo a ro-
zarse con el «primero». A pesar de que los sistemas
lingüísticos y culturales se esparcen con extrema
fluidez, los límites geopolíticos tienden a volverse
unívocos, es decir, el «mexicano» y el «anglo».
Gloria Anzaldúa al reflexionar sobre Hargill,
Texas y el condado de Hidalgo y sus alrededores
dice: «Esta tierra ha sobrevivido a la posesión y al
mal uso que le han dado cinco potencias: España,
México, la República de Texas, los Estados Uni-
dos, la Confederación y nuevamente los Estados
Unidos. Ha sobrevivido a sangrientas luchas anglo-
americanas, linchamientos, incendios, violaciones,
saqueos . Hidalgo es «el condado más abatido por
la pobreza de la nación, así como el principal pun-
to de llegada (Junto con Imperial Valley en Califor-
nia) de los trabajadores agrícolas inmigrantes». Y

10 David Montetejano: Anglos and Mexican in the Making of


Texas, 18361986, University of Texas Press. Austin, 1987, pp.
309.
11G. Anzaldiia: op. cit., p. 90.
130
NORMA ABARCÓN

continúa anotando que, «Fue aquí donde nací y


me crié. Me asombra que tanto él como yo haya-
mos sobrevivido» .
Así pues, en toda esa geografía, la gente des-
plazada por una economía política territorializada,
cuyos centros de poder se encuentran en cualquier
otro lugar, en este caso, México D.F. y Washington
D.C., intentan reducir su estado de desposeimiento
material por la vía de la producción de discursos
tanto contra-identificatorios como des-
identificatorios. Es decir, la tierra es recuperada
en términos imaginarios tanto en el sentido laca-
niano como en el althusseriano. Más adelante vol-
veré a retomar esta propuesta para discutirla en
mayor detalle, la que caracterizaré como paradig-
máticamente dialógica y sintagmática respectiva-
mente, que deviene en una heteroglosia altamente
creativa.
Sin embargo, antes de entrar a discutir el in-
tento de Anzaldúa por recuperar los territorios fron-
terizos, examinemos por un momento un área de
producciones discursivas contra-identificatorias o
de oposición. Por ejemplo, Américo Paredes y aho-
ra su seguidor José E. Limón, reclaman que fue el
Valle el lugar originario del Corrido. Proponen que,
en Las Américas, en el valle de una vasta región
que ahora se llama Texas, surgió un género com-
pletamente «nuevo»: el Corrido. Tal reclamación por
parte de Limón desplaza estratégicamente la apa-
rición del género y lo desvincula de las afirmacio-
nes que lo ubican en los orígenes del romance es-
pañol: en los romances de la propia frontera de
España. La estrategia Paredes-Limón pudiera ser
contextualizada como un gesto fundamentado en
las categorías de raza, clase y cultura. La trans-

12Ibid., p. 98.
131
LA FRONTERA DE ANZALDOA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRITICA

(forma)ción y la trans(figura)ción que tiene lugar


en la intersección entre la clase y la raza se en-
cuentra aún inexplorada13. Es decir, la forma del
romance español, sufre una metamorfosis induci-
da por el surgimiento del héroe de la resistencia
en la frontera mexico/americana cuyo estatus so-
cial y racial es sustancialmente diferente.
La estrategia de Limón contradice la de María
Herrera Sobek . Ella alinea el corrido con la teo-
ría del origen peninsular donde romances de la
frontera también surgieron durante el proceso de
formación de la nación española. La renuencia de
Herrera Sobek a desvincular los orígenes formales
del corrido de su raíz española y de reubicarlos en
Texas, puede operar en función de una postura
feminista implícita, la representación de la mujer,
bien sea en el romance o en el corrido reactiva un
escenario especularmente maniqueo del cuadro
patriarcal.
Sin embargo, para los fines de este análisis, lo
que me interesa es llamar la atención sobre la ne-
cesidad de «recuperar» la tierra —especialmente
en las narrativas nacionalistas culturales— a tra-
vés de escenarios de «orígenes» que surgen en el
mismo territorio, ya sea a nivel literario, legenda-
rio, histórico, ideológico, crítico o teórico, produ-
ciendo en términos materiales e imaginarios suje-
tos «auténticos» e «inauténticos», «legales» e «ilega-
les». Es decir, que el impulso de territorializar-
autenticar-legalizar y desterritoríalizar-inautenti-
car-ilegalizar está siempre presente, de tal modo

13 José E. Limón: Mexican Ballads, Chicano Poems: History and


Influence in Mexican American Social Foe try. University of Cali-
fornia Press, Berkeley. 1992, cap. 1.
J4 Maria Herrera Sobek: The Mexican Corrido: A Feminist
Analysis. Indiana University Press. Blomington, 1990.
132
NORMA AIARCÖN

que produce constantemente sujetos «(¡Ilegales»/


no ciudadanos tanto en las representaciones polí-
ticas como en las simbólicas, en un área geográfi-
ca donde la apariencia física y la forma de vestir
se están convirtiendo cada vez más en señales re-
veladoras de nuestro status de (indocumenta-
dos^, No debe sorprender entonces que el corrido
convierta al perseguido, a la figura del injustamente
proscrito, al injustamente indocumentado o, en los
términos de Gloria, al «Queer» (raro, extraño, sos-
pechoso) en un héroe de oposición paradigmático.
Así, también en los términos de Anzaldúa la con-
vergencia de alegatos que reclama la legítima pro-
piedad de la tierra, «ha creado una cultura de cho-
que, una cultura fronteriza, un tercer país, un país
dentro de otro»'0, cuya población «destribalizada»
no sólo está compuesta de «mujeres,,, homosexua-
les de todas las razas, personas de piel oscura,
parias, perseguidos, marginados, foráneos»17, sino
que además posee «la facultad», una «percepción».
En pocas palabras, una conciencia diferente que,
como veremos, se representa con la fórmula de la
conciencia de la «nueva mestiza», una femenina/
feminista reconceptualizada.
Pero si bien Gregorio Cortés se convierte en la
figura de oposición paradigmática del corrido etno-
nacionalista texano - mexicano —revitalizado por el
nuevo impulso que éste adquirió después de la
publicación del libro de Paredes18— Gloria Anzal-
dúa efectúa un corte transversal del nacionalismo

13 Debbie Nathan: Women and. Other Aliens: Essays from U.S.-


Mexican Border, Cinco Puntos Press, El Paso, 1991.
10 G. Anzaldúa: op. clt., 1987, p. 11.

17 Ibid., p. 38.

18 Américo Paredes: With a Pistol in his Hand: A Border Ballad

andits Hero, University ofTexas Press. Austin, 1971 [primera


ed. 1958].
133
LA FRONTERA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRÍTICA

«texano-mexicano» de codificación masculina al


configurar un «tercer país» fronterizo que posee un
imaginario polívoco en vez de uno unívoco. Dice:«Si
se me niega la posibilidad de volver a casa, enton-
ces tendré que mantenerme aquí y reclamar mi
espacio, haciendo una nueva cultura —una cul-
tura mestiza— de mi propia madera, mis pro-
pios ladrillos y argamasa y mi propia arquitectura
feminista»1 . Cuanto mayor sea su oscilación en
su deseo de re-territorialización, al estilo del para-
digmático héroe de la resistencia Gregorio Cortés,
más circunscribe al «tercer país» el cual queda «en-
cerrado»; en la medida que intenta socavar el or-
den fundamentado por el «hombre de la razón», el
sujeto unificado y soberano de la filosofía, en esa
misma medida ella construye una «encrucijada de
su identidad», una conciencia mestiza. La concep-
tualización de Anzaldúa, de una mestiza, como un
vector producido por múltiples transferencias y
transiciones culturales, corresponde simultánea-
mente a la versión que da Jameson de la «encruci-
jada estructural» lacaniana pre-índividualista. Es
decir, consiste «en los frecuentes cambios del su-
jeto de una posición fija a otra, en una especie de
multiplicidad opcional de inserciones del sujeto
dentro de un orden simbólico relativamente fijo»20.
Existe también una resonancia con la versión de
Cornelius Castoriadis, «El sujeto en cuestión no
es ...el momento abstracto de la subjetividad filo-
sófica; es el sujeto real atravesado de lado a lado
por el mundo y por los otros... Es la entidad activa
y lúcida que reorganiza constantemente sus con-
tenidos, con la ayuda de estos mismos conteni-

19 G. Anzaidua: op. cit.. 1987, p. 22.


20Fredric Jameson: Postmodernism or The Cultural Logico/Late
Capitalism. Duke University Press. Durham. 1991. p. 354.
134
NORMA ALARCÓN

dos, que produce a través de un material y po-


niéndolos en relación con las necesidades e ideas,
todo lo cual es en sí mismo una mezcla de lo que
ya estaba allí antes y de lo que él mismo ha produ-
cido^1. Independientemente de las posturas de
cada uno de estos teóricos, en Anzaldúa, como en
Jameson y en Castoriadis la resonancia es inelu-
dible. Esa simultaneidad transversal es aquella en
la que el sujeto-hablante-en-formación es atrave-
sado a la vez por «el mundo y por los otros» y se
afirma para ejercitar esa «fuerza lúcida que reor-
ganiza constantemente ... conteni-dos». Ahora bien,
el orden simbólico relativamente fyo que el texto
de Anzaldúa atraviesa, se reorganiza de manera
distinta conforme Anzaldúa cambia las metas de
su compromiso. Ora haciendo un corte trasversal
de las representaciones eurohegemónicas de la mu-
jer, ora de las del psicoanálisis freudiano/lacania-
no («Conozco cosas más antiguas que Freud») ,por
la vía de la psicoantropología junguiana, y de la
racionalidad del sujeto soberano, en la medida en
que ella adopta las concepciones no-lineales y no
basadas en el desarrollo social, cambia los «nom-
bres» de las posturas asumidas por sus sujetos de
oposición—la Mujer Serpiente, la Chingada, Tla-
zolteotl, Coatlicue, Cihuacoatl, Tonantsi, Gua-
dalupe, La llorona...La inserción de nombres po-
livalentes en la Frontera (territorios fronterizos)
constituye una reescritura de lo femenino, una
reinscripción de la ginocritica. Drucilla Cornell,
desde otro contexto, anota acerca de tales tácticas
revisionistas: «Con el propósito de afirmarse, de
ubicarse, como una manera de actuar sobre el
mundo, como una descripción de la realidad, más

21Cornelius Castoriadis: The Imaginary Instituttons of Society.


The MIT Press, Cambridge, 1987. p. 106.
22 G. Anzaldüa: op. cit., 1987, p. 26.
135
LA FRONTERA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRJTICA

23
como una afirmación de La Mujer» . Puesto que
la categoría de Mujer en el caso de las chlcanas/
latinas y de otras mujeres de color no ha sido to-
davía cabalmente configurada (mapeada), ni se ha
reescrito un modelo que atraviese culturas y cla-
ses, los actos de escritura y denominación múlti-
ple deben llevarse a cabo en ausencia de un espa-
cio textual compartido. De ahí que, un texto como
el de Anzaldúa sea la puesta en práctica «étnica»
de un gesto deconstructivo derrídeano que «debe,
a través de un doble movimiento, una doble cien-
cia, una doble escritura, ejecutar un vuelco de la
oposición clásica y el desplazamiento general del
sistema»24. Esto es, a través de la producción tex-
tual de la (y de la ubicación del hablante de una)
«conciencia mestiza» y de la recuperación y
recodificación de los múltiples nombres de la Mu-
jer, Anzaldúa des-inventa/deconstruye por una
parte la conciencia etnonacional de oposición y,
por la otra, su contraparte, «El Hombre de la Ra-
zón».
En la medida en que Anzadúa reconoce implí-
citamente el poder de la nación-estado para pró-
ducir «sujetos políticos», quienes son ora legales,
ora ilegales, privados de ciudadaníaTellajva a op-
iar por la «etno-nacionalización» y la reterritoriali-
zación en la forma de un «país cerrado/tercer país».
Mientras rechaza un etno-nacionalismo machista
que excluiría lo «raro» (queerj, no descarta del todo
un «neo-nacionalismo» (esto es, el «país cerrado/
tercer país») para los territorios fronterizos, Aztlán.
Sin embargo, ahí se abre a todos los excluidos, no

23Drucilla Cornell: Beyond Accommodation: Ethical Feminism.


Deconstruction and the Law, Routledge, Nueva York, 1992.
24Jacques Derrida: Margins of Philosophy, University of Chicago
Press, Chicago, 1982, p, 329.
136
NORMA ALARCÓN

sólo a los chícanos, sino a todos los «raros». Es


decir, la formación de una comunidad imaginaria
utópica en Aztlán, desplazaría la ideología de la
«sagrada familia»/«romance familiar» que aún pre-
valece en El Valle como en cualquier otro lugar del
sudoeste y que evita que muchos apoyen otras for-
maciones sociales de violencia.
La comunidad utópica imaginaria reconfirma,
desde un ángulo diferente, el argumento de Lisa
Malkki con respecto a que nuestra confrontación
con el desplazamiento y el deseo de «hogar» intro-
duce en nuestro campo visual «la metafísica seden-
tarista imbuida en el orden nacional de las co-
sas...»25. Estoes, la construcción contradiscursiva
de una comunidad imaginada utópica alterna re-
produce la «metafísica sedentarista» en la (re)terri-
torialización. Malkki apunta también que «las su-
posiciones sedentaristas acerca del apego al lugar
nos conducen a definir el desplazamiento no como
un hecho de contenido sociopolítico, sino más bien
como una condición interna, patológica del des-
plazado»28. Anzaldúa reconoce claramente esta si-
tuación en el concepto mismo de una «conciencia
mestiza», al igual que en el hecho de que ella privi-
legie la noción de migratoriedad, la multiplicidad
de nuestros nombres y la reclamación de los terri-
torios fronterizos en términos feministas que se
arriesgan a la «condición patológica» al represen-
tar la no-linealidad y la ruptura con la visión
desarrollista de la auto-inscripción: «No podemos
seguir echándoles la culpa a ustedes ni tampoco

25 Lisa Malkki: «National Geographic: The Rooting of People


and the Territorialization of National Identity Amon Scholars
and Refugees» en James Ferguson/Akhil Gupta: Cultural
Anthropology: Space, Identity and the Politics of Difference, 1992,
p. 31.
26 Ibid., pp. 32-33.
137
LA FRONTERA DE ANZALDUA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA OINOCRFNCA

renegar de la partes blancas, las partes masculi-


nas, las partes patológicas, las partes raras, las
partes vulnerables. Aquí estamos, desarmados y
con los brazos abiertos, sólo con nuestra magia.
Intentémoslo a nuestra manera, la manera mesti-
za, la manera chicana, la manera de la mujer»27.
Por supuesto, el deseo de totalidad —el sentirse
completa— guía las crónicas y esta inquietud es el
mismo deseo que pone a la vista tanto la migrato-
riedad de la población como la reapropiación del
«hogar». Es decir que en las Américas de nuestros
días, los procesos del imperio sociopolítico y los
desplazamientos de las formaciones nacionales que
han atravesado 500 años de historia, han sido ta-
les que esta noción se ha vuelto tan móvil como
las poblaciones, un «hogar» sin un territorio
geopolítico jurídicamente nacionalizado. ¡

LA «BESTIA DE LAS SOMBRAS» NOS PONE EN MOVIMIENTO

El tropo de la «bestia de las sombras» («The Shadow


Beast») en la obra de Gloria Anzaldúa funciona si-
multáneamente como un tropo de un inconscien-
te lacaniano recodificado, «como un discurso del
Otro» y como un imaginario althusseriano a tra-
vés del cual se capta y se representa lo real . Es
decir, la «bestia de las sombras» funciona como la
mujer «nativa» de las Américas, como un signo de
salvajismo: lo femenino como un signo del caos.
El sujeto hablante que apoya la visión de la mujer
«nativa» aparece ya enunciando a través de los múl-
tiples discursos del Otro, tanto como inconsciente

27 G. Anzaldua: op. cit., 1987, p. 88.


28 Jacques Lacan: Ecrits, W. W., Nueva York, 1977; Louis
Althusser: Lenin and Philosophy arid Other Essays, Monthy
Review Press, Nueva York, 1971.
138
NORMA ALARCÓN

como también como ideología. De este modo, lo


que nos preguntamos es qué pasa si el sujeto ha-
bla a través de ambos simultáneamente y, abar-
cando implícitamenteja deconstruccioñ dejelja
acerca de tales estructuras discursivas,, propone
una nueva conciencia: «Este producto casi termi-
ñado se asemeja a un ensamblaje, un montaje,
una labor de abalorios con varios motivos y con
un núcleo central, que ora aparece, ora desapare-
ce en una danza loca» 20. «Es este aprender a vivir
con la Coatlicue lo que transforma la vida en la
frontera de una pesadilla en una experiencia so-
brenatural. Es siempre un estado de transición
hacia otra cosa»'10.
El inconsciente lingüístico lacaniano pone en
marcha una historia triangular paradigmática,
hija/madre/amante lésbica. El imaginario
althusseriano, por su paule, pone en movimiento
articulaciones sintagmáticas de experiencia, len-
guaje, folklore, historia, psicoantropología junguia-
na y economía política. Algunas de éstas están
autorizadas por Anzaldúa en el pié de página de
tipo «académico», que llegan incluso a proponer al
lector las fuentes acreditantes que «legitimarán» el
argumento. Algunas de estas articulaciones vin-
culan en efecto múltiples ideologías de corte
misoginio/racista en referencia a las indias mesti-
zas. En forma simultánea, la «bestia de las som-
bras» está articulada metonímicamente con la
Mujer Serpiente, con Coatlicue, Guadalupe, La
Chingada et al., y concatenada en una metáfora
simbólica a través de la cual se generan más figu-
ras para producir el paradigma axial —la repre-
sión totalizante de lo lesboerótico en la tabulación

29 G. Alzaldúa, op. cit., 1987. p. 66.


30 G. Anzaldúa, ibid., p. 73.
139
LA FRONTERA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRÍTICA

del Estado-nación moderno—. El efecto de cróni-


ca. sin embargo, se logra primordialmente a tra-
vés del movimiento sintagmático de un texto co-
lectivo que podemos llamar «panmexicano», aun-
que esté reubicado en los territorios fronterizos,
transformándolo así completamente en una na-
rrativa chicana. Los términos y la construcción de
las figuras indígenas recorren e irrumpen en el
texto cultural escrito en español y el cambio de
código del español al inglés revela las fisuras y la
hibridación de los distintos proyectos imperialis-
tas y neocoloniales que han quedado inacabados.
Los términos y la construcción de las figuras pre-
servadas a través de las tradiciones orales y/o el
hablar popular/urbano coexiste incómodamente
con el hablar «correcto», es decir, con el español
estándar o el inglés estándar, todo lo cual coexiste
conflictivamente en las citas académicas. El mis-
mo «orden simbólico» que «unifica» la producción,
la organización y la inscripción de la conciencia
mestiza en el texto de Anzaldúa le permite realizar
la tarea de reconstruir, para reconstruir, para re-
centrar al sujeto en algún otro lugar.
En resumen, entonces, Coatlicue (o práctica-
mente cualquiera de sus hermanas metonimica-
mente relacionadas) representa la madre no (pre)
edípica (en este caso la no (pre)colombiana) que
desplaza y/o coexiste en perpetuo cuestionamiento
de la «Madre Fálica», la cómplice en el «romance
familiar» freudiano. Coatlicue se deslastra como
madre no(pre)edipica y no-fálica: «Y alguien den-
tro de mí toma las riendas junto conmigo, y even-
tualmente, adquiere poder sobre las serpientes,
sobre mi propio cuerpo, mi actividad sexual, mi
alma, mi mente, mis debilidades y mi fuerza. Mías.
Nuestras. No del hombre blanco heterosexual, o
del hombre de color, o del Estado, o de la religión,
ó de la cultura, o de los padres —sólo nuestras,
mías... Y de repente, siento que todo se precipita
140
NORMA ALARCÓN

hacia un centro, un núcleo. Todas las piezas per-


didas de mí misma llegan volando de los desier-
tos, de las montañas y de los valles, magnetizadas
hacia este centro. Completa»31. Anzaldúa reubica
a Coatlicue mediante el proceso del trabajo onírico,
la conjura desde la memoria no consciente, a tra-
vés del folclore serpentino de su juventud. El de-
seo de centrar, de originar, de fundirse con lo fe-
menino/lo materno/ lo amante en la seguridad de
un «tercer país» imaginario, las fronteras desiden-
tificadas con su actual lugar donde el Estado-na-
ción traza su línea jurídica, donde las formacio-
nes violentas se extienden por sí solas a muchas
millas a la redonda a ambos lados de la línea fron-
teriza: «ella deja el suelo natal, familiar y seguro
para aventurarse en terrenos desconocidos y po-
siblemente peligrosos. Este es su hogar/esta del-
gada orilla de/alambre de púas»32. El transeúnte
es tan indocumentado como algunos de los traba-
jadores de las maquilas del sur de California. En
esta tónica, las narrativas sintagmáticas, como un
efecto de la profunda complicidad estructurad con
las ideologías de la irracional «bestia de las som-
bras», contribuyen a la estructuración discursiva
del sujeto hablante quien las vincula con figuras
(como Coatlicue) de un simbolismo paradigmático
recodificado con fines éticos y políticos de nues-
tros tiempos, comprometida en la búsqueda, se-
gún el vocabulario de Anzaldúa, del «tercer espa-
cio». Anzaldúa desestabiliza nuestras prácticas de
lectura en tanto anécdotas autobiográficas, las for-
mas antropológicas y lingüísticas, la leyenda, la
historia y Freud, que se entretejen y fusionan con
el fin de recuperar, lo que ahora no pasa desaper-

31 G. Anzaldúa, op.cit., p. 51.


32 G. Anzaldúa, op.cit., p. 13.
141
LA FRONTERA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRÍTICA

cibido. La obra de Anzaldúa es lo que Caren Kaplan


llama una resistencia a la autobiografía moder-
nista .
Cuando Gloria dice que conoce «cosas más an-
tiguas que Freud», independientemente del rumor
que tan breve frase levanta, ella está, creo anun-
ciando su plan para descubrir/recuperar lo que el
sistema de Freud, y en términos lacanianos el sis-
tema legal del patronímico, desplazan. Esto es es-
pecialmente cierto con respecto al drama edípico/
romance familiar. Los sistemas freudiano/lacania-
no están en relación de contigüidad con respecto
a la racionalidad, el «hombre de razón», el-sujeto-
autoconsciente-en-cuanto-a-sujeto, en la medida
en que tal sujeto es el punto de su partida34. De
esta manera, el sistema desplaza la ley materna,
la sustituye por el concepto de «inconsciente» don-
de se almacena la llamada «represión originaria»,
de manera tal que el consciente y la racionalidad
puedan ser privilegiados especialmente como el
punto de partida establecido a partir del cual se
hace posible el descubrimiento del «inconsciente»,
más aún, él se constituye a sí mismo como el pro-
yecto «hacedor de ciencia» desplazando lo que des-
pués se conocerá como sistemas mitológicos, esto
es, los múltiples sistemas de significación del «in-
consciente-como-el-discurso-del-Otro» para los
cuales el discurso materno/femenino está también
imperfectamente desvanecido. En cierto sentido,
la excentricidad de Anzaldúa —que se despliega a
través de los tropos y prácticas mítico/folklóricas

Caren Kaplan: «Resisting Autobiography: Out-Law Genres


and Transnational Feminist Subjects» en Julia Watson/Sidonie
Smith (eds.): DelColonizing the Suject: Politics and Gender in
Women's Autobiographical Practice, University of Minnesota
Press, Minneapolis, 1992, pp. 115-138.
34 J. Lacan, op. cit.
142
NORMA AIARCÓN

no occidentales tan recientes como ayer en térmi-


nos históricos, a través de los testimonios conser-
vados textualmente después de la conquista, y más
recientemente los ídolos encontrados en las exca-
vaciones de 1968 durante las reparaciones efec-
tuadas en el metro de la Ciudad de México —cons-
truye un relato que tiene un propósito feminista.
Es feminista en la medida en que a través del des-
plazamiento trópico de otro sistema ella re-(des)cu-
bre la madre y se da nacimiento a sí misma como
inscriptora/vocera de/para la conciencia mestiza.
En las palabras de Julia Kristeva, «Tal excursión a
los límites de la regresión original puede ser expe-
rimentada fantasmáticamente como una mujer/
madre'». Sin embargo, no es como una «mujer/
madre» que la narradora de Anzaldúa actualiza la
«visita» lesboerótica de Coatlicue, sino como una
hija y como «rara» (queer). En cambio Kristeva nos
presenta una «faceta homosexual de la materni-
dad» higienizada cuando la mujer se convierte en
madre para recordar su propia unión con su ma-
dre. A pesar de que en su obra anterior Kristeva
presentó a la semiótica «como el poder disruptor
de lo femenino que no podía ser conocido y, por lo
tanto, no podía ser completamente aprehendido
por la simbólica masculina» ella ha «evitado cual-
quier intento por escribir el cuerpo maternal re-
primido o el cuerpo maternal como una
contrafuerza de la Ley del Padre»35. En cambio nos
quedamos con una teorización de «la función ma-
terna» de la jerarquía establecida por la simbólica
masculina . La narradora de Gloria, por su parte,
representa la fusión sin la mediación de la faceta
maternal misma. En el texto de Kristeva, la «higie-
nización» tiene lugar en el plano de preservar más

35 D. Cornell, op. cít., 1991, p. 7.


36 Ibid.
143
LA FRONTERA DE ANZALDÜA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRJTICA

que en el de irrumpir los sistemas freudiano/laca-


niano/edipico/romance familiar para no mencio-
nar la configuración triádica cristiana".
En la reescritura de Anzaldúa sobre lo femeni-
no a través de la polivalente ^bestia de las som-
bras», se intenta, por una parte, reinscribir lo que
se ha perdido a través de la colonización —ella dice:
«enraicémonos a nosotras mismas en el suelo v en
. —-— I»
el alma mitológica de este continente»— y, por
otro lado, de reinscribirlo como una codificación
contemporánea de la «metaforización primaria»,
como lo ha postulado Irigaray —lo reprimido fe-
menino en el Orden Simbólico del Nombre del Pa-
dre, tal como se expresa en la rearticulación laca-
39
niana de Freud y en la metafísica occidental— .
De acuerdo a Irigaray, la organización psíquica
para las mujeres bajo el patriarcado está fragmen-
tada y dispersa de tal manera que ésta se experi-
menta también como el desmembramiento del
cuerpo, es decir, «la no-simbolización» de su deseo
de origen, de su relación con su madre, y de su
libido, actúa como una constante para las regre-
siones polimórficas (debidas) a «demasiadas po-
cas figuraciones», imágenes de representaciones a
partir de las cuales ella se puede autorrepresen-
tar40. No cito la obra de Irigaray con la intención
de que ésta pueda ser usada como un medio para
diagnosticar la obra de Anzaldúa como una ins-

3' Julia Kristeva: Desire in Language: A Semiotic Approach to


Literature and Art., Columbia University Press. Nueva York.
1980, p. 239.
38G. Anzaldua, op. cit., p. 68.
39 Judith Butler: «Gender Trouble, Feminist Theory, and
Psychoanalytic Discourse» en Linda J. Nicholson, (ed.):
Feminism/Postmodernism, Routledge, Nueva York, 1990, pp.
324-340.
40 Luce Irigaray, Speculum of the Other Woman, Cornell
University Press, Ithaca. 1985. p. 71.
144
NORMA ALARCÓN

tancia de «regresiones polimórflcas:» La obra de


Anzaldúa, por ejemplo, está en complicidad simul-
táneamente con, opone resistencia a, y pretende
fracturar el psicoanálisis occidental a través de
sistemas de significación drásticamente diferen-
tes de aquellos de la misma Irigaray. Sin embargo,
la simultaneidad conyuntural forma parte del pro-
pio texto de Anzaldúa. De hecho, lo que Irigaray
esquematiza como descripción son las múltiples
formas en las que el «romance familiar/edípico»,
cualquiera que sea la forma lingüistica que adop-
te, hace de las mujeres unas enfermas pues ins-
cribe sus resistencia corno una enfermedad de
facto. La lucha por la representación no es una
inversión per se, se trata más bien de la lucha por
sanear a través de las producciones de reescritura
y retextualización, unos significados tomados pres-
tados de diversos discursos monológicos tal como
lo hace Anzaldúa en un esfuerzo encaminado a
construir otro sistema de significación que no sólo
sanee, por medio de la re-membración, las narra-
tivas paradigmáticas que recuperan la memoria y
la historia, sino que también reescriba la hetereo-
genidad del presente. No se desea tanto producir
un contradiscurso, sino aquel que tenga un pro-
pósito des-identificatorio, que dé un viraje drásti-
co y comience la laboriosa construcción de un
nuevo léxico y unas nuevas gramáticas. Anzaldúa
entreteje auto-inscripciones de madre/hija/aman-
te que a pesar de que, no se simbolicen como una
«metaforización primaria» del deseo, evitarán que
las «mujeres tengan una identidad en el orden sim-
bólico que sea distinta de la función maternal y
por lo tanto les(nos) impiden constituir una ver-
dadera amenaza para orden de la «metafísica occi-
dental»41 o, si se quiere, para el «romance familiar»

41 Ibíd. p. 71.
145
LA FRONTERA DE ANZALDÚA: LA INSCRIPCIÓN DE UNA GINOCRITJCA

nacional/etno-nacional. Anzaldúa está comprome-


tida con la recuperación y reescritura de ese «ori-
gen» femenino/lsta no sólo en los puntos de con-
tacto de varias simbolizaciones, sino en la misma
frontera geopolítica El Valle42.
La «bestia de las sombras» de Anzaldúa, recodi-
ficada intratextualmente como la Mujer Serpien-
te, La Llorona y otras imágenes, envía a su doble
como una Proscrita, una Rara, una «mitá y mitá»,
una sexualidad fluida desplegada a través de un
espacio cultural fluido, la frontera, que son vigila-
dos por la Ley del patronímico, y donde muchos, a
excepción de aquellos que lo poseen, están pros-
critos, perpetuamente representados como alte-
ridades tanto para Washington D.C. como para
México D.F. Borderlands/La Frontera es un «im-
pulso instintivo de comunicarse, de hablar, de es-
cribir acerca de la vida en la frontera, la vida en
las sombras»... las preocupaciones por la propia
vida interior y por la batalla que libra esa identi-
dad al encontrarse inmersa en la adversidad y
sufriendo la violación «de las únicas ubicaciones
que toma la conciencia cuando se encuentra en
esta confluencia de corrientes» entre lo interior/
exterior. Un espacio externo que es presentado en
la forma de la Texas de Estados Unidos, la fronte-
ra sudoeste con México ... y una frontera psicoló-
gica, la frontera sexual y espiritual»43. Una enti-
dad que se convierte en una encrucijada, una tra-
yectoria de choque, un centro de intercambio, una
alteridad perenne que una vez que surge dentro

" Sonia Saldivar-Hull: «Feminism on the Border: From Gender


Politics to Geopolitics«, en Hector Calderon/Jose D. Saldivar,
Criticism in the Borderlands; Studies in Chicago Literature,
Culture and ideology, Duke University Press, Durham, 1991,
pp. 203-220.
43 G. Anzaldua op, clt., 1987, prologo.
146
NORMA ALARCON

del lenguaje y se auto-inscribe, tan tardíamente,


parece una peregrina incansable que va recolec-
tando los fragmentos que nunca llegarán a com-
pletarla. Ese deseo la obliga a recoger en exceso, a
recordar en exceso, a trabajar en exceso y produ-
cir un texto recorrido por inversiones y despro-
porciones, resultado de la experiencia de la
dislocación, vis á vis con el texto del Nombre
del Padre y el Lugar de la Ley.
FRANCINE MASIELLO
ESTE POBRE FIN DE SIGLO
Intelectuales y cultura de minorías en la Argentina
democrática

En La ciudad ausente (1992), Ricardo Piglia des-


cribe la experiencia de un rebelde irlandés solita-
rio que, por urgencia de dialogar con otra perso-
na, inventa una máquina parlante con voz de
mujer, «El amor no es cuestión de cuerpos sino de
voces», explica el narrador, en un único momento
lírico entre una serie de intercambios abstractos
entre e) rebelde y su máquina-mujer. La voz feme-
nina se produce mediante un conjunto de alam-
bres y aparatos desechados; el reciclaje de la tec-
nología gastada entretiene al político exiliado, y
hasta le ofrece consuelo: producto del imaginario
masculino, esa voz femenina artificial alimenta los
sueños del hombre. Este episodio suscita una se-
rie de preguntas: ¿Es la mujer una sombra del
deseo masculino?, ¿es la mujer el origen de toda

Nota: Una versión preliminar de este texto fue leida en un con-


greso de la Latín American Studies Association (Atlanta, marzo
de 1994). Agradezco a María Luisa Bastos, Gwen Kirkpatrick.
Graciela Montaldo, Marta Morello-Froscb y Maiy Louise Pratt
su cuidadosa lectura de este ensayo y sus valiosos comenta-
rios; Jos errores, por supuesto son míos.
148
FRANCINE MASIELLO

ficción, la fuerza propulsora del relato, con la cual


se reescribe el mito adámico para inaugurar la pa-
labra novelada? Aquí Piglia nos obliga a repensar
los usos de la mujer en el ámbito tecnológico mo-
derno y la función que ella cumple en un proyecto
político ajeno.
Este texto es útil para iniciar una reflexión so-
bre los papeles que desempeñan las mujeres y las
minorías culturales en la Argentina reciente. El
lugar problemático de la mujer invita a repensar
los efectos de la modernización y, desde ellos, la
manera de representar la otredad, tanto desde la
perspectiva del Estado como desde la visión de los
intelectuales. Finalmente, la presencia femenina
nos obliga a prestar atención al auge de los arte-
factos culturales recientes, pertenecientes a la tran-
sición democrática, donde la imagen de la mujer
existe como un puente o un objeto, carente de vo-
luntad propia. En este caso, la mujer confecciona-
da en la época de los medios masivos de comuni-
cación, suprime y desvirtúa las actividades de la
mujer de la vida cotidiana. Existe como una enti-
dad social sin voz, sin derecho a la acción.
Durante los años de la dictadura, las fuerzas
de derecha provocaron nuevas expectativas sim-
bólicas con respecto al cuerpo humano. Conside-
rada como cuerpo enfermo que precisaba un tra-
tamiento «médico» otorgado exclusivamente por las
fuerzas de seguridad, la población se sometió a
las exigencias arbitrarias del gobierno militar. El
cuerpo se definía a través de su capacidad de enun-
ciar datos y nombres; se separaba la persona real

' Sobre ei cuerpo torturado durante los años de la dictadura


militar, son muy útiles las observaciones de Frank Graziano:
Divine violence: Spectacle, Phychosexuality and Radical
Chris tíanity in the Argentine 'Dirty War-. Westview Press, Boulder,
1992.
149
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

de su código simbólico, para inaugurar una ma-


nera muy postmoderna de identificar a los sujetos
sociales . Con la idea del «preso sin nombre, celda
sin número» —para utilizar el acertado título de
las memorias de Jacobo Timerman— se separó al
individuo de su historia vivida; el cuerpo perdió la
identidad.
Después de la caída del régimen militar, la cul-
tura tecnológica sigue alterando el cuerpo y la iden-
tidad del ciudadano. Mediante las imágenes pro-
pugnadas por los medios masivos, se subraya la
superficie, se suprime la textura de lo individual,
se enaltece la imagen visual a expensas del diálo-
go entre pares. En este contexto minimalista, se
pretende reducir los espacios de la conciencia y de
la memoria . De hecho, cuando surge un conflicto
interior, deslizándose sobre la superficie visual de
las relaciones humanas, aparece como un residuo
melodramático de los conflictos entre el bien y el
mal; son voces congeladas en el fluir de la histo-
ria, destinadas al consumo masivo y carentes de
profundidad3. Así, todo drama moral se reduce a
una proliferación de imágenes en tránsito, produ-
cidas por los medios masivos; el exceso visual pre-
valece sobre la facultad discursiva.
La prensa opositora y sensacionalista, como Pá-

2
Existe otra línea de análisis sobre los años de postdictadura
con la cual se subraya el modelo psicológico de culpabilidad
general con respecto a los años de gobierno militar. V. por ejem-
plo, el análisis de Ricardo Piglia incluido en el volumen de Raquel
Angel: Rebeldes y domesticados: los intelectuales frente al po-
der, Ediciones El Cielo por Asalto, Buenos Aires. 1992.
El control massmedíático del melodrama, utilizado para ma-
nipular a las masas, se comenta ampliamente en los estudios
de Jesús Martin-Barbero: De los medios a las mediaciones: Co-
municación. cultura y hegemonía. Gustavo Gili, Barcelona, 1987:
y Carlos Monsiváis: Amor perdido. Ediciones Era, México, 1986.
150
FRANCINE MASI ELLO

gina 12,4 exalta el horror y el escándalo como par-


te del ritual cotidiano bonaerense; se privilegia la
«crónica» para crear un espectáculo acerca del dra-
ma de la vida privada5. Sin embargo, raras veces
se pasa del drama privado a la convalidación del
ciudadano activo para penetrar y alterar el circui-
to discursivo político. En este sentido, el periodis-
ta moderno repite el papel del escritor de la pren-
sa amarilla de las últimas décadas del siglo xix, en
la cual se formaba la opinión pública por medio de
la presentación del escándalo y se utilizaba el es-
pectáculo de la delincuencia para atraer e intimidar
a los lectores. Es decir, se crea en ambas épocas
un espectáculo curioso acerca del conflicto entre
la vida pública y privada: la marginación de cier-
tos sectores de la población y el privilegio exaltado
de otros cristalizan las fronteras entre la razón
política (con voz, sin cuerpo) y la presencia de las
masas (dramatizada en su aspecto visual, pero
esencialmente silenciada). Todo se reduce a un
grotesco «ready made» con el cual se privilegia el
escándalo del pobre a la vez que se debilita su pa-
pel político en la sociedad.
Para decirlo de otra manera, me atrevo a pro-
poner que desde la reinstalación de la democra-
cia, se está inventando un nuevo tipo de «desapa-
recidos», desautorizados tanto por el gobierno como
por ciertos sectores progresistas. Más allá del in-
dulto del «punto final» o las declaraciones del pre-
sidente Menem sobre la necesidad de olvidar la
guerra sucia, la vuelta a la democracia tiende a

4Para un análisis de Página 12, ver el excelente estudio cié


Horacio González: La realidad satirica' J 2 hipótesis sobre Pági-
na 12, Paradiso Ediciones, Buenos Aires, 1992.
5 De entre el género de la nueva «crónica* periodística ver, por
ej,, el libro de Laura Ramos: Buenos Aires me mata. Sudameri-
cana. Buenos Aires, 1993.
151
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

borrar la lucha de las minorías culturales, las cua-


les en el mejor de los casos, resuenan como ecos
mecanizados de los hombres en el poder. Atrapa-
dos en un juego de simulacros que desvirtúan la
acción, los movimientos del ciudadano finisecular
que protesta por la injusticia y reclama sus dere-
chos civiles, se encubren en la manipulación post-
moderna de lo real.

Muchos han señalado la importancia de la cultu-


ra audiovisual en Argentina: del espectáculo y la
teatralidad de la vida política nacional6. Para eso,
se insiste en la simulación, el video clip, el zapping
y el distanciamiento del espectador de la experien-
cia «real». La presencia televisiva en Argentina de
comentaristas como Mariano Grondona y Bernar-
do Neustadt, la explotación periodística de los po-
líticos —tanto de Alfonsín como de Menem —ha
elevado el discurso estatal a nivel de espectáculo,
un juego con el mero carácter de la representa-
ción. Ante esta mise-en-scéne, los ciudadanos se
encuentran en una zona de hiperrealidad donde
pierden perspectiva de cualquier proyecto intelec-
tual para entenderse con el proceso histórico; res-
ponden, en cambio, al dominio técnico y el juego
de simulacros. Así, los medios adquieren impor-
tancia sobre cualquier compromiso directo con la
experiencia cotidiana. En este sentido, Néstor Gar-

V. de Oscar Landl: Medios, transformación, cultura y política,


Legasa, Buenos Aires, 1987: Ariana Vacchieri y Luis Alberto
Quevedo: «Públicos y consumos culturales de Buenos Aires»,
CEDES, documento N" 32. Buenos Aires, 1990; y Beatriz Sar-
lo: Escenas de la vida postmoderna : Intelectuales, arte y
videocultura en la Argentina, Ariel, Buenos Aires, 1994.
152
FRANGINE MASIELLO

cía Canclini7 ha observado con acierto que los me-


dios «reordenan las relaciones de dramatización y
credibilidad con lo real». Esta nueva prueba de fe
a fines del siglo xx obliga a reestructurar los para-
digmas del saber y a cuestionar nuestra creencia
en lo que hasta ahora se había considerado como
una práctica política viva. En contraste con las ex-
periencias del otro fin de siglo, en el cual las más-
caras se utilizaban para esconder la realidad de la
vida privada, los disfraces de este fin de siglo nos
recuerdan la ausencia de toda verdad. Así, a tra-
vés de la ilusión visual, la teatralidad reemplaza al
diálogo espontáneo —el simulacro desplaza la au-
tenticidad—y una serie de reglas controlan los efec-
tos de lo real. Estos aspectos generales de la si-
tuación postmoderna adquieren proporciones des-
mesuradas cuando se los correlaciona con las ca-
racterísticas de la situación en la Argentina des-
pués de la dictadura en que la memoria del pasa-
do violento se suprimió para crear la ilusión de la
armonía democrática.
Eduardo Rinesi8 ha observado, con respecto al
gobierno alfonsinista, que el liberalismo se pre-
ocupa más que nada por las leyes y los procedi-
mientos estatales. Pero una vez establecidas las
reglas de juego, se sacrifican las voces populares;
los intereses de grupos específicos se suprimen
para satisfacer el orden y la justicia. Es decir, se
instala el modelo neoliberal a costa de los proce-
sos de diferenciación. A la vez se deja de cuestio-
nar los eventos de la historia reciente y el sentido
social de protesta. Abundan ejemplos para demos-

7 V. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la mo-


dernidad. Sudamericana. Buenos Aires, 1992.
Seducidos y abandonados. Carisma y traición en la transición
democrática Argentina, Manuel Suárez Editor. Buenos Aires,
1993.
153
ESTE POBRE FIN DE SIGIJO

trar la gravedad de la situación que se agudizó en


marzo de 1995, cuando un marino retirado expli-
có cómo se arrojaba a los presos políticos al mar
abierto durante los años de la «guerra sucia»: en
lugar de aceptar la realidad del pasado atroz, los
altos funcionarios del gobierno, incluido el presi-
dente, se indignaron frente a la revelación y criti-
caron la falta de discreción del ex-militar. Así, in-
sistió Menem, no hay que reabrir el debate públi-
co sobre los desaparecidos; mejor es confesarse
en privado con un sacerdote, aconsejó al militar
arrepentido.
Como antídoto contra el peligro de la memoria,
el gobierno insiste en el olvido y la supresión de la
historia vivida. Pero, peor aún es la actitud de al-
gunos intelectuales que también abogan por este
paso hacia el olvido. El sector intelectual —pese a
que responde con hostilidad a los principios del
«menemismo»— frecuentemente descarta el valor
de los múltiples actores, en particular de las mi-
norías culturales no integradas en los grandes par-
tidos. De esta manera, emerge una nueva polari-
zación entre el bien y el mal, en la cual el discurso
partidario representa lo deseable, en la medida en
que incorpore al intelectual, mientras los movi-
mientos sociales se aislan como acciones autóno-
mas, individuales, carentes de sentido global.
En este debate, el intelectual se sitúa como el
héroe postmodemo abandonado. Identifica su pér-
dida de poder con el auge de las minorías sociales,
que no respetan su liderazgo en programas políti-
cos. Hasta Beatriz Sarlo, una de las mentalidades
críticas más lúcidas de la Argentina de hoy, asocia
la pérdida del poder intelectual con la clausura
del espacio público y con el surgimiento del
relativismo cultural como valor dominante de nues-
tra época. Específicamente, cuestiona la emergen-
cia de las nuevas agrupaciones sociales que abo-
gan por intereses específicos y dejan de lado los
154
FRANCINE MASIELLO

intereses globales que afectan la política del Esta-


do. En un artículo Sarlo postula que el intelectual
existe como un resto arcaico, marginado de los
procesos políticos de la época9. Debido al énfasis
sobre los «particularismos», la autoridad del inte-
lectual, que propone una visión totalizante de la
política, ya no domina más este fin de siglo. Sin
poder hablar por todos, el intelectual se aisla, per-
dido entre la bulla de los intereses particulares.
Sarlo se preocupa especialmente por el destino
del intelectual, pero otros cuestionan el auge del
nuevo activismo social. Por ejemplo, Tomás
Abraham, filósofo y director de La Caja, comenta
la micropolítica que domina la cultura actual. Mira
con desconfianza las resistencias locales incipien-
tes:

Cualquier cosa puede llenar un vacío o vaciar un


llenado, no necesariamente las estrategias locales.
Pero existe una cierta dificultad en vender nuevos
paraísos, al menos para los intelectuales, porque si
vemos la cantidad de gente que congregan los evan-
gelistas, pareciera que existe una gran clientela para
los paraísos, o las consolaciones.10

El hecho es que los nuevos sujetos sociales inspi-


ran desconfianza. Los activistas en el campo de
las luchas barriales, por ejemplo, se representan
como ingenuos que esperan —como los evangelis-
tas— la vuelta al paraíso perdido.
De manera parecida, Mario Wainfeld, del grupo
de la revista Unidos, cuestiona la importancia de
las ONGs en la vida cultural argentina:

" B. Sarlo: «¿Arcaicos o marginales? Situación de los intelec-


tuales en el fin de siglo» en Punto de Vista N° 47, 12-1993, pp.
1-5.
Citado en Raquel Angel, ob. cit., p. 75.
155
ESTE POBRE FIN DE SICLO

Las ONGs no han conseguido forjar una alternativa


política 'macro' al sistema vigente, con el que inte-
ractúan permanentemente. Las únicas ONGs per-
durables y antiestatalistas de nuestra historia fue-
ron los movimientos de derechos humanos; segura-
mente fue una exageración 'exigirles' o pensarlas
como virtuales gestoras de una respuesta política al
modelo. Los movimientos sociales que deben asumir
tamaña responsabilidad reflejan un alto grado de
desestructuración. Justifican su presencia por las
finalidades inmediatas más que por su posible evo-
lución hacia una nueva globalidad política11.

Debido a estos grupos, se entiende, el corpus so-


cial se ha disuelto. No sin ironía, en una época en
que los intelectuales han descartado como inváli-
do el discurso totalizante, el mismo deseo de tota-
lidad surge otra vez como parte de una esperanza
nostálgica de volver al relato heroico del pensador
en relación con el Estado12. En este contexto, los
marginados, los activistas populares alteran vio-
lentamente el imaginario del intelectual progresis-
ta; inhabilitan su práctica discursiva mediante
nuevas estrategias de inserción en la cotidiani-

V. Los que quedaron afuera, Ediciones Unidos. Buenos Aires,


1993. p.10.
12

Sobre el discurso nostágico de la izquierda y, con ello, el


deseo de recuperar el relato heroico del intelectual, v. Nelly
Richard: La insubordinación de los signos, Cuarto Propio, San-
tiago de Chile, 1994.
Desde otra perspectiva, Alberto Moreiras critica aquellos par-
ticipantes en los movimientos sociales que buscan, a través de
las prácticas cotidianas, un nuevo agenciamiento destinado
exclusivamente a la «preservación de identidades». De ahí in-
siste Moreiras que el proyecto de las actividades movimientis-
tas refleja una «neurosis de representación» en tanto que los
participantes defienden su derecho a ser sujetos de la historia:
«Postdictadura y reforma del pensamiento» en Reuísta de críti-
ca cultural 7. 11/1993, pp. 26-34.
156
FRANGINE MASIEUJ}

A través de estas discusiones, se inicia el deba-


te acerca de la autoridad del individuo sobre el
proceso histórico. La historia se utiliza para fines
específicos y, si entran los marginados para impo-
ner su voz en la política, el gesto se ve como un
acto de castración, de lujo indebido destinado a
silenciar a las grandes figuras que han dominado
el espacio público. Así, la participación de las mi-
norías culturales se percibe como una amenaza,
pues altera el imaginario —ya consolidado— so-
bre la constitución del ser nacional. Asi nos que-
damos con la pregunta: ¿quién habla por quien y
quién define la agenda cultural?

II

En el debate sobre el destino nacional, los cineas-


tas argentinos reinciden una y otra vez en la lec-
tura del proceso histórico, cuestionando los tropos
y símbolos visuales que han forjado la imagen de
la patria. En el corpus de películas de los últimos
años, el público argentino ha visto, entre otras
cosas, un cuestionamiento de los orígenes genea-
lógicos ligados con la memoria histórica. Antes,
por ejemplo, mediante el tropo del pater familias
que controla nación y hogar, se afirmaba la identi-
dad argentina, se justificaban las raíces de la ciu-
dadanía y se postulaba un discurso totalizante.
Pero los cineastas recientes interrogan el espacio
de la familia unida por la autoridad del padre y
ponen en duda la eficacia de la madre (patria) como
imagen de fundación nacional. De esta manera,
postulan otra manera de hablar de la nación y eli-
gen una voz paródica para desmltificar la búsque-
da de orígenes dentro del contexto argentino. Las
películas, sin embargo, exponen graves contradic-
ciones ideológicas con respecto a la mirada artís-
tica sobre el destino de la patria.
Es el caso, por ejemplo, de Eliseo Subiela, que
157
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

dirigió El lado oscuro del corazón (1992). Evocan-


do la poesía de Girondo, que celebró, en su prime-
ra etapa literaria el ideal de las mujeres que vue-
lan, el protagonista busca a la mujer perfecta, que
es capaz de recitar versos y entender las fantasías
estéticas del hombre. Con este ideal, el personaje
espera resolver su crisis de identidad y su falta de
rumbo cierto tal como toma forma en los años de
la postdictadura. Significativamente, sólo encuen-
tra el amor perfecto con una prostituta uruguaya,
que conoce de memoria a Girondo y promete redi-
mir al hombre a través del ideal artístico. La cele-
bración de lo estético se festeja, entonces, fuera
de la nación, ironizada (por el público femenino,
por lo menos) en la identidad no-argentina de la
prostituta. Subiela parece decirnos que las muje-
res argentinas no son capaces de realizar su mi-
sión de amantes e intelectuales; no ofrecen una
salida al materialismo de la década neoliberal. Así,
el protagonista traspone la frontera nacional para
encontrar el arte y la pasión al otro lado del Río de
la Plata. A semejanza de la máquina parlante de
Piglia, la prostituta uruguaya restituye los valores
de la modernidad (claramente ubicados en un
momento que antecede el vacío postmoderno) y
apoya un proyecto masculino que confirma el lu-
gar del hombre en la vida cultural. Sin embargo,
tampoco la uruguaya promete la felicidad reden-
tora pues, al final, rechaza al argentino y lo man-
da de vuelta a su país, donde sólo sus compañe-
ros masculinos lo consuelan: ai final del film, se
consolida el pacto fraternal entre hombres.
Otra reflexión sobre la familia ideal argentina
se encuentra en las últimas películas de Fernan-
do Solanas y Leonardo Favio, donde se representa
la búsqueda del padre ausente. En El viaje (1992),
una producción que marca definitivamente la rup-
tura de Solanas con el peronismo, se ve la exalta-
ción de una alternativa política latinoamericana
158
FRANCINE MASIELLO

sobre la identidad local. Con fuertes resonancias


de la ideología izquierdista de la década de 1970,
el héroe va en busca del padre y viaja por América
mientras reconstruye el papel del huérfano mítico,
desplazado de su casa. Así, se foija una historia
que sustituye la de la gran familia peronista y re-
cupera el elemento mitológico de lo latinoamerica-
no, sin fronteras nacionales. Al final, ubicado en
las comunidades indígenas de Mesoamérica, el pro-
tagonista descubre sus raices y se reuúne con el
padre ausente. Esta leyenda redentora ofrece una
salida a la política fragmentaria, carente de senti-
do, del neoliberalismo: la nueva familia se reúne
en algún lugar de América, más allá de las fronte-
ras argentinas. La ingenuidad de Solanas se reve-
la, sin embargo, en la contradicción aparente en-
tre el modelo narrativo elegido (el triunfo de la ley
del padre) y la ideología del peronismo, cuyo dis-
curso paternalista el mismo Solanas desea recha-
zar. Es decir, no logra superar el paradigma exis-
tente del Estado y, por fin, a pesar de los viajes de
su protagonista, termina reforzando una nueva
versión de la simbología peronista.
Gatica (1993), de Leonardo Favio, también cae
en trampas parecidas al explicar el fracaso de un
programa nacional por medio del colapso de la
metáfora familiar. Asi, el hijo inocente (el boxea-
dor Gatica) es abandonado por el padre peronista
omnipotente después de años de abuso. La ten-
sión entre la patria y familia, entre el cuerpo heri-
do de la nación y el cuerpo mutilado del boxeador,
crea una ficción exagerada que bordea el kitsch.
Favio, como Solanas, e incluso como Subiela, pro-
pone que la modernidad se puede justificar me-
diante las ficciones coherentes del Estado fuerte;
sin esta posibilidad, la acción social se vuelve gro-
tesca. Así, los cineastas mencionados proponen
una narración del Estado que cuenta con el poder
paterno; con lo cual dejan de reconocer cualquier
159
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

estrategia de diferenciación interna. Las mujeres


y las figuras marginales de la cultura existen sólo
para corroborar el discurso dominante.
Favio, paradójicamente, investiga la estructura
de las creencias argentinas al comprobar la diso-
lución del pacto familiar (entre padre e hijo) y la
trampa de la visión autoritaria. Sin embargo, a falta
de una alternativa viable, también él se implica en
la lógica discursiva que, al final, queda intacta; en
efecto, Favio comunica su desilusión con respecto
al mito pero no logra superarlo. Los recursos vi-
suales de la película refuerzan la ambivalencia,
que oscila entre una representación paradójica del
patriotismo y una fuerte creencia en él. Así, por
ejemplo, abundan imágenes de enormes bande-
ras argentinas que cubren el cuerpo sangriento
del boxeador; el exceso de carga simbólica las con-
vierte en una caricatura. Gatica, además, se redu-
ce a un títere: un boxeador mecánico movido por
las cuerdas de un proyecto ideológico alejado de
su control personal. Sin embargo, a menos que el
espectador sea un defensor muy comprometido del
peronismo, no puede sino permanecer indiferente
al dilema del héroe perdedor. El director nos dis-
tancia de cualquier compromiso con el boxeador y
la traición del padre peronista tampoco nos indig-
na demasiado.
Queda claro que los cineastas mencionados —
a pesar de sus ironías superficiales y de su crítica
al proceso político— se aferran tenazmente al mito
de la salvación por medio del amor paterno; con
ello, vuelven al proyecto familiar utópico propug-
nado por el mismo Estado.

III

¿Cómo organizan los argentinos otro imaginario


sobre la nación? Y ante las explicaciones ya ofre-
cidas, ¿cómo construyen ios mujeres una alterna-
160
FRANCINE MAStELLO

tiva a la política cultural existente? Jean Franco


ha señalado que las mujeres frecuentemente se
apropian del «poder interpretativo» masculino para
dar otro sentido a la vida, lo cual más que racio-
nalización es una ruptura en las estrategias de
análisis. Se repudia la versión tradicional de la
cultura arraigada en la Ley del padre y se instala
el pacto entre mujeres para reestructurar la co-
munidad social. Así, el activismo de las mujeres
recupera otro poder interpretativo no sólo en la vida
cotidiana sino en el mundo del arte y las letras .
En De eso no se habla (1991), María Luisa Bem-
berg trata la cuestión de la diferencia y/de la ex-
clusión. Ubicada en la década de 1930 en un pue-
blo de provincia de la Argentina, la película narra
la historia de una madre obsesiva que procura
proteger a su hija enana, haciendo como si no exis-
tiera deformación física alguna. Así, el título de la
película se refiere tanto a la voluntad materna de
silencio con respecto a lo innombrable como a la
«invisibilidad» de los seres marginados de la socie-
dad actual.
Sin embargo, la desviación —física o ideológi-
ca— desempeña un papel dentro de los paráme-
tros del Estado nacional en tanto marca las fron-
teras entre el bien y el mal, lo legitimo y lo inacep-
table. De esa manera, el marginado define al Esta-
do desde afuera y establece la distinción entre cen-
tro y periferia, el ciudadano legal y el subalterno
desconfiable. En la película de Bemberg, eventual-
mente se nombra la deformación de la hija, con lo
cual la enana ocupa un lugar definitivo en la so-
ciedad. Al asumir plenamente su identidad atípica,
la niña abandona el pueblo de su infancia para
incorporarse a un circo donde participa con otros

14 J. Franco: Plotting Women: Gender and Representation in


Mexico, Columbia University Press, Nueva York. 1989.
161
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

marginados en un espectáculo que exalta la dife-


rencia a través de lo monstruoso; protegida entre
iguales, la niña acabará aceptando su diferencia.
Se ha observado que Bemberg propone una li-
beración de su protagonista enana al permitir que
se incorpore al circo, pues allí encuentra formas
de alianza con otras figuras marginales. Sin em-
bargo, la película propone otra posible lectura en
tanto la heroína entra en un espacio social autori-
zado por el Estado. El circo, como espectáculo de
lo marginado, ofrece un lugar seguro donde se con-
tiene el gesto excéntrico; absorbe al sujeto social
aberrante y lo separa, protegiéndolo, de la esfera
social cotidiana. En este sentido, el circo no ofrece
ningún espacio para la libre circulación de identi-
dades; más bien, circunscribe a los marginados,
los condena al exilio perpetuo. Es decir, el relato
de Bemberg señala otra manera de manejar el es-
pacio histórico, aislando al personaje deforme del
intercambio social. La metáfora utilizada por la
cineasta es reveladora acerca de la Argentina de la
década de 1990, años que han aislado los com-
portamientos excéntricos de actividades socia-
les, organizadores barriales, y defensores de dere-
chos humanos, tratando de hacerlos invisibles,
aislados de la óptica nacional. De esta manera,
las fuerzas del Estado crean la ilusión del agencia-
miento de los débiles cuando en realidad han cir-
cunscrito su limitado espacio de acción.
Otras cineastas también han enfocado este pro-
blema al señalar la frágil autoridad del individuo
frente a una historia de mentiras. En Un muro de
silencio (1993), la directora Lita Stantic cuestiona
el derecho de artistas e intelectuales a hablar de
la experiencia ajena. En este sentido, su película
no trata sólo del destino de los desaparecidos de
la Argentina, sino cuestiona el uso del arte como
instrumento de la cultura de oposición y el dere-
cho del artista a referirse a experiencias ajenas.
162
FRANCINE MASIELLG

La memoria histórica se actualiza entre muje-


res. Vanessa Redgrave hace el papel de una direc-
tora de cine inglesa que viaja a la Argentina donde
descubre la historia de una mujer cuya pareja
desapareció durante los años del régimen militar.
La mujer, como sobreviviente del Proceso, se nie-
ga a participar como protagonista en la película
de Redgrave; defiende sus derechos a controlar su
propia historia y a representar su vida sin inter-
vención ajena. Así, la película insiste en que las
mujeres tienen derecho a recuperar su pasado his-
tórico, a recordar la experiencia en términos ex-
clusivamente personales. Desde el margen se de-
fiende la singularidad de la memoria en tanto que
el ser humano resista incorporarse al proyecto
estético de otro/a.
Resulta curioso que sólo 50.000 personas ha-
yan visto esta película en la Argentina: ¿la cifra
sugerirá un alto grado de desinterés del público
argentino por el tema de la dictadura o por el de-
seo femenino de investigar la historia reciente?
Como si fuera un gesto para suprimir la experien-
cia de los años del regimen militar, los críticos han
preferido ver en la película un ejemplo de testimo-
nio sentimental sobre un tema ya pasado de moda.
Se podría decir que el desinterés es emblemático:
no sólo se declara que no pasa nada; no sólo se
reconsidera inútil recordar al gobierno militar sino
que también se descarta la versión fílmica de la
investigación.
No obstante, las argentinas siguen en su lucha
por instalar una versión de la historia reciente que
discrepa de la oficial. Una de las expresiones más
impresionantes de la resistencia popular empezó
con las «marchas del silencio» en la provincia de
Catamarca; estas protestas sin palabras abrieron
una nueva forma de resistencia en la Argentina y
señalaron tanto la trivialidad de todo discurso ver-
bal como la desconfianza de los sectores margina-
163
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

les con respecto al discurso del poder. A pesar del


énfasis en el silencio durante los años de la «déca-
da perdida», así designada por la CEPAL15, las mu-
jeres participaron activamente en nuevas mani-
festaciones sociales. Constituyendo un 30% del
mercado laboral, muchas de ellas madres solte-
ras. fueron dramáticamente afectadas por la cri-
sis de servicios públicos y por otras medidas eco-
nómicas relacionadas con la política de ajuste.
Como parte de los nuevos movimientos sociales
que nacieron en América Latina en las décadas de
1970 y 1980, las mujeres se organizaron en for-
mas diversas: algunas en un sindicato de Amas
de Casa (1982), que luego se constituyó en la SA-
CRA (1984); otras se organizaron en comunidades
de base (1988-1989), desarrollando programas de
ollas comunes, talleres de alfabetización, de salud
pública y ciudado de niños"3. A través de esas or-
ganizaciones barriales, las mujeres adquirieron
otra conciencia del activismo comunitario duran-
te los años de transición a la democracia. Pasaron
de las estrategias de sobrevivencia a insistir en la
organización colectiva y los derechos civiles. Jun-
to con esas organizaciones barriales, las ONGs, la
multiseccional de mujeres, el movimiento de jubi-
lados, los activistas en el movimiento homosexual
y el de derechos de los indígenas, presentaron exi-
gencias para reformular y ampliar el programa
estatal. Ofrecían no sólo una cultura contestata-
ria, sino alternativas reales a la experiencia coti-
diana. Pese al éxito de estos movimientos, la his-

15

V. Maria del Carmen Feijoó: Alquimistas en la crisis: Expe-


riencias de mujeres en el Gran Buenos Aires, UNICEF. Buenos
Aires,
16 1991, p. 17.
Jo Fisher observa que la SACRA, para el año 1989, alcanzó
200.000 socias: Out of the Shadows. Women, Resistance and
Politics in South America. Latin America Bureau, Londres. 1993.
164
FRANCINE MASIELLO

toria del activismo local ha sido suprimida, rele-


gada a la esfera de la vida privada, sin la menor
trascendencia política. Así como las Madres de Pla-
za de Mayo perdieron su prestigio popular ganado
durante la dictadura y en la década de 1980 asu-
mieron otra vez el epíteto de «locas» —y, como ta-
les, enemigas del proceso democrático—, los pro-
gresos de las mujeres y de las minorías culturales
raras veces pasaron a la conciencia pública, salvo
que fueran publicados en los medios masivos por
su efecto sensación alista.
Conviene recordar,en este contexto, que los me-
dios de comunicación masiva cuando registran la
participación civil de la mujeres y otras minorías,
la describen con la retórica del escándalo. Asimis-
mo, ni los derechos de las mujeres, jubilados y
homosexuales se consideran como íemas de de-
bate sino un intento de imitar el enfoque de la pren-
sa extranjera (donde también el escándalo atrae
más que la ética). Así, por ejemplo, durante los
primeros meses de la administración de Clinton
en Estados Unidos, los diarios porteños se refirie-
ron abiertamente a si había que admitir a los ho-
mosexuales en el ejército argentino; los «talk shows»
de los programas televisivos encararon el proble-
ma de los derechos legales de los homosexuales.
Por otra parte, el público apoyó abiertamente a
Mariela, una madre transexual que estuvo por
perder a sus hijos adoptivos debido a la interven-
ción del Estado. Así, las minorías culturales ocu-
pan la mirada pública por su impacto sensaciona-
lista; el melodrama atrae más que el análisis y el
cambio social.
Se dieron situaciones sumamente paradójicas
con respecto al destino de la mujer. Asi, a pesar de
la decisión de que el 30% de la Cámara de Diputa-
dos estuviera constituido por mujeres, los progra-
mas destinados a beneficiar a las mujeres han
progresado poco en los últimos años. Es notable,
165
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

también el debate sobre el aborto en la Asamblea


Constituyente, suprimido a pesar de la ruidosa
presencia femenina. De esta manera, la transición
a la democracia está lejos de solucionar las cues-
tiones de los derechos de las mujeres y sigue exi-
giendo que el público femenino mediatioe sus in-
tereses para participar en la sociedad civil. Sin
duda, se trata de una crisis de mayor envergadu-
ra, sumamente difícil de resolver en el campo de
la representación política ni en el campo de la re-
presentación estética.

rv

Desde otro ángulo, las escritoras recientes seña-


lan esta crisis de valores, subrayando las catego-
rías artificiales de identidad que el Estado exige a
sus ciudadanos. Por ejemplo, María Moreno (Cris-
tina Forero) en ElAjfair SkeJJington7, se ocupa del
tema de la identidad mediante el uso del seudóni-
mo, del desdoblamiento de los personajes y de una
red de alianzas contruidas en el texto entre los
miembros de grupos marginados. En el libro, los
poetas exiliados, los chícanos, los gays y los sub-
alternos de la sociedad moderna se nombran para
que la autora abra una reflexión sobre la relación
discursiva posible entre distintos ritmos históri-
cos pertenecientes a ambas Américas. Mediante
estos personajes nombrados en el texto se trans-
greden tanto los códigos de los géneros literarios
como las exigencias del género sexual. También
es importante que Moreno señale la crisis de re-
presentación que afecta el estatus de las mujeres
ante el público argentino anónimo.
Graciela Montaldo y Claudia Gilman son auto-

17
Ed. Bajo la Luna Nueva, Buenos Aires-Rosarlo. 1992.
166
FRANCINE MASIELLO

ras conjuntas de una novela situada en Argentina


y Uruguay. Escribiendo desde París y Caracas, las
autoras de Preciosas cautivas'ñ desbaratan la idea
del texto literario como empresa de un solo autor;
desafian así el concepto del individuo solitario como
base de la creación literaria. Es notable, además,
que la dualidad de la autoría se refuerza por me-
dio del tono epistolar asumida en el texto, donde
dialogan dos mujeres acerca de la contradicción
entre salud y enfermedad, realidad y ficción, cam-
po y ciudad. Así, con un tono irónico que bordea
el melodrama y aún el kitsch, las autoras se bur-
lan de los géneros sentimentales que, típicamen-
te, identifican a la mujer como sujeto, cautiva o li-
mitada en sus posibilidades de acción. Por eso las
autoras reflexionan sobre los exilios posibles de la
mujer, desterrada de los centros de poder discur-
sivo por medio de la enfermedad, la locura y la
marginación de la que vive en el campo.
Diana Bellessi en su poesía propone una ver-
sión alternativa del Sur. En El jardín9, insiste en
el paisaje para pensar la metafísica del sujeto fe-
menino; ofrece una nueva manera de definir la geo-
grafía americana, otra óptica para mirar la natu-
raleza, el fluir del tiempo y el espacio del hogar. Su
escritura propone una alternativa a la genealogía
oficial de la historia latinoamericana, en tanto ha
excluido constantemente a las mujeres y a las po-
blaciones marginadas. Así Bellessi contempla el
valor semántico asignado a la naturaleza, a la obra
de arte ubicada en el museo, al circuito ritual de
la memoria femenina en tanto proponga relacio-
nes subterráneas que desafíen el discurso poético
tradicional. En «Manhattan Revisited», Bellessi in-

ie Alfaguara. Buenos Aires, 1993.


Ed. Bajo La Luna Nueva, Buenos Aires-Rosario, 1992.
167
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

terroga el valor del arte popular desubicado de su


contexto habitual para ocupar un lugar en el mu-
seo urbano. Visto desde la perspectiva de los
Asmat. el canibalismo de la elite con respecto a la
cultura popular excede de lejos la así llamada bar-
barie asignada a los subalternos. De esta manera,
la poeta enlaza la suerte de las poblaciones margi-
nales, cuyos artefactos se exhiben en los museos,
con los pobres de la zona metropolitana, que vi-
ven, en condición de exiliados dentro de su propio
país, alrededor del museo de arte.
En sus proyectos literarios, estas autoras se
apoderan del margen como espacio de la produc-
ción cultural. Buscan otras continuidades en la
historia, otras maneras de dialogar, sin que el
activismo ni el pensar femenino se excluya de la
representabilidad de lo «real». Con fuerza equipa-
rable, las autoras buscan un lenguaje adecuado
para expresar el dilema de la otredad; un lenguaje
que represente la clase de experiencia humana
previamente excluida de la historia.
Un episodio muy notable que sintetiza la bús-
queda de las mujeres se lee en El Dock, novela de
Matilde Sánchez20. La novela se inicia con una
mujer que mira un noticiero televisivo en el que se
narra la historia de un ataque terrorista contra
una base militar argentina, presumiblemente la
de La Tablada. En la pantalla, se ve la incursión
eficaz de los soldados que asesinan a los rebeldes.
Entre la juventud armada, se advierte una mujer
moribunda que la protagonista identifica como una
amiga de su juventud lejana. A partir de ese mo-
mento, la novela de Sánchez inicia una profunda
investigación acerca de la base de los vínculos co-
munitarios, la construcción artificial de la mater-

J1 Planeta, Buenos Aires, 1992.


168
FRANCINE MASIELLO

nidad, y las alianzas afectivas que van más allá de


la práctica política. Sánchez parece decir que el
noticiero de la tarde es incapaz de captar y regis-
trar la amplitud de la experiencia diaria ya que no
logra restaurar la dignidad de las relaciones hu-
manas como se han establecido entre las perso-
nas en el espacio privado. Lo político, dice la auto-
ra, se encuentra más allá de los límites de la cul-
tura massmediática, más allá de la esfera electró-
nica que intenta homogenizar a sus espectadores.
De esta manera, la novela obliga a repensar el con-
traste entre la experiencia directa y su represen-
tación posible.
Las escritoras mencionadas aquí ofrecen un
mapa de la Argentina en el cual rechazan la »bar-
barie» de la época neoliberal con sus programas
de «civilización». Sus textos nos obligan a reflexio-
nar sobre las metáforas familiares que hasta la
fecha han definido la nación; también ponen en
cuestión el efecto de las imágenes televisivas se-
riales con las cuales se organiza la identidad del
sujeto social. Por fin, obliga a mirar los espacios
recónditos de la vida diaria para encontrar otro
modo de dar sentido a la sociedad civil y el reino
de lo estético.
«La basura es una fuente de belleza», afirma
Jorge Rulli21, antiguo líder de la Juventud Peronista
que ahora se dedica a la lucha por los derechos de
los marginados. No se trata de desacreditar lo in-
conforme, sino de localizar el espacio desarticula-
do propuesto por la marginalidad y hacerlo flore-
cer. Aquí llama la atención el reciclaje de las so-
bras de la urbanización, los detalles que estructu-
ran una visión diferente de la cultura cotidiana.

21«Según pasan los años: entrevista a Jorge Rulli» en El ojo


mocho N° 3. otoño 1993, pp. 21-31.
169
ESTE POBRE FIN DE SIGLO

De igual manera, las argentinas mencionadas en


estas páginas proponen una racionalidad nueva
para el fin de siglo, dramatizando lecturas dife-
rentes de la historia ya constituida. Se abren nue-
vas investigaciones, nuevas estructuras del saber,
otra estética y otra manera de hacer política en
nuestra época.
SYLVIA MOLLOY

DIAGNOSTICOS DEL FIN DEL SIGLO1

No es exagerado afirmar que tuvo


en sus manos, o mejor dicho, en su mesa de trabajo,
todo el Buenos Aires morboso y antisocial
Gregorio Bermann, La obra científica de José Ingenieros.

Es posible afirmar: •yo le ui así', pero no: •era así»


Roberto Payró, Recuerdos.

I. PERICIA Y AUTORIDAD

En La simulación en la lucha por la vida (1903)


escribe José Ingenieros:

La función social de la medicina debiera ser la de-


fensa biológica de la especie humana, orientada con
fines selectivos, tendiendo a la conservación de los
caracteres superiores de la especie y a la extinción
agradable de los incurables y degenerados; se evita-
ría con ello el desperdicio de fuerzas requerido por el
parasitismo social de los inferiores, alejando, a la
vez, la posible transmisión hereditaria de caracteres
inútiles o perjudiciales para la evolución de la espe-
cie. Pero este problema sólo puede señalarse, por
ahora, en eí orden teórico. Acaso los hombres del
porvenir, educando sus sentimientos dentro de una
moral que refleje los verdaderos intereses de la espe-
cie, puedan tender hacia una medicina superior, se-

Este trabajo es parte de una reflexión más amplia sobre la


noción de desuío y su consecuente patologización en la cultura
hispanoamericana de fines del siglo xi\ y principios del xx.
172
SYLVIA MOLLOY

lectiva; el sereno cálculo desvanecería una falsa edu-


cación sentimental, que contribuye a la conserva-
ción de los degenerados con serios perjuicios para la
especie2.

Dentro de esta propuesta higienista, quiero hacer


notar en primer lugar, para la reflexión de las pá-
ginas que siguen, el deslizamiento del plano bioló-
gico al moral, deslizamiento que marca toda la obra
de Ingenieros así como, en términos generales, la
institución psiquiátrica de fines de siglo. También
quiero hacer notar la efectiva, aunque no explíci-
ta, equivalencia establecida por Ingenieros entre
la noción de especie y la noción de sociedad nacio-
nal. Si bien es inevitable pensar la especie desde
una sociedad (no existe una reflexión abstracta
sobre la especie), el planteo de Ingenieros cuenta
activamente con la sinonimia de los términos y
con el eventual reemplazo del uno por el otro. Don-
de dice especie, léase sociedad; léase concretamen-
te, sociedad argentina en los primeros años de este
siglo, léase nación. Así, por ejemplo, la referencia
a «la extinción agradable de los incurables y los
degenerados» con que cuenta la medicina para
proteger la especie, en el párrafo citado, aparece
en otro texto contemporáneo de Ingenieros como
medida para proteger la sociedad argentina. Al
comentar el Proyecto de la Ley Nacional del Tra-
bajo, llamada ley González, refiriéndose a la sec-
ción que legisla el trabajo del indio. Ingenieros re-
curre elocuentemente al mismo oxímoron del ex-
terminio placentero: «El indio a que la ley se refie-
re no es asimilable a la civilización blanca ... (S)u

2 En Obras Completas de José Ingenieros, revisadas y anota-


das por Aníbal Ponce. Tomo I, Ediciones L. J. Rosso, Buenos
Aires, 1933, p. 249.
173
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

protección sólo es admisible para asegurarles (sic)


una extinción dulce; a menos que responda a in-
clinaciones filantrópicas semejantes a las que ins-
piran a las sociedades protectoras de animales»3.
En este contexto positivista y crudamente eu-
genésico, la institución psiquiátrica que ilustra (y
contribuye a fundar) Ingenieros, operando en es-
trecha colaboración con otros aparatos de Estado
(el sistema jurídico, el sistema educacional, las
fuerzas de vigilancia), se propone tareas explícitas
en el Buenos Aires de fines del siglo xix y princi-
pios del xx: detectar, diagnosticar —es decir, reco-
nocer patologías— clasificar y suprimir. Este es-
fuerzo taxonómico, cuyo propósito es, en princi-
pio, decir «la verdad de la enfermedad» conduce a
dos conductas que superan los límites de la enfer-
medad en sí: 1) la rehabilitación de los recupera-
bles, es decir, la erradicación de la patología para
así reestablecer la salubridad del cuerpo social5 y
2) la represión de los no asimilables a esa salubri-
dad, es decir, la represión (o reclusión, o «extin-
ción dulce», o destierro) de «los que sólo pueden
ser un peligro social por sus enfermedades, sus
crímenes o su corrupción»fi.
Los tres términos —enfermedad, crimen, co-
rrupción— son, para el diagnosticado^ manifes-
taciones patológicas equivalentes. Como bien

' Oscar Terán: «José Ingenieros o la voluntad de saber» en José


Ingenieros: Antümperialismo y nación, Siglo xxi, México. 1979,
p. 65.
Michel Foucault: La vida de los hombres infames. Ensayo so-
bre desufactón y dominación, Pres. Fernando Savater. Edicio-
nes de la Piqueta, Madrid, 1990. p. 72.
5 Salubridad y no salud, tal como la define Foucault: «La salu-
bridad es la base material y social capaz de asegurar la mejor
salud posible a los individuos», ibid.
h Oscar Terán: ob. cit., p. 57.
174
SYLVIA MOLLOY

apunta Vezzetti, «es en esas imágenes de la corro-


sión y de la nocividad que atacan al orden— como
la figura compacta de un amo fabuloso, de un su-
praorganismo virtual que domina la escena de la
inadaptación— donde locura y delito, rebeldía y
miseria se igualan en una equivalencia casi sin
matices»7. El médico es, podría decirse, el amo de
ese amo fabuloso, su garante. La medicalización
del sujeto es un modo de control.
En los planteos de Ingenieros, la conjunción
de patología y criminología, la supeditación de la
primera a la segunda, y la sustitución del estado o
del acto (enfermedad, crimen) por un sujeto, ya
paciente, ya agente (enfermo, criminal), que se
construye como socialmente peligroso, son obvias:
observa Ingenieros que las «determinaciones
periciales» del médico legista son siempre de «alto
interés penal o civil» . El diagnóstico se vuelve,
entonces, modo privilegiado de organizar el saber
(represivo) del Estado, la patología se convierte en
«forma general de regulación de (una) sociedad»9
que adjudica al dianosticador incontrovertida au-
toridad.
La aparente rigidez de este ejercicio médico, la
autoridad privilegiada atribuida al facultativo, la
confianza (y en el caso de Ingenieros, el placer)
con que éste parece ejercer esa autoridad, y por
fin el carácter eminentemente huidizo o por lo
menos equívoco de los males que se intenta diag-
nosticar, pautan la reflexión que sigue sobre la
escena del diagnóstico finisecular en la obra de

7 Hugo Vezzetti: La locura en la Argentina, Paidós, Buenos Ai-


res, 1985, p. 179.
8 En La simulación en la lucha por la vida, Obras Completas.
cit., p. 254.
9 M. Foucault: ob. cit., p. 113.
175
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

uno de sus practicantes más notorios. En particu-


lar, quiero reflexionar sobre los esfuerzos de Inge-
nieros por detectar una patología específica: no
simplemente la enfermedad sino la simulación de
la enfermedad, tema de su tesis doctoral y obse-
sión de su obra temprana. En 1900, Ingenieros
escribe su tesis sobre «La simulación de la locu-
ra». El texto luego se publica en volumen, precedi-
do, a manera de prefacio, por otro largo texto (en
realidad, otro libro) que aspira a contextualizar al
primero: La simulación en la lucha por la vida. In-
genieros explica el motivo de esa contextualiza-
ción: «Solamente el estudio de la simulación, como
fenómeno general, puede dar la ley de conjunto
donde se encuadra el fenómeno particular de la
simulación de la locura . Razona Ingenieros esa
contextualización proponiendo la filogenia siguien-
te: 1) de la simulación espontánea en el mundo
biológico para asegurar la subsistencia (fenóme-
nos de mimetismo, etc.) se pasa a la simulación
voluntaria en la vida humana en pos de un bene-
ficio; 2) de esa simulación, a la simulación de es-
tados patológicos; 3) de la simulación de estados
patológicos, a la simulación del estado patológico
por excelencia, la locura; 4) de la simulación de la
locura, en general, a la simulación de la locura
por los delincuentes.
Salta a la vista el carácter retrospectivo de la
secuencia, el hecho de que está determinada por
su último término, la delincuencia. Como Kafka y
sus precursores en el relato borgiano, la serie se
elabora a partir de su culminación. La delincuen-
cia contamina, por así decirlo, retrospectivamente
los demás elementos: hay algo delincuente (y algo
patológico) en toda forma de simulación, parecie-

10 Ibíd.. p. 110.
176
SYLVIA MOLLOY

ra decir Ingenieros. Si bien al comienzo Ingenieros


propone casos típicos de simulación en el reino
animal como medio en la lucha por la vida (por
ejemplo, el gusano que se disimula tras un copo
de algodón para no ser detectado), la noción de
simulación biológicamente provechosa, al pasar al
plano humano, se enjuicia en términos morales.
(Se está simulando algo para conseguir una inme-
recida ventaja.) La simulación se vuelve «medio
fraudulento de lucha por la vida» el mundo de
los simuladores se describe como un mundo «de
ficción y de mentira, en que todos, buenos y ma-
los, se ven obligados a simular, aunque más los
malos que los buenos»12. La simulación se enjuicia
doblemente: como patología y como crimen.
La conexión entre patología y crimen, en tér-
minos generales, no es nueva; para dar un solo
ejemplo, ya ha sido trabajada por Lombroso a quien
Ingenieros lee y emula. Tampoco, a partir de las
observaciones de Darwin sobre el mimetismo ani-
mal, es nuevo el estudio de la simulación, desde
un punto de vista ya psiquiátrico, ya sociológico13.
El trabajo de Ingenieros es en parte trabajo de
vulgarización: resume estudios previos y sistema-
tiza la reflexión. Pero sobre todo —y ahí reside su
novedad— cataloga, describe y clasifica, con obse-
siva minucia, las infinitas variantes de la simula-
ción, articulando la relación, en su opinión inexo-
rable, entre las muchas formas de la simulación
con la patología y la delincuencia. La prolijidad y

11 Ibid., p. 114.
12 Ibid., pp. 125. énfasis mío.
13 Señala Vezzeti la preocupación temprana por distinguir en-

tre locura real y locura simulada, recordando el «Informe medi-


colegal sobre el estado mental de un individuo" de Eduardo
Wilde y Pedro Mallo, redactado a pedido de un Juez civil en
1871. Ob. cit., p. 140.
177
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

la pasión que dedica a esa clasificación claramen-


te revela una necesidad de control. Ingenieros se
adueña de la simulación, gana de mano a su maes-
tro Ramos Mejía, quien publica Los simuladores
del talento un año después de La simuíactón de la
locura de su discípulo, reconociendo generosamen-
te que «la simulación, propiamente dicha, sólo ha
sido sistamáticamente estudiada por Ingenieros
(sic)» . Analizada como patología, clasificada en
categorías tan caprichosas como exhaustivas, en-
juiciada como más o menos delincuente, la simu-
lación es propiedad de Ingenieros; constituye el
impulso fundador no sólo de su labor psiquiátrica
sino, propongo, de toda su labor intelectual.
Ingenieros escribe su tesis doctoral inspirado
por un proceso notorio en Buenos Aires, el caso
Wanklin-Echegaray, en el cual peritajes sucesivos
y contradictorios nunca lograron determinar si la
«locura» de un homicida era real o simulada. Este
comienzo concreto es significativo, creo, por tra-
tarse de un caso que quedó para siempre abierto,
irresuelto, es decir, sin diagnóstico. La reflexión de
Ingenieros sobre la simulación parte por lo tanto
de un no poder determinar, de un ¿es o se hace?,
de un permanente desalio. Propongo que esa irre-
solución inicial marca indeleblemente la escena
del diagnóstico en Ingenieros, su clasificación pa-
ranoica y crecientemente represiva, su autorita-
rismo burlón cuando no la violencia de sus tera-
pias, y que también explica el recurso constante
de Ingenieros a otras disciplinas que complemen-
tan las incertidumbres de la propia. Lo que no
puede del todo la psiquiatría se logra en y median-
te otras instituciones. Indicativos tanto de la

4 José María Ramos Mejía: Los simuladores del talento (1904),


Editorial Tor, Buenos Aires, 1955. p. 7.
178
SYLVIA MOIAOY

paranoia como de la coerción son los títulos beli-


cosos de ciertos subcapítulos de La simulación de
la locura- «Lucha entre simuladores y peritos», «Re-
cursos astutos para descubrir la simulación», «Me-
dios coercitivos», «Agentes tóxicos». El antagonis-
mo, la violencia misma de la relación diagnosti-
cante/diagnosticado, se presenta en el texto como
una lucha entre rivales:

Por su parte, el perito está obligado a desplegar to-


das sus aptitudes, por dos grandes fuerzas que le
impelen y le sostienen. Su deber profesional le impo-
ne tutelar la seguridad social, impidiendo que un
sujeto antisocial vuelva al seno de la sociedad pre-
dispuesto a reincidir; su amor propio de hombre de
ciencia, le muestra su reputación en o por mañas
astutas del simulador.
Así acaecen esos duelos tenaces entre peritos con-
cienzudos y simuladores inteligentes, donde se cru-
zan el ingenio y la astucia, sembrando dudas en el
perito y desesperación en el simulador15.

Esta lucha es tanto más ardua cuanto que la pa-


tología en cuestión —la simulación— se distinga,
precisamente, por su caracter inasible, sus «sín-
tomas» difíciles de reconocer. Porque el simulador
que interesa a Ingenieros no es (o no es solamen-
te, como lo fue en su tesis doctoral), el simulador
que reproduce un estado patológico conocido, como
aquellos enfermos de la Salpetriére evocados por
Foucault, quienes «empezaron a reproducir, a ins-
tancias del poder-saber médico, una sintomatolo-
gía construida sobre el patrón de la epilepsia, es
decir, susceptible de ser descifrada, conocida y re-
conocida» . La patología que interesa sobre todo a

15 En La simulación.... cit., p. 354.


16 M. Foucault: ob. cit., p. 73.
179
DIAOFTÒSTLCOS DEL FIN DEL SIGLO

Ingenieros es la «simulación misma» (es decir, una


práctica de reproducción tanto de enfermedades
precisas como (y sobre todo) de conductas socia-
les) . El simulador presenta una conducta como
«auténtica» cuando no es más que copia, por ende
«falsa». Corresponde al perito médico llevar a cabo
la pesquisa, distinguir esa copia falsa de la verdad
de su original, a fin de, en palabras del propio In-
genieros, «desenmascarar a los simuladores»58. En
los complejos comienzos de la era de la reproduc-
ción mecánica, dentro de una cultura latinoame-
ricana postcoíonial que reflexiona sobre originali-
dad e imitación, mímica e independencia cultura-
les, a la vez que repiensa su relación con Europa a
la luz de una inmigración sospechosa, el simulador
de Ingenieros es, para usar la terminología médi-
ca de su diagnosticados un síntoma cultural.

II. LAS SIMULACIÓN EN LITERATURA

Las apariencias engañan, y se diría que Ingenieros se


esforzaba por multiplicar y complicar esas apariencias
engañosas. ¿Por qué? ¿Para qué? Misterio
Roberto Payró, Recuerdos

Yo, a pesar mío, mmcafui bohemio


José Ingenieras, Carta a Roberto Payró

Si Ingenieros monta su pesquisa tutelar y su apa-

De hecho las patologías simuladas interesan menos a Inge-


nieros por sí mismas que en tanto impliquen una conducta
social: así por ejemplo el acusado que finge la demencia para
evitar la cárcel. Prueba de ello son las enumeraciones heteró-
clitas que suelen aparecer en sus textos: »Fuera de la simula-
ción de la locura ... el médico legista suele encontrar simula-
ción de lesiones de embarazo, de neurosis traumáticas, de es-
tupro, de impotencia, de suicidio, etc.»; ob. cit., p. 254.
19 Ibíd., p. 254.
180
SYLVIA MOIAOY

rato diagnosticante desde la institución médica,


su campo de acción, como queda indicado, invo-
lucra otras instituciones. La producción del diag-
nóstico se da en el entrecruzamiento de varias dis-
ciplinas (interesantemente, en un fin de siglo en
que se procura justamente deslindarlas, determi-
nar su especificidad). Ingenieros no se limita al
hartas conclusas del hospital psiquiátrico ; su tra-
bajo se sitúa, de preferencia, en una intersección .
Testimonio público de ello son las múltiples fun-
ciones profesionales que acumula Ingenieros no
bien se recibe de médico. «El diploma no estaba
todavía en sus manos —escribe Aníbal Ponce— y
ya Ramos Mejía lo había hecho su jefe de clínica
en la cátedra de Neurología, y Francisco de Veyga,
su jefe de clínica también, en el Servicio de Obser-
vación de Alienados que acababa de fundar en la
Policía de la Capital como un anexo a su cátedra
de Medicina Legal (1900). Tenía, entonces, 23 años
de edad y estaba consagrado como psiquiatra, so-
ciólogo y criminalista»21. También estaba consa-

19 Foucault resume la función del hospital psiquiátrico del si-


glo XK de la manera siguiente: «lugar de diagnóstico y de clasi-
ficación, rectángulo botánico en el que las especies de las en-
fermedades son distribuidas en pabellones cuya disposición
hace pensar en un vasto huerto; pero también espacio cerrado
para un enfrentamiento. lugar de lidia, campo institucional en
el que está en cuestión la victoria y la sumisión»; ob. cit., p. 72.
20 En este sentido es útil la reflexión de Oscar Terán, quien ve

a Ingenieros como prototipo de la superposición de estéticas e


ideologías de fines del xix. El discurso múltiple de Ingenieros
pone de manifiesto, según Terán, «los puntos de fuga, los focos
de dispersión del sistema: ciertos 'conceptos-puente'que per-
mitan el pasaje hacia otro tipo de estructuras discursivas»; ob.
cit., p. 18.
11 Notas de Aníbal Ponce a las Obras completas de Ingenieros,

ob. cit., p. 24.


181
D [AGNÓSTICOS DEL PIN DEL SIGLO

grado como militante socialista; y también, aun-


que se lo olvide, como literato.
Entre los varios discursos que inciden en In-
genieros, se suele dejar de lado la literatura, o por
lo menos se la descarta como pasión de Juventud
más o menos superada. Si sus críticos la tienen
en cuenta, es sobre todo como preocupación pa-
ralela, y sin duda secundaria, a la labor científica
22
y a la militancia política . Acaso la evasión de
Aníbal Ponce, quien fue su discípulo, dé mejor idea
del ambiguo y nada desdeñable lugar de la litera-
tura en el Ingenieros de fines de siglo. A propósito
de la activa participación de Ingenieros en La
Syringa, sociedad secreta modernista de la que fue
miembro fundador, observa que: «El conferenciante
socialista de la plaza Herrera, de Barracas, que
disputaba el Kiosko, desde muy temprano, a los
misioneros metodistas, era el mismo literato de-
cadente que defendía a D'Annunzio desde las pá-
ginas de El mercurio y el mismo oyente interesado
y atento de los cursos superiores del doctorado en
medicina»23. Más abajo hace Ponce un memorable
retrato de Ingenieros:

Su vestidura detonante de refinado y de esteta, sus


boutades Inverosímiles, sus paradojas inagotables,
habían hecho de él, en la opinión liviana de los cená-
culos, un curioso diletante de la ciencia y del arte:
mezcla extraña de Charcot y D'Annunzio con
Lombroso y Nietzsche. Los paseantes habituales de

«Sabemos que estos movimientos críticos eran seguidos con


interés por Ingenieros, y entonces ocurre como si, paralela-
mente a su actividad política desde el Partido Socialista y La
Montaña, las circunstancias hubiesen producido en él un replie-
gue hacia la interioridad modernista»; O. Terán: ob. cit,, p. 33.
A Ponce: ob .cit., p, 19.
182
SYLVIA MOLLOY

la calle Florida veían circular entre asombrados y


complacidos, su silueta inconfundible: la galera de
felpa, la levita irreprochable, el cuello gigantesco, el
chaleco colorado... Una constante preocupación de
originalidad parecía dictarle sus actitudes y sus ges-
tos, como si la antipatía del medio burgués le hubie-
ra sugerido la peligrosa tentación de sorprender, de
contrariar, de disgustar. Desorientados por tan ex-
traña personalidad poliédrica, los críticos criollos
recibieron sus libros como a otras tantas obras lite-
rarias.24

Me interesa esta imagen por lo desenfadadamente


publicitaria: Ingenieros aquí se exhibe, a la vez que,
de manera física, exhibe la literatura. Prueba de
ello es el modo en que esa imagen pública, paseada
por las calles de Buenos Aires, condiciona la re-
cepción de sus textos: se leen como «otras tantas
obras literarias» porque su autor anda vestido de
literato, indicando así un código de lectura. Las
maneras, el vestido, las boutades de Ingenieros son
gestos culturales, citas que remiten al gran texto
de la decadencia europea. Ingenieros se conduce
como literato finisecular; actúa un relato; posa.
De hecho, su misma figura pública se ve como tex-
to, se lee de maneras diversas, se interpreta. Así,
uno de esos «críticos criollos» (la categoría de Ponce
tiene fuerte carga ideológica) propone una lectura
muy distinta de este atuendo/texto «refinado» y
«esteta»:

Aquellas prendas, la galera y la levita, no eran como


las que todos conocemos. Ingenieros iba embolsado
en una espantable y descomunal levita gris, y del
mismo color eran el sombrero de copa alta y los an-
chos pantalones, tan anchos que parecían abom-

34 Ibíd, p. 39.
183
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

hachados. A veces lucia un chaleco blanco y la cor-


bata era, generalmente, también blanca. El portador
de semejantes horrores se creía elegantísimo, y los
ostentaba por todas partes con desparpajo sonrien-
te. Para dar una idea a mis contemporáneos de la
falta de gracia de aquella indumentaria, diré que no
ha sido igualada, aquí donde los hombres nos vesti-
mos basümte bien, sino por algún pintoresco minis-
tro del presidente Yrigoyen».35

En la lectura de Ponce, discípulo dilecto, la ima-


gen de Ingenieros se lee como pronunciamiento
literario, como proclama de dandismo, como texto
decadente. En la lectura de Gálvez, poco amigo de
Ingenieros, la imagen se lee en cambio como dis-
fraz ridículo, como conjunto inarmónico, cacofó-
nico (léase italiano), simple indicio de inaptabilidad
social de su despistado portador2'1. Ingenieros se
viste de literato, simula ser literato: pero Gálvez, el
perito «criollo», el verdadero arbiter elegantiarum,
denuncia, implacablemente, su impostura .
La relación de Ingenieros con la literatura es
compleja. Ante el juicio de Emilio Becher, quien ve
en Ingenieros principalmente a un literato, llamán-
dolo «el espíritu más deliberadamente anticientífico

Manuel Gálvez; Amigos y maestros de miJuuentud (1944).


Hachette, Buenos Aires, 1961, p. 134.
Roberto Payró, amigo de Ingenieros, discretamente concuer-
da con la lectura de Gáivez: «se esforzaba, no con mucho éxito,
por vestir de manera original y elegante». Roberto Payró: «Re-
cuerdos» en Nosotros xix/199, 12-1925, p. 471.
17 Gálvez se ensaña con la indumentaria de Ingenieros. En Bl
mal metqfisico describe al personaje Escribanos, evidentemen-
te basado en Ingenieros: «Tenía, a pesar de sus levitas como
sábanas, pretensiones de elegancia y estetismo y hasta usaba
una medallita donde se llamaba arbiter elegantiarum'; M.
Gálvez: El maí metafísica (1916). Biblioteca de novelistas ame-
ricanos, vol. X, Buenos Aires. 1922, p. 62.
184
SYLVIA MOLLOY

de su generación»28, responde airado que: «Todo lo


que usted considera esencial en mí es siempre ex-
presión de la necesidad de recrear mi espíritu en
frivolas gimnasias, reparando la agotadora fatiga
que me imponen mis inclinaciones de observador
y erudito» . Aparenta descontar la literatura como
actividad poco seria, como pasatiempo reñido con
la erudición y reñido, sobre todo, con el poder. En
esto recuerda a ciertos escritores del Ochenta, a
pesar de pertenecer a una generación —Lugones,
Jaimes Freyre, Angel de Estrada— que tienen otra
visión de la práctica literaria y ya no ve la literatu-
ra como diversión.
Hay con todo una diferencia con respecto al
Ochenta. La diversión de la literatura en Ingenie-
ros, no es de gentlemen, amable causeríe entre-
nos en el recinto del club. Es en cambio llamativa,
como su atuendo de Jlaneur, y también, como ese
atuendo, es excesiva, discordante. La literatura es
apariencia visible: se manifiesta en gestos, en ac-
ción. La Syringa, sociedad literaria secreta que
Ingenieros supuestamente funda con Rubén
Darío30, descontada por biógrafos y comentaristas
como travesura de «niño grande»31 dista de ser tra-
vesura infantil y dista sobre todo de ser secreta.

26 Opinión que más tarde reitera convincentemente Juan P,


Ramos en el homenaje a Ingenieros de la revista Nosotros: <En
los doce tomos de los Archines aparecen claramente las moda-
lidades de lo que se podría llamar su arte creador original. Los
artículos tienen la libertad del ensayo subjetivo. Un caso da
origen a una generalización más literaria que científica. Una
crítica hace nacer una coordinación de principios unidos por
un simple vínculo ocasional. Una frase sugiere complejas en-
sambladuras imprevistas con ideas más o menos congéneres.
El autor de ellos está más cerca del artista que del pensador
severamente lógico de un sistema»: «Ingenieros criminalista*
en Nosotros XIX/199, 12-1925, p. 556.
19 A. Ponce: ob, cit., p. 39.
185
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

La Syringa practica la burla de la literatura a tra-


vés de la literatura, se distingue por sus despiada-
das fisgas de otros literatos, sus titeos. Para es-
candalizar, la Syringa necesita, sobre todo, visibi-
lidad, y para ello con la complicidad de la prensa,
fomenta el chisme: «Todo Buenos Aires conocía su
nombre y comentaba, entre curioso y escandali-
zado, sus sesiones esotéricas que, a fuer de secre-
tas, alcanzaron la divulgación de una crónica par-
lamentaria . Payró ve los excesos de Ingenieros,
tanto vestimentarios como literarios, como resul-
tado de su «ascendencia italiana meridional» y de
su «evidente deseo de confundirse, de alearse ínti-

0 La fundación de la sociedad se describe siempre como em-


presa colaborativa. Extraña sin embargo que Darío, siempre
atento a su gloria y nada reacio a atribuirse iniciativas, nunca
hable especificamente de la Syringa, ni de su fundación, en
sus textos autobiográficos. Habla, sí. del entusiasta grupo de
jóvenes de Buenos Aires y menciona a Ingenieros, pero el rela-
to de la fundación de la Syringa proviene de Ingenieros, no de
Darío. Probablemente tenga razón aquí Bagú: «En realidad,
cumplía aquí el insigne nicaragüense una misión pasiva. Inge-
nieros era quien dirigía y hacía, llevando tras de si su grupo
juvenil de amigos. Toda la Syringa era él. Se reunía cuando él
la convocaba y su estrafalaria organización sólo él podía imagi-
narla. ... Darío era espectador sonriente y mudo de estas tra-
vesuras« (v. Sergio Bagú; Vida ejemplar de José Ingenieros, ob.
cit.). Los miembros más conspicuos de «esa asociación que urdió
bromas resonantes en la Buenos Aires finisecular« son. ade-
más de Ingenieros y Darío, Becú, Díaz Romero. Pardo, Lugones.
Llanos, Jaimes Fryere. Pagano, Ojeda y Nirenstein. Héctor
Agosti: Ingenieros, ciudadano de la Juventud (1945), Hemisfe-
rio, Buenos Aires, 1958, p. 13
31 R

Augusto Bunge: «Ingenieros, niño grande» en Nosotros XIX/


199, 12-1926, p. 489. Bonachonamente observa Eugenio Mario
Barreda: «Sus poses y fumisterías no excedieron la edad de las
expansiones alocadas. En aquellos tiempos todo se prestaba a
la broma, la ciencia con su psiquiatría, la literatura con su
decadentismo...»: E.M. Barreda; «José Ingenieros: una entre-
vista y una carta» en Nosotros XIX/199, 12-1925, p. 512.
3 S. Bagú: ob. cit.. p. 47.
186
SYLVIA MOLLOY

mámente con nosotros —acabó por quitarse la g


de Ingegnieros— y de ser tan porteño como el que
más, adoptando y exagerando algunas de nues-
tras modalidades, y entre ellas la ligereza y el es-
cepticismo espiritual y epigramático»Ingenieros
seria, por lo tanto, un simulador más, que intenta
«pasar» pero no pasa del todo, exponiéndose así a
los peritajes de los «críticos criollos» y a su consi-
guiente desenmascaramiento. Pero la interpreta-
ción no convence. Ingenieros es demasiado inteli-
gente y demasiado hábil para no saber que sus
«levitas como sábanas» o sus ruidosas bromas de
la Syringa, lejos de confundirlo íntimamente con
un «nosotros» de vieja cepa criolla señalan en cam-
bio, inevitablemente, su unicidad, su diferencia.
Si simula, lo hace por partida doble: se simula si-
mulando, posa a posar14.
En ese contexto, no es casual el interés de In-
genieros por pseudónimos, él que observaba que
«frecuentísimas son ... las simulaciones de origi-
nalidad en la vida intelectual, los plagios; y las
disimulaciones del autor: los seudónimos'3En el
índice onomástico de su «vida ejemplar» de Inge-
nieros, Bagú registra cinco seudónimos usados por
Ingenieros: Julio Barreda Lynch, Raúl H. Cisneros,
Francisco Javier Estrada, Alberto L. Solari y Her-
36
menio Simel . De los cinco me detengo en el últi-
mo que es, cronológicamente el primero, nombre
de poeta con que Ingenieros firma sus versos de-
cadentes en épocas de la Syringa y «cuya presen-
cia corpórea se esforzaron muchos en descubrir»37.

33 R. Payró: art. cit.. p. 470.


34 Para una inteligente y muy estimulante lectura de la simula-
ción y el titeo en Ingenieros, v. Jorge Salessi: Médicos, malenatei
i/ maricas. Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1995.
* La simulación..., cit., p. 221.
36 S. Bagú: ob. cit., p.254.
37 Ibíd., p.66.
187
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

Truco autopubllcltario (como lo serían más tarde


ese Barreda Lynch que escribe artículos sobre el
propio Ingenieros, o Alberto Solari quien le hace
una entrevista), Hermenio Simel —no sólo poeta
sino presunto autor de una Apología de la risa que
cita Ingenieros en La simulación en la lucha por la
vida *— tiene connotaciones más ricas. Si se pien-
sa que Ingenieros y los syringos inventan un ver-
bo, Ihemisar o iemtsar, como homenaje a Lémice
Terrieux, célebre simulador francés, y que emplean
la expresión «lemisar (o hacer) un lemís» para refe-
rirse a los titeos o habituales performances con
que la Syringa victimiza a los incautos, se apre-
ciarán las múltiples reverberaciones de Simel.
Lemís/Simel Simel/Símil: Hermenio Simel, her-
mano Lemis, réplica en el espejo, fraterno simu-
lador39.

Refiriéndose al simulador fumista, cuyo objetivo es la simu-


lación misma, observa Ingenieros que: *la base fisiológica de
este tipo suele ser una exuberante salud física, moral e intelec-
tual». Y añade; «La risa, como fenómeno psicológico —no como
expresión mímica, que puede ser inconsciente y muequear so-
bre el rostro de los idiotas— es un privilegio de la salud y de la
superioridad intelectual como lo demostró Hermenio Simel en
su Apología de la risa»; en La simulación..., cit., p. 230. El texto
de Hermenio Simel será incorporado más tarde a las Crónicas
(ie viaje de Ingenieros,

Simulador del que habla Ingenieros en La simulación en ¡a


lucha por la vida: < Le mi ce Terrieux —nombre que suena Le
Mystérieux: el misterioso —es un distinguido escritor francés,
colaborador de revistas literarias ultramodernas. Este fisgón
simuló, durante muchos años, una serie de inventos y sucesos
que descansaban sobre un absurdo, disimulando siempre tras
las apariencias lógicas: la prensa, las sociedades científicas y
el mismo gobierno les prestaron su atención, estudiándolos
detenidamente, Llegó, según refieren las crónicas, a engañar a
la misma Academia de las Ciencias» (ob. cit., p. 231). La co-
nexión entre simulación, literatura y ciencia, tan notablemen-
te próxima a la que practica el propio Ingenieros, confirma el
seudónimo.
188
SYLVIA MOUJQY

En el plano Institucional, Ingenieros ve la lite-


ratura como excedente, como lo que está más allá
de la ciencia que es su disciplina «serla», compla-
ciéndose en su propio exceso y descontrol. En un
plano personal, la describe como una meta inal-
canzable que lo trabaja con la insistencia del de-
seo nunca satisfecho. Desde París, escribe a Payró
y a sus amigos literarios:

Yo, a pesar mió, nunca fui bohemio. Animal de labor


e hijo de familia, por necesidad y por costumbre mis
horas de café y mis noches de vagancia fueron con-
tadas. Pero tenían ustedes un secreto imán, un irre-
sistible tentáculo que me asía el corazón aun cuan-
do me era imposible compartir las horas frágiles y
las noches inquietas; siempre estaba mi espíritu junto
a ustedes como un eco o una sombra; eco para los
que me daban su cariño, sombra para los que me
tejían la telaraña de su envidia. Y cuando yo podía
robarme una noche o una hora, corría entre ustedes
y estaba al unísono, como el más consuetudinario.
Los tenía dentro de mí, en lo más mío de mí.4"

En ese caracter permanentemente suplementario


que adjudica Ingenieros a la literatura reside, jus-
tamente, su fuerza, su «secreto imán», su «irresis-
tible tentáculo»: justamente porque está de más,
cargándose de lo que en la ciencia «no cabe» com-
prometiendo la autosuficiencia de esa ciencia,
cuestionando sus límites, persiste en Ingenieros
como «lo más mío de mí» y marca, inevitablemen-
te, toda su labor.

40 R. Payró: art. clt., p. 475.


189
DIAGNÓSTICOS DEL PIN DEL SIGLO

III. LA LITERATURA DE/EN EL DIAGNÓSTICO

Para un Iwmbre de su cultura y de su talento,


la patología mental debía tener y la tuvo, por fortuna,
la sugestión de un hechizo
Aníbal Ponce, Para una historia de Ingenieros.

Era notorio que inventaba casos clínicos


cuando los necesitaba
Manuel Gálvez, La verdadera historia de José Ingenieros.

Cuenta Bagú cómo un prestigioso colaborador de


los Archivos de psiquiatría y criminología leyó un
día con asombro en un artículo suyo en el que
exponía un caso clínico, un insólito corolario que
alguien había añadido: «Y murió como debía mo-
rir, como Margarita Gauthier»41. El agregado, la pi-
rueta literaria al final de un texto científico, era
obra desde luego de Ingenieros, director de la re-
vista, quien no tenía reparo en modificar y añadir
lo suyo a los textos que se le sometían. Que «lo
suyo», casi a manera de firma, fuera una marca
literaria tiene obvio interés. El episodio resume
simbólicamente la función a la vez excesiva y lúdica
que Ingenieros reclama para la literatura, sólo que
esta vez la literatura aparece claramente dentro
de la ciencia y no a su vera. Es esta interacción
fecunda que quiero considerar a continuación.
He propuesto que el locus por excelencia del
diagnóstico de Ingenieros es la intersección (de dis-
cursos, de disciplinas, de funciones) y no el hortus
conclusas del hospital psiquiátrico. Es hora sin
embargo de mirar más de cerca ese hortus conclu-
sus psiquiátrico y examinar su supuesta clausu-
ra, pensarlo no sólo como lugar de encierro sino
también como lugar de circulación. El mismo In-

41 S. Bagú: ob. cit., p. 76.


190
SYLVIA MOLLOY

genieros evoca el Instituto Frenopático, dirigido por


Ramos Mejía, como lugar de festivo intercambio:
en los primeros años siempre almuerza con el di-
rector y uno o dos «locos tranquilos» a quienes
Ramos Mejía «incitaba a intervenir en nuestras
conversaciones» y «nos encantábamos como niños
grandes oyéndolos disputar arrevesadamente so-
bre problemas oscuros»42. En años subsiguientes,
esos almuerzos se transforman en verdaderos
acontecimientos sociales y literarios, «ágapes de
intelectuales y mundanos» en los que Lugones y
Florencio Sánchez se codean con Juárez Celman y
Julián Martínez, almuerzos que se convierten «en
número obligado para los intelectuales y conferen-
cistas europeos que vinieron al país» . Otra mez-
cla notable puede observarse en el Departamento
Nacional de Higiene, del que también fue director
Ramos Mejía, y que frecuenta asiduamente Inge-
nieros cuando estudia enfermedades nerviosas. La
biblioteca del Departamento está a cargo de Euge-
nio Díaz Romero, director de una de las revistas
más importantes del modernismo, El mercurio de
América, y de Carlos Ibarguren: «era rica en obras
de todo contenido y en (su) sala de lectura, amplia
y cómoda, recortábase a diario la silueta incon-
fundible de Rubén Darío, reclinada durante horas
44
ante un libro abierto» . Las anéctodas son, creo,
elocuentes. La intersección de disciplinas y dis-
cursos en la que Ingenieros elabora sus diagnósti-
cos, intersección en la que la literatura desempe-
ña un papel preponderante, se encuentra ya den-
tro de la institución psiquiátrica.

42 S. Bagú. Ibid., p. 72.


43 Ibid.. p. 72.
44 Ibid. p. 56.
191
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

Quiero volver por un momento a las supuesta-


mente jocosas travesuras de la Syringa y detener-
me en las tácticas del «lemis» o titeo. Como prime-
ra ilustración, doy un ejemplo recogido por Gálvez:
«Recientemente, en una zapatería de la calle
Rivadavia, habían iniciado a media noche a un lite-
ratoide venido de las provincias. La prueba del
aire4S había consistido en llevarle por la calle, des-
nudo y con los ojos vendados, y dejarlo tiritando
de frío. Un vigilante, creyendo que estaba loco, le
quiso llevar a la comisaría» . A este titeo de ruti-
na, contrapongo otro, más complejo:

Consistió en hacerle creer a un plumífero de tierra


adentro venido a la capital, que su producción era
genial. Sucesivos banquetes rimbombantes elogios
pronunciados por imaginarias «personalidades» que
presidían la mesa, estruendosos aplausos que reci-
bía la lectura de sus trabajos, sumado todo ello a las
noticias cómplices que los periodistas de «La Syringa»
deslizaban en los diarios, recortes que sin duda el
infeliz mandaba a su terruño como prueba de sus
triunfos, envanecieron a] «candidato».
Luego vino lo otro, lo cruel: el silencio, el vacio y por
fin, la revelación brutal. Es notorio que el hombre
(tuviera de antes o no un fondo neurótico) debió ser
internado,47

Manuel Ugarte, quien da una versión mucho más


detallada y patética del caso en Escritores ibero-
americanos del 1900, añade una frase elocuente:
«La revelación brutal precipitó el desmoronamiento.
En el naufragio de su mundo ficticio, perdió el bur-

' Se sometía a los Iniciados a pruebas por aire, fuego, agua y


tierra.
' M. Gálvez: El mai metafisico, cit., p. 65.
' Sergio Chiappoli: «José Ingenieros: literatura y 'titeo'« en Trin-
cheras de la uida. Plus Ultra, Buenos Aires, 1986. p. 79.
192
SYLVIA MOIXOY

lado la poca razón que le quedaba»48. Retengo la


frase, con la consabida metáfora de la caída en la
locura, por su parecido desasosegante con otra
frase, escrita por el propio Ingenieros, en defensa
del titeo: «no le guía (al fumista simulador) el pro-
pósito malsano de perjudicar a las víctimas de la
simulación: sólo busca el deleite de precipitar a otros
espíritus en los despeñaderos de sus ficciones• .
Las semejanzas entre las dos frases son tan so-
brecogedoras como las diferencias. Así, donde
Ugarte registra el trauma del burlado al desmoro-
narse en la locura, Ingenieros señala el deleite del
burlador en precipitar al burlado en la Acción, es-
pecíficamente en sus ficciones: las que le tiene pre-
paradas.
Hay un evidente elemento sádico en este ejem-
plo, sadismo que los comentadores de Ingenieros
procuran, en general, disminuir. Así Bunge, con
ambigua simpatía no exenta de prejuicio clasista,
observa que «Sus travesuras no eran nunca ma-
lignas. Eran desahogos de un píllete de la calle
excepcionalmente ocurrente y excepcionalmente
«sinvergüenza». Le conozco pocas, porque cuando
nos encontrábamos era casi siempre por alguna
razón de trabajo, y no me gustaba su modo de
divertirse ni la compañía que elegía para ello. Pero
en todas las que le he visto, me parecía ver saltar
dentro de Ingenieros, a algún lazzarone haciéndo-
le una mala jugada a algún empacado hidalgo es-
pañol»50. El esquema del titeo es siempre el mis-
mo. Se identifica a un candidato cuya credulidad
es obvia, a quien se percibe, por alguna razón, como
diferente, y cuya diferencia se lee como debilidad.

^Escritores iberoamericanos de 1900, Edit. Orbe, Santiago de


Chile. 1943, p. 146.
49 La si/ruilacíón en la lucha, cit., p. 230, énfasis mío.
193
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

Es provinciano; o es extranjero; o es socialmente


inferior51. Se lo sugestiona, «precipitándolo» en los
«despeñaderos» de una ficción en la que suelen
colaborar cómplices del titeador, ficción en la que
el individuo cree (o cae), para «deleite» del titeador,
y en la que logra pasajera identidad (como el poeta
provinciano que se cree gran poeta gracias a los
festejos de la Syringa). Luego se desengaña a la
víctima del titeo, con frecuente recurso al ridículo
(por ejemplo, el poeta a quien se «inicia» y se aban-
dona desnudo en la calle), desengaño que confir-
ma la superioridad del titeador y la inferioridad de
su victima. En el primer ejemplo citado, al titeado
desengañado se lo cree loco; en el segundo, el ti-
teado desengañado aparentemente pierde la razón.
Someramente, es este el esquema del titeo. Si
no me equivoco, coincide con la «terapia» de varios
casos clínicos descritos por Ingenieros. Por ejem-
plo, la Observación V.- Delirio parcial, determinado
por sugestión, cuya sintomatología y cura descri-
be Ingenieros en La simulación de la locura, y que
cito necesariamente in extenso:

Joven de origen incierto: cree haber nacido en Mon-


tevideo. Tuvo adolescencia accidentada, viviendo,
por
fuerza, vida bohemia. Como resultante de ella tiene
preocupaciones de índole literaria, no careciendo de

° A. Bunge; art, cit., p. 489. AI escribir estas lineas, acaso no


recuerde Bunge, en su afán de distanciarse del titeo, una juve-
nil y sádica colaboración suya con Ingenieros: «Con Augusto
Bunge, convencieron a un enfermo imaginario (de) que pade-
cía de reumatismo y el infeliz salió cojeando de la consulta»; S.
Bunge: ob. cit., p. 47,
1 El provinciano como «el afuera de la cultura» y sujeto de titeo

ya está en Juvenüia de Cañé, tan agudamente analizada por


Josefina Ludmer; v. su introducción a Miguel Cañé: Juvenüia
y otras páginas argentinas. Espasa Calpe, Col. Austral, Bue-
nos Aires, 1993, pp. 9-37.
194
SYLVIA MOLLOY

alguna inteligencia y cultura.


A principios de i 898, deseando conocer algunas per-
sonalidades literarias de Buenos Aires, llegó a ser
presentado al poeta Rubén Darío. Manifestó ser nuevo
en la ciudad: le narró sus aventuras de adolescente,
exagerándolas en forma novelesca. Sorprendido Darío
por la nebulosa fantasía del joven y por su aspecto
neuropático, nos invitó a conocerle, considerando que
podría ser «caso» para observaciones psic o-patológi-
cas. Acordamos sugerirle algunas ideas novelescas e
inverosímiles relacionadas con su propia persona,
para estudiar su susceptibilidad a la sugestión.
De común acuerdo escogimos lo siguiente. Hace al-
gunos años publicóse en Francia un libro interesan-
te y original, titulado Cfiants de Maldoror, cuya pa-
ternidad se atribuyó a un conde de Lautréamont,
que se decía fallecido en un hospicio de alienados en
Bélgica. Como se dudara fuese otra la paternidad
legitima del libro, el escritor Léon Bloy publicó di-
versos datos sobre el supuesto autor, afirmando que
había nacido en Montevideo, siendo hijo de un
excónsul de Francia en esa ciudad. Sin embargo, al-
gunas investigaciones practicadas al respecto no
confirmaron jamás la especie fraguada en el Mercure
de France.
Con ese precedente, Rubén Darío hizo observar al
joven psicópata su parecido físico con el conde de
Lautréamont, de quien Bloy había publicado un re-
trato. Le manifestó, también, la sospecha de que, por
algún embrollo de familia, ambos debían ser herma-
nos.
Halagado por la perspectiva de una fraternidad que
consideraba muy honrosa, e insistentemente suges-
tionado por nuestras discretas insinuaciones, el jo-
ven admitió la posibilidad del hecho, luego lo creyó
probable, más tarde real, y, por fin, ostentó como un;
titulo su condición de hermano natural del imagina-
rio conde de Lautréamont.
Esta idea delirante comenzó a sistematizarse en su
cerebro y llegó hasta hacerle inventar la siguiente
explicación. Recordaba haber visto, en la infancia,
que su madre recibía visitas demasiado intimas de
195
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

un señor muy rico, francés, sumamente parecido a


su pretendido hermano y a él mismo; ese hombre
debía ser, sin duda, el cónsul francés a quien se su-
ponía padre de ambos. Las relaciones de su madre
con ese señor eran anteriores a su nacimiento; este
hecho había sido, precisamente, la causa de que su
padre y su madre vivieran separados. El debía ser,
pues, hijo natural del cónsul francés y hermano del
conde de Lautreamont por parte de padre.
Sin insistir sobre cierta anomalía moral necesaria
para urdir semejante novela, poniendo en juego la
virtud de su propia madre, diremos que semejante
delirio valió al sujeto algunas burlas, cada vez me-
nos discretas.
Comprendiéndolo así, convinimos con Rubén Darío
en la necesidad de desugestionarlo; le hicimos con
mucha dificultad reconstruir el proceso de auto-su-
gestión por que había pasado desde cuando le indu-
jeron esa idea delirante, y el enfermo curó, gracias,
en parte, a la sabia terapéutica del ridículo. Han
transcurrido varios años y no ha vuelto a presentar
síntomas de ese delirio inducido por sugestión.52

* Obras Completas, ob. cit., pp. 32-34. Hasta donde he podido


averiguar, el joven poeta uruguayo de este caso es Armando
Vasseur. Me lleva a esta conjetura un virulento texto de Rober-
to de las Carreras: «Armandito Vasseur, una síntesis de tilen-
gueria, un tonto célebre,un arquetipo de la estulticia, un inge-
nuo, un pobrecito hablador, un bebe literario, un biscuíí, un
paraninfo, un alienado inferior, 'un vate', un guaranguito de
extramuros, un palurdo, autor de estafas, un mandria, un ex-
despachante de un almacén de bebidas de la calle Agraciada,
que ha pretendido echarla de bastardo adulterino fingiéndose
hijo del vizconde de Lautremont (sic) y acusando a su madre
de un delito que se halla fuera de la jurisdicción de las villa-
nas; (...) secretario cafften (sic) de Payró, camarero de Rubén
Darío, cuyo ridículo en Buenos Aires corre de mano en mano y
es tan familiar como cualquier monumento público; —Arman-
dito Vasseur, ha teñido la inconsciente osadía de provocarme»,
(ver Roberto de las Carreras. «Personal», en Arturo Sergio Visca
(comp.): Antología de poetas modernistas menores, Clásicos
uruguayos. Montevideo, 1971, pp. 29-31.
196
SYLVIA MOLLOY

El título que da Ingenieros a este caso clínico. De-


lirio parcial, determinado por sugestión, es suges-
tivo por la ambigüedad del verbo determinar, suje-
to a una doble y diversa lectura: 1) a través de la
sugestión, se determina que (se decide que) es un
delirio parcial; pero también 2) el delirio es deter-
minado (es causado) por la sugestión. De hecho
funciona de las dos maneras, como tan a menudo
lo hacen los diagnósticos de fin de siglo. En un es-
pectacular juego de poder, el médico, «dueño de la
enfermedad», produce la enfermedad para luego
dominarla y reprimirla.
Antes de entrar en las particularidades de esta
«enfermedad» con su consiguiente «cura», es inte-
resante notar aquí que el médico no trabaja sólo
su diagnóstico53. Con la ciencia colabora, de ple-
no, la literatura. El científico Ingenieros reconoce
en el literato Darío (y esta colaboración resulta
mucho más fecunda que la presunta fundación
entre los dos de la Syringa) a un «amigo de obser-
var anomalías y rarezas». Desde la literatura, Darío,
como facultativo suigeneris, detecta síntomas: re-
conoce el «aspecto neuropático» del joven, su pre-
disposición a constituir un «caso» clínico (como se
reconoce la predisposición de un candidato al titeo).
Entre los dos, como tal lo constituyen: «de común
acuerdo» Ingenieros y Darío patologizan al indivi-
duo, transformándolo en caso de estudio y sujeto
de experimentación. (Hay un deslizamiento inte-
resante, en los primeros párrafos, del plural
mayestático —Darío «nos invitó»—al plural real de

53 Para una teoría de la colaboración masculina, cuyas proyec-


ciones superan los límites de mi trabajo en su forma presente
pero que merecen ser exploradas en conexión con Ingenieros,
v. Wayne Koestenbaum: Double Talk: The Erotics of Male
Collaboratíon, Routledge, Londres-Nueva York, 1989.
197
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SIGLO

la colaboración; «acordamos»; «de común acuerdo


escogimos»). A partir de un momento de sospecha
fecunda (el término aparece a menudo en Ingenie-
ros), nace la lectura de la patología y su tratamien-
to, o para usar un término de Ingenieros, su *en-
carrilamiento»S4. El borroso joven del comienzo, «de
origen incierto», ya se ha vuelto en el cuarto pá-
rrafo, un «Joven psicópata», y termina siendo, en el
párrafo final, un «enfermo» que «cura» gracias a
una «sabia terapia».
Técnicamente, la «enfermedad» del sujeto y su
«cura» no se producen, como en otros casos ob-
servados por Ingenieros, en la institución hospita-
laria: concretamente, no hay en este caso hospital
ni asilo. Pero esto no impide que Ingenieros lo lla-
me una «historia clínica» y lo incluya en su tesis
doctoral, dándole así validez institucional. Además,
notablemente, no es el «enfermo» quien acude a
sus diagnosticadores sino ellos que acuden a él
(como el titeador altiteado), literalmente atrapán-
dolo (despeñándolo) en un relato. Son Ingenieros
y Darío quienes, «de común acuerdo», crean ese
espacio clínico en la literatura (o crean ese espa-
cio literario en !a clínica) donde «enferman» al su-
jeto exagerando sus síntomas para luego «curar-
lo».
El recurso de Lautréamont para armar la fic-
ción a la vez patologizante terapéutica es impor-

Describe Ingenieros cómo llega a un diagnóstico: «Después


de dos o tres horas ..., apenas llegamos a sospechar, por algu-
na frase, que el sujeto fuera perseguido con ideas de grandeza.
El médico que lo asistía nos comunicó antecedentes que con-
firmaban nuestra sospecha. Repetimos muchísimas veces su
examen; pudimos confirmar plenamente su diagnóstico, pues
de antemano encarrilábamos en ese sentido nuestros sondajes
psicológicos'; La simulación de ta. locura, ob, cit., p. 66, énfasis
mío.
198
SYLVIA MOLLOY

tante en más de un plano. Baste recordar el lugar


que ocupaba Lautréamont en Darío, el perfil par-
ticularmente sensacionalista que de él traza en Los
raros, libro de Darío que también es, a su manera,
una colección de «casos»5'. En aquel artículo re-
calcaba Darío el misterio de Lautréamont, «infeliz
y sublime montevideano, cuya obra me tocó hacer
conocer en América», de origen —como el de su
«paciente» uruguayo— incierto: «Su nombre ver-
dadero se ignora», «de la vida del autor nada se
sabe». Baratamente provocador, aquel ensayo de
Darío tentaba además al lector con la promesa de
una lectura peligrosa, seductoramente enfermiza:
«No sería prudente a los espíritus jóvenes conver-
sar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese
por bizarría literaria, o gusto de un manjar nue-
56
vo» .
En su «tratamiento», Ingenieros y Darío cuen-
tan hábilmente con los ecos de ese ensayo en el
sujeto del experimento. Cuentan además, en este
ejercicio de titeo «científico», con un poder innega-
ble: la doble autoridad, clínica y literaria, que ha-
cen pesar sobre él. Aspirante a escritor, admira-
dor de Darío, el sujeto es presa fácil, patética: «ha-
lagado por la expectativa de una identidad consi-
derada muy honrosa ... ostentó como un título su
condición de hermano natural del imaginario con-

5 Darío justifica su elección de Rachilde y de Lautréamont,


como raros, en términos clínicos: «Casos teratológicos, lo que
se quiera, pero únicos y muy tentadores para el psicólogo y
para el poeta. No son raros presentados como modelos ... por-
que lo raro es lo contrario de lo normal»; en «Los colores del
estandarte». Obras Completas IV, Afrodisio Aguado, Madrid,
1955, p.880.
56 Rubén Darío: «El conde de Lautréamont »'en Los raros. Obras

Completas, clt., pp. 435-450.


199
DIAGNÓSTICOS DEL FIN DEL SICLO

de de Lautréamont» —identidad honrosa porque


asi lo ha determinado el maestro.
La simulación, aquí, proviene de los diagnosti-
cadores; sólo en segunda instancia es adoptada
por el sujeto. Ingenieros califica este caso de locu-
ra experimental, y lo clasifica entre «las sugestio-
nes que parten de sujetos normales y son efectua-
das sobre degenerados predispuestos a la locu-
ra» . Los particulares del caso comprometen con-
siderablemente la estabilidad de estas categorías,
sobre todo la de «normalidad». El experimento se
basa, en realidad, en una doble superchería, lo
cual lo vuelve tanto más cruel: la identidad que
cree descubrirse el sujeto, la novela familiar en la
que se reconoce, tiene por origen un autor, «Lau-
tréamont», de cuya realidad misma parece dudar
Ingenieros: «el imaginario conde de Lautréamont»,
escribe, reduciéndolo ya a la simulación (no es
conde) o a la nada (no existe). O sea, que para
curar al paciente le impone la simulación de lo
que ya, para él, es o bien simulado o bien inexis-
tente.
Teniendo en cuenta la conciencia que tienen
los experimentadores de la naturaleza «novelesca
e inverosímil* del relato propuesto, resulta tanto
más notable el enjuiciamiento del paciente en tér-
minos morales. Cuando el paciente se deja con-
vencer, acepta el relato y comienza a agregarle fal-
sas memorias (las visitas del cónsul francés a la
madre) con el fin de naturalizarlo, es decir, de re-
conocerlo, se lo condena por «cierta anomalía mo-
ral necesaria para urdir semejante novela, ponien-
do enjuego la virtud de su propia madre».
Como el episodio del poeta provinciano titeado
por la Syringa, este titeo clínico termina en el des-

'7 La simulación de la locura cit., p. 31.


200
SYLVIA MOLLOY

engaño. Pero a diferencia de aquel, no culmina en


locura sino, supuestamente, en cura. Lo que im-
presiona al lector moderno —que el desengaño te-
rapéutico se efectúe «con mucha dificultad», que
el único medio de de-sugestionar al sujeto sea el
brutal y efectivo recurso a la vergüenza, a «la sa-
bia terapia del ridículo»— no inmuta a Ingenieros.
Al cierre del caso se ha logrado una cura a expen-
sas del sujeto, proponiéndole una identidad a tra-
vés de la literatura para luego quitársela,
«Una mal disimulada esclavitud oprime a los
médicos intelectuales —escribe Ingenieros—. La
opinión pública tiende a estrechar su horizonte
mental, desdeñando a los que para distraerse del
tedio de las clínicas buscan inocente pasatiempo
en las ciencias sociales o en las letras puras»58. El
caso comentado discute esta escisión jerárquica,
muestra a qué usos perversamente efectivos se
destina la literatura dentro de la clínica, en ma-
nos del médico fumista, en un fin de siglo que
patologiza, a la vez, su literatura.

58J. Ingenieros: La psicopatologia en el arte (1903). Losada.


Buenos Aires, 1961, p. 59.
GRACIELA MONTALDO
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

1. EL CENTRO DEL MUNDO

Los planisferios —signos de una modernidad


expansiva— ordenan el espacio según dos premisas
básicas; la primera, que es geográficamente cerra-
do; la segunda, que siempre se debe trazar un eje
sobre el cual representar el mundo. Desde el dis-
paro científico de la cartografía con el descubri-
miento de América, se tomó como eje de represen-
tación a Europa, quedando en el centro del mun-
do conocido y que, en el momento de la primera
gran expansión imperial del mundo moderno, es-
taba invirtiendo en la ciencia cartográfica grandes
esfuerzos que le garantizarían nuevos descubri-
mientos y conquistas. Si bien las primeras escue-
las modernas de cartografía pertenecían a fami-
lias de sabios «independientes» que trabajaban para
los navegantes armadores de sus propias flotas,
poco a poco, con la organización de los Estados,
van estrechando su actividad e intereses con los
de los nuevos poderes políticos: España, Portugal,
Holanda, Inglaterra. La cartografía, de ciencia del
comercio regional pasa a convertirse en ciencia de
conquista y de apropiación.
202
GRACIELA MONTALDO

En esos centros, desde el siglo XVII, se van dibu-


jando los mapas y cartas que representan un mun-
do conclusivo y centrado, que dan cuenta de luga-
res que progresivamente comienzan a ser «espa-
cios»1. De ahí proviene la radical desorientación
que, paradójicamente, pueden producir los mapas
cuando aquellos territorios sin espacio tratan de
hallar su lugar en las representaciones científicas.
Recordemos que las operaciones de la lógica car-
tográfica, como ciencia de los imperios modernos,
ya están completas cuando los «colonizados» in-
gresan al mundo2; buscar un lugar en esas repre-
sentaciones, sin embargo, no es suficiente; que-
dan otros conjuntos de operaciones discursivas
necesarios para «colocar» y orientar a los pueblos
que ingresan a los planisferios. Se trata, en los ca-
sos de territorios que hacen su aparición para el
saber europeo, de ocupar —ya no solo sobre el
espacio sino sobre ese lugar abstracto del mapa y
a través del discurso— un lugar que garantice la
inclusión en un conttnuum, en una forma de repre-
sentación que les otorgue identidad3. La historia

1 Sobre la distinción lugar-espacio, v. Michel de Certeau: The


Practice of Everyday Ufe, University of California Press, Berkeley
- Los Angeles, 1988.
1 Cf. las ideas de Neil Smith acerca de la producción del espa-
cio y la construcción de «el mundo» con la expansión imperialista
en el siglo XIX y su dimensión de escalas respecto del espacio:
Uneven Development Nature, Capital and the Production of
Space, Basil Blackwell. Oxford - Cambridge. 1990.
3 El excelente libro de Paul Carter: The Road to Botany Bay,

The University of Chicago Press, Chicago. 1987. estudia el des-


cubrimiento y la conquista de Australia a través de la nomina-
ción —que hacen exploradores, viajeros y conquistadores— de
su territorio; establece asi los pasos de la lógica de la conquis-
ta: cartograflar primero y nombrar —en la lengua del conquis-
tador— después.
203
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

de la cartografía revela verdaderos progresos en la


«fidelidad» de la representación geográfica y, tam-
bién, el «avance» y la ocupación territorial hacia
espacios cada vez mayores; su historia es la que
va de las cartas de portulanos —para orientación
de comerciantes— a los planisferios —instrumen-
tos de la conquista imperial . Ubicar en el mapa es
una de las las actividades racionalizadoras de la
cultura occidental moderna y, podríamos decir, es
un dispositivo central en la definición de identida-
des colectivas -—regionales, nacionales, continen-
tales.
Desde su «descubrimiento» (y desde entonces,
siempre), América Latina ha debido pensar cómo
insertarse en ese mapa centrado del mundo, bus-
cando diseñar su espacio a través de múltiples
estrategias, desde las militares hasta las diplomá-
ticas y textuales; y se ha visto obligada a pensar
su inclusión por cuanto los mapas, como formas
del saber europeo, existían antes de tener alguna
forma de incluirla, ellos preceden su historia den-
tro de la cultura occidental. La confección carto-
gráfica y la descripción científica o paisajística de
los territorios forma parte de esas estrategias cen-
trales de constitución de los territorios, las regio-
nes, los países, las naciones, el continente. Los
libros de viaje son discursos en los que pueden
verse los largos procesos de formación territorial
de las zonas excluidas del mundo; en el caso de
América Latina se trata de un territorio —hetero-
géneo— que fue acumulando a lo largo de su his-
toria fuertes equívocos geográficos. Ellos comen-
zaron con la identificación del territorio con el de

* V., para la relación mapas-representación-descubrí miento, el


libro de Belén Rivera Novo y Luisa Martin-Merás: Cuatro siglos
de cartografía en América, ed. MAPFRE, Madrid. 1992.
204
GRACIELA MONTALDO

la India, según la interpretación de Cristóbal Co-


lón; luego con el Paraíso terrenal, que corrió por
cuenta de casi todos los primeros conquistadores
españoles; y siguió con las múltiples expediciones
de conquista-exploración que ubicaron sobre su
territorio el desear geográfico-económico de los
europeos; para terminar con el desconocimiento
americano de su propio cuerpo e hipotetizar su
origen como una continuidad de lo europeo para
ir borrando la historia previa a su inserción en el
mapa del mundo5.
Encontrar un lugar en el espacio supone tanto
un ejercicio de verificación y estudio como de ima-
ginación. La cultura de la América hispana abun-
da en textos de viajeros europeos (con lo que esta
categoría implica: sabios, científicos, exploradores,
espías, diplomáticos, militares, comerciantes, ar-
tistas, aventureros y todo a la vez) que llegaron a
hacer una apropiación técnico-discursiva de terri-
torios aún mal o no conocidos. Entre los viajeros
ilustres se encuentran Alexander von Humboldt y
Charles Darwin, voces legitimantes de la natura-
leza americana según los deseos del saber euro-
peo. Esos libros de viajeb dieron forma a un espa-

5 Aún hoy podríamos seguir la línea de indefiniciones territo-


riales en América Latina: la guerra fronteriza entre Ecuador y
Perú a comienzos de 1995, los conflictos limítrofes aún no re-
sueltos entre Venezuela y Colombia, Venezuela y Guyana, en-
tre Argentina y Chile, entre otros. En todos los casos, la cien-
cia, la ley y las armas son los árbitros de la Indefinición territo-
rial.
G Entre la abundante bibliografía reciente sobre viajeros cito a
Mary Louise Pratt: Imperial Eyes. Travel u'riting and Trans-
CLílfttraííon, Routledge, Londres, 1992; y Roberto González
Echevarría: «A Lost World Rediscovered: Sarmiento's Facundo
en Tullo Halperín Donghi, Iván Jaksic, Gwen Kirkpatrick y
Francine Masiello: Sarmiento Auíhor of a Nation, Universíty of
California Press. Berkeley - Los Angeles, 1994.
205
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

CÍO que pertenecía, todavía en el siglo xix, a tribus


por lo general nómadas y siempre aisladas
geográficamente por los gobiernos de la nacientes
naciones americanas. Con rapidez, traduciendo el
territorio indómito, inexplorado a los términos del
saber europeo, esos textos se convirtieron en fuente
de verdad tanto para los países de origen como
para los criollos encargados de construir los Esta-
dos nacionales; sobre ellos, en la mayoría de los
casos, se fueron escribiendo las primeras versio-
nes del mapa de una América independiente, frag-
mentada —respecto del mapa previo del imperio—
en muchas repúblicas.
En los textos de la Independencia de América
hispana (de viajeros europeos o de intelectuales y
militares criollos, entre los cuales se trama un
apretado intertexto) se trata fundamentalmente de
establecer continuidades territoriales allí donde no
hay comunicaciones y donde el desconocimiento
del terreno supone la pérdida de propiedad de los
gobiernos7; hacia el fin de siglo —con la constitu-
ción de los Estados nacionales— esa continuidad
será el vehemente reclamo de progreso, es decir,
vías férreas, navegación de los ríos, construcción
de caminos (dominio de los flujos naturales). La
escritura cumple la función de imaginar territo-
ríalmente al referir, describir, junto con los mapas
y cartas, la continuidad del territorio; adaptan lo
nuevo a lo conocido y ficcionalizan vínculos terres-
tres allí donde los ejércitos criollos sucumben al
saber de los nativos que disputan su territorio, o

7 Del mismo modo que el saber científico "imagina» continui-


dad, es decir, homogeneidad allí donde no hay sino diferen-
cias; v. González Echevarría y su idea de que la única forma de
aprehender al Otro en América Latina es a través de la media-
ción del discurso hegemónico de la ciencia (ob. cit.).
206
GRACIELA MONTALDO

proyectan sobre zonas desconocidas la grandeza


futura del país o región. Podríamos llamar imagi-
nación territorial a una actividad fundamental de
apropiación del terreno, a una actividad de los le-
trados que ocupa en la letra un territorio cuya
pertenencia está en permanente disputa y, por
tanto, se tiene que legitimar a través del saber y
del relato. Esos textos son verdaderas máquinas
territoriales que producen el espacio proyectado
hacia un tiempo por venir. No producen utopías
sino que imaginan y delinean lo que vendrá como
puro real.

2. LA ORIENTACIÓN

Quisiera, desde la perspectiva del territorio, pen-


sar un momento de la cultura de América Latina
por fuera de sus fronteras nacionales —así como
habría que pensarla, también, por fuera de su len-
gua hegemónica en el caso de los viajeros—, in-
tentando leer un texto que no tiene un lugar pre-
ciso en el canon de nuestra literatura. No cabe duda
de que Sarmiento es uno de los autores latinoa-
mericanos más leídos, un «clásico»; sin embargo,
sus viajes por Europa, Asia y Estados Unidos son
un texto semi-incógnito" que apenas corrobora su
cambio «ideológico» en la suplantación del modelo
europeo por el norteamericano para los proyectos
sobre América Latina. Leer fuera de las fronteras
nacionales textos que trabajan sobre espacios, te-
rritorios, geografías, nos permite visualizar una
zona problemática que abre la modernización eco-
nómica y cultural: la reformulación de identida-

6 Excepción hecha del trabajo fundador de David Viñas sobre


los viajeros argentinos a Europa incluido en la sección -El viaje
b alzad ano» en Literatura argentina y realidad política, CEAL.
Buenos Aires. 1982.
207
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

des colectivas en la confrontación con los otros.


¿Qué pasa en el caso de un viajero «al revés»
como Sarmiento?, ¿tiene que inscribir sus emble-
mas en la cultura otra?, ¿tiene que nominar y en-
tender?, ¿cómo marca un territorio que no resul-
ta, como los desiertos o las selvas americanos, vir-
9
gen? Estas preguntas pueden articular problemá-
ticas diferentes a las del viajero colonial pero se
enfrentan a una misma cuestión, representar al
otro o, dicho en términos de la tradición sarmien-
tino-hispanoamericana, trazar las fronteras entre
civilización y barbarie. Describir un territorio, cons-
truirlo, es también trabajar la dimensión de una
subjetividad que debe ser sometida a los rigores
de la catalogación discursiva. El viaje de Sarmien-
to no es el del conquistador que va al desierto o la
selva sino el del americano pobre y del interior de
su país que va a París pero también a Africa y Es-
tados Unidos.
Sarmiento escribió en 1845 un ensayo para de-
finir, describir e incluso conjurar, a través de la
escritura concebida como arma y develación, los
problemas de las recientes repúblicas latinoame-
ricanas. En medio de la anarquía que vivía Argen-
tina —su país— y exiliado en Chile, publica como
folletín un texto que se convirtió en el principal
medio de diagnosis, en relato maestro de la nueva
realidad. Acompañado rápidamente —y en medi-
das iguales— por el éxito y la polémica, Sarmien-
to, sin ancestros prestigiosos en su país ni fortu-

9 Mary Louise Pratt dice que Sarmiento en Europa no es un


peregrino o conquistador sino un infiltrado; v. imperial Eyes,
cit.
10 V. Edward W. Said: «Representar al colonizado: los interlocu-
tores de la antropología» —en Cultura y Tercer Mundo, vol. 1,
Nueva Sociedad, Caracas, 1996—y su reclamo de lectura polí-
tica de toda representación.
208
GRACIELA MONTALDO

na personal, continúa ascendentemente su carre-


ra política. Si uno de los pasos decisivos de esa
carrera es la escritura de Facundo o Civilización y
Barbarie en las pampas argentinas, lo sigue, in-
mediatamente después, la preparación de un via-
je a través «del mundo» para conocer, investigar,
apropiar, los modos de producción y funcionamien-
to de lo público en los países que supone los más
civilizados. Ese viaje, que lo lleva también a zonas
donde lo que Sarmiento concibe como civilización
no se ha expandido, cambia radicalmente su mi-
rada.
Cuando todavía no se habían apagado los ecos
polémicos de la publicación de Facundo, que ad-
judicaba a Juan Manuel de Rosas (al mando de la
suma de los poderes públicos en la Argentina de
ese momento) la sistematización de la barbarie,
Sarmiento emprende un viaje que le rearma el
mundo, estableciendo un nuevo globo terráqueo.
En sus voraces lecturas juveniles11 había conoci-
do el mundo en sus formas de confrontación y lu-
cha. Con los textos de Fenimore Cooper y de sa-
bios y viajeros europeos en América va constru-
yendo todo un archivo europeo primero y luego
«mundial», occidental y orientalista que le permite
pensar su propia cultura y su propio territorio y
definir la barbarie americana como la fuerza
nomádica que destruye toda organización . Sar-
miento, con una fe ciega en la letra escrita —for-

11 Cf. Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo: «Una vida ejemplar: la


estrategia de Recuerdos de provincia- en Ensayos argentinos.
Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1983; sobre la
formación Intelectual del joven Sarmiento en San Juan.
12Cf. E. W. Said para la construcción del «orientalismo» y su
función en la creación de identidades en la modernidad occi-
dental: Orientalismo, Libertarias/Prodhufl, Barcelona, 1990.
209
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

ma «científica» y «objetiva» de legitimación del sa-


ber—, encuentra en esos textos una verdad para
describir su cultura y su propio territorio.
La exploración de la cultura-territorio de los
otros no es su propósito oficial al iniciar el viaje;
encargado por el gobierno chileno, su misión es
estudiar el «estado de la enseñanza primaria, en
las naciones que han hecho de ella un ramo de la
13
administración pública» . Escribirá un informe con
el material de sus observaciones. Sin embargo, la
mirada de Sarmiento, construida por sus lecturas
de viajeros y aventureros, no se detiene en la ins-
trucción, más bien viaja ella misma y se desvía y
fuga. Lejos de cumplir sólo con su propósito, esa
mirada vagará por la instrucción pública pero se
lanzará, excitada y codiciosa, hacia las costum-
bres, usos, prácticas de las naciones que visita; o
mejor, no puede dejar de mirar lo otro de la educa-
ción pública: las diferencias. Sus ojos están atraí-
dos por aquellas prácticas desviantes de su pro-
pósito que le enseñan a Sarmiento a mirar desde
la otredad a América Latina y cambian, amplian-
do, la mirada que los libros le habían proporcio-
nado . Bajo la forma de cartas, Sarmiento no com-
pone un libro de viajes clásico porque en ellas no
hay que explicar «lo nuevo», lo que no tiene dis-
curso escrito, más bien hay que traducir aquello
que su experiencia le proporciona a través de una

,3 Domingo Faustino Sarmiento; Vía/es por Europa, Africa y


América 1845-1847 y Diario de Gastos (ed, critica: Javier
Fernández, coord., Archivos — ALLCA XX — Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 1993, p, 3 (todas las citas corres-
ponden a esta edición).
UV. la importancia de la mirada en la cultura occidental como

forma principal de organización del saber, en Michel Foucault:


Las palabras y las cosas. Pianeta, Barcelona, 1984.
210 _____________
GRACIELA MONTALDO

difícil práctica de «adaptación» de saberes; en el


viaje, el sujeto es tanto los otros, como nosotros.
No escribe, tampoco, con la intención de ubicar en
el mapa los territorios ajenos sino, al contrario,
tratando de establecer la relación geográfica de los
latinoamericanos a través de la continuidad cul-
tural15. Sarmiento se ubica en la tradición viajera
no a contrapelo sino «al revés», hace el viaje inver-
so: cuando sube a su barco en Chile no va, viene.
Regresa, fundamentalmente, del conjunto de ver-
siones que ha ido acumulando sobre los europeos
y sobre lo otro de lo europeo. Regresa con un nue-
vo saber territorial para reorganizar el mapa del
mundo. El eje de esa reorganización es la idea de
barbarie. Y esta es la primera sorpresa del viajero;
en su experiencia de observador se encuentra,
antes que con el despliegue de la civilización, con
la persistencia de aquello que él creía reducido a
América Latina: lo bárbaro.
Va a afirmar por ello que «nuestro Oriente es la
Europa» 6: es —dice— nuestro archivo, la memo-

16 Él mismo, reforzando sus lazos con la tradición europea, de


la que se hace descender, dice: «Siéntome, sin embargo, que no
soi el huésped, ni el estranjero. sino el miembro de la familia,
que nacido en otros climas se acerca al hogar de sus antepasa-
dos, palpitándole el corazon con la anticipación de las sensa-
siones que le aguardan, dando una fisonomía a los que solo de
nombre conoce, i tomando prestados a la imajinacion. objetos,
formas i conjunto, que la realidad destruirá bien pronto, pero
que son indispensables al alma, que como la naturaleza, tiene
horror al vacío» (pp. 76-77).
16 La cita completa es: «Aijel basta, con efecto, para darnos
una idea de las costumbres i modos de ser orientales; que en
cuanto al Oriente, que tantos prestijios tiene para el europeo,
sus antigüedades i tradiciones son letra muerta para el ameri-
cano, hijo menor de la familia cristiana. Nuestro Oriente es la
Europa, i si alguna luz brilla mas allá, nuestros ojos no están
preparados para recibirla, sino a través del prisma europeo»
(p. 172).
211
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

ria de lo que no somos pero que tenemos que adap-


tar, pues es capaz de proporcionar la diferencia
para constituir una identidad; en un sentido pu-
ramente territorial, Europa-Oriente es lo Otro, es
el punto cardinal desde el cual pensarse. Funda-
mentalmente, esta afirmación significa declarar la
occidentalidad de los americanos, cuando Occi-
dente es el valor más positivo para definir una iden-
tidad17. Pero esta declaración es también una for-
ma de dar vuelta el mapa o de construir uno que
tenga un centro móvil, que al desplazarse, vaya
desplazando todos los otros territorios y volviendo
más o menos irreconocible la distribución espa-
cial. De este modo. Sarmiento altera las fronteras
para crear otra espacialización por la cual viajar:
una espacialización que une no los puntos geo-
gráficos sino los «tiempos» de desarrollo de los di-
ferentes pueblos.

3, LA NUEVA BARBARIE

Ese viaje, que lo lleva a Francia, España, Africa


(Argel), Italia, Suiza, Alemania, Inglaterra y Esta-
dos Unidos, será fundamental en la constitución
de su identidad política, pero también en la di-
mensión de la territorialidad del país. Sarmiento
había escrito el Facundo a los 34 años, conocien-
do muy poco del territorio argentino y menos aún
del chileno; en la zona cuyana de los Andes sud-
americanos acababa su experiencia geográfica «del
mundo». Será en una de las cartas de ese viaje
(publicadas por primera vez como libro en 1849,

17 Cf. Iain Chambers: Migración, Cultura, Identidad, Amorrortu


editores. Buenos Aires, 1995: «Occidente, entendido como cons-
tructor y custodio de la historia tanto en términos geopolíticos
como escritúrales, era el lugar de la Verdad'» (p. 174).
212
GRACIELA MONTALDO

en Santiago de Chile), fechada en Italia (Florencia,


Venecia, Milán) en mayo de 1847 y dirigida a J. M.
Gutiérrez, que recuerde y relate:

Sabe Ud. que no he cruzado la pampa hasta


Buenos
Aires, habiendo obtenido la descripción de ella de
los arrieros sanjuaninos que la atraviesan todos los
años, de los poetas como Echeverría, i de los milita-
res de la guerra civil, Quiérola sin embargo, i la
miro
como cosa mia, Imajínomela yerma en el invierno,
calva i polvorosa en el verano, interrumpida su des-
nudez por bandas de cardales i de viznagas (p. 263).

Obviamente, para quien había afirmado «... no es


extraño que a la descripción de las escenas de las
que fui testigo se mezclase con harta frecuencia lo
que no vi, porque existía en mí mismo, por la ma-
nera de percibir...» el rasgo comprobatorio es irre-
levante; lo que cobra valor para Sarmiento es el
saber y el conocimiento, y ambos se construyen
con dos fuentes: la oralidad y la escritura (de fic-
ción y científica, militar)18. Para Thomas Richards
el saber (su recopilación y circulación) es funda-
mental en el movimiento de todo poder coloniza-
dor19; Sarmiento, ese hombre exiliado y al servicio
de todas las patrias («A mí que no pido como
Arquímedes, sino un punto de apoyo para poner
mi patria o la de otros, patas arriba, porque no soi

18 V. el excelente libro de Thomas Richards: The Imperial Archi-


ve. Knowledge and the Fantasy qf Empine, Verso, Londres -Nueva
York. 1993, para la relación saber-expansión imperialista en
el siglo xix; R. González Echevarría, ob. cit., desarrolla la rela-
ción Sarmiento-viajeros europeos.
19Entendiendo al poder colonizador como una forma de auto-
inscribirse sobre la experiencia de los otros; v, David Spurr:
The RH^TORIC of Empire. Colonial Discowse inJoumalism, Travel
Wriling. and Imperial Administration. Duke University Press.
Durham - Londres, 1993.
213
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

difícil en punto a la propiedad i pertenencia de las


patrias!», p. 99), también cree que el saber es la
epopeya del progreso y la civilización (el saber es.
además, su propia epopeya) de ahí que su expe-
riencia cuente menos que el conocimiento acumu-
lado (aunque esté codificado oralmente, a través
de los relatos de los arrieros) y que defina de mejor
manera los lugares, identidades y estrategias del
colonizador.
Sarmiento es un agente colonizador dentro de
su propio país, como lo fueron los criollos en ge-
neral ; por eso piensa en un poder colonizador
del mundo que, atravesando fronteras, lleve y ex-
panda el progreso y la civilización; una suerte de
supra-Estado sin centro que convierta en «civili-
zado» todo lo que toque. Sin embargo, hay que te-
ner presente que el espacio, la geografía y las te-
rritorialidades son parte central de sus tesis sobre
América Latina y de su definición de la civilización
y la barbarie; es desde el territorio (que no se ha
transitado pero que se conoce a través de los rela-
tos) que Sarmiento piensa la conformación de la
identidad latinoamericana. De ahí que ese libro
temprano y primero de su carrera político-intelec-
tual comience con la ubicación geográfica de la
República Argentina en la escala mundial y su te-
sis central se base en la tierra, el territorio, la ex-
tensión del desierto como productor de la barba-
rie americana21.

20 Podríamos pensar en lo que Mary Louise Pratt llama «auto-


etnografía» (imperial Eyes): la instancia en que los sujetos de
las zonas periféricas intentan representarse en modos que se
ajustan a los términos del saber metropolitano.
al V. para el estudios de este punto en Sarmiento: Noé Jitrik:

«Prólogo» a Facundo, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977; Ju-


lio Ramos: Desencuentros de la modernidad en América Latina.
Política en el siglo xa, FCE, México. 1989.
214
GRACIELA MONTALDO

La geografía es una dimensión decisiva de la


política en el siglo xixy fundamental para Sarmien-
to; tempranamente permite trazar en el Facundo
un mapa que registra con menos interés las fron-
teras nacionales (aún cuando construir la nación
era una de las exigencias de su época y parte cen-
tral de su programa político22) que los límites y
fronteras de la civilización y la barbarie en la Re-
pública Argentina. Las fronteras no están en el
exterior sino que son, como se las denominaba
entonces, interiores. Por esa razón no hay que
construirlas como las de una nación en busca de
soberanía sino que hay que hacerlas caer. Otro
movimiento al revés: armar un país en América
Latina es abrirlo al mundo europeo, expandirlo
desde un núcleo de razón hacia el territorio desco-
nocido y propiedad del saber nativo. Para Sarmien-
to, la colonización no ha terminado en América.
En contacto con «el mundo», durante su viaje,
lo nacional deja de ser un punto de referencia; Sar-
miento se recoloca rápidamente dentro de las nue-
vas líneas que lo dividen: «Opino porque se coloni-
ce la España; i ya lo han propuesto compañías
belgas» (p. 166); «... i presente lo próximamente
futuro, la colonizacion de la Arjelia se me figuró
como de largo tiempo consumada. Por todas par-
tes bullia la poblacion europea entregada a las
múltiples operaciones de la vida civilizada...» (pp.
199-200); «Dejemos a un lado todas esas mezquin-
dades de nación a nación, i pidamos a Dios que
afiance la dominación europea en esta tierra de
bandidos devotos. Que la Francia les aplique a ellos
la máxima musulmana. La tierra pertenece al que
mejor sabe fecundarla» (184). Esa colocación de

22 V. T. Halperín Donghi: Proyecto y construcción de una nación.


Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1980, Vol. 68.
215
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

Sarmiento en el centro del discurso colonizador es


producto de su teoría del genio y del gran hombre,
pero es también producto de su concepción
supranacional del progreso y la fuerza de los agen-
tes civilizadores (la razón, el espíritu iluminista),
el flujo indetenible de lo nuevo que la modernidad
prescribe.
Los tártaros, los mongoles, los árabes, los cau-
dillos latinoamericanos, los gauchos argentinos,
forman una comunidad cultural, ideológica y polí-
tica más abigarrada y unida por lazos más fuertes
y poderosos que los que unen a un letrado —Sar-
miento— con un natural de las pampas —un arrie-
ro que relata, un baqueano, un rastreador, un cau-
dillo, por ejemplo. La barbarie, definida primero
como una fuerza ciega que se opone a toda organi-
zación, que resiste la ley y la autoridad, será poco
después la modalidad de la vida americana que la
civilización va a vencer por la ley del desarrollo
histórico. Hay aquí una diferencia notable en el
pensamiento político de Sarmiento: la barbarie
pasará de exceso a residuo. Si en el Facundo la
había definido como

instrumento ciego, pero lleno de vida, de instintos


hostiles a la civilización europea y a toda organiza-
ción regular; adverso a la monarquía como a la re-
pública, porque ambas venían de la ciudad y traían
aparejado un orden y la consagración de la autori-
dad ... Este movimiento espontáneo de las campa-
ñas pastoriles fue tan ingenuo en sus primitivas
manifestaciones, tan genial y tan expresivo, que
abis-
ma, hoy, el candor de los partidos de las ciudades
que lo asimilaron a su causa...23

23 Domingo Faustino Sarmiento: Facundo o Civilización y Bar-


barie en las pampas argentinas, CEAL, Buenos Aires, 1979,
pp. 62-63.
216
GRACIELA MONTALDO

Es decir que mientras el exceso de vida, la inge-


nuidad y la genialidad, marcan la barbarie como
fuerza activa, que se despliega en América sobre
todo aquello que no es ella misma, sus viajes por
Europa lo apartan de esa idea de barbarie avasa-
llante para abrir una dimensión nueva del proble-
ma. Le permiten, por ejemplo, y de manera radi-
cal, precisar el sentido de la barbarie dentro de su
proyecto político y relativizar su fuerza; le permi-
ten manejar con más precisión la dimensión geopo-
lítica de los problemas latinoamericanos. De ahí
que la barbarie sea aquello que se opone definiti-
vamente al progreso; y es sobre la idea de cambio
y modernización sobre la que ella se dibuja y co-
bra sentido: barbarie es

el fango inevitable en que se sumen los restos de


pueblos y de razas que no pueden vivir, como aque-
llas primitivas cuanto informes creaciones que se
han
sucedido sobre la tierra, cuando la atmósfera se ha
cambiado, i modificádose o alterado los elementos
que mantienen la existencia (p. 6).

La civilización es la que produce barbarie. Es de-


cir, la barbarie es lo muerto que resiste, que se
enquista, porque ha aparecido en el horizonte mun-
dial «otra cosa». Por el contrario, la civilización es
lo sobredicho, aquello que iguala por sobre la
muerte de la barbarie; es la democracia, pero tam-
bién la medianía, lo homogéneo y, por supuesto,
la mediocridad. Sarmiento describe la vida moder-
na como aquella que comienza a perder la expe-
riencia en favor de la abstracción, que generaliza
las percepciones y saberes anulando las diferen-
cias:

La descripción carece, pues, de novedad, la vida ci-


vilizada reproduce en todas partes los mismos
caracteres, los mismos medios de existencia; la
pren-
217
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

sa diaria lo revela todo; i no es raro que un hombre


estudioso sin salir de su gabinete, deje parado al
via-
jero sobre las cosas mismas que él creia conocer
bien
por la inspección personal (p. 4).

No parece haber sujetos en el mundo viajero de


Sarmiento: es un mundo atravesado por lineas de
fuerza, instituciones y dispositivos de orden. Nue-
vamente la reflexión implica al espacio y al territo-
rio, al otro mapa, el mapa de la civilización y la
cultura que une pueblos y sujetos diferentes a tra-
vés de intereses comunes, es decir, la posibilidad
de constituir «comunidades imaginadas» 4 que para
Sarmiento pierden su carácter nacional en fun-
ción del movimiento globalizador de la civilización.
Mezclando el pensamiento utópico con la demo-
cracia, dice:
¿No es, sin duda, bello y consolador imajinarse que
un dia no mui lejano todos los pueblos cristianos
no
serán sino un mismo pueblo, unido por caminos de
hierro o vapores, con una posta eslabonada de un
estremo a otro de la tierra, con el mismo vestido,
las
mismas ideas, las mismas leyes i constituciones,
los
mismos libros, los mismos objetos de arte? (p. 123)

Sin «mundo» no hay posibilidad de pensar las na-


ciones. Serán el periodismo, los cambios de la
modernización (y las exclusiones que ambos prac-
tican) el espacio en que Sarmiento se coloca como
eje de un discurso que, para él, tiene necesaria-
mente que expandirse. El viajero es una mirada

24 Término de Benedict Anderson para describir el tipo de rela-


ción que supone la idea de nación entre individuos anónimos:
B. Anderson: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el
origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Econó-
mica, México, 1993.

/
218
GRACIELA MONTALDO

que penetra allí donde la experiencia no alcanza:


en Europa, Sarmiento ve más que los naturales
en algunos casos. Y ve que se está viviendo sobre
un «terreno minado», de «terribles convulsiones»
que está transtornando «cosas e instituciones que
parecían edificios sólidamente basados» (según
reflexiona en el prólogo que escribe a sus viajes).
La imaginación territorial sarmientina es una
máquina que se alimenta de mecanismos de otras
máquinas discursivas de producción territorial:
informes de científicos, impresiones de viajeros,
informes de militares, los grabados de los paisa-
jistas25 y los artistas topógrafos. Es decir, se ali-
menta del archivo europeo. Menos hecho de ma-
pas que de textos, el alimento de esas máquinas
territoriales, parece obedecer, desde fines del siglo
xvin, a un imperativo temporal: es en el orden del
progreso, de la conversión tecnológica de lo natu-
ral, de la apuesta hacia «el futuro», en donde se
ubican esos territorios que cuentan con riquezas
a explotar. Sin embargo, es el espacio el que cons-
truye, es el territorio lo que se convierte en el valor
y su apropiación es definitoria y constitutiva de
poderes. Queda fuera, sin duda, la oralidad de los
paisanos que como oralidad y como palabra y voz
del nativo es puro presente, pura enunciación. Es
el saber que se ha admirado en Facundo pero que
no tiene lugar en el nuevo mapa del mundo, en la
occidentalización de América; es la huella que ha-
brá que borrar, con el ejército y la conquista. La

25 Señala: «Rugendas es un historiador mas bien que un


paisajista: sus cuadros son documentos, en los que se revelan
las transformaciones, imperceptibles para otro que él, que la
raza española ha esperimentado en América ... Humboldt con
la pluma i Rugendas con el lápiz, son los dos europeos que
mas a lo vivo han descrito la América» (pp. 73-74).
219
NUESTRO ORIENTE ES EUROPA

barbarie del mundo anula las diferencias: no hay


resto local en los tipos de la pampa que son aca-
llados por los libros primero y por su identidad
otra con los bárbaros del mundo.

4. LA VUELTA

Si bien la confesión es un género que Sarmiento


ya había frecuentado (Mi defensa, zonas de Facun-
do) a través de muchas convenciones rous-
seaunianas, los viajes son un espacio privilegiado
para las expansiones del yo; en Estados Unidos
donde todo lo atrae, lo golpea y seduce. Sarmiento
dirá:

Traíame arrobado de dos dias atras la


contemplación
de la naturaleza, i a veces sorprendia en el fondo de
mi corazon un sentimiento estraño, que no habia
esperimentado ni en París. Era el deseo secreto de
quedarme por ahí a vivir para siempre, hacerme
yankee, i ver si podría arrimar a la cascada alguna
pobre fábrica para vivir (p. 380).

Hacerse yanqui: ser otro; la escena fantaseada no


parece retomar sólo la manía enmascaratoria de
Sarmiento (viajar vestido de árabe, ser un intelec-
tual en traje de minero en Chile, entre otras mu-
chas conversiones26), el deseo de devenir yanqui
no es un disfraz, no es parecer otro, es ser otro,
convertirse al modelo, suplantarlo, cambiar su
naturaleza y no momentáneamente suspenderla.

16 «En seguida, deseando darme aire de un agah o de un tolba


árabe, estudiaba a hurtadillas en mis compañeros la manera
de llevar el bornoz, de que me había provisto para solemnizar
con sus anchos i pomposos pliegues la gravedad de mi posicion
oficial...» (p. 188).
220
GRACIELA MONTALDO

Sin duda, es el deseo el que opera la diferencia:


ser yanqui, ser pequeño industrial, es suspender
momentáneamente la opción por lo político, cen-
tral en Sarmiento. La opción política es la que hace
que Sarmiento siga siendo argentino, que no lle-
gue a ser píonner sino presidente de la República.
Y la política se construye en las grandes dimen-
siones del mundo, fundidas con las líneas que or-
ganizan y disciplinan las opciones globales. La es-
critura política tiene que enunciar desde un lugar
no nacional (entre lo científico y literario) y desde
un lugar público: la tribuna, la cubierta de un
barco, tas ciudades, las excursiones turísticas, los
trenes: allí lo público se corporiza y confronta. Debe
circular, obviamente, a través del periódico.
Conocer la barbarie de los otros y descubrir a
la vez que quienes desde América eran civilizados
son, en realidad, también bárbaros27, refuerza en
América la lectura binaria de la realidad, refuerza
su voluntarismo para luchar contra lo bárbaro.
28
Pero, ante todo, esa confrontación violenta lo con-
firma en su propósito colonizador dentro de la Ar-
gentina: la lucha debe darse no sólo con la guerra;
debe darse con la letra, se hará contra el saber
nativo y contra su voz. Traducir lo europeo a Amé-
rica y entender lo americano en términos euro-
peos: es el programa de la reorientación sarmien-
tina para quien, en el mapa, América debe ser
Occidente.

27 «La inmigración europea es allí [en Estados Unidos] un ele-


mento de barbarie, quién lo creyera! El europeo irlandés o
aleman, francés o español, salvo las escepciones naturales, sale
de las clases menesterosas de Europa, ignorante de ordinario,
i siempre no avezado a las prácticas republicanas de la tierra»
(p. 343).
28«No he podido desimpresionarme en dos días del mal efecto
que me ha producido esta primera impresión [en Francia]» (p.
86).
ILEANA RODRÍGUEZ

SUJETOS INGOBERNABLES
El discurso de la ciudadanía

Los indios de las islas por las que habían pasado,


ya fuesen caribes feroces o tímidos araguacos,
eran criaturas miserables, que vivían como bestias
en el bosque o en refugios demasiados modestos para ser
llamados chozas, andaban desvergonzadamente desnudos,
o con un pedacito de tela que escasamente
cubría sus genitales'.

Tres de los estudios más importantes sobre indios


y/o naturaleza publicados en la última década 2
son excepcionales no sólo por su labor académica,
profundidad, extensión y originalidad en la inves-
tigación y el trabajo de campo, sino también por
su sensibilidad subalterna y excelencia de estilo.
Ellos tratan de reconstruir y re-narrar el pasado y
el presente desde la perspectiva de la interacción
entre lo hegemónico y lo subalterno, sin perder
los matices de la naturaleza compleja de lo que
Ranajit Guha llamara diglosia, esto es, el uso de
dos idiomas para narrar eventos y acontecimien-
tos, uno para el momento indígena y el otro para
el momento ajeno, extranjero: una lengua para el
prestigio y otra para la subordinación . Entre la

1A menos que sea indicado, todas las traducciones son mías.


Inga Clendinnen: Ambivalent Con Quest. Maya and Spaniard
in Yucatan, 1517, 1570. Cambridge U.P., Nueva York, 1987, p.
4.
2 Susanna Hecht y Alexander Cockburn: The Fate of the Forest:

Developers, Destroyers and Defenders of the Amazon, Harper,


Nueva York, 1990; Inga Clendinen, op. cit.; Ricardo Fallas,
Massacre in the Jungle. Ixcan, Guatemala, 1975-1982. West View
P., Boulder, 1994.
222
ILEANA RODRIGUEZ

amplia bibliografía sobre el tema he seleccionado


estos libros porque me facilitan trazar la curva del
imaginario de los sujetos ingobernables desde el
principio del período colonial hasta el presente. La
inmensa narrativa de la Amazonia y la pequeña
narrativa de Yucatán y de Ixcan, marcada por los
intereses e investigaciones post-coloniales, se mez-
clan en estos textos.
Mi hipótesis de trabajo es que los orígenes del
discurso como poder pueden ser trazados desde
las ficciones fundadoras de América, establecidas
por los intelectuales y escribanos coloniales. Como
puede verse en la cita de arriba, estas narrativas
de exploración y conquista, de guerra y de exter-
minio sentaron las bases de la identidad cultural,
marcando los bordes de la ciudadanía y la gober-
nabilidad en el signo dual indio/naturaleza como
división entre cultura (lo legal) y no cultura —otra—
(lo ilegal). Esta marca de fábrica fue subsiguien-
temente reciclada por los intelectuales nativos que
armaron el cuerpo de las culturas mestizas en
narrativas del positivismo y neopositivismo, hasta
alcanzar las del neoliberalismo dentro de la (nue-
va) empresa global. Los tres estudios menciona-
dos reescriben el origen y el presente de una dis-
cusión que involucra el destino de las poblaciones
en proceso de extinción, los indios de Yucatán, del

3 Ranajit Guha: «The Prose of Counter-Insurgency« y «On Some


Aspects of the Historiography of Colonial India» en Ranajit Guha
y Gayatri Chakravorty Spivak (eds.): Selected Subaltern Studies,
Oxford U.P., Nueva York, 1988. pp. 45-88 y 37-45: Elementary
Aspect of Peasant Insurgency in Colonial India, Oxford U.P.,
Bombay, 1982; «Dominance without Hegemony and its
Historiography», en Subaltern Studies. Oxford U.P.rNueva Delhi,
vol. 6, 1989, pp. 210-309: y «Discipline and Mobilize», texto
mimeograflado.
223
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

Amazonas o de Ixcán; y vuelven a trazar las rutas


geográficas, económicas, culturales y sociales de
hoy, que encuentran sus tropos legalizados en la
cultura nacional del imaginario fundador escrito
en el pasado.

NARRATIVAS DE LA (NO) CIUDADANÍA

En el período contemporáneo las narrativas ciu-


dadanas son, por definición, narrativas estatales.
En América Latina las narrativas estatales están
ligadas a lo étnico; son el resultado de pactos
étnicos entre criollos y mestizos. Las narrativas
estatales son consecuentemente narrativas de pac-
tos sociales y de mestizaje. Son también narrati-
vas utópicas y desarrollistas cuya visión es la de
un Estado-nación bien desarrollado. Sin embar-
go, todas las narrativas ciudadanas, estatales o
mestizas tienen un problema: las fronteras esta-
tales no están bien definidas y sus bordes, jungla/
naturaleza, son áreas de conflicto y contención.
Así las narrativas estatales perpetúan, como tropo,
áreas ambiguas, sobre elaboradas, representati-
vas de esperanzas, ambiciones e instituciones. El
hecho de que tres agrimensores —Euclides da Cun-
ha, Wilson Harris y José Eustasio Rivera— hayan
producido tres de las más grandes narrativas del
continente, prueba la preeminencia de la frontera:
el hecho de que ésta sea, a la fecha, un problema
no resuelto de los estados constituidos o por cons-
tituirse4.

1José Eustasio Rivera: La Vorágine, Losada. Buenos Aires, 1976;


Euclides da Cunha. Um Paraíso Perdido, Editora Vozes Ltda.
Petrópolis, 1976: Wilson Harris: The Guayana guartet. Faber
and Faber, Londres, 1985.
224
ILEANA RODRIGUEZ

Para muchas naciones del centro de Sudamé-


rica esa frontera borrosa, tierra de todos y de na-
die, se llama Amazonas o Amazonia. Esa frontera
es un borde terco, un territorio que no se puede
patrullar. No es un distrito bien cuadriculado, una
municipalidad, sino río, bosque, naturaleza, obje-
to de perpetua disputa entre los Estados tanto
como entre los dueños de la tierra y sus habitan-
tes, los cuales poseen certificados de propiedad
conflictivos. En este punto de intersección, entre
las narrativas estatales y naturales, el carácter irre-
conocible de la geografía viene a ser una metáfora
de la desorientación y el caos de la desorganiza-
ción del Estado nacional.
Atrapado en lo desconocido, lejos de cualquier
territorio de indios, Adrián Nieves, un desertor del
ejército, piensa esta desorientación en términos
genéricos. Vargas Llosa nos dice:

busca caños y conchas por donde cruzar, y no es


difícil, toda la zona son aguajales... cómo se
orienta,
estas tierras altas no son las suyas, las aguas han
subido mucho... Pero dónde anda ahora, el caño
pa-
rece girar en redondo y navega casi a oscuras, el
bosque es espeso, el sol y el aire entran apenas,
hue-
le a madera podrida, a fango y además tanto
murcié-
lago... Ni para atrás ni para adelante, ni como
retro-
ceder al Marañón ni como llegar al Santiago...

En Wilson Harris, la jungla es la imagen del caos


político y epistemológico que hace al agente hu-
mano vulnerable, que derrota aquello que el ojo
puede ver. La historia es hibris. Peligrosos son los
animales, la gente, el propio yo. Trazar el mapa de
la Mario
junglaVargas Llosa:
lo La Casa Verde. OvejaEn
Negra. Colombia,
5
es medir inconmensurable. Guaya-
p. 92, 1983.
225
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

na es el interior, la maleza indomable. La jungla


indómita es en sí misma la mejor metáfora de lo
ingobernable. Todos sus adjetivos lo enuncian:

La Jungla continuó enredándose y regresando, ex-


tendiendo sus viejos nudos alambrados y sus
largas
mangas de zacate hacia arriba tanto como a través
de la negra cara del río... la imagen del bosque
acosante recargado sobre la orilla del rio... Un le-
vantamiento de tierra sin sentido, cambiando y de-
clinando en el pantano... de la cuenca que
comienza
el Amazonas.,. Era esta sensación de estar
expuesto
y de derrota, algo asi como la confusión...la jungla
se enceguecía como un lugar resguardado y el ojo
aprendió a renunciar al sol vecino por una tenebro-
sa, y casi eléctrica oscuridad...6

La desorientación y la desorganización son terre-


nos propicios para la producción de narrativas de
encuentros. Todas, de hecho, presuponen una
naturaleza salvaje/jungla. La desorientación y la
confusión como tropo introducen dos grupos ad-
versarios, por lo menos; dos etnias en posiciones
conflictivas; dos géneros enemigos; dos amantes
en lucha. Así la desorientación y la confusión son
claves. Conducen al lector hacia lo salvaje, lo no
colonizado, una zona libre cuyo obstáculo princi-
pal, cronotropo en la literatura latinoamericana,
es la ñgura del indio, del nativo americano.
Que los humanos sean un estorbo para el de-
sarrollo es ya paradójico dentro del cuerpo narra-
tivo postcolonial. Porque la figura «indio» es un sig-
no que irradia en direcciones epistemológicas
opuestas: una dirección es la imagen germinal de
una descripción epistemológica. Los indios no son
seres humanos, son caníbales. No gente de razón
°W. Harris: ob. cit., pp. 358-359.
226
ILEANA RODRIGUEZ

sino salvajes y bárbaros. En la otra dirección: el


«indio» es un icono todopoderoso, una figura retó-
rica que representa «lo invencible». En las narrati-
vas del progreso, los indios siempre ganan. Es así
que son constituidos en obstáculo, impedimento,
resistencia, el interruptus del desarrollo.
Como principio organizativo o estructura fun-
damental del texto, la desorientación entonces eje-
cuta el siguiente ritual: el narrador/personaje deja
una parámetro nacional bien constituido: una ciu-
dad, un país. El es un sujeto social, un ciudada-
no. Al entrar en la jungla, se encuentra al indio/
naturaleza salvaje y se siente obligado a: 1) esta-
blecer la diferencia entre él, como representante
de un grupo, y los indios —el principio de la hege-
monía como diglosia; 2) lanzar una ofensiva des-
criptiva en la forma de narrativas antropológicas
sobre usos y costumbres —en la cual los tropos
literarios actúan como tecnología ; 3) escapar ha-
cia el bosque, peligroso y «encantado» donde en-
cuentra la riqueza de una frontera todavía no de-
sarrollada económica y culturalmente. Como me-
táfora o como acontecimiento concreto, el prota-
gonista se pierde, es rescatado por otros indios/
mestizos, adquiere una enfermedad mortal, y sale
de la jungla o muere.

LA NATURALEZA AMORFA DEL ESTADO NACIONAL

Invocando el tropo de nación como casa, y de na-


ción y casa como geografía política, en La casa ver-
de de Vargas Llosa, la geografía es confusa, tan

7V. Stephen Greenblatt: Maruelous Possessions. The Wonder of


the New World, University of Chicago, Chicago. Press. 1968.
227
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

confusa como lo es la historia\ Ambas, la geogra-


fía y la historia están sujetas a las interferencias,
incoherencias, y dictados de la oralidad dentro del
lenguaje escrito. En la narrativa las voces hablantes
se interrumpen, importunan y atropellan. El pro-
ceso diegético está constantemente a la deriva, di-
cho y redicho. Al parecer, en esta narrativa, la geo-
grafía y la historia son simples pretextos para el
despliegue de las lenguas habladas que narran una
serie de incidentes ordinarios: el escape de una
niña indígena de la Misión; las actividades de con-
trabando de Fushía; la historia de los Mangaches
y la Mangachería; el papel del ejército en la jungla.
Metafóricamente, las voces desordenadas y la na-
turaleza salvaje se constituyen en imágenes espe-
culares, El sujeto hablante traspone los linderos
de las disciplinas, extendiendo la historia a la geo-
grafía, y estableciendo paradójicamente la geogra-
fía como un lugar mo natural» para el desarrollo
de los acontecimientos humanos.
La naturaleza en La casa verde también repre-
senta otra serie de problemas entre los cuales uno
de los más importantes es la naturaleza amorfa
del Estado, Esta falta de forma explica la disyuntiva
entre los tropos de la naturaleza (como geografía)
y los acontecimientos humanos (como historia). En
medio de una maltratada geografía, las institucio-
nes, los rangos, las jerarquías, las costumbres, la
ética, esto es, todos los apuntalamientos del Esta-
do, se disuelven en la nada. Lo mismo puede de-
cirse de una novela como Green Mansión, con la
aclaración de que esta narrativa fue escrita por un

a V, Ileana Rodriguez: House, Garden, Nation, Space, Gender,


and Ethnicity in Post-Colonial Latin American Literatures by
Women, DukeU.P., Durham, 1994.
228
ILEANA RODRÍGUEZ

naturalista extranjero, W. H. Hudson, quien narra


los esfuerzos de un patriota insurgente venezola-
no, perdido en los bordes de los estados de Vene-
zuela, la Guayana Inglesa y el Brasil, A excepción
de los personajes principales, situados en posición
de representantes estatales, los protagonistas de
ambas novelas están constituidos como los abo-
rrecidos subalternos que habitan los espacios po-
rosos del Estado, mas allá de la ciudadanía . En
Hudson, los indios (salvajes); en La casa verde,
los fuera de la ley. Los personajes de Hudson di-
cen; «eventualmente decidí regresar río arriba, y
penetrar el interior por la parte occidental de Gua-
yana, y el territorio de Amazonia fronterizo con
10

Colombia y Brasil...» . Este es un protagonista que


asciende el Orinoco, y los ríos Meta y Guaviare, y
después se pierde en los espacios oscuros de una
territorialidad sin mapas y sin posición: Manapuri,
las montañas Queneveta, Curicay, Parahuari y más
allá... sitios de tribus como los Maquiritarí. En
Vargas Llosa, Santa María de Nieva, Iquitos, el
Ucayali, el Marañón, Lima, Piura, son puntos de
referencia que enmarcan la no-historia de los acon-
tecimientos de la gente. Pero más allá de estos
nombres bien conocidos como nombres propios,
hay puntos geográficos genéricos con los que se
mezclan y confunden. Y por ellos viajamos como
lectores de las narrativas mestizas del progreso,
anhelantes de establecer una identidad. La natu-
raleza salvaje ha venido a representar lo imposi-
ble, esto es, la no constitución de las fronteras de
la verdadera ciudadanía.
Los nombres propios, Lima o Piura, establecen

9 W. H. Hudson: Green Mansions, A Romance of the Tropical


Forest, Random House, Nueva York, 1944.
10Ibid., p. 12.
229
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

la distinción entre la ciudadanía real y el resto (los


Mangaches, la Gallinacera, las prostitutas, los cie-
gos, los huérfanos, los borrachos, los enfermos,
las mujeres maltratadas, los fugitivos, los delin-
cuentes, los comerciantes, los indios). Pero los in-
dios, chunchos o aguarunas, o uracusas, shapras,
lupunas, huambisa, son el otro polo de referencia
dentro del cual la metonimia de (de)constitución
oscila. Dentro de las categorías para traducir al
«otro», Maureen Ahern distingue «las glosas de léxi-
co indígena que el narrador ocasionalmente» men-
ciona, más la transcripción de palabras". Aquí los
nombres de las tribus y los apodos onerosos y de-
rogatorios dados a los indios actúan como tales
glosas. Los límites entonces son, de un lado, el
Estado y del otro, los indios. Si éste es el caso, en
estas narrativas del progreso y del mestizaje la na-
turaleza es simplemente un espacio de delibera-
ción. Es el espacio temido que refiere a un sitio
epistemológico, el del cuestionamiento de la hege-
monía cultural y el derecho de posesión de las
culturas indígenas a una tierra concebida como
recurso básico, natural, materia prima, que pue-
de llevar al latinoamericano a la fruición de su uto-
pía nacional, esto es, al desarrollo. Consecuente-
mente, los indios deben ser mental, retórica y físi-
camente exterminados. Sin embargo, de manera
persistente esta narrativa registra un cambio iró-
nico de fortuna, y los indios vienen a representar
lo invencible. Si la diégesis enreda historia y geo-
grafía, y en esto es asistida por el lenguaje de la
oralidad cuya función, dijimos, es la de intercep-
tar la mimesis es realizada mediante la fusión in-
dio/naturaleza que representa lo inconquistable.

11Maureen Ahern: «New Mexico 1582: Narrative as Guide, Gloss


and Performance», texto mimeograflado, p. 12.
230
ILEANA RODRIGUEZ

Esta ciertamente es una percepción muy contra-


ria a la que narran Hecht y Cockburn, Clendinnen,
Fallas. Este último tiene la capacidad de asegurar
la destrucción de por lo menos 400 pueblos, y el
exterminio de 75.000 indios. Fallas los pone en la
lista en su testimonio antropológico, y lo mismo
hace Carlos Montemayor en su novela Guerra en
el paraíso'2.

LOS SELVÁTICOS

El •salvaje• no es sin duda ese ser apenas salido


de su condición animal. M. Vargas Llosa

Todavía libre al únperío de sus necesidades y de sus instintos,


que uno se imagina demasiado a menudo, sino, por el
contrario, esa conciencia dominada por la afectividad y
naufragada en la confusión y la participación,
C, Lévi-Strauss

Aquí enfrentamos la siguiente pregunta: ¿qué es


precisamente lo que aprendemos acerca de los «in-
dios» en estas narrativas? En Vargas Llosa el tópi-
co perenne es el de la preeminente misión civiliza-
dora de la iglesia, monjas y curas. La misión civi-
lizadora de la iglesia se presenta metonúnicamen-
te a través de una institución y un incidente. En la
Misión las pupilas han escapado. La niña india
mas vieja, Bonifacia, a quien alternativamente se
llama la Selvática, las ha puesto en libertad. El
conflicto que esta transgresión genera permite a
Vargas Llosa tejer uno de los principales hilos del
comportamiento subalterno —la solidaridad, ta
compasión hacia dos de las aguarunas— con el

'2Carlos Montemayor:Guerra en el Paraíso, Diana, México, 1991.


13M. Vargas Llosa: op. cit., p. 99. Y Claude Lévi-Strauss: La
Pensée Saunage, Pion. Paris, 1962, p. 57.
231
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

del abuso y violación de las mujeres. Es en la trans-


gresión de la norma de la Misión, como institu-
ción, que las narrativas de la antropología cultu-
ral son pre-textadas, porque recae en la antropo-
logía cultural explicar la genealogías de la presen-
cia de la iglesia en tal páramo.
Las monjas representan la iglesia, y el papel de
las monjas/iglesia es dar nombre, casa, y familia
(civilizar) a las jóvenes aguarunas. Transformar a
los indios en huérfanos, y después a los huérfa-
nos en rehenes de la iglesia —la iglesia y el Estado
están de alguna manera desarticulados, pero tra-
bajan conjuntamente, es la norma—. Como antes
en los tiempos coloniales, ahora en los tiempos
presentes, la iglesia provee trabajadores y organi-
za la fuerza laboral a nivel regional. Cuando los
hijos de la familia crecen, la iglesia viene a ser una
agencia de empleo que proporciona trabajadoras
domésticas a una sociedad predicada en el uso de
las mujeres indígenas como sirvientas14. Ser tras-
plantado de la jungla a la Misión, y de la Misión a
una casa privada para hacer trabajo doméstico (la
alternativa es la prostitución), es aquí la esencia
de la civilización. Ser criada es estar en la gracia
del Señor. Las negociaciones entre iglesia y Esta-
do sobre las poblaciones indígenas no son narra-
das con sarcasmo. El propósito aparente es mos-
trar las dificultades de ejecución de los actos de la
iglesia, considerados como actos de piedad y cari-
dad. En la Misión, las niñas indígenas aprenden a
hablar español, a leer y a escribir, a usar ropa, a
dormir en cama, y los principios de higiene y sa-
lud. Como premio, después, a través de salarios
magros, son introducidas en las economías mone-
tarias.

14 V. el testimonio de Rigoberta Menchú.


232
ILEANA RODRIGUEZ

Si uno va a juzgar por estas narrativas lo que


es más conspicuo acerca de los indios del Amazo-
nas, esos son sus hábitos culturales; lo que co-
men, su aseo personal, y el hecho de que no usen
ropa. Los cuerpos desnudos, piernas y muslos fir-
mes, brazos fuertes, nalgas redondas, enfrentan
las partes de los cuerpos totalmente cubiertos de
las monjitas. Los calatos, culipelados, como son
llamados en la literatura y en las películas, repre-
sentan lo salvaje o «el estado natural». El cuerpo
desnudo es decorado. Se untan la cara y los miem-
bros de rojo y blanco, a menudo simulando patro-
nes de joyas, collares, brazaletes. Las líneas del
dibujo que hacen resaltar sus cuerpos es otro atri-
buto de decadencia. Sin embargo, la narrativa se
detiene obscenamente sobre estos cuerpos, enfo-
cando los pómulos salientes o los pechos desnu-
dos de las mujeres. Sólo sus genitales se apartan
de la mirada penetrante. Mirando cuidadosamen-
te la película Jugando en los campos del señor, el
ojo puede seguir el progresivo desnudamiento del
mestizo indio norteamericano hasta que el pene y
los testículos son visibles, y después notar el
revestimiento del pene y testículos con una red
que los suspende aplanando las partes hasta ha-
cerlas invisibles. Estos hábitos corporales vendrán
a ser el foco de una fiera ofensiva en el texto de
Darcy Ribeiro, donde los indios kayapos son ex-
cluidos de la corte de justicia y obligados a borrar-
se del cuerpo todos los signos de su cultura indí-
gena, principalmente los rojinegros que los ador-
nan.
En un intento por explicar las culturas indíge-
nas desde dentro, en su novela Maira, Ribeiro re-
cuenta el mito de la creación de los mairun en un
lenguaje que indudablemente contrasta cuando no
choca el pudor de los civilizados:

No eran ni hombres ni mujeres; eran iguales. No te-


233
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

nían culos; comían y vomitaban por la boca para co-


mer otra vez. Cada uno de ellos tenia una vulva con
dientes como la boca de una piraña que era sólo bue-
na para culear con el creador. Su verga era una raiz
en forma de serpiente que crecía bajo la tierra1'.

Los hábitos corporales incluyen la dieta. Una rei-


terada escena ofensiva interpreta sus hábitos de
comida centrando la caracterización en la prepa-
ración de una bebida de yuca intoxicante y en su
gusto por ios gusanos. La preparación de la yuca
es minuciosamente descrita en varios documen-
tos coloniales, uno de ellos, un texto inglés del si-
glo xix, que igualmente describe y clasifica los há-
bitos nauseabundos de los naturales . Para pre-
parar la bebida, las mujeres tienen que mascar la
yuca y después escupirla en los contenedores. La
saliva actúa como agente de fermentación. El pro-
pósito, o uno de los resultados de esta narrativa,
sin embargo, es la de subrayar los hábitos anti-
higiénicos de las poblaciones aborígenes. Comer
gusanos, aparentemente un «bocado de cardenal»,
tan rico como comer dulces, helados u ostiones,
es rechazado y presentado como evidencia contra
ellos en su acusación. En las películas vemos a
los niños recogiendo gusanos con los dedos, gusa-
nos pequeños verdes y suaves que se encuentran
en los troncos de los árboles y ponérselos en la

IBDarcy Ribelro: Maira. Random House, Nueva York. ] 984. p.


106.
16 N. W. v. «The Mosqueto Indians and his Golden River: being a
familiar Description of the Mosqueto Kingdom in America, with
a Relation of the Strange Customs. Ways of Living. Divinations,
Religion, Drinking Bouts. Wars, etc., of those Heathenish People;
together with an account of the Product of the Country», en
Churchill, Awnsham: A Collection of Voyages... Vol. 6. Londres,
1744.
234 ___________
ILEANA RODRIGUEZ

boca con delicia. Aquí doy una muestra de cómo


Lévi-Strauss reporta el hecho:

Debe de mencionarse también el koro, larvas de co-


lor pálido encontradas en abundancia en los
troncos
podridos de los árboles. Habiendo sido hechos obje-
to de burla por los blancos por comer estas criatu-
ras, los indios niegan el hecho y no admiten que les
gustan... Y si llegas inesperadamente a una casa in-
dígena, puedes ver fugazmente un tazón hirviente
con la atesorada deífcatessen, antes de que ésta sea
17
rápidamente sustraída a la mirada...

Y después, hablando de su experiencia personal


al comer gusanos, dice:

Yo decapité mi elección; del cuerpo saltó una sus-


tancia blanca, grasosa que pude probar después de
alguna duda; tenía la consistencia y la delicadeza
de
la mantequilla y el sabor de la leche de coco1".

Sobre los hábitos de comida y los fluidos corpora-


les, he aquí como Ribeiro afirma que todo se mez-
cla:

El silbido y el ronquido. El disco de pan de casava y


la pelotita que hace la nuez de sawari. El eructo y el
pedo. El vomito y la mierda. La sangre y la leche. El
semen y el sudor .

La tercera evidencia es hacer notar cómo las mu-


jeres espulgan a sus hijos y luego se ponen los
piojos en la boca, los truenan o se los comen. Lo
mismo hacen los niños a otros niños. Esto sugiere

17V. Claude Lévi-Strauss: Tristes Tropiques, Penguin, Londres,


1992. p. 165.
1S Ibíd.: p. 165.
19 D. Ribeiro: op. cit., p. 72.
235 ________________________________ __ _________
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

que les gustan y que. por lo tanto, son puercos e


ignorantes, semejantes a los monos de la selva.
En sus textos innovadores que hablan de simios y
cyborgs, Donna Haraway explica cómo el estudio
de las conductas de los animales ha sido utilizada
para sacar conclusiones sobre los humanos2". Así,
un signo de ternura hacia los amigos y parientes
es rediseñado para hacerlo significar dentro de los
códigos idiomáticos de la semántica del positivimo.
En La casa verde, Bonifacia, la Selvática, repite
este gesto cuando siente compasión por las niñas
aguarunas. Los hábitos corporales de los indíge-
nas, su propia relación con su cuerpo, se presen-
tan como clara evidencia de su ser fronterizo, lin-
dante con la animalidad clasificada por el darwi-
nismo social. Haciendo eco de patrones de coloni-
zación de franciscanos, dominicos y jesuítas, en
La casa verde, la misión de la Misión es poner en
reversa esos hábitos y crear nuevos patrones: ves-
tir, enseñar higiene. Sobre la higiene, los hábitos
del cuerpo y la sexualidad Ribeiro imagina la rela-
ción de monjas y curas hacia su ropa interior:

La ligera e intima ropa interior de las hermanas y


los
padres se lava separada de sus sotanas negras y
se-
cretas y de su ropa de clérigo. Ni un alomo de
sudor,
olor de piel, semen, catarro, vomito, sangre, excre-
mento, menstruación, orina, lágrimas, nada animal
puede permanecer. Ninguna secreción, nada que
pueda manchar estas angélicas vestiduras.

Una vez que el cuerpo ha sido domeñado, viene el


lenguaje y la religión (el silabario}. Es por eso que
las palabras silabariolima, limagobierno están
unidas en lo que Jum entiende es la relación entre
20V.Donna Haraway: Simians, Cyborgs and Women, Routledge,
Londres, 1991.
236
ILEANA RODRÍGUEZ

gobierno, letras, y civis21. En la película La Misión,


la misión de La Misión es elevada y consiste en
enseñar todas esas cosas, combinándolas con for-
mas aborígenes de ser, y añadiendo la enseñanza
de la música, las voces angélicas de los niños indí-
genas cantando algo parecido a los cantos grego-
rianos, constituyen el fondo musical de toda ta
película. Los diferentes momentos de la enseñan-
za, el aprendizaje del cristianismo se relacionan
con el seguimiento, interpretación y obediencia de
las reglas del Estado enseñadas por la iglesia. Mon-
jas y curas son los puentes que permiten el paso
de los indios, calatos, culipelados de la desnudez
a la gobernabilidad:

Te compadeces de las criaturas porque no sabes


cómo
las tratan en sus pueblos... A las recién nacidas les
abren huecos en las narices, en la boca. Y cuando
los chunchos están masateados se las tiran delante
de todo el mundo... Sin importarles la edad que
ten-
gan, y a la primera que encuentran, a sus hijas, a
sus hermanas. Y las viejas las rompen con las ma-
nos a las muchachitas... Y después se comen las
telitas para que les traiga suerte .

Para establecer contrastes en su descripción de


las «borracheras» que celebran la muerte de su jefe,
el mismo Ribeiro asevera que:

Mucha atención será necesaria para que los padres


y las hijas se reconozcan uno a la otra.,, lo que es
más probable es que pronto nadie sea capaz de ga-
rantizar nada en medio de este mundo donde todo

21V. Beatriz González Stephan: "Las Disciplinas Escrituradas


de la Patria: Constituciones, Gramáticas y Manuales» en Estu-
dios N° 5, Caracas, 1995, pp. 19-46.
21 M. Vargas Llosa: op. cit., p. 111.
237
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

gira y gira, la derecha se hace izquierda, el día no-


che, lo que está arriba baja, lo que está afuera
entra,
gozosamente, y lo que está dentro sale, se vomita.
Tejida con la fuerza de la orina de Dios, la rueda de
la fiesta gira y gira. La fiesta es ahora la rueda de la
vida, y alcanza todo: el hedor del jefe Ananca. el
aro-
ma picante de la buena comida, y el aroma del bre-
baje de nueces. El rojo del annatto, el azul negro
del
jugo de genipap, el amarillo de los loros y el nido
colgante de los orioles. El sabor de la carne y el sa-
bor del pescado. La hermana y la cuñada, el tío y el
suegro, la hija y la cuñada^.

En esta interacción entre el sargento y su tropa,


los derechos de una cultura son repudiados. Los
selváticos son «anormales». Su anormalidad es
definida por los mangaches. Los mangaches son
gente de Piura, no gente rica, sino los subalternos
de Piura, los que viven en las barriadas, los que
forman la tropa del ejército, las prostitutas, los
cantineros, los caucheros, mercaderes, los fuera
de la ley. La inteligencia les asigna el papel de ca-
racterizar las zonas liminales del Estado al llamar
a los otros subalternos «anormales».
La función del discurso de la antropología cul-
tural, reproducida en y por la ficción y la alta cul-
tura, es la de legitimar o estadizar la definición de
las poblaciones aborígenes, y la de crear una rup-
tura entre los mestizos y los indios, hacer de los
mestizos el muro que divide a los indios de los ciu-
dadanos. Es también un escarmiento contra ellos
mismos, una advertencia de no regresar a ser lo
que eran antes. Si resbalan, caerán en la catego-
ría anterior. Los mestizos deben negar esa posibi-
lidad repudiando al indio que llevan dentro.
En su artículo «Disciplinay movilización», Guha
"D. Ribero: op. cit., p. 72.
238
ILEANA RODRIGUEZ

habla acerca del proceso de transferencia de leal-


tades de un grupo a otro como cambio de códigos.
Transferir lealtades significa consensos, un tipo
de confianza. En el caso de las narrativas positi-
vistas del desarrollo, este momento se alcanza por
medio de la negación. Los subalternos niegan al
indio de su yo, al trascender las formas de com-
portamiento corporal repudiadas. Cooperar o no
cooperar se lee a través del lenguaje corporal, su-
mando o sustrayendo los signos de lealtad y los de
desobediencia. En Vargas Llosa, el desprecio que
los Mangaches sienten por los indios se entrama a
través de la burla constante. Reírse de, ridiculizar
a, es un signo ostensible de distanciamiento. Del
lado de los indios, la unión de posturas corporales
con el uso incorrecto del español es la norma. En
Jum, que es, a pesar de todo, la representación de
lo digno, raparle la cabeza es un signo de discipli-
namiento. Todos estos signos intelectuales son
índices del discurso como poder, y consecuente-
mente son signos políticos que connotan la auto-
representación dominante. Al constituirse, la elite
ofrece una advertencia a tiempo, disciplina y cas-
tiga, Por tanto, del otro lado de la división étnica,
la indisciplina significa movilización personal, al-
gún grado de iniciativa personal y autogobierno.
Son los comportamientos de Jum, su protesta de
los precios que recibe al intercambiar sus produc-
tos por dinero; continuar rasurándose la cabeza él
mismo como seña de vergüenza.
También existe en este discurso la urgencia por
definir las realidades culturales antropológicamen-
te, por definir la cultura como naturaleza, o como
un estado de naturaleza, queriendo significar ani-
mal. Hacer tal cosa es desposeer o privar a este
componente humano —heredado de las prácticas
simbólicas de los frailes en el continente— de las
prácticas regulares del Estado. Es obedecer la ne-
cesidad de crear distancias, de azorar, de horrori-
239
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

zar, de rechazar. Es crear un especimen, visto a


través del verdor que parece humano, que se pa-
rece a un humano en sus rasgos físicos pero que
es en verdad muy distinto en presencia y compor-
tamiento. El ejemplo extremo lo encontramos en
Carpentier:

Porque, al atardecer, hemos caído en el habitat de


un pueblo de cultura muy anterior a los hombres
con los cuales convivimos ayer. Hemos salido del
paleolítico...para entrar en un ámbito que hacia re-
troceder los confines de la vida humana a lo más
tenebroso de la noche de las edades. Esos indivi-
duos con piernas y brazos que veo ahora, tan seme-
jantes a mi; esas mujeres cuyos senos son ubres
flácidas que cuelgan sobre vientres
hinchados...esas
gentes...son hombres, sin embargo23.

Lo que hace hombre a un hombre no es la fisiología


sino los hábitos, lo quinético y lo proxémico, un
código paralingüístico que codifica la memoria del
cuerpo almacenada en la serie de signos básicos
de obediencia, de disciplina, de lugar social. Para
ello es menester crear una cesura entre el cuerpo
y el lenguaje/cultura. La cultura es la forma nemó-
nica. La codificación del cuerpo en tantos siste-
mas semióticos como sea posible, es una mina de
oro, capital para los tropos literarios de la Améri-
ca Latina. Además de los rasgos corporales
—carasterísticas físicas almacenadas como indi-
cativas de rango—, la lengua escrita de la tradi-
ción deja constancia del lenguaje de los aguarunas,
y por extensión, de los indios genéricos, como rui-
dos y gruñidos. Para empezar, los nombres de las
gente, son onomatopéyicos —Jum, Kua-Ko, Cla-

23 Alejo Carpentier: Los pasos perdidos, Compañía General de


Ediciones, México, 1966, p. 188.
240
ILEANA RODRIGUEZ

Cía— que recuerdan los primeros encuentros,


cuando no habia lengua franca. La palabra, sede
de lo simbólico de acuerdo a Lacan, es tan odiada
como rechazada porque casi siempre significa den-
tro de un aparato semiótico ajeno. Las palabras,
la gramática, el silabario están entre las partes más
distinguidas de un muy bien aceitado sistema se-
miótico de represión —los lenguajes indígenas de-
mocionados al no ser traducibles o traducidos. El
habla entonces resuena como un puente de soni-
do entre seres naturales y seres religiosos/ cultu-
rales, civitas y jungla. Los indios aullan cuando
hablan; escupen en el suelo para indicar que es-
tán diciendo la verdad. Guha nos recuerda que la
humillación verbal, tener cuidado de no levantar
la voz, sonreír con humildad es la ley que regula la
propia estigmatización de uno mismo. Hacer mu-
cho mido, no cederles el espacio, no quedarse en
silencio cuando hablan, hablar en voz alta,
gesticular en demasía son interpretados como sig-
nos de inferioridad: sí, concedido, pero también
como signos de desobediencia y posiblemente de
rebelión.
El vocabulario, la fonología, la morfología, la
desobediencia de seguir el uso asimétrico de tú y
de usted, puede ser considerado como desprecio,
cuando no como violación y amenaza. La repetida
representación de rasgos idénticos, rasgos que los
ojos del narrador, pero también sus oídos, pueden
sopesar, se enreda con lo que ya denota un insa-
ciable apetito por esos significantes, tanto como
su inexhaustividad. En Carpentier el lenguaje de
la cultura hace que estos indios se sitúen en el
lugar de «eslabones perdidos». Lo que va de ida
viene de vuelta —todos los tropos de la mirada del
predador de la gente de razón, infiltran las narra-
tivas contemporáneas con fuerza renovada— .
«Disciplina y castigo» es un estudio que explica
por qué los «anormales» selváticos o aguarunas tie-
241
SUJETOS INGOBERNABLES. EL DISCURSO DE LA CIUDADANÍA

nen miedo de la gente; se esconden. Rehusan ser


transformados en textos para ser leídos, e inter-
pretados, tener su sentido de identidad impuesto
por medio de códigos que los hacen sentir incómo-
dos de su lugar en la sociedad, un lugar en el que,
como Guha dice, reconocerán su sentido de ser
por medio de la negación, por lo que no son, por lo
que es diferente, despreciable, no elite. Sin em-
bargo, «esconderse» es por otro lado desplegar es-
trategias guerrilleras, porque ellos saben que los
cristianos llegan a sus tierras a robar, esto es, el
proyecto del saber: ellos saben y, por tanto, escri-
ben su historia. En la película Jugando en los cam-
pos del Señor, los pastores de la iglesia protestan-
te vienen abiertamente a asistir al Estado. La anor-
malidad y el miedo, rasgo psicológico uno y físico
el otro, describen la relación entre los indios y los
mestizos pobres. Los aguarunas son encarna-
dos como «gruñendo suavemente» y los hombres
como animales respirantes, que sin moverse de
su lugar se sientan poco a poco, estiran el cuello
como grúas:

dos hombres sin edad, bajos, ventrudos, de piernas


esqueléticas, el sexo cubierto con retazos de tela ocre
sujetos con lianas, las nalgas al aire, los pelos en
cerquillo hasta las cejas... Las seis cabezas giran al
mismo tiempo, quedan fijas,,. Los seis pares de ojos
no se apartan de las dos figuras... Y la Madre Angé-
lica da un gruñido, escupe, lanza un chorro de soni-
dos crujientes, toscos y silbantes, se interrumpe para
escupir y ostentosa, marcial, sigue gruñendo, sus

24 V. Jay Appleton: «The Experience of Landscape», en W.J.T.


Mitchel. (éd.): Landscape and Power, Londres, 1975, pp. 5-34:
e Ileana Rodriguez: «Naturaleza/Nación: Civilidad salvaje: la
escritura de la Amazonia» en Reuisía de crítica literaria latinoa-
mericana (en prensa).
242
ILEANA RODRIGUEZ

manos evolucionan, dibujan trazos solemnes ante


los inmóviles, pálidos, impasibles rostros aguaru-
25
ñas .

Esta sicología corporal será repetida a través de


todo el texto. Son anormales porque no hablan una
lengua cristiana —en este caso el español—, sino
una lengua bárbara; porque nunca les muerden
los animales, porque tienen sus secretos, hacen
ungüentos con la resina de los árboles y se los
untan en el cuerpo; porque pueden reducir las
cabezas humanas. También porque rascan la tie-
rra, porque comen gusanos. Son como «animali-
tos». Quieren ser salvajes; son muy perezosos.

2 ' M. Vargas Llosa: op. cit., p. 11.


LOS AUTORES

NORMA ALARCÓN: profesora del Departamento de


Etnología de la Universidad de Berkeley-Califor-
nia. Sus investigaciones están orientadas hacia la
problemática de sujetos de nacionalidad híbrida,
entre ellos chícanos, mujeres latinas en el contex-
to norteamericano. Ha colaborado en los libros:
An Other Tongue, Nation and Etnicity in the
Linguistic Bordelarid, 1994; Making Face/Making
Soul 1990.

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: profesor de sociología de la


comunicación en la Universidad Autónoma Metro-
politana - Iztapalapa, México. Entre sus libros se
encuentran: Culturas híbridas. Estrategias para
entrar y salir de la modernidad, 1990; Consumido-
res y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la
globalización, 1995.

BEATRIZ GONZALEZ STEPHAN: profesora de literatura


latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar,
Caracas. Directora de la revista Estudios (Univer-
sidad Simón Bolívar}. Entre sus trabajos: La
historiografía literaria del liberalismo hispanoame-
ricano del siglo XIX, 1988; La duda del escorpión.
244
AUTORES

1992; Crítica y descolonización: el sujeto colonial


en la cultura latinoamericana (coautora), 1992;
Esplendores y Miserias del siglo XIX. Cultura y So-
ciedad en América Latina (co-comp.), 1995.

FRANCINE MASIELLO: profesora en el Departamento


de Literatura Comparada de la Universidad de
Berkeley. Autora de Ideologías y Lenguage. Las
escuelas argentinas de vanguardia, 1986; Between
Civilization & Barbarism. Women, Nation, and
literacy Cultura in Modern Argentina, 1992.

SYLVIA MOLLOY: profesora de Literatura Hispanoame-


ricana en la Universidad de Nueva York. Entre sus
libros: Las letras de Borges, 1979; At face value.
Autobiographical writing in Spanish America, 1991.

GRACIELA MONTALDO: profesora de Literatura Latinoa-


mericana de la Universidad Simón Bolívar en Ca-
racas. Autora de Yrigoyen entre Borges y Arlt, 1989;
De pronto, el campo. Literatura argentina y tradi-
ción rural, 1993; La sensibilidad amenazada. Fin
de Siglo y Modernismo, 1994.

ILEANA RODRÍGUEZ: profesora de Teoría y Cultura La-


tinoamericana en la Universidad del Estado de
Ohio, Columbus. Miembro del grupo sobre estu-
dios subalternos de los Estados Unidos, Autora
de Process of Unity in Caribbean Society : Ideologic
and Literature, 1993 (coautora); House, Garden,
Nation. Space, Gender, and Ethnicity in Post-colo-
nial Latin American Literatures by Women, 1994.

GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK : profesora del Departa-


mento de Inglés de la Universidad de Columbia,
Nueva York. Autora de In Other Worlds. Essays in
Cultural Politics, 1988; Outside in the Teaching
Machine, 1993.
INDICE

BEATRIZ GONZÁLEZ S.
Presentación ............................... ...................... V

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI


Comunidades de consumidores.
Nuevos escenarios de lo publico y
la ciudadanía ....................................................... 1

BEATRIZ GONZÁLEZ STEPHAN


Economías fundacionales.
Diseño del cuerpo ciudadano......................... 17

GAYATRI CHAKRAVORTY SPIVAK


Responsabilidad ......................................... ...... 49

NORMA ALARCÓN
La frontera de Anzaldúa.
La inscripción de una ginocrítica ...................... 121

FRANCINE MASIELLO
Este pobre fin de siglo.
Intelectuales y cultura de minorías en la
Argentina democrática .................. ................. 147
246
INDICE

SYLVIA MOLLOY
Diagnósticos del fin del siglo ............................ 171

GRACIELA MONTALDO
Nuestro Oriente es Europa .............................. 201

ILEANA RODRÍGUEZ
Sujetos ingobernables.
El discurso de la ciudadanía ............................ 221

Los AUTORES ......... ............................................... 243


Impreso en
los talleres gráficos de
Editorial Turino
Teils : (02) 239.76.54, 235.24.31
Fax : (02) 235.43.4(>
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