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Apego y adicciones.

Conducta adictiva como una desregulación emocional


comprensible desde el estilo de apego del adicto.

Pablo Pérez Díaz


Lic. en Psicología.

Introducción

La teoría del apego desde sus comienzos ha generado las más diversas
reacciones en el ámbito clínico e investigativo no sólo del infante sino también del
adulto, en cuanto sistema de regulación del afecto y la experiencia subjetiva. Esta
polémica tiene su origen en que la teoría del apego plantea que la vinculación del bebé
hacia la madre y viceversa no tiene por único o principal objeto el satisfacer necesidades
nutricias como planteó Freud, sino que por el contrario la vinculación sería en sí misma
el motor de la relación. Es por ello, que al mismo John Bolwby (creador de la teoría del
apego) se le aisló de los círculos analíticos durante la mayor parte de su vida por haber
osado desafiar lo que hasta entonces constituían los principios del desarrollo infantil y
sobretodo por mostrarse contrario a la idea entonces compartida de que la
sobreestimulación del bebé (teoría del spoiling) era contraproducente con un desarrollo
psicológico sano, no siendo sino hasta poco antes de su muerte en el año 1990 que la
comunidad psicoanalítica reconoció su trabajo investigativo acerca del apego infantil.

En los últimos años y principalmente gracias a los avances en neurociencias es


que se ha permitido descubrir los circuitos cerebrales que son responsables de las
respuestas de separación; confirmando estos los postulados de la teoría del apego, en
cuanto el desarrollo del cerebro es dependiente del afecto que media las relaciones de
intercambio con los cuidadores (Moneta, 2000).

La relevancia de hacer una recopilación bibliográfica que de cuenta de lo que se


ha investigado entre apego y adicciones se fundamenta en la asunción popular esparcida
entre los profesionales de la salud mental que trabajan en adicciones de que la sustancia
adictiva constituiría un objeto que entregaría la satisfacción fisiológica que el o los
cuidadores primarios fueron incapaces de proveer (Lapidus, 2005), lo cual como
señala Flores (2001, citado en LaFond, 2005) tiene que ver con que precisamente para
que los adictos puedan lograr cierta “compliance” con su tratamiento deben en primer
lugar desapegarse de la sustancia adictiva.

Relación entre el Estilo de Apego Infantil y la Conducta Adictiva: El apego como


interfase entre la conducta (aproximaciones cognitivo-conductuales) y la
representación psíquica (aproximaciones psicodinámicas)

La adicción se ha tendido a conceptualizar como un desorden del apego, el cual


si no es “corregido”, el adicto continuará en su enfermedad, tendiendo a sustituir su
objeto de adicción por otro, a menos que aprenda las habilidades necesarias para regular
sus afectos y desarrolle la capacidad de establecer relaciones con reciprocidad
interpersonal y de sana intimidad. (LaFond, 2005).
Si bien se han esgrimido varias hipótesis en cuanto a la relación que existiría
entre apego y adicciones, se pueden distinguir desde la literatura especializada seis de
ella:

1) La conducta adictiva como manera de estimulación del sistema opióide endógeno.


2) La conducta adictiva como una estrategia de coping o manejo ante situaciones
estresantes (relación con el modelo del self)
3) La conducta adictiva como una alteración del apego en cuanto perspectiva
temporal.
4) La conducta adictiva como una alteración del apego en cuanto a una perspectiva
sistemica (modelos cerrados)
5) La conducta adictiva como producto del desarrollo de sistemas reguladores frágiles
6) La conducta adictiva consumo asociada a estilos de apego inseguros particulares.

A continuación se expondrá en detalle las relaciones anteriormente nombradas:

La conducta adictiva como manera de estimulación del sistema opióide endógeno.

Para Mora (2002) el sistema opioide cerebral habría asegurado a los mamíferos
la tendencia a mantener vínculos sociales filiativos que resultaron adaptativos a lo largo
del curso de la evolución. Así por ejemplo, cuando los animales juegan y cuando se
acarician hay activación de opiáceos. Varios autores coinciden por tanto (McGuire &
Troisi, 1998 citado en Mora 2002; Marrone, 2001; Moneta, 2000; Mora, 2002;
Panksepp, 2002 citado en Mora 2002) en que el sistema opioide juega un papel
importante en el desarrollo de dependencia social y de apego. Asimismo, el contacto
físico sería un componente crucial en la formación del apego, ya que sería uno de los
más potentes medios de dar seguridad y reducir el miedo. Se ha investigado al
respecto que tal seguridad física puede afectar la actividad opioide en el córtex
cingulado y que la ansiedad ante la proximidad o no de la figura de apego puede,
en consecuencia, ser un factor importante en el desarrollo posterior de
dependencia de drogas o alcohol (Stevens, 2000 citado en Mora, 2002, Panksepp, s.f,
citado en De Iceta, 2001). En relación a esto, según Moneta (2000), algunas personas al
percibirse solas, consumirían sustancias con el objeto de sentirse mejor y más
satisfechos con sus vidas. Así, como los opiodes intervienen en la sensación de confort y
bienestar, incluyendo la gratificación sexual (que es mediada por la producción de
opiáceos en el cerebro) una hipótesis que emerge entonces postularía que la razón por
la cual las personas se hacen adictas a los opiáceos está relacionada con la
inducción de sentimientos gratificantes que, farmacológicamente, sería similar a la
que se obtiene en la vida social y al establecimiento de relaciones de afecto (2000).
Así por ejemplo, el éxtasis o MDMA y otras sustancias de síntesis incrementan un
sentido de afiliación social general y este sentimiento de “pertenencia al grupo” se
convertiría en uno de los principales atractivos (McGuire, 1998, citado en Mora, 2002).

Por otro lado, para aquellos sujetos cuyas habilidades sociales son limitadas, las
drogas relacionadas con el sistema opioide tales como la heroína, les permitirían además
una atenuación de sentimientos persistentes de aislamiento social (Mora, 2002) aunque
no mejorarían en la calidad de sus vínculos interpersonales; de hecho, los adictos a la
heroína suelen estar menos inclinados a comprometerse en conductas de vinculación.
Asimismo, se ha observado que madres adictas a opiáceos se vinculan menos
intensamente con su descendencia (Suchman et Al, 2006).
La conducta adictiva como estrategia de coping o manejo ante situaciones
estresantes y su relación con el modelo del Self.

Al activarse estrategias de coping en un individuo en apuros se desencadenan,


paralelamente, cambios fisiológicos que son concordantes con esa estrategia conductual.
Según Moneta (2000) estas respuestas serían establecidas ya en etapas tempranas del
desarrollo, es decir, en etapas preverbales o precognitivas.

Lo anterior se refiere a que la respuesta de los bebés seguros indica que la


expresión emocional actúa como buffer para la producción de cortisol. Aquí se
demuestra como una adaptación comportamental (el gritar) induce una adaptación
fisiológica que está al servicio de la generación de una estrategia de coping o regulación
emocional, por la cual el sujeto se sienta en control (2000). Es por ello, que la falta de
coping frente a las separaciones indicó una menor adaptación fisiológica y una
mayor expresión emocional negativa (caras tristes, desconcierto), que hubo en los
bebés inseguros (2000).

Panksepp (s.f, citado en De Iceta, 2001) postula a su vez, que en las estructuras
subcorticales, se encontraría el “fondo” de los estados afectivos en las relaciones
figura-fondo que constituyen las experiencias ordinarias concientes, existiendo en ellas
una unidad coherente que se podría comparar neurosimbólicamente al Self y que
tendría su ubicación en las áreas centromediales del tronco cerebral- área gris
periacuedal (PAG) y las zonas colicular y tegmental que la rodean, estableciendo
una influencia amplia por todo el cerebro a través de vías directas e indirectas.
Estas bases neuronales del cuerpo virtual del self, son las que permiten la interacción
de los estímulos externos y los valores internos con una representación coherente y
estable del cuerpo a modo de sentimientos y emociones más arraigadas.

La conclusión a la cual llega Panksepp (s.f), es que la mayor parte de las


emociones y el pensamiento estarían dedicados a preparar futuras estrategias
conductuales más que a la generación de acciones instintivas, manifestándose estas
a través de cada nuevo estrato de desarrollo en nuevas oportunidades a la emergencia
de defensas, actividades de desplazamiento y sensibilizaciones neuronales. Esto
quiere decir, que la función del afecto sería la de proveer estrategias de coping para
el self.

Un ejemplo de esto, proviene desde el trabajo con adictos en


intervenciones grupales que realiza Flores (2001, citado en LaFond, 2005)
desde una conceptualización de la conducta adictiva como un
desorden del apego; se enseña a los sujetos a regular el afecto
mediante la contención emocional mientras están a la guardia de una
recaída. Se les hace saber que una recaída puede ocurrir cada vez
que la persona se siente muy bien o muy mal demasiado
rápido.

Brennan & Shaver (1995, citados en Mc Nally, et Al. 2003) encontraron que el
coping como motivación pero no los motivos sociales estaban asociados de manera
significativa con medidas continuas de ambos tipos de apego inseguro (evitativo y
preocupado). Estos mismos autores hallaron que mientras el apego seguro no se
relacionaba con estrategias de coping del tipo escape-evitativo, los tipos
preocupados y evitativo-temeroso del tipo inseguro se encontraron como
positivamente correlacionados con esta medida. Interesante fue, que se halló una
correlación negativa entre el estilo de apego evitativo-rechazante y las estrategias de
coping de escape-evitativo. Esto implica que la relación entre el estilo de apego del
sujeto y las estrategias de coping del sujeto, estaría primariamente mediadas por el
modelo del self, en cuanto modelo predictivo. Así, por ejemplo en este estudio que
trabaja con alcohólicos, tener una percepción mala del self se ha asociado con
experimentar un mayor número de consecuencias relacionadas a la bebida. Se
produce, por tanto un círculo vicioso en el cual los individuos incapaces de manejar
de manera adecuadamente el miedo o los afectos negativos en el contexto
interpersonal (apego inseguro) pueden ocupar el alcohol como un método mal
adaptativo de reducción de la tensión y alivio emocional, que puede
consecuentemente resultar en un mayor número de problemas asociados al alcohol.
(Lazarus & Folkman, 1984, citado en Millar & Stermac, 2000; Mc Nally, et Al. 2003).

La conducta adictiva como una alteración del apego en cuanto perspectiva


temporal.

Se define por perspectiva temporal el grado en el que el individuo “espera o


prefiere (conscientemente o no) recibir beneficios, recompensas o consecuencias de su
acción ahora –inmediatamente- o después -en algún momento futuro-” (Lende & Smith,
2002, citado en Mora, 2002, p. 16). En ambientes poco contenedores o no
suficientemente buenos, los niños no desarrollarían un apego seguro, por lo tanto
potenciarían estrategias de doping a corto plazo para adaptarse a la realidad, bajo
la asunción de que el medio externo es impredecible o peligroso, y que para
manejarse en él habría que estar en una constante hiperalerta. Así, cuando se
percibe el futuro como peligroso o impredecible, la estrategia óptima sería (o fue en el
medio ambiente primitivo) no tenerlo en cuenta de un modo importante. Luego, el
cuidado parental inconsistente e insensible llevaría al niño a internalizar modelos
internos del mundo y de las relaciones que enfatizan el riesgo y la incertidumbre,
es decir, refuerzan la preferencia temporal inmediata. A su vez, una preferencia
temporal inmediata está significativamente relacionada con el uso de sustancias
(Lende & Smith, 2002).

La conducta adictiva como una alteración del apego en cuanto a una perspectiva
sistemica (modelos cerrados)

Esta manera de comprender la relación entre la conducta adictiva y la de apego,


deriva de la teoría de sistemas, haciendo especial alusión al concepto de cierre o
clausura. Los niños con un apego seguro generalmente desarrollan modelos internos
abiertos, es decir, son receptivos a la información nueva, mientras que los niños
maltratados o con apegos inseguros desarrollarían modelos cerrados, es decir, confían
en la información ya existente, evitando la exploración cognitiva de nuevas alternativas
conductuales. El “cierre” interno tiene el efecto adaptativo de proteger contra un
alto estrés que podría dañar los sistemas biológicos pero al mismo tiempo puede
también llevar a patrones de conducta repetitivos basados en interpretaciones
rígidas de las señales que llegan (Mora, 2002).

Así, los modelos mentales cerrados se pueden relacionar con el uso y abuso de
sustancias de tres formas (Bell, Forthun y Sun, 2002):
1. Un individuo con un modelo interno cerrado tiene gran riesgo de llevar a cabo
conductas no convencionales porque las convenciones de los demás (especialmente
de los padres) no son internalizadas.

2. Cuando un individuo empieza a implicarse en el uso de drogas, los modelos internos


cerrados le llevan a acentuar su repetición, elevando el riesgo de pasar del uso al
abuso.

3. Una vez que empieza el abuso de drogas, los sistemas internos cerrados afectan
severamente la capacidad del individuo, tanto para evaluar claramente el consumo
de drogas, como para explorar otras opciones conductuales.

La conducta adictiva como producto del desarrollo de sistemas reguladores frágiles

Cuando los niños se confrontan con un cuidado insensible y nocivo,


generalmente manejarán la homeostasis y regulación emocional (arousal) por sí
mismos, más que con el apoyo emocional extra que los padres pueden proporcionar. La
consecuencia es un sistema regulador frágil, lo cual sería un factor de riesgo importante
para el abuso de sustancias, pues la experiencia adictiva proporcionaría efectos
reguladores, estimulantes y controlables (los sistemas homeostáticos comprometidos
pueden reorientarse alrededor del consumo de drogas). Tal como señala Flores (2001,
citado en LaFond, 2005, p. 489) “la persona adicta será siempre vulnerable al
consumo de sustancias hasta que la estructura del self sea reparada”. Asociado a lo
mismo, se ha encontrado, por ejemplo que, en adolescentes el hecho de vivir con
ambos padres y tener una buena relación con la madre se encontraría ligado a un
menor consumo de sustancias (16,6% vs 32% del grupo control que carecía de esos
factores). Además, más del 40% de los adolescentes que viven con un solo padre, y
que no tenían una buena relación con su madre usaban alcohol u otras drogas, lo
cual avalaría la hipótesis anterior (McArdle et Al, 2002).

La conducta adictiva consumo asociada a estilos de apego inseguros particulares.

Vungkhanching et Al. (2004) postulan que los estilos de apego inseguro pueden
establecer el escenario para la coexistencia de dos de los mayores patrones para el
desarrollo del alcoholismo, los cuales, según los autores serían una forma de regulación
del afecto negativo y un intento de compensar una socialización deficiente. Caspers et
Al. (2005) sugiere además, que los individuos con apegos seguros (debido a que poseen
una mirada positiva de los otros y de sí mismos) son más propensos a utilizar
regulaciones emocionales efectivas, mientras que individuos con estilos inseguros son
más propensos a utilizar métodos inefectivos para lidiar con las emociones negativas,
tales como el distanciamiento y la represión. Por ello, el manejo inefectivo de las
emociones negativas que hacen los grupos inseguros, los coloca en gran riesgo para el
uso de sustancias como manera de aliviar el malestar emocional. Así por ejemplo,
Vungkhanching (2005) encontró en su investigación con pacientes adictos que el 21%
presentaba un apego seguro, un 39% un apego inseguro-evitativo y un 54% un
apego inseguros- preocupados o ambivalente (2005). Así, este estudio como el de
Caspers, concluyen que los individuos con apegos inseguros fueron más propensos a
cumplir los criterios diagnósticos de por vida del desorden por uso de alcohol y por
ende, tenían más altos niveles de uso de drogas que aquellos que estaban en el grupo
seguro, por lo que el que el apego podría ser un predictor.

Intervenciones en Adictos desde un Marco de Trabajo Vincular

Millar & Stermac (2000) postulan que para el tratamiento de pacientes adictos
sería fundamental el promover un apego seguro a traves de:

- Considerar los modelos internos del paciente, lo cual sugiere para los clínicos
estar conscientes de este hecho y dirigir la atención a la relación problemática
que el paciente tiene con su “modelo de self”. Esto se refiere al proceso de
ayudar al paciente a contactarse y validar su auténtico self. Es necesario mostrar
al paciente que hay patrones aprendidos, en el medio, en la familia y que estos
patrones actúan como reforzadores de pensamientos, sentimientos y
comportamientos maladaptativos.

- Entender que al terapeuta le puede ser asignado el papel de la figura


primaria de cuidado o apego por el individuo en recuperación. Así, se podrá
utilizar el contexto terapéutico para lograr una experiencia correctiva o de
segurización del estilo vincular (apego). Que el terapeuta sea capaz de
identificar con precisión los sentimientos del paciente promueve un sentido de
refuerzo en el paciente que le provee y facilita una conexión con su interior
psicológico y facilita la regulación de sus estados afectivos negativos o
perjudiciales. Al respecto, también se le da importancia al cultivamiento de
emociones positivas, a través de rescatar el lado bueno de las cosas; el reforzar
afectos positivos implica generar en la terapia un “espacio seguro” para
experimentar sentimientos.

- Los terapeutas necesitan manejar las técnicas terapéuticas más efectivas para
elicitar, dirigir, y resolver las temáticas del apego. Para esto es importante
entender la recuperación como un proceso activo, por el cual los pacientes dirigen
continuamente energía y recursos en desarrollar estrategias, actitudes y
comportamientos adaptativos. Por ejemplo, el deseo de interactuar con “gente
positiva” o individuos que pudieran apoyarlos emocional y espiritualmente en su
proceso de recuperación.

Walant (1995, citado en Millar & Stermac, 2000) postula que los individuos en
tratamiento por abuso de sustancias raramente integran su "verdadero self" a la
fachada que usan en sus interacciones con su mundos interno y externo. El proceso
de recuperación debería tender a que los individuos aprendieran a identificar cómo
ellos se protegen y se aíslan detrás de su máscara y cómo esto los separa de su
“verdadero self” y de una real vinculación con los otros. En otras palabras, se trata
de crear a través de la reestructuración del modelo del self del paciente una mejor
capacidad de apego.

Adaptación al estilo de apego del consultante.

Caspers et al. (2005, p. 1010) sugieren en base a lo expuesto anteriormente que


“las intervenciones deben adaptarse al estilo vincular de los consumidores”. Así por
ejemplo, para los pacientes con estilo de apego inseguros-preocupados o
ambivalentes, las intervenciones podrían focalizarse en la tendencia a la
hipervigilancia tanto del afecto negativo como de la ansiedad asociada con las
relaciones interpersonales que esta orientación produce (Kobak & Sceery, 1988;
Mikulincer, Shaver & Pereg, 2002, citados en Caspers, 2005). A su vez, para aquellos
con estilo inseguro-evitativo, las intervenciones pueden focalizarse en la promoción
del darse cuenta de los estados internos, el enfrentamiento de la experimentación
de sentimientos amenazantes y el desarrollo de una mejor autocrítica que evite la
típica tendencia de este estilo de apego a la idealización de las relaciones (los
individuos con estilo de apego inseguro-evitativo a menudo describen las relaciones de
manera superficialmente positiva, cuando los hechos no ameritan esta percepción).

Conclusiones:

Existe amplia evidencia empírica que ratifica la relación entre estilo vincular y
conducta adictiva. En la actualidad se esgrimen diversas teorías sobre como se
manifiesta esta relación, no obstante, las que más respaldo han recibido son las
referentes a la función del sistema opióide y aquellas en las cuales el consumo es
conceptualizado como una estrategia de coping del sujeto ante un modelo interno del
self deficiente, donde los individuos con apego inseguro ocuparían la sustancia de
elección como una manera de paliar afectos negativos. Así, el rol del apego cumpliría
una doble función en el comportamiento adictivo, ya que actuaría como predictor de
futuras adicciones, así como mantenedor o factor de cese de la conducta adictiva.

En base a lo que expuesto, se han elaborado intervenciones donde la validación


del self verdadero del adicto y el rol del terapeuta como figura de segurización del
apego son centrales. Además, la funcionalidad de la sustancia debe comprenderse desde
la teoría del apego con el fin de poder hacer un adecuado diagnóstico vincular, al menos
del nivel de seguridad o inseguridad, con el fin de saber qué características deben
promoverse particularmente en los diversos tratamientos a ser emprendidos con ese
paciente adicto. Por último, se postula que el cuerpo en cuanto canal, emisor y receptor
fisiológico del self, es el instrumento de apego por excelencia, por lo cual, la
implementación de terapias físicas (indicación de ejercicio periódico, acupuntura,
masajes, aumento de la frecuencia de la actividad sexual, etc) para el paciente adicto
debe ser considerada como una manera de regulación de la afectividad de manera más
sana. Al mismo nivel, la misma relación terapéutica con el tratante le permite al sujeto
contrastar sus propios pensamientos con los de “otros” (Terapeuta como un “otro”), lo
cual promueve la capacidad reflexiva (FR) del paciente adicto y le genera un
sentimiento progresivo de “empoderamiento” que seguriza su estilo vincular y en
especial la eficiencia de su propio, auténtico y la mayor de la veces novel modelo del
self.
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