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1 Paul Bercherie Genesis de Los Conceptos Freudianos PDF
1 Paul Bercherie Genesis de Los Conceptos Freudianos PDF
EVOLUCION GENERAL DE
LA NOCION DE HISTERIA HASTA CHARCOT
Desde Platón e Hipócrates hasta ese fin del siglo XVII en el que Syden
ham cambió las concepciones recibidas en cuestión de histeria, aparente
mente el foco esencial del concepto de enfermedad histérica estuvo cons
tituido por la gran “crisis”. Durante esos veinte siglos, la histeria fue
concebida como una enfermedad propia de la mujer (de donde surgen la
constancia con que se la atribuyó a un desorden uterino y su nombre
mismo), dolencia que se manifestaba en paroxismos: sensación de que
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una bola (globus hystericus), partiendo del vientre, ascendía al epigas
trio, donde provocaba una impresión de ahogo o vómitos, y después al
tórax y al cuello (ansiedad precordial, palpitaciones, disnea), llegando a
la cabeza, afectada entonces de dolor, pesadez, somnolencia letárgica, o
convertida en fuente de convulsiones epileptoides en todo el cuerpo, con
o sin pérdida de la conciencia. Si se describe un cierto número de sínto
mas particulares (trastornos sensitivos, sensoriales, motores, desórdenes
funcionales viscerales), ello se hace en tanto que preceden o acompañan
al acceso, o se encuentran estrechamente vinculados con él; por otra par
te, existen naturalmente formas parciales de crisis que no llegan al sín
cope o a las convulsiones. Finalmente, poco a poco se adquirió la cos
tumbre de atribuir a la histeria y a la matriz diversos síndromes que se
encontraban en las mujeres reputadas como histéricas, sin que por ello
fueran objeto de una descripción sistemática: se trata sobre todo de rela
tos anecdóticos. Por lo demás, la clínica como disciplina autónoma de
observación y de descripción no existía todavía en esa época, en la que
se interpenetraban sin límites claros la forma mórbida y la imagen me
tafórica que a la vez la explicaba y la generaba. A medida que las doctri
nas empiristas2 se aseguraban un dominio que encontró el apoyo del de
sarrollo de las ciencias exactas, en el estudio de las enfermedades se afir
mó la parte de clínica descriptiva. Ese proceso no desembocará en funda
mentos realmente seguros hasta fines del siglo XVIII, en particular con
Philippe Pinel.
Hasta Charles Lepois (1618), la histeria siguió siendo concebida co
mo efecto de desórdenes uterinos. Ya no se trataba por cierto de peregri
naciones de la matriz, un verdadero animal vivo poseído por el deseo de
engendrar niños, que se agitaba en todos los sentidos en el cuerpo (cri
sis) con el furor de una frustración intolerable. El mito platónico del
Timeo, que Hipócrates todavía retomaba, había cedido el lugar en la
doctrina galénica de los humores a los efectos deletéreos de la retención
de las reglas o del “esperma femenino”; un humor (un vapor, como se
dirá más tarde) sutil irritaba y anonadaba los nervios y los centros ner
viosos, causando los síntomas del “mal de matriz”.3 Cuando Lepois
considera a la histeria una enfermedad cerebral primitiva (idiopálica y
no simpática, como lo sería si resultara del trastorno de otro órgano, en
este caso el útero), cercana a la epilepsia y común a los dos sexos, in
troduce una concepción tan revolucionaria que tendrá que pasar más de
medio siglo para que se imponga con Willis y Sydenham. Veremos que
hasta mediados del siglo XIX todavía seguirá habiendo partidarios de la
antigua doctrina. Las consideraciones clínicas de Lepois son por lo de
más bastante notables, pues, si bien continúa describiendo de entrada y
por sobre todo la crisis, reconoce también una multitud de síntomas
bien individualizados: trastornos sensoriales (ceguera, sordera), sensiti
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vos (anestesias cutáneas, dolor de cabeza, dolores diversos), motores (afonía
, parálisis, contracturas, temblores), vegetativos (palpitaciones car
díacas, angustia precordial, disnea).
En 1667, Willis, célebre por sus estudios sobre la anatomía del cere
bro y de los centros nerviosos, retomó naturalmente las concepciones de
Lepois. En efecto, no queda duda alguna de que el interés creciente que
suscitaban las funciones del cerebro y del sistema nervioso, y las nocio
nes progresivamente más precisas de las que se disponía entonces sobre
ese tema,4 iban a llevar a cambiar la concepción causal de todo un gru
po mórbido, y en particular de la histeria. En su controversia con N.
Highmore (quien, abandonando también la teoría uterina, consideraba la
histeria como una enfermedad general debida a una perturbación de la
composición de la sangre) Willis abordó asimismo el problema de la hi
pocondría, que había planteado igualmente su contradictor. Sólo cuarenta
años antes (1630) Sennert había separado de la melancolía ese síndrome
descripto desde Hipócrates y Galeno. El término melancolía abarcaba u-
na multitud de estados mórbidos unificados por la imagen metafórica de
la bilis negra (etimología de la palabra melancolía) que difundía en el
organismo su veneno siniestro: esencialmente estados de tonalidad de
presiva y ansiosa, desde lo que nosotros llamaríamos melancholia o de
presión hasta los delirios de tonalidad triste (persecución, posesión, in
fluencia, celos, culpabilidad o falta, ruina, destrucción del mundo), pa
sando por estados de angustia de todo tipo o incluso por el simple “tem
peramento melancólico” o “atrabiliario” (propensión a la tristeza y al
pesimismo, a la misantropía). Por extensión, con frecuencia se asocia
ban a ese conjunto estados delirantes de otro matiz (megalomaníaco,
místico, erótico) en cuanto presentaran el carácter parcial que constituía
el segundo polo de esta vasta noción: en lo que no concerniera a su deli
rio, y en el interior mismo del delirio, el enfermo seguía siendo lúcido,
con sus aptitudes intelectuales intactas, a diferencia de lo que ocurría en
las manías (estados de excitación de toda naturaleza) y las demencias (es
tados de incoherencia y debilitamiento intelectuales).
Al principio se denominó en consecuencia melancolía hipocondríaca
a un estado de tristeza y de preocupación ansiosa concerniente a la salud,
con ideas de incurabilidad, tentativas terapéuticas incesantes y abortadas,
todo ello centrado en una multitud de síntomas corporales que giraban en
tomo de la región de los hipocondrios, esencialmente trastornos digesti
vos (dolores de estómago, pesadez, acidez, hinchazón, borborigmos, e-
ructos y gases, a veces vómitos, constipación, diarrea, alternancia de fal
ta de apetito y hambre imperiosa), pero también palpitaciones cardíacas,
ahogos, cefaleas y cenestopatías cefálicas (zumbido de oídos, sensacio
nes de pesadez, de vacío, de plenitud, de consunción, etcétera). De modo
natural se atribuía ese estado a desórdenes de los órganos de los hipocon
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drios (hígado, estómago, bazo) y a los humores viciosos que se despren
derían de esos órganos perturbados en su funcionamiento. Sennert con
servó esta explicación, pero separando la afección hipocondríaca, esen
cialmente constituida por trastornos funcionales viscerales y su repercu
sión psíquica, de la melancolía hipocondríaca, estado delirante en el que
el enfermo injertaba, en trastornos del mismo tipo, ideas más o menos
caprichosas que iban desde la certidumbre firme de estar afectado de tal o
cual enfermedad hasta el delirio de influencia, hasta ideas de posesión y
de habitación demoníaca o zoantrópica del cuerpo, o hasta el futuro sín
drome de Cotard (delirio de las negaciones). Es por lo tanto la hipocon
dría simple lo que Willis considera igualmente como una afección cere
bral idiopática, que perturba simpáticamente los órganos viscerales por
intermedio del sistema nervioso vegetativo.
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excepción de las que están acostumbradas a una vida dura y laboriosa.
(...) E incluso entre los hombres, muchos de los que se dedican al estu
dio y llevan una vida sedentaria, están sujetos a la misma enfermedad.”9
Fuera del énfasis puesto en la influencia de las costumbres y del modo
de vida, que va a constituir una constante en el pensamiento médico has
ta mediados del siglo XIX, es preciso observar que la constitución del
grupo de los vapores se justifica por la atribución explícita al sistema
nervioso (desorden de los “espíritus animales”, denominación cartesiana
del agente nervioso) de la patogenia del trastorno: ello es lo que permite
la aproximación de las dos entidades y la crítica de su bipartición sexual
(sobre todo para la histeria; la hipocondría siempre fue considerada una
enfermedad común a los dos sexos, aunque más frecuente en el hombre).
Si bien, por lo tanto, la herencia de Lepois y Willis es claramente
perceptible en Sydenham, la fusión de las dos enfermedades reposa sin
embargo en un decisivo cambio de énfasis en la consideración de los
trastornos histéricos; en adelante la esencia ya no está tanto en la crisis
como en la multitud de pequeños síntomas “nerviosos” acumulados en
la observación a lo largo de siglos y con frecuencia efectivamente idénti
cos a los que se describen en los hipocondríacos: cefaleas (“clavo histéri
co”), palpitaciones cardíacas, disnea, trastornos digestivos y urinarios
(poliuria límpida por acceso), dolores diversos (nefríticos, abdominales,
dorsales, dentales), sensaciones de calor y frío, insomnio. Finalmente,
los trastornos del carácter, observados con mucha perspicacia: “Ahora
bien, aunque las mujeres histéricas y los hombres hipocondríacos estén
extremadamente enfermos del cuerpo, más aun lo están del espíritu, pues
desesperan absolutamente de su curación, y si a uno se le ocurre darles la
menor esperanza, montan en una gran cólera, de modo que esa desespera
ción es esencial de la enfermedad. Por otra parte, se llenan el espíritu de
las ideas más tristes, y creen que les esperan todo tipo de males. Se a-
bandonan, por el menor motivo, e incluso sin ninguno, al miedo, a la
cólera, a los celos, a las sospechas y a las pasiones más violentas, y se
atormentan sin cesar a sí mismos. No pueden soportar la alegría, y si
sucede que se regocijan, ello es muy poco frecuente, y por algunos mo
mentos; incluso esos momentos de alegría les agitan tanto el espíritu
que hacen que las pasiones sean las más afligentes. No conservan nin
gún término medio, y sólo son constantes en su liviandad de carácter.
Ora aman en exceso, ora odian sin razón a las mismas personas. Si se
proponen hacer algo, cambian en seguida de proyecto, y emprenden todo
lo contrario sin darle de todas maneras acabamiento; en fin, no tienen
determinación y son tan indecisos que nunca saben qué partido tomar, y
sobrellevan una inquietud continua. (...) Se sabe también que las muje
res histéricas ríen o lloran inmoderadamente sin ninguna causa evidente.
(...) La noche, que es para los hombres un momento de reposo y de
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tranquilidad, se convierte para los enfermos de los que hablamos, lo
mismo que para los supersticiosos, en ocasión de mil penas y mil te
mores, a causa de los sueflos que tienen, y que por lo común giran en
tomo de muertos y de aparecidos”.10 Sydenham no ignora sin embargo
la integridad mental de esos enfermos, muy diferentes de los alienados:
“Ello no les ocurre solamente a los maníacos y a los locos furiosos, si
no a gente que, fuera de esto, es muy cuerda y considerada, y que tiene
una penetración y una sagacidad extraordinarias.”11 Por lo demás, cuida
de precisar el aspecto secundario de los trastornos psíquicos con relación
a los desórdenes nerviosos: “Es cierto que un estado tan triste no es algo
que afecta a todas las personas atacadas por la enfermedad de la que ha
blamos, sino solamente a aquellas que experimentan desde hace mucho
tiempo los más rudos asaltos, y que por así decir están abrumadas.”12
En suma, la histeria comienza con Sydenham a tomar el aspecto que
adquirirá a continuación con Briquet y Charcot, quien lo sistematizará en
la doctrina: trastornos paroxísticos espectaculares que se elevan sobre un
fondo, un terreno “nervioso” particular (“estigmas” de Charcot). Ese
fondo neuropático es común a la histeria y a la hipocondría: él permite
su fusión y en adelante va a reglar la evolución de sus conceptos. Con
los vapores, el siglo XVII se da así un concepto homólogo a la noción
moderna de neurosis, aunque la correspondencia no debe enmascarar la
disparidad de los contextos y de las concepciones, ni la imposibilidad de
superponer efectivamente las dos ideas.
Por otra parte, es preciso subrayar la concepción patogénica de los
síntomas tal como se desprende de las concepciones de Sydenham: va
mos a volver a encontrarla sin cambios hasta Charcot, y su disolución
constituyó la condición de posibilidad misma de los descubrimientos
freudianos, que al mismo tiempo los hacía necesarios. Como dice
Sydenham, “la afección histérica no es solamente muy frecuente; tam
bién se muestra bajo una infinidad de formas diversas, e imita casi todas
las enfermedades que afectan al género humano, pues sea cual fuere la
parte del cuerpo en la que se encuentra, produce enseguida los síntomas
propios de esa parte. Y si el médico no tiene mucha sagacidad y expe
riencia, se equivocará fácilmente, y atribuirá a una enfermedad esencial,
y propia de tal o cual parte, síntomas que dependen solamente de la afec
ción histérica.12bis (...) Sería interminable tratar de informar aquí sobre
todos los síntomas de la afección histérica, a tal punto son diferentes, e
incluso contradictorios entre sí. Esta enfermedad es un Proteo que adopta
una infinidad de formas diferentes, es un camaleón que cambia sin cesar
de colores.”13 Para que esto sea así hay una importante razón: la histeria
es una enfermedad del sistema nervioso y el sistema nervioso está pre
sente en todo el cuerpo, regula y controla todas las actividades corpora
les, está interesado en toda manifestación patológica. Los síntomas his
26
téricos reproducen simplemente los síntomas de todas las enfermedades
porque representan la patología funcional de todos los órganos. Lo úni
co que tienen “de particular entre todas las otras enfermedades es que no
siguen ninguna regla, ningún tipo uniforme, y sólo constituyen un con
junto confuso e irregular.” 14 De modo que, durante dos siglos, nada di
ferenciará verdaderamente un trastorno histérico de un trastorno orgánico,
salvo su desarrollo (condiciones de aparición, evolución, declinación) y
su repercusión general en el organismo: como regla, los síntomas histé
ricos no alteran el estado general. Así, una parte importante de lo que
nosotros reconocemos como histeria fue ignorada por los médicos de e-
sa época; del mismo modo, mucho de lo que le atribuían (como los ede
mas elásticos que señala Sydenham y que retomará Charcot) no nos pa
rece que le sea propio. Un mejor conocimiento del sistema nervioso hi
zo posible la nueva concepción, así como nuevos progresos en ese cam
po habrían de disolverla dos siglos más tarde: la evolución de las doctri
nas y de los conocimientos en un dominio interactúa infaltablemente
con los campos vecinos.
Paralelamente a la esencia nerviosa que reconocía en la afección,
Sydenham iba a insistir mucho en la importancia etiológica de las cau
sas morales, de las pasiones, como agente principal de las perturbacio
nes del equilibrio nervioso: “Las causas antecedentes15 de esta enferme
dad son con la mayor frecuencia agitaciones violentas del alma produci
das súbitamente por la cólera, la pena, el temor o por cualquier otra pa
sión análoga. Así, cuando las mujeres me consultan sobre alguna enfer
medad cuya naturaleza yo no podría determinar mediante los signos ordi
narios, siempre tengo el cuidado de preguntarle si el mal del que se que
jan no las ataca principalmente cuando están apenadas o su espíritu está
perturbado por alguna otra pasión. Si confiesan que es así, entonces es
toy plenamente seguro de que su enfermedad es una afección histéri
ca.”16 A la recíproca, la importancia de la etiología afectiva explica el
predominio femenino de la enfermedad: “A ello se debe que haya muchas
más mujeres atacadas de vapores que hombres, dado que las mujeres son
naturalmente más delicadas, y de un tejido menos ceñido y firme, y es
tán destinadas a funciones menos penosas, mientras que los hombres
tienen un cuerpo robusto y vigoroso, porque deben realizar trabajos
grandes y rudos.”17
No obstante, Sydenham es parco en explicaciones etiopatogénicas.
En el siglo siguiente, por el contrario, si bien la corriente dominante re
tomó sus concepciones clínicas y sobre todo la síntesis de los dos va
pores, iban a encontrar libre curso los sistemas explicativos más o me
nos fantásticos y sus corolarios terapéuticos:18 tal es el caso de los céle
bres tratados sobre los vapores de Raulin (1758) y de Pomme (1760).
Algunos autores siguieron conservando la distinción entre las dos enti-
27
dudes y el carácter puramente femenino de la histeria: veremos el resur
gimiento de esta opinión en los nosógrafos de fines del siglo y sobre to
do en Pinel. El gran tratado de Robert Whytt (1764),19 célebre a justo
título porque se trata indisputablemente de la mejor obra publicada en e-
sa época sobre ese tema, pareció introducir, por el contrario, concepcio
nes más originales, que se encuentran en el origen de lo que prevalecería
a mediados del siglo XIX como solución a la polémica entre las dos
grandes corrientes, la proveniente de Sydenham y la que iniciaron Sau-
vages y sobre todo Pinel con su retorno a las tesis de los Antiguos. En
efecto, además de retomar a las ideas de Sydenham, tanto en lo que con
cierne a la concepción general sintética de la enfermedad como en lo re
ferente a la semiología, por lo demás estudiada muy detalladamente, y a
la patogenia, Whytt propone una tripartición interna de los vapores, en
el nivel de lo que nosotros llamaríamos formas clínicas: “Las personas
afectadas de los males que acabo de mencionar, algunas de las cuales me
recerían ser calificadas de nerviosas mucho más que otras, pueden formar
tres clases. La primera clase estará compuesta por personas que, aunque
ordinariamente gozan de una buena salud, son no obstante, a causa de la
delicadeza de su sistema nervioso, muy susceptibles a ser atacadas por
violentos temblores, palpitaciones, síncopes y convulsiones, al ser afec
tadas por el pavor, la aflicción, la sorpresa o cualquier otra pasión, y ca
da vez que una de las partes más sensibles del cuerpo sea vivamente irri
tada o afectada de una manera desagradable, por cualquier causa.
”La segunda clase estará formada por personas que, además de ser ata
cadas por las enfermedades antes expuestas sufren casi siempre más o
menos de los males que siguen: indigestiones, gases en el estómago y
los intestinos, la bola en la garganta, el clavo histérico, vértigos, dolo
res de cabeza pasajeros, una sensación de frío detrás de la cabeza, fre
cuentes suspiros, palpitaciones, espíritu inquieto, agitado, y a veces,
flujos abundantes de saliva o de orina descolorida, etcétera.
”La tercera clase incluirá a las personas que, con una sensibilidad
menos exquisita, o menos movilidad en el sistema nervioso en general,
no sufren casi nunca palpitaciones violentas, síncopes, movimientos
convulsivos causados por el miedo, la aflicción, la sorpresa u otras pa
siones. Pero como los nervios de su estómago y de sus intestinos se en
cuentran en un estado desordenado o enfermizo, se quejan casi continua
mente de indigestión, eructos y comidas que repiten, gases, falta de ape
tito o de hambre muy grande, constipación o desviación, de rubores y
calores que les suben al rostro, de vértigos, opresiones, desfallecimien
tos que relacionan con el pecho, de desaliento, ideas desagradables, in
somnio o sueno turbado, etcétera.
"Los síntomas de los enfermos que se encuentran en la primera de las
tres clases precedentes pueden denominarse simplemente nerviosos; a los
28
de la segunda clase se los puede llamar histéricos, para adecuarse al uso;
en fin, los de la tercera clase se llamarán hipocondríacos.”20
Esta idea de conservar la denominación de histérico o hipocondríaco
para los síntomas mejor individualizados de los dos síndromes y de lla
mar simplemente “nervioso” al fondo común de hiperactividad nerviosa
difusa va a seguir durante tres cuartos de siglo afiligranando las grandes
controversias, antes de que Cense y Sandras se impusieran a mediados
del siglo XIX.
29
la histeria, que clasifica entre las enfermedades convulsivas o es-
pnsmódicas, volviendo en consecuencia a la concepción clásica, que cen
tra el concepto en la crisis paroxística;
—la hipocondría, que ubica entre las vesanias (enfermedades que
l>crturban la razón), junto a las enfermedades mentales, los trastornos
patológicos del comportamiento y los trastornos sensoriales.
30
Res, pero, sobre todo, retoma, en lo que concierne a la histeria, la teoría
uterina, extendida ul conjunto de los órganos genitales de la mujer. La
histeria aparece así como una neurosis esencialmente convulsiva, una a-
l'ccción nerviosa simpática respecto de un dafio de los órganos genitales
Icmeninos y en conmxuenciu exclusivamente femenina —bien diferen
ciada |nh lo tanto do la hipocondría, afección cerebral idiopática (primiti
va) t <mitin a Ion don íoxon, «mi la cual los órganos viscerales sólo son
poiliiihiMloN Nmaidai lámeme, simpáticamente 27
I )c modo que cuando, rn I /')*), l’lnel publicó la primera edición de
»u i iMehfp N oxogniphlf phllosophiqur, todo estaba ya preparado para
(|iii' so Impusiera una cm ut|k nm que iha a seguir siendo clásica durante
lula la primera mitad del siglo XIX, lie analizado en otra parte28 las po
siciones doctrinarias de l’inel, que se vinculan estrechamente con la co-
ir ir lite clínica proveniente de Sydenham. lín gran medida sus concepcio
nes nosológicas se inspiran en Cullcn: también él opone las fiebres, las
inflamaciones y lesiones de estructura locales o generales (repartidas en
lies clases: flegmasías, hemorragias y enfermedades linfáticas, que re
bautizará como lesiones orgánicas a partir de la tercera edición) a las
neurosis, “lesiones de la sensación y del movimiento, sin inflamación
ni lesiones de estructura”.29 En efecto, “las neurosis comprenden en ge
neral las lesiones de la sensibilidad y de la irritabilidad o motilidad; se a-
nuncian por desórdenes de las funciones del entendimiento y de la con
tracción muscular, o bien por concentraciones locales, disminuciones o
abolición de la sensación y del movimiento de ciertas partes, o bien, fi
nalmente, por una especie de estupor general con lesiones más o menos
acentuadas de la respiración y del movimiento del corazón y de las arte-
rias.”30
La división interna de la clase de las neurosis cambió ligeramente de
la primera edición (tres órdenes: vesanias, espasmos, anomalías funcio
nales locales) a la tercera (cinco órdenes: neurosis sensitivas, cerebrales,
motrices, de las funciones nutritivas, de la generación), pero la concep
ción general de los diferentes síndromes permaneció invariable: la dispo
sición del cuadro nosológico variaba siguiendo los caracteres conserva
dos como significativos para acercar u oponer los elementos que lo
componían. Así, si bien la hipocondría sigue estando invariablemente
entre las vesanias, junto a la melancolía, en cambio la histeria —neuro
sis convulsiva que tiene “su asiento primitivo... como lo indica su
nombre, (en) la matriz”— 31 pasa del marco de las vesanias (primera edi
ción) a la vecindad de la epilepsia y del tétanos en la segunda edición, y
en la tercera se acerca a la ninfomanía, la impotencia y la satiriasis: a lo
sumo se verifica en ese deslizamiento una acentuación de la etiología u-
terina en el concepto, en detrimento del carácter convulsivo y general.
31
I .a descripción clínica de la histeria sigue adecuándose en todos sus
puntos a la concepción clásica de antes de Sydenham: sensación de bola
ascendente que parte de la matriz, comprime el estómago, molesta la
respiración y el funcionamiento del corazón (primer grado), ocasiona
síncopes y convulsiones (segundo grado), incluso una “suspensión casi
absoluta de la circulación y la respiración (...), palidez, insensibilidad,
muerte aparente”32 (tercer grado). Sin embargo, la complicación posible
con la hipocondría (y también con la melancolía y la epilepsia) no deja
de observarse, del mismo modo que la dificultad, en ese tipo de casos, de
“distinguir los síntomas que pertenecen a cada una de las enfermeda
des”.33 En lo que concierne a la etiología, se encuentra una síntesis de
los puntos de vista antiguo y moderno: “Una gran sensibilidad física o
moral, el abuso de los placeres, emociones vivas y frecuentes, conversa
ciones y lecturas voluptuosas, privación de los placeres del amor, des
pués de haber gozado de ellos durante mucho tiempo, una disminución o
supresión de la menstruación, leucorrea.”34
En cuanto a la hipocondría, la sintomatología asocia los muy clási
cos trastornos abdominales, torácicos y cefálicos con diversos “males i-
maginarios”: “inquietudes, ansiedades, tristeza profunda, la desconfianza
más recelosa, terror pánico por las causas más ligeras o incluso sin cau
sa”.35 Pinel cita por otra parte extensamente a Stahl, “quizás el único
que enseña a distinguirla de toda otra enfermedad nerviosa y que expone
con justeza y profundidad su carácter propio”;36 este último concluye su
descripción de los síntomas viscerales mencionando las fases de “exacer
bación de los síntomas llevados hasta los extravíos de la razón, o a un
desorden manifiesto, pero fugaz y pasajero en las ideas, lo que distingue
a la hipocondría de la melancolía” 37 El punto es importante: la hipo
condría queda así al borde de la locura, en sus orillas; bien si forma parte
nosológicamente de las vesanias, no entra en la locura propiamente di
cha y no será descripta en el gran Traité médico-philosophique sur l'a-
liénation mentale (1802), como tampoco lo son el sonambulismo o la
pesadilla, también vesanias, pero limitadas al breve período del sueño, y
que no justifican por lo tanto la reclusión ni su inclusión en la categoría
totalmente pragmática de la locura 38
Señalemos para concluir un punto de importancia: si en la descrip
ción de la hipocondría Pinel pudo asociar trastornos funcionales viscera
les y trastornos mentales, y no obstante considerar esa enfermedad como
una vesania pura,39 ello se debió a su concepción general de la aliena
ción mental, en la cual la perturbación parte “de la región del estómago
y los intestinos desde donde se propaga como por una especie de irradia
ción el trastorno del entendimiento”.40 Veremos cómo esta concepción
sintética se derrumba a partir del momento en que, con Georget en parti
cular, se impone una doctrina diferente.
32
I ti estela de Pinel y sus controversias:
louyer-Villermay, Georget y los concursos
33
lA falta de higiene en las costumbres (vida sedentaria y urbana, exceso
de actividad intelectual o imaginativa) como causas predisponentes; las
causas morales (emociones violentas en la histeria, afecciones tristes
prolongadas en la hipocondría) como causas desencadenantes; a las habi
tuales causas físicas, póí otra parte, les retira toda influencia etiológica.
Le parece que la sintomatología de ambas afecciones confirma ese punto
de vista; considera que los_síntomas fundamentales son esencialmente
cerebrales: trastornos afectivos, insomnio, migrañas, convulsiones, tras
tornos sensoriales y motores — de esta manera resulta en efecto muy
comprensible la sintomatología de la histeria, fuera de algunos síntomas
viscerales que Georget asimila a los de la hipocondría—.
Respecto de esta última, pone de manifiesto un síndrome fundamen
tal compuesto de insomnio, cefalea, congestión y cenestopatías cefáli
cas, una hiperestesia sensorial con la cual vincula la mayor parte de las
sensaciones desagradables variadas de las que se quejan los pacientes,
trastornos del humor (hiperemotividad, humor pesimista y depresivo) y
del carácter, perturbaciones intelectuales cuya esencia es la fatigabilidad
(ideación lenta, difícil, pereza intelectual, lagunas en la memoria, etcéte- *
ra), trastornos motores de tipo espasmódico (cf. histeria) o de debilidad
muscular. A esta descripción ya muy precisa de lo que Beard denomina
rá neurastenia, Georget añade “síntomas simpáticos”, es decir los tras
tornos viscerales funcionales que le valieron su nombre al síndrome y
que él considera como el efecto simpático de la irritación cerebral que
causa la enfermedad. Por lo demás, la mayor parte de los síntomas de e-
se tipo de los que se quejan los enfermos le parecen más bien el efecto
de la hiperestesia sensitiva, con frecuencia incluso verdaderas alucinacio
nes,59 y señala en tal sentido el contraste entre el buen estado general
que se observa casi siempre en esos sujetos y la intensidad de sus quejas
y de sus angustias,60 así como la renuencia que tienen a admitir desórde
nes “de la cabeza”, en contraste con su facilidad para llevar al primer pla
no los trastornos del cuerpo.
Las concepciones de Georget representan en consecuencia una muta
ción bastante profunda: para empezar, las dos neurosis se encuentran de
nuevo próximas entre sí por compartir su asiento y su patogenia; Geor
get propone por otra parte poner término a toda ambigüedad, rebautizan
do a la hipocondría como cerebropatía, y a la histeria como cerebropatía
espasmódica o convulsiva (les yuxtapone por otra parte la “cerebropatía
epiléptica”, lindante con la última). Hemos visto que cierto número de
síntomas son comunes a los dos tipos de casos: “Hay autores que consi
deraron que histeria e hipocondría son una sola enfermedad. Creemos que
existe una gran analogía entre las dos enfermedades, relacionada con su
asiento y su naturaleza: los hipocondríacos experimentan espasmos en la
garganta, en el tórax, en el abdomen; los histéricos presentan todos los
fenómenos de la hipocondría. Pero ambos tipos de fenómenos suelen
í presentarse aislados.”61 En lo que concierne a la histeria, nos encontra
mos ante una síntesis de los aportes de Sydenham y de la tradición clási-
01, síntesis que prefigura la posición de los autores de la segunda parte
del siglo XIX. En cuanto a la hipocondría, si bien la descripción clínica
que Georget realiza de ella es de una perspicacia sorprendente 62 y no se
fli retomada antes de que transcurra medio siglo, sigue siendo oscuro el
problema de la relación entre los trastornos funcionales y el aspecto cua
ti delirante que induce a muchos autores a considerar la afección como u-
na vesania. Sin duda los progresos que día tras día hacen de la medicina
de la época un conocimiento cada vez más concreto, desempeñaron una
fUnción importante en el avance al primer plano de este último aspecto
del problema: en el momento en que aumenta el conocimiento de las en
fermedades orgánicas, el hipocondríaco aparece cada vez más como un
“enfermo imaginario” obsesionado por sus trastornos, a la vez, ávido de
tratamiento e indócil respecto del médico, presa de los charlatanes y pe
sadilla del profesional íntegro. Tampoco las posiciones de Georget van a
persuadir a sus contemporáneos: si bien J.-P. Falret63 las retomó ense
guida, los autores siguientes no la retuvieron más que en pequeña parte,
como vamos a verlo.
En adelante, la cuestión de la hipocondría y la histeria evolucionará a
lo largo de los concursos abiertos por las grandes sociedades de medici
na, que ilustran el interés y el desasosiego que los dos vapores seguían
suscitando, en su difícil integración a la medicina científica. Se sucedie
ron así el concurso convocado en 1830 por la Sociedad Real de Medicina
de Burdeos sobre la hipocondría y la histeria (en el que resultó laureado
Dubois d'Amiens),64 el de-la Academia de Medicina de 1840 sobre la hi
pocondría (laureados: Michéa y Brachet), y el Premio Civrieux de 1845
sobre la histeria (laureados: Brachet y Landouzy).65 Con respecto a esta
Última afección, la evolución era en adelante irreversible: se iban a im
poner las ideas de Georget, a pesar de la resistencia de Dubois y de Lan
douzy, que todavía retomaban los conceptos de Pinel y de Villermay.
Brachet las defendió, antes de que prevalecieran con Sandras y sobre to
do con Briquet. La evolución de la hipocondría iba a ser más compleja y
a concluir en una disociación de la entidad. En efecto, Dubois d’Amiens
impuso una concepción general que se adecuaba mejor a la evolución de
las ideas sobre las vesanias desde Pinel y que, de hecho retomaba ideas
de Boissier de Sauvages: >*Se puede considerar esta afección como una
monomanía66 clara y distinta, puesto que está caracterizada por una pre
ocupación dominante, especial y exclusiva, es decir por un miedo exce
sivo y continuo a enfermedades extravagantes e imaginarias, o por la ín
tima persuasión de que las enfermedades, reales en verdad, pero siempre
juzgadas de modo erróneo, sólo pueden concluir de una manera funesta.
(...) (Esta afección) consiste por lo tanto primitivamente en una desvia
ción, o más bien en una aplicación fastidiosa de las fuerzas de la inteli
gencia humana”.67 “La hipocondría depende de un modo de pensar.”68
Si no se produce una curación que interrumpa el proceso, la enfermedad
tiene tres períodos, a lo largo de los cuales la atención excesiva que el
enfermo dedica a sus órganos (primer período) determina trastornos vis
cerales en primer término funcionales, neuróticos (segundo período) y
después realmente lesiónales (tercer período)69 La distinción de sínto
mas fundamentales encefálicos y síntomas accesorios simpáticos, tal co
mo la había trazado Georget, viene a sustentar una concepción exclusi
vamente psiquista.70 Dubois, en efecto, cuestiona que “el cerebro y sus
anexos (sean) nunca primitivamente alterados” y que se pueda “suponer
que sean irritados, idiopática o simpáticamente”.71 No se trata de que,
como Leuret, que pronto va a retomar exactamente sus concepciones,72
él rechace la idea de un fundamento cerebral funcional u orgánico de la
locura, sino de que, por el contrario, la considera algo diferente: “En la
hipocondría, el principio intelectual no está enfermo. (...) No hay locura
tal como se la entiende comúnmente. (...) Por lo demás, (el hipocondrí
aco) puede cumplir perfectamente con sus deberes. (...) No se lo ve caer
en las alienaciones mentales que siguen con tanta frecuencia a los otros
géneros de monomanía. (...) Las monomanías de los autores terminan,
en efecto, casi siempre, como ya lo he dicho, en un estado completo de
alienación mental, porque en general son producidas por alguna lesión
física del cerebro.”73 La hipocondría así definida, como delirio parcial
concerniente a la salud, todavía va a oscilar durante mucho tiempo entre
las fronteras de la locura y la inclusión en la alienación mental propia
mente dicha, antes de que los autores de fines de siglo repartieran los ca
sos entre las formas fóbico-obsesivas y las formas delirantes paranoi
cas.74
38
¿••provisto de observaciones es una vasta compilación a la cual se recu-
m rá considerablemente para las reseñas históricas, pero a la que en grado
•XCesivo le faltan bases concretas para imponerse durante un lapso pro
longado. Había desaparecido la ambigüedad del sentido del término y del
doble cuadro, vesánico y funcional, que abarcaba, pero aún hacía falta
llicontrar una nueva denominación para designar la antigua neurosis tal
COmo Georget todavía la había descripto.
En consecuencia, en 1842, Cerise, cofundador con Baillarger de los
Annales médico-psychologiques, publicó su libro Des fonctions et des
maladies nerveuses, el cual (como toda su obra, por otra parte) se funda
en cuestiones más “filosóficas” (en realidad psicológicas) y ortopedagó-
gicas que propiamente clínicas: en efecto, en esta obra acerca de la “so
breexcitación nerviosa” le interesan sobre todo las “relaciones de lo físi
co y lo moral en el hombre”76 y sus repercusiones educativas. Sin em
bargo, cierra el trabajo con “el bosquejo de un método de clasificación de
Us principales formas de la sobreexcitación nerviosa”, donde propone un
listema nosológico de inspiración fisiológica, y sobre todo la descrip
ción de la neuropatía proteiforme, junto a la histeria (neurosis esen
cialmente caracterizada por “los accesos espasmódicos y convulsivos que
ion los que constituyen su carácter diferencial”)77 y a la hipocondría (de
lirio parcial triste que gira en tomo de la salud, respecto del cual remite
naturalmente a la obra de Dubois). La neuropatía proteiforme “corres
ponde al estado de predisposición a las diversas neurosis (y) comprende a
la vez los trastornos de la impresionabilidad y de la inervación, que son
el cortejo inseparable de los temperamentos llamados nerviosos o me
lancólicos, y aquellos que constituyen ya la afección vaga e indetermina
da que se denomina histericismo. (.••) Esta forma se caracteriza más bien
por la infinita variedad de sus síntomas que por la presencia de un sínto
ma dominante”.78 Naturalmente, si bien “la neuropatía proteiforme e-
xlste con frecuencia aislada, a veces se asocia a la histeria y a la hipo
condría, de las cuales constituye de alguna manera el carácter común.
Sin duda porque le preocupó más ese carácter común a las dos afecciones
que los caracteres propios de cada una de ellas, Sydenham las vio como
una sola y la misma enfermedad, y por la misma razón la mayor parte de
los autores las han definido tan mal, descripto tan diversamente y apre
ciado de modo tan confuso”.79 Así, por ejemplo, en la histeria importa
distinguir por una parte los accesos convulsivos característicos, y por la
Otra “el conjunto de los síntomas que corresponden a la neuropatía pro-
teiforme”, con el cual “esta neurosis se confundirá con frecuencia, fuera
de los accesos”.80 Como se ve, la noción de neuropatía, término en otro
tiempo frecuentemente empleado como sinónimo de vapores, retoma y
precisa la idea bastante vaga que ya se encontraba en Whytt (y, a princi
pios de siglo, en Pougens, el autor del Dictionnaire de médecine prati-
39
qué). Así se solucionó el problema planteado por Sydenham un siglo y
medio antes:
40
mál frecuentes, Sn efecto, “la hipocondría puede ser producida
I IftllfllQOiOMa del cuerpo, sin ninguna excepción”,87 en parti-
ÉVM M "Muroall viscerales" (piezas desprendidas de la antigua
y sobre iodo por la neuropatía.
Por 0(11 p if tl' dekle un punto de vista diagnóstico, Michéa precisa
I “importa lebn lodo buacar en qué la hipocondría difiere de la simple
■tía 0 neurastenia, pues esos dos estados mórbidos se encuentran
npre combinados y presentan varios puntos de contacto. En e-
S, M ambo* eaioa loa enfermos tienen la atención fijada constante-
S en tul sufrimientos; analizan con vehemencia los síntomas de los
iquojan. y loa deacrlben minuciosamente; desean vivamente curar-
isultan p in conseguirlo a médicos y a personas ajenas a la medi-
ü h li leen obnut concernientes a esta ciencia, pero tienen el alma triste,
l, entregada al miedo y a la desesperación. Pero en los hipocondrí-
l el Juicio es depravado, en tanto que la inteligencia sigue siendo sa-
Rt en los simples neurasténicos. Los primeros temen sobre todo a la
muirte, y en consecuencia creen padecer un mal más grave de lo que es
MI realidad; se ingenian para encontrarle causas y una esencia que no tie-
M. Los segundos temen principalmente al dolor, a su estado valetudina
rio; se afligen por él, pero no se desvelan por explicarlo, por deducir
pronósticos molestos; no son propensos a suponerle una terminación
fUnesta".18 Lo esencial de la antigua descripción de la hipocondría se va
I encontrar de tal modo transferida a la cuenta de la neuropatía, futura
neurastenia, la hipocondría en el nuevo estilo que se une a las formas de
la alienación mental;89 así, el tratado de Michéa será la última obra de
conjunto dedicada a ella.90
En 1851, con el nombre de estado nervioso, Sandras retomó la des
cripción de la neuropatía, en su gran Traité pratique des maladies ner-
veuses. “Este estado enfermizo es incuestionablemente el más común
de los trastornos que se presentan en las funciones nerviosas; son pocas
las personas a las que no afecte accidentalmente; casi toda la especie hu
mana se ve sometida a él, por lo menos en ciertos momentos de la vida.
(,„) Es imposible ocuparse de las enfermedades nerviosas sin observar
que casi todas esas afecciones tienen cierta semejanza entre sí, vínculos
de familia, si así puedo decirlo, y, cuando se mira de cerca, se ve que e-
SOS vínculos, esas semejanzas, resultan casi siempre del estado nervioso
sobre el cual se superponen la mayor parte de estas enfermedades.”91 Si
bien la clase de las enfermedades nerviosas92 es todavía muy amplia en
Sandras, la noción de estado nervioso permite unificar numerosos sínto
mas aislados que aparecen de alguna manera como piezas separadas de di
cho estado (otras se unirán progresivamente a la histeria). Su descripción
es muy completa, y asocia:
41
m é íé h
—el estado mental constituido por irritabilidad, susceptibilidad, e-
motividad extremas, tristeza, taciturnidad; es de señalar la gran sensibili
dad a las circunstancias del humor de estos enfermos, sus accesos de en
tusiasmo y energía;
— los síntomas físicos que afectan a la totalidad del cuerpo.
42
ib u e de una descripción, por otra parte, en última instancia muy clási-
, Más original fue la incorporación en la neurastenia de los “miedos
Mdos”, o fobias: veremos el alcance que esto tuvo con respecto a las
ciones psiquiátricas concernientes a las neurosis. Beard concibe la
i hipocondría de una manera que ya no puede sorprendemos: “En realidad
Ja hipocondría consiste en el miedo infundado a una enfermedad (...) Así
Ifltendida, la hipocondría es una forma de fobia.”98 “En la mayoría de
loa casos de la llamada hipocondría, existe una enfermedad real que es la
b u e del trastorno mental”" y, naturalmente, se trata con frecuencia de
!• neurastenia.
Sería por cierto exagerado decir que el campo de la histeria está en ese
momento bien delimitado y que la profundización de su clínica y su
Comprensión en adelante no presentan obstáculos: todavía durante mu
cho tiempo seguirán siendo vagos los límites entre la histeria y las otras
neurosis, en primer término sin duda la neurastenia (puesto que ella con
frecuencia constituye su segundo plano) pero también la epilepsia y las
Otras “neurosis extraordinarias” (catalepsia, letargía, sonabulismo,
éxtasis). La clínica sigue siendo tributaria de la conceptualización que o-
rienta su mirada, lo que no le impide trascenderla muchas veces, como
lo veremos en particular en el caso de Charcot. No obstante, mientras
que los fenómenos histéricos sean concebidos como trastornos neuroló-
gicos funcionales (y nada todavía permite en ese punto concebirlos de o-
tro modo) su situación no dejará de estar mal precisada para nuestra mi
rada moderna. Falta que se cierre el prolongado proceso dialéctico inicia
do por Lepois y Willis y que la delimitación de histeria y neurastenia
lea una experiencia fundamental: ha llegado la hora de superar el marco
estrecho de la tradición.
El Traité de l'hystérie que Briquet publicó en 1859 fue incuestiona
blemente la fuente de una de las formas más acabadas de la concepción
prefreudiana de la histeria: influyó mucho en el conjunto de los autores
de fines de siglo, alemanes y franceses, y naturalmente en Charcot. “Co
locado por obra de las circunstancias a la cabeza de un servicio al que
desde hacía mucho tiempo se acostumbraba enviar a los enfermos que
padecían afecciones histéricas”,100 Briquet (cuya formación y sus traba
jos anteriores eran de tipo estrictamente médico) se resignó a dedicar “to
da (su) atención a esa clase de enfermos, hacia la cual no lo inclinaba
mucho (su) gusto por las ciencias positivas”;101 reuniendo sistemática
mente las observaciones (¡cuatrocientos treinta casos!), comparándolas
con los antecedentes publicados sobre el tema, en resumen, actuando co
43
mo un verdadero clínico, y con un material amplio (“Creo haber tenido
la oportunidad de ver casi todo lo que puede suceder con esta enferme
d a d " ) ,^ llegó a definir un cuadro muy completo de la afección, que de
ese modo pensaba arrancar a la imagen anárquica que con frecuencia to
davía presentaba adherida a ella. Así enriqueció notablemente su clínica,
retomando con frecuencia síntomas que los autores anteriores ya habían
descripto, pero asociándolos estrechamente a la crisis (pródromos, con
comitantes o secuelas); en adelante iban a adquirir autonomía.
“Esos diversos fenómenos pueden agruparse en ocho clases: la pri
mera comprende las hiperestesias (dolores de cualquier localización, su
perficial o profunda), la segunda las anestesias, la tercera las perversio
nes de la sensibilidad (parestesias diversas, dolorosas o paradójicamente
agradables), la cuarta los espasmos (espasmos viscerales y contracturas
musculares), la quinta los ataques de espasmo, convulsiones, catalepsia,
sonambulismo, éxtasis, coma, letargía, síncope; la sexta las parálisis
(parciales, extensas, viscerales), la séptima las perversiones de la con
tractibilidad (temblores, coreas, ataxias), la octava las modificaciones de
exhalación y secreción (ptialismo, sudores, secreción de leche, orina lla
mada histérica, gases).” 103 Sería cansador retomar punto por punto esa
muy completa sintomatología: desde entonces se ha integrado tan bien
al conocimiento moderno de la histeria que nadie ignora su sustancia.
Conviene sin embargo insistir en algunos puntos en particular:
44
'Cuencia acompaña a las otras formas de ataque como fenómeno secunda
dlo; a veces, por el contrario, el delirio es el hecho dominante, constitu
y e el ataque.” 108
—En Briquet los síntomas aparecen ya jerarquizados de una manera
'Ique Charcot retomará y ampliará (distinción de “estigmas” y accidentes):
'"Los fenómenos mórbidos a los cuales la histeria da origen son bastante
numerosos; entre ellos algunos son constantes y siempre están presen
tes: por ejemplo una extrema impresionabilidad, dolores en el epigas
trio, en el costado izquierdo del tórax y a lo largo del canal vertebral iz
quierdo.109 Otros son menos constantes, pero existen por lo común, y
de alguna manera constituyen el fondo de la enfermedad. Son ellos las
hiperestesias diversas, los espasmos, las anestesias, los ataques convul-
llvos, las parálisis, etcétera. Finalmente, hay otros que sólo se ven de
mo3o accidental.”110
45
Alguna manera hipertrofiada y poco persistente, Pero si las causas que la
producen continúan actuando, la reacción se fija, se extiende, alcanza a
todos los órganos, y después se deforma, generando por ejemplo las ma
nifestaciones de las pasiones alegres en lugar de las pasiones tristes.114
“Finalmente esas manifestaciones, por su repetición frecuente, terminan
por ocasionar lesiones, dinámicas o materiales, en los órganos con cuya
ayuda se produce, y añaden así una nueva serie de accidentes que comple
tan la escena de la que se compone la histeria.”115 Así sobrevienen las
“neurosis de órganos” o incluso las lesiones inflamatorias.116 Esta pa
togenia afectiva ilumina el análisis de las causas. “Las causas predispo
nentes de la histeria se limitarían a aumentar la impresionabilidad del
sistema nervioso cerebral, produciendo un debilitamiento de su constitu
ción, o bien aumentando directamente la irritabilidad del sistema nervio
so; las causas determinantes, a su vez, serían todas agentes que disminu
yen la fuerza con la cual el encéfalo resiste á las impresiones, ó que en
sí mismos producen esas impresiones.”117 La intensidad de la predispo
sición, en particular la hereditaria (temperamento nervioso) determinaba
“el grado de actividad que deberá tener la causa determinante para dar lu
gar a la histeria. Así, sujetos muy predispuestos se convertirán en histé
ricos por la causa más ligera”.118 En ese nivel se explica el predominio
femenino de la enfermedad, ligado a la sensibilidad, la impresionabilidad
más grande del “sexo débil”.
La teoría de Briquet ejerció una profunda influencia en los autor©» ul
teriores; Bemheim la retomará oponiéndola a Charcot, y Freud se inspi
ró indisputablemente en ella (teoría del “afecto sofocado”). En cuanto a
la clínica, como ya lo he dicho, ha llegado hasta nuestros días. Retenga
mos por el momento que con Briquet la histeria tiende a aparecer como
una patología de la emotividad, y que por lo tanto se acentúa su carácter
psicológico en detrimento de la metáfora “nerviosa”, aunque siempre en
su interior; en los primeros textos de Freud encontraremos una ambi
güedad análoga que da cabida a las concepciones características del am
biente de entonces.119 Ese carácter de alguna manera “parapsiqmátrico”
se va a afirmar con los autores de la corriente que vamos a estudiar a
continuación, antes de que Charcot invierta la tendencia (ya veremos có
mo), y de que después su posteridad volviera progresivamente a una con
cepción de este tipo, cuando se desmoronó la doctrina de aquél.
NOTAS
1. Sobre este tema se pueden consultar los capítulos históricos de los dos
tratados de J.-L. Brachet, del tratado de Briquet y del de Michéa,
•ai como también la reseña general adjunta como apéndice al se-
46
' fundo tomo da la obra do Whytt, págs. 479 a 575. La Histoire de
l'hyttéri* mt h i parecido muy poco utilizable debido a la gran
«mAtlión d t loi eonotptoi y del plan que sigue la autora. Cf. in-
fH , btbl iognffa.
flfaafclo al Anal 4a la Idad Media de l u teorías nominalistas y desarro-
tl«4e a lo largo d t la ipoct Olálica, desde Bacon hasta Locke y
OMlillM, fi MMMlonlimo ejerció una influencia considerable en
ÍM AlflÉMhfftt é t la Olfnie*. Cf, M. Foucault: Naissance de la cli-
'¿fttff m m k á f k f k 4U ngaré médlcai, P. Bercherie: Les fon-
■« K M Paría, 1910 •, ittfm, segunda parte.
55
causas nimias, o sin saber por qué; a otros los atormenta el impulso a
llorar.’’3 La repercusión de la cronicidad de lqs trastornos en el humor
hubitual del enfermo fue observada por todos los autores desde Syden
ham:4 Georget señala que “casi siempre se observa entonces un estado
melancólico e hipocondríaco pronunciado.”5
—Finalmente, las perturbaciones mentales ligadas al acceso, del cual
Briquet nos ofreció una descripción muy completa.
56
ción conceptual y metodológica que encontrará a su teórico en J.-P. Fal
ret. Pues la parálisis general se opuso a la clínica sincrónica originada
en Pinel como entidad patológica que desplegaba en un ciclo diacrónico
una secuencia de estados mórbidos que abarcaban al conjunto de los sín
dromes pinelianos. El diagnóstico se apoyaba no en la parte central del
cuadro, sino en signos pequeños, secundarios en apariencia, pero esen
ciales en realidad, ya muy sutilmente analizados, que lo especificaban y
diferenciaban de cualquier otro cuadro análogo: ni la monomanía, la ma
nía o incluso la demencia paralítica podían ser confundidas con otros
.síndromes de ese tipo. Además, esta primera “forma natural” (Falret)
presentaba una patogenia particular y típica: la meningo-encefalitis, que
le era específica. Se necesitaron treinta años para que se impusiera esa
revolución conceptual a través de la enseñanza de J.-P. Falret, quien ex
trajo de aquélla una crítica radical de la antigua metodología y los princi
pios que permitieron erigir una nueva clínica: estudio de la evolución de
la enfermedad, del pasado y el futuro del paciente, búsqueda de una pato
genia específica, reunión de los signos negativos, atención a los peque
ños signos secundarios que permitían la diferenciación de entidades hasta
entonces confundidas en los “conglomerados inconexos” de la nosología
de Pinel y Esquirol. Al mismo tiempo, los lazos de la clínica y la noso
logía, estrechamente complementarias desde Pinel (puesto que se trataba
de la demarcación de un espectro homogéneo de fenómenos) se aflojaron:
la locura dejó de ser un género para convertirse en una clase de enferme
dades yuxtapuestas en lo que más tarde iba a denominarse una clasifica
ción-nomenclatura. Toda una serie de trastornos que desde hacía ya cierto
tiempo tendían a ser aislados como “vesanias sintomáticas”, de las “ve
sanias puras”, de la locura propiamente dicha (concepción de Baillarger),
demostraron responder a la nueva óptica: trastornos mentales del alcoho
lismo, enfermedades infecciosas y lesiones cerebrales, locura epiléptica.
J.-P. Falret y sus alumnos comenzaron a describir otros nuevos: locura
circular, delirio de persecución de evolución progresiva de Laségue, per
seguidos-perseguidores (futuro delirio de reivindicación) y locura de la
duda con delirio del tacto (neurosis obsesiva) de Falret hijo, etcétera.
Fue sobre sobre todo Morel, el más original de los alumnos de J.-P.
Falret, quien retomó la enseñanza de su maestro, añadiéndole su toque
personal: pensaba que el gran principio para aislar nuevas “formas natu
rales” era la etiología (patogenia sería un término más exacto). Las ve
sanias sintomáticas de Baillarger entraban sin dificultad en ese marco.
57
P iri las “vesanias puras” de ese mismo autor Morel iba a proponer un
nuevo principio de comprensión y clasificación basándose en tres fuen
tes principales:
58
justamente las de las vesanias sintomáticas (intoxicaciones, enfermeda
des orgánicas y cerebrales) las taras — según esta doctrina— se adquieren
y se transmiten hereditariamente; dichas taras se ponen de manifiesto en
un desequilibrio nervioso y en trastornos del carácter, terreno propicio
para la eclosión, por acción de causas diversas (morales o somáticas) de
l l alienación mental, que entonces toma del fondo “degenerativo” subya
cente un aspecto y una evolución peculiares, específicos. La tarea se a-
Cumula y se agrava a lo largo de generaciones, si no se produce una re
generación gracias al cruzamiento con individuos exentos de tara (lo que
no es frecuente, pues un tropismo electivo hace que los degenerados se
atraigan entre sí): los trastornos nerviosos son sucedidos por las “dispo
siciones para la locura por así decir innatas; las tendencias serán instinti
vas y de mala naturaleza. Se resumirán en actos excéntricos, desordena
dos y peligrosos”.9 Finalmente, en el último grado, los niños nacerán
sordomudos, idiotas o se hundirán rápidamente en una demencia precoz,
extinguiéndose la casta en una especie de eliminación natural.
El desequilibrio nervioso se manifiesta:
59
período) que Laségue acaba de describir (1852) y al que Morel añade un
tercer período de delirio de grandeza.
60
Último, con frecuencia la locura puede alternar, de una manera de algún
modo periódica, con otras afecciones nerviosas. (...)
”La locura histérica profunda se manifiesta principalmente con dos
formas distintas: la aguda y la crónica. En la primera forma aparecen ac-
CSSos agudos de delirio y de agitación que llegan a veces hasta la manía;
ella se desarrolla a continuación de los ataques convulsivos ordinarios de
la histeria, pero, en ciertos casos, esos ataques son muy leves; a veces
incluso el acceso-de locura parece reemplazar al ataque convulsivo que
falta por completo; lo mismo se observa en la epilepsia. A veces tales
accesos de manía se advierten ya en jovencitas de muy poca edad, que
gritan, cantan, golpean a sus compañeros, les dicen injurias; en algunos
casos padecen un delirio furioso, intentan el suicidio, sufren una excita
ción ninfomaníaca, o bien un delirio religioso o demoníaco; finalmente,
se entregan a actos extravagantes, pero aún coherentes. En tales casos,
las enfermas sólo conservan un débil recuerdo de lo que han hecho du
rante el acceso. (...)
”La locura histérica crónica puede presentarse en forma de melancolía
O de manía;17 a veces el estado habitual del carácter peculiar de las histé
ricas se va agravando lenta y progresivamente; los síntomas son más
persistentes, cada vez más intensos, de manera que la enferma se vuelve
más y más incapaz de dominarlos, o bien la enfermedad se inicia de ma
nera aguda, después de algunos pequeños ataques histéricos a veces in
completos. En el comienzo se observa simplemente un pequeño cam
biaren el carácter: las enfermas están un tanto melancólicas, egoístas,
preocupadas por su salud; carecen de voluntad, son indecisas, impacien
tes», violentas, irritables; después adelgazan, se convierten en anémicas,
algunas incluso caen en el marasmo; padecen constipación; su digestión
y su menstruación son irregulares; finalmente caen en las formas cróni
cas de la melancolía y de la manía. (...)
”En muchas enfermas, el delirio presenta cierto matiz erótico, que a
veces es muy leve; a veces incluso ese matiz falta por completo. Algu
nas veces esas mujeres experimentan éxtasis; en fin, la locura histérica
degenera en demencia con más frecuencia de lo que se podría suponer a
priori.”ls Me pareció que resultaba interesante citar casi in extenso es
te pasaje, en el que es posible reconocer la fuente de la mayor parte de
las nociones desarrolladas por Morel y sus sucesores:/la noción de trans-i
formación psíquica de la neurosis; la descripción, junto al temperamento
nervioso, de trastornos del carácter que hacen de esos enfermos seres in
soportables para quienes los rodean (egoísmo, celos, impaciencia e irri
tabilidad, tendencia a m entir); las psicosis agudas en las que predomina
la agitación, los actos impulsivos más o menos extravagantes, los te
mas eróticos y religiosos, a veces el estupor, que dejan tras de sí una
amnesia casi completa; las terminaciones crónicas que tienden a la de
61
mencia;19 finalmente, el vínculo entre los aspectos específicos de esas
psicosis con los trastornos del carácter anteriores, de los que no parecen
ser más que su exageración. No obstante, para Griesinger la locura his
térica sigue siendo un simple rótulo etiológico, debido a su concepción
sincrónica, pineliana de la nosología.
En 1853, en sus Etudes cliniques, Morel retoma la descripción del
carácter histérico: advierte “la costumbre de exagerar sus sensaciones, la
necesidad que experimentan de que uno se ocupe de sus sufrimientos.
(...) Nunca se las quiere como habría que quererlas; llevan la manía de la
sospecha hasta el último límite posible. Se hunden en las suposiciones
más extravagantes, más falsas, más ridiculas y más injustas. Por otra
parte el amor a la verdad no es la virtud dominante de su carácter, de mo
do que nunca exponen los hechos en su realidad, y engañan tanto a sus
maridos, a sus padres y a sus amigos como a sus confesores y sus médi
cos”.20 Veremos a Jules Falret y a Laségue retomar esta visión “de las
perversidades y mentiras” de los histéricos, y a Charcot combatirla. Mq:
rel insiste por otra parte en la frecuencia de “la producción-de-íos-actos
más insensatos”,21 lo que los autores contemporáneos denominan mo
nomanías instintivas (piromanía, cleptomanía, homicidio, etcétera), en
la locura histérica propiamente dicha. Las formas agudas, con frecuencia
amnésicas, muestran por otra parte “una violencia y un desorden extre
mos en los actos y las palabras. (...) En esos casos, los enfermos se
sienten a veces irresistiblemente impulsados a proferir insultos, a pro
nunciar palabras obscenas. Experimentan deseos de golpear, de morder,
de escaparse, de suicidarse”.22 El autor subraya también el vínculo entre
histeria y ninfomanía: entiende que un erotismo difuso suele impregnar
las manifestaciones psíquicas de la histeria, aunque los “actos sólo son
completamente depravados en el periodo extremo de la enfermedad” 23 El
conjunto de estas descripciones24 se vuelve a encontrar en el gran Trai
té des maladies mentales de 1860, cuya concepción general ya hemos a-
nalizado; en dicha obra, ellas permiten aislar una nueva especie nosoló-
gica, la locura histérica, en el seno de la clase de las locuras por trans
formación de las neurosis.
62
por algunos autores, como Moreau de Tours25 y parcialmente por J.
et. Sin embargo, la mayor parte de los alienistas que iban a seguirlo
que aceptaron la noción de locura histérica, entendieron su ampliación
una manera a la vez más restringida y más específica:
64
\ cercanas al vértigo (atractivo y horror del suicidio, del asesinato, de
incongruentes u obscenos). Finalmente, un cortejo de trastornos
apáticos (cenestopatías, equivalentes ansiosos) completaban ese
Sefialemos al pasar que los dos estados que J. Falret distingue allí
líente iban a ser confundidos a continuación por la mayor parte
i autores, que acercarán ambos cuadros entre sí, en nombre de sus
3sas formas mixtas. Del predominio del primero surgió la psicas-
i de P. Janet (cf. la bella descripción de los sentimientos de incom-
üd); el predominio del segundo generó la neurosis obsesiva de Freud
i los psicoanalistas. En general, por otra parte, los psiquiatras france-
i de fin del siglo, junto con Magnan, iban a seguir a Morel, y a en
globar esos estados en las locuras hereditarias.
En cuanto a la locura histérica, si bien se incluyen en ella las gran-
dm manifestaciones asilares (manía histérica) a la manera de Morel, J.
Falret pretendió sobre todo describir una forma razonante, constituida e-
Uncialmente por trastornos del carácter y del comportamiento, y que no
representaba más que la exageración de los rasgos del carácter histérico,
■Obre el cual realizó un estudio muy detallado: “Todos los médicos que
han observado a muchas mujeres afectadas de histeria, todos los que han
tenido la desdicha de vivir con ellas en común, saben perfectamente que,
en el carácter y la inteligencia, todas tienen una fisonomía moral propia
y que permite reconocer en ellas la existencia de esta enfermedad, incluso
antes de haber verificado los síntomas físicos. (...) El carácter de la ma
yoría de las histéricas (...) representa en diminutivo los rasgos principa
les de la locura histérica plenamente confirmada.”38 J. Falret desprende
Q^nco rasgos principales que especifican el carácter histérico:
65
— A continuación, “el espíritu de contradicción y de controversia”:41
oposición porfiada, resistencia pasiva “que contrastan singularmente (...)
con la volubilidad habitual de sus sentimientos e ideas”. Laségue obser
vará la importancia de ese punto en la constitución de la anorexia histé
rica.
— “Otro hecho principal, esencialmente característico de las histéri
cas, es el espíritu de duplicidad y de mentira.”42 La exageración teatral
de sus manifestaciones afectivas, la afectación de actitudes o de senti
mientos contrarios a los que experimentan, la mentira, la mitomanía,
las intrigas y la simulación (J. Falret nota que incluso los síntomas de
la neurosis son con frecuencia simulados en parte) convierten a “estas
enfermas en verdaderas comediantes; su mayor placer es el de engañar e
inducir a error”.43
—“La rapidez e incluso instantaneidad en la producción de las ideas,
en.los impulsos y en los actos.” 44 Concebidos en seguida, la idea o el
impulso se imponen para desaparecer en la primera oportunidad. En tal
sentido Falret se detuvo particularmente en los movimientos súbitos de
cólera: insultos, violencia, gritos, rotura de objetos, manifestaciones es
pectaculares contrastantes con la apariencia reservada que afectan en pú
blico. Por otra parte, ése es un punto en el que Falret insiste varias ve
ces: la locura de estas enfermas se manifiesta esencialmente en privado
y, con mucha frecuencia, el observador exterior no puede sospechar en
qué “infierno” viven las familias.
—“Finalmente, las histéricas son por lo general romanticonas y so
ñadoras, dispuestas a dejar que las fantasías de su imaginación predomi
nen sobre las necesidades de la vida real; con frecuencia tienen también
tendencias eróticas pronunciadas, aunque se ha exagerado mucho respecto
de esta disposición ordinaria de su naturaleza, pues son coquetas y vani
dosas con más frecuencia que verdaderamente ardientes y apasionadas.”45
No obstante, en ese registro se manifestaba sobre todo la exageración
enfermiza del carácter histérico que Falret denomina “locura razonante de
las histéricas”: ninfomanía, celos enfermizos y tiránicos, incluso perver
sos en la venganza.
66
NOTAS
67
curas histéricas son signo de demencia precoz, la futura esquizofre
nia. i
20. B. A. Morel: Etude des cliniques. Traité théorique et pratique des ma-
ladies mentales, tomo II, pág. 212.
21. Ibíd., pág. 206.
22. Ibíd., pág. 199.
23. Ibíd., pág. 215.
24. Quizás con un énfasis más sostenido en las “terminaciones deplora
bles en las que la naturaleza humana se muestra con su aspecto más
degradante” (B. A. Morel: Traité..., pág. 265), es decir el embo
tamiento, la degradación, la incuria de una demencia precoz.
25. J. Moreau de Tours: Traité pratique de la folie névropathique (vulgo
hystérique), 1869. H. Legrand du Saulle: Les hystériques, 1883,
asocia las concepciones de Morel con las ideas de Laségue-Falret y
de Charcot.
26. Pronto demencia precoz, a la cual pertenecían según Kraepelin la ma
yoría de los antiguos casos de locura histérica.
27. L. V. Mareé: Traité pratique des maladies mentales, 1862.
28. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 9.
29. Freud tomará de Krafft-Ebing la distinción neurastenia-hipocondría en
el seno de las neurosis actuales, clase que divide la antigua neuras
tenia en sentido amplio.
30. Así, nada diferencia la paranoia hipocondríaca (que toma los elemen
tos basales de los temas delirantes a las cenestopatías neuróticas
subyacentes), de la nueva paranoia neurasténica.
31. WestpHall considera en efecto que la obsesión es un trastorno in te
lectual (y no emotivo, como decía Morel), una “idea fija”, y con
cibe los delirios de la misma manera.
32. Cf. E. Régis: Manuel de médecine mentale, 2a. ed., 1892, capítulo
“Neurasthénies”, págs. 255 a 296.
33. Sobre Magnan, cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 11.
34. Cf. la memoria de J. Falret: Etudes cliniques sur les maladies menta
les et nerveuses, págs. 475 a 544, y P. Bercherie: Les fonde
m ents... cap. 6.
35. J. Falret: Etudes..., pág. 489.
36. Ibíd., pág. 490.
37. Ibíd.
38. Ibíd., pág. 500.
39. Ibíd.
40. Ibíd. pág. 501.
41. Ibíd.
42. Ibíd.
43. Ibíd., pág. 502.
44. Ibíd.
45. Ibíd., pág. 503.
68
\
Capítulo III
'M i
I»'
metodología clínica de Charcot
69
surgir, del caos de nociones vagas, una especie mórbida determinada.
(...) Pero una vez constituido el tipo, le llega el tumo a la segunda ope
ración nosográfica: hay que aprender a descomponer dicho tipo, a frag
mentarlo. En otros términos, es preciso aprender a reconocer los casos
imperfectos, desdibujados, rudimentarios”.2
A la recíproca, la pureza de la entidad así aislada permitía la descom
posición analítica de las formas mixtas o combinadas: “Querría destacar
una vez más el gran hecho nosológico de que incluso y quizás sobre to
do en la patología nerviosa, las especies o tipos mórbidos ofrecen, en la
combinación de sus caracteres clínicos, una verdadera firmeza, una origi
nalidad real que casi siempre permitirá reconocerlos o separarlos median
te el análisis, incluso cuando varias de esas especies coexistan en un
mismo individuo, en el que pueden dar forma a complejos diversos. La
doctrina que quemamos hacer prevalecer en esta materia es (...) que los
complejos nosológicos de los que se trata no representan en realidad for
mas híbridas, productos variables e inestables, una mezcla, una fusión
íntima, sino más bien el resultado de una asociación, de una yuxtaposi
ción en la cual cada uno de los componentes conserva su autonomía.”3
Así, a través de la vía única de una observación que a él mismo le
gustaba llamar “morfológica”, mediante una ascesis de la mirada, se des
prendía el tipo de una enfermedad nueva. Llega entonces el momento del
“método anátomo-clínico”:4 las autopsias en serie permitirían identi
ficar el asiento de la lesión causal, y con las correlaciones anátomo-clí-
nicas obtenidas de ese modo se podría “proveer a la nosografía de carac
teres más fijos, más materiales que los síntomas mismos, si así puede
decirse”.5 En cuanto al momento fisiopatológico, explicativo, en el que
uno se dedica a “captar la naturaleza de las relaciones que vinculan a las
lesiones con los síntomas exteriores”,6 Charcot lo relegará siempre a un
“segundo plano”;7 toma de la tradición clínica francesa, muy positivista,
esa desconfianza de siempre respecto de la teoría, actitud que tanto habrá
de impresionar a Freud.
La aplicación de ese esquema de estudio a las neurosis y sobre todo a
la histeria tiene diversas consecuencias: en efecto, lleva consigo una
concepción implícita de la enfermedad que prefigura sus resultados en un
estadio de la investigación que según se pretende es todavía puramente
empírico y está exento de presupuestos. Lo que reveló ser notablemente
fructífero para la neuropatología, en el estudio de la histeria, como vere
mos, iba a desembocar en un fracaso y a identificara contrario la verda
dera naturaleza de la enfermedad. Pero es preciso subrayar que ese pasaje
por el absurdo permitió por si solo levantar la hipoteca “nerviosa”, y
que en consecuencia el descubrimiento del inconsciente dependió histó
rica y epistemológicamente del progreso de la patología médica.
70
\
tria, una enfermedad neurológica
71
c
laciones pasionales, expresivas), Charcot quiere encarar lo que le parece
una enfermedad neurológica con el mismo método que le ha procurado el
éxito en otro campo. Así, si bien no desconoce los peligros de la simu-
lación,14 se ve llevado a ver más bien en ella una sobresimulación, y en
consecuencia a ir más allá, a tomar diversas precauciones para eliminaría
e identificar el síntoma muy real al que la puesta en escena,“exagerándo
lo, (tiende) a imprimirle el carácter de extraordinario, de maravilloso”.15
—La búsqueda del “tipo” lleva a privilegiar en el estudio del cuadro
morboso las formas más extensas y espectaculares. Así, Charcot se verá
conducido a no estudiar a fondo más que a algunas grandes histéricas de
su servicio, que presentaban una sintomatología máxima y que pronto i-
ban a convertirse en verdaderas vedettes adiestradas para producir todas
las manifestaciones que se investigaban. Sucede que (como lo veremos
en unos cuantos ejemplos), si bien la escuela de la Salpétriére tomaba
grandes precauciones contra la simulación (tal vez sin llegar a eliminarla
por completo), nada la prevenía contra los efectos, en particular incons
cientes, de la sugestión y del adiestramiento involuntario ampliamente
facilitado por las características de los exámenes clínicos,16 practicados
en público y comentados paso a paso: en ellos la histeria revelará del
mejor modo su verdadera naturaleza sólo más tarde, retrospectivamente.
— A la inversa, el aislamiento de los casos “puros” llevó a rechazar
del cuadro de la enfermedad diversos agrupamientos sintomáticos tradi
cionalmente incluidos en él y que parecían representar “asociaciones
mórbidas”. Veremos que sobre todo la locura histérica fue excluida del
“tipo”, en tanto se la consideró una complicación con la degeneración
mental. De modo que los casos más corrientes tendían a aparecer a la vez
como forma desdibujada y formas combinadas (tal era el caso de la histe
ria masculina, casi siempre histero-neurastenia).
— El esfuerzo sistemático por poner de manifiesto leyes de correla
ción, de asociación, de sucesión de los síntomas, a pesar de la corrección
introducida por la idea de las formas incompletas o rudimentarias, tendía
a desviar el estudio clínico, pues naturalmente todo lo que uno busca se
verifica en la “patoplastia” (Dupré) histérica. “Hay quienes en varias de
esas afecciones (nerviosas) no ven más que un conjunto de fenómenos
extravagantes, incoherentes, inaccesibles al análisis y que quizás sería
preferible relegar a la categoría de lo incognoscible.17 Se apunta sobre
todo a la histeria con esta especie de proscripción. (...) Sólo una obser
vación superficial ha podido conducir a la opinión a la que acabo de refe
rirme; un estudio más atento nos hace ver las cosas con un aspecto to-
tnlmcnte distinto. (...) También la histeria a igual título que los otros
estados mórbidos, obedece a reglas, a leyes que una observación atenta y
suficientemente multiplicada siempre permitirá identificar. (...) Para no
clutr más que un ejemplo (...) la descripción del gran ataque histérico,
72
ucido a una fórmula muy simple.18 Cuatro períodos se suceden
~ue completo con la regularidad de un mecanismo: 1) epileptoi-
grandes movimientos (contradictorios, ilógicos); 3) actitudes pa-
" (lógicas); 4) delirio terminal. (...) El ataque puede ser incom-
(...) pero a quien tenga la fórmula siempre le resultará fácil reducir
las formas al tipo fundamental.”19 Más allá de la rehabilitación de
icría por alguien que en consecuencia creía conservar su dominio
’drmula”), esta larga cita pone de manifiesto los postulados básicos
posición de Charcot Los síntomas serán siempre estudiados desde
perspectiva, procurando definir, a partir del modelo de las sistemati-
neurológicas, asociaciones regulares como por ejemplo las ge-
por el aspecto bipartido de los territorios de proyección de los
nerviosos en el nivel del cuerpo (hemianestesia del mismo cos
que el dolor ovárico, contracturas,20 estrechamiento del campo vi-
etcétera), o las leyes de desaparición y reaparición de las acroma-
:i*5 a los diversos colores en un orden particular 21
'
Resulta entonces natural que la tendencia a comprender la histeria
del modelo de las enfermedades neurológicas lesiónales desem
en un cotejo de los mecanismos patogénicos atribuidos a los sín-
"Entre la hemianestesia vulgar de los histéricos y la que es signo
| | una lesión en el foco físico de la enfermedad, la analogía es sorpren-
dinte. En el fondo, se trata del mismo síndrome. La misma semejanza
Miste entre la paraplejía espasmódica de los histéricos y la que pone de
manifiesto una lesión orgánica espinal. (...) Ahora bien, esa semejanza,
que desespera a veces al clínico, debe servir de enseñanza para el patólo
go que, detrás de la sede común, entrevé una analogía anatómica y,
mutatis mutandis, localiza la lesión dinámica de acuerdo con los datos
que proporciona la lesión orgánica correspondiente.”22 Cinco años más
tarde, en 1889, en el prefacio a la tesis de su alumno Athanassio sobre
I d trastornos tróficos histéricos, Charcot es aun más claro: “Es impor-
tante que se sepa que la histeria tiene sus leyes, su determinismo, abso
lutamente del mismo modo que una afección nerviosa con lesión mate
rial Su lesión anatómica no es todavía accesible a nuestros medios de
ijRveatigación, pero de manera innegable se traduce para el observador a-
tento en trastornos tróficos análogos a los que se ven en los casos de le-
■iones orgánicas del sistema nervioso central o de los nervios periféri
cos. (...) En adelante, el camino está en gran medida abierto, y me atre
vo a esperar que un día u otro el método anátomo-clínico en materia de
podrá incluir un éxito más en su activo, éxito que permita final-
meift»4escubrir la alteración primordial, la causa anatómica de la cual se
qonpdftn hoy en día tantos efectos materiales.”23
Ya nos hemos encontrado varias veces con el concepto de “lesión di
námica”: antes de Charcot era una referencia más bien vaga que connota
ba la inclusión de la histeria entre las enfermedades del sistema nervioso,
pero en aquél adquirió una denotación precisa, un sentido anatómico fo
cal que da acabamiento a la homogeneidad de su concepción general de la
enfermedad. Esa manera de concebir la histeria va a permitir que se pon
ga definitivamente de manifiesto el carácter fundamental de los síntomas
histéricos, que se presentan, para el sujeto consciente que los sufre, co
mo un fenómeno automático que tiene que soportar pasivamente, de la
misma manera que cualquier manifestación de un trastorno orgánico.
Los estudios minuciosos de Charcot y sus alumnos, si bien los arrastra
ron a un terreno cada vez más inverosímil, e incluso grotesco, fueron re
alizados de manera tal que la antigua altefnativa entre fenómenos neuro-
lógicos inconscientes y fenómenos psicológicos más o menos conscien
tes y simulados, iba a desembocar en la paradoja que constituye el ori
gen tiel psicoanálisis freudiano: los fenómenos psicológicos incons
cientes, no más o menos por debajo del umbral de la conciencia (como
de hecho se encaraban hasta ese momento los fenómenos inconscientes),
sino realmente inconscientes, totalmente clivados de conciencia, y no
obstante intensamente activos. Había sido necesario ese desvío para e-
char luz sobre un fenómeno en ese entonces tan sorprendente y notable.
Tomemos el ejemplo de “la catalepsia (...) en ciertos histéricos. La
cuestión es ésta: ¿puede ese estado ser simulado de manera tal que enga
ñe al médico? Se cree generalmente que si a un sujeto cataléptico se le
extiende el brazo horizontalmente, él puede conservar esa actitud un lap
so lo bastante prolongado como para descartar toda sospecha de simula
ción. Según nuestras observaciones, eso no sería exacto: al cabo de 10,
15 minutos, el brazo comienza a descender, y al cabo de 20 a 25 minu
tos como máximo, cae verticalmente. Ahora bien, ésos son también los
límites que corresponden a un hombre vigoroso que trata de conservar e-
sa posición. De modo que es necesario buscar en otros elementos el ca
rácter distintivo. Tanto en el simulador como en el cataléptico, un cilin
dro registrador con la pluma conectada a la extremidad del miembro ex
tendido servirá para recoger en un gráfico las menores oscilaciones de esa
extremidadv-mientras que un neumógrafo, aplicado en el pecho, propor
cionará la*Curva de los movimientos respiratorios. Ahora bien, lo que se
observa en esos trazados, cuyo resumen les presento, es lo siguiente: en
la cataléptica, durante toda la duración de la observación, la pluma co
rrespondiente al miembro extendido traza una línea recta perfectamente
regular. Durante el mismo lapso,-el trazado del simulador se asemeja al
principio al de la cataléptica, pero al cabo de algunos minutos comien
zan a advertirse diferencias considerables; la línea recta se convierte en
quebrada, muy accidentada, con instantes de grandes oscilaciones dis
puestas en serie. Los trazados del neumógrafo no son menos signific'ati-
74
i la cataléptica se registra una respiración muy escasa, superficial,
^flnal de la curva se asemeja al comienzo. El dibujo del simulador
||Compuesto por dos partes distintas: al principio, respiración regular
1; en la segunda parte (la que corresponde a los indicios de fatiga
Bular observados en el trazado de la extremidad), irregularidad en el
i y la amplitud de los movimientos respiratorios (depresiones rápi-
I y profundas, signo del trastorno de la respiración que acompaña al
ueno del esfuerzo).’'24
I Aparatos de ese tipo eran corrientemente utilizados en el estudio de
I,Síntomas histéricos: ellos demostraban en la mayor parte de los ca-
I la ausencia de simulación, la objetividad de los trastornos25 y p o r
Uto su naturaleza orgánica. ¿Qué otra cosa hubiera podido pensarse
l i l e momento? Será necesaria la confrontación con hipnosis para que
| hechos sean encarados desde otro punto de vista; todavía se verá que
chos investigadores no pudieron desprenderse del antiguo modo de
r. Cuando Bemheim impuso su concepción acerca de la naturaleza
Itiva, y en consecuencia psíquica, de numerosos fenómenos descrip-
I en la Salpétriére, muchos se apartaron, persuadidos de que Charcot se
¡)ÍBdejado engañar por simuladores, olvidando el rigor de sus protoco-
de observación. Veremos que Babinski y Dupré volvieron a una
f a m i ó n apenas retocada de las opiniones de Laségue y Falret, tomándose
||n embargo una pequeña molestia al señalar que, con todo, el problema
había sido entrevisto.
75
sias o amiostenias, temblores. Finalmente un estado mental peculiar e-
sencialmente constituido por impresionabilidad, excitabilidad, sugestio-
nabilidad, estado que nos remite a la antigua noción de estado nervioso;
Charcot excluye en efecto de la histeria cualquier otro rasgo moral y en
particular los conceptos provenientes de la corriente psiquiátrica.
Los estigmas presentaban un cierto número de propiedades notables:
76
1: bolo histérico; tercer nódulo, cefálico: obnubilación). Sobrevie-
tonces el primer período epileptoide, con una fase tónica de con-
~i generalizada, una fase clónica de resolución espasmódica del to-
lina fase estertorosa de relajamiento muscular.32 Sigue el segundo
!o O clownismo, dividido en una fase de contorsiones y de “acti-
ilógicas” (por ejemplo el famoso arco de círculo) y una fase de
*s movimientos coreiformes y pantomímicos de baile. El tercer
es el de las “actitudes pasionales”: se trata de una fase alucinato-
lirismo) en la que el enfermo vive un cierto número de escenas de
carga emotiva y sobre todo expresa teatralmente lo que siente; no
ibe la realidad exterior, vive exclusivamente su sueño, que suele ser
reviviscencia de escenas de su pasado (“delirio ecmnémico” de Pi-
, Por fin se produce el cuarto y último período, de delirio (en el sen-
de delirio onírico); este período prolonga al anterior pero el enfermo
bíén percibe en parte lo que lo rodea y por otro lado es sugestiona-
e te puede influir parcialmente en el contenido de las escenas vividas;
nás se trata de un “delirio de acción” (Richer) en el que el enfermo,
que expresarse como en el tercer período, actúa.
Ble gran ataque, hysteria major (gran histeria o histero-epilepsia) e-
nladvamente poco frecuente. En cambio se solían ver formas trunca-
_ e incompletas, en las que faltaba alguno de los períodos (hysteria
I¡fU>r), y formas reducidas a uno solo de los episodios del ataque: aura
(Ittque de espasmos, ataque sincopal), primer período (ataque epileptoi-
* ) , segundo período (ataque de clownismo, ataques demoníacos, coreas
ritmadas de las epidemias de la Edad Media y de la época clásica), tercer
ptffodo (ataque de éxtasis), ptíarto período (ataque de delirio, locura his-
Üriea). En el capítulo siguiente hablaremos de las variedades peculiares
do Itaque por intervención de fenómenos hipnóticos (catalepsia, letargia,
Sonambulismo).
Además de los ataques, Charcot describe otras formas de paroxis
mo:33 parálisis (hemiplejía, paraplejía, monoplejía, parálisis facial o
‘ffláfragmática), inhibiciones funcionales (astasia-abasia, mutismo, ce
guera, sordera), contracturas musculares (exteriorización de la “diátesis de
CGntractura” con frecuencia latente y que maniobras diversas objetivan),
Pftnfljjgis y espasmos viscerales (disnea y asma histéricas, tos, bostezos,
hipo, resoplidos, disfagia, timpanitis, embarazo nervioso, vaginismo),
Sncrexia llamada histérica. Finalmente, todo un conjunto de trastornos
tráficos y vegetativos pueden sobrevenir de manera paroxística: pertur
baciones vasomotrices (dermografismo, edemas, incluso gangrenas su
perficiales), erupciones, equimosis, hemorragias espontáneas de la piel y
77
muy cuestionado, y Babinski le retirará más tarde toda validez, salvo en
lo que respecta a algunos trastornos tróficos secundarios de las grandes
parálisis (edema, resfriados, amiotrofía, retracciones tendinosas).
Todos estos síntomas fueron descriptos con la preocupación de co
piar el estudio clínico de los grandes síndromes, sobre todo neurológi-
cos, con los cuales eran sistemáticamente comparados. En un primer
momento, de ello resultará una demarcación precisa atinente a tres enti
dades hasta entonces mal diferenciadas de la histeria:
78
iones de alienistas que abarcaban asociaciones de la histeria con
Itomos caracteriales del desequilibrio mental, cuya descripción fue
Mda por Magnan y su escuela, prolongando a Morel, en su “locura
heredo-degenerados”.38 Mitomanía, perversión, erotismo y ninfo-
, actos impulsivos y escandalosos, ideas fijas y obsesivas, celos e
: nada de esto difería de los rasgos del desequilibrio psicopático,
tras que se encontraban numerosos histéricos exentos de esas carac
has y que justificaban el trabajo de rehabilitación desde el punto de
moral”,39 que realizaban con cierto éxito Charcot y sus discípulos.
«—Finalmente, la neurastenia. Charcot hará una descripción de esa
unedad que evidentemente toma como modelo su estudio de la histe-
y que restringe de modo notable su extensión.40 Le reconoció estig-
específicos: cefalea, astenia, raquialgia, dispepsia atónica, insomnio
último un estado mental peculiar consistente en “depresión cere-
I” (abulia, aprosexia, emotividad, tristeza, preocupaciones hipocon-
cas, tendencia a la duda y la ansiedad). Contra ese fondo permanente
destacaban síntomas secundarios accesorios: vértigos, trastornos sen-
•vos (dolores neurálgicos, parestesias diversas, hiperestesias) y senso-
es (sensaciones parásitas: moscas voladoras, zumbido de oídos), mo-
I M I (calambres, temblores), vegetativos (perturbaciones cardiovascula-
•M, respiratorias, genito-urinarias).
Etiología y tratamiento
80
vos métodos sintomáticos (agentes estesiógenos, hidroterapia, ma-
y reeducaciones funcionales).
A ese conjunto se sumó muy pronto un factor que hasta ahora sólo
mencionado al pasar: la hipnosis. Si bien parece que en los primeros
de sus investigaciones sobre la histeria Charcot tenía conocimiento
ese fenómeno, a partir de 1878 comenzó a estudiarlo sistemáticamen-
, y al cabo de poco tiempo los trabajos de toda la escuela de la
ítriére englobaron indisociablemente histeria e hipnotismo. No
nte, preferí empezar desagregando un tanto artificialmente ese con
tó: en efecto, las concepciones doctrinarias de Charcot provienen de
do inequívoco de la primera fase, y el estudio de la hipnosis iba a
tomarlas con mucha rapidez. En mérito a la claridad de la exposición
hacía necesario reservar el problema de la hipnosis, que es el que aho
yamos a abordar.
NOTAS
li J.-M. Charcot: Legons sur les maladies du systéme nerveux (en ade
lante Legons..., que no debe confundirse con Legons du mardi...),
1887, tomo III, págs. 9 y 10.
2, J.-M. Charcot: Legons du mardi á la Salpétriére (1887-1888), citado
en H. Colin: Essai sur l'état mental des histériques, 1890, pág.
76.
3, J.-M. Charcot: Legons..., pág. 77. La oposición de las formas puras y
mixtas, y la descomposición de estas últimas (como lo he señala
do con insistencia en el vol. I) es, por otra parte, un principio bá
sico de la clínica, desde Pinel a de Clérambault, pasando por Freud,
cuyo estudio nosológico de las neurosis sigue siendo un modelo
notable de esa metodología.
4. J.-M. Charcot: Legons..., tomo HI, págs. 10-14.
5, Ibíd., pág. 11.
6. Ibíd.
7. Cf. Freud: “Préface et notes á la traduction de J.-M. Charcot, Legons
du mardi á la Salpétriére, 1887-1888” (1892), Standard Edition,
tomo I, pág. 135.
I, C. Laségue: “De la anorexie hystérique” (1873), en Ecrits psychiatri-
v ques, pág. 134.
9. Cf. Laségue: “De la toux hystérique”,. en Etudes médicales, tomo II,
págs. 1 y 2; del mismo autor: “Des hystéries périphériques”, en
Ecrits psychiatriqu.es, pág. 153.
10. Cf. el célebre artículo de C. Laségue, “Les hystériques, leur perversité,
leurs mensonges”, en. Ecrits psychiatriques, pág. 165.
II. El término es retomado directamente de Brodie y de los autores ingle-
Capítulo IV
EL ESTUDIO DE LA HIPNOSIS
Y LA EVOLUCION DE LA DOCTRINA DE CHARCOT
El magnetismo animal
84
sumamente importante. En efecto, el punto culminante del trata-
llto magnético estaba representado por la “crisis”,2 y al salir de ella
cía la enfermedad que había motivado la intervención terapéutica;
i lo señalaron numerosos observadores de la época, en la mayoría de
Acasos se trataba de una “crisis de nervios”, totalmente análoga a las
Criptas en las afecciones vaporosas.3 Un discípulo de Mesmer, el
¡jués de Puységur, tuvo entonces la oportunidad de observar uoaJotr
?, que el propio Mesmer por otra parte había advertido sin a-
rle importancia: el paciente pareció caer en un estado de sueño pe-
’ en cuyo transcurso siguió en comunicación con su magnetizador;
[estado tenía el mismo valor curativo que la crisis mesmeriana. Puy-
•lo llamó sonambulismo; en adelante, dicho estado iba a ser obje-
>las prácticas e investigaciones de los magnetizadores, que a partir
ices se esforzaron por evitar las manifestaciones convulsivas.
I,, La salida de Mesmer de Francia en 1784, motivada por una firme
i de las sociedades de científicos (después de un examen bastante
fcjetivo de su doctrina y de sus prácticas), y después de la gran revolu-
, sólo permitieron que subsistiera una débil corriente de interés res-
i del magnetismo animal, corriente que iba a expandirse cuando vol-
| la calma con la Restauración. En la primera mitad del siglo XIX el
l i n i m i e n t o magnetista presentaba características bastante homogéneas,
i U trataba de un conjunto de investigaciones, de prácticas de intención
Curativa y de doctrinas explicativas concernientes siempre al sonambu
lismo o “sueño magnético” tal como lo había descripto Puységur. Muy
pronto los magnetizadores describieron diversas variantes de ese estado,
Mgún fuera el adormecimiento más o menos profundo, o en función del
eventual acompañamiento de distintos fenómenos motores (catalepsia,
COntracturas peculiares) y sensitivos (anestesia más o menos completa); i
I veces ciertos procedimientos hacían posible el pasaje de una forma a ii
Otra/ Si bien el magnetismo animal se inició sin duda como terapia, fue
Obra cosa la que sobre todo suscitó el interés y la curiosidad de los mag
netizadores: el sujeto en sonambulismo parecía presentar en grado varia ¡. i
85
y fantástica, pero era ella la que los preocupaba y lo que siempre trataron
de hacer reconocer. Un nuevo examen del magnetismo animal por parte
de la Academia Real de Medicina concluirá en 1840, lo mismo que en
los tiempos de Mesmer, con una condena total y con la asunción de la
sugerencia del informante (que no era otro que Dubois d'Amiens) en
cuanto a que “en el futuro no se responda más a solicitudes de esa natu
raleza”. Naturalmente, la encuesta versó sobre todo acerca de los fenó
menos de la lucidez, y ello por pedido de los propios interesados. Se ne-
cesitará toda la autoridad de Charcot para que el mundo científico5 acep
te, cuarenta años más tarde, que se le vuelva a hablar de sonambulismo.
86
hipnosis: somatistas y psicologistas
87
quienes la buscaban estaban particularmente expuestos a caer en la tram
pa de las sugestiones inconscientes: Charcot y su escuela fueron el e-
| jemplo más evidente.
La segunda corriente, que Barrucand denomina con toda justicia gsi-
cologista, era la heredera de los animistas, y tomó de ellos lo esencial
de su concepción, exceptuando la “lucidez”; se originó un tanto tardía
mente en Nancy con Poincaré (1864) y sobre todo Liebault (1866), del
que será alumno Bemheim. Esos autores consideraban quella hipnosis <>
ra un estado de sueño totalmente idéntico al sueño fisiológico, salvo por
la vigilia parcial de la relación con el inductor. Ese estado de inercia
mental (el estado “hipnotáxico” de Durand de Gros) era provocado me
diante diversas maniobras y sobre todo por la orden de dormir, y dejaba
el cerebro del sujeto abierto a toda sugestión, es decir, a la fuerza de rea
lización propia de las ideas (“ideoplastia” de Durand de Gros, “ideodina-
mismo” de Bemheim), que tendían espontáneamente a realizar su carga
motriz, sensitiva o sensorial, fuera del control inhibidor de la conciencia
despierta. Dfijnodo que la hipnosis era un fenómeno fisiológico que só-
loxeposaba en las leyes habituales, fisiológicas, del funcionamiento
psicológico: la credibilidad (término que Bernheim tomó sin cambios
de Durand de Gros) capaz de asegurar la sujeción del sujeto al hipnotiza
dor, y lajugestionabilidad, es decir la facultad de las ideas de convertir
se de manera refleja en el acto o en la sensación de las cuales no son
más que la huella,11 desde el momento en qu$ queda fuera de juego el
control de las instancias superiores del psiquismo (o de los centros ner
viosos superiores). Finalmente, la hipnosis era sólo un estado que favo
recía la acción de la sugestión, y a su vez inducido por sugestión: todo
se reducía en consecuencia a ésta, es decir a una ley fundamental del
funcionamiento psíquico, el ideodinamismo o automatismo psicológi
co.12 Una posición de ese tipo entrañaba diversos corolarios:
88
tución neuropática) la concepción psicologista tendía a exagerar
rablemente la frecuencia de su obtención (un 3 por ciento de re
os según las estadísticas de Liébault).
«—Llevada a su extremo, esa concepción despojó a la hipnosis de to-
juliaridad: a decir verdad, ya no quedaba en ella nada por observar ni
que sorprendiera. No puede por lo tanto asombrar que entonces, co-
Bemheim en 1897, se le negara todo interés e incluso la existencia,
léndose a ella la psicoterapia sugestiva en estado de vigilia. Así, la
ia de la escuela de Nancy conducirá a la declinación y después a la
ción casi total del interés por la hipnosis y su práctica.
»■
1;.
concepción de Charcot: los tres estados de la neurosis hipnótica
89
una parálisis. La persistencia del sentido muscular, y parcialmente de la
visión y la audición, permite desarrollar por sugestión alucinaciones y
diversos impulsos hacia actitudes o movimientos (en particular las acti
tudes en que se ha colocado el cuerpo sugieren la realización de la expre
sión afectiva correspondiente: las manos juntas conducen a una plegaria
ferviente, etcétera). Pero el sujeto obra como un autómata, sir. voluntad
ni conciencia, y los automatismos inducidos siguen siendo parciales y
limitados.15
—-El estado letárgico se obtiene mediante la concentración de la mi
rada en un objeto o por la presión continua o ligera sobre los globos o-
cujares, o bien, finalmente, cerrando los ojos de un sujeto en catalepsia.
Se trata de un sueño profundo con resolución muscular, ojos cerrados y
en blanco, insensibilidad completa en la piel y las mucosas (los sentidos
pueden subsistir en cierta medida), ineptitud para los fenómenos de su
gestión y de automatismo. Los reflejos tendinosos están muy exaltados
y se observa una hiperexcitabilidad neuromuscular: la estimulación de
los troncos nerviosos, de los tendones, la malaxación de masas muscu
lares determinan contracturas que se pueden resolver mediante estimula
ción de los antagonistas. Es posible provocar una conservación rígida
de las actitudes (estado cataleptoide) que de hecho se reduce al fenómeno
de la hiperexcitabilidad.
—EJ_£{3tado sonambúlico es consecuencia de una excitación senso
rial débil y monótona, a veces por la fijación de la mirada, y finalmente
y sobre todo resulta de los procedimientos sugestivos de los magnetiza
dores;16 también lo determina la fricción de la coronilla de un sujeto en
letargía o catalepsia. El sujeto parece ligeramente adormecido, tiene los
ojos cerrados o semicerrados, con los párpados temblorosos, y presenta
uña analgesia completa de los tegumentos externos y de las mucosas.
Excitaciones cutáneas superficiales (rozamientos, “pases”, soplidos) pro
vocan una contraclura muscular que sólo desaparece por acción de ma
niobras del mismo tipo. Con frecuencia se observa una exaltación nota
ble de ciertos modos sensoriales (sensibilidad de la piel, sentido muscu
lar, vista, oído, olfato), que adquieren una hiperacuidad sorprendente. En
el transcurso del estado sonámbulico el sujeto tiene la mayor sensibili
dad a las sugestiones más variadas, en particular a las verbales: las facul
tades mentales están despiertas, son con frecuencia muy vivas, y el^siye-
to participa enteramente en la realización de todas las órdenes del opera-
dor (por otra parte, puede presentar una fuerte resistencia si la sugestión
choca con su personalidad habitual). Ya no se trata entonces del autóma
ta cataléptico sino de un estado de sumisión a la voluntad todopoderosa
del inductor: “El sonámbulo (...) ya no es una simple máquina. Es el
esclavo de la voluntad de otro, es el verdadero súbdito del operador. Su
automatismo está hecho de servidumbre y obediencia.”17 No obstante,
90
lien la escuela de la Salpétriére pudo citar algunos fenómenos hipnó-
que persistían después del despertar (contracturas, parálisis, aluci-
iones sugeridas), no conocía, por lo menos al principio, las suges-
es poshipnóticas que estudiaron Bemheim y la escuela de Nancy. E-
taguna era muy lógica: siendo la hipnosis concebida como un fenó-
“O objetivo, localizado en el tiempo, dependiente de condiciones pe-
liares, sólo excepcionalmente se podía observar que produjera efectos a
Itanda temporal.
4* —Algunos fenómenos particulares completan esta descripción y a-
ntdan su aspecto neurológico. Por empezar, los diversos estados hip-
rlicos podían localizarse en una sola mitad del cuerpo: abriendo o ce-
0 « i ! o un solo ojo, se obtenía una hemiletargia o una hemicatalepsia.
Por otra parte, si estando el sujeto en catalepsia, se le sugería que ha
d a ra (una enumeración, por ejemplo), cuando le cerraban el ojo derecho
f§ interrumpía, cosa que no ocurría si le cerraban el ojo izquierdo: esto
Confirmaba la localización de Broca; el hemisferio izquierdo, sede del
lenguaje, quedaba paralizado al cerrarse el ojo del otro costado. Final
mente, tomemos nota del carácter extremadamente concreto de los fenó
menos descriptos: las contracturas determinadas por la hiperexcitabilidad
neurológica estaban tan estrictamente localizadas, que gracias a ellas se
podían estudiar las distribuciones nerviosas tan bien como por medio de
UTOaplicación localizada de comente eléctrica; las alucinaciones obede
cían a leyes físicas: la lupa las aumenta, el espejo las refleja, el prisma
lis desdobla... En ciertos alumnos de Charcot, muy crédulos, como
Chambard, Luys y muy pronto Richet, la aparición de fenómenos cada
vez más extraordinarios al cabo de poco tiempo dará lugar a la creencia
en la lucidez de los sonámbulos, bajo la forma de investigaciones parap-
Sicológicas.
Desde luego, los tres estados típicos del “gran hipnotismo” eran ra
ros: habitualmente se encontraban más bien formas desdibujadas, mixtas
(pequeño hipnotismo). Richet admitió no haberlos “encontrado casi en
seis años (...) más que en siete u ocho enfermas, afectadas todas de gran
histeria”;1S además reconoce ingenuamente que “incluso en los casos
más completos que he tenido la oportunidad de observar, no siempre
presentaron todos los fenómenos, desde el inicio de las experiencias, las
características de nitidez y precisión que hemos verificado más tarde. Po
co a poco, a través de la repetición de las experiencias, los sujetos de al
guna manera se perfeccionaron”. Rechaza igualmente “la participación
consciente del sujeto (...) la superchería y la s i m u l a c i ó n ”, y es suma
mente probable que tenga razón respecto de esto. P. Janet, más de treinta
aflos después, logrará resolver el misterio del origen de los tres estados
de Charcot:20 poniendo en duda también él cualquier engaño por parte de
los sujetos, y, desde luego, del propio Charcot o de sus discípulos, de
muestra la existencia de elementos básicos de la concepción de los tres
estados en las observaciones de los antiguos magnetizadores, la influen
cia sobre Charcot de estos últimos a través de viejas enfermas de la
Salpétriére magnetizadas en la generación anterior, y la gravitación dis
creta de un magnetizador, el marqués de Puyfontaine, que guiaba los in
tentos de los internos y de los jefes de la clínica del maestro.21 El resto
era cuestión de educación inconsciente y de sistematización fortuita, co
mo involuntariamente lo indica el propio Richer.
De modo que, en la concepción de Charcot. la hipnosis era lina neu
rosis artificial de esencia histérir-a Así, los histéricos eran los sujetos en
los cuales las manifestaciones hipnóticas se presentaban de modo más
nítido y, como lo hemos visto, los estados nosológicos típicos sólo se
observaban en sujetos afectados de gran histeria. Por otra parte, la escue
la de la Salpétriére se esforzará, con éxito, en poner de manifiesto las
numerosas correlaciones existentes entre ambas neurosis: frecuencia de
los fenómenos espontáneos de tipo hipnótico en la histeria (ataques de
letargía, de catalepsia, de sonambulismo, puros o asociados con las for
mas típicas del acceso); semejanza de los trastornos anestésicos en los
dos estados; identificación de los fenómenos hipnóticos neuromusculares
con la “diátesis de contractura” histérica; existencia de zonas “hipnóge
nas” según el modelo de las zonas “histerógenas” y a veces coincidentes
con estas últimas: asimilación,22 en fin, del sonambulismo, de las fases
tercera y cuarta del gran ataque histero-epiléptico (actitudes pasionales y
delirio) y de los casos de desdoblamiento de la personalidad o de persona
lidades alternantes descriptos desde la célebre observación de la Felida de
Azam23 y desde entonces anexados a la histeria (“vigilambulismo histé
rico”).
92
asculina, en la que puso de relieve ciertas características específicas:
“ J ominio de las formas desdibujadas, sin las grandes crisis clásicas de
neurosis, con una mucho mayor frecuencia de sintomatología de as-
,to más trivialmente neurológico (estigmas, parálisis y contracturas);
^tenacidad de los síntomas que sólo en pequeña medida presentaban las
Características de inestabilidad y movilidad habitualmente atribuidos a las
manifestaciones histéricas; personalidad psicológica muy alejada de la
descripta tradicionalmente (se trataba con frecuencia de hombres del pue
blo, trabajadores robustos y en absoluto emotivos por costumbre); fi
nalmente, frecuencia del desencadenamiento de los síntomas por influen
cia de un factor traumático (accidente de trabajo, en la vía pública, fe
rroviario, riña, etcétera).
—Ese último punto iba a llevar a que se tomara posición respecto de
un problema de primera importancia en el plano médico-legal: el de la
“neurosis traumática”, expresión que Oppenheim acababa de proponer
para designar los trastornos nerviosos secundarios a los accidentes de
ferrocarril y de otras catástrofes, trastornos que en los países anglosajo
nes, desde el trabajo de Erichsen (1866) eran conocidos con el nombre de
railway spine. En esos síntomas típicos Charcot reconoció inmediata
mente la histeria: eran hemianestesias, anestesias sensoriales, estrecha
mientos del campo visual, trastornos motores en el nivel de las extremi
dades, pesadillas que reproducían el recuerdo del accidente (equivalentes a
la tercera fase del gran ataque). Los argumentos de Oppenheim tendientes
a diferenciar ese estado de la histeria no resistían a la crítica, sea que se
tratara de la fijeza desesperante de los síntomas (frecuentes en el hombre
histérico y de ningún modo rara en la mujer histérica), del estado mental
depresivo peculiar de los enfermos, debido a la presencia de un síndrome
neurasténico sobreañadido (cefalea, vértigos, insomnio, fatiga y aprose-
xia, nerviosismo intenso), o de la presunta incurabilidad (la cual, según
lo demostró Charcot, era muy relativa).25 Los autores alemanes perma
necerán bastante reticentes ante ese análisis; reconocieron rápidamente el
parentesco de histeria y neurosis traumática, a continuación del propio
Oppenheim (1888).26 Veremos el análisis por Charcot del rol del
“shock nervioso” en la génesis de ese tipo de trastorno. Sobre todo en lo
inmediato, la anexión a la histeria de las neurosis traumáticas tuvo el e-
fectode poner de manifiesto la frecuencia de la enfermedad en el hombre:
ki escuela de la Salpétriére terminará por encontrarla tan frecuente como
en la muier~~
— Aparentemente el refinam íp.ntn del análisis semiológico comenzó-
en la misma época a permitir una cierta diferenciación de los síntomas
histéricos y orgánicos, a ue hasta ese momento (como ya lo hemos vis-
Charcot consideraba idénticos. En su análisis de los síndromes histe-
93
ro-traumáticos, puso de relieve, en efecto, diferencias características to
cantes a la distribución de las parálisis, contracturas y anestesias: lími
tes nítidos, delimitación por líneas circulares perpendiculares al gran eje
de los miembros (disposición “en manguito” o “en brazalete”); superpo
sición completa de los trastornos motores y sensitivos; observó, por o-
tro lado, la ausencia o debilidad de la repercusión trófica de las parálisis
en el nivel de los músculos (atrofia muy limitada, ausencia de degenera
ción objetivada por las reacciones eléctricas) o de la piel. Esos caracteres
diferenciaban absolutamente los trastornos histéricos de los trastornos
orgánicos homólogos, fueran ellos de nivel espinal o cerebral. En ade
lante veremos a la escuela de la Salpétriére esforzarse en oponer las dos
series semiológicas, con cierto éxito: Babinski habrá de perfeccionar el
edificio en los últimos años del siglo, después de la muerte del maestro.
— Finalmente, la prosecución de experimentaciones bajo hipnosis
hizo posible algo que hay que considerar un hallazgo inesperado, aunque
sólo tenía sentido en el contexto que acabamos de estudiar. En efecto,
los síndromes sensitivos y motores obtenidos por sugestión en el curso
del estado sonambúlico demostraron ser, desde el punto de vista semio-
lógico, exactamente idénticos a los trastornos histéricos espontáneos,
en particular a los síntomas homólogos de las neurosis traumáticas.
94
t no iba a dejar de explotar, no le impidió mantener intacto el e-
io doctrinario erigido en los años 1870-1880. Así, continuó hablan-
de una lesión dinámica de asiento cortical para fundamentar fisiológi-
ente los trastornos, que al mismo tiempo analizó en términos psico
lógicos y que se esforzará en curar mediante procedimientos sugesti-
. Ello, por tres grandes razones:
95
mente: “Estos estudiosos (...) confirman un pensamiento con frecuencia
expresado en nuestras lecciones, a saber, que la histeria es en gran parte
una enfermedad mental.” En su último y muy notable artículo (“La foi
qui guérit”, 1893), Charcot estudió el mecanismo de las curaciones mi
lagrosas, a través de diversos documentos históricos; en ellos volvió a
encontrar la sintomatología histérica y subrayó su sensibilidad a la tera
pia sugestiva: “Los histéricos presentan un estado eminentemente favo
rable a la faith-healing [curación por la fe], pues son sugestionables en
el más alto grado, sea que la sugestión se ejerza mediante influencias ex
teriores, sea, sobre todo, que ellos mismos presenten los elementos tan
poderosos de la a u to s u g e s tió n .”32 Como vemos, se aproximaba a las.te
sis de Japet y a las que muy pronto sostendría su fiel Babinski, es decir
a una integración de las investigaciones de la Salpétriére con las críticas
y los trabajos d e Bemheim.
Queda para nosotros interrogarnos brevemente sobre el valor de los
pacientes estudios clínicos de la Salpétriére. La rueda de la historia giró,
en efecto, con mucha rapidez, y si bien la entidad de Charcot fue pronto
desmembrada, uno no puede sino interrogarse sobre los múltiples térmi
nos que, treinta aflos más tarde, recubrían los restos de la neurosis: “psi-
coneurosis” diversas, trastornos “funcionales”, “fisiopáticos” (Babinski),
síndrome “subjetivo” de los traumatizados, tetania-espasmofilia, incluso
numerosas enfermedades psicosomáticas, catatonías, accesos delirantes,
esquizofrenias agudas o confusiones mentales. Es indudable que en ese
plano se produjo una regresión, y que con un poco de prisa se arrojó al
bebé con el agua del baño. Todo lo que parecía insensible a la sugestión,
todo lo que no tenía un aspecto semisimulado, dejó de ser histérico. Es
to significaba olvidar que, si bien Charcot y sus discípulos se encarniza
ron en sistematizarlo todo, deseando convertir la histeria, a imagen de la
epilepsia, en “una evolución cíclica determinada por un simple automa
tismo nervioso”,33 y si bien ignoraron la importancia de la sugestión,
de la imitación y del adiestramiento, por lo demás observaron con cuida
do y perfección, poniéndose al abrigo de la simulación. Significa asi
mismo descuidar el hecho de que la sugestión actúa en los dos sentidos,
y que hacer confesar a un histérico que ha simulado o que simula, obte
ner pruebas flagrantes del carácter “voluntario” de los síntomas, equivale
con frecuencia a sugerirle una actitud conforme al deseo del observador y
lograr la realización de ese deseo, i
En resumen, si se deja de lado el aspecto sistemático de los trabajos
de la Salpétriére, queda un conjunto de “piezas separadas” impresionante,
series notables de observaciones, un estudio clínico inigualado de los fe
nómenos histéricos. Aparentemente, sólo dos autores mantendrán ese
juicio después de la muerte de Charcot: es cierto que se trató de Sigmund
Freud y Picrrc Janet...
96
NOTAS
97
Capítulo V
100
y sus efectos terapéuticos (práctica pública, con enfermos ya forma-
ftnte los nuevos, etcétera). A Freud lo impresionará el “clima suges-
mantenido en Nancy, lo mismo que la confidencia que le hizo
eim, en cuanto a que lograba sus mayores éxitos en el hospital, y
I la práctica privada.
CSde su primera obra, que data de 1884 (habían transcurrido enton-
’dos afios desde que se encontró con Liébault y practicaba la hipno-
, Bemheim describió toda la gama de los fenómenos de la sugestión
oriales, motores, actos amnésicos, retroactivos) e insistió en parti-
_en la importancia de los efectos viscerales susceptibles de obtener-
por medio de sugestiones poshipnóticas, capaces de actuar al cabo de
lapso considerablemente prolongado, lo mismo que en las sugestio-
éíí estado de vigilia, las cuales, en los individuos ya habituados a e-
prácticas, eran con frecuencia tan eficaces como las realizadas bajo
pnosis. De modo que progresivamente prescindirá de la hipnosis, para
cticar una psicoterapia exclusivamente sugestiva.
Cauteloso al principio, Bemheim se convirtió rápidamente en un crí-
) abierto de la Salpétriére: los fenómenos que cuestionaba le parecían
II fruto de un adiestramiento sugestivo, de un entrenamiento, y según él
(10 ge los encontraba nunca si se tomaba la precaución de evitar provo
carlos. Después extenderá esta interpretación a la mayor parte de los fe
nómenos histéricos descriptos por Charcot y su escuela (estigmas, des
niegue de las fases de la gran crisis, acción de los metales y agentes es-
iBliógenos), denunciando la “histeria de cultivo” de la Salpétriére. Me
diante una serie de experiencias iba a demostrar entonces no solamente
que los síntomas de que se trata no se observaban si no se provocaba su
¿parición con investigaciones inhábiles, sino sobre todo que la suges
tión deliberada permitía fabricarlos a voluntad y a diestra y siniestra. Por
BRBmás, los histéricos conservaban siempre un resto de conciencia y de
iScfóez , incluso durante los ataques más intensos, y era en esos momen-
íntre otros) cuando se les sugería cualquier cosa.
Bemheim propuso entonces una concepción mucho más restringida
déla histeria, reducida a las diversas variedades de crisis y a los grandes
ÉCCidentes motores y psíquicos descriptos clásicamente. Formuló una
interpretación muy claramente heredada de Briquet: la histeria era sólo u-
na manifestación emocional hipertrofiada, una psiconeurosis emotiva;
reposaba en la puesta en juego de un montaje psico-fisiológico, el “apa
rato histerógeno”, cuya función era la expresión de las grandes manifes
taciones afectivas, y que en ese caso se encontraba “muy desarrollado y
fácil de conmover (...) particularmente sensible”;4 esa “histerizabilidad”
» acrecentaba y perfeccionaba por medio de la repetición (que después
A d ía activarse por simple asociación mnémica). En cuanto al resto de
lo que hasta ese momento se denominaba histérico, en particular los es
101
tigmas, se trataba esencialmente de múltiples “psiconeurosis sugesti
vas”, originadas en una sugestión externa o en la autosugestión.
No es difícil advertir que nada de esto presentaba un gran interés. La
obra de Bemheim tuvo una importancia esencialmente crítica, negativa:
Bemheim realizó realmente su trabajo histórico acelerando la descompo
sición de la doctrina de Charcot; es preciso retener sobre todo sus innu
merables experiencias de sugestión5 y en especial las contraexperiencias
destinadas a demoler los trabajos de la Salpétriére. Por lo demás, cuando
los hechos le dieron la razón y la victoria de Nancy fue completa, él
mismo cayó rápidamente en el olvido: para reemplazar el edificio impo
nente erigido por Charcot sólo podía ofrecer finalmente una doctrina
muy pobre, con frecuencia totalmente verbal, abarcada por completo en
el concepto de “sugestión”. Pero le abrió el camino a Babinski para la
muy notable concepción que impuso en la década de 1900, en reemplazo
de la de su maestro Charcot.
Babinski
A. Su metodología y el pitiatismo
102
(y no una flaccidez hipotónica homolateral), o en el de la marcha del
ipléjico verdadero que, proyectando delante de sí la pierna enferma,
Circunducción, camina “guadañando”, mientras que el hemipléjico
lírico, aiTastra el pie paralizado, con el cual barre el suelo:10 asimis-
eran numerosos los caracteres que diferenciaban el mutismo histéri-
í e las afasias de emisión.11 Babinski prosiguió ese trabajo después de
muerte del maestro, con reglas metodológicas rigurosas:12 considera-
esencial distinguir los síntomas subjetivos, acerca de los cuales el
CÓ sólo recibe información por intermedio del enfermo (sensaciones
nómenos mentales), de los síntomas objetivos, que son los únicos
íptibies de verificación. También le parecía esencial oponer, entre e-
sfntomas objetivos, aquellos que la voluntad puede reproducir, y los
~ es impotente para imitar, que son los únicos capaces de asegurar cer-
bre clínica, en particular en el plano médico-legal.
Así se vio llevado a definir un cierto numero de signos clínicos, en
particular el que lleva su nombre,13 que no pueden ser reproducidos vo
luntariamente más que de una manera muy grosera, y que indican con
CCrteza’ía existencia de una lesión neurológica. A contrario, los sínto-
OpuMhistéricos adquirían una coherencia clínica que en 190114 le permi-
tijjprqponer la definición siguiente de las grandes manifestaciones de la
ngjirosis (crisis, parálisis, contracturas, trastornos sensitivos y sensoria-
¡ "La histeria es un estado psíquico especial que se manifiesta princi- >
pálmente por trastornos que se pueden denominar primitivos y acceso
riamente por trastornos secundarios. Lo que caracteriza los trastornos
primitivos es que resulta posible reproducirlos por sugestión en ciertos
mjetos, con una exactitud rigurosa, y hacerlos desaparecer por medio de
ÚÜCñHuencia exclusiva de la persuasión. Lo que caracteriza los trastornos
secundarios es que están estrechamente subordinados a los trastornos pri
mitivos.”15
El status clínico de los trastornos histéricos, cuyo origen es siempre
Wgestivo (sugestión externa o autosugestión) queda así muy precisa
mente determinado: se trata del campo de los fenómenos psíquicos, en el
sentido de aquello a lo cual la conciencia y la voluntad pueden estar liga
das, que se limita al dominio de las ideas y de las representaciones men
tales (representaciones del ámbito de la percepción o del acto). Ello con
éxcepción de los trastornos secundarios (del tipo de la fusión muscular
generada por una parálisis, etcétera), que por lo demás son inconstantes
y de poca importancia. Una definición tal no podía abarcar más que a u-
na parte de lo que Charcot incluyó en la histeria, pero el “pitiatismo”
(curable mediante la persuasión) reagrupó los fenómenos más caracterís
ticos y más clásicos de la neurosis (crisis, trastornos motores y senso
riales) y Babinski observa que, de todas maneras, su coherencia empírica
y conceptual justifica el aislamiento nosográfico de la entidad y un tra
bajo de desmembramiento que emprende en seguida;16
105
no le impedirá ambular evitando todos los obstáculos, a diferencia de lo
que ocurre cuando el trastorno es orgánico. Todo ello asemeja la histeria
a la simulación, y acostumbro decir que el histérico es un semisimula-
dor.”22 No obstante, Babinski tiene claramente presente que el enfermo
no es consciente de sus trastornos, que solamente se comporta como si
tuviera conciencia de ellos: con frecuencia lo describe como un simula
dor inconsciente o más bien subconsciente, semiconsciente. Para él el
hecho es claro desde el punto de vista clínico, pero sin embargo carece
de las nociones psicológicas que le permitirían pensar una paradoja de e-
se tipo. Así, para diferenciar al simulador del histérico, lo único que
propone es el criterio de la impresión moral y del olfato del médicp.
De modo que, cuando Dupré y su alumno Logre vincularon la histe
ria —en tanto que simulación inconsciente— con la mitomanía y los
delirios de imaginación (mitomanía delirante, es decir también incons
ciente) que acababan de describir (1910), se limitaban a extraer la lección
de los estudios de Babinski, incorporando definitivamente la histeria a la
psiquiatría, como forma de la patología constitucional. “La psiconeuro-
sis histérica, por lo común somática en su expresión, es esencialmente
psíquica en su determinismo. Ella realiza afecciones seudoorgánicas, que
indican menos la competencia del neurólogo que la del psiquiatra.
”La histeria, que expresa, en un dominio especial, el desequilibrio_de
la imaginación, aparece como una variedad de la mitomanía. En el histé
rico, lo mismo que en el mitómano, se observa una mezcla íntima de
credulidad y mentira. Esa aproximación permite captar aun mejor la na
turaleza, aparentemente singular y desconcertante, del estado mental de
los histéricos, que nunca parecen totalmente conscientes ni totalmente
inconscientes de su comedia patológica, que a la vez padecen y organi
zan. Como la mitomanía, la histeria es un síndrome rico en reacciones
interpsicológicas: la imaginación del sujeto es particularmente impre
sionada por las reacciones dramáticas de quienes lo rodean, quienes a su
vez le aportan al histérico la complicidad inconsciente de su sorpresa in
genua y su solicitud intempestiva. En el histérico, como en el mitóma
no, se encuentran sugestionabilidad y tendencia a enriquecer el tema su
gerido, según sean el temperamento individual, los allegados, las cir
cunstancias, etcétera.
”La histeria, especie del género mitomanía, se caracteriza por la ten
dencia, más o menos inconsciente e involuntaria, a la simulación de en
fermedades. La histeria es una mitomanía de síndromes. Para que esta
fórmula sea exactamente aplicable a la histeria, conviene especificar que
en este caso se trata de mitomanía más o menos inconsciente, y pertene
ciente, en consecuencia, a la misma familia nosológica que los delirios
de imaginación. Por otra parte, el síndrome es realizado por el enfermo
directamente en sí mistral, en virtud de esta psicoplasticidad mitopática
106
caracteriza esencialmente la histeria, y que se podría designar con el
bre, a la vez brave y claro, de mitoplastia.”23
‘De modo que con Babinski y Dupré la histeria encontró su justa ubi-
nosológica, al mismo tiempo que se sacaron a luz sumariamente
mecanismos psicológicos y la función de sus síntomas. No obstan-
,'en varios puntos se trataba de una concepción estrecha y reduccionis-
Por otra parte, basta con considerar en qué punto se encontraba el de
bate treinta años más tarde para verificar una vez más que no hay clínica
posible sin un mínimo de sostén conceptual. En el curso de la década de
1930, en efecto, diversos autores propondrían una nueva teoría neuroló-
gica de la histeria (Pinel, Marinesco, Titeca), ¡pues creían haber demos
trado el carácter objetivo, en consecuencia material, de ciertos sínto
mas! Así, la anestesia histérica podía presentar algunas características
que la convertían en un síntoma biológico “real”: un estímulo doloroso
BO provocaba reflejos vegetativos, ni despertar durante el dormir, ni per
turbación electroencefalográfica, cuando se lo aplicaba en la zona anesté
sica de ciertos histéricos. Para restablecer la validez de lo que creían era
la tesis de Babinski, H. Gastaud y su alumno J. Boisseau publica
ron26 una serie de protocolos de experiencias realizadas en este último,
cuya notable resistencia al dolor permitió la reproducción exacta de las
“proezas” de los histéricos. De ese modo demostraban el “origen simula
do” de la anestesia histérica y “la exactitud de la concepción del pitiatis-
mo de nuestro aflorado maestro Babinski”...27 Por otra parte, el contra
sentido está claro desde las primeras páginas, en virtud de que, en la defi
nición del pitiatismo, la expresión “reproducible por sugestión” aparece
reemplazada por “reproducible por la voluntad”...28
Sin embargo, desde hacía ya mucho tiempo, quince años antes que
I * Babinski, P .Jaaet se había esforzado por salir de los atolladeros del car
tesianismo (oposición de lo psíquico consciente y lo somático incons
ciente) y, abordando el problema de la histeria desde el ángulo más ta
jante, comenzó a elaborar una teoría estructural de carácter a la vez psí
quico e inconsciente de los fenómenos determinantes de los síntomas de
la neurosis. Pero el edificio que erigía, si bien por cierto no estaba de
todas maneras al abrigo de las críticas, era demasiado complejo, dema
siado teórico para el gusto de los clínicos franceses, positivistas desde
siempre.
108
itir a Janet una evolución psicopatológica extremadamente fecunda,
ento de una obra inmensa y apasionante, de la que aquí sólo exa
mos el inicio todavía modesto.30
)¡t Por la vía de la experimentación,31 Janet empezó por demostrar que
fenómenos histéricos de apariencia neurológica (anestesias, parálisis,
~esias) dependían de una disociación de la personalidad y no de una
1 tdera afección funcional: en realidad, el miembro anestesiado o el o-
CÍego siguen percibiendo las sensaciones; resultaba posible recordarlas
lo hipnosis, incluso objetivarlas en el instante mismo en que se pro-
CÍan mediante diversos procedimientos a veces ingenuos (por ejemplo
testimonio escrito obtenido del miembro anestesiado —escritura auto-
ática— sin que el sujeto consciente tuviera conocimiento de él). El
m odelo de esta concepción era por otra parte clásico: la sugestión pos-
bipnótica (ejecución de una tarea después del despertar) señalaba la exis-
Uncia de una parte disociada de la personalidad, que recibía la orden hjp-
aótica y conservaba su conocimiento durante toda la fase de “latencia”
interior en el sujeto despierto a la ejecución de un acto del que no tenía
ninguna conciencia y para el que con frecuencia forjaría una explicación
racionalizante a posteriori. De modo que en realidad los fenómenos psi-
cológicos elementales implicados en los síntomas existían siempre; el
gobierna residía en que se añadían a la personalidad consciente, a la
ffatesis personal: persistían en estado subconsciente (término que Janet
p&fería al de inconsciente, que le parecía demasiado tajante). El estudio
de los casos famosos de “personalidades alternantes”, llamados desde
Charcot sonambulismos espontáneos, en los cuales en el mismo sujeto
le turnaban varios personajes de características diferentes que no tenían
en sus memorias los mismos recuerdos (cf. Anna 0 ...)/lo mismo que el
examen del sonambulismo hipnótico provocado, parecían apuntar a un •
mismo fenómeno32 en una forma más completa: síntesis personales
múltiples, que se sucedían, alternadas, compitiendo entre sí. Con tales
Existencias psicológicas sucesivas” estaban vinculados numerosos fe
nómenos histéricos, como “existencias psicológicas s im u ltá n e a s coe
xistiendo con la personalidad consciente, una subpersonalidad subcons
ciente mantenía entonces bajo su dependencia los fenómenos mórbidos,
percibía las sensaciones de las zonas anestésicas, recordaba aconteci
mientos cubiertos por la amnesia, podía movilizar los músculos parali
zados, etcétera. También era posible, por otra parte, objetivarla artifi
cialmente: Janet entraba en contacto con ella mediante procedimientos
diversos, entre ellos la escritura “automática” y sobre todo la hipnosis
(la cual permitía el diálogo y muchas veces poner de manifiesto una ver
dadera “personalidad segunda”); una crisis espontánea solía dar, por otra
Jtorte, los mismos resultados: simultáneo o sucesivo, el fenómeno era i-
óéntico.33 Esa subpersonalidad tenía no obstante una extensión variable:
109
por cierto, podía alcanzar el grado de cohesión de la personalidad cons
ciente y entrar en competencia con ella, como en los casos de personali
dades alternantes; lo más frecuente era que fuera notablemente más res
tringida, a veces reducida a automatismos reflejos bastante elementales.
Los fenómenos de sugestión tomaron entonces su verdadera signifi
cación: consistían en utilizar una disociación ya existente de la persona
lidad, una subpersonalidad ya presente, o con frecuencia en provocar su
formación utilizando la capacidad de ciertos sujetos para presentar tales
estados, capacidad que justamente parecía definir la histeria. La hipnosis
resultaba entonces un estado facilitador, pero, en tanto que disgregación
provocada, pertenecía evidentemente al mismo tipo de fenómenos: la
histeria y el hipnotismo, como lo enseñaba Charcot, reposaban sobre u-
na misma base.
El análisis de la mayoría de los síntomas histéricos, en consecnen-
cia, sacó a luz la existencia de “un sistema psicológico” syksonscisnte
que los determinaba: ese sistema estaba compuesto por ideas fijas
(“complejos” freudianos), conjuntos, de pensamientos y recuerdos de
fuerte carga emocional, cuyo -contenido explica la naturaleza y la distri
bución de los síntomas, pn 1? medida-misma en que éstos son su repre-
-sentación m ás o menos directa. Diversos procedimientos permitían sacar
) a luz las ideas fijas: con frecuencia aparecían claramente en los ataques
de histeria o durante el sonambulismo hipnótico,34 pero también se ma
nifestaban en los sueños, en la escritura automática y en el crystal ga-
zing (método proyectivo que utiliza una superficie brillante moderada
mente iluminada en la que el paciente veía desfilar diversas alucinaciones
¿significativas). De modo que Janet publicó desde .1886 varios “análisis
psicológicos” de grandes casos de histeria,35 de un carácter perfectamente
comparable con el de los que Breuer y Freud habrían de exponer en Etu
des sur Thystérie [Estudios sobre la histeria], No obstante, su concep-
ción general hacía que operara de manera diferente en el plano terapéuti-
co, y que no prestara ninguna atención a la “catarsis”: trataba deshacer
desaparecer las ideas fijas mediante sugestión o, si esto revelaba sqtíd-
suficiente, las disociaba pieza por pieza, reemplazando los recuerdos
traumáticos por eleméntos anodinos sugeridos.36
La constitución de las ideas fijas explicaba en consecuencia lo que
Charcot denominó accidentes histéricos: parálisis, contracturas, tics y
grandes movimientos coreiformes, ataques 37 fenómenos hipnóticos y
sugestivos (ideas fijas provocadas). Janet pieftsa sin embargo que cierto
número de síntomas, para los cuales, conserva el nombre de estigmas, no
pueden explicarse de esa manera, aunque también sean psicológicos: en
tiende que las anestesias, las amnesias, las catalepsias, con frecuencia,
sobre todo en los casos recientes, no dependen de ninguna idea fija, sino
que traducen más bien el carácter psicológico fundamental de la histeria:
110
posibilidad de distraer el campo de la conciencia, el estrechamiento de
campo, que también se pone de manifiesto en ciertas peculiaridades
lógicas (modificaciones del carácter, abulias) que Janet añade a los
Igmas.
El campo de la conciencia representa “el número más grande de
fMtómenos simples o relativamente simples que pueden ser reunidos en
(•da momento, que pueden ser simultáneamente vinculados a nuestra
personalidad en una misma percepción personal”.38 La .lusteria constitu
ya una manifestación de un agotamiento mental peculiar, constitucional
Q&douirido. que se revela en la “impotencia del sujgtopara reunir, con
f e s a r sus fenómenos psicológicos. q f f l # r l o s a su personalidad”. ^
fLas cosas ocim encom o si los fenómenos psicológicos elementales
füeran tan reales y numerosos como en los individuos más normales,
pero (también como si) debido a una debilidad peculiar de la facultad de
tíntesis, no pudieran reunirse en una sola percepción, en una sola con-
eTenria nersonal.”40 Así, “un cierto número de fenómenos elementales,
sensaciones e imágenes, dejan de ser percibidos y parece?; su ■dos de
ia percepción personal; de ello resulta una tendencia a la división perma-
nente y completa de la personalidad, a la formación de varios grupos in
dependientes entre sí: esos sistemas de hechos psicológicos se alternan,
unos detrás de otros, o coexisten; finalmente, esa falta de síntesis favo
rece la formación de ciertas ideas parásitas que se desarrollan por com
pleto v aisladamente. ¿1 abrigo del control de la conciencia personal, y
que se manifiestan en los trastornos másdivei > 41
Es necesario precisar que esta concepción de la histeria (que, como
veremos, está muy cerca de la de Breuer) se basa en una teoría psicológi-
ca ya muy elaborada, inspirada en Spencer y Jackson (vía Ribot)42 pero
también en la tradición espiritualista. Dicha concepción oponía las_acti-
vidades psicológicas inferiores, de tipo reflejo o automático, regidas por
las leyes de la asociación, a ■ vid£ int a ' 3 la cc iciaque,
en su tensión adaptativa, efectúa siempre nuevas síntesis de los elemen
tos psicológicos (percepciones, actos, recuerdos, hábitos adquiridos),
síntesis que a continuación se convertirás en hábitos y después en auto-
matismós~quéaigún día la conciencia podrá desmontar o reunir en una
síntesis más vasta. Las formas de la debilidad o del debilitamiento, de la
“pobreza psicológica” (histeria, psicastenia y otras psiconeurosis) se ca
racterizan por nnfl dfomnuciiSn de la faculti- • isy u r.. liberación
de las formas psicológicas inferiores, automáticas y poco adaptativas ? 3
Por otra parte, hay que precisar que, si bien la histeria es una enfer
medad mental, no se deben olvidar sin embargo “los numerosos sínto
mas orgánicos que presentan esos enfermos”,44 síntomas que recuerdan
que se está ante una enfermedad cerebral. Trastornos viscerales, vaso
motores, tróficos, aunque frecuentemente son sin duda consecuencias de
111
ideas fijas, en particular por el rodeo de la reproducción de manifestacio
nes emotivas,45 apuntan asimismo a un fondo de desequilibrio fisioló
gico al que Janet se refiere vagamente, pero que de inmediato recuerda el
antiguo “nerviosismo” que todos los observadores habían reconocido co
mo la base de la afección.
* • De modo que, en su punto de partida, la histeria se manifiesta por u-
na disminución del campo de conciencia; al no poder tomar en cuenta el
conjunto de las percepciones, de los recuerdos, de los actos motores, la
enferma adquiere el hábito de pasar por alto algunos, y así se constitu
yen los primeros estigmas, de los que el sujeto suele no tener concien
cia, tal como lo habían subrayado Charcot y sus alumnos. Esos sínto
mas no tienen por lo'tanto correlato ideico subconsciente, sentidos; su
localización quedará explicada más bien por hábitos o consideraciones
prácticas: negligencia respecto de las percepciones táctiles (tendencia a
las anestesias), en beneficio de las visuales, descuido del costado izquier
do en beneficio del derecho, etcétera 46 Esta tesis es coherente con las
posiciones doctrinarias de Janet y con su fidelidad a Charcot; ya lo opo
nía a Breuer y Freud47 de una manera homologa al diferendo que después
separará a estos últimos. Dicha tesis, en cambio, le permitía enfatizar
las características de la personalidad de sus enfermos y, en ese plano, las
observaciones de Janet sobre los histéricos primero, y sobre los psicas-
ténicos muy pronto, iban a procurarle una ventaja de décadas respecto del
psicoanálisis, sobre todo en el aspecto clínico 48
Así, Janet insistió en:
112
— Su trastorno de carácter. “Sus entusiasmos pasajeros, sus desespe
raciones exageradas y pronto consoladas, sus convicciones no razonadas,
IBS impulsos, sus caprichos, en pocas palabras, ese carácter excesivo e
inestable nos parece depender de un hecho fundamental: ellas se entregan
por completo a la idea presente, sin ninguna de las reservas, de las res
tricciones mentales que dan al pensamiento su moderación, su equilibrio
y sus transiciones.”50 Es también el estrechamiento del campo de con
ciencia lo que explica el carácter inestable y contradictorio de los histéri
cos; cada nueva impresión borra bruscamente cualquier otra idea, sin ser
ISSitrabalanceada por nada, y se manifiesta de inmediato. Pero detrás de
esa aparente fluidez, Janet pone de manifiesto el fondo de vacío emocio
nal, indiferencia y apatía, de retracción egoísta, y la importancia de la
depresión: “Todas las enfermas de las que he hablado están tristes y,4e-
ígsperadas; el tedio continuo, el cansancio de vivir, el miedo, los terro
res, la desesperación extrema: eso es lo que expresan ininterrumpida
mente. Los estallidos de alegría loca son accidentes en medio de una
tristeza muy monótona.”51 Las emociones ruidosas revelan entonces ser
é gidas, estereotipadas, monótonas; por lo demás, el ensueño se con
vierte en la actividad principal, casi permanente, de esas enfermas siem
pre distraídas (en lo cual se originan numerosas ideas fijas).
113
Janet derivaba directamente de su concepción general de la enfermedad.
Sacar a luz y disociar las ideas fijas constituía para él un momento esen
cial del tratamiento: en efecto, si bien la formación de tales ideas era
consecuencia directa de la debilidad de la síntesis mental, él estaba segu-
ro de que a continuación la agravaban intensamente al absorber una gran
parte de la energía psíquica, provocar incesantes estados disociativos y
finalmente agotar a un enfermo ya debilitado. De modo que era absoluta-
mente necesario descubrirlas y destruirlas; hemos visto que en lo que
concierne a este último punto, Janet utilizaba métodos peculiares y no
pensaba “que la curación fuera tan fácil ni que bastara hacer expresar la i-
dea fija para removerla”54 (respecto de la catarsis de Breuer y Freud). Las
indicaciones del tratamiento general, que apuntaban al fondo “diatésico”
de la enfermedad eran más triviales: tónicos, hidroterapia y masajes, a-
gentes estesiógenos, sueño prolongado e hipnosis, aislamiento; a ello se
agregaba una dirección moral y una simplificación del régimen de vida
(eyitación de las situaciones demasiado complejas, demasiado ricas en e-
mociones) que se integraban en lo que veinte años más tarde Janet deno
minaría “economías psicológicas”.55
NOTAS
114
rientaciones opuestas y complementarias que, según lo he expues
to en mi obra anterior, entiendo que caracterizaron a las escuelas
clínicas alemana y francesa.
9. Cf. J.-M. Charcot: Clinique..., tomo I, lección 14, pág. 285.
10. Ibíd., lección 18, pág. 363.
11. J.-M. Charcot: Legons..., tomo III, lección 26, pág. 422.
12. Cf. J. Babinski: “Introduction á la sémiologie des maladies du
systéme nerveux” (1904), en CEuvre scientifique, pág. 3.
13. Cf. J. Babinski: “Sur le réflexe cutané plantaire” (1909), en CEu
vre..., págs. 27-28; “Diagnostique différentiel de l'hémiplégie or-
ganique et de l'hémiplégie hystérique” (1909), ibíd., págs. 91-111.
14. J. Babinski: “Définition de 1' hystérie”, en CEuvre..., pág. 457-464.
15. Esa es la fórmula de 1906, ligeramente modificada y más satisfacto
ria, extraída de J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de
l'hypnotisme”, en CEuvre..., pág. 464.
16. Cf. J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de l'hypnotisme”, en
CEuvre..., págs. 465 a 485, y “Démembrement de l'hystérie tradi-
tionelle” (1907), en ob. cit., págs. 486 a 504.
17. En 1902 Hartemberg la introdujo en Francia, donde en general fue a-
ceptada como entidad clínica (la teoría psicosexual tuvo menos é-
xito). Cf. P. Hartemberg: La névrose d'angoisse, 1902.
18. Babinski: CEuvre..., pág. 483.
19. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., caps. 14 y 15.
20. E. Dupré: “La mythomanie”, en Pathologie de l'imagination et de
l'ém otivité, págs. 3 a 72.
21. Ibíd., pág. 498.
22. J. Babinski: CEuvre..., pág. 511; cf. también, del mismo autor, “De
l'hypnotisme en thérapeutique et en médicine légale” (1910), ibíd.,
pág. 505.
23. E. Dupré: Pathologie..., págs. 146-147.
24. Muy legítimamente, J. Babinski extrae de ello un argumento adicio
nal para disociar histeria y emoción (en el sentido de emoción-
shock): en efecto, esta última es un fenómeno humano constante
y, de estar la histeria ligada a él, resultaría incomprensible la
brusca disminución de su frecuencia registrada desde los primeros
años del siglo XIX.
25. Como ya lo he subrayado reiteradamente, todo tipo de síntomas de la
misma naturaleza pero menos espectaculares y sobre todo muy te
naces, tenderán a encontrar con otras etiquetas una situación noso-
lógica más respetable.
26. J. Boisseau y H. Gastant: “Le probléme de l'anesthésie hystérique et
de sa réalité biologique” (1948), en Annales médico-psychologi-
ques; ese artículo fue ulteriormente objeto de una publicación por
separado.
27. Ibíd., pág. 32.
28. Ibíd., pág. 2 (las bastardillas son mías).
29. Cf. infra, segunda parte.
115
Capítulo VI.
EL ASOCIACIONISM O INGLES
A. El nominalismo occamiano
121
la aprehensión directa, intuitiva, de las abstracciones (idealismo platóni
co), de todos modos ubica a tales abstracciones en el corazón secreto de
la realidad percibida, matriz de las imágenes mentales; con ello, la crítica
aristotélica acompaña en parte al idealismo de Platón.2'
Las ideas nominalistas se originaron en los sofistas y los escépticos
griegos, avanzaron lentamente a lo largo de toda la Edad Media (Abelar
do y, en parte, Duns Escoto), antes de desplegarse en el siglo XIV en la
obra de Occam y de generar la conmoción de los valores tradicionales
que dará lugar al Renacimiento. Para Occam, el espíritu sólo tiene acce
so a las realidades individuales concretas (tal o cual objeto): no tiene in
tuición directa más que de las individualidades singulares. El carácter de
las relaciones, las abstracciones, las categorías generales (universales) es
puramente mental, conceptual: las ideas son los signos de las cosas.
Cuanto más abstractas son, más representan una visión global e impre
cisa de esas cosas: de lejos, veo un hombre; de cerca, reconozco a Sócra
tes; el concepto general es una percepción difusa; la percepción clara es
la de una individualidad. En última instancia, las generalizaciones no
son más que palabras (nominalismo), pues las palabras tienen por fun
ción designar esas ideas generales, y al mismo tiempo les confieren una
sustancialidad engañosa en la que se originan el idealismo y el realis
mo.
Por cierto, en esa época la oposición de nominalismo y realismo te
nía un alcance sobre todo místico y político:3 la naturaleza, ¿seguía las
leyes de un orden razonable que era manifestación de la divinidad, en el
que la ciudad y sus leyes ocupaban su lugar entre el individuo y su Dios,
y el papa se interponía entre el poder real y la ley del universo? ¿O bien,
por el contrario, no existía ninguna realidad intermedia entre la omni
potencia divina y las individualidades singulares, en particular el creyen
te? El poder temporal aparecía en tal caso como una realidad de hecho,
independiente de la Iglesia, y no como un elemento integrado en la vasta
visión jerárquica de un universo de razón en el que la voluntad de Dios
estaba constreñida por leyes inteligibles (tomismo). Los nominalistas e-
ran en efecto, franciscanos, y su misticismo huraño no se adaptaba a la
teología moderada y al Dios de razón de Tbmás Aquino; eran también
(en particular Occam) partidarios del emperador contra el papa; las teorí
as del contrato social (individualismo político: la sociedad es una reu
nión de individuos contratantes) y del positivismo jurídico (la sociedad
es una realidad de hecho y no una esencia inteligible) se originaron e\i
sus doctrinas, que sentaron las bases de la idea de una soberanía política
independiente de la fe.4
Pero lo que en este punto nos interesa en particular es el impulso
que las tesis nominalistas iban a darle al dominio de la investigación
científica y técnica, y a la crítica epistemológica. El rechazo de la “cien-
122
cia aristotélica”, doctrina que había dominado toda la época precedente, la
insistencia en el conocimiento de las realidades singulares, restauraron la
curiosidad respecto del mundo que habrá de marcar con tanta intensidad al
Renacimiento. Paralelamente, la filosofía sensacionista inglesa descien
de en línea recta del nominalismo de Occam y se presenta de entrada co
mo uña crítica metodológica y conceptual muy radical.
123
h
mo) de un real que sin duda deformaban profundamente, como lo confir
maban recientes descubrimientos científicos de la época (rotación de la
Tierra en tomo del Sol, por ejemplo).
—El nominalismo estaba lejos de desembocar sólo en la denuncia
del carácter artificial del lenguaje (ídolos). Ya en Occam, y muy abierta
mente en Hobbes, el lenguaje aparece como el único lugar de la verdad
científica: la lógica aristotélica, separada de la correspondencia realista,
tomaba el aspecto de un aparato convencional, una máquina formalista6
que proporcionaba elementos básicos y articulaciones reguladas para o-
peraciones intelectuales concebidas como una computación eficaz. Por
lo tanto, si bien el lenguaje podía constituir una trampa temible para la
razón, era también el soporte y el medio para el pensamiento abstracto,
e incluso el lugar donde ese pensamiento se constituía y operaba: “La
ciencia es una lengua bien hecha”, dirá.Condillac.
Todas esas dimensiones iban a consolidarse en un todo homogéneo
en la obra de Locke,7 quien, en los últimos años del siglo XVIII, fijó
con firmeza el sistema de ideas que prevalecerá durante el siglo siguien
te, el siglo “de las luces”. La obra de Locke se centra ante todo en una
crítica de la noción de ideas innatas, herencia platónica que acababan de
retomar Descartes y los neoplatónicos. A la inversa, Locke se esforzó
por demostrar el origen perceptivo de las ideas, que aparecían en su con
cepción como el elemento fundamental del psiquismo. El pensamiento
consistía en operaciones realizadas con ideas; combinaciones, relaciones,
asociación de ideas; el conocimiento emergía del análisis como la per-
cepción de una relación (identidad, diversidad, coexistencia, etcéteraXen-
tre los elementos simples que eran las ideas. Las ideas en sí podían ser
complejas (es decir reducibles a una combinación de ideas simples), o
bien simples e irreductibles, provenientes en tal caso de la experiencia
sensible en sus dos registros: sensación y reflexión (percepción interna
de las facultades mentales: memoria, atención, voluntad, etcétera). Las i-
deas complejas eran ya el resultado de un trabajo combinatorio del pen
samiento; en consecuencia, resultaba posible analizarlas y descomponer
las en sus elementos últimos (“atomismo mental”). Locke distingue dos
clases de ideas complejas:
— Aquellas en las que las ideas simples permanecen distintas en la i-
dea que las combina: ideas de relación, como por ejemplo la de filiación,
que une las ideas de padre e hijo. »
— Aquellas en las que las ideas simples forman una idea de combina
ción única y homogénea, que existe por sí misma (idea de sustancia: un
hombre, oro) o que sólo tiene una existencia abstracta (idea de modo).
Los modos pueden ser simples (una idea simple se combina consigo
misma: número, espacio, duración), o complejos o mixtos (combina
124
ción de ideas simples heterogéneas: nociones morales, jurídicas, estéti
cas, etcétera).
125
cia dos ideas entre sí, y en este otro campo la certidumbre puede ser to
tal. Así, resultan opuestas las ciencias ciertas (matemática, ciencias mo
rales y jurídicas) que tratan de los modos, es decir de nociones constantes
y seguras en tanto que convencionales, y las ciencias inciertas, experi
mentales, que tratan de sustancias y que dependen de la verificación de la
adecuación de nuestras ideas a lo real. Por lo tanto el lenguaje es el úni
co lugar de la verdad, en el sentido de certidumbre segura de las proposi
ciones, pero su valor representativo es relativo: sin duda esa certidumbre
no es nula, y nuestras ideas generales no son arbitrarias, pero en ese ám
bito la experiencia y el uso son nuestros únicos maestros.
C. Berkeley y Hume
126
parte, una idea sólo puede remitir a otra idea y no a una cosa; para Ber
keley la realidad se reducía a los otros hombres y Dios, los únicos ca
paces de suscitarla en cada uno.
El idealismo radical de Berkeley preparó así el terreno al escepticis
mo de Hume, quien sin decirlo iba a fundar la psicología asociacionista;
su visión era en efecto más la de un moralista que la de un científico, y
serán los sucesores quienes den carácter positivo a una obra esencial
mente crítica. En él, sin embargo, ya es evidente el deslizamiento: Loc
ke disertó sobre el entendimiento humano, Berkeley sobre los principios
del conocimiento humano, y en su tratado Hume estudió la naturaleza
humana. Comenzó intentando remediar la dificultad que representa en
Locke una presa fácil para el inmaterialismo de Berkeley. Locke, en e-
fecto, no trazaba ninguna distinción entre sensación e imagen, llamaba
“ideas” a los dos elementos y dejaba flotar ese concepto entre la repre
sentación y el objeto. Hume opuso las impresiones (modelos percepti
vos) a las ideas (copias de las anteriores, de las cuales se distinguían por
su débil intensidad) de modo que la idea simple era representativa de una
impresión y no de una cosa. Las ideas complejas y el conocimiento se
constituían por la acción de una fuerza de atracción, de asociación, en la
que se reconocía una facultad mental cuya función le parecía a Hume
muy superior a la de la razón: la imaginación.12 Esa era una ley psico
lógica que este autor ubica en el mismo plano que la atracción en la físi
ca newtoniana: las ideas se asociaban irresistiblemente debido a su se
mejanza, a su contigüidad o a un lazo causal que las vinculaba; de ese
modo se constituían las ideas complejas. La relación de causalidad, en
particular, abarcaba una parte importante del conocimiento: todas las re
ferencias y probabilidades en cuestiones de hecho en las que los aconte
cimientos pasados (o el testimonio de ellos) conferían una cuasi certi
dumbre a la previsión (por ejemplo respecto de la salida cotidiana del
sol). Por otra parte, la causalidad se reducía, no a una certeza a priori
del tipo matemático, sino a las fuerzas de la creencia y la costumbre, que
nos llevan a inferir un hecho futuro a partir de otro hecho existente, en
virtud de toda nuestra experiencia pasada.
Además, el hábito o la costumbre sólo puede desempeñar esa función
en el conocimiento (génesis de las ideas de sustancia y de relaciones de
causalidad) porque la realidad exterior le da la oportunidad de hacerlo, con
la repetición de los fenómenos idénticos. Esa repetición de impresiones
idénticas explica la creencia en la existencia del mundo exterior y de las
cosas, que imaginamos permanentes en los intervalos durante los cua
les las percibimos más: así nacen las ideas de sustancia. Del mismo
modo, la idea de la permanencia y de la identidad de nuestro yo tiene su
origen en la ligazón que se establece entre los estados de conciencia su
127
cesivos que lo sustentan y que están vinculados por su semejanza, su
sucesión y sus conexiones causales; la imaginación crea entonces la fic
ción de esa sustancia íntima y constante que sería nuestra conciencia. La
asociación de las ideas generaba también, por otro lado, numerosas qui
meras que no correspondían a nada real y a las cuales la creencia podía
adherirse con la misma fuerza que a las imágenes mejor fundadas en el
hábito y la experiencia. La razón sólo tenía un débil poder para la diso
ciación de esos complejos, sobre todo si ellos eran sostenidos por la
fuerza del sentimiento (supersticiones y mitos diversos).
Ya hemos dicho que los análisis de Hume apuntaban más a funda
mentar los juicios de un moralista escéptico que una psicología: quiso
demostrar la fragilidad de la razón, cuya existencia por lo demás no ne
gaba, pero cuyo imperio le parecía muy pobre frente a la potencia de la
costumbre, del sentimiento y de la creencia, potencia a la cual acompaña
la asociación de las ideas. En el ámbito de la motivación de las conduc
tas humanas, Hume adoptó también una posición escéptica inspirada en
el materialismo de Hobbes: los motores principales de las acciones hu
manas eran la búsqueda del placer y la fuga del dolor. Los juicios mora
les, lejos de derivar de una intuición a priori o de un juicio racional, se
vinculan con éstos a través de la aprobación o desaprobación que provo
can nuestros actos entre quienes nos rodean.13 Así se explican a la vez
su universalidad y su ostensible variabilidad, que depende de las circuns
tancias sociales e históricas del ambiente: los sentimientos primordiales,
verdaderos fundamentos de nuestras conductas, siguen siendo los mis
mos por debajo de diferencias superficiales. También en ese caso es muy
reducido el poder de la razón frente a la potencia de las pasiones.
Con Hume, la corriente crítica proveniente del nominalismo alcanza
su punto extremo y su equilibrio: poco queda de las categorías eternas en
las que se fundaba la visión tradicional del mundo, la de Aristóteles, y
poco queda del imperio del logos y de la razón que habían estado en la
cima de la jerarquía. La concepción moderna del universo se emplazó en
aquella doctrina con firmeza: una realidad exterior incierta y desconocida,
una subjetividad fragmentada en busca de una identidad ilusoria, un co
nocimiento esencialmente subjetivo y limitado a su eficacia práctica, u-
na razón artificial, convencional y siempre dominada por el poder de las
fuerzas instintivas y pasionales, y la fuerza del “sentido común”, como
dirán muy pronto los filósofos escoceses,14 para sostener una práctica
cotidiana y empírica de lo real, mediante la cual se evitaban los sofisnfes
de Berkeley (es decir, se lograba la sustitución de un razonamiento per
fecto y absurdo según las evidencias del sentimiento y de la costumbre).
De ese momento agudo de la crítica provienen el pensamiento moderno
(a través de Kant, cuya reflexión arranca de ese punto) y los inicios de la
psicología empirista, cuyas bases Hume acaba de asentar.
128
La psicología de la asociación
A. James Mili
La psicología asociacionista inglesa15 de la primera mitad del siglo XIX
no se originó directamente en Hume, aunque se haya fundado en gran
medida en sus análisis. Tuvo su origen directo en un psicólogo materia
lista inglés, Hartley, cuyas teorías, muy semejantes y ligeramente ulte
riores, son por lo demás mucho menos inspiradas. Ellas influyeron en
gran medida sobre Jeremy Bentham, fundador del radicalismo filosófico
inglés,16 moralista, jurista y político, que tratará de promover su doctri
na, el utilitarismo, como fundamento de una ciencia social y guía del le
gislador y del hombre de gobierno. Fue su discípulo James M ili17
quien, en su Analyse du phénoméne de l'esprit humain (1829), extrajo
más específicamente las consecuencias filosóficas y psicológicas de las
ideas de Bentham, descuidando lo mismo que éste las implicancias “fi
siológicas” de las tesis de Hartley, y en consecuencia vinculándose más
directamente a la corriente de ideas que llevaba de Locke a Hume.18
La psicología asociacionista iba a extender al conjunto de la vida
psicológica los principios de la crítica sensacionista del realismo: redía
lo de los conceptos que sustancializaban los datos del sentido común y
(Je ese modo erigían como categorías de lo real la vivencia psicológica
inmediata. Ya hemos visto el efecto de ese tipo de análisis en las nocio
nes de sustancia, modo y causa: apuntaba a reducir lo complejo a ele
mentos simples y a algunas leyes de construcción. Asimismo, la psico
logía asociacionista rechazará las “facultades del alma” que convierten en
categorías realizadas a simples categorías clasificatorias de los fenóme
nos concretos, y tratará de reducir toda clase de hechos psicológicos a un
pequeño número de hechos simples. Así, J.Mill considera que el con
junto de la vida psíquica se reduce a tres elementos:
129
sión o esfuerzo, y dos grupos de sensaciones orgánicas viscerales; en el
conjunto de sus sucesores volvererfios a encontrar esos dos nuevos rótu
los. Las innumerables variedades de ideas resultan de la combinación de
esos estados de conciencia primitivos en los términos de la ley de aso
ciación, que se fija siguiendo el orden de los fenómenos naturales y en
consecuencia en dos planos contextúales; el sincrónico (existencia si
multánea: orden en el espacio) y el sucesivo (orden en el tiempo). Las
causas de la asociación se reducen a la vivacidad de las impresiones aso
ciadas y a la frecuencia de su asociación. Las diferentes facultades menta
les pasan a ser sólo modalidades peculiares de la asociación de ideas: la
imaginación se reduce directamente a ello, en tanto que la memoria aso
cia el estado de conciencia actual, el estado de conciencia pasado y el
conjunto de los estados de conciencia sucesivos que llenan el intervalo
entre ambos puntos; el pensamiento recorre rápidamente la serie de esos
estados y en ese aspecto la memoria difiere de la imaginación. La clasi
ficación asocia por semejanza un gran número de imágenes individuales
análogas, formando de esa manera una imagen global e indistinta, pero
inteligible, que sirve de base a la denominación, fundamento del lengua
je, por la cual un signo se asocia a una idea y le sirve de marca. La abs
tracción consiste en retirar de una idea compleja (rojo como adjetivo) la
connotación completa que subyace en el objeto al cual se aplica (lo que
es rojo); así se obtiene un término no connotativo (el rojo, rojo como
sustantivo) que sólo puede tener una esencia verbal (se reconoce un aná
lisis típicamente nominalista). El juicio consiste en comparar dos clases
de ideas y en reconocer que ellas se aplican a un mismo objeto (ejemplo:
el “hombre” es un “animal racional”): en consecuencia, abarca las rela
ciones de equivalencia o de englobamiento. En cuanto a la creencia, si
ella tiene por objeto un hecho presente, se reduce a la sensación (sentir
es creer en lo que se siente) y a un juicio de causalidad que atribuye una
causa común (objeto externo) a un grupo de sensaciones fundidas en un
todo por asociación simultánea. La causalidad reposa en efecto en la aso
ciación invariable de un hecho antecedente con un hecho consecuente, y
ella explica la creencia en los hechos futuros o anticipación, de modo
que ésta se reduce en última instancia a la creencia en los hechos pasa
dos, es decir a la memoria; prever el futuro es esperar, basándose en el
pasado, que de un hecho actual (la noche) se produzca un hecho futuro
(el día) que siempre lo sigue regularmente.
Asimismo se va a tratar de reducir los términos abstractos y genera
les a asociaciones de ideas simples y, en definitiva, a sensaciones. Así el
concepto de espacio, de extensión, es idéntico a la noción concreta de es
pacio menos la connotación,19 que en este caso es esencialmente la de
resistencia y nos es proporcionada por el sentido del tacto y el sentido
muscular; sólo secundariamente (y en los videntes de nacimiento) se a-
130
locian irresistiblemente las ideas visuales (es decir ideas de color).20 La
idea de espacio infinito es por lo tanto una elaboración de las ideas de lí- *
nea, de superficie, de volumen resistentes, ideas que provienen directa
mente de la sensación. De modo análogo, el tiempo se reduce a ideas de
cosas pasadas, presentes, futuras, menos las connotaciones concretas u-
nidas a ellas en la experiencia sensible. La idea de infinito sólo se aplica
al número, a la extensión y a la duración, es decir a dimensiones a las
cuales el pensamiento siempre puede agregar la idea de una unidad más,
aumentando en un elemento complementario una cantidad finita, de mo
do que la noción de infinito signa el estado de conciencia en el cual la i-
dea de uno más está asociada de manera recurrente con toda cantidad que
se presenta; el término abstracto “infinito” es la misma idea sin su con
notación espacial, temporal o numérica. El mismo tipo de análisis pue
de aplicarse de ese modo al conjunto de los términos abstractos: se trata
siempre de volver a encontrar las dimensiones sensoriales ocultas de las
cuales son extraídos mediante el rechazo de la connotación.
En lo que concierne a los sentimientos, los dos hechos primitivos
son el placer y el dolor; nuestras acciones apuntan a prolongar las sensa
ciones agradables y a poner fin a las desagradables; a través de ese meca- j
nismo la escala del placer y el displacer regula las motivaciones, las ac- i
ciones de la voluntad. Lo mismo que las sensaciones perceptivas, las
sensaciones de placer y dolor dejan una huella en el espíritu: la idea de
placer es un deseo, la idea de dolor una aversión. Estas ideas se asocian a
las otras: la idea de una sensación agradable futura es una esperanza si no j
es segura, y una alegría si lo es; al registro de lo desagradable correspon
den el temor y la pena. í
La asociación de las ideas de placer y dolor con la idea de su causa ,
engendra el amor y el odio. Las causas de placer y de displacer ejercen en
nuestras acciones una influencia determinante. En tal sentido, J. Mili ¡
observa que las causas inmediatas de placer (la comida, por ejemplo) son
mucho menos interesantes que las causas que él llama alejadas y que,
disponiendo de lazos asociativos mucho más numerosos, desempeñan un .
papel preponderante. Clasifica a estas últimas debajo de tres rótulos. El
primero es el de la riqueza, el poder y la dignidad; agrupa los principales
medios de procuramos los servicios de nuestros semejantes, remunerán- j
131
también en este caso, resultan de asociaciones de ideas particulares y fi
jas.
La asociación de la idea de una acción que emana de nosotros, con la
idea de un placer obtenido como efecto, produce un estado de conciencia
particular caracterizado por una tendencia a la acción: el motivo. Lo que
llamamos voluntad resulta del conflicto de motivos contradictorios, en
particular de los que procuran un placer inmediato y los que apuntan a
un beneficio más alejado pero más duradero, intenso o exento de conse
cuencias desagradables. De modo que la educación tiene una función im
portante en el refuerzo de ciertas asociaciones en detrimento de otras. En
tal sentido se retoma en particular la “aritmética moral” de Bentham: la
virtud y el vicio se definen por la suma de felicidad o sufrimiento que o-
casionan las acciones consideradas. En ese balance de placeres y penas se
tiene en cuenta lo que experimenta el sujeto de la acción, tanto en lo in
mediato como a más largo plazo, pero también el resultado de sus accio
nes en sus semejantes, lo que asimismo representa una consecuencia im
portante, directa (participación simpática en lo que ellos sienten) o indi
recta (consecuencia para él de las reacciones de ellos). La razón tiene una
función capital en el cálculo correcto del balance: ella puede a justo títu
lo guiar al legislador y al educador para promover a un hombre mejor y
más feliz, evitando los principios erróneos y “ficticios”, como la asocia
ción sistemática de virtud y sufrimiento.
132
' mentó aportado por el espíritu, que trascendía y estructuraba la experien
cia.26 La filosofía a posteriori, por el contrario, se proponía analizar
todos los fenómenos mentales y restituir su génesis, reducir así lo com
plejo a la combinación de lo simple de lo que proviene, hacer retroceder
incesantemente los límites de lo no reductible a la experiencia, la cual a
su juicio estructuraba el conjunto de la vida mental. Al definir el espíri
tu como “lo que siente”, por cierto rechazó del dominio de lo psicológi
co y de lo nervioso la eventualidad de hechos psicológicos inconscien
tes,27 pero sobre todo convirtió la experiencia (es decir, según él, la
sensación) en el fenómeno fundamental del psiquismo.
Iba no obstante a introducir una corrección importante en la interpre
tación de la ley de asociación en la cual se basaba la construcción de las
entidades psicológicas complejas: a la simple asociación mecánica en
virtud de la cual los elementos componentes siguen siendo discemibles
en la globalidad producida, opuso el modelo de la combinación química
(química mental), tomada del escocés Thomas Brown, combinación cu
yas propiedades son irreductibles a la suma de las partes y en la que el a-
nálisis tiende más a recuperar una génesis que a explicar lo complejo por
lo elemental. Así, introdujo la clase de las propiedades peculiares de la
síntesis, lo que preparó el camino al evolucionismo28 y superó una ob
jeción principal al asociacionismo (la de los filósofos escoceses):29 el
carácter forzado y artificial de sus análisis a los ojos del sentido común,
y por lo tanto la necesidad de un entrenamiento previo para que la con
ciencia se habituara a su método de reducción analítica. Esta teoría “quí
mica” fue, por otra parte, una manera de introducir sin decirlo mecanis
mos inconscientes en los hechos psicológicos, puesto que el sujeto ol
vidaba en su totalidad, una vez producidos tales hechos, las partes que
los componían, y sólo podía volver a encontrarlas por medio de una di
fícil gimnasia del espíritu; Helmholtz habrá de inspirarse en esta idea
para su teoría de las “inferencias inconscientes” en materia de percep
ción.
A partir del concepto general de que una cosa no es para nosotros
más que un cúmulo de sensaciones (sensacionismo), Stuart Mili edificó
su lógica. Todo conocimiento era en consecuencia fáctico, y el esfuerzo
de la ciencia consistía, en todas partes y siempre, en sumar, vincular los
hechos entre sí. De ese modo analiza la definición como una proposi
ción que enuncia el significado de una palabra, es decir la serie de ideas
de la cual es el resumen y que consiste no en la aprehensión de la esen
cia desconocida e incognoscible de los seres, sino en la enumeración de
la suma indefinida de sus propiedades, tal como ellas se nos aparecen a
través de la experiencia sensible. Una proposición general no es más que
el resumen de la serie de las experiencias particulares de la cual ha sido
inducida: el silogismo no llega a su conclusión pasando de lo general a
133
lo particular (con lo cual no serviría de nada y constituiría una repetición
y no un progreso); en realidad extrae una conclusión yendo de lo particu
lar a lo particular, de la masa de casos observados al caso no observado,
por medio de una fórmula compendiada y rememorativa.30 Los axiomas
no provienen directamente de una experiencia sensible, sino de una ex
periencia mental que retoma, amplía y completa la de los sentidos. Dos
rectas paralelas no pueden cercar un espacio: sin duda, los ojos son im
potentes para verificar la proposición, pero allí interviene la imagina
ción, permitiendo la contemplación interior de la misma figura geomé
trica reproducida mentalmente y que en tales términos es posible seguir
imaginariamente hasta el infinito. De modo que también los axiomas
son experiencias de una cierta clase, en las cuales la imaginación recon-
duce y amplifica el testimonio de los sentidos.
Así es que toda proposición instructiva o fecunda proviene de la ex
periencia, y la inducción es la única clave de la naturaleza. Consiste en
el procedimiento mediante el cual descubrimos las proposiciones genera
les, concluyendo que lo que es verdadero respecto de cierto individuo de
una clase también lo es para toda la clase; por lo tanto, la inducción re
posa en realidad sobre el axioma de la uniformidad de la naturaleza, el
que por otra parte proviene asimismo de la experiencia. Esa uniformidad
de la naturaleza da fundamento a la idea de causa, la cual se reduce al or
den de sucesión invariable de dos fenómenos: al antecedente invariable lo
denominamos causa, y al consecuente invariable, efecto. No existe por
lo tanto una distinción real entre la causa y las condiciones de un fenó
meno, sino que llamamos causa a la condición necesaria, que el efecto
«sigue incondicionalmente. Para descubrir ese vínculo experimental,
Stuart Mili propone cuatro métodos (concordancia, diferencia, residuos y
variaciones concomitantes) que se reducen por igual ai mismo artificio:
lá eliminación de los antecedentes no necesarios para los consecuentes
que se consideran. No obstante, existen hechos naturales complejos e
indescomponibles:31 la eliminación y por lo tanto el aislamiento, nece
sarios para la inducción, resultan entonces imposibles, y se debe recurrir
3 un artificio: el método de la deducción. En consecuencia se deja de lado
el fenómeno por estudiar (por ejemplo el movimiento de los planetas)
para examinar otros hechos más simples, y después inducir leyes; supo
niendo el concurso de un cierto número de causalidades simples, se dedu
ce de ellas el fenómeno complejo, con la reserva de que la verificación
tendrá que confirmar la predicción. Toda ciencia aspira a convertiré en
deductiva y a resumirse en unas cuantas proposiciones generales, pero
los primeros pasos de toda disciplina científica son y siguen siendo in
ductivos durante mucho tiempo; cuando no se emplea el método correc
to, el conocimiento permanece inmóvil.
Desde el punto de vista metafísico, Stuart Mili se ve llevado a profe
134
sar un fenomenismo absoluto inspirado en Berkeley y Hume y que recu
sa la irreductibilidad de materia y espíritu, fundamento del apriorismo.
La idea de materia, en efecto le parece susceptible de análisis en térmi
nos de la idea de una posibilidad permanente de sensaciones, a lo cual
puede reducirse la noción de exterioridad; sensaciones posibles, agrupa
das en configuraciones particulares (objetos) que se suceden en un cierto
orden (causal), confirmadas por la actitud semejante a la nuestra que se
observa en los otros hombres. Su permanencia indica que las volvemos
a encontrar idénticas a sí mismas reapareciendo en las condiciones que
surgen, y, una vez que ha nacido en nosotros la idea de causalidad, la ex
tendemos a esas posibilidades permanentes para incorporarles una exis
tencia independiente de nosotros y causa de nuestras impresiones. En
cuanto a la idea de espíritu, ella se reduce a una posibilidad permanente
de esos estados de conciencia sucesivos (sensaciones) que nosotros expe
rimentamos y a los cuales incorporamos una sustancia causal.32 Una y
otra idea reposan en definitiva en la capacidad del espíritu para anticipar
la experiencia, esperar su posibilidad según las leyes de las asociaciones
adquiridas (simultaneidad, sucesión, semejanza, frecuencia, intensidad);
por lo tanto, en última instancia, ellas traducen una vez más la gran ley
de la asociación.
135
consecuencia, de todo interés en él, por lo tanto, habrá que reconstituir
el descubrimiento de la exterioridad, de los objetos externos como alteri-
dad, a partir de una pura mónada.
Un segundo determinante esencial era el individualismo, que concibe
al espíritu como primitiva y esencialmente independiente del orden rela-
cional y social. También en este caso una perfecta mónada tiene que ex
traer de sí misma su investición de las relaciones humanas, al igual que
valores y conductas colectivos que aparecen de entrada como un orden
segundo, casi artificial, en la estructuración del psiquismo.
Otro punto es preciso subrayar: el racionalismo que domina esas
concepciones y que asimila sistemáticamente la actividad psíquica a mo
dalidades más o menos complejas del juicio, y los contenidos psíquicos
a categorías más o menos elaboradas de imágenes. Las representaciones
mentales (como dicen los alemanes) y sus vínculos, aparecen como la e-
sencia del funcionamiento mental. Si bien, por lo tanto, el “ideísmo”
sensacionista tiende a reducir las formas más elevadas de la actividad
mental a leyes simplificadas de la asociación, es igualmente proclive a
presentar como modelos del psiquismo total el funcionamiento de la
conciencia en sus aspectos más claros, y una fórmula casi algebraica del
razonamiento.
Finalmente, se puede observar el carácter que las críticas de fines del
siglo XIX (Brentano, Bergson) denominarían el “atomismo” mental de
los asóciacionistas. Allí también está, por cierto simplificado, el mode
lo implícito del razonamiento, que tiende a fragmentar la actividad psi
cológica en elementos simples (imágenes, ideas, representaciones) com
binados a continuación mecánicamente. Veremos que los espiritualistas
comenzaron a reaccionar al aspecto pasivo del funcionamiento mental a-
sí reproducido, lo mismo que a la ocultación de su aspecto sintético, y
por lo tanto activo. También ellos mismos quedaron largo tiempo pri
sioneros de ese elementalismo y de la transparencia racionalista de la
concepción de esos átomos psíquicos que son las imágenes.
NOTAS
136
5 Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I, el siglo XVII.
6 . Cf. E. Largeault: Enquéte sur le nominalisme, 1971.
7. Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I; F. Dechesnau: L'empiris-
me de Locke, 1973.
8 . Allí se encuentran las ideas que fundamentaron el trayecto clínico en
Sydenham, y que Locke extiende a todo conocimiento. Cf. supra,
primera parte, y P. Bercherie: Les fondements..., cap.l.
9. Cf. la famosa sentencia sensacionista: Nihil est in intellectu quod
non prius fuerit in sensu.
10. Locke atribuye las cualidades segundas a movimientos de corpúsculos
minúsculos.
11. Pronto Berkeley se va a arriesgar a esa concepción, que no constituye
más que el extremo sofístico de esta misma posición doctrinaria.
12. Desde Platón y Aristóteles, era clásico atribuir la memoria y la ima
ginación (cf. Malebranche) a asociaciones de imágenes.
13. Esa es la tesis de la “simpatía” tomada de Hutcheson y que, a través
de Adam Smith impregnará el utilitarismo.
14. Cf. infra, cap. 7.
15. Por lo demás, como ya lo hemos visto, en Hume subsiste una razón
autónoma, junto a la mecánica asociativa, mientras que el asocia
cionismo se encierra precisamente en su reducción de todo al fun
cionamiento común. Cf. infra, caps. 7 y 9, la reacción espiritua
lista y la síntesis evolucionista.
16. Sobre J. Bentham, sus doctrinas y su evolución, cf. E. Halevy: La
formation du radicalisme philosophique en Angleterre, 1901-
1904; cf. también M. Foucault: Surveiller et Punir, 1975.
17. En lo que concierne a James Mili y a John Stuart Mili, mi exposición
sigue a la notable obra de T. Ribot: La psychologie anglaise
contemporaine, 1870.
18. Tampoco debe descuidarse la influencia en J. Bentham y J. Mili de
los sensualistas franceses (ideólogos): las ideas inglesas se adap
taron inicialmente al continente, antes de volver a su región de o-
rigen; por lo demás, J. Bentham publicó primero en francés, du
rante la Revolución. Acerca de todo ello, cf. E. Halevy: La forma
tion..., tomo I.
19. Cf. el análisis nominalista de la noción de “el rojo” en el apartado
precedente.
20. En este punto Mili retoma y hace más complejo un análisis célebre de
Berkeley: su teoría de la visión; negando al ojo la visión del es
pacio, atribuye la impresión espontánea de verlo a una asociación
indisoluble de sensaciones coloreadas (las únicas que percibiría el
ojo) y táctiles.
21. Se da la oportunidad de consideraciones educativas, pues la escuela u-
tilitaria apunta siempre a resultados prácticos en sus análisis.
22. Además de T. Ribot: La psychologie..., ya citada, cf. el excelente
estudio de H. Taine: Le positivisme anglais, étude sur Stuart Mili,
1864, recomendado por el propio Stuart Mili.
137
ÍL .
23. Así, para dar un ejemplo, si bien Stuart Mili reduce la idea del espa
cio, lo mismo que su padre, a sensaciones musculares, opone el
espacio pleno o extendido (que se origina en la sensación de resis
tencia) a la noción más fundamental de espacio vacío o distancia
(que deriva de un fenómeno sucesivo y no sincrónico, el del movi
miento muscular no impedido, y por lo tanto se reduce en definiti
va a una idea de tiempo).
24. J. Stuart Mili: Systéme de logique inductive et déductive, 2 tomos,
París, Germer-Baillere, 1865.
25. En este caso se trató de la primera neuropsicología, la frenología de
Gall. Cf. infra, cap. 7.
26. Evidentemente, Stuart Mili pensaba en Kant como modelo de esta o-
rientación filosófica.
27. Veremos que esto es lo que diferencia a la corriente inglesa, la cual, a
través de Locke, se vincula con Descartes, de la corriente alemana,
heredera de Leibniz vía Herbart.
28. Cf. infra , cap. 9.
29. Cf. infra, cap. 7.
30. En realidad, Stuart Mili pensaba que la mayoría de los razonamientos
extraen directamente conclusiones de particular en particular y por
lo tanto consisten en inferencias y no en inducciones. Por otra
parte es así como entendía que razonaban el niño y el animal (en
lo cual también se perciben los rudimentos de un pensamiento e-
volucionista).
¿31. Se trata en particular de la mayor parte de los problemas psicológicos
concretos, y sobre todo de esa ciencia del carácter, o etología, que
Stuart Mili quería promover.
32. Stuart Mili permanece más indeciso y dubitativo en lo que concierne a
su teoría del espíritu que en lo que respecta a la materia. Finalmen
te tenderá a admitir la irreductibilidad de la memoria como esencia
del yo, pero no llega al límite de su propio pensamiento
138
Capítulo VII
Condillac y el análisis
139
sensación se convierte a su vez en exclusiva, otra vez hay allí atención,
pero subsiste el recuerdo de la precedente y la capacidad de sentir se di
vide entre la sensación nueva y la antigua: ésa es la memoria. Si la esta
tua presta atención simultáneamente a dos sensaciones, hay compara
ción; si percibe diferencias o semejanzas, tenemos el juicio; de la reite
ración del juicio surge la reflexión. Si la atención se dirige a un objeto
ausente y lo siente como presente, allí está la imaginación. Por otra
parte, toda sensación es agradable o desagradable, y por esa vía intervie
ne la “organización” (organismo) en la vida psíquica para su conserva
ción y la satisfacción de sus necesidades; el recuerdo de algo agradable
que falta actualmente es la necesidad, y engendra una tendencia, el deseo,
por el cual el alma dirige todos sus sentidos y su atención hacia el obje
to faltante; los deseos intensos y continuos se convierten en pasiones.
Si uno juzga que puede obtener el objeto, tiene esperanza; si se está se
guro de alcanzarlo, obra el querer. Finalmente, la estatua adquiere la idea
de la duración por la sucesión de las sensaciones que experimenta. Tiene
la idea del yo, que es la colección de tales sensaciones, y de las que con
serva el recuerdo; sin embargo, no puede distinguir el exterior y su pro
pio cuerpo más que por medio del sentido del tacto, el único que aporta
la idea de extensión y que diferencia los objetos externos (una sola sen
sación de contacto) del cuerpo propio (doble sensación de contacto). A
continuación el tacto instruye a los otros sentidos, que a su vez, apren
den a sentir el espacio y el tamaño. \
Todas las facultades mentales, tanto las del entendimiento (atención,
comparación, juicio, reflexión, imaginación, razonamiento) como las de
la voluntad (necesidad, deseo, esperanza, querer), y por lo tanto el con
junto de los elementos que componen lo que Condillac llama la facultad
de pensar, no son más que sensaciones transformadas.
No insistiremos en este análisis muy formalista y totalmente lógico;
señalemos al pasar su afinidad con las ideas de J. Mili que, como ya lo
hemos dicho, fue muy influido por ciertos discípulos críticos de Condi
llac (en particular por Destutt de Tracy).3 Es más interesante aislar y e-
xaminar el método que utiliza Condillac, el análisis, que continuará gra
vitando considerablemente, incluso en pensadores que rechazaban mu
chas de sus ideas (en primer lugar los ideólogos, pero también Lavoi-
sier, Vicq d'Azir o Pinel, por ejemplo). Condillac entendía que todo co
nocimiento científico era el resultado de un trabajo del espíritu a partir
de la observación de los fenómenos tal como surgen en la sen&ción,
trabajo que trataba de introducir sistemáticamente en esa observación un
orden que separara sus diferentes elementos, que los comparara y dife
renciara entre sí, que los clasificara siguiendo sus semejanzas (géneros) y
diferencias (especies). Descomposición en elementos simples, recompo
sición tendiente a reconstruir el todo y regulada a cada instante por la
140
observación: tal es la esencia del análisis, y éste fue el método que guió
a Condillac en sus intentos psicológicos.4
Pero para permitir que el pensamiento abarcara con su poder las ideas
y superara el razonamiento espontáneo (pensamiento de los animales
o del niño), para llegar al análisis, era indispensable que ese pensamien
to tuviera acceso a los signos del lenguaje, y en esto consiste la segunda
corrección de Condillac a Locke. El pensamiento abstracto y la ciencia
sólo pueden operar en el nivel del lenguaje, y la ciencia está constituida
por enunciados, cuya validez, es decir su adecuación a los fenómenos,5
debe ser verificada cuidadosamente, por descomposición y síntesis.
Puesto que una proposición exacta es en última instancia una proposi
ción idéntica,6 todo está basádo en la corrección de la definición de las
palabras (y por lo tanto en su vínculo adecuado con los fenómenos) y en
la exactitud de las proposiciones (es decir del vínculo de las palabras en
tre sí). “Una ciencia perfecta sería una lengua bien hecha.”7
Vamos a examinar ahora el objeto propiamente dicho de este capítu
lo, que es la posteridad de Condillac, posteridad crítica por otra parte, pe
ro que prolongó su metodología y su preocupación por fundar la filoso
fía en una psicología positiva.
El materialismo psicofisiológico
A. El materialismo moderno
141
el dualismo cartesiano, asimilando el hombre al animal10 y el alma in
material a un aspecto particular del funcionamiento corporal.
Ese es uno de los elementos que explican la afinidad de siempre entre
materialismo y sensacionismo. Al rechazar toda trascendencia del espíri
tu, sea que se trate de contenidos (ideas innatas) o de principios (catego
rías a priori), y reducir la actividad mental a la sensación, la memoria y
la asociación de ideas, funciones todas fácilmente interpretables en tér
minos materialistas, la psicología sensacionista preparó incuestionable
mente el camino del materialismo. Pero es preciso no olvidar que hubo
tal vínculo sólo en cierto sentido: el sensacionismo tendía por lo menos
en igual medida al fenomenismo y al inmaterialismo, como lo atesti
guan Berkeley, Stuart Mili o Mach.
Todos los materialistas del siglo XVIII fueron también asociacionis-
tas y utilitaristas. Por otra parte, eran casi todos médicos, y se debe su
brayar la importancia esencial del desarrollo de los conocimientos anató
micos, fisiológicos y patológicos para el progreso de esa corriente de
pensamiento y el efecto creciente de su influencia. Ya hemos hablado de
Hartley, el “padre del asociacionismo inglés” (J. Mili), pero iban a ser
sobre todo los franceses quienes popularizarían sus doctrinas.11 Mencio
naremos rápidamente a La Mettrie y Helvecio antes de dar cuenfa de la
obra capital de Cabanis, que puso su sello en los últimos años del siglo
XVIII.12
B. Cabanis
142
miento; la acción de lo moral sobre lo físico, del alma sobre el cuerpo,
no era por otra parte más que un caso particular de esa acción simpática
de los órganos.
Pero a Cabanis le interesaba sobre todo poner de manifiesto la acción
de lo físico sobre lo moral. La edad, el sexo, el temperamento (la cons
titución física), las enfermedades, el “régimen” (temperatura, peso, grado
de humedad, composición del aire del ambiente; alimentación, sustancias
narcóticas, bebidas, estados de movimento o reposo, trabajo), los cli
mas, influían de manera esencial en el alma y en los fenómenos de la
inteligencia, lo mismo que en la voluntad; el estudio detallado de esas
diferentes categorías representa por otra parte la mitad de la obra de Ca
banis. De ese modo apunta a cuestionar la noción del espíritu como ta
bla rasa, tal como Helvecio en particular la había tomado de los sensa-
cionistas para fundamentar, en la concepción de una maleabilidad total
del psiquismo ante las impresiones extemas, una verdadera omnipotencia
de la educación. Por lo tanto Cabanis rechazó esa psicología por com
pleto mental como lo era la de Condillac. Para él, el desarrollo del pen
samiento dependía en gran medida del organismo, de la “pulpa cerebral”
en primer término, pero también del conjunto de los órganos. En efecto,
junto a las sensaciones extemas (en las que tanto insistieron los sensa-
cionistas) existía un mundo inmenso de sensaciones internas, más o
menos claras para la conciencia, pero de influencia preponderante en el
pensamiento. Ellas dominaban por cierto el instinto,13 esa reactividad
primitiva y hereditaria que traducía el desarrollo y el estado de los órga
nos, pero también, más oscuramente, la conciencia y el curso de las ide
as, que dichas sensaciones internas determinaban por otra parte a través
de ligazones que establecían con las sensaciones externas y en recuerdo
(imágenes de alimentos para la nutrición, por ejemplo). Además los ins
tintos ejercían una influencia muy importante en esa voluntad conscien
te que Cabanis, antes de Maine de Biran, identifica con el yo. Finalmen
te, las sensaciones internas que tienen su sede en el cerebro mismo se
ponen de manifiesto particularmente por su potencia en ciertas condicio
nes peculiares (sueño, epilepsia, locura) en las que ellas prevalecen sobre
el orden de la realidad extema.
De modo que allí donde los sensacionistas veían una tabla rasa, una pá
gina en blanco abierta a las inscripciones perceptivas, el monismo ma
terialista de Cabanis iba a ubicar toda la densidad del organismo vivo, de
las determinaciones somáticas e instintivas. Por otra parte, entre la con
ciencia clara y la vida inconsciente y espontánea de lo órganos aparecía
un amplio espectro de fenómenos; así se hacía lugar a fenómenos que
143
seguían siendo psíquicos, pero cuyo grado de conciencia era débil o nu
lo. Veremos salir a la luz del día en el marco de otras concepciones (la
de Herbart o la que Helmholtz tomó del “quimismo” de Stuart Mili) la
idea de hechos psíquicos inconscientes.
Observemos por otra parte que esa primera corrección al empirismo
sigue de cerca al pasaje de la teoría del conocimiento a la psicología pro
piamente dicha, campo en el que el problema del cuerpo es una cuestión
permanente. En adelante no se podrá aflojar el lazo que unió a la medici
na, la fisiología, en particular la del sistema nervioso y los estudios psi
cológicos; esa vinculación fundamentó una de las grandes corrientes de
la psicología moderna. En lo inmediato, varias líneas de pensamiento se
relacionaron con la obra de Cabanis:
144
orden, Gall fue el primero en establecer la función fundamental de la
materia gris en el funcionamiento nervioso; localizaba las funciones in
telectuales y mentales en el nivel del córtex cerebral, que concebía como
un conjunto pluriorgánico en el cual se arriesgó a delimitar territorios
correspondientes a una lista arbitraria de veintisiete facultades que a su
juicio resumían la naturaleza15 del hombre, desde el gusto por el com
bate hasta el talento poético, pasando por diversas memorias y la capaci
dad para el lenguaje articulado. Partiendo de la postulación de un parale
lismo entre las superficies corticales y las craneanas, y de una relación
de proporcionalidad entre la importancia funcional de un territorio y su
volumen, Gall diagnosticaba los dones, los talentos y los defectos de ca
da uno mediante la palpación del cráneo (nos ha quedado de él la “protu
berancia de la matemática”) y creía poder aislar una monomanía corres
pondiente a cada una de las facultades de su psicocaracterología, con la
protuberancia respectiva en el cráneo del alienado. Su obra profética pero
prematura, incluso charlatanesca, no iba a sobrevivir, pero a través de
Broussais y Bouillaud llevará a Broca a descubrir los centros corticales
del lenguaje y del predominio hemisférico, punto de partida de todas las
investigaciones de la segunda mitad del siglo XIX acerca de las localiza
ciones cerebrales.16
145
observación “en situación”, a la manera de los fisiólogos, era al menos
tan importante como los datos internos introspectivos:así se impuso la
idea de que el observador, sobre todo si contaba con una experiencia pro
longada,19 se encontraba mejor ubicado que el sujeto mismo para dar
cuenta del funcionamiento subjetivo. De allí la insistencia con que Tai-
ne y Ribot (para hablar sólo de los franceses, por otra parte los más cla
ros en lo tocante a este punto) subrayaron la importancia de los datos
provenientes de una observación psicológica del niño, de las civilizacio
nes “inferiores”, de los documentos literarios e históricos, y sobre todo
de los enfermos mentales. La psicopatología que ya había servido a Gall
como campo de observación privilegiado20 se encontró, en virtud de este
rodeo, a la vanguardia de las preocupaciones de los psicólogos materia
listas.
Los espiritualistas
A. La ideología racional
146
rante mucho tiempo, a través de su influencia en Cousin y el esplritua
lismo.
En una primera memoria aparecida en 1798, Desttut de Tracy añadió
a esa lista la facultad de moverse, que a su juicio constituía el funda
mento de la idea de exterioridad y por lo tanto de la distinción entre yo y
no-yo,23 en virtud dé la resistencia con la que esa facultad tropezaba.
En 1801, en sus Eléments d'idéologie, modificó ligeramente su tesis
para tomar en cuenta la objeción implícita que significaba la obra de su
amigo Cabanis, a la que por otra parte no cesaba de referirse. Si bien e-
xiste en efecto una motilidad instintiva, refleja e inconsciente, ella no
podría ser base de una noción tan compleja y en la que intervenía el jui
cio.24 De modo que en última instancia atribuyó el reconocimiento de la
exterioridad a la voluntad, a la resistencia que ella encuentra en la mate
ria. No obstante, Destutt de Tracy sigue definiendo el yo en términos
sensacionistas, como el conjunto de las sensaciones que el alma puede
experimentar y de las que se acuerda.
Otro ideólogo, Laromiguiére,25 orientó la crítica de Condillac en un
sentido análogo, al distinguir tajantemente, en la percepción, la sensa
ción pasiva (ver, oír) de la atención activa (mirar, escuchar), por la cual
el alma, mediante un acto voluntario, hace claro y distinto lo que se pre
senta en una confusión indistinta. Era la atención, la única facultad acti
va, la que daba origen por una parte a la comparación, y por lo tanto al
juicio y al razonamiento, y por otro lado al deseo, concentración del al
ma en un objeto para obtener su goce, y sus correlatos: la preferencia
(comparación de los objetos del deseo) y la libertad.
De ese modo se fue introduciendo lentamente, entre pensadores que
todavía pretendían ser simples discípulos de Condillac, la reivindicación
de una actividad espiritual fundamental e irreductible. Los ideólogos fue
ron en efecto la fuente de la corriente de pensamiento que iba a dedicarse
directamente a destruir la influencia de aquéllos. Maine de Biran era por
otra parte amigo de Tracy, y al principio formó parte del grupo, antes de
que el esplritualismo reconociera en él a su fundador.26
B. Maine de Biran
147
trar la clave de las realidades del espíritu, sino en las revelaciones inme
diatas del sentido íntimo, en virtud del cual los hechos psicológicos des
cubrían directamente su esencia a la introspección. La primera conclu
sión que extrajo de esa postura fue la oposición en el alma de una clase
de fenómenos sufridos (sensaciones, ideas, sentimientos), a la cual eran
particularmente aplicables los análisis objetivantes, y por otro lado una
vivencia inmediata, irreductible: la de una fuerza actuante y voluntaria
con la cual se identifica el yo. Esos dos registros heterogéneos eran el de
la materia (para el caso, el cuerpo y sus correlatos mentales; cf. Caba
nis) y el del espíritu (realidad “hiperorgánica” inaprehensible por los
procedimientos de la observación externa). Pero Maine de Biran, si bien
en el plano de los conceptos y esencias concibe tales registros como
fundamentalmente distintos, en el nivel práctico encuentra que esas dos
realidades están siempre asociadas y son interactuantes; a continuación
se esforzará por analizar esa interacción y atribuir a cada una de esas dos
sustancias lo que le corresponde en los hechos psíquicos.
Un primer estudio, L'Influence de l'habitude sur la faculté de penser
(1802) le permitió enunciar y precisar sus ideas. Consideraba, en efecto,
que el hábito tenía consecuencias muy diferentes en nuestras facultades
pasivas, que alteraba y debilitaba poco a poco hasta borrar completa
mente las impresiones sensibles suscitadas por aquellas facultades, por
un lado, y por el otro en nuestras facultades activas, que adquirían en
virtud de él más nitidez, prontitud y seguridad, exigiendo menor esfuerzo
—lo que por otra parte tendía a suprimir las diferencias y a reducir lo
voluntario a lo automático y a lo espontáneo— . Así se delimitaban cla
ramente los dos dominios: el del cuerpo, con sus sensaciones, sus emo
ciones, sus necesidades, sus deseos y sus pasiones, y el del espíritu, im
pregnado del carácter voluntario del esfuerzo en sus manifestaciones: la
percepción (sensación reconocida), el pensamiento claro y distinto, la
memoria activa y el acto de querer. Del mismo modo, así se demostraba
su incesante colaboración: a la sensación, hecho puramente pasivo, es
pontáneo, sufrido, se superponía la percepción, en la que se manifestaba
la atención voluntaria y la acción de los sistemas musculares ligados a
los órganos perceptivos, que hacían la impresión más clara y distinta
cuanto más complejos y eficaces fueran (en tal sentido, la vista se opo
nía nítidamente al olfato); del mismo modo, la memoria podía ser evo
cación deshilvanada, despliegue espontáneo de imágenes, o actividad re
flexiva, búsqueda ordenada. Finalmente, estaba el pensamiento, fuera
que se abandonara a la amplificación imaginativa de las imágenes, guia
da solamente por el estado de ánimo es decir, por el estado de los órga
nos y las asociaciones circunstanciales, o que, en la tensión*de un es
fuerzo de combinación libremente consentido, tratara de dominar su ma
terial de sensaciones e imágenes y de reducir a la unidad lo múltiple de
148
lo dado,28 generando así “esas ideas arquetipos de conjunto, de armonía
y de belleza”.
Ahora bien, las manifestaciones de las facultades activas se reducen
todas a un acto único: el querer, inmediatamente percibido por la con
ciencia como esfuerzo activo y como idéntico al yo. De modo que la
sensación de esfuerzo es el hecho primitivo de la conciencia, del sentido
íntimo. No se trata sólo de que en él se funde la distinción del no-yo y
el yo (como ya lo habían afirmado los ideólogos); es también la expe
riencia única para la conciencia de una fuerza y de una causalidad inme
diatamente percibidas y vividas, y no construidas deductivamente o por
inducción. Es esa experiencia primordial la que funda nuestra creencia en
el mundo exterior, en las fuerzas, en los seres y en las causas que adivi
namos en juego detrás del orden de los fenómenos a los cuales sólo te
nemos acceso en la experiencia sensible. No nos detendremos en el mo
do en que la misma cadena de pensamientos condujo a Biran a Dios y a
la última fase, mística, de su obra filosófica.
Del mismo modo que opuso la imaginación pasiva a la combinación
activa, el deseo pasional al querer, Maine de Biran diferenció también el
lenguaje interjectivo espontáneo de la lengua como sistema organizado
de signos. En efecto, lo que caracteriza al signo es su intencionalidad,
en virtud de la cual el sujeto dispone de él y se siente causa de su discur
so. De modo que el principal instrumento del pensamiento sólo funcio
na por el imperio que permite que el individuo ejerza sobre sus propias
ideas; sea cual fuere, por otra parte, el origen del lenguaje, su funciona
miento interno en el sujeto reposa en esa misma facultad activa e inteli
gente que interviene en la construcción del pensamiento y que en este
caso entiende, concibe e impone los signos a las ideas.
Es esencial precisar un punto fundamental de la teoría de Biran, que
por otra parte también puede encontrarse en todos los dualismos, pero
que se presenta más puro en el de este autor que en todos los otros; vol
veremos a hallar su influencia en las concepciones psicopatológicas ins
piradas en el esplritualismo (cf. Baillarger). Se trata del aspecto básica
mente conflictual de la relación entre las dos sustancias o los dos modos
de vivencia psicológica: la voluntad no es sólo un esfuerzo ejercido so
bre la materia, y su despliegue espontáneo es una lucha del yo por con
servar el dominio de su vida, en realidad para conservarse como fuerza li
bre a secas, pues la persona se hunde en el deseo pasional, en la imagi
nación desenfrenada, en la profusión sensible, en los estados de alma y
los humores cambiantes, cada vez, en suma, que “el cuerpo” prevalece
sobre la actividad espiritual. En ese punto se pone de manifiesto la in
fluencia profunda de la vida personal de Biran en un pensamiento que,
por propia confesión, en ella encontró su fuente.
149
C. El esplritualismo
150
en peligro por el sensacionismo y el materialismo, volver a hallar el
sentido primordial y eterno “de la verdad, de la belleza, del bien” (título
de la obra principal de V. Cousin), justificar con la razón la fe religio
sa. Lo que con frecuencia no le impidió proponer argumentos sólidos,
por ejemplo para refutar la reducción utilitarista de las nociones morales
o estéticas y tratar de establecer su iireductibilidad.
Algo tiene más interés a los fines de nuestro estudio: la influencia
del espiritualismo en el conjunto de las investigaciones de ese periodo y
en particular en el pensamiento de los neurólogos y los alienistas.30
El problema de la alucinación
151
apenas rozada por algunas sensaciones ligeras, dejamos ir nuestra me
moria, nuestra imaginación y nuestro pensamiento hacia donde quieran,
y caemos en lo que se denomina estado de ensueño. Nuestra personalidad
no se ha extinguido, todavía vigila el juego natural de las capacidades
que la rodean, tiene conciencia de que, cuando quiera, puede recobrarse,
pero por el momento no gobierna, se deja ir, reposa. En ese estado, to
das nuestras facultades se activan con su movimiento propio y según su
ley, no siguiendo nuestras leyes ni en virtud de nuestro impulso. El
hombre se ha retirado, y nuestra naturaleza vive como una cosa; todo lo
que sucede para nosotros es fatal, hemos vuelto a caer bajo el imperio
de la ley de la necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al ár
bol y las nubes’. A estos pasajes de Jouffroy me limitaré a añadir el si
guiente: ‘El hombre se asemeja a las cosas cuando abandona ese impe
rio que de él depende retomar; cuando, en lugar de apropiarse de sus fa
cultades, las abandona a su propio movimiento, queda perezosamente a-
dormecido en medio de un mecanismo del que está en sus manos gober
nar todos los resortes.’ ¿En qué consiste ese estado de ensueño durante el
cual nuestra naturaleza vive como una cosa, en el que todo lo que ocurre
nos es fatal, en el que hemos vuelto a caer bajo el imperio de la ley de la
necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al árbol y a las nu
bes? ¿Qué es ese estado que Jouffroy compara con un mecanismo movi
do por resortes? Ese estado es el automatismo de la inteligencia, carac
terizado por el ejercicio involuntario de la memoria y de la imagina
ción.’^
De modo que apoyándose en Jouffroy, quien por otra parte se limita
a repetir a Maine de Biran, Baillarger produjo le versión más elaborada
de una doctrina ampliamente reconocida, durante todo el período que si
guió, como la clave de la interpretación de toda una serie de fenómenos
fisiológicos (ensueño, sueño, estado hipnagógico) y patológicos (so
nambulismo, alucinaciones, delirio y formas diversas de alienación
mental). Pero en particular publicó esa versión con respecto al problema
de la alucinación; ubiquemos rápidamente lo que estaba en juego en la
controversia.
152
en imágenes (como en las premisas de la creación artística o en la preo
cupación intensa) o incluso en sensaciones (tal como lo atestiguaban la
ilusión, la alucinación y el sueño). De modo que la alucinación “ya no
deberá ser considerada y no es sino poco más que el resultado un tanto
forzado de un acto normal de la inteligencia, el más alto grado de .trans
formación sensorial de la idea”.35 El carácter estésico de la alucinación!
era por otra parte más o menos nítido, lo supiera el sujeto o no. Una
disputa interna dividía a esta corriente en torno al punto de saber si allí
había siempre un fenómeno patológico (como creía Lelut) o si la aluci
nación podía ser simplemente el efecto de una concentración intensa, y
en consecuencia sobrevenir en el hombre normal, incluso en el genio j
(posición de Brierre de Boismont).
—La segunda corriente, que podía reivindicar legítimamente la pater
nidad de Esquirol, analizaba el fenómeno alucinatorio como un trastorno
d e ja creencia, en el cual la conciencia debilitada se dejaba engañar por
los fantasmas engendrados por la imaginación y la memoria. En conse
cuencia, el “estado primordial” (Moreau de Tours) precedía, engendraba y
explicaba la alucinación, estado de reducción de la vigilancia, de dominio
del yo por las facultades mentales exaltadas^
153
las imágenes oníricas estaba a su juicio sometido al dominio de la aso
ciación de ideas y de la memoria (sobre todo reciente: recuerdos del día),
pero también de las sensaciones internas (viscerales, orgánicas) o exter
nas que siguen alcanzando al durmiente. Estas últimas eran tanto más
importantes en cuanto el sueño era una alucinación psicosensorial y
por lo tanto en su génesis entraban en juego las “pantallas perceptivas”,
como se dirá más tarde. Típicamente, su estimulación se producía a con
tracorriente (desde las ideas a las imágenes y a la alucinación), pero po
día ser directa, lo que proveyó material para experimentaciones diversas
acerca del durmiente (integración en el sueño de estímulos extemos de
toda naturaleza), experimentos que se convirtieron en clásicos.
154
lementos correctores: los reductores antagonistas-, éstos consistían por
una parte en el conjunto de las percepciones actuales que antagonizan di
rectamente la imagen al contradecirla (pienso en Waterloo, pero percibo
los techos de París: ambos elementos son inconciliables y uno de ellos
reduce la exterioridad del otro), y por otro lado en la acción del stock de
recuerdos y conocimientos de los que el sujeto dispone y que reducen la
imagen en función del contexto y de la verosimilitud (pienso en mi her
mano pero sé muy bien que está a tres mil kilómetros de distancia). De
modo que la imagen queda secundariamente situada como interna, y de
marcada como pasada (memoria) ó irreal (imaginación), etcétera.
Según la formulación de Taine, “cada imagen está provista de una
fuerza automática y tiende espontáneamente a cierto estado que es la alu
cinación, el seudorrecuerdo y el resto de las ilusiones de la locura. Pero
se ve detenida en su marcha por la contradicción de una sensación, de o-
tra imagen o de un grupo de imágenes. La detención recíproca, el tironeo
mutuo, la represión, constituyen en su conjunto un equilibrio, y el efec
to que se acaba de ver producido por la sensación correctiva especial, por
el encadenamiento de nuestros recuerdos, por el orden de nuestros juicios
generales, es sólo un caso de las rectificaciones perpetuas y de las limi
taciones incesantes que incompatibilidades y conflictos innumerables o-
peran ininterrumpidamente en nuestras imágenes e ideas. Ese balance es
el estado de vigilia razonable. En cuanto termina, por hipertrofia o atro
fia de un elemento, nos volvemos locos, total o parcialmente.”39
Sobre la base de este análisis, Taine puede definir la sensación como
“una alucinación verdadera”. Toda representación (tomamos de la traduc
ción alemana este término cómodo) es en efecto interna y subjetiva: en-
^ tre imagen y sensación no puede trazarse ninguna distinción de naturale
za. Entre la alucinación y la percepción la única diferencia que existe,
desde el punto de vista del sujeto que las vive, consiste en que una es
interna y la otra externa, verdadera. El misterio de la alucinación es al
mismo tiempo resuelto sin que se recurra a una concepción trascendente
y metafísica del yo: la obliteración de los reductores antagonistas (desa
parición de la percepción actual en el dormir, extravío del pensamiento
en la confusión mental) o la intensidad de la imagen (procesos pasiona
les) bastan para explicarlo. Taine puede así integrar una verdadera rein
terpretación de la teoría del automatismo en un sensacionismo fisiolo-
gista, pues es el basamento neurológico del funcionamiento mental lo
que en última instancia determina tanto su estructura como su devenir.
Así, por detrás del análisis psicológico, piensa en la acción de los cen
tros hemisféricos, soporte de las imágenes e ideas, sobre los centros
sensoriales, en la génesis de la alucinación. Volveremos a encontrar ese
tipo de análisis en los partidarios de la “mitología cerebral” de fines del
siglo XIX.40
155
Señalemos otro tema que signa la doctrina de Taine: él lo retoma de
Condillac y lo volveremos a encontrar en diversos psicólogos ulteriores,
como por ejemplo Romanes. Es la idea de que el pensamiento no puede
alcanzar la abstracción, los conceptos, las ideas generales, las proposi
ciones y por lo tanto la ciencia, sin el empleo de signos, es decir, esen
cialmente, sin servirse del lenguaje. El signo es sólo una imagen y obe
dece a las leyes generales de la imagen, pero su poder de representación,
fundado en la sustitución de una imagen por otra, le permite aislar un
elemento constituyente de esta última (el color de un objeto, por ejem
plo) y en consecuencia, por una parte, operar esa sustracción que es e-
sencialmente la abstracción como operación psicológica,41 y por la otra
alcanzar la representación de lo que no es directamente un dato de la ex
periencia (la noción del color, por ejemplo, y el conjunto de los abstrac
tos). Así, el espíritu sólo tiene acceso al orden de la generalidad y a la
ciencia a través de la mediación del lenguaje. El empleo permanente de
los signos tiende sin embargo a borrar en la conciencia de quien los uti
liza el efecto propio que ellos producen, y a hacer atribuir una realidad
sustancial a la idea que a la vez vehiculizan y generan, fabricando de tal
modo, incesantemente, en tomo del hombre, un mundo de “pequeños se
res metafísicos” (volvemos a encontrar en este punto la tradición crítica
nominalista), como por ejemplo el yo de los espiritualistas, que Taine
descompone analíticamente a la manera asociacionista.
Así, si uno quiere “hacerse una idea de nuestra máquina intelectual,
es preciso dejar de lado las palabras razón, inteligencia, voluntad, poder
personal e incluso yo, del mismo modo que se dejan de lado las palabras
fuerza vital, fuerza medicatriz, alma vegetativa; son metáforas literarias,
a lo sumo cómodas en tanto expresiones abreviadas y sumarias para ex
presar estados generales y efectos de conjunto. Lo que el observador dis
cierne en el fondo del ser vivo en el ámbito de la fisiología son células
de diversos tipos, capaces de desarrollo espontáneo, y modificadas en la
dirección de su desarrollo por el concurso o antagonismo de las células
vecinas. Lo que la observación discierne en el fondo del ser pensante en
el ámbito de la psicología son sensaciones de imágenes de diversos ti
pos, primitivas o consecutivas, dotadas de ciertas tendencias y modifica
das en su desarrollo por el concurso o el antagonismo de otras imágenes
simultáneas o contiguas. Así como el cuerpo vivo es un polipero de cé
lulas mutuamente dependientes, el espíritu actuante es un polipero de i-
mágenes mutuamente dependientes, y la unidad, tanto en uno como en
otro caso, es sólo una armonía y un efecto” 42
Freud leyó el tratado de Taine en 1896; entonces le escribió a Fliess:
“La psicología —o más bien la metapsieología— me preocupa sin ce
sar. El libro de Taine De l'intelligence me agrada enormemente. Espero
que de esto salga algo. Algo tardíamente, observo que las ideas más an-
156
liguas son justamente las más utílizables.”43 Fue la primera vez que el
término metapsicología apareció en un texto de Freud: aparentemente
se lo inspiró la lectura de Taine...
NOTAS
1. Sobre Condillac, cf. E. Bréhier: H istoire..., tomo II, fase. II, y, so
bre todo, el estudio muy completo con el que F. Picavet introdujo
su reedición (1885) del Traité des sensations de Condillac.
2. Cf. E. de Condillac: Le traité des sensations.
3. Cf., sobre las doctrinas de la ideología, el apartadoque sigue acerca de
Cabanis y la ideología fisiológica, y el que trata de Destutt de
Tracy y la ideología racional.
4. Este es el método que más positivamente fundará la clínica. Cf. P. Ber
cherie: Les fondements..., cap. 1. y, supra, primera parte.
5. Condillac, lo mismo que el conjunto de los sensacionistas, considera
que las cosas son incognoscibles.
6. En efecto, según Condillac, el razonamiento consiste en una serie de e-
cuaciones, y la evidencia es la piedra de toque de la verdad de las
proposiciones. En esto continúa manifiesta la gravitación del car
tesianismo.
7. Esta metodología demostró ser más fructífera en química, en botánica
y, en medicina, en la clínica semiológica de Pinel. M. Foucault ha
intentado poner de manifiesto el dominio del modelo clasificatorio
(taxonomía) durante toda la época clasica. Cf. M. Foucault: L es
mots et les chases, 1966.
8. Los materialistas antiguos, como Demócrito y Epicuro, consideraban
que el alma era una “materia sutil”, un cuerpo sustancial; de modo
que, en definitiva, seguían siendo espiritualistas.
9. Cf. el capítulo dedicado a la psicología cartesiana en F. L. Mueller:
Histoire de la psychologie, 1960.
10. Lo atestigua el título de la obra de J. O. de La Mettrie: L'homme-ma-
chine, Leyde, Luzac, 1747, evidente y por otra parte explícita a-
lusión a Descartes y a sus animales-máquinas.
11. A la recíproca, esos materialistas franceses influyeron mucho en J.
Bentham y James Mili, como ya lo hemos indicado.
12. Leído en parte en el Instituto en 1795-1796, Rapports du physique
et du moral chez l'homme, de P. J. G. Cabanis, fue publicado en
forma de libro en 1802.
13. Un poco más adelante analizo detalladamente la teoría del instinto en
Cabanis, con respecto a la sexología (infra, cap. 10).
14. Acerca de Gall y la frenología, cf. G. Lantéri-Laura: Histoire de la
phrénologie, 1970; P. Bercherie: Les fondements..., cap. 3.
15. En efecto, Gall oponía una concepción innatista del psiquismo y una
157
Capítulo VIII
Herbart
160
no es más utilizable que para el conocimiento del mundo exterior; el
Ich trascendental no es un dato del sentido sino una condición a priori
de toda experiencia y de todo conocimiento posibles. No podría en con
secuencia pensarse a sí mismo, es decir pensar su propia esencia, tan os
cura e incognoscible como la de las realidades en sí del mundo exterior.
— Finalmente, el método fisiológico, en el sentido de Cabanis, no
puede aplicarse: la disparidad de espíritu y cuerpo no es la de dos sustan
cias, sino la de dos registros fenoménicos: el de los sentidos externos,
estructurado en el espacio, y el del sentido interno, que sólo está relacio
nado con el tiempo. De modo que el problema de la relación entre espí
ritu y cuerpo puede dar lugar a reflexiones y a observaciones pertinentes
(Kant por otra parte también aportó algunas) pero no podría fundar un
saber universal.
161
se puebla de sensaciones, imágenes e ideas. Por otra parte, siendo una
sustancia simple, la actividad del alma no puede dividirse en facultades
distintas, abstracciones demasiado forzadas de un dato concreto insufi
cientemente conocido; así Herbart recusó la clásica división kantiana en
inteligencia, sensibilidad y voluntad.
Sobre esa base metafísica, Herbart erigió su psicología, que también
quería fundar en la experiencia, en el sentido de la observación empírica,
en particular introspectiva,3 y en la matemática (ya vamos a ver cómo).
Las representaciones mentales (expresión que, como la idea en Locke, a-
barca sensaciones e ideas propiamente dichas) obedecen a su tumo a las
leyes de las mónadas: una vez que han nacido, no desaparecen nunca; el
olvido no es más que una ocultación momentánea, y la reaparición de lo
que se olvidó es siempre posible. La unidad y la simplicidad del alma
implica en efecto la estrechez de ese campo de la conciencia que las re
presentaciones se disputan: de ese modo éstas oscilan entre la plena con
ciencia, la libertad completa y la completa inhibición, o bien, reprimi
das, se convierten en simples tendencias inconscientes, pasando por di
versos grados posibles de “oscurecimiento”.4 En virtud de su lucha, las
representaciones son también fuerzas, y en efecto, toda representación,
además de su calidad propia, tiene una cierta intensidad, lleva consigo un
concepto de magnitud intuitivamente percibido como fuerza o debilidad
relativas, una claridad más o menos grande. Si bien esa cantidad no po
dría estar lo suficientemente determinada como para ser medida, Herbart
pensaba que las relaciones entre esas cantidades se prestaban a una ma-
tematización; creía poder construir así una mecánica psíquica que incluía
una estática (estudio de las relaciones intensivas de las representaciones
en su lucha por llegar a la conciencia) y una dinámica (con el añadido de
la dimensión temporal), y determinar leyes científicamente formuladas.
El antagonismo de las representaciones estaba en lo esencial relacio
nado con sus cualidades: se oponen si forman parte del mismo registro
perceptivo, del mismo “continuo” (sonidos o colores, por ejemplo). A-
demás, en un mismo registro, son más o menos inconciliables y más o
menos susceptibles de combinación: complicación (combinación de re
presentaciones de registro diferente) o fusión (registro idéntico: por e-
jemplo la fusión del amarillo y el rojo en el anaranjado). En función de
ese grado de antagonismo, las representaciones en oposición sufren una
inhibición recíproca, proporcional a su intensidad: cada una pierde así u-
na cierta cantidad de claridad, según sea su propia fuerza y la suma total
de las fuerzas presentes. Herbart se entrega entonces a cálculos algebrai
cos complejos para determinar la suma de inhibición y 1a relación de
inhibición en el conflicto de las representaciones;5 ellos no nos intere
san aquí.6
Por debajo de cierta intensidad, intrínseca y primitiva o secundaria a
162
las inhibiciones recíprocas, las representaciones quedan por lo tanto re
primidas, en un nivel inferior al del “limen” o umbral de la conciencia;
se convierten en tendencias inconscientes, “oscurecidas”. Por otra parte,
las percepciones conscientes más simples son ya grandes complejos de
“percepciones insensibles” (cf. el ejemplo de Leibniz: en una ola que se
abate sólo percibimos el fragor homogéneo, y no los innumerables rui
dos producidos por todas y cada una de las gotas de agua). Por el contra
rio, la masa de representaciones combinadas que ocupan el campo de la
conciencia influye en el destino de toda nueva representación, lo que
subjetivamente se percibe como atención consciente orientada. Esta
“masa aperceptiva” (lo mismo que Leibniz, Herbart llama apercepción a
la percepción consciente de una representación) realiza entonces una se
lección entre las percepciones y las ideas que tratan de llegar a la con
ciencia. Allí adquiere sentido la definición del yo, por lo demás muy tí
picamente humiana, que propone Herbart es la suma de las representa
ciones actualmente conscientes, es decir la masa aperceptiva con sus e-
fectos de inhibición o de facilitación sobre el destino de las representa
ciones solicitadoras. También en ese punto tuvieron consecuencias sus
preocupaciones educativas, pues su doctrina iba a dominar durante mu
cho tiempo la teoría pedagógica: el educador modela la personalidad pre
sente y futura determinando la naturaleza de la masa aperceptiva, es decir
eligiendo el contenido y seleccionando lo que debe entrar en la concien
cia del alumno.
La psicología de los estados afectivos constituye otra originalidad del
sistema de Herbart. A diferencia de los utilitaristas, considera que los
sentimientos son el efecto de las interrelaciones de las representaciones.7
El placer aparece entonces manifestando el acuerdo de los elementos y la
libertad de su circulación; el dolor expresa su antagonismo conflictivo y
el hecho de que unos obstaculizan a otros. El deseo es típicamente anali
zado como la asociación del placer y de un objeto específico; si la masa
aperceptiva es favorable, el deseo engendrará la acción voluntaria. Asi
mismo, en el nivel de los actos de la voluntad, sean interiores de un
mismo individuo o realizados por individuos diferentes, el acuerdo armo
nioso produce la satisfacción moral y la imptesión de un acrecentamien
to de la perfección; el antagonismo da origen a la aversión y a una im
presión de imperfección. Por otra parte, para la transformación de la vo
luntad en actos motores es necesaria la cooperación del alma y el cuerpo.
Si bien, lo mismo que.Kant, Herbart rechaza la idea de una psicología
fundada en la fisiología, también subraya la interacción de las mónadas
corporales con el alma, y en particular la acción del cuerpo sobre el cur
so de las ideas, que obstruye (represión), como por ejemplo en el sueño,
o que por el contrario refuerza ciertas representaciones “resonantes”, tal
como ocurre en ciertas intoxicaciones o en los desarrollos pasionales.
163
C. La herencia de Herbart en la psicología alemana
164
Los experimentalistas
A. Fechner y la psicofísica
165
tido pero más lentamente que la excitación, y encontrar un resultado que
ya habían presentido diversos investigadores, en particular Weber (1846)
para el dominio del tacto. Dentro de ciertos límites (entre el mínimo
perceptible y la intensidad perjudicial para el órgano sensitivo), “la sen
sación crece como el logaritmo de la excitación”, lo que significa que,
para que aumenten cantidades iguales, la excitación tiene que aumentar
en cantidades siempre proporcionales a sí misma, o también que para
que la primera crezca siguiendo una progresión aritmética, el acrecenta
miento de la segunda debe realizarse según una progresión geométrica.
No nos detendremos en los protocolos experimentales, ni en la formula
ción matemática de la ley, ni en las innumerables críticas y enmiendas
que ella suscitó, ni tampoco en las respuestas justificativas del propio
Fechner; más bien trataremos de comprender lo que significa su obra.
Pero, en primer término, es preciso volver al problema del umbral a
partir del cual la excitación produce una sensación perceptible, que, para
cada registro sensorial, Fechner se aplica a determinar con la mayor e-
xactitud posible. Entre la excitación física y la sensación se intercala un
movimiento psicofísico (fisiológico) que es el verdadero sostén de la
conciencia o más bien su reverso material, directamente proporcional en
términos cuantitativos a la excitación (conservación de la energía); eso
es por lo menos lo que le parece más verosímil a Fechner, y eso es lo
que postula. La ley psicofísica regula por lo tanto en realidad la relación
(psicofísica interna) entre la conciencia y el “movimiento psicofísico”
que es su correlato material. Fechner va entonces a definir un valor de
umbral en el que la sensación es nula, pero no la excitación; por debajo
de ese umbral hay un segmento de la curva logarítmica para el cual los
valores de excitación son positivos y mensurables: en consecuencia,
Fechner define “sensaciones negativas”, por debajo del umbral de la. con
ciencia, que corresponden a movimientos psicofísicos positivos. Esta
teoría, muy explícitamente inspirada en Herbart, se extenderá a conti
nuación al conjunto de la vida mental: la actividad psicofísica oscila
continuamente en intensidad, pero persiste siempre. Cuando dicha inten
sidad desciende a un nivel inferior al del umbral de la conciencia, la vida
psíquica se apaga (dormir) hasta un ascenso que atraviesa ese umbral
(despertar). Por otra parte, es preciso considerar la repartición de la acti
vidad psicofísica, que no es uniforme en todos los sectores de la con
ciencia total, conjunto de fenómenos relativamente independientes, algu
nos de los cuales pueden estar despiertos, mientras que otros se encuen
tran en suefío parcial (cf. el dormir jo la atención concentrada).
Además de la renovación de los principios herbartianos (intensidad de
los elementos mentales, umbral de la conciencia, fenómenos psíquicos
inconscientes), Fechner introdujo dos grandes innovaciones conceptua
les:
166
—La idea de una experimentación psicológica y la puesta a punto de
los primeros métodos de experimentación, fuentes de la psicología expe
rimental ulterior y moderna. Ese fue un tema capital en psicología, pero
aquí no nos interesa directamente.11
—La convicción de que los hechos psíquicos son de la misma natu
raleza que los hechos físicos y en consecuencia pueden expresarse en i-
déntico lenguaje, es decir en el lenguaje de la cantidad, de la medida y de
las leyes matemáticas. Desde luego, ése es el punto en que tenemos que
detenemos: si bien para Fechner el movimiento es sobre todo inverso y
apunta a “psiquizar” la naturaleza, su progenie percibirá esa exigencia de
un modo totalmente distinto, y hará de ella el fundamento de un mate
rialismo mecanicista riguroso en psicología.
167
1
168
transmisión del flujo nervioso) con las concepciones de Fechner (corre
lación sin paralelismo de lo físico y lo mental).
Desde un punto de vista más psicológico, los trabajos de Helmholtz
apuntaban a demostrar la tesis de una génesis empírica de las principales
dimensiones del mundo perceptivo, en particular el espacio.15 También
en ese punto se oponía a Müller, quien, parafraseando fisiológicamente a
Kant, era el gran partidario de la tesis adversa, denominada “nativista”
(por Helmholtz), según la cual la intuición espacial es una categoría in
nata de la percepción, inscripta en la estructura misma de los órganos de
los sentidos. Retomando la idea de Müller atingente a una “energía espe
cífica” de las fibras nerviosas, es decir de señales peculiares para cada una
de las sensaciones provenientes de cada punto del cuerpo, y sumándose
de ese modo a Lotze y a su teoría de los signos locales (1852), Helm
holtz presentó la construcción del mundo perceptivo, y de lo que más
tarde se denominará esquema corporal, como la coordinación de innume
rables experiencias primitivas; para ello se apoyó en gran medida en las
concepciones asociacionistas inglesas y especialmente en Stuart Mili,
citados explícitamente. En consecuencia, considera que el objeto es un
agregado de sensaciones elementales, asociadas de manera íntima por su
recurrencia en la experiencia perceptiva; su aislamiento es el producto de
una “experimentación mental” que mediante ensayos y errores diferencia
en lo percibido aquello que varía por acción de la voluntad y lo que es fi
jo, salvo por desaparecer y reaparecer globalmente (puesta en relación del
objeto con los órganos sensoriales). Para explicar el hecho de que las ca
tegorías esenciales de la percepción puedan parecer innatas, Helmholtz
sostiene que su puesta en juego, adquirida muy pronto, de alguna manera
se convierte en automática. También en ese punto parafrasea a Lotze,
quien afirmaba: “La localización de nuestras sensaciones en el presente
parece ocurrir de modo súbito, en el instante mismo en que abrimos los
ojos; en el inicio de la vida, esa aptitud sólo se desarrolla con la ayuda
de una serie de experiencias que, si estuviéramos en condiciones de re
producirlas, nos permitirían ver, lo mismo que tantos estados de con
ciencia del niño, todos esos estados intermedios que han llegado a ser
imperceptibles para la conciencia del adulto.”16 Se habrá reconocido la
síntesis “química” de Stuart Mili; Helmholtz, conforme a la tradición
herbartiana, prefiere hablar de inferencias inconscientes. Entiende que
las percepciones puras son escasas; la mayor parte de nuestras “percep
ciones” son en realidad elaboraciones intuitivas que suponen un impor
tante incremento que proviene de la memoria y opera por inducción ana
lógica: es la inferencia inconsciente, irresistible (causa, por ejemplo, de
las ilusiones perceptivas que sólo la atención analítica puede corregir se
cundariamente), y que resultan de la asociación y la repetición de expe
riencias sensoriales.
169
El empirismo y el geneticismo psicológico se encuentran en efecto
estrechamente vinculados, y en ese marco conceptual la psicología del
niño comenzó a suscitar un interés creciente.17 Otro corolario de ese ti
po de posición antinativista fue el cuestionamiento de la importancia del
instinto, por lo menos en el hombre: “Las observaciones realizadas has
ta el presente no prueban a mi juicio que los animales, al nacer, traigan
consigo algo más que tendencias, y es seguro que el hombre presenta
como rasgo distintivo que sus tendencias innatas se reducen a la más pe
queña medida posible.”18 En virtud de esa posición, el asociacionismo
quedó en estado de conflicto latente con la corriente evolucionista prove
niente de Spencer y Darwin.19
170
elementos, y no en relaciones de sustancias independientes (causalidad
física). Si bien (en última instancia y en un plano metafísico) pensaba
que las realidades físicas y psíquicas eran de la misma naturaleza, corres
pondiendo el pasaje de las primeras a las segundas a un relevo de la me
cánica por la lógica (inducción). Wundt no era sin embargo materialista
y no concebía el psiquismo como un fenómeno de esencia fisiológica.
El análisis de los hechos debía más bien sacar a luz el inconsciente, que
constituía el segundo plano en el que tenía su fuente todo lo consciente,
y por lo tanto el objetivo de la investigación psicológica que, como las
ciencias naturales, podía así trascender el plano de las apariencias para
alcanzar el de las causas.
Para Wundt toda actividad mental es una variedad de razonamiento
que pone en relación un objeto y el sujeto; la conciencia registra el re
sultado de esa actividad inconsciente (cf. las inferencias inconscientes de
Helmholtz) bajo la forma de la afirmación pura y simple de una cuali
dad, de una señal específicas. En tal sentido, entendía que la actividad
psíquica era esencialmente sintética (síntesis de tipo químico en la que el
producto no se reducía a la suma de los elementos: cf. Stuart Mili), des
de las simples percepciones hasta el juicio, pasando por el mundo oscu
ro de los sentimientos, que Wundt analiza como reacciones de
orientación de la conciencia ante ideas y sensaciones.23
No examinaremos el conjunto de las tesis de Wundt, dejando en par
ticular de lado su teoría, o más bien sus sucesivas teorías de la afectivi
dad. Es preciso sobre todo retener el hecho de que prolongara principios
fundamentales de Fechner (introducción de la medición y de la experi
mentación en psicología, estudios psicofísicos) y de Helmholtz (trabajos
de psicofisiología experimental, en particular de la percepción). No obs
tante, consideremos rápidamente su teoría de la apercepción, incuestio
nablemente su aporte más personal a la psicología alemana. Si bien, si
guiendo la tradición herbartiana, considera que la conciencia es unitaria y
sintética, la concibe como una especie de órgano sensorial interno, to
mando como modelo el campo visual. Dentro de su campo total (per
cepción), la conciencia posee por lo tanto un punto central de claridad
máxima (punto de apercepción) al que está ligada una función voluntaria
(apercepción) cuyo ejercicio, determinado por las representaciones actua
les dominantes, se acompaña de una sensación de tensión y esfuerzo, de
uiTacrecentamiento de la acuidad perceptiva y de un estrechamiento
del campo de la conciencia; Wundt estima que el campo aperceptivo no
puede incluir más de seis elementos. En este análisis es posible recono
cer la influencia de las ideas espiritualistas francesas, ampliamente di
fundidas en Alemania por las traducciones de las obras de los alienistas
franceses.
171
Los neuropsicólogos
A, Griesinger: el yo y la represión
172
de movimentos y su reproducción ideal se mezclan así con un trabajo de
nuestro espíritu, que penetra en la representación aislada como parte in
tegrante esencial. Así es como la representación misma toma un carácter
motor, una dirección muscular, y en virtud de ello se convierte en es
fuerzo”.33 Las representaciones tienen por lo tanto una tendencia espon
tánea a realizarse en acto, una especie de impulso motor, y ello en tanto
que “las sensaciones que provienen de todo nuestro organismo, pero par
ticularmente de las visceras, del intestino, de los órganos genitales, co
mo necesidad sensual, nos empujan a actuar; lo hacen a veces levemen
te, y otras de una manera impetuosa” 34
Los “impulsos sensitivos” provenientes del organismo mismo cons
tituyen móviles sensacionistas, entre los cuales “los más simples y fá
ciles de entender son el hambre y el instinto sexual (...), los motivos
más poderosos que dirigen nuestras acciones ”.35 Las sensaciones orgá
nicas producen sobre todo , en primer lugar, “movimientos oscuros de la
conciencia (...) que en parte se denominan sentimientos, pero que pueden
no encerrar ninguna idea distinta del objeto en que recaen”;36 a continua
ción establecen lazos con “ciertos complejos de ideas relacionados con el
fin a obtener (que ) luchan contra los obstáculos que se oponen a su lo
gro”,37 y de ese modo tienden a llegar a la efectuación motriz. Por otra
parte, “una actividad constante reina en esta esfera hundida en las tinie
blas o el crepúsculo, actividad que es mucho más importante y caracte
rística para la individualidad que el número relativamente pequeño de ide
as que pasan al estado de conciencia. Una multitud de irritaciones físicas,
de impresiones nacidas en el seno mismo del organismo golpean de en
trada y por así decir incluso exclusivamente esa esfera y obran sobre e-
11a, sin que tengamos conciencia, modificando los fenómenos que esa
esfera incluye (y que) contribuyen poderosamente a determinar la dispo
sición actual del carácter; ellas guían nuestros gustos, dirigen nuestras
simpatías y nuestras antipatías”.38
A esa poderosa síntesis de asociacionismo y de un materialismo en
el que parece prevalecer la influencia de Cabanis, Griesinger iba a inte
grar una concepción de la conciencia y del yo tomada de Herbart. En e-
fecto, “cuando las ideas nítidas y de las cuales tenemos conciencia, en
virtud de la mezcla de intuiciones de movimiento, llegan a ejercer una
influencia en los músculos, a ese fenómeno se le da el nombre de vo
luntad. (...) En el fondo, es el mismo proceso del acto reflejo (y) cuan
do se produce, el alma se siente aliviada, liberada; de ese modo se ha
descargado de las ideas y se restablece su equilibrio”.39 “Pero así como
las sensaciones y los sentimientos se transforman tanto más fácilmente
en tendencias cuanto más enérgicos sean, del mismo modo las ideas se
transforman tanto más en voluntad cuanto más fuertes y persistentes se
an.”40 Las representaciones, y por su intermedio las tendencias que ellas
173
representan, se entregan por lo tanto a una lucha por ocupar el campo de
la conciencia y lograr descargarse en acto; en esa lucha, la intensidad re
lativa de las representaciones es capital, pero también lo son las asocia
ciones de alianza o de contraste que se anudan entre ellas a través de la
perpetua actividad asociativa del cerebro. Así, “en el curso de nuestra vi
da, gracias a la ligazón progresiva de las ideas, se forma un gran com
plejo de ideas cada vez más sólidamente eslabonadas. Su particularidad
en cada hombre depende no solamente del contenido especial de las ideas
aisladas provocadas por las impresiones sensoriales y por los aconteci
mientos externos, sino también de las relaciones habituales de las ideas
con los móviles y la voluntad, y asimismo de las influencias del orga
nismo entero, que se han convertido en persistentes y activan o entorpe
cen su producción”.41 Así se constituye el yo que en adelante ejerce u-
na influencia determinante en el despliegue de las representaciones en la
conciencia, “reforzando” los elementos conformes, “reprimiendo” los e-
lementos antagonistas, de tal modo privados de toda posibilidad de efec
tuación motriz. Ante cada idea que se presenta, “todo el complejo de ide
as que representa el yo es puesto en juego y, después de haber rechazado
o favorecido la idea primera, concluye por dar la resolución”.42 Ese pro
ceso es la reflexión, cuya base es la asociación de las ideas, y cuyo des
pliegue exige un mínimo de calma psíquica. En efecto, las grandes emo
ciones trastornan el funcionamiento del yo, obstaculizando y anonadando
su actividad reguladora (véase la teoría de la locura y de sus trastornos i-
niciales en Griesinger): de su fuerza y coherencia depende entonces su
capacidad para enfrentar los conflictos de tendencias que pueden presen
tarse y atravesarlo. Por otra parte, el yo experimenta como placer lo que
facilita la actividad asociativa, como dificultad lo que la traba, y es la
base de una división de las emociones en depresivas y expansivas, clasi
ficación que ejercerá una influencia duradera en las nosologías psiquiátri
cas ulteriores.
No obstante, es preciso cuidarse de considerar al yo como un “com
plejo único de pensamiento y voluntad” (cf. los espiritualistas france
ses), homogéneo e intangible. “Nuestro yo, en diferentes épocas, es
muy diferente de sí mismo; según sean la edad, los diversos deberes de la
vida, los acontecimientos, las excitaciones del momento, tal o cual
complejo de ideas que, en un momento dado, representan al yo, se desa
rrollan más que otras y ocupan el primer rango. Somos ‘otro y sin em
bargo el mismo’. Mi yo como médico, como científico, mi yo sensual,
mi yo moral, etcétera, es decir los complejos de ideas, de tendencias y de
dirección de la voluntad a los cuales se designa con aquellas palabras,
pueden oponerse unos a otros y rechazarse recíprocamente en diferentes
momentos.”43 El yo es por lo tanto múltiple, está atravesado por con
flictos de tendencias y su unidad armoniosa queda siempre por hacerse y
174
no es dada, en las diferentes circunstancias. Además, las relaciones de
fuerza de los elementos que lo constituyen pueden evolucionar con el
tiempo y los acontecimientos. “Uno de los ejemplos más evidentes y
constructivos nos lo proporciona el estudio (...) de la pubertad. Con la
entrada en actividad de ciertas partes del cuerpo que hasta ese momento
se encontraban en completa calma, y con la revolución que se produce
en el organismo en esa época de la vida, grandes cantidades de sensacio
nes nuevas, de nuevas tendencias, de ideas vagas o distintas, y de nuevos
impulsos de movimiento, pasan en un lapso relativamente breve al esta
do de conciencia. Penetran poco a poco en el círculo de las ideas anti
guas y llegan a formar parte importante del yo\ por ello mismo, éste se
vuelve distinto, se renueva, y el sentimiento de sí sufre una metamorfo
sis radical.”44
No obstante, más allá de su variabilidad, el yo tiende a la unidad y a
la armonía, y “en estado normal, es sobre todo en el complejo de ideas
de nuestro cuerpo donde los diferentes complejos que pueden representar
el yo encuentran un elemento fundamental de unidad. Aunque esta sensa
ción física de nuestro cuerpo cambia también en el curso de nuestra vida
(enfermedad, edad, etcétera) el conjunto de las percepciones del cuerpo si
gue siendo siempre el punto de reunión de todas las otras ideas, como un
centro del que parten los actos motores”.45
Fue por cierto de una manera muy original y personal como Griesinger
restableció la tendencia materialista a retraducir los datos psicológicos a
metáforas fisiológicas. Su discípulo Meynert iba a elevar al nivel de sis
tema el aspecto más particularmente neurologizante de la doctrina de su
maestro, imponiendo de ese modo en los países de lengua alemana esa
“mitología cerebral” que también se estableció por otra parte en la mis
ma época en Francia, con Charcot y su escuela, y en los países anglosa
jones con Bastían y Ferrier. Ella se basaba en la doctrina de las localiza
ciones cerebrales, retomada de la tesis frenológica, esa vez apoyada por
descubrimientos anátomo-clínicos (localización de las lesiones de la afa
sia por Broca en 1861), por trabajos anatómicos (Meynert), y por inves
tigaciones experimentales con la estimulación cortical localizada
(Fritsch y Hitzig: 1870), todo lo cual le confirió la garantía de una me
todología rigurosa. La doctrina “unitaria” de Flourens (1824), quien con
sideraba que los lóbulos cerebrales constituían un todo funcional global
e indiviso, base material del espíritu (tesis de inspiración espiritualista),
perdió así durante cierto tiempo su prevalencia en ese campo de investi
gación; a principios del siglo siguiente se producirá el retomo de teorías
completamente análogas, con la reacción globalista.
175
Desde 1865 Meynert elaboró su doctrina, a continuación expuesta en
detalle en el primer tomo46 (el único que apareció) de su tratado de psi
quiatría (1884). Ella se basaba en una concepción del sistema nervioso
que lo presentaba como una red de fibras de conexión que relacionan ele
mentos nodales, las células nerviosas, y conducen la “fuerza nerviosa” de
uno a otro de esos elementos excitables. En el nivel de la corteza, sus
trabajos de microanatomía iban a permitirle distinguir dos tipos de fibras
blancas de conducción:
176
criben a la largo de la vida las huellas de todas las sensaciones que allí
dejan su impresión, y de sus ligazones sincrónicas y sucesivas. Meynert
rechaza por otra parte la noción de instinto (cf. Helmholtz), fenómeno
en el que no ve más que una modalidad de la actividad refleja. La motri-
cidad voluntaria se desarrolla sobre la base de las imágenes motrices de
positadas por aquélla, y de los lazos asociativos con las sensaciones co
nexas. Así, el niño de pecho que tiene hambre sólo busca el seno des
pués de una primera experiencia de satisfacción: entonces se establece el
vínculo entre la sensación interna dolorosa y el recuerdo de la satisfac
ción y de las impresiones a ella ligadas, en particular las sensaciones de
inervación provenientes del acto reflejo de la succión. En suma, el acto
voluntario no es más que la movilización mnémica del acto reflejo sub-
cortical; querer es en última instancia recordar.
Siguiendo ese modelo general se constituye una vasta red cortical a-
sociativa en la que el juego de las oposiciones (asociaciones por contras
te), y de las correlaciones, limita y coordina las posibilidades asociativas
(pensamiento ordenado). Las sensaciones provenientes del cuerpo propio
constituyen en esa red un núcleo que corresponde a la primera noción del
yo (yo primario infantil); a ese núcleo primitivo se agregan progresiva
mente las imágenes de objetos del mundo exterior con los cuales está en
relaciones constantes y que de ese modo podrán llegar a serle más caras y
personales que su propia individualidad; la constitución de ese yo se
cundario explica los valores relaciónales y sociales y su frecuente pree
minencia sobre la autoconservación.47 Así la estructuración de la red a-
sociativa y la constitución del yo se suman para una regulación del jue
go asociativo (cf. Griesinger). Pero el funcionamiento de la conciencia
reposa en condiciones metabólicas y en definitiva vasomotrices. Puesto
que las posibilidades de irrigación sanguínea de la corteza son limitadas,
en ella los territorios asignados están en función de sus necesidades, es
decir de la medida en que están en actividad. Por debajo de un cierto nivel
de perfusión, la actividad fisiológica, sin ser nula, es insuficiente para
producir la conciencia, de modo que las imágenes de que se trata son la
tentes, inconscientes. Volvemos a encontrar en ese punto la teoría del
umbral (Herbart-Fechner), respecto de la cual Meynert intenta en conse
cuencia una interpretación,metabólica. Se va a servir de ella para expli
car diversos estados fisiológicos (el dormir y el soñar) o patológicos
(confusión mental y delirios oníricos: su amencia).48 Si, en efecto, a
continuación de condiciones diversas la irrigación sanguínea de la corteza
desciende por debajo de cierto umbral, la red asociativa ya no puede fun
cionar correctamente y se asiste a una verdadera involución psíquica: in
coordinación del pensamiento y reducción del yo por regresión a su es
tructura primitiva infantil (pensamiento borroso, automatismos impul
sivos “subcortieales”, yo primario egoísta), y después confusión mental
177
propiamente dicha con falta de distinción de las percepciones e imáge
nes, realización alucinatoria de los deseos, asociaciones azarosas, no re
conocimiento de los objetos (pensamiento onírico), y finalmente obnu
bilación, inconsciencia y dormir.
C. El modelo neuropsicológico
Para concluir, nos falta subrayar la inmensa difusión de ese modelo neu
ropsicológico que constituye el bosquejo básico del pensamiento de
Meynert y que se denominó “conexionismo”, puesto que se fundaba en
la idea de las conexiones nerviosas entre centros corticales de imagen.
Wemicke habrá de perfeccionarlo, lo mismo que Charcot en Francia,49 y
servirá para explicar una multitud de problemas patológicos, desde las a-
fasias hasta las alucinaciones. Pondremos de relieve dos puntos en parti
cular: \
178
tes. Pero en Gran Bretaña ya había surgido la corriente evolucionista: al
principio síntesis,51 será a continuación uno de los terrenos de origen de
una crítica radical.
NOTAS
179
Capítulo IX
183
criminación entre imágenes y percepciones el papel principal de los mo
vimientos que modifican las segundas y no las primeras.4 “La extensión
es el hecho objetivo por excelencia; el placer y el dolor son las fases
mejor marcadas de la subjetividad. Entre la conciencia de la extensión y
la del placer, está la línea de demarcación más amplia que la experiencia
humana puede trazar en la totalidad del universo existente. De modo que
allí están el extremo objeto y el extremo sujeto: y en último análisis el
extremo objeto parece reposar en el sentimiento de un gasto de energía
muscular.”5 Así como reduce el yo a una simple colección de estados de
conciencia presentes y pasados, Bain, lo mismo que sus precursores aso-
ciacionistas, rechaza desde luego la conciencia como criterio verídico in
manente de la realidad mental (cf. los espiritualistas): a su juicio, toda
una multitud de hechos demostraban que la conciencia percibía aparien
cias e ilusiones, tanto en lo concerniente al mundo interno como al
mundo exterior.
Así, en ese tercer cuarto del siglo XIX, en todo Occidente se estableció
un materialismo sólidamente implantado en la neurofisiología. Hemos
estado considerando a sus principales representantes: Taine en Francia;
Helmholtz, Wundt y Meynert en Alemania, Bain en Inglaterra. Cada una
de las componentes nacionales de esa vasta corriente aportó su acento
particular a una concepción de conjunto que siguió siendo extremada
mente homogénea. Los franceses (ya lo dijimos) continuaron sobre todo
vueltos hacia la psicopatología, y fueron esencialmente los alienistas y
la escuela de Charcot quienes hicieron uso del modelo ahora clásico.6
Los alemanes se adhirieron a una concepción fisicalista, en la que el ide
al de la medición y de la ley matemática dominó una investigación de
espíritu experimentalista. A través de Bain, Inglaterra conservó el con
tacto con la teoría lógica, tierra de origen del asociacionismo.
Además, los tratados de psicología de ese período presentan un sor
prendente homomorfismo: lo atestigua el largo capítulo dedicado a la a-
natomía del sistema nervioso y de los órganos sensoriales que en todas
esas obras constituye una parte importante, y que suele ser la entrada en
materia. La convicción de que todo hecho psíquico es al mismo tiempo
un hecho físico, nervioso por cierto, pero que interesa también al con
junto del organismo, constituyó en adelante la columna vertebral de la
psicología. A ese lenguaje común se tradujeron las tesis psicológicas
heredadas del asociacionismo, del utilitarismo, incluso del esplritualis
mo, entonces confirmadas, enmendadas, rectificadas por una búsqueda
cuya preocupación por el carácter concreto, a un siglo de distancia, suele
hacemos sonreír.
184
Sobre esa base se erigió el edificio evolucionista: la ligazón, la iden
tidad de lo psíquico y lo corporal, en efecto, más que un postulado cons
tituía para esta posición una evidencia previa tan segura que ni siquiera
planteaba más problemas. Sólo con esa condición el espíritu pudo inte
grarse conceptualmente a la sucesión jerárquica de los fenómenos natura
les. Durante mucho tiempo las dos concepciones estuvieron lo bastante
próximas entre sí como para mezclarse, confundiendo sus fronteras: nu
merosos representantes prominentes de ambos movimientos eran con
temporáneos, no cesaban de citarse recíprocamente y de tomar unos de
otros sus conceptos y sus materiales. Sin embargo, retroactivamente, la
delimitación es evidente y, como veremos, concluyó por cristalizarse en
un conflicto irreductible.7
Spencer
185
XIX cuando se convirtió en un tema filosófico dominante, con los pro
fetas del socialismo utópico (Saint-Simon, Fourier) y sobre todo con
Hegel y Auguste Comte,8 quien, como se sabe, tomó mucho de los pri
meros. La doctrina comteana de los tres estados (teológico, metafísico,
positivo) por los cuales a su juicio pasaba todo campo u objeto de pen
samiento y, en correspondencia, toda organización social, iba a ejercer
una influencia preponderante tanto en Spencer como en los primeros te
óricos de la antropología comparada.
La segunda corriente, más reciente, estaba representada por el trans
formismo, es decir el descubrimiento de que las especies animales y ve
getales, lejos de perpetuarse idénticas a sí mismas desde el Génesis, no
habían cesado de evolucionar y transformarse, y que con igual derecho
podían dar lugar a un cuadro clasificatorio y a un árbol genealógico. La
biología se constituyó verdaderamente en el pasaje del siglo XVIII al
XIX, en tomo del vitalismo y de la noción de organización que privile
giaba el funcionamiento vital unitario del organismo en relación con la
autonomía de los órganos. El juego de las comparaciones en la morfolo
gía externa de las especies, que generó los cuadros taxonómicos de la é-
poca clásica, fue reemplazado entonces por el estudio del plan de organi
zación interna y la anatomía comparada. El nacimiento de la geología y
el estudio de los fósiles proporcionó materiales complementarios a esa
evolución conceptual que Lamarck9 dotó de un aparato teórico en su
Filosofía zoológica (1809).10 Es preciso observar la visión armonista
del universo en cuyo seno se ubican estas concepciones: la evolución de
las especies las conducía a una complejidad cada vez mayor de su organi
zación y a una adaptación cada vez mejor al medio; los esfuerzos del or
ganismo por satisfacer sus necesidades y los hábitos adquiridos en el
proceso modificaban directamente los órganos y la organización, cam
bios éstos que se transmitían a la descendencia. Las especies vivas cons
tituían así una gradación progresiva en la que cada grupo representaba u-
na etapa de un proceso de perfeccionamiento indefinido. Se habrá adver
tido la homología de esta tesis con la ideología social del progreso: ve
remos de qué modo Darwin se aparta nítidamente de una tal concepción
del transformismo.
También otras corrientes (geología, astronomía, paleontología, an
tropología, arqueología, estudio de las lenguas, etcétera) concurrieron a
la constitución del evolucionismo. Como lo ha subrayado con énfasis
Michel Foucault {Les mots et les choses), fue todo el conjunto del
pensamiento occidental el que, desde principios del siglo XIX, integró la
dimensión diacrónica y empezó a pensar la historia. En tal sentido, Her-
bert Spencer sólo fue el espíritu más sintético, el pensador más amplio
y el precursor de una vasta corriente que por otra parte produjo también a
Karl Marx, Charles Darwin y los inicios de la antropología comparada.
186
En ella el ser perdió su estabilidad y su autonomía (cf. las mónadas de
Leibniz) para reducirse a un devenir continuamente móvil y a una inter
dependencia permanente respecto de lo antecedente y lo coexistente.
B. La psicología spenceriana
187
lucionista: desde la nebulosa primitiva hasta la condensación del sistema
planetario (tesis de Laplace), desde el globo en fusión hasta la infinita
diversidad de la corteza terrestre, desde el organismo unicelular hasta las
plantas y los animales más complejos, desde los peces a los mamíferos
primitivos, y después hasta los primeros hombres, desde la unidad pri
mitiva del género humano hasta las diferentes razas que lo componen en
la época moderna, desde estas últimas a las diversas civilizaciones, hasta
la diferenciación incesante y además creciente de los hechos sociales y
culturales, desde las sociedades primitivas hasta la Inglateira victoriana y
las relaciones internacionales. En efecto, consideraba evidente la analo
gía entre la evolución de las especies y la de las sociedades: crecimiento
en tamaño, creciente diferenciación estructural interna, mayor compleji
dad de la organización y aumento de la dependencia recíproca de los ele
mentos en la división del trabajo orgánica o social.
En consecuencia, parecía claro que los fenómenos fisiológicos y psi
cológicos debían ser concebidos como esencialmente de la misma natu
raleza y ubicados en una continuidad evolutiva y genética. En el orga
nismo unicelular, la irritabilidad primitiva de un tejido no diferenciado
asegura el conjunto de las funciones metabólicas y reproductoras. A-
compañando al acrecentamiento cuantitativo y de la diferenciación de los
elementos constitutivos, las diversas funciones vitales se van a encon
trar, en los organismos pluricelulares, asumidas por aparatos especiali
zados; así, el sistema nervioso centraliza progresivamente las funciones
de adaptación al ambiente, en particular las sensorio-motrices. El arco
reflejo simple constituye su organización primitiva, en la que una sola
contracción responde a una sola impresión. La vida consiste en efecto en
un ajuste continuo de las relaciones internas (organismos) a las relacio
nes externas (medio circundante): la correspondencia es al principio di
recta y homogénea, y el ser unicelular sólo puede sobrevivir en un me
dio adecuado que presente características fijas. Acompañando a la evolu
ción, el carácter cada vez más complejo de las estructuras biológicas per
mite una extensión del poder adaptativo en el espacio y el tiempo, un
crecimiento de las capacidades de respuesta y del poder discriminador y la
capacidad sintética ante las modificaciones del medio; las corresponden
cias se vuelven cada vez más numerosas y complejas, distantes y especí
ficas; su coordinación y su integración permiten la supervivencia en
ambientes cada vez más variables y en condiciones cada vez más alejadas
de las condiciones originales óptimas.
El desarrollo del sistema nervioso desempeña una función esencial en
ese progreso: del reflejo simple se pasa al reflejo complejo, en el que u-
na combinación de contracciones musculares responde a una combina
ción de impresiones. El instinto, transmitido hereditariamente, es un fe
nómeno de naturaleza idéntica, en el que las coordinaciones son aun más
complejas y organizadas. A partir de un cierto nivel de diferenciación y
de complejidad, los montajes instintuales ya no pueden funcionar de ma
nera automática: su puesta en acción se vuelve más irregular y conflicti
va, puede ser sólo bosquejada y reprimida, y se ingresa en la esfera psí
quica propiamente dicha. La memoria, en efecto, consiste en un inicio
de puesta en acto, de inervación motriz, de naturaleza instintual, en res
puesta a las impresiones perceptivas correspondientes, de tal modo reco
nocidas.12 Así se constituyen las imágenes mentales, recuerdos debilita
dos de las percepciones y de las respuestas motrices correspondientes que
las ubican, y después base del desarrollo de la inteligencia.
Por otra parte, el deseo también se origina en esa fase evolutiva: es
el aspecto motriz, impulsivo del acto instintual retenido en su realiza
ción por la puesta en juego de factores antagonistas. El produce los fe
nómenos voluntarios, siendo la volición el resultado del conflicto de
impulsos hacia el acto cuando desemboca en el movimiento apropiado.
El deseo es también la fuente de los sentimientos simples cuya agrega
ción en virtud de las asociaciones mentales va a constituir las emocio
nes, tanto más poderosas cuanto más importante sea el número que a-
grupan de sensaciones elementales, es decir de impulsos instintivos. Es
el caso de la pasión amorosa, que según Spencer agrega a los elementos
puramente físicos emociones estéticas, sentimientos no sexuales de a-
fecto, de admiración, de satisfacción de la autoestima, un placer de pose
sión y la participación simpática en el placer del compañero; cada una de
estas emociones es en sí compleja y conduce a un alto nivel de excita
ción, y el agregado final representa una de las motivaciones más podero
sas que afectan al ser humano. Existe en efecto un vínculo íntimo entre
sentimiento y volición; en ese punto Spencer se adhiere al utilitarismo,
cuyo análisis renueva considerablemente: el placer resulta del ajuste ade
cuado entre el organismo y su medio; el bien y las leyes de la naturaleza
están consecuentemente en una conrelación estrecha; todo organismo que
no respetara esa necesidad estaría automáticamente destinado a la destruc
ción (interpretación biológica del utilitarismo).
Aún nos falta subrayar al pasar un punto esencial de este análisis e-
volucionista del psiquismo: este análisis retoma el esquema fisiologista
del reflejo como modelo estructural de la actividad mental (cf. Griesin
ger) pero introduciendo un matiz capital. Si bien, en efecto, las “faculta
des mentales” siguen siendo pensadas como las formas más elevadas de
los procesos sensorio-motores (volveremos a encontrar este punto en
Jáckson), si bien la neurología subsiste como base material, fundamento
de la psicología (incesantemente Spencer se manifiesta paralelista), el e-
volucionismo introdujo sin embargo una jerarquía allí donde el fisiolo-
gismo veía una homología de estructura. Así, tanto el pensamiento co
mo el lenguaje o la afectividad aparecen naciendo de una represión de la
189
acción (en el sentido del acto impulsivo) cuyo relevo aseguran. Resulta
entonces que se atribuye al psiquismo una función esencial, lo que im
posibilita toda concepción simplemente “epifenomenista” (la conciencia
como epifenómeno de la actividad nerviosa superior, sin función pro
pia). Veremos la importancia que este tema tuvo para Jackson, para
Freud y para los funcionalistas. Señalemos en seguida que al reintroducir
potencialmente una causalidad psíquica, condujo a un dualismo por lo
menos metodológico, más allá de un puro determinismo mecánico (mo
nismo).
Los mismos principios generales iban a guiar el análisis de la inteli
gencia en Spencer: en él se encuentra el camino clásico del asociacionis
mo traspuesto al plano de una génesis evolucionista, concepción más
amplia que permite integrar en ella numerosas criticas, en particular a-
prioristas. Para Spencer, la condición de todo pensamiento y toda con
ciencia reside en la desemejanza, que es lo único que hace posible una
discriminación de los estados de conciencia sucesivos. La operación fun
damental del espíritu es entonces la percepción de las relaciones de se
mejanza (no cambio) o de diferencia (cambio: sucesión, secuencia) en el
nivel de los datos perceptivos brutos o de sus recuerdos debilitados, las
imágenes mentales. El resultado del funcionamiento mental elemental es
por lo tanto la diferenciación y la integración continua de los estados de
conciencia; allí se origina la clasificación (de las cosas) y forma la base
del razonamiento primitivo, concreto y cualitativo (clasificación de re
laciones). La percepción de la igualdad de las cosas y de las relaciones
desemboca en la búsqueda de la identidad, lo único que permite el razo
namiento cuantitativo y la medición; la extensión lineal provee el mo
delo y el patrón al que se reduce todo cálculo. Los nombres de las unida
des de medida (pulgada, pie, paso, codo), las bases evidentemente digita
les (5, 10, 20) de los sistemas de numeración más usuales, traicionan
sin ambigüedad el origen concreto y empírico de las operaciones de
cuantificación. De la coordinación de los razonamientos cuantitativos
nacen las ciencias abstractas; el conjunto de las ciencias, sea cual fuere
su nivel de evolución, siguen estando vinculadas entre sí por un consen
so técnico y conceptual.
Lo mismo que la vida, la inteligencia consiste en una corresponden
cia de las relaciones externas y las relaciones internas, en este caso entre
las secuencias y coexistencias reales del pensamiento. El grado de atrac
ción entre elementos psíquicos es correlativo del grado de ligazón de los
hechos reales correspondientes. Allí encontramos las bases de la ley de
asociación de las ideas, salvo que su sustrato es fisiológico (cambio co
rrelativo de los elementos nerviosos) y que ciertas asociaciones indisolu
bles, como el espacio y el tiempo, se transmiten hereditariamente a tra
vés de la estructura del sistema nervioso.
190
Al análisis empírico y asociacionista de la inteligencia (tal como lo
ha recibido de Stuart Mili), Spencer le añade en consecuencia la correc
ción de la existencia de relaciones fisiológicas preestablecidas, transmiti
das hereditariamente, base de las presuntas formas a priori del pensa
miento; el análisis empírico sigue siendo filogenéticamente exacto, si
bien su proceso ya no se despliega de nuevo en cada individuo. Así
Spencer, lo mismo que Bain, puede analizar la relación de coexistencia
constitutiva de la noción de espacio en tanto que secuencia de hechos de
conciencia perfectamente reversible (por oposición a la relación de suce
sión temporal) —y por lo tanto reducir el espacio al tiempo, dimensión
específica de la conciencia— mientras considera el espacio y el tiempo
como formas innatas del pensamiento.
El evolucionismo representó en efecto la gran síntesis de las diversas
corrientes de la psicología europea del siglo XIX: integró en una con
cepción fundamentalmente empirista y asociacionista el apriorismo kan
tiano y el nativismo, así como la jerarquía psicológica de los espiritua
listas, todo ello en un marco materialista y psiconeurológico. De ese
modo iba a representar el horizonte más general del pensamiento de fin
de siglo en psicología y filosofía; los autores se diferenciaban más por
matices “dialectales” que por verdaderas divergencias, siempre en el inte
rior de esa “lengua fundamental” común. Desde esa perspectiva tendre
mos que estudiar el matiz darwinista del evolucionismo.
C. La antropología evolucionista
191
relaciones externas, en particular de la guerra (amos), y los que aseguran
las relaciones internas de subsistencia (esclavos). Cuando, como conse
cuencia del crecimiento propio del volumen o por la agregación de los
grupos entre sí, la entidad social toma una dimensión tal que la separa
ción entre las dos clases que la componen se hace tajante y plantea pro
blemas prácticos, se interpone un sistema distribuidor intermediario. A
partir de esas tres capas fundamentales se desarrollan a continuación el
sistema productor o de sostén, el sistema distribuidor o de transporte, y
el sistema regulador, gubernamental y militar; este último, a través de
las instituciones ceremoniales indispensables para su dominio sobre el
conjunto social, dará origen a las instituciones políticas, religiosas y
sociales. Es patente la analogía entre ese esquema general y las etapas de
la evolución embrionaria: masa celular indiferenciada, embrión de dos y
después de tres plegamientos, desarrollo de los diferentes órganos y de la
jerarquía orgánica.
Pero si bien el hecho social tiene de ese modo un orden propio de e-
xistencia y desarrollo, también descansa en ciertos caracteres psicológi
cos de los individuos constituyentes de los grupos humanos; a la recí
proca, y acompañando a la evolución de las sociedades, esos caracteres
psicológicos sufren ellos mismos una evolución muy importante.14 Y
al principio la existencia misma del grupo reposa en la aparición de un
tipo particular de sentimientos que Spencer opone a los sentimientos e-
goístas basales (utilitarismo puramente individual) como sentimientos
altruistas, que corresponden a lo que los utilitaristas denominaban “sim
patía”. En el nivel inferior, están de entrada los sentimientos ego-al
truistas: el individuo “aprende por experiencia la utilidad que tiene, en lo
que concierne a sus propios fines, evitar la conducta que provocaría en
los otros manifestaciones de cólera, y adoptar la que suscita en ellos ma
nifestaciones de placer”.15 Como consecuencia de las peculiaridades pro
pias del psiquismo primitivo,16 esas nociones se interiorizan y generan
una primera forma de moral y de sentimiento religioso, basada en la ver
güenza, el miedo y el gusto por la aprobación. Sólo mucho más tarde a-
parecen los sentimientos altruistas propiamente dichos (generosidad,
piedad, sentimiento de justicia, misericordia): para ello es preciso una
prolongada elaboración sintética de los elementos precedentes, su enrai-
zamiento en virtud de la herencia, y también la disminución de las acti
vidades guerreras y predadoras necesarias para los grupos primitivos.
Todo ello significa desde luego que una serie de conflictos entran en
juego entre los grupos de tendencias y sentimientos que aparecen sucesi
vamente en la evolución de las especies (y de la especie humana) y que
representan intereses potencialmente antagónicos. Así, Spencer subraya
la oposición entre la conservación individual y la reproducción de la es
pecie (sexualidad), lo mismo que entre esos grupos instintivos primor
192
diales y las tendencias sociales de aparición ulterior. En Darwin veremos
este punto más acabadamente desarrollado.
Todas esas nociones permitieron a Spencer trazar un retrato del hom
bre primitivo y de las características generales de su psicología: impul
sividad, predominio de la acción primaria de las emociones, sin gran de
liberación consciente (poca acción del juicio), conservadorismo funda
mental (escasa plasticidad, fijeza de las costumbres), dominio en la co
hesión de los sentimientos ego-altruistas (cf. el status de las mujeres, la
ausencia de la verdadera moral). En el plano intelectual, el rasgo domi
nante es la incapacidad para alcanzar lo general, la abstracción, la preci
sión del pensamiento. Carácter concreto, proximidad, rigidez de las cre
encias y de las concepciones, predominio de la imaginación simplemen
te reproductora por sobre la imaginación creadora, ausencia de espíritu
crítico y de escepticismo: a una vida intelectual poco desarrollada,17 po
co curiosa, rígida, se oponen excelentes facultades perceptivas, una gran
destreza, movimientos hábiles, una multitud de observaciones elementa
les concretas. Estas últimas, desde luego, sólo pueden generar clasifica
ciones groseras, concretas, analógicas. Pero de los conocimientos y de
los medios intelectuales limitados del primitivo ante los misterios del
mundo y de la vida emerge sobre todo una visión muy peculiar: la duali
dad del mundo que Tylor acababa de bautizar como animismo.
“Los cambios en el cielo y sobre la Tierra favorecen en el salvaje la
noción de dualidad, que por otra parte le confirman las sombras y los e-
cos, los sueños y el sonambulismo, y aun más la insensibilidad anor
mal del síncope y la apoplejía; esas formas temporarias de inconsciencia
se ligan en su espíritu con la forma duradera de inconsciencia en la que
no se puede hacer volver al doble, con la muerte. La creencia de que los
dobles de los hombres muertos son la causa de todas las cosas extrañas y
misteriosas empujó a los hombres primitivos a cuidarse de ellos con la
ayuda de exorcistas y hechiceros, o a hacerlos propicios mediante plega
rias y alabanzas. De estas últimas observancias provienen todas las cla
ses de culto. Además de esos productos aberrantes del culto a los antepa
sados que resultan de la identificación de éstos con ídolos, animales,
plantas y fuerzas naturales, hay desarrollos directos de ese mismo culto.
En la tribu, el jefe, el mago, o algún otro personaje que posee cualquier
capacidad, respetado durante su vida por manifestar un poder de origen y
alcance desconocidos, inspira un grado de temor más grande cuando, des
pués de su muerte, adquiere el otro poder que poseen todos los espíritus.
Con mayor razón aun, al extranjero que aporta artes nuevas, y al con
quistador de raza superior, se lo trata como a un ser sobrenatural durante
su vida, y se lo adora después de su muerte como a un ser sobrenatural
todavía más grande. Así, partiendo de la idea del doble viajero que sugie
re el sueño, pasando al doble que se va en el momento de la muerte, pa
193
sando de este espíritu, al que al principio sólo le atribuye una vida tem
poraria, a espíritus existentes para siempre, y cuyo número crece sin ce
sar, el hombre primitivo poco a poco puebla el espacio ambiente de se
res sobrenaturales, pequeños y grandes, que en su espíritu se convierten
en las causas de todo lo que es extraordinario. Y extremando lógicamente
este método de interpretación así inaugurado, se entrega a las supersti
ciones cada vez más numerosas que hemos mencionado.”18
Spencer estaba suscribiendo los trabajos sobre antropología primiti
va: Mac Lennan, Lubbock, Tylor, Morgan,19 publicaron sus principales
obras en el corto lapso que media entre 1865 y 1877, e inspiraron tanto
a Spencer como a Darwin y Marx.20 Recordemos que junto al estudio de
la psicología y de las costumbres del primitivo, su preocupación esen
cial concernía a las formas primitivas de la familia y de las relaciones
conyugales. Si bien en general divergen en cuanto al esquema evolutivo
propuesto, Spencer coincide con Bachofen (1861) en la idea de un esta
dio preliminar de promiscuidad sexual a partir del cual se organiza el
matrimonio de grupo y después el matrimonio propiamente dicho, cada
úna de esas fases lleva consigo una organización social y cultural parti
cular, cuyas huellas se aplicaron a encontrar en los cuatro puntos cardi
nales del planeta.21
El darwinismo
194
ban variaciones espontáneas que iban en el sentido que él buscaba y re
pitiendo la operación en un gran número de generaciones. Ese era el
mismo proceso que operaba en la naturaleza sin intervención voluntaria:
la selección natural favorecía sistemáticamente la descendencia de los
^mcjor dotados y su progenie era más numerosa y estaba mejor armada
para la lucha por la vida;22 a lo largo de innumerables generaciones, de
los antepasados comunes derivaban especies nuevas especialmente adap
tadas a tal o cual medio en particular; los eslabones intermedios con fre
cuencia desaparecían en el curso de ese proceso evolutivo, que explicaba
la enorme cantidad de especies vivas diferentes que pueblan el planeta, y
a la vez la presencia y la ausencia, según los casos, de las formas inter
medias (algunas veces también recuperadas en forma de fósiles);Esto e-
quivale a señalar la importancia en la formación del darwinismo de la
geología de Lyell, quien, desde 1830, trastrocó la concepción clásica de
la historia de la Tierra, al demostrar la edad entonces casi inconmensura
ble que había que atribuirle 23 Así, resultaba pensable una evolución
lenta, insensible, que desplegara su proceso en millones de generaciones,
con lo cual el transformismo adquiría su verdadera significación.
Por otra parte, Darwin reconocía la presencia de otros mecanismos de
evolución. Por un lado, como Spencer, reservó un lugar a la adaptación
y a la herencia de los caracteres adquiridos, es decir al lamarckismo: fue
ron sus discípulos más tardíos (Weismann en particular) quienes recha
zaron totalmente ese mecanismo, abriendo un debate que aún está lejos
de haberse resuelto verdaderamente. Además, reservará en consecuencia
un lugar por lo menos equivalente a la selección sexual, cuya exposi
ción ocupa las dos terceras partes de la obra de 1871; ciertos caracteres
sexuales carentes de valor adaptativo,24 en efecto, desempeñaban un pa
pel principal en la selección de las especies, interviniendo en el nivel de
la competencia sexual, favoreciendo a ciertos individuos en detrimento
de otros en la conquista del compañero y por lo tanto en la reproducción.^
Ciertos autores, como Sulloway, pretendieron discernir, por la distin
ción de las dos selecciones, la presencia en Darwin de una oposición
conceptual entre instinto de reproducción e instinto sexual. Si bien re
trospectivamente se puede tener la ilusión de encontrar en su obra una
concepción semejante, en ninguna parte de dicha obra se la lee explícita
mente y, como habremos de verlo, ella se opone a su concepción gene
ral del instinto. Los teóricos del instinto sexual, por otra parte, provení
an de una corriente de pensamiento totalmente distinta, como lo exami
naremos más adelante.
Lo que más importa aquí es la concepción que tiene Darwin de la
“antropogenia” —para retomar el título de una de las grandes obras de su
discípulo Haeckel— y las concecuencias psicológicas que de ella deri
van. La descendencia del hombre25 intenta demostrar que “el hombre ‘
195
desciende de una especie inferior”, incluyéndolo en cuerpo y alma en la
gran cadena de la evolución de las especies. Su razonamiento con respec
to al psiquismo humano sigue el modelo de los argumentos presentados
concernientes a la estructura somática, que son de tres tipos:
196
el hombre y los animales, desde el punto de vista mental, una diferencia
fundamental de naturaleza, o si no se trataría sobre todo de una diferencia
cuantitativa en el nivel de ciertos elementos comunes. En consecuencia,
Darwin va a entregarse al mismo tipo de examen comparado efectuado
en el registro de las estructuras físicas del hombre y de las especies ani
males. Llega a la conclusión de que existe “una diferencia de grado y no
de clase. Hemos visto que sentimientos, intuiciones, emociones y facul
tades diversas, tales como la amistad, la memoria, la atención, la curio
sidad, la imitación, la razón, etcétera, de los que el hombre se enorgulle
ce, pueden observarse en estado naciente, o incluso bastante desarrollado
en los animales inferiores. Ellos son además susceptibles de ciertos per
feccionamientos hereditarios, tal como nos lo demuestra la comparación
del perro doméstico con el lobo o el chacal.29 Si se pretende sostener
que ciertas facultades, como la conciencia, la abstracción, etcétera, son
específicas del hombre, es muy posible que ellas sean el resultado de o-
tras facultades intelectuales muy desarrolladas que a su vez derivan prin
cipalmente del empleo continuo de un lenguaje que ha llegado a la per
fección.”30
La argumentación de Darwin se funda en los materiales de la psico
logía animal que existían entonces y que esencialmente consistían “en
un conjunto de anécdotas”.31 No se trataba en efecto de observaciones
sistemáticas ni de experimentaciones, como será el caso en el siglo XX,
sino de relatos con frecuencia ingenuamente antropocentristas (cf. la asi
milación de las plumas o del canto de los pájaros a producciones estéti
cas, por cierto instintivas y hereditarias, pero que generaban emociones
de ese tipo en el compañero). Esta clase de razonamiento analógico no
sometido a crítica, que solía desembocar en la humanización del animal
para descubrir en él facultades humanas en embrión o esbozo, a prin
cipios del siglo siguiente llevará a una reacción de sentido inverso,32
conductista, en la que todavía se inscribe nuestra concepción de la psico
logía animal y que también plantea algunos problemas. En efecto, ¿no
vemos acaso que quienes acogen con favor el conductismo aplicado a los
animales rechazan con indignación su versión humana,33 y no se han
resucitado de ese modo los animales-máquinas de Descartes ante el alma
inmaterial del rey de la Creación?
No obstante, es en el desarrollo de los instintos sociales donde Dar
win ubica la especificidad del psiquismo humano, a través de los dos e-
lementos que lo caracterizan: el lenguaje y la conciencia moral. Si bien
uno y otra reposan por cierto en un potencial intelectual incomparable
mente superior al del animal, también se inscriben en el dominio pro
gresivo de los instintos sociales sobre el conjunto del comportamiento
del individuo y sobre los instintos egoístas fundamentales. Retomando
los elementos principales del análisis utilitarista y asociacionista, Dar-
197
wln reduce el sentido moral y los valores a una gran red de imágenes, de
ideas y de conceptos en los que la simpatía constituye la sustancia y la
“columna vertebral” emocional, pero la vincula con esa categoría espe
cial y particular de instintos que empujan a los animales sociales a agru
parse y ayudarse mutuamente, y que desarrolla en ellos los sistemas de
señales y de comunicación al mismo tiempo que la solidaridad y la de
pendencia afectiva.
Pero desde luego es finalmente la selección natural la que explica el
doble desarrollo intelectual y moral del hombre: la ventaja que confieren
esas cualidades nuevas permiten a los individuos y a los grupos mejor
dotados por ellas para asegurarse un crecimiento y una descendencia más
importante y suplantar progresivamente a los competidores menos dota
dos en tal sentido.34 Así, por selección y por herencia (herencia lamarc-
kiana del refuerzo incluida), los instintos sociales adquieren una exten
sión y un dominio crecientes, multiplicados por el desarrollo intelectual
(esos instintos duraderos y no vinculados a un ciclo apetito-saciedad, in
fluyen tanto más intensamente en las asociaciones). Paralelamente se
inscriben el desarrollo del lenguaje, a partir de los rudimentos identifica-
torios de los animales, y la gravitación decisiva del juicio de los miem
bros de su comunidad acerca de la conducta del individuo.
En tal sentido, Darwin señala que los “salvajes” sólo adquieren las
virtudes sociales, las que corresponden a los valores del grupo; las virtu
des “personales” (cf. el imperativo categórico kantiano que frecuente
mente coloca al individuo en conflicto con su comunidad histórica) co
rresponde a una fase ulterior del desarrollo, en este caso a una interiori
zación más profunda de los juicios de valor, que reposa en capacidades
intelectuales (retención mnémica, abstracción y generalización) acrecen
tadas. También en ese punto los materiales de la antropología primitiva
daban apoyo a la teoría de la evolución: “todas las naciones civilizadas
fueron en otro tiempo bárbaras”,35 de modo que las costumbres de los
“salvajes” contemporáneos proporcionaban un eslabón principal de la
cadena que vinculaba al hombre moderno con los animales superiores,
en particular cuando constituían la clave de numerosas costumbres, cre
encias, expresiones corrientes de los hombres civilizados que son “las
huellas evidentes de su antigua condición inferior”.36
La selección sexual desempeña también un papel importante en la e-
volución humana y ejerce sobre todo su acción, asimismo, con la me
diación del grupo. Ella explica las diferencias morfológicas (importancia
de los factores estéticos én la elección de compañero, sobre todo de las
mujeres, en el origen) pero también psicológicas (Darwin pone de relie
ve la combatividad, la energía, la perseverancia, la superioridad intelec
tual de los machos...) entre los sexos, en un estadio en el que las virtu
des de la existencia del grupo limitan los efectos de la selección natural.
198
Darwin señala por otra parte la aparición tardía en la ontogenia humana
de los caracteres sexuales denominados secundarios, según lo atestigua la
indiferenciación sexual relativa de los niños, huella de la fecha reciente
de su adquisición filogenética (ley de biogenética).
Nos falta ahora subrayar la originalidad del darwinismo en el seno del
evolucionismo. Vayamos directamente al punto fundamental: en Darwin
las etapas de la evolución no se inscriben en la construcción de una je
rarquía piramidal en la que cada estrato sea una versión más compleja del
precedente y hunda en él sus raíces. La idea de la selección natural intro
duce un amplio margen de azar en la evolución, azar en las condiciones
peculiares del medio externo, pero también en las mutaciones espontá
neas y en su devenir. De ello resulta que las fases sucesivas de la evolu
ción no son obligadamente coaxiales: una rama evolutiva puede origi
narse en un punto periférico de la etapa precedente, incluso brotar a par
tir de un estrato ya antiguo (por ejemplo, importancia en el hombre de
la liberación de las patas anteriores como consecuencia de la posición er
guida, y desarrollo a continuación del circuito mano-ojo).
De modo que se introduce la posibilidad de conflicto en las etapas de
la evolución; un ejemplo capital es el que opone en el hombre los ins
tintos egoístas y los instintos sociales.37 Si la ontogenia recapitula e
integra la filogenia (ley biogenética fundamental de Haeckel), la madura
ción habrá de salpicar el desarrollo individual con momentos claves en
los que aparecen modalidades psicológicas específicas, eventualmente
contradictorias entre sí, y de las cuales la antecedente está lejos de ser in
tegralmente recubierta por la siguiente. Por lo tanto, como vamos a ver
lo, si la concepción spenceriana en patología remite automáticamente a
un descenso del nivel evolutivo y a la reaparición de actividades inferio
res liberadas (Jackson no tendrá ningún inconveniente en retomar la teo
ría del automatismo de Baillarger), Darwin introduce en este punto un
nuevo modelo, que los sexólogos y después Freud emplearán amplia
mente; él mismo proporciona su paradigma cuando escribe en uno de
sus manuscritos: “ ¡Por lo tanto nuestra ascendencia está en el origen de
nuestras malas pasiones! ¡Nuestro abuelo es el diablo, en forma de ba
buino!”38
Así, la idea de lucha, la guerra permanente cuya imagen estructura el
darwinismo, la noción de una difícil victoria del superior sobre el infe
rior, no por trascendencia sino por exterminio, se inscriben también en
el interior mismo del individuo, así como la conciencia de la argamasa
biológica, es decir del resultado azaroso de una batalla en la que la victo
ria del progreso es sólo estadística y no ontológica. Bastará con que al
gunas particularidades contingentes alteren el equilibrio de las fuerzas, y
lo arcaico aplastará con su impulso salvaje los aspectos más refinados de
las etapas ulteriores de la evolución. Sin duda Spencer había querido
199
mostrar la filiación ininterrumpida del hombre respecto del resto de lo
vivo, incluso de lo existente; Darwin, por su parte, subraya la perma
nencia actual de lo atávico más profundo, en todos sus aspectos, en el
hombre más evolucionado. El matiz, sin duda, es sutil, pero no por ello
menos fundamental.
200
pío, en la interrupción de una escena intensamente emotiva por una re
presentación trivial).
—Descarga restringida específica, que corresponde al bosquejo de los
movimientos que implicarían la puesta en acto inmediata del contenido
mental (actitud y bosquejo de movimientos de combate en la cólera). A
ese primer tipo de descarga restringida se añade un segundo, el que resul
ta de los esfuerzos del sujeto por limitar o combatir esas manifestacio
nes primarias o por ocultarlas dirigiendo la tensión nerviosa hacia otra
parte. Desde luego, es necesario precisar que toda corriente de descarga
permeabiliza la vía nerviosa que recorre, tanto más cuanto mayor sea la
frecuencia con que la utiliza (Bahnung de los autores alemanes) y que
muchos de esos circuitos facilitados se convierten en hereditarios por re
petición: su puesta en juego, por ambas razones, se convierte en auto
mática para una emoción dada.
—Finalmente, otra vía posible es la descarga visceral que acompaña
a la mayor parte de las grandes emociones de diversos signos más o me
nos objetivables y específicas.
201
nerviosas y las vías abiertas y permeabilizadas por el hábito, sin utilidad
ni especificidad.
202
de las ideas de Darwin y las de Spencer, cuyas tesis son discutidas antes
que nada en cada punto importante, y con frecuencia retomadas sin gran
modificación. La idea fundamental que lo guía es por otra parte la ausen
cia de salto cualitativo en los fenómenos naturales: los que parecían en
un principio irreductibles provenían en realidad de la mayor complejidad
adquirida y de la integración de los fenómenos más elementales de las e-
lapas precedentes.44 Un gran cuadro sinóptico (que reproducimos aquí)
resumía la marcha global del autor: un árbol central representa el desa
rrollo escalonado de las facultades mentales y está dividido en grados que
corresponden a la vez a las etapas del desarrollo intelectual y emocional,
a una escala jerárquica de las especies animales y a las edades del creci
miento del embrión y después del niño. El desarrollo de las funciones
voluntarias, desde la irritabilidad primitiva hasta la voluntad propiamen
te dicha, pasando por las adaptaciones nerviosas y reflejas, constituye su
eje, prefigurando las tesis futuras de los funcionalistas. Las facultades
intelectuales son representadas a los lados, como ramas secundarias de la
evolución de las funciones adaptativas.
Así, Romanes ubica el nacimiento de la conciencia primitiva, que i-
dentifica con la facultad de sentir (sensación) de la “neurilidad” (función
originaria del sistema nervioso), tal como ella se manifiesta por ejemplo
en el reflejo. La neurilidad tiene su fuente en dos propiedades fundamen
tales provenientes de la excitabilidad primitiva característica de la mate
ria viva:
204
parece con la facultad de representarse un objeto ausente, y por fin la ra
zón,46 “facultad implicada en la adaptación voluntaria de los medios al
fin (que) entraña en consecuencia el conocimiento consciente de las rela
ciones existentes entre los medios empleados y el fin alcanzado y puede
ejercerse en la adaptación a circunstancias nuevas para la experiencia del
individuo y para la de la especie” 47 Así pasamos de los moluscos a los
insectos, y después a los peces, crustáceos superiores, batracios, reptiles
y cefalópodos, en tanto el lactante humano llega a los catorce meses de
vida extrauterina. Paralelamente, el desarrollo afectivo ha dado lugar al
nacimiento de las emociones familiares y luego a las primeras formas de
la “socialidad” y de los sentimientos sociales que la acompañan. El pro
greso ulterior del psiquismo cubrirá a los animales superiores (himenóp-
teros, aves, mamíferos, hasta los monos ántropoides y los perros) y los
quince primeros meses de la vida del niño; así se desarrollarán, con las
primeras formas de la abstracción, el reconocimiento de personas, la co
municación de las ideas, la comprensión de los signos, de los mecanis
mos, la utilización de útiles, la aparición de la moral, mientras se des
pliegan las emociones sociales (simpatía, emulación, resentimiento, pe
na, ira, venganza, remordimiento, vergüenza, engaño, etcétera). Roma
nes trata de fijar cada fase de ese proceso y de definirle como equivalente
una etapa de la evolución de las especies y del desarrollo del niño. Por
otra parte señala que se trata del momento de aparición del fenómeno es
tudiado y no la de su pleno y completo desarrollo; insiste varias veces
en el carácter aproximativo y esquemático de un cuadro que procura más
un valor demostrativo y evocador que el rigor y la pertinencia.
D. Inteligencia y lenguaje
205
de las emociones, de los instintos, de la voluntad e incluso de las facul
tades intelectuales básicas —con la excepción de los elementos particu
lares de esas diversas categorías que precisamente dependen de modo di
recto del pensamiento abstracto (emoción religiosa, sentido de lo subli
me, religiosidad, “libertad” en el ejercicio de la voluntad) y que en todo
tiempo se utilizaron para demostrar el status peculiar del hombre— .
El razonamiento de Romanes parte de una clasificación general de las
ideas50 que le permite oponer:
206
vel de la denominación (Romanes prefiere entonces hablar de denotación)
como en el nivel de la proposición (inferencias prácticas, “juicios ins
tintivos”); es preciso no confundir “la enunciación de una verdad percibi
da (con) la enunciación de una verdad percibida en tanto que verdade
ra";52 sólo esta última representa el juicio propiamente dicho, es decir,
el pensamiento conceptual. El pasaje desde ese estadio preconceptual del
lenguaje y del pensamiento hasta el de los conceptos inferiores (nombra
miento consciente de los receptos) y superiores (clasificación consciente
de los conceptos de primer orden y nombramiento de las integraciones i-
deales resultantes) y del juicio conceptual, está determinado por el mo
mento en que surge la facultad de reflexión introspectiva que permite el
examen por el espíritu de sus enunciaciones espontáneas. “De modo que
todo retoma a un análisis de la conciencia.”53
Existe por otra parte un mundo interior de imágenes y pensamientos
en un estadio muy inferior, cuyo juego interno, aunque involuntario,
puede ser relativamente independiente de las circuntancias sensitivas ex
ternas del momento (cf. los fenómenos nostálgicos en el animal). Desde
ese estadio está presente una conciencia psicológica difusa, y permite
por analogía la aprehensión de los estados mentales de otros seres (inter
pretación con frecuencia correcta, en los animales, de sus estados menta
les recíprocos), bajo la forma que Romanes califica de eyectiva. Así, un
mundo de eyectos duplica el mundo de los objetos antes de toda concien
cia subjetiva propiamente dicha; corresponde a un conocimiento de tipo
receptual de la individualidad y proporciona la base del pasaje a la con
ciencia de sí, a través de su nombramiento al principio simplemente de
notativo (cf. el estadio en el que el niño habla de sí mismo en tercera
persona). “Los conceptos son primeramente receptos nombrados”,54 y el
pasaje del pensamiento no conceptual al pensamiento conceptual por la
mediación de un lenguaje en un principio simplemente nominativo (fase
preconceptual) explica la génesis del pensamiento y de la psicología hu
manos, sin otras condiciones que un aumento progresivo de las capaci
dades retentivas y asociativas basales del intelecto.
Romanes encuentra en dos niveles las pruebas de la validez de su a-
nálisis: antes que nada, en el desarrollo psicológico del niflo y en parti
cular en la evolución de su competencia verbal, para emplear una termi
nología moderna. Los diferentes estadios que el análisis ha identificado
se encuentran allí claramente, desde lo que puede haber de común con
los animales superiores,55 hasta lo que a continuación se aproxima al
pensamiento del adulto; a decir verdad, todo el razonamiento empieza a
constituirse en tomo de ese tipo de materiales, tomados en particular de
los psicólogos del niño (Preyer, Pérez, Sully) y de los primeros ensayos
de Darwin y Taine.56 Romanes insiste por otra parte en la subsistencia
y aun el predominio, en el adulto, del pensamiento preconceptual: “In
207
cluso después de que la facultad de introspección conceptual haya sido
plenamente alcanzada, sus servicios no son siempre exigidos por la co
municación de los conocimientos puramente receptuales, y de ello resul
ta que no es necesario que toda proposición sea introspectivamente me
ditada y examinada en tanto que tal, antes de que se pueda enunciar (...).
La única diferencia que es posible descubrir entre un enunciado no con
ceptual formulado por un niño y el mismo enunciado formulado por el
adulto consiste en que, en el primer caso, no es siquiera potencialmente
capaz de convertirse en un objeto de pensamiento.”57
Pero Romanes quiere también validar sus análisis en el plano de la
filogenia, y para ello tratará de encontrar los elementos en el nivel de la
filología comparada;58 esa disciplina estaba entonces en plena expan
sión, en particular en el dominio de las lenguas indoeuropeas y del sáns
crito, y nuestro autor va a apoyarse sobre todo en los célebres trabajos
de F. Max Müller 59 “El primer gran resultado de la fdología comparada
ha consistido en la demostración, que parece inobjetable, del hecho de
que el lenguaje tal como existe actualmente no surgió, equipado con to
das sus piezas, o por la vía de una intuición especialmente creada, (sino
que) fue el resultado de una evolución gradual.”60 A partir de ello, dice
Romanes “las lenguas aparecen tanto más simples cuanto más se retro
cede en su existencia, hasta el momento en que llegamos a lo que se de
nomina sus raíces”.61 En lo que concierne al sánscrito, Müller pensaba
haberlas reducido a un centenar, y su examen mostró que correspondían a
ideas genéricas, es decir a receptos nombrados (preconceptos).
Por otra parte, tenían una estructura condensada correspondiente a u-
na proposición (“palabra-frase”); no existía aún distinción de las “partes
del lenguaje” (verbo, nombre, pronombre, adjetivo, preposición, artícu
lo) en esa fase arcaica de la predicación; los filólogos contemporáneos a-
tribuían en consecuencia una función importante al gesto, a un acom
pañamiento pantomímico de la palabra, para precisar el sentido de las e- t
nunciaciones primitivas: ése era el lugar futuro de la gramática, cuyas
diferenciaciones provienen del acompañamiento gestual del lenguaje. A
partir de la palabra-frase y del gesto-signo, la primera forma de organiza
ción de la proposición parece haber sido la aposición,62 simple yuxta
posición de raíces cuyo sentido era precisado por el gesto, antes de que el
orden de las palabras comenzara a adquirir significación y de que se dife
renciaran flexiones y partes del lenguaje; la aposición correspondía por
otra parte a la lógica de los acontecimientos exteriores (lógica de los re
ceptos): la relación indicada derivaba necesariamente de la experiencia del
sujeto: “La verdad es recibida en el espíritu, no es concebida en él (pe
ro) resulta evidente que las enunciaciones reiteradas de verdades así alcan
zadas en la ideación receptual conducen a la ideación conceptual, o a la
enunciación de la verdad en tanto que verdad.”63 Las primeras raíces ver
208
bales64 remiten, por otra parte, a “esos actos y cualidades físicos que
son directamente percibidos por los sentidos” (receptos) y es la exten
sión connotativa de su significación (“metáfora fundamental”) lo que va
a darles una significación moral o intelectual, y después conceptual.
De modo que con Romanes el evolucionismo parece cerrar su pro
yecto y alcanzar la síntesis general del pensamiento de. su siglo, y tam
bién del de sus padres fundadores. No obstante, ya estaban echadas las
bases primeras del vasto movimiento crítico que en gran medida provino
de aquél y que al mismo tiempo relegó numerosas tesis evolucionistas a
un pasado que hoy puede parecemos muy remoto. En el capítulo si
guiente estudiaremos la reacción globalista, después de haber examina
do primeramente algunos problemas temáticos particulares.
NOTAS
212
Capítulo X
213
que se originaron muchas concepciones neurológicas modernas.2 En e-
lla, el sistema nervioso es concebido como una jerarquía organizada de
centros escalonados, que aparecieron progresivamente en el curso de la e-
volución de las especies y que asumen sus funciones sucesivamente en
el desarrollo del individuo, desde la infancia hasta la edad adulta. Todos
esos centros son de estructura sensorio-motriz, como los más elementa
les y más bajos entre ellos, los de la médula espinal, sustento del arco
reflejo. A continuación se produce el pasaje desde los centros inferiores
mejor (es decir, más rígidamente) organizados, los más simples y auto
máticos en su funcionamiento, hasta los centros superiores menos orga
nizados (los más plásticos en su actividad: durante toda la vida permane
cen incesantemente organizándose), los más complejos, también los
más voluntarios, es decir los menos automáticos en su puesta en juego.
Ya encontramos en Spencer los grandes lincamientos de esta tesis (pasa
je del reflejo al instinto y después a los actos voluntarios), pero Jackson
tomó directamente de Baillarger la teoría del automatismo, que por otra
parte propone a veces rebautizar “principio de Baillarger”, y cuyo dualis
mo automático-voluntario integra3 a la interpretación de las interrelacio-
nes de una jerarquía compleja de niveles funcionales.
Jackson diferencia expresamente los centros, localizables en el pla
no anátomo-fisiológico, y las funciones, no localizables pero descom
ponibles (cf. Spencer) en fenómenos sensorio-motores que son los úni
cos que pueden ser localizados y por lo tanto pertenecer al ámbito de la
ciencia (crítica de las “facultades mentales” y de las concepciones freno
lógicas de su localización). Así, si bien considera que los centros más e-
levados son los “órganos del espíritu” y la “base física de la conciencia”,
también entiende que la conciencia está distribuida a todo lo largo del eje
nervioso, tanto más vivo cuanto más complejos son sus ordenamientos
funcionales: la conciencia propiamente dicha corresponde a una integra
ción de innumerables impresiones y movimientos representados. Por o-
tra parte, se trata de una correlación entre fenómenos materiales y fenó
menos mentales (tesis del paralelismo) y no del pasaje de un orden de
hechos a otro; las nociones fisiológicas y psicológicas corresponden a
dos diferentes modos de acceso a los fenómenos: se los puede poner en
relación pero no tratarlos como idénticos (por ejemplo, buscar la locali
zación cerebral de la facultad de hablar, tesis absurda). La actividad de los
centros superiores puede por otra parte ser netamente sensorio-motriz,
cuando funcionan en conjunción con los centros inferiores (circuito que
va de la percepción a la acción), o autónoma, cuando los ordenamientos
nuevos de esbozos de movimientos y el despertar de impresiones senso
riales de nivel elevado se operan de manera disociada —“evolución inter
na” que corresponde a la actividad simbólica, a las operaciones mentales
y cuyo gran desarrollo en el hombre explica su superioridad creadora—.
214
En el marco de esta concepción de conjunto, las enfermedades del
sistema nervioso aparecen como reversiones de la evolución, disolucio
nes localizadas o generalizadas. El cuadro clínico está compuesto por
dos tipos de signos, también clínicos, que resulta esencial distinguir
bien:4
«/
—Los signos negativos, deficitarios, que corresponden a la'supresión
de las manifestaciones de actividad superior y a la puesta fuera de fun
ción, lesional o funcional, de los centros más elevados.
—Los signos positivos, o de liberación, que por el contrario ponen
de manifiesto la emancipación de la actividad de los centros inferiores,
habitualmente inhibidos, “reprimidos” por el control jerárquico integra-
dor de los niveles más elevados. Según sea la lesión próxima a los cen
tros o propiamente central, esos signos positivos serán intensos (descar
gas por excitación de proximidad) o débiles (destrucción).
215
lador” de la palabra, que controlaría los movimientos articulados del len
guaje y que estaría desorganizado o destruido. Examinando esos casos
clínicos se podía demostrar que el material verbal, simbólico o motor
seguía estando perfectamente presente: las palabras restantes eran correc
tamente pronunciadas, y sobre todo las que el enfermo no podía encon
trar o repetir voluntariamente surgían a veces de modo espontáneo por
acción de una causa excitadora cualquiera (una emoción, por ejemplo).
Baillarger llega por lo tanto a la conclusión de que ha sido afectada la
“incitación verbal voluntaria”, pero con conservación de la “palabra au
tomática”: lo lesionado en ese tipo de casos sería la capacidad para la u-
tilización instrumental de la palabra al servicio de la voluntad, y no el
instrumento en sí.
Jackson retomó los grandes lincamientos de ese análisis, integrando
en él sus concepciones psicofisiológicas personales. Aplicando su tesis
de que se puede localizar la lesión pero no la función, empieza por re
chazar la teoría de una lesión de “centros de imágenes” verbales o de sus
conexiones. En la afasia, el lenguaje está dañado, no como facultad au
tónoma que tuviera su propia localización y sus centros específicos, si
no en tanto función voluntaria, de nivel simbólico elevado; por lo tanto
no puede tratarse del daño de elementos discretos del lenguaje, sino más
bien de su uso, en particular de una disociación entre la supresión de
los aspectos voluntarios y la conservación, incluso la liberación de los
aspectos automáticos de los empleos del lenguaje. Así, el lenguaje inte
lectual, es decir la forma superior, proposicional,6 aparece profundamen
te alterada (signo negativo), en tanto que los síntomas positivos con
ciernen a las formas inferiores, arcaicas y automáticas de las emisiones
verbales: lenguaje emocional (inflexiones de la voz, interjecciones), len
guaje automático (emisiones estereotipadas impulsivas, emisiones oca
sionales espontáneas más o menos adecuadas), lenguaje “de confección”
(ready-made: sintagmas preformados). En consecuencia se observa la
conservación de las formas organizadas de mayor antigüedad, y con fre
cuencia la perseveración de las últimas formas de organización volunta
ria (palabras o frases pronunciadas inmediatamente antes o durante la a-
parición de la lesión responsable de la afasia) del habla.
De la misma manera, Jackson rechazó la distinción clásica entre len
guaje interior y lenguaje exterior (o más bien exteriorizado), que sería el
único afectado en ciertas formas de afasia llamadas motrices, según las
tesis localizadores. Entre esos dos aspectos del lenguaje no podría haber
disociación; ellos son fundamentalmente idénticos y de nivel funcional
equivalente. A lo sumo podía admitirse que el lenguaje interior se limita
con frecuencia a esbozos, que las formas del lenguaje automático tienen
en consecuencia en él un lugar más importante que en la expresión ver
bal externa, lo que podría explicar una relativa conservación en caso de
afasia. Pero en lo que concierne a las formas altamente organizadas, pre
posicionales, el daño seguía siendo rigurosamente idéntico.
Jackson trata igualmente de explicar las enfermedades mentales en
los términos de su doctrina. En ese punto, sus análisis son muy próxi
mos a los de Baillarger; en ellos siempre subraya el aspecto negativo
más discreto de los trastornos ruidosos de los alienados: “Ilusiones, deli
rios, conductas extravagantes y estados emocionales anormales en un lo
co (...) significan que continúa la evolución de lo que queda intacto de
los centros más elevados que han sido deteriorados, de lo que la enferme
dad, en el curso de una disolución tal, ha respetado. Esos estados menta
les positivos (...) implican la coexistencia de estados mentales negativos
que son una percepción defectuosa, una menor potencia de razonamiento,
una menor adaptación al ambiente actual, y la ausencia de las emociones
‘más sutiles’ (en comparación con lo que era la persona anteriormente
sana). Para dar ejemplos, toda ilusión significa que una cosa ya no es re
conocida como lo hubiera sido antes de la locura, lo que quiere decir que
coexiste un elemento mental negativo”7 (ejemplo del paralítico general
que se cree emperador de Europa y por lo tanto ignora su verdadera iden
tidad).
Por otra parte, Jackson insiste en el carácter con frecuencia parcial
del déficit: “Es posible que con una falla de la voluntad, la memoria, la
razón y la emoción, haya persistencia del resto de lo que se denomina fa
cultades (...) que el enfermo ejecute de una manera determinada cosas tri
viales, que conserve la memoria de todos los hechos ordinarios y de mu
chas circunstancias de un pasado remoto, que hable de manera adaptada
de cosas simples y se interese en acontecimientos sorprendentes.”8 Las
posiciones fisiopatológicas de Jackson implican esos análisis, más suti
les, es preciso decirlo, que las tesis mecanicistas corrientes en la época,
y que él critica tanto en ese lugar como en otros: “El tejido nervioso a-
trofiado no es en nada tejido nervioso; funcionalmente, no es exacta
mente nada y no puede ser la causa de nada positivo; los síntomas men
tales positivos (...) aparecen durante la actividad que se produce en los e-
lementos no atrofiados, sanos, de lo que queda del enfermo. (...) No pue
den originarse durante la actividad de elementos atrofiados.”9 Volvemos
a encontrar las distinciones cruciales y paralelas entre lesión y síntoma,
y entre centro y función.
Otros factores hacen más complejo ese análisis patogénico de la alie
nación mental: a la profundidad (el nivel por lo tanto alcanzado por la
disolución) se añade su velocidad (la rapidez con la cual desaparece el
control de los niveles superiores y que determina la intensidad, propor
cional, de los fenómenos de liberación). Por otra parte, la estructura de
la personalidad que sufre la disolución (niño, adulto, anciano, hombre o
mujer, inteligente o estúpido, portador de una tara degenerativa o sano,
217
instruido o no y de qué manera, etcétera) modula el contenido de los sín
tomas, al mismo tiempo que la naturaleza de lo que es automático y por
lo tanto subsiste, y de lo que es voluntario y desaparece. Finalmente, la
influencia de los estados corporales y de las circunstancias exteriores del
momento desempeña un papel esencial en la determinación de las mani
festaciones patológicas (ejemplo de las imágenes oníricas provocadas
por tal o cual sensación corporal en el curso de la disolución fisiológica
que es el dormir).
La obra de Jackson no tuvo inmediatamente, entre los neurólogos
todavía imbuidos de las concepciones localizadoras, la repercusión que i-
ba a alcanzar en el siglo XX. Pero, contrariamente a lo que se ha soste
nido, alcanzó rápidamente una influencia considerable en psicopatología,
puesto que inspiró la obra del fundador de la psicopatología francesa, el
maestro de Janet y Binet, Théodule Ribot.
218
cierto de la psicología europea contemporánea, y se trata de una tradición
de pensamiento que, a través de Taine, Comte y Broussais, lo vincula
directamente con Cabanis. Es la importancia metodológica que atribuye
al campo de la patología mental en la constitución de la nueva psicolo
gía. Los hechos psíquicos son los más complejos, los más elevados de
los fenómenos naturales: su conocimiento directo es inseguro, ilusorio,
de lo cual surge la necesidad de los procedimientos indirectos de la psi
cología objetiva. Entre ellos, Ribot reserva un lugar escogido a las téc
nicas de los experimentalistas alemanes, incluso aunque ésa sea una vía
que no parece tentarlo personalmente;12 en efecto, él mismo nunca rea
lizó experimentos, y fueron sus alumnos quienes fundaron los primeros
laboratorios franceses. Más bien parecía atraerlo la dimensión comparada
pero, entre sus diversos registros, uno ocupaba a su juicio un lugar ex
cepcional: la patología mental, ámbito privilegiado de aplicación a la
psicología del método de las diferencias (cf. Mili). Como lo había afir
mado Claude Bemard para la fisiología, entendía que la enfermedad reali
zaba una experimentación natural, una verdadera disección espontánea de
los fenómenos psicológicos más complejos. Así se estableció el matiz
específicamente francés en la psicología empirista europea contemporá
nea, matiz que capitalizaba el prestigio y la fuerte implantación en Fran
cia, desde Pinel, del trabajo clínico y teórico en el dominio de la aliena
ción mental. De allí provino, a través de Charcot, siempre muy reveren
te respecto de Ribot, todo el pensamiento psicodinámico de principios
del siglo XX, cuyos adelantados fueron Janet y ese retoño germánico de
la psicopatología francesa, como por muchas razones puede considerarse
a Freud.
Pero lo que autorizaba a Ribot a considerar la patología mental como
una especie de disección natural de las operaciones mentales más com
plejas, era la tesis de la disolución que tomó muy explícitamente de
Jackson y que utilizó como “ley de regresión” en la primera parte de su
obra. Ella es la base teórica de esos “tres pequeños libros que tienen por
título Les maladies de la mémoire (1881), Les maladies de la volonté
(4893) y Les maladies de la personnalité (1885) (y que) durante mucho
tiempo fueron el breviario de los psicólogos y de los médicos; (esos li
bros) los agruparon, les proporcionaron estudios comunes, un lenguaje
inteligible para todos y modelos a imitar. (...) De allí provino (...) ese
movimiento científico notablemente caracterizado por la asociación es
trecha de los estudios psicológicos y los estudios médicos.”13
Veamos por ejemplo cómo cierra Ribot su estudio de la patología de
la memoria: “Hemos demostrado que la destrucción de la memoria sigue
una ley. (...) En el caso de disolución general de la memoria, la pérdi
da de los recuerdos da los pasos de tín trayecto invariable: los hechos re
cientes, las ideas en general, los sentimientos, los actos. En el caso de
219
disolución parcial mejor conocido (el olvido de los signos),14 la pérdida
de los recuerdos sigue un proceso invariable: los nombres propios, los
nombres comunes, los adjetivos y los verbos, las interjecciones, los
gestos. En ambos casos la marcha es idéntica. Es una regresión de lo
más nuevo a lo más antiguo, de lo complejo a lo simple, de lo volunta
rio a lo automático, de lo menos organizado a lo mejor organizado. La
exactitud de esta ley de regresión es corroborada por los casos bastante
escasos en los que a la disolución progresiva de la memoria sigue una
curación: los recuerdos retoman en un orden inverso al de su pérdida.”15
En esa primera fase de su obra, las concepciones de Ribot no son por
otra parte muy originales: su inmensa erudición le permite simplemen
te una síntesis amplia y clara, conceptualmente muy segura, de las tesis
de la psicología y la psicopatología del siglo XIX. Así, inscribe el fun
cionamiento mental en el interior del funcionamiento nervioso, y este
último en el interior del organismo íntegro; lo psíquico se origina y
vuelve a hundirse en el inconsciente, que para Ribot es idéntico a lo fi
siológico.16 Ello no impide que la conciencia sea un nivel funcional
significativo, el más elevado en la jerarquía nerviosa, con características
propias (dimensión temporal, determinismo muy abierto, instancia de
control y de síntesis, etcétera). El funcionamiento y las necesidades del
organismo íntegro están representados psicológicamente por sensaciones
confusas, emociones, tendencias que orientan toda la actividad mental.
“La unidad del yo, en el sentido psicológico, es por lo tanto la cohesión,
durante un lapso dado, de un cierto número de estados de conciencia cla
ros, acompañados por otros menos claros y por una multitud de estados
fisiológicos que, sin un acompañamiento de conciencia como el de sus
congéneres, obran tanto o más que ellos.”17
“La personalidad real es el organismo y el cerebro, su representación
suprema, que contiene en sí los restos de lo que hemos sido y las posi
bilidades de todo lo que seremos. Allí está inscripto totalmente el carác
ter individual, con sus aptitudes activas y pasivas, sus simpatías y sus
antipatías, su genio, su talento o su tontería, sus virtudes y sus vicios,
$u torpor o su actividad. De allí es poco lo que emerge a la conciencia rf
en comparación con lo que queda enterrado, aunque actuando. La perso
nalidad consciente nunca es más que una pequeña parte de la personalidad
física."18 De modo que la unidad del yo de los espiritualistas no era en
realidad sólo una coordinación, como lo afirmaban los asociacionistas,
sino que se afianzaba en la permanencia de un “sentimiento vago de
nuestro cuerpo”,19 esa cenestesia, conciencia vaga del conjunto del or
ganismo y del funcionamiento de los órganos (incluso del mismo cere
bro), en la que desde Griesinger20 se tendía a encontrar la clave del senti
miento unitario de la personalidad y también de sus mutaciones patoló
gicas (cf. la teoría de la psicosis en Griesinger).
220
Del mismo modo, la voluntad no era más que un estado de concien
cia, reflejo de la coordinación del conjunto de las tendencias y motiva
ciones antagónicas por las cuales el organismo estaba representado psí
quicamente . De modo que el acto voluntario constituía el desenlace de
una vasta deliberación que el “yo quiero” observaba y verificaba sin
constituirla: él expresaba la síntesis personal, el carácter como “expre
sión psíquica de un organismo individual”.21 Era la forma más comple
ja, inestable y frágil del mismo proceso del que el arco reflejo represen
taba el fenómeno más elemental: en realidad, “el secreto de los actos
producidos debe buscarse en la tendencia natural de los sentimientos e i-
mágenes a traducirse en movimientos”.22
Ribot siempre deploró (por ejemplo en sus estudios sobre los psicólo
gos contemporáneos ingleses y alemanes) la debilidad y el carácter in
completo de las tesis existentes acerca de los fenómenos afectivos. A
partir de 1896, fecha de la aparición de su Psychologie des sentiments,
trató de llenar él mismo esa laguna y al mismo tiempo abordó una serie
de trabajos paralelos sobre el desarrollo y la estructura comparada de la
inteligencia y la afectividad. En esta segunda fase de su obra, el recurso a
la patología pasó al segundo plano ante la apelación a la antropología,
la historia y la biogénesis de la especie: Darwin reemplazó a Jackson
como principal punto de referencia teórica. “La antropología, la historia
de la costumbres, de las artes, de las religiones, de las ciencias, nos se
rán con frecuencia más útiles que lo aportes de la fisiología. (...) La e-
volución de los sentimentos en el tiempo y en el espacio, a través de los
siglos y las razas, es un laboratorio que opera hace miles de años, con
millones de hombres. (...) Si bien la vida del espíritu tiene sus raíces en
la biología, sólo se desarrolla en los hechos sociales”.23
El fondo de la tesis de Ribot retoma la teoría de James que estudiare
mos más adelante y que él resume como sigue: “La emoción no es más
que la conciencia de todos los fenómenos orgánicos (interiores y exterio
res) que la acompañan y que generalmente son considerados sus efectos;
en otros términos, lo que el sentido común considera los efectos de la e-
moción es en realidad su causa.”24 En suma, lo mismo que Maudsley y
que Spencer, Ribot entiende que la emoción es la conciencia de la puesta
en juego de tendencias (“necesidades, apetitos, instintos, inclinaciones,
deseos”) cuyas manifestaciones le parecen de naturaleza fundamental
mente motriz, en sentido amplio: “movimientos, gestos, actitud del
cuerpo, modificación de la voz, rubor o palidez, temblores, cambios en
las secreciones y excreciones y otros fenómenos corporales”.25 La emo
ción es por lo tanto el estado de conciencia que corresponde a la activa-
221
clón de una tendencia, es decir fundamentalmente de un instinto, y Ribot
va a esforzarse por reducir los grandes grupos de estados afectivos a los
fundamentos instintuales de los que emanan.
Los estados emotivos, por otra parte, tienen una tonalidad agradable
o penosa, en sí misma no específica: no se trata más que de un indicio,
el cual indica que la tendencia fundamental que la emoción manifiesta
está siendo satisfecha o contrariada. En efecto, placer y dolor connotan
grosso modo (el organismo no es profeta) lo útil y lo nocivo, lo que
incrementa y lo que reduce la energía vital; como lo había observado
Darwin, la selección natural se encarga de asegurar la suficiente adecua
ción de esa guía esencial de la actividad animal a las condiciones reales
del ambiente. Por lo tanto, si bien “la mayor parte de los tratados clási
cos dicen que ‘la sensibilidad es la facultad de experimentar placer y do
lor’, (Ribot) diría, empleando su terminología, que ‘es la facultad de ten
der y desear, y como consecuencia, experimentar placer y dolor’ ”.26 Se
advierte el cambio fundamental que así sufre el utilitarismo en la época
evolucionista.
Queda el problema de la ligazón entre los estados afectivos y las sen
saciones, percepciones, imágenes, ideas que los acompañan o que casi
siempre tienen el poder de desencadenarlos. Se trata desde luego de un fe
nómeno que pone de manifiesto el lazo, directo o secundario (por la me
diación de las asociaciones de imágenes e ideas), entre los estados inte
lectuales precitados y las condiciones de existencia naturales o sociales
que gobiernan la puesta en juego de las tendencias de las que emanan las
emociones. En resumen, “se trata de una cuestión de génesis”,27 y al e-
xaminarla Ribot retoma la corrección que un buen número de autores
contemporáneos querían introducir en la clásica ley de asociación. Al a-
nálisis puramente intelectual (semejanza, contraste, contigüidad) tradi
cional, la idea es añadir (para algunos incluso ceder el lugar a ) el papel
esencial de las disposiciones afectivas como base de los fenómenos aso
ciativos, problema “recientemente estudiado por Lehmann28 con el
nombre de desplazamiento (Verschiebung) de los sentimientos, y por
Sully con el nombre de transferencia de los sentimientos”.29 Por otro
lado —piensa Ribot— ésa es una de las fuentes esenciales de las in
fluencias conscientes en la vida psíquica: junto a hipotéticos factores he
reditarios atávicos (Ribot prefiere hablar de la acción de tendencias inna
tas), y de la gravitación global, permanente o transitoria, de la ceneste-
sia, “el inconsciente personal, residuo de estados afectivos ligados a per
cepciones anteriores o a acontecimientos de nuestra vida”,30 ejerce una
influencia capital en nuestra vivencia consciente. En 1897, por otra par
te, en su Essai sur l'imagination créatrice, Ribot estudiará otras dos
formas de asociación inconsciente:
-teta MOdación mediata (Hamilton), cuya “fórmula general es: A e-
VOOt I C , aunque no haya entre ellos ni continuidad ni semejanza, por-
que un término intermedio B, que no entra en la conciencia, sirve de
transición desde A a C”;31
—el efecto de “constelación” (Ziehen), en el que el resultado asocia
tivo, aparentemente imprevisible y consecuencia de un puro azar, reposa
en una suma de lazos asociativos subconscientes del tipo de la asocia
ción mediata.
223
tuales nacen de la necesidad de conocer, emanación puramente utilitaria
de los instintos fundamentales antes de que esa necesidad se autonomice
en una actividad desinteresada.
En 1905 Ribot completó su primera obra sobre una “lógica de los senti
mientos” (Logique des sentiments). Allí examina la existencia de una
lógica extrarracional de base afectiva, distinta de una simple “lógica de
los sofismas”, puesto que encuentra su fuente no simplemente en el e-
rror intelectual sino en el problema de los valores. Ambas formas de
lógica se diferenciaron partiendo de una matriz común, la inferencia, for
ma elemental del razonamiento. La lógica racional proviene de una se
lección progresiva de las formas de razonamiento convincentes, es decir
conformes a la naturaleza de las cosas: a lo largo de los siglos, por ensa
yos y errores, se diferenció de ese modo el razonamiento objetivo del que
a continuación los lógicos, por reflexión y análisis, extrajeron las leyes;
en ese proceso, los progresos de la técnica desempeñaron un rol esencial:
“La técnica es la madre de la lógica racional”33 Por otra parte, de la
construcción de las abstracciones y de la evolución intelectual del mundo
de las imágenes hasta el de los conceptos, Ribot tiene una idea muy se
mejante a la del análisis que hemos detallado en Romanes.34 No obstan
te, le aporta a la clásica teoría nominalista una corrección (o más bien
un comentario) esencial: si bien el concepto es sólo una palabra, es decir
un signo, si bien se puede razonar con esos signos abstractos sin tener
conciencia de su significación, es decir de lo que representan, a la manera
del álgebra, de ningún modo la interpretación del fenómeno puede dete
nerse en ese punto, como lo atestiguan ampliamente las dificultades de
toda persona no informada ante una página de un texto un poco abstracto
en un dominio que le es extraño. En efecto, “los términos generales cu
bren un saber organizado, latente. (...) Las ideas generales son hábitos
en el orden intelectual (...) es decir una memoria organizada. (...) Lo que
ocurre siempre que tenemos en la conciencia solamente la palabra gene
ral no es más que un caso particular de un hecho psicológico muy cono
cido, que consiste en lo siguiente: el trabajo útil se realiza por debajo de
la conciencia, y en ella sólo aparecen sus resultados, indicios o señales.
(...) Ese sustrato inconsciente, ese saber potencial, organizado, no sólo
le da a la palabra su valor verbal, sino que deja en ella sus huellas. (...)
El pensamiento simbólico, operación en apariencia puramente verbal, es
sostenido, coordinado, verificado por un saber potencial y un trabajo in
consciente”.35
Por lo tanto, si bien el razonamiento objetivo se ha desprendido pro
gresivamente de la matriz común, no ha podido reemplazarla y “exten-
224
• la totalidad del dominio del conocimiento y de la acción. Ahora
. al hombre tiene una necesidad irresistible de conocer ciertas cosas
| i l l l rtzón no alcanza, de obrar sobre ciertas personas o cosas, y la ló-
225
Irtfancía y sexualidad
226
como “fábrica de la humanidad” (Comenio) o afirma que “el e-
ém Ó O t, junto al niño, es el representante del hombre que él será más a-
MUMe” (Herbart), aquel que hará que “el hombre se convierta verdadera
mente en hombre” (Comenio). De allí proviene el carácter decididamente
«Ofnitivo de lo que hacía las veces de teoría del desarrollo, y el hecho de
qiM lt dosis de “información” necesaria fuera pensada en términos de sa
ber O#n términos de experiencia. La controversia apuntó finalmente a la
descomposición analítica del espíritu en “facultades mentales”: los em
plastas reducían todo a la percepción, los aprioristas pretendían una au
tonomía y por lo tanto una educabilidad propia de la voluntad. La poca
experiencia clínica paidopsiquiátrica de la que se disponía en esa época e-
ra el reflejo de aquella concepción fundamental y de esta polémica secun
daria. Su única noción, en efecto, era la de detención del desarrollo, la i-
dlotez, y las controversias versaban sobre la irreversibilidad de ese esta
do: los empiristas la consideraban nula (Pinel, Esquirol). Esa no era la
opinión de los “educadores de idiotas” (Séguin, Delasiauve), más bien
espiritualistas, quienes pensaban en una lesión predominante de la vo
luntad y por lo tanto de la atención: estimaban que la educación de esos
nlflos era posible, con la condición de que se utilizaran métodos especia
les.44
Al principio, la curiosidad nueva que suscitó en la segunda mitad del
siglo XIX el desarrollo psicológico del niño no se apartó mucho de la
óptica tradicional: se trataba de verificar, de validar las concepciones de
la génesis de las funciones mentales tal como se la representaban las te
orías reinantes, asociacionistas y evolucionistas. Es el caso del artículo
de Taine que encuentra las etapas de su análisis de la inteligencia en la
observación del desarrollo del lenguaje y de los conceptos en el niño. El
breve trabajo de Darwin o las obras de Pérez se presentan como protoco
los de observación de un estilo más bien sobrio, que procuran determinar
las fechas de aparición y las modalidades de evolución de los fenómenos
mentales, encarados y descriptos de una manera bastante académica (sen
saciones, movimientos, emociones, fenómenos intelectuales, lenguaje,
desarrollo moral y de la personalidad); la óptica es por cierto evolucio
nista y el objetivo validatorio evidente, aunque las observaciones en sí
pueden tener un valor propio (cf. la lista de aparición secuencial de las e-
mociones en el niño utilizada por Ribot).
El trabajo de Preyer que domina el período se funda en una orienta
ción fisiologista próxima a la de Bain: retoma en particular la tesis de
este último acerca de la constitución de los movimientos voluntarios a
partir de una selección-combinación de los movimientos automáticos
espontáneos (impulsos, reflejos o instintos innatos) asociados a las pri
meras representaciones sensoriales de objeto, tal como ellas se constitu
yen bajo el imperio determinante de los estados de placer o dolor y por
227
la acción discriminativa de los movimientos en las percepciones (apro
ximación o retirada con repetición del placer o displacer). La facultad de
constituir nociones, o inteligencia, aparece como innata, lo mismo que
su disposición en el tiempo y el espacio (referencia a Kant y a los nati-
vistas), pero la percepción es indispensable para llenar ese primer marco
(referencia empirista). Por otra parte, la inteligencia se constituía inde
pendientemente del lenguaje, incluso aunque las nociones primarias,
mudas, necesarias para la adquisición de este último, se encontraran des
de luego precisadas en ella (Preyer cita en tal sentido las inferencias in
conscientes de Helmholtz, que prefiere denominar “mudas”, “sin habla”).
De estas diversas investigaciones de espíritu muy empírico se des
prendieron pronto una cierta cantidad de temas específicos:
228
iMbráde tomar en gran medida ese camino,46 que todavía gravi-
miento de su discípulo Piaget.
229
mino olvidado por quienes han dejado la infancia detrás de sí’. Siendo
esto así, nos parece bastante osado hablar de la investigación científica
de la inteligencia infantil. A decir verdad, es preciso reconocer, a pesar de
los recientes trabajos preparatorios muy notables y plenos de promesas
acerca de la psicología infantil, que estamos lejos de poseer documentos
verdaderamente científicos en tal sentido. Nuestras llamadas teorías sobre
la actividad intelectual de los niños no son con frecuencia más que gene
ralizaciones precipitadas de observaciones imperfectas. Es probable que
los niños tengan maneras de pensar y de sentir mucho más variadas de lo
que nuestras teorías suponen”.51
Así, Sully subraya la heterogeneidad del pensamiento del niño res
pecto del nuestro, y los obstáculos que encuentra la investigación empí
rica. Si bien insiste en la importancia de una simpatía cariñosa del ob
servador para penetrar en ese ser complejo y diferente, también reco
mienda una buena formación científica para evitar las trampas de la in
tuición proyectiva: la madre o la nodriza son quienes están mejor ubica
das desde la perspectiva del primer criterio; el padre o el médico, con re
lación al segundo. Así se identifican bien temas modernos y también el
del “niño originario”, padre del adulto y clave de su comprensión, lo que
invierte totalmente la perspectiva tradicional. Es preciso ver en ese cam
bio conceptual radical la huella de la influencia darwinista: ella tiende
progresivamente a definir su especificidad, más allá de los aspectos más
clásicos del evolucionismo común, spenceriano. Por otra parte, ese tipo
de crítica de un geneticismo demasiado simplista se extenderá a muchos
ámbitos en el siglo XX, en particular al campo cultural y social: tam
bién en ellos la comparación retrocederá ante la evidencia de una autono
mía estructural por lo menos relativa.
A continuación del pasaje que hemos citado, Sully toma el ejemplo
del “juego del niño, acerca del cual tanto se ha escrito, y con tanta segu
ridad, (y que) hasta ahora sólo ha sido comprendido imperfectamente”.52
En dos grandes obras aparecidas en 1896 (Los juegos de los animales) y
1899 (Los juegos del hombre), Karl Groos, con una óptica por lo
demás un poco diferente, intentó darle a este problema una respuesta que
respetara la especificidad de esta actividad tan propia del niño. Recha
zando las explicaciones tradicionales (solaz, gasto de la energía super-
flua, restos hereditarios sin valor actual), atribuyó al juego una función
esencial de ejercicio, de ajuste y de maduración de las actividades instin-
tuales ulteriores (de allí la especificidad de los juegos de cada especie a-
nimal): “El animal no juega por ser joven, sino que tiene una juventud
para satisfacer la necesidad de jugar.”53 También en ese caso la infancia
ocupa un lugar capital y un papel autónomo en el desarrollo: si bien la
actividad que la caracteriza mejor es propedéutica con respecto a la del a-
dulto, signa también una fase que tiene su significación propia.
230
Clásica del instinto sexual
231
tornos elementales muy importantes, puesto que la naturaleza de los
sentimientos genésicos es la que, en gran parte, determina el carácter, la
naturaleza de la personalidad intelectual y en particular sus sentimientos
éticos, estéticos, sus tendencias sociales”.61 Maudsley ya había observa
do con respecto a la pubertad: “En ese momento los sentimientos al
truistas comienzan a germinar: antes de la pubertad, casi todos los varo
nes son los más perfectos egoístas; consideran que les corresponde y
merecen todo el afecto que se les testimonia y todos los cuidados que
hay que brindarles. Después de la pubertad, empiezan a apreciar lo que se
hace por ellos y a experimentar una chispa de gratitud. Si siguiéramos el
desarrollo del instinto sexual hasta su punto culminante, verificaríamos
su remota influencia hasta en los sentimientos más elevados, sociales,
morales y religiosos, de la humanidad.”62 En efecto, “¿de qué fuente sal
ta la primera chispa del sentido moral? Respondo, exponiéndome a mu
chas reprobaciones: del instinto de reproducción”;63 Maudsley subraya
entonces la naturaleza semialtruista de ese instinto que empuja al sujeto
a “sacrificar una parte de sí mismo para la propagación de la especie” que
“entrafla la asociación por lo menos temporaria de dos individuos y de e-
se modo emplaza el primer jalón de la vida social. Es fácil ver, además,
que el afecto por el ser engendrado como consecuencia del ejercicio de e-
se instinto, y los cuidados constantes, necesarios para la progenie, des
piertan el instinto de maternidad y de paternidad. (...) En virtud de ese
procedimiento, el individuo entra en el campo del egoísmo familiar. A-
hora bien, el sentimiento de la familia (...) es la base del sentimiento
social”.64
Los evolucionistas, antropólogos o psicólogos, en general, a esa te
sis de la génesis de los sentimientos sociales y de la sociedad a través de
la familia y de los instintos parentales (es decir, en última instancia, a
partir de la sexualidad65 y de los vínculos que ella engendra) le opusie
ron una concepción más compleja, según la cual el grupo era un hecho
originario. Hemos visto que Spencer y Darwin sostuvieron este último
modo de ver, que Ribot defenderá con fervor: “El grupo familiar y el
grupo social provienen de tendencias diferentes, de distintas necesidades;
cada uno tiene un origen psicológico especial e independiente, y es im
posible derivar a uno del otro.”66
Como ya lo he indicado, la antropología comparada se preocupó bas
tante en esa época del origen y de las fases primitivas de la familia y de
las organizaciones del parentesco (desde que, como decía Engels, la cien
cia histórica se desprendió de la dominación total del Pentateuco).67 A
través de dos grandes obras aparecidas en 1871 y 1877, Morgan impon
drá la idea, ya bosquejada por Bachofen (1861), de una fase primitiva de
“comercio sexual sin trabas”, a partir de la cual emergía lentamente la
232
i monogámica de derecho paterno después de una prolongada fase
^NM M diade matrimonio grupal, o predominio del derecho materno, de-
M o a l Carácter incierto de la paternidad. El establecimiento del derecho
P llim o correspondía en efecto a la vez a una organización mejor regula-
d l de l u relaciones sexuales y a un progreso en el sentido de la abstrac
ción, puesto que un criterio conceptual (la paternidad) reemplazaba a la
•videncia concreta inmediatamente perceptible (la maternidad). Como se
puede verificar, esta concepción (que fue bastante bien acogida en gene
ral) inscribía la estructuración de las relaciones y de los sentimientos
conyugales y parentales en el interior de la evolución propia del grupo,
Clan u horda primitiva: prevalecía el hecho social.
233
domina “uranismo” y que opone a la disolución y a la pederastía, lo
mismo que a la patología, en particular la mental. Se trataba según él de
una disposición singular e irreversible de la naturaleza, de un alma o ce
rebro de mujer en un cuerpo de hombre, para la cual reclamaba un reco
nocimiento legal que llegara al matrimonio homosexual: en efecto, los
uranistas sólo podían desear al hombre, con todos sus caracteres de viri
lidad (a diferencia de los “disolutos” aficionados a efebos). La anomalía o
más bien la singularidad era congénita, pero en absoluto patológica, y
para justificar su punto de vista Ulrichs se apoyó, con un espíritu explí
citamente darwinista, en dos argumentos biológicos destinados a ejercer
una influencia perdurable: el hermafroditismo de ciertos animales infe
riores, y el del embrión humano hasta su decimosegunda semana de vi
da. En 1870, Westphall retomó el estudio del problema, para el cual for
jó la expresión “inversión sexual” (más exactamente “sensibilidad sexual
contraria”) y reprodujo globalmente la descripción de Ulrichs; no obs
tante, vinculó la anomalía con el grupo de las neurosis, sobre la base de
una muy frecuente sintomatología “neurótica” asociada, y la enlazó así
con la patología heredo-degenerativa. En adelante, las anomalías del
comportamiento sexual se convertirán en un tema clínico que suscitó en
Alemania y después en otras partes un interés creciente.
Krafft-Ebing publicó su primer artículo acerca de la patología sexual
en 1877; progresivamente amplió su campo de estudio a todas las for
mas de desviación sexual a las que tuvo acceso, lo que le permitió redac
tar la primera obra de conjunto sobre la cuestión, su Psychopathia se-
xualis, cuya primera edición apareció en 1886, y que modificará conti
nuamente hasta su muerte.71 Dividió las “anomalías del instinto sexual”
en cuatro grandes clases:72
234
r - '^ p p P " ^
235
el fondo la misma estructura. La herencia degenerativa, entonces, sólo
explica una cosa: que “un hecho insignificante haya llegado a grabarse
con trazos profundos e indelebles en la memoria de estos enfermos”84
gracias a un estado de receptividad particular que “se asemeja en más de
un aspecto al estado hipnótico”;85 la herencia da cuenta además de un
segundo factor etiológíco: la frecuente precocidad de las emociones se
xuales implicadas en ese tipo de experiencia (paradoxia de Krafft-Ebing).
Por lo demás, entiende que sólo se trata de la exageración de un proceso
normal: cada uno tiene particularidades amorosas o eróticas adquiridas en
su historia (asociaciones fijadas) y “el amor normal se nos aparece (...)
como el resultado de un fetichismo complicado (...) politeísta: resulta,
no de una excitación única, sino de una miríada de excitaciones. (...)
¿Dónde comienza la patología? En el momento en que el amor a un de
talle cualquiera se convierte en preponderante, al punto de borrar a todos
los otros. (...) Al politeísmo le responde el monoteísmo”.86
De modo que lo que en el espíritu de Binet no es más que una correc
ción a la tesis de la degeneración, rápidamente va a convertirse en un
punto de vista radicalmente opuesto. A partir de 1889, A. von
Schrenck-Notzing publicó una serie de trabajos que relataban la cura su
gestiva bajo hipnosis de los pacientes pervertidos sexuales: se trataba de
destruir, en virtud de la fuerza de sugestiones hipnóticas, la “asociación”
patológica, y de reemplazarla por su homóloga normal. Lo que era re
versible por acción de influencias externas no podía sino haber sido ad
quirido en circunstancias análogas:87 “Cuanto más se incrementa el nú
mero de casos en los que se ha obtenido una curación duradera, más dis
minuye, en nuestra opinión, la proporción correspondiente a aquellos en
los que puede invocarse una disposición hereditaria para explicar las ano
malías.”88
Los autores que sustentan ese tipo de posiciones89 subrayan tam
bién que, en un gran número de pacientes afectados de perversiones se
xuales, el único “estigma” degenerativo es justamente la perversión
misma, y que al presuponer una tara como referencia etiopatogénica se
cae entonces en la tautología. Si bien la mayor parte de los autores, ali
neándose detrás de Krafft-Ebing,90 se atuvieron a una posición idéntica a
la de Binet, la tesis de la degeneración salió muy desquiciada de esta con
troversia.
236
solucionistas y, más propiamente, darwinistas, al conjunto de los pro-
WMMI planteados. Una concepción simplemente jacksoniana, como la
» C .F d r f en su obra aparecida en 1899,91 en efecto, no modificaba re-
Ifcnente las concepciones anteriores; él analizó la disolución del instinto
MlUftl como una desdiferenciación que le hacía perder sus características
uenclales en los diversos estratos de su estructuración. Así, la desapari-
olón "de los instintos relativos a la protección de los jóvenes y a la u-
nldn permanente (...) primer grado de la decadencia”,92 se manifiesta en
l l l dificultades conyugales, en el divorcio y la propensión a una activi
dad sexual sin freno (retomo atávico a la promiscuidad sexual primitiva).
"Una seflal más grave de la disolución es la pérdida de los instintos rela
tivos a la búsqueda y a la atracción sexual”:93 dicha pérdida conduce a la
persecución brutal en el macho (atentados al pudor), a la mengua e in
cluso a la inversión de la resistencia púdica “instintiva” de la mujer, que
es en realidad un medio de seducción (prostitución); en ella está también
la fuente del onanismo y las “condiciones en las que elementos extraños
a los caracteres sexuales (...) pueden desempeñar un papel en la elec
ción".94 Finalmente, la inversión sexual “signa la tendencia a borrar las
diferencias sexuales”,95 con lo cual revela ocupar un lugar próximo al de
la impotencia y el de la desaparición del deseo. Vemos que en Féré se
trata de una simple puesta en forma evolucionista, de intención clasifi-
catoria, de las concepciones degenerativas, y no de un verdadero cambio
de registro; por otra parte no lo oculta: “Las perversiones sexuales (...)
caracterizan una tara orgánica”;96 “la naturaleza degenerativa de la diso
lución del sexo y (la naturaleza degenerativa) de sus perversiones sale
con frecuencia a la luz por la coincidencia con otros estigmas” 97
Los primeros que aplicaron a la sexualidad el enfoque darwinista y la
ley biogenética fundamental de Haeckel fueron autores norteamerica
nos.98 En un artículo que apareció en 1881, S. Clevenger propuso deri
var filogenéticamente el instinto sexual del “hambre, deseo originario”
(según el título mismo de su artículo), rechazando así la teoría “altruis
ta” de Maudsley. En favor de esa tesis adujo el ciclo crecimiento-fisión
reproductiva en los organismos unicelulares, los hechos de canibalismo
durante la copulación observados en diversos animales inferiores (can
grejos de mar, insectos) y finalmente los besos, mordiscos y abrazos de
los animales superiores. En el mismo año, E. Spitzka señaló el interés
dé esa teoría para la comprensión de los asesinatos sádicos, en particular
cuando, como ocurre con frecuencia, van acompañados de descuartiza
miento y antropofagia. En una serie de publicaciones aparecidas en 1884
y 1891, J. Kieman retomó esta explicación fílogenética de las perversio
nes sexuales y, recurriendo a ciertos argumentos de Ulrichs, tuvo la i-
dea de extenderla a la homosexualidad, sobre la base del hermafroditismo
de las especies inferiores 99 Así, presentó una etiología biogenética en
237
1
238
Urrollo sexual, es decir sobre las manifestaciones sexuales en el niño.
lUtOmando una idea de Max Dessoir (1894), que había propuesto el
toneepto de una fase sexual indiferenciada (bisexualidad) prepuberal,
M olí,102 en su gran obra de 1897 (Investigations sur la libido sexua-
«*), extendió esa concepción a períodos muy anteriores de la vida in-
flintil. A su juicio, el instinto sexual (libido sexualis) se manifestaba
frecuentemente en la infancia, a veces muy pronto (primera infancia),
■In que ello constituyera un factor automáticamente patológico. Si bien,
en efecto, como lo hemos visto en el caso de Krafft-Ebing, las observa
ciones de manifestaciones sexuales o amorosas precoces pasaron a ser
muy comentes, ellas seguían siendo percibidas como manifestaciones
degenerativas (“paradoxias”). Según Molí, la aparición de la libido antes
de la pubertad debía entenderse como una actividad anticipatoria y prepa
ratoria del instinto, en concordancia con un modelo conforme a la teoría
del juego de Groos.103 Esas manifestaciones, por otra parte, resultaban
peculiares: bisexuales, con frecuencia signadas por rasgos perversos, e-
ran aún una forma poco diferenciada del instinto, que en absoluto permi
tía presagiar en todos los casos una perversión ulterior.
Para Molí, el instirtto sexual reunía dos componentes principales: el
instinto de “detumescencia”, que apuntaba al alivio de la tensión del ór
gano local (eyaculación en el hombre), y el instinto de “contactación”,
la propensión al contacto, físico y mental, con el objeto sexual. Ambas
componentes podían manifestarse desde la infancia, aisladamente y con
un orden de aparición cronológica cualquiera. De modo que Molí des
compone fenómenos hasta ese momento siempre pensados en conjun
to: placer local de órgano y relación objetal (para decirlo con la expre
sión moderna); el primero era el aspecto somático, y la segunda, la faz
psíquica de la sexualidad. Fue desde luego con una óptica evolucionista
como Molí opuso dos componentes cuyo orden de aparición filogenético
era evidentemente sucesivo.
En cuanto a las perversiones sexuales propiamente dichas, Molí las
vincula a una debilidad constitucional de la componente heterosexual
normal de ese abanico libidinal. Una componente aberrante, herencia fi-
logenética habitualmente reprimida y latente en la síntesis del desarrollo
normal ulterior, prevalece entonces y se convierte en el factor libidinal
dominante. Queda la acción de un factor cultural de predisposición: la ci
vilización tiende a disimular estímulos instintuales esenciales (olfativos
pero sobre todo visuales: indumentaria), debilitando de ese modo artifi
cialmente el efecto de las componentes hereditarias normales del instin
to.
Así Molí libera definitivamente los estudios psicosexuales de la hi
poteca degenerativa, conservando la idea de un factor constitucional.104
No obstante, es preciso subrayar que, si bien reconocía la sexualidad en
239
la infancia, no la entendía como sexualidad infantil;105 le atribuía un
desarrollo particular y su propio orden de consistencia y de realidad, in
dependiente de la sexualidad del adulto, e incluso la consideraba ilumina
dora respecto de esta última; en ello volvemos a encontrar la oposición
de los puntos de vista antiguos y modernos acerca del niño, que ya he
mos examinado. Por lo demás, sigue siendo muy prudente: “Si dividi
mos la infancia en dos períodos, uno desde aproximadamente el primero
hasta el séptimo año cumplido, y el otro desde el octavo hasta el deci
mocuarto año cumplido, las manifestaciones del instinto sexual en el
primer período deben siempre suscitar la sospecha de una disposición
mórbida. Pero en el segundo ya se presentan con frecuencia manifesta
ciones netamente psicosexuales en niños completamente sanos.”106
En sus famosos Estudios de psicología sexual (1897-1910), H. E-
llis retomó frecuentemente las tesis de Molí. Se adhiere así a la teoría de
la detención del desarrollo como etiología principal de las perversiones
sexuales, aunque le reserve un lugar más amplio al factor ambiente (te
sis asociacionista tipo Binet), en particular a la seducción del niño por
adultos o por otros niños. Introdujo por otra parte las nociones de autoe-
rotismo y de experiencias sexuales ligadas al ejercicio de las funciones
orales, anales y uretrales. También en ese caso se trata de fenómenos ya
reconocidos con el rótulo de degenerativos107 y encarados entonces con
una perspectiva diferente. Pero estamos cerca del propio Freud, que Ellis
conocía bien: cita los casos de Etudes sur l'hystérie como ejemplos de
satisfacción autoerótica y ya mantiene correspondencia con el fundador
del psicoanálisis. Hay allí una convergencia de contemporáneos más que
influencias posibles, pero algunos pasajes resultan sorprendentes. Así,
con respecto al amamantamiento, dice Ellis: “El extremo eréctil del seno
figura el pene eréctil; la boca húmeda y ávida del niño, la vagina húmeda
y palpitante; la leche vital albuminosa, la sustancia vital albuminosa.
La satisfacción mutua total, física y psíquica, de la madre y el niño (...)
es una verdadera réplica fisiológica de la relación que une al hombre y la
mujer en el clímax del acto sexual.”108
Las nociones de manifestaciones sexuales en el niño y de zonas eró
genas (la expresión ya era antigua: Chambard, 1881; Féré, 1883) no ge
nitales pasarán al primer plano en la obra antropológica109 de Iwan
Bloch (Contributions á l'étiologie de la psychopathia sexualis, 1902-
1903) que utiliza diversos estudios anteriores —en particular Les rites
scatologiques de toutes les nations, de Bourke (1891), cuya traducción
alemana fue prologada por Freud (1913)— . De modo que cuando Freud
elaboró la teoría de la libido sobre la base de la anamnesis psicoanalítica
de pacientes adultos, ya se había acumulado un vasto material empírico
y conceptual que de modo incuestionable iba a inspirar o dar seguridad a
sus posiciones.
240
NOTAS
241
dolo por hipótesis constitucionalistas más restringidas y más refi
nadas. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, cuarta parte.
105. Es lo que Sulloway, acuciado a reducir la originalidad freudiana, no
ha querido comprender.
106. R. von Krafft-Ebing: Psychopathia sexualis, segunda edición fran
cesa, págs. 91-92; como ya lo he indicado (supra, nota 71), se
trata en realidad de una nueva obra enteramente reescrita por A.
Molí, que en ese pasaje, por otra parte se cita a sí mismo.
107. Cf. el artículo de S. Lindner, “Le su£0 tement chez les enfants”
(1879), traducido en la Revue Frangaise de Psychanalyse, 1971,
XXXV, págs. 593-608, que Freud cita varias veces cuando habla
del erotismo oral.
108. H. Ellis, citado en F. Sulloway: Freud..., pág.293.
109. Fundándose en particular en el carácter casi institucional de la ho
mosexualidad en la Antigüedad griega, Bloch trata de imponer la i-
dea de un muy amplio relativismo cultural e histórico de las cos
tumbres sexuales.
f “ * ít t f y * . -> -.< •
Nro. ;, ■/ 3G355
8 :- t-- ¿ i 'é e n
/"»u ....... ........
Capítulo XI
LA REACCION GLOBALISTA
La descendencia de Brentano
A. La reacción globalista
247
yes, con un deterninismo estrecho (en el que se inscribe el esfuerzo ha
cia una psicología experimental), y por lo tanto a hacer desaparecer de e-
llos toda huella de finalidad, de intencionalidad, de espontaneidad pro
pia. La reacción globalista tenderá precisamente a restituir ese tipo de
propiedad a los fenómenos mentales, en un movimiento de balanceo
muy característico del progreso del pensamiento, particularmente en este
campo.
Los hombres que iban a promover esa corriente tendieron sobre todo
a restablecer los lazos con los pensadores que ocuparon, en el período
precedente a la relativa victoria del sensacionismo fisiológico, una posi
ción homologa a la de ellos —vitalistas, espiritualistas, “fenomenólo-
gos” escoceses, kantianos y nativistas, neuropsicólogos “unitarios” an
tilocalizadores— y se procuraron en aquellos autores los materiales con
ceptuales indispensables para la construcción de las nuevas doctrinas. En
ese plano general, Freud siguió siendo durante mucho tiempo un hom
bre de la segunda mitad del siglo XIX, monista impenitente, como bien
lo ha demostrado P.-L. Assoun.
248
•U n de la que gozaba en esa época. Definió la psicología como “ciencia
d i los fenómenos psíquicos”, anunciando de entrada su intención posi-
IftVilta y su antiespiritualismo (ciencia “del alma”) inscriptos en el título
mlimo de su libro. El método lo separaba de los wundtianos: entendía
que la fuente principal de datos y de conocimientos era la percepción
iM r n a y no la observación interna que utilizaban estos últimos; lo
mlimo que Comte, pensaba en efecto que la observación, en el caso de
loi fenómenos mentales, altera y modifica profundamente lo que se de-
iea observar. Por lo tanto había que recurrir, no a la introspección, sino
limplemente a la percepción espontánea que tenemos en nuestros esta
dos de conciencia.
Por otra parte, Brentano no rechaza en cuanto fuentes accesorias los
materiales introspectivos, la autoobservación por medio de la memoria y
los recuerdos, y el conjunto de los datos comparados. Pero critica con
vehemencia la orientación fisiologista y las pretensiones cuantitativas de
la psicofísica: el enunciado de las leyes empíricas debía basarse en los
fenómenos psíquicos en sí. De esa manera se vio conducido a rechazar el
concepto de inconsciente que prevalecía entonces en la psicología expe
rimental: la conciencia (percepción interna) era la única fuente empírica
de la psicología; al salir de ella, uno se deslizaba a la metáfora fisiológi
ca y a concepciones bastardas. Esa actitud rigurosa le permitía (a su jui
cio) definir el carácter propio de los fenómenos mentales, lo que los dis
tinguía de los fenómenos psíquicos materiales: eran experiencias, eran
siempre representativos, es decir que siempre se relacionaban con algo,
siempre estaban en relación con un objeto. Brentano dirá que poseen una
“objetividad inmanente” (un oído moderno percibirá “objetalidad inma
nente”), que el objeto tiene en todos ellos una “existencia intencional”.
Esto debía entenderse no sólo para el deseo o la inteligencia (juicio), si
no también para la sensibilidad: un color, por ejemplo, no es un hecho
psíquico sino un hecho material, un objeto físico; lo psíquico es ver,
es decir un acto mental que apunta a un objeto en este caso coloreado.
Por otra parte, el acto puede a su tumo convertirse en objeto; en esto
mismo la introspección deforma aquello a lo que se considera que se re
fiere, puesto que objetiviza — y por lo tanto hace pasivo o inerte— lo
que era actividad subjetiva.
Sobre esta base, Brentaino propondrá una nueva clasificación de los
fenómenos mentales, rompiendo con la clásica división tripartita kantia
na (inteligencia, sensibilidad, voluntad). Así, diferencia representación
(sentir,5 imaginar) y juicio (conocer, rechazar, aprehender, comprender,
recordar), y por el contrario reúne sentimientos y voluntad como “fenó
menos de amor y de odio” (apetecer, desear, anhelar, decidir, intentar). La
primera clase corresponde a la conciencia de un objeto, la segunda al
juicio que puede formularse acerca de él, la tercera a la reacción que sus
249
cita. De modo que en esta psicología, que expulsa del campo mental i-
mágenes y sensaciones como simples objetos de los fenómenos menta
les, todo es movimiento, acto. Habría sido imposible proponerse una
crítica más radical del asociacionismo entonces triunfante: lejos de ser
un “polipero de imágenes” (Taine), efecto pasivo del juego de las sensa
ciones y representaciones que lo atraviesan, el espíritu es enteramente
exterior a sus contenidos, únicos objetos que puede captar la introspec
ción. Su verdadera naturaleza, en cambio, le es restituida por la pura
conciencia fenoménica de la actividad espiritual (percepción interna).
Brentano tuvo una doble descendencia: filosófica con Husserl, que siem
pre se reconocerá discípulo suyo, y psicológica con la psicología del
acto que él fundó (frente a la “psicología de los contenidos” wundtiana),
en la que por otra parte Husserl influirá notablemente. En un primer
momento, con su alumno Stumpf, experimentalista de talento, el movi
miento desembocó en una concepción bipartita (1906): excluir las sensa
ciones y las imágenes de la psicología no era algo fácil; en consecuencia
parecía más viable describir lado a lado contenidos y actos psíquicos.
También Külpe, el gran discípulo de Wundt, llegó en la misma época a
una posición de ese tipo, con los trabajos de sus alumnos agrupados en
la denominada “escuela de Wurzburgo”.
Al principio, Külpe, en la década de 1890, fue un wundtiano ortodo
xo, como su amigo Titchener, que por su parte seguiría siéndolo; se ad
hirió al positivismo de Mach, un fenomenismo absoluto. Era elementa-
lista y veía a los contenidos como los únicos fenómenos psíquicos ob
servables y sobre los cuales en consecuencia podía erigirse la ciencia de
la psique. Más radical incluso que Wundt, quería abordar los procesos
psíquicos superiores mediante los mismos métodos experimentales utili
zados para el estudio de los fenómenos elementales — se recordará que
Wundt no pensaba poder encararlos más que por la vía de la psicología
colectiva y del lenguaje— . Ebbinghaus había logrado (1885) experimen
tar con un fenómeno “superior”, la memoria; lo propio hizo Binet en el
mismo momento en Francia;6 Külpe, por su parte, quería observar el
pensamiento con la ayuda de un método de “introspección experimental
sistemática”. De modo que a partir de 1900, en Wurzburgo, Külpe (ade
más frecuentemente sujeto de las experiencias) y sus alumnos iniciaron
su trabajo, difundido en informes que se fueron publicando poco a poco.
Los resultados7 eran extremadamente homogéneos: entendían que la cla
ve del pensamiento estaba en la fase preparatoria de la ejecución de la
consigna que constituía el objeto de experimentación (consignas total
mente análogas a las de los tests de cociente intelectual). El proceso de
250
iento en sí era sólo débilmente consciente: lo que de él se traslu-
en la conciencia consistía en “elementos impalpables”, sentimientos
telectuales (espera vigilante, intuiciones de comprensión, sentimientos
de verdad y falsedad, etcétera). En lo que concierne a la actividad mental
de que se trata, Marbe (1901) habló de “actitudes de conciencia”, Watt
(1905) de un “ajuste a la consigna”, Ach (1905) de “tendencias determi
nantes”, Messer (1906) y Bühler (1907-1908) describieron la moviliza
ción de un esquema anticipador por la consigna dada, ese “posiciona-
miento” subjetivo exigía por otra parte un breve tiempo de prepara
ción.
Como resultado de esas apasionantes investigaciones va a producirse
la aproximación de Külpe y sus alumnos a la escuela de Brentano; las
Investigaciones lógicas de Husserl (1900-1901) fueron muy influidas a-
demás por Messer y sobre todo por Bühler. La escuela de Wurzburgo de
sembocó así en un individualismo cercano al de Stumpf: junto a conte
nidos psíquicos objetivables en la observación interior, reconocían la e-
xistencia de actos psíquicos, funciones estructurantes pero impalpables
para la conciencia. No obstante, ésa era una posición epistemológica in
sostenible: los contenidos aparecían como secundarios pero fácilmente
observables, y los actos como primordiales e inasibles. Así la psicolo
gía de la subjetividad (también llamada introspeccionismo) pareció por
un lado desembocar hacia 1910 en un fracaso resonante que tuvo consi
derables consecuencias del otro lado del Atlántico.8 El dualismo, por o-
tra parte, era una posición doctrinaria ecléctica sin salida: retrospectiva
mente, parece obvio que la nueva orientación tenía que poner a punto un
método experimental que objetivara la actividad psíquica.
Por otra parte, era eso lo que estaba sucediendo: el mismo afio de
1910, en efecto, Wertheimer sentó las bases de la psicología de la forma
[o psicología de la Gestalt], experimentando con la fenomenología del
movimiento.
D. La psicología de la Guestalt*
251
percibida como tal sea cual fuere la altura de las notas que la componen,
y que por lo tanto esa “Guestalt temporal” trasciende el nivel de sus
constituyentes elementales. Otros casos no temporales (figuras geomé
tricas como combinación de líneas) o temporales (sensaciones de calen
tamiento y enfriamiento, de movimiento, etcétera) parecían objetivar la
actividad estructurante del espíritu sobre el dato sensorial bruto, aunque
en ese momento no fuera todavía claro que tal descubrimiento no podía
clasificarse entre los elementos psíquicos, en un nivel jerárquicamente
superior al de las simples sensaciones elementales. En tal sentido Mei-
nong (1891) parece haber percibido mejor la originalidad de lo que el
propio Ehrenfels había sacado a luz.
Sólo con Max Wertheimer y sus dos alumnos Wolfgang Kohler y
Kurt Koffka, y contra el telón de fondo del fracaso del wundtismo en
Wurzburgo, pudieron originarse un nuevo trayecto y nuevas doctrinas.
No nos interesa detenemos en detalles; se trata por lo demás de una de
las corrientes de la psicología contemporánea, y la documentación al
respecto es fácilmente accesible.9 Recordemos simplemente los grandes
ejes:
252
loa rasgos de las doctrinas de James Mili; en efecto, el “quimismo”
>fltuart Mili y del propio Wundt abrió el camino a muchas anticipa-
nes guestálticas.
‘1,
S» Nos resta situar la posición epistemológica de los psicólogos de la
Oueitalt; sobre todo KOhler se aplicó a producir en ese campo, con la
ilOCión de isomorfismo, una posición doctrinaria coherente. Esta con-
tlste en última instancia en un intento de acomodamiento con el monis
mo que alinea el campo dinámico puesto de manifiesto en el nivel de la
lubjetividad con los campos de fuerzas físicos (eléctricos, electromagné
ticos), y en postular una probable estructura cerebral homóloga. Reten
gamos este esfuerzo por evitar el idealisipo espiritualista hacia el cual
tendieron incesantemente los autores más avanzados del movimiento
globalista (cf. Husserl y su descendencia); más adelante comentaremos
su ambigüedad.
253
fecto, James expuso, no sin reticencia, la psicología asociacionista y fi
siológica entonces clásica (en términos globales, la de Wundt o de Bain)
corrigiéndola llegado el caso con ideas generales fenomenológicas y
perspectivas funcionalistas inspiradas en Darwin y Spencer (en particular
con respecto al instinto, las emociones y la conciencia). La nueva vi
sión de las cosas, todavía vacilante, buscó al tanteo una doctrina que pu
diera separarla de su contexto.
Así, si bien James definía todavía la psicología como “descripción y
explicación de los estados de conciencia”,12 si bien consideraba “la acti
vidad mental (como) una función de la actividad cerebral”,13 lo hacía
precisando de inmediato: “Para estudiar bien la conciencia, es preciso u-
bicarla en el medio físico que ella tiene por misión conocer; separarla de
él significa falsearla.” 14 Y más adelante: “La vida mental es antes que
nada finalidad.”15
Además, es en el famoso capítulo “La corriente de conciencia” donde
se concentra toda la originalidad de su obra. James no puede aplicar allí
lo que denomina “el método analítico”: “Ir de los datos concretos e in
mediatos de la vida interior a los supuestos elementos psíquicos(...). Si
go estando convencido de que se tiene un conocimiento mucho más vi
viente reteniendo durante el mayor tiempo posible la mirada de la aten
ción dirigida a esos estados concretos, sintéticos e indivisos, tal como,
en fin, nos los proporciona nuestra experiencia inmediata, y no disecan
do sus cadáveres para extraer de ellos elementos simples, necesariamente
abstractos y artificiales, y que podrán ser todo lo que se quiera, salvo da
tos naturales.”16 Esta profesión de fe antielementalista (en el sentido de
las síntesis químicas de Stuart Mili) prefigura la crítica de inspiración
fenomenologista al asociacionismo. Así, James, como antes los escoce
ses, subraya que “las sensaciones son conocimientos”17 es decir que de
entrada se refieren a objetos, del mismo modo que “toda cosa o cualidad
sentida es sentida en el espacio externo”,18 siendo la exterioridad inma
nente a la sensación; afirma de ese modo la irreductibilidad de la sensa
ción en tanto estado de conciencia bruto, indescomponible. Si bien, por
ejemplo, la percepción es al principio “la conciencia del objeto inmedia
tamente presente ante el órgano sensorial”,19 si bien por lo tanto “el
contenido consciente se explica por una combinación de procesos de
sensación y procesos de reproducción”, 20 siendo experimentada de ese
modo toda percepción (que se refiere a un objeto, y no a sensaciones),
no es menos cierto que la “percepción no es un estado de conciencia
compuesto”2* y en consecuencia descomponible.
Como se ve, James acepta el análisis asociacionista de los empiris-
tas, pero lo atempera en cierto modo con un punto de vista fenomenolo
gista. Entiende que las vivencias perceptivas son originalmente dadas en
su globalidad, y analizadas en elementos más simples secundariamente,
254
intervención de una actividad del pensamiento, la “discriminá
is que James considera de alguna manera la contrapartida del fe-
pasivo de la asociación y la base de la abstracción. Para ello es
íürio que el espíritu disponga de otros materiales que permitan
piración y la discriminación que en ella se apoya: “Sean cuales
el número y la diversidad de sus fuentes sensoriales, todas las im-
*S que caen simultáneamente en la conciencia componen allí un
Individual, a menos que ya hayan sido experimentadas separada-
,"22 De modo que la conciencia fusiona todo lo que experimen-
y lólo distingue lo que ya ha podido sentir en estado aislado. James
liona un ejemplo notable: la percepción del espacio. El niño
ye “el espacio real a partir de una aprehensión global e indivisa
MI campo perceptivo estructurado espacialmente. Para ello el niño de-
SUCesivamente aprender a: 1) fragmentar en elementos distintos e in
dividuales el objeto global que le procuran sus sensaciones visuales o
táctiles primitivas; 2) sintetizar ciertas cualidades sensibles heterogéneas
Itleclonándolas con un solo y el mismo ‘objeto’ (...); 3) situar con pre
cisión ese objeto extenso entre los otros objetos extensos que lo rodean
y que constituyen el universo; 4) disponer según un orden determinado
KKkMesos objetos en el espacio de tres dimensiones; 5) finalmente, per
cibir. es decir medir sus tamaños respectivos (~.).”24 Entiende que ése
SS "todo el esfuerzo de su primer año”.25
Pero sobre todo, al estudio de los “estados de conciencia”, clásicos e-
lementos psíquicos (sensaciones, imágenes, sentimientos), James super
pone la idea de la conciencia como sujeto pensante, de modo que la o-
pone al “sí-mismo” [self]: “sea cual fuere el objeto de mi pensamiento,
si mismo tiempo que pienso, tengo más o menos conciencia de mí mis
mo [de mi self], de mi existencia personal. Y es el ‘yo’ el que tiene
conciencia de ese sí-mismo, de modo que mi personalidad total es enton
ces como doble, a la vez el sujeto conocedor y el objeto conocido” 26 A
ese sí-mismo “empírico” James lo analiza clásicamente (cf. Ribot) en
sus elementos (corporal, social múltiple, espiritual), sus emociones, su
multiplicidad conflictiva, como un agregado de estados presentes y pasa
dos. En cuanto a la conciencia, es un flujo, una corriente de la que ha
bría que decir “piensa” [ir thinks] del mismo modo que se dice “llueve”
[it rains]. James le atribuye cuatro caracteres:
255
“químicamente”: “Una idea dotada de una existencia permanente que a-
parezca de modo periódico en las candilejas de la conciencia es una enti
dad tan mitológica como la sota de espadas”.28
—Es “sensiblemente continua” en su carácter personal (integración
de los estados sucesivos de un sí-mismo personal).
—Es selectiva: “La conciencia se interesa desigualmente en los di
versos elementos de su contenido, acoge a unos y rechaza a otros: pensar
es realizar elecciones.”29 Principio que James pone de manifiesto en to
dos los niveles de la actividad mental, desde la pura sensación hasta el
intelecto y el sentido moral.
256
personal a Wundt y el poco guMo que sentía por la experimenta-
* M apoya en un doble fundamento, conceptual y metodológico.
■Ubrayado el aspecto fenoménico, a menudo ignorado, pero sobre
|0 que hizo época fue el aspecto funcionalista. Ya nos hemos refe-
• la definición de la conciencia como un órgano funcional, selecti-
efecto, James considera que el espíritu tiene una función de co-
ItntO, la forma más elevada de adaptación del organismo al am-
(cf, Spencer). El punto de vista funcionalista se expresa por otra
W IU célebre teoría de las emociones. Aunque él mismo la consi-
idéntica a la del fisiólogo Lange,35 la teoría de James difiere de
ütima tanto como una tesis evolucionista puede distinguirse de una
;;p:ión simplemente fisiológica, tipo Cabanis, en la que la emoción
analizada como secundaria respecto de los fenómenos somáticos que
ICOmpaflan 36 James sostiene en realidad que la emoción no es más
la conciencia de las diversas reacciones del organismo a un objeto
li|nificativo específico, reacciones fisiológicas adaptadas o que lo han
tídO (en este punto James remite al estudio de Darwin sobre la expresión
«nocional):37 “Todo lo que excita un instinto excita una emoción.”38
De allí provienen las célebres agudezas: “Estamos afligidos porque llora
mos, irritados porque golpeamos, asustados porque temblamos.”39 Ade-
mál es preciso subrayar que el “porque” que podría sugerir una tesis con-
ductista40 de hecho designa una relación de simultaneidad. Como dice
James, “Si nos representamos una emoción fuerte, y a continuación tra
tamos de abstraer de la conciencia que tenemos de ella todas las sensa
ciones correspondientes a sus síntomas corporales, encontramos que ya
no nos queda nada”.41 Por lo demás, ¿Brentano no señalaba el mismo
problema al afirmar que la emoción, como la representación, siempre
tiene un objeto?
257
mente la corriente tuvo manifiestos teóricos: el tratado de Ladd (1894),
la obra de Baldwin (1895) de la que ya hemos hablado, pero sobre todo
los textos de John Dewey y su alumno J. R. Angelí, ambos conquista
dos por el pragmatismo de James.
En 1896, Dewey publicó su artículo sobre “el concepto de arco refle
jo en psicología”.42 En ese trabajo rechazó la concepción clásica del re
flejo como reacción motriz específica y aislada a un esü'mulo particular:
el organismo era un todo coordinado y no una suma de elementos. Estí
mulo y respuesta eran por otra parte estrictamente correlativos y con
temporáneos: el estímulo sólo es estímulo porque tiene una respuesta y
viceversa, de modo que debía rechazarse la descomposición diacrónica en
dos tiempos. Por otro lado, el reflejo se integra a la totalidad de un orga
nismo, actividad adaptativa e intencional; también se debe considerar la
entrada en juego de todo el ambiente y del organismo entero, de sus mo
vimientos precedentes y de los estímulos perceptivos que ellos han en
contrado, de las sensaciones kinestésicas generadas a su vez por la acción
refleja y de la modificación del medio que ésta ha producido. De ese mo
do Dewey cuestiona el correlato fisiológico del asociacionismo, la refle-
xología, que analiza toda la actividad mental como homomorfa de una
concepción elementalista y mecánica del reflejo. Si bien conserva y re
comienda el modelo del reflejo en psicología, lo hace globalizando su
significación.
En 1906, Angelí dedicó su memoria como presidente de la Ameri
can Psychological Association a “El campo de la psicología funcio
nal”.43 Opuso el nuevo punto de vista al “estructuralismo” elementalis
ta y subrayó sus grandes orientaciones: psicología del organismo total
cuerpo-espíritu, psicología de la utilidad fundamental de la conciencia
que, en su mediación entre las necesidades del organismo y la naturaleza
del ambiente, aparecía como una función de acomodamiento, es decir de
adaptación a las variaciones, a las modificaciones del medio; en tanto
función de urgencia y de alarma, se desvanecía, en efecto, en las situa
ciones habituales (automatismos). El funcionalismo tenía entonces el
mayor consenso en Estados Unidos de América; con la excepción del pe
queño grupo de Titchener, el conjunto de los psicólogos norteamerica
nos se adhería a él. Resta decir que en el nivel de la psicología general,
salvo por su orientación doctrinaria, los funcionalistas no se apartaron
mucho de los experimentalistas clásicos; se distinguían más por el espí
ritu y el vocabulario que por el tratamiento de los problemas. El funcio
nalismo parecerá abrir perspectivas nuevas y fecundas (muy en concor
dancia con su pragmatismo natural) sobre todo en el nivel de la psicolo
gía aplicada (tests mentales, psicología de la educación) y de la psicolo
gía animal.
Ahora bien, los tests mentales y la psicología animal tienen en co-
258
metodología objetiva en la cual la conciencia parece un factor
ite, pura inferencia del analista, ante la gravitación de la obser-
del comportamiento y de la eficacia de lo observado, que es en
ncia el único material que realmente se utiliza. El funcionalis-
tcaba de estipularse como objeto la actividad de la totalidad bio-
CUCrpo-espíritu, se encontró por otra parte trabado ante el proble-
l t conciencia, con el que no sabía qué hacer y cómo abordarlo, si
medio del clásico método introspectivo de los experimentalistas.
situación provendrá el conductismo y, tal como la chispa que
la explosión de una mezcla detonante, el artículo de Watson de
("La psicología vista por el conductista”)44 volcará a toda la psi-
!* norteamericana hacia el conductismo.
1movimiento se originó en la psicología animal, campo en el cual
_a era una autoridad. En 1890, Lloyd Morgan había reaccionado
firmeza contra el antropomorfismo sin freno de Darwin y de Roma-
imponiendo su famoso canon de parsimonia: “En ningún caso de-
S interpretar una acción como efecto del ejercicio de una facultad
Uica elevada si puede ser interpretada como efecto del ejercicio de una
Itad situada más abajo en la escala psicológica.”45 Se trataba, en la
\da de lo posible de limitar la inferencia de razonamientos, de imá-
mentales, de emociones, en suma de estados de conciencia anima
b a, y de atenerse hasta donde se pudiera a los hábitos e instintos, inclu-
10 a los reflejos. Lloyd Morgan tendrá seguidores y sus émulos irán
mucho más lejos que el maestro, hacia la supresión de toda referencia a
la conciencia. Es lo que ocurrió en la escuela “tropística” alemana (Lo-
•b, Uexkull) o en Thomdike (1898), que trataron de eliminar los últi
mos restos antropomórficos analizando la inteligencia animal como “la
Consolidación por el efecto” de los éxitos y fracasos de un comporta
miento regido por el azar y el método de ensayos y errores. Por lo de
más, bastaba con retomar una idea de Baldwin, la de la reacción circu
lar:* un ala importante del funcionalismo tendió así a concepciones
mecanicistas, de tipo reflexológico.
Apoyándose por una parte en esta orientación, y por la otra en Pav-
lov y su teoría de los reflejos condicionados, Watson logró imponer el
conductismo. Su punto de partida es simple: dejar de trasponer a térmi
nos de psicología de la conciencia (sensación, memoria, deseos, volun
tad, juicio, etcétera) los estudios realizados con el animal, y contentarse
con un examen positivista y funcionalista del comportamiento; lo mis
mo había que hacer con el hombre: ignorar la conciencia, sus datos y las
interminables polémicas que suscitaban (en ese juicio gravitaron consi
derablemente las dificultades del método introspectivo en la misma épo
ca: cf. Wurzburgo). Modelados en tomo del arco reflejo, los conceptos
básicos de Watson eran entonces la pareja estímulo-respuesta (E-R), la
259
noción de un equipamiento reflejo primario lo más simple posible y la
omnipotencia del aprendizaje, también llamado condicionamiento, en
virtud de mecanismos del tipo Baldwin-Thorndike (ensayos y errores,
consolidación por el efecto, etcétera). En conclusión, el conductismo es
extremadamente desconfiado respecto del concepto de instinto y de todo
lo que pueda representar la intervención de un factor teleológico o subje-
tivista (“saber heredado” instintivo).
Más allá de Watson, la evolución de la corriente conductista será
compleja:47 una rama (Weiss), a la que sin duda pertenecía el propio
Watson, se hizo cada vez más fisiologista (transposición a términos or
gánicos de los hechos psicológicos);48 otra, inspirada en Baldwin, se o-
rientó hacia un logicismo de tipo cibernético (Skinner, Hull), en el que
un asociacionismo conductista se une a los conceptos del positivismo
lógico; una tercera, finalmente, trató de reintroducir en el estudio del
comportamiento los factores de motivación, significación, función. En
su “conductismo intencional”, Holt y después Tolman criticaron el con
ductismo “molecular” de Watson (reflexología) y propusieron una “con
cepción molar” , de influencia guestaltista, en la que las motivaciones e-
mergen del comportamiento considerado como un todo global. Entre es
tímulo y respuesta existen entonces “variables intermediarias” o “inter-
vinientes” que corresponden al saber, a la significación y al deseo. Así,
ese purposive behaviorism [conductismo intencionista] se aproximó
mucho a la purposive psychology [psicología intencionista] de Carr o
de Woodworth (1917), proveniente del funcionalismo, por la introduc
ción de factores de motivación (drives). Por lo demás, la influencia de
Freud, como por otra parte la de James, fueron explícitas tanto en una
como en la otra corriente.
260
)|0 que Watson rechaza es la idea del dualismo, es decir de la es-
i metodológica que asignaría a la psicología como ciencia un
►particular subjetivista (fuera éste la introspección o la intuición
nica, poco importa); especificidad de un objeto inmaterial, no
Kble y renuente a subordinarse al deterninismo natural. Watson
i un alineamiento furibundo con las ciencias físicas, un monis-
I principio metodológico (observación del comportamiento) y muy
i absoluto, ontológico (negación de la conciencia, visión mecani-
idel animal y del sujeto humano). Al mismo tiempo se explícita el
í de ese proceso: la psicología, que todo el siglo XIX consideró a
i da integrarse a las leyes comunes de los fenómenos naturales, es-
I Volcándose hacia un tipo de concepción que le reabría la puerta al i-
imo y al espiritualismo (cf. Husserl, Bergson, etcétera). El psicólo-
¡ ixperimentalista, de ideal monista, que soñaba con convertir su disci-
i en una ciencia natural, una ciencia “como las otras”, veía entonces
Itiarse su proyecto. Si tenía un espíritu flexible y abierto, se adaptaba
nueva evolución, a los hechos que se iban descubriendo, y conservá
i s Como ideal remoto su anhelo de que la ciencia del espíritu se integrara
l l tronco común de las ciencias de la naturaleza; mientras tanto, tendría
MOiencia, consolándose con el campo nuevo que se le abría. Pero en
hombres tan rígidos como Watson, en un medio cientificista y sin gran
perspectiva como el de los experimentadores norteamericanos, se produ-
ote una reacción pasional del tipo de la que tuvo Comte con respecto al
eipiritualismo de Biran y de Cousin. De modo que toda referencia a la
Conciencia parecía apelar objetablemente a una forma laica del alma de
los teólogos y los metafísicos, como si los empiristas clásicos les hu
bieran alguna vez reprochado otra cosa que substancializar de esa manera
Una clase de fenómenos empíricos que ellos más bien se proponían a-
nalizar y explicar.
La huella de esta especie de descuartizamiento epistemológico se en
cuentra en todas partes entre los partidarios antiespiritualistas del movi
miento globalista: con frecuencia hacen todo lo que pueden por conser
var un vínculo con las “ciencias naturales”, por ejemplo “dinamizando”
la biología (Janet, MacDougall), e incluso la física (teoría del isomor-
flsmo de KOhler). Veremos cómo se le planteó el problema a Freud en
la última fase de su teorización, y a través de qué vía original él pudo a-
bordarlo. Por lo demás, como hemos visto, el conductismo mismo se
vio rápidamente llevado a reintegrar a su ámbito los datos teleológicos
conscientes (Holt, Tolman). En lo que concierne a su aporte experimen
tal, es preciso observar que ya desde más de medio siglo la psicología,
an el plano metodológico, era a la vez subjetivista y objetivista. Así,
los datos comparados o simplemente objetivos puestos de manifiesto
por los conductistas, no marcados en su totalidad por el peso de la ideo-
261
logia, seguían siendo utilizables por las escuelas psicológicas menos
obtusas.
262
Y» hemos tropezado con su nombre muchas veces: alumno de Charcot y
ilc' Kibot, inicialmente estaba más bien cerca de Taine; de hecho, su pri
mera orientación fue considerablemente asociacionista y fisiologista (cf.
niin estudios sobre la hipnosis, las personalidades múltiples, el fetichis
mo), La publicación en 1903 de su Etude expérimentale de l'intelligen-
i r marcó un viraje decisivo de su evolución intelectual: en ésta conser-
vii unu orientación funcionalista y en adelante se dedica a la puesta a
punto (con su alumno Simón) del célebre test de nivel intelectual al que
no siguen vinculando sus nombres. Pero la obra de 1903 era todavía e-
(ilMcmológicamente heterogénea, muy próxima (como lo veremos) al
Jumes de 1890.
Hinct se interesó siempre en el pensamiento y el razonamiento. En
phc aspecto intentó una vez más experimentar mediante el método en-
lom es clásico (introspección-bajo control); como Külpe en el mismo
momento, piensa que orientando la atención del sujeto hacia los proce-
mim mentales superiores (memoria, pensamiento, etcétera) se pueden
i oiiNervar los protocolos puestos a punto para el estudio de las sensacio-
iipn. Además-—diferenciándose en esto de Külpe, que sólo utiliza sujetos
muy entrenados e impregnados de nociones teóricas (él mismo en parti
cular) Binet experimentó con dos adolescentes, sus hijos, entendiendo
ijiip de ese modo evitaba toda deformación autosugestiva (no olvidemos
ijUP había hecho la experiencia de la Salpétriére). Por lo demás procura
Wihrc todo identificar tipos psicológicos de funcionamiento intelectual y
mentid. En el curso de esa investigación puso en juego la existencia de
Ult pensamiento sin imágenes, título del capítulo más célebre de su o-
bm
I ,o que surgió muy rápidamente en el curso de los protocolos utiliza-
don por Binet es que el desarrollo del pensamiento muestra algo que su
pera el mecanismo asociativo: “La existencia de los temas de pensa
miento es inexplicable por el automatismo de las asociaciones. (...) Para
que un tema se desarrolle, se necesita una apropiación de las ideas, un
de elección y de rechazo que supera con mucho los recursos de la
lioctoción. Esta es inteligencia sólo si está dirigida; reducida a sus fuer-
|M , ulili/a cualquier semejanza, cualquier contigüidad, de modo que no
M ide producir más que incoherencia.”51 Por otra parte, se desprende que
M "imagen no es más que una pequeña parte del fenómeno complejo al
|M I ao le da el nombre de pensamiento”;52 en efecto, “el pensamiento es
i d Mito inconsciente del espíritu, que para llegar a ser plenamente cons
o l é . tiene necesidad de palabras e imágenes. (...) El pensamiento sin
'Mi es como un sentimiento y se advierte que uno experimenta lo
M, mucho más que saber en qué consiste. (...) La palabra, así como
|m i |0n sensorial, aporta precisión a ese sentimiento de pensamiento,
fttll, lln esos dos socorros (...) seguiría siendo muy vago”.53
263
¿Qué es entonces el pensamiento, si “el espíritu no consiste, riguro
samente hablando, en un polipero de imágenes, salvo en el sueño o el
ensueño”?54 Binet sostiene y demuestra que “las imágenes son mucho
menos ricas que el pensamiento; el pensamiento por una parte interpreta
la imagen, que con frecuencia es informe, indefinida; por otro lado, el
pensamiento está con frecuencia en contradicción con la imagen, y es
siempre más completo que ella; a veces se forma y desarrolla sin la ayu
da de ninguna imagen apreciable; en algunas de sus evoluciones ninguna
imagen puede seguirlo. (...) Toda la lógica del pensamiento está más a-
llá de las imágenes”.55 Asimismo, Binet encuentra en “un acto intelec
tual del espíritu (...) en una intención”,56 el factor dinámico, la “fuerza
invisible”57 que estructura el trabajo del pensamiento, guía su curso, a-
poyándose en elementos (imágenes, palabras) que marcan el trayecto y,
para terminar, expresan sus resultados. Finalmente, propondrá el bos
quejo de una nueva doctrina, un “intencionismo” que se vincula con
Brentano y prefigura los trabajos contemporáneos de la escuela de Wurz
burgo.
Por tal razón, Binet resume bien en su recorrido personal la evolu
ción del pensamiento psicológico de su época: partió de un hombre má
quina no carente de semejanzas con el que muy pronto iba a redescubrir
Watson, y terminó lindando con la concepción de un ser organizado, in
tencional, en la que es patente la influencia de Bergson. Pero él aspiraba
a un saber científico, es decir pragmáticamente utilizable: en realidad su
libro desemboca en una tipología de los temperamentos (el imaginativo,
el observador) en la que se objetivan aptitudes intelectuales diferenciales.
Llegamos así a estar muy cerca de los tests de nivel que intentan esen
cialmente la medición de esas aptitudes. Por lo demás, en sus prolon
gadas investigaciones experimentales Binet encontró el material que en
unos cuantos meses le permitió poner a punto su escala psicométrica.
Apéndice
PRINCIPALES EJES
DE LA HERENCIA PSIQUIATRICA EN FREUD
264
I n\ ti m a s morales de la locura y Benedikt
265
cial) pero también de que con mucha frecuencia estaba disimulada; de allí
las incertidumbres de los autores acerca de esta cuestión. Griesinger ha
brá de seguirlo en ambos puntos, lo mismo que la mayor parte de los a-
lienistas ulteriores. Más tarde, Moritz Benedikt60 — del que Freud y
Breuer dice, en los Etudes sur l'hystérie, que “en ciertas observaciones
publicadas (...) por (él) hemos encontrado los puntos de vista más seme
jantes a los nuestros”— 61 continuó esa tradición; en particular, con res
pecto a la génesis de las neurosis, de las enfermedades mentales e inclu
so de numerosas enfermedades físicas, subrayó la importancia de la se
gunda vida (second Ufé), es decir del mundo interior de ensueños y fan
tasías secretos que el sujeto puede albergar y cuyo contenido es en gran
medida sexual y amoroso. Benedikt publicó informes sobre algunos ca
sos sorprendentes en los que los síntomas estaban ligados a la frustra
ción de un amor o a una ambición defraudada, y en los que la confesión
y después su intervención personal para lograr una solución práctica de
esos problemas los hicieron desaparecer.
266
Ii/nción del término “neuropsicosis” en sus artículos de 1894 y 1896, o
niin teorías etiológicas (serie complementaria de predisposición heredita-
i iu / acontecimientos traumáticos vividos).
—Tomada también de Morel, la idea de los grados de la tara degene
rativa, que explica en última instancia la etiología de las psicosis no
orgánicas. Pero la escuela de Illenau llevó a ese concepto lo suficiente
mente lejos como para diferenciar tres grupos de casos: el primero abar
caba individuos cuya predisposición era totalmente latente y que no se
dcscompensaban más que ante choques físicos o psicológicos importan
tes; el segundo correspondía al status nervosus, del que acabamos de
hablar; el tercero reunía a verdaderos psicópatas crónicos cuyos trastor
nos caracteriales permanentes e “innatos” eran asimilados teóricamente
itl retardo mental. También en este aspecto se advierte todo lo que Freud
debía a la idea de una predisposición diferenciada de la degeneración pa-
lente, lo mismo que el empleo que pudo hacer ocasionalmente de la no
ción de “degeneración psíquica” permanente.
—El término paranoia, que Krafft-Ebing tomó de Kahlbaum, cons
tituye una de las claves esenciales de la nosología alemana de esa época.
Se trata de un concepto muy amplio, puesto que abarca el conjunto de
los estados delirantes, agudos o crónicos, alucinatorios o no, que ponen
de manifiesto una predisposición marcada o una simple disposición, di
sociativos o que dejan intacta la síntesis personal. Todavía tardíamente
f’reud utilizará este concepto, que explica ciertas extravagancias aparen
tes de sus diagnósticos, como el que le aplicó a Schreber. En efecto, el
término “paranoia” sólo tomará su sentido moderno en 1899, con Krae-
pelin.
—Numerosos autores, entre ellos Krafft-Ebing hasta 1890, siguieron
a Westphall e identificaron la neurosis obsesiva con una forma “aborti
va" o “rudimentaria” de paranoia, puesto que también parece consistir en
lina invasión de la conciencia por neoformaciones patológicas ideativas
o alucinatorias. Se sabe que, por lo menos en la primera parte de su o-
bra, Freud se esforzó en pensar las dos “neuropsicosis” como de estruc
tura parecida.
La clínica de Kraepelin
267
—El nuevo desglose de las psicosis delirantes, es decir la oposición
demencia precoz (por otro nombre esquizofrenia) / paranoia (en el senti
do moderno restringido de un delirio crónico no alucinatorio ni disociati
vo). Así, a continuación de sus discusiones con Jung,64 añadió el diag
nóstico de dementia paranoides al de paranoia en lo concerniente a
Schreber, cayendo por otra parte en un contrasentido importante (la de
mentia paranoides no es toda la demencia precoz de forma paranoide, si
no una forma poco frecuente y específica de ella).65 Por otra parte co
menzará a interesarse en la psicogénesis de las esquizofrenias, cuya exis
tencia clínica ignoró hasta ese momento, pues aún sólo prestaba aten
ción al delirio (“paranoia”), desconociendo autismo y disociación.
—La concepción de la psicosis maníaco-depresiva y por lo tanto de
un vínculo intrínseco entre la depresión melancólica y los estados maní
acos; si bien Freud prestó atención en varias oportunidades al problema
de la melancolía, todavía no había examinado nunca los dos estados en
una relación psicopatológica recíproca.
—La separación de la histeria y una neurosis traumática cuyo con
cepto Kraepelin tomará de la tradición alemana (Oppenheim). Hasta ese
momento Freud seguía a Charcot y por lo tanto asimilaba los dos sín
dromes;66 en Viena se atrajo incluso algunas molestias con esta discu
sión delicada a causa de sus consecuencias médico-legales 67 A partir de
1919, respecto de este tema cambió su opinión de modo espectacular,
puesto que en su nueva concepción desapareció el vínculo entre los dos
estados, que Kraepelin no cuestionaba.
Por otra parte, es preciso decir que estas cuestiones de nosología, tan
vacilante en la obra freudiana, son imposibles de comprender si no se
tiene presente su falta de experiencia y formación psiquiátricas propia
mente dichas. Para Freud el campo de las psicosis siempre fue un domi
nio de aplicación de concepciones adquiridas y consolidadas en otra par
te (neurosis, sueño, psicopatología “cotidiana”), un terreno que sólo
procuraba algunos encuentros fructuosos pero excepcionales.
NOTAS
268
H Cf. F. Brentano: Psychologie du poirtí de vue empirique\ traducción
francesa de 1944 con diversos suplementos y fragmentos póstu-
mos.
"í U>« verbos se adecúan mejor que los sustantivos a la expresión de los
fenómenos tal como los concibe Brentano.
fi Cf. infra, el párrafo sobre Binet al final de este capítulo.
/ Cf. el resumen de estos trabajos realizado por A. Burloud: La pensée
selon les recherches expérimentales de Watt, Messer et Bulher,
1927.
H Cf. infra, en la segunda parte de este capítulo, “Funcionalismo y con
ductismo en los Estados Unidos de América”.
•>. Cf. el estudio de P. Guillaume: La psychologie de la forme, 1937,
texto que constituye una autoridad en la cuestión.
10. Las ideas de Galton se inspiraban en su proyecto eugenista (fue por
otra parte el inventor del término).
I I. Me refiero a la edición abreviada (1892) de W. James, Principes de
psychologie, traducción francesa de 1909 con el título de Précis
de psychologie. Una parte había aparecido desde 1882 en artícu
los separados.
12. Ibíd., pág. 1.
13. Ibíd., pág. 7.
14. Ibíd., pág. 4.
IV Ibíd., pág. 5.
16. Ibíd., pág. xxxv.
17. Ibíd., pág. 16.
18. Ibíd., pág. 19.
19. Ibíd., pág. 411
20. Ibíd., pág. 412.
21. Ibíd., pág. 413.
22. Ibíd., pág. 321.
23. James imagina por otra parte para esta concepción una base neurofi
siológica de tipo unitario: “Si hemos podido eludir aquí la hipóte
sis extraexperimental de átomos psíquicos, lo realizamos tomando
como hecho de conciencia mínimo toda la conciencia en un ins
tante dado (...), y como hecho cerebral mínimo, la totalidad del
cerebro en el mismo instante.” (Ibíd., pág. 617.)
24. Ibíd., págs. 447-448.
25. Ibíd.
26. Ibíd., pág. 227.
27. Ibíd., págs. 199-200.
28. Ibíd., pág. 204.
29. Ibíd., pág. 220.
30. Ibíd., pág. 207.
31. Ibíd., pág. 211.
32. Ibíd., pág. 216.
33. Ibíd., pág. 217.
34. De toda esta “psicología de los instrumentos de latón”, de esta “ho-
269
Capítulo XII
275
sos lugares, pero el comentario más inequívoco se encuentra en el “Pre
facio a la traducción” de las Legons du mardi de Charcot,2 que publicó
en alemán en 1892: “He insistido aquí con énfasis en los conceptos de
‘entidad mórbida’, de las series, del ‘tipo’ y de las ‘formas desdibujadas’,
porque en su empleo reside la principal característica del método clínico
francés. Esta manera de ver las cosas es en efecto extraña al método ale
mán. En el caso de este último, el cuadro clínico y el tipo no desempe
ñan ningún papel; en cambio, otras características pasan al primer pla
no, lo que se explica por la evolución de los clínicos alemanes: una ten
dencia a realizar una interpretación fisiológica del estado clínico y de la
interrelación de los síntomas. La observación clínica francesa gana indu
dablemente en autonomía relegando al segundo plano las consideraciones
fisiológicas.”3
La observación es muy pertinente y, como ya lo he mostrado, ella
explica divergencias y diferencias de las clínicas psicopatológicas france
sas y alemanas. Subsiste el hecho de que la actitud de Charcot estaba le
jos de verse libre de presupuestos: hemos tenido amplias oportunidades
de verificarlo.4 Por lo demás, precisamente por su punto de vista “fisio
lógico”, es decir por la interpretación que intentó del cuadro clínico y los
síntomas de la histeria, Freud puso de manifiesto de entrada su originali
dad en el interior de la escuela de Charcot (1886-1891) y después, a par
tir de 1892, se apartó de la enseñanza de este último y opuso sus con
cepciones personales a las de su maestro. En consecuencia, de un modo
muy lógico, se vio llevado en 1893, en su nota necrológica de Charcot,
a denunciar precisamente “el enfoque exclusivamente nosográfico de la
escuela de la Salpétriére (...) inadecuado para un tema de orden puramen
te psicológico”.5
Desde luego, en el dominio de la histeria se ubicó inicialmente el
conjunto del problema: muy impregnados por la concepción psiquiátrica
de la histeria,6 los clínicos alemanes parecían abandonar “toda inclina
ción a ocuparse del paciente (...) cuando se formulaba un diagnóstico de
histeria”.7 Así, Freud estaba persuadido de que la histeria, hasta Charcot,
había sido “estudiada poco y de mala gana”.8 Lo que iba a impresionarlo
era justamente la paciencia y el rigor con las cuales se observaba en la
Salpétriére los fenómenos histéricos, sobre la base del rechazo (aparente)
de todo presupuesto acerca de su naturaleza y funcionamiento reales. Du
rante algunos de los años que siguieron, vemos a Freud tironeado entre
un respeto formal a lo qye había aprendido en la Salpétriére, es decir so
bre todo una cierta presentación de la sintomatología de la histeria y del
hipnotismo (por una parte), y (por otra) la concepción fisiopatológica a
la que rápidamente llegó de los fenómenos histéricos, y que siguió afir
mándose hasta que retomó las investigaciones “catárticas” de Breuer. A
través de ese dilema surge claramente que desde el principio percibió
276
muy bien el nudo del problema, acerca del cual tanto he insistido al co
mienzo de esta obra: la objetividad de los síntomas histéricos, tal como
las investigaciones de Charcot la establecían firmemente, y en conse
cuencia la necesidad de una interpretación que superara el trivial punto de
vista psicológico de la tesis psiquiátrica. Cuando llegó a construir en
grado suficiente dicha interpretación a la medida de su deseo, abandonó
lo que quedaba de su sujeción a Charcot.
277
anatomía, la constitución del sistema nervioso, la distribución de sus
vasos y la relación entre estas dos series de hechos y las circunstancias
de la lesión. (...) Cada detalle clínico de la parálisis (cerebral) de repre
sentación puede encontrar su explicación en un detalle de la estructura
cerebral, y viceversa podemos deducir la construcción del cerebro a partir
de los caracteres clínicos de las parálisis”.14 En cuanto a la histeria, “se
comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía
no existiera, o como si la ignorara absolutamente”.15 En efecto, “sólo
puede haber una anatomía cerebral verdadera y como ella encuentra su
expresión en los caracteres clínicos de las parálisis cerebrales, es eviden
temente imposible que dicha anatomía pueda explicar los rasgos distinti
vos de la parálisis histérica”.16
Ya he subrayado en la primera parte la importancia esencial de ese ti
po de enunciado para la epistemología del descubrimiento freudiano: de
muestra que la aprehención correcta de la verdadera naturaleza de los fe
nómenos histéricos se inscribe dentro de los progresos del conocimiento
neurológico, fisiológico y patológico, y que por lo tanto el saber médi
co fu e la condición de posibilidad del psicoanálisis. El rigor de su razo
namiento de neurólogo llevó a Freud a las puertas del inconsciente. Ade
más enseguida rechazó el concepto ambiguo de “lesión dinámica” al que
todavía se aferraba Charcot: “¿Qué es por lo tanto una lesión dinámica?
(...) La lesión dinámica es desde luego una lesión, pero una lesión de la
cual no se encuentra huella en el cadáver, en forma de edema, de anemia,
de hiperemia activa. Pero, aunque no persisten después de la muerte,
aunque sean leves o fugaces, son lesiones orgánicas verdaderas. Es ne
cesario que las parálisis producidas por las lesiones de ese tipo compar
tan en todo los caracteres de la parálisis orgánica. (...) La anatomía del
sistema nervioso determinará las propiedades de la parálisis, tanto en el
caso de anemia fugaz como en el caso de anemia permanente y definiti
va”.17
De modo que se puede poner de manifiesto la verdadera naturaleza de
la “lesión” histérica: “la lesión de la parálisis histérica es una alteración
de la concepción, de la idea”18 de una función o de un órgano. Ello ex
plica que la histeria tome “los órganos en el sentido vulgar, popular, del
nombre que llevan: la pierna es la pierna hasta la inserción en la cadera,
el brazo es la extremidad superior tal como ella se dibuja por debajo de
la ropa”.19 El síntoma histérico es sólo un trastorno psíquico, una “le
sión” de la representación de las funciones y de los órganos, de ello pro
viene su ignorancia de las condiciones verdaderas de la producción orgá
nica de los síntomas de ese tipo; el saber del neurólogo, deducido de su
conocimiento de la clínica, de la anatomía, de la fisiología y de la pato
logía del sistema nervioso, permite afirmar lo anterior. Así debería des
moronarse la metáfora nerviosa que, desde lustros, prevalecía en el abor
278
daje de la histeria; pero vamos a ver que las cosas no fueron tan senci
llas: quedaba el lado objetivo de los síntomas, que Freud tenía presente y
que se negaba a ceder a cambio de una interpretación en un marco psico
lógico tradicional. ■
280
de la neurastenia y de hecho, estrictamente hablando, es su opuesta.”31
Ahora bien, sin duda alguna Freud está compartiendo una idea de la neu
rastenia muy conforme a la opinión general de esa época, idea que se re
fleja en la palabra misma: un estado de debilidad, de astenia psíquica, u-
na disminución de la cantidad de energía nerviosa disponible 32 De modo
que si la neurastenia atestiguaba una falta, la histeria sería un trastorno
por exceso de energía disponible 33 lo que Freud considera todavía co
mo un “status, una diátesis nerviosa”34 de etiología hereditaria. Ese ex
ceso por otra parte localiza su acción funcional (inhibición o excitación)
según las circunstancias y las particularidades psíquicas del enfermo
(más adelante hablaremos de la referencia que hace Freud a las lecciones
de Charcot acerca de la histeria traumática).
Lo que en este tipo de concepción le resulta difícil integrar a un lec
tor moderno es el pasaje incesante, en el vocabulario y el pensamiento
de Freud, desde la vertiente psíquica de los fenómenos (inhibición / exci-
. tación de tal o cual función) a una interpretación físico-fisiológica (can
tidades de energía nerviosa, funcionamiento cerebral) que parece muy
metafórica. Además del predominio del modelo fechneriano-helmholtzia-
no en la formación del pensamiento freudiano de esa época, hay que se
ñalar con énfasis el valor heurístico que toma por otro lado una concep
ción como ésa: ella permite concebir el carácter objetivo de los fenó
menos inconscientes mientras se los sigue pensando como psíquicos,
gracias a la ambivalencia de un vocabulario en el que voluntad y canti
dad, psíquico y cerebral son idénticos, y que por lo tanto permite pasar a
discreción de una descripción subjetiva a una descripción objetiva de los
fenómenos, sin que parezca que se cambia de campo. Ese es el papel del
modelo psicofísico en el trayecto freudiano, y ese papel nos permitirá
comprender su gravitación y permanencia.
Observemos, por otra parte, en qué dirección se orienta la investiga
ción de Freud y lo que lo diferencia de quien en muchos aspectos seguía
la misma pista: Janet. Freud (acabamos de verlo) consideraba los sínto-
mas histéricos como proliferaciones, complementos, algo “de sobra”, y
en adelante iba a tratar de penetrar cada vez más en el origen de ese exce
so hasta localizar su fuente en la sexualidad y elaborar la teoría de la li
bido. Janet, por su parte, era sensible al hecho de que los síntomas ema
naban de una actividad inconsciente, que ellos atestiguaban una “fractu
ra” mental, y era eso lo que lo preocupaba, en esa dirección buscó; al “de
sobra” del síntoma opuso el “de menos” de una personalidad disociable
(estigmas en el sentido de Janet: distraibilidad, abulias, sugestionabili-
dad, estrechamiento del campo de la conciencia). Lejos de parecerle lo
inverso de la neurastenia, consideraba más bien a la histeria como una
modalidad de las “astenias psíquicas”, y en ese punto (lo mostraré en o-
tro lugar) reside el notable valor de su obra.
281
Resulta mucho más importante ver de entrada a Freud afirmando que
“lo que vulgarmente se describe como un temperamento histérico — i-
nestabilidad de la voluntad, cambios de humor, acrecentamiento de la ex
citación con una disminución de los sentimientos altruistas— puede es
tar presente en la histeria, sin que en absoluto sea necesario para su
diagnóstico. Hay casos severos de histeria en los cuales una modifica
ción psíquica de ese tipo está enteramente ausente; muchos pacientes que
pertenecen a esta clase se cuentan entre las personas más amables, los
espíritus más claros, las voluntades más fuertes”.35 Esta posición, que
convertía a Freud, en la línea de la enseñanza de Charcot, en un extre
mista antipsiquiatrista (en el sentido de la concepción psiquiátrica de la
histeria) 36 era el reverso de su concepción de los síntomas y de su inte
rés exclusivo en su origen como excrecencias. Posición homóloga a u-
na característica general del pensamiento freudiano: su dificultad para
captar los trastornos de la personalidad, siempre encarados como sínto
mas, es decir accidentes contingentes y virtualmente reversibles. Así, en
Etudes sur l'hystérie, afirmó que el carácter histérico está presente du
rante las fases agudas de la enfermedad; en suma, él mismo no es más
que un síntoma. Esto, por cierto, concierne al modelo asociacionista de
la psique que utiliza Freud y que la reduce enteramente a elementos, ve
tando la captación del aspecto “global” (veremos las dificultades que sus
cita en ese marco la teoría del narcisismo). Ello tiene que ver sin duda
con un factor personal: así, en este punto Freud está mucho más cerca de
Charcot (también él neurólogo y no alienista) y de su mirada benévola
respecto de los histéricos, que de la tradición psicopatológica, en el sen
tido de la mirada de un Morel.37
Volvamos ahora al artículo de 1888 para seguir, en el nivel de las
indicaciones terapéuticas, las consecuencias de la concepción ambigua
que guía al conjunto del texto. Freud retoma la mayoría de los procedi
mientos de la Salpétriére: aislamiento y tratamiento moral,38 masaje,
gimnasia, electroterapia, hidroterapia, cura de reposo y sobrealimenta-
ción ,39 agentes estesiógenos. Pero “es preciso insistir especialmente en
la influencia de (...) la sugestión hipnótica (...) porque ella apunta parti
cularmente al mecanismo de los desórdenes histéricos y no puede sospe
charse que produzca más que efectos psíquicos”.40 Freud opone en efecto
el tratamiento indirecto, tratamiento del terreno (diátesis histérica o fac
tores locales de irritación), al tratamiento directo que “consiste en retirar
las fuentes psíquicas de estímulos de síntomas histéricos, (lo que) es
comprensible si buscamos las causas de la histeria en la vida ideativa in-
consciente.(...) Este método es nuevo, pero producto de éxitos terapéuti
cos que no se pueden obtener de otra manera. Es el método más apropia
do para la histeria, porque imita precisamente el mecanismo del origen y
la desaparición de los síntomas histéricos. Pues numerosos síntomas
282
histéricos que han resistido a todo otro tipo de tratamiento desaparecen
bajo la influencia de motivos psicológicos suficientes”.41 De modo que
reencontramos, con la referencia implícita a las lecciones de 1885 de
Charcot (génesis de los accidentes histéricos), la concepción personal
, hacia la cual tendía Freud y que yuxtapuso así a la enseñanza clásica de
la Salpétriére. Por otra parte, en este punto Freud remite a Bemheim co
mo autor clásico de referencia.42
Es preciso por otro lado observar que junto a la supresión autoritaria
de los síntomas mediante sugestión bajo hipnosis, indica “un método
aun más activo (...) primero practicado por Joseph Breuer, de Viena,
(quien) conduce al paciente bajo hipnosis a la prehistoria psíquica del
mal y le permite tomar conocimiento de la ocasión psíquica en la que
encontró su fuente el desorden de que se trata”.43 Freud, como se sabe,
conocía desde 1882 el procedimiento catártico, del que incluso intentó
hablarle a Charcot. Todavía nunca lo había practicado (veremos que em
pezó en 1889) y parecía no saber demasiado dónde ubicarlo, puesto que
esta breve referencia se encuentra sumergida en medio de un largo aparta
do acerca de la sugestión, que concluye con la mención de Bemheim.
Por otra parte, en el futuro inmediato iba a volverse hacia este último.
283
ha sido introducida en el cerebro de la persona hipnotizada mediante una
j influencia externa y aceptada por ella como si se le hubiera aparecido es
pontáneamente. Según esta óptica, todas las manifestaciones hipnóticas
1 serían fenómenos psíquicos, efectos de la sugestión. El otro partido, por
| el contrario, sostiene que el mecanismo de por lo menos algunas de las
1 manifestaciones del hipnotismo se basa en modificaciones fisiológicas,
es decir en desplazamientos de la excitabilidad en el sistema nervioso,
que se presentan sin la participación de las partes de éste que operan con
conciencia; hablan en consecuencia del fenómeno físico o fisiológico del
hipnotismo.”45
Freud indica entonces los peligros de la posición de la escuela de
Nancy, es decir el cuestionamiento de toda la sintomatología de la hip
nosis y la histeria tal como la habían establecido Charcot y su escuela,
y que presuntamente se revelaba como pura construcción sugestiva.“Es-
toy convencido de que esta opinión recibirá una bienvenida absoluta por
parte de quienes experimentan una inclinación — y que son todavía el
partido que prevalece en la Alemania de hoy— a no tener en cuenta que
los fenómenos histéricos están gobernados por las leyes.”46 De modo
que mucho antes de que Bemheim iniciara sus ataques contra la enseñan
za de la Salpétriére, Freud presintió su alcance y su peligro, es decir el
riesgo del retorno a una concepción trunca (del tipo “psiquiátrico”) de la
histeria. Por lo demás formuló de entrada algunos argumentos de defen
sa: los documentos históricos mostraban la permanencia a través del
tiempo de los fenómenos histéricos; algunos eran por otra parte fisioló
gicamente comprensibles (“transferencia” que ilustraría la relación fisio
lógica cerebral entre partes simétricas del cuerpo); otros, como la hiper-
excitabilidad neuromuscular letárgica, no podían ser obra de la suges
tión, “que no puede producir nada que no esté contenido en la conciencia
o sea introducido en ella”.47 En esta oportunidad, Freud reconoce además
un síntoma no abarcado por la representación “vulgar” de los órganos y
las funciones, puesto que los músculos pueden ser excitados en ese mar
co aisladamente (y no en “masa”) 48 Asimismo, en el renglón siguiente,
remite enseguida a su estudio acerca de las parálisis histéricas.
En realidad, se trata sobre todo de mantener que “se puede aceptar la
afirmación de que, en lo esencial (la sintomatología de la histeria) es de
una naturaleza real, objetiva":49 Se percibe cierto desarraigo en la
justificación de ese reconocimiento de la Salpétriére que Freud había re
cibido demasiado bien como para aceptar que se lo cuestionara. Parecía
vacilar entre una pura y simple defensa de las posiciones de Charcot (ob
jetividad biológica) y la orientación que ya vimos que tomaba y que
se fundaba en una tesis psicofisiológica. Así pudo incluso sostener que
“esto no implica ninguna negación del hecho de que el mecanismo de las
manifestaciones histéricas es de naturaleza psíquica: pero no es el meca-
284
nismo de una sugestión por parte del facultativo”.50 En resumen, para
entenderlo en nuestra terminología: por cierto psíquico, con toda seguri
dad no consciente, por lo tanto “fisiológico” en la óptica de Freud en esa
6|xx;a.
Así, puesto que histeria e hipnosis concordaban, puesto que la sinto
matología de la histeria debía ser objetiva, Freud iba a tratar de demos-
irar que el mecanismo de la hipnosis también tenía que serlo, y que por
lo tanto no se reducía a la sugestión. Para ello se basó en los hechos de
la hipnosis espontánea, en particular por fijación de la mirada (braidis-
mo), y en la escasa verosimilitud de una constancia tan grande de los
síntomas físicos (catalepsia, sueño aparente, etcétera) de un fenómeno
puramente sugerido. De modo que, tanto en el gran hipnotismo de los
histéricos como en el sonambulismo hipnótico común, aparentemente
se trataba de un doble fenómeno, psíquico y fisiológico, y Freud intentó
"dar alguna indicación acerca del lazo que vincula el aspecto psíquico con
el aspecto fisiológico de la hipnosis”.51 Para ello subrayó la ambigüe
dad del término sugestión, que abarcaba por igual la orden, la intimación
directa, y una influencia indirecta como en la catalepsia espontánea, eñ
la cual el sujeto mantenía la postura en que estaba al “adormecerse”, o
incluso en las experiencias de Charcot. “Charcot le da al sujeto un golpe
ligero en el brazo, o dice: ‘¡Mire esa cara horrible! ¡Golpéela!’ El sujeto
golpea y (en ambas alternativas) su brazo cae paralizado. En estos dos
últimos casos, un estímulo externo debe comenzar por producir una
impresión de agotamiento doloroso en el brazo, y a cambio de ella, es
pontánea e independientemente de cualquier intervención por parte del
médico, la parálisis ha sido sugerida, si tal expresión sigue siendo apli
cable tratándose de esto.”52
Bemheim abarcará ambas formas de fenómenos con el término “su
gestión” pero en realidad en el segundo caso “se trata (...) no tanto de
sugestión como de estimulación de las autosugestiones”.53 La suges
tión indirecta que por lo tanto incluye de hecho el empleo de la autosu
gestión (del automatismo habría dicho Janet), constituye para Freud el
fenómeno esencial de la hipnosis: en la mayoría de los casos, “la suges
tión abre las puertas que en realidad están abriéndose lentamente por au
tosugestión”.54 Ahora bien, la autosugestión “contiene un factor objeti
vo, independiente de la voluntad del médico, y revela un vínculo entre
condiciones diversas de inervación y excitación en el sistema nervioso.)
Autosugestiones de este tipo conducen a la producción de las parálisis
histéricas espontáneas, y una tendencia a tales autosugestiones es lo que
caracteriza a la histeria”.55 El trayecto de Freud es este punto exacta
mente paralelo al de Janet: como Charcot, ellos identifican hipnosis e
histeria; lejos de considerar que ia hipnosis y la sugestión son fenóme
nos de'psicología corriente (Bernheim), las inscriben en el marco más
285
amplio del estado histérico como estado psicofisiológico. Las autosu
gestiones, en efecto, “siguen siendo a pesar de todo procesos psíquicos;
pero ya no están expuestas a la plena luz de la conciencia como las su
gestiones directas. (Ellas) pueden en consecuencia ser igualmente bien
descriptas como fenómenos fisiológicos o psicológicos”.56 En cuanto a
su naturaleza última, Freud indica “el despertar recíproco de los estados
psíquicos de acuerdo con las leyes de asociación. (...) Esas ligazones
conciernen a la naturaleza del sistema nervioso y no a cualquier acción
arbitraria del médico”;57 es el caso de la asociación que vincula y des
pierta recíprocamente las diversas componentes del estado de sueño; ojos
cerrados, relajamiento o fatiga muscular, estado de los “centros vasomo
tores” del cerebro (cf. Meynert).
En suma, tanto respecto de la hipnosis como de la histeria, Freud (en
este punto muy cercano a Janet y al Charcot de 1885) postula un estado
particular del sistema nervioso, un funcionamiento psicofisiológico es
pecial que deja curso libre a los “automatismos” psico-cerebrales incons
cientes. Por otra parte, todavía no está seguro de contar con una concep
ción exhaustiva del problema, puesto que a pesar de todo va a interrogar
se acerca de la cuestión de “si todos los fenómenos hipnóticos deben pa
sar en alguna parte por la esfera psíquica; en otros términos (...) si los
cambios de excitabilidad que se presentan en la hipnosis sólo afectan
invariablemente la región de la corteza cerebral”.58 Lo mismo que en lo
que concierne a la “diátesis de contractura” (cf. el artículo de 1888 o las
reflexiones citadas abajo acerca del estado letárgico del gran hipnotismo),
Freud está todavía lejos de haberse persuadido de que las primeras con-
cepciones de Charcot hayan caducado por completo; sigue sospechando
la existencia de algunos fenómenos verdaderamente físicos (es decir, en
la terminología meynertiana, “subcorticales”) en el histero-hipnotismo.
Hasta 1893 no denunció “el enfoque puramente nosográfico de la es
cuela de la Salpétriére” 59 Todo lo que había sostenido hasta entonces a-
cerca de la teoría de Charcot pareció vacilar; “La restricción del estudio
de la hipnosis a los pacientes histéricos, la diferenciación entre gran y
pequeño hipnotismo, la hipótesis de los tres estados del gran hipnotis
mo y su caracterización por fenómenos somáticos, todo ello se derrum
bó en la estima de los contemporáneos de Charcot cuando Bemheim, el
alumno de Liébault, se aplicó a construir la teoría del hipnotismo sobre
una base psicológica más amplia e hizo de la sugestión el punto central
de la hipnosis.”60
Es cierto que en el ínterin Freud se había dedicado a una práctica in
tensiva con el procedimiento catártico, y comenzado a publicar sus re
sultados en colaboración con Breuer (la “Comunicación preliminar” apa
reció a principios de 1893). No obstante, en el intervalo, los tres artícu
los61 que consagró a la hipnosis entre 1889 y 1891 retoman exacta
286
mente las posiciones expresadas en 1888 en el “Prefacio” que acabamos
tic estudiar.
h i cosecha catártica:1892-1893
A. La comunicación preliminar
A partir del artículo de 1890 acerca del “tratamiento psíquico”, Freud co
menzó a señalar las debilidades del tratamiento sugestivo y a expresar u-
iiii cierta decepción: “Los pacientes neuróticos son precisamente en su
iiinyoría malos sujetos hipnóticos, de manera que las poderosas fuerzas
en virtud de las cuales la enfermedad se enraíza en el espíritu dél enfermo
lidien que ser contrabalanceadas no por una completa influencia hipnóti-
t i» sino solamente por un fragmento de ésta. (...) Un tratamiento hipnó
tico único, por lo tanto, no cambiará en nada los desórdenes severos de
origen mental. No obstante, si la hipnosis se repite, pierde una parte del
t'lccto milagroso que quizás el paciente esperaba. Una sucesión de hip
nosis puede eventualmente producir por grados (...) un resultado satis-
lnctorio.(...) Pero un tratamiento hipnótico de ese tipo puede ser tan fas-
lidioso y fatigante como cualquier otro.”62 Freud señala además otro ti
po de dificultad: un éxito inicial pero de duración precaria; “si (la hipno-
n ís ) se repite con bastante frecuencia, agota en general la paciencia del
287
Legons du mardi”) Freud será incluso más definido: “A la larga, ni el 1
médico ni el paciente pueden tolerar la contradicción entre la negación 1
decidida de la enfermedad en la sugestión y su necesario reconocimiento 1
fuera de su ámbito.”66 1
En tales condiciones no sorprende que, en su búsqueda de un medio 1
terapéutico más satisfactorio, desde 1889 se haya vuelto hacia lo que le I
pareció un procedimiento más realista, un verdadero tratamiento causal, 1
el procedimiento catártico que Anna O. le había sugerido a Breuer ocho I
años antes. De ese modo pudo precisar sus opiniones sobre la histeria y 1
volver a interesar en ella a Breuer: los dos amigos llegaron entonces a u- 1
na posición común que expusieron juntos en la “Comunicación prelimi- y I
nar” de 1892.67 Analicemos rápidamente su contenido, apartado por a- 1
paitado: 1
288
m> u los estados hipnoides, esa disociación indica una predisposición in-
nultt, un trauma grave o una represión difícil (histeria adquirida). Los au
tores insisten en cambio en el hecho de que “entre los histéricos se en-
mcntran a veces personas que poseen una gran claridad de miras, una vo
luntad muy fuerte, un carácter de los más firmes, un espíritu de los más
aílicos [9].”
4. El acceso histérico y los estados de histeria aguda (psicosis histé-
ilnis en el sentido de Charcot) representan una invasión de la conciencia
por el estado de conciencia disociada hipnoide que “se hace dueña (...) de
la inervación corporal del enfermo y gobierna toda la existencia de éste
112 1 N o obstante, la conciencia normal sigue estando presente, lo mis
mo que el estado hipnoide cuando la primera se rehace; el estado hipnoi
de domina entonces una parte de la inervación corporal, dando origen a
los síntomas permanentes de la histeria crónica.
5. El procedimiento catártico suprime los efectos de la representación
patógena al reestablecer gracias a la hipnosis sus lazos con la concien
cia, “permitiendo que el afecto ahogado se derrame verbalmente [12] ” y
padezca del desgaste o debilitamiento normal.70 Pero ese procedimiento
sintomático no actúa sobre los estados agudos ni sobre la predisposi
ción: “aún queda por descubrir la causa interna de la histeria [13]”.
B. La teoría de Breuer
290
allí una crítica muy homóloga a las que Freud dirigió a Bemheim: cuan
tío los fenómenos se ubican en la esfera psíquica pero no se reducen al
|nrgo de las ideas en la conciencia, es necesaria una interpretación psico-
llNiológica. En consecuencia, Breuer propondrá la idea de un “aparato
( nervioso cerebral” cuyo modelo toma del funcionamiento de una “insta
lación eléctrica montada con muchas derivaciones y destinada a asegurar
la Iluminación y la transmición de una fuerza motriz.(„.) A fin de que la
inrti|iiina esté siempre lista para trabajar es preciso que, incluso durante
peí iodos de reposo funcional, en toda la red conductora persista una cier
ta tensión, y, con ese objetivo, la dínamo debe utilizar una cierta canti
dad de energía. De la misma manera tiene que mantenerse también un
cierto grado de excitación en las vías de transmisión del cerebro en repo-
«hi".k1
I.a tensión tónica, “excitación nerviosa intracerebral”, debe en conse
cuencia permanecer en un cierto nivel constante para asegurar un funcio
namiento normal: en el punto óptimo, todas las vías asociativas están
Itermcabilizadas, todas las asociaciones abiertas, y el juego de las activi
dades mentales se desarrolla sin defectos. Más allá de cierto umbral, la
disminución de la tensión tónica entraña una sensación de fatiga y un
mal funcionamiento (modelo de la confusión mental: Meynert),82 inclu
id>una supresión (sueño) de los lazos asociativos; en el caso del sueño,
la recuperación por el reposo de las reservas energéticas permite a conti
nuación una recomposición del tono y de la actividad fisiológica. A la
Inversa, un aumento excesivo de la energía tónica provoca una sensa
ción de displacer, de tensión, de sobreexcitación nerviosa y una propen-
itlón a la descarga a través de una actividad motriz o de una expresión e-
motiva adecuadas; en caso de imposibilidad, se observa nerviosismo, a-
Ultación. El aparato tiende así en efecto a mantener constante mediante
c n o s mecanismos (sueño, descarga) la cantidad total de energía que encie-
291
puede a continuación volver a servir: la conciencia ya no será informada:
ésta es la primera razón del carácter inconsciente de los traumatismos
psíquicos, o por lo menos de su afecto. Ciertas condiciones patológicas
favorecen el reflejo psíquico anormal o conversión (término que Breuer
atribuye a Freud) al reducir las “resistencias” intersistémicas cerebrales:
constitución particular predispuesta, debilitamiento general (agotamien
to, grandes fases de mutación fisiológica como la pubertad), enfermedad
local que desempeña la función de un punto de llamada.
Así se explica la constitución del síntoma histérico; en cuanto a su
perpetuación, ella necesita la constitución de un grupo psíquico aislado
del resto de las asociaciones mentales, es decir una disociación psíquica.
Para Breuer, ese estado de cosas sólo puede tener una causa: la existencia
previa de estados de conciencia disociados, de estados hipnoides. Por
cierto, a título de segunda alternativa etiológica menciona la hipótesis
freudiana de la defensa (represión) pero enseguida anula su alcance: “Las
observaciones y los análisis de Freud demuestran que la disociación del
psiquismo puede también ser provocada por una ‘defensa’. (...) Sin em
bargo ello sólo se produce en ciertas personas, a las cuales debemos por
lo tanto atribuir una constitución mental particular. (...) No podría decir
cuál es la naturaleza de esta constitución particular. Sólo me aventuraría
a sugerir que la asistencia del estado hipnoide es necesaria si la defensa
debe entrañar no simplemente que ideas encubiertas individuales se con
vierten en inconscientes, sino una verdadera disociación del psiquismo.
La autohipnosis ha creado, por así decir, el espacio o la región de activi
dad mental inconsciente a la cual son rechazadas las ideas que es preciso
evitar.”83 Por lo tanto, en esa etapa Freud y Breuer están de acuerdo con
Janet en considerar como necesariamente patológica la existencia de “e-
sas especies de representaciones actuales que permanecen inconscientes
no porque carezcan de vivacidad, sino al contrario a pesar de su gran in
tensidad”; ellos las llaman “representaciones incapaces de pasar a ser
conscientes” El inconsciente “normal” encierra en consecuencia re
presentaciones demasiado débiles como para convertirse en conscientes o
capaces de hacerlo en otro momento, en función de fluctuaciones de la a-
tención (lo que más tarde Freud llamará preconsciente). Breuer y Freud
sólo comenzaron a divergir en la explicación de la existencia de estas re
presentaciones, permaneciendo el primero muy próximo a Janet, mien
tras que el segundo formuló cada vez con mayor firmeza su tesis perso
nal sobre la defensa.
Era por lo tanto natural que Breuer buscara en una predisposición
constitucional particular la causa última de la histeria. Ya hemos visto
dos aspectos de esta predisposición compleja: en primer lugar, la “ten-
dencia a la hipnoidía”, fenómeno esencial de la enfermedad; a continua
ción, la debilidad de las “resistencias cerebrales intersistémicas” que
292
Iiisiiíica las conversiones (“complacencia somática” freudiana), es decir
i'l pasaje del exceso de excitación cortical a los “aparatos nerviosos sen-
Nllivos que no son normalmente accesibles más que para los estímulos
| h * i ¡Céricos, lo mismo que (a) los aparatos nerviosos de los órganos ve
293
pero también personalidad), por lo menos superficialmente. A ello se
suma la evidente contratransferencia positiva que esos pacientes aristo
cráticos engendran en los dos médicos: sus apreciaciones entusiastas,92
sin embargo, dan que pensar en la lectura de los protocolos de los casos.
Por otra parte, en el capítulo “Psicoterapia de la histeria” de los Etudes,
Freud subraya la necesidad, para el empleo del procedimiento catártico,
de “mucha simpatía personal respecto de los enfermos (y) cierto grado de
inteligencia por debajo del cual (el método) es totalmente inutiliza-
ble”.93
—A continuación, la posición teórica que les es común y que (ya lo
hemos observado varias veces) reposa en las concepciones de la escuela
de Helmholtz. Breuer proporciona algunos ejemplos caricaturescos, in
cluso grotescos, de la aplicación de esos principios, del circuito eléctrico
como modelo del psiquismo, al análisis de fenómenos morales tan com
plejos como el remordimiento o la necesidad de venganza, en términos
de “reflejo no consumado”94 cuya energía intacta continúa buscando una
vía de descarga y que halla su modelo en la irritación “esencialmente a-
náloga”95 de la inhibición del reflejo de estornudo.
294
v»u Iones acerca del origen de los síntomas histéricos por ‘contravolun-
Iml' no son precisamente esas observaciones las que van a ocupamos.
1*1 punto de partida del artículo es un caso de inhibición histérica del a-
miunantamiento, al que se trató de un modo puramente sugestivo, pero
l'reiid realiza respecto de él un comentario teórico aparentemente muy
Inspirado en ideas provenientes de ciertos aspectos del caso de Emmy
v o i i N. (primera observación freudiana de Etudes sur l'hystérie).
295
voluntad "ofrece una explicación, no simplemente para algunas manifes
taciones histéricas aisladas, sino de la mayor parte de la sintomatología
de la histeria”,105 subraya que fson los grupos de ideas laboriosamente
reprimidas las que obran en ese caso (...) cuando el sujeto se ha conver
tido en víctima del agotamiento histérico. Quizás incluso la relación sea
más íntima, pues el estado histérico es tal vez producido por esa labo
riosa represión”.106 Por otra parte, Freud se apresura a añadir que por el
momento sólo le interesa el mecanismo del síntoma y no la fisiopatolo-
gía de la enfermedad. Esa breve observación, con todo, indica el modo en
que entiende volver del revés el análisis de Janet, al invertir el orden de
causas y efectos, siguiendo la línea de las críticas de Breuer pero sobre
todo su propia teoría de la defensa. En la misma oportunidad lo vemos
hacer pie en un campo vecino al de la histeria, el de los fenómenos fóbi-
co-obsesivos, por el cual en adelante no cesará de interesarse.
Al término de este primer período de la investigación freudiana, he
mos visto constituirse la originalidad de una perspectiva que todavía está
fundamentalmente inscripta en la posteridad de Charcot, codo a codo con
Janet. Ambas corrientes, en ese momento tan próximas, se encuentran
separadas por matices, pero ellos, en tanto centran el trabajo de Freud en
tomo del síntoma y en consecuencia de la catarsis, bastan para orientar
lo en una dirección en la que va a encontrar el primer objeto verdadera
mente propio: la represión. Ya hemos visto dibujarse su concepto, toda
vía sumergido en el de la constitución de la “reserva” inconsciente; la e-
tapa siguiente estará por completo dedicada a producir su teoría. Pero es
absolutamente necesario retener el lazo genético entre la concepción pri
mera de los síntomas histéricos en Freud y la posibilidad que se le ofrece
de concebir y encontrar la represión: en tal sentido, la confrontación con
Janet fue indispensable.
296
temo ilcbe detener muy particularmente nuestra atención: el que publicó
p i i I H 9 1 , por lo tanto en medio de la fase de la que nos estamos ocupan
297
registro psicológico; un elemento psíquico, por simple que fuera, no
podía en consecuencia estar localizado en un punto del cerebro. De modo
que lo que se localizaban eran funciones, o más bien su soporte mate
rial, sin que existiera ninguna posibilidad segura de captar el vínculo
entre unas y otro. Percepción, asociación, memoria, aparecen entonces
como aspectos diferentes de un mismo proceso funcional psicofisiológi
co siendo imposible poner de manifiesto el correlato anatómico de cada
uno de los elementos de su descomposición psicológica. Así Freud re
chaza la idea de Meynert de intervalos no funcionales entre los centros
primarios de imágenes verbales, dispuestos al almacenamiento de nuevas
huellas (lenguas extranjeras, imágenes complementarias, etcétera). Una
disociación tal no se encuentra nunca en la clínica: la función reacciona
como un todo y se descompone como lo postula “la doctrina de Hugh-
lings Jackson (...): todos esos modos de reacción (patológicos) represen
tan etapas de regresión funcional (desinvolución) de un aparato altamente
organizado, y en consecuencia corresponden a estadios anteriores de su
desarrollo funcional^ / 11 No retomaremos aquí los argumentos clínicos
de Jackson;112 más bien examinaremos la tesis explicativa que Freud
propondrá a continuación y que por muchas razones tiene motivos para
scaprender después de tales consideraciones.
En el plano anátomo-clínico, Freud propone considerar todas las a-
fasias como resultado de interrupciones de conexiones asociativas; con
cibe la “zona del lenguaje”113 como un área funcional unitaria: “La zona
asociativa del lenguaje, en el cual entran elementos visuales, auditivos y
motores (o kinestésicos), se extiende por esta razón incluso entre las á-
reas corticales de los nervios sensoriales y las regiones motrices a las
que atañe la palabra. Si imaginamos ahora una lesión de tamaño cons
tante, móvil en el interior de esta zona, sus efectos serán mayores cuan
do se aproxime a uno de esos campos corticales, es decir cuanto más pe
riféricamente se ubique en el interior de la zona del lenguaje. Si ella bor
dea inmediatamente uno de esos campos corticales, separará la zona aso
ciativa de una de sus aferencias, es decir que el mecanismo del lenguaje
quedará privado del elemento visual, auditivo o de otro tipo puesto que
cada asociación de esta naturaleza proviene habitualmente de ese campo
cortical particular. Si la lesión se desplaza hacia el interior de la zona a-
sociativa, sus efectos serán más indefinidos.114 (...) Así las partes de la
zona del lenguaje que bordean los campos corticales de los nervios cra
neanos óptico, auditivo y motor han ganado la significación demostrada
por la anatomía patológica que las ha establecido como centros del len
guaje. No obstante, esta significación sólo se refiere a la patología, y no
a la anatomía del aparato del lenguaje.”115
De modo, por lo tanto, que si bien Freud mantiene en su interpreta
ción fisiopatológica los reconocimientos del análisis de Jackson, lo hace
298
CAC: centro auditivo común. CAM: centro de la memoria auditiva de las
palabras, cuya lesión determina la sordera verbal. CVC: centro visual
común. CVM: centro de la memoria visual de las palabras, cuya lesión
determina la ceguera verbal. IC: centros intelectuales en los que se aso
cian las diversas imágenes. CLA: centro de la memoria motriz de articula
ción cuya lesión determina la afasia motriz (tipo Broca). CLE: centro de
la memoria motriz gráfica, cuya lesión determiní "la agrafia.
Esquema d? la campana de J.-M. Charcot
((!. Ballet: Le langage intérieur et les diverses formes de iaphasie, 1886.)
300
gru sonora entre las asociaciones de la palabra.”122 Freud podrá entonces
| h i i |><mer una clasificación de las afasias en tres grupos:
i rplos de palabra.
NOTAS
308
de seriedad propio de los escritos de los científicos”.2 En adelante se vin-
t illa cada vez más con la dimensión de lo que Politzer llamará “el drama
humano”: es esto lo que nutre de vida concreta sus observaciones. Para
lelamente el énfasis pasa de los procedimientos seudoobjetivos como la
, hipnosis a “el interés que se testimonia (al enfermo), la comprensión
i|iic se le hace presentir, la esperanza de curación que se le hace brillar
nnlc sus ojos”;3 “es casi inevitable que las relaciones personales con su
médico4 adquieran, por lo menos durante cierto tiempo, una importancia
i iipital. Parece incluso que esa influencia ejercida por el médico es la
condición misma de la solución del problema”.5 También verificará que
"mando las relaciones del enfermo con su médico están perturbadas (...)
el último se encuentra ante el más grande de los obstáculos por ven
cer".6 En efecto, “junto a factores intelectuales a los cuales se puede a-
pclar para vencer la resistencia, un factor afectivo (...) tiene su función.
Deseo hablar de la personalidad del médico y, en numerosos casos, es
jkMo ella la que será capaz de suprimir la resistencia”.7 Este tema pasará
t uda vez más al primer término en la teoría de la técnica (transferencia
positiva).
La evolución del pensamiento freudiano parece adquirir en adelante
un sentido unívoco: la inyección de una proporción cada vez más impor
tante de significación psicológica, de sentido “dramático", en el modelo
Ksico-fisiológico del psiquismo que estructuró dicha evolución desde su
origen y que fue la base de la mirada muy particular con la que Freud,
como hemos visto, consideró desde el principio la clínica del histero-
liipnotismo. Pero también es necesario invertir la perspectiva: si bien el
enriquecimiento continuo de la clínica freudiana hizo incesantemente
más complejo el marco en que ella se inscribía, forzando a retroceder al
mismo tiempo los bordes materializantes que marcaban su límite, el re
curso a una conceptualización objetivante, de estilo psicobiológico, per
mitió a lo largo del proceso pensar el enigma de los fenómenos exami
nados, el secreto de su causalidad y su funcionamiento, en tanto que, en
lodos esos aspectos, ellos no son fundamentalmente susceptibles de una
comprensión simple.8
Desde el inicio, Freud captó en la causación de los síntomas histéri
cos el aspecto esencial que hallará a todo lo largo de su búsqueda y que
|»nsará a través de diferentes modelos: allí se despliega un proceso con
. todas las apariencias de una causalidad material, en la medida en que su
dignificación psicológica no agota ni su lógica ni su funcionamiento.
Por cierto, se trata de hechos mentales, pero no de hechos conscientes,
ni incluso de hechos de sentido, hasta el punto en que tendrían ese as
pecto para otro (cf. las concepciones de Dupré acerca de la histeria). El
mecanismo, el proceso, la organización que se considera (para utilizar
tres de los modelos sucesivos de Freud) deben ser descriptos y no com
309
prendidos;9 es preciso buscar sus leyes, sus regularidades de funciona
miento, incluso aunque cada engranaje esté henchido de sentido; de esto
proviene la necesidad de modelos figurados del tipo aparato o máquina.
Está allí el objeto paradójico10 que Freud ha encontrado y cuya raciona
lidad en adelante va a esforzarse por construir, más o menos hábilmente,
pero sin soltar jamás la presa. Los modelos que utilizaba proporcionaron
al mismo tiempo un marco a su pensamiento, orientaciones a sus inte
rrogantes, un método a sus investigaciones hasta que los resultados ob
tenidos lo obligaron a una reestructuración.
En el período que nos ocupa, los dos grandes temas de interés de
Freud ilustran los dos aspectos de su trayecto: teoría y clínica denlas
neurosis de defensa por una parte, y por la otra la sexualidad y las neuro
sis que pronto llamará actuales, señalan dos mezclas en proporciones
casi opuestas de los factores comprensión y conceptualización objetiva.
Desde la época de la “Comunicación preliminar” se esbozó una di
vergencia entre la teoría hipnoide de Breuer y "el concepto freudiano de
defensa. Este último corresponde a un pasaje al modelo herbartiano del
psiquismo,11 pero sobre todo (nos lo indica Freud) a la experiencia de .la
resistencia al tratamiento: “Tenía que vencer en el enfermo una fuerza
psíquica que se oponía a la toma de conciencia, a la rememoración de las
representaciones patógenas.”12 El abandono de la hipnosis permitió en
tonces un progreso esencial: apareció un fenómeno comprensible en el
lugar en que se sostenía un concepto de tipo fisiológico (disociación
“hipnoide”). En 189413 Freud admitía aún la existencia de tres tipos de
histeria, que ratificaban su compromiso con las ideas de Breuer. En
1895, era visible que ya no creía en ellas: “jamás me enfrenté personal
mente a una histeria hipnoide verdadera (...). No puedo dejar de sospe
char que las histerias hipnoides y de defensa tienen en alguna parte una
raíz común y que lo primario es la defensa”14 (un poco más adelante ob
serva que probablemente “en lo más recóndito de la histeria de retención
yace un elemento de defensa”).
“El clivaje del contenido de la conciencia es la consecuencia de un
acto de voluntad del enfermo, es decir que es introducido por un esfuer
zo de voluntad del cual se puede indicar el motivo.”15 El enunciado de
esta tesis ilustra nuestro propósito del mejor modo posible. La segunda
parte del proceso se desarrolla fuera de la conciencia y desemboca en fe
nómenos objetivos; en consecuencia resulta apropiado otro vocabulario:
“El yo que se defiende se propone tratar como non arrivée [‘no ocurri
da’, en francés en el texto alemán] la representación inconciliable, pero
esta tarea es insoluble de manera directa; tanto la huella mnémica como
el afecto ligado a la representación persisten para siempre y ya no pue
den borrarse. Pero se tiene el equivalente de una solución aproximada si
se llega a transformar esta representación fuerte en representación débil,
310
n separarle el afecto, la suma de excitación de la que está cargada. La re
presentación débil, por así decir, abandonará la pretensión de participar
imi el trabajo asociativo [esto es, en el pensamiento], pero la suma de
excitación separada de ella debe ser conducida a otra utilización.”16
kcspecto de la histeria, conocemos ya esta nueva utilización que es la
víu de constitución de los síntomas: es la conversión.
Pero Freud intentará interpretar a la luz de este modelo otras condi
ciones patológicas:
Contenido
Afecto en represen Alucina- Resultado
taciones ciones
311
— Se trata en primer lugar de las obsesiones y de ciertas fobias (ob
sesiones ansiosas de forma fóbica y no fobias propiamente dichas, que
Freud todavía vincula a la neurosis de angustia). Los enfermos no pre
sentan disposición a la conversión, el afecto sufre en este caso una
transposición, ligándose a “otras representaciones en s í mismas no in
conciliables que, en virtud de esta ‘conexión fa lsa ', se transforman en
representaciones obsesionantes”.17
, —En el mismo artículo Freud examina un caso que diagnostica co
mo “confusión alucinatoria”18 y en el que encuentra sin dificultad el
proceso de defensa: “el yo rechaza la representación insoportable”,19 y la
reemplaza por el delirio. “Se ha defendido (...) mediante la fuga a la psi
cosis ”.20
—Un manuscrito contemporáneo dirigido a Fliess (Manuscrito H,
de enero del895) prolonga el artículo de 1984 y recapitula sus resulta
dos21 en un cuadro (que reproducimos aquí). Analiza en esa oportunidad
un caso de paranoia22 cuyos síntomas delirantes (ideas de referencia, de
observación, comentarios peyorativos) aparecen como el sustituto de un
reproche interior inconsciente concerniente a un recuerdo erótico repri
mido. “Se trata de un mal uso del mecanismo de proyección utilizado
como defensa”; sólo queda consciente “el término del silogismo que de
semboca en el exterior”.23 Freud observa por otra parte que el mismo
tipo de análisis puede aplicarse a otras fórmulas delirantes de matiz pe
noso, como a la megalomanía, “que quizás logre aun mejor eliminar del
yo la idea penosa” 24
312
De entrada, el lugar de la teoría está muy claramente indicado en el
tcxio de 1894: “Entre el esfuerzo de voluntad del paciente, que llega a re-
i luizar la representación sexual inaceptable, y la emergencia de la repre-
Ncntación obsesionante que, en sí misma poco intensa, está aquí dotada
tile un afecto cuya fuerza es incomprensible, se abre la brecha que la pre
sente teoría quiere llenar. La separación de la representación sexual res-
pedo de su afecto y la conexión de éste con otra representación que le
ionviene pero que no es inconciliable, son procesos que se producen sin
conciencia; sólo se puede suponer su existencia, pero ningún análisis
clínico-psicológico es capaz de demostrarla«Quizás sería más exacto de
cir que no son en absoluto procesos de naturaleza psíquica, sino proce
ros psíquicos cuya consecuencia psíquica se presenta de tal manera que
pnrccería justificar, para explicar lo que ha ocurrido, expresiones como
"separación de la representación respecto de su afecto y falsa conexión de
este último.”25 En consecuencia, está muy claro que el proceso mismo
os comprendido al modo de la intuición corriente de las situaciones psi
cológicas (cf. la referencia a las “novelas” con respecto a las observacio
nes). Freud se explica con nitidez: “En el dominio de la neurosis, las a-
sociaciones siguen siendo lógicas. Sucede que en un neurótico (...) las
cadenas de asociación dan la impresión de estar dislocadas (...) Conoce
mos la razón de esta apariencia: es la existencia de motivos ocultos, in
conscientes. Nos vemos llevados a sospechar la presencia de análogos
motivos secretos en todas partes donde descubrimos lagunas semejantes
en las asociaciones.”26
No insistiré en esta clave básica del trayecto psicoanalítico, sino en
su contraparte: se trata de explicar el carácter inconsciente y los efectos
deformados de esta significación que explica la conducta y la sintomato
logía del enfermo. Allí se hace cargo de la cuestión la teoría, en sus dos
aspectos esenciales.
313
cuerpos. Se puede utilizar esta hipótesis (...) en el mismo sentido en que
los físicos postulan la existencia de una corriente de fluido eléctrico.”2*
(Se habrá advertido el parentesco de las imágenes utilizadas aquí con las
de Breuer.) Naturalmente, la cantidad indica el lugar en el que el cuerpo
se inserta en un funcionamiento del psiquismo concebido en términos
muy “mentales” y logicistas (“dinamismo de las representaciones”: cf.
Herbart).
Desde ahora podemos advertir los primeros efectos del extremo es
quematismo de este modelo y del carácter de obstáculo epistemológico
que comenzó a tomar después de haber agotado su valor heurístico un
poco paradójico. En tres puntos esenciales, enturbió una visitón que sin
embargo ya estaba clara en Freud e hizo que abandonara una conquista
fructífera:
314
el sentido técnico, son considerados como “falsa conexión”, “asociación
desacertada”, efecto de una “compulsión asociativa”35 que vincula el re-
t iirulo inconsciente con el ambiente circunstancial del tratamiento, es
ilcar con la persona del terapeuta. Durante mucho tiempo todavía, mien-
li ns en su pensamiento prevalezca ese modelo del psiquismo, Freud des-
i tndará el valor y la función de la transferencia en el tratamiento (cf. el
mso Dora) y tenderá a considerarla el producto artificial de la toma de
conciencia.
3) El problema nosológico de las psicosis: hasta este punto, como
lo lie subrayado, el conjunto de los resultados así como de las considera-
nones clínicas de Freud se inscriben en el registro de la causa, origen,
■lignificación y mecanismo del síntoma. Forma parte de las condiciones
mismas que determinaron la “penetración” freudiana que su trayectoria lo
Orientara hacia la investigación de los síntomas más bien que de la en-
lermedad. En lo que respecta a la forma particular de los primeros (ob
sesión, trastorno histérico, delirio, etcétera) algo se esboza del lado del
modo específico de la defensa, si bien en última instancia siempre so
mos remitidos a las particularidades de la predisposición constitucional;
l'rcud insiste simplemente en distinguirla de toda degeneración en el
sentido de tara caracterial permanente (de allí su crítica a las concepcio
nes de Janet). Sin embargo, uno por lo menos de los materiales de que
disponía estaba ya en condiciones de orientar su investigación: es evi
dente que la representación traumática considerada en el caso de “confu
sión alucinatoria” examinado antes, no es de naturaleza idéntica a la de
los otros casos; no se trata de un impulso sexual sino de una realidad
penosa que el yo rechaza, reemplazándola por una negación delirante. No
obstante habrá de esperar más de quince años para que Freud saque parti
do de ese tipo de observación:36 para ello será al principio necesario de
finir los registros del funcionamiento subjetivo y de la actividad del yo
(teoría del narcisismo, y después segunda tópica) es decir revisar consi
derablemente el modelo primitivo del psiquismo. En efecto, nada permi
te, en un marco conceptual asociacionista, la diferenciación del status de
dos representaciones 37
315
particular de dicha vida afectiva muy especialmente apto para provocar
los conflictos en los que se inscriben los procedimientos de defensa. En
1894 le confió a Fliess que “en todas partes está la excitación sexual que
parece subtender esas alteraciones”;39 en los escritos publicados en el
mismo momento, con más prudencia considera a aquélla como el factor
etiológico más frecuente. En consecuencia, Freud va a verse llevado a
interesarse en la sexualidad y a tratar de hacerse de ella un modelo fisio
lógico, mientras presta atención a sus disfunciones y a sus efectos pato
lógicos. En ese marco se inscribe su interés por la neurastenia, la otra
“gran neurosis” (además de la histeria) de ese período, y el intento de
desmembramiento que realizó con ella en 1895.40
La historia de la noción de neurastenia41 nos ha preparado para el
trabajo de disociación nosológica al que se entrega Freud: separa, en e-
fecto, de una neurastenia de concepción restringida, tal como ella aparece
en la enseñanza de Charcot, el síndrome de eretismo neurovegetativo que
centraba la antigua noción de nerviosismo y que él rebautizó neurosis
de angustia, reduciendo el conjunto de síntomas a manifestaciones de
ansiedad directas o enmascaradas. Intentará su interpretación fisiopatoló-
gica sobre la base de verificaciones concernientes a las perturbaciones
particulares que encuentra en la vida sexual de esos pacientes. El síndro
me de excitabilidad general le parece constante, idéntico al concepto
mismo de la enfermedad; ahora bien, “el aumento de la excitabilidad in
dica siempre una acumulación de excitación o una incapacidad para so
portar una acumulación, por lo tanto una acumulación de excitación ab
soluta o relativa” 42 que se manifiesta por la presencia de “un quantum
de angustia libremente flotante”.43 Ese excedente de excitación proviene
entonces de la vida sexual de los enfermos a través de diversas configura
ciones que desembocan en una situación idéntica: una insuficiencia de la
sexualidad psíquica y por lo tanto de la satisfacción sexual con relación a
la excitación sexual somática. “El mecanismo de la neurosis de angustia
debe buscarse en la derivación de la excitación sexual a distancia del psi
quismo y en una utilización anormal de esta excitación, que es su conse
cuencia”,44 es decir su descarga en forma de angustia, afecto cuyas ma
nifestaciones están tan próximas como puede ser posible a las del orgas
mo.
La comprensión de esta teoría requiere que se exponga la concepción
que entonces tenía Freud del “proceso sexual”; la resumió en un esquema
(reproducido aquí) que figura en uno de los manuscritos de la correspon
dencia con Fliess (Manuscrito G, de enero de 1895). Imagina una exci
tación sexual somática que emana directamente de los órganos sexuales
y estimula el sistema nervioso de abajo hacia arriba, desde el centro es
pinal hasta el “grupo sexual psíquico” (conjunto de las representaciones
mentales que tienen que ver con la sexualidad). Por ejemplo en el hom-
hrc, para “fijar las ideas”, piensa en “una presión ejercida sobre las ter
minaciones nerviosas de la pared de las vesículas seminales”45 que crece
en función de la acumulación continua del líquido espermático produci
do. “Esta excitación visceral aumentará por cierto de manera continua,
pero sólo a partir de cierto nivel umbral será capaz de vencer la resisten
cia opuesta por los conductos nerviosos hasta la corteza cerebral, y de
manifestarse como excitación psíquica”,46 lo que explica el carácter cí
clico e intermitente de esta última. De modo que, cuando el grupo se
xual psíquico se encuentra bajo tensión, “se produce un estado psíquico
de tensión libidinal, acompañado del pensamiento tendiente a suprimir
esta tensión, (lo que) sólo es posible por la vía que yo designaría como
ncción específica o adecuada”.47 Se trata de conducir “el objeto sexual
(...) a tomar una posición favorable”,48 lo cual permite “el acto reflejo
espinal” y por lo tanto la caída de la tensión sexual somática; las “sen
saciones voluptuosas” son la manifestación psíquica de la supresión de
la “excitación visceral”. Precisemos que el conjunto del proceso puede
ser puesto en movimiento en sentido inverso cuando la percepción del
objeto sexual estimula el grupo sexual psíquico y el órgano sexual ter
minal en sí (véase la línea punteada del esquema).
A partir de ese modelo general, Freud puede formular una interpreta
ción fisiopatológica de un cierto número de síndromes neuróticos^puyos
síntomas no tienen en consecuencia ninguna significación psicológi
ca;49
317
Límite del yo
319
ote en el artículo acerca de la neurosis de angustia. Por lo demás, seis
meses antes (Manuscrito E de junio de 1894) defendió una posición ca
si inversa, considerando a la melancolía como “pareja de la neurosis de
angustia”62 y refiriéndose la acumulación a la tensión sexual psíquica,
en lugar de la física.
Este último punto nos conduce al carácter ambiguo del modelo teóri
co del psiquismo que encuadra la trayectoria freudiana y que la teoría de
la sexualidad ya examinada objetiva del modo más claro posible. Se ha
brá observado su carácter sumario: en todo punto homóloga a las con
cepciones de Cabanis, dicha teoría considera que el conjunto del compor
tamiento sexual y amoroso es un efecto de alguna manera feflejo de una
excitación visceral local. El esquema mecánico tensión-descarga que ex
plica la fisiología de las visceras da sustento al corte cuerpo-espíritu y a
la idea de una “representación psíquica” (en el sentido de un mandatario)
de los procesos somáticos: no obstante, su funcionamiento mental, que
en un primer momento es distinguido conforme a un modelo de tipo
cartesiano, a continuación es reducido a una especie de rodeo más com
plejo pero homólogo: encontramos allí (en la prolongación de Cabanis)
a Griesinger, Meynert y el conjunto de las “reflexologías”.
Ese esquema permite después considerar como un conjunto coherente
las dos teorías de los grupos de “neurosis sexuales”: neurosis somáticas
y neuropsicosis de defensa. Finalmente no se trata más que de la disfun
ción nerviosa de un aparato somático visceral, y por lo tanto de una
neurosis... en el sentido de Pinel. De allí el curioso término de “neurop
sicosis” (que todos los traductores, a continuación de un artículo de
Freud redactado en 1896 directamente en francés,63 han traducido como
“psiconeurosis”, lo que altera el sentido): es éste un concepto clásico y
un término proveniente de Krafft-Ebing. Una neurosis, trastorno fun
cional somático, puede tener manifestaciones nerviosas reflejas en todos
los niveles del sistema nervioso, incluso en el nivel superior, psíquico:
engendra entonces trastornos mentales, psicosis. Cuando éstos, aún es
trechamente vinculados a la neurosis, no constituyen una transforma
ción de esa neurosis en el sentido de Morel, se los denomina neuropsi
cosis, psicosis de la neurosis (y no psiconeurosis: neurosis psíquica, lo
que sería una enfermedad mental funcional). Así, Freud puede considerar
un amplio espectro de perturbaciones sexuales, fuente de neurosis diver
sas cuya forma varía según el mecanismo. El 21 de mayo de 1894, por
ejemplo, le escribió a Fliess: “Tengo ahora una opinión de conjunto y
una concepción general. Conozco tres mecanismos: 1) el de la conver
sión de los afectos (histeria de conversión), 2) el del desplazamiento del
afecto (obsesiones), y 3) el de la transformación del afecto (neurosis de
angustia, melancolía). Se trata en todos los casos de la excitación sexual
320
que purcce haberse modificado...”64 La identificación de los dos grupos
mi pluntea ningún problema: la nivelación parece realizarse por lp bajo.
Allí está, por otra parte (es necesario subrayarlo),^! verdadero senti-
iln ilc la relación de Freud con Fliess: que la fisiología sexual de este úl
timo haya sido delirante no constituye más que un aspecto del problema
(el nspecto transferencial, por cierto esencial). Subsiste el hecho de que
I'retid estaba persuadido, y seguiría estándolo, de que estudiaba las ma
nifestaciones de una disfunción orgánica y que alguien, en un futuro,
ilencubriríá la realidad material de la cual las neurosis no eran más que el
fenómeno exterior. De allí el interés que prestó (al punto de creer en su
valor) a las elucubraciones de Fliess, a cuya “organología” consideraba
t iipuz de explicar algún día la psicofisiología de las neurosis. De allí
litmbién ese proyecto obsesivo de una obra escrita en común sobre la se-
«nulidad y su patología. Mucho después de que hubiera dejado de creer en
l'licss, Freud continuó profetizando el advenimiento ineluctable de una
rclntcrpretación endocrinológica del psicoanálisis, que redujera esa “sépa
nte ión imaginaria” (la separación órgano-clínica habría dicho H. Ey) en
lit que prosperaban esa ciencia y esa terapéutica “provisionales”.65
( Así, al término de esa tercera etapa, vemos a Freud atrapado en la
irmnpa de su modelo doctrinario: sus descubrimientos acerca de la signi
ficación psicológica de los síntomas tienden a diluirse en una fisiología
de la sexualidad. Pero subsiste un problema esencial y va a ser el motor
del trayecto ulterior: el de las razones últimas de la defensa patógena y al
mismo tiempo de su forma particular (“elección” de la neurosis). Con
respecto a las neurosis que muy pronto Freud llamará actuales (neurosis
<lc ungustia, neurastenia), el concepto de una causa específica responde a
este interrogante. En cuanto a las neuropsicosis de defensa, la noción
bnstante difusa de una predisposición66 no degenerativa no podía satisfa
cerlo durante mucho tiempo: intentará producir respecto de aquéllas una
psicogénesis integral, es decir dar a la represión una causalidad psíquica
que justifique al miVno tiempo la exclusividad sexual de su objeto.
321
que Freud tenía sus materiales en la mano; los publicó en 1896 en
artículos.67 Pero la correspondencia con Fliess nos revela la parte s
mergida del témpano: un formidable esfuerzo de especulación teórica cu*
yos límites son el Esquisse de une psycologie scientifique (setiem bre
octubre de 1895) y la carta 52 (6 de diciembre de 1896). Es importante
estudiar por separado esas dos facetas del esfuerzo de Freud, incluso aun
que su ligazón sea evidente y su interacción constante. Por lo demás, se
pararlas no es tan artificial, puesto que sólo tenemos conocimiento de¡l;
segundo panel de ese díptico gracias a una serie de azares casi milagro^
sos. v.
Desde luego, el progreso clínico tuvo lugar exclusivamente en el
campo de las neuropsicosis de defensa: la concepción de las necrosis ac
tuales no sufrirá en adelante ninguna evolución notable en la obra de
Freud (salvo el problema de la hipocondría).68 Su pensamiento se nutri
rá, en efecto, del psicoanálisis y de los materiales que recoge de él. En lo
que concierne a la fase que nos interesa, tales materiales son de dos cate- *
gorías: por una parte, suponen una profundización en el plano de la in
vestigación de los contenidos psíquicos reprimidos, lo que aparentemen
te tiene que ver sobre todo con la histeria; por otro lado, consisten en un
muy notable análisis de los mecanismos psicológicos de la neurosis ob
sesiva que durante cierto tiempo se anroga la función de modelo clínico.
El recurso al concepto de predisposición apuntaba en el curso de la
fase precedente a llenar una laguna de la cadena causal: “Remontarse des
de un síntoma histérico hasta una escena traumática nó aporta nada a
nuestra comprensión a menos que esa escena satisfaga dos condiciones:
que posea la capacidad determinante que corresponde al síntoma y que se
le pueda reconocer la fuerza traumática necesaria.”69 En esta evaluación
que, observémoslo al pasar, es esencialmente una cuestión de intuición, -
de olfato en la comprensión, resulta incuestionable que los casos sobre
los que hasta ese punto informaron Breuer y Freud parecían marcar una
desproporción entre causas y efectos. La misma verificación condujo a
Janet a una conclusión idéntica: no se debía confundir determinación del
síntoma con etiología de la enfermedad, y esta última iba más allá de u-
na psicogénesis, remitiendo por lo tanto a la predisposición, degenerati
va (Janet) o no (Breuer y Freud). Ahora bien, la técnica de Freud tiende
cada vez más a buscar elementos suficientemente determinantes detrás de
aquellos que parecen demasiado anodinos: “La reacción de los histéricos
es sólo aparentemente exagerada; si ella se nos aparece necesariamente
así, es porque no conocemos más que una pequeña parte de los motivos
de ¡os cuales resulta."10
En esta vía cree por fin captar una verdadera determinación: los histé
ricos sufren de reminiscencias, pero reminiscencias que presentan “dos
caracteres de suma importancia. El acontecimiento del cual el sujeto ha
i «Mist-i viulo el recuerdo inconsciente es una experiencia precoz de rela-
t hmfs sexuales con irritación verdadera de las partes genitales, seguida
ilf abuso sexual practicado por otra persona, y el período de la vida que
im i i I i j i ese acontecimiento funesto es la primera juventud, la época que
vm Imsta la edad de ocho a diez años, antes de que el niño haya llegado a
1 Immadurez sexual. Experiencia de pasividad sexual antes de la pubertad.
MI es | X ) r lo tanto la etiología específica de la histeria”.71 Con la teo-
ílit de la seducción, Freud cree haber alcanzado por fin el plano de la de-
U'iiniiiación etiológica de la enfermedad. Citando su primer artículo acer
ca de la neuropsicosis de defensa, observa que “la histeria no podía por
lo lauto ser completamente explicada por la acción del traumatismo; se
debe reconocer que la capacidad para la reacción histérica ya estaba pre-
M'iile antes del trauma. (...) Es esto lo que quedó sin explicar en mi pri
mera comunicación... Esta disposición histérica indeterminada puede a-
lima ser reemplazada (...) por la acción postuma del traumatismo sexual
lllllllllil”.72
I .a defensa tal como la había descripto hasta allí, esfuerzo voluntario
|una rechazar un pensamiento penoso, no podía explicar por sí sola la
represión73 y la neurosis proveniente de ella. Por el contrario, la idea de
un traumatismo sexual en una época infantil presexual, que en conse
cuencia dejaba un recuerdo no integrado en tanto que tal, parecía poseer
lu "fuerza traumática” necesaria. “Gracias al cambio debido a la pubertad,
el recuerdo desplegará una potencia que falta por completo en el aconte
cimiento mismo; el recuerdo actuará como si fuera un acontecimiento
m m al. Hay, por así decir, acción postuma de un traumatismo sexual.
(lis ésa) la única eventualidad psicológica para que la acción inmediata de
mi recuerdo supere la del acontecimiento actual. Pero estamos en pre
sencia de una constelación anormal, que afecta a un lado débil del meca
nismo psíquico y produce necesariamente un efecto psíquico patológico.
Creo comprender que esta relación inversa entre el efecto psíquico del
rtcuerdo y el acontecimiento contiene la razón por la cual el recuerdo
tiixue siendo inconsciente,”74
Si en las neurosis de defensa el “mal uso de un mecanismo normal”
produce la enfermedad, ocurre que hay allí una disposición adquirida,
persistente, bajo la forma de un recuerdo no integrado cuya acción pos
tuma crea el núcleo inconsciente cuya fuente buscaba Breuer en la “hip-
noidía” y que proporciona el punto de llamada necesario para las repre
siones ulteriores: “La defensa alcanza su objetivo, que es el de rechazar
fuera de la conciencia la representación inconciliable, cuando se encuen
tran en el sujeto de que se trata (...) escenas, sexuales infantiles en es
tado de recuerdos inconscientes.”75 Finalmente, Freud no publicó nun
ca el estudio psicológico completo que preparaba, pero el Esquisse nos
proporciona una buena idea de la manera en que se representaba el con-
323
✓
junto de ese proceso: lo estudiaremos más adelante. Es preciso indicar
algunos elementos que completan esta nueva concepción y amplían su
alcance:
324
I p i i n i i , sin duda por la acción de perturbaciones sexuales actuales. No
325
sión se convierte en el modo único, primordial, de la defensa, que corre
lativamente desapareció durante treinta años del vocabulario freudiano.
La teoría de las neurosis tendrá por mucho tiempo una sola entrada, y la
explicará un tronco común, del cual el Esquisse fue el primer intento.
327
sistema neurónico. Sin embargo, el principio de constancia no era aban
donado: se va a encontrar que es la ley del funcionamiento del yo (fun
ción secundaria del sistema). Así, por oposición al modelo de los E-
tudes sur l'hystérie, el descenso de la energía tónica no obstaculiza la
circulación de la cantidad, sino que al contrario permite su total fluidez,
fluidez ésta que el yo, “ligándola”, habitualmente traba. Ocurre que el
modelo que aquí utiliza Freud es el del reflejo: la cantidad excitante de
origen sensorial queda totalmente liquidada en la reacción motriz. Así se
va a ver llevado a la idea de un funcionamiento psíquico de dos regíme
nes, cuya fuente conocemos bien, desde los espiritualistas h asd Griesin-
ger y Meynert (teoría del automatismo).
Hasta este punto, la “máquina psíquica” funciona sin conciencia; pa
ra introducir a esta última y al problema de la “calidad de los fenómenos
mentales”, Freud postula un tercer sistema neuronal (sistema omega,
soporte de la conciencia) cuyo funcionamiento respondería a una hipóte
sis bastante oscura: él recibiría no cantidades sino solamente “el perío
do” (dimensión temporal que el conjunto de los psicólogos de la época
consideraban propio de la conciencia; correlativamente, la esfera incons
ciente era atemporal, lo que concordaba con su esencia de automatismo
reflejo) del movftniento neurónico proveniente de fi. El sistema omega
estaba por otra parte en conexión con el sistema psi y experimentaba la
elevación de la cantidad como displacer, y su disminución como placer:
por lo tanto se establece una relación directa entre el principio de inercia
y el principio de placer-displacer, también denominado principio de uti
lidad. Así se realiza por primera vez el ideal de Fechner y Helmholtz: la
reducción de los datos conscientes, esencialmente cualitativos, a relacio
nes cuantitativas y a movimentos materiales. Precisemos por otro lado
que cada una de las “hipótesis ad hoc [322]” que Freud se ve llevado a
superponer a sus dos principios fundamentales está justificada por la in
troducción del “punto de vista biológico”, es decir por la consideración
de la utilidad para la supervivencia del organismo de la constitución de
un sistema de ese tipo o de una regla como ésa (referencia darwinista).
De ese modo puede traducir paso a paso su psicología a una fisiología i-
maginaria.
Por lo tanto, la función del sistema neurónico consiste esencialmen
te en desembarazarse de la cantidad; las cantidades exógenas atraviesan fi,
dejan una facilitación en psi y se descargan por intermedio de las neuro
nas motrices. Pero psi está también directamente unido con el interior
del cuerpo, desde donde afluyen constantemente las cantidades endógenas
que representan lo esencial de la “fuerza motriz de las manifestaciones
psíquicas [334]”, es decir “la voluntad, derivada de los instintos [336]”.
La teoría sexual nos ha familiarizado con ese esquema del “representante
psíquico” que lleva a pensar a Freud que originalmente el cerebro “no se
328
ría ni más ni menos que un ganglio del simpático [323]”, una excrecen
cia funcional del sistema nervioso visceral. Así, en psi puede diferenciar
dos partes: las neuronas nucleares (núcleos grises centrales), por donde
«Huyen las cantidades endógenas, y las neuronas de la corteza cerebral,
i|tic reciben las cantidades fi y por lo tanto las informaciones percepti
vas,
Tales son en consecuencia los engranajes fundamentales de la máqui
na (desde luego, esquema simplificado: las hipótesis y discusiones sub-
«Idiarias de Freud son innumerables a todo lo largo del Esquisse). Aho
ra, vcámosla funcionar. Cuando se acumula una tensión endógena im-
|>ortunte, sólo puede ser liquidada por la vía de la “acción específica”. En
rl niño de pecho que es incapaz de provocar sus condiciones por sí mis
ino, la descarga no específica (gritos, gesticulación, llanto) atrae la in
tervención del objeto y crea “la experiencia de la satisfacción”. Freud no
r* plora más allá esa vía que le parece conducir por la “comprensión
nniina (a) la fuente primera de todos los motivos morales [336]”. La ex-
pi'iiencia de la satisfacción, en todo caso, deja detrás de sí una huella: se
mlJihlece una facilitación (una asociación) entre la investición o carga de
una neurona de la corteza correspondiente a la percepción del objeto, la
Invcstición de otros puntos de la corteza que reciben la señal de la des
curta refleja que ha suprimido la tensión penosa en omega, y finalmente
Immneuronas nucleares cargadas con la tensión endógena. Se trata allí de
ln traducción “nemónica” del tipo de mecanismo que autores como Bain
0 Prcyer ubican en la base de la génesis del movimiento voluntario (vé-
Nitr tumbién la “reacción circular” de Baldwin). Veamos por otra parte la
contrapartida: la experiencia del sufrimiento; en ese caso cantidades exce-
lIvttN penetran en el aparato neurónico por una brecha en el dispositivo
que protege fi (en 1920 Freud lo llamará “para-excitaciones”) filtrando
l n enormes cantidades del mundo exterior. Esta vez se establece una
huella entre la imagen-causa del dolor y la tendencia a la descarga que re-
MlltA de la elevación en psi de la cantidad y por lo tanto del dolor experi
mentado en omega (reflejo de fuga).
La reproducción de esas dos experiencias primordiales tendrá las con-
Ucucncias más considerables. La acumulación de una nueva cantidad en
dógena inviste automáticamente el recuerdo del objeto que satisface (es-
Uulo de deseo) hasta la alucinación y el desencadenamiento de un proceso
d i descarga intempestiva que en realidad conduce al displacer. Asimismo
| | recuerdo de la experiencia penosa reproduce el dolor por intermedio de
"nouronas-claves” (neuronas secretoras de cantidad según el modelo de
Im neuronas sexuales)93 y desencadena un reflejo de fuga: la defensa
primaria o represión (modelo: reflejos nociceptivos), mediante la cual
M evita la investición de la imagen mnémica hostil. Esos dos aspectos
* 1 proceso primario representan un grave peligro para el organismo; de
329
f
allí la constitución de un órgano de control que inhibe su despliegue. El
yo se origina así, por “necesidad biológica”, a partir de esas neuronas
nucleares que el aflujo constante de las cantidades endógenas constituye
en “un grupo de neuronas cargadas de manera permanente y que de tal
modo se convierten en vehículo de las reservas de cantidad que exige la
función secundaria [341]”.
El principio del funcionamiento del yo encuentra su fuente en un as
pecto del análisis de dos experiencias primordiales (satisfacción, sufri
miento). La asociación por simultaneidad que constituye la clave de las
huellas que dejan en psi esas experiencias (facilitación) conduce a Freud
a proponer una hipótesis subsidiaria: “Una cantidad pasa más fácilmente
desde una cierta neurona a una neurona cargada que a una neurona no car
gada (...) la carga demuestra ser equivalente a la facilitación, con rela
ción al pasaje de la cantidad [337].” En otros términos, hay una facili
tación del pasaje de la cantidad cuando la neurona siguiente del circuito
está en sí misma cargada, lo que actúa a la manera de una huella trazada:
ésa es la traducción “neurónica” del factor frecuencia de la ley de asocia
ción (simultaneidad) de los asociacionistas. El yo va a utilizar esta pro
piedad del sistema para controlar el flujo de la cantidad: desplazando sus
propias cantidades provenientes de la masa de energía constante que lo
inviste, puede mediante una investición “lateral” desviar la corriente de~
cantidad y orientarla en el sentido querido (como se ve, la motivación, la
mirada teleológica se introduce a pesar de todo en la máquina, bajo cu
bierta de necesidad biológica: la traducción mecánica tiene sus límites),
incluso no dejar pasar más que una fracción de ella y evitar así una des
carga masiva “primaria”. De ese modo puede sujetar la energía en circu
lación en el sistema, controlar su curso (se trata de la atención) y no
permitir que se desarrolle una descarga más que cuando las condiciones
externas se prestan a ello. Por otra parte continúa disponiendo de todos
los circuitos, incluso de aquéllos ligados a experiencias de displacer, lo
que está lejos de resultar inútil, puesto que “el displacer sigue siendo la
única medida educativa [381]”.
Así el yo podrá regular el funcionamiento de todo el aparato de a-
cuerdo con los “indicios de la realidad” que recibe de omega y que le cer
tifican la autenticidad de una percepción externa. En efecto, omega es
siempre excitado por fi (percepción sensible) pero puede también serlo si
una cantidad masiva inviste regresivamente el recuerdo de una percepción
en psi (alucinación): al inhibir sistemáticamente la circulación de las
cantidades, el yo permite que las descargas (indicios de la realidad) sólo
se produzcan en virtud de una percepción verdadera y por lo tanto pro
porciona un criterio eficaz de realidad “que permite establecer una distin
ción entre una percepción y un recuerdo [344]”. La función secundaria
domina así el proceso primario, autorizando las descargas sólo si el ob-
330
¡rio (satisfactorio o perjudicial) está realmente presente. Para ello el yo
hit «prendido “por experiencia biológica” a dirigir sistemáticamente in-
vcvsticiones de su cantidad propia hacia toda percepción acompañada de
un indicio de cualidad: es la atención que lo hace vigilante respecto del
inundo exterior y le permitirá conocerlo suficientemente como para no
|wrmitir las descargas (“acciones específicas” o defensas) más que en
t undiciones adecuadas y controladas.
En adelante ya no puede producirse fisiológicamente un proceso pri
mario sino durante el sueño, que corresponde a “una disminución de la
carga endógena en el núcleo psi [353]” (volvemos a encontrar el análisis
ilc Rreuer), y por lo tanto a una desinvestición del yo. Por otra parte, la
parálisis motriz periférica y el estrechamiento de la percepción (es decir
ife las investiciones de atención) hacen inofensivo el despliegue de pro
fesos primarios, es decir de sueños. Las características psicológicas del
• pensamiento onírico (desplazamiento, condensación) se deben al despla
zamiento fácil de la cantidad [358]” en la circulación primaria: cuando la
carga pasa de una neurona a otra, es decir de una representación a otra, lo
hace de una manera total (ausencia de “conexión” secundaria) y los esla
bones intermedios del pensamiento no dejarán huella alguna. En cuanto
a las descargas, ya no pueden producirse más que regresivamente, desde
psi hacia fi (alucinación); el acceso a las neuronas motrices desinvesíidas
ya no es posible durante el sueño.
Quedan los estados patológicos, que se explican igualmente por el
despliegue de procesos primarios no obstaculizados. Aquí va a poder im
legrarse la teoría de la seducción. El yo, como lo hemos visto, trata de
Inhibir y controlar toda descarga importante de cantidad (afecto) que de-
norganice su funcionamiento y despilfarre la energía necesaria para la
obtención de las condiciones de una descarga adecuada. Cuando no ha lo-
grudo totalmente impedir un proceso tal (acontecimientos penosos trau
máticos), traba progresivamente su reproducción mnémica reforzando en
coda recorrido las “investiciones laterales” que procuró oponer en la o-
portunidad en que sobrevino por primera vez la experiencia de la que se
trata (atención constante a las percepciones); así termina por producirse
t i desgaste del recuerdo intensamente afectivo.94 Pero las condiciones
de las neurosis de defensa son diferentes: la invasión de grandes cantida
des endógenas (afecto) no proviene de una percepción nueva, sino del re
cuerdo de un acontecimiento que, en la época en que se produjo, no de-
lencadenó reacciones notables. La aparición ulterior de la pubertad lo
Carga brutalmente con una investición muy importante: al tener lugar un
despertar asociativo, el yo se encuentra entonces dado vuelta, tomado del
revés, desbordado por un lado en el que no se lo esperaba, y al que en
Consecuencia no pudo dirigir investiciones de atención que le habrían
331
procurado la indispensable “señal de displacer” necesaria para la puesta
en obra de la ligazón.
Entonces es demasiado tarde: un proceso primario “póstumo” se de
sarrolla hasta la alucinación, el displacer y la defensa primaria que resul
ta de él automáticamente (represión); se trata del proton pseudos95 his
térico. En adelante, la representación del acontecimiento sexual infantil,
convertido en trauma ulterior y retrospectivamente, ya no es accesible al
yo; el reflejo de evitación se desencadena en cuanto una invéstición la
contacta. La huella mnémica conserva por el contrario su lazo con la in
vestición sexual endógena: una cantidad importante en adelante queda
fuera del alcance del yo, carga una representación convertida en patógena
y producirá diversos procesos de descarga primaria (síntomas). Ese es “el
estado neurónico de una representación reprimida [362]”: él no resulta de
una intensidad particular de la cantidad de que se trata, sino de la natura
leza sexual de ésta, es decir de su lugar topográfico en el aparato psíqui
co.
Tal es en consecuencia el despliegue de un proceso psicopatológico
(siempre básicamente histérico); sin embargo, paralelamente, Freud in
tentará la descripción de los “procesos psíquicos normales”.96 La situa
ción más simple es la coincidencia, en un estado de deseo, del objeto re
al y la imagen mnémica del objeto satisfaciente (objeto de deseo). Toda
la actividad del pensamiento práctico apunta a esa identidad que permite
el acto específico y una descarga adecuada. Cuando las dos representacio
nes no coinciden, se desarrolla una actividad asociativa que procura unir
las a través de asociaciones intermediarias que consisten sobre todo en i-
mágenes en movimiento. El complejo perceptivo está en primer lugar
escindido en una parte conocida o cognoscible por identificación (recuer
dos de los actos del sujeto mismo) y una parte desconocida, no reducti-
ble: es el juicio que separa la cosa y su atributo (evidentemente, para
esta descripción a Freud le sirve de modelo un objeto humano: toda ex
periencia primordial remite aquí al lactante y su madre, como ya ocurría
en Meynert). Una corriente de cantidad explora entonces todas las cone
xiones posibles entre la imagen del “núcleo constante” (cosa) del objeto
y la imagen mnémica del objeto de deseo (que guía el proceso permane
ciendo investida). Cuando así una cadena de representaciones intermedia
rias puede vincular las dos neuronas de que se trata (pensamiento repro
ductivo: reconocimiento del objeto), se obtiene la identidad de pensa
miento (creencia), es decir el equivalente secundario de la identidad de
percepción primaria (cuando las dos imágenes coinciden de entrada), y
por lo tanto se puede liberar la descarga.
De modo que el pensamiento funciona como “una repetición del fe
nómeno original de excitación en Y, pero en un nivel menos elevado y
con menores cantidades [351]”. En efecto, es la ligazón, la inhibición
332
tlcl yo lo que ha permitido esta actividad asociativa al tanteo; el proceso
primario la habría hecho imposible al barrer brutalmente el circuito aso-
i lutivo, y desperdiciar la energía necesaria para poner al objeto en la po
rción adecuada a los fines del acto específico. Las leyes del pensamiento
provienen así de las leyes de la realidad, bajo pena de fracaso y displacer
•m i caso de no hacerlo. Con respecto al pensamiento cognitivo conscien
333
indicios verbales (o indicios de pensamiento) permiten atraer la atención
de psi hacia una corriente asociativa (que por otra parte funciona con
fuertes investiciones constantes, y débiles cantidades circulantes —liga
zón máxima—), y de ese modo hacer consciente y observar el pensa
miento en sí mismo originalmente inconsciente, incluso objetivar sus
leyes (leyes lógicas).99
Precisemos un punto notable: para la supervivencia del organismo es
esencial evitar los procesos primarios; esto es cierto respecto 5ie los es
tados de deseo que tenderían a la alucinación, pero también lo es en lo
que concierne a experiencias penosas, de las cuales el aparato psíquico
debe poder utilizar las huellas mnémicas. La conexión reduce los desa
rrollos de displacer ligados al recuerdo (por la intervención de las “neuro
nas-claves”) 100 y así puede volver utilizables esas vías asociativas mar
cadas por simples “señales de displacer”. El pensamiento práctico se des
vía, convirtiéndose en conocimiento de causa, y no ya por una reacción
de evitación incoercible (defensa primaria). Con mayor razón, el pensa
miento cognitivo debe idealmente emanciparse tanto de los afectos de
placer como de dolor: el conocimiento tiene que poder explorar todos los
aspectos de la realidad, sean cuales fueren. Así, cuanto más se eleva uno
en la jerarquía de los actos de pensamiento, más aumenta la ligazón, las
cantidades reales desplazadas se convierten en débiles101 y los afectos se
reducen a simples señales. Todas estas reflexiones traducen así en térmi
nos neurónicos una concepción entonces muy clásica de la estructura del
pensamiento y de la jerarquía de lo concreto a lo abstracto.
¿Cómo comprender en su conjunto ese imponente edificio y los la
boriosos esfuerzos con los que fue construido? A primera vista, parece
tratarse (como dice el mismo Freud) de una construcción ad hoc, y se
diría que de ella no brota más luz que de los materiales de partida, es de
cir, por una parte, de los descubrimientos clínicos de los que entonces
Freud disponía, y por otro lado de las tesis psicológicas tomada^de las
diversas corrientes asociacionistas contemporáneas. Se podría pensar que
si no perteneciera a Freud y no esclareciera un momento esencial del na
cimiento del psicoanálisis, ese texto habría caído en el olvido que en
vuelve hv>y a tantas otras tentativas comparables, especialmente la “mi
tología cerebral” de fines de siglo.
Pero ello equivaldría a dejar de lado el hecho esencial al que nos re
mite la verificación siguiente: la mayor parte de las tesis del Esquisse
se encuentran en los escritos freudianos ulteriores, simplemente “des-
neuronizadas”. En efecto, Freud intentó allí por primera vez resolver el
problema que lo atenaceó durante toda su vida: producir un modelo del
psiquismo que estuviera de acuerdo con los descubrimientos psicoanalí-
ticos, permitiendo su integración y explicación. Una vez más es necesa
rio subrayar que la adquisición de una “penetración psicológica” inédita y
334
Iluctuosa no podía colmar el ideal científico freudiano, que era, como lo
liemos visto, la construcción de una ciencia del espíritu concordante en
principio con el conjunto de los intentos contemporáneos,102 y de la
cual la clínica sólo podía proveer los materiales. Ello en tanto que el
i nmicrialismo militante de Freud le vedaba todo proyecto que pudiera pre
sentarse como puramente espiritualista.
En adelante encontramos por lo tanto el esfuerzo freudiano compro
metido en la construcción de un modelo psicoanalítico del psiquismo
(|iie pronto denominará “metapsicología”. El Esquisse fue en efecto su
último intento de neuropsicología. Es preciso subrayar por otra parte
t|iic los principios que la guiaron constituyen indudablemente una regre
sión con respecto al semijacksonismo de su estudio sobre la afasia: cer-
ntno aquí a Helmholtz, Brüke y Meynert, Freud procura ferozmente una
leducción mecánico-física de los procesos psíquicos.103 Como lo he
mos visto fracasó en gran medida, reintroduciendo sin cesar (por ejem
plo, con el funcionamiento del yo) subjetividad y teleología. En ese
punto intervienen los recursos al registro “biológico“que lo arrastra en la
tlltima parte del texto: “En adelante no trataré de encontrar la explica
ción mecánica de esas leyes biológicas y me declararé satisfecho si lle
no a dar una descripción clara y fiel de ese desarrollo [381; las bastardi
llas son mías].” Así se orienta progresivamente hacia un modelo un po
co menos “eléctrico” que el que estructura el Esquisse: con la carta 52
veremos prevalecer el evolucionismo. A él remitían ya numerosas tesis:
Identificación de lo primario (nivel de funcionamiento), lo primitivo
(nivel de desarrollo filogenético) y lo precoz (nivel de desarrollo ontoge
nético); análisis de los grados de complejidad creciente del pensamiento
entre el puro impulso, el pensamiento práctico, el pensamiento cogniti
vo, el pensamiento verbal, consciente y desinteresado, etcétera.
No es menos cierto que, por marcado históricamente que esté el Es-
i)uix.se en la estructura de sus hipótesis fundamentales, la obra se pre-
nenta como un primer modelo psicoanalítico y no psicológico del psi-
tjuismo. Lo atestigua esencialmente lo que constituye su núcleo: la teo
ría del proceso primario y el principio de inercia, que dan status teórico
al funcionamiento inconsciente y representan el punto de clivaje radical
con respecto al modelo de los Etudes sur l'hystérie. En cuanto a la teo-
ríti de la represión que explica al mismo tiempo su especificidad sexual,
Miiu irá siendo, durante mucho tiempo un ideal nostálgico en la búsqueda
freudiana. Así el Esquisse, primera síntesis, primer esfuerzo por dotar a
la Joven ciencia de un modelo teórico adecuado, permaneció como base
(le la visión metapsicológica. A través de ese tipo de mirada el psicoaná-
H h ín interrogará durante mucho tiempo a su real, considerándolo desde el
Angulo de un determinismo funcional estrecho, idealmente sustancial y
cuantificable.
335
C. Evolucionismo y metapsicología: la carta 52
336
| l*i^ Puede acceder a la conciencia vía “la reactivación alucinatoria de
It is representaciones verbales [155]” (es la “conciencia cogitativa secun-
337
1
338 >
I)c modo que por el momento Freud comenzó a manejar un nuevo
im «lelo teórico, evidentemente más rico y flexible y que pronto se ex-
piindirá en un sistema amplio; mientras tanto, su pluma multiplicó las
Interpretaciones genético-históricas. Al mismo tiempo la clínica conti
nuó progresando, y no antes de mucho cuestionó los elementos en los
i miles Freud se había apoyado en 1896, haciendo más lugar a la signifi-
wu ión. Durante todo el año 1897, de la correspondencia con Fliess surge
nn doble movimiento: por un lado, las referencias a la importancia de
lus fantasmas, de las pulsiones, de las zonas erógenas (Freud las men-
i ioiió por primera vez en la carta 52 a Fliess) no cesan de enriquecerse;
Imir otra parte, Freud se queja de no poder llegar a concluir totalmente un
Untamiento, es decir a confirmar su hipótesis de la seducción; al mismo
tiempo, sus dudas se hacen cada vez más acuciantes. Por fin, el 21 de
setiembre de 1897, confía a Fliess “el gran secreto que, en el curso de
estos últimos meses, se ha ido revelando lentamente. Ya no creo en mi
neurótica”,116 es decir en la teoría de la seducción. Durante cierto tiem
po, la decepción es terrible: “Una celebridad eterna, la fortuna asegurada,
ln independencia total, los viajes, la certidumbre de evitar a los hijos to-
ilns las graves preocupaciones que abrumaron mi juventud: ésa era mi
esperanza. Todo dependía del éxito o el fracaso de la histeria. Ahora me
veo obligado a quedarme tranquilo, a permanecer en la mediocridad, a ha-
1er economías, a sentirme acosado por las preocupaciones.” 117 Aún a
principios de 1900 apenas había superado la crisis: “Me he visto obliga
do a demoler todos mis castillos en el aire y solamente ahora estoy recu
perando un poco de coraje para reconstruirlos.”118
Cuando se recuerda la euforia que signó hacia fines de 1895 la for
mulación de la hipótesis de la seducción y la redacción del Esquisse (cf.
lu correspondencia con Fliess), se comprende la importancia y la profun
didad del compromiso de Freud y la función probablemente esencial que
esa desilusión desempeñó en la descompensación neurótica que lo afectó
Justamente a partir de 1897. Lentamente volverá a erguirse, pues no se
había tratado Oejos de ello) de una pura pérdida: desorientado por un mo
mento, Freud pensará por qierto “que el factor de una predisposición he
reditaria parece volver a ganar terreno, siendo que yo siempre me esforcé
por rechazarlo, en beneficio de una explicación de las neurosis”;119 de a-
¡lí su “tendencia a considerar incurable la histeria”.120 No obstante, al
mismo tiempo, su comprensión de la sexualidad infantil se profundizó
hasta el descubrimiento del Edipo (carta 71 del 15 de octubre de 1897) y
de las componentes parciales no genitales, orales y anales (carta 75 del
14 de noviembre de 1897). Es cierto que en adelante dispuso de una nue-
vu fuente de materiales: “Mi autoanálisis es por el momento lo más e-
Ncncial, y promete tener para mí la mayor importancia.”121 Así se ela
boró progresivamente en él la etapa siguiente de su pensamiento, la que
339
todavía hoy constituye el cimiento de la teoría psicoanalítica. Veremot
qué lazos la vinculan con la fase que se cumple: el ideal de una determi^
nación de la causa de la represión patógena y la elección de la neurosis
quedará siempre en un segundo plano de las investigaciones de Freud, eijí
tanto que las grandes hipótesis del Esquisse y de la carta 52 (áparato
mental, futuros puntos de vista tópico, dinámico, económico, etcétera)
seguirán siendo los ejes de la estructuración de su doctrina.
NOTAS
340
tres formas, por otra parte, Freud sólo se ocupa de la histeria de
defensa.
M S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 231.
IV S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 2 (bastardi
llas del autor).
11\ Ibíd., pág. 4 (bastardillas del autor).
17 Ibíd., pág. 6 (bastardillas del autor).
IH A decir verdad, la nosología de esa época no dejaba muchas otras po
sibilidades que la de asimilar ese tipo de síndrome a un estado oní
rico y por lo tanto al grupo de la confusión mental (amencia de
Meynert). Se trata en realidad de un delirio de ensueño como los
que la escuela de Claude denominará esquizomanía (en este caso la
forma imaginativa); en él el sujeto se confina en una realización
autística imaginaria de deseos y proyectos a los cuales la realidad
no ha aportado ninguna satisfacción, o incluso ha frustrado brutal
mente (pérdida de objeto en particular, como en el caso de Freud).
El grado de objetivación de las tramas imaginativas de esos suje
tos es difícil de verificar, pero probablemente no alcanza a la rea
lización alucinatoria del onirismo. Acerca de la esquizomanía, véa
se P. Bercherie: Les fondements..., cap. 17, apartado C.
19. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 12.
;i). Ibíd., pág. 13.
21. En el Manuscrito H, Freud también menciona las psicosis histéricas,
es decir accesos y estados segundos en los que el núcleo disociado
“hipnoide” se adueña de la conciencia (cf. supra, cap. 12), lo que
corresponde por el contrario al fracaso de la defensa: “El yo (...)
sucumbe a la psicosis.” (S. Freud: “Psychothérapie”, en Etudes...,
pág. 212.)
22. En el sentido de Krafft-Ebing: se trata de una forma de delirio de rela
ción de los sensitivos de evolución intermitente por accesos agu
dos.
23. S. Freud: Manuscrito H, del 24 de enero de 1895, en La naissance...,
pág. 100.
24. Ibíd., pág. 101.
25. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 7 (las bastar
dillas son mías).
26. S. Freud: "Psychothérapie...” en Etudes..., págs. 237-238 (bastardi
llas del autor).
27. Cf. supra, el capítulo precedente.
28. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 14.
29. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 219.
30. Cf. también ibíd., págs. 222 y 240.
31. Ibíd., pág. 232.
32. Ibíd., pág. 212.
33. Cf. también ibíd., pág. 213.
34. Ibíd., pág. 229.
35. Ibíd., pág. 245.
341
ción en el campo de la sublimación, problema de alguna ma
inverso al precedente.
112. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nB 84, 10 de marzo de 1898, en L
naissance..., pág. 218. *
113. Es la de los poetas, de los novelistas, de los dramaturgos, cuya el.
rividencia a Freud le gustaba alabar con frecuencia.
114. Es el “rodeo imaginario” del que habla P.-L. Assoun: Introduction
l’épistémologie freudienne.
115. S. Freud: Lettres á W. Fliess, na 96, 22 de setiembre de 1898, e
La naissance..., 235.
116. S. Freud: Lettres á W. Fliess, ns 69, 21 de setiembre de 1897,
La naissance..., pág. 190.
117. Ibíd., págs. 192-193.
118. Id., carta 131 del 23 de marzo de 1900, en loe. cit., pág. 279.
119. Id., carta 69 del 21 de setiembre de 1897, en loe. cit., pág. 192.
120. Id., carta 70 del 3 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 195.
121. Id., carta 71 del 15 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 196.
346
r
Capítulo XIV
El aparato psíquico
A. Descripción
347
de un lugar psíquico [455]”. Freud rechaza pronto “la noción de locali
zación anatómica”, con el fin de no salir de “un terreno psicológico”; no
se trata de retomar las ambiciones localizadoras del Esquisse sino de
producir el modelo analógico de una topografía mental. Así pasa de las
metáforas eléctricas a la imagen de un aparato óptico cuyos lugares son
“virtuales”: “No creo que nadie haya nunca intentado aún reconstruir de
este modo el aparato psíquico. Con este ensayo no se corren riesgos.
Quiero decir que podemos dar libre curso a nuestras hipótesis con tal que
reservemos nuestro juicio crítico y que no tomemos el andamiaje por la
construcción misma. Sólo necesitamos representaciones auxiliares para
acercamos a un hecho desconocido... [445-456].” En adelante, las cons
trucciones mentales freudianas conservarán su status explícito de ima
gen, sin perder su valor de orientación para el pensamiento de su autor.
De modo que se trata de un aparato compuesto por varios sistemas ¡
(“sistema psi”) y cuya estructura se orienta desde un extremo percepti-:
vo hasta un extremo motor: “El reflejo sigue siendo el modelo de toda
producción psíquica [456].” Respecto del extremo perceptivo, “supone
mos que un sistema externo (superficial) del aparato recibe los estímulos
perceptivos, pero no retiene nada de ellos, carece por lo tanto de memo
ria, y que detrás de ese sistema se encuentra otro, que transforma la exci
tación momentánea del primero en huellas perdurables [457]”. Encontra
mos allí la distinción de la percepción (P) y la memoria (huellas mné-
micas S), que reposa naturalmente en asociaciones cuyo mecanismo
“consistiría en lo siguiente: como consecuencia de las disminuciones de
resistencia y de la facilitación de uno de los elementos S, la excitación
se transmite a un segundo elemento S antes bien que a un tercero [458;
las bastardillas son mías]”. Detrás de la metáfora óptica que protegía de
una concepción localizadora, reaparecen los esquemas neuro-eléctricos
del Esquisse, como lo veremos a lo largo de nuestro estudio.
Desde luego, Freud se ve llevado (cf. la carta 52) a admitir “varios de
esos sistemas S en los cuales la misma excitación, transmitida por los
elementos P, se encuentra fijada de maneras diferentes. El primero de e-
sos sistemas S fijará la asociación por simultaneidad; en los sistemas
más alejados, ese mismo material de excitación será clasificado según
modos diferentes de encuentro, de manera que, por ejemplo, esos siste
mas ulteriores representan relaciones de semejanza, u otras [458]”. El
funcionamiento de un sistema tal reposaría en “los grados de resistencia
conductiva que presentaría al pasaje de la excitación a partir de los ele
mentos perceptivos” [458, traducción corregida; cf. S. E., V, pág.
539]. La oposición y la exclusión recíprocas de la conciencia (percep
ción) y la memoria, por otra parte, le parecen a Freud la fuente de “ideas
grávidas de promesas acerca de las condiciones de la excitación de las
neuronas [458]”.
348 I
"Llamaremos preconsciente al último de los sistemas del extremo
motor, para indicar que desde allí los fenómenos de excitación pueden
licuar a la conciencia sin demora [459]”, si se les presta atención. El
preconsciente controla por otra parte la motricidad voluntaria. El incons
ciente es “el sistema ubicado más atrás: no podría acceder a la conciencia
i,v/ no lo hace pasando por el preconsciente, y durante ese pasaje el pro
ceso de excitación tendrá que plegarse a ciertas modificaciones [460]”. A
los procesos psíquicos en sí les falta en efecto cualidad psíquica, con la
excepción del placer y el displacer que responden a las variaciones de la
enntidad de excitación presente en el sistema y de la cual son portadores
(cf. el Esquisse). Para adquirir cualidades propias capaces de atraer la
conciencia, el sistema preconsciente une por lo tanto “sus procesos al
Nistcma de recuerdos de los signos del lenguaje (...) provisto de cualida
des. Gracias a las cualidades de ese sistema, la conciencia (...) se con
vierte también en el órgano sensorial de una parte de nuestros procesos
de pensamiento (que tienen) desde entonces de alguna manera dos super
ficies sensoriales, una vuelta hacia la percepción, la otra hacia los proce
ros de pensamientos preconscientes [488]”. De modo que es necesario
precisar que el esquema lineal de los sistemas psi sólo es utilizable si se
llene en cuenta “que el sistema que sucede al preconsciente es aquel al
que debemos atribuir la conciencia [460, nota 1]”, es decir P, alcanzado
|K>r el lazo del sistema del lenguaje (también en este punto, cf. el E s
quisse y la carta 52).
De modo que tal es el aparato psíquico del hombre adulto, pero “este
uparato sólo ha podido alcanzar su perfección actual al fin de un prolon-
jjndo desarrollo. Tratemos de hacerlo volver a un estadio anterior (...) su
primera estructura fue la de un aparato reflejo; así podía derivar de inme-
illuto hacia la vía motriz toda excitación sensorial que lo alcanzaba. Pero
la vida trastorna esa función simple; de ella proviene el impulso que
conduce a una estructura más compleja. De entrada aparecen las grandes
necesidades del cuerpo [480-481V)”. La excitación interna sólo puede des-
curgarse a través de la experiencia de la satisfacción (el ejemplo elegido
Hlgue siendo el del niño que tiene hambre) que inscribe la imagen mné
mica del objeto satisfaciente asociada con la de la excitación de la nece
sidad. “En cuanto la necesidad esté re-presentada habrá, gracias a la rela
ción (así) establecida, desencadenamiento de un impulso (Regung) psí
quico que investirá de nuevo la imagen mnémica de esta percepción en la
memoria [481]”, es decir alucinación (identidad de percepción) del obje
to del deseo; es la actividad psíquica primaria que subsiste en el sueño y
l#8 psicosis. “Una dura experiencia vital debe haberla transformado en u-
nu actividad mejor adaptada, secundaria [481].”
La regresión alucinatoria, en efecto, sólo acaba en la insatisfacción y
en el displacer. “Para obtener un empleo más adecuado de la fuerza psí
349
quica, es necesario detener la regresión en su marcha, de manera que ella
no supere la imagen-recuerdo, y a partir de allí pueda buscar otras vía*
que permitan establecer desde el exterior la identidad anhelada. Esta inh‘
bición, y la desviación de la excitación que sigue, es la obra de un seq
gundo sistema que controla la motricidad voluntaria... [482].” Así se*
constituye la prueba de realidad y el proceso secundario “que tantea*
fluctúa, realiza investiciones en todos los sentidos y después las retira»;
[509]” y, para alcanzar sus fines, debe “reservar la mayor parte de sus in-f
vesticiones de energía y (...) sólo emplear poco en vista del desplaza--
miento [510]”.2 Es por lo tanto la acción de ligadura, de inhibición del;!
proceso secundario, lo que caracteriza el régimen del flujo de la excita-*}
ción en el sistema preconsciente al cual está vinculado así como el sis-,
tema inconsciente lo está al flujo energético libre del proceso primario..
Sólo cuando “el segundo sistema ha logrado su trabajo exploratorio re
laja las inhibiciones, abre los diques y deja que las excitaciones fluyan
hacia la motilidad [510]”.
Pero para realizar su tarea y actuar de modo útil sobre el mundo exte
rior, la actividad secundaria tiene que disponer de todo el material mné-
mico acumulado por las experiencias vividas. Allí interviene la conside
ración de la “experiencia externa de terror”, cuando una percepción se ha
visto acompañada de dolor. “El aparato primario conservará una tenden
cia a abandonar esta imagen mnémica (de la fuente de dolor), penosa, ca
da vez y cuando sea suscitada, porque el exceso de su excitación respecto
de la percepción provocaría displacer (o más exactamente porque co
mienza ya a provocarlo) [510].” Ese derrame “nos presenta el modelo y
el primer ejemplo de la represión psíquica [511]”, que es por lo tanto el
otro rostro del proceso primario (el primer rostro, ligado a la satisfac
ción, es la alucinación). El sistema secundario sólo puede entonces uti
lizar el recuerdo (esencial para la adaptación de su actividad) de las expe
riencias de dolores porque es capaz de inhibir (ligadura) el desarrollo del
displacer; desde luego, inhibe su desarrollo completo: un “inicio de dis
placer” es en efecto necesario como señal para la utilización de esas ex
periencias (cf. el Esquisse). Así puede reemplazar la identidad de percep
ción primaria por la identidad de pensamiento que llega finalmente al
mismo fin, es decir a la reproducción de la experiencia de satisfacción.
Para ello la liberación relativa respecto del principio de placer-displacer
representa un elemento esencial, lo mismo que la libre disposición de
las representaciones y de las conexiones que las vinculan; de allí provie
ne la inhibición del proceso primario en el pensamiento, y por lo tanto
de las actividades de desplazamiento y de condensación que se producen
en aquel proceso, como lo ponen de manifiesto el sueño y otras forma
ciones del inconsciente.
La conciencia desempeña un papel fundamental en el funcionamiento
350
del proceso secundario: hemos visto que, a través de su enlace con el
sistema del lenguaje, el preconsciente podía atraer una conciencia per-
ivptiva hacia la actividad de pensamiento. La conciencia aparece de en-
litula como “un órgano de los sentidos que permite percibir las cualidades
psíquicas [522]”. Del mismo modo que “la percepción por nuestros ór
ganos de los sentidos tiene como consecuencia dirigir una investición de
mención hacia las vías en las que se propaga la excitación sensorial que
llega (asimismo, la conciencia), por la percepción del placer y del dis
placer influye en el curso de las investiciones en el interior del aparato
psíquico [523]”. Superpone por lo tanto “un segundo reglaje más fino
| Y23]” al funcionamiento primario automático del principio placer-dis-
plncer: “la sobreinvestición producida por la influencia reguladora del
rtinano de los sentidos de la conciencia [524; las bastardillas son mías]”
permite en primer lugar una modulación de la actividad psíquica. De allí
ln importancia de su regulación por el preconsciente (atención), y en
i onsccuencia de la ligazón con el lenguaje que permite atraer hacia los
procesos de pensamiento (y por lo tanto controlarlos) la sobreinvesti-
i ion consciente.
353
tal modo la existencia de un fondo de recuerdos infantiles, sustraído®
desde el principio a la vigilancia del preconsciente, es la primera condil
ción de la represión [513-514].” (1
Ese tema de la represión originaria, condición indispensable de lafl
represiones ulteriores, será en adelante una constante del pensamiento]
freudiano: por el Esquisse conocemos su origen conceptual, pero de allfl
en más la explicación deberá provenir de la teoría de la libido. Al mismo!
tiempo, deja de señalar un fenómeno patológico: “lo que está reprimida)
también consiste y subsiste en el hombre normal y sigue siendo capa®¡
de rendimiento psíquico [516]”; por otra parte, el sueño no es un fenó*J
meno de psicología normal, lo mismo que toda esa “psicopatología de fai
vida cotidiana” sobre la cual al año siguiente (1901) Freud publicará el
tratado. El chiste y lo cómico son otros de sus aspectos, y demuestran-
“qué aumento de trabajo exige la inhibición de los modos primarios al
señalar que obtenemos (...) un excedente que se descarga en risa, cuando;
los dejamos penetrar en la conciencia [515]” (véase Le mot d'esprit et
ses rapports avec l'inconscient, 1905). Los procesos psíquicos que es
tán en la base de la patología aparecen así como de la misma naturaleza
que los qije estructuran la vida mental del hombre llamado normal: tal
fue el sentido de ese gran viraje del pensamiento freudiano que sucedió al
derrumbe de la neurótica y que signan las grandes obras de los años
1900-1905.
En adelante el desencadenamiento de la neurosis dependía de una
ruptura del equilibrio: “Cuando el deseo inconsciente reprimido es refor
zado orgánicamente y presta esta fuerza nueva a sus pensamientos de
transferencia (sustitutivos), de manera que ellos pueden intentar penetrar
por la fuerza (en el preconsciente), hay entonces refuerzo de la oposición
del preconsciente a los pensamientos reprimidos (contrainvestición), y
después transacción, pasaje de los pensamientos de transferencia (carga
dos de deseos inconscientes) bajo una forma intermediaria y creación del
síntoma [514].” De modo que por segunda vez se nos remite a la teoría
sexual, a través del interrogante del porqué de ese “refuerzo orgánico”.
Antes de examinar dicha teoría sexual en detalle, señalemos lo que
permitió el “pasaje” evolucionista que marca la carta 52: el modelo teó
rico freudiano es en adelante tan significativo para la psicología normal
como para la psicología de las neurosis. Mejor aun, permite conceptua-
lizar la identidad fundamental de ambas, una de las adquisiciones funda
mentales del psicoanálisis. Los tres registros metapsicológicos se han
diferenciado ya suficientemente de sus modelos originarios como para
representar las grandes dimensiones fenomenológicas de la clínica analí
tica: el conflicto psíquico (punto de vista dinámico), la existencia del in
consciente, sus leyes y su relación con la conciencia (punto de vista tó
pico), la gravitación de las relaciones de equilibrio y de importancia rela-
354
"S
355
apoya en una función que sirve para conservar la vida, y sólo más tarde
se hace independiente de ella [74].” Así se pueden tomar en cuenta pul
siones parciales sin zona erógena, tales como el sadomasoquismo o el
exhibicionismo.
El segundo carácter esencial de la sexualidad infantil “consiste en que
no está dirigida hacia otra persona. El niño se satisface con su propio
cuerpo; su actitud es autoerótica [74]”. Esa actividad autoerótica en
cuentra su modelo en la masturbación, que ilustra claramente su carácter
local (circuito tensión-descarga): “El estado de necesidad, que exige el re
tomo de la satisfacción, se revela (...) por un sentimiento particular de
tensión (...) un prurito... [78, las bastardillas son mías]” que la mani
pulación autoerótica alivia.
Un tercer carácter es la ambivalencia del niño en el plano de la acti
vidad o de la pasividad sexual, su disposición bisexual fundamental.
La evolución hacia la sexualidad adulta consistirá entonces en un pa
saje desde esa anarquía autoerótica (“disposición perversa polimorfa
[86]”) hasta la elección de un objeto (hétero) sexual y un “fin sexual
nuevo (...) en cuya realización cooperarán todas las pulsiones parciales,
en tanto que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona
genital [111]”, todo ello “en razón de modificaciones orgánicas y de in
hibiciones psíquicas que sobrevienen en el curso del desarrollo [146]”.
En efecto, “la pulsión sexual de los adultos se forma por la integración
de los múltiples movimientos e impulsos de la vida infantil, de manera
que se forme una unidad, una tendencia dirigida hacia un solo y único fin
[146-147]”. Se debe precisar que los órganos genitales constituyen desde
la infancia una zona erógena intensamente activa, sin que por ello se es
tablezca una jerarquía entre ella y sus homólogas (lo que una vez más es
cierto en ese estadio del pensamiento freudiano). Por otra parte, una pri
mera elección de objeto se bosqueja desde la infancia, “caracterizada por
la naturaleza infantil de los fines sexuales [98]”, y por objetos familiares
o parentales; algunas pulsiones parciales, como las parejas voyeurismo-
exhibicionismo o sadismo-masoquismo, son objetales por naturaleza.
La clave de esta evolución bifásica está constituida por el período de
latencia sexual, que se extiende desde aproximadamente el quinto año de
la vida infantil hasta el despertar sexual de la pubertad. “Durante el perí
odo de latencia (...) se constituyen las fuerzas psíquicas que, más tarde,
obstaculizarán las pulsiones sexuales y, como diques, limitarán y cerra
rán su curso. (...) Ante el niño que ha nacido en una sociedad civilizada
se tiene la sensación de que esos diques son obra de la educación, y por
cierto la educación contribuye a erigirlos. En realidad, esta evolución
condicionada por el organismo y fijada por la herencia puede a veces
producirse sin ninguna intervención de la educación. Esta, para permane
cer dentro de sus alcances, deberá limitarse a reconocer las huellas de lo
356
<|uc está orgánicamente preformado, a profundizarlo y depurarlo [69-70;
las bastardillas son mías].” Esa represión orgánica es responsable de la
amnesia infantil y da cuenta de la capacidad para las represiones ulterio
res que “solamente se explican por el hecho de que el individuo posee un
t conjunto de vestigios dejados por el recuerdo, de los que la conciencia no
puede disponer y que por un proceso de asociación se convierten en ceñ
iros de atracción para los elementos que fuerzas provenientes de la aso
ciación rechazan y reprimen [68]”.
Segúñ lo dice Freud en un artículo exactamente contemporáneo,10 su
evolución en el plano teórico lo condujo en consecuencia a pen
sar que la “defensa en el sentido puramente psicológico ha sido reempla
zada por la represión sexual orgánica”.11 De modo que ésta consiste en
la aparición de esos diques psíquicos12 que canalizan y cierran el curso
de la excitación sexual: pudor, asco, vergüenza, compasión, dolor, aspi
raciones morales y estéticas, horror al incesto. “Verosímilmente, ellos
se constituyen a expensas de las tendencias sexuales del niño (asi") des
viadas de su uso propio y aplicadas a otros fines [70].” Esos diques son
los “depósitos históricos de las inhibiciones exteriores impuestas a la
pulsión sexual en la filogénesis de la humanidad [174, nota 29]”. Ese
proceso es en efecto la fuente de las sublimaciones y del desarrollo mo
ral y cultural de la humanidad, por lo menos en lo que concierne a las
pulsiones cuya integración en lasexualidad adulta13 es imposible (sado-
masoquismo, tendencias incestuosas y homosexuales, analidad, etcétera).
III resto se subordina a la primacía genital y a la elección de objeto hete
rosexual, procurando los “placeres preliminares” que sirVen de introduc
ción en el desarrollo del acto sexual. En cuanto a la elección de objeto
Infantil (incestuoso), “los fines sexuales así formados han sufrido una
especie de suavización y se presentan en este período como constitu
yendo una corriente de ternura en la vida sexual [98]”.
359
nea, que se encuentra invariablemente en la etiología de las neurosis (y)
se manifiesta por una interrupción, una abreviación o una supresión del
período de latencia. Su efecto será hacer más difícil el dominio deseable
de la pulsión sexual por las instancias psíquicas superiores [159]”; a
continuación, el orden de aparición y la duración de la actividad de las
pulsiones parciales; en efecto: “No es indiferente que una corriente surja
antes o después de la corriente contraria, pues el efecto de una represión
no puede ser anulado [160]”;16 por fin, la tenacidad, “capacidad de fija- i
ción de las impresiones de la vida sexual [161]”, factor que Freud deno- |
minará más tarde viscosidad de la libido y que explica que “las mismas ‘
manifestaciones sexuales precoces no ejerzan en otros sujetos una in
fluencia lo bastante profunda como para forzarlos a la repetición [161]”. j
—Finalmente, las “causas ocasionales”, es decir las experiencias par
ticulares, accidentales de la primera infancia, factores de la historia per- .
sonal y de las influencias experimentadas. i
Teoría de la técnica
361
r
NOTAS
362
r .
so; si alguien se interesara en él, tendría que recurrir a analogías
; físicas y tratar de representarse los procesos motores que acompa
ñan la excitación de las neuronas [510]”. Pasaje que sería sin duda
enigmático si no contáramos con el Esquisse.
' S. Freud: Le mot d'esprit et ses rapports avec Vinconscient, 1905,
1 págs. 282-283.
■I S. Freud: “Des sens opposés dans les mots primitifs”, 1908, en Es-
sais de psychanalyse appliquée, págs. 59-67.
^ Cf. R Bercherie: “La constítution du concept freudien de psychose”,
que aparecerá en Ornicar?
U Infra, las citas aparecen con el número de página de la edición france
sa (S. Freud: Trois essais sur la théorie de la sexualité) entre cor-
chetes hasta el final de este capítulo, sin llamadas; salvo mención
364
Capítulo XV
Alrededor del año 1909, una muy profunda mutación interna trabajaba el
pensamiento freudiano: pronto se difundirá en los textos de los afíos
1911-1917, que culminaron en un gran intento de síntesis, con la Mé-
tapsychologie y las lecciones de Introduction á la psychanalyse. La
primera huella de la nueva orientación se encuentra %n la quinta de las
conferencias pronunciadas por Freud en setiembre de 1909 en la Clark
University, en oportunidad de su viaje a Estados Unidos de América, a-
compañado por Jung. Freud observa que “los hombres caen enfermos
cuando, como consecuencia de obstáculos exteriores o de una adaptación
insuficiente, la satisfacción de sus necesidades eróticas les es negada en
la realidad. Vemos entonces que se refugian en la enfermedad, a fin de
poder obtener, gracias a ella, los placeres que la vida les niega”.1 Ocurre
en efecto que “mantenemos dentro de nosotros toda una vida de fantasía
que, al realizar nuestros deseos, compensa las insuficiencias de la exis
tencia verdadera. El hombre enérgico y que tiene éxito es aquel que llega
a transmutar en realidades las fantasías del deseo. Cuando esa transmuta
ción fracasa por falta de circunstancias exteriores y por la debilidad del
individuo, éste se aparta de lo real; se retira al universo más feliz de su
sueño; en caso de enfermedad transforma su contenido en síntomas”.2
A ese tema nuevo (el de la polaridad entre una adaptación a lo real
concebida como una tensión en la acción — más tarde Freud la llamará
"aloplastia”— y un refugio patógeno en el mundo interior de ensueños
lantasmáticos omnipotentes —“autoplastia”—) vamos a encontrarlo ín
timamente ligado a la introducción de la noción de narcisismo y a un
365
nuevo análisis de la estructura y el funcionamiento del aparato mental.
No se trata de que el problema del fantasma sea en Freud una novedad;
lejos de ello: desde el abandono de la teoría de la seducción, el fantasma
avanzó cada vez más al primer plano de la exploración psicoanalítica3
como encamación privilegiada (representante psíquico) de la pulsión y
matriz del síntoma. Pero hasta entonces el fantasma había sido concebi
do como una especie de eslabón intermedio entre la tensión somática
pulsional y la descarga en la acción adecuada; proyecto de acción, recuer
do de experiencia satisfactoria pasada, también podía por cierto represen
tar una especie de satisfacción sustitutiva de la pulsión cuando a ella se
le negaba una salida más adecuada (papel del “sueño diurno”, al que
Freud considera una de las matrices del fantasma). Pero en ningún caso
hasta entonces el fantasma había sido concebido como una de las ver
tientes de la actividad psíquica en su mediación entre la pulsión y la rea
lidad
Esa nueva orientación de la mirada freudiana tiene su fuente en los
contactos que en 1909, desde poco más de dos años, Freud mantenía cori
la escuela de Zurich, es decir esencialmente con Jung y accesoriamente
también con Bleuler y Abraham. A lo largo de toda la rica corresponden
cia que Freud sostuvo con Jung (la única en la que se halla el mismo a-
liento y el mismo nivel que caracterizaron el intercambio con Fliess)
parecería que la mutación se forjó en un terreno principal de discusión:
el problema de las psicosis. El debate se refiere primero a la autonomía
nosográfica de la demencia precoz (esquizofrenia) con relación a la para
noia. La posición de Freud está de entrada extremadamente construida: en
lo esencial ya corresponde poco más o menos al análisis que desarrollará
con respecto al presidente Schreber.
Su idea básica es que se trata fundamentalmente de una sola entidad
de un solo proceso patológico, cuya versión completa, canónica, es la
paranoia (en el sentido prekraepeliniano): “La paranoia sigue siendo el
concepto teórico; demencia precoz parece ser en efecto una expresión e-
sencialmente clínica.”4
Freud expone el modo en que se representa el conjunto de ese proce
so complejo, en una carta del 21 de abril de 1907,5 que acompaña un
manuscrito acerca de ese tema redactado en el mismo momento,6 y en la
carta siguiente del 23 de mayo.7 En ese manuscrito de abril de 1907
Freud estableció que en la paranoia, a continuación del conflicto, “la li
bido le es retirada al objeto. (...) La hostilidad hacia el objeto que se ma
nifiesta en la paranoia (...) es la manifestación endógena de la desinves-
tición libidinal.8 (...) La investición retirada al objeto es vuelta hacia el
yo, es decir que se convierte en autoerótica. Así, el yo paranoide está so-
breinvestido —egoísta, megalómano— ”.9 Tal es el primer tiempo, el de
la represión:10 “La libido abandona la representación de objeto, la cual,
>
366
de ese modo precisamente despojada de la investición que la designaba
como interior, puede ser tratada como una percepción y proyectada hacia
el exterior (donde) puede ser acogida fríamente durante un momento”.11
Desde ese punto de partida común “es posible entonces construir
Ircs casos:
” 1) la represión... tiene un éxito definitivo; entonces hay (...) de
mencia precoz. (...) Quizás la representación de objeto proyectada apa
rezca sólo pasajeramente en la ‘idea delirante’; la libido se agota definiti
vamente en autoerotismo, la psique se empobrece (...);
”2) o bien, en el momento del retomo de la libido (fracaso de la pro
yección) solamente una parte es dirigida hacia el autoerotismo; otra bus
ca de nuevo el objeto, que debe entonces ser hallado en el extremo per
ceptivo, y que es tratado como una percepción. Entonces la idea delirante
se hace más acuciante, la contradicción contra ella cada vez más violen
ta, y todo el combate de defensa se libra de nuevo, como rechazo de la
realidad (...) hasta que finalmente la libido recién llegada sea sin embar
go arrojada al autoerotismo, o que una parte de ella quede perdurable
mente fijada en el delirio. (...) Se trata de la demencia precoz en el para-
noide, el caso por cierto más impuro y más frecuente;
”3) o bien la represión fracasa por completo. (...) La libido recién
llegada gana al objeto en adelante convertido en percepción, produce ide
as delirantes extremadamente fuertes, la libido se cambia en creencia, se
desencadena la transformación secundaria dél yo; esto da la paranoia pu
ra”.12
En esta última forma volvemos a encontrar los primeros análisis de
Freud,13 pero en adelante, respecto de la paranoia, “el mecanismo sólo
se vuelve (...) explicable por medio de esa serie que va hasta la demencia
precoz completa”, 14 es decir a través del concepto de desprendimiento de
la libido y por lo tanto de la referencia a una regresión autoerótica. Hay
allí, por otra parte (es necesario precisarlo) una idea ya antigua de
Freud,15 que le habla de ella a Fliess en su carta del 9 de diciembre de
1899: “Me he visto llevado a considerar la paranoia como el acceso de
uha corriente autoerótica.”16 De modo que en 1907 comunicó ese análi
sis a Jung, al mismo tiempo que a Abraham,17 quien lo adoptará y, en
lo que concierne a la demencia precoz, publicará en tal sentido, en 1908,
su artículo “Les différences psychosexuelles entre l'hystérie et la démen-
cc précoce”.18 En cuanto a Jung, opuso un cierto número de argumentos
que ponían de manifiesto una posición bastante distinta sobre el conjun
to del problema, traduciendo por cierto lo que Freud entendió inmediata
mente sin duda y a justo título como la influencia rival de su “jefe”
Bleuler, pero también probablemente la gravitación de un material clíni
co específico, el de las grandes psicosis asilares.
Bleuler, en efecto, estaba completamente de acuerdo con Kraepelin en
367
distinguir del grupo de la demencia precoz-esquizofrenia, una paranoia
restringida, que subsumía las psicosis delirantes crónicas no alucinato-
rias cuyo desarrollo, no disociativo, se desplegaba “con conservación
completa de la claridad y del orden en el pensamiento, la voluntad y la
acción”.19 En su obra de 1906 Bleuler entiende la paranoia como la sis
tematización de una reacción afectiva de ciertos predispuestos a situacio
nes vitales que defraudan sus esperanzas, los humillan, y a las cuales el
delirio aporta una desmentida directa (delirio de grandezas) o indirecta, re
lacionando el fracaso del sujeto con la mala voluntad del ambiente (deli
rio de*persecución). En resumen, una reacción de afirmación de sí que
manifiesta la protesta de un yo vigoroso e hipersensible; de allí las a-
firmaciones de Bleuler según las cuales los complejos sexuales sólo de
sempeñarían un papel débil en la patogenia de la paranoia verdadera,
mientras que al “complejo del yo” (o complejo personal) le correspondía
el lugar principal. De entrada, Freud acogerá mal ese tipo de análisis:
“No sé qué hacer con la ‘personalidad’, ni tampoco con el ‘yo’ bleuleria-
no. (...) Pienso que son conceptos de psicología de superficie.”20 Asi
mismo, le escribió a Abraham poco después: “ ‘Personalidad’, de la
misma manera que el concepto del yo de vuestro jefe (Bleuler), es una
expresión poco determinada, que pertenece a la psicología de superficie y
que, para la comprensión de los procesos reales, y por lo tanto para la
metapsicología, no aporta nada en particular.”21
En cuanto a la demencia precoz, en el centro de las preocupaciones de
Jung (cuya posición se elaboró lentamente bajo los ojos del propio
Freud)22 estaba la noción que un poco más tarde -Bleuler denominará
autismo. Desde el principio recibió la noción de autoerotismo otorgán
doles una significación muy particular: “Cuando usted dice que la libido
se retira del objeto, quiere sin duda decir que se retira del objeto real por
razones normales de represión (obstáculos, imposibilidad evidente de re
alización, etcétera) y que se vuelve hacia una burla fantasmática del con
trol de lo real, con lo cual inicia su juego autoerótico clásico.”23 De
modo que Jung trata de ubicar el concepto freudiano en una polaridad
entre la realidad y el fantasma: “El autoerotismo, como sobrecompen-
sación de los conflictos de realidad es en gran medida teleológico. (...)
Las psicosis (...) deben sin duda comprenderse como aislamientos pro
tectores que han fracasado, o más bien que se han desarrollado desmesu
radamente. (...) Los enfermos no se esfuerzan (...) por intentar ajustes a
la realidad, por el salto de relaciones nuevas adecuadas. (...) La paranoia
busca soluciones interiores (al conflicto).”24 De allí proviene el análisis
que propone del mecanismo patógeno: “El desprendimiento y la retrofor-
mación de la libido en formas autoeróticas tienen probablemente una
muy buena razón en la afirmación de sí, en la autoconservación psicoló
gica del individuo.”25 Se trata de la idea de la “fuga a la enfermedad”26 y
368
se puede ver a Jung extender el análisis bleuleriano al conjunto de las
dos grandes psicosis. Por ello no tiene inconvenientes en aceptar la sín-
lesis freudiana. Por lo demás, la concepción que elabora parece tener un
nlcance más general, puesto que con diversos resultados se aplica final-
unente al conjunto de los procesos neuróticos. No obstante, “la histeria,
junto con la represión, realiza siempre nuevos intentos de ajustes a la
realidad, relaciones nuevas adecuadas”.27 De modo que Jung se verá lle
vado a oponer las “neurosis de transferencia” a las “neurosis de introver
sión” (psicosis) de acuerdo con lo que considera el desenlace ulterior de
la enfermedad.
Es interesante ubicar el origen de las concepciones de Jung. Cada vez
que evoca el déficit mental que acompaña a la fuga autoerótica a la enfer
medad (a la cual pronto denominará introversión de la libido) emplea en
francés la expresión “descenso del nivel mental” 28 tomada de la teoría
de la psicastenia de Pierre Janet. Por lo demás, el mismo explicita clara
mente la filiación conceptual: “psicastenia = introversión de la libido =
demencia precoz”.29 Como ya lo hemos visto respecto de la histeria,30
Janet consideraba las neurosis como efecto de un descenso de la tensión
psicológica que hacía al sujeto incapaz de ejercer la función de lo real,
la actividad psicológica que exigía el máximo de tensión mental (acción
voluntaria adaptada), y lo dejaba librado al reino del los automatismos
-los ensueños de autosatisfacción constituían uno de los aspectos, lo
mismo que los síntomas de las neurosis— . La escuela de Zurich conocía
bien a Janet: Bleuler tomó de él el marco conceptual de su teoría de la
esquizofrenia, Jung asistió a sus cursos en París durante el invierno de
1902-1903. Además terminará por alinearse con el francés en posiciones
homólogas, “considerando como fundamento constitucional de las neu
rosis la mala relación entre libido (...) y afirmación de sí” ,31 traducción
"adlerizante” de la teoría de Janet, puesto que las neurosis eran casos “de
sobreinvestición de sí, o sea de debilidad en la adaptación, yendo ambas
cosas siempre juntas” 32 Así, le afirmará finalmente a Freud que “la su
presión de la función de realidad en la demencia precoz no se deja reducir
a la represión de la libido”,33 puesto que esta última, por el contrario,
sería su efecto.
De entrada, Freud reaccionó negativamente a las ideas que Jung le
comunicaba: la libido “no es autoerotismo mientras tiene un objeto, se
trate de un objeto real o de un objeto fantasmático”,34 le respondió. Pe
ro de modo progresivo irá manifestando por la concepción junguiana un
interés creciente: “sus observaciones (...) han encontrado resonancia en
mí”;35 “sus puntos de vista (...) son ciertamente justos pero no para la
paranoia solamente. Conciernen sin duda a todas las neurosis y psico
sis”.36 Al mismo tiempo, seguía suscribiendo la mayor parte de su pro
pio análisis y se inquietaba por la evolución de Jung: “La psicología de
369
Adler nunca ve más que lo que reprime y describe en consecuencia la ac
titud del yo con respecto a la libido como la condición fundamental de la
neurosis. Encuentro que en el presente está usted en el mismo camino,
casi con la misma palabra. Es decir que también usted, a causa del yo,
que no he estudiado suficientemente, corre el riesgo de perjudicar a la li
bido a la cual he rendido homenaje.”37 En adelante, Freud tratará de cu
brir esa “insuficiencia” duplicando la psicología profunda, que hasta en
tonces había sido esencialmente el psicoanálisis, con una psicología del
yo a la que consagrará por sobre todo sus esfuerzos. El primer texto ca
pital en ese sentido, Formulations sur les deux principes du fonction-
nement mental, apareció en 1911; lo anunció a Jung con las siguientes
palabras: “No se sorprenda ahora si encuentra una parte de las exposicio
nes de sus escritos en un ensayo mío (...) y no me llame plagiario por
ello, aunque tenga la tentación de hacerlo.”38
De modo que, a través del “plagio” (integración sería una palabra
más precisa) de una concepción de Janet vía Jung, Freud emprende la re
visión del modelo atomístico y “maquinístico” del psiquismo que hasta
entonces había estructurado su pensamiento. Así se verá llevado a llenar
esa laguna inicial de su mirada respecto de la cual he insistido varias ve
ces: la ausencia de una percepción del aspecto de la personalidad en la es
tructura subjetiva.
370
la significación psicológica del-mundo exterior real en el ensamblaje de
nuestra doctrina.”40
Como se ve, Freud integró completamente el punto de vista jun-
guiano: en adelante experimentó algo así como una urgencia por cons
truir la teoría de ese modo de ver. Trató de hacerlo a partir de los mate
riales de los cuales ya disponía, retomando la oposición genética entre
los sistemas inconscientes (proceso primario, principio del placer) y
preconsciente-consciente (proceso secundario, principio de realidad). Pero
en lo que concierne a la descarga motriz aparece un matiz importante,
cuando ella pasa bajo el régimen del principio de realidad: “Durante la
dominación del principio del placer, la descarga motriz había servido pa
ra aliviar el aparato psíquico de los aumentos de excitación, conformán
dose a esa tarea mediante inervaciones enviadas al interior del cuerpo
(mímica, manifestaciones de los afectos); en ese momento recibe una
nueva función, al servir para la transformación adecuada de la realidad.
Se convierte en acción.”41 En el modelo reflexológico utilizado por
Freud hasta allí, el proceso primario se traducía en una alucinación del
objeto (satisfaciente o nocivo) seguida de la acción específica, inadecua
da en ese caso en virtud de la no-presencia real de su objeto. De modo
que aquí se describe un proceso muy diferente: el funcionamiento prima
rio se consume en descargas energéticas internas, lo que durante cierto
tiempo es posible en el lactante desde que “sólo se le añaden los cuida
dos de la madre”.42
En consecuencia, dos regímenes de funcionamiento se suceden en a-
delante en la óptica freudiana: el primero, autístico (Freud remite aquí
al término de Bleuler), no tiene en cuenta la realidad y vive en una autar
quía que no se comprende a menos que se tome en consideración el am
biente (modelo del lactante, del huevo de ave); en el segundo, se realiza
penosamente el aprendizaje de la acción, en tanto que ella apunta a una
transformación apropiada de la realidad. De modo que ya no consiste en
un montaje reflejo (“acción específica”) del cual el sistema secundario
controlaría el disparador, sino en una actividad inventiva, que necesita de
un conocimiento correcto de la realidad y una tensión mental costosa. Se
comprende entonces la nostalgia del funcionamiento primario: “una
tendencia general de nuestro aparato psíquico (...) parece expresarse en la
tenacidad con la cual el hombre permanece apegado a las fuentes de pla
cer que están a su disposición, y en su dificultad para renunciar a ellas.
Con la instalación del principio de realidad, una cierta especie de activi
dad del pensamiento fue escindida del resto; conservando su libertad con
respecto a la prueba de la realidad, seguía sólo sometida al principio del
placer. Se trata de la actividad fantasmática, que empieza a manifestarse
ya en los juegos de los niños y que más tarde, continuada como ensue
ño diurno, renuncia a apoyarse en objetos reales.”43
371
En ese punto resulta esencial captar el deslizamiento: ya no estamos
ante dos regímenes de funcionamiento de un aparato que una prolongada
evolución biológica ha adaptado a su función, sino ante dos modos je
rarquizados de la actividad vital de un ser, a la vez organismo y sujeto,
que realiza el duro aprendizaje de la adaptación a lo real, conservando la
nostalgia de la autosuficiencia ilusoria de su vida “prehistórica”.44 Por
cierto, el vocabulario sigue siendo globalmente el mismo, pero el mo
delo ha sufrido una corrección tan esencial que en adelante ya no podrá
cumplir con la misma función y, entre retoques y complementos, tendrá
necesariamente que evolucionar hacia una refundición completa. Esa vez
Freud integra totalmente el pensamiento evolucionista y avanza rápida
mente hacia una conceptualización de tipo globalista.
Las dos grandes etapas del desarrollo mental así establecidas arrojan
una luz particular sobre el despliegue de los procesos patológicos. Casi
desde la misma época, Freud opuso en sus análisis dos grupos pulsiona-
les: “Las oposiciones entre las representaciones son sólo la expresión de
los combates entre las diferentes pulsiones. La innegable oposición en
tre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención de placer se
xual, y las otras cuya finalidad es la autoconservación del individuo, las
pulsiones del yo, tiene una importancia muy particular en nuestro inten
to de explicación.”45 Ahora bien, “el relevo del principio del placer por
el principio de realidad (...) no se realiza de golpe, ni al mismo tiempo
en toda la línea. En efecto, mientras que ese desarrollo progresa en las
pulsiones del yo, las pulsiones sexuales se separan de él de una manera
muy importante. Las pulsiones sexuales se comportan de entrada de mo
do autoerótico (...) y por lo tanto no caen en la situación de frustración
que ha obligado a la institución del principio de realidad. Más tarde,
cuando comienza para ellas el proceso de hallazgo del objeto, este últi
mo encuentra pronto una prolongada interrupción debida al período de
latencia (...). Esos dos momentos (autoerotismo y período de latencia)
tienen como consecuencia que la pulsión sexual se vea suspendida en su
desarrollo psíquico y permanezca durante mucho más tiempo bajo el do
minio del principio del placer (...). Como consecuencia de esas circuns
tancias se constituye una relación estrecha entre la pulsión sexual y la
actividad fantasmática, por una parte, y por la otra entre las pulsiones
del yo y las actividades de conciencia. (...) Una parte esencial de la dis
posición psíquica (que favorece) a la neurosis está así constituida por la
educación retardada de la pulsión sexual para la consideración de la reali
dad (...)” 46
De modo que siguen siendo las particularidades del desarrollo psico-
sexual las que explican la psicopatología, pero lo hacen a través de un a-
nálisis que privilegia la tendencia autística y desadaptada de la pulsión
sexual, su afinidad con la satisfacción autoerótica y fantasmática, su pa
372
rentesco con el sistema inconsciente y sus depender »as. “Esa relación
nos impresiona por su carácter muy íntimo (...) incluso aunque estas
consideraciones extraídas de la psicología genética permitan reconocerla
como secundaria.”47 Freud vuelve a encontrar algo de la síntesis del
Esquisse, del lazo entre inconsciente y sexualidad: “La represión sigue
siendo omnipotente en el dominio de la actividad fantasmática (...). Ese
es el primer punto débil de nuestra organización psíquica, y puede ser u-
tilizado para poner bajo el dominio del principio del placer procesos de
pensamientos que ya se han adecuado a la razón.”48
Pero en adelante el proceso de regresión funcional puede apuntar tan
to a la libido como a las pulsiones del yo: el yo que ha “efectuado su
transformación de un yo-placer en un yo-realidaü!”49 volvería a encon
trar así un modo de funcionamiento de tipo primario (cf. el caso de a-
mencia de “Psychonévroses de défense”, modelo extremo de ese proce
so). Verificaremos la utilidad de ese punto de vista para el conjunto del
problema de las neurosis y, en particular, para la patología narcisista.
Por otra parte, Freud extrajo de ese modo de ver las dos secuencias evo
lutivas paralelas del yo y la sexualidad una nueva hipótesis acerca del
problema de la elección de la neurosis: cada etapa de ese proceso, cada
desfasaje en la sincronización de las dos series proporciona el germen (fi
jación) de una disposición neurótica cuya forma depende del momento
del impacto patógeno.50
373
conflicto (...) inevitable (con) la otra parte de la personalidad que perma
nece relacionada con la realidad. (...) Conflicto resuelto mediante forma
ciones sintomáticas y (...) una enfermedad manifiesta”.55
—En el segundo tipo, “el individuo (...) cae enfermo en su intento
(...) por satisfacer la exigencia de la realidad. (...) De entrada está el
conflicto presente entre el esfuerzo por seguir siendo como se es y el es
fuerzo por modificarse en función (...) de las nuevas exigencias de la rea
lidad”.56 En este tipo de caso, por lo tanto, domina la disposición por
fijación y hace que “la modificación a la que apuntan los enfermos (y
que) por lo común tiene el valor de un progreso en el sentido de la vida
real (...) sólo puede ser realizada (por ellos) imperfectamente, o incluso
no puede ser realizada en absoluto”.57
—El tercer tipo es una exageración del segundo; se trata de la “inhi
bición del desarrollo (...). La libido no ha abandonado nunca las fijacio
nes infantiles, la exigencia de la realidad no se le presenta bruscamente,
de un solo golpe, a un individuo total o parcialmente maduro, (sino que)
proviene del hecho simple del envejecimiento, puesto que va de suyo
que se modifica continuamente con la edad del individuo. Aquí el con
flicto se borra ante la insuficiencia”58 (cf. Janet), aunque de hecho esté
presente un factor gradual, alimentando el conflicto.
—El cuarto tipo corresponde al factor puramente cuantitativo; el in
dividuo cae enfermo sin que nada haya cambiado en el mundo exterior.
Un acrecentamiento endógeno (pubertad, menopausia, por ejemplo) de la
producción libidinal, de alguna manera ha “desestabilizado” su equilibrio
interno, actuando como una frustración (en este caso relativa) del primer
tipo.
Es muy evidente que la nueva óptica modifica por igual el abordaje teó
rico y la concepción concreta del tratamiento y de su desarrollo. En ade
374
r lante el acento cae en la resistencia al proceso analítico y en la función
de la transferencia: “Desde hace Inucho tiempo hemos dejado de creer
(...) que el enfermo sufría de una especie de ignorancia y que si uno la
disipa (...) su curación era segura.61 Ahora bien, esa ignorancia tiene su
fundamento en las resistencias interiores que empezaron por provocarla
y que continúan manteniéndola. (...) Al revelar a los enfermos su in
consciente, siempre se provoca en ellos una recrudescencia de sus con
flictos y un agravamiento de sus síntomas. (...) El psicoanálisis (...)
prescribe no realizar (esas revelaciones) a menos que se cumplan dos
condiciones: 1) gracias a un trabajo preparatorio, los materiales reprimi
dos tienen que encontrarse muy próximos a los pensamientos del j>a-
ciente; 2) el apego del paciente al médico (transferencia) debe ser lo bas
tante fuerte como para que ese lazo sentimental le vede una nueva fu
ga.”62
De modo que en ese punto Freud va a volverse hacia la teoría de la
, transferencia, en adelante, eje esencial del tratamiento. Así, dividirá las
manifestaciones transferenciales en dos grupos: “Todo individuo al cual
la realidad no le aporta la satisfacción completa de su necesidad de amor
se vuelve inevitablemente, con una cierta esperanza libidinal, hacia todo
nuevo personaje que entra en su vida, y es entonces más que probable
que las dos partes de su libido, la que es capaz de acceder a la conciencia
y la que permanece inconsciente, desempeñen su función en esta acti
tud.”63 Desde luego, es la segunda parte la que constituye todo el pro
blema de la transferencia en el tratamiento. Por “lo que Jung, de manera
excelente, denominó introversión de la libido (...). La libido se com
promete (...) en la vía de la regresión y reactiva las imaginaciones infan
tiles. El tratamiento sigue a la libido en ese camino y trata de hacerla de
nuevo accesible a la conciencia para ponerla finalmente al servicio de la
realidad”.64 Pero esta marcha choca con la resistencia del conjunto de las
fuerzas que han provocado la regresión: no solamente las fuerzas repre
soras, sino también la libido introvertida para la cual “la atracción de la
realidad se ha vuelto menor”.65 “Aquí surge la transferencia (que) se ma
nifiesta bajo la forma de una resistencia, de una interrupción de las aso
ciaciones,por ejemplo. (...) La idea de transferencia, con preferencia a
todas las otras asociaciones posibles, ha llegado a deslizarse hasta la
conciencia justamente porque ella satisface la resistencia."66
En efecto, “desde que el analizado es presa de una intensa resistencia
de transferencia, se ve rechazado de la realidad en lo que concierne a sus
relaciones con el médico y se arroga el derecho de transgredir la regla
fundamental”.67 “Las reacciones provocadas iluminan ciertos caracteres
de los procesos inconscientes (...). Las emociones inconscientes tienden
a escapar a la rememoración deseada por el tratamiento, pero buscan re
producirse con el desprecio del tiempo y la facultad de alucinación pro
375
/
376
r rapéuticos, la sugestión — es decir, la potencia de la transferencia (posi
tiva)— pero con una finalidad por completo distinta: en ello reside su e-
ficacia. “Con el psicoanálisis, trabajamos sobre la transferencia misma,
apartamos todo lo que se opone a ella, dirigimos hacia nosotros el ins-
i trumento con cuya ayuda queremos actuar. Alcanzamos así la posibilidad
de extraer un beneficio totalmente distinto de la fuerza de la sugestión
que se vuelve dócil en nuestras manos.”74
En tal carácter, Freud puede insistir como antes en la “influencia e-
ducativa”75 del análisis: “El médico acude en ayuda (del enfermo) recu
rriendo a la sugestión que obra en el sentido de su educación. Así se ha
dicho con razón que el tratamiento psicoanalítico es una especie de pos
educación,,”76 Si, en efecto, la nueva edición del conflicto patógeno
que procura la transferencia tiene una posibilidad de desembocar en un
desenlace más favorable que en el pasado, lo hace “a favor de la modifi
cación del yo que se consuma bajo la influencia de la sugestión médica.
- Gracias al trabajo de interpretación que transforma el inconsciente en
conciencia, el yo se amplía a expensas de aquél; bajo la influencia de los
consejos que recibe, se vuelve más conciliador con respecto a la libi
do” 77 En contraste aparecen las causas posibles de falta de éxito parcial
o total: “insuficiente movilidad de la libido que no se deja desprender fá
cilmente de los objetos en los cuales está fijada (...) rigidez del narcisis
mo que sólo admite la transferencia desde un objeto a otro dentro de cier
tos límites” 78 Aquí se manifiesta el mismo factor negativo que encuen
tra su punto focal en el narcisismo y en la fuerza de atracción de la in
troversión; Freud se verá así llevado a retomar la oposición junguiana de
neurosis de transferencia y neurosis narcisistas (prefiere esta denomina
ción a la otra, demasiado general, de neurosis de introversión); las neu
rosis narcisistas, debido a su estructura, constituyen el límite de las po
sibilidades del tratamiento psicoanalítico (transferencia ausente o inutili
za re ). De modo que es en este punto donde nos encontramos con el te
ma del narcisismo, cuya teoría Freud elaboraba al mismo tiempo.
A. Narcisismo y psicosis
377
/
378
Con la introducción del concepto de narcisismo, se trata de algo que
es muy distinto de descomponer “en dos la primera fase (del desarrollo
sexual), la del autoerotismo”.87 Por cierto, el antiguo concepto de regre
sión autoerótica incluía la noción de un yo sobreinvestido, pero sería
mucho más preciso decir que por esa vía conceptual el pensamiento
freudiano integró en sí los fenómenos narcisistas, asimilándolos a un
grado particular del desarrollo de la libido. Lo que no ocurrió sin que se
plantearan muchos problemas: la unificación de las pulsiones parciales
no explicaba bien el amor de sí. Lo atestigua la ambigüedad del con
cepto del yo como objeto pulsional, perceptible en el deslizamiento de
“él mismo” a “su propio cuerpo” en la definición que ya hemos citado.
La segunda expresión lleva más bien a pensar, en efecto, en el autoero
tismo propiamente dicho, y tiende a desembocar en una definición como
la de Introduction á la psychanalyse: “El autoerotismo fue la actividad
sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido”88 —lo que precisa
mente, al hacer que se interpenetren las dos fases, determina que aparezca
bien la naturaleza distinta del narcisismo”. Se podría por cierto sostener
que esto último corresponde propiamente a una “sobrestimación sexual
del yo (...) que podemos considerar paralela a la sobrestimación del ob
jeto de amor, que ya nos es familiar”89 —y por lo tanto no hace más
que acompañar al autoerotismo, lo que remite una vez más, por otra par
te, a su alteridad— . En efecto, ¿con qué vincular ese fenómeno particular
que acompaña a la investición pulsional (en el sentido sexual) sin ser re-
ductible a ella? También en ese caso, en su artículo “Pour introduire le
narcissisme” (1914), Freud invirtió la perspectiva: “El pleno amor de
objeto (...) presenta la sobrestimación sexual sorprendente que tiene su
origen en el narcisismo originario del niño y por lo tanto responde a una
transferencia de ese narcisismo hacia el objeto sexual.”90
De modo que si bien el narcisismo es demarcado a través del esquema
teórico de la evolución de la libido, el narcisismo lo desborda lo sufi
ciente como para solicitar incesantemente una conceptualización más
amplia. Por otra parte, el yo, estrictamente hablando, no es todavía más
que una noción empírica en esa etapa de la conceptualización freudiana
en la que el concepto de “pulsiones del yo” tiene la misión de explicar la
verdadera esencia del fenómeno (cf. las apreciaciones acerca de la noción
del yo en Bleuler). Así, el narcisismo aparece finalmente como el “com
plemento libidinal” (anaclítico) de las pulsiones egoístas, lo que oscure
ce aün un poco más el status del yo como objeto: ¿de qué modo subsu-
mir en una teoría de ese tipo el aspecto clínico de las cosas, tal como
surge por ejemplo en la descripción siguiente: “la persona se comporta
como si estuviera enamorada de sí misma”?91 Por otra parte, Freud se
esfuerza por distinguir entonces el narcisismo y el “interés” como mani
festación de las pulsiones del yo, por ejemplo en su devenir respectivo
379
/
en el curso de las psicosis.92 Piensa por un instante en “hacer coincidir
lo que llamamos investición libidinal (...) con el interés a secas”,93 pero
no se decide94 a abandonar el dualismo pulsional, clave del conflicto.
No podrá consentir a ello hasta después de haber logrado dotar a la me-
tapsicología de un concepto del yo como instancia —lo que justifica
mejor su cualidad de objeto de amor— y de una nueva dualidad de las
pulsiones, es decir después de 1920.
Mientras tanto, la decisión de reconocer la existencia tan precoz (ori
ginaria en la versión de la Introduction á la psychanalyse, que considera
al narcisismo la primera fase del desarrollo libidinal) de una elección de
objeto infantil abre la vía a una revisión de la teoría del desarrollo libidi
nal. Los materiales mucho más" importantes de los que Freud disponía
en esa época (en particular el análisis de Juanito publicado en 1909) per
miten captar otras dos “organizaciones sexuales infantiles” (y las fijacio
nes patógenas correspondientes):
380
desarrollo de la libido” (cf. el artículo de 1924 de K. Abraham, “Esquisse
d'une histoire du développement de la libido basée sur la psychanalyse
des troubles mentaux”, en Oeuvres completes, tomo II, págs. 255-313)
ya no coincide en adelante con la organización de una jerarquía funcional
a partir de un estado de anarquía polimorfa —concepción jacksoniana de
la edición de 1905 de los Trois essais— . En su lugar aparece propia
mente una historia, sucesión de etapas cada una de las cuales tiene su
coherencia propia, sucesión de estratos vivenciales cuyo modelo Freud
encontrará pronto en las etapas filogenéticas del desarrollo de la especie
(cf. la extensión de esta idea en el Thalassa de S. Ferenczi). En resu
men, como para Tótem et tabou, que ahora vamos a analizar, la refe
rencia darwinista es el primer soporte teórico de la nueva óptica.
B. Narcisismo y omnipotencia
Desde el informe sobre el caso del “Hombre de las ratas” (1909), Freud
había notado el fenómeno de la omnipotencia del pensamiento y obser
vado “que, en esta creencia, se revela una buena parte de la megalomanía
infantil”,98 sin volver al tema más detalladamente. Se va a ver conduci
do a desarrollarlo en la tercera parte de Tótem et tabou (1912-1913),
justamente cuando el concepto de narcisismo permite ubicarlo con co
rrección. Él conjunto de la obra, que se apoya en las observaciones y
concepciones de los antropólogos evolucionistas, reposa sobre la analo
gía de la vida psíquica del primitivo, del niño y de los neuróticos (los
que “han nacido con una constitución arcaica, que representa un resto a-
távico”).99 Freud subraya en efecto "el predominio de las tendencias se
xuales sobre las tendencias sociales (que) constituye el rasgo caracte
rístico de la neurosis. (...) La naturaleza asocial de la neurosis deriva de
su tendencia original a huir de la realidad que no ofrece satisfacciones,
para refugiarse en un mundo imaginario, lleno de promesas seducto
ras”.100 De acuerdo con las concepciones de las Formulations, la pre
ponderancia del factor sexual significa la preponderancia del fantasma y
de los aspectos más arcaicos del funcionamiento mental: el psicoanálisis
puede así integrar los trabajos de la antropología evolucionista.
Consecuentemente, Freud retomará el concepto de animismo que
habían definido Tylor y Spencer,101 al mismo tiempo que la teoría
comteana (modificada) de los tres estados: “En el curso del tiempo, la
humanidad habría conocido sucesivamente tres (...) sistemas intelectua
les, tres grandes concepciones del mundo: la concepción animista (mito
lógica), la concepción religiosa y la concepción científica.”102 “Nos re
sultará fácil seguir (...) la evolución de la ‘omnipotencia de las ideas’ a
través de esas fases. En la fase animista, el hombre se atribuye la omni
potencia a sí mismo; en la fase religiosa, la ha cedido a los dioses, aun
381
/
382
muchas ambigüedades y vacilaciones. Veremos que después del fracaso
en su esfuerzo por reconstruir una metapsicología, Freud tendrá final
mente que intentar la refundición completa de su sistema.
383
la evolución psíquica, el mismo que evoca la última conclusión de To- j
tem et tabou: “En el comienzo era la acción.”113 Pues si la represión
de las tendencias hostiles primitivas engendra el proceso de la civiliza
ción, debe considerarse que un dominio de las tendencias fundamentales '
primarias a la acción es la esencia de ese fenómeno. Así, verifica con ¡
respecto a los obsesivos que “hay en sus tentaciones y pulsiones una
buena parte de realidad histórica; en su infancia, esos hombres sólo han
conocido pulsiones malas y, en la medida en que se lo permitieron sus
recursos infantiles, más de una vez tradujeron esas pulsiones en ac
tos”.114 De manera que tanto en el primitivo como en el neurótico, “la
realidad psíquica (...) ha coincidido por igual en el inicio con la realidad
concreta”.115 Según Freud le escribió a Abraham el 5 de julio de 1907,
“La diferencia entre conciencia e inconsciente no está todavía constituida
en la primera parte de la infancia. El niño reacciona como por compul
sión a los impulsos sexuales”.116
Se puede observar que el primer modelo metapsicológico freudiano,
el de Esquisse y de la Traumdeutung, presentaba con respecto al modo
de funcionamiento psíquico primitivo (proceso primario) una especie de
doble valencia. Su resultado era a la vez la alucinación y una descarga
motriz impulsiva. En esta nueva fase asistimos a una bipartición del ,
modelo primitivo: un primer modelo, que prevaleció desde 1910 hasta
1920, se centraba en la noción de autismo y el concepto de narcisismo;
en él el proceso primario se consumía en modificaciones puramente in
teriores (alucinaciones, descargas viscerales), autoplásticas. El segundo j
modelo, que acabamos de examinar y que en este período permanece jun- I
to al primero, en un segundo plano, se volverá dominante en la etapa si
guiente, sobre todo a partir de 1926; en él el proceso primario significa
la acción, el impulso ciego e irreflexivo.117 Así surge uno de los gran- •
des dilemas del pensamiento freudiano: al narcisismo primario se opone
una objetalidad primaria que subtiende la acción, al autismo primordial
una impulsividad originaria más conforme con la conceptualización evo
lucionista en psicología.118 ¿Es la imagen o es la acción (asociacionis-
mo o evolucionismo) la que marca los orígenes del espíritu?119
En todo caso, observemos al pasar la estructura conceptual del razo- 4
namiento freudiano en Tótem y tabú: al retomar el tema de la identidad
del primitivo (filogénesis) y el precoz (ontogénesis), Freud se limitá a
reiterar el razonamiento evolucionista ya presente en la Traumdeutung.
Pues aquí no se trata tanto de un nivel inferior de funcionamiento del a-
parato mental (proceso primario) — y en consecuencia de la identidad de
lo elemental en el nivel de las primeras fases de la evolución de la es
pecie y del individuo (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)— como de
una identidad fundamental de lo originario en tanto dimensión vital j s -
pecífica, ligada a las particularidades de la especie (darwinismo). Así, la
\
prevalencia del narcisismo sexual y de la omnipotencia del pensamiento,
la identidad del drama originario vivido por el hombre primitivo (asesi
nato del padre de la horda) y el niño (Edipo), la común estructuración de
la moral y la sociedad en uno y otro, dependen más de la especificidad de
una historia que de la lógica de una organización. El único empleo que
Freud todavía le da a este hecho consiste en una confirmación recíproca
de la racionalidad aplicable a los campos respectivos examinados. Pero
allí aparece un modelo que va a infiltrar progresivamente toda la teoría
freudiana por el rodeo de una nueva concepción de la evolución pulsio
nal: como lo hemos visto, la sucesión de los estadios libidinales no co
rresponde ya al término del período que examinamos, a la integración de
piezas elementales, sino a la repetición de secuencias protohistóricas.
No obstante, este tipo de razonamiento se convertirá en el gran recurso
de la conceptualización freudiana a partir de 1920.
385
/
llevan menos a pensar en “el amor de sí” que en un repliegue en uno
mismo tendiente a una especie de estado anobjetal. Esta última concep
ción del narcisismo primario permite concebir el autoerotismo como la
forma correspondiente, “narcisista”, de la actividad sexual;123 por otra
parte, el pensamiento freudiano tenderá cada vez más hacia esa concep
ción del término. Toda la ambigüedad reposa finalmente en la idea del yo
como reservorio y fuente original de la libido de objeto: ¿hay que enten
der que una definición de ese tipo designa una primera elección objetal, o
que es la simple verificación de que en el punto de partida, no teniendo
el mundo exterior existencia psicológica, toda la libido está encerrada en
el individuo?124 En pocas palabras, ¿se debe entender al yo como ins
tancia o simplemente al sí mismo como lugar? A partir de 1923, Freud
suprimirá la ambigüedad al designar al ello como “el gran reservorio de
la libido”.125 Pero veremos que su consecuencia será una obliteración de
la noción de narcisismo, que en adelante se entenderá como esencialmen
te “secundario” y cuyo papel teórico declina correlativamente: la ambi
güedad era necesaria para el funcionamiento heurístico del término, en
el interior de un cuadro teórico de ese tipo-, los dos aspectos que éste a-
barca señalan hechos cuyo parentesco no es mejor integrable en tal con
texto conceptual.
Freud examina a continuación el problema de la elección amorosa,
inviniendo en este caso su concepción de la sobrestimación sexual,126
lo que introduce el tema propio de la tercera parte del artículo: allí inicia
la teoría de las idealizaciones. Así, define el yo ideal (o ideal del yo),127
origen de las represiones pulsionales y “sustituto del narcisismo perdido
de la infancia”, momento en que el sujeto “era él mismo su propio ide
al”.128 La “instancia de censura” (futuro superyó) compara continua
mente al yo con su modelo ideal, velando por su adecuación y por la sa
tisfacción narcisista que dispensa entonces el ideal del yo; ella se eman
cipa en el delirio de observación paranoico (automatismo mental). La
génesis del yo ideal aparece a través de la transferencia a los padres, y
después a sus sustitutos, del “sentimientó primitivo de omnipoten
cia”;129 el yo puede así, si satisface a su instancia ideal, volver a encon
trar en la autoestima un poco de su omnipotencia primitiva. “El desaíro^
lio del yo consiste en alejarse del narcisismo y engendra una aspiración
intensa a recobrar ese narcisismo. (...) Una parte del sentimiento de au
toestima es primaria, es el resto del narcisismo infantil; una parte tiene
su origen en lo que la experiencia confirma acerca de nuestra omnipoten
cia (realización del ideal del yo); una tercera parte proviene de la satisfac
ción de la libido de objeto”,130 a través del retomo de la “sobrestima
ción sexual”, parte narcisista de la investición libidinal de objeto. A la
inversa, la insatisfacción del ideal libera una libido narcisista no saciada
que se transforma en una forma particular de angustia, la culpabilidad.
386
\
A través de esos desarrollos se dibuja progresivamente una presenta
ción bastante distinta de las cosas:
387
/
388
de pulsión). Freud puede entonces insistir en “la importante mediación
que erige el psicoanálisis entre la biología y la psicología”,135 mientras
conserva la autonomía, provisional pero a largo plazo, del campo cientí
fico que ha creado.
Veamos ahora el modo en que se integra a la Métapsychologie la
temática del narcisismo. Nos encontramos ante dos hileras de alguna
manera paralelas:
389
/
introduce en el examen de un fenómeno a la vez íntimamente ligado a la
sexualidad y difícil de reducir a la concepción reflexológica que el con
cepto de pulsión todavía lleva consigo. Por otra parte, Freud podrá de e-
sa manera intentar una primera síntesis de las dos líneas de fuerza que
estructuran Tótem et tabou: narcisismo y ambivalencia.
De hecho, Freud emprenderá aquí la descripción del desarrollo gené
tico del yo, en el curso de lo que no era más que un artículo acerca
de las pulsiones y sus destinos diversos. “Originariamente, en el inicio
de la vida psíquica, el yo se encuentra investido por las pulsiones y en
parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. A ese estado lo lla
mamos narcisismo y calificamos de autoerótica esa posibilidad de satis
facción. (...) En esa época, el yo-sujeto coincide con lo que es placiente,
el mundo exterior con lo que es indiferente (eventualmente con lo que,
como fuente de excitación, es displaciente).”142 De modo que el narci
sismo primario designa en adelante un estado anobjetal en el que “yo”
significa globalmente “sujeto” con relación al “mundo exterior”, habien
do así el autoerotismo retomado la prevalencia conceptual en el interior
de esa noción. Desde luego, Freud se refiere al “período de indefensión y
de cuidados”143 de la crianza, que es el único que permite el manteni
miento de estados de ese tipo, así como el empuje hacia el objeto de las
pulsiones del yo y de una parte de las pulsiones sexuales que de ese mo
do revelan ser el motor del desarrollo.
“La oposición yo/no-yo (exterior), sujeto/objeto, le es impuesta
muy pronto al ser individual (...) por la experiencia que hace de poder si
lenciar, con su acción muscular, las excitaciones externas, en tanto que
está sin defensa contra las excitaciones pulsionales.” 144 Así, “el yo-rea-
lidad del inicio (...) ha distinguido interior y exterior con la ayuda de un
buen criterio objetivo”.!!5 Pero la experiencia que realiza el yo-sujeto
con el mundo ambiente y que le hacen conocer objetos fuentes de satis
facción, lo mismo que las sensaciones displacientes provocadas por las
pulsiones internas insatisfechas, modificarán esa situación primitiva y la
buena delimitación yo/no-yo que resultaba de ella. “Bajo el dominio del
principio del placer, se consuma pn nuevo desarrollo en el yo. Toma en
sí, en la medida en que son fuentes de placer, a los objetos que se pre
sentan, los introyecta (...) y, por otro lado, expulsa fuera de él lo que, en
el interior de sí mismo, le provoca displacer.”146 Así se constituye e?
yo-placer purificado, coincidiendo en adelante el mundo exterior con el
displacer “No Se puede poner en duda que el sentido originario del odio
designa también la relación con el mundo exterior extraño. (...) Lo exte
rior, el objeto, lo odiado serían, en el principio, idénticos.”147 El amór
y el odio y sus traducciones afectivo-motrices, la atracción y la repul
sión, aparecen así en una relación biunívoca con el placer y el displacer.,
tal como son experimentadas por el yo-sujeto. -
390
Pero, en ese estadio, Freud debe verificar que ciclos psicológicos tan
complejos como el amor y fel odio no pueden decididamente integrarse
en la teoría de las pulsiones: “Los términos amor y odio no deben utili
zarse para las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino ser reser
vados para las relaciones,del yo total con los objetos.”148 Así, puede
proponer un análisis genético: “En el origen, el amor es narcisista, y
después se extiende a los objetos que han sido incorporados al yo am
pliado, y expresa la tendencia motriz del yo hacia esos objetos en tanto
que ellos son fuentes de placer. Se vincula íntimamente con la actividad
de las pulsiones sexuales ulteriores y, una vez consumada su síntesis,
coincide con la tendencia sexual en su totalidad.”149 “El odio, en tanto
que relación de objeto, es más antiguo que el amor; proviene del rechazo
originario que el yo narcisista opone al mundo exterior, que prodiga las
excitaciones. En tanto que manifestación de la reacción de displacer sus
citada por objetos, sigue estando siempre en relación con las pulsiones
de conservación del yo, de manera que las pulsiones del yo y las pulsio
nes sexuales pueden finalmente llegar a una oposición que refleja la del
odio y el amor.” 150
El amor y el odio aparecen por lo tanto como reacciones globales de
la subjetividad ligadas a la estructuración de sus relaciones con el mundo
exterior y objetal: emanan del yo como fuente de una “energía” propia,
distinta del devenir de la libjdo, aunque ligada a él. La investición narci
sista tiende así a invertir su definición, apareciendo más como “el com
plemento egoísta” de la sexualidad que lo contrario. El odio emana más
directamente de los intereses egoístas y de la aspiración a la autosufi
ciencia y omnipotencia del yo. En ese punto, Freud debería lógicamente
verse llevado a trocar su modelo espacial-funcional del psiquismo por u-
na concepción globalista y genética, si no subsistiera la necesidad de no
perder nada de los desarrollos anteriores del psicoanálisis, que fundaron la
concepción precedente. Veremos de qué manera se resolverá esa dificultad
en la última fase del desarrollo del pensamiento freudiano; era en todo
caso necesario subrayar el punto en que se implanta la línea de pensa
miento que preside la construcción de la segunda tópica.
Sobre las mismas bases se dibuja correlativamente una historia del
desarrollo de la relación de objeto, es decir “de los estadios preliminares
del amor”. “La primera finalidad que reconocemos es incorporar o de
vorar, un tipo de amor que es compatible con la supresión de la exis
tencia del objeto en su individualidad y que por lo tanto puede ser califi
cado de ambivalente. En el estadio superior que es la organización prege-
nital sádico-anal, la tendencia hacia el objeto aparece bajo la forma de un
empujg al dominio, para la cual el hecho de que se dafíe o destruya el
objeto no es algo que se tenga en cuenta. Esa forma, ese estadio preli-
391
minar del amor, apenas puede distinguirse del odio en su comportamien
to ante el objeto. Sólo con el establecimiento de la organización genital
el amor se convierte en lo opuesto del odio.”151
La relación objetal evoluciona de ese modo hacia una desintrincación
del amor y el odio que está estrechamente ligada al devenir del narcisis
mo: “Cuando las pulsiones del yo dominan la función sexual, como es
el caso en el estadio de la organización sádico-anal, ellas otorgan a la fi
nalidad pulsional misma las características del odio. La historia del amor
(...) nos hace comprender por qué con tanta frecuencia se presenta como
ambivalente. (...) El odio mezclado con el amor proviene en parte de los
estadios preliminares del amor, incompletamente superados, y, en parte,
se funda en las reacciones de rechazo (actuales) por parte de las pulsiones
del yo. (...) En ambos casos, también ese elemento de odio encuentra
sus fuentes en las pulsiones de conservación del yo.”152
Todo ese desarrollo atestigua una profunda modificación de las posi
ciones freudianas: se habrá observado que las pulsiones del yo han llega
do a estar más o menos identificadas con el narcisismo. Si se recuerda el
modo en que Freud, en los escritos de los años 1911-1912 (cf. las For
mulations o Tótem et tabou), insistió en asociar narcisismo, sexuali
dad y principio del placer, parece que en adelante desemboca en un mode
lo muy diferente del psiquismo que, aquí todavía limitado, se ampliará
pronto en la revisión de la década de 1920. Las pulsiones sexuales que
tienden hacia el objeto y en tal carácter constituyen uno de los motores
del desarrollo, allí se oponen a las pulsiones del yo en tanto pulsiones
narcisistas, que apuntan al mantenimiento de una autosuficiencia omni
potente (yo-placer purificado), destructora para el objeto (satisfaciente o
no). El viejo esquema del desarrollo de la libido enmarca ahora la géne
sis del yo y de la relación objetal (de allí la subsuñción del autoerotismo
en el narcisismo), a través de los estadios preliminares ambivalentes
hasta el pleno amor de objeto. Es este mismo punto de vista el que
guiará a Abraham en sus últimos trabajos, en particular su gran escrito
de 1925, el “Esquisse d'une histoire du développement de la libido”.153
Habiendo partido de una psicología elementalista que analizaba el yo
en sus componentes representativos y sólo encontraba cohesión en las r
investiciones somáticas que los subtendían, Freud arriba por lo tanto a
una psicología personal en la que la génesis del ser se integra en el jue
go estratégico de sus móviles y determina su estructuración subjetiva.
En efecto, en este punto se imbrican los últimos desarrollos del artículo
de 1914 acerca del narcisismo: la génesis de las instancias ideales se in
tegra en el devenir del narcisismo y conserva su estructura originaria, en
particular la ambivalencia que Freud va a convertir en una de las claves
del proceso melancólico. La otra es la identificación, “estadio prelimi
nar de elección de objeto y (...) primera manera, ambivalente en su ex-
392
presión, según la cual el jto elige un objeto”.154 Así la identificación,
mecanismo narcisista, relación objetal primitiva y ambivalente (caniba
lismo), aparece como el instrumento de la estructuración y de la diferen
ciación del yo.
Pues es preciso tomar nota: correlativamente a la aprehensión del
psiquismo como subjetividad, el objeto (por cierto desde el punto de
vista teórico) deja de no ser más que el soporte de la “acción específica”
en la descarga pulsional; correlativamente emerge la “relación del yo to
tal con los objetos”155, es decir, la relación interpersonal. El correlato
subjetivo es inmediatamente perceptible en el concepto de identificación
y en el hecho de tomar en cuenta relaciones intrasubjetivas que conduci
rán a la segunda tópica (el ideal del yo156 fue su primer ladrillo). El
campo clínico de la melancolía y de los mecanismos del duelo es el te
rreno de emergencia privilegiado de esos fenómenos: recordemos que en
la última parte de Tótem et tabou Freud formuló por primera vez la te
mática (duelo por el padre originario e institución de las leyes morales
mediante la interiorización del deseo de aquél). La teoría libidinal abarca
rá en adelante cada vez más el campo de la relación de objeto (tanto ex
terno como interno) antes bien que la dialéctica pulsional de los Trois
essais.
También se puede observar que Freud llega aquí a una síntesis de dos
de las tres grandes polaridades psíquicas: ambivalencia y narcisismo son
correlativos y se integran en el desarrollo del yo, así como de la relación
objetal. Por otra parte, el yo-placer es a la vez una fase narcisista y una
modalidad particular de relación con el mundo de los objetos: el difícil
problema teórico de la prioridad en el tiempo (y ^estructura) del narci
sismo o de la relación se encuentra por lo tanto resuelto sin contradic
ción.157 Veremos que esta interesante solución se pierde más o menos
en la fase ulterior — cuando con el problema del complejo de castración,
la tercera polaridad (la bisexualidad) pasa al primer plano de las preocu
paciones teóricas de Freud—.
De todas maneras, se pueden advertir todos lo jalones que Freud em
plaza allí para sus reflexiones futuras. El encuentro a través de Jung con
el campo narcisista se revela como un momento esencial de la trayecto
ria freudiana: el psicoanálisis conserva todavía las huellas de la difícil
mutación iniciada en ese punto. Por lo demás, esas pocas páginas con
trastan con la mayor parte de la Métapsychologie', se dina que en esa e-
lapa hubiera sido tan difícil dejar de lado un progreso de ese tipo como
integrar sus materiales en una verdadera síntesis. Contra lo que esperaba,
Freud sobrevivirá a la Gran Guerra y podrá entonces abordar la última
fase de su obra, totalmente consagrada a reducir la tensión interna entre
los dos rostros yuxtapuestos del gran trabajo de 1915.
393
NOTAS
394
man a su delirio como se aman a sí mismos. Ese es todo el secre
to.” (S. Freud: Lettrka á W. Fliess, en La naissance..., pág.
101.) Cf. P. Bercherie: “Constitución del concepto freudiano de
psicosis”, ob. cit.
16. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nfi 125, 9 de diciembre de 1899, en La
naissance..., pág. 270.
17. Cf. la carta del 23 de julio de 1908, en la que Freud le escribe a Abra-
ham: “A los dos les he formulado en su momento la misma suge
rencia.” S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926,
pág. 53.
18. Cf. K. Abraham: “Les différences psychosexuelles entre ITiystérie et
la démence précoce”, 1908, en (Euvres completes, tomo I,
págs. 36 a 47.
19. E. Kraepelin, cit. en P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, pág.
147. Acerca de esta cuestión, cf. ibíd., caps. 12 y 15.
20. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 27 de agosto de
1907, pág. 133.
21. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926, 21 de octubre
de 1907, pág. 20. No obstante, en la época del Manuscrito H (e-
nero de 1895), Freud presentaba análisis en todos sus puntos idén
ticos al de Bleuler: “El paranoico reivindicador no puede tolerar la
idea de haber obrado injustamente o de tener que compartir sus bie
nes. En consecuencia, considera que la sentencia no tiene ninguna
validez legal. (...) Una gran nación no puede soportar la idea de
haber sido derrotada. Ergo, no ha sido vencida; la victoria no
cuenta. He aquí un ejemplo de paranoia colectiva en la que se crea
un delirio de traición. (...) Un funcionario que no figura en la lista
de ascensos tiene necesidad de creer que sus perseguidores han fo
mentado un complot contra él y que se lo espía en el dormitorio.
Si no, debería creer en su propio naufragio. (...) La megalomanía
logra quizás mejor aun eliminar del yo la idea penosa. Pensemos,
por ejemplo, en esa cocinera cuyos encantos ha marchitado la edad
y que tiene que acostumbrarse a la idea de que la felicidad de ser a-
mada no se ha hecho para ella. Ha llegado el momento de descubrir
que el patrón demuestra claramente su deseo de desposarla, y se lo
hace entender, con una notable timidez, pero con todo de manera
indiscutible.” (S. Freud: Lettres á W. Fliess, en La naissance...,
págs. 100-101.) Cf. también P. Bercherie: “Constitution du con-
cept freudien de psychose”, op. cit.
22. Desde su libro Psychologie de la démence précoce de 1906, C. G.
Jung observó lo que le parecía el carácter patognomónico de la es
quizofrenia: la fijeza de los síntomas, y por lo tanto de las inves
ticiones de complejos en esos enfermos, y la “separación respecto
de la realidad” que resultaba de ella. Opone la movilidad de la sin
tomatología y de las investiciones histéricas. Cf. P. Bercherie:
Les fondements..., págs. 200 y sigs. [Versión castellana del libro
395
\
396
I
-49. Ibíd., pág. 224.
50. Así, dos años más tarde, Freud propondrá la idea de que “en la neuro
sis obsesiva cabe registrar el hecho de que el desarrollo del yo su
pera en el tiempo al de la libido. (...) De ello resultaría una fija
ción en el estadio pregenital del orden sexual”. (S. Freud: “La dis-
position á la névrose obsessionnelle”, 1913, en Névrose, psy-
chose et perversión, págs. 196-197.)
51. Versagung, término que C. Conté traduce al francés como "refus"
(rechazo)? El sentido alemán es por cierto intraducibie, y me pare
ce que sólo corresponde a “no-satisfacción”.
52. Aquí, como a todo lo largo de este artículo, se advertirá el estilo ter
minológico muy próximo al de Janet.
53. S. Freud: “Sur les types d'entrée dans la névrose”, 1912, en Névrose,
psychose et perversión, pág. 176.
54. Ibíd. Como lo hace cada vez que emplea la palabra introversión,
Freud en nota remite aquí a Jung.
55. Ibíd.
56. Ibíd., pág. 177. Freud precisa que es segundo tipo sólo pudo ser des-
. cubierto gracias a las investigaciones de la escuela de Zurich y re
mite en nota a un trabajo de Jung.
57. Ibíd. pág. 178.
58. Ibíd., pág. 179 (las bastardillas de insuficiencia son mías)
59. Cf. ibíd., pág. 182. Se trata asimismo de “razones que deciden la e-
lección de la neurosis (y que) pertenecen sin excepción (a las) cau
sas constitucionales que el ser humano trae consigo al nacer”. (S.
Freud: “La disposition á la névrose obsessionelle”, 1913, en
Névrose, psychose et perversión, pág. 189.)
60. Cf. infra, los apartados “Clínica y teoría del narcisismo” y “Hacia
una síntesis: la Métapsychologie".
61. Se comparará esta afirmación con las tesis de los años 1904-1905 e-
xaminadas supra, en el capítulo anterior, apartado C.
62. S. Freud: “A propos de la psychanalyse dite ‘sauvage’ ", 1910, en La
technique..., pág. 40-41.
63. S. Freud: “La dynamique du transfert”, 1912, en La technique..., pág.
51.
64. Ibíd., págs. 53-54.
65. Ibíd.
66. Ibíd., pág. 55.
67. Ibíd., pág. 59.
68. Ibíd., pág. 60.
69. Ibíd., pág. 57; ese “elemento inatacable” designa los elementos de
ternura o amistad en la transferencia positiva.
70. S. Freud: “Remémoration, répétition et élaboration”, 1914, en La
technique..., pág. 109; en adelante, el concepto de automatismo
de repetición aparece con frecuencia en la pluma de Freud, pero sin
sef todavía más que una manifestación del principio del placer.
71. Ibíd., págs. 113-114.
397
72. Ibíd., pág. 113.
73. S. Freud: “Le début du traitement”, 1913, en La technique..., pág.
103. \
74. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, 1916, pág. 429.
75. S. Freud: “Observations sur l'amour de transferí”, 1915, en La tech
nique... pág. 122.
76. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 429.
77. Ibíd., pág. 433.
78. Ibíd.
79. Freud ya había realizado dos referencias breves al narcisismo en
1910, con respecto a la génesis de la homosexualidad: en una nota
de la segunda edición de los Trois essais y en el estudio acerca de
Leonardo da Vinci.
80. S. Freud: Remarques psychanalytiques sur l'autobiographie d'un cas
de paranoia (Dementia paranoides) (Le Président Schreber),
1911 (cit. infra: Le Président Schreber), en Cinq psychanaly-
ses, pág. 305.
81. Ibíd., pág. 305.
82. Ibíd., págs. 306-307.
83. Ibíd., pág. 316.
84. Ibíd., pág. 320.
85. Durante cierto tiempo, Freud intentará imponer el término “parafre-
nia” para abarcar en primer lugar la demencia precoz-esquizofrenia
(parafrenia “propiamente dicha”) y después el conjunto de las neu
rosis narcisistas. Se sabe que Kraepelin retomó esa palabra casi al
mismo tiempo; fue su definición la que prevaleció (cf. P. Berche
rie: Les fondem ents..., vol I, cap. 16) junto con el concepto
bleuleriano.
86. Acerca de esos diferentes puntos, cf. P. Bercherie, “Constitución del
concepto freudiano de psicosis”, ob. cit.
87. S. Freud: Tótem et Tabou, 1912-1913, pág. 104.
88. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393.
89. S. Freud: Le Président Schreber, en ob. cit., pág. 310.
90. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme", 1914, en La vie sexuelle,
pág. 94.
91. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 104.
92. Cf. la confusa discusión de este problema en S. Freud: Le Président
Schreber, en ob. cit., págs. 317-318.
93. Ibíd., pág. 317.
94. Freud considera justamente que el estadio del narcisismo representa u-
na fase de falta de distinción de los dos grupos pulsionales, lo que
recubre la teoría de la anaclisis.
95. S. Freud: “La disposition á la névrose obsessionnelle”, en Névrose,
psychose et perversión, pág. 193 (bastardillas del autor).
96. Ibíd., pág. 197.
97. Cf. S. Freud: “L'organisation génitale infantile”, 1923, en La vie
sexuelle, págs. 113-116.
398
-98. S. Freud: Remarques sur un cas de névrose obsessionnelle (L'homme
aux rats), 1909 (cit. infra: L'homme aux rats), en Cinq psycha-
nalyses, pág. 251.
99. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 80.
100. Ibíd., págs. 87-88 (bastardillas del autor).
101. Cf. supra, cap. 9.
102. S. Freud: lotelh et Tabou, pág. 92.
103. Ibíd., págs. 103-104.
104. Cf. la famosa secuencia Copémico-Darwin-Freud de S. Freud: “Une
difficulté de la psychanalyse”, 1917, en Essais de psychanalyse
apliquée, págs. 137-147; véanse también las interesantes consi
deraciones de P.-L. Assoun en la conclusión de Introduction á l'é-
pistemologie freudienne.
105. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 105.
106. Ibíd., págs. 102-103.
107. Ibíd., pág. 105.
108. Ibíd.
109. Ibíd., pág. 80.
110. Ibíd.
111. Ibíd., págs. 82-83.
112. Ibíd., pág. 179.
113. Ibíd., pág. 185.
114. Ibíd., pág. 184.
115. Ibíd.
116. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence ( 1907-1926), 5 de julio
de 1907, págs. 11-12. Durante ese primer período (el de los Trois
essais) al que pertenece esta carta, Freud ignoró en gran medida la
importancia de la vida fantasmática del niño. Así, consideraba que
“el histérico (que) más tarde se aparta considerablemente del autoe
rotismo infantil (...) ubica de manera fantasmática en la infancia
su necesidad de objeto y recubre la infancia autoerótica con fantas
mas de amor y seducción” (ibíd., pág. 10). El análisis del pequeño
Hans (Juanito), casi en el mismo momento, con el descubrimiento
de las “teorías sexuales infantiles” (artículo de 1908, en S. Freud:
La vie sexuelle, págs. 14-27), es una de las fuentes de la nueva
óptica que sitúa el fantasma en los orígenes de la vida mental.
117. Según una hipótesis que expondré en el capítulo siguiente y que in
tenta correlacionar los sucesivos modelos freudianos del psiquismo
con el campo clínico dominante que les corresponde, se podrá ob
servar que la doble valencia del modelo inicial corresponde bien a
las dos vertientes de la sintomatología histérica (síntoma de con
versión y “psicosis” histéricas) en tanto que su bipartición acom
paña el pasaje al primer plano de la psicosis por una parte (mode
lo narcisista-autístico), y por la otra de la neurosis obsesiva (mo
delo impulsivo).
118. Obsérvemos que hay allí dos concepciones muy diferentes de la ac
ción: el modelo narcisista toma de Janet el concepto de una ten
399
sión, de un esfuerzo adaptativo (aloplastia), en tanto que e} modelo
impulsivo vuelve a la imagen de la descarga refleja primitiva, ali
vio de la tensión y no realización costosa.
119. Simultáneamente, Freud intenta una conciliación de las dos tesis, a-
firmando que “esta diferencia, que algunos podrían considerar capi
tal, no se refiere al aspecto esencial del tema” (S. Freud: Tótem et
Tabou, pág. 184). Así cerrará también la prolongada discusión a-
cerca de la realidad de la escena primitiva en “El Hombre de los lo
bos”, pero con la reserva de una realidad filogenética (fantasma o-
riginario). Este último concepto indica la prevalencia en su pensa
miento de la tendencia al modelo evolucionista; la imagen no po
dría representar un mundo que tenga coherencia per se : una reali
dad, por lo menos heredada genéticamente, debe lastrar su impacto.
120. Freud cita el complejo de castración —que por otra parte no conside
ra en absoluto omnipresentes en las neurosis, a la inversa de Adler
(cf. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle,
pág. 97)— como ejemplo de coyuntura en la que “los dos tipos de
pulsiones obran todavía al unísono y se presentan como intereses
narcisistas en una mezcla indisociable” (ibíd., pág. 97; las bas
tardillas son mías).
121. Ibíd., pág. 86.
122. Freud gusta también de esta hipótesis “quimista” en el plano tera
péutico: “Supongamos ahora que estamos en condiciones de inter
venir mediante procedimientos químicos en esta estructura, de au
mentar o reducir la cantidad de libido existente en un momento da
do, de reforzar una pulsión a expensas de otra: tendríamos allí una
terapéutica causal en el sentido propio de la palabra, una terapéuti
ca en cuyo beneficio nuestro análisis ha realizado el trabajo de re
conocimiento preliminar e indispensable.” (S. Freud: Introduction
á la psychanalyse, pág. 413.) Es el “rodeo imaginario” del que
habla P.-L. Assoun —cf. supra, cap. 13, apartado A— .
123. Cf. la definición del autoerotismo citada supra: “El autoerotismo fue
la actividad sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido.”
(S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393.)
124. Freud considera por otra parte que “la coacción de salir del narcisis
mo y ubicar la libido en los objetos (...) podría (...) aparecer
cuando la investición del yo en libido ha superado una cierta medi
da”; la salida del estado anobjetal, por lo tanto, no depende más
que de factores puramente cuantitativos (estasis libidinal de la cual
la hipocondría es el modelo). (S. Freud: “Pour introduire le narci
ssisme, en La vie sexuelle, pág. 91.)
125. S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, pág.
242, nota 5.
126. Cf. supra, nota 123, pág. 327.
127. Las dos expresiones, en efecto, son rigurosamente intercambiables
en los textos freudianos: en alemán, por otra parte, la diferencia
sólo reposa en la posición de las palabras Ich e Ideal. Si Freud
400
hubiera querido asignarles acepciones contrastantes, desde luego se
habría explidkdo! Sólo ulteriormente (H. Nunberg, 1932) habrá de
constituirse sobre esta base una verdadera oposición conceptual,
cuyo interés precisará J. Lacan.
128. S. Freud: “Poüt introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág.
98.
129. Ibíd., pág. 102.
130. Ibíd., pág. 104.
131. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 4 de mayo
de 1915, pág. 225.
132. S. Freud: M étapsychologie, 1915, pág. 98.
133. Ibíd., págs. 78-79.
134. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo II, 30 de noviembre
de 1911, pág. 230.
135. S. Freud: L'intérét de la psychanalyse, 1913, pág. 82. Cf. por otra
parte el conjunto de ese importante manifiesto epistemológico,
que aclaran el “Prefacio” y el “Comentario” detallado de P.-L. As-
soun en la edición francesa.
136. Cf. supra, cap. 13.
137. S. Freud: M étapsychologie, pág. 32 (las bastardillas de sus son
mías)
138. Cf. supra, cap. 14, apartado B.
139. S. Freud: Métapsychologie, pág. 34.
140. Ibíd., pág. 35.
141. Ibíd.
142. Ibíd., pág. 37.
143. Ibíd., nota 1.
144. Ibíd., págs. 35-36.
145. Ibíd., pág. 38. Se habrá observado la inversión de la secuencia (o
más bien de la terminología) del desarrollo del yo entre las F or
m ulations de 1911 y el presente texto de 1915. En efecto, en a-
delante es menos la realización alucinatoria del deseo que la omni
potencia mágica lo que centra el concepto del yo-placer; ahora
bien, las técnicas de proyección e introyección subtienden la dis
tinción dentro/fuera. Así, Freud continúa alejándose del modelo o-
nírico del Esquisse para esbozar la historia del desarrollo de un
ser en interacción constante con su ambiente.
146. Ibíd. Una nota remite aquí al artículo perdido acerca de la proyec
ción. Se la puede completar con el pasaje siguiente del artículo de
dicado a la represión: “La experiencia psicoanalítica (...) nos
fuerza (...) a concluir que la represión no es un mecanismo de de
fensa presente en el origen, que no puede instituirse antes de que
se haya producido una separación marcada entre las actividades
psíquicas consciente e inconsciente. (...) Antes de que la organiza
ción psíquica haya alcanzado ese estadio, son los otros destinos
pulsionales, como la transformación en lo contrario, la vuelta ha
cia la propia persona, los que llevan a cabo la tarea de defensa.”
401
(Ibíd., págs. 47-48.) Así, correlativamente a la elaboración!de una
teoría del yo, reaparece el concepto de defensa como género que
subsume la represión en tanto que especie (cf. también ibíd., pág.
25), concepción que se desarrollará con Inhibition, symptóme et
angoisse. En ese marco, introyección y rechazo-proyección apa
recen como otras tantas modalidades defensivas primitivas.
147. Ibíd., pág. 39.
148. Ibíd., pág. 40.
149. Ibíd., pág. 42.
150. Ibíd., págs. 42-43.
151. Ibíd., pág. 42. Ese mismo año de 1915 Freud introdujo en la tercera
edición de los Trois essais la noción de una primera organización
oral de la libido que coincide en consecuencia con el narcisismo
primario (yo-placer), La idea aparece con respecto al proceso iden-
tificatorio en la fuente de las instancias ideales y en el marco de li
na discusión con Abraham acerca de la melancolía (cf. la carta de
K. Abraham del 31 de marzo de 1915, en Correspondence (1907-
1926), págs. 221-222, y la respuesta de S. Freud, ibíd., 26 de a-
bril de 1915, pág. 224) donde se objetiva claramente el proceso de
incorporación ambivalente (canibalismo).
152. Ibíd., pág. 43.
153. Cf. K. Abraham: “Esquisse d'une histoire du développement de la li
bido”, en (Euvres completes, tomo H, págs. 255-313.
154. S. Freud: Métapsychologie, pág. 159.
155. Cf. supra, nota 148.
156. De modo que el concepto de superyó se erige en la intersección de
tres grandes registros teóricos: el de la ambivalencia, el del narci
sismo y el de Edipo. La etapa que acabamos de examinar se basa
más bien en los dos primeros (ideal del yo: modelo melancólico),
y la siguiente en los dos últimos (superyó: modelo obsesivo).
157. En “Pour introduire le narcissisme” Freud ya había intentado una pri
mera síntesis al presentar como paralelas y alternativas las dos
modalidades de la elección de objeto primordial: narcisista y ana-
clítica.
402
* Capítulo XVI
LA REFUNDICION DE LA METAPSICOLOGIA:
PULSION DE MUERTE Y SEGUNDA TOPICA
(1920-1938)
403
En este punto resulta esencial captar bien lo que está en juego en el
razonamiento de Freud, puesto que al fin de cuentas una gran parte del
movimiento psicoanalítico siempre rechazó los resultados de ello. Los
fenómenos de repetición que verifica la clínica (transferencia, destino,
neurosis traumática) sólo parcialmente se dejan reducir al empuje de mo
ciones inconscientes que tienden al placer, y por lo tanto ponen de ma
nifiesto una tendencia bruta al “eterno retomo de lo mismo [62]”, más
allá de la ley psíquica del placer-displacer. Desde luego, hay que precisar
que esa verificación se impone teniendo en cuenta los conocimientos
psicoanalíticos de entonces ,2 es decir el espectro de los móviles incons
cientes de los que disponía Freud. El resultado es por lo tanto que el au-
lom atism o de repetición se presenta como una ley del funcionamiento
psíquico más profunda que el principio del placer, como un fenómeno
pulsional aun más primordial, que Freud tratará de aprehender a través de
lo que él mismo presenta como “especulación, una especulación que con
frecuencia se remonta muy lejos (...), un intento de explotar una idea de
manera consecuente, con la curiosidad de ver adónde nos llevará [65]”.
Así se ve conducido a modificar considerablemente su concepción de
la esencia de la pulsión y de los principios del funcionamiento mental.
Basándose en diversos hechos de etología animal (migración de los peces
o las aves a antiguos hábitats de la especie) y asimismo en la ley bioge-
nética fundamental de Haeckel, Freud propone que “una pulsión sería un
empuje intrínseco del organismo vivo en la dirección del restablecimien
to de un estado anterior que ese ser vivo tuvo que abandonar bajo la in
fluencia perturbadora de fuerzas exteriores (...), la expresión de la inercia
en la vida orgánica [80]”. El automatismo de repetición ya no aparece en
adelante como la expresión de la vida pulsional, sino como su fuente, la
matriz de las pulsiones. Por otra parte, el origen de la evolución no po
día ubicarse en la vida orgánica en sí misma, consagrada a la inercia y la
repetición: “Tenemos entonces que atribuir los resultados efectivos del
desarrollo orgánico a influencias exteriores que lo perturban y lo desvían
de su fin, [82].”
Freud mismo observa que “ese modo de desarrollo sólo podía expli
carse muy parcialmente por factores mecánicos, y la explicación histó
rica es imprescindible [81; la bastardilla es mía]”. Si se recuerda ahora
la firmeza de la adhesión freudiana a los principios de la escuela de
Helmholtz, se advierte cuán profunda es la evolución que en este punto
ha sufrido su pensamiento. En adelante, el registro biológico se ha con
vertido para Freud en un orden propio, irreductible al campo físico-quí-
mico, y ese orden está caracterizado por la dimensión de la historia. De
modo que Freud tomó distancia respecto de la cpncepción físico-fisiolo-
gista de la pulsión, que identificaba con la posición de Cabanis,3 me
diante un pasaje decidido al darwinismo. La teleología puede entonces
404
í
* •* '
penetrar el mundo pulsional, de modo que las pulsiones se definirán en
adelante más por su finalidad que por su cantidad (ciclo tensión-descar
ga). De la estructuración fundamentalmente “mecanicista” del pensa
miento freudiano subsiste la idea de una inercia esencial del ser vivo, que
sólo avanza porque el camino de retomo está cerrado para él. Al pasar del
registro psíquico al registro pan-biológico, esta convicción acerca de la
no creatividad adquiere por otra parte una profunda significación que ma
terializará el concepto de pulsión de muerte.
Pero la concepción misma del funcionamiento psíquico se encuentra
subvertida por la mutación de la idea de pülsión. Freud sigue consideran
do que “sería (...) la tarea de las capas superiores del aparato psíquico su
jetar la excitación pulsional cuando ella llega bajo la forma de proceso
primario [78]”, pero ese proceso (secundario) se despliega en adelante
“sin duda no en oposición con el principio del placer, sino independien
temente de él y en parte sin tenerlo en cuenta [78]”. En efecto, “la suje
ción de la moción pulsional sería una función preparatoria que debe po
ner la excitación en estado de ser finalmente liquidada en el principio de
descarga [113]”. De modo que aquí se emplaza una imagen muy diferente
del proceso mental: por sí misma, la dinámica pulsional, únicamente
dominada por la repetición, sólo tendería a reproducir el pasado, fuera
cual fuere su contenido, es decir, que haya sido fuente de placer o de do
lor. De modo que en adelante la sujeción apunta no ya a instaurar el
control del principio de realidad sobre el empuje ciego del deseo (como
búsqueda de placer), sino a impedir la repetición, peligro mortal para el
organismo-sujeto, y a canalizar las energías pulsionales en un funciona
miento sometido a la escala biológica del placer-displacer. “Sólo una vez
que esta sujeción se ha consumado el principio del placer (y el principio
de realidad que es su forma modificada)4 podría establecer su dominación
sin obstáculos [78]”; en caso contrario, la repetición bruta continuará su
ciclo (cf. los ejemplos de partida) al mismo tiempo que el aparato psí
quico se esforzará por realizar la sujeción.
De modo que es en ese marco donde Freud sitúa en adelante el pro
blema del traumatismo y de su repetición (transferencia, sueño de las
neurosis traumáticas, juego del niño). “Llamamos traumáticas a las ex
citaciones externas lo bastante fuertes como para fracturar los para-exci-
taciones.5 (...) En primer lugar, el principio del placer es puesto fuera de
acción. Ya no se trata de impedir que el aparato psíquico quede sumergi
do en grandes sumas de excitaciones; la tarea que aparece es más bien o-
tra: dominar la excitación, ligar psíquicamente las sumas de excitación
que han penetrado por fractura para llevarlas luego a la liquidación. (...)
Se apela a la energía de investición, que viene de todas partes, para crear
en la vecindad del punto de fractura investiciones energéticas de una in
tensidad correspondiente [71-72].” Conocemos ya esta teoría de la con-
405
trainvestición y de la sujeción o ligadura de las cantidades^ traumáticas
(cf. el Esquisse). En adelante, Freud habla de la angustia en ese marco
como “preparación (para el peligro traumático) por la angustia, prepara
ción que implica la sobreinvestición de los sistemas que reciben princi
palmente la excitación [74]”. Los sueños de la neurosis traumática tie
nen así “por finalidad el dominio retroactivo de la excitación con desa
rrollo de angustia, esa angustia cuya omisión ha sido la causa de la neu
rosis traumática [74-75]”.
Freud no continúa con esas reflexiones, cuyo hilo retomará en 1926
al reformular por completo la teoría de la angustia y de la neurosis.
Mientras tanto,1la idea de un retomo a los estados originarios como ten
dencia pulsional primordial orienta al mismo tiempo hacia la conclusión
de que “el fin último hacia el que tiende todo lo que es orgánico (...) de
be (...) ser un estado antiguo, un estado inicial que el ser viviente aban
donó antaño y al cual tiende a volver a través de todos los rodeos del de
sarrollo. (...) La meta de toda vida es la muerte [82]”. Así se constituye
la noción de una pulsión de muerte, a la cual se opone correlativamente
la pulsión sexual, en tanto que ella apunta a conservar la vida, a evitar la
destrucción de la materia orgánica al prolongar la existencia del indivi
duo en la reproducción de la especie. De modo que si la libido aparece
como la pulsión de vida, es en su antagonista psicoanalítico natural, las
pulsiones del yo, donde se diría que resulta lógico buscar el representante
psíquico de la pulsión de muerte. Siendo una parte de las pulsiones mis
mas del yo de naturaleza libidinal (libido narcisista), es en la otra ver
tiente de su actividad donde desde luego hay que situar la pulsión de des
trucción: de modo que el odio es su representante natural. Correlativa
mente, el concepto de libido sexual se amplía, convirtiéndose en Eros,
“que conserva todas las cosas [100]”, “que procura provocar y conservar
la cohesión de las partes de la sustancia viviente [110, nota 16]”, identi
ficándose así con el Amor del mito platónico.
En este punto tenemos que volver del revés la exposición freudiana y
comprender que es, a la inversa, la intuición del carácter primordial e i-
rreductible de la pareja amor/odio la que funda la creación del nuevo dua
lismo pulsional. Volvemos a encontrar aquí7 el hilo del pensamiento r
interrumpido desde la última parte del artículo metapsicológico “Les
pulsions et leurs destins”.8 “Partimos de la gran oposición de pulsiones
d e jd d a - pulsiones de muerte. El amor de objeto en sí mismo nos
muestra una segunda polaridad de ese tipo, la del amor (ternura) y el odio
(agresividad). ¡Si pudiéramos llegar a relacionar esas dos polaridades, re
ducir la una a la otra! Desde siempre hemos reconocido la existencia de
una componente sádica de la pulsión sexual. (...) ¿Pero cómo deducir del
Eros, que conserva la vida, la pulsión sádica que tiene por fin hacer daño
al objeto? ¿No se nos invita a suponer que ese sadismo es en sentido es-^
406
tricto una pulsión de muerte que ha sido rechazada del yo por la influen
cia de la libido narcisista, de manera que sólo se vuelve manifiesta rela
cionándose con el objeto [101-102]?” Freud retoma entonces la secuen
cia del desarrollo de la relación objetal a través de las diferentes organiza
ciones infantiles, poniendo de relieve el papel del sadismo, de la incor
poración destructora inicial, en la influencia dominadora del objeto que
todavía acompaña a la realización del deseo genital.
De modo que a la, ambivalencia y el sadomasoquismo en la nueva
dialéctica pulsional se les otorga el lugar primordial, relegándose por el
momento al segundo plano los antagonismos de los sistemas tópicos.
Correlativamente, el masoquismo cambia de significación, puesto que e-
ra una vuelta hacia sí mismo del sadismo, y en el nuevo sistema ocupa
un lugar esencial como tendencia primaria y manifestación más pura de
la pulsión de destrucción. El dualismo pulsional trasciende por otra parte
todas las distinciones metapsicológicas, confiriendo sentido a los princi
pios más mecanicistas y funcionales. Así, el principio de placer-inercia,
en tanto que apunta a la nivelación de la tensión energética del aparato
mental, aparece como uno de los instrumentos al servicio de la pulsión
de muerte en su esfuerzo por desembarazarse de las excitaciones vitales
de la libido.
Tenemos ahora que interrogamos acerca del sentido exacto de ese extra
ordinario viraje del pensamiento freudiano. Trataría de situar su aparición
en tres niveles fundamentales: el de los materiales clínicos, fácticos, que
pudieron modificar el modo de ver de Freud, el de lo que está teórica
mente en juego en su esfuerzo, y finalmente el del manejo conceptual y
la exigencia de modelización cuyas huellas acabamos de seguir desde los
orígenes de la trayectoria freudiana. Por lo tanto, en el nivel de los he
chos que provocaron lo que es justo considerar como una poderosa co
rriente de pesimismo en el pensamiento freudiano (ello sin tener en
cuenta el valor y la pertinencia de los argumentos presentados), me ha
parecido incuestionable que la experiencia vivida de la masacre de 1914-
1918 inició su proceso. Lo ilustra la lectura de la correspondencia de
Freud de ese período, lo mismo que un texto circunstancial, publicado
en 1915, las “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort”.9
Allí Freud bosqueja las condiciones de lo que eufemísticamente cali
fica de desilusión: “Uno se atrevió a esperar alguna otra cosa. De las
grandes naciones de raza blanca que reinan en el mundo, a las cuales in
cumbe la dirección del género humano, que se sabía aplicadas a defender
ciertos intereses comunes al mundo entero, y cuya obra abarca tanto los
progresos técnicos en el dominio de la naturaleza como los valores artís
407
ticos y científicos de la civilización, de esos pueblos, decía, Uno había
esperado que fuesen capaces de resolver a través de otras vías las disen
siones y los conflictos de intereses.”10 Por lo menos, se podía contar
con el nivel de civilización alcanzado para que una guerra de ese tipo
fuera lo más posible limitada, prudente respecto de los hombres y los
valores, moderada en sus objetivos. Ahora bien, la guerra moderna reve
ló ser “no solamente, en razón del pujante perfeccionamiento de las ar
mas ofensivas y defensivas, más sangrienta y asesina que cualquiera de
las guerras anteriores, sino (...) por lo menos tan cruel, encarnizada, des
piadada, como todas las que la precedieron. (...) Presa de una rabia ciega,
derriba todo lo que le obstruye el camino, como si después de ella los
hombres no debieran tener ni futuro ni paz.”11 Así, ante el horrorizado
“ciudadano europeo” de la Europa de preguerra furgen dos fenómenos que
concentran su decepción: “La débil moralidad, en sus relaciones exterio
res, de los Estados que se comportaban en lo interior como guardianes de
las normas morales y, en los individuos, una brutalidad de comporta
miento de la que, en tanto participaban de la más alta civilización huma
na, no se habría creído que fuesen capaces.”12
Para explicar las causas verdaderas de tales acontecimientos, Freud
presenta un cierto número de razones que objetivan las ilusiones que se
podían haber albergado acerca del nivel real de la civilización: carácter en
gran medida egoísta (miedo, hipocresía: sentimientos ego-altruistas de
Spencer) de los móviles del renunciamiento pulsional social, predomi
nio de los efectos educativos siempre regresivamente reversibles sobre la
parte de lo innato (hereditariamente adquirido) en la cultura, plasticidad
psicológica de los individuos que los arrastra por debajo de su nivel real
en la acción, arcaísmo moral de los pueblos en tanto “grandes indivi
duos”. Subsiste una parte difícil de integrar en la comprensión de tal
problema: “El porqué, a decir verdad, los individuos-pueblos se despre
cian, se odian, se aborrecen unos a otros, incluso en tiempo de paz (...)
por cierto es un enigma.”13 “Él carácter insistente del mandamiento ‘No
matarás’ nos proporciona la certidumbre de que descendemos de una casta
infinitamente larga de asesinos que tenían en la sangre el deseo de ma
tar, igual quizás que nosotros mismos todavía.”14
A Freud le parece incontestable que la marejada de violencia y muerte
que sacude a Europa ante sus ojos difícilmente podía encontrar una mo
tivación suficiente en las concepciones de las que el psicoanálisis dispo
nía hasta entonces. Por cierto, “nuestro inconsciente mata incluso por
cosas insignificantes; lo mismo que la antigua legislación ateniense de
Dracón, no conoce para los delitos ningún castigo que no sea la muerte,
lo cual no carece de consecuencias, pues todo perjuicio ocasionado a
nuestro yo omnipotente y soberano es en el fondo un crimen laesae
majestatis”.15 Pero un frenesí destructor (o autodestructor) de tal am-
408
1
% -
\ 409
\
ricas más fundamentales reservando tal lugar a la “especulación [65]”,
empleando una “concepción (que) está muy lejos de caer de su peso y da
la impresión de ser francamente mística [102]”, sirviéndose de una idea
que “no era posible seguir (...) sin combinar varias veces lo que pertene
ce al orden de los hechos con lo que es el puro producto del pensamien
to, y consecuentemente sin alejamos mucho de la observación [108-
109]”. Al término del razonamiento, debe reconocer sus dificultades:
“Yo mismo no sé en qué medida creo en esto [108].” ¿Qué es entonces
lo que ocurrió que pueda explicar un cambio tal de actitud? Hasta ese
momento, cuando Freud confiaba a la especulación20 la construcción de
ciertas partes de sus modelos, recurría a metáforas mecánico-físicas, a
materiales que por lo menos le parecían de cariz científico, y he aquí
que en ese momento estaba tomando en sus manos lo que el propio Pla
tón consideraba un mito. Es preciso que captemos lo que se trataba de
teorizar en esa etapa del trayecto freudiano: el acceso a los "fenómenos
narcisistas” —para designar con esa expresión global lo que hemos exa
minado en el capítulo precedente— lo llevó a aprehender ese aspecto
global, personal, de la sujetividad, que hasta entonces se le había escapa
do. Recordemos: “Los términos amor y odio no deben ser utilizados para
las relaciones de las pulsiones con su objeto sino reservados para las re
laciones del yo-total con los objetos.”21 Esa es precisamente la cues
tión que trata de resolver el nuevo dualismo pulsional.
El problema que se le plantea a Freud es crucial: ¿cómo integrar el
aspecto cualitativo, teleológico del psiquismo, el universo de la motiva
ción finalista, a un sistema que sigue siendo fundamentalmente causalis-
ta, que organiza sus análisis en tomo de un encadenamiento causal de ti
po mecanicista, pues incluso el modelo evolucionista de la Traumdeu
tung es todavía el de una máquina, biológica por cierto, pero no sub
jetiva (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)? Asimismo, ¿cómo no
perder nada de las adquisiciones metapsicológicas: teoría de las pulsio
nes, aparato mental, principios del funcionamiento psíquico? Hacer tabla
rasa y reconstruir de novo un modelo totalmente inédito era una tarea
sobrehumana. De modo que otra vía iba a abrirse a la teorización de
Freud: La utilización del evolucionismo darwinista, haciéndole jugar
hasta el límite la dialéctica de lo originario, la dimensión arqueohistóri-
ca. Tótem et tabou ya lo había empleado, pero apuntaba más bien a la
iluminación de una homología estructural (cf. la tríada niño-primitivo-
neurótico). En la Introduction á la psychanalyse, obra en muchos as
pectos de inflexión, Freud presentó la noción de fantasma originario
como “patrimonio filogenético”, lo que modificaba considerablemente el
alcance de sus investigaciones antropológicas: “En mi opinión, es posi
ble que todo lo que se nos cuenta en el curso del análisis con carácter de
fantasmas, es decir la seducción de niños, la excitación sexual, a la vista
410
‘k * '
de las relaciones sexuales de los padres (...) la castración (...) antafio, en
las fases primitivas de la familia humana, fueron realidades, y (es posi
ble) que al dar libre curso a su imaginación el niño solamente llene, con
ayuda de la verdad prehistórica, las lagunas de la verdad individual."22
También en ese caso lo que está en juego es de carácter clínico: se trata
de señalar en los núcleos fantasmáticos inconscientes una realidad tan
grávida de efectos, tan resistente a la descomposición analítica como lo
real histórico del sujeto. Lo mismo que cada vez que tropieza con lo que
le parece indescomponible, irreductible a las circunstancias de la historia
“dramática” del sujeto, Freud recurre a referencias biologizantes — de lo
cual proviene el atractivo del darwinismo, en el que se conjugan historia
y biología— .
Pero al extraer del darwinismo todo lo que puede traducir en tal senti
do, al utilizar a fondo al lamarckismo darwinista, Freud crea aquí una di-
^ mensión teórica propia 23 Precisamente va a hacer uso de ella al intro-
, > ducir, con Au-delá du principe de plaisir, una verdadera teleología pul
sional.24 De modo que en primer lugar es la teoría de las pulsiones la
que integra la especificidad subjetiva, a través de un desfasaje completo
respecto de su concepto primero: la tensión somática, que sólo encontra
ba su objeto en virtud del azar de la experiencia, y que no era más que
empuje hacia la descarga, se convierte en una entelequia sustancializada,
dibujo tenaz en el seno mismo del ser del otro lado de los juegos del
conflicto psíquico, fuerzas abismales se entregan a un combate mítico,
1 eterno y encarnizado, desplegando tesoros de astucia e ingenio para al-
♦ canzar sus fines, es decir reencontrar su origen anulando el rodeo de la
historia.
Ocurre que otra tradición ha infiltrado profundamente el pensamiento
freudiano. La reacción globalista, allí donde la vimos, se reconcilió con
las corrientes filosóficas contra las cuales el positivismo cientificista de
^ fines del siglo XIX había construido su psicología sin alma. Para cons-
' truir la nueva psicología se tomaban conceptos e intuiciones de los es
piritualistas franceses, del kantismo, de Aristóteles, del vitalismo 25
Freud no fue la excepción a la regla: él se abreva en su propia prehisto
ria de fisiólogo helmholtziano, en esa filosofía de la Naturaleza que lo
i había impulsado hacia la medicina después de escuchar la lectura del ma
nifiesto de Goethe,26 en esa metafísica romántica de la que Brücke lo
había apartado a favor de concepciones más sobrias y “prosaicas”. De
modo que Freud reencontró la tradición de esa concepción pan-psiquista
que consideraba a la Naturaleza un ser subjetivo y todopoderoso, y la
panteizaba como fuente de vida, acordando sentido y espiritualidad a cada
uno de sus elementos, a cada una de sus leyes y al movimiento univer
sal;27 al hacerlo, el creador del psicoanálisis invocó a lo largo de su re
corrido a aquellos que recogieron la herencia de Schelling y los románti-
411
eos: Fcchner (el Fechner “nocturno”, místico28), que ya aparece en la
segunda página de Au-delá du principe de plaisir, y de Schopenhauer,
con cuyas huellas le sorprende cruzarse respecto de la pulsión de muer
te,29 y al que parece haberle tomado la utilización del mito platónico.30
Un indicio notable de la oscilación filosófica de Freud, en ese perío
do preciso, confirma ese tipo de análisis y al mismo tiempo demuestra
la profundidad de su compromiso “místico”. En 1921, un año después de
la publicación de Au-delá du principe de plaisir, presentó a los miem
bros del Comité el primero de los escritos que consagraría a los fenóme
nos ocultos: “Psychanalyse et télépathie”. Mientras asegura que su acti
tud personal respecto del tema sigue siendo “no entusiasta y ambivalen
te” 31 afirma: “Quedan pocas dudas de que si uno se interesa con aten
ción en los fenómenos ocultos, el resultado será muy pronto que la e-
xistencia de un gran número de ellos quedará confirmada.”32 Por otra
parte, sin querer pronunciarse claramente, Freud sugirió varias veces la
existencia verdadera de la telepatía y la transmisión del pensamiento. A-
sí, en la lección que dedica al ocultismo en las Nouvelles conférences
(1932) confía que “Quizás haya en mí una secreta inclinación hacia lo
maravilloso, inclinación que me incita a acoger con favor la producción
de fenómenos ocultos”.33 Si se piensa en la firmeza con la que Freud re
chazó, unos veinte años antes, los esfuerzos de Jung por interesarlo en
ese mismo dominio, se convendrá en que su concepción de lo real y de
la ciencia cambió notablemente en el intervalo.34
Con este esclarecimiento deben comprenderse las referencias “biolo-
gizantes” de Freud en Au-delá du principe de plaisir, y su introducción
de una teleología subjetiva en el corazón mismo del ser vivo. Si “la
biología es verdaderamente un dominio de posibilidades ilimitadas (del
cual) tenemos que preparamos a recibir (...) las luces más sorprendentes
[110]”, sucede que se trata por excelencia de la ciencia de la naturaleza,
en lo que esta última tiene de más de misterioso y sobrenatural: la vida.
Ocurre también que ya no se trata de esa sucursal particular del dominio
físico-químico que procuraba promover la escuela de Helmholtz, sino,
del otro lado del lamarekismo de Darwin, de la naturaleza antropomórfica
de Goethe y Schelling.35
La segunda tópica
A. Descripción
412
*•
*
logia psíquica. Pero ello en un nivel basal, del otro lado de todas las
distinciones tópicas y funcionales, cada uno de los elementos metapsi-
cológicos podrá adquirir su sentido, revelar sus opciones en la gran ba
talla que se libra en las profundidades, atravesando todos los niveles del
organismo y de la psique.36 En Au-delá du principe de plaisir Freud
propuso una modificación crucial de su concepción del conflicto psíqui
co: “La experiencia nos ha enseñado que los motivos de las resistencias,
y las resistencias mismas, son en primer lugar inconscientes. (...) Nos
salvaremos de la oscuridad al oponer, no la conciencia y el inconsciente,
sino el yo, con su cohesión, y lo reprimido. Es cierto que una gran
parte del yo es ella misma inconsciente [59].” La primera tópica, la tó
pica de los sistemas funcionales, debe en consecuencia ceder su lugar a
una tópica de las instancias, en la que los caracteres distintivos concier
nen a la personalidad propia de las entidades de que se trata, a su tipo de
organización estratégica más que a su situación en relación con la con
ciencia. Ese es el programa que Freud se asigna en Le Moi et le Qa
(1923).37 Con anterioridad había abordado en detalle el problema de la i-
dentificación, en sus dos aspectos fundamentales (identificación ideal vía
ideal del yo, identificación del yo con el semejante), en oportunidad del
análisis de las multitudes humanas, en Psychologie des foules et analy-
se du moi (1921). Al pasar, una vez más pudo hacer uso del modelo ar-
queohistórico, puesto que la multitud y la hipnosis aparecieron “como
una reviviscencia de la horda originaria”.38
Desde las primeras líneas de Le Moi et le Qa, Freud anuncia que “lo
que se discutirá aquí continúa líneas de pensamiento que empecé a for
mular en Au-delá du principe de plaisir (...) pero sin tomar ningún ele
mento nuevo de la biología [221]”. De modo que se trata de retomar las
mismas ideas para confrontarlas con “diversos hechos resultantes de la
observación analítica [221]”. Au-delá du principe de plaisir, en efecto,
propuso un nuevo modelo del aparato mental, de inspiración biológica,
y de un carácter globalista evidente. “Representémonos al organismo vi
vo con la forma más simplificada posible, como una vesícula indiferen-
ciada de sustancia excitable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior
se diferenciará por su situación y servirá de órgano receptor de excitacio
nes. (...) El impacto incesante de las excitaciones externas sobre la su
perficie de la vesícula modifica perdurablemente su sustancia hasta una
cierta profundidad.”39 La corteza así formada dará origen a la conciencia,
con su órgano protector inerte (para-excitaciones), y a partir de la con
ciencia, de conformidad con su concepción de siempre, Freud encarará la
estructuración del yo. Observemos al pasar que el modelo de la “vesícula
protoplásmica”, además de representar una acentuación del vitalismo en
detrimento del físico-mecanicismo en el pensamiento freudiano, hace re
caer todo el énfasis en el problema del límite entre interior (organismo,
413
aparato psíquico) y exterior (realidad) en la aprehensión de la estructura
ción psíquica, resumiendo así en otra forma los interrogantes del período
precedente (polaridad fantasma/realidad, segundo modelo “impulsivo” de
Tótem et tabou).
De modo que Freud retomará el hilo de sus reflexiones en Le Moi et
le Qa a partir de ese modelo fundamental globalista del psiquismo —
puesto que el énfasis en la envoltura y el modelo de un organismo vivo
indiferenciado acentúa su unidad vital— . El punto de partida del ensayo
se encuentra en la consideración de los atributos del yo: “Nos hemos
formado la representación de una organización coherente de los procesos
del alma en una persona, y la denominamos el yo de esa persona. A ese
yo se vincula la conciencia: él gobierna los accesos a la motilidad
[227].” A esas proposiciones ya clásicas, Freud agrega el examen de la
parte inconsciente del yo (resistencia): “Debemos admitir que la caracte
rística de ser (...) inconsciente pierde para nosotros su importancia
[229].” Esto lleva a reemplazar el antiguo sistema Ies por el concepto
del ello, del cual el yo no es más que una parte superficial, diferenciada
en virtud de su contacto (perceptivo) con la realidad; sus partes profundas
se confunden con el resto del ello, salvo los elementos reprimidos. Así,
el yo es al ello lo que la percepción es a la pulsión, lo que el principio
de realidad es al principio del placer, lo que la razón es a la pasión* lo
que la ontogénesis es a la herencia filogenética. Pero por otra parte el yo.
es sólo un fragmento del ello, su superficie, representante del cuerpo y
de la piel como límite entre sujeto y mundo exterior; en tal carácter, no
puede luchar mucho contra la fuerza del ello; su estructura organizada
sólo le permite reducir ciertos elementos de éste. De allí la célebre metá
fora de la cabalgadura y el jinete, al que con frecuencia “sólo le queda
conducir (su caballo) a donde él (el caballo) quiere ir [237]”.
Sobre esta base, Freud retomará el análisis de la estructura del yo, a
partir del concepto de introyección-identificacíón. Todo objeto perdido
por el ello es reconstruido en el yo,40 “lo que permite concebir que el
carácter del yo resulta de la sedimentación de las investiciones de objeto
abandonadas, que él contiene la historia- de esas elecciones de objetos
[241]”. A través de esa vía, el yo se atrae los favores del ello, apropián- r
dose de las energías de investición en juego en las elecciones de objetos
pulsionales. “La transposición de la libido de objeto en libido narcisista,
que se produce aquí, supone manifiestamente un abandono de las finali
dades sexuales, una desexualización, y por lo tanto una especie de subli
mación [242],”41 Pero una presentación tal de las cosas obliga a “apor
tar ahora a la teoría del narcisismo un desarrollo importante [260]”. El
ello, en efecto, aparece aquí como “el gran reservorio de la libido, en el
sentido de ‘Pour introduire le narcissisme’ [242, nota 5]”. Correlativa
mente, es preciso considerar que “el narcisismo del yo es por lo tanto un ^
narcisismo secundario, retirado de los objetos [260; las bastardillas son
mías]”. Así se desdibuja 1i significación primitiva del concepto de narci
sismo que, correlativamente, sufrirá un cierte eclipse en la teoría.42
Como contrapartida, el ello hereda características de la etapa primitiva
del desarrollo personal, tal como Freud las definió en las Formulations
de 1912: omnipotente, asocial, rechaza la realidad, sólo reconoce la bús
queda del placer, retoma para sí los principales aspectos del narcisismo
primario y del yo-placer (cf. la nueva teoría de la psicosis en la que el yo
se somete al ello renunciando a la realidad).
La más importante e interesante de las identificaciones del yo reside
en la génesis de la instancia ideal cuya descripción Freud retoma en este
punto dándole el nombre de superyó. Todavía menciona la identificación
primaria, anterior a la elección de objeto, afirmando que echa las prime
ras bases del ideal del yo. No obstante, el superyó es antes que nada el
resultado de la identificación secundaria, por otra parte muy ambivalente,
que lo hace heredero del complejo de Edipo así como de la filogénesis de
la familia humana (cf. Tótem et tabou). También aquí vemos desdibu
jarse la significación narcisista primitiva de la idealización, detrás de la
introyección de los objetos de amor del período edípico; correlativamente
con esa ocultación del carácter narcisista del superyó (en beneficio de su
relación con el ello), se pierde también la verdadera razón del aspecto ha
lógeno de esa identificación con relación al resto del yo, es decir de la
autonomía del superyó como instancia.
“El ideal del yo es por lo tanto el heredero del complejo de Edipo y,
como consecuencia, la expresión de los impulsos más poderosos y de
los más importantes destinos de la libido del ello. Mediante su edifica
ción, el yo ha asegurado su influencia en el complejo de Edipo [249].”
Como contrapartida, el superyó “es el monumento conmemorativo de la
debilidad y la dependencia que fueron antafío las del yo, y perpetúa su
dominio, incluso sobre el yo maduro. Así como el niño sufría la coac
ción de obedecer a sus padres, del mismo modo el yo se somete al impe
rativo categórico de su superyó [263]”. Por otra parte, el supéryó extrae
su poder de la “vasta comunicación entre ese ideal (del yo) y sus impul
sos pulsionales ics (edípicos) [252]”, a lo cual se debe su participación
en las regresiones libidinales del ello (neurosis obsesiva); siendo en gran
parte inconsciente él mismo (sentimiento inconsciente de culpabilidad),
el superyó se abreva directamente en el material inconsciente, mostrán
dose totalmente enterado de los impulsos reprimidos (reproches “incom
prensibles” de la neurosis obsesiva).
Así está constituida la segunda tópica (de la cual reproducimos los
esquemas), con todas las características que la diferencian fuertemente de
la primera: las instancias que la componen tienen su personalidad, sus
móviles y su estrategia; los conflictos que las enfrentan, las transaccio
415
nes y las alianzas que se anudan entre ellas hacen pensar más en la co
media humana que en las heterogeneidades funcionales de los aparatos
mentales de Freud desde el Esquisse. Fiel a su genio propio, el psicoa
nálisis produjo una psicología globalista muy particular: plurales, con
flictivas, inconexas, las instancias antropomórficas que constituyen esta
personología reconducen sus experiencias fundamentales. La dialéctica de
las relaciones intrasubjetivas se juegan en consecuencia en dos niveles:
Percepción
VJU
El aparato psíquico (1932) 1
(S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique”
en Nouvelles confércnces sur la psychanalyse, pág. 107.)
416
»
1) Las “relaciones de dependencia del yo”: canalizando las energías
del ello, desviando una parte en beneficio propio (con la ayuda del super
yó), el yo opera una incesante mediación entre su mundo interior (el e-
11o)y el mundo exterior del cual es el representante mental (cf. su rela
ción constituyente con la percepción). “Por otro lado, sin embargo, ve
mos a ese mismo yo como una pobre criatura, que debe servir a tres a-
mos y que en consecuencia padece la amenaza de tres peligros, prove
nientes del mundo exterior, de la libido y de la severidad del superyó. A
esos tres peligros corresponden tres tipos de angustia, pues la angustia
es la expresión de una retirada ante el peligro [271].”
En esa vía, Freud pronto operará una revisión completa de su teoría
de la angustia.
2) Las pulsiones fundamentales: en lo que concierne al ello, “en él
combaten Eros y pulsión de muerte [274]”; en ese lucha, él parece estar
al servicio de esta última y utiliza el principio del placer para evacuar las
tensiones libidinales. El yo, por su actividad de desexualización, parece
servir al mismo amo: “Por su trabajo de identificación y de sublima
ción, presta asistencia a las pulsiones de muerte en el ello para el domi
nio de la libido, pero así corre el riesgo de convertirse en objeto de las
pulsiones de muerte y de perecer él mismo. A los fines de esta acción de
asistencia, él mismo ha tenido que llenarse de libido, se convierte en re
presentante de Eros y en consecuencia quiere vivir y ser amado [272].”
El propio superyó es el producto de una identificación del yo; ahora
bien, “la componente erótica, después de la sublimación, ya no tiene
fuerza para ligar la totalidad de la destrucción que a ella se añadía, y ésta
se vuelve libre, como tendencia a la agresión y a la destrucción. De esta
desunión extraería el ideal en general sus características de dureza y
crueldad, de deber imperativo [270]”. Así se explica que “ el yo sufra o
incluso sucumba ante la agresión del superyó [272]”, en esas circunstan
cias de las que Freud propone un amplio espectro: sentimiento de culpa
bilidad consciente, necesidad de punición inconsciente, reacción terapéu
tica negativa, hasta el “puro cultivo de la pulsión de muerte [268]” del
superyó melancólico.
417
symptóme el angoisse, Freud se propone por el contrario establecer un
amplio cuadro de la actividad estratégica, de la política del yo, a través de
su desarrollo genético. Así, empieza por corregir i lo que presenta como
una unilateralidad de su primera presentación, debida a que “tomamos
abstracciones de manera demasiado rígida y a que de un estado de^osas
complejo recalcamos a veces un aspecto, y a veces otro. (...) El yo es i-
déntico al ello, del que no es más que una parte especialmente diferencia
da. (...) Si el yo permanece ligado al ello y es imposible distinguirlo de
éste, se pone de manifiesto su fuerza. Las relaciones del yo con el super
yó son idénticas: en muchas situaciones, vemos que el yo y el superyó
siguen ambos un solo y mismo curso, y con la mayor frecuencia no po
demos distinguirlos más que cuando entre ellos se instaura una tensión,
un conflicto [13]”.
Aquí aparece una imagen bastante diferente del psiquismo: su divi
sión y la debilidad correlativa del yo son sólo una consecuencia del con
flicto. N orm alm ente, el sistema psíquico funciona como un todo del
cual el yo es la instancia ejecutiva: “El yo es precisamente la parte orga
nizada del ello [13].” Es asimismo el órgano federador del psiquismo:
“Él yo es una organización, se funda en la libre circulación y la posibi
lidad de una influencia recíproca entre todas las partes que lo componen;
su energía desexualizada todavía revela su origen en la aspiración a la li
gazón y la unificación, y esta compulsión a la síntesis aumenta a me
dida que el yo se desarrolla y se vuelve más fuerte [14].” Esas proposi
ciones que dan sentido44 al proceso secundario (síntesis en lugar de li
gazón) esclarecen desde luego el objetivo y los medios de la terapia 45
Pero ellas también permitirán emplazar la actividad del yo en el con
flicto.
El eje de la obra está constituido por la discusión de una nueva teoría
de la angustia. El punto de partida es la verificación de que “el yo es re
almente el lugar de la angustia [9]”, lo que guarda conformidad con la
concepción del afecto que Freud desarrolla desde la Métapsychologie: no
existe afecto inconsciente, solamente cantidades potenciales que no se
convierten en afectos propiamente dichos más que al alcanzar la concien
cia, es decir la descarga. La angustia es por lo tanto un acontecimiento
cuyo teatro es el yo; la cuestión que se plantea pronto es la de su fun
ción, su utilidad para el yo. Freud continúa creyendo que “la angustia
tiene por fundamento una elevación del nivel de excitación que por una
parte crea el carácter de displacer y por otro lado desemboca en descargas
(viscerales) que alivian la excitación [56]”. Además, el estado de angus
tia es la reproducción de una “experiencia prototipo” que explica la espe
cificidad de las respectivas “acciones de descarga”:46 se trata del trauma
tismo del nacimiento.
Pero en adelante la explicación económica y la referencia prehistórica
418
V *
no basta para satisfacer a Freud: “La angustia debe llenar una función
biológicamente indispensable de reacción ante el estado de peligro [57]”;
su fuente genérica particular sólo esclarece uno de sus aspectos. La cues
tión es entonces: “¿Cuál es su función? ¿En qué oportunidad se presenta
de nuevo? La respuesta parece (...) imponerse. La angustia apareció en el
origen como reacción ante un estado de peligro', ahora surge regular
mente de nuevo cuando se presenta uno de tales estados [58].” De mane
ra que en adelante el modelo globalista impone que la función subjetiva
(funcionalismo)47 de un elemento psíquico regule sola su status48 Co
mo todo afecto, la angustia es un proceso automático de descarga que re
produce una reacción fisiológica ante una cierta situación onto o filoge-
nética, como tal inadaptada casi siempre al nuevo contexto: las descargas
cardio-respiratorias tenían un sentido en la situación biológica del naci
miento, y después ya no tienen ninguno. Pero “el yo se apodera de ese
afecto y él mismo lo reproduce, sirviéndose de él como de una puesta en
guardia contra el peligro, y como un medio para provocar la interven
ción del mecanismo placer-displacer [90-91]”. “El yo, que ha vivido pa
sivamente el traumatismo, repite ahora de manera activa una reproduc
ción atenuada, con la esperanza de poder dirigir su curso a voluntad
[96].”
En consecuencia, la concepción freudiana de la angustia acaba de su
frir una profunda mutación; la teoría que todavía formulaba en 1917 en
la Introduction á la psychanalyse (bosquejando algunos de los puntos de
vista de 1925), la transformación de la estasis libidinal en angustia, ya
no abarcaba más que la situación originaria49 de la angustia, su matriz
traumática (nacimiento, neurosis actuales, traumas psíquicos). Para la
mayor parte de los fenómenos clínicos de angustia, “la idea de que es la
investición retirada durante la represión la que se ve utilizada como des
carga de angustia (...) me parece de poco interés [64]”. Por lo tanto el
\ punto de vista económico es reemplazado por el aspecto funcional-sub-
jetivo: la angustia es una seflal que el yo utiliza cuando prevé que so
brevendrá una de las situaciones específicas de peligro que signan su de
sarrollo y que corresponden justamente al riesgo traumático (económi
co). “El peligro de indefensión psíquica corresponde a la época de inma
durez del yo, y asimismo el peligro de la pérdida del objeto corresponde
a la dependencia de los primeros años de la infancia, el peligro de castra
ción a la fase fálica y la angustia ante el superyó al período de latencia
|66|." En cada etapa, la señal de alarma suena cada vez que se presenta
un peligro (real) que se corre el riesgo de que sumerja de nuevo al orga
nismo-sujeto en la indefensión económica. Correlativamente, “los pro
gresos del desarrollo del yo contribuyen a desvalorizar la situación de pe
ligro precedente y a eliminarla [66]”.
A la nueva teoría de la angustia le corresponde una concepción bas
419
tante distinta del proceso neurótico, que, también ella, llevará al primer
plano la actividad defensiva del yo antes bien que el devenir de la libido.
Según esta tesis, “en todos los casos la formación del síntoma sólo se
emprendería con el fin de escapar a la angustia (...) Los síntomas son
creados para sustraer el yo a la situación de peligro [69]”. La angustia a-
parece entonces como “el fenómeno fundamental y el problema capital
de la neurosis [69]”. En efecto, gracias a la angustia el yo llega a actuar
sobre el ello, a inhibir el desarrollo del impulso pulsional que se corre el
riesgo de que coloque al sujeto en situación de peligro; esto, “gracias a
la ayuda de la instancia prácticamente todopoderosa del principio del pla
cer [8]”. “Si el yo no despertara, mediante el desarrollo de la angustia, la
instancia placer/displacer no tendría fuerza para detener el proceso peli
groso y amenazante que se ha preparado en el ello [70].”
La descripción del proceso neurótico ha sufrido así una verdadera in
versión, como se advierte al recordar la concepción que prevalecía en el
pensamiento freudiano desde el Esquisse. Ya no es la represión origina
ria (cuyo concepto Freud por otra parte conserva, pero esfumando nota
blemente su diferencia con las represiones ulteriores) la que gobierna el
proceso regresivo patógeno, ni la suerte de la libido reprimida la que de
termina el síntoma. La neurosis, de un extremo al otro, es la consecuen
cia de la actividad del yo en su función de instancia adaptativa,50 de re
presentante psíquico de la realidad exterior, de amortiguador entre esta
última y las fuerzas ciegas del ello. A partir de allí, así como la angustia
invierte su papel y su función, convirtiéndose en la causa y no la conse
cuencia de la represión, el conjunto del proceso de formación del sínto
ma aparece bajo la dependencia del yo: de allí que se vuelva a encontrar
el viejo concepto de defensa que correspondía a una teoría homóloga,51
y que en adelante subsume la represión como especie. “Conviene distin
guir la tendencia más general a la ‘defensa’ por una parte, y por la otra la
‘represión’, que no es más que uno de los mecanismos de los cuales hace
uso la defensa [35].”
Así, la intervención del yo puede desembocar pura y simplemente en
la destrucción de la moción pulsional de que se trata: “La moción pul
sional, de todas maneras, ha sido inhibida por la represión y desviada de
su meta: pero su esbozo, ¿se ha mantenido en el inconsciente (...)? En
otras palabras, los viejos deseos (...) ¿persisten? (...) un antiguo deseo,
¿no obra en adelante más que por intermedio de sus brotes, a los que ha
transferido toda su energía? ¿O bien él mismo se ha mantenido, fuera de
ello [67, nota l]? ”51 bis En un artículo contemporáneo, “La disparition
du complexe d'OEdipe” (1923), Freud, que por otra parte remite al texto
que hemos estado considerando, responde claramente a esos interrogan
tes: el proceso defensivo que pone fin al Edipo “es más que una repre
sión; equivale, si las cosas se cumplen de manera ideal, a una destruc
ción y a una supresión del complejo. (...) Si verdaderamente el yo no ha
llegado a mucho más que a una represión del complejo, entonces éste
subsiste, inconsciente en el ello, y más tarde manifiesta su efecto pató
geno”.52
El yo dispone por lo tanto de medios de acción muy eficaces contra
las pulsiones del ello (y éventualmente contra ciertos impulsos del su
peryó): Freud observa respecto de esto la relatividad y el carácter muy
parcial de la asimilación de la represión a una huida. Por otra parte, ése
sería más bien el mecanismo de la inhibición, “expresión de una limi
tación funcional del yo [4]” para evitar un conflicto con otra instancia
(ello, superyó) o para economizar sus energías (duelo, conflicto inten
so). Pero, sobre todo, “la represión no es el único medio (de defensa) que
el yo tiene a su disposición. (...) Si bien él induce a la pulsión a una re
gresión, le aporta un alcance en el fondo más enérgico [24]”. Freud bus
ca la “explicación metapsicológica” de la regresión en una “desintrinca
ción de las pulsiones”, es decir “en el hecho de que las componentes eró
ticas, añadidas con el inicio de la fase genital a las investiciones destruc
tivas de la fase sádica, se vean separadas [34-35]”. Se trata de uno de los
mecanismos defensivos específicos de la neurosis obsesiva53 y su con
dición estructural fundamental. Pero se pueden describir otras formas de
defensa: anulación retroactiva, aislamiento (que aparecen como técnicas
mágicas ligadas a las modificaciones particulares del pensamiento obse
sivo —omnipotencia, erotización—), formación reactiva. Asimismo, la
fobia histérica parece poner en juego una sustitución (desplazamiento)
por un peligro externo de una situación de peligro que podría ser provo
cada por la pulsión (castración); allí se produce una serie de inhibiciones
de la actividad del yo. Freud extrae de esta nueva concepción la solución
del problema de la elección de la neurosis: “Una profundización de nues
tros estudios podría revelar la existencia de una correspondencia íntima
entre determinadas formas de defensa y determinadas afecciones, por e-
jcmplo entre la represión y la histeria [93].” Además las formas defensi
vas de que se trata podrían aparecer en un orden genético determinado (en
particular la represión con el estadio fálico, por ejemplo).
Bs preciso subrayar que con ese nuevo modelo Freud rompe el hilo
de pensamiento que lo guiaba desde la década de 1910: en adelante, la pe
ligróla inadaptación del ello era la consecuencia de su impulsividad fu-
rioM C'en ei comienzo era la acción”)54 y no de su propensión al autis
mo (realización alucinatoria de deseo). Correlativamente con el eclipse
del concepto de narcisismo, el conflicto ha tomado un cariz más pura
mente funcionalista (de allí el énfasis en la adaptación), perdiendo una
parte de la originalidad de los materiales clínicos del psicoanálisis. Así,
“el estudio de las condiciones que determinan la angustia nos ha obliga
do a realzar, a transfigurar, por así decir, la racionalidad del comporta-
421
/
miento del yo en la defensa. Toda situación de peligro corresponde a una
cierta época de la vida o a una fase de desarrollo del aparato psíquico, y
parece justificarse en relación con ella [72]”. La “racionalidad” de los
móviles del yo es la contrapartida de la impulsividad del ello y de la ob
jetividad de los peligros a los que se ha estado expuesto (fracturas trau
máticas de la primera edad, y después pérdida del amor, castración, por
fin angustia moral y social ante el superyó). Pero, subrepticiamente, la
concepción del sistema inconsciente ha sufrido una refundición profunda:
el ello, lejos de ser incapaz de organizar la menor acción compleja y de
no consumir sus energías más que en descargas internas,55 a cada ins
tante hace correr el riesgo de que arrastre al organismo-sujeto a peligro
sos pasajes al acto; la heterogeneidad de los dos puntos de vista resulta
aquí evidente.
Entonces los neuróticos serían aquellos que “se comportan como si
las antiguas situaciones de peligro continuaran existiendo; se en g a n ch a^
en todas las condiciones que antes determinaron la angustia [73]”, como , •
si “el curso de la maduración” no los hubiera afectado. Para esclarecer
este problema que, “después de décadas de esfuerzos (...) se yergue ante
nosotros, los psicoanalistas, tan íntegro como en el punto de partida
[75]”, Freud propone el examen de tres factores que en última instancia
constituyen uno solo y que explican la propensión a las neurosis en la
especie humana:
422
rr
423
para el psicoanálisis, ¿no parece reconducir parcialmente al racionalis
mo de la teoría de las neurosis y el tratamiento de la década de 1920?
Pronto examinaremos las dificultades y ambigüedades de la concepción
del tratamiento en un contexto de ese tipo.
Pero antes debemos seguir la huella (en adelante paralela y en claro re
troceso respecto del modelo dominante, el que acabamos de examinar) de
los temas que tanto preocuparon a Freud en la etapa precedente. La pul
sión de muerte sigue siendo una referencia discreta, siempre invocada
tratándose de la agresión y del sadomasoquismo, que de ese modo explica
a veces la permanencia y la fatalidad de los conflictos intrapsíquicos.59
No obstante, la dimensión narcisista, en el sentido clínico, se vuelve a
encontrar en una prole de textos breves pero esenciales. Desde luego, pa
ra explicar las psicosis y en particular en la óptica de definir sus modali
dades defensivas peculiares, Freud se ve llevado a retomar, con algunas
adecuaciones, su modelo precedente. Así, sacará partido de su vieja ob
servación de 1894 (“Les psychonévroses de défense”), el caso rotulado
“confusión alucinatoria” o amencia, para describir en el artículo “Névro
se et psychose” (1924) el comportamiento del yo en la psicosis. Si "la
neurosis (es) el resultado de un conflicto entre el yo y el ello, la psico
sis (es) el resultado análogo de un trastorno equivalente en las relacio
nes entre el yo y el mundo exterior”.60 En la psicosis, de la que Freud
subraya una vez más su parentesco con el suefio, el yo, por lo tanto, ha
tenido que abandonar su sumisión a la realidad como instancia (la nece
sidad). “El yo se crea automáticamente un nuevo mundo, exterior e inte
rior a la vez; de dos hechos no cabe duda alguna: ese nuevo mundo está
construido siguiendo los deseos del ello, y el motivo de esa ruptura con
el mundo exterior consiste en que la realidad se ha negado al deseo de u-
na manera grave, ha aparecido intolerable.”61
En ese texto ligeramente anterior a Inhibition, symptóme et an-
goisse Freud intenta por lo tanto inscribir las grandes dimensiones psi-
copatológicas en el interior de los “estados de dependencia del yo” y de
los conflictos que pueden oponerlo62 al ello (neurosis), al superyó (me
lancolía, para la cual Freud se propone reservar la denominación de psi
coneurosis narcisista)63 y a la realidad (psicosis). Pero sobre todo es
preciso observar a qué punto lo lleva una excesiva sumisión al ello: no
a actos peligrosos e irreflexivos, sino a la alucinación, a la creación en
dógena, autoplástica, de un mundo irreal pero conforme al deseo. De allí
la referencia al sueño y a las esquizofrenias, de las cuales “se sabe que
tienden a desembocar en el embotamiento afectivo, es decir en la pérdida
de todo comercio con el mundo exterior”.64 De modo que Freud retoma
424
V.
aquí su modelo precedente, habiéndose el ello hecho cargo de las caracte
rísticas autísticas e irreales del narcisismo, conforme a las nuevas defini
ciones (cf. Le Moi et le Qa). Al capitular ante él, el yo no corre un
peligro real, sino que se arriesga a una retirada mortífera de la lucha vi
tal (pues pulsión de muerte y narcisismo apuntan siempre a realidades
afines).
Asimismo en un artículo que apareció el mismo año como comple
mento al primero, “La perte de réalité dans la névrose et dans la psycho
se” (1924), Freud reiterará las tesis de las Formulations, aproximando
entre sí neurosis y psicosis, a las que de entrada había opuesto. Pues
“toda neurosis trastorna de una manera u otra la relación del enfermo con
la realidad (...) es para él un medio de retirarse de ella y, en sus formas
graves, significa directamente una huida hacia fuera de la vida real”.65
En resumidas cuentas, “neurosis y psicosis son en consecuencia tanto u-
na como la otra expresiones de la rebelión del ello contra el mundo exte
rior (...), de su incapacidad para adaptarse a la necesidad real”.66 Sólo di
fiere el mecanismo inicial: represión de la moción pulsional en la pri
mera, de la realidad así renegada (Verleugnung) en la segunda; pero, a
continuación, “en la psicosis la fuga inicial es seguida por una fase acti
va, la de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial es seguida
más tarde por un intento de fuga. (...) Llamamos normal o “sano” a un
comportamiento que (...) lleva evidentemente a efectuar un trabajo exte
rior sobre el mundo exterior y no se contenta como en la psicosis con
producir modificaciones interiores; ya no es autoplástico, sino alo-
plástico”.67 \
Por cierto el narcisismo inicial de lia neurosis no tiene un carácter ra
dicalmente patológico como el de la psicosis; es después cuando en sen
tido estricto se despliega el proceso mórbido. “Por regla general, la neu
rosis se contenta con evitar el fragmento de la realidad de que se trata y
con cuidarse de un encuentro con él. La diferencia tajante que separa la
neurosis de la psicosis se desdibuja no obstante en cuanto en la neurosis
también hay un intento de reemplazar la realidad indeseable por una rea
lidad más acorde con el deseo.'La posibilidad de ello está dada por la e-
xistencia de un mundo fantasmático, de un dominio que antaño, en el
momento de la instauración del principio de realidad, fue separado del
mundo exterior real, desde que, a la manera de una ‘reserva’, se lo dejó
libre en relación con las exigencias de las necesidades de la vida.”68 De
modo que volvemos a encontrar aquí el conjunto del marco conceptual
de la década de 1910, en particular con la oposición realidad fantasmática
interna/necesidad real externa, que coincide con la oposición de compor
tamiento sano y comportamiento mórbido —pues es una característica
de este modelo que implique una definición cualitativa, y no simple
mente cuantitativa, de lo normal— .
425
Esa comente conceptual se mantendrá en sordina hasta el Abrégé de
psychanalyse,69 junto a la corriente principal. Pero sobre todo propor
cionará a Freud una vía para captar la génesis de las perversiones sexua
les en tomo del paradigma fetichista. Ya en “Névrose et psychose” men
cionó modalidades defensivas menos tajantemente separadas que la psi
cosis: “Al yo le resultará posible evitar la ruptura de tal o cual flanco
deformándose él mismo, aceptando renunciar a su unidad, eventualmente
incluso agrietándose o fragmentándose. De tal modo se pondrían las in
consecuencias, las extravagancias y las locuras de los hombres bajo la
misma luz que sus perversiones sexuales, cuya adopción les evita mu
chas represiones.”70 En su artículo “Le fétichisme”, de 1927, Freud des
cribirá detalladamente el mecanismo del clivaje del yo, con motivo de
la negación de la castración femenina que a su juicio está en la base del
fetichismo: “coexistían dos posiciones, la fundada en el deseo y la fun
dada en la realidad”71 en esos sujetos que así podían utilizar a la vez un
mecanismo psicótico y evitar la psicosis.72 Volviendo a ese problema
en 1938, en “Le clivage du moi dans le processus de défense”, Freud ob
serva que “los dos lados en litigio han recibido su parte, (pero) se alcan
zó el éxito al costD de un desgarramiento en el yo. (...) Las dos reaccio
nes al conflicto, reacciones opuestas, se mantienen como núcleo de un
clivaje del yo. El conjunto de este proceso sólo nos parece tan extraño
porque consideramos que la síntesis del yo va de suyo. (...) Esta función
sintética del yo, de una importancia tan grande, tiene sus condiciones
peculiares y se encuentra sometida a toda una serie de perturbaciones”.73
427
■t-
que desde luego sólo pretende ser recordatoria: en cada etapa, los otros
campos clínicos son igualmente cubiertos y aportan su ladrillo al edifi
cio; no hay más que un predominio difuso. No obstante, un texto breve
confirma la idea general; se trata de “Des types libidinaux” (1931), donde
Freud define los tipos erótico, obsesivo y narcisista “según el lugar que
ocupa la libido en las provincias del aparato psíquico”;79 en el primero
dominan “las reivindicaciones pulsionales del ello”, el segundo está ca
racterizado por “la preponderancia del superyó”, y en el tercero “el interés
principal se orienta hacia la autoconservación” y el yo. Ahora bien,
cuando se examina la relación entre esos tipos caracterológicos y la pa
tología, surge que “los tipos eróticos, en caso de enfermedad, evolucio
nan hacia la histeria (...) los tipos obsesivos hacia la neurosis obsesiva
y los tipos narcisistas (...) tienen una predisposición particular a la psi
cosis”.80 Ese breve artículo parece ilustrar bien el vínculo particular que
unía la teoría de la libido y del sistema Ies con la histeria, el concepto
del narcisismo con las psicosis, y la formulación de la segunda tópica
con la neurosis obsesiva.81
428
un lu nueva concepción de las psicosis (victoria del ello que aparta al yo
ili' lu realidad) al mismo tiempo que la primera condición del tratamien
to ”1'ara que en el curso del trabajo en común el yo sea un aliado pre-
» I o m », es necesario que (...)-tjaya conservado una cierta dosis de coheren
cia, alguna comprensión de las exigencias de la realidad. Ahora bien, es
liiNiamentc eso lo que el yo del psicótico ya no es capaz de proporcio
nal no*’’83
I )csdc luego, la transferencia provee “la fuerza motriz de la participa-
rlrtn del paciente en el trabajo analítico; bajo esa influencia, el yo débil
se refuerza”,86 en virtud de la dialéctica que Freud había expuesto en sus
arlfculos de la década de 1910. Pero la situación transferencial también
ion llore al analista “el poder que el superyó (del paciente) ejerce sobre el
yo, pues sus padres fueron justamente (...) el origen de ese superyó. El
nuevo superyó tiene por lo tanto la posibilidad de proceder a una poste-
ducac.ión del neurótico y puede rectificar ciertos errores de los que fue
ron responsables los padres en la educación que ellos proveyeron”.87 A
ese primer modo de acción sobre el superyó se añaden las interpretacio
nes que apuntan a hacer consciente y a levantar la resistencia del superyó
(necesidad de punición), una de las fuentes importantes de dificultades en
el tratamiento (reacción terapéutica negativa); se trata de “destruir pro
gresivamente al superyó hostil”.88 Si bien Freud insiste por otra parte
en el peligro que habría que ponderar de la influencia “educativa” del ana
lista, recomendando vivamente evitar “la dirección de conciencia”, reco
noce que “ciertos neuróticos siguen siendo a tal punto infantiles que ni
siquiera en el análisis pueden ser tratados más que como niños”.89 De
todas maneras, “el yo se asusta de los intentos (de levantar las represio
nes) que le parecen peligrosos. (...) Con el fin de evitar que flaquee, es
preciso alentarlo y tranquilizarlo continuamente”.90
En el fondo, “al convertimos en un sustituto de sus padres, en un
muestro y un educador, asumimos diversas funciones útiles para el pa
ciente. Lo mejor que podemos hacer por él, en nuestro papel de analis-
Uin, consiste en conducir a un nivel normal los procesos psíquicos de su
yo, en transformar en preconsciente lo que se había convertido en in
consciente, lo que había sido reprimido, para restituirlo al yo ”.91 Así es
que lu actividad “pedagógica” del analista, persigue, por el rodeo del do
minio de la transferencia, la finalidad de siempre del análisis: la amplia
ción del yo, la extensión del proceso secundario a la mayor parte posible
del uparato psíquico, la reabsorción de las zonas de funcionamiento men-
Ull primario, de los restos arcaicos del psiquismo. Es esto mismo lo que
Froud propuso en un famoso pasaje de las Nouvelles conférences: “Los
onfuerzos terapéuticos del psicoanálisis se aplican (a) fortificar el yo, (a)
hacerlo más independiente ante el superyó, (a) ampliar su campo de per-
cepclón y (a) transformar su organización con el fin de que pueda apro
429
piarse de nuevos fragmentos del ello.92 Adonde estaba el ello, debe lle
gar el yo. Esa es una tarea que incumbe a toda la civilización, como la
desecación del Zuydersee.”93
Con el fin de explicar las dificultades y fracasos de ese ambicioso
programa, y para tratar de hacer su teoría, Freud escribió L'analyse finie
et l’Analyse infinie (1937). El interrogante que se plantea, más allá del
problema de la finalización del análisis, es el siguiente: “¿Cuáles son
los obstáculos que se interponen en la vía de la curación analítica?”94
La respuesta pasa por el examen “de los tres factores que hemos recono
cido como determinantes para las posibilidades de la terapia analítica: la
influencia de los traumatismos, la fuerza constitucional de la pulsión, la
alteración del yo”.95 Los éxitos francos de la terapéutica tienen una con
dición esencial: “El yo del paciente no estaba sensiblemente alterado y la
etiología de los trastornos era esencialmente traumática”;96 es decir que
los éxitos dependían esencialmente del primero de los tres factores enu
merados antes. Desdichadamente, “La etiología de todos los trastornos
neuróticos es mixta”97 y el resultado del tratamiento se juega finalmente
en el nivel de las relaciones cuantitativas 98 Observemos al pasar que
lo que es psicógeno, y por lo tanto curable, sigue identificándose para
Freud con lo traumático,99 a pesar de lo que se pueda pensar de su prác
tica real en lo tocante a ese punto.
El tercer factor, el de la “alteración del yo”, representa uno de los ele
mentos capitales de la terapia; en primer lugar, porque “el yo con el que
podemos concertar tal pacto (la alianza terapéutica) debe ser un yo nor
mal”,100 o más bien acercarse en todo lo posible a ese estado utópico;
en segundo término, porque la eficacia del análisis pasa esencialmente
por un saneamiento y una ampliación del yo. Ahora bien, la estructura
(forma de las defensas) y el grado de modificación del yo dependen tam
bién ellos de una serie complementaria innato (constitucional)/adquirido
(traumático). “Cada yo, desde el principio, está provisto de predisposi
ciones y tendencias individuales. (...) Ello no significa (...) ninguna so
brestimación mística de la herencia que vaya más allá de estimar proba
ble lo siguiente: incluso antes de que inicie su existencia, ya está deter
minado para el yo, en qué direcciones de desarrollo, qué tendencias y qué
reacciones se manifestará.”101 Los tres factores de los cuales depende el
resultado del tratamiento se reducen, de hecho, a dos, uno de pronóstico
positivo (los traumatismos) y el otro que constituye a la vez una incóg
nita para la teoría (psicológica) y un obstáculo insuperable para la tera
pia: la constitución innata, en el doble aspecto de la fuerza de las pulsio
nes y de la elección particular de las defensas del yo.
A esos dos primeros aspectos del factor constitucional, aquellos que
se desprenden de su última concepción metapsicológica (cf. Inhibition,
430 1
TT7!
431
cncia poco verosímil con la que se topa una idea tal, Freud apela á la
noción de los fantasmas originarios: “Es posible que el extraordinario
terror que provoca esta amenaza se deba en parte a una huella mnémica
filogenética, recuerdo de la época prehistórica.”108 (/*v
—En segundo término, la bisexualidad constitucional de los seres
humanos, concepto fundamental a todo lo largo de la obra freudiana (fre
cuentemente con referencia a W. Fliess) y que por lo común explica el
“complejo de virilidad” en la mujer como consecuencia de la componen
te masculina constitucional.109 Simultáneamente, Freud precisa siempre
que la oposición virilidad/feminidad no parece abarcar otra significación
psicológica que el contraste actividad/pasividad, y que las manifestacio
nes del complejo de castración en el hombre se avienen perfectamente
con una actitud pasiva respecto de su compañera.110 Por cierto, también
puntualiza que “la agresión y la actividad corren parejas con el narcisis
mo”;111 del mismo modo concuerdan pasividad, masoquismo y femini
dad. Ahora bien, el complejo de castración se resuelve en “el rechazo de
la feminidad, (lo cual) no puede ser más que un hecho biológico, una
parte del gran misterio de la sexualidad”.112
432
más tarde, allí encontramos lo que estructuraba la relación de Freud con
Fliess.
Ahora bien, la referencia biológica desempeña en Freud una función
particular, epistemológicamente esencial: se considera que es ella la que
en última instancia esclarecerá la significación de los fenómenos obser
vados^ tendrá que aportar su clave científica. En ese punto volvemos a
encontrar intacto el reduccionismo de la escuela de Helmholtz: el orden
psicológico se resuelve en fisiológico, el fisiológico en físico-químico,
hasta que de un extremo al otro del mundo real no quedan más que fuerza
y materia. Pues — observémoslo al pasar— el registro biológico en
Freud sigue siendo fundamentalmente fisiológico; de allí la permanente
referencia “fliessiana” a un quimismo desconocido que esclarecería todo
el juego de las fuerzas mentales. Con esta última etapa la referencia bio
lógica se carga por cierto con toda una dimensión mítica arqueohistórica,
pero siempre en el nivel de las pulsiones, es decir de las fuerzas presen
tes. Aquí Freud parece ignorar que la biología se define cada vez más en
términos de organización, de equilibrio, de estructura autorregulada en
evolución y complejización constantes. En este punto se puede señalar
la escasa integración, no de las ideas sino de los principios epistemoló
gicos del evolucionismo, en el pensamiento freudiano. Este sigue siendo
fundamentalmente reduccionista e ignora la jerarquía de los registros de
lo real.114 Uno recuerda que el pensamiento evolucionista reposaba en la
seguridad de que un orden fenoménico nunca puede reducirse al peldaño
que lo precede en la pirámide de los registros de lo concreto. Lo biológi
co es un orden propio, autónomo e irreductible a lo físico-químico: to
ma de este último los elementos básicos, los ladrillos que constituyen
su carácter fenoménico propio, pero escapa al juego simple de las fuer
zas elementales del mundo físico. Justamente en tal sentido necesita una
denominación científica y una metodología particular. Desde luego, lo
mismo ocurre en psicología: por-cierto los materiales biológicos (por o-
tró lado infinitamente más complejos que los elementos fisiológicos
«Imples en los que piensa Freud) constituyen su trama, pero sólo ad
quieren sentido en el peldaño jerárquicamente superior donde se integran
en subjetividad. Cuando la explicación se muestra esquiva, ocurre que
los conocimientos son insuficientes y no que sólo quede la alternativa de
sumergirse en la etapa anterior para hallar la solución. Esto es por otra
parte lo que nos enseña toda la progresión del pensamiento de Freud.
Del mismo modo, no es difícil sacar a luz la gravitación del pensa
miento asociacionista de un extremo al otro de la obra freudiana. Por
cierto, en ella se integran lentamente parámetros de origen diferente que
hacen estallar su marco; ése es justamente, como lo hemos visto, todo
•t lecreto de la evolución teórica de Freud ante la acumulación de mate
riales clínicos cada vez más complejos. Subsiste el hecho de que hasta el
fin los “estigmas” asociacionistas siguieron prevaleciendo en su pensa
miento:
i
—En el imagocentrismo que caracteriza permanentemente su análisis
del psiquismo; en dicho análisis, la teoría de la representación nunca es
cuestionada, ni ubicada en relación con formas de pensamiento que no
estructuren la imagen y el lenguaje. De allí el corte entre la pulsión,
simple fuerza, empuje ciego, y sus representaciones mentales.
—En la nitidez de la separación entre las cualidades conscientes e in
conscientes, retomada tal cual de los modelos wundtiano o psicofisioló
gico (teoría del automatismo). En todos los casos Freud parece confundir
en tal sentido la necesidad de defender la existencia del inconsciente co
mo reprimido y el juicio a formular acerca de la idea de un espectro de
actividades mentales que se extienden desde la conciencia clara a una
conciencia oscura y hasta los automatismos, idea para la cual erige la
prueba toda la evolución de la psicología contemporánea. El carácter di
fuso e indeciso de la teoría del afecto (y por otra parte de una formula
ción tal de los fenómenos motivacionales) es una de las consecuencias
directas de una posición de ese tipo.
—En la constancia de las referencias empiristas, cuyo alcance, por o-
tra parte, Freud amplía considerablemente, puesto que en gran parte de
su lamarckismo abarca una extensión de la búsqueda de las experiencias
primeras de la historia de la especie, vía la herencia de los caracteres (es
decir del saber) adquiridos (cf. la noción de fantasma originario). Lo ates
tiguan también teorías como la de la prueba de la realidad, que prolonga
la eterna tendencia del empirismo a reconstruir la génesis de cada ele
mento psicológico en la escala de la historia individual del sujeto. Es así
como uno de los últimos fragmentos de las notas de Freud, pocos días
antes de su muerte, recoge esta observación sorprendente: “La espaciali-
dad podría ser la proyección del aparato psíquico.”115 ¿No volvemos a
encontrar aquí el cariz mismo del pensamiento de un Condillac o un
Mili?
—En el individualismo fundamental de una concepción del psiquis
mo que siempre se centra en el organismo-sujeto como una mónada, al
principio virtualmente autosuficiente y que después descubre el mundo y
se adecúa a él más o menos bien (empirismo). Así, la dimensión social
(y desde luego el lenguaje) siempre le parecerá a Freud reductible a las
coordenadas fundamentales de la experiencia individual ontogenética, que
corre el riesgo de prolongar la de los antepasados, transmitida filogenéti-
camente. No hay “instinto social” ni efecto directo de los hechos socio-
culturales en el individuo freudiano, cuya misma inscripción intersubje
tiva es segunda, mediata, tardía también en la teoría.
i
NOTAS
435
cuyo origen es desconocido y a la cual uno se sentiría tentado a a-
tribuir un carácter elemental.” (S. Freud: Psychologie des foules et
Analyse du moi, 1921, en Essais de psychanalyse, pág. 164.)
17. S. Freud: “Considérations actuelles..., en Essais de psychanalyse,
pág. 17.
18. Todavía se encuentran muy presentes las huellas de esta experiencia
en la carta acerca de la guerra que Freud dirige a Einstein en 1932,
respondiendo a los interrogantes del último. Véase S. Fréud (a) A.
Einstein, setiembre de 1932, en Pourquoi la guerrel, S. £., XXII,
pág. 195.
19. En particular, el hecho de que las grandes pulsiones no se presenten
nunca en estado de pureza, sino siempre en aleaciones permite
continuar sosteniendo lo que Freud afirmó en 1909 en Le petit
Hans: “Me parece que Adler ha caracterizado erróneamente como
hipóstasis de una pulsión especial lo que es un atributo universal e
indispensable de todas las pulsiones, justamente su carácter ‘pul-
sional’, impulsivo, lo que podemos describir como la capacidad
para activar la motricidad.” (S. Freud: Analyse d'une phobie chez
un petit gargon de cinq ans (Le petit Hans), 1909, citado infra:
Le petit Hans, en Cinq psychanalyses, pág. 193.) Freud también
precisa, en una nota de 1923, que su “desaprobación del punto de
vista de Adler (...) no es modificada” por su nueva doctrina (ibíd.,
nota 1).
20. Un poco antes, Freud precisaba: “No ignoro que, al dar ese tercer paso
en la teoría de las pulsiones, no podría pretender la misma certi
dumbre que respecto de los dos precedentes —ampliación del con
cepto de sexualidad y después instauración del narcisismo— . Hay
allí innovaciones que traducen directamente la observación a teoría
[108].” Jl
21. S. Freud: Métapsychologie, pág. 40 (las bastardillas son mías).
22. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 350.
23. ¿Freud no parece deplorar, en Au-delá du pincipe de plaisir, “la pers
pectiva totalmente positiva (respecto de las pulsiones) de Darwin
[105]”?
24. O. Ranken Le traumatisme de la naissance (1923), pero sobre t
S. Ferenczi, con su Thalassa, también utilizaron, cada uno a su
manera ese modelo de teorización. [Versión castellana de la obra
de Rank: El trauma del nacimiento, Barcelona, Paidós, 1985.]
25. Cf. supra, cap. 11.
26. Cf. S. Freud: Ma vie et ¡a psychanalyse, pág. 14
27. Cf. los siguientes fragmentos de Goethe, de La Nature (diados en E.
Haeckel: Histoire de la création universelle, págs. v-vi): “ ¡La na
turaleza! Ella nos cerca, nos estrecha desde todas partes (...). Nos
arrastra en su ronda etema. (...) Siempre crea formas nuevas; lo que
existe no existía; lo que era ya no volverá a ser nunca; todo es
nuevo sin dejar de ser antiguo. Parece tener todo dispuesto para la
individualidad y no se preocupa en absoluto por los individuos.
436
Construye siempre, destruye sin cesar. (...) Tiene en sí una vidn,
un devenir, un movimiento eterno y sin embargo no avanza. Ince
santemente se metamorfosea, no conoce el reposo (...) le tiene
horror. Es inquebrantable: su paso es mesurado, sus excepciones
raras, sus leyes inmutables. (...) Uno obedece a sus leyes incluso
cuando se resiste a ellas; la ayuda, incluso al contrariarla (...).”
28. Gf. supra, cap. 8.
29. "Hay otra cosa que no podemos disimulamos: hemos entrado, sin
prestar atención, per la puerta de la filosofía de Schopenhauer
[97].”
30. Cf. con respecto de este tema, la segunda parte del insoslayable tra
bajo de P.-L. Assoun: Freud, la philosophie et les philosophes,
1976. Es preciso señalar la homología de las concepciones de los
presocráticos y la Naturphilosophie: en ese período Freud se sirve
de los textos de los orígenes de la filosofía, todavía más próximos
al mito y las cosmologías que a los grandes metafísicos. [Versión
castellana de P.-L. Assoun: Freud. La filosofía y los filósofos,
Barcelona, Paidós, 1982.]
31. S. Freud: “Psychanalyse et télépathie”, 1921, S. E., pág. 181.
32. Ibíd., pág. 179.
33. S. Freud: “Reve et occultisme”, 1932, en Nouvelles Conférences sur
la psychanalyse, pág. 73.
34. Desde luego, la Naturphilosophie tiene una afinidad electiva con el
vitalismo, lo mismo que con todos los fenómenos y teorías que
manifiestan el pan-psiquismo en la naturaleza (magnetismo ani
mal, ocultismo, etcétera).
35. También del naturalismo antropomórfico de Groddeck, de quien Freud
tomará pronto el término “ello” para designar el sistema pulsional
inconsciente.
36. Cf. la interpretación del principio del placer en Au-delá du principe
de plaisir.
37. S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, nueva
traducción, págs. 219-275 (citado infra con el número de página
entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado acerca
de la descripción de la segunda tópica; salvo mención en contra
rio, las bastardillas son del autor).
38. S. Freud: Psychologie des foules el Analyse du moi, 1921, en Es-
sais de psychanalyse, nueva traducción, pág. 191.
3V. S. Freud: Au-delá du principe de plaisir, en ob. cit., pág. 67.
40. En este punto Freud precisa bien que “la modificación del yo que es
necesario describir (se despliega) ¡o mismo que en la melancolía
¡241; las bastardillas son mías]”. Un poco más adelante indico lo
que puede deducirse de ese tipo de observaciones.
41. Incidentalmente, Freud se pregunta si no acaba de poner el dedo en el
misterioso mecanismo de la sublimación en general.
42. No obstante, Freud volverá a su primera formulación en las Nouve
lles Conférences de 1932 (cf. pág. 135) y el Abrégé de psycha-
nalyse de 1938 (cf. pág, 10), lo que atestigua la incertidumbre- y
la vacilación en que se encontraba respecto de ese punto. En efec
to, allí se trata evidentemente de un problema insoluble en tales
términos. Cf. también el tercer modelo que desprendemos más ade
lante de los textos acerca de la psicosis y el fetichismo, y que
prolonga la temática narcisista.
43. S. Freud: Inhibition, symíóme et angoisse, 1925 (citado infra con el
número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de
este apartado acerca de las correcciones de 1925; salvo mención en
contrario, las bastardillas son del autor), pág. 12.
44. Cf. supra, el inicio del punto precedente, “Descripción”.
45. Cf. supra, el apartado que sigue, acerca de "El tratamiento”.
43. S. Freud: Inhibition, symptóme et angoisse, 1925 (citado infra con
el número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de
winista, histórico, tiene que enlazar sólidamente entre sí los ele
mentos del afecto. En este punto la experiencia analítica (síntomas
“conmemorativos” histéricos) se unen al modelo biológico.
47. Cf. supra, cap. 11.
48. Advirtamos que allí está la esencia misma de la crítica freudiana a la
teoría que expone Rank respecto del trauma del naciníiento: una
explicación biogenética de un fenómeno funcional fundamental del
psiquismo es por esencia insuficiente.
49. Se trata también de las condiciones de las represiones originarias (el
plural da fe de su nuevo status de defensa): “Es muy verosímil que
factores cuantitativos tales como la fuerza excesiva de la excita
ción y la fractura del para-excitación sean las condiciones inme
diatas de las represiones originarias [10].” De ese nipdo Freud con
serva algo de sus intuiciones primeras (cf. el Esquisse) puesto que
esas situaciones traumáticas primordiales siguen siendo la matriz
de los procesos patógenos ulteriores (cf. infra los tres factores de
la predisposición neurótica de la especie humana).
50. Lo que desde luego no implica que esta meta adaptativa sea siempre
realista.
51. Cf. supra, cap. 13.
51 bis. Freud precisa que subsiste una tercera posibilidad, la de que el de
seo reprimido “sea reanimado por regresión en el curso de la neu
rosis [67, nota 1]”.
52. S. Freud: “La disparition du complexe d’ÍEdipe", 1923, en La vie se
xuelle, pág. 120. El primer modelo metapsicológico freudiano re
posaba por el contrario sobre el postulado de la indestructibilidad
de los deseos infantiles inconscientes (correlato del carácter in
temporal del sistema Ies) que aparece así como una consecuencia
del modelo mecanicista del psiquismo (además de su interés clíni
co). Una perspectiva funcionalista introduce aquí un modo de ver
totalmente distinto.
53. Se habrá observado que la regresión sádico-anal ya no es solamente
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Métapsychologie de 1915, escrito siguiendo las huellas de K. A- _
braham en su artículo de 1912, “Préliminaires á l'investigation et
au traitement psychanalytique de la folie maniaco-dépressive et des
états voisins”, en CEuvres completes, tomo I, págs. 99-113.
77. S. Freud precisa en Le Moi et le Qa que el superyó melancólico ma
nifiesta, “por así decir, un puro cultivo de la pulsión de la muerte”
(en ob. cit., pág. 268). De modo que ésa es (no se lo ha subrayado
lo bastante) la única manifestación patente de esta pulsión siem
pre silenciosa.
78. Cf. en Inhibition, simptóme et angoisse la observación siguiente:
“La neurosis obsesiva es a no dudarlo, el objeto más interesante y
más fecundo de la investigación analítica” (pág. 33). En lo que
concierne a los otros modelos, cf. la reducción de todas las psico
neurosis al modelo histérico y al primer tiempo de la represión en
la época del Esquisse, con la desaparición correlativa del concep
to de defensa. Durante la década de 1910, Freud no cesa por otra
parte de afirmar que las psicosis “nos proporcionarán el acceso a
la inteligencia de la psicología del yo” (S. Freud: “Pour introduire
le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág. 88.
79. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág.
157.
80. Ibíd., págs. 158-159.
81. También se podría señalar el enlace que une cada una de las tres gran
des polaridades psíquicas en las cuales finalmente se fundará la te
oría freudiana (cf. supra, cap. 15, e infra el apartado siguiente)
con esos tres campos clínicos: la bisexualidad con la histeria, la
ambivalencia con la neurosis obsesiva, la polaridad narcisismo-re
lación de objeto con las psicosis. La melancolía abarca por otra
parte las dos últimas polaridades en una mezcla específica.
82. S. Freud: Abrégé de psychanalyse, pág. 40.
83. Ibíd., pág. 50.
84. Ibíd., pág. 40.
85. Ibíd., págs. 40-41. < y
86. Ibíd., pág. 43.
87. Ibíd.
88. Ibíd., pág. 49.
89. Ibíd., pág. 43.
90. Ibíd., pág. 47.
91. Ibíd., pág. 50.
92. Como se ve, se trata finalmente de desdibujar, incluso de invertir “los
estados de dependencia del yo”, anacronismo heredero de la prema-
turación.
93. S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique”, 1932,
en Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, págs. 106-10*?
(traducción corregida).
94. S. Freud: L ’A nalyse finie et l'Analyse infinie, 1937, en Revue
frangaise de psychanalyse, 1939, XI, pág. 8 (la traducción al
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francés de esta cita, así como la de las siguientes, ha sido eitable-
cida por M.-L. Lauth-Wagner, S. Feitel y B. Simonnet).
95. Ibíd., pág 11.
96. Ibíd., pág. 7.
97. Ibíd.
98. Desde luego, no se ha tenido en cuenta un elemento que Freud no des
conocía: “No solamente la constitución del yo del paciente, sino
también el carácter particular del analista deben tenerse en cuenta
entre los factores que influyen en las perspectivas del tratamiento
analítico y crean dificultades según la forma de las resistencias” (i-
bíd., pág. 33; las bastardillas son mías).
99. Cf. las líneas siguientes de S. Freud, tomadas de Psychologie des
foules et Analyse du moi, con respecto a las psicosis maníaco-de-
presivas: “También se ha tomado la costumbre de juzgar esos ca
sos como no psicógenos. Se tratará más tarde de otros casos de
trastornos clínicos del humor por completo semejantes, pero que
se explican fácilmente por traumatismos psíquicos.” (Ob. cit.,
pág. 202.)
100. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 21.
101. Ibíd., pág. 26.
102. Ibíd., pág. 28.
103. Ibíd., pág. 30. Freud formula esta tesis que explica el exclusivismo
“monosexual” corriente, con motivo de la bisexualidad manifiesta
de ciertos sujetos.
104. Ibíd., pág. 37.
105. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 15 de fe
brero de 1924, p ág. 351.
106. Con respecto al proceso que inicia la neurosis infantil del “Hombre
de los lobos”, Freud afirma que “la promotora de esa represión pa
rece ser la masculinidad narcisista del miembro viril, que entra en
un conflicto (...) con la pasividad del objetivo homosexual” (S.
Freud: L'homme aux loups, en ob. cit., pág. 410).
107. S. Freud: “Le fétichisme”, en La vie sexuelle, pág. 134.
108./S. Freud: Abrégé..., pág. 61, nota 1.
¡09. Cf. S. Freud: “Sur la psychogenése d'un cas d'homosexualité fémini-
ne”, 1920, en Névrose, psychose et perversión, pág. 245, y el
conjunto de los textos de los años 1925-1932 acerca de la sexuali
dad femenina: “Quelques conséquences psychiques de la différence
anatomique entre les sexes”, 1925, en La vie sexuelle, págs.
123-132; “Sur la sexualité féminine”, 1931, en ibíd., págs. 139-
155; “La féminité”, 1932, en Nouvelles Conférences sur la
psychanalyse, págs. 147-178.
110. Cf. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, en ob. cit., pág.
37, nota 2.
111. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág.
158.
112. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 37.
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