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Capítulo I

EVOLUCION GENERAL DE
LA NOCION DE HISTERIA HASTA CHARCOT

Para captar lo que constituye la originalidad de los trabajos de Charcot y


de sus alumnos me parece indispensable bosquejar de entrada a grandes
rasgos lo que fue la histeria para los autores que los precedieron, en qué
contextos sucesivos se inscribió, cómo quedó progresivamente delimita­
da en el campo de la clínica.1 Lo que por cierto no ocurrió de una mane­
ra lineal: la histeria vio variar su concepción y su extensión a lo largo
del tiempo, acompañando a diferentes perspectivas, a los prismas a tra­
vés de los cuales se observaban y comprendían los fenómenos. Tampoco
se trata de hacer la historia en las distintas épocas de lo que nosotros
llamamos histeria (enfoque que en el trabajo de Veith surge inextricable
y sin gran interés), sino de lo que se designaba con esa palabra desde los
orígenes griegos de la medicina, echando circunstancialmente al pasar u-
na mirada a aquello que puede igualmente tener que ver con el significa­
do que nosotros le damos al término.

La histeria y la hipocondría hasta Sydenham

Desde Platón e Hipócrates hasta ese fin del siglo XVII en el que Syden­
ham cambió las concepciones recibidas en cuestión de histeria, aparente­
mente el foco esencial del concepto de enfermedad histérica estuvo cons­
tituido por la gran “crisis”. Durante esos veinte siglos, la histeria fue
concebida como una enfermedad propia de la mujer (de donde surgen la
constancia con que se la atribuyó a un desorden uterino y su nombre
mismo), dolencia que se manifestaba en paroxismos: sensación de que

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una bola (globus hystericus), partiendo del vientre, ascendía al epigas­
trio, donde provocaba una impresión de ahogo o vómitos, y después al
tórax y al cuello (ansiedad precordial, palpitaciones, disnea), llegando a
la cabeza, afectada entonces de dolor, pesadez, somnolencia letárgica, o
convertida en fuente de convulsiones epileptoides en todo el cuerpo, con
o sin pérdida de la conciencia. Si se describe un cierto número de sínto­
mas particulares (trastornos sensitivos, sensoriales, motores, desórdenes
funcionales viscerales), ello se hace en tanto que preceden o acompañan
al acceso, o se encuentran estrechamente vinculados con él; por otra par­
te, existen naturalmente formas parciales de crisis que no llegan al sín­
cope o a las convulsiones. Finalmente, poco a poco se adquirió la cos­
tumbre de atribuir a la histeria y a la matriz diversos síndromes que se
encontraban en las mujeres reputadas como histéricas, sin que por ello
fueran objeto de una descripción sistemática: se trata sobre todo de rela­
tos anecdóticos. Por lo demás, la clínica como disciplina autónoma de
observación y de descripción no existía todavía en esa época, en la que
se interpenetraban sin límites claros la forma mórbida y la imagen me­
tafórica que a la vez la explicaba y la generaba. A medida que las doctri­
nas empiristas2 se aseguraban un dominio que encontró el apoyo del de­
sarrollo de las ciencias exactas, en el estudio de las enfermedades se afir­
mó la parte de clínica descriptiva. Ese proceso no desembocará en funda­
mentos realmente seguros hasta fines del siglo XVIII, en particular con
Philippe Pinel.
Hasta Charles Lepois (1618), la histeria siguió siendo concebida co­
mo efecto de desórdenes uterinos. Ya no se trataba por cierto de peregri­
naciones de la matriz, un verdadero animal vivo poseído por el deseo de
engendrar niños, que se agitaba en todos los sentidos en el cuerpo (cri­
sis) con el furor de una frustración intolerable. El mito platónico del
Timeo, que Hipócrates todavía retomaba, había cedido el lugar en la
doctrina galénica de los humores a los efectos deletéreos de la retención
de las reglas o del “esperma femenino”; un humor (un vapor, como se
dirá más tarde) sutil irritaba y anonadaba los nervios y los centros ner­
viosos, causando los síntomas del “mal de matriz”.3 Cuando Lepois
considera a la histeria una enfermedad cerebral primitiva (idiopálica y
no simpática, como lo sería si resultara del trastorno de otro órgano, en
este caso el útero), cercana a la epilepsia y común a los dos sexos, in­
troduce una concepción tan revolucionaria que tendrá que pasar más de
medio siglo para que se imponga con Willis y Sydenham. Veremos que
hasta mediados del siglo XIX todavía seguirá habiendo partidarios de la
antigua doctrina. Las consideraciones clínicas de Lepois son por lo de­
más bastante notables, pues, si bien continúa describiendo de entrada y
por sobre todo la crisis, reconoce también una multitud de síntomas
bien individualizados: trastornos sensoriales (ceguera, sordera), sensiti­

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vos (anestesias cutáneas, dolor de cabeza, dolores diversos), motores (afonía
, parálisis, contracturas, temblores), vegetativos (palpitaciones car­
díacas, angustia precordial, disnea).
En 1667, Willis, célebre por sus estudios sobre la anatomía del cere­
bro y de los centros nerviosos, retomó naturalmente las concepciones de
Lepois. En efecto, no queda duda alguna de que el interés creciente que
suscitaban las funciones del cerebro y del sistema nervioso, y las nocio­
nes progresivamente más precisas de las que se disponía entonces sobre
ese tema,4 iban a llevar a cambiar la concepción causal de todo un gru­
po mórbido, y en particular de la histeria. En su controversia con N.
Highmore (quien, abandonando también la teoría uterina, consideraba la
histeria como una enfermedad general debida a una perturbación de la
composición de la sangre) Willis abordó asimismo el problema de la hi­
pocondría, que había planteado igualmente su contradictor. Sólo cuarenta
años antes (1630) Sennert había separado de la melancolía ese síndrome
descripto desde Hipócrates y Galeno. El término melancolía abarcaba u-
na multitud de estados mórbidos unificados por la imagen metafórica de
la bilis negra (etimología de la palabra melancolía) que difundía en el
organismo su veneno siniestro: esencialmente estados de tonalidad de­
presiva y ansiosa, desde lo que nosotros llamaríamos melancholia o de­
presión hasta los delirios de tonalidad triste (persecución, posesión, in­
fluencia, celos, culpabilidad o falta, ruina, destrucción del mundo), pa­
sando por estados de angustia de todo tipo o incluso por el simple “tem­
peramento melancólico” o “atrabiliario” (propensión a la tristeza y al
pesimismo, a la misantropía). Por extensión, con frecuencia se asocia­
ban a ese conjunto estados delirantes de otro matiz (megalomaníaco,
místico, erótico) en cuanto presentaran el carácter parcial que constituía
el segundo polo de esta vasta noción: en lo que no concerniera a su deli­
rio, y en el interior mismo del delirio, el enfermo seguía siendo lúcido,
con sus aptitudes intelectuales intactas, a diferencia de lo que ocurría en
las manías (estados de excitación de toda naturaleza) y las demencias (es­
tados de incoherencia y debilitamiento intelectuales).
Al principio se denominó en consecuencia melancolía hipocondríaca
a un estado de tristeza y de preocupación ansiosa concerniente a la salud,
con ideas de incurabilidad, tentativas terapéuticas incesantes y abortadas,
todo ello centrado en una multitud de síntomas corporales que giraban en
tomo de la región de los hipocondrios, esencialmente trastornos digesti­
vos (dolores de estómago, pesadez, acidez, hinchazón, borborigmos, e-
ructos y gases, a veces vómitos, constipación, diarrea, alternancia de fal­
ta de apetito y hambre imperiosa), pero también palpitaciones cardíacas,
ahogos, cefaleas y cenestopatías cefálicas (zumbido de oídos, sensacio­
nes de pesadez, de vacío, de plenitud, de consunción, etcétera). De modo
natural se atribuía ese estado a desórdenes de los órganos de los hipocon­

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drios (hígado, estómago, bazo) y a los humores viciosos que se despren­
derían de esos órganos perturbados en su funcionamiento. Sennert con­
servó esta explicación, pero separando la afección hipocondríaca, esen­
cialmente constituida por trastornos funcionales viscerales y su repercu­
sión psíquica, de la melancolía hipocondríaca, estado delirante en el que
el enfermo injertaba, en trastornos del mismo tipo, ideas más o menos
caprichosas que iban desde la certidumbre firme de estar afectado de tal o
cual enfermedad hasta el delirio de influencia, hasta ideas de posesión y
de habitación demoníaca o zoantrópica del cuerpo, o hasta el futuro sín­
drome de Cotard (delirio de las negaciones). Es por lo tanto la hipocon­
dría simple lo que Willis considera igualmente como una afección cere­
bral idiopática, que perturba simpáticamente los órganos viscerales por
intermedio del sistema nervioso vegetativo.

Sydenham y la unidad del grupo de los vapores

El terreno estaba entonces preparado para la gran mutación que operó


Sydenham en 1681, en su respuesta a una carta de W. Colé,5 quien le
insistía en que hiciera públicas sus observaciones y su convicción acerca
de “las enfermedades llamadas histéricas”. En ese momento en el apogeo
de su gloria, el “Hipócrates inglés” estaba en la fuente del movimiento
de renovación que un siglo más tarde se desarrollaría en los inicios de la
medicina moderna; al referirse a Hipócrates por encima de la obra de Ga­
leno, trataba de promover una medicina de observación, liberada de dog­
mas y sistemas, más bien avara de prescripciones (método denominado
expectante), más preocupada por reglas higiénicas y profilácticas que por
el activismo terapéutico intempestivo. Su metodología rigurosa inspira­
rá en gran medida a su alumno Locke,6 quien extraerá de ella las tesis
generales que constituyen el eje de su filosofía, origen del sensorialismo
empírico y de la psicología asociacionista del siglo siguiente.
Sydenham propuso en consecuencia la síntesis de hipocondría e his­
teria: en ambos casos se trataría de la misma enfermedad, denominada de
modo diferente según el sexo del enfermo: “Todos los Antiguos han a-
tribuido los síntomas de la afección histérica al vicio de la matriz. Sin
embargo, si se compara esta enfermedad con la que se denomina común­
mente en los hombres afección hipocondríaca o vapores hipocondría­
cos, y que se atribuye a obstrucciones del bazo o de otras visceras del
bajo vientre, se encontrará una gran semejanza entre ambas enfermeda­
des."7 El conjunto de los dos “vapores”8 representa entonces “la más fre­
cuente de las enfermedades crónicas (...) es decir la mitad (de éstas). En
efecto, son muy pocas las mujeres enteramente exentas de ella, con la

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excepción de las que están acostumbradas a una vida dura y laboriosa.
(...) E incluso entre los hombres, muchos de los que se dedican al estu­
dio y llevan una vida sedentaria, están sujetos a la misma enfermedad.”9
Fuera del énfasis puesto en la influencia de las costumbres y del modo
de vida, que va a constituir una constante en el pensamiento médico has­
ta mediados del siglo XIX, es preciso observar que la constitución del
grupo de los vapores se justifica por la atribución explícita al sistema
nervioso (desorden de los “espíritus animales”, denominación cartesiana
del agente nervioso) de la patogenia del trastorno: ello es lo que permite
la aproximación de las dos entidades y la crítica de su bipartición sexual
(sobre todo para la histeria; la hipocondría siempre fue considerada una
enfermedad común a los dos sexos, aunque más frecuente en el hombre).
Si bien, por lo tanto, la herencia de Lepois y Willis es claramente
perceptible en Sydenham, la fusión de las dos enfermedades reposa sin
embargo en un decisivo cambio de énfasis en la consideración de los
trastornos histéricos; en adelante la esencia ya no está tanto en la crisis
como en la multitud de pequeños síntomas “nerviosos” acumulados en
la observación a lo largo de siglos y con frecuencia efectivamente idénti­
cos a los que se describen en los hipocondríacos: cefaleas (“clavo histéri­
co”), palpitaciones cardíacas, disnea, trastornos digestivos y urinarios
(poliuria límpida por acceso), dolores diversos (nefríticos, abdominales,
dorsales, dentales), sensaciones de calor y frío, insomnio. Finalmente,
los trastornos del carácter, observados con mucha perspicacia: “Ahora
bien, aunque las mujeres histéricas y los hombres hipocondríacos estén
extremadamente enfermos del cuerpo, más aun lo están del espíritu, pues
desesperan absolutamente de su curación, y si a uno se le ocurre darles la
menor esperanza, montan en una gran cólera, de modo que esa desespera­
ción es esencial de la enfermedad. Por otra parte, se llenan el espíritu de
las ideas más tristes, y creen que les esperan todo tipo de males. Se a-
bandonan, por el menor motivo, e incluso sin ninguno, al miedo, a la
cólera, a los celos, a las sospechas y a las pasiones más violentas, y se
atormentan sin cesar a sí mismos. No pueden soportar la alegría, y si
sucede que se regocijan, ello es muy poco frecuente, y por algunos mo­
mentos; incluso esos momentos de alegría les agitan tanto el espíritu
que hacen que las pasiones sean las más afligentes. No conservan nin­
gún término medio, y sólo son constantes en su liviandad de carácter.
Ora aman en exceso, ora odian sin razón a las mismas personas. Si se
proponen hacer algo, cambian en seguida de proyecto, y emprenden todo
lo contrario sin darle de todas maneras acabamiento; en fin, no tienen
determinación y son tan indecisos que nunca saben qué partido tomar, y
sobrellevan una inquietud continua. (...) Se sabe también que las muje­
res histéricas ríen o lloran inmoderadamente sin ninguna causa evidente.
(...) La noche, que es para los hombres un momento de reposo y de

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tranquilidad, se convierte para los enfermos de los que hablamos, lo
mismo que para los supersticiosos, en ocasión de mil penas y mil te­
mores, a causa de los sueflos que tienen, y que por lo común giran en
tomo de muertos y de aparecidos”.10 Sydenham no ignora sin embargo
la integridad mental de esos enfermos, muy diferentes de los alienados:
“Ello no les ocurre solamente a los maníacos y a los locos furiosos, si­
no a gente que, fuera de esto, es muy cuerda y considerada, y que tiene
una penetración y una sagacidad extraordinarias.”11 Por lo demás, cuida
de precisar el aspecto secundario de los trastornos psíquicos con relación
a los desórdenes nerviosos: “Es cierto que un estado tan triste no es algo
que afecta a todas las personas atacadas por la enfermedad de la que ha­
blamos, sino solamente a aquellas que experimentan desde hace mucho
tiempo los más rudos asaltos, y que por así decir están abrumadas.”12
En suma, la histeria comienza con Sydenham a tomar el aspecto que
adquirirá a continuación con Briquet y Charcot, quien lo sistematizará en
la doctrina: trastornos paroxísticos espectaculares que se elevan sobre un
fondo, un terreno “nervioso” particular (“estigmas” de Charcot). Ese
fondo neuropático es común a la histeria y a la hipocondría: él permite
su fusión y en adelante va a reglar la evolución de sus conceptos. Con
los vapores, el siglo XVII se da así un concepto homólogo a la noción
moderna de neurosis, aunque la correspondencia no debe enmascarar la
disparidad de los contextos y de las concepciones, ni la imposibilidad de
superponer efectivamente las dos ideas.
Por otra parte, es preciso subrayar la concepción patogénica de los
síntomas tal como se desprende de las concepciones de Sydenham: va­
mos a volver a encontrarla sin cambios hasta Charcot, y su disolución
constituyó la condición de posibilidad misma de los descubrimientos
freudianos, que al mismo tiempo los hacía necesarios. Como dice
Sydenham, “la afección histérica no es solamente muy frecuente; tam­
bién se muestra bajo una infinidad de formas diversas, e imita casi todas
las enfermedades que afectan al género humano, pues sea cual fuere la
parte del cuerpo en la que se encuentra, produce enseguida los síntomas
propios de esa parte. Y si el médico no tiene mucha sagacidad y expe­
riencia, se equivocará fácilmente, y atribuirá a una enfermedad esencial,
y propia de tal o cual parte, síntomas que dependen solamente de la afec­
ción histérica.12bis (...) Sería interminable tratar de informar aquí sobre
todos los síntomas de la afección histérica, a tal punto son diferentes, e
incluso contradictorios entre sí. Esta enfermedad es un Proteo que adopta
una infinidad de formas diferentes, es un camaleón que cambia sin cesar
de colores.”13 Para que esto sea así hay una importante razón: la histeria
es una enfermedad del sistema nervioso y el sistema nervioso está pre­
sente en todo el cuerpo, regula y controla todas las actividades corpora­
les, está interesado en toda manifestación patológica. Los síntomas his­

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téricos reproducen simplemente los síntomas de todas las enfermedades
porque representan la patología funcional de todos los órganos. Lo úni­
co que tienen “de particular entre todas las otras enfermedades es que no
siguen ninguna regla, ningún tipo uniforme, y sólo constituyen un con­
junto confuso e irregular.” 14 De modo que, durante dos siglos, nada di­
ferenciará verdaderamente un trastorno histérico de un trastorno orgánico,
salvo su desarrollo (condiciones de aparición, evolución, declinación) y
su repercusión general en el organismo: como regla, los síntomas histé­
ricos no alteran el estado general. Así, una parte importante de lo que
nosotros reconocemos como histeria fue ignorada por los médicos de e-
sa época; del mismo modo, mucho de lo que le atribuían (como los ede­
mas elásticos que señala Sydenham y que retomará Charcot) no nos pa­
rece que le sea propio. Un mejor conocimiento del sistema nervioso hi­
zo posible la nueva concepción, así como nuevos progresos en ese cam­
po habrían de disolverla dos siglos más tarde: la evolución de las doctri­
nas y de los conocimientos en un dominio interactúa infaltablemente
con los campos vecinos.
Paralelamente a la esencia nerviosa que reconocía en la afección,
Sydenham iba a insistir mucho en la importancia etiológica de las cau­
sas morales, de las pasiones, como agente principal de las perturbacio­
nes del equilibrio nervioso: “Las causas antecedentes15 de esta enferme­
dad son con la mayor frecuencia agitaciones violentas del alma produci­
das súbitamente por la cólera, la pena, el temor o por cualquier otra pa­
sión análoga. Así, cuando las mujeres me consultan sobre alguna enfer­
medad cuya naturaleza yo no podría determinar mediante los signos ordi­
narios, siempre tengo el cuidado de preguntarle si el mal del que se que­
jan no las ataca principalmente cuando están apenadas o su espíritu está
perturbado por alguna otra pasión. Si confiesan que es así, entonces es­
toy plenamente seguro de que su enfermedad es una afección histéri­
ca.”16 A la recíproca, la importancia de la etiología afectiva explica el
predominio femenino de la enfermedad: “A ello se debe que haya muchas
más mujeres atacadas de vapores que hombres, dado que las mujeres son
naturalmente más delicadas, y de un tejido menos ceñido y firme, y es­
tán destinadas a funciones menos penosas, mientras que los hombres
tienen un cuerpo robusto y vigoroso, porque deben realizar trabajos
grandes y rudos.”17
No obstante, Sydenham es parco en explicaciones etiopatogénicas.
En el siglo siguiente, por el contrario, si bien la corriente dominante re­
tomó sus concepciones clínicas y sobre todo la síntesis de los dos va­
pores, iban a encontrar libre curso los sistemas explicativos más o me­
nos fantásticos y sus corolarios terapéuticos:18 tal es el caso de los céle­
bres tratados sobre los vapores de Raulin (1758) y de Pomme (1760).
Algunos autores siguieron conservando la distinción entre las dos enti-

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dudes y el carácter puramente femenino de la histeria: veremos el resur­
gimiento de esta opinión en los nosógrafos de fines del siglo y sobre to­
do en Pinel. El gran tratado de Robert Whytt (1764),19 célebre a justo
título porque se trata indisputablemente de la mejor obra publicada en e-
sa época sobre ese tema, pareció introducir, por el contrario, concepcio­
nes más originales, que se encuentran en el origen de lo que prevalecería
a mediados del siglo XIX como solución a la polémica entre las dos
grandes corrientes, la proveniente de Sydenham y la que iniciaron Sau-
vages y sobre todo Pinel con su retorno a las tesis de los Antiguos. En
efecto, además de retomar a las ideas de Sydenham, tanto en lo que con­
cierne a la concepción general sintética de la enfermedad como en lo re­
ferente a la semiología, por lo demás estudiada muy detalladamente, y a
la patogenia, Whytt propone una tripartición interna de los vapores, en
el nivel de lo que nosotros llamaríamos formas clínicas: “Las personas
afectadas de los males que acabo de mencionar, algunas de las cuales me­
recerían ser calificadas de nerviosas mucho más que otras, pueden formar
tres clases. La primera clase estará compuesta por personas que, aunque
ordinariamente gozan de una buena salud, son no obstante, a causa de la
delicadeza de su sistema nervioso, muy susceptibles a ser atacadas por
violentos temblores, palpitaciones, síncopes y convulsiones, al ser afec­
tadas por el pavor, la aflicción, la sorpresa o cualquier otra pasión, y ca­
da vez que una de las partes más sensibles del cuerpo sea vivamente irri­
tada o afectada de una manera desagradable, por cualquier causa.
”La segunda clase estará formada por personas que, además de ser ata­
cadas por las enfermedades antes expuestas sufren casi siempre más o
menos de los males que siguen: indigestiones, gases en el estómago y
los intestinos, la bola en la garganta, el clavo histérico, vértigos, dolo­
res de cabeza pasajeros, una sensación de frío detrás de la cabeza, fre­
cuentes suspiros, palpitaciones, espíritu inquieto, agitado, y a veces,
flujos abundantes de saliva o de orina descolorida, etcétera.
”La tercera clase incluirá a las personas que, con una sensibilidad
menos exquisita, o menos movilidad en el sistema nervioso en general,
no sufren casi nunca palpitaciones violentas, síncopes, movimientos
convulsivos causados por el miedo, la aflicción, la sorpresa u otras pa­
siones. Pero como los nervios de su estómago y de sus intestinos se en­
cuentran en un estado desordenado o enfermizo, se quejan casi continua­
mente de indigestión, eructos y comidas que repiten, gases, falta de ape­
tito o de hambre muy grande, constipación o desviación, de rubores y
calores que les suben al rostro, de vértigos, opresiones, desfallecimien­
tos que relacionan con el pecho, de desaliento, ideas desagradables, in­
somnio o sueno turbado, etcétera.
"Los síntomas de los enfermos que se encuentran en la primera de las
tres clases precedentes pueden denominarse simplemente nerviosos; a los

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de la segunda clase se los puede llamar histéricos, para adecuarse al uso;
en fin, los de la tercera clase se llamarán hipocondríacos.”20
Esta idea de conservar la denominación de histérico o hipocondríaco
para los síntomas mejor individualizados de los dos síndromes y de lla­
mar simplemente “nervioso” al fondo común de hiperactividad nerviosa
difusa va a seguir durante tres cuartos de siglo afiligranando las grandes
controversias, antes de que Cense y Sandras se impusieran a mediados
del siglo XIX.

Los nosólogos y el retorno a la diferenciación de los dos vapores

Al iniciar una actividad de observación en la que los diferentes hechos


patológicos eran sistemáticamente confrontados y comparados entre sí,
Sydenham aspiraba de modo explícito a constituir cuadros clasificato-
rios, guías para quienes pusieran en práctica esa nueva concepción tera­
péutica que tendía más a ayudar a la naturaleza que a reemplazarla. Para
todos los promotores de ese renacimiento médico, el observador, en e-
fecto, tenía más acceso al orden de los fenómenos, de las manifestacio­
nes exteriores, que al de las esencias, de las realidades patológicas ocul­
tas e inabordables, de modo que tenía que explorar del modo más ex­
haustivo posible el nivel de las apariencias que, si bien era distinto del
de las realidades últimas, conservaba con ellas un “paralelismo” sufi­
ciente como para justificar el esfuerzo de capitalizar un saber siempre a-
proximativo pero sin embargo pragmáticamente sustancial. La prudencia
terapéutica se adecuaba a esa posición epistemológica: aquel a quien el
orden de las causas últimas le será siempre inaccesible considerará más
oportuno ayudar al movimiento natural que tratar de intervenir “a ciegas”
en un proceso después de todo conducido por la Providencia 21
Fue en consecuencia natural que el esfuerzo nosológico se concretara
hacia fines del siglo XVIII: iba a inspirarse en gran medida en el ejem­
plo de la botánica y de las clasificaciones de Linneo, y después de Buf-
fon.22 En 1761, Boissier de Sauvages publicó su Nosología Methodi-
ca, traducida del latín al francés diez años más tarde, que ejercerá una in­
fluencia muy fuerte en los autores ulteriores. Es lógico que una buena
clasificación se apoye todo lo posible en las diferencias que permiten la
caracterización de las clases, de los géneros y de las especies que la cons­
tituyen. Así, a contrapelo de la empresa sintética de Sydenham, se verá
que Sauvages distingue y opone la hipocondría y la histeria haciendo pie
en los elementos de esos dos cuadros morbosos que permiten diferenciar­
los mejor.23 De modo que, sin dejar de reconocer su común naturaleza
nerviosa, opone:

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la histeria, que clasifica entre las enfermedades convulsivas o es-
pnsmódicas, volviendo en consecuencia a la concepción clásica, que cen­
tra el concepto en la crisis paroxística;
—la hipocondría, que ubica entre las vesanias (enfermedades que
l>crturban la razón), junto a las enfermedades mentales, los trastornos
patológicos del comportamiento y los trastornos sensoriales.

En esa última clase (“alucinaciones”: el término no tiene todavía el


sentido moderno que le conferirá Esquirol) ocupa su lugar “la hipocon­
dría, enfermedad crónica, acompañada de palpitaciones del corazón, de
comidas que repiten, de borborigmos y de otros males leves que cambian
sin ninguna causa evidente, y que no obstante hacen que el enfermo te­
ma por su vida. (...) Los hipocondríacos tienen por otra parte el espíritu
sano, y sólo se extravían en cuanto al juicio que les merece su enferme­
dad. Su alucinación sólo gira en tomo de su salud, que creen mucho peor
de lo que es en realidad, y que ellos debilitan por una atención demasiado
escrupulosa a su estado, y por la aflicción a la cual se entregan. (...) De
ello resultan las flatulencias, la comida que repite, los borborigmos,
los dolores de los hipocondrios, los vómitos ácidos, acres, biliosos, a-
trabiliarios, la constipación, el sueño inquieto, agitado, la delgadez, et­
cétera.”24
Su pasaje por la unidad de los vapores, por lo tanto, transformó pro­
fundamente la concepción y la descripción de la hipocondría: el énfasis
aparece en las perturbaciones psicológicas que Sydenham consideraba se­
cundarias. La hipocondría inicia así su retomo al seno de la melancolía y
de los delirios parciales tristes, de donde la había sacado Scnnert un siglo
y medio antes. El síndrome visceral pasó a ser secundario respecto de la
ansiedad, el miedo a la enfermedad y la depresión; está lejos de definir el
cuadro. En cuanto a la histeria, se aproxima a la concepción antigua, si
bien la noción de histeria masculina subsiste, justificada por el carácter
nervioso reconocido a sus manifestaciones. Los argumentos de Raulin25
y de Whytt26 aún estaban sin duda presentes en los espíritus y retardaron
el retomo ineluctable a las teorías uterinas.
En 1775, Cullen, uno de los más grandes médicos ingleses de su é-
poca, publicó a su vez una nosografía, en la cual distinguió cuatro gran­
des clases de enfermedades, entre ellas la neurosis, término que creó pa­
ra designar todas las enfermedades sin fiebre ni lesión local verificada: le
parecía que los trastornos de este tipo resultaban de una disfunción ner­
viosa local o general (lo que corresponde casi a la concepción de los va­
pores de Sydenham). Si bien considera a la histeria y la hipocondría co­
mo dos neurosis, las opone con un espíritu muy conforme al de Sauva-

30
Res, pero, sobre todo, retoma, en lo que concierne a la histeria, la teoría
uterina, extendida ul conjunto de los órganos genitales de la mujer. La
histeria aparece así como una neurosis esencialmente convulsiva, una a-
l'ccción nerviosa simpática respecto de un dafio de los órganos genitales
Icmeninos y en conmxuenciu exclusivamente femenina —bien diferen­
ciada |nh lo tanto do la hipocondría, afección cerebral idiopática (primiti­
va) t <mitin a Ion don íoxon, «mi la cual los órganos viscerales sólo son
poiliiihiMloN Nmaidai lámeme, simpáticamente 27
I )c modo que cuando, rn I /')*), l’lnel publicó la primera edición de
»u i iMehfp N oxogniphlf phllosophiqur, todo estaba ya preparado para
(|iii' so Impusiera una cm ut|k nm que iha a seguir siendo clásica durante
lula la primera mitad del siglo XIX, lie analizado en otra parte28 las po­
siciones doctrinarias de l’inel, que se vinculan estrechamente con la co-
ir ir lite clínica proveniente de Sydenham. lín gran medida sus concepcio­
nes nosológicas se inspiran en Cullcn: también él opone las fiebres, las
inflamaciones y lesiones de estructura locales o generales (repartidas en
lies clases: flegmasías, hemorragias y enfermedades linfáticas, que re­
bautizará como lesiones orgánicas a partir de la tercera edición) a las
neurosis, “lesiones de la sensación y del movimiento, sin inflamación
ni lesiones de estructura”.29 En efecto, “las neurosis comprenden en ge­
neral las lesiones de la sensibilidad y de la irritabilidad o motilidad; se a-
nuncian por desórdenes de las funciones del entendimiento y de la con­
tracción muscular, o bien por concentraciones locales, disminuciones o
abolición de la sensación y del movimiento de ciertas partes, o bien, fi­
nalmente, por una especie de estupor general con lesiones más o menos
acentuadas de la respiración y del movimiento del corazón y de las arte-
rias.”30
La división interna de la clase de las neurosis cambió ligeramente de
la primera edición (tres órdenes: vesanias, espasmos, anomalías funcio­
nales locales) a la tercera (cinco órdenes: neurosis sensitivas, cerebrales,
motrices, de las funciones nutritivas, de la generación), pero la concep­
ción general de los diferentes síndromes permaneció invariable: la dispo­
sición del cuadro nosológico variaba siguiendo los caracteres conserva­
dos como significativos para acercar u oponer los elementos que lo
componían. Así, si bien la hipocondría sigue estando invariablemente
entre las vesanias, junto a la melancolía, en cambio la histeria —neuro­
sis convulsiva que tiene “su asiento primitivo... como lo indica su
nombre, (en) la matriz”— 31 pasa del marco de las vesanias (primera edi­
ción) a la vecindad de la epilepsia y del tétanos en la segunda edición, y
en la tercera se acerca a la ninfomanía, la impotencia y la satiriasis: a lo
sumo se verifica en ese deslizamiento una acentuación de la etiología u-
terina en el concepto, en detrimento del carácter convulsivo y general.

31
I .a descripción clínica de la histeria sigue adecuándose en todos sus
puntos a la concepción clásica de antes de Sydenham: sensación de bola
ascendente que parte de la matriz, comprime el estómago, molesta la
respiración y el funcionamiento del corazón (primer grado), ocasiona
síncopes y convulsiones (segundo grado), incluso una “suspensión casi
absoluta de la circulación y la respiración (...), palidez, insensibilidad,
muerte aparente”32 (tercer grado). Sin embargo, la complicación posible
con la hipocondría (y también con la melancolía y la epilepsia) no deja
de observarse, del mismo modo que la dificultad, en ese tipo de casos, de
“distinguir los síntomas que pertenecen a cada una de las enfermeda­
des”.33 En lo que concierne a la etiología, se encuentra una síntesis de
los puntos de vista antiguo y moderno: “Una gran sensibilidad física o
moral, el abuso de los placeres, emociones vivas y frecuentes, conversa­
ciones y lecturas voluptuosas, privación de los placeres del amor, des­
pués de haber gozado de ellos durante mucho tiempo, una disminución o
supresión de la menstruación, leucorrea.”34
En cuanto a la hipocondría, la sintomatología asocia los muy clási­
cos trastornos abdominales, torácicos y cefálicos con diversos “males i-
maginarios”: “inquietudes, ansiedades, tristeza profunda, la desconfianza
más recelosa, terror pánico por las causas más ligeras o incluso sin cau­
sa”.35 Pinel cita por otra parte extensamente a Stahl, “quizás el único
que enseña a distinguirla de toda otra enfermedad nerviosa y que expone
con justeza y profundidad su carácter propio”;36 este último concluye su
descripción de los síntomas viscerales mencionando las fases de “exacer­
bación de los síntomas llevados hasta los extravíos de la razón, o a un
desorden manifiesto, pero fugaz y pasajero en las ideas, lo que distingue
a la hipocondría de la melancolía” 37 El punto es importante: la hipo­
condría queda así al borde de la locura, en sus orillas; bien si forma parte
nosológicamente de las vesanias, no entra en la locura propiamente di­
cha y no será descripta en el gran Traité médico-philosophique sur l'a-
liénation mentale (1802), como tampoco lo son el sonambulismo o la
pesadilla, también vesanias, pero limitadas al breve período del sueño, y
que no justifican por lo tanto la reclusión ni su inclusión en la categoría
totalmente pragmática de la locura 38
Señalemos para concluir un punto de importancia: si en la descrip­
ción de la hipocondría Pinel pudo asociar trastornos funcionales viscera­
les y trastornos mentales, y no obstante considerar esa enfermedad como
una vesania pura,39 ello se debió a su concepción general de la aliena­
ción mental, en la cual la perturbación parte “de la región del estómago
y los intestinos desde donde se propaga como por una especie de irradia­
ción el trastorno del entendimiento”.40 Veremos cómo esta concepción
sintética se derrumba a partir del momento en que, con Georget en parti­
cular, se impone una doctrina diferente.

32
I ti estela de Pinel y sus controversias:
louyer-Villermay, Georget y los concursos

Vamos ahora a abordar un prolongado período de controversias: desde la


publicación del gran Traité des vapeurs41 (el último que llevará ese tí­
tulo) de Louyer-Villermay, en 1816, hasta la del Traité des maladies
nrrveuses de Sandras (1851), las concepciones generales provenientes
do Pinel seguirán constituyendo la base de la evolución de los conceptos
de histeria e hipocondría, y de las polémicas desencadenadas por la ve­
cindad de hecho de esos dos síndromes que casi todos se aplican a dife­
renciar, pero que, aunque inmersos por igual en el gran conjunto de las
neurosis, siguen constituyendo una especie de pareja patológica.
Así, Louyer-Villermay, en su tratado que no obstante estaba destina­
do esencialmente a distinguir los dos vapores, considera que ambos son
vesanias. Si bien, como lo hemos visto, pasó a ser habitual clasificar de
ese modo a la hipocondría (todavía esto no era evidente para un autor que
admitía como forma típica de la enfermedad una simple perturbación
funcional de las visceras abdominales), la inclusión de la histeria en esa
clase resultaba por lo menos extraña: “Ubicamos la histeria en la clase
de vesanias, antes bien que en la de los espasmos, porque ella se aproxi­
ma mucho más a vesanias tales como la hipocondría, con lo cual se la
ha confundido e incluso identificado, que a afecciones espasmódicas de
las cuales la han distinguido casi siempre la mayor parte de los buenos
autores.”42 No obstante, sigue a Pinel al incluirla “en la clase de la
neurosis, orden de las vesanias, género de las neurosis de la genera­
ción, especie de las neurosis genitales de la mujer”.43 También co­
mienza por cuestionar su existencia en el hombre y, comunicando dos
observaciones de Hoffmann, llega a una conclusión de manera por lo
menos dogmática: “¿Esta observación corresponde a una verdadera histe­
ria? No vacilo en responder negativamente, porque la matriz no existe en
el hombre. Se me objetará que los accidentes de esta enfermedad presen­
tan una analogía casi perfecta con los fenómenos histéricos tal como se
los encuentra en la mujer. Respondo que este hecho aislado prueba sola­
mente que a veces se pueden observar en el hombre síntomas muy aná­
logos a los accidentes de la histeria, e incluso casi idénticos. Pero se en­
cuentran muy pocos ejemplos de ese tipo, y aunque hubiera un gran nú­
mero habría que elegir otra palabra o más bien una denominación que
fuera al término de histeria lo que el de satiriasis (...) es al vocablo nin­
fomanía.”44 La histeria, neurosis del sistema nervioso visceral del útero,
afección de la mujer en período de actividad genital, encuentra de modo
natural su principal causa en los trastornos de la vida amorosa (y tam­
bién en el desorden de las reglas) y su tratamiento consiste en la antigua
prescripción de los placeres del matrimonio 45 La descripción clínica si-

33
lA falta de higiene en las costumbres (vida sedentaria y urbana, exceso
de actividad intelectual o imaginativa) como causas predisponentes; las
causas morales (emociones violentas en la histeria, afecciones tristes
prolongadas en la hipocondría) como causas desencadenantes; a las habi­
tuales causas físicas, póí otra parte, les retira toda influencia etiológica.
Le parece que la sintomatología de ambas afecciones confirma ese punto
de vista; considera que los_síntomas fundamentales son esencialmente
cerebrales: trastornos afectivos, insomnio, migrañas, convulsiones, tras­
tornos sensoriales y motores — de esta manera resulta en efecto muy
comprensible la sintomatología de la histeria, fuera de algunos síntomas
viscerales que Georget asimila a los de la hipocondría—.
Respecto de esta última, pone de manifiesto un síndrome fundamen­
tal compuesto de insomnio, cefalea, congestión y cenestopatías cefáli­
cas, una hiperestesia sensorial con la cual vincula la mayor parte de las
sensaciones desagradables variadas de las que se quejan los pacientes,
trastornos del humor (hiperemotividad, humor pesimista y depresivo) y
del carácter, perturbaciones intelectuales cuya esencia es la fatigabilidad
(ideación lenta, difícil, pereza intelectual, lagunas en la memoria, etcéte- *
ra), trastornos motores de tipo espasmódico (cf. histeria) o de debilidad
muscular. A esta descripción ya muy precisa de lo que Beard denomina­
rá neurastenia, Georget añade “síntomas simpáticos”, es decir los tras­
tornos viscerales funcionales que le valieron su nombre al síndrome y
que él considera como el efecto simpático de la irritación cerebral que
causa la enfermedad. Por lo demás, la mayor parte de los síntomas de e-
se tipo de los que se quejan los enfermos le parecen más bien el efecto
de la hiperestesia sensitiva, con frecuencia incluso verdaderas alucinacio­
nes,59 y señala en tal sentido el contraste entre el buen estado general
que se observa casi siempre en esos sujetos y la intensidad de sus quejas
y de sus angustias,60 así como la renuencia que tienen a admitir desórde­
nes “de la cabeza”, en contraste con su facilidad para llevar al primer pla­
no los trastornos del cuerpo.
Las concepciones de Georget representan en consecuencia una muta­
ción bastante profunda: para empezar, las dos neurosis se encuentran de
nuevo próximas entre sí por compartir su asiento y su patogenia; Geor­
get propone por otra parte poner término a toda ambigüedad, rebautizan­
do a la hipocondría como cerebropatía, y a la histeria como cerebropatía
espasmódica o convulsiva (les yuxtapone por otra parte la “cerebropatía
epiléptica”, lindante con la última). Hemos visto que cierto número de
síntomas son comunes a los dos tipos de casos: “Hay autores que consi­
deraron que histeria e hipocondría son una sola enfermedad. Creemos que
existe una gran analogía entre las dos enfermedades, relacionada con su
asiento y su naturaleza: los hipocondríacos experimentan espasmos en la
garganta, en el tórax, en el abdomen; los histéricos presentan todos los
fenómenos de la hipocondría. Pero ambos tipos de fenómenos suelen
í presentarse aislados.”61 En lo que concierne a la histeria, nos encontra­
mos ante una síntesis de los aportes de Sydenham y de la tradición clási-
01, síntesis que prefigura la posición de los autores de la segunda parte
del siglo XIX. En cuanto a la hipocondría, si bien la descripción clínica
que Georget realiza de ella es de una perspicacia sorprendente 62 y no se­
fli retomada antes de que transcurra medio siglo, sigue siendo oscuro el
problema de la relación entre los trastornos funcionales y el aspecto cua­
ti delirante que induce a muchos autores a considerar la afección como u-
na vesania. Sin duda los progresos que día tras día hacen de la medicina
de la época un conocimiento cada vez más concreto, desempeñaron una
fUnción importante en el avance al primer plano de este último aspecto
del problema: en el momento en que aumenta el conocimiento de las en­
fermedades orgánicas, el hipocondríaco aparece cada vez más como un
“enfermo imaginario” obsesionado por sus trastornos, a la vez, ávido de
tratamiento e indócil respecto del médico, presa de los charlatanes y pe­
sadilla del profesional íntegro. Tampoco las posiciones de Georget van a
persuadir a sus contemporáneos: si bien J.-P. Falret63 las retomó ense­
guida, los autores siguientes no la retuvieron más que en pequeña parte,
como vamos a verlo.
En adelante, la cuestión de la hipocondría y la histeria evolucionará a
lo largo de los concursos abiertos por las grandes sociedades de medici­
na, que ilustran el interés y el desasosiego que los dos vapores seguían
suscitando, en su difícil integración a la medicina científica. Se sucedie­
ron así el concurso convocado en 1830 por la Sociedad Real de Medicina
de Burdeos sobre la hipocondría y la histeria (en el que resultó laureado
Dubois d'Amiens),64 el de-la Academia de Medicina de 1840 sobre la hi­
pocondría (laureados: Michéa y Brachet), y el Premio Civrieux de 1845
sobre la histeria (laureados: Brachet y Landouzy).65 Con respecto a esta
Última afección, la evolución era en adelante irreversible: se iban a im­
poner las ideas de Georget, a pesar de la resistencia de Dubois y de Lan­
douzy, que todavía retomaban los conceptos de Pinel y de Villermay.
Brachet las defendió, antes de que prevalecieran con Sandras y sobre to­
do con Briquet. La evolución de la hipocondría iba a ser más compleja y
a concluir en una disociación de la entidad. En efecto, Dubois d’Amiens
impuso una concepción general que se adecuaba mejor a la evolución de
las ideas sobre las vesanias desde Pinel y que, de hecho retomaba ideas
de Boissier de Sauvages: >*Se puede considerar esta afección como una
monomanía66 clara y distinta, puesto que está caracterizada por una pre­
ocupación dominante, especial y exclusiva, es decir por un miedo exce­
sivo y continuo a enfermedades extravagantes e imaginarias, o por la ín­
tima persuasión de que las enfermedades, reales en verdad, pero siempre
juzgadas de modo erróneo, sólo pueden concluir de una manera funesta.
(...) (Esta afección) consiste por lo tanto primitivamente en una desvia­
ción, o más bien en una aplicación fastidiosa de las fuerzas de la inteli­
gencia humana”.67 “La hipocondría depende de un modo de pensar.”68
Si no se produce una curación que interrumpa el proceso, la enfermedad
tiene tres períodos, a lo largo de los cuales la atención excesiva que el
enfermo dedica a sus órganos (primer período) determina trastornos vis­
cerales en primer término funcionales, neuróticos (segundo período) y
después realmente lesiónales (tercer período)69 La distinción de sínto­
mas fundamentales encefálicos y síntomas accesorios simpáticos, tal co­
mo la había trazado Georget, viene a sustentar una concepción exclusi­
vamente psiquista.70 Dubois, en efecto, cuestiona que “el cerebro y sus
anexos (sean) nunca primitivamente alterados” y que se pueda “suponer
que sean irritados, idiopática o simpáticamente”.71 No se trata de que,
como Leuret, que pronto va a retomar exactamente sus concepciones,72
él rechace la idea de un fundamento cerebral funcional u orgánico de la
locura, sino de que, por el contrario, la considera algo diferente: “En la
hipocondría, el principio intelectual no está enfermo. (...) No hay locura
tal como se la entiende comúnmente. (...) Por lo demás, (el hipocondrí­
aco) puede cumplir perfectamente con sus deberes. (...) No se lo ve caer
en las alienaciones mentales que siguen con tanta frecuencia a los otros
géneros de monomanía. (...) Las monomanías de los autores terminan,
en efecto, casi siempre, como ya lo he dicho, en un estado completo de
alienación mental, porque en general son producidas por alguna lesión
física del cerebro.”73 La hipocondría así definida, como delirio parcial
concerniente a la salud, todavía va a oscilar durante mucho tiempo entre
las fronteras de la locura y la inclusión en la alienación mental propia­
mente dicha, antes de que los autores de fines de siglo repartieran los ca­
sos entre las formas fóbico-obsesivas y las formas delirantes paranoi­
cas.74

La solución del problema: Cerise, Sandras, Beard y la neurastenia

Si bien en el conjunto75 la concepción de Dubois se va a imponer y a


dar un nuevo sentido (el que conocemos en nuestros días) al antiguo tér­
mino “hipocondría”, lo que sobre todo se retuvo fue la definición gene­
ral, o sea el primer período de la afección. El concepto de una repercu­
sión simpática de la idea fija en la vidá de los órganos (segundo y tercer
períodos), si bien fue todavía retomada por Michéa, iba en efecto a desa­
parecer progresivamente, a falta de una base fisiológica segura. Por lo
demás, esa bella síntesis provenía de un “hombre de gabinete” (así lo ca­
lificó Brachet, a justo título), más erudito que observador: su tratado casi

38
¿••provisto de observaciones es una vasta compilación a la cual se recu-
m rá considerablemente para las reseñas históricas, pero a la que en grado
•XCesivo le faltan bases concretas para imponerse durante un lapso pro­
longado. Había desaparecido la ambigüedad del sentido del término y del
doble cuadro, vesánico y funcional, que abarcaba, pero aún hacía falta
llicontrar una nueva denominación para designar la antigua neurosis tal
COmo Georget todavía la había descripto.
En consecuencia, en 1842, Cerise, cofundador con Baillarger de los
Annales médico-psychologiques, publicó su libro Des fonctions et des
maladies nerveuses, el cual (como toda su obra, por otra parte) se funda
en cuestiones más “filosóficas” (en realidad psicológicas) y ortopedagó-
gicas que propiamente clínicas: en efecto, en esta obra acerca de la “so­
breexcitación nerviosa” le interesan sobre todo las “relaciones de lo físi­
co y lo moral en el hombre”76 y sus repercusiones educativas. Sin em­
bargo, cierra el trabajo con “el bosquejo de un método de clasificación de
Us principales formas de la sobreexcitación nerviosa”, donde propone un
listema nosológico de inspiración fisiológica, y sobre todo la descrip­
ción de la neuropatía proteiforme, junto a la histeria (neurosis esen­
cialmente caracterizada por “los accesos espasmódicos y convulsivos que
ion los que constituyen su carácter diferencial”)77 y a la hipocondría (de­
lirio parcial triste que gira en tomo de la salud, respecto del cual remite
naturalmente a la obra de Dubois). La neuropatía proteiforme “corres­
ponde al estado de predisposición a las diversas neurosis (y) comprende a
la vez los trastornos de la impresionabilidad y de la inervación, que son
el cortejo inseparable de los temperamentos llamados nerviosos o me­
lancólicos, y aquellos que constituyen ya la afección vaga e indetermina­
da que se denomina histericismo. (.••) Esta forma se caracteriza más bien
por la infinita variedad de sus síntomas que por la presencia de un sínto­
ma dominante”.78 Naturalmente, si bien “la neuropatía proteiforme e-
xlste con frecuencia aislada, a veces se asocia a la histeria y a la hipo­
condría, de las cuales constituye de alguna manera el carácter común.
Sin duda porque le preocupó más ese carácter común a las dos afecciones
que los caracteres propios de cada una de ellas, Sydenham las vio como
una sola y la misma enfermedad, y por la misma razón la mayor parte de
los autores las han definido tan mal, descripto tan diversamente y apre­
ciado de modo tan confuso”.79 Así, por ejemplo, en la histeria importa
distinguir por una parte los accesos convulsivos característicos, y por la
Otra “el conjunto de los síntomas que corresponden a la neuropatía pro-
teiforme”, con el cual “esta neurosis se confundirá con frecuencia, fuera
de los accesos”.80 Como se ve, la noción de neuropatía, término en otro
tiempo frecuentemente empleado como sinónimo de vapores, retoma y
precisa la idea bastante vaga que ya se encontraba en Whytt (y, a princi­
pios de siglo, en Pougens, el autor del Dictionnaire de médecine prati-

39
qué). Así se solucionó el problema planteado por Sydenham un siglo y
medio antes:

—hay una parte común en lo que clásicamente se entendía por hipo­


condría y por histeria; se trata de un síndrome multiforme que asocia
trastornos nerviosos de todo tipo, funcionales pero reales: la neuropatía
proteiforme;
—existen casos de hipocondría y de histeria en los que ese síndrome
está apenas marcado, o incluso ausente; la histeria se muestra entonces
en su pureza y, en esa época, eran sobre todo los síntomas de la crisis lo
que se conocía de ella; en cuanto a la hipocondría pura, se revela enton­
ces más como una enfermedad mental que como una enfermedad nervio­
sa; la autosugestión explica las quejas de un enfermo por otra parte ex­
tremadamente sugestionable;81
— subsiste una parte importante, quizás la mayoría de los casos de
hipocondría; hemos visto que Cerise se refiere a ella, pero no insiste
mucho: se Vb allí Ja asociación del estado mental hipocondríaco con la
neuropatía proteiforme; las quejas del enfermo están entonces parcial­
mente justificadas pero imaginariamente exageradas, sobre todo en cuan­
to a la naturaleza y las consecuencias supuestas del mal que se sufre; no
obstante, si bien una parte de la sintomatología es cuasi alucinatoria, o-
tra parte es muy real.

En su tratado, Brachet pretenderá que la hipocondría continúe repre­


sentando a estas últimas formas compuestas:82 “Todas las observaciones
(...) darán como resultado: 1) fenómenos nerviosos muy variables y sin
embargo indispensables; 2) ideas fantásticas, miedos, pavores, enferme­
dades imaginadas, etcétera. En todas hay asociación de fenómenos ner­
viosos con los fenómenos intelectuales. Los hechos son los que (...) re­
únen los dos tipos de actos mórbidos.”83 No obstante, formula el diag­
nóstico diferencial de la hipocondría y de una neuropatía de concepción
muy restringida, reducida a un eretismo sensitivo generalizado.84 Pero
allí donde el análisis distingue dos tipos de hechos que pueden presen­
tarse aislados uno del otro, no cabría cuestionar la diferenciación nosoló-
gica, incluso aunque la asociación sea muy frecuente. También Michéa
(que, continuando a Dubois, definió la hipocondría como “una de las nu­
merosas especies de la monomanía o lipemanía 85 que consiste en una
meditación exagerada sobre el yo físico, sobre el estado del cuerpo, sobre
la propia salud y, en otras palabras, en el terror de padecer enfermedades
peligrosas, incurables, capaces de llevar a la tumba”)86 divide los casos
de hipocondría en dos grupos: las formas puras, “primitivas o idiopáti-
cas”, para las cuales retoma exactamente la descripción de Dubois y sus
tres períodos, y las formas “secundarias y simpáticas”, que reconoce co-

40
mál frecuentes, Sn efecto, “la hipocondría puede ser producida
I IftllfllQOiOMa del cuerpo, sin ninguna excepción”,87 en parti-
ÉVM M "Muroall viscerales" (piezas desprendidas de la antigua
y sobre iodo por la neuropatía.
Por 0(11 p if tl' dekle un punto de vista diagnóstico, Michéa precisa
I “importa lebn lodo buacar en qué la hipocondría difiere de la simple
■tía 0 neurastenia, pues esos dos estados mórbidos se encuentran
npre combinados y presentan varios puntos de contacto. En e-
S, M ambo* eaioa loa enfermos tienen la atención fijada constante-
S en tul sufrimientos; analizan con vehemencia los síntomas de los
iquojan. y loa deacrlben minuciosamente; desean vivamente curar-
isultan p in conseguirlo a médicos y a personas ajenas a la medi-
ü h li leen obnut concernientes a esta ciencia, pero tienen el alma triste,
l, entregada al miedo y a la desesperación. Pero en los hipocondrí-
l el Juicio es depravado, en tanto que la inteligencia sigue siendo sa-
Rt en los simples neurasténicos. Los primeros temen sobre todo a la
muirte, y en consecuencia creen padecer un mal más grave de lo que es
MI realidad; se ingenian para encontrarle causas y una esencia que no tie-
M. Los segundos temen principalmente al dolor, a su estado valetudina­
rio; se afligen por él, pero no se desvelan por explicarlo, por deducir
pronósticos molestos; no son propensos a suponerle una terminación
fUnesta".18 Lo esencial de la antigua descripción de la hipocondría se va
I encontrar de tal modo transferida a la cuenta de la neuropatía, futura
neurastenia, la hipocondría en el nuevo estilo que se une a las formas de
la alienación mental;89 así, el tratado de Michéa será la última obra de
conjunto dedicada a ella.90
En 1851, con el nombre de estado nervioso, Sandras retomó la des­
cripción de la neuropatía, en su gran Traité pratique des maladies ner-
veuses. “Este estado enfermizo es incuestionablemente el más común
de los trastornos que se presentan en las funciones nerviosas; son pocas
las personas a las que no afecte accidentalmente; casi toda la especie hu­
mana se ve sometida a él, por lo menos en ciertos momentos de la vida.
(,„) Es imposible ocuparse de las enfermedades nerviosas sin observar
que casi todas esas afecciones tienen cierta semejanza entre sí, vínculos
de familia, si así puedo decirlo, y, cuando se mira de cerca, se ve que e-
SOS vínculos, esas semejanzas, resultan casi siempre del estado nervioso
sobre el cual se superponen la mayor parte de estas enfermedades.”91 Si
bien la clase de las enfermedades nerviosas92 es todavía muy amplia en
Sandras, la noción de estado nervioso permite unificar numerosos sínto­
mas aislados que aparecen de alguna manera como piezas separadas de di­
cho estado (otras se unirán progresivamente a la histeria). Su descripción
es muy completa, y asocia:

41

m é íé h
—el estado mental constituido por irritabilidad, susceptibilidad, e-
motividad extremas, tristeza, taciturnidad; es de señalar la gran sensibili­
dad a las circunstancias del humor de estos enfermos, sus accesos de en­
tusiasmo y energía;
— los síntomas físicos que afectan a la totalidad del cuerpo.

Estos últimos abarcan en primer lugar la cabeza: cefaleas, accesos de


calor, aturdimientos, sensaciones singulares (vacío, pesadez, apretamien­
to, punzadas, pulsaciones). A continuación, los trastornos sensoriales
(obtusión, hiperestesia dolorosa, parestesias diversas), motores (astenias,
tics diversos), los accesos de calor o de frío, los dolores agudos erráticos
(punzadas, quemazones, frío, entumecimiento, picazón, hiperestesias do-
lorosas), los trastornos del sueño. Después están los trastornos viscera­
les: respiratorios (tos nerviosa, opresión, sofocación), circulatorios (pal­
pitación, arritmia, trastornos vasomotores locales), bucales (sequedad de
la boca, ptialismo, perversiones del apetito), de la faringe y gástricos
(vómitos, dispepsias, acidez, eructos, dolores), abdominales (hinchazón,
constipación), urinarios (disuria, polaquiuria, poliuria límpida). Final­
mente, el pujo rectal o vesical, los “cólicos nerviosos” que afectan al es­
tómago y el vientre con evacuaciones paroxísticas en la parte de abajo o
de arriba, los espasmos uterinos dolorosos.
La variabilidad de la sintomatología, su polimorfismo, su carácter e-
vasivo, explican las formas innumerables que puede tomar la afección.
Lo mismo que la mayor parte de los autores anteriores, Sandras la con­
sidera un estado de debilidad nerviosa, cuya consecuencia es la hiperirri-
tabilidad: Beard sistematizará esta doctrina treinta años más tarde. Entre
tanto, Bouchut va a retomar, con el nombre de nerviosismo,93 la des­
cripción de Sandras, en una memoria dirigida a la Academia de Medicina
(1858) y en un tratado que apareció en 1860;94 le agregó como forma a-
guda un síndrome febril95 mal precisado (salvo en cuanto a su termina­
ción posible en una especie de delirio agudo), pero sobre todo extendió
desmesuradamente la acepción de la forma crónica. La afección iba a ser
descripta por diversos autores que privilegiaban en ella uno u otro aspec­
to y le atribuían distintas denominaciones, antes de que Beard impusiera
su neurastenia, universalmente aceptada, que subsumía todas las for­
mas. Un primer artículo de 1869 pasó inadvertido hasta la lectura de una
memoria ante la Academia de Medicina de Nueva York (1878), publicada
en 1879 y desarrollada en el célebre tratado de 188096 y en las dos obras
que lo sucedieron (American Nervousness, 1881; Sexual Neurasthenia,
1884); en los diez años siguientes, el término fue adoptado en el mundo
entero. La descripción de Beard es bastante similar a todas las que hemos
examinado, con un énfasis particular, no obstante, en los síntomas de
depresión y de astenia psíquica (cf. Georget) y muscular 97 que forman

42
ib u e de una descripción, por otra parte, en última instancia muy clási-
, Más original fue la incorporación en la neurastenia de los “miedos
Mdos”, o fobias: veremos el alcance que esto tuvo con respecto a las
ciones psiquiátricas concernientes a las neurosis. Beard concibe la
i hipocondría de una manera que ya no puede sorprendemos: “En realidad
Ja hipocondría consiste en el miedo infundado a una enfermedad (...) Así
Ifltendida, la hipocondría es una forma de fobia.”98 “En la mayoría de
loa casos de la llamada hipocondría, existe una enfermedad real que es la
b u e del trastorno mental”" y, naturalmente, se trata con frecuencia de
!• neurastenia.

La clínica moderna de la histeria

Sería por cierto exagerado decir que el campo de la histeria está en ese
momento bien delimitado y que la profundización de su clínica y su
Comprensión en adelante no presentan obstáculos: todavía durante mu­
cho tiempo seguirán siendo vagos los límites entre la histeria y las otras
neurosis, en primer término sin duda la neurastenia (puesto que ella con
frecuencia constituye su segundo plano) pero también la epilepsia y las
Otras “neurosis extraordinarias” (catalepsia, letargía, sonabulismo,
éxtasis). La clínica sigue siendo tributaria de la conceptualización que o-
rienta su mirada, lo que no le impide trascenderla muchas veces, como
lo veremos en particular en el caso de Charcot. No obstante, mientras
que los fenómenos histéricos sean concebidos como trastornos neuroló-
gicos funcionales (y nada todavía permite en ese punto concebirlos de o-
tro modo) su situación no dejará de estar mal precisada para nuestra mi­
rada moderna. Falta que se cierre el prolongado proceso dialéctico inicia­
do por Lepois y Willis y que la delimitación de histeria y neurastenia
lea una experiencia fundamental: ha llegado la hora de superar el marco
estrecho de la tradición.
El Traité de l'hystérie que Briquet publicó en 1859 fue incuestiona­
blemente la fuente de una de las formas más acabadas de la concepción
prefreudiana de la histeria: influyó mucho en el conjunto de los autores
de fines de siglo, alemanes y franceses, y naturalmente en Charcot. “Co­
locado por obra de las circunstancias a la cabeza de un servicio al que
desde hacía mucho tiempo se acostumbraba enviar a los enfermos que
padecían afecciones histéricas”,100 Briquet (cuya formación y sus traba­
jos anteriores eran de tipo estrictamente médico) se resignó a dedicar “to­
da (su) atención a esa clase de enfermos, hacia la cual no lo inclinaba
mucho (su) gusto por las ciencias positivas”;101 reuniendo sistemática­
mente las observaciones (¡cuatrocientos treinta casos!), comparándolas
con los antecedentes publicados sobre el tema, en resumen, actuando co­

43
mo un verdadero clínico, y con un material amplio (“Creo haber tenido
la oportunidad de ver casi todo lo que puede suceder con esta enferme­
d a d " ) ,^ llegó a definir un cuadro muy completo de la afección, que de
ese modo pensaba arrancar a la imagen anárquica que con frecuencia to­
davía presentaba adherida a ella. Así enriqueció notablemente su clínica,
retomando con frecuencia síntomas que los autores anteriores ya habían
descripto, pero asociándolos estrechamente a la crisis (pródromos, con­
comitantes o secuelas); en adelante iban a adquirir autonomía.
“Esos diversos fenómenos pueden agruparse en ocho clases: la pri­
mera comprende las hiperestesias (dolores de cualquier localización, su­
perficial o profunda), la segunda las anestesias, la tercera las perversio­
nes de la sensibilidad (parestesias diversas, dolorosas o paradójicamente
agradables), la cuarta los espasmos (espasmos viscerales y contracturas
musculares), la quinta los ataques de espasmo, convulsiones, catalepsia,
sonambulismo, éxtasis, coma, letargía, síncope; la sexta las parálisis
(parciales, extensas, viscerales), la séptima las perversiones de la con­
tractibilidad (temblores, coreas, ataxias), la octava las modificaciones de
exhalación y secreción (ptialismo, sudores, secreción de leche, orina lla­
mada histérica, gases).” 103 Sería cansador retomar punto por punto esa
muy completa sintomatología: desde entonces se ha integrado tan bien
al conocimiento moderno de la histeria que nadie ignora su sustancia.
Conviene sin embargo insistir en algunos puntos en particular:

—No se establece ninguna distinción de naturaleza (y por otra parte


todavía no era posible hacerlo) entre los diversos trastornos sensorio-
motores histéricos y los que se pueden encontrar en las afecciones neu-
rológicas: sólo la débil repercusión funcional y la duración imprevisible
de los síntomas histéricos, su aparición y desaparición abruptas, el terre­
no particular en el que se producían, eran los factores que hacían posible
realizar la diferenciación. Así, los ataques “histero-epilépticos” eran con­
siderados como una complicación grave, “una alteración cada vez más
profunda en el encéfalo”,104 es decir una verdadera asociación con la epi­
lepsia.
— Debe subrayarse el análisis muy notable de los ataques histéricos,
en particular con los fenómenos “que sólo se ven accidentalmente, que
sólo se producen por influencia de condiciones peculiares (...), el delirio,
la letargía, la catalepsia,105 el éxtasis, el sonambulismo”.106 Recorde­
mos que en esa época el término delirio, junto a su sentido general im­
preciso, tenía una acepción más específicá y abarcaba entonces poco más
o menos lo que medio siglo más tarde se denominará estado onírico: así,
se hablaba de delirio de las fiebres o de las intoxicaciones, en particular
de la etílica.107 “El delirio se ve con bastante frecuencia en los históri­
cos, Se lo encuentra en dos circunstancias diferentes. Con la mayor fre-

44
'Cuencia acompaña a las otras formas de ataque como fenómeno secunda­
dlo; a veces, por el contrario, el delirio es el hecho dominante, constitu­
y e el ataque.” 108
—En Briquet los síntomas aparecen ya jerarquizados de una manera
'Ique Charcot retomará y ampliará (distinción de “estigmas” y accidentes):
'"Los fenómenos mórbidos a los cuales la histeria da origen son bastante
numerosos; entre ellos algunos son constantes y siempre están presen­
tes: por ejemplo una extrema impresionabilidad, dolores en el epigas­
trio, en el costado izquierdo del tórax y a lo largo del canal vertebral iz­
quierdo.109 Otros son menos constantes, pero existen por lo común, y
de alguna manera constituyen el fondo de la enfermedad. Son ellos las
hiperestesias diversas, los espasmos, las anestesias, los ataques convul-
llvos, las parálisis, etcétera. Finalmente, hay otros que sólo se ven de
mo3o accidental.”110

¡La concepción general de la enfermedad de Briquet merece también


algunos comentarios. Como la mayor parte de los autores de la tenden­
cia moderna (Georget, Brachet, Cerise), considera que la histeria es una
afección puramente cerebral111 y naturalmente común a los dos sexos,
aunque predomina netamente en la mujer.“Se puede decir que la histeria
es una enfermedad que consiste en una neurosis de la porción del encéfa­
lo destinada a recibir las impresiones afectivas y las sensaciones.”112 En
efecto, “todo fenómeno histérico tiene su tipo propio en las diversas ac­
ciones vitales por las cuales las sensaciones afectivas y las pasiones se
manifiestan al exterior. (...) Todos esos trastornos histéricos que parecen
tan extravagantes y que durante tanto tiempo han desconcertado a los
médicos no son más que la repetición pura y simple de esos actos, au­
mentados, debilitados o pervertidos; tómese un síntoma cualquiera de la
histeria y siempre se encontrará su modelo en uno de los actos que
Constituyen las manifestaciones pasionales. Elijo por ejemplo lo que le
ocurre a una mujer un poco impresionable que experimenta una emoción
brusca y viva: en ese mismo instante, esa mujer padece una constricción
del epigastrio, siente opresión, el corazón le palpita, algo le sube a la
garganta y la ahoga, y finalmente un malestar de las extremidades hace
que de algún modo caiga, o bien es presa de una agitación, de una nece­
sidad de movimiento que le hace contraer los músculos. Allí está el mo­
delo del accidente histérico más corriente, el más común, el espasmo
histérico. La observación de los hechos demuestra que los fenómenos
histéricos, de ordinario, y debería decir casi siempre, son la repetición
más o menos desordenada, no de todos esos actos, sino solamente de a-
quéllos por los cuales se manifiestan las sensaciones penosas, las afec­
ciones y las pasiones tristes o violentas”.113
La histeria ligera puede así limitarse a una manifestación afectiva de

45
Alguna manera hipertrofiada y poco persistente, Pero si las causas que la
producen continúan actuando, la reacción se fija, se extiende, alcanza a
todos los órganos, y después se deforma, generando por ejemplo las ma­
nifestaciones de las pasiones alegres en lugar de las pasiones tristes.114
“Finalmente esas manifestaciones, por su repetición frecuente, terminan
por ocasionar lesiones, dinámicas o materiales, en los órganos con cuya
ayuda se produce, y añaden así una nueva serie de accidentes que comple­
tan la escena de la que se compone la histeria.”115 Así sobrevienen las
“neurosis de órganos” o incluso las lesiones inflamatorias.116 Esta pa­
togenia afectiva ilumina el análisis de las causas. “Las causas predispo­
nentes de la histeria se limitarían a aumentar la impresionabilidad del
sistema nervioso cerebral, produciendo un debilitamiento de su constitu­
ción, o bien aumentando directamente la irritabilidad del sistema nervio­
so; las causas determinantes, a su vez, serían todas agentes que disminu­
yen la fuerza con la cual el encéfalo resiste á las impresiones, ó que en
sí mismos producen esas impresiones.”117 La intensidad de la predispo­
sición, en particular la hereditaria (temperamento nervioso) determinaba
“el grado de actividad que deberá tener la causa determinante para dar lu­
gar a la histeria. Así, sujetos muy predispuestos se convertirán en histé­
ricos por la causa más ligera”.118 En ese nivel se explica el predominio
femenino de la enfermedad, ligado a la sensibilidad, la impresionabilidad
más grande del “sexo débil”.
La teoría de Briquet ejerció una profunda influencia en los autor©» ul­
teriores; Bemheim la retomará oponiéndola a Charcot, y Freud se inspi­
ró indisputablemente en ella (teoría del “afecto sofocado”). En cuanto a
la clínica, como ya lo he dicho, ha llegado hasta nuestros días. Retenga­
mos por el momento que con Briquet la histeria tiende a aparecer como
una patología de la emotividad, y que por lo tanto se acentúa su carácter
psicológico en detrimento de la metáfora “nerviosa”, aunque siempre en
su interior; en los primeros textos de Freud encontraremos una ambi­
güedad análoga que da cabida a las concepciones características del am­
biente de entonces.119 Ese carácter de alguna manera “parapsiqmátrico”
se va a afirmar con los autores de la corriente que vamos a estudiar a
continuación, antes de que Charcot invierta la tendencia (ya veremos có­
mo), y de que después su posteridad volviera progresivamente a una con­
cepción de este tipo, cuando se desmoronó la doctrina de aquél.

NOTAS

1. Sobre este tema se pueden consultar los capítulos históricos de los dos
tratados de J.-L. Brachet, del tratado de Briquet y del de Michéa,
•ai como también la reseña general adjunta como apéndice al se-

46
' fundo tomo da la obra do Whytt, págs. 479 a 575. La Histoire de
l'hyttéri* mt h i parecido muy poco utilizable debido a la gran
«mAtlión d t loi eonotptoi y del plan que sigue la autora. Cf. in-
fH , btbl iognffa.
flfaafclo al Anal 4a la Idad Media de l u teorías nominalistas y desarro-
tl«4e a lo largo d t la ipoct Olálica, desde Bacon hasta Locke y
OMlillM, fi MMMlonlimo ejerció una influencia considerable en
ÍM AlflÉMhfftt é t la Olfnie*. Cf, M. Foucault: Naissance de la cli-
'¿fttff m m k á f k f k 4U ngaré médlcai, P. Bercherie: Les fon-
■« K M Paría, 1910 •, ittfm, segunda parte.

•lillo il d* matrimonio para las vírgenes y las viu-


CCfl Jévanai afectada! por ana enfermedad, de embarazo para las
m ujani eu a d ll, ¿aitin tan lejoi de loa aoftalamientos de Charcot
y d t Chrobak que tanto impreaionaron a Freud? Cf. S. Freud:
CoftíributlOH á ¡'historia du mouvement psychanalytique (1914),
til Cinf Itfong sur la psychanalyse, págs. 78-79. [Versión caste­
llana "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”
en Obras completas, t.14.]
4i lobra «ata punto, cf. H. Hécaen y G. Lantén-Laura: Evolution des
connalssances et des doctrines sur les localisations cérébrales.
Paría, Desclée de Brouwer, 1975, cap, 1,
5, Publicada en francés en T. Sydenham: Médicine pratique, pág. 473.
•, Cf. F. Duchesneau: L'Empirisme de Locke, La Haya, Martinus Nijhoff,
1973.
7. T, Sydenham: Médicine..., pág. 474.
8. Término de origen humorista que va a servir para designar la enferme­
dad hasta mediados del siglo XIX.
9. T. Sydenham: Médicine..., pág. 473.
10. Ibíd., págs. 480-481.
11. Ibíd., pág. 481.
12. Ibíd.
12bii. Ibíd., pág. 476.
13. Ibíd., pág. 480. Estas metáforas de Proteo y del camaleón serán cons­
tantemente reiteradas hasta Charcot: la explicación es simple, re­
side en la patogenia entonces admitida (cf. a continuación).
14. Ibíd., pág. 481.
15. Por cierto, se encuentran también todo tipo de causas físicas que asi­
mismo actúan debilitando a los “espíritus animales” y ocasionando
en consecuencia una ataxia, un desequilibrio nervioso general. Se
advierte, por debajo del vocabulario anticuado, que la concepción
va a perdurar: es idéntica a la noción de “debilidad irritable” de los
neurasténicos (Beard: cf. infra). La irritabilidad local y el desequi­
librio general son allí la consecuencia del debilitamiento del con­
trol regulador central.
115. Ibíd., pág. 4.
116. Briquet atribuyó las manifestaciones psíquicas extraordinarias de la
histeria (coma, catalepsia, éxtasis, delirio, etcétera) a una afec­
ción encefálica de ese tipo.
117. P, Briquet: Traité clinique..., pág. 600.
118. Ibíd., págs. 602-^03.
119. Cf. infra, segunda parte.
Capítulo II

LAS M ANIFESTACIONES PSIQUICAS


DE LA HISTERIA:
LOCURA HISTERICA Y LOCURAS NEUROTICAS
ANTES DE CHARCOT

Los trastornos psíquicos histéricos. La clínica de Pinel


y la de J.-P. Falret

Hasta Briquet inclusive, las manifestaciones psíquicas de la histeria, si


bien observadas por todos los autores que examinaron la cuestión, si­
guieron siendo secundarias en el cuadro de conjunto de la enfermedad. Se
trata por otra parte de manifestaciones inconstantes que se pueden agru­
par bajo tres encabezamientos:

—Los fenómenos prodrómicos de eclosión de la enfermedad y sobre


todo del acceso: ”Los enfermos se encuentran en un estado de malestar,
de tristeza, de desesperación o de alegría forzada; tienen el espíritu tenso
y agitado, el humor variable (...) alternativamente ríen a carcajadas y
lloran irrestrictamente; pero se trata de una risa forzada.”1 A esas pertur­
baciones se unen diversas manifestaciones funcionales y un “estado de
angustia (...) a tal punto insoportable que no hay enfermo que no desee
ardientemente la invasión del ataque para librarse de él”.2
—El estado mental habitual, entre la crisis: “Casi todos esos enfer­
mos son nerviosos, inestables, muy susceptibles, de una imaginación
viva; se inquietan con facilidad por los motivos más triviales; se mues­
tran impacientes, irascibles, tercos, porfiados. (...) En ellos el dormir
muy pocas veces es profundo, continuo; suele resultarles difícil o impo­
sible, incompleto, turbado por sueños penosos, interrumpido por un
despertar sobresaltado. La mayoría son habitualmente melancólicos, so­
litarios, inclinados a ideas sombrías, a veces acompañadas de un deseo
vago de suicidio; algunos son alegres en extremo y ríen sin cesar por

55
causas nimias, o sin saber por qué; a otros los atormenta el impulso a
llorar.’’3 La repercusión de la cronicidad de lqs trastornos en el humor
hubitual del enfermo fue observada por todos los autores desde Syden­
ham:4 Georget señala que “casi siempre se observa entonces un estado
melancólico e hipocondríaco pronunciado.”5
—Finalmente, las perturbaciones mentales ligadas al acceso, del cual
Briquet nos ofreció una descripción muy completa.

Justamente hacia la época en que escribió este último, Morel creó la


noción de “locura histérica”, que modificaba en grado considerable la
concepción clásica de las manifestaciones psíquicas de la histeria. La an­
tigua neurosis iba entonces a tener una especie de carrera paralela en un
campo en el que no se había destacado hasta ese momento, el de la psi­
quiatría, y ello en la oportunidad de una revisión fundamental que esta­
ban promoviendo Jean-Pierre Falret y sus alumnos, en particular Morel.
Para ubicar correctamente este nuevo contexto,6 es preciso retroceder al­
gunos siglos, hasta el momento en que, durante los últimos años del
siglo XVIII, Pinel sentó las bases metodológicas y doctrinarias de la clí­
nica psiquiátrica.
Pinel, en efecto, ejerció esta última; no se trataba de que desde mu­
cho antes de él no existiera una clínica de los trastornos mentales, sino
de que fue el primero en fundar la clínica como una disciplina autónoma,
una ciencia pura de la observación, metodológicamente separada, con hi­
pótesis etiopatogénicas y consideraciones prácticas y terapéuticas. Las
concepciones del propio Pinel, de su alumno Esquirol y de la escuela de
este último reinaron absolutamente hasta mediados del siglo XIX. En e-
llas la locura era considerada como un género homogéneo en el interior
del cual se demarcaban especies presentadas como cuadros sincrónicos,
síndromes cuyo concepto se aglutinaba en tomo de la manifestación más
central y ostensible del estado mórbido. Así, desde Pinel hasta Baillarger
y Delasiauve, un análisis que se vuelve cada vez más sutil opone los es­
tados de excitación (manía), los de depresión (lipemanía), los delirantes
(monomanía), los esiuporosos (estupidez), los de incoherencia (demen­
cia), los actos impulsivos (locura o monomanía instintiva). Estas for­
mas se sucedían, se asociaban, se combinaban; su etiología era por otra
parte no específica y se las consideraba tipos de reacciones psico-cerebra-
les, antes que enfermedades en el sentido moderno, anátomo-clínico, que
cntonces inauguró Bichat.
No obstante, ya se había aislado progresivamente de la locura una
CNpccie concebida de esa manera: la idiotez representaba un estado en el
cuul la patogenia y la evolución parecían fijadas, y que se distinguía clí­
nicamente de todos los otros. Pero sobre todo, desde 1822, el descubri­
miento fortuito de la parálisis general por Bayle preparó la transforma­

56
ción conceptual y metodológica que encontrará a su teórico en J.-P. Fal­
ret. Pues la parálisis general se opuso a la clínica sincrónica originada
en Pinel como entidad patológica que desplegaba en un ciclo diacrónico
una secuencia de estados mórbidos que abarcaban al conjunto de los sín­
dromes pinelianos. El diagnóstico se apoyaba no en la parte central del
cuadro, sino en signos pequeños, secundarios en apariencia, pero esen­
ciales en realidad, ya muy sutilmente analizados, que lo especificaban y
diferenciaban de cualquier otro cuadro análogo: ni la monomanía, la ma­
nía o incluso la demencia paralítica podían ser confundidas con otros
.síndromes de ese tipo. Además, esta primera “forma natural” (Falret)
presentaba una patogenia particular y típica: la meningo-encefalitis, que
le era específica. Se necesitaron treinta años para que se impusiera esa
revolución conceptual a través de la enseñanza de J.-P. Falret, quien ex­
trajo de aquélla una crítica radical de la antigua metodología y los princi­
pios que permitieron erigir una nueva clínica: estudio de la evolución de
la enfermedad, del pasado y el futuro del paciente, búsqueda de una pato­
genia específica, reunión de los signos negativos, atención a los peque­
ños signos secundarios que permitían la diferenciación de entidades hasta
entonces confundidas en los “conglomerados inconexos” de la nosología
de Pinel y Esquirol. Al mismo tiempo, los lazos de la clínica y la noso­
logía, estrechamente complementarias desde Pinel (puesto que se trataba
de la demarcación de un espectro homogéneo de fenómenos) se aflojaron:
la locura dejó de ser un género para convertirse en una clase de enferme­
dades yuxtapuestas en lo que más tarde iba a denominarse una clasifica­
ción-nomenclatura. Toda una serie de trastornos que desde hacía ya cierto
tiempo tendían a ser aislados como “vesanias sintomáticas”, de las “ve­
sanias puras”, de la locura propiamente dicha (concepción de Baillarger),
demostraron responder a la nueva óptica: trastornos mentales del alcoho­
lismo, enfermedades infecciosas y lesiones cerebrales, locura epiléptica.
J.-P. Falret y sus alumnos comenzaron a describir otros nuevos: locura
circular, delirio de persecución de evolución progresiva de Laségue, per­
seguidos-perseguidores (futuro delirio de reivindicación) y locura de la
duda con delirio del tacto (neurosis obsesiva) de Falret hijo, etcétera.

La clínica de Morel: degeneración y neurosis

Fue sobre sobre todo Morel, el más original de los alumnos de J.-P.
Falret, quien retomó la enseñanza de su maestro, añadiéndole su toque
personal: pensaba que el gran principio para aislar nuevas “formas natu­
rales” era la etiología (patogenia sería un término más exacto). Las ve­
sanias sintomáticas de Baillarger entraban sin dificultad en ese marco.

57
P iri las “vesanias puras” de ese mismo autor Morel iba a proponer un
nuevo principio de comprensión y clasificación basándose en tres fuen­
tes principales:

—A lo largo del siglo, la atención de los clínicos, retenida de entrada


por la descripción de las formas de la locura, se había ido dirigiendo cada
vez más hacia los antecedentes del enfermo y en particular a su herencia,
en el marco de la investigación de las causas de la afección. Para Pinsl la
herencia era ya la principal de las predisposiciones, mientras que consi­
deraba que las causas morales eran los factores determinantes de la alie­
nación mental. Pero las observaciones fueron acumulándose progresiva­
mente, dando testimonio de la frecuencia de los trastornos mentales y
nerviosos7 en las familias de los alienados:
—Una de las vesanias sintomáticas mejor individualizadas, la locura
epiléptica, ofrecía el modelo de una neurosis que en su curso generaba
con frecuencia delirios de aspecto peculiar (manía o furor epiléptico, epi­
sodios estuporosos) y desembocaba en una terminación demencial; por
otra parte, los accesos podían presentar la forma convulsiva típica, aso­
ciarse a trastornos mentales o ser reemplazados por un equivalente psí­
quico.
—La idiotez, finalmente, se presentaba como una forma muy especí­
fica de alienación mental en la cual el daño de la personalidad constituía
lo esencial de la enfermedad y el fondo sobre el cual se desarrollaban e-
ventuales síndromes mentales de aspecto más agudo.

Esos materiales, y lo que conservó de las enseñanzas de J.-P. Falret,


permitieron a Morel dar una forma teórica a lo que constituye incontes­
tablemente su intuición propia, su mirada personal dirigida a la locura,
es decir, una percepción muy perspicaz del vínculo entre los trastornos
mentales espectaculares y bien individualizados, por una parte, y por la
otra los trastornos “nerviosos” o caracteriales que esos sujetos siempre
presentaban antes de la enfermedad propiamente dicha (en el sentido de
Pinel) y que con frecuencia se encontraban en sus ascendientes. El matiz
peyorativo o incluso denigrante que acompañó (o justificó) esa mirada,8
la impresión de arcaísmo que suscita la explicación elaborada para esos
hechos, no puede enmascarar el incuestionable progreso que en ese pun­
to promete Morel, ni la homología de sus concepciones con ciertas no­
ciones psicoanalíticas modernas que ofrecen para los mismos datos una
concepción por cierto más válida. No se ve, por otro lado, qué es lo que
hubiera podido imaginar de distinto un autor de esa época, en vista del
conjunto de conocim ientos de los que se disponía entonces.
La doctrina de la degeneración hereditaria ofreció la solución para ese
cor\junlo de hechos e interrogantes. Bajo la influencia de causas que son

58
justamente las de las vesanias sintomáticas (intoxicaciones, enfermeda­
des orgánicas y cerebrales) las taras — según esta doctrina— se adquieren
y se transmiten hereditariamente; dichas taras se ponen de manifiesto en
un desequilibrio nervioso y en trastornos del carácter, terreno propicio
para la eclosión, por acción de causas diversas (morales o somáticas) de
l l alienación mental, que entonces toma del fondo “degenerativo” subya­
cente un aspecto y una evolución peculiares, específicos. La tarea se a-
Cumula y se agrava a lo largo de generaciones, si no se produce una re­
generación gracias al cruzamiento con individuos exentos de tara (lo que
no es frecuente, pues un tropismo electivo hace que los degenerados se
atraigan entre sí): los trastornos nerviosos son sucedidos por las “dispo­
siciones para la locura por así decir innatas; las tendencias serán instinti­
vas y de mala naturaleza. Se resumirán en actos excéntricos, desordena­
dos y peligrosos”.9 Finalmente, en el último grado, los niños nacerán
sordomudos, idiotas o se hundirán rápidamente en una demencia precoz,
extinguiéndose la casta en una especie de eliminación natural.
El desequilibrio nervioso se manifiesta:

—En el primer grado, por un predominio del temperamento nervio­


so; para definir dicho predominio Morel retoma la descripción del esta­
do nervioso de Sandras, que cita extensamente.10 Esos sujetos le pare­
cen propensos a todo tipo de “ideas fijas” obsesivas, fobias y excentrici­
dades (caprichos, coleccionismo). Por primera vez los fenómenos fóbi-
co-obsesivos, ya descriptos anteriormente en otros marcos (monomanías
“con conciencia”, seudomonomanías, etcétera), bosquejan un movimien­
to hacia su autonomía nosológica. De esta primera clase11 de locuras
hereditarias Morel desprenderá, en 1866, “el delirio emotivo, neurosis
del sistema nervioso ganglionar”:12 reagrupa allí en una nueva neurosis,
cuya base es la angustia, fobias y obsesiones ansiosas.
— En las “neurosis capitales” más individualizadas: histeria, hipo­
condría, epilepsia. Esta última sirve de modelo para la noción de “neuro­
sis transformada”, en la cual los síntomas clásicos desaparecen o pasan a
un segundo plano, para hacer lugar a “nuevas condiciones patológicas
(que) reflejan siempre el carácter fundamental de la neurosis, de la que
son una transformación”:13 se trata de trastornos mentales que atesti­
guan un desplazamiento o una extensión del proceso neurótico a los
centros cerebrales de las funciones psíquicas. Así, lo mismo que en el e-
piléptico, cuyas peculiaridades de carácter y cuyos trastornos nerviosos
permanentes Morel es el primero en individualizar correctamente, las
crisis convulsivas pueden acompañarse de episodios delirantes o cederles
su lugar. De modo análogo, el estado mental hipocondríaco (Morel tiene
de él una imagen clásica del tipo de la de Brachet) puede constituir un
primer período y después dar origen al delirio de persecución (segundo

59
período) que Laségue acaba de describir (1852) y al que Morel añade un
tercer período de delirio de grandeza.

Es importante precisar que la idea de que las grandes neurosis son un


terreno particularmente propicio para la eclosión de trastornos mentales
es antigua y, en todo caso, fue sostenida corrientemente a principios del
siglo XIX (Pinel, Esquirol, Louyer-Villermay, etcétera). Pero si bien la
del parentesco entre neurosis y locura (no olvidemos por otra parte que
la locura no era más que un tipo de neurosis: cf. Pinel) constituía una
noción familiar, bien subrayada por Georget entre otros, el concepto de
que las neurosis representaban la fuente de una especie nosológica par­
ticular de enfermedad mental podía considerarse impensable antes de J.-
P. Falret y fuera de su marco doctrinario, en cuyo interior se inscribió
Morel.

La locura histérica: Griesinger y Morel

El primer autor que habló de locura histérica fue aparentemente el funda­


dor de la psiquiatría clínica alemana, Griesinger,14 cuyas concepciones
ejercieron una influencia muy profunda en J.-P. Falret y su hijo, lo
mismo que en Morel. El daño psíquico le parece constante en lajiisteria;
incluso “en los casos ordinarios, leves, que. todavía no constituyen una
afección mental, junto a anomalías muy marcadas de la sensibilidad o
del movimiento, a veces también sin anomalías de este tipo, se encuen­
tra un estado predominante del carácter que es propio de los sujetos afec­
tados de histeria; son de una extrema sensibilidad, de una susceptibilidad
exagerada; el menor reproche los afecta, son fácilmente irritables, cam­
bian de humor por el menor motivo, a veces incluso sin motivo alguno;
se observa que por momentos experimentan una ternura muy sentimen­
tal por otras mujeres; algunos tienen una inteligencia muy viva; a este
estado general se añaden a veces algunas peculiaridades individuales; los
hay mentirosos, celosos, desordenados; les gusta hacer maldades; etcéte­
ra.”15 Pero las cosas pueden llegar más lejos, y “las neurosis espiritua­
les,16 sea que se limiten simplemente a una afección convulsiva o neu­
rálgica muy restringida, o que se pongan de manifiesto en un estado de
histeria confirmada, pueden dar origen a la locura. En tal caso, la aliena-
ción puede resultar de la extensión, de la propagación progresiva de la
neurosis a lás partes esenciales de los centros nerviosos, o bien, y ello
ei» bastante frecuente en las histéricas, es producida por el tránsito brusco
ul cerebro de la neurosis de un punto del sistema nervioso; si ocurre esto

60
Último, con frecuencia la locura puede alternar, de una manera de algún
modo periódica, con otras afecciones nerviosas. (...)
”La locura histérica profunda se manifiesta principalmente con dos
formas distintas: la aguda y la crónica. En la primera forma aparecen ac-
CSSos agudos de delirio y de agitación que llegan a veces hasta la manía;
ella se desarrolla a continuación de los ataques convulsivos ordinarios de
la histeria, pero, en ciertos casos, esos ataques son muy leves; a veces
incluso el acceso-de locura parece reemplazar al ataque convulsivo que
falta por completo; lo mismo se observa en la epilepsia. A veces tales
accesos de manía se advierten ya en jovencitas de muy poca edad, que
gritan, cantan, golpean a sus compañeros, les dicen injurias; en algunos
casos padecen un delirio furioso, intentan el suicidio, sufren una excita­
ción ninfomaníaca, o bien un delirio religioso o demoníaco; finalmente,
se entregan a actos extravagantes, pero aún coherentes. En tales casos,
las enfermas sólo conservan un débil recuerdo de lo que han hecho du­
rante el acceso. (...)
”La locura histérica crónica puede presentarse en forma de melancolía
O de manía;17 a veces el estado habitual del carácter peculiar de las histé­
ricas se va agravando lenta y progresivamente; los síntomas son más
persistentes, cada vez más intensos, de manera que la enferma se vuelve
más y más incapaz de dominarlos, o bien la enfermedad se inicia de ma­
nera aguda, después de algunos pequeños ataques histéricos a veces in­
completos. En el comienzo se observa simplemente un pequeño cam­
biaren el carácter: las enfermas están un tanto melancólicas, egoístas,
preocupadas por su salud; carecen de voluntad, son indecisas, impacien­
tes», violentas, irritables; después adelgazan, se convierten en anémicas,
algunas incluso caen en el marasmo; padecen constipación; su digestión
y su menstruación son irregulares; finalmente caen en las formas cróni­
cas de la melancolía y de la manía. (...)
”En muchas enfermas, el delirio presenta cierto matiz erótico, que a
veces es muy leve; a veces incluso ese matiz falta por completo. Algu­
nas veces esas mujeres experimentan éxtasis; en fin, la locura histérica
degenera en demencia con más frecuencia de lo que se podría suponer a
priori.”ls Me pareció que resultaba interesante citar casi in extenso es­
te pasaje, en el que es posible reconocer la fuente de la mayor parte de
las nociones desarrolladas por Morel y sus sucesores:/la noción de trans-i
formación psíquica de la neurosis; la descripción, junto al temperamento
nervioso, de trastornos del carácter que hacen de esos enfermos seres in­
soportables para quienes los rodean (egoísmo, celos, impaciencia e irri­
tabilidad, tendencia a m entir); las psicosis agudas en las que predomina
la agitación, los actos impulsivos más o menos extravagantes, los te­
mas eróticos y religiosos, a veces el estupor, que dejan tras de sí una
amnesia casi completa; las terminaciones crónicas que tienden a la de­

61
mencia;19 finalmente, el vínculo entre los aspectos específicos de esas
psicosis con los trastornos del carácter anteriores, de los que no parecen
ser más que su exageración. No obstante, para Griesinger la locura his­
térica sigue siendo un simple rótulo etiológico, debido a su concepción
sincrónica, pineliana de la nosología.
En 1853, en sus Etudes cliniques, Morel retoma la descripción del
carácter histérico: advierte “la costumbre de exagerar sus sensaciones, la
necesidad que experimentan de que uno se ocupe de sus sufrimientos.
(...) Nunca se las quiere como habría que quererlas; llevan la manía de la
sospecha hasta el último límite posible. Se hunden en las suposiciones
más extravagantes, más falsas, más ridiculas y más injustas. Por otra
parte el amor a la verdad no es la virtud dominante de su carácter, de mo­
do que nunca exponen los hechos en su realidad, y engañan tanto a sus
maridos, a sus padres y a sus amigos como a sus confesores y sus médi­
cos”.20 Veremos a Jules Falret y a Laségue retomar esta visión “de las
perversidades y mentiras” de los histéricos, y a Charcot combatirla. Mq:
rel insiste por otra parte en la frecuencia de “la producción-de-íos-actos
más insensatos”,21 lo que los autores contemporáneos denominan mo­
nomanías instintivas (piromanía, cleptomanía, homicidio, etcétera), en
la locura histérica propiamente dicha. Las formas agudas, con frecuencia
amnésicas, muestran por otra parte “una violencia y un desorden extre­
mos en los actos y las palabras. (...) En esos casos, los enfermos se
sienten a veces irresistiblemente impulsados a proferir insultos, a pro­
nunciar palabras obscenas. Experimentan deseos de golpear, de morder,
de escaparse, de suicidarse”.22 El autor subraya también el vínculo entre
histeria y ninfomanía: entiende que un erotismo difuso suele impregnar
las manifestaciones psíquicas de la histeria, aunque los “actos sólo son
completamente depravados en el periodo extremo de la enfermedad” 23 El
conjunto de estas descripciones24 se vuelve a encontrar en el gran Trai­
té des maladies mentales de 1860, cuya concepción general ya hemos a-
nalizado; en dicha obra, ellas permiten aislar una nueva especie nosoló-
gica, la locura histérica, en el seno de la clase de las locuras por trans­
formación de las neurosis.

La locura histérica después de Morel.


la "ertfermedad aborrecible" de Falret

En adelante la locura histérica fue incluida en las nosologías psiquiátri­


cas, junto a otras formas de alienación mental debidas a las grandes neu­
rosis (hipocondría o neurastenia, epilepsia, con frecuencia también core-
u). l^»s concepciones de Morel serán retomadas sin grandes modificacio-

62
por algunos autores, como Moreau de Tours25 y parcialmente por J.
et. Sin embargo, la mayor parte de los alienistas que iban a seguirlo
que aceptaron la noción de locura histérica, entendieron su ampliación
una manera a la vez más restringida y más específica:

—Desde luego, ellos incluyeron una descripción del carácter histéri-


!, más bien tomada de Falret, quien, como vamos a verlo, acentúa sus
^Hugos.
—Incorporaron también los “equivalentes psíquicos”, psicosis agu­
das que acompañaban, seguían o reemplazaban a las crisis; la escuela de
Charcot reservará la expresión “psicosis histérica” para estos accesos, en
general breves.
b '
—En cambio las psicosis crónicas que habían descripto Griesinger y
Morel serán más bien vinculadas con entidades nosológicas de las que
lólO se diferencian por pequeños detalles (manía, melancolía, paranoia,
demencia).26

Esta concepción es la de Mareé27 y de los grandes alienistas alema­


nes de la escuela de Illenau,28 que por otra parte reiteran lo esencial de
Üs orientaciones de Morel. Consideraban que las neurosis, como toda o-
tra forma de tara degenerativa, podían servir de base para el desarrollo de
una jpsicosis-tipo; la paranoia histérica, por ejemplo, englobaba en su
proceso los síntomas basales de la histeria: el delirio de persecución so-
mático se fundaba en la sintomatología sensorio-motriz de la neurosis;
las alucinaciones visuales, las visiones, los temas místicos y eróticos se
presentaban en abundancia; sin embargo, se trataba de una paranoia, con
la estructura y el desarrollo específicos de esa entidad patológica. Krafft-
Ebing y Schule aplicaron esa conceptualización al conjunto de las “lo­
curas neuróticas”: a la epilepsia desde luego, pero sobre todo a la hipo­
condría, respecto de la cual retoman la acepción global arcaica de Morel,
y en seguida a la neurastenia,29 curiosamente adjunta de modo tardío (en
1890) a la hipocondría, con cuyo cuadro coincide en gran medida.30 Al
seguir o más bien ampliar la concepción del propio Beard, muy lógica­
mente a dicha concepción se le va a agregar la locura por obsesiones (lo­
cura neurasténica), hasta ese momento considerada una “paranoia rudi­
mentaria” (Westphall).31 Esa idea será importada a Francia por Régis32
Sin mucho éxito: en ese entonces dominaban las ideas de Magnan33 y el
propio Régis se adhirió a ellas en las ediciones ulteriores de su Précis.
Bs cierto que se trataba fundamentalmente de la misma concepción,
puesto que Magnan (cuyas doctrinas lo vinculaban estrechamente con
Morel) relacionó el conjunto de las obsesiones, impulsos, fobias, inhi-
bidones ("fenómenos de detención”) y perversiones sexuales, en tanto
"síndromes psíquicos de la degeneración mental”, con el estado mental
habitual del degenerado, es decir con el estado nervioso de Sandras. El
matiz es más bien de tipo psicopatológico: Magnan concibe las obse­
siones con una óptica muy próxima a la de Westphall, de modo que para
él el lazo con el desequilibrio nervioso no es directo (homología de es­
tructura más bien que vínculo causal), como lo pretendía Régis. Fue
Pierre Janet, inspirándose en Charcot, quien impuso la síntesis neuraste-
nia-obsesiones en su psicastenia, en el momento (1903) en que las ideas
de Magnan desaparecían de la nosología francesa.
El problema de las psicosis histéricas estaba así casi solucionado
(Charcot, como lo veremos, lo zanjará de modo perdurable, aunque des­
pués resurgió periódicamente); la descripción del carácter histérico era lo
que iba a retener sobre todo la atención de los psiquiatras. Así J. Falret,
durante toda su vida fiel propagador de las ideas de su padre, emprendió
dicha descripción a su tumo, en 1866, durante una discusión célebre34 de
la Sociedad Médico-Psicológica sobre la locura razonante. Esa antigua
noción tomada de Pinel (manía sin delirio) y de Esquirol (monomanía
razonante), un poco olvidada desde entonces, y que Delasiauve (seudo-
monomanías) trató de exhumar, abarcaba no “una forma distinta de en­
fermedad mental (sino) una reunión artificial de hechos incoherentes,
pertenecientes a categorías diversas y hoy confundidas bajo un mismo
nombre”.35 Ese “grupo informe”,36 que en efecto era puramente sinto­
mático, sólo quedaba caracterizado por un rasgo central, común a las di­
ferentes “categorías naturales”37 que reunía: la conservación de una for­
ma de pensamiento de tipo lógico y racional junto a los fenómenos
mórbidos que de ese modo se encontraban objetivados (“con conciencia”)
o racionalizados (“razonante”). J.Falret iba a extraer de ese grupo ocho
categorías: cinco sintomáticas de grandes entidades, formas de iniciación
o atenuadas de esas mismas entidades (exaltación maníaca, parálisis ge­
neral, epilepsia, delirio de persecución, ciertas locuras hereditarias de
Morel), y tres que constituían descripciones bastante originales: la locu­
ra histérica y otras dos entidades que por primera vez encontraron úna
descripción detallada:

—La hipocondría moral, en la cual, sobre un fondo de pesimismo y


de postración, se desarrollaba un estado en el cual el mundo exterior pa­
recía descolorido, cambiado, sin atractivo, mientras que el sujeto se
sentía transformado, insensible e Indiferente a todo, incapaz de actuar o
de querer, sin iniciativa, sin gusto, sin energía. La inteligencia estaba
poco perturbada; el sujeto tenía conciencia de su estado permanente de
unsiedad. Esos enfermos padecían crisis de terror y obsesiones impulsi-

64
\ cercanas al vértigo (atractivo y horror del suicidio, del asesinato, de
incongruentes u obscenos). Finalmente, un cortejo de trastornos
apáticos (cenestopatías, equivalentes ansiosos) completaban ese

—La “alienación parcial con predominio del miedo al contacto con


I objetos exteriores (locura de duda y locura del tocar)” cercana a la an-
r pero distinta de ella, y en la que se reconocía una descripción, por
ñera vez clara y completa, de la neurosis obsesiva.

Sefialemos al pasar que los dos estados que J. Falret distingue allí
líente iban a ser confundidos a continuación por la mayor parte
i autores, que acercarán ambos cuadros entre sí, en nombre de sus
3sas formas mixtas. Del predominio del primero surgió la psicas-
i de P. Janet (cf. la bella descripción de los sentimientos de incom-
üd); el predominio del segundo generó la neurosis obsesiva de Freud
i los psicoanalistas. En general, por otra parte, los psiquiatras france-
i de fin del siglo, junto con Magnan, iban a seguir a Morel, y a en­
globar esos estados en las locuras hereditarias.
En cuanto a la locura histérica, si bien se incluyen en ella las gran-
dm manifestaciones asilares (manía histérica) a la manera de Morel, J.
Falret pretendió sobre todo describir una forma razonante, constituida e-
Uncialmente por trastornos del carácter y del comportamiento, y que no
representaba más que la exageración de los rasgos del carácter histérico,
■Obre el cual realizó un estudio muy detallado: “Todos los médicos que
han observado a muchas mujeres afectadas de histeria, todos los que han
tenido la desdicha de vivir con ellas en común, saben perfectamente que,
en el carácter y la inteligencia, todas tienen una fisonomía moral propia
y que permite reconocer en ellas la existencia de esta enfermedad, incluso
antes de haber verificado los síntomas físicos. (...) El carácter de la ma­
yoría de las histéricas (...) representa en diminutivo los rasgos principa­
les de la locura histérica plenamente confirmada.”38 J. Falret desprende
Q^nco rasgos principales que especifican el carácter histérico:

—“En primer lugar, la gran inestabilidad de todas sus disposiciones


psíquicas, según el momento en que se las observa”;39 caprichosas, ver-
iMfes , pasan fácilmente del entusiasmo a la aversión, de la excitación a
nrUSpresión, “permanecen frías frente a los más grandes dolores y, por
OtrO lado, la influencia de simples contrariedades las conmueve al punto
de desencadenar en ellas crisis nerviosas. Contrariedad es la palabra má­
gica (sin otra análoga en el vocabulario de los sentimientos humanos)
que las histéricas emplean con predilección; ella resume de por sí toda su
vida emotiva y representa el móvil de todas sus acciones.”40

65
— A continuación, “el espíritu de contradicción y de controversia”:41
oposición porfiada, resistencia pasiva “que contrastan singularmente (...)
con la volubilidad habitual de sus sentimientos e ideas”. Laségue obser­
vará la importancia de ese punto en la constitución de la anorexia histé­
rica.
— “Otro hecho principal, esencialmente característico de las histéri­
cas, es el espíritu de duplicidad y de mentira.”42 La exageración teatral
de sus manifestaciones afectivas, la afectación de actitudes o de senti­
mientos contrarios a los que experimentan, la mentira, la mitomanía,
las intrigas y la simulación (J. Falret nota que incluso los síntomas de
la neurosis son con frecuencia simulados en parte) convierten a “estas
enfermas en verdaderas comediantes; su mayor placer es el de engañar e
inducir a error”.43
—“La rapidez e incluso instantaneidad en la producción de las ideas,
en.los impulsos y en los actos.” 44 Concebidos en seguida, la idea o el
impulso se imponen para desaparecer en la primera oportunidad. En tal
sentido Falret se detuvo particularmente en los movimientos súbitos de
cólera: insultos, violencia, gritos, rotura de objetos, manifestaciones es­
pectaculares contrastantes con la apariencia reservada que afectan en pú­
blico. Por otra parte, ése es un punto en el que Falret insiste varias ve­
ces: la locura de estas enfermas se manifiesta esencialmente en privado
y, con mucha frecuencia, el observador exterior no puede sospechar en
qué “infierno” viven las familias.
—“Finalmente, las histéricas son por lo general romanticonas y so­
ñadoras, dispuestas a dejar que las fantasías de su imaginación predomi­
nen sobre las necesidades de la vida real; con frecuencia tienen también
tendencias eróticas pronunciadas, aunque se ha exagerado mucho respecto
de esta disposición ordinaria de su naturaleza, pues son coquetas y vani­
dosas con más frecuencia que verdaderamente ardientes y apasionadas.”45
No obstante, en ese registro se manifestaba sobre todo la exageración
enfermiza del carácter histérico que Falret denomina “locura razonante de
las histéricas”: ninfomanía, celos enfermizos y tiránicos, incluso perver­
sos en la venganza.

De modo que así se estableció firmemente la visión psiquiátrica de la


histérica, esa “enferma aborrecible”, visión cuya paternidad liza Veith a-
tribuye con justicia a Griesinger. Ese retrato sobrecargado, de trazos cla­
ramente peyorativos, será muy ampliamente aceptado por los autores
franceses (entre otros Legrand du Saule y Laségue) y de otras nacionali­
dades, hasta que Charcot y su escuela cuestionaron su validez, vamos a
ver con qué fundamentos.

66
NOTAS

■ Georget: “Hystérie”, artículo del Dictionnaire de médecine , pág.


160 .
Ibíd., pág. 161.
Ibíd., pág. 164.
f. supra.
8, Georget, en op. cit., pág. 166. Desde luego, se habrá notado la se­
mejanza de esta descripción con la del estado mental del “nervio-
io ” (Sandras).
Bl análisis que sigue retoma a vuelo de pájaro la argumentación que he
desarrollado en P. Bercherie: Les fondements..., partes I y II, en
especial los capítulos 1, 5, 6 y 7, donde se podrán encontrar los
materiales que sustentan este pensamiento,
i Y también de las enfermedades orgánicas graves (tuberculosis, reuma­
tismo, etcétera), pero la mayoría de los autores (y por otra parte
Morel) rechazan esa asociación demasiado remota y demasiado po­
co específica.
i . Por lo demás, en el conjunto de los autores de este período sobrevino
un tránsito desde el espíritu filantrópico y benévolo con que Pinel
abordaba a los alienados, hasta un clima de desconfianza: en ese
momento adquiría carácter de imperativo prioritario la protección
de la sociedad. La decepción con respecto a los entusiasmos tera­
péuticos del inicio de la psiquiatría, pero sobre todo el compromi­
so médico-legal cada vez más importante de los alienistas, expli­
can en parte esa transformación.
9. B. A. Morel: Traité des maladies mentales, pág. 515.
10. Ibíd., pág. 123.
11. Las clases segunda y tercera agrupan a todo tipo de personalidades pa­
tológicas (psicópatas, perversos, paranoicos). La cuarta clase está
formada por los imbéciles y los idiotas.
12. B. A. Morel: “Du délire émotif, névrose du systfcme nerveux gan-
glionnaire”, en Archives de médecine, 1866, tomo I, págs. 385,
530 y 700.
13. B. A. Morel: Traité..., pág. 264.
14. Sobre Griesinger, cf. P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, cap. 4.
13, W. Griesinger: Traité..., pág. 214.
16. En esa época, la doctrina más difundida entre los autores alemanes y
anglosajones consideraba que la histeria era un síndrome de irrita­
ción de la médula espinal.
17. Los términos “melancolía” y “manía” aún tenían un sentido muy ge­
neral (estado de excitación, estado de depresión) de tipo pineliano
en esos autores de la primera mitad del siglo XIX (cf. supra, el
principio de este capítulo).
18. W. Griesinger, Traité..., págs. 214-215.
19. A fines del siglo, Kraepelin considerará que la mayor parte de las lo-

67
curas histéricas son signo de demencia precoz, la futura esquizofre­
nia. i
20. B. A. Morel: Etude des cliniques. Traité théorique et pratique des ma-
ladies mentales, tomo II, pág. 212.
21. Ibíd., pág. 206.
22. Ibíd., pág. 199.
23. Ibíd., pág. 215.
24. Quizás con un énfasis más sostenido en las “terminaciones deplora­
bles en las que la naturaleza humana se muestra con su aspecto más
degradante” (B. A. Morel: Traité..., pág. 265), es decir el embo­
tamiento, la degradación, la incuria de una demencia precoz.
25. J. Moreau de Tours: Traité pratique de la folie névropathique (vulgo
hystérique), 1869. H. Legrand du Saulle: Les hystériques, 1883,
asocia las concepciones de Morel con las ideas de Laségue-Falret y
de Charcot.
26. Pronto demencia precoz, a la cual pertenecían según Kraepelin la ma­
yoría de los antiguos casos de locura histérica.
27. L. V. Mareé: Traité pratique des maladies mentales, 1862.
28. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 9.
29. Freud tomará de Krafft-Ebing la distinción neurastenia-hipocondría en
el seno de las neurosis actuales, clase que divide la antigua neuras­
tenia en sentido amplio.
30. Así, nada diferencia la paranoia hipocondríaca (que toma los elemen­
tos basales de los temas delirantes a las cenestopatías neuróticas
subyacentes), de la nueva paranoia neurasténica.
31. WestpHall considera en efecto que la obsesión es un trastorno in te­
lectual (y no emotivo, como decía Morel), una “idea fija”, y con­
cibe los delirios de la misma manera.
32. Cf. E. Régis: Manuel de médecine mentale, 2a. ed., 1892, capítulo
“Neurasthénies”, págs. 255 a 296.
33. Sobre Magnan, cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 11.
34. Cf. la memoria de J. Falret: Etudes cliniques sur les maladies menta­
les et nerveuses, págs. 475 a 544, y P. Bercherie: Les fonde­
m ents... cap. 6.
35. J. Falret: Etudes..., pág. 489.
36. Ibíd., pág. 490.
37. Ibíd.
38. Ibíd., pág. 500.
39. Ibíd.
40. Ibíd. pág. 501.
41. Ibíd.
42. Ibíd.
43. Ibíd., pág. 502.
44. Ibíd.
45. Ibíd., pág. 503.

68
\
Capítulo III

LA CONCEPCION GENERAL DE LA HISTERIA


EN CHARCOT

'M i

I»'
metodología clínica de Charcot

Sn condiciones muy análogas a las que conoció Briquet, Charcot se vio


Hwido a estudiar la histeria. En 1870 asumió la dirección de la sala de
iM “convulsivos” (histéricos y epilépticos no alienados), que poco antes
M b h sido separada del gran servicio de Delasiauve en la Salpétriére (en
•1 cual era médico desde 1862). En ese momento ya tenía detrás de sí u-
M extensa carrera médica, consagrada sobre todo a las enfermedades cró­
nicas y a la neuropatología, de la cual fue uno de los pioneros; veremos
que en consecuencia quien abordó ese nuevo campo no era un espíritu
verdaderamente libre de concepciones previas. Por otra parte, se lanzó a
CN nuevo estudio con más entusiasmo que Briquet, e inició en tomo de
la histeria esa “segunda carrera” que lo convertiría en una celebridad
mundial aureolada con una reputación fascinante y misteriosa de tauma­
turgo.
En el estudio clínico de lo que en términos bastante clásicos le pare­
cía una enfermedad nerviosa (o más bien — y éste es un matiz funda­
mental— una enfermedad neurológica), Charcot retomó la muy riguro-
ia metodología definida con mucho éxito a partir de sus trabajos anterio­
res (sobre la enfermedad de Parkinson, la esclerosis en placas, etcétera).
De entrada denominó “método nosológico”1 a una cierta concepción del
procedimiento clínico, para lo cual retomó y aplicó a la neuropatología
loe principios de Duchenne de Boulogne. Esa concepción apuntaba a la
Constitución de un tipo, forma completa de una enfermedad en la que a-
grugaba todos los elementos sintomáticos posibles, versión perfecta, ca­
nónica del cuadro patológico, “indispensable y la única eficaz para hacer

69
surgir, del caos de nociones vagas, una especie mórbida determinada.
(...) Pero una vez constituido el tipo, le llega el tumo a la segunda ope­
ración nosográfica: hay que aprender a descomponer dicho tipo, a frag­
mentarlo. En otros términos, es preciso aprender a reconocer los casos
imperfectos, desdibujados, rudimentarios”.2
A la recíproca, la pureza de la entidad así aislada permitía la descom­
posición analítica de las formas mixtas o combinadas: “Querría destacar
una vez más el gran hecho nosológico de que incluso y quizás sobre to­
do en la patología nerviosa, las especies o tipos mórbidos ofrecen, en la
combinación de sus caracteres clínicos, una verdadera firmeza, una origi­
nalidad real que casi siempre permitirá reconocerlos o separarlos median­
te el análisis, incluso cuando varias de esas especies coexistan en un
mismo individuo, en el que pueden dar forma a complejos diversos. La
doctrina que quemamos hacer prevalecer en esta materia es (...) que los
complejos nosológicos de los que se trata no representan en realidad for­
mas híbridas, productos variables e inestables, una mezcla, una fusión
íntima, sino más bien el resultado de una asociación, de una yuxtaposi­
ción en la cual cada uno de los componentes conserva su autonomía.”3
Así, a través de la vía única de una observación que a él mismo le
gustaba llamar “morfológica”, mediante una ascesis de la mirada, se des­
prendía el tipo de una enfermedad nueva. Llega entonces el momento del
“método anátomo-clínico”:4 las autopsias en serie permitirían identi­
ficar el asiento de la lesión causal, y con las correlaciones anátomo-clí-
nicas obtenidas de ese modo se podría “proveer a la nosografía de carac­
teres más fijos, más materiales que los síntomas mismos, si así puede
decirse”.5 En cuanto al momento fisiopatológico, explicativo, en el que
uno se dedica a “captar la naturaleza de las relaciones que vinculan a las
lesiones con los síntomas exteriores”,6 Charcot lo relegará siempre a un
“segundo plano”;7 toma de la tradición clínica francesa, muy positivista,
esa desconfianza de siempre respecto de la teoría, actitud que tanto habrá
de impresionar a Freud.
La aplicación de ese esquema de estudio a las neurosis y sobre todo a
la histeria tiene diversas consecuencias: en efecto, lleva consigo una
concepción implícita de la enfermedad que prefigura sus resultados en un
estadio de la investigación que según se pretende es todavía puramente
empírico y está exento de presupuestos. Lo que reveló ser notablemente
fructífero para la neuropatología, en el estudio de la histeria, como vere­
mos, iba a desembocar en un fracaso y a identificara contrario la verda­
dera naturaleza de la enfermedad. Pero es preciso subrayar que ese pasaje
por el absurdo permitió por si solo levantar la hipoteca “nerviosa”, y
que en consecuencia el descubrimiento del inconsciente dependió histó­
rica y epistemológicamente del progreso de la patología médica.

70
\
tria, una enfermedad neurológica

o que la actividad de Charcot estaba guiada por un cierto número


uencias y presupuestos:

•—Seflalemos de entrada la influencia de los trabajos alemanes, pero


todo anglosajones, que Charcot conoce bien y cita respecto de to­
los puntos que examina. Según ya lo he indicado, la concepción de
Iteria como neurosis espinal, irritación de la médula, presuntamente
te de diversos trastornos nerviosos reflejos (“las histerias locales”),
muy difundida en esos autores, que eran esencialmente médicos y
os y que se complacían en considerar la histeria desde un ángulo
neurológico. Si bien (ya lo hemos visto) los trabajos franceses a-
tn a una patología cerebral, su inpiración seguía siendo muy psi-
sta y análoga a las concepciones de los alienistas (cf. Briquet).
—No quedan dudas de que Laségue ejerció también una influencia
Uy profunda en Charcot, a pesar de la existencia de divergencias im-
:r«ntes acerca de ciertos puntos capitales, a pesar también de una cierta
ptecieción en las citas, por lo demás frecuentes, con las que el último se
lim ite a los escritos del primero. Persuadido de que “no se llegará a
lonatituir la historia de los accidentes histéricos más que estudiando ais-
lldamente cada uno de los grupos sintomáticos”,8 y recomponiendo a
OOfltinuación la enfermedad mediante la reunión de diferentes fragmentos,
Laiégue tendía a descomponer la afección en varios grupos:9 carácter
histérico que entendía a la manera de Morel y de J.-P. Falret;10 crisis y
Síntomas sensorio-motores que relaciona con perturbaciones cerebro-es­
pinales y estudia con una perspectiva ya muy neurológica; finalmente,
síntomas de histeria local11 que tiende a vincular con una hiperreflexi-
vidad de los sistemas nerviosos autónomos viscerales (espasmos inten­
sos y sostenidos a continuación de irritaciones con frecuencia leves). En
lo relativo a tales espasmos (tos histérica, blefarospasmo, espasmo
laríngeo, vaginismo, esofagismo, etcétera), Laségue subraya diferentes
oaracteres que Charcot habrá de retomar: tenacidad, firmeza, inicio y con­
clusión abruptos, repercusión leve en el estado general, importancia del
Autor moral y de la interacción entre el enfermo y quienes lo rodean,12
interés terapéutico de los cambios de ambiente (viajes, aislamiento).
/ - L a semiología de la afección es estudiada con un serio prejuicio: a V
la inversa de Laségue (quien piensa que “la definición de la histeria nun­
ca ha sido formulada ni lo será jamás, pues los síntomas no son lo bas­
tante constantes, ni lo bastante ajustados, ni lo bastante análogos en du­
ración e intensidad como para que un mismo tipo descriptivo pueda a-
bercar todas las variedades”),13 a la inversa de Briquet (cuyas concepcio­
nes patogénicas tienden a inscribir la histeria en el orden de las manifes-

71

c
laciones pasionales, expresivas), Charcot quiere encarar lo que le parece
una enfermedad neurológica con el mismo método que le ha procurado el
éxito en otro campo. Así, si bien no desconoce los peligros de la simu-
lación,14 se ve llevado a ver más bien en ella una sobresimulación, y en
consecuencia a ir más allá, a tomar diversas precauciones para eliminaría
e identificar el síntoma muy real al que la puesta en escena,“exagerándo­
lo, (tiende) a imprimirle el carácter de extraordinario, de maravilloso”.15
—La búsqueda del “tipo” lleva a privilegiar en el estudio del cuadro
morboso las formas más extensas y espectaculares. Así, Charcot se verá
conducido a no estudiar a fondo más que a algunas grandes histéricas de
su servicio, que presentaban una sintomatología máxima y que pronto i-
ban a convertirse en verdaderas vedettes adiestradas para producir todas
las manifestaciones que se investigaban. Sucede que (como lo veremos
en unos cuantos ejemplos), si bien la escuela de la Salpétriére tomaba
grandes precauciones contra la simulación (tal vez sin llegar a eliminarla
por completo), nada la prevenía contra los efectos, en particular incons­
cientes, de la sugestión y del adiestramiento involuntario ampliamente
facilitado por las características de los exámenes clínicos,16 practicados
en público y comentados paso a paso: en ellos la histeria revelará del
mejor modo su verdadera naturaleza sólo más tarde, retrospectivamente.
— A la inversa, el aislamiento de los casos “puros” llevó a rechazar
del cuadro de la enfermedad diversos agrupamientos sintomáticos tradi­
cionalmente incluidos en él y que parecían representar “asociaciones
mórbidas”. Veremos que sobre todo la locura histérica fue excluida del
“tipo”, en tanto se la consideró una complicación con la degeneración
mental. De modo que los casos más corrientes tendían a aparecer a la vez
como forma desdibujada y formas combinadas (tal era el caso de la histe­
ria masculina, casi siempre histero-neurastenia).
— El esfuerzo sistemático por poner de manifiesto leyes de correla­
ción, de asociación, de sucesión de los síntomas, a pesar de la corrección
introducida por la idea de las formas incompletas o rudimentarias, tendía
a desviar el estudio clínico, pues naturalmente todo lo que uno busca se
verifica en la “patoplastia” (Dupré) histérica. “Hay quienes en varias de
esas afecciones (nerviosas) no ven más que un conjunto de fenómenos
extravagantes, incoherentes, inaccesibles al análisis y que quizás sería
preferible relegar a la categoría de lo incognoscible.17 Se apunta sobre
todo a la histeria con esta especie de proscripción. (...) Sólo una obser­
vación superficial ha podido conducir a la opinión a la que acabo de refe­
rirme; un estudio más atento nos hace ver las cosas con un aspecto to-
tnlmcnte distinto. (...) También la histeria a igual título que los otros
estados mórbidos, obedece a reglas, a leyes que una observación atenta y
suficientemente multiplicada siempre permitirá identificar. (...) Para no
clutr más que un ejemplo (...) la descripción del gran ataque histérico,

72
ucido a una fórmula muy simple.18 Cuatro períodos se suceden
~ue completo con la regularidad de un mecanismo: 1) epileptoi-
grandes movimientos (contradictorios, ilógicos); 3) actitudes pa-
" (lógicas); 4) delirio terminal. (...) El ataque puede ser incom-
(...) pero a quien tenga la fórmula siempre le resultará fácil reducir
las formas al tipo fundamental.”19 Más allá de la rehabilitación de
icría por alguien que en consecuencia creía conservar su dominio
’drmula”), esta larga cita pone de manifiesto los postulados básicos
posición de Charcot Los síntomas serán siempre estudiados desde
perspectiva, procurando definir, a partir del modelo de las sistemati-
neurológicas, asociaciones regulares como por ejemplo las ge-
por el aspecto bipartido de los territorios de proyección de los
nerviosos en el nivel del cuerpo (hemianestesia del mismo cos­
que el dolor ovárico, contracturas,20 estrechamiento del campo vi-
etcétera), o las leyes de desaparición y reaparición de las acroma-
:i*5 a los diversos colores en un orden particular 21
'
Resulta entonces natural que la tendencia a comprender la histeria
del modelo de las enfermedades neurológicas lesiónales desem­
en un cotejo de los mecanismos patogénicos atribuidos a los sín-
"Entre la hemianestesia vulgar de los histéricos y la que es signo
| | una lesión en el foco físico de la enfermedad, la analogía es sorpren-
dinte. En el fondo, se trata del mismo síndrome. La misma semejanza
Miste entre la paraplejía espasmódica de los histéricos y la que pone de
manifiesto una lesión orgánica espinal. (...) Ahora bien, esa semejanza,
que desespera a veces al clínico, debe servir de enseñanza para el patólo­
go que, detrás de la sede común, entrevé una analogía anatómica y,
mutatis mutandis, localiza la lesión dinámica de acuerdo con los datos
que proporciona la lesión orgánica correspondiente.”22 Cinco años más
tarde, en 1889, en el prefacio a la tesis de su alumno Athanassio sobre
I d trastornos tróficos histéricos, Charcot es aun más claro: “Es impor-
tante que se sepa que la histeria tiene sus leyes, su determinismo, abso­
lutamente del mismo modo que una afección nerviosa con lesión mate­
rial Su lesión anatómica no es todavía accesible a nuestros medios de
ijRveatigación, pero de manera innegable se traduce para el observador a-
tento en trastornos tróficos análogos a los que se ven en los casos de le-
■iones orgánicas del sistema nervioso central o de los nervios periféri­
cos. (...) En adelante, el camino está en gran medida abierto, y me atre­
vo a esperar que un día u otro el método anátomo-clínico en materia de
podrá incluir un éxito más en su activo, éxito que permita final-
meift»4escubrir la alteración primordial, la causa anatómica de la cual se
qonpdftn hoy en día tantos efectos materiales.”23
Ya nos hemos encontrado varias veces con el concepto de “lesión di­
námica”: antes de Charcot era una referencia más bien vaga que connota­
ba la inclusión de la histeria entre las enfermedades del sistema nervioso,
pero en aquél adquirió una denotación precisa, un sentido anatómico fo­
cal que da acabamiento a la homogeneidad de su concepción general de la
enfermedad. Esa manera de concebir la histeria va a permitir que se pon­
ga definitivamente de manifiesto el carácter fundamental de los síntomas
histéricos, que se presentan, para el sujeto consciente que los sufre, co­
mo un fenómeno automático que tiene que soportar pasivamente, de la
misma manera que cualquier manifestación de un trastorno orgánico.
Los estudios minuciosos de Charcot y sus alumnos, si bien los arrastra­
ron a un terreno cada vez más inverosímil, e incluso grotesco, fueron re­
alizados de manera tal que la antigua altefnativa entre fenómenos neuro-
lógicos inconscientes y fenómenos psicológicos más o menos conscien­
tes y simulados, iba a desembocar en la paradoja que constituye el ori­
gen tiel psicoanálisis freudiano: los fenómenos psicológicos incons­
cientes, no más o menos por debajo del umbral de la conciencia (como
de hecho se encaraban hasta ese momento los fenómenos inconscientes),
sino realmente inconscientes, totalmente clivados de conciencia, y no
obstante intensamente activos. Había sido necesario ese desvío para e-
char luz sobre un fenómeno en ese entonces tan sorprendente y notable.
Tomemos el ejemplo de “la catalepsia (...) en ciertos histéricos. La
cuestión es ésta: ¿puede ese estado ser simulado de manera tal que enga­
ñe al médico? Se cree generalmente que si a un sujeto cataléptico se le
extiende el brazo horizontalmente, él puede conservar esa actitud un lap­
so lo bastante prolongado como para descartar toda sospecha de simula­
ción. Según nuestras observaciones, eso no sería exacto: al cabo de 10,
15 minutos, el brazo comienza a descender, y al cabo de 20 a 25 minu­
tos como máximo, cae verticalmente. Ahora bien, ésos son también los
límites que corresponden a un hombre vigoroso que trata de conservar e-
sa posición. De modo que es necesario buscar en otros elementos el ca­
rácter distintivo. Tanto en el simulador como en el cataléptico, un cilin­
dro registrador con la pluma conectada a la extremidad del miembro ex­
tendido servirá para recoger en un gráfico las menores oscilaciones de esa
extremidadv-mientras que un neumógrafo, aplicado en el pecho, propor­
cionará la*Curva de los movimientos respiratorios. Ahora bien, lo que se
observa en esos trazados, cuyo resumen les presento, es lo siguiente: en
la cataléptica, durante toda la duración de la observación, la pluma co­
rrespondiente al miembro extendido traza una línea recta perfectamente
regular. Durante el mismo lapso,-el trazado del simulador se asemeja al
principio al de la cataléptica, pero al cabo de algunos minutos comien­
zan a advertirse diferencias considerables; la línea recta se convierte en
quebrada, muy accidentada, con instantes de grandes oscilaciones dis­
puestas en serie. Los trazados del neumógrafo no son menos signific'ati-

74
i la cataléptica se registra una respiración muy escasa, superficial,
^flnal de la curva se asemeja al comienzo. El dibujo del simulador
||Compuesto por dos partes distintas: al principio, respiración regular
1; en la segunda parte (la que corresponde a los indicios de fatiga
Bular observados en el trazado de la extremidad), irregularidad en el
i y la amplitud de los movimientos respiratorios (depresiones rápi-
I y profundas, signo del trastorno de la respiración que acompaña al
ueno del esfuerzo).’'24
I Aparatos de ese tipo eran corrientemente utilizados en el estudio de
I,Síntomas histéricos: ellos demostraban en la mayor parte de los ca-
I la ausencia de simulación, la objetividad de los trastornos25 y p o r
Uto su naturaleza orgánica. ¿Qué otra cosa hubiera podido pensarse
l i l e momento? Será necesaria la confrontación con hipnosis para que
| hechos sean encarados desde otro punto de vista; todavía se verá que
chos investigadores no pudieron desprenderse del antiguo modo de
r. Cuando Bemheim impuso su concepción acerca de la naturaleza
Itiva, y en consecuencia psíquica, de numerosos fenómenos descrip-
I en la Salpétriére, muchos se apartaron, persuadidos de que Charcot se
¡)ÍBdejado engañar por simuladores, olvidando el rigor de sus protoco-
de observación. Veremos que Babinski y Dupré volvieron a una
f a m i ó n apenas retocada de las opiniones de Laségue y Falret, tomándose
||n embargo una pequeña molestia al señalar que, con todo, el problema
había sido entrevisto.

La clínica de la histeria según Charcot

Examinemos ahora los resultados clínicos del estudio de la histeria en la


Salpétriére. Retomando nociones ya presentes en Briquet, Charcot opuso
lot fenómenos paroxísticos, espectaculares pero intermitentes de los
Cuales era el modelo la gran crisis, al fondo común sobre el que evolu­
cionaban dichos fenómenos, caracterizados por su permanencia y su te­
nacidad, su resistencia al tratamiento. Son los estigmas permanentes:26
lu presencia signa el estado histérico, y sólo su desaparición indica cura.
Los estigmas consisten esencialmente en trastornos en la sensibilidad:
anestesia completa o disociada (termoanestesia, analgesia, anestesia tác­
til), general o parcial, y sobre todo bipartida (hemianestesia), extendida
al “sentido muscular” (sensaciones de posición), a los órganos de los
■entidos (sordera o hipoacusia, estrechamiento del campo visual y acro-
nuttopsias), a las mucosas; hiperestesias de todo tipo, en particular rela­
cionadas con el ovario y el “clavo” histérico (cefalea aguda focal). Se a-
gregan al cuadro los trastornos motores: contracturas permanentes, pare­

75
sias o amiostenias, temblores. Finalmente un estado mental peculiar e-
sencialmente constituido por impresionabilidad, excitabilidad, sugestio-
nabilidad, estado que nos remite a la antigua noción de estado nervioso;
Charcot excluye en efecto de la histeria cualquier otro rasgo moral y en
particular los conceptos provenientes de la corriente psiquiátrica.
Los estigmas presentaban un cierto número de propiedades notables:

— Algunas zonas, en particular hiperestésicas, son denominadas


“hísterógenas”: “regiones circunscriptas del cuerpo, dolorosas o no de las
que parten, durante los pródromos de ataques espontáneos, sensaciones
que desempeñan un rol en el conjunto de los fenómenos del aura histéri­
ca, y cuya presión tiene el efecto de determinar el ataque convulsivo, o
una parte de los fenómenos espasmódicos del ataque, o bien de detener
bruscamente las convulsiones”.27 Se observan así, zonas espasmógenas,
frenadoras o espasmo-frenadoras. El ovario fue la primera localización
estudiada por Charcot.28 Pitres describirá también zonas “ideógenas”,
cuya estimulación desencadena la irrupción en la conciencia de imágenes
e ideas diversas o específicas.
-—La anestesia ocupa un lugar peculiar entre los estigmas. Casi
siempre se superpone a los grandes síntomas (parálisis, contracturas) o
a otros estigmas. Charcot le atribuye por otra parte una significación
peculiar para el pronóstico, puesto que juzga la curación sobre la base de
su desaparición completa.
—Los estigmas pueden ser bastante inestables, desplazarse o desapa­
recer espontáneamente. No obstante ciertos agentes electivos tienen la
propiedad de provocar esas variaciones:29 faradización, aplicación de di­
versos metales y sales metálicas (metaloscopía de Burq), imanes, electri­
cidad estática, vibraciones sonoras, vejigatorios, modifican o suprimen
anestesias y trastornos sensoriales. Esos agentes estesiógenos provocan
frecuentemente el fenómeno de la transferencia: el estigma desaparece del
costado en el que se asentaba pero se transfiere a la región simétrica de la
otra mitad del cuerpo. A continuación puede volver progresivamente a
ocupar su asiento anterior; una nueva aplicación local lo transfiere de
nuevo, hasta que, después de una cierta cantidad de esas “oscilaciones
consecutivas”, desaparece o por lo menos se atenúa.

El estudio de los paroxismos constituyó otro aspecto de la explora­


ción sistemática de la histeria. Ya he citado la descripción del cuadro de
la gran crisis histérica “completa”.30 Comienza con diversos fenómenos
premonitorios: síntomas nerviosos diversos, trastornos de humor y del
carácter,31 “auras” de todo tipo, sensitivas, sensoriales, motrices (espas­
mos), en particular la clásica aura espasmódica oválica, con sus irradia­
ciones en tres “nódulos” (primer nódulo, epigástrico; segundo nódulo,

76
1: bolo histérico; tercer nódulo, cefálico: obnubilación). Sobrevie-
tonces el primer período epileptoide, con una fase tónica de con-
~i generalizada, una fase clónica de resolución espasmódica del to-
lina fase estertorosa de relajamiento muscular.32 Sigue el segundo
!o O clownismo, dividido en una fase de contorsiones y de “acti-
ilógicas” (por ejemplo el famoso arco de círculo) y una fase de
*s movimientos coreiformes y pantomímicos de baile. El tercer
es el de las “actitudes pasionales”: se trata de una fase alucinato-
lirismo) en la que el enfermo vive un cierto número de escenas de
carga emotiva y sobre todo expresa teatralmente lo que siente; no
ibe la realidad exterior, vive exclusivamente su sueño, que suele ser
reviviscencia de escenas de su pasado (“delirio ecmnémico” de Pi-
, Por fin se produce el cuarto y último período, de delirio (en el sen-
de delirio onírico); este período prolonga al anterior pero el enfermo
bíén percibe en parte lo que lo rodea y por otro lado es sugestiona-
e te puede influir parcialmente en el contenido de las escenas vividas;
nás se trata de un “delirio de acción” (Richer) en el que el enfermo,
que expresarse como en el tercer período, actúa.
Ble gran ataque, hysteria major (gran histeria o histero-epilepsia) e-
nladvamente poco frecuente. En cambio se solían ver formas trunca-
_ e incompletas, en las que faltaba alguno de los períodos (hysteria
I¡fU>r), y formas reducidas a uno solo de los episodios del ataque: aura
(Ittque de espasmos, ataque sincopal), primer período (ataque epileptoi-
* ) , segundo período (ataque de clownismo, ataques demoníacos, coreas
ritmadas de las epidemias de la Edad Media y de la época clásica), tercer
ptffodo (ataque de éxtasis), ptíarto período (ataque de delirio, locura his-
Üriea). En el capítulo siguiente hablaremos de las variedades peculiares
do Itaque por intervención de fenómenos hipnóticos (catalepsia, letargia,
Sonambulismo).
Además de los ataques, Charcot describe otras formas de paroxis­
mo:33 parálisis (hemiplejía, paraplejía, monoplejía, parálisis facial o
‘ffláfragmática), inhibiciones funcionales (astasia-abasia, mutismo, ce­
guera, sordera), contracturas musculares (exteriorización de la “diátesis de
CGntractura” con frecuencia latente y que maniobras diversas objetivan),
Pftnfljjgis y espasmos viscerales (disnea y asma histéricas, tos, bostezos,
hipo, resoplidos, disfagia, timpanitis, embarazo nervioso, vaginismo),
Sncrexia llamada histérica. Finalmente, todo un conjunto de trastornos
tráficos y vegetativos pueden sobrevenir de manera paroxística: pertur­
baciones vasomotrices (dermografismo, edemas, incluso gangrenas su­
perficiales), erupciones, equimosis, hemorragias espontáneas de la piel y

£ mucosas, fiebres histéricas, anomalía de las secreciones (sialismo,


actorrea, poliuria, iscurias, clásica perturbación de las reglas) o del
tabolismo. Al cabo de poco tiempo, este último grupo pasará a estar

77
muy cuestionado, y Babinski le retirará más tarde toda validez, salvo en
lo que respecta a algunos trastornos tróficos secundarios de las grandes
parálisis (edema, resfriados, amiotrofía, retracciones tendinosas).
Todos estos síntomas fueron descriptos con la preocupación de co­
piar el estudio clínico de los grandes síndromes, sobre todo neurológi-
cos, con los cuales eran sistemáticamente comparados. En un primer
momento, de ello resultará una demarcación precisa atinente a tres enti­
dades hasta entonces mal diferenciadas de la histeria:

—En primer lugar la epilepsia. Todos los autores continuaban acep­


tando la existencia de casos de histero-epilepsia, es decir, de una combi­
nación de la histeria con la epilepsia.34 Charcot se consagró a diferen­
ciar los escasos ejemplos de histero-epilepsia con “crisis distintas” (en
las que las dos enfermedades coexistían sin fusionarse) de los más nume­
rosos de histero-epilepsia llamados “de crisis mixtas”35 en los que se fu­
sionarían los fenómenos del acceso histérico y del ataque epiléptico.
Charcot iba a demostrar que en ese último caso se trataba “únicamente
y siempre de la histeria, que reviste la forma de la epilepsia”.36 A los
argumentos que se sustentaban en los pródromos (aura histérica), en el
aspecto mismo de la crisis y en la evolución del caso (nunca aparecían
otros fenómenos epilépticos: pequeño mal, vértigo, demencia terminal)
se añadía la presencia de estigmas, la acción con frecuencia frenadora de
la compresión ovárica y las características del estado de mal (sucesión
incesante de crisis subintrantes) que nunca provocaban hipertermia (ni
por otra parte deterioro del estado general o muerte) como en la epilep­
sia.
—En segundo término, la alienación mental. La escuela de Charcot
se esforzó en disociar la noción de locura histérica heredada de MórSTy
Falret.37 Consideraba que sólo tenía que ser conservado como histérico
el estado mental peculiar de los nerviosos (como ya lo hemos señalado
con respecto a los estigmas) y los estados delirantes que correspondían a
los dos últimos períodos de la crisis (o a fenómenos hipnóticos)jMjue
eran siempre de corta duración, incluso aunque se prolongaran en estado
de mal o se convirtieran en intermitentes al repetirse: estados segundos y
crepusculares, delirios onírico y ecmnémico, fenómenos de doble perso­
nalidad. El resto de lo que se había descripto como locura histérica no
representaba más que la eclosión de formas clásicas y en absoluto espe­
cíficas de alienación mental en enfermos histéricos, y tenía que ser con­
siderado como una asociación mórbida. En cuanto al carácter histérico,
tal como Falret en particular lo había delineado, los partidarios de la
Salp&tri&re no encontraban esos rasgos en la mayoría de los casos de su
práctica; en particular estaban ausentes en los numerosos histéricos de
sexo masculino que Charcot estudió a partir de 1884; se trataba de ob-

78
iones de alienistas que abarcaban asociaciones de la histeria con
Itomos caracteriales del desequilibrio mental, cuya descripción fue
Mda por Magnan y su escuela, prolongando a Morel, en su “locura
heredo-degenerados”.38 Mitomanía, perversión, erotismo y ninfo-
, actos impulsivos y escandalosos, ideas fijas y obsesivas, celos e
: nada de esto difería de los rasgos del desequilibrio psicopático,
tras que se encontraban numerosos histéricos exentos de esas carac­
has y que justificaban el trabajo de rehabilitación desde el punto de
moral”,39 que realizaban con cierto éxito Charcot y sus discípulos.
«—Finalmente, la neurastenia. Charcot hará una descripción de esa
unedad que evidentemente toma como modelo su estudio de la histe-
y que restringe de modo notable su extensión.40 Le reconoció estig-
específicos: cefalea, astenia, raquialgia, dispepsia atónica, insomnio
último un estado mental peculiar consistente en “depresión cere-
I” (abulia, aprosexia, emotividad, tristeza, preocupaciones hipocon-
cas, tendencia a la duda y la ansiedad). Contra ese fondo permanente
destacaban síntomas secundarios accesorios: vértigos, trastornos sen-
•vos (dolores neurálgicos, parestesias diversas, hiperestesias) y senso-
es (sensaciones parásitas: moscas voladoras, zumbido de oídos), mo-
I M I (calambres, temblores), vegetativos (perturbaciones cardiovascula-
•M, respiratorias, genito-urinarias).

Charcot reconocía por otra parte la existencia de una forma particu-


2ir, degenerativo-constitucional, en la que el síndrome de agotamiento
Bfprvinso de las formas adquiridas pasaba al segundo plano, detrás de los
problemas psíquicos: crisis de angustia.jabsesiones ansiosas y fobias de
todo tipo, en particular hipocondríacas; de ese modo introdujo en Francia
Ol concepto alemán, proveniente de Beard, de locura neurasténica, que
habrá de ejercer su influencia en la gran síntesis de la psicastenia reali-
lada por Janet. Pero sobre todo, al acentuar de ese modo la importancia
do los síntomas de la serie depresión-astenia-atonía, Charcot separó neta­
mente la neurastenia de la histeria en el punto en el que habitualmente
n o ié encontraban: si bien las dos grandes neurosis podían asociarse (en
particular en la histeria masculina postraumática; cf. infrd), en princi­
pio seguían siendo mutuamente excluyentes. Así preparó Charcot por o-
trt parte la autonomía del síndrome de eretismo neurovegetativo que es­
taba en el centro de la descripción antigua del estado nervioso, pero que
tervía frecuentemente como basamento “actual” (cf. Freud) de la histeria:
lumergido durante algún tiempo en las fronteras de esa neurastenia res­
tringida y el estado mental del degenerado de Magnan, pronto encontrará
oon Freud (neurosis de angustia) y con Dupré (constitución emotiva) un
lugar exclusivo para él en la nosología de las neurosis.41
Si bien la histeria tuvo de ese modo fronteras más firmes, hemos
visto que la delimitación entre su sintomatología y la de las afecciones
neurológicas lesiónales con frecuencia se basaba sólo en la inestabilidad,
el buen pronóstico y la escasa repercusión funcional de la primera: “En­
tre la hemianestesia vulgar de los histéricos y la que es signo de una le­
sión en el foco físico de la enfermedad, la analogía es sorprendente. En
el fondo, se trata del mismo síndrome. La misma semejanza existe entre
la paraplejía espasmódica de los histéricos y la que pone de manifiesto
una lesión orgánica espinal.”42 Por otra parte, allí está lo que funda­
menta la noción totalmente analógica de “lesión dinámica”. Veremos
que la confrontación de histeria e hipnosis, a partir de 1885, comenzará a
erosionar esta concepción, y que de allí surgirán las bases de la psicolo­
gía profunda.

Etiología y tratamiento

Nos falta aún examinar rápidamente la concepción etiológica que tenía


Charcot de la histeria. “La causa principal de la histeria, enseña M.
Charcot, es la herencia, que puede ser similar (madre histérica, hija his­
térica) o actuar por transformación (uno o ambos progenitores, o sus
ascendientes, han padecido una afección nerviosa distinta de la histeria
misma). Junto a la herencia, sólo existen agentes pram cadores dc la
neurosis.”43 Es incontestable la influencia de Morel en esta concepción
de la “familia neuropática”44 en la que coexisten lado a lado neurópatas,
alienados, epilépticos y enfermos neurológicos. De modo que la histeria
tiene sólo una causa: el terreno hereditario peculiar, la “diátesis”, que
sirve de fondo a sus manifestaciones y es lo único que permite que so­
brevenga.
En cuanto a la eclosión de los síntomas, se produce en presencia de
cualquier causa de agotamiento general o exigencia excesiva al sistema
nervioso: enfermedades generales o infecciosas, intoxicaciones, surme-
nage, pero sobre todo las causas de shock45 (emociones intensas, trau­
matismos) y de fragilización del sistema nervioso (otras enfermedades
nerviosas, defectos educativos, prácticas religiosas o supersticiosas exa­
geradas, epidemias por imitación, hipnosis). Entonces aparecen estigmas
y paroxismos en los que se actualiza la diátesis latente.
Si bien el tratamiento de la predisposición no permitía albergar gran­
des esperanzas, justificando sólo medidas eugenésicas profilácticas,46
quedaba no obstante un amplio margen para la curación de los síntomas
y para los intentos de anular la actualización del terreno latente 47 En­
contramos entonces las prescripciones clásicas del tratamiento de las
neuropatías (aislamiento, reposo, régimen tónico y antianémico) junto

80
vos métodos sintomáticos (agentes estesiógenos, hidroterapia, ma-
y reeducaciones funcionales).
A ese conjunto se sumó muy pronto un factor que hasta ahora sólo
mencionado al pasar: la hipnosis. Si bien parece que en los primeros
de sus investigaciones sobre la histeria Charcot tenía conocimiento
ese fenómeno, a partir de 1878 comenzó a estudiarlo sistemáticamen-
, y al cabo de poco tiempo los trabajos de toda la escuela de la
ítriére englobaron indisociablemente histeria e hipnotismo. No
nte, preferí empezar desagregando un tanto artificialmente ese con­
tó: en efecto, las concepciones doctrinarias de Charcot provienen de
do inequívoco de la primera fase, y el estudio de la hipnosis iba a
tomarlas con mucha rapidez. En mérito a la claridad de la exposición
hacía necesario reservar el problema de la hipnosis, que es el que aho­
yamos a abordar.

NOTAS

li J.-M. Charcot: Legons sur les maladies du systéme nerveux (en ade­
lante Legons..., que no debe confundirse con Legons du mardi...),
1887, tomo III, págs. 9 y 10.
2, J.-M. Charcot: Legons du mardi á la Salpétriére (1887-1888), citado
en H. Colin: Essai sur l'état mental des histériques, 1890, pág.
76.
3, J.-M. Charcot: Legons..., pág. 77. La oposición de las formas puras y
mixtas, y la descomposición de estas últimas (como lo he señala­
do con insistencia en el vol. I) es, por otra parte, un principio bá­
sico de la clínica, desde Pinel a de Clérambault, pasando por Freud,
cuyo estudio nosológico de las neurosis sigue siendo un modelo
notable de esa metodología.
4. J.-M. Charcot: Legons..., tomo HI, págs. 10-14.
5, Ibíd., pág. 11.
6. Ibíd.
7. Cf. Freud: “Préface et notes á la traduction de J.-M. Charcot, Legons
du mardi á la Salpétriére, 1887-1888” (1892), Standard Edition,
tomo I, pág. 135.
I, C. Laségue: “De la anorexie hystérique” (1873), en Ecrits psychiatri-
v ques, pág. 134.
9. Cf. Laségue: “De la toux hystérique”,. en Etudes médicales, tomo II,
págs. 1 y 2; del mismo autor: “Des hystéries périphériques”, en
Ecrits psychiatriqu.es, pág. 153.
10. Cf. el célebre artículo de C. Laségue, “Les hystériques, leur perversité,
leurs mensonges”, en. Ecrits psychiatriques, pág. 165.
II. El término es retomado directamente de Brodie y de los autores ingle-
Capítulo IV

EL ESTUDIO DE LA HIPNOSIS
Y LA EVOLUCION DE LA DOCTRINA DE CHARCOT

El magnetismo animal

Cuando en 1878 Charcot inició sus trabajos sobre el hipnotismo, éste


era ya un fenómeno estudiado desde hacía muchos años, en particular en
Francia, con el nombre de “magnetismo animal”.1 Esa expresión prove­
nía de Mesmer y designaba una doctrina tan confusa como celosamente
mantenida en secreto por su iniciador, lo que no le impidió constituir un
punto de viraje esencial en la historia de las terapias. En ese fin del siglo
XVIII en el que actuó Mesmer parece que, en efecto, para toda una parte
de la sociedad, en particular para las capas sociales superiores, pasó a ser
necesaria una vestidura seudocientífica que restituyera su eficacia a las
técnicas inmemoriales de la curación mágico-religiosa. Copiando con
bastante fidelidad la puesta en escena clásica de los taumaturgos tradicio­
nales (decorado estudiado, aparición calculada y espectacular del mago,
función de objetos de poder misterioso y formidable, presencia numerosa
de fieles, palabras y gestos cabalísticos, doctrina secreta y todopoderosa,
honorarios muy elevados), y utilizando ampliamente la influencia de la
preparación psicológica y del renombre social, Mesmer se jactaba de po­
seer una doctrina que tomaba de los descubrimientos físicos sobre el
magnetismo la apariencia remota de una justificación racional; por otra
parte, solicitaba ruidosamente (mientras trataba de evitarlos el mayor
tiempo posible) el control y el reconocimiento de las sociedades científi­
cas y médicas de la época, lo que me parece muy característico de un
cambio notable de mentalidades.
La aventura mesmeriana concluyó naturalmente en el ridículo, pero
además de la fortuna que le reportó a su iniciador, iba a dejar una poste-

84
sumamente importante. En efecto, el punto culminante del trata-
llto magnético estaba representado por la “crisis”,2 y al salir de ella
cía la enfermedad que había motivado la intervención terapéutica;
i lo señalaron numerosos observadores de la época, en la mayoría de
Acasos se trataba de una “crisis de nervios”, totalmente análoga a las
Criptas en las afecciones vaporosas.3 Un discípulo de Mesmer, el
¡jués de Puységur, tuvo entonces la oportunidad de observar uoaJotr
?, que el propio Mesmer por otra parte había advertido sin a-
rle importancia: el paciente pareció caer en un estado de sueño pe-
’ en cuyo transcurso siguió en comunicación con su magnetizador;
[estado tenía el mismo valor curativo que la crisis mesmeriana. Puy-
•lo llamó sonambulismo; en adelante, dicho estado iba a ser obje-
>las prácticas e investigaciones de los magnetizadores, que a partir
ices se esforzaron por evitar las manifestaciones convulsivas.
I,, La salida de Mesmer de Francia en 1784, motivada por una firme
i de las sociedades de científicos (después de un examen bastante
fcjetivo de su doctrina y de sus prácticas), y después de la gran revolu-
, sólo permitieron que subsistiera una débil corriente de interés res-
i del magnetismo animal, corriente que iba a expandirse cuando vol-
| la calma con la Restauración. En la primera mitad del siglo XIX el
l i n i m i e n t o magnetista presentaba características bastante homogéneas,
i U trataba de un conjunto de investigaciones, de prácticas de intención
Curativa y de doctrinas explicativas concernientes siempre al sonambu­
lismo o “sueño magnético” tal como lo había descripto Puységur. Muy
pronto los magnetizadores describieron diversas variantes de ese estado,
Mgún fuera el adormecimiento más o menos profundo, o en función del
eventual acompañamiento de distintos fenómenos motores (catalepsia,
COntracturas peculiares) y sensitivos (anestesia más o menos completa); i
I veces ciertos procedimientos hacían posible el pasaje de una forma a ii
Otra/ Si bien el magnetismo animal se inició sin duda como terapia, fue
Obra cosa la que sobre todo suscitó el interés y la curiosidad de los mag­
netizadores: el sujeto en sonambulismo parecía presentar en grado varia­ ¡. i

ble capacidades extraordinarias, supranormales, todas las cuales se resu­ '¡


mían finalmente en una lucidez peculiar. El propio sujeto indicaba el
i para curar su mal4 y la fecha de curación, proporcionaba indica-
iiagnósticas y terapéuticas para otros enfermos, presentaba capa-
erceptivas extraordinarias (percepción de estímulos ínfimos, a
kvés de cuerpos sólidos, transposición sensorial: visión o audición con
loe dedos, la espalda, etcétera), tenía anticipaciones premonitorias y por
ato conocimiento de acontecimientos futuros, podía ver a distancias
aordinarias, a veces planetarias, leer el pensamiento, hablar lenguas
¡íranjeras o desconocidas, etcétera. Según la credulidad o la imagina­
ción de los autores, la lucidez magnética resultaba más o menos amplia

85
y fantástica, pero era ella la que los preocupaba y lo que siempre trataron
de hacer reconocer. Un nuevo examen del magnetismo animal por parte
de la Academia Real de Medicina concluirá en 1840, lo mismo que en
los tiempos de Mesmer, con una condena total y con la asunción de la
sugerencia del informante (que no era otro que Dubois d'Amiens) en
cuanto a que “en el futuro no se responda más a solicitudes de esa natu­
raleza”. Naturalmente, la encuesta versó sobre todo acerca de los fenó­
menos de la lucidez, y ello por pedido de los propios interesados. Se ne-
cesitará toda la autoridad de Charcot para que el mundo científico5 acep­
te, cuarenta años más tarde, que se le vuelva a hablar de sonambulismo.

En lo que respecta a la esencia misma de los fenómenos magnéticos,


la corriente que predominó de modo más claro era “fluidista”6 y admitía
la existencia de un fluido magnético (que además solía ser visible para
los sonámbulos), aunque no lo concebía como Mesmer (un fenómeno
físico análogo al electromagnetismo y a la atracción planetaria), sino
más bien como una propiedad animal y vital, particularmente desarrolla­
da en ciertos individuos y sometida a la voluntad de ellos. La técnica de
inducción del sonambulismo dependía en gran medida de esas concepcio­
nes: consistía esencialmente en grandes “pases” realizados con las manos
que presuntamente inundaban de fluido el cuerpo del paciente, en parti­
cular las partes enfermas; por lo demás, ciertos objetos servían también
para almacenar y ceder el fluido (agua, árboles, etcétera, herederos de la
cuba de Mesmer).
No obstante, desde 1819, inspirándose sin duda en los “espiritualis­
tas” que, ya en la época de Mesmer, negaban la existencia del fluido y
consideraban que el magnetismo animal era una propiedad natural del al­
ma, Faria inaguró la corriente “animista”: asimiló el “suefio lúcido” a
un sueño natural parcial y lo atribuyó a la concentración del sujeto; el
magnetizador solo desempeñaba una función catalizadora, favoreciendo el
desarrollo de fenómenos naturales. Descubrió al mismo tiempo las in­
mensas posibilidades y la importancia terapéutica de las sugestiones
hipnóticas y posthipnóticas (alucinaciones, amnesias más o menos pro­
longadas, fenómenos motores, ideas y actos impuestos, placebos, anes­
tesia quirúrgica) y en consecuencia modificó también el métotio de in­
ducción, que se redujo a la orden de dormir acompañada de algunos ges­
tos simbólicos. Lameñtablemente, siguió siendo tan crédüIcTcomó" los
fluidistas en lo que concierne a la lucidez de los sonámbulos, lo mismo
que sus discípulos Noizet (1820) y después Philips, alias Durand de
Gros (1855; este último conocía a Braid y sus doctrinas están mucho
más elaboradas). Rápidamente, por otra parte, su enseñanza y sus méto­
dos penetraron en la corriente fluidista (Noizet era gran amigo de Ber-
trand) y se convirtieron en un bien común.

86
hipnosis: somatistas y psicologistas

O a partir de 1843, con la Neurhypnologie del inglés Braid, el estu-


de la hipnosis entró en una fase realmente racional: al rechazar la
idez”7 y afirmando la existencia de fenómenos que rebautizó “hipnó-
ese autor inauguró en efecto las investigaciones de tipo experi-
ital.8 La credulidad de los observadores en adelante se expresará en o-
registro, el del error metodológico, y ya no en el de lo sobrenatural y
I©supranormal; por lo demás, Braid dio el primer paso con su “freno-
otismo”.9 Digamos desde ahora que se trataba del mismo escollo:
«deptos de la hipnosis no podían imaginar la importancia de la su-
‘íionabílidad inconsciente de sujetos por lo general sinceros y de bue-
fe, en los cuales inducían sin advertirlo los mismos hechos que creían
^ rv a r objetivamente. Veremos que el propio Bemheim cayó en la
|n m p a , a pesar de haber percibido tan bien sus efectos en los trabajos de
IB escuela de la Salpétriére.
< En esa nueva etapa es fácil poner de manifiesto la descendencia dé las
4&§ grandes corrientes, la fluidista y la animista, de la fase precientífica:
•illas dieron origen a dos concepciones opuestas de los estados hipnóti-
§9§, oposición que habría de expandirse en la lucha abierta que libraron
I* escuela de la Salpétriére (detrás de su maestro Charcot) y la escuela de
Nancy (agrupada en tomo de Bemheim).
Para la primera de esas dos corrientes (que me parece justificado de­
nominar somatista y de la que Braid fue evidentemente el iniciador), la
hipnosis constituía un estado especial del sistema nervioso que la mayo-
ría consideraba una neurosis particular, artificial o, mejor, experimental.
Entendían que las maniobras que la provocaban inducían un anonada­
miento, una especie de parálisis de los centros nerviosos, objetivada por
diversos signos sensorio-motores. Para alcanzar su completo desarrollo,
esa neurosis hipnótica inducida exigía naturalmente una predisposición
neuropática, la cual, para los autores que introdujeron en Francia el
“braidismo” (a continuación de Azam y Broca), sobre todo interesados en
lis posibilidades de la anestesia quirúrgica, no era otra que la histeria. fi­
la idea dé Laségue10 (1865) iba a ser retomada por Richet (1875), en­
tonces in'temo ae Charcot en la Salpétriére: el maestro estaba justamente
en pleno estudio de la histeria y rápidamente habría de apasionarlo la
Mpnosis.(La corriente somatista, al considerar que los estados hipnótí-1
COS eran estados peculiares, extraordinarios (en el sentido etimológico)
del sistema nervioso, racionalizó las ideas fluidistas de modo tal que
prescindió de la acción de un fluido inmaterial y atribuyó los fenómenos
Observados a propiedades fisiopatológicas del organismo. Por idéntica
lüzón, el poder magnetizador, convertido en simple inductor, pasó a ser .
iccesorio y, al quedar en un segundo plano la “relación magnética”, !

87
quienes la buscaban estaban particularmente expuestos a caer en la tram­
pa de las sugestiones inconscientes: Charcot y su escuela fueron el e-
| jemplo más evidente.
La segunda corriente, que Barrucand denomina con toda justicia gsi-
cologista, era la heredera de los animistas, y tomó de ellos lo esencial
de su concepción, exceptuando la “lucidez”; se originó un tanto tardía­
mente en Nancy con Poincaré (1864) y sobre todo Liebault (1866), del
que será alumno Bemheim. Esos autores consideraban quella hipnosis <>
ra un estado de sueño totalmente idéntico al sueño fisiológico, salvo por
la vigilia parcial de la relación con el inductor. Ese estado de inercia
mental (el estado “hipnotáxico” de Durand de Gros) era provocado me­
diante diversas maniobras y sobre todo por la orden de dormir, y dejaba
el cerebro del sujeto abierto a toda sugestión, es decir, a la fuerza de rea­
lización propia de las ideas (“ideoplastia” de Durand de Gros, “ideodina-
mismo” de Bemheim), que tendían espontáneamente a realizar su carga
motriz, sensitiva o sensorial, fuera del control inhibidor de la conciencia
despierta. Dfijnodo que la hipnosis era un fenómeno fisiológico que só-
loxeposaba en las leyes habituales, fisiológicas, del funcionamiento
psicológico: la credibilidad (término que Bernheim tomó sin cambios
de Durand de Gros) capaz de asegurar la sujeción del sujeto al hipnotiza­
dor, y lajugestionabilidad, es decir la facultad de las ideas de convertir­
se de manera refleja en el acto o en la sensación de las cuales no son
más que la huella,11 desde el momento en qu$ queda fuera de juego el
control de las instancias superiores del psiquismo (o de los centros ner­
viosos superiores). Finalmente, la hipnosis era sólo un estado que favo­
recía la acción de la sugestión, y a su vez inducido por sugestión: todo
se reducía en consecuencia a ésta, es decir a una ley fundamental del
funcionamiento psíquico, el ideodinamismo o automatismo psicológi­
co.12 Una posición de ese tipo entrañaba diversos corolarios:

—La corriente psicológica estaba mucho más en condiciones de se­


ñalar las realizaciones inconscientes de las sugestiones involuntarias:
podrá preverlas y prevenirlas. Pero habrá una sugestión involuntaria
constante, que persistirá como un punto ciego, puesto que estaba en el
fundamento de la teoría: la confusión entre hipnosis y sueño, y entre los
signos exteriores de ambos estados. Por otra parte, la concepción “auto­
mática” de la sugestión tendía a atribuirle una realización obligatoria, lo
que en algunos casos llevó a la escuela de Nancy a absurdos médico-le­
gales (problema del crimen por sugestión).
— Siendo la hipnosis un fenómeno de tipo fisiológico, resultaba ló­
gico que fuera corriente, casi constante, que casi todo el mundo fuera
hipnotizable. A la inversa de la interpretación somatista (para la cual se
trataba de un fenómeno relativamente raro, propio de ciertos sujetos de

88
tución neuropática) la concepción psicologista tendía a exagerar
rablemente la frecuencia de su obtención (un 3 por ciento de re­
os según las estadísticas de Liébault).
«—Llevada a su extremo, esa concepción despojó a la hipnosis de to-
juliaridad: a decir verdad, ya no quedaba en ella nada por observar ni
que sorprendiera. No puede por lo tanto asombrar que entonces, co-
Bemheim en 1897, se le negara todo interés e incluso la existencia,
léndose a ella la psicoterapia sugestiva en estado de vigilia. Así, la
ia de la escuela de Nancy conducirá a la declinación y después a la
ción casi total del interés por la hipnosis y su práctica.

»■
1;.
concepción de Charcot: los tres estados de la neurosis hipnótica

modo que en 1878 Charcot, interesado por los trabajos de Richet,


Bomenzó a estudiar el hipnotismo. Los resultados de sus investigaciones
iptrecen consignados en las ediciones sucesivas de la gran obra de su a-
tamno P. Richer sobre la gran histeria13 y fueron objeto de la célebre
fomunicación de Charcot14 a la Academia de Ciencias (1882) que inau­
guró un período de intenso interés en la hipnosis, de allí en más oficial­
mente reconocida como objeto de estudio científico. Los trabajos de la
fICtiela de la Salpétriére fueron naturalmente realizados sobre las bases
metodológicas y conceptuales que hemos analizado en el capítulo precé­
dante con respecto a la histeria. En consecuencia se trató de aislar tipos
Mitológicos lo más diferenciados entre sí que resultara posible, y de es­
tudiar su sintomatología neurológica como en los exámenes practicados
•B las enfermedades orgánicas.
De ese modo, Charcot se verá llevado a distinguir tres estados hipnó­
ticos de caracteres semiológicos bien diferenciados:

—El estado cataléptico se produce bajo la influencia de una excita-


jCión sensorial brutal (ruido fuerte e inesperado, luz intensa, interrupción
blusca de la concentración visual) o abriendo a la luz los ojos cerrados de
Un sujeto en letargía. El sujeto queda inmóvil, con la mirada fija, la fi-
■onomía impasible, la respiración intermitente, entrecortada por largas
detenciones; hay analgesia y anestesia completa del tegumento externo y
los reflejos tendinosos están abolidos. Se verifica la aptitud de los
miembros y de todas las partes del cuerpo para conservar durante bastan­
te tiempo las posiciones y las actitudes en que se lo dispone, sin resis­
tencia (impresión de ligereza a la manipulación: ausencia de flexibilidad
íérea). La excitación mecánica de los nervios y de los músculos no de­
termina ninguna contractura sino más bien un debilitamiento parético o

89
una parálisis. La persistencia del sentido muscular, y parcialmente de la
visión y la audición, permite desarrollar por sugestión alucinaciones y
diversos impulsos hacia actitudes o movimientos (en particular las acti­
tudes en que se ha colocado el cuerpo sugieren la realización de la expre­
sión afectiva correspondiente: las manos juntas conducen a una plegaria
ferviente, etcétera). Pero el sujeto obra como un autómata, sir. voluntad
ni conciencia, y los automatismos inducidos siguen siendo parciales y
limitados.15
—-El estado letárgico se obtiene mediante la concentración de la mi­
rada en un objeto o por la presión continua o ligera sobre los globos o-
cujares, o bien, finalmente, cerrando los ojos de un sujeto en catalepsia.
Se trata de un sueño profundo con resolución muscular, ojos cerrados y
en blanco, insensibilidad completa en la piel y las mucosas (los sentidos
pueden subsistir en cierta medida), ineptitud para los fenómenos de su­
gestión y de automatismo. Los reflejos tendinosos están muy exaltados
y se observa una hiperexcitabilidad neuromuscular: la estimulación de
los troncos nerviosos, de los tendones, la malaxación de masas muscu­
lares determinan contracturas que se pueden resolver mediante estimula­
ción de los antagonistas. Es posible provocar una conservación rígida
de las actitudes (estado cataleptoide) que de hecho se reduce al fenómeno
de la hiperexcitabilidad.
—EJ_£{3tado sonambúlico es consecuencia de una excitación senso­
rial débil y monótona, a veces por la fijación de la mirada, y finalmente
y sobre todo resulta de los procedimientos sugestivos de los magnetiza­
dores;16 también lo determina la fricción de la coronilla de un sujeto en
letargía o catalepsia. El sujeto parece ligeramente adormecido, tiene los
ojos cerrados o semicerrados, con los párpados temblorosos, y presenta
uña analgesia completa de los tegumentos externos y de las mucosas.
Excitaciones cutáneas superficiales (rozamientos, “pases”, soplidos) pro­
vocan una contraclura muscular que sólo desaparece por acción de ma­
niobras del mismo tipo. Con frecuencia se observa una exaltación nota­
ble de ciertos modos sensoriales (sensibilidad de la piel, sentido muscu­
lar, vista, oído, olfato), que adquieren una hiperacuidad sorprendente. En
el transcurso del estado sonámbulico el sujeto tiene la mayor sensibili­
dad a las sugestiones más variadas, en particular a las verbales: las facul­
tades mentales están despiertas, son con frecuencia muy vivas, y el^siye-
to participa enteramente en la realización de todas las órdenes del opera-
dor (por otra parte, puede presentar una fuerte resistencia si la sugestión
choca con su personalidad habitual). Ya no se trata entonces del autóma­
ta cataléptico sino de un estado de sumisión a la voluntad todopoderosa
del inductor: “El sonámbulo (...) ya no es una simple máquina. Es el
esclavo de la voluntad de otro, es el verdadero súbdito del operador. Su
automatismo está hecho de servidumbre y obediencia.”17 No obstante,

90
lien la escuela de la Salpétriére pudo citar algunos fenómenos hipnó-
que persistían después del despertar (contracturas, parálisis, aluci-
iones sugeridas), no conocía, por lo menos al principio, las suges-
es poshipnóticas que estudiaron Bemheim y la escuela de Nancy. E-
taguna era muy lógica: siendo la hipnosis concebida como un fenó-
“O objetivo, localizado en el tiempo, dependiente de condiciones pe-
liares, sólo excepcionalmente se podía observar que produjera efectos a
Itanda temporal.
4* —Algunos fenómenos particulares completan esta descripción y a-
ntdan su aspecto neurológico. Por empezar, los diversos estados hip-
rlicos podían localizarse en una sola mitad del cuerpo: abriendo o ce-
0 « i ! o un solo ojo, se obtenía una hemiletargia o una hemicatalepsia.
Por otra parte, si estando el sujeto en catalepsia, se le sugería que ha­
d a ra (una enumeración, por ejemplo), cuando le cerraban el ojo derecho
f§ interrumpía, cosa que no ocurría si le cerraban el ojo izquierdo: esto
Confirmaba la localización de Broca; el hemisferio izquierdo, sede del
lenguaje, quedaba paralizado al cerrarse el ojo del otro costado. Final­
mente, tomemos nota del carácter extremadamente concreto de los fenó­
menos descriptos: las contracturas determinadas por la hiperexcitabilidad
neurológica estaban tan estrictamente localizadas, que gracias a ellas se
podían estudiar las distribuciones nerviosas tan bien como por medio de
UTOaplicación localizada de comente eléctrica; las alucinaciones obede­
cían a leyes físicas: la lupa las aumenta, el espejo las refleja, el prisma
lis desdobla... En ciertos alumnos de Charcot, muy crédulos, como
Chambard, Luys y muy pronto Richet, la aparición de fenómenos cada
vez más extraordinarios al cabo de poco tiempo dará lugar a la creencia
en la lucidez de los sonámbulos, bajo la forma de investigaciones parap-
Sicológicas.
Desde luego, los tres estados típicos del “gran hipnotismo” eran ra­
ros: habitualmente se encontraban más bien formas desdibujadas, mixtas
(pequeño hipnotismo). Richet admitió no haberlos “encontrado casi en
seis años (...) más que en siete u ocho enfermas, afectadas todas de gran
histeria”;1S además reconoce ingenuamente que “incluso en los casos
más completos que he tenido la oportunidad de observar, no siempre
presentaron todos los fenómenos, desde el inicio de las experiencias, las
características de nitidez y precisión que hemos verificado más tarde. Po­
co a poco, a través de la repetición de las experiencias, los sujetos de al­
guna manera se perfeccionaron”. Rechaza igualmente “la participación
consciente del sujeto (...) la superchería y la s i m u l a c i ó n ”, y es suma­
mente probable que tenga razón respecto de esto. P. Janet, más de treinta
aflos después, logrará resolver el misterio del origen de los tres estados
de Charcot:20 poniendo en duda también él cualquier engaño por parte de
los sujetos, y, desde luego, del propio Charcot o de sus discípulos, de­
muestra la existencia de elementos básicos de la concepción de los tres
estados en las observaciones de los antiguos magnetizadores, la influen­
cia sobre Charcot de estos últimos a través de viejas enfermas de la
Salpétriére magnetizadas en la generación anterior, y la gravitación dis­
creta de un magnetizador, el marqués de Puyfontaine, que guiaba los in­
tentos de los internos y de los jefes de la clínica del maestro.21 El resto
era cuestión de educación inconsciente y de sistematización fortuita, co­
mo involuntariamente lo indica el propio Richer.
De modo que, en la concepción de Charcot. la hipnosis era lina neu­
rosis artificial de esencia histérir-a Así, los histéricos eran los sujetos en
los cuales las manifestaciones hipnóticas se presentaban de modo más
nítido y, como lo hemos visto, los estados nosológicos típicos sólo se
observaban en sujetos afectados de gran histeria. Por otra parte, la escue­
la de la Salpétriére se esforzará, con éxito, en poner de manifiesto las
numerosas correlaciones existentes entre ambas neurosis: frecuencia de
los fenómenos espontáneos de tipo hipnótico en la histeria (ataques de
letargía, de catalepsia, de sonambulismo, puros o asociados con las for­
mas típicas del acceso); semejanza de los trastornos anestésicos en los
dos estados; identificación de los fenómenos hipnóticos neuromusculares
con la “diátesis de contractura” histérica; existencia de zonas “hipnóge­
nas” según el modelo de las zonas “histerógenas” y a veces coincidentes
con estas últimas: asimilación,22 en fin, del sonambulismo, de las fases
tercera y cuarta del gran ataque histero-epiléptico (actitudes pasionales y
delirio) y de los casos de desdoblamiento de la personalidad o de persona­
lidades alternantes descriptos desde la célebre observación de la Felida de
Azam23 y desde entonces anexados a la histeria (“vigilambulismo histé­
rico”).

Las lecciones de 1885 sobre la histeria .traumática

El año 1885 representa el momento clave en él que se produjo el gran


viraje en el estudio de los fenómenos histéricos: apenas en tres o cuatro
artos se va a ver conmocionada, severamente criticada, la concepción de
Ijt histeria impuesta ñor Charcot. que será sustituida por teorías de la
histeria como enfermedad mental, en tanto que íá vieja neurosis, cam­
biando de cuadro nosológico, emigrará de la neurología hacia la psiquia­
tría, donde quedó fijada desde entonces. En ese proceso estaban en juego
diversos elementos, que aparecen condensados en las célebres lecciones
de Charcot correspondientes a ese año:24

— Ya desde hacía varios años, Charcot se interesaba en la histeria

92
asculina, en la que puso de relieve ciertas características específicas:
“ J ominio de las formas desdibujadas, sin las grandes crisis clásicas de
neurosis, con una mucho mayor frecuencia de sintomatología de as-
,to más trivialmente neurológico (estigmas, parálisis y contracturas);
^tenacidad de los síntomas que sólo en pequeña medida presentaban las
Características de inestabilidad y movilidad habitualmente atribuidos a las
manifestaciones histéricas; personalidad psicológica muy alejada de la
descripta tradicionalmente (se trataba con frecuencia de hombres del pue­
blo, trabajadores robustos y en absoluto emotivos por costumbre); fi­
nalmente, frecuencia del desencadenamiento de los síntomas por influen­
cia de un factor traumático (accidente de trabajo, en la vía pública, fe­
rroviario, riña, etcétera).
—Ese último punto iba a llevar a que se tomara posición respecto de
un problema de primera importancia en el plano médico-legal: el de la
“neurosis traumática”, expresión que Oppenheim acababa de proponer
para designar los trastornos nerviosos secundarios a los accidentes de
ferrocarril y de otras catástrofes, trastornos que en los países anglosajo­
nes, desde el trabajo de Erichsen (1866) eran conocidos con el nombre de
railway spine. En esos síntomas típicos Charcot reconoció inmediata­
mente la histeria: eran hemianestesias, anestesias sensoriales, estrecha­
mientos del campo visual, trastornos motores en el nivel de las extremi­
dades, pesadillas que reproducían el recuerdo del accidente (equivalentes a
la tercera fase del gran ataque). Los argumentos de Oppenheim tendientes
a diferenciar ese estado de la histeria no resistían a la crítica, sea que se
tratara de la fijeza desesperante de los síntomas (frecuentes en el hombre
histérico y de ningún modo rara en la mujer histérica), del estado mental
depresivo peculiar de los enfermos, debido a la presencia de un síndrome
neurasténico sobreañadido (cefalea, vértigos, insomnio, fatiga y aprose-
xia, nerviosismo intenso), o de la presunta incurabilidad (la cual, según
lo demostró Charcot, era muy relativa).25 Los autores alemanes perma­
necerán bastante reticentes ante ese análisis; reconocieron rápidamente el
parentesco de histeria y neurosis traumática, a continuación del propio
Oppenheim (1888).26 Veremos el análisis por Charcot del rol del
“shock nervioso” en la génesis de ese tipo de trastorno. Sobre todo en lo
inmediato, la anexión a la histeria de las neurosis traumáticas tuvo el e-
fectode poner de manifiesto la frecuencia de la enfermedad en el hombre:
ki escuela de la Salpétriére terminará por encontrarla tan frecuente como
en la muier~~
— Aparentemente el refinam íp.ntn del análisis semiológico comenzó-
en la misma época a permitir una cierta diferenciación de los síntomas
histéricos y orgánicos, a ue hasta ese momento (como ya lo hemos vis-
Charcot consideraba idénticos. En su análisis de los síndromes histe-

93
ro-traumáticos, puso de relieve, en efecto, diferencias características to­
cantes a la distribución de las parálisis, contracturas y anestesias: lími­
tes nítidos, delimitación por líneas circulares perpendiculares al gran eje
de los miembros (disposición “en manguito” o “en brazalete”); superpo­
sición completa de los trastornos motores y sensitivos; observó, por o-
tro lado, la ausencia o debilidad de la repercusión trófica de las parálisis
en el nivel de los músculos (atrofia muy limitada, ausencia de degenera­
ción objetivada por las reacciones eléctricas) o de la piel. Esos caracteres
diferenciaban absolutamente los trastornos histéricos de los trastornos
orgánicos homólogos, fueran ellos de nivel espinal o cerebral. En ade­
lante veremos a la escuela de la Salpétriére esforzarse en oponer las dos
series semiológicas, con cierto éxito: Babinski habrá de perfeccionar el
edificio en los últimos años del siglo, después de la muerte del maestro.
— Finalmente, la prosecución de experimentaciones bajo hipnosis
hizo posible algo que hay que considerar un hallazgo inesperado, aunque
sólo tenía sentido en el contexto que acabamos de estudiar. En efecto,
los síndromes sensitivos y motores obtenidos por sugestión en el curso
del estado sonambúlico demostraron ser, desde el punto de vista semio-
lógico, exactamente idénticos a los trastornos histéricos espontáneos,
en particular a los síntomas homólogos de las neurosis traumáticas.

De modo que esos diferentes elementos iban a permitir que Charcot,


en sus lecciones clínicas de 1885, enunciara respecto de las parálisis his-
tero-traumáticas la conclusión lógica a la cual llevaba su reunión en un
haz: ese tipo de síntoma histérico podía ser considerado psíquico, en
tanto que sólo reposaba sobre una idea, la idea de parálisis o la idea de
insensibilidad, y representaba la realización funcional de ella. La “idea
fija” subyacente podía ser de origen externo, como en la sugestión hip­
nótica, o de origen interno, cuando, en las histerias traumáticas, el
shock local (dolor y entumecimiento parético transitorio) conducía a una
autosugestión de impotencia funcional. Para realizarse de ese modo y
paralizar el centro correspondiente,27 la idea fija tenía que adquirir una
gran intensidad y en especial no tropezar con ningún obstáculo: sobre
todo su aislamiento en el psiquismo, sea que esta obnubilación del yo
se debiera al estado sonambúlico provocado o al shock nervioso que pro­
ducía un equivalente espontáneo de aquél (estado crepuscular emotivo),
aseguraba su potencia.28 La histeria, además, constituía de por sí un es­
tado de esc tipo, y la sugestión en estado de vigilia era capaz de obtener
los mismos efectos en los casos mayores.
El reconocimiento de la naturaleza psíquica de numerosos accidentes
histéricos diferenciados cada vez mejor desde el punto de vista semioló-
gico, a pesar de las notables perspectivas terapéuticas que, ahrirt, v que

94
t no iba a dejar de explotar, no le impidió mantener intacto el e-
io doctrinario erigido en los años 1870-1880. Así, continuó hablan-
de una lesión dinámica de asiento cortical para fundamentar fisiológi-
ente los trastornos, que al mismo tiempo analizó en términos psico­
lógicos y que se esforzará en curar mediante procedimientos sugesti-
. Ello, por tres grandes razones:

—En principio, la naturaleza de la teoría psicológica, muy difundida


la época, que él utilizaba. Ya la hemos recordado: debido a la escasa
insidad” que atribuía a los fenómenos mentales, pensados como inme-
tómente adosados al funcionamiento de los centros nerviosos senso-
í-motores, dicha teoría justificaba tales confusiones. En ella el psi-
;ismo era concebido sólo como constituido por asociaciones y reactüa-
Eációries de intensidad débil de las imágenes sensoriales y motrices que
eómponían los centros nerviosos.29
—En segundo lugar, la orientación somática que seguía teniendo el
Mátisis de la mayor parte de los síntomas histéricos: estigmas, fases del
Kttque completo, estados de hipnotismo, trastornos tróficos y viscerales.
La concepción de la neurosis continuaba en consecuencia centrada en una
| teoría neurológica; los síntomas psicógenos no dejaban de ser un epife­
nómeno interesante, espectacular pero limitado.
—Finalmente, y quizás sobre todo, la paradoja “objetiva” resultaba
todavía muy difícil de pensar. Podemos tomar el ejemplo de “esas pará-
lisis singulares designadas con el nombre de parálisis psíquica, parálisis
que depende de una idea, parálisis por imaginación; no digo, obsérvese
Wen, parálisis imaginaria, pues, en resumen, esas impotencias motrices
desarrolladas como consecuencia de un trastorno psíquico son, objetiva-
ñj/inte, tan reales como las que dependen de una lesión orgánica”.30
Hasta su muerte en 1893, y aunque a su alrededor caían uno detrás de
otro los pilares clínicos que sostenían su interpretación de la enfermedad,
* Charcot trató de lograr la supervivencia de su primera concepción. Vere­
mos que el socavamiento no provino exclusivamente de Nancy (el ene­
migo) sino también de la misma Salpétriére y de sus propios alumnos
(Janet, Binet, Babinski, Freud). Cuando aparecieron los dos últimos to­
mos del gran Traité de l’hystérie d'aprés Venseignement de la Sal-
p itrié re, de Gilíes de la Tourette, en 1895, dos años después de la
muerte del maestro, ya nadie daba crédito a la doctrina de Charcot. Geor-
ges Guinon, su jefé de clínica y último secretario privado, afirmó por o-
tra parte que, poco antes de morir, Charcot estimaba que “su concepción
de la histeria había caducado (y) él mismo se preparaba para dinamitar el
edificio que tanto contribuyó a erigir personalmente” 31 No resulta difí-
Cil adivinar en qué sentido pensaba entonces orientarse; su prefacio
(1892) a L'état mental des hystériques de P. Janet lo indica suficiente­

95
mente: “Estos estudiosos (...) confirman un pensamiento con frecuencia
expresado en nuestras lecciones, a saber, que la histeria es en gran parte
una enfermedad mental.” En su último y muy notable artículo (“La foi
qui guérit”, 1893), Charcot estudió el mecanismo de las curaciones mi­
lagrosas, a través de diversos documentos históricos; en ellos volvió a
encontrar la sintomatología histérica y subrayó su sensibilidad a la tera­
pia sugestiva: “Los histéricos presentan un estado eminentemente favo­
rable a la faith-healing [curación por la fe], pues son sugestionables en
el más alto grado, sea que la sugestión se ejerza mediante influencias ex­
teriores, sea, sobre todo, que ellos mismos presenten los elementos tan
poderosos de la a u to s u g e s tió n .”32 Como vemos, se aproximaba a las.te ­
sis de Japet y a las que muy pronto sostendría su fiel Babinski, es decir
a una integración de las investigaciones de la Salpétriére con las críticas
y los trabajos d e Bemheim.
Queda para nosotros interrogarnos brevemente sobre el valor de los
pacientes estudios clínicos de la Salpétriére. La rueda de la historia giró,
en efecto, con mucha rapidez, y si bien la entidad de Charcot fue pronto
desmembrada, uno no puede sino interrogarse sobre los múltiples térmi­
nos que, treinta aflos más tarde, recubrían los restos de la neurosis: “psi-
coneurosis” diversas, trastornos “funcionales”, “fisiopáticos” (Babinski),
síndrome “subjetivo” de los traumatizados, tetania-espasmofilia, incluso
numerosas enfermedades psicosomáticas, catatonías, accesos delirantes,
esquizofrenias agudas o confusiones mentales. Es indudable que en ese
plano se produjo una regresión, y que con un poco de prisa se arrojó al
bebé con el agua del baño. Todo lo que parecía insensible a la sugestión,
todo lo que no tenía un aspecto semisimulado, dejó de ser histérico. Es­
to significaba olvidar que, si bien Charcot y sus discípulos se encarniza­
ron en sistematizarlo todo, deseando convertir la histeria, a imagen de la
epilepsia, en “una evolución cíclica determinada por un simple automa­
tismo nervioso”,33 y si bien ignoraron la importancia de la sugestión,
de la imitación y del adiestramiento, por lo demás observaron con cuida­
do y perfección, poniéndose al abrigo de la simulación. Significa asi­
mismo descuidar el hecho de que la sugestión actúa en los dos sentidos,
y que hacer confesar a un histérico que ha simulado o que simula, obte­
ner pruebas flagrantes del carácter “voluntario” de los síntomas, equivale
con frecuencia a sugerirle una actitud conforme al deseo del observador y
lograr la realización de ese deseo, i
En resumen, si se deja de lado el aspecto sistemático de los trabajos
de la Salpétriére, queda un conjunto de “piezas separadas” impresionante,
series notables de observaciones, un estudio clínico inigualado de los fe­
nómenos histéricos. Aparentemente, sólo dos autores mantendrán ese
juicio después de la muerte de Charcot: es cierto que se trató de Sigmund
Freud y Picrrc Janet...

96
NOTAS

Para una reseña histórica detallada, cf. la excelente obra de D. Barru-


cand, Histoire de l' hypnose en France, 1967, a la cual no obs­
tante se le puede reprochar su posición favorable a los animistas y
a Bemheim, y su falta de comprensión respecto del interés de los
trabajos de la Salpétriére. Los capítulos históricos de la obra de P.
Janet, Les médications psychologiques, tomo I, págs. 19 a 32 y
137 a 190, la completan bien desde ese punto de vista. Cf. tam­
bién A. Binet y C. Féré: Le magnétisme animal, 1888, caps. 1 a
3.
Se trata de algo tomado, conceptual y terminológicamente, de la tradi-
lj, ción hipocrática. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 1.
, Cf. supra, cap. 1.
En la relectura, se trata esencialmente de trastornos neuropáticos; por
otra parte, los magnetizadores colocaban siempre a la neurosis y
la histeria a la cabeza de sus indicaciones terapéuticas.
A. Como lo subraya P. Janet (Les médications..., tomo I, pág. 30), quie­
nes todavía se interesaban en el magnetismo después de 1840 lo
hacían discretamente; entre ellos había nombres de la envergadura
de Morel.
:'í, Citemos, detrás de Puységur, a Deleuze (1819), Bertrand (1823), Dupo-
tet (1840), Despine (1840) y Teste (1845).
>7. Allí estaba evidentemente la mutación esencial. Seguir a Bemheim y
remontar la hipnosis hasta Faria, como lo pretenden Janet y Barru-
cand, es insostenible; Faria llegó a dar la descripción de los habi­
tantes de la Luna y de sus costumbres, tal como le fue comunicada
en el transcurso de un sueño magnético,
f , Hasta nuestros días seguirá habiendo desde luego adeptos a la extraluci-
dez.
9. Discípulo de Gall y de su frenología, obtenía diversas manifestaciones
conductales típicas (robo, lucha, oración, etcétera) haciendo pre­
sión sobre las protuberancias craneanas correspondientes, durante
el transcurso del sueño nervioso. Sobre la frenología, cf. P. Ber­
cherie: Les fondements..., cap. 3, y, sobre todo, G. Lantéri-Lau-
ra: Histoire de la phrénologie, París, PUF, 1970.
10. En su artículo “Des catalepsies partidles et passagéres” (1865), en
Etudes médicales, tomo I, pág. 899, C. Laségue describe un esta­
do cataléptico provocado cerrando los ojos del sujeto, y no parece
dudar de que ha redescubierto el sonambulismo. Integró esa obser­
vación en un estudio general de la catalepsia que, según le parece,
“sólo sobreviene en las mujeres en plena evolución histérica”
(pág. 907).
11. Pues se trata evidentemente de una concepción de origen sensualista.
Cf. infra, segunda parte.
12. Esta teoría de origen espiritualista (Maine de Biran), retomada por
Baillarger y después por los evolucionistas, opone el funciona-

97
Capítulo V

E L DERRUM BE DE LA DOCTRINA DE CHARCOT:


LA HISTERIA, ENFERMEDAD MENTAL

Bemheim: la sugestión y la histeria

Si hasta el momento hemos hablado poco de Bemheim, ello se debe a


que él se dedicó tardíamente al problema de la histeria, en 1891,1 cuando
en lo esencial Janet ya había demostrado la caducidad de la doctrina de
Charcot. El interés terapéutico de Bernheim y sus trabajos habían girado
en tomo del hipnotismo. Como ya lo he indicado, se adhirió a la ense­
ñanza de Liébault y a la corriente psicologista, de modo que rechazaba la
teoría de los tres estados, los fenómenos neuromusculares, las zonas
hipnógenas, la pérdida de conciencia del estado letárgico y la limitación
mental del estado cataléptico. Para él la hipnosis era sólo un dormir par­
cial2 favorable para la sugestión; lo mismo que esta última, se trataba
entonces de un estado común a toda la especie humana, fundamental­
mente unitaria, y en el que no había más que diferencias de grado (grado
de profundidad del dormir). La conciencia seguía estando siempre más o
menos presente; así, iba a demostrar que, insistiendo lo suficiente, era
posible llevar a la memoria del sujeto despierto el recuerdo de los acon­
tecimientos ocurridos durante la hipnosis.
Por otra parte, Bemheim consideraba que la sugestión era un hecho
psicosocial de principal importancia: a la luz de esa idea interpretó una
multitud de hechos históricos y culturales. Por ejemplo, numerosos ri­
tos religiosos ligados al arte de curar: describió la faith-healing antes de
que Charcot le dedicara su célebre artículo,3 el que hizo decir a algunos
que el maestro, a su vez, se había convertido en alumno de la escuela de
Nancy. Pero estas consideraciones conducirán sobre todo a ese pragmáti­
co a cultivar las condiciones ambientales capaces de favorecer la suges-

100
y sus efectos terapéuticos (práctica pública, con enfermos ya forma-
ftnte los nuevos, etcétera). A Freud lo impresionará el “clima suges-
mantenido en Nancy, lo mismo que la confidencia que le hizo
eim, en cuanto a que lograba sus mayores éxitos en el hospital, y
I la práctica privada.
CSde su primera obra, que data de 1884 (habían transcurrido enton-
’dos afios desde que se encontró con Liébault y practicaba la hipno-
, Bemheim describió toda la gama de los fenómenos de la sugestión
oriales, motores, actos amnésicos, retroactivos) e insistió en parti-
_en la importancia de los efectos viscerales susceptibles de obtener-
por medio de sugestiones poshipnóticas, capaces de actuar al cabo de
lapso considerablemente prolongado, lo mismo que en las sugestio-
éíí estado de vigilia, las cuales, en los individuos ya habituados a e-
prácticas, eran con frecuencia tan eficaces como las realizadas bajo
pnosis. De modo que progresivamente prescindirá de la hipnosis, para
cticar una psicoterapia exclusivamente sugestiva.
Cauteloso al principio, Bemheim se convirtió rápidamente en un crí-
) abierto de la Salpétriére: los fenómenos que cuestionaba le parecían
II fruto de un adiestramiento sugestivo, de un entrenamiento, y según él
(10 ge los encontraba nunca si se tomaba la precaución de evitar provo­
carlos. Después extenderá esta interpretación a la mayor parte de los fe­
nómenos histéricos descriptos por Charcot y su escuela (estigmas, des­
niegue de las fases de la gran crisis, acción de los metales y agentes es-
iBliógenos), denunciando la “histeria de cultivo” de la Salpétriére. Me­
diante una serie de experiencias iba a demostrar entonces no solamente
que los síntomas de que se trata no se observaban si no se provocaba su
¿parición con investigaciones inhábiles, sino sobre todo que la suges­
tión deliberada permitía fabricarlos a voluntad y a diestra y siniestra. Por
BRBmás, los histéricos conservaban siempre un resto de conciencia y de
iScfóez , incluso durante los ataques más intensos, y era en esos momen-
íntre otros) cuando se les sugería cualquier cosa.
Bemheim propuso entonces una concepción mucho más restringida
déla histeria, reducida a las diversas variedades de crisis y a los grandes
ÉCCidentes motores y psíquicos descriptos clásicamente. Formuló una
interpretación muy claramente heredada de Briquet: la histeria era sólo u-
na manifestación emocional hipertrofiada, una psiconeurosis emotiva;
reposaba en la puesta en juego de un montaje psico-fisiológico, el “apa­
rato histerógeno”, cuya función era la expresión de las grandes manifes­
taciones afectivas, y que en ese caso se encontraba “muy desarrollado y
fácil de conmover (...) particularmente sensible”;4 esa “histerizabilidad”
» acrecentaba y perfeccionaba por medio de la repetición (que después
A d ía activarse por simple asociación mnémica). En cuanto al resto de
lo que hasta ese momento se denominaba histérico, en particular los es­

101
tigmas, se trataba esencialmente de múltiples “psiconeurosis sugesti­
vas”, originadas en una sugestión externa o en la autosugestión.
No es difícil advertir que nada de esto presentaba un gran interés. La
obra de Bemheim tuvo una importancia esencialmente crítica, negativa:
Bemheim realizó realmente su trabajo histórico acelerando la descompo­
sición de la doctrina de Charcot; es preciso retener sobre todo sus innu­
merables experiencias de sugestión5 y en especial las contraexperiencias
destinadas a demoler los trabajos de la Salpétriére. Por lo demás, cuando
los hechos le dieron la razón y la victoria de Nancy fue completa, él
mismo cayó rápidamente en el olvido: para reemplazar el edificio impo­
nente erigido por Charcot sólo podía ofrecer finalmente una doctrina
muy pobre, con frecuencia totalmente verbal, abarcada por completo en
el concepto de “sugestión”. Pero le abrió el camino a Babinski para la
muy notable concepción que impuso en la década de 1900, en reemplazo
de la de su maestro Charcot.

Babinski

A. Su metodología y el pitiatismo

Desde 1888, el alemán Moebius trató de extraer de las lecciones clínicas


de Charcot sobre las parálisis histero-traumáticas una concepción psico­
lógica de la histeria: “La histeria es una psicosis. (...) La modificación
esencial que la caracteriza es un estado enfermizo del espíritu. Se pueden
considerar histéricas todas las modificaciones enfermizas del cuerpo que
son causadas por representaciones.”6 Por lo tanto, entiende que las repre­
sentaciones mentales, en virtud.de una predisposición degenerativa parti­
cular,7 ejercen una influencia considerable en las funciones psíquicas y
nerviosas de los histéricos, sea en el sentido de la inhibición, sea en el
sentido de la excitación, particularidad que explica la sugestionabilidad de
esos sujetos y su tendencia a la autosugestión, lo mismo que la facilidad
con la cual realizan síndromes nerviosos o mentales; el efecto de esa
predisposición consiste en crear un estado monoideico análogo a la hip­
nosis (estados hipnoides).
Babinski llegará a una posición bastante cercana a la de Moebius,
aunque mucho más consistente, por un camino distinto del de la intui­
ción y la interpretación fisiopatológica.8 Como ya lo hemos visto, a
partir de 1885, Charcot y sus alumnos se esforzaron por establecer dife­
rencias semiológicas entre los síntomas histéricos y los de las enferme­
dades neurológicas; por ejemplo en el caso de la seudoparálisis facial
histérica, que no era más que un hemiespasmo glosolabial controlate-

102
(y no una flaccidez hipotónica homolateral), o en el de la marcha del
ipléjico verdadero que, proyectando delante de sí la pierna enferma,
Circunducción, camina “guadañando”, mientras que el hemipléjico
lírico, aiTastra el pie paralizado, con el cual barre el suelo:10 asimis-
eran numerosos los caracteres que diferenciaban el mutismo histéri-
í e las afasias de emisión.11 Babinski prosiguió ese trabajo después de
muerte del maestro, con reglas metodológicas rigurosas:12 considera-
esencial distinguir los síntomas subjetivos, acerca de los cuales el
CÓ sólo recibe información por intermedio del enfermo (sensaciones
nómenos mentales), de los síntomas objetivos, que son los únicos
íptibies de verificación. También le parecía esencial oponer, entre e-
sfntomas objetivos, aquellos que la voluntad puede reproducir, y los
~ es impotente para imitar, que son los únicos capaces de asegurar cer-
bre clínica, en particular en el plano médico-legal.
Así se vio llevado a definir un cierto numero de signos clínicos, en
particular el que lleva su nombre,13 que no pueden ser reproducidos vo­
luntariamente más que de una manera muy grosera, y que indican con
CCrteza’ía existencia de una lesión neurológica. A contrario, los sínto-
OpuMhistéricos adquirían una coherencia clínica que en 190114 le permi-
tijjprqponer la definición siguiente de las grandes manifestaciones de la
ngjirosis (crisis, parálisis, contracturas, trastornos sensitivos y sensoria-
¡ "La histeria es un estado psíquico especial que se manifiesta princi- >
pálmente por trastornos que se pueden denominar primitivos y acceso­
riamente por trastornos secundarios. Lo que caracteriza los trastornos
primitivos es que resulta posible reproducirlos por sugestión en ciertos
mjetos, con una exactitud rigurosa, y hacerlos desaparecer por medio de
ÚÜCñHuencia exclusiva de la persuasión. Lo que caracteriza los trastornos
secundarios es que están estrechamente subordinados a los trastornos pri­
mitivos.”15
El status clínico de los trastornos histéricos, cuyo origen es siempre
Wgestivo (sugestión externa o autosugestión) queda así muy precisa­
mente determinado: se trata del campo de los fenómenos psíquicos, en el
sentido de aquello a lo cual la conciencia y la voluntad pueden estar liga­
das, que se limita al dominio de las ideas y de las representaciones men­
tales (representaciones del ámbito de la percepción o del acto). Ello con
éxcepción de los trastornos secundarios (del tipo de la fusión muscular
generada por una parálisis, etcétera), que por lo demás son inconstantes
y de poca importancia. Una definición tal no podía abarcar más que a u-
na parte de lo que Charcot incluyó en la histeria, pero el “pitiatismo”
(curable mediante la persuasión) reagrupó los fenómenos más caracterís­
ticos y más clásicos de la neurosis (crisis, trastornos motores y senso­
riales) y Babinski observa que, de todas maneras, su coherencia empírica
y conceptual justifica el aislamiento nosográfico de la entidad y un tra­
bajo de desmembramiento que emprende en seguida;16

—Los trastornos cutáneos, vasomotores, tróficos y viscerales consi­


derados hasta ese momento histéricos, a su juicio eran signos de asocia­
ciones histero-orgánicas, de errores de diagnóstico o simplemente de su­
perchería.
— A la “locura histérica”, fuera de los episodios delirantes particula­
res ligados a las crisis o que las constituían , no la aceptaban ni siquiera
los alienistas, y ello ya desde Charcot. Por lo general se trataba de for­
mas de la demencia precoz.
— Al destrabar los lazos tradicionales que ligaban la histeria a las e-
mociones, Babinski desprendió de la histeria los fenómenos neurovege-
tativos del antiguo nerviosismo (que Dupré iba a convertir muy pronto
en una neurosis autónoma, su “constitución emotiva”, muy inspirada en
la neurosis de angustia de Freud).17 La emoción-shock provocaba sín­
dromes específicos (confusionales, estuporosos, n euro vegetativos) y
nunca manifestaciones pitiáticas; lo demostraban las observaciones mé­
dicas realizadas después de las grandes catástrofes (y pronto lo haría la
patología de la Gran Guerra). Las emociones prolongadas, los estados a-
fectivos, favorecían en cambio la sugestión y la autosugestión, pero
los trastornos histéricos sólo aparecían con la mediación de estas últi­
mas (y en consecuencia por mediación de las ideas).
— Los “estigmas” eran de naturaleza completamente histérica, pero
justamente se debían (como lo demostró Bemheim) a la sugestión y, le­
jos de ser permanentes, podían desaparecer por efecto de la persuasión.
—El hipnotismo fue considerado parte de las manifestaciones histé­
ricas, como siempre lo habían hecho los alumnos de Charcot y como
demostraba que era correcto la identidad clínica de esos dos tipos de fenó­
menos: “El hipnotismo es un estado psíquico en el cual el sujeto que lo
padece es sensible a las sugestiones ajenas. Se manifiesta en fenómenos
originados por la sugestión, que la persuasión hace desaparecer, y que
son idénticos a los accidentes histéricos.”18

Es necesario precisar la manera en que Babinski entiende lainfluen-


cia de la persuasión en los fenómenos de origen sugestivo o autosuges-
tivo que constituyen el pitiatismo. Esa influencia no siempre los hace
desaparecer: sólo es capaz de hacerlo, y esto instantáneamente en los
casos favorables, en los que por otra parte no actúa una contrasugestión;
en el plano teórico, basta con que se haya podido obtener ese efecto un
número significativo de veces para una sintomatología determinada. A-
demás, se debe observar que la sugestión puede por cierto producir una
mejoría en otros fenómenos neuróticos (neurasténicos, hipocondríacos,
t#
104
ivos o ansiosos), pero siempre incompleta y temporariamente;
los hace desaparecer por entero como en el caso de la histeria. A-
o, se pueden desencadenar por sugestión otros trastornos (fenó-
emotivos: taquicardia, eritema emotivo, etcétera), pero ellos es-
entonces más allá del control del psiquismo, que no puede hacerlos
instantáneamente.

, Dupré y el retomo a la concepción psiquiátrica

concepción de Babinski era coherente y homogénea; constituía la


longación lógica de los últimos trabajos de Charcot y de las críticas
Bemheim; integraba en un mismo cuerpo los estudios contradictorios
Nancy y de la Salpétriére. Pero siguió siendo puramente clínica, des-
ptiva: el problema del “estado psíquico especial” que permitía las ma­
nifestaciones pitiáticas quedó intacto; sólo pudo abordarlo una concep­
ción psicopatológica que pronto iba a proponer Dupré. A principios del
ligio XX ya hacía algunos años que tendía a imponerse la idea de que las
Hlfermedades mentales cuya etiología no era con evidencia orgánica (de­
mencias, síndromes tóxico-infecciosos) se asentaban en una constitución
piicológica específica, anterior a ellas y que hacía posible sus manifes-
fciones. De ese modo comenzó a descomponerse el bloque un tanto in-
diferenciado de la degeneración, para dar origen a una caracterología psi­
quiátrica que iban a sistematizar Dupré en Francia y Kretschmer en Ale­
mania.19
En 1905,20 Dupré aisló la mitomanía, desequilibrio constitucional
de la imaginación que lleva al sujeto a “alterar la verdad, a mentir, a fa-
bular, a simular, en pocas palabras, a reemplazar la percepción de la rea­
lidad por la creencia en acontecimientos imaginarios”.21 Distinguió va-/
fias formas de ese trastorno constitucional del carácter: fisiológica en el
nifio, su persistencia la convertía en patológica en el adulto, y podía en­
tonces presentarse como fanfarronadas vanidosas, como malignidad
(mistificadores, calumniadores), o como perversión (estafadores, seduc- \
tOres).
Babinski ya había insistido en la dificultad de diferenciar semiológi-
camente pitiatismo y simulación: “En todo tipo de circunstancias, el
histérico se comporta como si fuera en parte el amo de su enfermedad y
su sinceridad no fuera absoluta: a diferencia del epiléptico, no tiene ata­
ques más que en lugares determinados, sale casi siempre sin contusiones
de las crisis clównicas que espanta a quienes lo rodean; presa de alucina­
ciones terroríficas, no comete, como lo hace un alcohólico alucinado,
actos peligrosos para él mismo; si padece una anestesia térmica en apa­
riencia muy profunda, no estará expuesto a quemarse como un siringo-
miélico; un estrechamiento del campo visual, por pronunciado que sea,

105
no le impedirá ambular evitando todos los obstáculos, a diferencia de lo
que ocurre cuando el trastorno es orgánico. Todo ello asemeja la histeria
a la simulación, y acostumbro decir que el histérico es un semisimula-
dor.”22 No obstante, Babinski tiene claramente presente que el enfermo
no es consciente de sus trastornos, que solamente se comporta como si
tuviera conciencia de ellos: con frecuencia lo describe como un simula­
dor inconsciente o más bien subconsciente, semiconsciente. Para él el
hecho es claro desde el punto de vista clínico, pero sin embargo carece
de las nociones psicológicas que le permitirían pensar una paradoja de e-
se tipo. Así, para diferenciar al simulador del histérico, lo único que
propone es el criterio de la impresión moral y del olfato del médicp.
De modo que, cuando Dupré y su alumno Logre vincularon la histe­
ria —en tanto que simulación inconsciente— con la mitomanía y los
delirios de imaginación (mitomanía delirante, es decir también incons­
ciente) que acababan de describir (1910), se limitaban a extraer la lección
de los estudios de Babinski, incorporando definitivamente la histeria a la
psiquiatría, como forma de la patología constitucional. “La psiconeuro-
sis histérica, por lo común somática en su expresión, es esencialmente
psíquica en su determinismo. Ella realiza afecciones seudoorgánicas, que
indican menos la competencia del neurólogo que la del psiquiatra.
”La histeria, que expresa, en un dominio especial, el desequilibrio_de
la imaginación, aparece como una variedad de la mitomanía. En el histé­
rico, lo mismo que en el mitómano, se observa una mezcla íntima de
credulidad y mentira. Esa aproximación permite captar aun mejor la na­
turaleza, aparentemente singular y desconcertante, del estado mental de
los histéricos, que nunca parecen totalmente conscientes ni totalmente
inconscientes de su comedia patológica, que a la vez padecen y organi­
zan. Como la mitomanía, la histeria es un síndrome rico en reacciones
interpsicológicas: la imaginación del sujeto es particularmente impre­
sionada por las reacciones dramáticas de quienes lo rodean, quienes a su
vez le aportan al histérico la complicidad inconsciente de su sorpresa in­
genua y su solicitud intempestiva. En el histérico, como en el mitóma­
no, se encuentran sugestionabilidad y tendencia a enriquecer el tema su­
gerido, según sean el temperamento individual, los allegados, las cir­
cunstancias, etcétera.
”La histeria, especie del género mitomanía, se caracteriza por la ten­
dencia, más o menos inconsciente e involuntaria, a la simulación de en­
fermedades. La histeria es una mitomanía de síndromes. Para que esta
fórmula sea exactamente aplicable a la histeria, conviene especificar que
en este caso se trata de mitomanía más o menos inconsciente, y pertene­
ciente, en consecuencia, a la misma familia nosológica que los delirios
de imaginación. Por otra parte, el síndrome es realizado por el enfermo
directamente en sí mistral, en virtud de esta psicoplasticidad mitopática

106
caracteriza esencialmente la histeria, y que se podría designar con el
bre, a la vez brave y claro, de mitoplastia.”23
‘De modo que con Babinski y Dupré la histeria encontró su justa ubi-
nosológica, al mismo tiempo que se sacaron a luz sumariamente
mecanismos psicológicos y la función de sus síntomas. No obstan-
,'en varios puntos se trataba de una concepción estrecha y reduccionis-

—Ciertos grupos sintomáticos desaparecían del cuadro de la neurosis


bido al aspecto restrictivo de la nueva definición: Babinski parece asi-
ilar algo precipitadamente sugestión (y por lo tanto representación) y
Wlifestación voluntaria. Sin embargo, Bemheim había demostrado la
ibilidad de provocar una evacuación intestinal violenta con la ayuda
ttt una pildora de miga de pan presentada al sujeto como un purgante po­
deroso (efecto placebo). Algunas manifestaciones histéricas muy clási-
CfcS, como la perturbación del flujo menstrual o el embarazo nervioso,
litaban también fuera del alcance de una reproducción voluntaria, si
bien la sugestión podía efectivamente generarlas. Por otra parte, Pavlov
y* había empezado a demostrar experimentalmente la influencia de las
representaciones mentales en los fenómenos vegetativos, y a utilizar sus
vías.
—La ausencia de una integración conceptual de la especificidad de los
fenómenos histéricos, es decir de su carácter a la vez psíquico e incons­
ciente, tendía incesantemente a reducir la histeria a la simulación. Es
cierto que la cuasi desaparición de los grandes accidentes histéricos des­
pués de que se tomaran las medidas profilácticas promovidas por Babins­
ki (evitación de las sugestiones médicas involuntarias, contrasugestión
listemática más o menos autoritaria) significó una confirmación parcial
de sus puntos de vista.24 Pero también confirmó para el mundo médico
el carácter artificial de esos trastornos y su falta de seriedad:25 el histéri­
co volvió pronto a convertirse en el “enfermo aborrecible” de Griesinger
y Falret.

Por otra parte, basta con considerar en qué punto se encontraba el de­
bate treinta años más tarde para verificar una vez más que no hay clínica
posible sin un mínimo de sostén conceptual. En el curso de la década de
1930, en efecto, diversos autores propondrían una nueva teoría neuroló-
gica de la histeria (Pinel, Marinesco, Titeca), ¡pues creían haber demos­
trado el carácter objetivo, en consecuencia material, de ciertos sínto­
mas! Así, la anestesia histérica podía presentar algunas características
que la convertían en un síntoma biológico “real”: un estímulo doloroso
BO provocaba reflejos vegetativos, ni despertar durante el dormir, ni per­
turbación electroencefalográfica, cuando se lo aplicaba en la zona anesté­
sica de ciertos histéricos. Para restablecer la validez de lo que creían era
la tesis de Babinski, H. Gastaud y su alumno J. Boisseau publica­
ron26 una serie de protocolos de experiencias realizadas en este último,
cuya notable resistencia al dolor permitió la reproducción exacta de las
“proezas” de los histéricos. De ese modo demostraban el “origen simula­
do” de la anestesia histérica y “la exactitud de la concepción del pitiatis-
mo de nuestro aflorado maestro Babinski”...27 Por otra parte, el contra­
sentido está claro desde las primeras páginas, en virtud de que, en la defi­
nición del pitiatismo, la expresión “reproducible por sugestión” aparece
reemplazada por “reproducible por la voluntad”...28
Sin embargo, desde hacía ya mucho tiempo, quince años antes que
I * Babinski, P .Jaaet se había esforzado por salir de los atolladeros del car­
tesianismo (oposición de lo psíquico consciente y lo somático incons­
ciente) y, abordando el problema de la histeria desde el ángulo más ta­
jante, comenzó a elaborar una teoría estructural de carácter a la vez psí­
quico e inconsciente de los fenómenos determinantes de los síntomas de
la neurosis. Pero el edificio que erigía, si bien por cierto no estaba de
todas maneras al abrigo de las críticas, era demasiado complejo, dema­
siado teórico para el gusto de los clínicos franceses, positivistas desde
siempre.

Pierre Janet: automatismo y campo de conciencia

Con una formación inicial exclusivamente filosófica y un espíritu muy


orientado por la idea de una nueva psicología, fisiológica y experimental
como la quería su maestro R ibot29 Janet abordó el estudio de los fenó-
menos hipnóticos, y después de los histéricos. Diversas publicaciones, a
partir de 1886, iniciaron la elaboración de una concepción general, ex­
puesta, con un muy rico material clínico subyacente, en su tesis filosó­
fica L'Automatisme psychologique (1889), en lo que concierne a los
conceptos propiamente psicológicos, y en su tesis de medicina L'Etat
mental des hystériques (1892), respecto de la teoría de la histeria y de la
hipnosis.
Si bien la mayoría de los fenómenos histero-hipnóticos le parecieron
al principio de tipo psíquico y no somático, la influencia de Charcot se­
guía siendo muy claramente perceptible en el aspecto de objetividad que
siempre les reconocía y en la especie de materialidad que así se veía lle­
vado a atribuir a los fenómenos psicológicos, en particular a los patoló­
gicos. Hemos visto que el reconocimiento del carácter no somático de
los síntomas histéricos tendía a privarlos de todo valor en el espíritu de
los clínicos; lo mismo que en el caso de Freud, la actitud inversa iba a

108
itir a Janet una evolución psicopatológica extremadamente fecunda,
ento de una obra inmensa y apasionante, de la que aquí sólo exa­
mos el inicio todavía modesto.30
)¡t Por la vía de la experimentación,31 Janet empezó por demostrar que
fenómenos histéricos de apariencia neurológica (anestesias, parálisis,
~esias) dependían de una disociación de la personalidad y no de una
1 tdera afección funcional: en realidad, el miembro anestesiado o el o-
CÍego siguen percibiendo las sensaciones; resultaba posible recordarlas
lo hipnosis, incluso objetivarlas en el instante mismo en que se pro-
CÍan mediante diversos procedimientos a veces ingenuos (por ejemplo
testimonio escrito obtenido del miembro anestesiado —escritura auto-
ática— sin que el sujeto consciente tuviera conocimiento de él). El
m odelo de esta concepción era por otra parte clásico: la sugestión pos-
bipnótica (ejecución de una tarea después del despertar) señalaba la exis-
Uncia de una parte disociada de la personalidad, que recibía la orden hjp-
aótica y conservaba su conocimiento durante toda la fase de “latencia”
interior en el sujeto despierto a la ejecución de un acto del que no tenía
ninguna conciencia y para el que con frecuencia forjaría una explicación
racionalizante a posteriori. De modo que en realidad los fenómenos psi-
cológicos elementales implicados en los síntomas existían siempre; el
gobierna residía en que se añadían a la personalidad consciente, a la
ffatesis personal: persistían en estado subconsciente (término que Janet
p&fería al de inconsciente, que le parecía demasiado tajante). El estudio
de los casos famosos de “personalidades alternantes”, llamados desde
Charcot sonambulismos espontáneos, en los cuales en el mismo sujeto
le turnaban varios personajes de características diferentes que no tenían
en sus memorias los mismos recuerdos (cf. Anna 0 ...)/lo mismo que el
examen del sonambulismo hipnótico provocado, parecían apuntar a un •
mismo fenómeno32 en una forma más completa: síntesis personales
múltiples, que se sucedían, alternadas, compitiendo entre sí. Con tales
Existencias psicológicas sucesivas” estaban vinculados numerosos fe­
nómenos histéricos, como “existencias psicológicas s im u ltá n e a s coe­
xistiendo con la personalidad consciente, una subpersonalidad subcons­
ciente mantenía entonces bajo su dependencia los fenómenos mórbidos,
percibía las sensaciones de las zonas anestésicas, recordaba aconteci­
mientos cubiertos por la amnesia, podía movilizar los músculos parali­
zados, etcétera. También era posible, por otra parte, objetivarla artifi­
cialmente: Janet entraba en contacto con ella mediante procedimientos
diversos, entre ellos la escritura “automática” y sobre todo la hipnosis
(la cual permitía el diálogo y muchas veces poner de manifiesto una ver­
dadera “personalidad segunda”); una crisis espontánea solía dar, por otra
Jtorte, los mismos resultados: simultáneo o sucesivo, el fenómeno era i-
óéntico.33 Esa subpersonalidad tenía no obstante una extensión variable:

109
por cierto, podía alcanzar el grado de cohesión de la personalidad cons­
ciente y entrar en competencia con ella, como en los casos de personali­
dades alternantes; lo más frecuente era que fuera notablemente más res­
tringida, a veces reducida a automatismos reflejos bastante elementales.
Los fenómenos de sugestión tomaron entonces su verdadera signifi­
cación: consistían en utilizar una disociación ya existente de la persona­
lidad, una subpersonalidad ya presente, o con frecuencia en provocar su
formación utilizando la capacidad de ciertos sujetos para presentar tales
estados, capacidad que justamente parecía definir la histeria. La hipnosis
resultaba entonces un estado facilitador, pero, en tanto que disgregación
provocada, pertenecía evidentemente al mismo tipo de fenómenos: la
histeria y el hipnotismo, como lo enseñaba Charcot, reposaban sobre u-
na misma base.
El análisis de la mayoría de los síntomas histéricos, en consecnen-
cia, sacó a luz la existencia de “un sistema psicológico” syksonscisnte
que los determinaba: ese sistema estaba compuesto por ideas fijas
(“complejos” freudianos), conjuntos, de pensamientos y recuerdos de
fuerte carga emocional, cuyo -contenido explica la naturaleza y la distri­
bución de los síntomas, pn 1? medida-misma en que éstos son su repre-
-sentación m ás o menos directa. Diversos procedimientos permitían sacar
) a luz las ideas fijas: con frecuencia aparecían claramente en los ataques
de histeria o durante el sonambulismo hipnótico,34 pero también se ma­
nifestaban en los sueños, en la escritura automática y en el crystal ga-
zing (método proyectivo que utiliza una superficie brillante moderada­
mente iluminada en la que el paciente veía desfilar diversas alucinaciones
¿significativas). De modo que Janet publicó desde .1886 varios “análisis
psicológicos” de grandes casos de histeria,35 de un carácter perfectamente
comparable con el de los que Breuer y Freud habrían de exponer en Etu­
des sur Thystérie [Estudios sobre la histeria], No obstante, su concep-
ción general hacía que operara de manera diferente en el plano terapéuti-
co, y que no prestara ninguna atención a la “catarsis”: trataba deshacer
desaparecer las ideas fijas mediante sugestión o, si esto revelaba sqtíd-
suficiente, las disociaba pieza por pieza, reemplazando los recuerdos
traumáticos por eleméntos anodinos sugeridos.36
La constitución de las ideas fijas explicaba en consecuencia lo que
Charcot denominó accidentes histéricos: parálisis, contracturas, tics y
grandes movimientos coreiformes, ataques 37 fenómenos hipnóticos y
sugestivos (ideas fijas provocadas). Janet pieftsa sin embargo que cierto
número de síntomas, para los cuales, conserva el nombre de estigmas, no
pueden explicarse de esa manera, aunque también sean psicológicos: en­
tiende que las anestesias, las amnesias, las catalepsias, con frecuencia,
sobre todo en los casos recientes, no dependen de ninguna idea fija, sino
que traducen más bien el carácter psicológico fundamental de la histeria:

110
posibilidad de distraer el campo de la conciencia, el estrechamiento de
campo, que también se pone de manifiesto en ciertas peculiaridades
lógicas (modificaciones del carácter, abulias) que Janet añade a los
Igmas.
El campo de la conciencia representa “el número más grande de
fMtómenos simples o relativamente simples que pueden ser reunidos en
(•da momento, que pueden ser simultáneamente vinculados a nuestra
personalidad en una misma percepción personal”.38 La .lusteria constitu­
ya una manifestación de un agotamiento mental peculiar, constitucional
Q&douirido. que se revela en la “impotencia del sujgtopara reunir, con­
f e s a r sus fenómenos psicológicos. q f f l # r l o s a su personalidad”. ^
fLas cosas ocim encom o si los fenómenos psicológicos elementales
füeran tan reales y numerosos como en los individuos más normales,
pero (también como si) debido a una debilidad peculiar de la facultad de
tíntesis, no pudieran reunirse en una sola percepción, en una sola con-
eTenria nersonal.”40 Así, “un cierto número de fenómenos elementales,
sensaciones e imágenes, dejan de ser percibidos y parece?; su ■dos de
ia percepción personal; de ello resulta una tendencia a la división perma-
nente y completa de la personalidad, a la formación de varios grupos in­
dependientes entre sí: esos sistemas de hechos psicológicos se alternan,
unos detrás de otros, o coexisten; finalmente, esa falta de síntesis favo­
rece la formación de ciertas ideas parásitas que se desarrollan por com­
pleto v aisladamente. ¿1 abrigo del control de la conciencia personal, y
que se manifiestan en los trastornos másdivei > 41
Es necesario precisar que esta concepción de la histeria (que, como
veremos, está muy cerca de la de Breuer) se basa en una teoría psicológi-
ca ya muy elaborada, inspirada en Spencer y Jackson (vía Ribot)42 pero
también en la tradición espiritualista. Dicha concepción oponía las_acti-
vidades psicológicas inferiores, de tipo reflejo o automático, regidas por
las leyes de la asociación, a ■ vid£ int a ' 3 la cc iciaque,
en su tensión adaptativa, efectúa siempre nuevas síntesis de los elemen­
tos psicológicos (percepciones, actos, recuerdos, hábitos adquiridos),
síntesis que a continuación se convertirás en hábitos y después en auto-
matismós~quéaigún día la conciencia podrá desmontar o reunir en una
síntesis más vasta. Las formas de la debilidad o del debilitamiento, de la
“pobreza psicológica” (histeria, psicastenia y otras psiconeurosis) se ca­
racterizan por nnfl dfomnuciiSn de la faculti- • isy u r.. liberación
de las formas psicológicas inferiores, automáticas y poco adaptativas ? 3
Por otra parte, hay que precisar que, si bien la histeria es una enfer­
medad mental, no se deben olvidar sin embargo “los numerosos sínto­
mas orgánicos que presentan esos enfermos”,44 síntomas que recuerdan
que se está ante una enfermedad cerebral. Trastornos viscerales, vaso­
motores, tróficos, aunque frecuentemente son sin duda consecuencias de

111
ideas fijas, en particular por el rodeo de la reproducción de manifestacio­
nes emotivas,45 apuntan asimismo a un fondo de desequilibrio fisioló­
gico al que Janet se refiere vagamente, pero que de inmediato recuerda el
antiguo “nerviosismo” que todos los observadores habían reconocido co­
mo la base de la afección.
* • De modo que, en su punto de partida, la histeria se manifiesta por u-
na disminución del campo de conciencia; al no poder tomar en cuenta el
conjunto de las percepciones, de los recuerdos, de los actos motores, la
enferma adquiere el hábito de pasar por alto algunos, y así se constitu­
yen los primeros estigmas, de los que el sujeto suele no tener concien­
cia, tal como lo habían subrayado Charcot y sus alumnos. Esos sínto­
mas no tienen por lo'tanto correlato ideico subconsciente, sentidos; su
localización quedará explicada más bien por hábitos o consideraciones
prácticas: negligencia respecto de las percepciones táctiles (tendencia a
las anestesias), en beneficio de las visuales, descuido del costado izquier­
do en beneficio del derecho, etcétera 46 Esta tesis es coherente con las
posiciones doctrinarias de Janet y con su fidelidad a Charcot; ya lo opo­
nía a Breuer y Freud47 de una manera homologa al diferendo que después
separará a estos últimos. Dicha tesis, en cambio, le permitía enfatizar
las características de la personalidad de sus enfermos y, en ese plano, las
observaciones de Janet sobre los histéricos primero, y sobre los psicas-
ténicos muy pronto, iban a procurarle una ventaja de décadas respecto del
psicoanálisis, sobre todo en el aspecto clínico 48
Así, Janet insistió en:

—La abulia de los histéricos, carácter manifiesto en su ostensible


pereza, éñ su lentitud, sus vacilaciones, sus dificultades para la acción,
sobre todo tratándose de acciones nuevas; en el plano intelectual, se u-
nen la aprosexia, la dificultad para concentrarse, la atención débil, una
gran proclividad a la distracción, indecisión y tendencia a la duda. Conti­
nuamente se observa la conservación de hábitos y automatismos, y la
reducción de las acciones voluntarias que exigen adaptación nueva e ini­
ciativa. A la abulia se agrega una característica que Janet denominará
más tarde necesidad de dirección: “Los enfermos (.••) apelan sin cesar a
la ayuda del prójimo. (...) Todos los que se han ocupado de los histéri­
cos observaron pronto una manera de ser muy característica (...): el ape­
go extraordinario de esos enfermos a su médico» Quien se ocupa de ellos
deja de ser un hombre común; ocupa una situación preponderante que
ninguna otra cosa puede alcanzar.”49 Advierte el carácter de obcecación,
de celos y de exclusividad que tiene ese apego, y su desarrollo extremado
por las prácticas de la hipnosis y la sugestión. Esa dirección de la_£Qn-
ciencia es una especie de defensa ante los problema¿.y ante la-angustia
que causa la abulia.

112
— Su trastorno de carácter. “Sus entusiasmos pasajeros, sus desespe­
raciones exageradas y pronto consoladas, sus convicciones no razonadas,
IBS impulsos, sus caprichos, en pocas palabras, ese carácter excesivo e
inestable nos parece depender de un hecho fundamental: ellas se entregan
por completo a la idea presente, sin ninguna de las reservas, de las res­
tricciones mentales que dan al pensamiento su moderación, su equilibrio
y sus transiciones.”50 Es también el estrechamiento del campo de con­
ciencia lo que explica el carácter inestable y contradictorio de los histéri­
cos; cada nueva impresión borra bruscamente cualquier otra idea, sin ser
ISSitrabalanceada por nada, y se manifiesta de inmediato. Pero detrás de
esa aparente fluidez, Janet pone de manifiesto el fondo de vacío emocio­
nal, indiferencia y apatía, de retracción egoísta, y la importancia de la
depresión: “Todas las enfermas de las que he hablado están tristes y,4e-
ígsperadas; el tedio continuo, el cansancio de vivir, el miedo, los terro­
res, la desesperación extrema: eso es lo que expresan ininterrumpida­
mente. Los estallidos de alegría loca son accidentes en medio de una
tristeza muy monótona.”51 Las emociones ruidosas revelan entonces ser
é gidas, estereotipadas, monótonas; por lo demás, el ensueño se con­
vierte en la actividad principal, casi permanente, de esas enfermas siem­
pre distraídas (en lo cual se originan numerosas ideas fijas).

En cambio, lo mismo que Briquet, y que Charcot y la escuela de la


Salpétriére, no reconoce el erotismo tradicionalmente atribuido a las his­
téricas; entiende que ellas son más negligentes que coquetas, más frígi-
d . ue sensuales: “No hay que engañarse groseramente, tomar por amor
esa necesidad infantil que tienen de ser conducidas y consoladas.”52 Asi­
mismo, las tendencias a la mentira y a la simulación, aunque a veces se
las encuentra, no son características; esa reputación proviene según Janet
de diversos elementos mal interpretados (alucinaciones, amnesias fluc-
tuantes, extravagancia y movilidad de los síntomas) y de la confusión
entré lo imaginario y una realidad siempre indistinta y mal percibida en
esas enfermas en permanente ensueño. A ello se añaden los reconoci­
mientos retrospectivos de enfermas envejecidas, en las cuales ha desapa­
recido la disociación, y que se explican a sí mismas los recuerdos que
tienen por “la hipótesis grosera de la mentira”.53
Sabemos que Freud rechazó ese cuadro del debilitamiento psicológico
de los histéricos; además de la disparidad probable de los casos de su
práctica (Janet veía muchos enfermos graves, internados) es posible que
también haya habido un equívoco: se trataba del carácter de enfermos en
plena fase patológica, y Janet no ignoraba las metamorfosis psicológi­
cas que podían resultar de la curación o simplemente de la mejoría de su
estado mental.
La concepción del tratamiento de la histeria tal como lo preconizó

113
Janet derivaba directamente de su concepción general de la enfermedad.
Sacar a luz y disociar las ideas fijas constituía para él un momento esen­
cial del tratamiento: en efecto, si bien la formación de tales ideas era
consecuencia directa de la debilidad de la síntesis mental, él estaba segu-
ro de que a continuación la agravaban intensamente al absorber una gran
parte de la energía psíquica, provocar incesantes estados disociativos y
finalmente agotar a un enfermo ya debilitado. De modo que era absoluta-
mente necesario descubrirlas y destruirlas; hemos visto que en lo que
concierne a este último punto, Janet utilizaba métodos peculiares y no
pensaba “que la curación fuera tan fácil ni que bastara hacer expresar la i-
dea fija para removerla”54 (respecto de la catarsis de Breuer y Freud). Las
indicaciones del tratamiento general, que apuntaban al fondo “diatésico”
de la enfermedad eran más triviales: tónicos, hidroterapia y masajes, a-
gentes estesiógenos, sueño prolongado e hipnosis, aislamiento; a ello se
agregaba una dirección moral y una simplificación del régimen de vida
(eyitación de las situaciones demasiado complejas, demasiado ricas en e-
mociones) que se integraban en lo que veinte años más tarde Janet deno­
minaría “economías psicológicas”.55

NOTAS

1. H. Bemheim: Hypnotisme, suggestion, psychothérapie. En 1887, sin


embargo, Bemheim publicó en la Revue de ¡'hypnotisme un ar­
tículo titulado “De 1' amaurose hystérique et de l'amaurose sugges-
tive”, que extraía como conclusión la estricta identidad de los dos
fenómenos: “A la imagen visual percibida el histérico la neutraliza
inconscientemente con su imaginación.” (Citado en P. Janet: L ’
automatisme psychologique, pág. 304.) pero no hizo aún ninguna
crítica propiamente nosográfica.
2. Más tarde, Bemheim rechazará también la interpretación de la hipnosis
como idéntica al sueño: “El estado llamado hipnótico no es más
que un estado de sugestionabilidad exagerada." (H. Bemheim:
Hypnotisme..., pág. 668.)
3. Cf. supra, pág. 63.
4. H. Bemheim: Hypnotisme..., pág. 219-220.
5. Bemheim, en efecto, fue ante todo un práctico; et^ sus primeros escri­
tos, Freud lo presenta siempre como tal.
6. Citado en P. Janet: Etat mental des hystériques, pág. 414.
7. Moebius fue el traductor e introductor de Magnan en Alemania. Allí iba
a promover una reacción contra Kraepelin, de inspiración psicoge-
nista y constitucionalista. Cf. P. Bercherie: Les fondements...,
cap. 15.
8. Esas diferencias podrían proporcionar una nueva ilustración de las o-

114
rientaciones opuestas y complementarias que, según lo he expues­
to en mi obra anterior, entiendo que caracterizaron a las escuelas
clínicas alemana y francesa.
9. Cf. J.-M. Charcot: Clinique..., tomo I, lección 14, pág. 285.
10. Ibíd., lección 18, pág. 363.
11. J.-M. Charcot: Legons..., tomo III, lección 26, pág. 422.
12. Cf. J. Babinski: “Introduction á la sémiologie des maladies du
systéme nerveux” (1904), en CEuvre scientifique, pág. 3.
13. Cf. J. Babinski: “Sur le réflexe cutané plantaire” (1909), en CEu­
vre..., págs. 27-28; “Diagnostique différentiel de l'hémiplégie or-
ganique et de l'hémiplégie hystérique” (1909), ibíd., págs. 91-111.
14. J. Babinski: “Définition de 1' hystérie”, en CEuvre..., pág. 457-464.
15. Esa es la fórmula de 1906, ligeramente modificada y más satisfacto­
ria, extraída de J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de
l'hypnotisme”, en CEuvre..., pág. 464.
16. Cf. J. Babinski: “Ma conception de l'hystérie et de l'hypnotisme”, en
CEuvre..., págs. 465 a 485, y “Démembrement de l'hystérie tradi-
tionelle” (1907), en ob. cit., págs. 486 a 504.
17. En 1902 Hartemberg la introdujo en Francia, donde en general fue a-
ceptada como entidad clínica (la teoría psicosexual tuvo menos é-
xito). Cf. P. Hartemberg: La névrose d'angoisse, 1902.
18. Babinski: CEuvre..., pág. 483.
19. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., caps. 14 y 15.
20. E. Dupré: “La mythomanie”, en Pathologie de l'imagination et de
l'ém otivité, págs. 3 a 72.
21. Ibíd., pág. 498.
22. J. Babinski: CEuvre..., pág. 511; cf. también, del mismo autor, “De
l'hypnotisme en thérapeutique et en médicine légale” (1910), ibíd.,
pág. 505.
23. E. Dupré: Pathologie..., págs. 146-147.
24. Muy legítimamente, J. Babinski extrae de ello un argumento adicio­
nal para disociar histeria y emoción (en el sentido de emoción-
shock): en efecto, esta última es un fenómeno humano constante
y, de estar la histeria ligada a él, resultaría incomprensible la
brusca disminución de su frecuencia registrada desde los primeros
años del siglo XIX.
25. Como ya lo he subrayado reiteradamente, todo tipo de síntomas de la
misma naturaleza pero menos espectaculares y sobre todo muy te­
naces, tenderán a encontrar con otras etiquetas una situación noso-
lógica más respetable.
26. J. Boisseau y H. Gastant: “Le probléme de l'anesthésie hystérique et
de sa réalité biologique” (1948), en Annales médico-psychologi-
ques; ese artículo fue ulteriormente objeto de una publicación por
separado.
27. Ibíd., pág. 32.
28. Ibíd., pág. 2 (las bastardillas son mías).
29. Cf. infra, segunda parte.

115
Capítulo VI.

EL ASOCIACIONISM O INGLES

Del nominalismo al sensualismo

A. El nominalismo occamiano

Al convertir el problema epistemológico del origen del conocimiento


(y por lo tanto la relación entre lo real y el pensamiento) en el corazón
de toda filosofía, es incontestable que Marx y Engels operaron una re­
ducción muy fuertemente modemocentrista: en efecto, ése es probable­
mente el problema esencial de la filosofía contemporánea, ¡pero tal con­
cepción equivale a olvidar que, en los siglos pasados, la filosofía apun­
taba a objetivos mucho más ambiciosos! Lo cual no impide que ese
problema haya sido uno de los temas esenciales de reflexión y de contro­
versia, desde que hubo filósofos o casi desde entonces. La psicología de
asociación, cuya comprensión es fundamental para situar el conjunto de
la psicología y la psicopatología del siglo XIX, y en particular a Freud,
se originó precisamente en una comente filosófica preocupada de modo
principal por ese problema.
En el fin de la Edad Media,1 las ideas nominalistas se afirmaron con
Guillermo de Oscam en la crítica del realismo tomista, versión teológica
de la metafísica de Aristóteles. La querella se refería al carácter de las ge­
neralizaciones abstractas, de las categorías conceptuales. Aristóteles con­
sideraba la inteligencia como una facultad que permite captar las esencias
de una realidad sensible, perceptible y, de ese modo, emplaza las catego­
rías generales en lo real (realismo), como ley de las realidades individua-j
les sólo percibidas por los órganos de los sentidosy'Si bien hace de la i-
magen el material indispensable del pensamiento y por lo tanto rechaza

121
la aprehensión directa, intuitiva, de las abstracciones (idealismo platóni­
co), de todos modos ubica a tales abstracciones en el corazón secreto de
la realidad percibida, matriz de las imágenes mentales; con ello, la crítica
aristotélica acompaña en parte al idealismo de Platón.2'
Las ideas nominalistas se originaron en los sofistas y los escépticos
griegos, avanzaron lentamente a lo largo de toda la Edad Media (Abelar­
do y, en parte, Duns Escoto), antes de desplegarse en el siglo XIV en la
obra de Occam y de generar la conmoción de los valores tradicionales
que dará lugar al Renacimiento. Para Occam, el espíritu sólo tiene acce­
so a las realidades individuales concretas (tal o cual objeto): no tiene in­
tuición directa más que de las individualidades singulares. El carácter de
las relaciones, las abstracciones, las categorías generales (universales) es
puramente mental, conceptual: las ideas son los signos de las cosas.
Cuanto más abstractas son, más representan una visión global e impre­
cisa de esas cosas: de lejos, veo un hombre; de cerca, reconozco a Sócra­
tes; el concepto general es una percepción difusa; la percepción clara es
la de una individualidad. En última instancia, las generalizaciones no
son más que palabras (nominalismo), pues las palabras tienen por fun­
ción designar esas ideas generales, y al mismo tiempo les confieren una
sustancialidad engañosa en la que se originan el idealismo y el realis­
mo.
Por cierto, en esa época la oposición de nominalismo y realismo te­
nía un alcance sobre todo místico y político:3 la naturaleza, ¿seguía las
leyes de un orden razonable que era manifestación de la divinidad, en el
que la ciudad y sus leyes ocupaban su lugar entre el individuo y su Dios,
y el papa se interponía entre el poder real y la ley del universo? ¿O bien,
por el contrario, no existía ninguna realidad intermedia entre la omni­
potencia divina y las individualidades singulares, en particular el creyen­
te? El poder temporal aparecía en tal caso como una realidad de hecho,
independiente de la Iglesia, y no como un elemento integrado en la vasta
visión jerárquica de un universo de razón en el que la voluntad de Dios
estaba constreñida por leyes inteligibles (tomismo). Los nominalistas e-
ran en efecto, franciscanos, y su misticismo huraño no se adaptaba a la
teología moderada y al Dios de razón de Tbmás Aquino; eran también
(en particular Occam) partidarios del emperador contra el papa; las teorí­
as del contrato social (individualismo político: la sociedad es una reu­
nión de individuos contratantes) y del positivismo jurídico (la sociedad
es una realidad de hecho y no una esencia inteligible) se originaron e\i
sus doctrinas, que sentaron las bases de la idea de una soberanía política
independiente de la fe.4
Pero lo que en este punto nos interesa en particular es el impulso
que las tesis nominalistas iban a darle al dominio de la investigación
científica y técnica, y a la crítica epistemológica. El rechazo de la “cien-

122
cia aristotélica”, doctrina que había dominado toda la época precedente, la
insistencia en el conocimiento de las realidades singulares, restauraron la
curiosidad respecto del mundo que habrá de marcar con tanta intensidad al
Renacimiento. Paralelamente, la filosofía sensacionista inglesa descien­
de en línea recta del nominalismo de Occam y se presenta de entrada co­
mo uña crítica metodológica y conceptual muy radical.

B. La filosofía sensacionista: Locke

En un primer momento, la filosofía sensacionista5 se desarrolla a lo lar­


go de varios ejes:

—En ella es esencial la dimensión empirista y experimental: la ob­


servación constituía la fuente única de conocimiento, y el desarrollo de
las ciencias positivas sólo resultaba de la multiplicación de los datos re­
cogidos y de las investigaciones experimentales. El progreso del conoci­
miento se espera de la inducción (Bacon) a partir de un material concreto
lo más rico posible e incesantemente controlado por la experiencia; np„
se lo espera, en cambio, de la deducción a partir de principios primeros.
En tal sentido, el sensacionismo fue a la vez el contexto favorable y la
ilusión teórica del desarrollo de las ciencias experimentales que signaron
ese período; es preciso subrayar su inmenso valor heurístico.
—La crítica nominalista se prolongó en la denuncia de las trampas
en las que caía un recorrido intelectual no regulado exclusivamente por
los datos de la experiencia. De ese modo Bacon intentará exorcizar los
“ídolos” que fascinaban y perdían al espíritu no advertido: ídolos de la
tribu (confianza sin crítica en nuestra percepción de las cosas, que tiene
“más relación con nosotros que con la naturaleza”), ídolos de la caverna
(el sujetivismo espontáneo de nuestro pensamiento, tributario de nues­
tros estados anímicos variados, sucesivos y contradictorios, y de nocio­
nes inculcadas por nuestra educación y nuestra cultura), ídolos del foro
(las trampas del lenguaje vulgar, “lengua mal hecha”, con sus clasifica­
ciones de confección, arbitrarias, erróneas y contradictorias), ídolos del
teatro (el prestigio usurpado de los grandes sistemas dogmáticos, pero
también de las tradiciones culturales). De modo que en todas partes era
necesario reemplazar la inercia de lo tradicional, de lo subjetivo, del sen­
tido común, por una observación acrecentada de lo real; tales críticas a-
puntaban particularmente a la “ciencia aristotélica”.
—En la crítica de las cualidades perceptivas (Hobbes) es claramente
visible la influencia sofista y escéptica: las percepciones eran el efecto
de la acción de los objetos de lo real sobre los órganos de los sentidos,
de modo,que sólo imperfecta e indirectamente correspondían a aquéllos.
Había que cuidarse de hacer, de tales nociones cualitativas, datos (realis-

123

h
mo) de un real que sin duda deformaban profundamente, como lo confir­
maban recientes descubrimientos científicos de la época (rotación de la
Tierra en tomo del Sol, por ejemplo).
—El nominalismo estaba lejos de desembocar sólo en la denuncia
del carácter artificial del lenguaje (ídolos). Ya en Occam, y muy abierta­
mente en Hobbes, el lenguaje aparece como el único lugar de la verdad
científica: la lógica aristotélica, separada de la correspondencia realista,
tomaba el aspecto de un aparato convencional, una máquina formalista6
que proporcionaba elementos básicos y articulaciones reguladas para o-
peraciones intelectuales concebidas como una computación eficaz. Por
lo tanto, si bien el lenguaje podía constituir una trampa temible para la
razón, era también el soporte y el medio para el pensamiento abstracto,
e incluso el lugar donde ese pensamiento se constituía y operaba: “La
ciencia es una lengua bien hecha”, dirá.Condillac.
Todas esas dimensiones iban a consolidarse en un todo homogéneo
en la obra de Locke,7 quien, en los últimos años del siglo XVIII, fijó
con firmeza el sistema de ideas que prevalecerá durante el siglo siguien­
te, el siglo “de las luces”. La obra de Locke se centra ante todo en una
crítica de la noción de ideas innatas, herencia platónica que acababan de
retomar Descartes y los neoplatónicos. A la inversa, Locke se esforzó
por demostrar el origen perceptivo de las ideas, que aparecían en su con­
cepción como el elemento fundamental del psiquismo. El pensamiento
consistía en operaciones realizadas con ideas; combinaciones, relaciones,
asociación de ideas; el conocimiento emergía del análisis como la per-
cepción de una relación (identidad, diversidad, coexistencia, etcéteraXen-
tre los elementos simples que eran las ideas. Las ideas en sí podían ser
complejas (es decir reducibles a una combinación de ideas simples), o
bien simples e irreductibles, provenientes en tal caso de la experiencia
sensible en sus dos registros: sensación y reflexión (percepción interna
de las facultades mentales: memoria, atención, voluntad, etcétera). Las i-
deas complejas eran ya el resultado de un trabajo combinatorio del pen­
samiento; en consecuencia, resultaba posible analizarlas y descomponer­
las en sus elementos últimos (“atomismo mental”). Locke distingue dos
clases de ideas complejas:
— Aquellas en las que las ideas simples permanecen distintas en la i-
dea que las combina: ideas de relación, como por ejemplo la de filiación,
que une las ideas de padre e hijo. »
— Aquellas en las que las ideas simples forman una idea de combina­
ción única y homogénea, que existe por sí misma (idea de sustancia: un
hombre, oro) o que sólo tiene una existencia abstracta (idea de modo).
Los modos pueden ser simples (una idea simple se combina consigo
misma: número, espacio, duración), o complejos o mixtos (combina­

124
ción de ideas simples heterogéneas: nociones morales, jurídicas, estéti­
cas, etcétera).

Dentro de la más pura tradición nominalista, Locke reduce de esas


maneras las categorías aristotélicas de modo y sustancia, hasta entonces
consideradas formas a priori del conocimiento y esencias constituyentes
dé lo real, a simples agregados estadísticos de sensaciones. Un grupo su­
ficientemente constante de percepciones denominado con un solo nom­
bre: tal es la esencia última de una sustancia (por ejemplo, el oro: ama­
rillo, fusible, dúctil, pesado, etcétera). Del mismo modo, las ideas de
duración y extensión estaban constituidas por la repetición de una idea
sensible, unidad homogénea del tiempo o del espacio; el infinito lejos de
ser anterior a lo finito que lo limita, es lógicamente posterior a él y de
él se deduce: sólo se distingue por consistir en una repetición imagina­
riamente ilimitada del mismo elemento. Así, “el espíritu es una tabla
rasa, el espíritu está vacío, y la sensación lo llena. La reflexión sólo en­
trega lo que ha recibido de la sensación”.
En cuanto a la constitución íntima, real de los seres, del espacio y
del tiempo, de ella no tenemos conocimiento alguno, y la vía de la ob­
servación y la experimentación es la única manera con la que contamos
para encarar lo que explicaría las diversas propiedades de la realidad.8 La
física de Newton, ciencia modelo y guía de la época clásica, demostraba
que para realizar una obra útil había que establecer entre los fenómenos
leyes de correlación, y no intentar una imposible aprehensión de su e-
sencia. La ciencia ya no consistía en explicar (como todavía lo intentó
Descartes) sino en crear los medios de prever, y por lo tanto de utilizar,
secuencias de acontecimientos regidas por reglas constantes.
Por otra parte, la idea simple era a la vez el elemento del espíritu úl­
timo y representativa de lo real,9 pero, en lo que a este punto concierne,
no sin importantes restricciones. Locke retoma de Gassendi la distinción
entre “cualidades primeras” (extensión, forma, solidez, movimiento) que
nos representan bastante directamente las cosas tal como son (tampoco
deben ser tomadas por elementos reales en sí mismas), y “cualidades se­
gundas” (colores, sonidos, sabores, temperaturas), producidas en noso­
tros por efecto de las cosas de lo real, pero que no corresponden directa­
mente a cualidades de esas cosas.10 En esa distinción se habrá sin duda
reconocido la imposición de la física mecanicista.
De ese modo, el conocimiento se descompone en dos tipos de rela­
ciones. El primero es el que relaciona una idea y lo real: aunque sea ab­
surdo dudar de la existencia de las cosas,11 es cierto que en este dominio
toda certidumbre es relativa y siempre sujeta a revisión. El segundo aso­

125
cia dos ideas entre sí, y en este otro campo la certidumbre puede ser to­
tal. Así, resultan opuestas las ciencias ciertas (matemática, ciencias mo­
rales y jurídicas) que tratan de los modos, es decir de nociones constantes
y seguras en tanto que convencionales, y las ciencias inciertas, experi­
mentales, que tratan de sustancias y que dependen de la verificación de la
adecuación de nuestras ideas a lo real. Por lo tanto el lenguaje es el úni­
co lugar de la verdad, en el sentido de certidumbre segura de las proposi­
ciones, pero su valor representativo es relativo: sin duda esa certidumbre
no es nula, y nuestras ideas generales no son arbitrarias, pero en ese ám­
bito la experiencia y el uso son nuestros únicos maestros.

C. Berkeley y Hume

El siglo XVni iba a producir una radicalización de la crítica sensacionis­


ta que, al encerrar cada vez más el proceso del conocimiento en el fun­
cionamiento perceptivo y mental del sujeto, se deslizó irresistiblemente
desde el problema epistemológico hasta la institución de una psicología:
el asociacionismo. En los primeros años de ese siglo se publicaron las
obras de Berkeley. Este autor se proponía perseguir las últimas huellas
de realismo subsistentes en Locke, denunciando en las categorías de ma­
teria, de sustancia, en resumen, en el postulado de una realidad exterior,
una ilusión ilustrada en especial por la distinción perfectamente arbitra­
ria entre cualidades primeras y cualidades segundas, y también por la
transformación de simples leyes de correlación entre fenómenos físicos
en el fenómeno de causalidad que subsumía una sustancia dotada de mo­
vimiento. Nada, en efecto, demostraba'la existencia del mundo exterior y
de las cosas externas: sólo tenemos acceso a ideas, imágenes perceptivas
para las cuales imaginamos una causa, un garante exterior a nosotros, de
cuya existencia no hay ninguna prueba; ser es percibir o ser percibido;
lo demás es pura construcción. Berkeley entiende que la noción de abs­
tracción es la responsable de esa trampa: al confundir la noción de sig­
no que adquiere un elemento singular verbal o concreto cuando represen­
ta a otros elementos de la misma propiedad (un triángulo cualquiera por
todas las figuras planas cuyos ángulos suman dos rectos, por ejemplo)
con una pretendida categoría general desprendida de toda relación percep­
tiva particular, se crea una quimera que aparece como el correlato mental
de la esencia desconocida de las cosas. Las nociones abstractas se presen­
taban en los empiristas (por ejemplo en Locke) como creaciones puras
del entendimiento, irreductibles pero homologas a las esencias de lo re­
al; Berkeley, en su inmaterialismo místico, les negaba toda existencia.
No hay materia, ni sustancia, ni ideas abstractas: sólo hay ideas singula­
res, impresiones sensibles y el trabajo simbólico del espíritu. Por otra

126
parte, una idea sólo puede remitir a otra idea y no a una cosa; para Ber­
keley la realidad se reducía a los otros hombres y Dios, los únicos ca­
paces de suscitarla en cada uno.
El idealismo radical de Berkeley preparó así el terreno al escepticis­
mo de Hume, quien sin decirlo iba a fundar la psicología asociacionista;
su visión era en efecto más la de un moralista que la de un científico, y
serán los sucesores quienes den carácter positivo a una obra esencial­
mente crítica. En él, sin embargo, ya es evidente el deslizamiento: Loc­
ke disertó sobre el entendimiento humano, Berkeley sobre los principios
del conocimiento humano, y en su tratado Hume estudió la naturaleza
humana. Comenzó intentando remediar la dificultad que representa en
Locke una presa fácil para el inmaterialismo de Berkeley. Locke, en e-
fecto, no trazaba ninguna distinción entre sensación e imagen, llamaba
“ideas” a los dos elementos y dejaba flotar ese concepto entre la repre­
sentación y el objeto. Hume opuso las impresiones (modelos percepti­
vos) a las ideas (copias de las anteriores, de las cuales se distinguían por
su débil intensidad) de modo que la idea simple era representativa de una
impresión y no de una cosa. Las ideas complejas y el conocimiento se
constituían por la acción de una fuerza de atracción, de asociación, en la
que se reconocía una facultad mental cuya función le parecía a Hume
muy superior a la de la razón: la imaginación.12 Esa era una ley psico­
lógica que este autor ubica en el mismo plano que la atracción en la físi­
ca newtoniana: las ideas se asociaban irresistiblemente debido a su se­
mejanza, a su contigüidad o a un lazo causal que las vinculaba; de ese
modo se constituían las ideas complejas. La relación de causalidad, en
particular, abarcaba una parte importante del conocimiento: todas las re­
ferencias y probabilidades en cuestiones de hecho en las que los aconte­
cimientos pasados (o el testimonio de ellos) conferían una cuasi certi­
dumbre a la previsión (por ejemplo respecto de la salida cotidiana del
sol). Por otra parte, la causalidad se reducía, no a una certeza a priori
del tipo matemático, sino a las fuerzas de la creencia y la costumbre, que
nos llevan a inferir un hecho futuro a partir de otro hecho existente, en
virtud de toda nuestra experiencia pasada.
Además, el hábito o la costumbre sólo puede desempeñar esa función
en el conocimiento (génesis de las ideas de sustancia y de relaciones de
causalidad) porque la realidad exterior le da la oportunidad de hacerlo, con
la repetición de los fenómenos idénticos. Esa repetición de impresiones
idénticas explica la creencia en la existencia del mundo exterior y de las
cosas, que imaginamos permanentes en los intervalos durante los cua­
les las percibimos más: así nacen las ideas de sustancia. Del mismo
modo, la idea de la permanencia y de la identidad de nuestro yo tiene su
origen en la ligazón que se establece entre los estados de conciencia su­

127
cesivos que lo sustentan y que están vinculados por su semejanza, su
sucesión y sus conexiones causales; la imaginación crea entonces la fic­
ción de esa sustancia íntima y constante que sería nuestra conciencia. La
asociación de las ideas generaba también, por otro lado, numerosas qui­
meras que no correspondían a nada real y a las cuales la creencia podía
adherirse con la misma fuerza que a las imágenes mejor fundadas en el
hábito y la experiencia. La razón sólo tenía un débil poder para la diso­
ciación de esos complejos, sobre todo si ellos eran sostenidos por la
fuerza del sentimiento (supersticiones y mitos diversos).
Ya hemos dicho que los análisis de Hume apuntaban más a funda­
mentar los juicios de un moralista escéptico que una psicología: quiso
demostrar la fragilidad de la razón, cuya existencia por lo demás no ne­
gaba, pero cuyo imperio le parecía muy pobre frente a la potencia de la
costumbre, del sentimiento y de la creencia, potencia a la cual acompaña
la asociación de las ideas. En el ámbito de la motivación de las conduc­
tas humanas, Hume adoptó también una posición escéptica inspirada en
el materialismo de Hobbes: los motores principales de las acciones hu­
manas eran la búsqueda del placer y la fuga del dolor. Los juicios mora­
les, lejos de derivar de una intuición a priori o de un juicio racional, se
vinculan con éstos a través de la aprobación o desaprobación que provo­
can nuestros actos entre quienes nos rodean.13 Así se explican a la vez
su universalidad y su ostensible variabilidad, que depende de las circuns­
tancias sociales e históricas del ambiente: los sentimientos primordiales,
verdaderos fundamentos de nuestras conductas, siguen siendo los mis­
mos por debajo de diferencias superficiales. También en ese caso es muy
reducido el poder de la razón frente a la potencia de las pasiones.
Con Hume, la corriente crítica proveniente del nominalismo alcanza
su punto extremo y su equilibrio: poco queda de las categorías eternas en
las que se fundaba la visión tradicional del mundo, la de Aristóteles, y
poco queda del imperio del logos y de la razón que habían estado en la
cima de la jerarquía. La concepción moderna del universo se emplazó en
aquella doctrina con firmeza: una realidad exterior incierta y desconocida,
una subjetividad fragmentada en busca de una identidad ilusoria, un co­
nocimiento esencialmente subjetivo y limitado a su eficacia práctica, u-
na razón artificial, convencional y siempre dominada por el poder de las
fuerzas instintivas y pasionales, y la fuerza del “sentido común”, como
dirán muy pronto los filósofos escoceses,14 para sostener una práctica
cotidiana y empírica de lo real, mediante la cual se evitaban los sofisnfes
de Berkeley (es decir, se lograba la sustitución de un razonamiento per­
fecto y absurdo según las evidencias del sentimiento y de la costumbre).
De ese momento agudo de la crítica provienen el pensamiento moderno
(a través de Kant, cuya reflexión arranca de ese punto) y los inicios de la
psicología empirista, cuyas bases Hume acaba de asentar.

128
La psicología de la asociación

A. James Mili
La psicología asociacionista inglesa15 de la primera mitad del siglo XIX
no se originó directamente en Hume, aunque se haya fundado en gran
medida en sus análisis. Tuvo su origen directo en un psicólogo materia­
lista inglés, Hartley, cuyas teorías, muy semejantes y ligeramente ulte­
riores, son por lo demás mucho menos inspiradas. Ellas influyeron en
gran medida sobre Jeremy Bentham, fundador del radicalismo filosófico
inglés,16 moralista, jurista y político, que tratará de promover su doctri­
na, el utilitarismo, como fundamento de una ciencia social y guía del le­
gislador y del hombre de gobierno. Fue su discípulo James M ili17
quien, en su Analyse du phénoméne de l'esprit humain (1829), extrajo
más específicamente las consecuencias filosóficas y psicológicas de las
ideas de Bentham, descuidando lo mismo que éste las implicancias “fi­
siológicas” de las tesis de Hartley, y en consecuencia vinculándose más
directamente a la corriente de ideas que llevaba de Locke a Hume.18
La psicología asociacionista iba a extender al conjunto de la vida
psicológica los principios de la crítica sensacionista del realismo: redía­
lo de los conceptos que sustancializaban los datos del sentido común y
(Je ese modo erigían como categorías de lo real la vivencia psicológica
inmediata. Ya hemos visto el efecto de ese tipo de análisis en las nocio­
nes de sustancia, modo y causa: apuntaba a reducir lo complejo a ele­
mentos simples y a algunas leyes de construcción. Asimismo, la psico­
logía asociacionista rechazará las “facultades del alma” que convierten en
categorías realizadas a simples categorías clasificatorias de los fenóme­
nos concretos, y tratará de reducir toda clase de hechos psicológicos a un
pequeño número de hechos simples. Así, J.Mill considera que el con­
junto de la vida psíquica se reduce a tres elementos:

—las sensaciones provenientes de los diferentes sentidos;


— la ley de asociación que combina las huellas de esas sensaciones y
produce el conjunto de los elementos mentales: imágenes, ideas, con­
ceptos y términos generales;
— la escala del placer y el displacer, base de todos los sentimientos y
también de las motivaciones y fenómenos voluntarios, por la mediación
de asociaciones particulares con ciertas ideas (principio de utilidad).

Examinemos más detalladamente las diferentes piezas de este siste­


ma. La forma primitiva de la idea es la imagen, copia de las sensaciones
de diversos sentidos: J.Mill añade, a la lista clásica de cinco sentidos (A-
ristóteles), el sentido muscular, que nos comunica sensaciones de ten­

129
sión o esfuerzo, y dos grupos de sensaciones orgánicas viscerales; en el
conjunto de sus sucesores volvererfios a encontrar esos dos nuevos rótu­
los. Las innumerables variedades de ideas resultan de la combinación de
esos estados de conciencia primitivos en los términos de la ley de aso­
ciación, que se fija siguiendo el orden de los fenómenos naturales y en
consecuencia en dos planos contextúales; el sincrónico (existencia si­
multánea: orden en el espacio) y el sucesivo (orden en el tiempo). Las
causas de la asociación se reducen a la vivacidad de las impresiones aso­
ciadas y a la frecuencia de su asociación. Las diferentes facultades menta­
les pasan a ser sólo modalidades peculiares de la asociación de ideas: la
imaginación se reduce directamente a ello, en tanto que la memoria aso­
cia el estado de conciencia actual, el estado de conciencia pasado y el
conjunto de los estados de conciencia sucesivos que llenan el intervalo
entre ambos puntos; el pensamiento recorre rápidamente la serie de esos
estados y en ese aspecto la memoria difiere de la imaginación. La clasi­
ficación asocia por semejanza un gran número de imágenes individuales
análogas, formando de esa manera una imagen global e indistinta, pero
inteligible, que sirve de base a la denominación, fundamento del lengua­
je, por la cual un signo se asocia a una idea y le sirve de marca. La abs­
tracción consiste en retirar de una idea compleja (rojo como adjetivo) la
connotación completa que subyace en el objeto al cual se aplica (lo que
es rojo); así se obtiene un término no connotativo (el rojo, rojo como
sustantivo) que sólo puede tener una esencia verbal (se reconoce un aná­
lisis típicamente nominalista). El juicio consiste en comparar dos clases
de ideas y en reconocer que ellas se aplican a un mismo objeto (ejemplo:
el “hombre” es un “animal racional”): en consecuencia, abarca las rela­
ciones de equivalencia o de englobamiento. En cuanto a la creencia, si
ella tiene por objeto un hecho presente, se reduce a la sensación (sentir
es creer en lo que se siente) y a un juicio de causalidad que atribuye una
causa común (objeto externo) a un grupo de sensaciones fundidas en un
todo por asociación simultánea. La causalidad reposa en efecto en la aso­
ciación invariable de un hecho antecedente con un hecho consecuente, y
ella explica la creencia en los hechos futuros o anticipación, de modo
que ésta se reduce en última instancia a la creencia en los hechos pasa­
dos, es decir a la memoria; prever el futuro es esperar, basándose en el
pasado, que de un hecho actual (la noche) se produzca un hecho futuro
(el día) que siempre lo sigue regularmente.
Asimismo se va a tratar de reducir los términos abstractos y genera­
les a asociaciones de ideas simples y, en definitiva, a sensaciones. Así el
concepto de espacio, de extensión, es idéntico a la noción concreta de es­
pacio menos la connotación,19 que en este caso es esencialmente la de
resistencia y nos es proporcionada por el sentido del tacto y el sentido
muscular; sólo secundariamente (y en los videntes de nacimiento) se a-

130
locian irresistiblemente las ideas visuales (es decir ideas de color).20 La
idea de espacio infinito es por lo tanto una elaboración de las ideas de lí- *
nea, de superficie, de volumen resistentes, ideas que provienen directa­
mente de la sensación. De modo análogo, el tiempo se reduce a ideas de
cosas pasadas, presentes, futuras, menos las connotaciones concretas u-
nidas a ellas en la experiencia sensible. La idea de infinito sólo se aplica
al número, a la extensión y a la duración, es decir a dimensiones a las
cuales el pensamiento siempre puede agregar la idea de una unidad más,
aumentando en un elemento complementario una cantidad finita, de mo­
do que la noción de infinito signa el estado de conciencia en el cual la i-
dea de uno más está asociada de manera recurrente con toda cantidad que
se presenta; el término abstracto “infinito” es la misma idea sin su con­
notación espacial, temporal o numérica. El mismo tipo de análisis pue­
de aplicarse de ese modo al conjunto de los términos abstractos: se trata
siempre de volver a encontrar las dimensiones sensoriales ocultas de las
cuales son extraídos mediante el rechazo de la connotación.
En lo que concierne a los sentimientos, los dos hechos primitivos
son el placer y el dolor; nuestras acciones apuntan a prolongar las sensa­
ciones agradables y a poner fin a las desagradables; a través de ese meca- j
nismo la escala del placer y el displacer regula las motivaciones, las ac- i
ciones de la voluntad. Lo mismo que las sensaciones perceptivas, las
sensaciones de placer y dolor dejan una huella en el espíritu: la idea de
placer es un deseo, la idea de dolor una aversión. Estas ideas se asocian a
las otras: la idea de una sensación agradable futura es una esperanza si no j
es segura, y una alegría si lo es; al registro de lo desagradable correspon­
den el temor y la pena. í
La asociación de las ideas de placer y dolor con la idea de su causa ,
engendra el amor y el odio. Las causas de placer y de displacer ejercen en
nuestras acciones una influencia determinante. En tal sentido, J. Mili ¡
observa que las causas inmediatas de placer (la comida, por ejemplo) son
mucho menos interesantes que las causas que él llama alejadas y que,
disponiendo de lazos asociativos mucho más numerosos, desempeñan un .
papel preponderante. Clasifica a estas últimas debajo de tres rótulos. El
primero es el de la riqueza, el poder y la dignidad; agrupa los principales
medios de procuramos los servicios de nuestros semejantes, remunerán- j

dolos, ordenándoles o ganándonos su respeto; en muchos hombres, debi­


do a una asociación “errónea”21 pero tenaz, dejan de ser simples medios
para convertirse en fines; pronto (en 1830) Mackintosh denominará
transferencia a ese proceso, estableciendo un concepto en adelante fun­
damental del asociacionismo. La segunda categoría es la de nuestros se­
mejantes, que son en sí mismos fuentes de numerosos placeres, directos
o derivados (participación en sus alegrías o aflicciones por la vía de la
simpatía). Finalmente, están los objetos de las emociones estéticas, que,

131
también en este caso, resultan de asociaciones de ideas particulares y fi­
jas.
La asociación de la idea de una acción que emana de nosotros, con la
idea de un placer obtenido como efecto, produce un estado de conciencia
particular caracterizado por una tendencia a la acción: el motivo. Lo que
llamamos voluntad resulta del conflicto de motivos contradictorios, en
particular de los que procuran un placer inmediato y los que apuntan a
un beneficio más alejado pero más duradero, intenso o exento de conse­
cuencias desagradables. De modo que la educación tiene una función im­
portante en el refuerzo de ciertas asociaciones en detrimento de otras. En
tal sentido se retoma en particular la “aritmética moral” de Bentham: la
virtud y el vicio se definen por la suma de felicidad o sufrimiento que o-
casionan las acciones consideradas. En ese balance de placeres y penas se
tiene en cuenta lo que experimenta el sujeto de la acción, tanto en lo in­
mediato como a más largo plazo, pero también el resultado de sus accio­
nes en sus semejantes, lo que asimismo representa una consecuencia im­
portante, directa (participación simpática en lo que ellos sienten) o indi­
recta (consecuencia para él de las reacciones de ellos). La razón tiene una
función capital en el cálculo correcto del balance: ella puede a justo títu­
lo guiar al legislador y al educador para promover a un hombre mejor y
más feliz, evitando los principios erróneos y “ficticios”, como la asocia­
ción sistemática de virtud y sufrimiento.

B. John Stuart Mili

La obra de J. Mili, por su misma aridez, pone de manifiesto un espíritu


más lógico y sistemático que sensible a las realidades psicológicas. Su
hijo John Stuart Mili hará mucho por introducir un poco más de flexi­
bilidad y matices en ese sistema, cuyos grandes lincamientos continuó
sosteniendo, y que iba a subsistir como base común de la psicología
“experimental” del siglo XIX. No dejó un tratado psicológico en sentido
estricto, pero sus obras filosóficas contienen un enfoque muy personal
del asociacionismo:22 en efecto, a través del rodeo por la teoría del co­
nocimiento, de la cual, como ya lo hemos visto, provino aquel enfoque,
Stuart Mili modificó y enriqueció la psicología de su padre23 en su gran
tratado de Lógica (1843).24
Situó su intento, como filosofía a posteriori, en una doble oposi­
ción, por una parte al positivismo de Comte (que negaba la poübilidad
de la observación interior, con el antiguo argumento de que el espíritu
no puede observarse a sí mismo, de modo que la psicología quedaba re­
ducida a una fisiología injertada en la observación del comportamien­
to) 25 y por otro lado a la filosofía a priori que sostenía la irreductibili-
dad, en todo acto de pensamiento, incluso el más elemental, de un ele-

132
' mentó aportado por el espíritu, que trascendía y estructuraba la experien­
cia.26 La filosofía a posteriori, por el contrario, se proponía analizar
todos los fenómenos mentales y restituir su génesis, reducir así lo com­
plejo a la combinación de lo simple de lo que proviene, hacer retroceder
incesantemente los límites de lo no reductible a la experiencia, la cual a
su juicio estructuraba el conjunto de la vida mental. Al definir el espíri­
tu como “lo que siente”, por cierto rechazó del dominio de lo psicológi­
co y de lo nervioso la eventualidad de hechos psicológicos inconscien­
tes,27 pero sobre todo convirtió la experiencia (es decir, según él, la
sensación) en el fenómeno fundamental del psiquismo.
Iba no obstante a introducir una corrección importante en la interpre­
tación de la ley de asociación en la cual se basaba la construcción de las
entidades psicológicas complejas: a la simple asociación mecánica en
virtud de la cual los elementos componentes siguen siendo discemibles
en la globalidad producida, opuso el modelo de la combinación química
(química mental), tomada del escocés Thomas Brown, combinación cu­
yas propiedades son irreductibles a la suma de las partes y en la que el a-
nálisis tiende más a recuperar una génesis que a explicar lo complejo por
lo elemental. Así, introdujo la clase de las propiedades peculiares de la
síntesis, lo que preparó el camino al evolucionismo28 y superó una ob­
jeción principal al asociacionismo (la de los filósofos escoceses):29 el
carácter forzado y artificial de sus análisis a los ojos del sentido común,
y por lo tanto la necesidad de un entrenamiento previo para que la con­
ciencia se habituara a su método de reducción analítica. Esta teoría “quí­
mica” fue, por otra parte, una manera de introducir sin decirlo mecanis­
mos inconscientes en los hechos psicológicos, puesto que el sujeto ol­
vidaba en su totalidad, una vez producidos tales hechos, las partes que
los componían, y sólo podía volver a encontrarlas por medio de una di­
fícil gimnasia del espíritu; Helmholtz habrá de inspirarse en esta idea
para su teoría de las “inferencias inconscientes” en materia de percep­
ción.
A partir del concepto general de que una cosa no es para nosotros
más que un cúmulo de sensaciones (sensacionismo), Stuart Mili edificó
su lógica. Todo conocimiento era en consecuencia fáctico, y el esfuerzo
de la ciencia consistía, en todas partes y siempre, en sumar, vincular los
hechos entre sí. De ese modo analiza la definición como una proposi­
ción que enuncia el significado de una palabra, es decir la serie de ideas
de la cual es el resumen y que consiste no en la aprehensión de la esen­
cia desconocida e incognoscible de los seres, sino en la enumeración de
la suma indefinida de sus propiedades, tal como ellas se nos aparecen a
través de la experiencia sensible. Una proposición general no es más que
el resumen de la serie de las experiencias particulares de la cual ha sido
inducida: el silogismo no llega a su conclusión pasando de lo general a

133
lo particular (con lo cual no serviría de nada y constituiría una repetición
y no un progreso); en realidad extrae una conclusión yendo de lo particu­
lar a lo particular, de la masa de casos observados al caso no observado,
por medio de una fórmula compendiada y rememorativa.30 Los axiomas
no provienen directamente de una experiencia sensible, sino de una ex­
periencia mental que retoma, amplía y completa la de los sentidos. Dos
rectas paralelas no pueden cercar un espacio: sin duda, los ojos son im­
potentes para verificar la proposición, pero allí interviene la imagina­
ción, permitiendo la contemplación interior de la misma figura geomé­
trica reproducida mentalmente y que en tales términos es posible seguir
imaginariamente hasta el infinito. De modo que también los axiomas
son experiencias de una cierta clase, en las cuales la imaginación recon-
duce y amplifica el testimonio de los sentidos.
Así es que toda proposición instructiva o fecunda proviene de la ex­
periencia, y la inducción es la única clave de la naturaleza. Consiste en
el procedimiento mediante el cual descubrimos las proposiciones genera­
les, concluyendo que lo que es verdadero respecto de cierto individuo de
una clase también lo es para toda la clase; por lo tanto, la inducción re­
posa en realidad sobre el axioma de la uniformidad de la naturaleza, el
que por otra parte proviene asimismo de la experiencia. Esa uniformidad
de la naturaleza da fundamento a la idea de causa, la cual se reduce al or­
den de sucesión invariable de dos fenómenos: al antecedente invariable lo
denominamos causa, y al consecuente invariable, efecto. No existe por
lo tanto una distinción real entre la causa y las condiciones de un fenó­
meno, sino que llamamos causa a la condición necesaria, que el efecto
«sigue incondicionalmente. Para descubrir ese vínculo experimental,
Stuart Mili propone cuatro métodos (concordancia, diferencia, residuos y
variaciones concomitantes) que se reducen por igual ai mismo artificio:
lá eliminación de los antecedentes no necesarios para los consecuentes
que se consideran. No obstante, existen hechos naturales complejos e
indescomponibles:31 la eliminación y por lo tanto el aislamiento, nece­
sarios para la inducción, resultan entonces imposibles, y se debe recurrir
3 un artificio: el método de la deducción. En consecuencia se deja de lado
el fenómeno por estudiar (por ejemplo el movimiento de los planetas)
para examinar otros hechos más simples, y después inducir leyes; supo­
niendo el concurso de un cierto número de causalidades simples, se dedu­
ce de ellas el fenómeno complejo, con la reserva de que la verificación
tendrá que confirmar la predicción. Toda ciencia aspira a convertiré en
deductiva y a resumirse en unas cuantas proposiciones generales, pero
los primeros pasos de toda disciplina científica son y siguen siendo in­
ductivos durante mucho tiempo; cuando no se emplea el método correc­
to, el conocimiento permanece inmóvil.
Desde el punto de vista metafísico, Stuart Mili se ve llevado a profe­

134
sar un fenomenismo absoluto inspirado en Berkeley y Hume y que recu­
sa la irreductibilidad de materia y espíritu, fundamento del apriorismo.
La idea de materia, en efecto le parece susceptible de análisis en térmi­
nos de la idea de una posibilidad permanente de sensaciones, a lo cual
puede reducirse la noción de exterioridad; sensaciones posibles, agrupa­
das en configuraciones particulares (objetos) que se suceden en un cierto
orden (causal), confirmadas por la actitud semejante a la nuestra que se
observa en los otros hombres. Su permanencia indica que las volvemos
a encontrar idénticas a sí mismas reapareciendo en las condiciones que
surgen, y, una vez que ha nacido en nosotros la idea de causalidad, la ex­
tendemos a esas posibilidades permanentes para incorporarles una exis­
tencia independiente de nosotros y causa de nuestras impresiones. En
cuanto a la idea de espíritu, ella se reduce a una posibilidad permanente
de esos estados de conciencia sucesivos (sensaciones) que nosotros expe­
rimentamos y a los cuales incorporamos una sustancia causal.32 Una y
otra idea reposan en definitiva en la capacidad del espíritu para anticipar
la experiencia, esperar su posibilidad según las leyes de las asociaciones
adquiridas (simultaneidad, sucesión, semejanza, frecuencia, intensidad);
por lo tanto, en última instancia, ellas traducen una vez más la gran ley
de la asociación.

Los presupuestos del asociacionismo:


empirismo, individualismo, racionalismo, atomismo

Es importante delimitar de entrada los caracteres generales que sigilan el


asociacionismo, puesto que, modificado o enmendado, continuará preva­
leciendo claramente eo la psicología científica de fines del siglo XIX, en
Freud en particular. Si bien, en efecto, esta doctrina representó el conte­
nido positivo de un movimento crítico de impacto extremadamente fe­
cundo en el movimiento del pensamiento occidental, particularmente en
la constitución de ese nuevo campo positivo que era la psicología, ella
vehiculizó igualmente cierto número de presupuestos que determinaron
en medida muy considerable la estructura de las investigaciones que ins­
piró.
El primero de tales determinantes es desde luego el empirismo sensa­
cionista, que concibe al espíritu en su inicio como una hoja en blanco,
una tabula rasa, a la que sólo la experiencia perceptiva va a dar forma,
proveyéndole la totalidad de su contenido. Incluso aunque el sensacionis-
mo haya estado en su origen más preocupado por la epistemología que
por la psicología, tendía intensamente a presentar al niño en su naci­
miento como desprovisto de todo conocimiento del mundo exterior y, en

135
consecuencia, de todo interés en él, por lo tanto, habrá que reconstituir
el descubrimiento de la exterioridad, de los objetos externos como alteri-
dad, a partir de una pura mónada.
Un segundo determinante esencial era el individualismo, que concibe
al espíritu como primitiva y esencialmente independiente del orden rela-
cional y social. También en este caso una perfecta mónada tiene que ex­
traer de sí misma su investición de las relaciones humanas, al igual que
valores y conductas colectivos que aparecen de entrada como un orden
segundo, casi artificial, en la estructuración del psiquismo.
Otro punto es preciso subrayar: el racionalismo que domina esas
concepciones y que asimila sistemáticamente la actividad psíquica a mo­
dalidades más o menos complejas del juicio, y los contenidos psíquicos
a categorías más o menos elaboradas de imágenes. Las representaciones
mentales (como dicen los alemanes) y sus vínculos, aparecen como la e-
sencia del funcionamiento mental. Si bien, por lo tanto, el “ideísmo”
sensacionista tiende a reducir las formas más elevadas de la actividad
mental a leyes simplificadas de la asociación, es igualmente proclive a
presentar como modelos del psiquismo total el funcionamiento de la
conciencia en sus aspectos más claros, y una fórmula casi algebraica del
razonamiento.
Finalmente, se puede observar el carácter que las críticas de fines del
siglo XIX (Brentano, Bergson) denominarían el “atomismo” mental de
los asóciacionistas. Allí también está, por cierto simplificado, el mode­
lo implícito del razonamiento, que tiende a fragmentar la actividad psi­
cológica en elementos simples (imágenes, ideas, representaciones) com­
binados a continuación mecánicamente. Veremos que los espiritualistas
comenzaron a reaccionar al aspecto pasivo del funcionamiento mental a-
sí reproducido, lo mismo que a la ocultación de su aspecto sintético, y
por lo tanto activo. También ellos mismos quedaron largo tiempo pri­
sioneros de ese elementalismo y de la transparencia racionalista de la
concepción de esos átomos psíquicos que son las imágenes.

NOTAS

1. Cf. Gilson: La philosophie du Moyen Age, 1944. *


2. Cf. E. Bréhier: Histoire de la philosophie, tomo I, fase. 1.
3. Cf. M. Villey: La formation de la pensée juridique moderne, 1975,
parte II.
4. Cf. M. Villey: La formation..., partes III, IV y V; L. Dumont: La
conception moderne de l'individu, 1965.

136
5 Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I, el siglo XVII.
6 . Cf. E. Largeault: Enquéte sur le nominalisme, 1971.
7. Cf. E. Bréhier: Histoire..., tomo II, fase. I; F. Dechesnau: L'empiris-
me de Locke, 1973.
8 . Allí se encuentran las ideas que fundamentaron el trayecto clínico en
Sydenham, y que Locke extiende a todo conocimiento. Cf. supra,
primera parte, y P. Bercherie: Les fondements..., cap.l.
9. Cf. la famosa sentencia sensacionista: Nihil est in intellectu quod
non prius fuerit in sensu.
10. Locke atribuye las cualidades segundas a movimientos de corpúsculos
minúsculos.
11. Pronto Berkeley se va a arriesgar a esa concepción, que no constituye
más que el extremo sofístico de esta misma posición doctrinaria.
12. Desde Platón y Aristóteles, era clásico atribuir la memoria y la ima­
ginación (cf. Malebranche) a asociaciones de imágenes.
13. Esa es la tesis de la “simpatía” tomada de Hutcheson y que, a través
de Adam Smith impregnará el utilitarismo.
14. Cf. infra, cap. 7.
15. Por lo demás, como ya lo hemos visto, en Hume subsiste una razón
autónoma, junto a la mecánica asociativa, mientras que el asocia­
cionismo se encierra precisamente en su reducción de todo al fun­
cionamiento común. Cf. infra, caps. 7 y 9, la reacción espiritua­
lista y la síntesis evolucionista.
16. Sobre J. Bentham, sus doctrinas y su evolución, cf. E. Halevy: La
formation du radicalisme philosophique en Angleterre, 1901-
1904; cf. también M. Foucault: Surveiller et Punir, 1975.
17. En lo que concierne a James Mili y a John Stuart Mili, mi exposición
sigue a la notable obra de T. Ribot: La psychologie anglaise
contemporaine, 1870.
18. Tampoco debe descuidarse la influencia en J. Bentham y J. Mili de
los sensualistas franceses (ideólogos): las ideas inglesas se adap­
taron inicialmente al continente, antes de volver a su región de o-
rigen; por lo demás, J. Bentham publicó primero en francés, du­
rante la Revolución. Acerca de todo ello, cf. E. Halevy: La forma­
tion..., tomo I.
19. Cf. el análisis nominalista de la noción de “el rojo” en el apartado
precedente.
20. En este punto Mili retoma y hace más complejo un análisis célebre de
Berkeley: su teoría de la visión; negando al ojo la visión del es­
pacio, atribuye la impresión espontánea de verlo a una asociación
indisoluble de sensaciones coloreadas (las únicas que percibiría el
ojo) y táctiles.
21. Se da la oportunidad de consideraciones educativas, pues la escuela u-
tilitaria apunta siempre a resultados prácticos en sus análisis.
22. Además de T. Ribot: La psychologie..., ya citada, cf. el excelente
estudio de H. Taine: Le positivisme anglais, étude sur Stuart Mili,
1864, recomendado por el propio Stuart Mili.

137

ÍL .
23. Así, para dar un ejemplo, si bien Stuart Mili reduce la idea del espa­
cio, lo mismo que su padre, a sensaciones musculares, opone el
espacio pleno o extendido (que se origina en la sensación de resis­
tencia) a la noción más fundamental de espacio vacío o distancia
(que deriva de un fenómeno sucesivo y no sincrónico, el del movi­
miento muscular no impedido, y por lo tanto se reduce en definiti­
va a una idea de tiempo).
24. J. Stuart Mili: Systéme de logique inductive et déductive, 2 tomos,
París, Germer-Baillere, 1865.
25. En este caso se trató de la primera neuropsicología, la frenología de
Gall. Cf. infra, cap. 7.
26. Evidentemente, Stuart Mili pensaba en Kant como modelo de esta o-
rientación filosófica.
27. Veremos que esto es lo que diferencia a la corriente inglesa, la cual, a
través de Locke, se vincula con Descartes, de la corriente alemana,
heredera de Leibniz vía Herbart.
28. Cf. infra , cap. 9.
29. Cf. infra, cap. 7.
30. En realidad, Stuart Mili pensaba que la mayoría de los razonamientos
extraen directamente conclusiones de particular en particular y por
lo tanto consisten en inferencias y no en inducciones. Por otra
parte es así como entendía que razonaban el niño y el animal (en
lo cual también se perciben los rudimentos de un pensamiento e-
volucionista).
¿31. Se trata en particular de la mayor parte de los problemas psicológicos
concretos, y sobre todo de esa ciencia del carácter, o etología, que
Stuart Mili quería promover.
32. Stuart Mili permanece más indeciso y dubitativo en lo que concierne a
su teoría del espíritu que en lo que respecta a la materia. Finalmen­
te tenderá a admitir la irreductibilidad de la memoria como esencia
del yo, pero no llega al límite de su propio pensamiento

138
Capítulo VII

M ATERIALISTAS Y ESPIRITUALISTAS FRANCESES

Condillac y el análisis

La filosofía sensacionista inglesa ejerció una influencia preponderante en


Francia durante todo el siglo XVIII. Si bien la empresa cartesiana, hasta
ese momento dominante, parecía eclipsarse progresivamente, es induda­
ble que la manera muy peculiar en que las ideas de Locke iban a implan­
tarse y modificarse entre los filósofos franceses de fines del siglo XVIII
y después del principio del XIX determinó que en ese mismo ámbito
subsistieran principios del pensamiento de Descartes: lo observaremos
con respecto a las diferentes corrientes de las que vamos a ocupamos.
Así, si bien Condillac1 retomó a grandes rasgos los principios del
empirismo inglés (sensacionismo, análisis de las ideas, utilitarismo, fe-
nomenismo y relativismo en la ciencia), introdujo en dos puntos esen­
ciales una preocupación racionalista que traducía la influencia del carte­
sianismo y de su manera de razonar “en el estilo de la matemática”. Ya
más psicólogo que filósofo, tuvo cuidado de definir en primer término
una experiencia fundamental que contenía en sí el conjunto de los fenó­
menos psicológicos, de las “facultades del alma”; naturalmente, no fue
en el cogito sino en la sensación donde quiso encontrarla. Así, para
materializar la “tabla rasa” que es el espíritu en la concepción sensacio­
nista, imagina una estatua2 a la cual confiere sucesivamente diferentes
sentidos, para demostrar mediante esa abstracción que de tal modo se
puede reconstruir el conjunto del funcionamiento mental del hombre.
Abramos para esa estatua un sólo sentido: ella experimentará una
multitud de sensaciones; si se concentra en una sola o una en particular
se le impone por su intensidad, está en juego la atención; si una nueva

139
sensación se convierte a su vez en exclusiva, otra vez hay allí atención,
pero subsiste el recuerdo de la precedente y la capacidad de sentir se di­
vide entre la sensación nueva y la antigua: ésa es la memoria. Si la esta­
tua presta atención simultáneamente a dos sensaciones, hay compara­
ción; si percibe diferencias o semejanzas, tenemos el juicio; de la reite­
ración del juicio surge la reflexión. Si la atención se dirige a un objeto
ausente y lo siente como presente, allí está la imaginación. Por otra
parte, toda sensación es agradable o desagradable, y por esa vía intervie­
ne la “organización” (organismo) en la vida psíquica para su conserva­
ción y la satisfacción de sus necesidades; el recuerdo de algo agradable
que falta actualmente es la necesidad, y engendra una tendencia, el deseo,
por el cual el alma dirige todos sus sentidos y su atención hacia el obje­
to faltante; los deseos intensos y continuos se convierten en pasiones.
Si uno juzga que puede obtener el objeto, tiene esperanza; si se está se­
guro de alcanzarlo, obra el querer. Finalmente, la estatua adquiere la idea
de la duración por la sucesión de las sensaciones que experimenta. Tiene
la idea del yo, que es la colección de tales sensaciones, y de las que con­
serva el recuerdo; sin embargo, no puede distinguir el exterior y su pro­
pio cuerpo más que por medio del sentido del tacto, el único que aporta
la idea de extensión y que diferencia los objetos externos (una sola sen­
sación de contacto) del cuerpo propio (doble sensación de contacto). A
continuación el tacto instruye a los otros sentidos, que a su vez, apren­
den a sentir el espacio y el tamaño. \
Todas las facultades mentales, tanto las del entendimiento (atención,
comparación, juicio, reflexión, imaginación, razonamiento) como las de
la voluntad (necesidad, deseo, esperanza, querer), y por lo tanto el con­
junto de los elementos que componen lo que Condillac llama la facultad
de pensar, no son más que sensaciones transformadas.
No insistiremos en este análisis muy formalista y totalmente lógico;
señalemos al pasar su afinidad con las ideas de J. Mili que, como ya lo
hemos dicho, fue muy influido por ciertos discípulos críticos de Condi­
llac (en particular por Destutt de Tracy).3 Es más interesante aislar y e-
xaminar el método que utiliza Condillac, el análisis, que continuará gra­
vitando considerablemente, incluso en pensadores que rechazaban mu­
chas de sus ideas (en primer lugar los ideólogos, pero también Lavoi-
sier, Vicq d'Azir o Pinel, por ejemplo). Condillac entendía que todo co­
nocimiento científico era el resultado de un trabajo del espíritu a partir
de la observación de los fenómenos tal como surgen en la sen&ción,
trabajo que trataba de introducir sistemáticamente en esa observación un
orden que separara sus diferentes elementos, que los comparara y dife­
renciara entre sí, que los clasificara siguiendo sus semejanzas (géneros) y
diferencias (especies). Descomposición en elementos simples, recompo­
sición tendiente a reconstruir el todo y regulada a cada instante por la

140
observación: tal es la esencia del análisis, y éste fue el método que guió
a Condillac en sus intentos psicológicos.4
Pero para permitir que el pensamiento abarcara con su poder las ideas
y superara el razonamiento espontáneo (pensamiento de los animales
o del niño), para llegar al análisis, era indispensable que ese pensamien­
to tuviera acceso a los signos del lenguaje, y en esto consiste la segunda
corrección de Condillac a Locke. El pensamiento abstracto y la ciencia
sólo pueden operar en el nivel del lenguaje, y la ciencia está constituida
por enunciados, cuya validez, es decir su adecuación a los fenómenos,5
debe ser verificada cuidadosamente, por descomposición y síntesis.
Puesto que una proposición exacta es en última instancia una proposi­
ción idéntica,6 todo está basádo en la corrección de la definición de las
palabras (y por lo tanto en su vínculo adecuado con los fenómenos) y en
la exactitud de las proposiciones (es decir del vínculo de las palabras en­
tre sí). “Una ciencia perfecta sería una lengua bien hecha.”7
Vamos a examinar ahora el objeto propiamente dicho de este capítu­
lo, que es la posteridad de Condillac, posteridad crítica por otra parte, pe­
ro que prolongó su metodología y su preocupación por fundar la filoso­
fía en una psicología positiva.

El materialismo psicofisiológico

A. El materialismo moderno

El materialismo moderno, que considera al espíritu como un aspecto del


funcionamiento del cuerpo, y más particularmente del sistema nervio­
so,8 se originó en el inicio de la época clásica con Hobbes, quien pre­
tendía explicar todos los aspectos de la actividad psíquica en términos de
movimiento de los fluidos en el organismo y, como ya lo había hecho
Galeno, ubicaba la sede del espíritu en el cerebro. No obstante, también
se debe tomar en cuenta la muy importante influencia ejercida por la o-
bra de Descartes en el desarrollo de esta posición. Su dualismo es, en e-
fecto, un semimaterialismo: los animales le parecen máquinas muy
complejas cuyo funcionamiento se esclarece mediante el conocimiento
de las acciones reflejas; el cuerpo humano es una máquina del mismo ti­
po, salvo que está subordinada a un alma inmaterial. La psicología car­
tesiana,9 mucho más compleja que la de Hobbes, analiza detenidamente
las relaciones entre alma y cuerpo, tanto en lo que concierne a la percep­
ción, la memoria y la imaginación, como en el estudio de las pasiones,
a través de las cuales el cuerpo afecta al alma. El desarrollo ulterior de
las tesis materialistas puede considerarse como un esfuerzo por superar

141
el dualismo cartesiano, asimilando el hombre al animal10 y el alma in­
material a un aspecto particular del funcionamiento corporal.
Ese es uno de los elementos que explican la afinidad de siempre entre
materialismo y sensacionismo. Al rechazar toda trascendencia del espíri­
tu, sea que se trate de contenidos (ideas innatas) o de principios (catego­
rías a priori), y reducir la actividad mental a la sensación, la memoria y
la asociación de ideas, funciones todas fácilmente interpretables en tér­
minos materialistas, la psicología sensacionista preparó incuestionable­
mente el camino del materialismo. Pero es preciso no olvidar que hubo
tal vínculo sólo en cierto sentido: el sensacionismo tendía por lo menos
en igual medida al fenomenismo y al inmaterialismo, como lo atesti­
guan Berkeley, Stuart Mili o Mach.
Todos los materialistas del siglo XVIII fueron también asociacionis-
tas y utilitaristas. Por otra parte, eran casi todos médicos, y se debe su­
brayar la importancia esencial del desarrollo de los conocimientos anató­
micos, fisiológicos y patológicos para el progreso de esa corriente de
pensamiento y el efecto creciente de su influencia. Ya hemos hablado de
Hartley, el “padre del asociacionismo inglés” (J. Mili), pero iban a ser
sobre todo los franceses quienes popularizarían sus doctrinas.11 Mencio­
naremos rápidamente a La Mettrie y Helvecio antes de dar cuenfa de la
obra capital de Cabanis, que puso su sello en los últimos años del siglo
XVIII.12

B. Cabanis

Las tesis de Cabanis se fundaban en la observación de los fenómenos fi­


siológicos (acciones reflejas, irritabilidad neuromuscular, motricidad es­
pontánea y autónoma de las visceras) que apuntaban a la existencia de u-
na sensibilidad orgánica independiente de la conciencia, de una “sensibi­
lidad sin sensación” y por lo tanto de una reactividad propia de los órga­
nos vivos. La sensibilidad y el movimiento resultantes constituían a su
juicio el carácter general de lo viviente y no algo privativo del psiquis­
mo y la conciencia. En los animales superiores esa propiedad se concen­
traba en el sistema nervioso, que penetra y regula todas las partes del or­
ganismo. El cerebro aparece entonces como el órgano del pensamiento y
de una forma particular de la sensibilidad, la sensación consciente, mate­
rial básico del pensamiento. Así como el estómago digiere los alimen­
tos, el cerebro segrega el pensamiento a partir de las sensaciones que lle­
gan a él; respecto de esta operación, Cabanis remite a los análisis de
Condillac y de su amigo Destutt de Tracy. De la misma manera que por
la vía de la simpatía (es decir del enlace de sus sensibilidades propias)
los órganos interactúan entre sí, también influyen de mil modos distin­
tos en el funcionamiento cerebral, y por lo tanto en el curso del pensa­

142
miento; la acción de lo moral sobre lo físico, del alma sobre el cuerpo,
no era por otra parte más que un caso particular de esa acción simpática
de los órganos.
Pero a Cabanis le interesaba sobre todo poner de manifiesto la acción
de lo físico sobre lo moral. La edad, el sexo, el temperamento (la cons­
titución física), las enfermedades, el “régimen” (temperatura, peso, grado
de humedad, composición del aire del ambiente; alimentación, sustancias
narcóticas, bebidas, estados de movimento o reposo, trabajo), los cli­
mas, influían de manera esencial en el alma y en los fenómenos de la
inteligencia, lo mismo que en la voluntad; el estudio detallado de esas
diferentes categorías representa por otra parte la mitad de la obra de Ca­
banis. De ese modo apunta a cuestionar la noción del espíritu como ta­
bla rasa, tal como Helvecio en particular la había tomado de los sensa-
cionistas para fundamentar, en la concepción de una maleabilidad total
del psiquismo ante las impresiones extemas, una verdadera omnipotencia
de la educación. Por lo tanto Cabanis rechazó esa psicología por com­
pleto mental como lo era la de Condillac. Para él, el desarrollo del pen­
samiento dependía en gran medida del organismo, de la “pulpa cerebral”
en primer término, pero también del conjunto de los órganos. En efecto,
junto a las sensaciones extemas (en las que tanto insistieron los sensa-
cionistas) existía un mundo inmenso de sensaciones internas, más o
menos claras para la conciencia, pero de influencia preponderante en el
pensamiento. Ellas dominaban por cierto el instinto,13 esa reactividad
primitiva y hereditaria que traducía el desarrollo y el estado de los órga­
nos, pero también, más oscuramente, la conciencia y el curso de las ide­
as, que dichas sensaciones internas determinaban por otra parte a través
de ligazones que establecían con las sensaciones externas y en recuerdo
(imágenes de alimentos para la nutrición, por ejemplo). Además los ins­
tintos ejercían una influencia muy importante en esa voluntad conscien­
te que Cabanis, antes de Maine de Biran, identifica con el yo. Finalmen­
te, las sensaciones internas que tienen su sede en el cerebro mismo se
ponen de manifiesto particularmente por su potencia en ciertas condicio­
nes peculiares (sueño, epilepsia, locura) en las que ellas prevalecen sobre
el orden de la realidad extema.

C. La estela de Cabanis: psicopatología, neuropsicología y positivismo

De modo que allí donde los sensacionistas veían una tabla rasa, una pá­
gina en blanco abierta a las inscripciones perceptivas, el monismo ma­
terialista de Cabanis iba a ubicar toda la densidad del organismo vivo, de
las determinaciones somáticas e instintivas. Por otra parte, entre la con­
ciencia clara y la vida inconsciente y espontánea de lo órganos aparecía
un amplio espectro de fenómenos; así se hacía lugar a fenómenos que

143
seguían siendo psíquicos, pero cuyo grado de conciencia era débil o nu­
lo. Veremos salir a la luz del día en el marco de otras concepciones (la
de Herbart o la que Helmholtz tomó del “quimismo” de Stuart Mili) la
idea de hechos psíquicos inconscientes.
Observemos por otra parte que esa primera corrección al empirismo
sigue de cerca al pasaje de la teoría del conocimiento a la psicología pro­
piamente dicha, campo en el que el problema del cuerpo es una cuestión
permanente. En adelante no se podrá aflojar el lazo que unió a la medici­
na, la fisiología, en particular la del sistema nervioso y los estudios psi­
cológicos; esa vinculación fundamentó una de las grandes corrientes de
la psicología moderna. En lo inmediato, varias líneas de pensamiento se
relacionaron con la obra de Cabanis:

— En primer lugar, la psicopatología. Pinel está muy impregnado


del pensamiento de los ideólogos; si bien su doctrina de la alienación
mental no es “anatomista” como aquella a la que se inclinaba Cabanis,
no deja de ser fundamentalmente somatista y psicofisiológica, como lo
he demostrado en otra parte. En adelante los alienistas franceses conci­
bieron el psiquismo como una función cerebral. Se le podía aplicar en
consecuencia la idea que Claude Bemard tomó de Broussais y de Auguste
Comte para fundar la medicina experimental: los mecanismos de lo pa­
tológico y de lo fisiológico sólo presentan diferencias de grado, siendo la
patología una especie de experimentación fisiológica natural. En este
punto se fundó una tradición, sobre todo francesa, para la cual la psico­
patología se convirtió en la ciencia guía de la psicología; Freud la reci­
birá directamente a través de Charcot.
—Richard, por otra parte, aunque lo silenciara sin duda por razones
políticas, sufre evidente y directamente la influencia de Cabanis, lo mis­
mo que, indirectamente, y en este caso de manera confesada, la de Pinel.
Va a retomar la sustancia de las ideas de Cabanis al introducir un corte y
una dualidad allí donde éste, en su monismo, veía un continuo. Así, o-
puso la vida orgánica (funciones viscerales e instintivas: respiración,
circulación, etcétera) que se despliega de manera continua y en la que se
enraizan las pasiones, a la vida animal (funciones sensoriales y motri­
ces), intermitente (suefio) y fuente de la inteligencia y la voluntad. Vere­
mos más adelante las consecuencias de esa distinción en la obra de Mai-
ne de Biran.
—Finalmente, la neuropsicología, que en el estudio del^istema ner­
vioso, y sobre todo del encéfalo, busca la clave de los problemas psico­
lógicos y el método más valioso para investigarlos. Broussais, que se a-
poya en Cabanis y los ideólogos, iba a acoger y transmitir de manera
preferente la frenología de Gall, que también oponía al sensacionismo la
estructura innata de los órganos cerebrales.14 Neuroanatomista de primer

144
orden, Gall fue el primero en establecer la función fundamental de la
materia gris en el funcionamiento nervioso; localizaba las funciones in­
telectuales y mentales en el nivel del córtex cerebral, que concebía como
un conjunto pluriorgánico en el cual se arriesgó a delimitar territorios
correspondientes a una lista arbitraria de veintisiete facultades que a su
juicio resumían la naturaleza15 del hombre, desde el gusto por el com­
bate hasta el talento poético, pasando por diversas memorias y la capaci­
dad para el lenguaje articulado. Partiendo de la postulación de un parale­
lismo entre las superficies corticales y las craneanas, y de una relación
de proporcionalidad entre la importancia funcional de un territorio y su
volumen, Gall diagnosticaba los dones, los talentos y los defectos de ca­
da uno mediante la palpación del cráneo (nos ha quedado de él la “protu­
berancia de la matemática”) y creía poder aislar una monomanía corres­
pondiente a cada una de las facultades de su psicocaracterología, con la
protuberancia respectiva en el cráneo del alienado. Su obra profética pero
prematura, incluso charlatanesca, no iba a sobrevivir, pero a través de
Broussais y Bouillaud llevará a Broca a descubrir los centros corticales
del lenguaje y del predominio hemisférico, punto de partida de todas las
investigaciones de la segunda mitad del siglo XIX acerca de las localiza­
ciones cerebrales.16

El positivismo de Auguste Comte es fundamentalmente una teoría


empirista del conocimiento (la ciencia apunta al descubrimiento de las
leyes de correlación entre los datos del orden fenoménico y no tiene ac­
ceso alguno al plano de las esencias), pero su concepción de la psicolo­
gía se apoyó considerablemente en las ideas de Gall. Rechazó el método
introspectivo: la inteligencia, según él, no podía tomarse a sí misma
como objeto sin modificar correlativamente su funcionamiento;17 el ac­
ceso directo a la esencia de una realidad cualquiera, y con mayor razón el
acceso a ella misma, le resultaba por otra parte imposible. De modo que
la psicología sólo podía constituirse como un saber mediante el método
de las ciencias naturales: la observación de los fenómenos externos, es
decir el estudio del comportamiento. Además Comte la consideraba una
rama de la biología,18 y veía en la frenología, con su intento de objeti­
var tendencias y aptitudes innatas legibles en la superficie craneana, un
modelo metodológico ejemplar, si no acabado.
Además de situarse así en el origen de la tendencia objetivista que
tres cuartos de siglo más tarde engendrará el conductismo y el pavlovis-
mo, Comte signa un momento capital del pensamiento psicológico: a-
quel en el cual el materialismo generó la psicología comparada, exigen­
cia principal y permanente de los teóricos de la segunda mitad del siglo
XIX. Pues si el psiquismo es en última instancia una función vital, su

145
observación “en situación”, a la manera de los fisiólogos, era al menos
tan importante como los datos internos introspectivos:así se impuso la
idea de que el observador, sobre todo si contaba con una experiencia pro­
longada,19 se encontraba mejor ubicado que el sujeto mismo para dar
cuenta del funcionamiento subjetivo. De allí la insistencia con que Tai-
ne y Ribot (para hablar sólo de los franceses, por otra parte los más cla­
ros en lo tocante a este punto) subrayaron la importancia de los datos
provenientes de una observación psicológica del niño, de las civilizacio­
nes “inferiores”, de los documentos literarios e históricos, y sobre todo
de los enfermos mentales. La psicopatología que ya había servido a Gall
como campo de observación privilegiado20 se encontró, en virtud de este
rodeo, a la vanguardia de las preocupaciones de los psicólogos materia­
listas.

Los espiritualistas

A. La ideología racional

Condillac creía poder fundar la filosofía en una psicología que proveyera


las bases teóricas y el método. Sus discípulos, los ideólogos,21 conser­
varon el concepto de que la teoría del espíritu, que él prefería llamar ide­
ología, debía constituir la base de una teoría moral, fundamento de la ac­
ción política y pedagógica progresista y liberal que se proponían promo­
ver. Ellos ejercieron una influencia dominante durante la gran Revolu­
ción, en particular a partir de Termidor, y al principio creyeron hallar en
Bonaparte un aliado todopoderoso y ganado por sus ideas. Muy pronto
volvieron a encontrarse en la oposición; estos republicanos anticlericales
pasarían a ser rápidamente la bestia negra del Imperio y, después, de la
Restauración, regímenes que convirtieron a sus críticos espiritualistas en
filósofos casi oficiales.
Ya hemos hablado de la ideología fisiológica, es decir de Cabanis.
Fue su amigo Destutt de Tracy quien, consagrándose a la ideología ra­
cional (la distinción entre ambas ramas por otra parte le pertenece), reto­
mó y corrigió el proyecto de Condillac. Aunque también para él se trata­
ba de intentar un análisis de las facultades del alma, trabajó menos como
genetista y lógico que como fenomenólogo, y se aplicó a diferenciar
facultades primitivas e independientes, elementos último^22 que el aná­
lisis ponía de manifiesto, pero que no podía superar y reducir (a “sensa­
ciones transformadas”, por ejemplo). Así reconoció cuatro modos funda­
mentales e irreductibles de la sensibilidad: percibir, recordar, juzgar y
querer; ese análisis de las facultades del alma fue clásico en Francia du­

146
rante mucho tiempo, a través de su influencia en Cousin y el esplritua­
lismo.
En una primera memoria aparecida en 1798, Desttut de Tracy añadió
a esa lista la facultad de moverse, que a su juicio constituía el funda­
mento de la idea de exterioridad y por lo tanto de la distinción entre yo y
no-yo,23 en virtud dé la resistencia con la que esa facultad tropezaba.
En 1801, en sus Eléments d'idéologie, modificó ligeramente su tesis
para tomar en cuenta la objeción implícita que significaba la obra de su
amigo Cabanis, a la que por otra parte no cesaba de referirse. Si bien e-
xiste en efecto una motilidad instintiva, refleja e inconsciente, ella no
podría ser base de una noción tan compleja y en la que intervenía el jui­
cio.24 De modo que en última instancia atribuyó el reconocimiento de la
exterioridad a la voluntad, a la resistencia que ella encuentra en la mate­
ria. No obstante, Destutt de Tracy sigue definiendo el yo en términos
sensacionistas, como el conjunto de las sensaciones que el alma puede
experimentar y de las que se acuerda.
Otro ideólogo, Laromiguiére,25 orientó la crítica de Condillac en un
sentido análogo, al distinguir tajantemente, en la percepción, la sensa­
ción pasiva (ver, oír) de la atención activa (mirar, escuchar), por la cual
el alma, mediante un acto voluntario, hace claro y distinto lo que se pre­
senta en una confusión indistinta. Era la atención, la única facultad acti­
va, la que daba origen por una parte a la comparación, y por lo tanto al
juicio y al razonamiento, y por otro lado al deseo, concentración del al­
ma en un objeto para obtener su goce, y sus correlatos: la preferencia
(comparación de los objetos del deseo) y la libertad.
De ese modo se fue introduciendo lentamente, entre pensadores que
todavía pretendían ser simples discípulos de Condillac, la reivindicación
de una actividad espiritual fundamental e irreductible. Los ideólogos fue­
ron en efecto la fuente de la corriente de pensamiento que iba a dedicarse
directamente a destruir la influencia de aquéllos. Maine de Biran era por
otra parte amigo de Tracy, y al principio formó parte del grupo, antes de
que el esplritualismo reconociera en él a su fundador.26

B. Maine de Biran

Aunque con toda evidencia se inspiró en Cabanis, Tracy y Laromiguiére,


para una obra que en lo esencial pretendía ser una crítica de Condillac y
del sensacionismo, Maine de Biran, desde sus primeros escritos, pensó
en el interior de un dualismo de inspiración cartesiana apoyado en una e-
xistencia de neurópata27 muy inclinado a la introspección. En efecto, él
no describe, analiza y clasifica los fenómenos partiendo de una observa­
ción análoga a la de las ciencias físicas; no es así como aspira a encon­

147
trar la clave de las realidades del espíritu, sino en las revelaciones inme­
diatas del sentido íntimo, en virtud del cual los hechos psicológicos des­
cubrían directamente su esencia a la introspección. La primera conclu­
sión que extrajo de esa postura fue la oposición en el alma de una clase
de fenómenos sufridos (sensaciones, ideas, sentimientos), a la cual eran
particularmente aplicables los análisis objetivantes, y por otro lado una
vivencia inmediata, irreductible: la de una fuerza actuante y voluntaria
con la cual se identifica el yo. Esos dos registros heterogéneos eran el de
la materia (para el caso, el cuerpo y sus correlatos mentales; cf. Caba­
nis) y el del espíritu (realidad “hiperorgánica” inaprehensible por los
procedimientos de la observación externa). Pero Maine de Biran, si bien
en el plano de los conceptos y esencias concibe tales registros como
fundamentalmente distintos, en el nivel práctico encuentra que esas dos
realidades están siempre asociadas y son interactuantes; a continuación
se esforzará por analizar esa interacción y atribuir a cada una de esas dos
sustancias lo que le corresponde en los hechos psíquicos.
Un primer estudio, L'Influence de l'habitude sur la faculté de penser
(1802) le permitió enunciar y precisar sus ideas. Consideraba, en efecto,
que el hábito tenía consecuencias muy diferentes en nuestras facultades
pasivas, que alteraba y debilitaba poco a poco hasta borrar completa­
mente las impresiones sensibles suscitadas por aquellas facultades, por
un lado, y por el otro en nuestras facultades activas, que adquirían en
virtud de él más nitidez, prontitud y seguridad, exigiendo menor esfuerzo
—lo que por otra parte tendía a suprimir las diferencias y a reducir lo
voluntario a lo automático y a lo espontáneo— . Así se delimitaban cla­
ramente los dos dominios: el del cuerpo, con sus sensaciones, sus emo­
ciones, sus necesidades, sus deseos y sus pasiones, y el del espíritu, im­
pregnado del carácter voluntario del esfuerzo en sus manifestaciones: la
percepción (sensación reconocida), el pensamiento claro y distinto, la
memoria activa y el acto de querer. Del mismo modo, así se demostraba
su incesante colaboración: a la sensación, hecho puramente pasivo, es­
pontáneo, sufrido, se superponía la percepción, en la que se manifestaba
la atención voluntaria y la acción de los sistemas musculares ligados a
los órganos perceptivos, que hacían la impresión más clara y distinta
cuanto más complejos y eficaces fueran (en tal sentido, la vista se opo­
nía nítidamente al olfato); del mismo modo, la memoria podía ser evo­
cación deshilvanada, despliegue espontáneo de imágenes, o actividad re­
flexiva, búsqueda ordenada. Finalmente, estaba el pensamiento, fuera
que se abandonara a la amplificación imaginativa de las imágenes, guia­
da solamente por el estado de ánimo es decir, por el estado de los órga­
nos y las asociaciones circunstanciales, o que, en la tensión*de un es­
fuerzo de combinación libremente consentido, tratara de dominar su ma­
terial de sensaciones e imágenes y de reducir a la unidad lo múltiple de

148
lo dado,28 generando así “esas ideas arquetipos de conjunto, de armonía
y de belleza”.
Ahora bien, las manifestaciones de las facultades activas se reducen
todas a un acto único: el querer, inmediatamente percibido por la con­
ciencia como esfuerzo activo y como idéntico al yo. De modo que la
sensación de esfuerzo es el hecho primitivo de la conciencia, del sentido
íntimo. No se trata sólo de que en él se funde la distinción del no-yo y
el yo (como ya lo habían afirmado los ideólogos); es también la expe­
riencia única para la conciencia de una fuerza y de una causalidad inme­
diatamente percibidas y vividas, y no construidas deductivamente o por
inducción. Es esa experiencia primordial la que funda nuestra creencia en
el mundo exterior, en las fuerzas, en los seres y en las causas que adivi­
namos en juego detrás del orden de los fenómenos a los cuales sólo te­
nemos acceso en la experiencia sensible. No nos detendremos en el mo­
do en que la misma cadena de pensamientos condujo a Biran a Dios y a
la última fase, mística, de su obra filosófica.
Del mismo modo que opuso la imaginación pasiva a la combinación
activa, el deseo pasional al querer, Maine de Biran diferenció también el
lenguaje interjectivo espontáneo de la lengua como sistema organizado
de signos. En efecto, lo que caracteriza al signo es su intencionalidad,
en virtud de la cual el sujeto dispone de él y se siente causa de su discur­
so. De modo que el principal instrumento del pensamiento sólo funcio­
na por el imperio que permite que el individuo ejerza sobre sus propias
ideas; sea cual fuere, por otra parte, el origen del lenguaje, su funciona­
miento interno en el sujeto reposa en esa misma facultad activa e inteli­
gente que interviene en la construcción del pensamiento y que en este
caso entiende, concibe e impone los signos a las ideas.
Es esencial precisar un punto fundamental de la teoría de Biran, que
por otra parte también puede encontrarse en todos los dualismos, pero
que se presenta más puro en el de este autor que en todos los otros; vol­
veremos a hallar su influencia en las concepciones psicopatológicas ins­
piradas en el esplritualismo (cf. Baillarger). Se trata del aspecto básica­
mente conflictual de la relación entre las dos sustancias o los dos modos
de vivencia psicológica: la voluntad no es sólo un esfuerzo ejercido so­
bre la materia, y su despliegue espontáneo es una lucha del yo por con­
servar el dominio de su vida, en realidad para conservarse como fuerza li­
bre a secas, pues la persona se hunde en el deseo pasional, en la imagi­
nación desenfrenada, en la profusión sensible, en los estados de alma y
los humores cambiantes, cada vez, en suma, que “el cuerpo” prevalece
sobre la actividad espiritual. En ese punto se pone de manifiesto la in­
fluencia profunda de la vida personal de Biran en un pensamiento que,
por propia confesión, en ella encontró su fuente.

149
C. El esplritualismo

De tal modo, lo que en el pensamiento de los ideólogos estaba apenas


bosquejado, en Maine de Biran se convirtió en un sistema psicológico y
filosófico nuevo y completo que restableció el dualismo cartesiano (el
“quiero” reemplazaba al “pienso” como fundamento de la subjetividad) e
influyó considerablemente en el método, pasando del análisis condilla-
ciano a una práctica de la introspección como intuición fenomenológica
de las realidades espirituales. Al importar a Francia la filosofía escocesa,
29 Royer-Collard, cuya obra fue muy poco ulterior, reforzó ese desplaza­
miento metodológico y el retomo al esplritualismo. En efecto, Reid ha­
bía erigido su crítica al sensacionismo sobre la base de un retomo a las
realidades inmediatas e instintivas del sentido común (existencia del yo,
del mundo exterior, de los valores morales y de Dios), es decir sobre una
fenomenología de los datos de la conciencia. La escuela originada en él
(Dugald Stewart, Brown, Hamilton) prolongó esa puesta de manifiesto
de las condiciones a priori de todo ejercicio del pensamiento, que se a-
semejaba de hecho progresivamente a las ideas asociacionistas; la teoría
“química” de las ideas y juicios complejos que Stuart Mili tomó de
Brown indica con claridad el encauzamiento tendencial hacia una sínte­
sis.
Royer-Collard se sirvió del intuicionismo de Reid para atacar lo que
consideraba la pieza maestra del sensacionismo y por lo tanto del escep­
ticismo que en él encontraba su fuente: la teoría de la percepción exterior
(fenomenismo) y de las ideas representativas. El yo le parecía un dato
inmediato de la conciencia, que se conocía intuitivamente como causa,
como sustancia pensante y como unidad duradera. Transferimos irresisti­
blemente esos caracteres a los objetos del mundo exterior por una espe­
cie de inducción espontánea; ellos se encuentran en el fondo de toda per­
cepción, junto a los caracteres sensibles provenientes de los objetos
mismos. Así definida, la percepción exterior es segura, porque es natu­
ral, y obligada, digna de fe, porque lo mismo que los conocimientos de
la razón y de la conciencia, resulta imperiosa y espontánea, incluso aun­
que, como ellos, siga siendo un misterio para el espíritu.
Así se constituyó el conjunto de trayectos y doctrinas que constitu­
yen el esplritualismo, filosofía dominante de la primera mitad del siglo
XIX en Francia. No examinaremos en detalle el modo en que Cousin y
Jouffroy popularizaron esas tesis, ni los esfuerzos del primero por extra­
er de esa psicología un sistema filosófico ecléctico que tomó sus mate­
riales de todas las escuelas anteriores, basado en el recurso a la intros­
pección como fundamento y piedra de toque de la validez de las p ro p o r­
ciones. Por otra parte, el esplritualismo tenía segundas intenciones evi­
dentes y confesas: preservar y restaurar los “valores profundos” puestos

150
en peligro por el sensacionismo y el materialismo, volver a hallar el
sentido primordial y eterno “de la verdad, de la belleza, del bien” (título
de la obra principal de V. Cousin), justificar con la razón la fe religio­
sa. Lo que con frecuencia no le impidió proponer argumentos sólidos,
por ejemplo para refutar la reducción utilitarista de las nociones morales
o estéticas y tratar de establecer su iireductibilidad.
Algo tiene más interés a los fines de nuestro estudio: la influencia
del espiritualismo en el conjunto de las investigaciones de ese periodo y
en particular en el pensamiento de los neurólogos y los alienistas.30

El problema de la alucinación

A. Baillarger y la teoría del automatismo

Bajo la influencia de los espiritualistas, en efecto, los alienistas france­


ses elaboraron una concepción de los trastornos mentales que ya se ve
desembocar en Esquirol y que, a través de la célebre controversia sobre la
génesis de las alucinaciones31 se concretó en los textos contemporáne­
os (1845) de Moreau de Tours y sobre todo de Baillarger. Este último fi­
jó definitivamente su estructura, con el nombre de teoría del automatis-
mo,32 la cual dejará una profunda huella en todos los psicólogos del fin
de siglo:33 “Existen en nosotros, en cuanto al ejercicio intelectual, dos
estados muy diferentes. En uno de ellos, dirigimos nuestras facultades,
las empleamos según nuestros designios, solicitamos las ideas y'des-
$ pués de haberles dado origen, las conservamos durante un lapso más o
menos largo para examinar todos sus aspectos: hay entonces una inter-
véncíSn activa de la personalidad, se trata del ejercicio intelectual volun­
tarla"!! otro estado es enteramente opuesto: es el estado de independen­
cia para las facultades y de inercia para el poder personal. ‘Sentimos en­
tonces -Office Jouffroy— que nuestra memoria, nuestra imaginación,
nuestro entendimiento, se ponen en campaña sin nuestro permiso, co­
rren a derecha e izquierda como escolares durante el recreo, y nos traen i-
deas, imágenes, recuerdos hallados sin nuestro auxilio y que nosostros
no hemos solicitado.’ Por poco que se observe, puede reconocerse que e-
sos dos estados se suceden alternativamente; a cada instante retomamos
la dirección de nuestras ideas y a cada instante la perdemos. Pero tam­
bién puede ocurrir que el estado de independencia de las facultades se pro­
longue; entonces ‘el desfallecimiento es general, es decir que el poder
personal abdica por completo, y al mismo tiempo suelta las riendas a
todas nuestras facultades. Eso es lo que puede observarse en los momen­
tos en que, estando el cuerpo en un reposo perfecto, con la sensibilidad

151
apenas rozada por algunas sensaciones ligeras, dejamos ir nuestra me­
moria, nuestra imaginación y nuestro pensamiento hacia donde quieran,
y caemos en lo que se denomina estado de ensueño. Nuestra personalidad
no se ha extinguido, todavía vigila el juego natural de las capacidades
que la rodean, tiene conciencia de que, cuando quiera, puede recobrarse,
pero por el momento no gobierna, se deja ir, reposa. En ese estado, to­
das nuestras facultades se activan con su movimiento propio y según su
ley, no siguiendo nuestras leyes ni en virtud de nuestro impulso. El
hombre se ha retirado, y nuestra naturaleza vive como una cosa; todo lo
que sucede para nosotros es fatal, hemos vuelto a caer bajo el imperio
de la ley de la necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al ár­
bol y las nubes’. A estos pasajes de Jouffroy me limitaré a añadir el si­
guiente: ‘El hombre se asemeja a las cosas cuando abandona ese impe­
rio que de él depende retomar; cuando, en lugar de apropiarse de sus fa­
cultades, las abandona a su propio movimiento, queda perezosamente a-
dormecido en medio de un mecanismo del que está en sus manos gober­
nar todos los resortes.’ ¿En qué consiste ese estado de ensueño durante el
cual nuestra naturaleza vive como una cosa, en el que todo lo que ocurre
nos es fatal, en el que hemos vuelto a caer bajo el imperio de la ley de la
necesidad, que se aplica a nosotros como se aplica al árbol y a las nu­
bes? ¿Qué es ese estado que Jouffroy compara con un mecanismo movi­
do por resortes? Ese estado es el automatismo de la inteligencia, carac­
terizado por el ejercicio involuntario de la memoria y de la imagina­
ción.’^
De modo que apoyándose en Jouffroy, quien por otra parte se limita
a repetir a Maine de Biran, Baillarger produjo le versión más elaborada
de una doctrina ampliamente reconocida, durante todo el período que si­
guió, como la clave de la interpretación de toda una serie de fenómenos
fisiológicos (ensueño, sueño, estado hipnagógico) y patológicos (so­
nambulismo, alucinaciones, delirio y formas diversas de alienación
mental). Pero en particular publicó esa versión con respecto al problema
de la alucinación; ubiquemos rápidamente lo que estaba en juego en la
controversia.

B. La controversia acerca de la alucinación

En esta controversia se enfrentaron dos corrientes de pensamiento:

—La primera, de la que Lelut era el representante más visible, se a-


poyaba en las tesis sensacionistas. La sensación era el original y la ima­
gen sólo su copia; la imagen misma estaba en el punto de partida de la
formación de las ideas. Por un proceso inverso, resultaba comprensible
que las ideas, reencontrando su origen perceptivo, pudieran revivificarse

152
en imágenes (como en las premisas de la creación artística o en la preo­
cupación intensa) o incluso en sensaciones (tal como lo atestiguaban la
ilusión, la alucinación y el sueño). De modo que la alucinación “ya no
deberá ser considerada y no es sino poco más que el resultado un tanto
forzado de un acto normal de la inteligencia, el más alto grado de .trans­
formación sensorial de la idea”.35 El carácter estésico de la alucinación!
era por otra parte más o menos nítido, lo supiera el sujeto o no. Una
disputa interna dividía a esta corriente en torno al punto de saber si allí
había siempre un fenómeno patológico (como creía Lelut) o si la aluci­
nación podía ser simplemente el efecto de una concentración intensa, y
en consecuencia sobrevenir en el hombre normal, incluso en el genio j
(posición de Brierre de Boismont).
—La segunda corriente, que podía reivindicar legítimamente la pater­
nidad de Esquirol, analizaba el fenómeno alucinatorio como un trastorno
d e ja creencia, en el cual la conciencia debilitada se dejaba engañar por
los fantasmas engendrados por la imaginación y la memoria. En conse­
cuencia, el “estado primordial” (Moreau de Tours) precedía, engendraba y
explicaba la alucinación, estado de reducción de la vigilancia, de dominio
del yo por las facultades mentales exaltadas^

Baillarger legitimó esta última corriente, no sin introducir un correc­


tivo importante que toma en cuenta una dificultad sustancial; la tesis
sensacionista, en efecto, explica mejor el carácter incuestionablemente
estésico de muchas alucinaciones. Por lo tanto Baillarger introdujo una
distinción (que quedó como clásica) entre las alucinaciones psíquicas
(simples representaciones xenopáticas, vividas como de origen ajeno,
para las que la teoría de Moreau de Tours parecía adecuada) y las alucina-
ciones psicosensoriales (en las que la incontestable vividez perceptiva de
la alucinación demostraba la intervención activa de los aparatos percepti­
vos). Respecto de estas últimas Baillarger se ve llevado a retomar una
parte de las tesis de Lelut, dándoles por otra parte un giro más netamente
neurológico y anticipándose de ese modo a las posiciones ulteriormente
asumidas por Tamburini y Séglas hacia el'fin del siglo. La excitación
retrógrada de los centros sensoriales corticales, en virtud de un proceso
que Freud denominará regresión tópica, se agregó en consecuencia a la
puesta en juego del automatismo en la génesis de la alucinación verdade­
ra, explicando la frecuente determinación de su contenido por excitacio­
nes periféricas.
La célebre obra de Alfred Maury titulada Le sommeil et les reves
(1848), que dominará el campo de la psicología del sueño hasta Freud (y
más allá de él), se basaba en una tesis análoga. Maury considera el sue­
ño como un desfile automático de imágenes durante un estado de relaja­
miento (hipnagogia) o abolición (dormir) de la atención. El contenido de

153
las imágenes oníricas estaba a su juicio sometido al dominio de la aso­
ciación de ideas y de la memoria (sobre todo reciente: recuerdos del día),
pero también de las sensaciones internas (viscerales, orgánicas) o exter­
nas que siguen alcanzando al durmiente. Estas últimas eran tanto más
importantes en cuanto el sueño era una alucinación psicosensorial y
por lo tanto en su génesis entraban en juego las “pantallas perceptivas”,
como se dirá más tarde. Típicamente, su estimulación se producía a con­
tracorriente (desde las ideas a las imágenes y a la alucinación), pero po­
día ser directa, lo que proveyó material para experimentaciones diversas
acerca del durmiente (integración en el sueño de estímulos extemos de
toda naturaleza), experimentos que se convirtieron en clásicos.

C. Taine: “El espíritu es un polipero de imágenes”

A partir de la década de 1850, un movimiento de crítica antiespiritualista


se perfiló en Francia bajo la influencia conjugada del positivismo de
Comte y de la psicología inglesa contemporánea. Hacia el fia del siglo
desembocará en la rama francesa del evolucionismo, con Ribot y sus a-
lumnos — de esto hablaremos más adelante— .36 Sin embargo, desde
1855, Taine dotó a esa corriente de sus primeros textos teóricos, sobre
la base de una doctrina que estaba más en deuda con Condillac y Hegel
que con Spencer, y cuyo sistema completo proporcionará en su tratado
De i intelligence (1870). Por estas razones, y también porque del pro­
blema de la alucinación surgía uno de los pilares de su doctrina, lo estu­
diaremos a continuación.
Taine tomó del sensacionismo la identidad fundamental de imagen y
sensación, el carácter puramente subjetivo de los fenómenos mentales y
en particular de la percepción (fenomenismo), y finalmente la ley de a-
sociación de ideas como clave de la construcción de los diversos elemen­
tos psíquicos (sensaciones complejas, imágenes, ideas, conceptos y pro­
posiciones). Les añadió la idea de un conflicto incesante de los elemen­
tos mentales entre sí:37 “En la lucha por vivir (obsérvese: struggle fo r
life, Darwin) que en cada instante se establece entre todas nuestras imá­
genes, aquella que en su origen fue dotada de mayor energía conserva en
cada conflicto (...) la capacidad de reprimir a sus rivales.”38
Pero basándose sobre todo en los estudios psicopatológicos (lo que
estaba convirtiéndose en regla en el pensamiento psicológico francés),
Taine rechazó las distinción automática de imagen y sensación, fuera el
criterio propuesto cuantitativo (a la manera de Hume) o cualitativo (co­
mo lo pretendían los espiritualistas). Entendía que la imagen era un des­
pertar de la sensación de la cual constituía el recuerdo: en consecuencia,
tendía naturalmente a desarrollar todas sus potencialidades perceptivas y
a tomar un carácter alucinatorio. No lo hacía en virtud de la acción de e-

154
lementos correctores: los reductores antagonistas-, éstos consistían por
una parte en el conjunto de las percepciones actuales que antagonizan di­
rectamente la imagen al contradecirla (pienso en Waterloo, pero percibo
los techos de París: ambos elementos son inconciliables y uno de ellos
reduce la exterioridad del otro), y por otro lado en la acción del stock de
recuerdos y conocimientos de los que el sujeto dispone y que reducen la
imagen en función del contexto y de la verosimilitud (pienso en mi her­
mano pero sé muy bien que está a tres mil kilómetros de distancia). De
modo que la imagen queda secundariamente situada como interna, y de­
marcada como pasada (memoria) ó irreal (imaginación), etcétera.
Según la formulación de Taine, “cada imagen está provista de una
fuerza automática y tiende espontáneamente a cierto estado que es la alu­
cinación, el seudorrecuerdo y el resto de las ilusiones de la locura. Pero
se ve detenida en su marcha por la contradicción de una sensación, de o-
tra imagen o de un grupo de imágenes. La detención recíproca, el tironeo
mutuo, la represión, constituyen en su conjunto un equilibrio, y el efec­
to que se acaba de ver producido por la sensación correctiva especial, por
el encadenamiento de nuestros recuerdos, por el orden de nuestros juicios
generales, es sólo un caso de las rectificaciones perpetuas y de las limi­
taciones incesantes que incompatibilidades y conflictos innumerables o-
peran ininterrumpidamente en nuestras imágenes e ideas. Ese balance es
el estado de vigilia razonable. En cuanto termina, por hipertrofia o atro­
fia de un elemento, nos volvemos locos, total o parcialmente.”39
Sobre la base de este análisis, Taine puede definir la sensación como
“una alucinación verdadera”. Toda representación (tomamos de la traduc­
ción alemana este término cómodo) es en efecto interna y subjetiva: en-
^ tre imagen y sensación no puede trazarse ninguna distinción de naturale­
za. Entre la alucinación y la percepción la única diferencia que existe,
desde el punto de vista del sujeto que las vive, consiste en que una es
interna y la otra externa, verdadera. El misterio de la alucinación es al
mismo tiempo resuelto sin que se recurra a una concepción trascendente
y metafísica del yo: la obliteración de los reductores antagonistas (desa­
parición de la percepción actual en el dormir, extravío del pensamiento
en la confusión mental) o la intensidad de la imagen (procesos pasiona­
les) bastan para explicarlo. Taine puede así integrar una verdadera rein­
terpretación de la teoría del automatismo en un sensacionismo fisiolo-
gista, pues es el basamento neurológico del funcionamiento mental lo
que en última instancia determina tanto su estructura como su devenir.
Así, por detrás del análisis psicológico, piensa en la acción de los cen­
tros hemisféricos, soporte de las imágenes e ideas, sobre los centros
sensoriales, en la génesis de la alucinación. Volveremos a encontrar ese
tipo de análisis en los partidarios de la “mitología cerebral” de fines del
siglo XIX.40

155
Señalemos otro tema que signa la doctrina de Taine: él lo retoma de
Condillac y lo volveremos a encontrar en diversos psicólogos ulteriores,
como por ejemplo Romanes. Es la idea de que el pensamiento no puede
alcanzar la abstracción, los conceptos, las ideas generales, las proposi­
ciones y por lo tanto la ciencia, sin el empleo de signos, es decir, esen­
cialmente, sin servirse del lenguaje. El signo es sólo una imagen y obe­
dece a las leyes generales de la imagen, pero su poder de representación,
fundado en la sustitución de una imagen por otra, le permite aislar un
elemento constituyente de esta última (el color de un objeto, por ejem­
plo) y en consecuencia, por una parte, operar esa sustracción que es e-
sencialmente la abstracción como operación psicológica,41 y por la otra
alcanzar la representación de lo que no es directamente un dato de la ex­
periencia (la noción del color, por ejemplo, y el conjunto de los abstrac­
tos). Así, el espíritu sólo tiene acceso al orden de la generalidad y a la
ciencia a través de la mediación del lenguaje. El empleo permanente de
los signos tiende sin embargo a borrar en la conciencia de quien los uti­
liza el efecto propio que ellos producen, y a hacer atribuir una realidad
sustancial a la idea que a la vez vehiculizan y generan, fabricando de tal
modo, incesantemente, en tomo del hombre, un mundo de “pequeños se­
res metafísicos” (volvemos a encontrar en este punto la tradición crítica
nominalista), como por ejemplo el yo de los espiritualistas, que Taine
descompone analíticamente a la manera asociacionista.
Así, si uno quiere “hacerse una idea de nuestra máquina intelectual,
es preciso dejar de lado las palabras razón, inteligencia, voluntad, poder
personal e incluso yo, del mismo modo que se dejan de lado las palabras
fuerza vital, fuerza medicatriz, alma vegetativa; son metáforas literarias,
a lo sumo cómodas en tanto expresiones abreviadas y sumarias para ex­
presar estados generales y efectos de conjunto. Lo que el observador dis­
cierne en el fondo del ser vivo en el ámbito de la fisiología son células
de diversos tipos, capaces de desarrollo espontáneo, y modificadas en la
dirección de su desarrollo por el concurso o antagonismo de las células
vecinas. Lo que la observación discierne en el fondo del ser pensante en
el ámbito de la psicología son sensaciones de imágenes de diversos ti­
pos, primitivas o consecutivas, dotadas de ciertas tendencias y modifica­
das en su desarrollo por el concurso o el antagonismo de otras imágenes
simultáneas o contiguas. Así como el cuerpo vivo es un polipero de cé­
lulas mutuamente dependientes, el espíritu actuante es un polipero de i-
mágenes mutuamente dependientes, y la unidad, tanto en uno como en
otro caso, es sólo una armonía y un efecto” 42
Freud leyó el tratado de Taine en 1896; entonces le escribió a Fliess:
“La psicología —o más bien la metapsieología— me preocupa sin ce­
sar. El libro de Taine De l'intelligence me agrada enormemente. Espero
que de esto salga algo. Algo tardíamente, observo que las ideas más an-

156
liguas son justamente las más utílizables.”43 Fue la primera vez que el
término metapsicología apareció en un texto de Freud: aparentemente
se lo inspiró la lectura de Taine...

NOTAS

1. Sobre Condillac, cf. E. Bréhier: H istoire..., tomo II, fase. II, y, so­
bre todo, el estudio muy completo con el que F. Picavet introdujo
su reedición (1885) del Traité des sensations de Condillac.
2. Cf. E. de Condillac: Le traité des sensations.
3. Cf., sobre las doctrinas de la ideología, el apartadoque sigue acerca de
Cabanis y la ideología fisiológica, y el que trata de Destutt de
Tracy y la ideología racional.
4. Este es el método que más positivamente fundará la clínica. Cf. P. Ber­
cherie: Les fondements..., cap. 1. y, supra, primera parte.
5. Condillac, lo mismo que el conjunto de los sensacionistas, considera
que las cosas son incognoscibles.
6. En efecto, según Condillac, el razonamiento consiste en una serie de e-
cuaciones, y la evidencia es la piedra de toque de la verdad de las
proposiciones. En esto continúa manifiesta la gravitación del car­
tesianismo.
7. Esta metodología demostró ser más fructífera en química, en botánica
y, en medicina, en la clínica semiológica de Pinel. M. Foucault ha
intentado poner de manifiesto el dominio del modelo clasificatorio
(taxonomía) durante toda la época clasica. Cf. M. Foucault: L es
mots et les chases, 1966.
8. Los materialistas antiguos, como Demócrito y Epicuro, consideraban
que el alma era una “materia sutil”, un cuerpo sustancial; de modo
que, en definitiva, seguían siendo espiritualistas.
9. Cf. el capítulo dedicado a la psicología cartesiana en F. L. Mueller:
Histoire de la psychologie, 1960.
10. Lo atestigua el título de la obra de J. O. de La Mettrie: L'homme-ma-
chine, Leyde, Luzac, 1747, evidente y por otra parte explícita a-
lusión a Descartes y a sus animales-máquinas.
11. A la recíproca, esos materialistas franceses influyeron mucho en J.
Bentham y James Mili, como ya lo hemos indicado.
12. Leído en parte en el Instituto en 1795-1796, Rapports du physique
et du moral chez l'homme, de P. J. G. Cabanis, fue publicado en
forma de libro en 1802.
13. Un poco más adelante analizo detalladamente la teoría del instinto en
Cabanis, con respecto a la sexología (infra, cap. 10).
14. Acerca de Gall y la frenología, cf. G. Lantéri-Laura: Histoire de la
phrénologie, 1970; P. Bercherie: Les fondements..., cap. 3.
15. En efecto, Gall oponía una concepción innatista del psiquismo y una

157
Capítulo VIII

E L ASOCIACIONISMO CIENTIFICISTA ALEMAN

Herbart

A. Los entredichos kantianos

La psicología empirista alemana del siglo XIX tuvo exclusivamente su


origen en la obra de Herbart, que en muchos aspectos constituyó una
reacción al criticismo kantiano y a la gran corriente idealista proveniente
de él a través de Fichte, del que Herbart fue alumno. Como se sabe,
Kant opuso al fenomenismo empirista de Hume (cuya faceta crítica por
otra parte integró a su doctrina) la actividad constituyente del espíritu en
la aprehensión de la experiencia y la estructuración del saber. Formas a
priori de la experiencia sensible (tiempo, espacio), categorías del enten­
dimiento (que se reducen al postulado de un determinismo universal), la
estructura innata y trascendental a la experiencia de la psique, determina­
ban el saber humano, sin que el hombre tuviera jamás acceso al mundo
de la realidad en sí. Por otra parte, Kant negó la posibilidad de una psi­
cología científica, pues a su juicio el estudio del espíritu no podía apo­
yarse en ninguno de los registros que dan su fundamento a las ciencias:

—En ese ámbito la experimentación es imposible y, en consecuen­


cia, también lo es el empleo de la matemática, lenguaje indispensable de
la ciencia. En efecto, esos dos métodos suponen la existencia en los fe­
nómenos de por lo menos dos dimensiones (el espacio y el tiempo en el
caso de la mecánica, por ejemplo), en tanto que los hechos psíquicos só­
lo tienen una: el tiempo.
—El método racional a priori, en el sentido de Leibniz y de Wolf,

160
no es más utilizable que para el conocimiento del mundo exterior; el
Ich trascendental no es un dato del sentido sino una condición a priori
de toda experiencia y de todo conocimiento posibles. No podría en con­
secuencia pensarse a sí mismo, es decir pensar su propia esencia, tan os­
cura e incognoscible como la de las realidades en sí del mundo exterior.
— Finalmente, el método fisiológico, en el sentido de Cabanis, no
puede aplicarse: la disparidad de espíritu y cuerpo no es la de dos sustan­
cias, sino la de dos registros fenoménicos: el de los sentidos externos,
estructurado en el espacio, y el del sentido interno, que sólo está relacio­
nado con el tiempo. De modo que el problema de la relación entre espí­
ritu y cuerpo puede dar lugar a reflexiones y a observaciones pertinentes
(Kant por otra parte también aportó algunas) pero no podría fundar un
saber universal.

Por lo tanto la psicología, al fin de cuentas, sólo podía ser un cono­


cimiento puramente empírico, basado en los datos del sentido interno y
del sentido íntimo; no estaba en condiciones de pretender constituirse en
ciencia. Sobre el rechazo de toda esa cadena de razonamiento, eslabón
por eslabón, iba a constituirse la psicología “científica” y después expe­
rimental del siglo XIX en Alemania. Ya vamos a ver que ese movi­
miento se inspiraba en gran medida en la filosofía de Leibniz por una
parte (filosofía de la cual el kantismo era una crítica, por más de una ra­
zón), y por otro lado en ideas inglesas y francesas.1 En el momento en
que la psicología positiva europea adquiría su unidad, la influencia per­
sistente de Leibhiz, a través de Herbart, otorgará su tonalidad peculiar a
la psicología alemana de fines de siglo: volveremos a encontrar la gravi­
tación de esa herencia desde los orígenes del pensamiento freudiano.

B. Herbart: psicología científica y matemática de las representaciones

Herbart2 publicó sus dos grandes obras dedicadas a la psicología entre


1815 y 1825; quiso fundarla como ciencia sobre la base de “la expe­
riencia, la metafísica y la matemática”: no se podría expresar mejor el
programa antikantiano de su investigación, al mismo tiempo que su de­
pendencia con respecto al marco conceptual del kantismo. Inspirándose
en Leibniz, retomó la concepción de un universo constituido por sustan­
cias simples, secundariamente asociadas en cuerpos complejos, pero le
añadió la idea de una lucha continua de esas mónadas contra una interac­
ción recíproca que tendería a modificar su naturaleza primera. El alma era
uno de los cuerpos simples de los cuales toda la actividad consiste en
conservarse en su ser; cada una de esas reacciones a las interferencias de
las mónadas que constituyen el cuerpo y el mundo exterior producirá en
ella una representación. Originalmente vacía (tabula rasa), de ese modo

161
se puebla de sensaciones, imágenes e ideas. Por otra parte, siendo una
sustancia simple, la actividad del alma no puede dividirse en facultades
distintas, abstracciones demasiado forzadas de un dato concreto insufi­
cientemente conocido; así Herbart recusó la clásica división kantiana en
inteligencia, sensibilidad y voluntad.
Sobre esa base metafísica, Herbart erigió su psicología, que también
quería fundar en la experiencia, en el sentido de la observación empírica,
en particular introspectiva,3 y en la matemática (ya vamos a ver cómo).
Las representaciones mentales (expresión que, como la idea en Locke, a-
barca sensaciones e ideas propiamente dichas) obedecen a su tumo a las
leyes de las mónadas: una vez que han nacido, no desaparecen nunca; el
olvido no es más que una ocultación momentánea, y la reaparición de lo
que se olvidó es siempre posible. La unidad y la simplicidad del alma
implica en efecto la estrechez de ese campo de la conciencia que las re­
presentaciones se disputan: de ese modo éstas oscilan entre la plena con­
ciencia, la libertad completa y la completa inhibición, o bien, reprimi­
das, se convierten en simples tendencias inconscientes, pasando por di­
versos grados posibles de “oscurecimiento”.4 En virtud de su lucha, las
representaciones son también fuerzas, y en efecto, toda representación,
además de su calidad propia, tiene una cierta intensidad, lleva consigo un
concepto de magnitud intuitivamente percibido como fuerza o debilidad
relativas, una claridad más o menos grande. Si bien esa cantidad no po­
dría estar lo suficientemente determinada como para ser medida, Herbart
pensaba que las relaciones entre esas cantidades se prestaban a una ma-
tematización; creía poder construir así una mecánica psíquica que incluía
una estática (estudio de las relaciones intensivas de las representaciones
en su lucha por llegar a la conciencia) y una dinámica (con el añadido de
la dimensión temporal), y determinar leyes científicamente formuladas.
El antagonismo de las representaciones estaba en lo esencial relacio­
nado con sus cualidades: se oponen si forman parte del mismo registro
perceptivo, del mismo “continuo” (sonidos o colores, por ejemplo). A-
demás, en un mismo registro, son más o menos inconciliables y más o
menos susceptibles de combinación: complicación (combinación de re­
presentaciones de registro diferente) o fusión (registro idéntico: por e-
jemplo la fusión del amarillo y el rojo en el anaranjado). En función de
ese grado de antagonismo, las representaciones en oposición sufren una
inhibición recíproca, proporcional a su intensidad: cada una pierde así u-
na cierta cantidad de claridad, según sea su propia fuerza y la suma total
de las fuerzas presentes. Herbart se entrega entonces a cálculos algebrai­
cos complejos para determinar la suma de inhibición y 1a relación de
inhibición en el conflicto de las representaciones;5 ellos no nos intere­
san aquí.6
Por debajo de cierta intensidad, intrínseca y primitiva o secundaria a

162
las inhibiciones recíprocas, las representaciones quedan por lo tanto re­
primidas, en un nivel inferior al del “limen” o umbral de la conciencia;
se convierten en tendencias inconscientes, “oscurecidas”. Por otra parte,
las percepciones conscientes más simples son ya grandes complejos de
“percepciones insensibles” (cf. el ejemplo de Leibniz: en una ola que se
abate sólo percibimos el fragor homogéneo, y no los innumerables rui­
dos producidos por todas y cada una de las gotas de agua). Por el contra­
rio, la masa de representaciones combinadas que ocupan el campo de la
conciencia influye en el destino de toda nueva representación, lo que
subjetivamente se percibe como atención consciente orientada. Esta
“masa aperceptiva” (lo mismo que Leibniz, Herbart llama apercepción a
la percepción consciente de una representación) realiza entonces una se­
lección entre las percepciones y las ideas que tratan de llegar a la con­
ciencia. Allí adquiere sentido la definición del yo, por lo demás muy tí­
picamente humiana, que propone Herbart es la suma de las representa­
ciones actualmente conscientes, es decir la masa aperceptiva con sus e-
fectos de inhibición o de facilitación sobre el destino de las representa­
ciones solicitadoras. También en ese punto tuvieron consecuencias sus
preocupaciones educativas, pues su doctrina iba a dominar durante mu­
cho tiempo la teoría pedagógica: el educador modela la personalidad pre­
sente y futura determinando la naturaleza de la masa aperceptiva, es decir
eligiendo el contenido y seleccionando lo que debe entrar en la concien­
cia del alumno.
La psicología de los estados afectivos constituye otra originalidad del
sistema de Herbart. A diferencia de los utilitaristas, considera que los
sentimientos son el efecto de las interrelaciones de las representaciones.7
El placer aparece entonces manifestando el acuerdo de los elementos y la
libertad de su circulación; el dolor expresa su antagonismo conflictivo y
el hecho de que unos obstaculizan a otros. El deseo es típicamente anali­
zado como la asociación del placer y de un objeto específico; si la masa
aperceptiva es favorable, el deseo engendrará la acción voluntaria. Asi­
mismo, en el nivel de los actos de la voluntad, sean interiores de un
mismo individuo o realizados por individuos diferentes, el acuerdo armo­
nioso produce la satisfacción moral y la imptesión de un acrecentamien­
to de la perfección; el antagonismo da origen a la aversión y a una im­
presión de imperfección. Por otra parte, para la transformación de la vo­
luntad en actos motores es necesaria la cooperación del alma y el cuerpo.
Si bien, lo mismo que.Kant, Herbart rechaza la idea de una psicología
fundada en la fisiología, también subraya la interacción de las mónadas
corporales con el alma, y en particular la acción del cuerpo sobre el cur­
so de las ideas, que obstruye (represión), como por ejemplo en el sueño,
o que por el contrario refuerza ciertas representaciones “resonantes”, tal
como ocurre en ciertas intoxicaciones o en los desarrollos pasionales.

163
C. La herencia de Herbart en la psicología alemana

Seflalemos desde ya los puntos fundamentales de las concepciones de


Herbart, aquellos que ejercerán una influencia duradera en la psicología
alemana ulterior:

— Antes que nada, la idea de una ciencia psicológica, muy estructu­


rada conceptualmente, que da cuenta de su campo empírico tan exhausti­
vamente como hay derecho a esperarlo de una disciplina plenamente
constituida. La tendencia sistemática de la psicología y de la psicopato-
logía alemana del siglo XIX echó sus raíces evidentemente en esa exi­
gencia.
—En segundo lugar, la preocupación de presentar un análisis de los
problemas psicológicos en el que la cantidad, y por lo tanto el empleo
del cálculo y la medida estuvieran en el centro de los resultados obteni­
dos. Muy pronto, de ello resultará un uso más metafórico, incluso más
fetichista, que realmente fundado en el instrumento matemático.
— A continuación, la concepción de una estrechez constitutiva del
campo de la conciencia y por lo tanto de una competencia activa de los
elementos psíquicos por ser asumidos en dicho campo (apercepción). A-
demás de que una visión de las cosas como ésa justifica naturalmente u-
na cuantificación, por lo menos supuesta, de las valencias de los ele­
mentos presentes, concebidos como fuerzas, ella obliga a considerar que
una parte importante de lo psíquico es no consciente sino latente, pero
siempre actualizable si cambian las condiciones del equilibrio de los ele­
mentos. El punto es esencial: herencia de Leibniz, esta teoría, en efecto
— a la inversa de la tradición cartesiana, dominante en Francia y en In­
glaterra (a través de Locke; cf. Stuart Mili), que tiende a identificar siste­
máticamente lo psíquico con lo consciente— permite pensar no sola­
mente la existencia de elementos psíquicos inconscientes, sino incluso
que la conciencia, lejos de ser la cualidad psicológica fundamental, no es
más que el lugar privilegiado de un campo más amplio.8 A ello se vin­
cula una concepción del yo que no abarca el conjunto del campo mental,
sino solamente una configuración dominante de elementos cuya estabili­
dad no es por otra parte más que relativa.9
—Finalmente, la doctrina que considera que las manifestaciones afec­
tivas son un efecto del juego de los elementos propiamente representati­
vos de la vida mental y que tiende por lo tanto a imponer la idea de una
dominación de estos últimos sobre el conjunto del funcionamiento psi­
cológico.
Veremos que el conjunto de las corrientes que sucedieron a Herbart
retomó esa concepción de una psicología como verdadera ciencia de la
dinámica mental.

164
Los experimentalistas

A. Fechner y la psicofísica

En la construcción de una ciencia psicológica, el paso siguiente fue dado


por el físico Fechner,10 quien afirmaba la posibilidad y por otra parte la
necesidad de la experimentación. De ese modo, en su gran obra de 1860
fundó la psicofísica, teoría exacta de las relaciones entre el alma y el
cuerpo. Su base era altamente especulativa: muy influido por Schelling
y por la psicología romántica, Fechner consideraba en efecto al alma y
al cuerpo como los dos rostros de una misma realidad, que parecía dife­
rente según fuera el punto de vista relativo desde el cual se la examina­
ba. Ese monismo de estilo spinozista lo conducirá a producir dos tipos
de obras: ensueños místicos en los que trata de ganar al mundo para sus
revelaciones, y algunos libros de suma dignidad científica, en los que
sólo se toman en cuenta los registros fenoménicos físicos y mentales, y
no las sustancias
El objetivo de Fechner en esos últimos textos era en consecuencia e-
rigir una ciencia fundada en la experimentación y la medición y que in­
tentaba determinar las leyes que vinculaban los fenómenos físicos (psi­
cofísica externa) y fisiológicos (psicofísica interna) con los fenómenos
mentales, en el sentido de una relación regular y cuantificable. Las cien­
cias particulares concernientes a cada uno de los registros ya estaban a su
juicio suficientemente avanzadas (en cuanto a la psicología, aparente­
mente pensaba en Herbart); por lo tanto, el estudio de sus relaciones le
parecía realizable en adelante. Fue naturalmente en el ámbito de la sen­
sación donde realizó su intento, bajo la forma de una medición de su re­
lación con la excitación física causal. Puesto que de la subjetividad no
surgían más que datos muy imprecisos referentes a la intensidad (inten­
sidad mayor, equivalente, menor) en la comparación de dos sensaciones,
resultaba necesario idear procedimientos de medición que se fundaran en
el único dato realmente mensurable: la excitación externa; a diferencia
de la física, que mide las causas por sus efectos, la psicofísica mediría
los efectos por sus causas. La astucia técnica iba a consistir en medir,
no cantidades (imposible medida directa de las sensaciones), sino diferen­
cias entre sensaciones de un mismo registro (intensidades luminosas o
sonoras, pesos, temperatura, espaciamientos cutáneos, etcétera). Con ese
propósito, Fechner puso a punto tres métodos (método de las diferencias
mínimas perceptibles, método de los casos acertados o erróneos, método
del error medio) que permitían una medición de la sensibilidad dife­
rencial.
De ese modo, experimentos en serie le permitieron ir más allá de la
verificación inmediata, para la cual la sensación crece en el mismo sen­

165
tido pero más lentamente que la excitación, y encontrar un resultado que
ya habían presentido diversos investigadores, en particular Weber (1846)
para el dominio del tacto. Dentro de ciertos límites (entre el mínimo
perceptible y la intensidad perjudicial para el órgano sensitivo), “la sen­
sación crece como el logaritmo de la excitación”, lo que significa que,
para que aumenten cantidades iguales, la excitación tiene que aumentar
en cantidades siempre proporcionales a sí misma, o también que para
que la primera crezca siguiendo una progresión aritmética, el acrecenta­
miento de la segunda debe realizarse según una progresión geométrica.
No nos detendremos en los protocolos experimentales, ni en la formula­
ción matemática de la ley, ni en las innumerables críticas y enmiendas
que ella suscitó, ni tampoco en las respuestas justificativas del propio
Fechner; más bien trataremos de comprender lo que significa su obra.
Pero, en primer término, es preciso volver al problema del umbral a
partir del cual la excitación produce una sensación perceptible, que, para
cada registro sensorial, Fechner se aplica a determinar con la mayor e-
xactitud posible. Entre la excitación física y la sensación se intercala un
movimiento psicofísico (fisiológico) que es el verdadero sostén de la
conciencia o más bien su reverso material, directamente proporcional en
términos cuantitativos a la excitación (conservación de la energía); eso
es por lo menos lo que le parece más verosímil a Fechner, y eso es lo
que postula. La ley psicofísica regula por lo tanto en realidad la relación
(psicofísica interna) entre la conciencia y el “movimiento psicofísico”
que es su correlato material. Fechner va entonces a definir un valor de
umbral en el que la sensación es nula, pero no la excitación; por debajo
de ese umbral hay un segmento de la curva logarítmica para el cual los
valores de excitación son positivos y mensurables: en consecuencia,
Fechner define “sensaciones negativas”, por debajo del umbral de la. con­
ciencia, que corresponden a movimientos psicofísicos positivos. Esta
teoría, muy explícitamente inspirada en Herbart, se extenderá a conti­
nuación al conjunto de la vida mental: la actividad psicofísica oscila
continuamente en intensidad, pero persiste siempre. Cuando dicha inten­
sidad desciende a un nivel inferior al del umbral de la conciencia, la vida
psíquica se apaga (dormir) hasta un ascenso que atraviesa ese umbral
(despertar). Por otra parte, es preciso considerar la repartición de la acti­
vidad psicofísica, que no es uniforme en todos los sectores de la con­
ciencia total, conjunto de fenómenos relativamente independientes, algu­
nos de los cuales pueden estar despiertos, mientras que otros se encuen­
tran en suefío parcial (cf. el dormir jo la atención concentrada).
Además de la renovación de los principios herbartianos (intensidad de
los elementos mentales, umbral de la conciencia, fenómenos psíquicos
inconscientes), Fechner introdujo dos grandes innovaciones conceptua­
les:

166
—La idea de una experimentación psicológica y la puesta a punto de
los primeros métodos de experimentación, fuentes de la psicología expe­
rimental ulterior y moderna. Ese fue un tema capital en psicología, pero
aquí no nos interesa directamente.11
—La convicción de que los hechos psíquicos son de la misma natu­
raleza que los hechos físicos y en consecuencia pueden expresarse en i-
déntico lenguaje, es decir en el lenguaje de la cantidad, de la medida y de
las leyes matemáticas. Desde luego, ése es el punto en que tenemos que
detenemos: si bien para Fechner el movimiento es sobre todo inverso y
apunta a “psiquizar” la naturaleza, su progenie percibirá esa exigencia de
un modo totalmente distinto, y hará de ella el fundamento de un mate­
rialismo mecanicista riguroso en psicología.

De allí derivó en particular la costumbre de concebir en términos de


cantidad, de energía, los fenómenos psíquicos y los fenómenos nervio­
sos que constituyen su base material (movimiento psicofísico de Fech­
ner); el elemento mental cualitativo correspondía estrechamente a una
cantidad específica de energía nerviosa: ésa es la significación de la gran
ley psicofísica. En ella Fechner integró una tradición bien establecida en
fisiología del sistema nervioso, que desde hacía mucho tiempo asimilaba
las corrientes nerviosas a ondas eléctricas y las concebía en términos de
circulación de energías más o menos específicas.12 En adelante nada se
oponía a una evolución del mismo tipo en psicología, disciplina en la
cual la noción de fuerza y de energía nerviosa iba a convertirse en ha­
bitual: volveremos a encontrarlas constantemente a lo largo de nuestra
investigación.
Aparte de la ley fundamental (la relación logarítmica excitación-sen-
sación de la que acabamos de ocupamos) es preciso señalar que Fechner
reiteró varias veces su intento de interpretar en el mismo sentido diver­
sos problemas psicológicos. Así, retomó las concepciones herbartianas
del placer (relación armoniosa de los elementos psíquicos implicados) y
de displacer (antagonismo), para analizarlas en términos de estabilidad e
inestabilidad (“principio de constancia”), es decir aproximándolas a las
leyes de los equilibrios sistémicos en física.13

B. Helmholtz: el empirismo cientificista y el inconsciente

Helmholtz,14 cuya formación científica era no obstante también la de un


físico, contribuyó como fisiólogo a la fundación de una psicología ex­
perimental. Alumno del gran fisiólogo Müller, después asumiría posi­
ciones contrarias a las de su maestro. Desde 1845, con sus amigos Brüc-

167
1

ke, Dubois-Reymond y Ludwig, se propuso combatir el vitalismo en fi­


siología (del cual Müller era el principal representante) sobre la base de
la idea de que “en el organismo no hay más fuerzas activas que las fuer­
zas físico-químicas comunes”. Los cuatro amigos se juramentaron para
imponer esa convicción, y ese compromiso fundamentó la posición de
Helmholtz, tanto en fisiología como en psicología, aproximándolo a
Fechner. En ello aparece claramente el consenso fisicalista que llevó al
conjunto de la psicología alemana hacia posiciones homólogas.
En el plano fisiológico, las posiciones del grupo conducirían a una
interpretación sistemática de los fenómenos orgánicos en términos de
fuerza, de cantidad, de movimiento de las moléculas. El organismo es
considerado como un sistema físico en equilibrio que tiende a conservar
ese estado, es decir a la constancia de su potencial energético. El reflejo
es el modelo de esa regulación asumida por el sistema nervioso: la ener­
gía recibida del medio exterior en el polo sensible, abierto a las fuerzas
del ambiente, se descarga en el polo motor, en virtud de la acción del
sistema muscular. Brücke, el “embajador” del grupo (berlinés en su ori­
gen) en Viena, popularizó allí la nueva orientación doctrinaria y meto­
dológica; en su laboratorio realizará Freud sus primeras investigaciones.
En cuanto a Helmholtz, su primer trabajo de importancia encaró la
medición del tiempo de conducción del flujo nervioso, al que Müller to­
davía le atribuía una transmisión casi instantánea, o por lo menos una
altísima velocidad, inconmensurable. Helmholtz demostró que en reali­
dad la cifra era bastante baja, muy inferior a la velocidad del sonido (en­
tre 50 y 100 metros por segundo). Ese descubrimiento fisiológico estaba
muy lejos de resultar indiferente para la psicología: por empezar, intro­
dujo la medición en el tipo de problema que parecía pertenecer al orden
de lo inefable (vivencia del cuerpo); además, reforzó la visión materialis­
ta de una separación de cuerpo y espíritu, bajo la forma de actividad cere­
bral: de ese modo introdujo materialmente una distancia entre la excita­
ción y la sensación, lo mismo que entre la voluntad y el acto; las “fa­
cultades mentales” se encamaban cada vez más en el funcionamiento del
sistema nervioso.
Los trabajos más célebres de Helmholtz (1856-1866) versaron sobre
la fisiología de la percepción visual y auditiva, ámbito en el cual sus
tratados son todavía clásicos. En el plano fisiológico, sus teorías de la
visión de los colores o de la audición armónica de los sonidos, por e-
jemplo, mostraron la integración de varios parámetros físicos particula­
res (tres colores fundamentales, elementos sonoros específicos: longitud
de onda, amplitud) en una sensación única, cualitativamente irreductible,
experimentada por la conciencia; es evidente la homología de este tipo
de descubrimiento (problema totalmente idéntico al de la velocidad de

168
transmisión del flujo nervioso) con las concepciones de Fechner (corre­
lación sin paralelismo de lo físico y lo mental).
Desde un punto de vista más psicológico, los trabajos de Helmholtz
apuntaban a demostrar la tesis de una génesis empírica de las principales
dimensiones del mundo perceptivo, en particular el espacio.15 También
en ese punto se oponía a Müller, quien, parafraseando fisiológicamente a
Kant, era el gran partidario de la tesis adversa, denominada “nativista”
(por Helmholtz), según la cual la intuición espacial es una categoría in­
nata de la percepción, inscripta en la estructura misma de los órganos de
los sentidos. Retomando la idea de Müller atingente a una “energía espe­
cífica” de las fibras nerviosas, es decir de señales peculiares para cada una
de las sensaciones provenientes de cada punto del cuerpo, y sumándose
de ese modo a Lotze y a su teoría de los signos locales (1852), Helm­
holtz presentó la construcción del mundo perceptivo, y de lo que más
tarde se denominará esquema corporal, como la coordinación de innume­
rables experiencias primitivas; para ello se apoyó en gran medida en las
concepciones asociacionistas inglesas y especialmente en Stuart Mili,
citados explícitamente. En consecuencia, considera que el objeto es un
agregado de sensaciones elementales, asociadas de manera íntima por su
recurrencia en la experiencia perceptiva; su aislamiento es el producto de
una “experimentación mental” que mediante ensayos y errores diferencia
en lo percibido aquello que varía por acción de la voluntad y lo que es fi­
jo, salvo por desaparecer y reaparecer globalmente (puesta en relación del
objeto con los órganos sensoriales). Para explicar el hecho de que las ca­
tegorías esenciales de la percepción puedan parecer innatas, Helmholtz
sostiene que su puesta en juego, adquirida muy pronto, de alguna manera
se convierte en automática. También en ese punto parafrasea a Lotze,
quien afirmaba: “La localización de nuestras sensaciones en el presente
parece ocurrir de modo súbito, en el instante mismo en que abrimos los
ojos; en el inicio de la vida, esa aptitud sólo se desarrolla con la ayuda
de una serie de experiencias que, si estuviéramos en condiciones de re­
producirlas, nos permitirían ver, lo mismo que tantos estados de con­
ciencia del niño, todos esos estados intermedios que han llegado a ser
imperceptibles para la conciencia del adulto.”16 Se habrá reconocido la
síntesis “química” de Stuart Mili; Helmholtz, conforme a la tradición
herbartiana, prefiere hablar de inferencias inconscientes. Entiende que
las percepciones puras son escasas; la mayor parte de nuestras “percep­
ciones” son en realidad elaboraciones intuitivas que suponen un impor­
tante incremento que proviene de la memoria y opera por inducción ana­
lógica: es la inferencia inconsciente, irresistible (causa, por ejemplo, de
las ilusiones perceptivas que sólo la atención analítica puede corregir se­
cundariamente), y que resultan de la asociación y la repetición de expe­
riencias sensoriales.

169
El empirismo y el geneticismo psicológico se encuentran en efecto
estrechamente vinculados, y en ese marco conceptual la psicología del
niño comenzó a suscitar un interés creciente.17 Otro corolario de ese ti­
po de posición antinativista fue el cuestionamiento de la importancia del
instinto, por lo menos en el hombre: “Las observaciones realizadas has­
ta el presente no prueban a mi juicio que los animales, al nacer, traigan
consigo algo más que tendencias, y es seguro que el hombre presenta
como rasgo distintivo que sus tendencias innatas se reducen a la más pe­
queña medida posible.”18 En virtud de esa posición, el asociacionismo
quedó en estado de conflicto latente con la corriente evolucionista prove­
niente de Spencer y Darwin.19

C. Wundt: apercepción y conciencia

j A Wundt se lo considera por lo general como un hombre que marcó un


hito capital y signó una etapa nueva en la historia de la psicología, so­
bre todo en la psicología experimental. Ello se refiere menos al volu­
men considerable de su obra que a su infatigable entusiasmo en el desa­
rrollo de la experimentación y la formación de investigadores, y sobre
todo a la firmeza con la cual, desde sus primeros trabajos (1860), este fi­
siólogo, alumno de Helmholtz, erigió la psicología como disciplina au­
tónoma, independiente en particular de la metafísica y de la fisiología
(con esta última conservaba no obstante relaciones especiales).20 La
Consideraba una ciencia experimental que difería de las ciencias naturales
por su utilización exclusiva de la experiencia inmediata (estudio intros­
pectivo de los estados de conciencia), mientras que aquéllas se fundaban
en una mediatización de la vivencia fenoménica. El propósito de la psi­
cología era entonces el análisis, en el sentido de las descomposición en
sus elementos constituyentes, del dato de los estados de conciencia, y del
descubrimiento de las leyes de composición de las globalidades comple­
jas de la vivencia.21 Ese proceso analítico podía aplicarse directamente,
por la vía de la experimentación, a los hechos psíquicos más simples
(percepción, acción, conciencia, sentimientos simples, atención)22 p$co
en lo tocante a los fenómenos superiores (lenguaje, cultura, religión,
hechos sociales), demasiado complejos para permitir una experimenta­
ción analítica, era preciso recurrir a la comparación a través de la “psico­
logía de los pueblos”, que ocupó los últimos veinte años de la vida de
Wundt, a partir de 1900.
Wundt considera al espíritu como una realidad no sustancial sino ac­
tual, fenoménica, y activa, viviente. La causalidad psíquica correspondía
a la ley del desarrollo de un proceso, analizable en sucesión secuencial de

170
elementos, y no en relaciones de sustancias independientes (causalidad
física). Si bien (en última instancia y en un plano metafísico) pensaba
que las realidades físicas y psíquicas eran de la misma naturaleza, corres­
pondiendo el pasaje de las primeras a las segundas a un relevo de la me­
cánica por la lógica (inducción). Wundt no era sin embargo materialista
y no concebía el psiquismo como un fenómeno de esencia fisiológica.
El análisis de los hechos debía más bien sacar a luz el inconsciente, que
constituía el segundo plano en el que tenía su fuente todo lo consciente,
y por lo tanto el objetivo de la investigación psicológica que, como las
ciencias naturales, podía así trascender el plano de las apariencias para
alcanzar el de las causas.
Para Wundt toda actividad mental es una variedad de razonamiento
que pone en relación un objeto y el sujeto; la conciencia registra el re­
sultado de esa actividad inconsciente (cf. las inferencias inconscientes de
Helmholtz) bajo la forma de la afirmación pura y simple de una cuali­
dad, de una señal específicas. En tal sentido, entendía que la actividad
psíquica era esencialmente sintética (síntesis de tipo químico en la que el
producto no se reducía a la suma de los elementos: cf. Stuart Mili), des­
de las simples percepciones hasta el juicio, pasando por el mundo oscu­
ro de los sentimientos, que Wundt analiza como reacciones de
orientación de la conciencia ante ideas y sensaciones.23
No examinaremos el conjunto de las tesis de Wundt, dejando en par­
ticular de lado su teoría, o más bien sus sucesivas teorías de la afectivi­
dad. Es preciso sobre todo retener el hecho de que prolongara principios
fundamentales de Fechner (introducción de la medición y de la experi­
mentación en psicología, estudios psicofísicos) y de Helmholtz (trabajos
de psicofisiología experimental, en particular de la percepción). No obs­
tante, consideremos rápidamente su teoría de la apercepción, incuestio­
nablemente su aporte más personal a la psicología alemana. Si bien, si­
guiendo la tradición herbartiana, considera que la conciencia es unitaria y
sintética, la concibe como una especie de órgano sensorial interno, to­
mando como modelo el campo visual. Dentro de su campo total (per­
cepción), la conciencia posee por lo tanto un punto central de claridad
máxima (punto de apercepción) al que está ligada una función voluntaria
(apercepción) cuyo ejercicio, determinado por las representaciones actua­
les dominantes, se acompaña de una sensación de tensión y esfuerzo, de
uiTacrecentamiento de la acuidad perceptiva y de un estrechamiento
del campo de la conciencia; Wundt estima que el campo aperceptivo no
puede incluir más de seis elementos. En este análisis es posible recono­
cer la influencia de las ideas espiritualistas francesas, ampliamente di­
fundidas en Alemania por las traducciones de las obras de los alienistas
franceses.

171
Los neuropsicólogos

A, Griesinger: el yo y la represión

Lo que se ha convenido en denominar la “mitología cerebral” de fines del


siglo XIX constituyó un intento entusiasta y prematuro por lograr la
síntesis de los datos nuevos sobre las localizaciones cerebrales24 y las e-
laboraciones de una psicología que creía haber arribado por fin a resulta­
dos concluyentes. Con Meynert y Wemicke, Alemania proveyó sin duda
los representantes más eminentes de esa corriente de ideas. La inició W.
Griesinger, del que fue alumno Meynert; por otra parte el primero fundó
la psiquiatría clínica alemana.25 En su Traité des maladies mentales
(1845)26 se encuentra una doctrina psicológica muy interesante cuya in­
fluencia fue inmensa, en particular en Freud, tal como ya lo señalé en el
primer volumen de esta obra.
Sobre la base del modo de funcionamiento de la médula espinal, que
“produce los actos reflejos simples, transformación bastante directa de
las sensaciones en movimientos”,27 Griesinger considera que la activi­
dad cerebral es una esfera intermedia, de alguna manera derivada de esa
reactividad primitiva, que introduce en ella una acción reguladora, facili­
tadora o inhibidora. El cerebro mismo aparece como “un inmenso centro
de acciones reflejas en el cual todos esos estados de excitaciones senso­
riales, de los cuales este órgano es casi constantemente asiento, se trans­
forman en intuiciones de movimientos”.28 De tal modo se constituye
“por así decir una esfera accesoria que ocupa la zona intermedia entre la
sensación y el impulso motor, y esa esfera, extendiéndose, acrecentándo­
se poco a poco, termina por convertirse en un centro poderoso y com­
plejo, que a su tumo domina en muchos aspectos la sensación y el mo­
vimiento. (...) Esa esfera es la inteligencia”.29 Griesinger concibe a esta
última, siguiendo el modelo asociacionista, como una actividad asociati­
va cuyo elemento básico es la representación, “esencialmente constituida
por dos cosas: por una parte, una excitación subjetiva comúnmente muy
débil, apagada, de los centros sensoriales, y por otro lado, una combina­
ción de varias de esas excitaciones qu» dan origen a una imagen general
abstracta”.30
De modo que la representación proviene de la sensación y “entre esos
dos procesos existe una multitud de analogías importantes”,31 que Grie­
singer detalla ampliamente y que a su juicio refuerzan la homología del
funcionamiento de los centros nerviosos inferiores (médula espinal: re­
flejos) y superiores (cerebro: actividad mental).
Si bien la motricidad le parece originalmente instintiva, independien­
te de la inteligencia,32 y directamente activada por las excitaciones sen­
soriales, “por otro lado, las formas generales de esos grandes impulsos

172
de movimentos y su reproducción ideal se mezclan así con un trabajo de
nuestro espíritu, que penetra en la representación aislada como parte in­
tegrante esencial. Así es como la representación misma toma un carácter
motor, una dirección muscular, y en virtud de ello se convierte en es­
fuerzo”.33 Las representaciones tienen por lo tanto una tendencia espon­
tánea a realizarse en acto, una especie de impulso motor, y ello en tanto
que “las sensaciones que provienen de todo nuestro organismo, pero par­
ticularmente de las visceras, del intestino, de los órganos genitales, co­
mo necesidad sensual, nos empujan a actuar; lo hacen a veces levemen­
te, y otras de una manera impetuosa” 34
Los “impulsos sensitivos” provenientes del organismo mismo cons­
tituyen móviles sensacionistas, entre los cuales “los más simples y fá­
ciles de entender son el hambre y el instinto sexual (...), los motivos
más poderosos que dirigen nuestras acciones ”.35 Las sensaciones orgá­
nicas producen sobre todo , en primer lugar, “movimientos oscuros de la
conciencia (...) que en parte se denominan sentimientos, pero que pueden
no encerrar ninguna idea distinta del objeto en que recaen”;36 a continua­
ción establecen lazos con “ciertos complejos de ideas relacionados con el
fin a obtener (que ) luchan contra los obstáculos que se oponen a su lo­
gro”,37 y de ese modo tienden a llegar a la efectuación motriz. Por otra
parte, “una actividad constante reina en esta esfera hundida en las tinie­
blas o el crepúsculo, actividad que es mucho más importante y caracte­
rística para la individualidad que el número relativamente pequeño de ide­
as que pasan al estado de conciencia. Una multitud de irritaciones físicas,
de impresiones nacidas en el seno mismo del organismo golpean de en­
trada y por así decir incluso exclusivamente esa esfera y obran sobre e-
11a, sin que tengamos conciencia, modificando los fenómenos que esa
esfera incluye (y que) contribuyen poderosamente a determinar la dispo­
sición actual del carácter; ellas guían nuestros gustos, dirigen nuestras
simpatías y nuestras antipatías”.38
A esa poderosa síntesis de asociacionismo y de un materialismo en
el que parece prevalecer la influencia de Cabanis, Griesinger iba a inte­
grar una concepción de la conciencia y del yo tomada de Herbart. En e-
fecto, “cuando las ideas nítidas y de las cuales tenemos conciencia, en
virtud de la mezcla de intuiciones de movimiento, llegan a ejercer una
influencia en los músculos, a ese fenómeno se le da el nombre de vo­
luntad. (...) En el fondo, es el mismo proceso del acto reflejo (y) cuan­
do se produce, el alma se siente aliviada, liberada; de ese modo se ha
descargado de las ideas y se restablece su equilibrio”.39 “Pero así como
las sensaciones y los sentimientos se transforman tanto más fácilmente
en tendencias cuanto más enérgicos sean, del mismo modo las ideas se
transforman tanto más en voluntad cuanto más fuertes y persistentes se­
an.”40 Las representaciones, y por su intermedio las tendencias que ellas

173
representan, se entregan por lo tanto a una lucha por ocupar el campo de
la conciencia y lograr descargarse en acto; en esa lucha, la intensidad re­
lativa de las representaciones es capital, pero también lo son las asocia­
ciones de alianza o de contraste que se anudan entre ellas a través de la
perpetua actividad asociativa del cerebro. Así, “en el curso de nuestra vi­
da, gracias a la ligazón progresiva de las ideas, se forma un gran com­
plejo de ideas cada vez más sólidamente eslabonadas. Su particularidad
en cada hombre depende no solamente del contenido especial de las ideas
aisladas provocadas por las impresiones sensoriales y por los aconteci­
mientos externos, sino también de las relaciones habituales de las ideas
con los móviles y la voluntad, y asimismo de las influencias del orga­
nismo entero, que se han convertido en persistentes y activan o entorpe­
cen su producción”.41 Así se constituye el yo que en adelante ejerce u-
na influencia determinante en el despliegue de las representaciones en la
conciencia, “reforzando” los elementos conformes, “reprimiendo” los e-
lementos antagonistas, de tal modo privados de toda posibilidad de efec­
tuación motriz. Ante cada idea que se presenta, “todo el complejo de ide­
as que representa el yo es puesto en juego y, después de haber rechazado
o favorecido la idea primera, concluye por dar la resolución”.42 Ese pro­
ceso es la reflexión, cuya base es la asociación de las ideas, y cuyo des­
pliegue exige un mínimo de calma psíquica. En efecto, las grandes emo­
ciones trastornan el funcionamiento del yo, obstaculizando y anonadando
su actividad reguladora (véase la teoría de la locura y de sus trastornos i-
niciales en Griesinger): de su fuerza y coherencia depende entonces su
capacidad para enfrentar los conflictos de tendencias que pueden presen­
tarse y atravesarlo. Por otra parte, el yo experimenta como placer lo que
facilita la actividad asociativa, como dificultad lo que la traba, y es la
base de una división de las emociones en depresivas y expansivas, clasi­
ficación que ejercerá una influencia duradera en las nosologías psiquiátri­
cas ulteriores.
No obstante, es preciso cuidarse de considerar al yo como un “com­
plejo único de pensamiento y voluntad” (cf. los espiritualistas france­
ses), homogéneo e intangible. “Nuestro yo, en diferentes épocas, es
muy diferente de sí mismo; según sean la edad, los diversos deberes de la
vida, los acontecimientos, las excitaciones del momento, tal o cual
complejo de ideas que, en un momento dado, representan al yo, se desa­
rrollan más que otras y ocupan el primer rango. Somos ‘otro y sin em­
bargo el mismo’. Mi yo como médico, como científico, mi yo sensual,
mi yo moral, etcétera, es decir los complejos de ideas, de tendencias y de
dirección de la voluntad a los cuales se designa con aquellas palabras,
pueden oponerse unos a otros y rechazarse recíprocamente en diferentes
momentos.”43 El yo es por lo tanto múltiple, está atravesado por con­
flictos de tendencias y su unidad armoniosa queda siempre por hacerse y

174
no es dada, en las diferentes circunstancias. Además, las relaciones de
fuerza de los elementos que lo constituyen pueden evolucionar con el
tiempo y los acontecimientos. “Uno de los ejemplos más evidentes y
constructivos nos lo proporciona el estudio (...) de la pubertad. Con la
entrada en actividad de ciertas partes del cuerpo que hasta ese momento
se encontraban en completa calma, y con la revolución que se produce
en el organismo en esa época de la vida, grandes cantidades de sensacio­
nes nuevas, de nuevas tendencias, de ideas vagas o distintas, y de nuevos
impulsos de movimiento, pasan en un lapso relativamente breve al esta­
do de conciencia. Penetran poco a poco en el círculo de las ideas anti­
guas y llegan a formar parte importante del yo\ por ello mismo, éste se
vuelve distinto, se renueva, y el sentimiento de sí sufre una metamorfo­
sis radical.”44
No obstante, más allá de su variabilidad, el yo tiende a la unidad y a
la armonía, y “en estado normal, es sobre todo en el complejo de ideas
de nuestro cuerpo donde los diferentes complejos que pueden representar
el yo encuentran un elemento fundamental de unidad. Aunque esta sensa­
ción física de nuestro cuerpo cambia también en el curso de nuestra vida
(enfermedad, edad, etcétera) el conjunto de las percepciones del cuerpo si­
gue siendo siempre el punto de reunión de todas las otras ideas, como un
centro del que parten los actos motores”.45

B . Meynert y la mitología cerebral

Fue por cierto de una manera muy original y personal como Griesinger
restableció la tendencia materialista a retraducir los datos psicológicos a
metáforas fisiológicas. Su discípulo Meynert iba a elevar al nivel de sis­
tema el aspecto más particularmente neurologizante de la doctrina de su
maestro, imponiendo de ese modo en los países de lengua alemana esa
“mitología cerebral” que también se estableció por otra parte en la mis­
ma época en Francia, con Charcot y su escuela, y en los países anglosa­
jones con Bastían y Ferrier. Ella se basaba en la doctrina de las localiza­
ciones cerebrales, retomada de la tesis frenológica, esa vez apoyada por
descubrimientos anátomo-clínicos (localización de las lesiones de la afa­
sia por Broca en 1861), por trabajos anatómicos (Meynert), y por inves­
tigaciones experimentales con la estimulación cortical localizada
(Fritsch y Hitzig: 1870), todo lo cual le confirió la garantía de una me­
todología rigurosa. La doctrina “unitaria” de Flourens (1824), quien con­
sideraba que los lóbulos cerebrales constituían un todo funcional global
e indiviso, base material del espíritu (tesis de inspiración espiritualista),
perdió así durante cierto tiempo su prevalencia en ese campo de investi­
gación; a principios del siglo siguiente se producirá el retomo de teorías
completamente análogas, con la reacción globalista.

175
Desde 1865 Meynert elaboró su doctrina, a continuación expuesta en
detalle en el primer tomo46 (el único que apareció) de su tratado de psi­
quiatría (1884). Ella se basaba en una concepción del sistema nervioso
que lo presentaba como una red de fibras de conexión que relacionan ele­
mentos nodales, las células nerviosas, y conducen la “fuerza nerviosa” de
uno a otro de esos elementos excitables. En el nivel de la corteza, sus
trabajos de microanatomía iban a permitirle distinguir dos tipos de fibras
blancas de conducción:

—Las fibras de proyección que vinculan la superficie cortical con los


centros grises de la médula y del tronco cerebral, y por lo tanto, a través
de ellos, con el conjunto del cuerpo y su periferia;
— las fibras de asociación que solidarizan y unen entre sí a todos los
puntos de la corteza, constituyendo una inmensa red de conexiones.

La corteza cerebral aparece entonces como una especie de “molusco”


insertado en el funcionamiento reflejo medular, cuya actividad controla y
descompone. Fundándose en su maestro Griesinger pero también en el
asociacionismo de Stuart Mili, Meynert concibió la actividad cortical
como de naturaleza esencialmente asociativa', ella se desarrollaba entre
los diversos territorios de proyección de las sensaciones provenientes de
la actividad subcortical: elementos sensitivos periféricos y sensoriales
(órganos de los sentidos), sensaciones de inervación motriz (sentido
muscular que informa a la conciencia sobre la motricidad refleja espontá­
nea). La asociación de esas sensaciones elementales de diversos regis­
tros, de las cuales la corteza conservaba la huella (“permeabilización” de
las vías de asociación) engendraba a continuación, según el análisis a-
sociacionista, imágenes complejas de objetos, ideas, conceptos y len­
guaje, a través de una actividad inductiva que era sólo el reflejo mental
de las conexiones nerviosas. De ese modo, dos sensaciones simultáneas
(balido de un camero y visión del animal) son asociadas en una imagen
cuyo conjunto podrá ser suscitado por la excitación que produce un solo
elemento (inducción). Ese modelo lógico simplificado adquiere entonces
una segunda valencia por la superposición, en el concepto psicológico
de asociación, de un correlato anátomo-fisiológico, la asociación córti-
co-cortical; en el caso del camero, por ejemplo, la fijación de una liga­
zón entre un punto de la corteza visual y un punto de la corteza auditiva.
A ese fenómeno, Exner, alumno de Meynert, lo denominará vía abierta,
facilitación (alemán Bahnung, francés frayage), después de haberse des­
cubierto la estructura de la neurona.
La corteza cerebral se presenta en consecuencia como un vasto com­
plejo de centros de imágenes, al principio una tabla rasa, donde se ins­

176
criben a la largo de la vida las huellas de todas las sensaciones que allí
dejan su impresión, y de sus ligazones sincrónicas y sucesivas. Meynert
rechaza por otra parte la noción de instinto (cf. Helmholtz), fenómeno
en el que no ve más que una modalidad de la actividad refleja. La motri-
cidad voluntaria se desarrolla sobre la base de las imágenes motrices de­
positadas por aquélla, y de los lazos asociativos con las sensaciones co­
nexas. Así, el niño de pecho que tiene hambre sólo busca el seno des­
pués de una primera experiencia de satisfacción: entonces se establece el
vínculo entre la sensación interna dolorosa y el recuerdo de la satisfac­
ción y de las impresiones a ella ligadas, en particular las sensaciones de
inervación provenientes del acto reflejo de la succión. En suma, el acto
voluntario no es más que la movilización mnémica del acto reflejo sub-
cortical; querer es en última instancia recordar.
Siguiendo ese modelo general se constituye una vasta red cortical a-
sociativa en la que el juego de las oposiciones (asociaciones por contras­
te), y de las correlaciones, limita y coordina las posibilidades asociativas
(pensamiento ordenado). Las sensaciones provenientes del cuerpo propio
constituyen en esa red un núcleo que corresponde a la primera noción del
yo (yo primario infantil); a ese núcleo primitivo se agregan progresiva­
mente las imágenes de objetos del mundo exterior con los cuales está en
relaciones constantes y que de ese modo podrán llegar a serle más caras y
personales que su propia individualidad; la constitución de ese yo se­
cundario explica los valores relaciónales y sociales y su frecuente pree­
minencia sobre la autoconservación.47 Así la estructuración de la red a-
sociativa y la constitución del yo se suman para una regulación del jue­
go asociativo (cf. Griesinger). Pero el funcionamiento de la conciencia
reposa en condiciones metabólicas y en definitiva vasomotrices. Puesto
que las posibilidades de irrigación sanguínea de la corteza son limitadas,
en ella los territorios asignados están en función de sus necesidades, es
decir de la medida en que están en actividad. Por debajo de un cierto nivel
de perfusión, la actividad fisiológica, sin ser nula, es insuficiente para
producir la conciencia, de modo que las imágenes de que se trata son la­
tentes, inconscientes. Volvemos a encontrar en ese punto la teoría del
umbral (Herbart-Fechner), respecto de la cual Meynert intenta en conse­
cuencia una interpretación,metabólica. Se va a servir de ella para expli­
car diversos estados fisiológicos (el dormir y el soñar) o patológicos
(confusión mental y delirios oníricos: su amencia).48 Si, en efecto, a
continuación de condiciones diversas la irrigación sanguínea de la corteza
desciende por debajo de cierto umbral, la red asociativa ya no puede fun­
cionar correctamente y se asiste a una verdadera involución psíquica: in­
coordinación del pensamiento y reducción del yo por regresión a su es­
tructura primitiva infantil (pensamiento borroso, automatismos impul­
sivos “subcortieales”, yo primario egoísta), y después confusión mental

177
propiamente dicha con falta de distinción de las percepciones e imáge­
nes, realización alucinatoria de los deseos, asociaciones azarosas, no re­
conocimiento de los objetos (pensamiento onírico), y finalmente obnu­
bilación, inconsciencia y dormir.

C. El modelo neuropsicológico

Para concluir, nos falta subrayar la inmensa difusión de ese modelo neu­
ropsicológico que constituye el bosquejo básico del pensamiento de
Meynert y que se denominó “conexionismo”, puesto que se fundaba en
la idea de las conexiones nerviosas entre centros corticales de imagen.
Wemicke habrá de perfeccionarlo, lo mismo que Charcot en Francia,49 y
servirá para explicar una multitud de problemas patológicos, desde las a-
fasias hasta las alucinaciones. Pondremos de relieve dos puntos en parti­
cular: \

—La mayor parte de sus partidarios se apoyaban en él para refutar


toda localización de las funciones psíquicas propiamente dichas (con­
ciencia, inteligencia, memoria) aduciendo que, fundadas esencialmente en
las conexiones asociativas, tales funciones aparecen como emanando del
conjunto de la actividad cortical. No obstante, algunos que utilizaban un
modelo psicológico más próximo al esplritualismo o a Wundt (apercep­
ción) trataron de atribuir a ciertas áreas sin especialización sensorial o
motriz particular (corteza prefrontal o puntos de cruce) una función de
regulación y de síntesis; ésa era, por ejemplo, la posición de Flechsig.
—En el conexionismo, el lenguaje es esencialmente concebido como
la asociación de una palabra y una idea (complejo de imágenes) de la que
pasa a ser el signo. La palabra es a su turno analizada como un comple­
jo de imágenes: auditiva (palabra oída), visual (palabra leída), motriz de
articulación (palabra hablada), motriz gráfica (palabra escrita).50 Esta
concepción más taxonómica que nerviosa del lenguaje anula su estructu­
ra al atomizar los componentes. En consecuencia, si bien sigue siendo
presentado como el instrumento necesario de las formas más complejas
del pensamiento, lo que se tiene en vista es su función de signo (y el
cúmulo cultural que autoriza), más que una función propia de analizador.
El pensamiento abstracto es de hecho concebido sin vínculo intrínseco
con el lenguaje, que a continuación se le une como instrumento privile­
giado.

En suma, an el seno de esa nueva versión del asociacionismo encon­


tramos las características constantes de esta doctrina, en este caso hechas
más complejas por la traducción neurológica de sus partes constituyen­

178
tes. Pero en Gran Bretaña ya había surgido la corriente evolucionista: al
principio síntesis,51 será a continuación uno de los terrenos de origen de
una crítica radical.

NOTAS

1. Cf. los capítulos precedentes.


2. Sobre Herbart, cf. los capítulos dedicados a él en la obra de E. G. Bo-
ring: A History o f Experimental Psychology, 1950, y sobre todo
en el estudio fundamental de T. Ribot: La psychologie allemande
contemporaine, 1879.
3. Si bien rechaza la experimentación, por esencia analítica, en nombre
de la unidad del alma, Herbart recomienda la observación; su escue­
la iba en consecuencia a producir numerosos trabajos de psicología
étnica y psicopedagogía.
4. Para Herbart se trata evidentemente de estados inestables: si una repre­
sentación es reprimida por otra más fuerte y antagonista, podrá re­
aparecer si una tercera antagoniza a su tumo a la representación
dominante, o si entra en conexión con una o varias representacio­
nes conscientes (llamado asociativo).
5. En esa concepción de las cosas, Herbart fue fuertemente influido por el
modelo de las proporciones matemáticas en las relaciones armóni­
cas de los sonidos de la escala (cf. el estudio de M. Straszewski:
“Herbart, sa vie, sa philosophie”, 1879).
6. Más detalles acerca de este tema se encuentran en T. Ribot: La
psychologie allemande...
7. También en este punto el campo estético (musical en particular) pro­
porciona el paradigma de emociones determinadas por las relacio­
nes y proporciones de las partes de lo percibido o representado.
8. Toda una tradición filosófica, desde Platón hasta Leibniz y desde Leib­
niz hasta Hegel, se refleja en esa intuición de la conciencia como
efecto y objetivo final de una dialéctica en la que el pensamiento
es más un esfuerzo y una tensión, un proceso, que un conocimien­
to inmanente.
9. Cf. infra, el subtítulo “Griesinger: el yo y la represión”.
10. Sobre Fechner, cf. los capítulos correspondientes de las obras de con­
junto de T. Ribot: La psychologie allemande..., de E. G. Boring:
A History..., y sobre todo M. Foucault: La psychophysique,
1901.
11. Acerca de esta cuestión de la experimentación en psicología, señale­
mos también la obra monumental de E. G. Boring: A History...,
que constituye una notable puesta a punto histórica respecto de a-
quélla.

179
Capítulo IX

LA SINTESIS EVOLUCIONISTA (I):


FUNDAMENTOS TEORICOS

Bain y las bases psicofisiológicas

A. Bain y el sentido muscular

Hasta Stuart Mili inclusive, como ya lo hemos visto, el asociacionismo


inglés siguió siendo una psicología de los estados de conciencia todavía
muy próxima a la teoría empírica del conocimiento y basada en una me­
todología introspectiva. Desde el punto de vista metafísico, el idealismo
de Berkeley era todavía el telón de fondo y Stuart Mili finalmente reto­
mó en gran medida los argumentos de ese autor. Fue a partir de media­
dos del siglo XIX cuando las ideas materialistas, ya muy influyentes en
Francia y Alemania, comenzaron a hacer pie en Inglaterra, reencontrando
de tal modo su tierra de origen y de elección (cf. Hobbes y Hartley).
Las cosas iban entonces a desarrollarse muy rápidamente: en el espa­
cio de una o dos décadas, la psicología inglesa se convirtió en fisiolo-
gista, evolucionista y comparativa. Aunque los autores que provocaron
esa mutación eran en realidad contemporáneos, resulta preferible estu­
diarlos en la secuencia lógica en la que se disponen sus ideas, orden éste
que por otra parte corresponde a la realidad de la repercusión que tuvie­
ron. Así, Bain,1 cuyo tratado apareció el mismo año (1855) que la pri­
mera edición de los Principios de psicología de Spencer, tuvo al co­
mienzo más influencia, incluso sobre el propio Spencer, que en conse­
cuencia modificó considerablemente la segunda edición de su obra
(1873).
Bain era amigo y discípulo de Stuart Mili, y sus propuestas psicoló­
gicas se aproximaban bastante a las de su colega mayor. Al estudio in­
trospectivo, descriptivo, clasificatorio y analítico de los estados de con­
ciencia, siempre añadió no obstante el estudio fisiológico del soporte
material y nervioso de la actividad mental. Más bien inclinado a un ma­
terialismo paralelista (la secuencia de los fenómenos psicológicos, se­
gún él, reposaba en una secuencia correspondiente de fenómenos nervio­
sos), suele conformarse con yuxtaponer, al clásico examen de las sensa­
ciones, imágenes y asociaciones, una revista de las nociones conocidas
de la fisiología de los órganos de los sentidos y del sistema nervioso. En
el dominio del movimiento y del “sentido muscular”, esas posiciones de
principio desembocan no obstante en una tesis más original que signa el
conjunto de su sistema.
Bain reconocía, en efecto, una actividad primaria espontánea, puro
gasto de “fuerza nerviosa”, expresión de la integración de las sustancias
nutritivas en el nivel del sistema nervioso y del exceso de energía que
derivaba de aquélla.2 Esa actividad primitiva, que se desarrolla al azar,
deposita las primeras sensaciones de movimiento, los primeros datos del
sentido muscular. Esos movimientos espontáneos provocan por otra
parte sensaciones particulares de placer y displacer,3 que entrañan su a-
crecentamiento o su inhibición. Así, por la asociación de las emociones,
las imágenes de movimientos y las percepciones, se bosqueja una selec­
ción experimental de los movimientos adecuados para una determinada
experiencia o propia para desencadenar una reacción en particular; la
multiplicación de ese tipo de asociación está en el origen de los que más
tarde aparecerán como fenómenos voluntarios. Estos se basan en la dife­
renciación selectiva de los distintos movimientos asociados de entrada en
las combinaciones difusas de la motricidad espontánea. El poder volun­
tario se origina así en la discriminación y la coordinación de los movi­
mientos elementales que componen a dicha motricidad espontánea, salvo
que la voluntad no puede diferenciar lo que es indiferenciable en la es­
tructura preformada de las inervaciones motrices (es imposible, por e-
jemplo, separar los movimientos de cada dedo del pie).
En el análisis del resumen clásico de lo que corresponde a las diferen­
tes sensaciones en nuestra percepción del mundo exterior, Bain atribuye
por otra parte al sentido muscular un papel capital, puesto que a su jui­
cio desempeña la función esencial en la constitución de nuestra concep­
ción de la exterioridad espacial. El sentido muscular provee directamente
nociones estáticas (resistencia, peso) y dinámicas (duración, extensión);
aliado al tacto, produce las nociones de longitud, superficie, volumen,
forma, dirección y situación; vinculado a la vista (motricidad propia de
los músculos anexos a los globos oculares), genera el espacio visual,
fundamento esencial de nuestra concepción del espacio.
De modo que, si bien, de acuerdo con la tradición de Berkeley, insiste
en la subjetividad total de nuestras sensaciones, Bain subraya en la dis­

183
criminación entre imágenes y percepciones el papel principal de los mo­
vimientos que modifican las segundas y no las primeras.4 “La extensión
es el hecho objetivo por excelencia; el placer y el dolor son las fases
mejor marcadas de la subjetividad. Entre la conciencia de la extensión y
la del placer, está la línea de demarcación más amplia que la experiencia
humana puede trazar en la totalidad del universo existente. De modo que
allí están el extremo objeto y el extremo sujeto: y en último análisis el
extremo objeto parece reposar en el sentimiento de un gasto de energía
muscular.”5 Así como reduce el yo a una simple colección de estados de
conciencia presentes y pasados, Bain, lo mismo que sus precursores aso-
ciacionistas, rechaza desde luego la conciencia como criterio verídico in­
manente de la realidad mental (cf. los espiritualistas): a su juicio, toda
una multitud de hechos demostraban que la conciencia percibía aparien­
cias e ilusiones, tanto en lo concerniente al mundo interno como al
mundo exterior.

B. El modelo psicofisiológico de fines del XIX

Así, en ese tercer cuarto del siglo XIX, en todo Occidente se estableció
un materialismo sólidamente implantado en la neurofisiología. Hemos
estado considerando a sus principales representantes: Taine en Francia;
Helmholtz, Wundt y Meynert en Alemania, Bain en Inglaterra. Cada una
de las componentes nacionales de esa vasta corriente aportó su acento
particular a una concepción de conjunto que siguió siendo extremada­
mente homogénea. Los franceses (ya lo dijimos) continuaron sobre todo
vueltos hacia la psicopatología, y fueron esencialmente los alienistas y
la escuela de Charcot quienes hicieron uso del modelo ahora clásico.6
Los alemanes se adhirieron a una concepción fisicalista, en la que el ide­
al de la medición y de la ley matemática dominó una investigación de
espíritu experimentalista. A través de Bain, Inglaterra conservó el con­
tacto con la teoría lógica, tierra de origen del asociacionismo.
Además, los tratados de psicología de ese período presentan un sor­
prendente homomorfismo: lo atestigua el largo capítulo dedicado a la a-
natomía del sistema nervioso y de los órganos sensoriales que en todas
esas obras constituye una parte importante, y que suele ser la entrada en
materia. La convicción de que todo hecho psíquico es al mismo tiempo
un hecho físico, nervioso por cierto, pero que interesa también al con­
junto del organismo, constituyó en adelante la columna vertebral de la
psicología. A ese lenguaje común se tradujeron las tesis psicológicas
heredadas del asociacionismo, del utilitarismo, incluso del esplritualis­
mo, entonces confirmadas, enmendadas, rectificadas por una búsqueda
cuya preocupación por el carácter concreto, a un siglo de distancia, suele
hacemos sonreír.

184
Sobre esa base se erigió el edificio evolucionista: la ligazón, la iden­
tidad de lo psíquico y lo corporal, en efecto, más que un postulado cons­
tituía para esta posición una evidencia previa tan segura que ni siquiera
planteaba más problemas. Sólo con esa condición el espíritu pudo inte­
grarse conceptualmente a la sucesión jerárquica de los fenómenos natura­
les. Durante mucho tiempo las dos concepciones estuvieron lo bastante
próximas entre sí como para mezclarse, confundiendo sus fronteras: nu­
merosos representantes prominentes de ambos movimientos eran con­
temporáneos, no cesaban de citarse recíprocamente y de tomar unos de
otros sus conceptos y sus materiales. Sin embargo, retroactivamente, la
delimitación es evidente y, como veremos, concluyó por cristalizarse en
un conflicto irreductible.7

Spencer

A. Orígenes del evolucionismo

El evolucionismo fue resultado de la síntesis de dos corrientes de pensa­


miento. La primera, relativamente antigua, se originaba en la idea de que
las transformaciones sociales (en sentido amplio: políticas, intelectua­
les, técnicas, morales, etcétera) de las que la historia había podido hasta
ese momento conservar el recuerdo, ponían grosso modo de manifiesto
una evolución, en el sentido de un progreso continuo, de modo que desde
los orígenes se habrían sucedido las etapas de un desarrollo que sin cesar
conducía al hombre y a la sociedad hacia un grado mayor de bienestar, de
libertad, de saber y de técnica, y también de conciencia. Si bien la idea
del devenir se puede encontrar muy lejos en la historia del pensamiento,
es indudable que fue la época clásica la que proveyó sus bases materiales
a esa corriente intelectual. La conciencia aguda de las mutaciones que
signaron el fin de la Edad Media y el Renacimiento (nacimiento de las
ciencias exactas, advenimiento de un pensamiento político individualis­
ta, autonomización de la filosofía respecto de la religión, progreso de las
técnicas, etcétera) se expandió en el siglo de las luces con la certidumbre
de la llegada de un hombre nuevo que la gran Revolución querrá ubicar
en la base del nuevo orden social.
El despliegue de un proceso evolutivo social les pareció entonces e-
vidente a quienes observaron que en algunos siglos se había pasado de u-
na sociedad feudal y cristiana a Estados de ideología democrática, y de u-
na economía de subsistencia a la sociedad industrial y científica. Por lo
tanto, si bien esa corriente de pensamiento se originaba en la filosofía de
las luces (en Condorcet en particular), fue en la primera mitad del siglo

185
XIX cuando se convirtió en un tema filosófico dominante, con los pro­
fetas del socialismo utópico (Saint-Simon, Fourier) y sobre todo con
Hegel y Auguste Comte,8 quien, como se sabe, tomó mucho de los pri­
meros. La doctrina comteana de los tres estados (teológico, metafísico,
positivo) por los cuales a su juicio pasaba todo campo u objeto de pen­
samiento y, en correspondencia, toda organización social, iba a ejercer
una influencia preponderante tanto en Spencer como en los primeros te­
óricos de la antropología comparada.
La segunda corriente, más reciente, estaba representada por el trans­
formismo, es decir el descubrimiento de que las especies animales y ve­
getales, lejos de perpetuarse idénticas a sí mismas desde el Génesis, no
habían cesado de evolucionar y transformarse, y que con igual derecho
podían dar lugar a un cuadro clasificatorio y a un árbol genealógico. La
biología se constituyó verdaderamente en el pasaje del siglo XVIII al
XIX, en tomo del vitalismo y de la noción de organización que privile­
giaba el funcionamiento vital unitario del organismo en relación con la
autonomía de los órganos. El juego de las comparaciones en la morfolo­
gía externa de las especies, que generó los cuadros taxonómicos de la é-
poca clásica, fue reemplazado entonces por el estudio del plan de organi­
zación interna y la anatomía comparada. El nacimiento de la geología y
el estudio de los fósiles proporcionó materiales complementarios a esa
evolución conceptual que Lamarck9 dotó de un aparato teórico en su
Filosofía zoológica (1809).10 Es preciso observar la visión armonista
del universo en cuyo seno se ubican estas concepciones: la evolución de
las especies las conducía a una complejidad cada vez mayor de su organi­
zación y a una adaptación cada vez mejor al medio; los esfuerzos del or­
ganismo por satisfacer sus necesidades y los hábitos adquiridos en el
proceso modificaban directamente los órganos y la organización, cam­
bios éstos que se transmitían a la descendencia. Las especies vivas cons­
tituían así una gradación progresiva en la que cada grupo representaba u-
na etapa de un proceso de perfeccionamiento indefinido. Se habrá adver­
tido la homología de esta tesis con la ideología social del progreso: ve­
remos de qué modo Darwin se aparta nítidamente de una tal concepción
del transformismo.
También otras corrientes (geología, astronomía, paleontología, an­
tropología, arqueología, estudio de las lenguas, etcétera) concurrieron a
la constitución del evolucionismo. Como lo ha subrayado con énfasis
Michel Foucault {Les mots et les choses), fue todo el conjunto del
pensamiento occidental el que, desde principios del siglo XIX, integró la
dimensión diacrónica y empezó a pensar la historia. En tal sentido, Her-
bert Spencer sólo fue el espíritu más sintético, el pensador más amplio
y el precursor de una vasta corriente que por otra parte produjo también a
Karl Marx, Charles Darwin y los inicios de la antropología comparada.

186
En ella el ser perdió su estabilidad y su autonomía (cf. las mónadas de
Leibniz) para reducirse a un devenir continuamente móvil y a una inter­
dependencia permanente respecto de lo antecedente y lo coexistente.

B. La psicología spenceriana

Los grandes lincamientos de la doctrina de conjunto de Herbert Spencer


aparecen enunciados en la primera edición (1855-1856) de Principios de
psicología, pero todos sus aspectos fueron desarrollados sistemática­
mente en los diez volúmenes de su Sistema de filosofía sintética
(1862-1892). La nueva versión de Principios de psicología (1870-1872)
constituyó los volúmenes cuarto y quinto, entre los Principios de la
biología y los de la sociología.11 En el ínterin habían aparecido las o-
bras de Darwin, lo mismo que numerosos trabajos de sociología primi­
tiva, cuyos materiales e ideas Spencer utilizó con frecuencia en esa gran
síntesis del pensamiento evolucionista.
De modo que con Spencer la psicología empirista abandonó el área
del fenomenismo en la que la habían confinado Berkeley y Hume. Spen­
cer propuso como marco conceptual un realismo “transfigurado”, cerran­
do de esa manera el ciclo iniciado por los nominalistas occamianos del
prerrenacimiento. Según él, existe una correspondencia global entre la
realidad externa y los datos de la percepción, aunque el conjunto de los
elementos y sus relaciones estén tan deformados que lo real, en su esen­
cia, siga siendo incognoscible para siempre. No obstante, la correspon­
dencia entre las variaciones concomitantes de los dos tipos de fenóme­
nos, externos e internos, permite la construcción de las ciencias positi­
vas. Por lo tanto, el conocimiento sensible no es simplemente reducti-
ble a hechos de conciencia: también constituye el símbolo, la transposi­
ción de lo incognoscible, es decir de las causas últimas (esencia de la
materia, de la fuerza, del espíritu, en resumen, del ser). Esa expresión
tomada de Hamilton señala la posible conciliación que procura Spencer
entre un saber limitado a los fenómenos, a las transformaciones de lo
incognoscible (positivismo) y una religión excluida de lo real sensible.
Sobre tales bases puede entonces enunciarse la gran ley que gobierna
la transformación de las realidades existentes: la ley de la evolución. La
persistencia de la fuerza, la multiplicidad de los efectos, entrañan un pa­
so incesante de lo homogéneo, difuso, incoherente, a lo heterogéneo, de­
limitado, coherente, tanto en el nivel de la materia como en el del movi­
miento: el resultado es una diferenciación cada vez mayor del ser, un a-
crecentamiento de la complejidad de su estructura. Una ley inversa, de
disolución, acompaña desde luego a la gran ley de la evolución, llevan­
do lo complejo a lo simple, lo heterogéneo diferenciado a lo homogéneo
indiferenciado. Spencer puede así trazar el bosquejo de una génesis evo­

187
lucionista: desde la nebulosa primitiva hasta la condensación del sistema
planetario (tesis de Laplace), desde el globo en fusión hasta la infinita
diversidad de la corteza terrestre, desde el organismo unicelular hasta las
plantas y los animales más complejos, desde los peces a los mamíferos
primitivos, y después hasta los primeros hombres, desde la unidad pri­
mitiva del género humano hasta las diferentes razas que lo componen en
la época moderna, desde estas últimas a las diversas civilizaciones, hasta
la diferenciación incesante y además creciente de los hechos sociales y
culturales, desde las sociedades primitivas hasta la Inglateira victoriana y
las relaciones internacionales. En efecto, consideraba evidente la analo­
gía entre la evolución de las especies y la de las sociedades: crecimiento
en tamaño, creciente diferenciación estructural interna, mayor compleji­
dad de la organización y aumento de la dependencia recíproca de los ele­
mentos en la división del trabajo orgánica o social.
En consecuencia, parecía claro que los fenómenos fisiológicos y psi­
cológicos debían ser concebidos como esencialmente de la misma natu­
raleza y ubicados en una continuidad evolutiva y genética. En el orga­
nismo unicelular, la irritabilidad primitiva de un tejido no diferenciado
asegura el conjunto de las funciones metabólicas y reproductoras. A-
compañando al acrecentamiento cuantitativo y de la diferenciación de los
elementos constitutivos, las diversas funciones vitales se van a encon­
trar, en los organismos pluricelulares, asumidas por aparatos especiali­
zados; así, el sistema nervioso centraliza progresivamente las funciones
de adaptación al ambiente, en particular las sensorio-motrices. El arco
reflejo simple constituye su organización primitiva, en la que una sola
contracción responde a una sola impresión. La vida consiste en efecto en
un ajuste continuo de las relaciones internas (organismos) a las relacio­
nes externas (medio circundante): la correspondencia es al principio di­
recta y homogénea, y el ser unicelular sólo puede sobrevivir en un me­
dio adecuado que presente características fijas. Acompañando a la evolu­
ción, el carácter cada vez más complejo de las estructuras biológicas per­
mite una extensión del poder adaptativo en el espacio y el tiempo, un
crecimiento de las capacidades de respuesta y del poder discriminador y la
capacidad sintética ante las modificaciones del medio; las corresponden­
cias se vuelven cada vez más numerosas y complejas, distantes y especí­
ficas; su coordinación y su integración permiten la supervivencia en
ambientes cada vez más variables y en condiciones cada vez más alejadas
de las condiciones originales óptimas.
El desarrollo del sistema nervioso desempeña una función esencial en
ese progreso: del reflejo simple se pasa al reflejo complejo, en el que u-
na combinación de contracciones musculares responde a una combina­
ción de impresiones. El instinto, transmitido hereditariamente, es un fe­
nómeno de naturaleza idéntica, en el que las coordinaciones son aun más
complejas y organizadas. A partir de un cierto nivel de diferenciación y
de complejidad, los montajes instintuales ya no pueden funcionar de ma­
nera automática: su puesta en acción se vuelve más irregular y conflicti­
va, puede ser sólo bosquejada y reprimida, y se ingresa en la esfera psí­
quica propiamente dicha. La memoria, en efecto, consiste en un inicio
de puesta en acto, de inervación motriz, de naturaleza instintual, en res­
puesta a las impresiones perceptivas correspondientes, de tal modo reco­
nocidas.12 Así se constituyen las imágenes mentales, recuerdos debilita­
dos de las percepciones y de las respuestas motrices correspondientes que
las ubican, y después base del desarrollo de la inteligencia.
Por otra parte, el deseo también se origina en esa fase evolutiva: es
el aspecto motriz, impulsivo del acto instintual retenido en su realiza­
ción por la puesta en juego de factores antagonistas. El produce los fe­
nómenos voluntarios, siendo la volición el resultado del conflicto de
impulsos hacia el acto cuando desemboca en el movimiento apropiado.
El deseo es también la fuente de los sentimientos simples cuya agrega­
ción en virtud de las asociaciones mentales va a constituir las emocio­
nes, tanto más poderosas cuanto más importante sea el número que a-
grupan de sensaciones elementales, es decir de impulsos instintivos. Es
el caso de la pasión amorosa, que según Spencer agrega a los elementos
puramente físicos emociones estéticas, sentimientos no sexuales de a-
fecto, de admiración, de satisfacción de la autoestima, un placer de pose­
sión y la participación simpática en el placer del compañero; cada una de
estas emociones es en sí compleja y conduce a un alto nivel de excita­
ción, y el agregado final representa una de las motivaciones más podero­
sas que afectan al ser humano. Existe en efecto un vínculo íntimo entre
sentimiento y volición; en ese punto Spencer se adhiere al utilitarismo,
cuyo análisis renueva considerablemente: el placer resulta del ajuste ade­
cuado entre el organismo y su medio; el bien y las leyes de la naturaleza
están consecuentemente en una conrelación estrecha; todo organismo que
no respetara esa necesidad estaría automáticamente destinado a la destruc­
ción (interpretación biológica del utilitarismo).
Aún nos falta subrayar al pasar un punto esencial de este análisis e-
volucionista del psiquismo: este análisis retoma el esquema fisiologista
del reflejo como modelo estructural de la actividad mental (cf. Griesin­
ger) pero introduciendo un matiz capital. Si bien, en efecto, las “faculta­
des mentales” siguen siendo pensadas como las formas más elevadas de
los procesos sensorio-motores (volveremos a encontrar este punto en
Jáckson), si bien la neurología subsiste como base material, fundamento
de la psicología (incesantemente Spencer se manifiesta paralelista), el e-
volucionismo introdujo sin embargo una jerarquía allí donde el fisiolo-
gismo veía una homología de estructura. Así, tanto el pensamiento co­
mo el lenguaje o la afectividad aparecen naciendo de una represión de la

189
acción (en el sentido del acto impulsivo) cuyo relevo aseguran. Resulta
entonces que se atribuye al psiquismo una función esencial, lo que im­
posibilita toda concepción simplemente “epifenomenista” (la conciencia
como epifenómeno de la actividad nerviosa superior, sin función pro­
pia). Veremos la importancia que este tema tuvo para Jackson, para
Freud y para los funcionalistas. Señalemos en seguida que al reintroducir
potencialmente una causalidad psíquica, condujo a un dualismo por lo
menos metodológico, más allá de un puro determinismo mecánico (mo­
nismo).
Los mismos principios generales iban a guiar el análisis de la inteli­
gencia en Spencer: en él se encuentra el camino clásico del asociacionis­
mo traspuesto al plano de una génesis evolucionista, concepción más
amplia que permite integrar en ella numerosas criticas, en particular a-
prioristas. Para Spencer, la condición de todo pensamiento y toda con­
ciencia reside en la desemejanza, que es lo único que hace posible una
discriminación de los estados de conciencia sucesivos. La operación fun­
damental del espíritu es entonces la percepción de las relaciones de se­
mejanza (no cambio) o de diferencia (cambio: sucesión, secuencia) en el
nivel de los datos perceptivos brutos o de sus recuerdos debilitados, las
imágenes mentales. El resultado del funcionamiento mental elemental es
por lo tanto la diferenciación y la integración continua de los estados de
conciencia; allí se origina la clasificación (de las cosas) y forma la base
del razonamiento primitivo, concreto y cualitativo (clasificación de re­
laciones). La percepción de la igualdad de las cosas y de las relaciones
desemboca en la búsqueda de la identidad, lo único que permite el razo­
namiento cuantitativo y la medición; la extensión lineal provee el mo­
delo y el patrón al que se reduce todo cálculo. Los nombres de las unida­
des de medida (pulgada, pie, paso, codo), las bases evidentemente digita­
les (5, 10, 20) de los sistemas de numeración más usuales, traicionan
sin ambigüedad el origen concreto y empírico de las operaciones de
cuantificación. De la coordinación de los razonamientos cuantitativos
nacen las ciencias abstractas; el conjunto de las ciencias, sea cual fuere
su nivel de evolución, siguen estando vinculadas entre sí por un consen­
so técnico y conceptual.
Lo mismo que la vida, la inteligencia consiste en una corresponden­
cia de las relaciones externas y las relaciones internas, en este caso entre
las secuencias y coexistencias reales del pensamiento. El grado de atrac­
ción entre elementos psíquicos es correlativo del grado de ligazón de los
hechos reales correspondientes. Allí encontramos las bases de la ley de
asociación de las ideas, salvo que su sustrato es fisiológico (cambio co­
rrelativo de los elementos nerviosos) y que ciertas asociaciones indisolu­
bles, como el espacio y el tiempo, se transmiten hereditariamente a tra­
vés de la estructura del sistema nervioso.

190
Al análisis empírico y asociacionista de la inteligencia (tal como lo
ha recibido de Stuart Mili), Spencer le añade en consecuencia la correc­
ción de la existencia de relaciones fisiológicas preestablecidas, transmiti­
das hereditariamente, base de las presuntas formas a priori del pensa­
miento; el análisis empírico sigue siendo filogenéticamente exacto, si
bien su proceso ya no se despliega de nuevo en cada individuo. Así
Spencer, lo mismo que Bain, puede analizar la relación de coexistencia
constitutiva de la noción de espacio en tanto que secuencia de hechos de
conciencia perfectamente reversible (por oposición a la relación de suce­
sión temporal) —y por lo tanto reducir el espacio al tiempo, dimensión
específica de la conciencia— mientras considera el espacio y el tiempo
como formas innatas del pensamiento.
El evolucionismo representó en efecto la gran síntesis de las diversas
corrientes de la psicología europea del siglo XIX: integró en una con­
cepción fundamentalmente empirista y asociacionista el apriorismo kan­
tiano y el nativismo, así como la jerarquía psicológica de los espiritua­
listas, todo ello en un marco materialista y psiconeurológico. De ese
modo iba a representar el horizonte más general del pensamiento de fin
de siglo en psicología y filosofía; los autores se diferenciaban más por
matices “dialectales” que por verdaderas divergencias, siempre en el inte­
rior de esa “lengua fundamental” común. Desde esa perspectiva tendre­
mos que estudiar el matiz darwinista del evolucionismo.

C. La antropología evolucionista

Pero el pensamiento psicológico de Spencer superó ampliamente el


marco individualista heredado del asociacionismo, que constituía el hori­
zonte de las tesis fisiológicas o espiritualistas. Su sociología13 fue por
más de una razón la fuente y la síntesis de otra gran corriente de la psi­
cología evolucionista. Si bien Spencer tomó de Comte la palabra mis­
ma y, con ella, la idea de un orden propio de los fenómenos sociales, i-
rreductible a la suma de los hechos individuales que aquéllos abarcan, la
teoría de la evolución le permitió en ese caso como en otros hacer apare­
cer un vínculo genético entre esos órdenes empíricos que según Comte
eran radicalmente heterogéneos.
Ya hemos visto que Spencer atribuye a las sociedades un tipo de e-
xistencia homólogo al de los organismos: crecimiento progresivo en
volumen, diferenciación interna creciente, solidaridad e interdependencia
cada vez mayor entre los elementos constituyentes; la comparación entre
la evolución dé los dos órdenes de fenómenos parece convincente e ilus­
tra su continuidad genética. A partir de una organización primitiva indi-
ferenciada, en la que los miembros del grupo son funcionalmente inter­
cambiables, surge una diferencia entre los individuos encargados de las

191
relaciones externas, en particular de la guerra (amos), y los que aseguran
las relaciones internas de subsistencia (esclavos). Cuando, como conse­
cuencia del crecimiento propio del volumen o por la agregación de los
grupos entre sí, la entidad social toma una dimensión tal que la separa­
ción entre las dos clases que la componen se hace tajante y plantea pro­
blemas prácticos, se interpone un sistema distribuidor intermediario. A
partir de esas tres capas fundamentales se desarrollan a continuación el
sistema productor o de sostén, el sistema distribuidor o de transporte, y
el sistema regulador, gubernamental y militar; este último, a través de
las instituciones ceremoniales indispensables para su dominio sobre el
conjunto social, dará origen a las instituciones políticas, religiosas y
sociales. Es patente la analogía entre ese esquema general y las etapas de
la evolución embrionaria: masa celular indiferenciada, embrión de dos y
después de tres plegamientos, desarrollo de los diferentes órganos y de la
jerarquía orgánica.
Pero si bien el hecho social tiene de ese modo un orden propio de e-
xistencia y desarrollo, también descansa en ciertos caracteres psicológi­
cos de los individuos constituyentes de los grupos humanos; a la recí­
proca, y acompañando a la evolución de las sociedades, esos caracteres
psicológicos sufren ellos mismos una evolución muy importante.14 Y
al principio la existencia misma del grupo reposa en la aparición de un
tipo particular de sentimientos que Spencer opone a los sentimientos e-
goístas basales (utilitarismo puramente individual) como sentimientos
altruistas, que corresponden a lo que los utilitaristas denominaban “sim­
patía”. En el nivel inferior, están de entrada los sentimientos ego-al­
truistas: el individuo “aprende por experiencia la utilidad que tiene, en lo
que concierne a sus propios fines, evitar la conducta que provocaría en
los otros manifestaciones de cólera, y adoptar la que suscita en ellos ma­
nifestaciones de placer”.15 Como consecuencia de las peculiaridades pro­
pias del psiquismo primitivo,16 esas nociones se interiorizan y generan
una primera forma de moral y de sentimiento religioso, basada en la ver­
güenza, el miedo y el gusto por la aprobación. Sólo mucho más tarde a-
parecen los sentimientos altruistas propiamente dichos (generosidad,
piedad, sentimiento de justicia, misericordia): para ello es preciso una
prolongada elaboración sintética de los elementos precedentes, su enrai-
zamiento en virtud de la herencia, y también la disminución de las acti­
vidades guerreras y predadoras necesarias para los grupos primitivos.
Todo ello significa desde luego que una serie de conflictos entran en
juego entre los grupos de tendencias y sentimientos que aparecen sucesi­
vamente en la evolución de las especies (y de la especie humana) y que
representan intereses potencialmente antagónicos. Así, Spencer subraya
la oposición entre la conservación individual y la reproducción de la es­
pecie (sexualidad), lo mismo que entre esos grupos instintivos primor­

192
diales y las tendencias sociales de aparición ulterior. En Darwin veremos
este punto más acabadamente desarrollado.
Todas esas nociones permitieron a Spencer trazar un retrato del hom­
bre primitivo y de las características generales de su psicología: impul­
sividad, predominio de la acción primaria de las emociones, sin gran de­
liberación consciente (poca acción del juicio), conservadorismo funda­
mental (escasa plasticidad, fijeza de las costumbres), dominio en la co­
hesión de los sentimientos ego-altruistas (cf. el status de las mujeres, la
ausencia de la verdadera moral). En el plano intelectual, el rasgo domi­
nante es la incapacidad para alcanzar lo general, la abstracción, la preci­
sión del pensamiento. Carácter concreto, proximidad, rigidez de las cre­
encias y de las concepciones, predominio de la imaginación simplemen­
te reproductora por sobre la imaginación creadora, ausencia de espíritu
crítico y de escepticismo: a una vida intelectual poco desarrollada,17 po­
co curiosa, rígida, se oponen excelentes facultades perceptivas, una gran
destreza, movimientos hábiles, una multitud de observaciones elementa­
les concretas. Estas últimas, desde luego, sólo pueden generar clasifica­
ciones groseras, concretas, analógicas. Pero de los conocimientos y de
los medios intelectuales limitados del primitivo ante los misterios del
mundo y de la vida emerge sobre todo una visión muy peculiar: la duali­
dad del mundo que Tylor acababa de bautizar como animismo.
“Los cambios en el cielo y sobre la Tierra favorecen en el salvaje la
noción de dualidad, que por otra parte le confirman las sombras y los e-
cos, los sueños y el sonambulismo, y aun más la insensibilidad anor­
mal del síncope y la apoplejía; esas formas temporarias de inconsciencia
se ligan en su espíritu con la forma duradera de inconsciencia en la que
no se puede hacer volver al doble, con la muerte. La creencia de que los
dobles de los hombres muertos son la causa de todas las cosas extrañas y
misteriosas empujó a los hombres primitivos a cuidarse de ellos con la
ayuda de exorcistas y hechiceros, o a hacerlos propicios mediante plega­
rias y alabanzas. De estas últimas observancias provienen todas las cla­
ses de culto. Además de esos productos aberrantes del culto a los antepa­
sados que resultan de la identificación de éstos con ídolos, animales,
plantas y fuerzas naturales, hay desarrollos directos de ese mismo culto.
En la tribu, el jefe, el mago, o algún otro personaje que posee cualquier
capacidad, respetado durante su vida por manifestar un poder de origen y
alcance desconocidos, inspira un grado de temor más grande cuando, des­
pués de su muerte, adquiere el otro poder que poseen todos los espíritus.
Con mayor razón aun, al extranjero que aporta artes nuevas, y al con­
quistador de raza superior, se lo trata como a un ser sobrenatural durante
su vida, y se lo adora después de su muerte como a un ser sobrenatural
todavía más grande. Así, partiendo de la idea del doble viajero que sugie­
re el sueño, pasando al doble que se va en el momento de la muerte, pa­

193
sando de este espíritu, al que al principio sólo le atribuye una vida tem­
poraria, a espíritus existentes para siempre, y cuyo número crece sin ce­
sar, el hombre primitivo poco a poco puebla el espacio ambiente de se­
res sobrenaturales, pequeños y grandes, que en su espíritu se convierten
en las causas de todo lo que es extraordinario. Y extremando lógicamente
este método de interpretación así inaugurado, se entrega a las supersti­
ciones cada vez más numerosas que hemos mencionado.”18
Spencer estaba suscribiendo los trabajos sobre antropología primiti­
va: Mac Lennan, Lubbock, Tylor, Morgan,19 publicaron sus principales
obras en el corto lapso que media entre 1865 y 1877, e inspiraron tanto
a Spencer como a Darwin y Marx.20 Recordemos que junto al estudio de
la psicología y de las costumbres del primitivo, su preocupación esen­
cial concernía a las formas primitivas de la familia y de las relaciones
conyugales. Si bien en general divergen en cuanto al esquema evolutivo
propuesto, Spencer coincide con Bachofen (1861) en la idea de un esta­
dio preliminar de promiscuidad sexual a partir del cual se organiza el
matrimonio de grupo y después el matrimonio propiamente dicho, cada
úna de esas fases lleva consigo una organización social y cultural parti­
cular, cuyas huellas se aplicaron a encontrar en los cuatro puntos cardi­
nales del planeta.21

El darwinismo

A. La especificidad de la antropología darwiniana

Los cuadernos de notas manuscritas de Charles Darwin indican que los


grandes lincamientos y numerosos detalles de su pensamiento ya eran
claros para él desde 1838-1839. No obstante, aguardará veinte años para
publicarlos, hasta que Wallace estuvo a punto de adelantársele y de poner
en circulación una versión por otra parte empobrecida de las mismas te­
sis. Todavía L ’origine des espéces (1859) sólo alude tímidamente a la
especie humana, en las últimas líneas de la conclusión. Hasta 1871, en
La descendance de l'homme, Darwin no se arriesgará a publicar sus te­
sis antropológicas y psicológicas. En el ínterin, el evolucionismo en­
contró su teórico en Spencer, y el pensamiento de Darwin tenderá a fun­
dirse en la comente general sin revelar en seguida su originalidad.
Recordemos que la columna vertebral del darwinismo estaba consti­
tuida por una\concepción inédita del transformismoVel modelo utilizado
por Darwin estaba representado por la selección de las especies domésti­
cas de plantas y las razas domésticas de animales: el criador obtenía im­
portantes modificaciones de la raza cruzando los individuos que presenta-

194
ban variaciones espontáneas que iban en el sentido que él buscaba y re­
pitiendo la operación en un gran número de generaciones. Ese era el
mismo proceso que operaba en la naturaleza sin intervención voluntaria:
la selección natural favorecía sistemáticamente la descendencia de los
^mcjor dotados y su progenie era más numerosa y estaba mejor armada
para la lucha por la vida;22 a lo largo de innumerables generaciones, de
los antepasados comunes derivaban especies nuevas especialmente adap­
tadas a tal o cual medio en particular; los eslabones intermedios con fre­
cuencia desaparecían en el curso de ese proceso evolutivo, que explicaba
la enorme cantidad de especies vivas diferentes que pueblan el planeta, y
a la vez la presencia y la ausencia, según los casos, de las formas inter­
medias (algunas veces también recuperadas en forma de fósiles);Esto e-
quivale a señalar la importancia en la formación del darwinismo de la
geología de Lyell, quien, desde 1830, trastrocó la concepción clásica de
la historia de la Tierra, al demostrar la edad entonces casi inconmensura­
ble que había que atribuirle 23 Así, resultaba pensable una evolución
lenta, insensible, que desplegara su proceso en millones de generaciones,
con lo cual el transformismo adquiría su verdadera significación.
Por otra parte, Darwin reconocía la presencia de otros mecanismos de
evolución. Por un lado, como Spencer, reservó un lugar a la adaptación
y a la herencia de los caracteres adquiridos, es decir al lamarckismo: fue­
ron sus discípulos más tardíos (Weismann en particular) quienes recha­
zaron totalmente ese mecanismo, abriendo un debate que aún está lejos
de haberse resuelto verdaderamente. Además, reservará en consecuencia
un lugar por lo menos equivalente a la selección sexual, cuya exposi­
ción ocupa las dos terceras partes de la obra de 1871; ciertos caracteres
sexuales carentes de valor adaptativo,24 en efecto, desempeñaban un pa­
pel principal en la selección de las especies, interviniendo en el nivel de
la competencia sexual, favoreciendo a ciertos individuos en detrimento
de otros en la conquista del compañero y por lo tanto en la reproducción.^
Ciertos autores, como Sulloway, pretendieron discernir, por la distin­
ción de las dos selecciones, la presencia en Darwin de una oposición
conceptual entre instinto de reproducción e instinto sexual. Si bien re­
trospectivamente se puede tener la ilusión de encontrar en su obra una
concepción semejante, en ninguna parte de dicha obra se la lee explícita­
mente y, como habremos de verlo, ella se opone a su concepción gene­
ral del instinto. Los teóricos del instinto sexual, por otra parte, provení­
an de una corriente de pensamiento totalmente distinta, como lo exami­
naremos más adelante.
Lo que más importa aquí es la concepción que tiene Darwin de la
“antropogenia” —para retomar el título de una de las grandes obras de su
discípulo Haeckel— y las concecuencias psicológicas que de ella deri­
van. La descendencia del hombre25 intenta demostrar que “el hombre ‘

195
desciende de una especie inferior”, incluyéndolo en cuerpo y alma en la
gran cadena de la evolución de las especies. Su razonamiento con respec­
to al psiquismo humano sigue el modelo de los argumentos presentados
concernientes a la estructura somática, que son de tres tipos:

— Analogías estructurales en el nivel de la anatomía, de la morfolo­


gía, de la embriología, de la fisiología y de la patología (enfermedades y
parásitos comunes, por ejemplo) comparadas; las conformaciones ho-
mólogas de la especie humana y especies animales (sobre todo mamífe­
ros, en particular los más evolucionados, los monos antropoides) eran
innegables y por otra parte conocidas desde hacía mucho tiempo.
— Similitud en el desarrollo ontogenético. Esta es la famosa “ley
biogenética fundamental” de Haeckel, su gran discípulo alemán: “la on­
togenia es un resumen de la filogenia”.26 Así, el embrión humano pasa
por las diferentes fases de desarrollo de la especie, desde la célula única
hasta el pez con branquias y el mamífero. En el curso de ese proceso re-
capitulador, numerosos órganos aparecen y después involucionan.
—Existencia en el hombre de numerosos rudimentos de órganos de
especies inferiores, más o menos desarrollados según los individuos
(forma de la oreja externa, olfato, muelas del juicio, pilosidad, apéndice,
cóccix, etcétera). A veces también se verifican verdaderos retornos atávi­
cos de los caracteres morfológicos de los antepasados animales del hom­
bre, patológicamente (útero tabicado, cerebro de los microcéfalos) o den­
tro de límites fisiológicos (caninos, pilosidad, detalles de la musculatu­
ra, etcétera).

Todos esos hechos, numerosos y convincentes, junto a la extrema


variabilidad espontánea de los caracteres somáticos de la especie, hablan
en favor del origen común del hombre y otras especies animales. Sub­
siste el argumento principal de los adversarios de esta teoría: la incon­
mensurabilidad del espíritu humano con las manifestaciones psicológi­
cas de los animales más desarrollados. Darwin la reconoce sin reservas:
“La diferencia entre el poder mental del mono más elevado y el del sal­
vaje más tosco es inmensa.”27 No obstante señala que también es in­
mensa entre un pez inferior y un mono antropoide, cuyo parentesco re­
moto ya nadie negaba, y por otro lado entre un salvaje “y un Newton o
un Shakespeare”. Además, en el curso de la(ontogenia‘humana, el desa­
rrollo mental se produce progresivamente, desde la vida psíquica elemen­
tal del recién nacido, y después del niño (la cual, en muchos aspectos, e-
voca los diversos grados de la escala animal), hasta la plenitud intelec­
tual y moral del adulto.28
Para tratar correctamente ese problema es preciso no detenerse en
la apariencia de los fenómenos, sino más bien preguntarse si existe entre

196
el hombre y los animales, desde el punto de vista mental, una diferencia
fundamental de naturaleza, o si no se trataría sobre todo de una diferencia
cuantitativa en el nivel de ciertos elementos comunes. En consecuencia,
Darwin va a entregarse al mismo tipo de examen comparado efectuado
en el registro de las estructuras físicas del hombre y de las especies ani­
males. Llega a la conclusión de que existe “una diferencia de grado y no
de clase. Hemos visto que sentimientos, intuiciones, emociones y facul­
tades diversas, tales como la amistad, la memoria, la atención, la curio­
sidad, la imitación, la razón, etcétera, de los que el hombre se enorgulle­
ce, pueden observarse en estado naciente, o incluso bastante desarrollado
en los animales inferiores. Ellos son además susceptibles de ciertos per­
feccionamientos hereditarios, tal como nos lo demuestra la comparación
del perro doméstico con el lobo o el chacal.29 Si se pretende sostener
que ciertas facultades, como la conciencia, la abstracción, etcétera, son
específicas del hombre, es muy posible que ellas sean el resultado de o-
tras facultades intelectuales muy desarrolladas que a su vez derivan prin­
cipalmente del empleo continuo de un lenguaje que ha llegado a la per­
fección.”30
La argumentación de Darwin se funda en los materiales de la psico­
logía animal que existían entonces y que esencialmente consistían “en
un conjunto de anécdotas”.31 No se trataba en efecto de observaciones
sistemáticas ni de experimentaciones, como será el caso en el siglo XX,
sino de relatos con frecuencia ingenuamente antropocentristas (cf. la asi­
milación de las plumas o del canto de los pájaros a producciones estéti­
cas, por cierto instintivas y hereditarias, pero que generaban emociones
de ese tipo en el compañero). Esta clase de razonamiento analógico no
sometido a crítica, que solía desembocar en la humanización del animal
para descubrir en él facultades humanas en embrión o esbozo, a prin­
cipios del siglo siguiente llevará a una reacción de sentido inverso,32
conductista, en la que todavía se inscribe nuestra concepción de la psico­
logía animal y que también plantea algunos problemas. En efecto, ¿no
vemos acaso que quienes acogen con favor el conductismo aplicado a los
animales rechazan con indignación su versión humana,33 y no se han
resucitado de ese modo los animales-máquinas de Descartes ante el alma
inmaterial del rey de la Creación?
No obstante, es en el desarrollo de los instintos sociales donde Dar­
win ubica la especificidad del psiquismo humano, a través de los dos e-
lementos que lo caracterizan: el lenguaje y la conciencia moral. Si bien
uno y otra reposan por cierto en un potencial intelectual incomparable­
mente superior al del animal, también se inscriben en el dominio pro­
gresivo de los instintos sociales sobre el conjunto del comportamiento
del individuo y sobre los instintos egoístas fundamentales. Retomando
los elementos principales del análisis utilitarista y asociacionista, Dar-

197
wln reduce el sentido moral y los valores a una gran red de imágenes, de
ideas y de conceptos en los que la simpatía constituye la sustancia y la
“columna vertebral” emocional, pero la vincula con esa categoría espe­
cial y particular de instintos que empujan a los animales sociales a agru­
parse y ayudarse mutuamente, y que desarrolla en ellos los sistemas de
señales y de comunicación al mismo tiempo que la solidaridad y la de­
pendencia afectiva.
Pero desde luego es finalmente la selección natural la que explica el
doble desarrollo intelectual y moral del hombre: la ventaja que confieren
esas cualidades nuevas permiten a los individuos y a los grupos mejor
dotados por ellas para asegurarse un crecimiento y una descendencia más
importante y suplantar progresivamente a los competidores menos dota­
dos en tal sentido.34 Así, por selección y por herencia (herencia lamarc-
kiana del refuerzo incluida), los instintos sociales adquieren una exten­
sión y un dominio crecientes, multiplicados por el desarrollo intelectual
(esos instintos duraderos y no vinculados a un ciclo apetito-saciedad, in­
fluyen tanto más intensamente en las asociaciones). Paralelamente se
inscriben el desarrollo del lenguaje, a partir de los rudimentos identifica-
torios de los animales, y la gravitación decisiva del juicio de los miem­
bros de su comunidad acerca de la conducta del individuo.
En tal sentido, Darwin señala que los “salvajes” sólo adquieren las
virtudes sociales, las que corresponden a los valores del grupo; las virtu­
des “personales” (cf. el imperativo categórico kantiano que frecuente­
mente coloca al individuo en conflicto con su comunidad histórica) co­
rresponde a una fase ulterior del desarrollo, en este caso a una interiori­
zación más profunda de los juicios de valor, que reposa en capacidades
intelectuales (retención mnémica, abstracción y generalización) acrecen­
tadas. También en ese punto los materiales de la antropología primitiva
daban apoyo a la teoría de la evolución: “todas las naciones civilizadas
fueron en otro tiempo bárbaras”,35 de modo que las costumbres de los
“salvajes” contemporáneos proporcionaban un eslabón principal de la
cadena que vinculaba al hombre moderno con los animales superiores,
en particular cuando constituían la clave de numerosas costumbres, cre­
encias, expresiones corrientes de los hombres civilizados que son “las
huellas evidentes de su antigua condición inferior”.36
La selección sexual desempeña también un papel importante en la e-
volución humana y ejerce sobre todo su acción, asimismo, con la me­
diación del grupo. Ella explica las diferencias morfológicas (importancia
de los factores estéticos én la elección de compañero, sobre todo de las
mujeres, en el origen) pero también psicológicas (Darwin pone de relie­
ve la combatividad, la energía, la perseverancia, la superioridad intelec­
tual de los machos...) entre los sexos, en un estadio en el que las virtu­
des de la existencia del grupo limitan los efectos de la selección natural.

198
Darwin señala por otra parte la aparición tardía en la ontogenia humana
de los caracteres sexuales denominados secundarios, según lo atestigua la
indiferenciación sexual relativa de los niños, huella de la fecha reciente
de su adquisición filogenética (ley de biogenética).
Nos falta ahora subrayar la originalidad del darwinismo en el seno del
evolucionismo. Vayamos directamente al punto fundamental: en Darwin
las etapas de la evolución no se inscriben en la construcción de una je ­
rarquía piramidal en la que cada estrato sea una versión más compleja del
precedente y hunda en él sus raíces. La idea de la selección natural intro­
duce un amplio margen de azar en la evolución, azar en las condiciones
peculiares del medio externo, pero también en las mutaciones espontá­
neas y en su devenir. De ello resulta que las fases sucesivas de la evolu­
ción no son obligadamente coaxiales: una rama evolutiva puede origi­
narse en un punto periférico de la etapa precedente, incluso brotar a par­
tir de un estrato ya antiguo (por ejemplo, importancia en el hombre de
la liberación de las patas anteriores como consecuencia de la posición er­
guida, y desarrollo a continuación del circuito mano-ojo).
De modo que se introduce la posibilidad de conflicto en las etapas de
la evolución; un ejemplo capital es el que opone en el hombre los ins­
tintos egoístas y los instintos sociales.37 Si la ontogenia recapitula e
integra la filogenia (ley biogenética fundamental de Haeckel), la madura­
ción habrá de salpicar el desarrollo individual con momentos claves en
los que aparecen modalidades psicológicas específicas, eventualmente
contradictorias entre sí, y de las cuales la antecedente está lejos de ser in­
tegralmente recubierta por la siguiente. Por lo tanto, como vamos a ver­
lo, si la concepción spenceriana en patología remite automáticamente a
un descenso del nivel evolutivo y a la reaparición de actividades inferio­
res liberadas (Jackson no tendrá ningún inconveniente en retomar la teo­
ría del automatismo de Baillarger), Darwin introduce en este punto un
nuevo modelo, que los sexólogos y después Freud emplearán amplia­
mente; él mismo proporciona su paradigma cuando escribe en uno de
sus manuscritos: “ ¡Por lo tanto nuestra ascendencia está en el origen de
nuestras malas pasiones! ¡Nuestro abuelo es el diablo, en forma de ba­
buino!”38
Así, la idea de lucha, la guerra permanente cuya imagen estructura el
darwinismo, la noción de una difícil victoria del superior sobre el infe­
rior, no por trascendencia sino por exterminio, se inscriben también en
el interior mismo del individuo, así como la conciencia de la argamasa
biológica, es decir del resultado azaroso de una batalla en la que la victo­
ria del progreso es sólo estadística y no ontológica. Bastará con que al­
gunas particularidades contingentes alteren el equilibrio de las fuerzas, y
lo arcaico aplastará con su impulso salvaje los aspectos más refinados de
las etapas ulteriores de la evolución. Sin duda Spencer había querido

199
mostrar la filiación ininterrumpida del hombre respecto del resto de lo
vivo, incluso de lo existente; Darwin, por su parte, subraya la perma­
nencia actual de lo atávico más profundo, en todos sus aspectos, en el
hombre más evolucionado. El matiz, sin duda, es sutil, pero no por ello
menos fundamental.

B. La expresión emocional y el registro de lo originario

En 1872, Darwin publicó separadamente lo que en principio no iba a ser


más que un capítulo de La descendencia del hombre y que constituiría
su obra puramente psicológica: La expresión de las emociones en el
hombre y en los animales.39 Se trata allí del mismo tipo de problema
que preocupa a la nueva psicología fisiológica: el hecho de conciencia y
su correlato corporal aparecen estrechamente imbricados, y el abandono
de la antigua idea de un ordenamiento divino preexistente del “lenguaje
de las emociones” dejaba el campo libre para las teorías materialistas y
evolucionistas.
En 1860, con respecto a la risa, Spencer había propuesto cierto nú­
mero de tesis, retomadas y sistemáticamente expuestas en los Princi­
pios. Su piedra basal era la idea de la fuerza nerviosa que ya encontra­
mos en los psiconeurólogos; toda puesta en juego de-ios elementos y
circuitos nerviosos correspondía a fenómenos de descarga de “energía
nerviosa”, siguiendo el modelo de la corriente de despolarización que a-
traviesa las fibras nerviosas excitadas. Ya hemos visto que para Spencer
el funcionamiento psíquico consiste en una cierta suspensión de una ac­
tividad sensorio-motriz compleja (de nivel suprainstintual) que pone en
circulación cantidades de energía nerviosa, descargas nerviosas, no desde­
ñables. Esas descargas se consumen por ejemplo en suscitar otros esta­
dos psíquicos según el modelo asociativo, también con frecuencia en
virtud de una acción motriz clásica que pone fin a la deliberación mental
(acto voluntario). Pero cuando de ese modo se activan cantidades dema­
siado importantes que no encuentran salidas internas suficientes, lo que
ocurre especialmente en el caso de las emociones, sobre todo si son in­
tensas, se producen diversos fenómenos de descarga somática:

—Descarga difusa muscular: toda emoción fuerte provoca una descar­


ga no específica de ese tipo (cf. el grito, que acompaña tanto a la alegría
como al dolor, la risa o la sorpresa), tanto más objetivable cuanto que
los músculos presentan una inercia específica más débil (de allí la acción
predominante sobre los músculos del rostro, más bien que en los de los
miembros). Según Spencer, una descarga de ese tipo explicaría la risa,
expresión motriz de una caída brutal de la tensión emocional (por ejem-

200
pío, en la interrupción de una escena intensamente emotiva por una re­
presentación trivial).
—Descarga restringida específica, que corresponde al bosquejo de los
movimientos que implicarían la puesta en acto inmediata del contenido
mental (actitud y bosquejo de movimientos de combate en la cólera). A
ese primer tipo de descarga restringida se añade un segundo, el que resul­
ta de los esfuerzos del sujeto por limitar o combatir esas manifestacio­
nes primarias o por ocultarlas dirigiendo la tensión nerviosa hacia otra
parte. Desde luego, es necesario precisar que toda corriente de descarga
permeabiliza la vía nerviosa que recorre, tanto más cuanto mayor sea la
frecuencia con que la utiliza (Bahnung de los autores alemanes) y que
muchos de esos circuitos facilitados se convierten en hereditarios por re­
petición: su puesta en juego, por ambas razones, se convierte en auto­
mática para una emoción dada.
—Finalmente, otra vía posible es la descarga visceral que acompaña
a la mayor parte de las grandes emociones de diversos signos más o me­
nos objetivables y específicas.

El conjunto de esos elementos constituye la expresión emocional: en


efecto, ellos proporcionan signos relativamente estables y genéricos para
una especie, cuyo reconocimiento también es en gran medida hereditario.
Por lo demás, Spencer se apoya en esos fenómenos para dar a la simpa­
tía, base de los sentimientos sociales, un fundamento material indubita­
ble. No obstante, sorprende que haga un uso tan amplio de un modelo
causal de tipo fisiológico sin recurrir a los pasos genetistas (examen del
fenómeno en los animales, los primitivos, los niños) que tanto le repro­
chaba a Bain no haber seguido en su estudio de las emociones.40
Por el contrario, precisamente ese método va a guiar el intento res­
pectivo de Darwin. A primera vista, los tres principios explicativos que
tí proponen sólo parecen retomar en otro orden el análisis de Spencer:

—Principio de asociación de los hábitos útiles: “Los movimientos


útiles para la realización de un deseo o el alivio de una sensación doloro-
sa terminan (...) por convertirse en tan habituales que se reproducen to­
das las veces que aparecen ese deseo o esa sensación, incluso en un nivel
muy débil, incluso cuando su utilidad resulta nula o muy discutible.”41
—Principio de la antítesis: tendencia involuntaria a la realización de
actos en general sin utilidad pero absolutamente contrarios a los que co­
rresponden a un estado de espíritu opuesto al del momento (por ejemplo
en el perro que se arrastra y se acuesta ante su amo, siendo que para en­
frentar a un enemigo se yergue, tieso y erizado).
—Principio de la acción directa (automática) siguiendo la estructura
propia del sistema nervioso: la descarga sigue entonces las conexiones

201
nerviosas y las vías abiertas y permeabilizadas por el hábito, sin utilidad
ni especificidad.

Como se ve, los dos primeros principios corresponden en el análisis


de Spencer a las modalidades de la “descarga restringida”, el tercero á la
“descarga difusa” y a las descargas viscerales. Lo peculiar es la utiliza­
ción que de ellos hace Darwin, de conformidad con el espíritu general de
su doctrina. Se trata en efecto de encontrar para cada expresión emocio­
nal la significación fisiológica que pudo tener en algún momento de la
evolución de la especie o del individuo, y por lo tanto eventualmente
una significación que ya no es más que un resto ontogénico o filogénico
anacrónico y sin ningún valor funcional actual. Es el caso de la expre­
sión de disgusto “con la ayuda de movimientos en la región de la boca,
análogos a los que acompañan al vómito”,42 o del gesto antitético de
encogerse de hombros en signo de impotencia o resignación, que sólo se
comprende por oposición a la actitud de combate (cabeza alta, pecho re­
plegado, hombros echados hacia atrás, puños cerrados) que expresa irrita­
ción o indignación; lo mismo ocurre con el plegamiento de los múscu­
los perioculares y los movimientos de cejas en diversas emociones pe­
nosas (sufrimiento, tristeza, ansiedad), resto de los movimientos de pro­
tección de los ojos en el llanto que acompaña a los gritos en el lactante.
El modelo explicativo darwiniano se muestra claramente en esos es­
tudios sobre la expresión emocional: comprender un hecho psicológico
es encontrar, a través de una mítica “escena originaria”, su sentido fisio­
lógico primero por debajo de las deformaciones, los desplazamientos, las
elaboraciones secundarias que ha sufrido a continuación. Proceso genéti­
co en consecuencia, pero con una corrección esencial: la génesis es aquí
la historia, con todo lo que ella puede tener de circunstancial, de contin­
gente, de aleatorio; la búsqueda de lo originario tiende así a oponerse a
la puesta en evidencia de lo elemental que caracterizaba más bien el
proceso spenceriano, más logicista.

C. Romanes: la evolución mental

Poco antes de su muerte, Darwin confió sus notas manuscritas, en parti­


cular psicológicas, a su discípulo G. J. Romanes, quien se consagró en­
tonces a la tarea de retomar en detalle y elaborar en sistema las ideas de
su maestro. Las dos grandes obras de Romanes43 tuvieron una gran re­
percusión en ese final del siglo XIX: constituyen una referencia esencial
del darwinismo. Desde luego, Freud tenía esos volúmenes, y su ejem­
plar del segundo, el dedicado al hombre, presenta los márgenes cubiertos
de anotaciones de su mano.
En muchos aspectos, la obra de Romanes aparece como una síntesis

202
de las ideas de Darwin y las de Spencer, cuyas tesis son discutidas antes
que nada en cada punto importante, y con frecuencia retomadas sin gran
modificación. La idea fundamental que lo guía es por otra parte la ausen­
cia de salto cualitativo en los fenómenos naturales: los que parecían en
un principio irreductibles provenían en realidad de la mayor complejidad
adquirida y de la integración de los fenómenos más elementales de las e-
lapas precedentes.44 Un gran cuadro sinóptico (que reproducimos aquí)
resumía la marcha global del autor: un árbol central representa el desa­
rrollo escalonado de las facultades mentales y está dividido en grados que
corresponden a la vez a las etapas del desarrollo intelectual y emocional,
a una escala jerárquica de las especies animales y a las edades del creci­
miento del embrión y después del niño. El desarrollo de las funciones
voluntarias, desde la irritabilidad primitiva hasta la voluntad propiamen­
te dicha, pasando por las adaptaciones nerviosas y reflejas, constituye su
eje, prefigurando las tesis futuras de los funcionalistas. Las facultades
intelectuales son representadas a los lados, como ramas secundarias de la
evolución de las funciones adaptativas.
Así, Romanes ubica el nacimiento de la conciencia primitiva, que i-
dentifica con la facultad de sentir (sensación) de la “neurilidad” (función
originaria del sistema nervioso), tal como ella se manifiesta por ejemplo
en el reflejo. La neurilidad tiene su fuente en dos propiedades fundamen­
tales provenientes de la excitabilidad primitiva característica de la mate­
ria viva:

—El discernimiento, por el cual las excitaciones externas son distin­


guidas con independencia de su intensidad mecánica respectiva (ejemplo
de la planta carnívora que repliega sus tentáculos al menor roce pero no
reacciona ante el fuerte choque de las gotas de lluvia).
—La conductibilidad, es decir la capacidad de transmitir progresiva­
mente una onda de excitación, propiedad que concentrará muy particular­
mente el tejido nervioso.
De modo que la conciencia emerge de simples adaptaciones nerviosas
primitivas, con la aparición de órganos específicamente sensitivos y de
las primeras sensaciones confusas de placer y displacer; ese estadio psi­
cológico muy primitivo corresponde a la vez a las facultades mentales
obtusas de los celenterados y los equinodermos, y a las del ser humano
en su nacimiento. La conciencia es casi inseparable de la memoria y de
las primeras capacidades asociativas que se originan en las etapas inme­
diatamente ulteriores (moluscos, larvas de insectos, primeras semanas de
vida extrauterina). Paralelamente aparecen los instintos primarios, las
formas más elementales de la actividad consciente, y las emociones más
primitivas, las que guardan relación con la conservación del individuo y
la reproducción de la especie. Ese es el lugar de precisar la concepción
darwinista del instinto, fielmente reproducida por Romanes: “El instinto
es un acto reflejo en el cual entra un elemento de conciencia de modo
que ese término es genérico y comprende todas las facultades del alma
que están en juego en la acción consciente y adaptada, anterior a la expe­
riencia individual, sin conocimiento necesario de la relación existente
entre los medios empleados y el fin alcanzado, pero realizada de manera
análoga en condiciones similares y frecuentemente presentes, por todos
los individuos de la misma especie.”45
Por lo tanto, el instinto representa un comportamiento innato, here­
ditario, pero no automático como el reflejo, de lo cual proviene su nota­
ble plasticidad adaptativa; se presenta más bien como un impulso men­
tal imperioso —con una base emocional compleja y eficiente— que
tiende a hacer cumplir un cierto ciclo de conductas. De esta concepción
general se sigue que la concepción darwinista del instinto es a la vez
muy concreta y plural: los instintos son innumerables, con frecuencia
específicos de las especies estudiadas (instintos de vuelo, de nidificación,
de incubación, de canto, de migración, de simulación de heridas, para to­
mar los ejemplos más conocidos entre los pájaros). Estamos lejos de los
“grandes instintos” de una cierta tradición filosófica de la que hablaremos
más adelante, lo mismo que de la idea de una infalibilidad del instinto:
comportamiento preciso, concreto, limitado, el instinto puede desadap­
tarse o ser defectuoso (término empleado por Darwin), poniendo en des­
ventaja a su portador.
En cuanto al origen del instinto, Romanes propone una doble vía
genética, realizando así, conforme a las opiniones de Darwin, una sínte­
sis de las tesis formuladas:

— La de Spencer, que considera que el instinto se origina en la inte­


gración de conductas más elementales, de tipo reflejo; la selección natu­
ral fija entonces modos de comportamientos no inteligentes que revelan
ser ventajosos para la especie (instintos primarios).
—La de Lewes, más clásica, de la “extinción de la inteligencia”: ac­
tos y hábitos originalmente voluntarios y conscientes (actos inteligen-
tés) se convierten, por repetición, en automáticos y después en heredi­
tarios (lamarckismo), dando origen a los instintos secundarios.
—Finalmente, es posible un origen mixto: instintos provenientes de
una u otra de las dos vías genéticas anteriores pueden sufrir a continua­
ción un perfeccionamiento por la otra vía o agregarse por fusión a con­
juntos más vastos de origen compuesto.

Los instintos secundarios suponen desde luego un desarrollo mental


superior: de la memoria, de las facultades asociativas, nacen la percep­
ción (reconocimiento intelectual de la sensación), la imaginación que a­

204
parece con la facultad de representarse un objeto ausente, y por fin la ra­
zón,46 “facultad implicada en la adaptación voluntaria de los medios al
fin (que) entraña en consecuencia el conocimiento consciente de las rela­
ciones existentes entre los medios empleados y el fin alcanzado y puede
ejercerse en la adaptación a circunstancias nuevas para la experiencia del
individuo y para la de la especie” 47 Así pasamos de los moluscos a los
insectos, y después a los peces, crustáceos superiores, batracios, reptiles
y cefalópodos, en tanto el lactante humano llega a los catorce meses de
vida extrauterina. Paralelamente, el desarrollo afectivo ha dado lugar al
nacimiento de las emociones familiares y luego a las primeras formas de
la “socialidad” y de los sentimientos sociales que la acompañan. El pro­
greso ulterior del psiquismo cubrirá a los animales superiores (himenóp-
teros, aves, mamíferos, hasta los monos ántropoides y los perros) y los
quince primeros meses de la vida del niño; así se desarrollarán, con las
primeras formas de la abstracción, el reconocimiento de personas, la co­
municación de las ideas, la comprensión de los signos, de los mecanis­
mos, la utilización de útiles, la aparición de la moral, mientras se des­
pliegan las emociones sociales (simpatía, emulación, resentimiento, pe­
na, ira, venganza, remordimiento, vergüenza, engaño, etcétera). Roma­
nes trata de fijar cada fase de ese proceso y de definirle como equivalente
una etapa de la evolución de las especies y del desarrollo del niño. Por
otra parte señala que se trata del momento de aparición del fenómeno es­
tudiado y no la de su pleno y completo desarrollo; insiste varias veces
en el carácter aproximativo y esquemático de un cuadro que procura más
un valor demostrativo y evocador que el rigor y la pertinencia.

D. Inteligencia y lenguaje

No obstante, en este punto de su trabajo Romanes iba a tener que abor­


dar el problema crucial que ya hemos visto bosquejado por Darwin: la
transición de la inteligencia de los animales más evolucionados a la del
hombre. Romanes dedicó su segundo volumen a cubrir ese salto cualita­
tivo, lo más difícil para el pensamiento evolucionista; por otra parte, e-
se volumen es el que más nos interesa aquí. El subtítulo (Orígenes de
lasfacultades humanasí48 indica claramente lo que está en juego, y que
el autor precisa en el prefacio: “Desde que se ha demostrado que el pen­
samiento conceptual se origina en antecedentes no conceptuales, la gran
mayoría de los lectores (...) estará dispuesta a admitir que ya no existe
una barrera psicológica entre el hombre y el animal.”49 Un rápido exa­
men comparativo de las facultades mentales del hombre y de los anima­
les permite efectivamente al autor concentrar lo esencial del problema en
la existencia en el hombre del pensamiento abstracto y conceptual; las
semejanzas lo conducen en gran medida hacia las diferencias en el nivel

205
de las emociones, de los instintos, de la voluntad e incluso de las facul­
tades intelectuales básicas —con la excepción de los elementos particu­
lares de esas diversas categorías que precisamente dependen de modo di­
recto del pensamiento abstracto (emoción religiosa, sentido de lo subli­
me, religiosidad, “libertad” en el ejercicio de la voluntad) y que en todo
tiempo se utilizaron para demostrar el status peculiar del hombre— .
El razonamiento de Romanes parte de una clasificación general de las
ideas50 que le permite oponer:

— los perceptos, simples recuerdos de impresiones perceptivas (ideas


simples de Locke);
—los receptos, ideas genéricas (por oposición a generales) que resul­
tan de una comparación asociativa, y por lo tanto espontánea, de los re­
cuerdos perceptivos; se trata de “un compuesto de representaciones men­
tales que implica un agrupamiento ordenado de imágenes más simples
conforme a la experiencia pasada”51 pero ningún trabajo voluntario de la
conciencia;
— finalmente, los conceptos, o ideas generales, que resultan de una
reflexión del espíritu acerca de sus propias ideas e imágenes, es decir a-
cerca de los receptos y perceptos, a través de una combinación y una ela­
boración conscientes de tales elementos espontáneos del pensamiento.

Le parece poco dudoso que las dos primeras categorías se puedan


considerar comunes al hombre y al animal, y que sólo la tercera sea pro­
pia del hombre y caracterice el pensamiento conceptual y abstracto. Esta
última se funda en la facultad que tiene el espíritu de tomar conciencia de
sus propios elementos y de hacer de ellos el objeto del pensamiento
(contienda de sí), lo que, según la opinión corriente, sólo puede basarse
en el lenguaje: el espíritu vuelve claros sus propios contenidos para sí
mismo mediante la fijación de las ideas en palabras (de allí la confusión
de las dos funciones en el término griego logos). En consecuencia nos
vemos llevados al problema del lenguaje, como ya lo había indicado
Darwin; Romanes considera que consiste esencialmente en la facultad de
elaborar signos, facultad cuyos rudimentos es evidente que presentan los
animales, pero que realmente no puede desarrollarse sino con el lenguaje
articulado (habla) por una parte, y con la intención de significar los con­
ceptos y proposiciones (juicio), por la otra. En este punto, el análisis
parecería desembocar en un círculo vicioso, si no hubiera ya sacado a luz
los principales elementos de una solución que se organiza como una es­
piral dialéctica.
No es dudoso en efecto que el lenguaje no comienza con la enuncia­
ción de conceptos y juicios, sino que por el contrario puede experimen­
tar un desarrollo ya importante sobre una base receptual, tanto en el ni­

206
vel de la denominación (Romanes prefiere entonces hablar de denotación)
como en el nivel de la proposición (inferencias prácticas, “juicios ins­
tintivos”); es preciso no confundir “la enunciación de una verdad percibi­
da (con) la enunciación de una verdad percibida en tanto que verdade­
ra";52 sólo esta última representa el juicio propiamente dicho, es decir,
el pensamiento conceptual. El pasaje desde ese estadio preconceptual del
lenguaje y del pensamiento hasta el de los conceptos inferiores (nombra­
miento consciente de los receptos) y superiores (clasificación consciente
de los conceptos de primer orden y nombramiento de las integraciones i-
deales resultantes) y del juicio conceptual, está determinado por el mo­
mento en que surge la facultad de reflexión introspectiva que permite el
examen por el espíritu de sus enunciaciones espontáneas. “De modo que
todo retoma a un análisis de la conciencia.”53
Existe por otra parte un mundo interior de imágenes y pensamientos
en un estadio muy inferior, cuyo juego interno, aunque involuntario,
puede ser relativamente independiente de las circuntancias sensitivas ex­
ternas del momento (cf. los fenómenos nostálgicos en el animal). Desde
ese estadio está presente una conciencia psicológica difusa, y permite
por analogía la aprehensión de los estados mentales de otros seres (inter­
pretación con frecuencia correcta, en los animales, de sus estados menta­
les recíprocos), bajo la forma que Romanes califica de eyectiva. Así, un
mundo de eyectos duplica el mundo de los objetos antes de toda concien­
cia subjetiva propiamente dicha; corresponde a un conocimiento de tipo
receptual de la individualidad y proporciona la base del pasaje a la con­
ciencia de sí, a través de su nombramiento al principio simplemente de­
notativo (cf. el estadio en el que el niño habla de sí mismo en tercera
persona). “Los conceptos son primeramente receptos nombrados”,54 y el
pasaje del pensamiento no conceptual al pensamiento conceptual por la
mediación de un lenguaje en un principio simplemente nominativo (fase
preconceptual) explica la génesis del pensamiento y de la psicología hu­
manos, sin otras condiciones que un aumento progresivo de las capaci­
dades retentivas y asociativas basales del intelecto.
Romanes encuentra en dos niveles las pruebas de la validez de su a-
nálisis: antes que nada, en el desarrollo psicológico del niflo y en parti­
cular en la evolución de su competencia verbal, para emplear una termi­
nología moderna. Los diferentes estadios que el análisis ha identificado
se encuentran allí claramente, desde lo que puede haber de común con
los animales superiores,55 hasta lo que a continuación se aproxima al
pensamiento del adulto; a decir verdad, todo el razonamiento empieza a
constituirse en tomo de ese tipo de materiales, tomados en particular de
los psicólogos del niño (Preyer, Pérez, Sully) y de los primeros ensayos
de Darwin y Taine.56 Romanes insiste por otra parte en la subsistencia
y aun el predominio, en el adulto, del pensamiento preconceptual: “In­

207
cluso después de que la facultad de introspección conceptual haya sido
plenamente alcanzada, sus servicios no son siempre exigidos por la co­
municación de los conocimientos puramente receptuales, y de ello resul­
ta que no es necesario que toda proposición sea introspectivamente me­
ditada y examinada en tanto que tal, antes de que se pueda enunciar (...).
La única diferencia que es posible descubrir entre un enunciado no con­
ceptual formulado por un niño y el mismo enunciado formulado por el
adulto consiste en que, en el primer caso, no es siquiera potencialmente
capaz de convertirse en un objeto de pensamiento.”57
Pero Romanes quiere también validar sus análisis en el plano de la
filogenia, y para ello tratará de encontrar los elementos en el nivel de la
filología comparada;58 esa disciplina estaba entonces en plena expan­
sión, en particular en el dominio de las lenguas indoeuropeas y del sáns­
crito, y nuestro autor va a apoyarse sobre todo en los célebres trabajos
de F. Max Müller 59 “El primer gran resultado de la fdología comparada
ha consistido en la demostración, que parece inobjetable, del hecho de
que el lenguaje tal como existe actualmente no surgió, equipado con to­
das sus piezas, o por la vía de una intuición especialmente creada, (sino
que) fue el resultado de una evolución gradual.”60 A partir de ello, dice
Romanes “las lenguas aparecen tanto más simples cuanto más se retro­
cede en su existencia, hasta el momento en que llegamos a lo que se de­
nomina sus raíces”.61 En lo que concierne al sánscrito, Müller pensaba
haberlas reducido a un centenar, y su examen mostró que correspondían a
ideas genéricas, es decir a receptos nombrados (preconceptos).
Por otra parte, tenían una estructura condensada correspondiente a u-
na proposición (“palabra-frase”); no existía aún distinción de las “partes
del lenguaje” (verbo, nombre, pronombre, adjetivo, preposición, artícu­
lo) en esa fase arcaica de la predicación; los filólogos contemporáneos a-
tribuían en consecuencia una función importante al gesto, a un acom­
pañamiento pantomímico de la palabra, para precisar el sentido de las e- t
nunciaciones primitivas: ése era el lugar futuro de la gramática, cuyas
diferenciaciones provienen del acompañamiento gestual del lenguaje. A
partir de la palabra-frase y del gesto-signo, la primera forma de organiza­
ción de la proposición parece haber sido la aposición,62 simple yuxta­
posición de raíces cuyo sentido era precisado por el gesto, antes de que el
orden de las palabras comenzara a adquirir significación y de que se dife­
renciaran flexiones y partes del lenguaje; la aposición correspondía por
otra parte a la lógica de los acontecimientos exteriores (lógica de los re­
ceptos): la relación indicada derivaba necesariamente de la experiencia del
sujeto: “La verdad es recibida en el espíritu, no es concebida en él (pe­
ro) resulta evidente que las enunciaciones reiteradas de verdades así alcan­
zadas en la ideación receptual conducen a la ideación conceptual, o a la
enunciación de la verdad en tanto que verdad.”63 Las primeras raíces ver­

208
bales64 remiten, por otra parte, a “esos actos y cualidades físicos que
son directamente percibidos por los sentidos” (receptos) y es la exten­
sión connotativa de su significación (“metáfora fundamental”) lo que va
a darles una significación moral o intelectual, y después conceptual.
De modo que con Romanes el evolucionismo parece cerrar su pro­
yecto y alcanzar la síntesis general del pensamiento de. su siglo, y tam­
bién del de sus padres fundadores. No obstante, ya estaban echadas las
bases primeras del vasto movimiento crítico que en gran medida provino
de aquél y que al mismo tiempo relegó numerosas tesis evolucionistas a
un pasado que hoy puede parecemos muy remoto. En el capítulo si­
guiente estudiaremos la reacción globalista, después de haber examina­
do primeramente algunos problemas temáticos particulares.

NOTAS

1. Acerca de Bain, cf. el capítulo que le dedica T. Ribot: La psychologie


anglaise...
2. Observemos al pasar la aparición de esta noción de energía nerviosa,
de cantidad a consumir que se escurre por cualquier vía en el caso
de no ser canalizada. Ya la encontramos en los alemanes, y reapa­
recerá en Spencer y Darwin.
3. Bain tenía del placer y del displacer una idea bastante próxima al utili­
tarismo clásico, aquí traspuesto a términos biológicos: el placer
correspondía a un acrecentamiento de la vitalidad, y el displacer a
una disminución de la energía vital.
4. En la constitución de una noción abstracta de la realidad externa, la co­
municación con los semejantes mediante el lenguaje es igualmente
un factor esencial para el pensamiento asociacionista y desde lue­
go para Bain.
5. Bain, citado en T. Ribot: La psychologie anglaise..., pág. 283.
6. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., cap. 9, que recapitula esta cues­
tión para la segunda mitad de siglo XIX.
7. Cf. infra , cap. 11.
8. Sobre las concepciones psicológicas de A. Comte, cf. supra, el cap.
7.
9. Es interesante observar qüe Lamarck (por otra parte muy próximo a Ca-
banis) pertenecía al grupo de los ideólogos; cf. F. Picavet: Les i-
déologues.
10. Sobre esta cuestión, cf. M. Foucault: Les mots et les chases, y F
Jacob: La logique du vivant, 1970, caps. 1, 2 y 3.
11. He utilizado sobre todo la traducción francesa (1875) de la segunda e-
dición de los Principes de psychologie, el análisis de T. Ribot:
La psychologie anglaise..., y también el muy oficial Résumé de
mo, en revancha, el estilo general muy asociacionista del razona­
miento precedente.
48. En el inicio del primer tomo y de “la parte más importante desde el
punto de vista de la controversia” (pág. vi) se habla de una serie
de obras que su muerte prematura impedirá que Romanes escriba y
tenían que abordar el desarrollo de las facultades humanas a partir
de su estado primitivo.
49. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. vi.
50. Para su clasificación general de las ideas, Romanes se basa en los a-
nálisis de Locke y de los grandes psicólogos del siglo XIX, en
particular Stuart Mili, Wundt y Taine.
51. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. 389.
52. Ibíd., pág. 398.
53. Ibíd.
54. Ibíd., pág. 406.
55. El material comparativo está sobre todo constituido por observacio­
nes de pájaros parlantes, por una parte, y por la otra, de los ma­
míferos más evolucionados (perros, monos).
56. Cf. infra, cap. 10.
57. G. J. Romanes: L ’évolution mentale chez l’homme, pág. 406.
58. Romanes se proponía añadir, como volumen complementario a L'é-
yolution mentale chez l’homme, un estudio de los materiales de
antropología primitiva, a título de tercer campo comparativo.
59. F. M. Müller es antidarwinista y opone el lenguaje emocional, imita­
tivo e interjeccional, común al hombre y a los animales, al len­
guaje conceptual propio del hombre y basado en “la facultad de
abstraer” la palabra, incluso la primitiva (raíz) representaría siem­
pre una idea general (que en realidad Romanes analiza casi siempre
como genérica). Cf. el excelente compendio (con numerosas ci­
tas) de las tesis de Müller en H. Taine: Sur l'acquisition du langa-
ge chez Venfant et dans l'espéce humaine, adjunto en nota a De
l’intelligence, tomo I, pág. 383 a 395.
60. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l’homme, pág. 407.
61. Ibíd., pág. 408.
62. Uno recuerda que, según Freud, ése era el único mecanismo gramatical
del pensamiento onírico, encontrándose en él precisada, por el
contexto o imágenes adicionales, el sentido de la relación así in­
dicada.
63. G. J. Romanes: L'évolution mentale chez l'homme, pág. 418.
64. En cuanto al origen de esas raíces, Romanes remite a las dos teorías
entonces reinantes, la tesis interjeccional y la tesis onomatopéyi-
ca (imitativa), pero sobre todo al homo alalus, mono antropoide
sociable, hábil, sagaz y locuaz, antepasado del homo sapiens.

212
Capítulo X

LA SINTESIS EVOLUCIONISTA (II):


REPERCUSIONES ESPECIALES

Psicopatología: deJackson a Ribot

A. Jackson: evolución y disolución de las funciones nerviosas

La psicología evolucionista ejerció rápidamente un gran atractivo en los


clínicos de la psiquiatría y de la neurología, pero es preciso señalar que
durante mucho tiempo las referencias respecto de aquélla permanecieron
como una especie de marco general de pensamiento, sin penetrar en el a-
nálisis de los fenómenos en sí, que seguían considerándose con una
perspectiva materialista y neuropsicológica. Abundan los ejemplos de
tal actitud, desde Meynert a Charcot; por otra parte, Wundt representa u-
na posición idéntica en psicología propiamente dicha, pues sus ideas ge­
nerales no dejaron de ser muy distintas de las referencias al evolucionis­
mo que salpican sus escritos. Veremos la importancia de este punto en
lo que concierne al propio Freud. Maudsley constituye otro modelo no­
table de esa actitud primera: a una concepción que grosso modo sigue
siendo muy próxima a la de Cabanis o de Griesinger, le yuxtapone refe­
rencias evolucionistas precoces, puesto que la primera edición de su gran
obra apareció en 1867.1 Más adelante volveremos a hablar de Maudsley,
cuyas concepciones sobre la afectividad en general y la importancia de la
cenestesia como fundamento del carácter y base del sentimiento perso­
nal, influyeron fuertemente en Ribot.
No obstante, desde 1863 J. Hughlings Jackson elaboró una concep­
ción de la fisiología del sistema nervioso que constituía verdaderamente
la aplicación del evolucionismo de Spencer y que iba a guiar sus inves­
tigaciones clínicas a lo largo de toda una obra fecunda de precursor, en la

213
que se originaron muchas concepciones neurológicas modernas.2 En e-
lla, el sistema nervioso es concebido como una jerarquía organizada de
centros escalonados, que aparecieron progresivamente en el curso de la e-
volución de las especies y que asumen sus funciones sucesivamente en
el desarrollo del individuo, desde la infancia hasta la edad adulta. Todos
esos centros son de estructura sensorio-motriz, como los más elementa­
les y más bajos entre ellos, los de la médula espinal, sustento del arco
reflejo. A continuación se produce el pasaje desde los centros inferiores
mejor (es decir, más rígidamente) organizados, los más simples y auto­
máticos en su funcionamiento, hasta los centros superiores menos orga­
nizados (los más plásticos en su actividad: durante toda la vida permane­
cen incesantemente organizándose), los más complejos, también los
más voluntarios, es decir los menos automáticos en su puesta en juego.
Ya encontramos en Spencer los grandes lincamientos de esta tesis (pasa­
je del reflejo al instinto y después a los actos voluntarios), pero Jackson
tomó directamente de Baillarger la teoría del automatismo, que por otra
parte propone a veces rebautizar “principio de Baillarger”, y cuyo dualis­
mo automático-voluntario integra3 a la interpretación de las interrelacio-
nes de una jerarquía compleja de niveles funcionales.
Jackson diferencia expresamente los centros, localizables en el pla­
no anátomo-fisiológico, y las funciones, no localizables pero descom­
ponibles (cf. Spencer) en fenómenos sensorio-motores que son los úni­
cos que pueden ser localizados y por lo tanto pertenecer al ámbito de la
ciencia (crítica de las “facultades mentales” y de las concepciones freno­
lógicas de su localización). Así, si bien considera que los centros más e-
levados son los “órganos del espíritu” y la “base física de la conciencia”,
también entiende que la conciencia está distribuida a todo lo largo del eje
nervioso, tanto más vivo cuanto más complejos son sus ordenamientos
funcionales: la conciencia propiamente dicha corresponde a una integra­
ción de innumerables impresiones y movimientos representados. Por o-
tra parte, se trata de una correlación entre fenómenos materiales y fenó­
menos mentales (tesis del paralelismo) y no del pasaje de un orden de
hechos a otro; las nociones fisiológicas y psicológicas corresponden a
dos diferentes modos de acceso a los fenómenos: se los puede poner en
relación pero no tratarlos como idénticos (por ejemplo, buscar la locali­
zación cerebral de la facultad de hablar, tesis absurda). La actividad de los
centros superiores puede por otra parte ser netamente sensorio-motriz,
cuando funcionan en conjunción con los centros inferiores (circuito que
va de la percepción a la acción), o autónoma, cuando los ordenamientos
nuevos de esbozos de movimientos y el despertar de impresiones senso­
riales de nivel elevado se operan de manera disociada —“evolución inter­
na” que corresponde a la actividad simbólica, a las operaciones mentales
y cuyo gran desarrollo en el hombre explica su superioridad creadora—.

214
En el marco de esta concepción de conjunto, las enfermedades del
sistema nervioso aparecen como reversiones de la evolución, disolucio­
nes localizadas o generalizadas. El cuadro clínico está compuesto por
dos tipos de signos, también clínicos, que resulta esencial distinguir
bien:4
«/
—Los signos negativos, deficitarios, que corresponden a la'supresión
de las manifestaciones de actividad superior y a la puesta fuera de fun­
ción, lesional o funcional, de los centros más elevados.
—Los signos positivos, o de liberación, que por el contrario ponen
de manifiesto la emancipación de la actividad de los centros inferiores,
habitualmente inhibidos, “reprimidos” por el control jerárquico integra-
dor de los niveles más elevados. Según sea la lesión próxima a los cen­
tros o propiamente central, esos signos positivos serán intensos (descar­
gas por excitación de proximidad) o débiles (destrucción).

Jackson aplicó ese modelo de análisis clínico a diversos tipos de


trastornos. En lo que por ejemplo concierne a los centros motores, con­
sideraba a cada uno representante no sólo de un segmento separado del
cuerpo y por lo tanto de un músculo particular, sino una integración de
segmentos corporales en orden compuesto y específico, es decir de mo­
vimientos. Ascendiendo en la jerarquía de los centros, esa localización
funcional sería cada vez más amplia, de manera que en el nivel de los
centros superiores corticales cada centro representa en particular una zo­
na determinada y en general la totalidad del cuerpo —lo que por otra
parte explica las suplencias posibles en caso de destrucción, es decir las
posibilidades de recuperación— . La lesión de los centros provoca enton­
ces una afección paralítica de la zona considerada, en la cual los movi­
mientos resultan más perturbados cuanto más voluntarios sean: en el ni­
vel de la extremidad superior, por ejemplo, la mano sufre proporcional­
mente más que el brazo.
Pero estos principios revelaron particularmente su fecundidad con
respecto al problema crucial de la afasia, al permitirle a Jackson una crí­
tica muy revolucionaria de las concepciones asociacionistas entonces ad­
mitidas corrientemente, las de Meynert, Wemike o Charcot. Baillarger
había dedicado a la afasia una memoria publicada en 1865,5 que Jackson
conocía bien. En ella examinó el problema de los restos del lenguaje de
los afásicos, fuera que no dispusieran más que de unas pocas palabras
que empleaban para todo fin, o que emitieran una profusión de discursos
incoherentes (parafasia), o que todavía pudieran escribir correctamente.
Baillarger rechaza la tesis de la amnesia (Trousseau), admisible única­
mente en el caso de afasia total, y también la hipótesis de Bouillaud y
Broca, la cual postulaba la existencia de un centro coordinador o “legis­

215
lador” de la palabra, que controlaría los movimientos articulados del len­
guaje y que estaría desorganizado o destruido. Examinando esos casos
clínicos se podía demostrar que el material verbal, simbólico o motor
seguía estando perfectamente presente: las palabras restantes eran correc­
tamente pronunciadas, y sobre todo las que el enfermo no podía encon­
trar o repetir voluntariamente surgían a veces de modo espontáneo por
acción de una causa excitadora cualquiera (una emoción, por ejemplo).
Baillarger llega por lo tanto a la conclusión de que ha sido afectada la
“incitación verbal voluntaria”, pero con conservación de la “palabra au­
tomática”: lo lesionado en ese tipo de casos sería la capacidad para la u-
tilización instrumental de la palabra al servicio de la voluntad, y no el
instrumento en sí.
Jackson retomó los grandes lincamientos de ese análisis, integrando
en él sus concepciones psicofisiológicas personales. Aplicando su tesis
de que se puede localizar la lesión pero no la función, empieza por re­
chazar la teoría de una lesión de “centros de imágenes” verbales o de sus
conexiones. En la afasia, el lenguaje está dañado, no como facultad au­
tónoma que tuviera su propia localización y sus centros específicos, si­
no en tanto función voluntaria, de nivel simbólico elevado; por lo tanto
no puede tratarse del daño de elementos discretos del lenguaje, sino más
bien de su uso, en particular de una disociación entre la supresión de
los aspectos voluntarios y la conservación, incluso la liberación de los
aspectos automáticos de los empleos del lenguaje. Así, el lenguaje inte­
lectual, es decir la forma superior, proposicional,6 aparece profundamen­
te alterada (signo negativo), en tanto que los síntomas positivos con­
ciernen a las formas inferiores, arcaicas y automáticas de las emisiones
verbales: lenguaje emocional (inflexiones de la voz, interjecciones), len­
guaje automático (emisiones estereotipadas impulsivas, emisiones oca­
sionales espontáneas más o menos adecuadas), lenguaje “de confección”
(ready-made: sintagmas preformados). En consecuencia se observa la
conservación de las formas organizadas de mayor antigüedad, y con fre­
cuencia la perseveración de las últimas formas de organización volunta­
ria (palabras o frases pronunciadas inmediatamente antes o durante la a-
parición de la lesión responsable de la afasia) del habla.
De la misma manera, Jackson rechazó la distinción clásica entre len­
guaje interior y lenguaje exterior (o más bien exteriorizado), que sería el
único afectado en ciertas formas de afasia llamadas motrices, según las
tesis localizadores. Entre esos dos aspectos del lenguaje no podría haber
disociación; ellos son fundamentalmente idénticos y de nivel funcional
equivalente. A lo sumo podía admitirse que el lenguaje interior se limita
con frecuencia a esbozos, que las formas del lenguaje automático tienen
en consecuencia en él un lugar más importante que en la expresión ver­
bal externa, lo que podría explicar una relativa conservación en caso de
afasia. Pero en lo que concierne a las formas altamente organizadas, pre­
posicionales, el daño seguía siendo rigurosamente idéntico.
Jackson trata igualmente de explicar las enfermedades mentales en
los términos de su doctrina. En ese punto, sus análisis son muy próxi­
mos a los de Baillarger; en ellos siempre subraya el aspecto negativo
más discreto de los trastornos ruidosos de los alienados: “Ilusiones, deli­
rios, conductas extravagantes y estados emocionales anormales en un lo­
co (...) significan que continúa la evolución de lo que queda intacto de
los centros más elevados que han sido deteriorados, de lo que la enferme­
dad, en el curso de una disolución tal, ha respetado. Esos estados menta­
les positivos (...) implican la coexistencia de estados mentales negativos
que son una percepción defectuosa, una menor potencia de razonamiento,
una menor adaptación al ambiente actual, y la ausencia de las emociones
‘más sutiles’ (en comparación con lo que era la persona anteriormente
sana). Para dar ejemplos, toda ilusión significa que una cosa ya no es re­
conocida como lo hubiera sido antes de la locura, lo que quiere decir que
coexiste un elemento mental negativo”7 (ejemplo del paralítico general
que se cree emperador de Europa y por lo tanto ignora su verdadera iden­
tidad).
Por otra parte, Jackson insiste en el carácter con frecuencia parcial
del déficit: “Es posible que con una falla de la voluntad, la memoria, la
razón y la emoción, haya persistencia del resto de lo que se denomina fa­
cultades (...) que el enfermo ejecute de una manera determinada cosas tri­
viales, que conserve la memoria de todos los hechos ordinarios y de mu­
chas circunstancias de un pasado remoto, que hable de manera adaptada
de cosas simples y se interese en acontecimientos sorprendentes.”8 Las
posiciones fisiopatológicas de Jackson implican esos análisis, más suti­
les, es preciso decirlo, que las tesis mecanicistas corrientes en la época,
y que él critica tanto en ese lugar como en otros: “El tejido nervioso a-
trofiado no es en nada tejido nervioso; funcionalmente, no es exacta­
mente nada y no puede ser la causa de nada positivo; los síntomas men­
tales positivos (...) aparecen durante la actividad que se produce en los e-
lementos no atrofiados, sanos, de lo que queda del enfermo. (...) No pue­
den originarse durante la actividad de elementos atrofiados.”9 Volvemos
a encontrar las distinciones cruciales y paralelas entre lesión y síntoma,
y entre centro y función.
Otros factores hacen más complejo ese análisis patogénico de la alie­
nación mental: a la profundidad (el nivel por lo tanto alcanzado por la
disolución) se añade su velocidad (la rapidez con la cual desaparece el
control de los niveles superiores y que determina la intensidad, propor­
cional, de los fenómenos de liberación). Por otra parte, la estructura de
la personalidad que sufre la disolución (niño, adulto, anciano, hombre o
mujer, inteligente o estúpido, portador de una tara degenerativa o sano,

217
instruido o no y de qué manera, etcétera) modula el contenido de los sín­
tomas, al mismo tiempo que la naturaleza de lo que es automático y por
lo tanto subsiste, y de lo que es voluntario y desaparece. Finalmente, la
influencia de los estados corporales y de las circunstancias exteriores del
momento desempeña un papel esencial en la determinación de las mani­
festaciones patológicas (ejemplo de las imágenes oníricas provocadas
por tal o cual sensación corporal en el curso de la disolución fisiológica
que es el dormir).
La obra de Jackson no tuvo inmediatamente, entre los neurólogos
todavía imbuidos de las concepciones localizadoras, la repercusión que i-
ba a alcanzar en el siglo XX. Pero, contrariamente a lo que se ha soste­
nido, alcanzó rápidamente una influencia considerable en psicopatología,
puesto que inspiró la obra del fundador de la psicopatología francesa, el
maestro de Janet y Binet, Théodule Ribot.

B. Ribot y la escuela psicopatológica francesa

En efecto, hasta Ribot la escuela espiritualista siguió siendo dominante


en la psicología francesa, a pesar de los violentos ataques de Comte y,
después, de Taine. Fue Ribot quien puso término a su influencia cientí­
fica en Francia, al introducir las ideas de los psicólogos empiristas in­
gleses y alemanes en dos notables obras que ya he citado con frecuencia:
La psychologie anglaise contemporaine (1870) y La psychologie alle­
mande contemporaine (1879). Los prefacios que redactó para esos dos
volúmenes constituyen el manifiesto teórico de la nueva escuela; con un
lenguaje muy claro y gran dominio, retoma allí las posiciones de una
psicología empírica y comparada, en gran medida evolucionista y mate­
rialista (por lo menos en el sentido del paralelismo psicofisiológico). Su
positivismo crítico se inspiró en Mili, Bain y Spencer; ya conocemos
sus argumentos: crítica de la psicología de las “facultades mentales”
rechazo de toda intromisión de tipo moral o metafísico, asociación
método subjetivo (introspección) con el método objetivo comparado (es­
tudio de las lenguas, de lá historia, de las sociedades inferiores, de la pa­
tología mental, de los niños'y los animales),10 vinculación permanente
de los fenómenos psicológicos con los fenómenos fisiológicos, en par­
ticular con sus concomitantes nerviosos y con toda la “cerebración in­
consciente” en la que hunden sus raíces y a la que vuelven finalmente a
fundirse. Para Ribot, la psicología era la última rama de las ciencias po­
sitivas que se separaba del tronco común de la filosofía, reducida a no
contener en adelante más que “las especulaciones generales del espíritu
humano acerca de los principios primeros y las razones últimas de toda
cosa: finalmente, será metafísica, y nada más.”11
No obstante, algo caracteriza la posición de Ribot en medio del con­

218
cierto de la psicología europea contemporánea, y se trata de una tradición
de pensamiento que, a través de Taine, Comte y Broussais, lo vincula
directamente con Cabanis. Es la importancia metodológica que atribuye
al campo de la patología mental en la constitución de la nueva psicolo­
gía. Los hechos psíquicos son los más complejos, los más elevados de
los fenómenos naturales: su conocimiento directo es inseguro, ilusorio,
de lo cual surge la necesidad de los procedimientos indirectos de la psi­
cología objetiva. Entre ellos, Ribot reserva un lugar escogido a las téc­
nicas de los experimentalistas alemanes, incluso aunque ésa sea una vía
que no parece tentarlo personalmente;12 en efecto, él mismo nunca rea­
lizó experimentos, y fueron sus alumnos quienes fundaron los primeros
laboratorios franceses. Más bien parecía atraerlo la dimensión comparada
pero, entre sus diversos registros, uno ocupaba a su juicio un lugar ex­
cepcional: la patología mental, ámbito privilegiado de aplicación a la
psicología del método de las diferencias (cf. Mili). Como lo había afir­
mado Claude Bemard para la fisiología, entendía que la enfermedad reali­
zaba una experimentación natural, una verdadera disección espontánea de
los fenómenos psicológicos más complejos. Así se estableció el matiz
específicamente francés en la psicología empirista europea contemporá­
nea, matiz que capitalizaba el prestigio y la fuerte implantación en Fran­
cia, desde Pinel, del trabajo clínico y teórico en el dominio de la aliena­
ción mental. De allí provino, a través de Charcot, siempre muy reveren­
te respecto de Ribot, todo el pensamiento psicodinámico de principios
del siglo XX, cuyos adelantados fueron Janet y ese retoño germánico de
la psicopatología francesa, como por muchas razones puede considerarse
a Freud.
Pero lo que autorizaba a Ribot a considerar la patología mental como
una especie de disección natural de las operaciones mentales más com­
plejas, era la tesis de la disolución que tomó muy explícitamente de
Jackson y que utilizó como “ley de regresión” en la primera parte de su
obra. Ella es la base teórica de esos “tres pequeños libros que tienen por
título Les maladies de la mémoire (1881), Les maladies de la volonté
(4893) y Les maladies de la personnalité (1885) (y que) durante mucho
tiempo fueron el breviario de los psicólogos y de los médicos; (esos li­
bros) los agruparon, les proporcionaron estudios comunes, un lenguaje
inteligible para todos y modelos a imitar. (...) De allí provino (...) ese
movimiento científico notablemente caracterizado por la asociación es­
trecha de los estudios psicológicos y los estudios médicos.”13
Veamos por ejemplo cómo cierra Ribot su estudio de la patología de
la memoria: “Hemos demostrado que la destrucción de la memoria sigue
una ley. (...) En el caso de disolución general de la memoria, la pérdi­
da de los recuerdos da los pasos de tín trayecto invariable: los hechos re­
cientes, las ideas en general, los sentimientos, los actos. En el caso de

219
disolución parcial mejor conocido (el olvido de los signos),14 la pérdida
de los recuerdos sigue un proceso invariable: los nombres propios, los
nombres comunes, los adjetivos y los verbos, las interjecciones, los
gestos. En ambos casos la marcha es idéntica. Es una regresión de lo
más nuevo a lo más antiguo, de lo complejo a lo simple, de lo volunta­
rio a lo automático, de lo menos organizado a lo mejor organizado. La
exactitud de esta ley de regresión es corroborada por los casos bastante
escasos en los que a la disolución progresiva de la memoria sigue una
curación: los recuerdos retoman en un orden inverso al de su pérdida.”15
En esa primera fase de su obra, las concepciones de Ribot no son por
otra parte muy originales: su inmensa erudición le permite simplemen­
te una síntesis amplia y clara, conceptualmente muy segura, de las tesis
de la psicología y la psicopatología del siglo XIX. Así, inscribe el fun­
cionamiento mental en el interior del funcionamiento nervioso, y este
último en el interior del organismo íntegro; lo psíquico se origina y
vuelve a hundirse en el inconsciente, que para Ribot es idéntico a lo fi­
siológico.16 Ello no impide que la conciencia sea un nivel funcional
significativo, el más elevado en la jerarquía nerviosa, con características
propias (dimensión temporal, determinismo muy abierto, instancia de
control y de síntesis, etcétera). El funcionamiento y las necesidades del
organismo íntegro están representados psicológicamente por sensaciones
confusas, emociones, tendencias que orientan toda la actividad mental.
“La unidad del yo, en el sentido psicológico, es por lo tanto la cohesión,
durante un lapso dado, de un cierto número de estados de conciencia cla­
ros, acompañados por otros menos claros y por una multitud de estados
fisiológicos que, sin un acompañamiento de conciencia como el de sus
congéneres, obran tanto o más que ellos.”17
“La personalidad real es el organismo y el cerebro, su representación
suprema, que contiene en sí los restos de lo que hemos sido y las posi­
bilidades de todo lo que seremos. Allí está inscripto totalmente el carác­
ter individual, con sus aptitudes activas y pasivas, sus simpatías y sus
antipatías, su genio, su talento o su tontería, sus virtudes y sus vicios,
$u torpor o su actividad. De allí es poco lo que emerge a la conciencia rf
en comparación con lo que queda enterrado, aunque actuando. La perso­
nalidad consciente nunca es más que una pequeña parte de la personalidad
física."18 De modo que la unidad del yo de los espiritualistas no era en
realidad sólo una coordinación, como lo afirmaban los asociacionistas,
sino que se afianzaba en la permanencia de un “sentimiento vago de
nuestro cuerpo”,19 esa cenestesia, conciencia vaga del conjunto del or­
ganismo y del funcionamiento de los órganos (incluso del mismo cere­
bro), en la que desde Griesinger20 se tendía a encontrar la clave del senti­
miento unitario de la personalidad y también de sus mutaciones patoló­
gicas (cf. la teoría de la psicosis en Griesinger).

220
Del mismo modo, la voluntad no era más que un estado de concien­
cia, reflejo de la coordinación del conjunto de las tendencias y motiva­
ciones antagónicas por las cuales el organismo estaba representado psí­
quicamente . De modo que el acto voluntario constituía el desenlace de
una vasta deliberación que el “yo quiero” observaba y verificaba sin
constituirla: él expresaba la síntesis personal, el carácter como “expre­
sión psíquica de un organismo individual”.21 Era la forma más comple­
ja, inestable y frágil del mismo proceso del que el arco reflejo represen­
taba el fenómeno más elemental: en realidad, “el secreto de los actos
producidos debe buscarse en la tendencia natural de los sentimientos e i-
mágenes a traducirse en movimientos”.22

C. La teoría de la afectividad en Ribot

Ribot siempre deploró (por ejemplo en sus estudios sobre los psicólo­
gos contemporáneos ingleses y alemanes) la debilidad y el carácter in­
completo de las tesis existentes acerca de los fenómenos afectivos. A
partir de 1896, fecha de la aparición de su Psychologie des sentiments,
trató de llenar él mismo esa laguna y al mismo tiempo abordó una serie
de trabajos paralelos sobre el desarrollo y la estructura comparada de la
inteligencia y la afectividad. En esta segunda fase de su obra, el recurso a
la patología pasó al segundo plano ante la apelación a la antropología,
la historia y la biogénesis de la especie: Darwin reemplazó a Jackson
como principal punto de referencia teórica. “La antropología, la historia
de la costumbres, de las artes, de las religiones, de las ciencias, nos se­
rán con frecuencia más útiles que lo aportes de la fisiología. (...) La e-
volución de los sentimentos en el tiempo y en el espacio, a través de los
siglos y las razas, es un laboratorio que opera hace miles de años, con
millones de hombres. (...) Si bien la vida del espíritu tiene sus raíces en
la biología, sólo se desarrolla en los hechos sociales”.23
El fondo de la tesis de Ribot retoma la teoría de James que estudiare­
mos más adelante y que él resume como sigue: “La emoción no es más
que la conciencia de todos los fenómenos orgánicos (interiores y exterio­
res) que la acompañan y que generalmente son considerados sus efectos;
en otros términos, lo que el sentido común considera los efectos de la e-
moción es en realidad su causa.”24 En suma, lo mismo que Maudsley y
que Spencer, Ribot entiende que la emoción es la conciencia de la puesta
en juego de tendencias (“necesidades, apetitos, instintos, inclinaciones,
deseos”) cuyas manifestaciones le parecen de naturaleza fundamental­
mente motriz, en sentido amplio: “movimientos, gestos, actitud del
cuerpo, modificación de la voz, rubor o palidez, temblores, cambios en
las secreciones y excreciones y otros fenómenos corporales”.25 La emo­
ción es por lo tanto el estado de conciencia que corresponde a la activa-

221
clón de una tendencia, es decir fundamentalmente de un instinto, y Ribot
va a esforzarse por reducir los grandes grupos de estados afectivos a los
fundamentos instintuales de los que emanan.
Los estados emotivos, por otra parte, tienen una tonalidad agradable
o penosa, en sí misma no específica: no se trata más que de un indicio,
el cual indica que la tendencia fundamental que la emoción manifiesta
está siendo satisfecha o contrariada. En efecto, placer y dolor connotan
grosso modo (el organismo no es profeta) lo útil y lo nocivo, lo que
incrementa y lo que reduce la energía vital; como lo había observado
Darwin, la selección natural se encarga de asegurar la suficiente adecua­
ción de esa guía esencial de la actividad animal a las condiciones reales
del ambiente. Por lo tanto, si bien “la mayor parte de los tratados clási­
cos dicen que ‘la sensibilidad es la facultad de experimentar placer y do­
lor’, (Ribot) diría, empleando su terminología, que ‘es la facultad de ten­
der y desear, y como consecuencia, experimentar placer y dolor’ ”.26 Se
advierte el cambio fundamental que así sufre el utilitarismo en la época
evolucionista.
Queda el problema de la ligazón entre los estados afectivos y las sen­
saciones, percepciones, imágenes, ideas que los acompañan o que casi
siempre tienen el poder de desencadenarlos. Se trata desde luego de un fe­
nómeno que pone de manifiesto el lazo, directo o secundario (por la me­
diación de las asociaciones de imágenes e ideas), entre los estados inte­
lectuales precitados y las condiciones de existencia naturales o sociales
que gobiernan la puesta en juego de las tendencias de las que emanan las
emociones. En resumen, “se trata de una cuestión de génesis”,27 y al e-
xaminarla Ribot retoma la corrección que un buen número de autores
contemporáneos querían introducir en la clásica ley de asociación. Al a-
nálisis puramente intelectual (semejanza, contraste, contigüidad) tradi­
cional, la idea es añadir (para algunos incluso ceder el lugar a ) el papel
esencial de las disposiciones afectivas como base de los fenómenos aso­
ciativos, problema “recientemente estudiado por Lehmann28 con el
nombre de desplazamiento (Verschiebung) de los sentimientos, y por
Sully con el nombre de transferencia de los sentimientos”.29 Por otro
lado —piensa Ribot— ésa es una de las fuentes esenciales de las in­
fluencias conscientes en la vida psíquica: junto a hipotéticos factores he­
reditarios atávicos (Ribot prefiere hablar de la acción de tendencias inna­
tas), y de la gravitación global, permanente o transitoria, de la ceneste-
sia, “el inconsciente personal, residuo de estados afectivos ligados a per­
cepciones anteriores o a acontecimientos de nuestra vida”,30 ejerce una
influencia capital en nuestra vivencia consciente. En 1897, por otra par­
te, en su Essai sur l'imagination créatrice, Ribot estudiará otras dos
formas de asociación inconsciente:
-teta MOdación mediata (Hamilton), cuya “fórmula general es: A e-
VOOt I C , aunque no haya entre ellos ni continuidad ni semejanza, por-
que un término intermedio B, que no entra en la conciencia, sirve de
transición desde A a C”;31
—el efecto de “constelación” (Ziehen), en el que el resultado asocia­
tivo, aparentemente imprevisible y consecuencia de un puro azar, reposa
en una suma de lazos asociativos subconscientes del tipo de la asocia­
ción mediata.

Para determinar las formas primitivas, elementales, de la emoción,


Ribot confiará, más que en las fuentes sospechables de la observación
interior y de la descomposición analídca, en el método genético, bajo su
forma cronológica (observación del niño). Así, toma de Preyer y de los
psicólogos contemporáneos del niño una lista secuencial32 que le servirá
de guía: miedo, cólera, cariño, emoción personal (ligada al yo, a la per­
sonalidad: self-feeling, Selbstgefühl), emoción sexual, aparecían en ese
orden sucesivo y constituían la base de los sentimientos complejos
(sentimientos sociales y morales, religiosos, estéticos, intelectuales); la
disociación se producirá en el orden inverso (sentimientos complejos de­
sinteresados, sentimientos altruistas, emociones ego-altruistas, egoís­
tas), verificándose lo que la evolución parece poner de manifiesto.
La vinculación de las emociones primitivas con los grandes instintos
fundamentales se desprende entonces sin dificultad: temor y cólera co­
rresponden respectivamente a las formas defensiva y ofensiva del instin­
to de conservación; el cariño (emoción tierna) deriva de la simpatía, for­
ma elemental del sentimiento social; las emociones personales (senti­
miento de fuerza o debilidad: orgullo, humildad), de carácter semisocial,
son la expresión de la misma tendencia en su forma reflexiva; finalmen­
te, el instinto de reproducción da origen a las emociones sexuales. Las
emociones complejas derivan entonces de las emociones simples por la
mediación de los procesos intelectuales y de las asociaciones que en e-
llos se constituyen: de allí se desprende una diferenciación evolutiva (cf.
la evolución de los sentimientos estéticos o del sentimiento de propie­
dad, desde los pueblos primitivos hasta el hombre occidental) que a ve­
ces toma la vía de una detención del desarrollo (el odio, la resignación,
el amor platónico, como formas abortadas de la cólera, de la pena, del
deseo sexual) o de una composición por mezcla o fusión (cf. el análisis
por Spencer del sentimiento amoroso). En los sentimientos desinteresa­
dos se añaden fuentes particulares que les confieren su especificidad: así,
los sentimientos estéticos tienen su origen en esa “actividad de lujo”, e-
se gasto de energía superflua que es el juego; la danza-pantomima cons­
tituía la forma primitiva de ese juego estético. Los sentimientos intelec­

223
tuales nacen de la necesidad de conocer, emanación puramente utilitaria
de los instintos fundamentales antes de que esa necesidad se autonomice
en una actividad desinteresada.

D. La lógica racional y la lógica afectiva en Ribot

En 1905 Ribot completó su primera obra sobre una “lógica de los senti­
mientos” (Logique des sentiments). Allí examina la existencia de una
lógica extrarracional de base afectiva, distinta de una simple “lógica de
los sofismas”, puesto que encuentra su fuente no simplemente en el e-
rror intelectual sino en el problema de los valores. Ambas formas de
lógica se diferenciaron partiendo de una matriz común, la inferencia, for­
ma elemental del razonamiento. La lógica racional proviene de una se­
lección progresiva de las formas de razonamiento convincentes, es decir
conformes a la naturaleza de las cosas: a lo largo de los siglos, por ensa­
yos y errores, se diferenció de ese modo el razonamiento objetivo del que
a continuación los lógicos, por reflexión y análisis, extrajeron las leyes;
en ese proceso, los progresos de la técnica desempeñaron un rol esencial:
“La técnica es la madre de la lógica racional”33 Por otra parte, de la
construcción de las abstracciones y de la evolución intelectual del mundo
de las imágenes hasta el de los conceptos, Ribot tiene una idea muy se­
mejante a la del análisis que hemos detallado en Romanes.34 No obstan­
te, le aporta a la clásica teoría nominalista una corrección (o más bien
un comentario) esencial: si bien el concepto es sólo una palabra, es decir
un signo, si bien se puede razonar con esos signos abstractos sin tener
conciencia de su significación, es decir de lo que representan, a la manera
del álgebra, de ningún modo la interpretación del fenómeno puede dete­
nerse en ese punto, como lo atestiguan ampliamente las dificultades de
toda persona no informada ante una página de un texto un poco abstracto
en un dominio que le es extraño. En efecto, “los términos generales cu­
bren un saber organizado, latente. (...) Las ideas generales son hábitos
en el orden intelectual (...) es decir una memoria organizada. (...) Lo que
ocurre siempre que tenemos en la conciencia solamente la palabra gene­
ral no es más que un caso particular de un hecho psicológico muy cono­
cido, que consiste en lo siguiente: el trabajo útil se realiza por debajo de
la conciencia, y en ella sólo aparecen sus resultados, indicios o señales.
(...) Ese sustrato inconsciente, ese saber potencial, organizado, no sólo
le da a la palabra su valor verbal, sino que deja en ella sus huellas. (...)
El pensamiento simbólico, operación en apariencia puramente verbal, es
sostenido, coordinado, verificado por un saber potencial y un trabajo in­
consciente”.35
Por lo tanto, si bien el razonamiento objetivo se ha desprendido pro­
gresivamente de la matriz común, no ha podido reemplazarla y “exten-

224
• la totalidad del dominio del conocimiento y de la acción. Ahora
. al hombre tiene una necesidad irresistible de conocer ciertas cosas
| i l l l rtzón no alcanza, de obrar sobre ciertas personas o cosas, y la ló-

S » objetiva no le proporciona los medios para hacerlo. En una palabra,


lógica de los sentimientos (...) esa forma de razonamiento inferior, a-
Itatoria, con frecuencia engañosa (...) le sirve al hombre en todos los ca-
MMen los que existe un interés teórico o práctico (en el fondo siempre
práctico) en formular o justificar una conclusión y no se pueden o no se
quieren emplear los procedimientos racionales.”36
Así delimitada, la lógica de los sentimientos aparece como una for­
ma de razonamiento cuyos términos son juicios de valor y cuyas propo-
liciones están esencialmente regidas por el principio de la finalidad: “En
el razonamiento racional, las relaciones se establecen entre los términos
medios por semejanza, analogía, pasaje de la parte al todo y del todo a la
parte, inclusión, exclusión, etcétera, y la serie condiciona la conclu­
sión, en tanto que en la lógica afectiva las relaciones (...) se establecen
según una tendencia única, siguiendo un principio de finalidad (...) y la
conclusión condiciona la serie.”37
Ribot puede entonces desprender dos tipos principales de razona­
miento, según sea el punto de partida un deseo (razonamiento imaginati­
vo; ejemplos: adivinación, magia) o una creencia (razonamiento de jus­
tificación; “ejemplo: justificar la Providencia de un desastre que aniquila
en masa a personas piadosas”).38 Además de esos dos tipos, describe una
forma “mixta” de superestructura racionalizada (tipo alegato-elocuencia)
y dos formas desdibujadas cercanas a la simple asociación de base afecti­
va:39 el razonamiento pasional y el razonamiento inconsciente — tal co­
mo puede intervenir en las conversiones y las mutaciones sentimenta­
les— . Todas las formas de la lógica afectiva tienen la misma estructura:
indiferencia al principio de contradicción, propensión a la satisfacción de
las tendencias, necesidades, deseos; utilización predominante de procedi­
mientos retóricos (acumulación o gradación de argumentos que apuntan
esencialmente a lograr un efecto emotivo).
Al sistematizar de ese modo la oposición de dos lógicas, incluso de
dos pensamientos en el individuo, Ribot sin duda retoma un tema bas­
tante trillado, pero también conceptualiza con claridad, en el interior
mismo del marco de la psicología científica de su época, un modelo de
conflicto que va a convertirse en el tema general de los análisis psicopa-
tológicos inmediatamente ulteriores, por lo menos en lo que concierne a
lo que en ese mismo momento se estructuraba en la clínica como pato­
logía constitucional.40 Veremos que Freud formuló análisis totalmente
homólogos cuando opuso los procesos primario y secundario del pensa­
miento.

225
Irtfancía y sexualidad

A. La psicología del niño: reduccionismo o especificidad

Indudablemente en la estela del pensamiento evolucionista, tan preocu­


pado por cuestiones de génesis, la psicología del niño comenzó a susci­
tar hacia el último cuarto del siglo XIX un interés creciente. Por lo de­
más fue un texto de Taine aparecido en 187641 el que impulsó el movi­
miento; muy pronto traducido al inglés, llevó a Darwin a publicar a su
vez (1887) observaciones breves sobre el desarrollo mental de sus hijos.
En pocos años aparecieron42 las grandes obras de Preyer (1881) y de Pé­
rez (1878 y 1886), y los artículos monográficos de Sully (a partir de
1880): el movimiento estaba iniciado y no se detendría; la psicología del
niño siguió siendo hasta nuestros días objeto de trabajos cada vez más
numerosos. ¿Es posible imaginar hoy que hubo un tiempo en el que ese
campo no existía y no suscitaba ninguna investigación particular?
En efecto, si se quieren encontrar las concepciones difundidas acerca
de la infancia y su psicología antes de mediados del siglo XIX, es preci­
so dirigirse a las teorías pedagógicas y a toda la masa de escritos consa­
grados a ese tipo de problemas desde el Renacimiento hasta el fin de la
época clásica.43 En tal sentido, en el siglo XVIII se levantó la hipoteca
cristiana acerca de la tendencia natural al mal del ser humano, es decir,
sobre todo del niño antes de alguna corrección educativa. Rezagándose
en todas partes, esta concepción fundamental de la pedagogía cristiana
dejó emerger dos tesis provenientes del humanismo más que nada signa­
das por la creencia en la naturaleza bondadosa y perfectible de la humani­
dad. La primera, heredera de Rabelais, reunió a empiristas (Condillac) y
teóricos del progreso (Condorcet), concordes en confiar en el conoci­
miento, en las “humanidades”, para transmitir al niño la cultura que hace
de él un hombre cada vez mejor y un ciudadano. La segunda, más bien
en la veta de Montaigne y próxima a la tesis filosóficas aprioristas e in-
natistas (Kant), encontró en Rousseau su mascarón de proa; ella espera­
ba más bien de la confrontación del niño con las experiencias de la vida
el desarrollo natural del que el pequeño es capaz y que el educador condu­
ce diestramente desde bambalinas.
Pero detrás de esta oposición superficial, que corresponde de hecho
estrechamente a la controversia entre empirismo y apriorismo, ambas
posiciones tenían en común una concepción de la infancia que no veía
en ella otro contenido que el de tender al estado adulto. Ese adultomor-
fismo se expresaría cómodamente con el vocabulario aristotélico: el ni­
ño era el adulto en potencia y la educación sólo tenía la finalidad de ha­
cer pasar esa potencia al acto y engendrar al adulto que de hecho el niño
era potencialmente. La tesis “dirigista” es más clara en cuanto designa a

226
como “fábrica de la humanidad” (Comenio) o afirma que “el e-
ém Ó O t, junto al niño, es el representante del hombre que él será más a-
MUMe” (Herbart), aquel que hará que “el hombre se convierta verdadera­
mente en hombre” (Comenio). De allí proviene el carácter decididamente
«Ofnitivo de lo que hacía las veces de teoría del desarrollo, y el hecho de
qiM lt dosis de “información” necesaria fuera pensada en términos de sa­
ber O#n términos de experiencia. La controversia apuntó finalmente a la
descomposición analítica del espíritu en “facultades mentales”: los em­
plastas reducían todo a la percepción, los aprioristas pretendían una au­
tonomía y por lo tanto una educabilidad propia de la voluntad. La poca
experiencia clínica paidopsiquiátrica de la que se disponía en esa época e-
ra el reflejo de aquella concepción fundamental y de esta polémica secun­
daria. Su única noción, en efecto, era la de detención del desarrollo, la i-
dlotez, y las controversias versaban sobre la irreversibilidad de ese esta­
do: los empiristas la consideraban nula (Pinel, Esquirol). Esa no era la
opinión de los “educadores de idiotas” (Séguin, Delasiauve), más bien
espiritualistas, quienes pensaban en una lesión predominante de la vo­
luntad y por lo tanto de la atención: estimaban que la educación de esos
nlflos era posible, con la condición de que se utilizaran métodos especia­
les.44
Al principio, la curiosidad nueva que suscitó en la segunda mitad del
siglo XIX el desarrollo psicológico del niño no se apartó mucho de la
óptica tradicional: se trataba de verificar, de validar las concepciones de
la génesis de las funciones mentales tal como se la representaban las te­
orías reinantes, asociacionistas y evolucionistas. Es el caso del artículo
de Taine que encuentra las etapas de su análisis de la inteligencia en la
observación del desarrollo del lenguaje y de los conceptos en el niño. El
breve trabajo de Darwin o las obras de Pérez se presentan como protoco­
los de observación de un estilo más bien sobrio, que procuran determinar
las fechas de aparición y las modalidades de evolución de los fenómenos
mentales, encarados y descriptos de una manera bastante académica (sen­
saciones, movimientos, emociones, fenómenos intelectuales, lenguaje,
desarrollo moral y de la personalidad); la óptica es por cierto evolucio­
nista y el objetivo validatorio evidente, aunque las observaciones en sí
pueden tener un valor propio (cf. la lista de aparición secuencial de las e-
mociones en el niño utilizada por Ribot).
El trabajo de Preyer que domina el período se funda en una orienta­
ción fisiologista próxima a la de Bain: retoma en particular la tesis de
este último acerca de la constitución de los movimientos voluntarios a
partir de una selección-combinación de los movimientos automáticos
espontáneos (impulsos, reflejos o instintos innatos) asociados a las pri­
meras representaciones sensoriales de objeto, tal como ellas se constitu­
yen bajo el imperio determinante de los estados de placer o dolor y por

227
la acción discriminativa de los movimientos en las percepciones (apro­
ximación o retirada con repetición del placer o displacer). La facultad de
constituir nociones, o inteligencia, aparece como innata, lo mismo que
su disposición en el tiempo y el espacio (referencia a Kant y a los nati-
vistas), pero la percepción es indispensable para llenar ese primer marco
(referencia empirista). Por otra parte, la inteligencia se constituía inde­
pendientemente del lenguaje, incluso aunque las nociones primarias,
mudas, necesarias para la adquisición de este último, se encontraran des­
de luego precisadas en ella (Preyer cita en tal sentido las inferencias in­
conscientes de Helmholtz, que prefiere denominar “mudas”, “sin habla”).
De estas diversas investigaciones de espíritu muy empírico se des­
prendieron pronto una cierta cantidad de temas específicos:

— De entrada y sobre todo, el problema de lo innato y lo adquirido en


el desarrollo: ¿cuáles eran por lo tanto las partes respectivas de la estruc­
tura hereditaria del psiquismo y de la influencia del medio y de la imita­
ción45 en el ser humano? El primer factor, en una óptica evolucionista,
relaciona al hombre con la animalidad y con determinaciones instintivas;
el segundo subraya la presencia de la cultura y de la dimensión social.
Preyer retomará una tesis de Helmholtz (debilidad de los instintos en el
hombre), que él reinterpreta y que parece encontrar un amplio consenso:
la inmadurez psicofisiológica notable del recién nacido y del niño, en re­
lación con el mundo animal, explica la perfectibilidad indefinida del ser
humano y su adaptabilidad muy abierta; en ellas se unen la importancia
de los aprendizajes, la prolongada duración de la infancia, el desarrollo
de los instintos familiares y sociales.
—A continuación, la gran variabilidad cronológica del desarrollo en
el niño: resultaba imposible fijar fechas precisas para estadios y fenóme­
nos delimitados; cada niño tenía su propio ritmo para recorrerlos. De allí
la importancia de la dimensión comparativa, la necesidad de estudios
empíricos y estadísticos abundantes. La metodología de la psicología
genética comenzó a precisarse en esa época: tuvo su origen en la con­
frontación de los estudios monográficos al principio realizados casi
siempre en los propios hijos de los autores.
—Finalmente, la mirada evolucionista, entonces darwinista, aisló
progresivamente una secuencia de fases de desarrollo que recapitulaban
en el niño la evolución de la especie. La ley biogenética de Haeckel en­
contró por ejemplo su aplicación en Sully en la idea de una secuencia en
la que se sucedían un estadio de dominación de los instintos vitales (ani­
malidad), un período de asombro ingenuo e imaginación supersticiosa
(correspondiente a las culturas primitivas, “infancia de la humanidad”), y
finalmente un estadio en el que aparecían una observación más reflexiva
del mundo exterior y modos de razonamiento más exacto y eficaces.

228
iMbráde tomar en gran medida ese camino,46 que todavía gravi-
miento de su discípulo Piaget.

livamente, dos corrientes de pensamiento fueron diferencián-


i campo de la psicología del niño, desde luego, las vinculaba
pilo espectro de posiciones intermedias. Tomemos a Baldwin co-
IM paradigma de la primera: para ese funcionalista,47 sobre todo preo-
QUpado por la génesis de las funciones intelectuales, la psicología del ni-
AOM caracterizaba principalmente por su simplicidad: primero reducida
a una pura impulsividad ideodinámica (modelo: la hipnosis) se desarro­
llaba a través de la complejización creciente de una estructura primitiva
ffluy limpie, puesto que en líneas generales equivalía al arco reflejo. Los
"hábitos" hereditarios se modificaban por la influencia del medio en vir­
tud de la operación de la acomodación, a través de las “reacciones circu­
lares"48 que reforzaban los efectos de la experiencia al tender a la repeti­
ción de los estímulos positivos (forma originaria de la imitación) y a la
fuga respecto de los estímulos negativos. Esa génesis logicista de las o-
peraciones mentales se fundaba en una concepción de tipo mecánico
(aunque dinámica) en la que el problema de la motivación era evitado
mediante metáforas fisiológicas, como por ejemplo la “reacción de exce­
so" tomada de Spencer y Bain y que explicaba la reacción circular: el
placer correspondía a una ventaja vital para el organismo y se manifesta­
ba por un aumento de la energía y la actividad susceptibles de invertirse
en los movimientos necesarios para la repetición del estímulo y por lo
tanto de la reacción (el dolor provocaba los fenómenos inversos). Con
respecto a Piaget, Wallon ha definido magistralmente la estructura y las
debilidades de ese tipo de concepciones que tratan de formular una econo­
mía de la conciencia en el análisis del pensamiento, extrayendo modelos
lógicos de la actividad mental primitiva, con peligro de reintroducir, sin
decirlo, en los momentos claves del análisis, lo mismo que acaban de
rechazar.49
Lo que retendremos principalmente es la afirmación de la simplicidad
y la certidumbre de la transparencia de la vida mental del niño, y detrás
de ellas la subsistencia del adultomorfismo clásico. J. Sully atestiguará
el origen de la segunda corriente, la que llevaba en germen la concepción
nueva y la mirada psicoanalítica. “Los niños son mucho menos fáciles
de descifrar de lo que se supone comúnmente”,50 y ello no solamente a
causa de su reticencia y su timidez. En efecto, “cuando el chiquillo se
muestra perfectamente cándido y se esfuerza, con sus preguntas y obser­
vaciones acompañadas de la más elocuente de las miradas, por enseñar­
nos lo que ocurre en su espíritu, nos encontramos constantemente inca­
paces de comprenderlo. El pensamiento infantil sigue su propio sendero,
‘su propio camino’, como dice muy justamente Rudyard Kipling, ‘ca­

229
mino olvidado por quienes han dejado la infancia detrás de sí’. Siendo
esto así, nos parece bastante osado hablar de la investigación científica
de la inteligencia infantil. A decir verdad, es preciso reconocer, a pesar de
los recientes trabajos preparatorios muy notables y plenos de promesas
acerca de la psicología infantil, que estamos lejos de poseer documentos
verdaderamente científicos en tal sentido. Nuestras llamadas teorías sobre
la actividad intelectual de los niños no son con frecuencia más que gene­
ralizaciones precipitadas de observaciones imperfectas. Es probable que
los niños tengan maneras de pensar y de sentir mucho más variadas de lo
que nuestras teorías suponen”.51
Así, Sully subraya la heterogeneidad del pensamiento del niño res­
pecto del nuestro, y los obstáculos que encuentra la investigación empí­
rica. Si bien insiste en la importancia de una simpatía cariñosa del ob­
servador para penetrar en ese ser complejo y diferente, también reco­
mienda una buena formación científica para evitar las trampas de la in­
tuición proyectiva: la madre o la nodriza son quienes están mejor ubica­
das desde la perspectiva del primer criterio; el padre o el médico, con re­
lación al segundo. Así se identifican bien temas modernos y también el
del “niño originario”, padre del adulto y clave de su comprensión, lo que
invierte totalmente la perspectiva tradicional. Es preciso ver en ese cam­
bio conceptual radical la huella de la influencia darwinista: ella tiende
progresivamente a definir su especificidad, más allá de los aspectos más
clásicos del evolucionismo común, spenceriano. Por otra parte, ese tipo
de crítica de un geneticismo demasiado simplista se extenderá a muchos
ámbitos en el siglo XX, en particular al campo cultural y social: tam­
bién en ellos la comparación retrocederá ante la evidencia de una autono­
mía estructural por lo menos relativa.
A continuación del pasaje que hemos citado, Sully toma el ejemplo
del “juego del niño, acerca del cual tanto se ha escrito, y con tanta segu­
ridad, (y que) hasta ahora sólo ha sido comprendido imperfectamente”.52
En dos grandes obras aparecidas en 1896 (Los juegos de los animales) y
1899 (Los juegos del hombre), Karl Groos, con una óptica por lo
demás un poco diferente, intentó darle a este problema una respuesta que
respetara la especificidad de esta actividad tan propia del niño. Recha­
zando las explicaciones tradicionales (solaz, gasto de la energía super-
flua, restos hereditarios sin valor actual), atribuyó al juego una función
esencial de ejercicio, de ajuste y de maduración de las actividades instin-
tuales ulteriores (de allí la especificidad de los juegos de cada especie a-
nimal): “El animal no juega por ser joven, sino que tiene una juventud
para satisfacer la necesidad de jugar.”53 También en ese caso la infancia
ocupa un lugar capital y un papel autónomo en el desarrollo: si bien la
actividad que la caracteriza mejor es propedéutica con respecto a la del a-
dulto, signa también una fase que tiene su significación propia.

230
Clásica del instinto sexual

d i que la atracción recíproca entre los sexos es una ley natural y


• U atracción irreprimible encuentra su fuente individual en los
genitales es extremadamente remota: no hay ventaja alguna en
lu filiación desde los escritos más antiguos.54 A la noción mo­
t a n ! del instinto sexual, tal como ella va a funcionar a lo largo de todo
•1 ligio XIX, proporcionando a la clínica naciente de las perversiones
MXU«le> su fundamento teórico, nos resultará en cambio más fácil y
fructífero situarla en su origen, puesto que incuestionablemente su pun­
to de partida se encuentra en la obra de Cabanis. Era lógico que quien
COniideraba los instintos como “una consecuencia de las leyes de la for­
mación y del desarrollo de los órganos”,55 y que les atribuía una fun­
dón esencial en las determinaciones psíquicas, se interesara particular­
mente en la sexualidad. “Los historiadores del sistema animal, especial­
mente los dedicados a describir las costumbres de las diferentes especies
(...) pudieron ver fácilmente que las propensiones y los hábitos propios
de cada una tenían que ver, en gran parte, con el modo en que ella se
propaga; y que el carácter de sus necesidades, sus placeres y sus trabajos,
su sociabilidad, la extensión o la importancia de sus relaciones con las
otras especies, o con los diferentes agentes o cuerpos exteriores, tienen
particularmente sus fuentes en las circunstancias o condiciones a las
cuales festá ligada su reproducción, y en la disposición de los órganos
empleados con tal fin.”56
Por otra parte, Cabanis dedica la quinta memoria sobre las “relacio­
nes entre lo físico y lo moral en el hombre” a “la influencia de los sexos
en el carácter de las ideas y de las afecciones morales”. En las diferencias
anatómicas y fisiológicas entre los sexos, ve la fuente de las diferencias
“de sus propensiones y hábitos” 57 Pero, sobre todo, atribuyó finalmen­
te a la sexualidad, como vector de la reproducción de la especie, lo esen­
cial de la determinación de toda la esfera de las relaciones interpersonales
(amorosas, familiares y sociales), que de ese modo aparecen como su ex­
presión psicológica. Cabanis bosqueja por otra parte en diversos pasa­
jes la gran oposición de los instintos de conservación y el instinto de re­
producción, modelos de dos grandes clases de “hábitos instintivos” que
él reconoce;58 con rasgos mejor delimitados, esa concepción gravitaría
en toda la temática ulterior acerca de esta cuestión. Schopenhauer, del
que se sabe hasta qué punto lo marcó la influencia de Bichat y Caba­
nis,59 se convertirá en su propagador, y ella pasará a ser muy comente
hacia fines del siglo XIX.
En su subtítulo “Trastornos del instinto” de su Traité clinique de
psychiatrie,60 Krafft-Ebing por ejemplo opuso las anomalías del ins­
tinto de nutrición a las del instinto sexual, que él considera como “tras­

231
tornos elementales muy importantes, puesto que la naturaleza de los
sentimientos genésicos es la que, en gran parte, determina el carácter, la
naturaleza de la personalidad intelectual y en particular sus sentimientos
éticos, estéticos, sus tendencias sociales”.61 Maudsley ya había observa­
do con respecto a la pubertad: “En ese momento los sentimientos al­
truistas comienzan a germinar: antes de la pubertad, casi todos los varo­
nes son los más perfectos egoístas; consideran que les corresponde y
merecen todo el afecto que se les testimonia y todos los cuidados que
hay que brindarles. Después de la pubertad, empiezan a apreciar lo que se
hace por ellos y a experimentar una chispa de gratitud. Si siguiéramos el
desarrollo del instinto sexual hasta su punto culminante, verificaríamos
su remota influencia hasta en los sentimientos más elevados, sociales,
morales y religiosos, de la humanidad.”62 En efecto, “¿de qué fuente sal­
ta la primera chispa del sentido moral? Respondo, exponiéndome a mu­
chas reprobaciones: del instinto de reproducción”;63 Maudsley subraya
entonces la naturaleza semialtruista de ese instinto que empuja al sujeto
a “sacrificar una parte de sí mismo para la propagación de la especie” que
“entrafla la asociación por lo menos temporaria de dos individuos y de e-
se modo emplaza el primer jalón de la vida social. Es fácil ver, además,
que el afecto por el ser engendrado como consecuencia del ejercicio de e-
se instinto, y los cuidados constantes, necesarios para la progenie, des­
piertan el instinto de maternidad y de paternidad. (...) En virtud de ese
procedimiento, el individuo entra en el campo del egoísmo familiar. A-
hora bien, el sentimiento de la familia (...) es la base del sentimiento
social”.64
Los evolucionistas, antropólogos o psicólogos, en general, a esa te­
sis de la génesis de los sentimientos sociales y de la sociedad a través de
la familia y de los instintos parentales (es decir, en última instancia, a
partir de la sexualidad65 y de los vínculos que ella engendra) le opusie­
ron una concepción más compleja, según la cual el grupo era un hecho
originario. Hemos visto que Spencer y Darwin sostuvieron este último
modo de ver, que Ribot defenderá con fervor: “El grupo familiar y el
grupo social provienen de tendencias diferentes, de distintas necesidades;
cada uno tiene un origen psicológico especial e independiente, y es im­
posible derivar a uno del otro.”66
Como ya lo he indicado, la antropología comparada se preocupó bas­
tante en esa época del origen y de las fases primitivas de la familia y de
las organizaciones del parentesco (desde que, como decía Engels, la cien­
cia histórica se desprendió de la dominación total del Pentateuco).67 A
través de dos grandes obras aparecidas en 1871 y 1877, Morgan impon­
drá la idea, ya bosquejada por Bachofen (1861), de una fase primitiva de
“comercio sexual sin trabas”, a partir de la cual emergía lentamente la

232
i monogámica de derecho paterno después de una prolongada fase
^NM M diade matrimonio grupal, o predominio del derecho materno, de-
M o a l Carácter incierto de la paternidad. El establecimiento del derecho
P llim o correspondía en efecto a la vez a una organización mejor regula-
d l de l u relaciones sexuales y a un progreso en el sentido de la abstrac­
ción, puesto que un criterio conceptual (la paternidad) reemplazaba a la
•videncia concreta inmediatamente perceptible (la maternidad). Como se
puede verificar, esta concepción (que fue bastante bien acogida en gene­
ral) inscribía la estructuración de las relaciones y de los sentimientos
conyugales y parentales en el interior de la evolución propia del grupo,
Clan u horda primitiva: prevalecía el hecho social.

C. El problema de las perversiones sexuales

Pero el problema de la sexualidad se planteará sobre todo en un horizon­


te totalmente distinto: una sexología de pretensión científica habrá de
constituirse a partir del campo bastante reciente de la clínica de las per­
versiones sexuales. Hasta los trabajos alemanes de los años 1860-1870,
la patología sexual inventariada se refería a casos de trastornos impor­
tantes del comportamiento que habían podido necesitar de la intervención
del alienista, en un cuadro esencialmente médico-legal. A la antigua no­
ción de “hipersexualidad” (ninfomanía, satiriasis), el campo nuevo de los
dictámenes periciales en los tribunales pudo así afladir el estudio de los
grandes perversos, autores de actos “monstruosos” (necrófilos, asesinos
sádicos o pedófilos), que se agrupaban entre las monomanías instinti­
vas de Esquirol. Morel, que rompe abiertamente con tal clase de orien­
tación nosológica en su gran tratado de 1860, sólo describe en él ese ti­
po de “perversiones de los instintos genésicos”68 en el marco de sus lo­
curas hereditarias. Fue el único tratado de la época que dedicó algunas
páginas a ese problema todavía muy marginal para la psiquiatría. Asi­
mismo, cuando Laségue, en 1877, describió por primera vez el exhibi­
cionismo, lo analizó más como un acto impulsivo (su descripción se a-
semeja a la que consagró a la cleptomanía) que en sus relaciones con la
sexualidad. Por otra parte, en un primer momento, hasta los últimos a-
flos del siglo XIX e incluso después, existirá una tendencia a vincular
las perversiones sexuales con el conjunto de los síndromes impulsivos y
obsesivos; Magnan proporciona su modelo más claro 69
La nueva óptica provendrá de Alemania, con los trabajos que giraban
en tomo del problema de la homosexualidad.70 Su punto de partida fue
la obra del jurista C. H. Ulrichs, él mismo homosexual, que en una se­
rie de escritos aparecidos a partir de 1864 tratará de obtener la abolición
de una legislación muy represiva, afirmando el carácter natural de lo que

233
domina “uranismo” y que opone a la disolución y a la pederastía, lo
mismo que a la patología, en particular la mental. Se trataba según él de
una disposición singular e irreversible de la naturaleza, de un alma o ce­
rebro de mujer en un cuerpo de hombre, para la cual reclamaba un reco­
nocimiento legal que llegara al matrimonio homosexual: en efecto, los
uranistas sólo podían desear al hombre, con todos sus caracteres de viri­
lidad (a diferencia de los “disolutos” aficionados a efebos). La anomalía o
más bien la singularidad era congénita, pero en absoluto patológica, y
para justificar su punto de vista Ulrichs se apoyó, con un espíritu explí­
citamente darwinista, en dos argumentos biológicos destinados a ejercer
una influencia perdurable: el hermafroditismo de ciertos animales infe­
riores, y el del embrión humano hasta su decimosegunda semana de vi­
da. En 1870, Westphall retomó el estudio del problema, para el cual for­
jó la expresión “inversión sexual” (más exactamente “sensibilidad sexual
contraria”) y reprodujo globalmente la descripción de Ulrichs; no obs­
tante, vinculó la anomalía con el grupo de las neurosis, sobre la base de
una muy frecuente sintomatología “neurótica” asociada, y la enlazó así
con la patología heredo-degenerativa. En adelante, las anomalías del
comportamiento sexual se convertirán en un tema clínico que suscitó en
Alemania y después en otras partes un interés creciente.
Krafft-Ebing publicó su primer artículo acerca de la patología sexual
en 1877; progresivamente amplió su campo de estudio a todas las for­
mas de desviación sexual a las que tuvo acceso, lo que le permitió redac­
tar la primera obra de conjunto sobre la cuestión, su Psychopathia se-
xualis, cuya primera edición apareció en 1886, y que modificará conti­
nuamente hasta su muerte.71 Dividió las “anomalías del instinto sexual”
en cuatro grandes clases:72

—Anestesia: “cuando ese instinto está debilitado al punto de faltar


por completo (...). Fisiológica en la infancia y en la vejez (...) la anes­
tesia sexual es (...) con la mayor frecuencia (...) una anomalía adquiri­
da”.73
—Hiperestesia: “cuando (el instinto) está acentuado de una manera
anormal” 74 Volvemos a encontrar en este punto las antiguas nociones
de ninfomanía y de satiriasis. Para Krafft-Ebing este fenómeno es sobre
todo cerebral, “relacionado con las enfermedades funcionales de la corteza
cerebral (histerismo, estados de exaltación psíquica) o con las enfermeda­
des orgánicas del cerebro (demencia paralítica, senil).”75
—Parestesia: “cuando (el instinto) se manifiesta de una manera per­
versa, es decir cuando su tipo de satisfacción no tiene por fin la conser­
vación de la especie” 76 Estas son perversiones sexuales propiamente di­
chas, divididas en dos grupos: sadismo, masoquismo, fetichismo, por u-

234
r - '^ p p P " ^

M íplfle,77 y la homosexualidad por la otra. Se encuentra que la homo-


■MHIlUdad presenta diversos grados de desarrollo: hermafroditismo psico-
aMMl (atracción por ambos sexos), homosexualidad exclusiva, inver-
Itán plfquica completa (“todo el ser psíquico adquiere su forma en tomo
<M üntimiento sexual anormal”)78 como en los uranistas, y finalmente
formal con anomalías somáticas verdaderas que tienden al hermafroditis­
mo anatómico.
— Paradoxia: “cuando el instinto se manifiesta fuera del momento
(le loi procesos anátomo-fisiológicos de los órganos genitales”,79 por e-
Jemplo en el niño o en el viejo.

Elta clasificación nosológica va a ser adoptada por la mayor parte de


tos autores que abordaron ulteriormente la cuestión y que sólo la modifi­
caron en detalles.80 En el plano etiológico, Krafft-Ebing subraya la na­
turaleza congénita y degenerativa de las perversiones sexuales (y por otra
parte de la “paradoxia” infantil): así, opone las perversiones verdaderas a
la perversidad adquirida (homosexualidad “a falta de otra cosa” de las
prisiones o de los ejércitos, por ejemplo), y vincula las primeras con los
estados entonces considerados heredo-degenerativos (neurosis, trastornos
del carácter, paranoia). Esta tesis, que al principio recibió una aceptación
general, en los años que siguieron provocó diversas discusiones En
1887, en efecto, Alfred Binet, en un trabajo titulado Le fétichisme dans
l'amourfil introducirá una corrección importante: “En este dominio la
herencia sigue siendo, como se la ha llamado, la causa de las causas; ella
prepara el terreno en el que la enfermedad del amor debe germinar y cre­
cer. Pero la herencia, en nuestra opinión no es capaz de dar a esta enfer­
medad su forma característica; cuando un individuo adora los tachones de
botín, y otro los ojos de mujer, no le corresponde a la herencia explicar
por qué su obsesión se dirige a tal objeto y no a tal otro.”82 La res­
puesta a ese problema supone por lo tanto un elemento causal comple­
mentario: “Hay fuertes razones para suponer que la forma de esas perver­
siones es hasta cierto punto adquirida y fortuita. (...) En la historia de e-
sos enfermos se ha producido un incidente que dio a la perversión su for­
ma característica. Desde luego una circunstancia tan fortuita sólo desem­
peña un papel esencial porque ha impresionado a un degenerado. Un
hombre sano sufre todos los días influencias análogas sin convertirse
por ello en amante de los tachones de botín.”83
De modo que Binet se ve llevado a atribuir la forma particular de la
perversión a la potencia de un acontecimiento vivido por lo general en la
infancia y que ha entrañado la constitución de una asociación mental te­
naz: aquella forma está constituida por el objeto del fetichista, pero tam­
bién por homosexualidad y otras características que a su juicio tienen en

235
el fondo la misma estructura. La herencia degenerativa, entonces, sólo
explica una cosa: que “un hecho insignificante haya llegado a grabarse
con trazos profundos e indelebles en la memoria de estos enfermos”84
gracias a un estado de receptividad particular que “se asemeja en más de
un aspecto al estado hipnótico”;85 la herencia da cuenta además de un
segundo factor etiológíco: la frecuente precocidad de las emociones se­
xuales implicadas en ese tipo de experiencia (paradoxia de Krafft-Ebing).
Por lo demás, entiende que sólo se trata de la exageración de un proceso
normal: cada uno tiene particularidades amorosas o eróticas adquiridas en
su historia (asociaciones fijadas) y “el amor normal se nos aparece (...)
como el resultado de un fetichismo complicado (...) politeísta: resulta,
no de una excitación única, sino de una miríada de excitaciones. (...)
¿Dónde comienza la patología? En el momento en que el amor a un de­
talle cualquiera se convierte en preponderante, al punto de borrar a todos
los otros. (...) Al politeísmo le responde el monoteísmo”.86
De modo que lo que en el espíritu de Binet no es más que una correc­
ción a la tesis de la degeneración, rápidamente va a convertirse en un
punto de vista radicalmente opuesto. A partir de 1889, A. von
Schrenck-Notzing publicó una serie de trabajos que relataban la cura su­
gestiva bajo hipnosis de los pacientes pervertidos sexuales: se trataba de
destruir, en virtud de la fuerza de sugestiones hipnóticas, la “asociación”
patológica, y de reemplazarla por su homóloga normal. Lo que era re­
versible por acción de influencias externas no podía sino haber sido ad­
quirido en circunstancias análogas:87 “Cuanto más se incrementa el nú­
mero de casos en los que se ha obtenido una curación duradera, más dis­
minuye, en nuestra opinión, la proporción correspondiente a aquellos en
los que puede invocarse una disposición hereditaria para explicar las ano­
malías.”88
Los autores que sustentan ese tipo de posiciones89 subrayan tam­
bién que, en un gran número de pacientes afectados de perversiones se­
xuales, el único “estigma” degenerativo es justamente la perversión
misma, y que al presuponer una tara como referencia etiopatogénica se
cae entonces en la tautología. Si bien la mayor parte de los autores, ali­
neándose detrás de Krafft-Ebing,90 se atuvieron a una posición idéntica a
la de Binet, la tesis de la degeneración salió muy desquiciada de esta con­
troversia.

D. La teoría evolucionista de la sexualidad

En materia de sexualidad, normal o patológica, el acuerdo en torno de u-


na doctrina que encontrará rápidamente un amplio consenso iba a lograr­
se sobre una base conceptual muy diferente: la aplicación de las ideas e-

236
solucionistas y, más propiamente, darwinistas, al conjunto de los pro-
WMMI planteados. Una concepción simplemente jacksoniana, como la
» C .F d r f en su obra aparecida en 1899,91 en efecto, no modificaba re-
Ifcnente las concepciones anteriores; él analizó la disolución del instinto
MlUftl como una desdiferenciación que le hacía perder sus características
uenclales en los diversos estratos de su estructuración. Así, la desapari-
olón "de los instintos relativos a la protección de los jóvenes y a la u-
nldn permanente (...) primer grado de la decadencia”,92 se manifiesta en
l l l dificultades conyugales, en el divorcio y la propensión a una activi­
dad sexual sin freno (retomo atávico a la promiscuidad sexual primitiva).
"Una seflal más grave de la disolución es la pérdida de los instintos rela­
tivos a la búsqueda y a la atracción sexual”:93 dicha pérdida conduce a la
persecución brutal en el macho (atentados al pudor), a la mengua e in­
cluso a la inversión de la resistencia púdica “instintiva” de la mujer, que
es en realidad un medio de seducción (prostitución); en ella está también
la fuente del onanismo y las “condiciones en las que elementos extraños
a los caracteres sexuales (...) pueden desempeñar un papel en la elec­
ción".94 Finalmente, la inversión sexual “signa la tendencia a borrar las
diferencias sexuales”,95 con lo cual revela ocupar un lugar próximo al de
la impotencia y el de la desaparición del deseo. Vemos que en Féré se
trata de una simple puesta en forma evolucionista, de intención clasifi-
catoria, de las concepciones degenerativas, y no de un verdadero cambio
de registro; por otra parte no lo oculta: “Las perversiones sexuales (...)
caracterizan una tara orgánica”;96 “la naturaleza degenerativa de la diso­
lución del sexo y (la naturaleza degenerativa) de sus perversiones sale
con frecuencia a la luz por la coincidencia con otros estigmas” 97
Los primeros que aplicaron a la sexualidad el enfoque darwinista y la
ley biogenética fundamental de Haeckel fueron autores norteamerica­
nos.98 En un artículo que apareció en 1881, S. Clevenger propuso deri­
var filogenéticamente el instinto sexual del “hambre, deseo originario”
(según el título mismo de su artículo), rechazando así la teoría “altruis­
ta” de Maudsley. En favor de esa tesis adujo el ciclo crecimiento-fisión
reproductiva en los organismos unicelulares, los hechos de canibalismo
durante la copulación observados en diversos animales inferiores (can­
grejos de mar, insectos) y finalmente los besos, mordiscos y abrazos de
los animales superiores. En el mismo año, E. Spitzka señaló el interés
dé esa teoría para la comprensión de los asesinatos sádicos, en particular
cuando, como ocurre con frecuencia, van acompañados de descuartiza­
miento y antropofagia. En una serie de publicaciones aparecidas en 1884
y 1891, J. Kieman retomó esta explicación fílogenética de las perversio­
nes sexuales y, recurriendo a ciertos argumentos de Ulrichs, tuvo la i-
dea de extenderla a la homosexualidad, sobre la base del hermafroditismo
de las especies inferiores 99 Así, presentó una etiología biogenética en

237
1

la que la patología sexual aparecía como regresión atávica a característi­


cas arcaicas como el canibalismo o la bisexualidad. G. Lydston, final­
mente, sistematizó este punto de vista (1889) en tomo del concepto de
detención del desarrollo: si el desarrollo individual recapitulaba las eta­
pas de la filogénesis, las aberraciones sexuales aparecían entonces como
trastornos del desarrollo ontogénico.
En 1892 (séptima edición de Psychopathia sexualis), Krafft-Ebing
retomó el conjunto de estas teorías a través de la mención elogiosa de
los escritos de Kieman, Lydston y Chevallier: ello las difundió rápida­
mente, reemplazando la tesis degenerativa y también a su rival asocia­
cionista. Krafft-Ebing estaba particularmente satisfecho por contar final­
mente con una explicación del sadismo y del masoquismo (perversiones
cardinales a sus ojos, como lo hemos visto) que daba cuenta de su rela­
ción intrínseca, en particular de su frecuente asociación en el mismo in­
dividuo, y de su vínculo privilegiado con cada uno de los sexos: si el ca­
nibalismo estaba en la forma primitiva de la sexualidad, “un deseo ins­
tintivo de ser la víctima” correspondía al papel pasivo asumido por la
hembra, y se encontraba también en el macho sádico como esbozo de
inversión sexual. Por otra parte, la homosexualidad hallaba su fuente en
la bisexualidad originaria de la especie y del embrión, a partir de la cual
se desarrolla normalmente la heterosexualidad por represión e involución
de la tendencia alternativa, lo que no ocurre (hermafroditismo psíquico) o
se realiza en sentido contrario (uranismo) en la inversión sexual.
La aplicación a la teoría de la sexualidad de una orientación biogené­
tica facilitará especulaciones más amplias aun que la de Maudsley acerca
de la infuencia omnipresente de las manifestaciones del instinto sexual
en la vida fisiológica y psíquica. W. Fliess100 constituye sin duda el e-
jemplo más delirante de ese tipo de pensamiento: a los conceptos enton­
ces corrientes de los autores darwinistas (recapitulación de las etapas fi-
logenéticas, bisexualidad fundamental, etcétera), añadió un sistema ex­
traño que por cierto no suscitaría mucho interés si Freud no se hubiera
ocupado tanto de él (relación de la nariz con los órganos genitales, “perí­
odos” machos y hembras que determinaban toda una serie de aconteci­
mientos fisiológicos y patológicos a lo largo de la vida, etcétera). En
todo caso, resulta perfectamente absurdo ver en él una “prefiguración” de
conceptos metapsicológicos freudianos (Sulloway): a lo sumo se puede
reconocer allí una especie de modelo organológicow l (pues Fliess no
abandona nunca el dominio fisiológico) de la teoría de la libido, para la
que por otra parte se pueden reivindicar muchas otras raíces menos capri­
chosas.
Pero, sobre todo, a las especulaciones filogenéticas no tardarán en
sumarse investigaciones y teorías acerca del aspecto ontogenético del de-

238
Urrollo sexual, es decir sobre las manifestaciones sexuales en el niño.
lUtOmando una idea de Max Dessoir (1894), que había propuesto el
toneepto de una fase sexual indiferenciada (bisexualidad) prepuberal,
M olí,102 en su gran obra de 1897 (Investigations sur la libido sexua-
«*), extendió esa concepción a períodos muy anteriores de la vida in-
flintil. A su juicio, el instinto sexual (libido sexualis) se manifestaba
frecuentemente en la infancia, a veces muy pronto (primera infancia),
■In que ello constituyera un factor automáticamente patológico. Si bien,
en efecto, como lo hemos visto en el caso de Krafft-Ebing, las observa­
ciones de manifestaciones sexuales o amorosas precoces pasaron a ser
muy comentes, ellas seguían siendo percibidas como manifestaciones
degenerativas (“paradoxias”). Según Molí, la aparición de la libido antes
de la pubertad debía entenderse como una actividad anticipatoria y prepa­
ratoria del instinto, en concordancia con un modelo conforme a la teoría
del juego de Groos.103 Esas manifestaciones, por otra parte, resultaban
peculiares: bisexuales, con frecuencia signadas por rasgos perversos, e-
ran aún una forma poco diferenciada del instinto, que en absoluto permi­
tía presagiar en todos los casos una perversión ulterior.
Para Molí, el instirtto sexual reunía dos componentes principales: el
instinto de “detumescencia”, que apuntaba al alivio de la tensión del ór­
gano local (eyaculación en el hombre), y el instinto de “contactación”,
la propensión al contacto, físico y mental, con el objeto sexual. Ambas
componentes podían manifestarse desde la infancia, aisladamente y con
un orden de aparición cronológica cualquiera. De modo que Molí des­
compone fenómenos hasta ese momento siempre pensados en conjun­
to: placer local de órgano y relación objetal (para decirlo con la expre­
sión moderna); el primero era el aspecto somático, y la segunda, la faz
psíquica de la sexualidad. Fue desde luego con una óptica evolucionista
como Molí opuso dos componentes cuyo orden de aparición filogenético
era evidentemente sucesivo.
En cuanto a las perversiones sexuales propiamente dichas, Molí las
vincula a una debilidad constitucional de la componente heterosexual
normal de ese abanico libidinal. Una componente aberrante, herencia fi-
logenética habitualmente reprimida y latente en la síntesis del desarrollo
normal ulterior, prevalece entonces y se convierte en el factor libidinal
dominante. Queda la acción de un factor cultural de predisposición: la ci­
vilización tiende a disimular estímulos instintuales esenciales (olfativos
pero sobre todo visuales: indumentaria), debilitando de ese modo artifi­
cialmente el efecto de las componentes hereditarias normales del instin­
to.
Así Molí libera definitivamente los estudios psicosexuales de la hi­
poteca degenerativa, conservando la idea de un factor constitucional.104
No obstante, es preciso subrayar que, si bien reconocía la sexualidad en

239
la infancia, no la entendía como sexualidad infantil;105 le atribuía un
desarrollo particular y su propio orden de consistencia y de realidad, in­
dependiente de la sexualidad del adulto, e incluso la consideraba ilumina­
dora respecto de esta última; en ello volvemos a encontrar la oposición
de los puntos de vista antiguos y modernos acerca del niño, que ya he­
mos examinado. Por lo demás, sigue siendo muy prudente: “Si dividi­
mos la infancia en dos períodos, uno desde aproximadamente el primero
hasta el séptimo año cumplido, y el otro desde el octavo hasta el deci­
mocuarto año cumplido, las manifestaciones del instinto sexual en el
primer período deben siempre suscitar la sospecha de una disposición
mórbida. Pero en el segundo ya se presentan con frecuencia manifesta­
ciones netamente psicosexuales en niños completamente sanos.”106
En sus famosos Estudios de psicología sexual (1897-1910), H. E-
llis retomó frecuentemente las tesis de Molí. Se adhiere así a la teoría de
la detención del desarrollo como etiología principal de las perversiones
sexuales, aunque le reserve un lugar más amplio al factor ambiente (te­
sis asociacionista tipo Binet), en particular a la seducción del niño por
adultos o por otros niños. Introdujo por otra parte las nociones de autoe-
rotismo y de experiencias sexuales ligadas al ejercicio de las funciones
orales, anales y uretrales. También en ese caso se trata de fenómenos ya
reconocidos con el rótulo de degenerativos107 y encarados entonces con
una perspectiva diferente. Pero estamos cerca del propio Freud, que Ellis
conocía bien: cita los casos de Etudes sur l'hystérie como ejemplos de
satisfacción autoerótica y ya mantiene correspondencia con el fundador
del psicoanálisis. Hay allí una convergencia de contemporáneos más que
influencias posibles, pero algunos pasajes resultan sorprendentes. Así,
con respecto al amamantamiento, dice Ellis: “El extremo eréctil del seno
figura el pene eréctil; la boca húmeda y ávida del niño, la vagina húmeda
y palpitante; la leche vital albuminosa, la sustancia vital albuminosa.
La satisfacción mutua total, física y psíquica, de la madre y el niño (...)
es una verdadera réplica fisiológica de la relación que une al hombre y la
mujer en el clímax del acto sexual.”108
Las nociones de manifestaciones sexuales en el niño y de zonas eró
genas (la expresión ya era antigua: Chambard, 1881; Féré, 1883) no ge­
nitales pasarán al primer plano en la obra antropológica109 de Iwan
Bloch (Contributions á l'étiologie de la psychopathia sexualis, 1902-
1903) que utiliza diversos estudios anteriores —en particular Les rites
scatologiques de toutes les nations, de Bourke (1891), cuya traducción
alemana fue prologada por Freud (1913)— . De modo que cuando Freud
elaboró la teoría de la libido sobre la base de la anamnesis psicoanalítica
de pacientes adultos, ya se había acumulado un vasto material empírico
y conceptual que de modo incuestionable iba a inspirar o dar seguridad a
sus posiciones.

240
NOTAS

H. Maudsley: Physiologie et pathologie de l'esprit. La tercera edición


fue traducida al francés, con la obra dividida en dos partes:
Physiologie de l'esprit (1879), y Pathologie de l'esprit (1883).
Acerca de Jackson, véase el capítulo 16 de la obra de A. Qmbredane:
L'aphasie et l'élaboration de la pensée explicite, 1950. La mayor
parte de esta obra está constituida por una muy notable reseña his-
» tórica de las tesis concernientes a la patología de las funciones su­
periores y en particular la afasia. Jackson mismo proporcionó una
exposición general de su doctrina en J. H. Jackson: Croonian
Lectures on the Evolutíon and Dissolution of the Nervous
System, 1884, traducción francesa en Archives suisses de neitro-
logie et de psychiatrie, 1921.
3. También lo hará Janet veinticinco años más tarde. Peroéste se inspiró
I más directamente en Maine de Biran.
4. Se introdujo así una diferenciación entre clínica y fisiopatología; no
todos los elementos sintomáticos tenían el mismo valor patogéni­
co.
5. J. Baillarger: De l'aphasie au point de vue psychologique, retomado
V en Recherches sur les maladies mentales, 1890, tomo I, págs.
584 a 601.
6. Junto al aspecto proposicional-expresivo del lenguaje, Jackson distin­
gue una fase voluntario-organizativa de la percepción: la interac­
ción y la reactivación recíproca de ambas vertientes del pensa­
miento constituirían la reflexión. En el afásico, los dos aspectos
están más o menos afectados; de allí el estancamiento del pensa­
miento en un nivel subjetivo-automático.
7. J. H. Jackson: Mémoire sur les facteurs de la folie, traducido por Ey y
Rouart en H. Ey: Des idees de Jackson á un modéle organo-dyna-
mique en psychiatrie, 1975, pág. 108. Hay que desconfiar de los
comentarios tendenciosos de los traductores, que atribuyen a Jack­
son sus propias ideas.
8. Ibíd., pág. 109.
9. Ibíd., pág. 126.
10. Como todos los evolucionistas, Ribot reprocha a la psicología tradi­
cional el hecho de que su único objeto de estudio fuera “el hombre
blanco adulto y civilizado”.
11. T. Ribot: La psychologie anglaise contemporaine, pág. 16.
12. Lo mismo ocurre, por otra parte, con los procedimientos estadísticos
* (encuestas, tests, cuestionarios).
13. Es Janet quien se expresa de ese modo en el prefacio a una selección
de textos de Ribot que apareció en una colección de divulgación.
14. Se trata de la afasia: de modo que Ribot sealinea con la concepción
de Trousseau, retomando en realidad el análisisde Jackson, que cita
“ continuamente.
15. T, Ribot: Les maladies de la mémoire, pág. 164-165.

241
dolo por hipótesis constitucionalistas más restringidas y más refi­
nadas. Cf. P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, cuarta parte.
105. Es lo que Sulloway, acuciado a reducir la originalidad freudiana, no
ha querido comprender.
106. R. von Krafft-Ebing: Psychopathia sexualis, segunda edición fran­
cesa, págs. 91-92; como ya lo he indicado (supra, nota 71), se
trata en realidad de una nueva obra enteramente reescrita por A.
Molí, que en ese pasaje, por otra parte se cita a sí mismo.
107. Cf. el artículo de S. Lindner, “Le su£0 tement chez les enfants”
(1879), traducido en la Revue Frangaise de Psychanalyse, 1971,
XXXV, págs. 593-608, que Freud cita varias veces cuando habla
del erotismo oral.
108. H. Ellis, citado en F. Sulloway: Freud..., pág.293.
109. Fundándose en particular en el carácter casi institucional de la ho­
mosexualidad en la Antigüedad griega, Bloch trata de imponer la i-
dea de un muy amplio relativismo cultural e histórico de las cos­
tumbres sexuales.

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Nro. ;, ■/ 3G355
8 :- t-- ¿ i 'é e n
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Capítulo XI

LA REACCION GLOBALISTA

La descendencia de Brentano

A. La reacción globalista

En la segunda mitad del siglo XIX prevaleció netamente un asociacio­


nismo fisiológico; en los últimos años del siglo se establecieron un po­
co en todas partes, en Europa y Estados Unidos, las bases de una fuerte
reacción contra esa patología elementalista que tendía a atomizar y me­
canizar la actividad mental. Esa reacción “globalista” se expandirá desde
principios del siglo XX y dará origen a las grandes corrientes psicológi­
cas contemporáneas. Abandonamos esta vez el área de los modelos con­
ceptuales que pudieron inspirar a Freud para explorar en rápido sobrevue­
lo el contexto sincrónico en el que evolucionó su pensamiento. Vere­
mos por otra parte que, en muchos aspectos aunque con cierto retardo, él
mismo participó en esta ola profunda e inspiró algunos de sus rasgos.
Un tal trastrocamiento conceptual supone por otra parte como coro­
lario una conmoción epistemológica considerable. La orientación domi­
nante durante el período que acabamos de examinar era un monismo del
que Helmholtz, Spencer o el darwinista alemán Haeckel propocionan los
paradigmas más acabados:1 unidad fundamental de las propiedades de la
materia; identidad en última instancia del espíritu y el cuerpo a través de
la mediación de la fisiología del sistema nervioso; falta de solución de
continuidad, por lo menos en el nivel de los principios, entre la física
mecánica y la antropología. De allí el aspecto objetivante de las concep­
ciones psicológicas de ese período, que tienden a alinear los fenómenos
mentales con los fenómenos físico-químicos, a describir sus causas y le-

247
yes, con un deterninismo estrecho (en el que se inscribe el esfuerzo ha­
cia una psicología experimental), y por lo tanto a hacer desaparecer de e-
llos toda huella de finalidad, de intencionalidad, de espontaneidad pro­
pia. La reacción globalista tenderá precisamente a restituir ese tipo de
propiedad a los fenómenos mentales, en un movimiento de balanceo
muy característico del progreso del pensamiento, particularmente en este
campo.
Los hombres que iban a promover esa corriente tendieron sobre todo
a restablecer los lazos con los pensadores que ocuparon, en el período
precedente a la relativa victoria del sensacionismo fisiológico, una posi­
ción homologa a la de ellos —vitalistas, espiritualistas, “fenomenólo-
gos” escoceses, kantianos y nativistas, neuropsicólogos “unitarios” an­
tilocalizadores— y se procuraron en aquellos autores los materiales con­
ceptuales indispensables para la construcción de las nuevas doctrinas. En
ese plano general, Freud siguió siendo durante mucho tiempo un hom­
bre de la segunda mitad del siglo XIX, monista impenitente, como bien
lo ha demostrado P.-L. Assoun.

B. Brentano y la fenomenología de la actividad psíquica

En primer lugar, debemos volvernos hacia Alemania (en el sentido lin­


güístico).2 Si bien la corriente empirista prevaleció en ella durante la se­
gunda mitad del siglo XIX, no puede decirse que no haya tenido ningún
contradictor: el nativismo neokantiano continuó oponiéndosele, tesis
por tesis.3 Representado primero por el vitalismo de J. Müller, el maes­
tro de Helmholtz, su portavoz fue a continuación el gran rival de este
último, E. Hering. Experimentador bien preparado, Hering tenía sin em­
bargo más confianza en un abordaje fenomenológico que en el enfoque
experimental de los hechos psíquicos: sobre esa base rechazó la compo­
sición de las sensaciones elementales y la noción de inferencia incons­
ciente, tales como Helmholtz trataba entonces de imponerlas. Defendió
en particular esa tesis con respecto a la visión, objeto de diversas publi­
caciones científicas realizadas por él durante la década de 1860; a su jui­
cio, el espacio, la distancia, la visión binocular, eran formas innatas de
la percepción visual (nativismo).
Pero todavía no había llegado el momento de una inversión de la
tendencia: cuando F. Brentano publicó en 1874 la primera parte de su
gran obra inconclusa,4 no obtuvo una gran repercusión. Tendrían que
pasar treinta aflos para que sus ideas se impusieran y fecundaran la psi­
cología alemana, aún dominada por Wundt. Brentano, más bien impreg­
nado de Aristóteles, no era un experimentador, no porque menospreciara
la investigación, sino porque desconfiaba de la manera en que era inter­
pretada, de las conclusiones que se extraían de ella y de la sobrevalora-

248
•U n de la que gozaba en esa época. Definió la psicología como “ciencia
d i los fenómenos psíquicos”, anunciando de entrada su intención posi-
IftVilta y su antiespiritualismo (ciencia “del alma”) inscriptos en el título
mlimo de su libro. El método lo separaba de los wundtianos: entendía
que la fuente principal de datos y de conocimientos era la percepción
iM r n a y no la observación interna que utilizaban estos últimos; lo
mlimo que Comte, pensaba en efecto que la observación, en el caso de
loi fenómenos mentales, altera y modifica profundamente lo que se de-
iea observar. Por lo tanto había que recurrir, no a la introspección, sino
limplemente a la percepción espontánea que tenemos en nuestros esta­
dos de conciencia.
Por otra parte, Brentano no rechaza en cuanto fuentes accesorias los
materiales introspectivos, la autoobservación por medio de la memoria y
los recuerdos, y el conjunto de los datos comparados. Pero critica con
vehemencia la orientación fisiologista y las pretensiones cuantitativas de
la psicofísica: el enunciado de las leyes empíricas debía basarse en los
fenómenos psíquicos en sí. De esa manera se vio conducido a rechazar el
concepto de inconsciente que prevalecía entonces en la psicología expe­
rimental: la conciencia (percepción interna) era la única fuente empírica
de la psicología; al salir de ella, uno se deslizaba a la metáfora fisiológi­
ca y a concepciones bastardas. Esa actitud rigurosa le permitía (a su jui­
cio) definir el carácter propio de los fenómenos mentales, lo que los dis­
tinguía de los fenómenos psíquicos materiales: eran experiencias, eran
siempre representativos, es decir que siempre se relacionaban con algo,
siempre estaban en relación con un objeto. Brentano dirá que poseen una
“objetividad inmanente” (un oído moderno percibirá “objetalidad inma­
nente”), que el objeto tiene en todos ellos una “existencia intencional”.
Esto debía entenderse no sólo para el deseo o la inteligencia (juicio), si­
no también para la sensibilidad: un color, por ejemplo, no es un hecho
psíquico sino un hecho material, un objeto físico; lo psíquico es ver,
es decir un acto mental que apunta a un objeto en este caso coloreado.
Por otra parte, el acto puede a su tumo convertirse en objeto; en esto
mismo la introspección deforma aquello a lo que se considera que se re­
fiere, puesto que objetiviza — y por lo tanto hace pasivo o inerte— lo
que era actividad subjetiva.
Sobre esta base, Brentaino propondrá una nueva clasificación de los
fenómenos mentales, rompiendo con la clásica división tripartita kantia­
na (inteligencia, sensibilidad, voluntad). Así, diferencia representación
(sentir,5 imaginar) y juicio (conocer, rechazar, aprehender, comprender,
recordar), y por el contrario reúne sentimientos y voluntad como “fenó­
menos de amor y de odio” (apetecer, desear, anhelar, decidir, intentar). La
primera clase corresponde a la conciencia de un objeto, la segunda al
juicio que puede formularse acerca de él, la tercera a la reacción que sus­

249
cita. De modo que en esta psicología, que expulsa del campo mental i-
mágenes y sensaciones como simples objetos de los fenómenos menta­
les, todo es movimiento, acto. Habría sido imposible proponerse una
crítica más radical del asociacionismo entonces triunfante: lejos de ser
un “polipero de imágenes” (Taine), efecto pasivo del juego de las sensa­
ciones y representaciones que lo atraviesan, el espíritu es enteramente
exterior a sus contenidos, únicos objetos que puede captar la introspec­
ción. Su verdadera naturaleza, en cambio, le es restituida por la pura
conciencia fenoménica de la actividad espiritual (percepción interna).

C. Wurzburgo y la psicología del acto

Brentano tuvo una doble descendencia: filosófica con Husserl, que siem­
pre se reconocerá discípulo suyo, y psicológica con la psicología del
acto que él fundó (frente a la “psicología de los contenidos” wundtiana),
en la que por otra parte Husserl influirá notablemente. En un primer
momento, con su alumno Stumpf, experimentalista de talento, el movi­
miento desembocó en una concepción bipartita (1906): excluir las sensa­
ciones y las imágenes de la psicología no era algo fácil; en consecuencia
parecía más viable describir lado a lado contenidos y actos psíquicos.
También Külpe, el gran discípulo de Wundt, llegó en la misma época a
una posición de ese tipo, con los trabajos de sus alumnos agrupados en
la denominada “escuela de Wurzburgo”.
Al principio, Külpe, en la década de 1890, fue un wundtiano ortodo­
xo, como su amigo Titchener, que por su parte seguiría siéndolo; se ad­
hirió al positivismo de Mach, un fenomenismo absoluto. Era elementa-
lista y veía a los contenidos como los únicos fenómenos psíquicos ob­
servables y sobre los cuales en consecuencia podía erigirse la ciencia de
la psique. Más radical incluso que Wundt, quería abordar los procesos
psíquicos superiores mediante los mismos métodos experimentales utili­
zados para el estudio de los fenómenos elementales — se recordará que
Wundt no pensaba poder encararlos más que por la vía de la psicología
colectiva y del lenguaje— . Ebbinghaus había logrado (1885) experimen­
tar con un fenómeno “superior”, la memoria; lo propio hizo Binet en el
mismo momento en Francia;6 Külpe, por su parte, quería observar el
pensamiento con la ayuda de un método de “introspección experimental
sistemática”. De modo que a partir de 1900, en Wurzburgo, Külpe (ade­
más frecuentemente sujeto de las experiencias) y sus alumnos iniciaron
su trabajo, difundido en informes que se fueron publicando poco a poco.
Los resultados7 eran extremadamente homogéneos: entendían que la cla­
ve del pensamiento estaba en la fase preparatoria de la ejecución de la
consigna que constituía el objeto de experimentación (consignas total­
mente análogas a las de los tests de cociente intelectual). El proceso de

250
iento en sí era sólo débilmente consciente: lo que de él se traslu-
en la conciencia consistía en “elementos impalpables”, sentimientos
telectuales (espera vigilante, intuiciones de comprensión, sentimientos
de verdad y falsedad, etcétera). En lo que concierne a la actividad mental
de que se trata, Marbe (1901) habló de “actitudes de conciencia”, Watt
(1905) de un “ajuste a la consigna”, Ach (1905) de “tendencias determi­
nantes”, Messer (1906) y Bühler (1907-1908) describieron la moviliza­
ción de un esquema anticipador por la consigna dada, ese “posiciona-
miento” subjetivo exigía por otra parte un breve tiempo de prepara­
ción.
Como resultado de esas apasionantes investigaciones va a producirse
la aproximación de Külpe y sus alumnos a la escuela de Brentano; las
Investigaciones lógicas de Husserl (1900-1901) fueron muy influidas a-
demás por Messer y sobre todo por Bühler. La escuela de Wurzburgo de­
sembocó así en un individualismo cercano al de Stumpf: junto a conte­
nidos psíquicos objetivables en la observación interior, reconocían la e-
xistencia de actos psíquicos, funciones estructurantes pero impalpables
para la conciencia. No obstante, ésa era una posición epistemológica in­
sostenible: los contenidos aparecían como secundarios pero fácilmente
observables, y los actos como primordiales e inasibles. Así la psicolo­
gía de la subjetividad (también llamada introspeccionismo) pareció por
un lado desembocar hacia 1910 en un fracaso resonante que tuvo consi­
derables consecuencias del otro lado del Atlántico.8 El dualismo, por o-
tra parte, era una posición doctrinaria ecléctica sin salida: retrospectiva­
mente, parece obvio que la nueva orientación tenía que poner a punto un
método experimental que objetivara la actividad psíquica.
Por otra parte, era eso lo que estaba sucediendo: el mismo afio de
1910, en efecto, Wertheimer sentó las bases de la psicología de la forma
[o psicología de la Gestalt], experimentando con la fenomenología del
movimiento.

D. La psicología de la Guestalt*

Fueron alumnos de Brentano quienes, en la década de 1890, pusieron de


manifiesto, en el nivel de la percepción sensible, “cualidades guestálti-
cas” irreductibles a la suma de los elementos constituyentes del lodo
percibido. Ehrenfels (1890) subrayó por ejemplo que una melodía es

*E1 término Gestalt suele también traducirse como forma o estructura.


Ninguno de estos términos traduce exhaustivamente la palabra Gestalt,
muy utilizada también en la psicología en habla castellana. Usamos por
lo tanto Guestalt para referimos a la corriente y guestáltico como adjeti­
vo. [E.]

251
percibida como tal sea cual fuere la altura de las notas que la componen,
y que por lo tanto esa “Guestalt temporal” trasciende el nivel de sus
constituyentes elementales. Otros casos no temporales (figuras geomé­
tricas como combinación de líneas) o temporales (sensaciones de calen­
tamiento y enfriamiento, de movimiento, etcétera) parecían objetivar la
actividad estructurante del espíritu sobre el dato sensorial bruto, aunque
en ese momento no fuera todavía claro que tal descubrimiento no podía
clasificarse entre los elementos psíquicos, en un nivel jerárquicamente
superior al de las simples sensaciones elementales. En tal sentido Mei-
nong (1891) parece haber percibido mejor la originalidad de lo que el
propio Ehrenfels había sacado a luz.
Sólo con Max Wertheimer y sus dos alumnos Wolfgang Kohler y
Kurt Koffka, y contra el telón de fondo del fracaso del wundtismo en
Wurzburgo, pudieron originarse un nuevo trayecto y nuevas doctrinas.
No nos interesa detenemos en detalles; se trata por lo demás de una de
las corrientes de la psicología contemporánea, y la documentación al
respecto es fácilmente accesible.9 Recordemos simplemente los grandes
ejes:

—La experiencia fenoménica está directamente relacionada con tota­


lidades guestálticas [o estructuradas) cuya descomposición analítica es
artificial, pues la Guestalt global que emerge es irreductible a la sim­
ple suma de sus presuntos elementos constituyentes.
—Las globalidades así localizadas en el campo fenomenológico de la
subjetividad incluyen la información que les da sentido y las interpreta
como objetos: el espíritu capta en primer término las relaciones y no
los estímulos particulares. De allí los célebres modelos de “figuras con­
tra el fondo”, en las que la conciencia puede vacilar entre diversas per­
cepciones inmediatas del mismo campo perceptivo (dos perfiles negros
sobre un fondo blanco o un vaso blanco sobre un fondo negro, por e-
jemplo).
— Así se desprende la noción de campos estructurados, tanto en el
nivel perceptivo, punto de partida de las investigaciones guestaltistas,
como en el nivel del pensamiento (cf. los trabajos de Kohler sobre los
monos superiores) o de las relaciones personales (Lewin).
—La metodología experimental utilizada sigue siendo subjetivista,
pero rechaza el análisis introspectivo: se recurre a un abordaje fenome­
nológico de las evidencias intuitivas inmediatamente vividas. La psico­
logía de la Guestalt, por lo tanto, concuerda con el nativismo, con la
psicología del acto y con la fenomenología husserliana, aunque sus con­
tenidos tienden a afirmar su originalidad y minimizan como fuentes a
Stumpf o Külpe. Esta metodología se funda en un antielementalismo un
poco caricaturesco, se diría que todo el asociacionismo se les presenta

252
loa rasgos de las doctrinas de James Mili; en efecto, el “quimismo”
>fltuart Mili y del propio Wundt abrió el camino a muchas anticipa-
nes guestálticas.
‘1,
S» Nos resta situar la posición epistemológica de los psicólogos de la
Oueitalt; sobre todo KOhler se aplicó a producir en ese campo, con la
ilOCión de isomorfismo, una posición doctrinaria coherente. Esta con-
tlste en última instancia en un intento de acomodamiento con el monis­
mo que alinea el campo dinámico puesto de manifiesto en el nivel de la
lubjetividad con los campos de fuerzas físicos (eléctricos, electromagné­
ticos), y en postular una probable estructura cerebral homóloga. Reten­
gamos este esfuerzo por evitar el idealisipo espiritualista hacia el cual
tendieron incesantemente los autores más avanzados del movimiento
globalista (cf. Husserl y su descendencia); más adelante comentaremos
su ambigüedad.

Funcionalismo y conductismo en Estados Unidos de América

A. El eclecticismo de James y la teoría de la conciencia

Como lo observa Boring en su gran obra, el funcionalismo formó un


solo cuerpo con la ideología espontánea de esa “tierra de pioneros” que
es Norteamérica. No puede sorprender que los psicólogos norteamerica­
nos, aunque formados técnicamente en la escuela de los experimen-
talistas alemanes (sobre todo Wundt), de entrada hayan captado en el dar­
winismo el marco posible para una nueva concepción de la psicología.
La idea de la supervivencia del más apto como hecho biológico funda­
mental los llevó a ver en el psiquismo un órgano útil, y a poner énfasis
en las capacidades individuales (y diferenciales) de adaptación exitosa al
ambiente. Es perceptible todo lo que oponía esta concepción a una psi­
cología tradicional del “espíritu en general” como la de Wundt o Bain:
justamente eran las diferencias individuales las que entonces pasaban al
primer plano, del mismo modo que el carácter práctico y la utilidad del
saber psicológico —de allí el lazo intrínseco del funcionalismo con la
práctica y la teoría de los tests mentales y con la psicología aplicada (e-
ducativa o vocacional)— . Galton, ese primo de Darwin de talentos múl­
tiples, precedió (1883) a los psicólogos del Nuevo Mundo en esta vía,
pero sus ideas10 no tuvieron mucha influencia en sus compatriotas.
William James publicó en 1890 los dos gruesos volúmenes de sus
Principios de psicología:u en ellos se enunció por primera vez la nue­
va concepción en el seno de un conjunto por lo menos ecléctico. En e­

253
fecto, James expuso, no sin reticencia, la psicología asociacionista y fi­
siológica entonces clásica (en términos globales, la de Wundt o de Bain)
corrigiéndola llegado el caso con ideas generales fenomenológicas y
perspectivas funcionalistas inspiradas en Darwin y Spencer (en particular
con respecto al instinto, las emociones y la conciencia). La nueva vi­
sión de las cosas, todavía vacilante, buscó al tanteo una doctrina que pu­
diera separarla de su contexto.
Así, si bien James definía todavía la psicología como “descripción y
explicación de los estados de conciencia”,12 si bien consideraba “la acti­
vidad mental (como) una función de la actividad cerebral”,13 lo hacía
precisando de inmediato: “Para estudiar bien la conciencia, es preciso u-
bicarla en el medio físico que ella tiene por misión conocer; separarla de
él significa falsearla.” 14 Y más adelante: “La vida mental es antes que
nada finalidad.”15
Además, es en el famoso capítulo “La corriente de conciencia” donde
se concentra toda la originalidad de su obra. James no puede aplicar allí
lo que denomina “el método analítico”: “Ir de los datos concretos e in­
mediatos de la vida interior a los supuestos elementos psíquicos(...). Si­
go estando convencido de que se tiene un conocimiento mucho más vi­
viente reteniendo durante el mayor tiempo posible la mirada de la aten­
ción dirigida a esos estados concretos, sintéticos e indivisos, tal como,
en fin, nos los proporciona nuestra experiencia inmediata, y no disecan­
do sus cadáveres para extraer de ellos elementos simples, necesariamente
abstractos y artificiales, y que podrán ser todo lo que se quiera, salvo da­
tos naturales.”16 Esta profesión de fe antielementalista (en el sentido de
las síntesis químicas de Stuart Mili) prefigura la crítica de inspiración
fenomenologista al asociacionismo. Así, James, como antes los escoce­
ses, subraya que “las sensaciones son conocimientos”17 es decir que de
entrada se refieren a objetos, del mismo modo que “toda cosa o cualidad
sentida es sentida en el espacio externo”,18 siendo la exterioridad inma­
nente a la sensación; afirma de ese modo la irreductibilidad de la sensa­
ción en tanto estado de conciencia bruto, indescomponible. Si bien, por
ejemplo, la percepción es al principio “la conciencia del objeto inmedia­
tamente presente ante el órgano sensorial”,19 si bien por lo tanto “el
contenido consciente se explica por una combinación de procesos de
sensación y procesos de reproducción”, 20 siendo experimentada de ese
modo toda percepción (que se refiere a un objeto, y no a sensaciones),
no es menos cierto que la “percepción no es un estado de conciencia
compuesto”2* y en consecuencia descomponible.
Como se ve, James acepta el análisis asociacionista de los empiris-
tas, pero lo atempera en cierto modo con un punto de vista fenomenolo­
gista. Entiende que las vivencias perceptivas son originalmente dadas en
su globalidad, y analizadas en elementos más simples secundariamente,

254
intervención de una actividad del pensamiento, la “discriminá­
is que James considera de alguna manera la contrapartida del fe-
pasivo de la asociación y la base de la abstracción. Para ello es
íürio que el espíritu disponga de otros materiales que permitan
piración y la discriminación que en ella se apoya: “Sean cuales
el número y la diversidad de sus fuentes sensoriales, todas las im-
*S que caen simultáneamente en la conciencia componen allí un
Individual, a menos que ya hayan sido experimentadas separada-
,"22 De modo que la conciencia fusiona todo lo que experimen-
y lólo distingue lo que ya ha podido sentir en estado aislado. James
liona un ejemplo notable: la percepción del espacio. El niño
ye “el espacio real a partir de una aprehensión global e indivisa
MI campo perceptivo estructurado espacialmente. Para ello el niño de-
SUCesivamente aprender a: 1) fragmentar en elementos distintos e in­
dividuales el objeto global que le procuran sus sensaciones visuales o
táctiles primitivas; 2) sintetizar ciertas cualidades sensibles heterogéneas
Itleclonándolas con un solo y el mismo ‘objeto’ (...); 3) situar con pre­
cisión ese objeto extenso entre los otros objetos extensos que lo rodean
y que constituyen el universo; 4) disponer según un orden determinado
KKkMesos objetos en el espacio de tres dimensiones; 5) finalmente, per­
cibir. es decir medir sus tamaños respectivos (~.).”24 Entiende que ése
SS "todo el esfuerzo de su primer año”.25
Pero sobre todo, al estudio de los “estados de conciencia”, clásicos e-
lementos psíquicos (sensaciones, imágenes, sentimientos), James super­
pone la idea de la conciencia como sujeto pensante, de modo que la o-
pone al “sí-mismo” [self]: “sea cual fuere el objeto de mi pensamiento,
si mismo tiempo que pienso, tengo más o menos conciencia de mí mis­
mo [de mi self], de mi existencia personal. Y es el ‘yo’ el que tiene
conciencia de ese sí-mismo, de modo que mi personalidad total es enton­
ces como doble, a la vez el sujeto conocedor y el objeto conocido” 26 A
ese sí-mismo “empírico” James lo analiza clásicamente (cf. Ribot) en
sus elementos (corporal, social múltiple, espiritual), sus emociones, su
multiplicidad conflictiva, como un agregado de estados presentes y pasa­
dos. En cuanto a la conciencia, es un flujo, una corriente de la que ha­
bría que decir “piensa” [ir thinks] del mismo modo que se dice “llueve”
[it rains]. James le atribuye cuatro caracteres:

—Es personal, es decir que cada estado que la compone se integra al


sentimiento de un sí-mismo individual.
—Es siempre cambiante: “Una vez que ha desaparecido, un estado
nunca puede volver a ser idéntico a lo que fue. (...) lo que reaparece (...)
es el mismo objeto.”27 James subraya entonces la irreductibilidad de los
estados de conciencia sucesivos, la imposibilidad de descomponerlos

255
“químicamente”: “Una idea dotada de una existencia permanente que a-
parezca de modo periódico en las candilejas de la conciencia es una enti­
dad tan mitológica como la sota de espadas”.28
—Es “sensiblemente continua” en su carácter personal (integración
de los estados sucesivos de un sí-mismo personal).
—Es selectiva: “La conciencia se interesa desigualmente en los di­
versos elementos de su contenido, acoge a unos y rechaza a otros: pensar
es realizar elecciones.”29 Principio que James pone de manifiesto en to­
dos los niveles de la actividad mental, desde la pura sensación hasta el
intelecto y el sentido moral.

En resumen, sintética, personal, subjetiva, continua, intencional,


tiene todos los atributos indivisos de la subjetividad, fuera de toda des­
composición objetivante. En ese curso que tenderá a unirse con la co­
rriente fenomenológica alemana, James observa que el pensamiento tie­
ne “estados sustantivos” en los que se detiene en un contenido figurado
objetivable (sensación, imagen, palabra) y estados “transitivos” en los
que “el pensamiento vuela”30 y que corresponden a las relaciones men­
tales que el asociacionismo querría considerar como un puro resultado
pasivo de la estructura de los elementos asociados, el cual reencuentra de
ese modo su status de actividad esencial del pensamiento. Así James se­
ñala que “todo objeto tiene una franja”,31 un halo que lo rodea y que lo
ubica: círculo contextual de las relaciones, ámbito temático, pues “todo
pensamiento voluntario se refiere a un tema que es como el foco, el
centro de gravedad de las ideas actualmente admitidas en la concien­
cia” 32 Lo que así aparece es la dirección ejercida por la conciencia in­
tencional sobie la corriente de pensamiento a la que orienta y guía en el
segundo plano de los contenidos y de las imágenes. Los diversos ejem­
plos que da James (actitudes de expectativa, búsqueda de una palabra ol­
vidada, comprensión súbita de un problema, intención expresiva antes de
la emisión de una palabra) apuntan hacia todas esas actitudes intenciona­
les activas de la conciencia que objetivarán Binet y la escuela de Wurz­
burgo quince años más tarde. Así sus observaciones culminan en la afir­
mación de que “el pensamiento racional es indiferente a la cualidad de las
imágenes que pone en juego”:33 el pensamiento sigue su curso, su vue­
lo, ayudándose con imágenes de naturaleza diversa (imágenes visuales,
palabras en distintas lenguas, etcétera), en las que se detiene y asienta su
proceso, pero que, más que contenerlo, lo simbolizan y lo materializan.
La fecundidad está en otra parte, en el movimiento, en la intención que
guía esta marcha con mano segura, sea cual fuere el medio.
Como vemos, la obra tan inspirada de James posee dos facetas (tres
si se cuenta el aspecto simplemente clásico en la psicología de su tiem­
po): su rechazo del elementalismo asociacionista, reforzado por su hosti-

256
personal a Wundt y el poco guMo que sentía por la experimenta-
* M apoya en un doble fundamento, conceptual y metodológico.
■Ubrayado el aspecto fenoménico, a menudo ignorado, pero sobre
|0 que hizo época fue el aspecto funcionalista. Ya nos hemos refe-
• la definición de la conciencia como un órgano funcional, selecti-
efecto, James considera que el espíritu tiene una función de co-
ItntO, la forma más elevada de adaptación del organismo al am-
(cf, Spencer). El punto de vista funcionalista se expresa por otra
W IU célebre teoría de las emociones. Aunque él mismo la consi-
idéntica a la del fisiólogo Lange,35 la teoría de James difiere de
ütima tanto como una tesis evolucionista puede distinguirse de una
;;p:ión simplemente fisiológica, tipo Cabanis, en la que la emoción
analizada como secundaria respecto de los fenómenos somáticos que
ICOmpaflan 36 James sostiene en realidad que la emoción no es más
la conciencia de las diversas reacciones del organismo a un objeto
li|nificativo específico, reacciones fisiológicas adaptadas o que lo han
tídO (en este punto James remite al estudio de Darwin sobre la expresión
«nocional):37 “Todo lo que excita un instinto excita una emoción.”38
De allí provienen las célebres agudezas: “Estamos afligidos porque llora­
mos, irritados porque golpeamos, asustados porque temblamos.”39 Ade-
mál es preciso subrayar que el “porque” que podría sugerir una tesis con-
ductista40 de hecho designa una relación de simultaneidad. Como dice
James, “Si nos representamos una emoción fuerte, y a continuación tra­
tamos de abstraer de la conciencia que tenemos de ella todas las sensa­
ciones correspondientes a sus síntomas corporales, encontramos que ya
no nos queda nada”.41 Por lo demás, ¿Brentano no señalaba el mismo
problema al afirmar que la emoción, como la representación, siempre
tiene un objeto?

B. Funcionalismo y conductismo norteamericanos

Incidentalmente, James opuso la función de los fenómenos psíquicos a


IU estructura (en el sentido de las descomposiciones asociacionistas);
fue Titchener, representante fiel y aislado de Wundt en Estados Unidos
de América, quien enfrentó con su punto de vista “estructuralista” al
funcionalismo de aquellos en. quienes quería estigmatizar el eclecticis­
mo. Hallando su fuente en la obra de James y, más allá de ella, en la
parte más innovadora del pensamiento evolucionista, el funcionalismo
se estableció en adelante con toda firmeza como corriente de pensamien­
to. A la taxonomía descriptiva al elementalismo asociacionista, opuso
una aprehensión teleológica de la función de las operaciones mentales
en la adaptación del organismo, totalidad cuerpo-espíritu, a su ambiente;
a los interrogantes acerca del qué y del cómo, opuso el porqué. Rápida­

257
mente la corriente tuvo manifiestos teóricos: el tratado de Ladd (1894),
la obra de Baldwin (1895) de la que ya hemos hablado, pero sobre todo
los textos de John Dewey y su alumno J. R. Angelí, ambos conquista­
dos por el pragmatismo de James.
En 1896, Dewey publicó su artículo sobre “el concepto de arco refle­
jo en psicología”.42 En ese trabajo rechazó la concepción clásica del re­
flejo como reacción motriz específica y aislada a un esü'mulo particular:
el organismo era un todo coordinado y no una suma de elementos. Estí­
mulo y respuesta eran por otra parte estrictamente correlativos y con­
temporáneos: el estímulo sólo es estímulo porque tiene una respuesta y
viceversa, de modo que debía rechazarse la descomposición diacrónica en
dos tiempos. Por otro lado, el reflejo se integra a la totalidad de un orga­
nismo, actividad adaptativa e intencional; también se debe considerar la
entrada en juego de todo el ambiente y del organismo entero, de sus mo­
vimientos precedentes y de los estímulos perceptivos que ellos han en­
contrado, de las sensaciones kinestésicas generadas a su vez por la acción
refleja y de la modificación del medio que ésta ha producido. De ese mo­
do Dewey cuestiona el correlato fisiológico del asociacionismo, la refle-
xología, que analiza toda la actividad mental como homomorfa de una
concepción elementalista y mecánica del reflejo. Si bien conserva y re­
comienda el modelo del reflejo en psicología, lo hace globalizando su
significación.
En 1906, Angelí dedicó su memoria como presidente de la Ameri­
can Psychological Association a “El campo de la psicología funcio­
nal”.43 Opuso el nuevo punto de vista al “estructuralismo” elementalis­
ta y subrayó sus grandes orientaciones: psicología del organismo total
cuerpo-espíritu, psicología de la utilidad fundamental de la conciencia
que, en su mediación entre las necesidades del organismo y la naturaleza
del ambiente, aparecía como una función de acomodamiento, es decir de
adaptación a las variaciones, a las modificaciones del medio; en tanto
función de urgencia y de alarma, se desvanecía, en efecto, en las situa­
ciones habituales (automatismos). El funcionalismo tenía entonces el
mayor consenso en Estados Unidos de América; con la excepción del pe­
queño grupo de Titchener, el conjunto de los psicólogos norteamerica­
nos se adhería a él. Resta decir que en el nivel de la psicología general,
salvo por su orientación doctrinaria, los funcionalistas no se apartaron
mucho de los experimentalistas clásicos; se distinguían más por el espí­
ritu y el vocabulario que por el tratamiento de los problemas. El funcio­
nalismo parecerá abrir perspectivas nuevas y fecundas (muy en concor­
dancia con su pragmatismo natural) sobre todo en el nivel de la psicolo­
gía aplicada (tests mentales, psicología de la educación) y de la psicolo­
gía animal.
Ahora bien, los tests mentales y la psicología animal tienen en co-

258
metodología objetiva en la cual la conciencia parece un factor
ite, pura inferencia del analista, ante la gravitación de la obser-
del comportamiento y de la eficacia de lo observado, que es en
ncia el único material que realmente se utiliza. El funcionalis-
tcaba de estipularse como objeto la actividad de la totalidad bio-
CUCrpo-espíritu, se encontró por otra parte trabado ante el proble-
l t conciencia, con el que no sabía qué hacer y cómo abordarlo, si
medio del clásico método introspectivo de los experimentalistas.
situación provendrá el conductismo y, tal como la chispa que
la explosión de una mezcla detonante, el artículo de Watson de
("La psicología vista por el conductista”)44 volcará a toda la psi-
!* norteamericana hacia el conductismo.
1movimiento se originó en la psicología animal, campo en el cual
_a era una autoridad. En 1890, Lloyd Morgan había reaccionado
firmeza contra el antropomorfismo sin freno de Darwin y de Roma-
imponiendo su famoso canon de parsimonia: “En ningún caso de-
S interpretar una acción como efecto del ejercicio de una facultad
Uica elevada si puede ser interpretada como efecto del ejercicio de una
Itad situada más abajo en la escala psicológica.”45 Se trataba, en la
\da de lo posible de limitar la inferencia de razonamientos, de imá-
mentales, de emociones, en suma de estados de conciencia anima­
b a, y de atenerse hasta donde se pudiera a los hábitos e instintos, inclu-
10 a los reflejos. Lloyd Morgan tendrá seguidores y sus émulos irán
mucho más lejos que el maestro, hacia la supresión de toda referencia a
la conciencia. Es lo que ocurrió en la escuela “tropística” alemana (Lo-
•b, Uexkull) o en Thomdike (1898), que trataron de eliminar los últi­
mos restos antropomórficos analizando la inteligencia animal como “la
Consolidación por el efecto” de los éxitos y fracasos de un comporta­
miento regido por el azar y el método de ensayos y errores. Por lo de­
más, bastaba con retomar una idea de Baldwin, la de la reacción circu­
lar:* un ala importante del funcionalismo tendió así a concepciones
mecanicistas, de tipo reflexológico.
Apoyándose por una parte en esta orientación, y por la otra en Pav-
lov y su teoría de los reflejos condicionados, Watson logró imponer el
conductismo. Su punto de partida es simple: dejar de trasponer a térmi­
nos de psicología de la conciencia (sensación, memoria, deseos, volun­
tad, juicio, etcétera) los estudios realizados con el animal, y contentarse
con un examen positivista y funcionalista del comportamiento; lo mis­
mo había que hacer con el hombre: ignorar la conciencia, sus datos y las
interminables polémicas que suscitaban (en ese juicio gravitaron consi­
derablemente las dificultades del método introspectivo en la misma épo­
ca: cf. Wurzburgo). Modelados en tomo del arco reflejo, los conceptos
básicos de Watson eran entonces la pareja estímulo-respuesta (E-R), la

259
noción de un equipamiento reflejo primario lo más simple posible y la
omnipotencia del aprendizaje, también llamado condicionamiento, en
virtud de mecanismos del tipo Baldwin-Thorndike (ensayos y errores,
consolidación por el efecto, etcétera). En conclusión, el conductismo es
extremadamente desconfiado respecto del concepto de instinto y de todo
lo que pueda representar la intervención de un factor teleológico o subje-
tivista (“saber heredado” instintivo).
Más allá de Watson, la evolución de la corriente conductista será
compleja:47 una rama (Weiss), a la que sin duda pertenecía el propio
Watson, se hizo cada vez más fisiologista (transposición a términos or­
gánicos de los hechos psicológicos);48 otra, inspirada en Baldwin, se o-
rientó hacia un logicismo de tipo cibernético (Skinner, Hull), en el que
un asociacionismo conductista se une a los conceptos del positivismo
lógico; una tercera, finalmente, trató de reintroducir en el estudio del
comportamiento los factores de motivación, significación, función. En
su “conductismo intencional”, Holt y después Tolman criticaron el con­
ductismo “molecular” de Watson (reflexología) y propusieron una “con­
cepción molar” , de influencia guestaltista, en la que las motivaciones e-
mergen del comportamiento considerado como un todo global. Entre es­
tímulo y respuesta existen entonces “variables intermediarias” o “inter-
vinientes” que corresponden al saber, a la significación y al deseo. Así,
ese purposive behaviorism [conductismo intencionista] se aproximó
mucho a la purposive psychology [psicología intencionista] de Carr o
de Woodworth (1917), proveniente del funcionalismo, por la introduc­
ción de factores de motivación (drives). Por lo demás, la influencia de
Freud, como por otra parte la de James, fueron explícitas tanto en una
como en la otra corriente.

C. Los factores de la reacción conductista

Me parece esencial analizar correctamente el fenómeno conductista como


paradigma de las dificultades y aporías de la psicología moderna: en su
simplismo, el conductismo las pone de manifiesto de modo excepcional.
Sobre todo en Watson, esta doctrina aparece como una regresión extraor­
dinaria: retomo a una psicología sin tercera dimensión, adherida a un
funcionamiento nervioso sumariamente mecanicista, elementalismo a-
sociacionista, negación desmedida de las propiedades de la subjetividad
precisamente redescubiertas cor* métodos experimentales en la misma é-
poca. ¿Cómo entender ese movimiento retrógrado, del que por otra parte
no se podría ignorar su indudable fecundidad experimental y su eficacia
pragmática, ál menos relativa (psicología aplicada), adecuadas además a
su proyecto manifiesto?
Para ello hay que prestar atención al énfasis de rebelión en que se

260
)|0 que Watson rechaza es la idea del dualismo, es decir de la es-
i metodológica que asignaría a la psicología como ciencia un
►particular subjetivista (fuera éste la introspección o la intuición
nica, poco importa); especificidad de un objeto inmaterial, no
Kble y renuente a subordinarse al deterninismo natural. Watson
i un alineamiento furibundo con las ciencias físicas, un monis-
I principio metodológico (observación del comportamiento) y muy
i absoluto, ontológico (negación de la conciencia, visión mecani-
idel animal y del sujeto humano). Al mismo tiempo se explícita el
í de ese proceso: la psicología, que todo el siglo XIX consideró a
i da integrarse a las leyes comunes de los fenómenos naturales, es-
I Volcándose hacia un tipo de concepción que le reabría la puerta al i-
imo y al espiritualismo (cf. Husserl, Bergson, etcétera). El psicólo-
¡ ixperimentalista, de ideal monista, que soñaba con convertir su disci-
i en una ciencia natural, una ciencia “como las otras”, veía entonces
Itiarse su proyecto. Si tenía un espíritu flexible y abierto, se adaptaba
nueva evolución, a los hechos que se iban descubriendo, y conservá­
i s Como ideal remoto su anhelo de que la ciencia del espíritu se integrara
l l tronco común de las ciencias de la naturaleza; mientras tanto, tendría
MOiencia, consolándose con el campo nuevo que se le abría. Pero en
hombres tan rígidos como Watson, en un medio cientificista y sin gran
perspectiva como el de los experimentadores norteamericanos, se produ-
ote una reacción pasional del tipo de la que tuvo Comte con respecto al
eipiritualismo de Biran y de Cousin. De modo que toda referencia a la
Conciencia parecía apelar objetablemente a una forma laica del alma de
los teólogos y los metafísicos, como si los empiristas clásicos les hu­
bieran alguna vez reprochado otra cosa que substancializar de esa manera
Una clase de fenómenos empíricos que ellos más bien se proponían a-
nalizar y explicar.
La huella de esta especie de descuartizamiento epistemológico se en­
cuentra en todas partes entre los partidarios antiespiritualistas del movi­
miento globalista: con frecuencia hacen todo lo que pueden por conser­
var un vínculo con las “ciencias naturales”, por ejemplo “dinamizando”
la biología (Janet, MacDougall), e incluso la física (teoría del isomor-
flsmo de KOhler). Veremos cómo se le planteó el problema a Freud en
la última fase de su teorización, y a través de qué vía original él pudo a-
bordarlo. Por lo demás, como hemos visto, el conductismo mismo se
vio rápidamente llevado a reintegrar a su ámbito los datos teleológicos
conscientes (Holt, Tolman). En lo que concierne a su aporte experimen­
tal, es preciso observar que ya desde más de medio siglo la psicología,
an el plano metodológico, era a la vez subjetivista y objetivista. Así,
los datos comparados o simplemente objetivos puestos de manifiesto
por los conductistas, no marcados en su totalidad por el peso de la ideo-

261
logia, seguían siendo utilizables por las escuelas psicológicas menos
obtusas.

Otras corrientes globalistas

A. La periferia del movimiento globalista

Es preciso insistir en que la reacción globalista fue un fenómeno general


que se puso de manifisto en el conjunto de los países que, en ese final
del siglo XIX, constituían la cultura. Sería fastidioso y no presentaría
gran interés hacer el inventario de todas las corrientes menores que la
componían y analizar su base conceptual.49 Citaremos rápidamente las
más importantes. En Dinamarca hay que destacar al psicólogo Hoffding,
cuya obra (1882) fue traducida a varios idiomas y tuvo numerosas edi­
ciones; basándose en Kant, consideraba a la conciencia como una sínte­
sis activa de elementos psíquicos múltiples y subrayaba la función pri­
mordial de la actividad mental. En Inglaterra, Ward (1886) y su alumno
Stout (1896) se inspiraron en Aristóteles, lo mismo que Brentano (con
quien se reconocían en deuda) para sostener una posición del mismo ti­
po. MacDougall, finalmente, uniría su enseñanza, la de James y una lec­
tura personal de Freud, para fundar su psicología “hórmica”, que llevaba
al primer plano la actividad de las fuerzas instintuales consideradas como
grandes ciclos vitales.
En Francia, F. Paulhan (1889) opuso al asociacionismo de Mili o de
Taine la “principal función del espíritu” (la coordinación y síntesis de
los elementos que lo recorren) así como “el carácter principal de su acti­
vidad” (la finalidad). Estaba sobre todo Janet, en el que no volveremos a
detenemos, pues ya bosquejamos el primer estado de su doctrina,50 y
un estudio más digno de esa obra tan rica exigiría todo un libro. Señale­
mos simplemente que a su psicología de la síntesis y de los automatis­
mos comenzará a añadirle, a partir de la época de 1900, una psicología
dinámica de las “tendencias” que integra el semiespiritualismo de sus co­
mienzos en un vasto sistema funcionalista. Recordemos asimismo la e-
volución de Ribot hacia una psicología de los instintos que lo apartó
progresivamente de sus primeras posiciones fisiologistas. Por otra parte,
hay que insistir en la influencia que tuvo la reflexión bergsoniana, críti­
ca aguda del asociacionismo fisiológico, en todo el pensamiento psico­
lógico francés.

B. La “fenomenología” del pensamiento en Binet

Es preciso que nos detengamos más particularmente en Alfred Binet, de­


bido al aspecto ejemplar de su evolución y a la importancia de su obra.

262
Y» hemos tropezado con su nombre muchas veces: alumno de Charcot y
ilc' Kibot, inicialmente estaba más bien cerca de Taine; de hecho, su pri­
mera orientación fue considerablemente asociacionista y fisiologista (cf.
niin estudios sobre la hipnosis, las personalidades múltiples, el fetichis­
mo), La publicación en 1903 de su Etude expérimentale de l'intelligen-
i r marcó un viraje decisivo de su evolución intelectual: en ésta conser-
vii unu orientación funcionalista y en adelante se dedica a la puesta a
punto (con su alumno Simón) del célebre test de nivel intelectual al que
no siguen vinculando sus nombres. Pero la obra de 1903 era todavía e-
(ilMcmológicamente heterogénea, muy próxima (como lo veremos) al
Jumes de 1890.
Hinct se interesó siempre en el pensamiento y el razonamiento. En
phc aspecto intentó una vez más experimentar mediante el método en-
lom es clásico (introspección-bajo control); como Külpe en el mismo
momento, piensa que orientando la atención del sujeto hacia los proce-
mim mentales superiores (memoria, pensamiento, etcétera) se pueden
i oiiNervar los protocolos puestos a punto para el estudio de las sensacio-
iipn. Además-—diferenciándose en esto de Külpe, que sólo utiliza sujetos
muy entrenados e impregnados de nociones teóricas (él mismo en parti­
cular) Binet experimentó con dos adolescentes, sus hijos, entendiendo
ijiip de ese modo evitaba toda deformación autosugestiva (no olvidemos
ijUP había hecho la experiencia de la Salpétriére). Por lo demás procura
Wihrc todo identificar tipos psicológicos de funcionamiento intelectual y
mentid. En el curso de esa investigación puso en juego la existencia de
Ult pensamiento sin imágenes, título del capítulo más célebre de su o-
bm
I ,o que surgió muy rápidamente en el curso de los protocolos utiliza-
don por Binet es que el desarrollo del pensamiento muestra algo que su­
pera el mecanismo asociativo: “La existencia de los temas de pensa­
miento es inexplicable por el automatismo de las asociaciones. (...) Para
que un tema se desarrolle, se necesita una apropiación de las ideas, un
de elección y de rechazo que supera con mucho los recursos de la
lioctoción. Esta es inteligencia sólo si está dirigida; reducida a sus fuer-
|M , ulili/a cualquier semejanza, cualquier contigüidad, de modo que no
M ide producir más que incoherencia.”51 Por otra parte, se desprende que
M "imagen no es más que una pequeña parte del fenómeno complejo al
|M I ao le da el nombre de pensamiento”;52 en efecto, “el pensamiento es
i d Mito inconsciente del espíritu, que para llegar a ser plenamente cons­
o l é . tiene necesidad de palabras e imágenes. (...) El pensamiento sin
'Mi es como un sentimiento y se advierte que uno experimenta lo
M, mucho más que saber en qué consiste. (...) La palabra, así como
|m i |0n sensorial, aporta precisión a ese sentimiento de pensamiento,
fttll, lln esos dos socorros (...) seguiría siendo muy vago”.53

263
¿Qué es entonces el pensamiento, si “el espíritu no consiste, riguro­
samente hablando, en un polipero de imágenes, salvo en el sueño o el
ensueño”?54 Binet sostiene y demuestra que “las imágenes son mucho
menos ricas que el pensamiento; el pensamiento por una parte interpreta
la imagen, que con frecuencia es informe, indefinida; por otro lado, el
pensamiento está con frecuencia en contradicción con la imagen, y es
siempre más completo que ella; a veces se forma y desarrolla sin la ayu­
da de ninguna imagen apreciable; en algunas de sus evoluciones ninguna
imagen puede seguirlo. (...) Toda la lógica del pensamiento está más a-
llá de las imágenes”.55 Asimismo, Binet encuentra en “un acto intelec­
tual del espíritu (...) en una intención”,56 el factor dinámico, la “fuerza
invisible”57 que estructura el trabajo del pensamiento, guía su curso, a-
poyándose en elementos (imágenes, palabras) que marcan el trayecto y,
para terminar, expresan sus resultados. Finalmente, propondrá el bos­
quejo de una nueva doctrina, un “intencionismo” que se vincula con
Brentano y prefigura los trabajos contemporáneos de la escuela de Wurz­
burgo.
Por tal razón, Binet resume bien en su recorrido personal la evolu­
ción del pensamiento psicológico de su época: partió de un hombre má­
quina no carente de semejanzas con el que muy pronto iba a redescubrir
Watson, y terminó lindando con la concepción de un ser organizado, in­
tencional, en la que es patente la influencia de Bergson. Pero él aspiraba
a un saber científico, es decir pragmáticamente utilizable: en realidad su
libro desemboca en una tipología de los temperamentos (el imaginativo,
el observador) en la que se objetivan aptitudes intelectuales diferenciales.
Llegamos así a estar muy cerca de los tests de nivel que intentan esen­
cialmente la medición de esas aptitudes. Por lo demás, en sus prolon­
gadas investigaciones experimentales Binet encontró el material que en
unos cuantos meses le permitió poner a punto su escala psicométrica.

Apéndice

PRINCIPALES EJES
DE LA HERENCIA PSIQUIATRICA EN FREUD

Consideraremos ahora un cierto número de referencias psiquiátricas que


para Freud representaron modelos conceptuales o fuentes de inspira­
ción 58

264
I n\ ti m a s morales de la locura y Benedikt

Un# noción que prevaleció en la primera fase de la evolución de la psi-


t|uiitlt(n clásica (es decir aproximadamente en la primera mitad del siglo
XIX) lúe la del predominio de las causas morales en la génesis y el de-
MHhmlcnamiento de las enfermedades mentales. Es éste un tema con el
t|i«r pnrlicularmente se vinculan los nombres de Pinel y su alumno Es-,
t|iilrol, cuya tesis por otra parte versó sobre “las pasiones consideradas
como causas, síntomas y medios curativos de la alienación mental”
( /»m /xixsions considérées comme causes, symptómes et moyens cura-
l(f\ tic l'aliénation mentale, 1805) Se trataba en efecto de una psicogé-
ii0k!n emotiva, en el doble aspecto de choques emocionales intensos y
hrulnles (forma aguda) y estados emocionales prolongados (forma cróni-
(*n); desde luego, casi siempre se pensaba en emociones dolorosas o de-

Al avanzar el siglo, la insistencia en la importancia de las causas


tilín tilos (y, desde luego, en el tratamiento moral que le hacía pareja) será
t' intlu ve/. más contrabalanceada por la extensión de la categoría de las cau­
la* IIsicas, por un lado (alienaciones llamadas sintomáticas) y, por otra
|MM<\ por el paso a l primer plano d e la teoría d e la predisposición here­
do degenerativa, que ya para Pinel era la primera de la causas predispo­
nente* y a la que Morel consideró el terreno invariable de todas las enfer-
HlPdmlcs mentales llamadas funcionales. Resta decir que en lo que con-
Uterne u la revelación de la predisposición, a su paso desde el estado la-
linio hasta las manifestaciones patentes, el conjunto de los autores con­
tinué «tribuyendo a las causas morales una importancia predominante.
Además es necesario precisar que sé trataba de un esquema etiológi-
aplicable no solamente a las enfermedades mentales (por lo menos
| Imn no sintomáticas) sino también al conjunto de las neurosis, en par­
ticular a la hipocondría-neurastenia y a la histeria. Por otra parte, la he-
||§fl fncontrado durante todo el transcurso de nuestro estudio de los va-
J f H li desde Sydenham hasta Charcot, pasando por Pinel, Georget o Bri-
Retengamos en consecuencia el hecho de que a fines del siglo XIX
(tfnblén a continuación) fue una concepción extremadamente corrien-
SIÁkícu.
H .y un último punto que merece ser subrayado: la insistencia con la
M Indica siempre el carácter frecuentemente secreto, oculto (en par­
para el medio familiar y para los amigos, pero también para el
0) de muchos de esos factores determinantes de neurosis y vesa-
| n particular Guislain, durante mucho tiempo médico privado de
familias aristocráticas, impuso la idea de que la configuración a-
feiponsable era siempre de naturaleza dolorosa (“frenalgia” ini-

265
cial) pero también de que con mucha frecuencia estaba disimulada; de allí
las incertidumbres de los autores acerca de esta cuestión. Griesinger ha­
brá de seguirlo en ambos puntos, lo mismo que la mayor parte de los a-
lienistas ulteriores. Más tarde, Moritz Benedikt60 — del que Freud y
Breuer dice, en los Etudes sur l'hystérie, que “en ciertas observaciones
publicadas (...) por (él) hemos encontrado los puntos de vista más seme­
jantes a los nuestros”— 61 continuó esa tradición; en particular, con res­
pecto a la génesis de las neurosis, de las enfermedades mentales e inclu­
so de numerosas enfermedades físicas, subrayó la importancia de la se­
gunda vida (second Ufé), es decir del mundo interior de ensueños y fan­
tasías secretos que el sujeto puede albergar y cuyo contenido es en gran
medida sexual y amoroso. Benedikt publicó informes sobre algunos ca­
sos sorprendentes en los que los síntomas estaban ligados a la frustra­
ción de un amor o a una ambición defraudada, y en los que la confesión
y después su intervención personal para lograr una solución práctica de
esos problemas los hicieron desaparecer.

La psiquiatría alemana prekraepeliniana: Krafft-Ebing

En la época en que Freud comenzó sus investigaciones en el campo de


las neurosis y de la psicopatología, las concepciones clínicas y nosoló-
gicas dominantes en los países de lengua alemana eran las de la escuela
de Illenau y, en particular, de Krafft-Ebing. Si bien, como lo veremos,
Freud tomó ciertas nociones esenciales en Griesinger (transformación del
yo en el delirio),62 por el contrario sus concepciones y su terminología
nosológicas permanecieron durante mucho tiempo bajo la influencia
dominante de esa corriente más tardía. Enumeraremos algunas de sus i-
deas destacadas:

—Tomado de Morel, el concepto de un estado neurótico basal que


preexiste a la eclosión, bajo la influencia de causas particulares, de tras­
tornos mentales constitucionales, y constituye su terreno.63 Así se des­
prende una jerarquía (en el sentido de organización vertical del sistema
nervioso) de los trastornos: fenómenos somáticos de la neurosis (estado
nervioso, histeria, hipocondría o neurastenia, pero también epilepsia,
corea), las neuropsicosis (trastornos psíquicos y caracteriales permanen­
tes: estado mental del neurótico) y psicosis propiamente dichas —conce­
bidas como accidentes de agravamiento (“neurosis transformada”: cf.Mo-
rel), pasaje en consecuencia del proceso mórbido a los centros nerviosos
superiores, psíquicos— . La oposición freudiana neurosis actuales / psi-
coneurosis se inspira evidentemente en esa concepción, así como la uti-

266
Ii/nción del término “neuropsicosis” en sus artículos de 1894 y 1896, o
niin teorías etiológicas (serie complementaria de predisposición heredita-
i iu / acontecimientos traumáticos vividos).
—Tomada también de Morel, la idea de los grados de la tara degene­
rativa, que explica en última instancia la etiología de las psicosis no
orgánicas. Pero la escuela de Illenau llevó a ese concepto lo suficiente­
mente lejos como para diferenciar tres grupos de casos: el primero abar­
caba individuos cuya predisposición era totalmente latente y que no se
dcscompensaban más que ante choques físicos o psicológicos importan­
tes; el segundo correspondía al status nervosus, del que acabamos de
hablar; el tercero reunía a verdaderos psicópatas crónicos cuyos trastor­
nos caracteriales permanentes e “innatos” eran asimilados teóricamente
itl retardo mental. También en este aspecto se advierte todo lo que Freud
debía a la idea de una predisposición diferenciada de la degeneración pa-
lente, lo mismo que el empleo que pudo hacer ocasionalmente de la no­
ción de “degeneración psíquica” permanente.
—El término paranoia, que Krafft-Ebing tomó de Kahlbaum, cons­
tituye una de las claves esenciales de la nosología alemana de esa época.
Se trata de un concepto muy amplio, puesto que abarca el conjunto de
los estados delirantes, agudos o crónicos, alucinatorios o no, que ponen
de manifiesto una predisposición marcada o una simple disposición, di­
sociativos o que dejan intacta la síntesis personal. Todavía tardíamente
f’reud utilizará este concepto, que explica ciertas extravagancias aparen­
tes de sus diagnósticos, como el que le aplicó a Schreber. En efecto, el
término “paranoia” sólo tomará su sentido moderno en 1899, con Krae-
pelin.
—Numerosos autores, entre ellos Krafft-Ebing hasta 1890, siguieron
a Westphall e identificaron la neurosis obsesiva con una forma “aborti­
va" o “rudimentaria” de paranoia, puesto que también parece consistir en
lina invasión de la conciencia por neoformaciones patológicas ideativas
o alucinatorias. Se sabe que, por lo menos en la primera parte de su o-
bra, Freud se esforzó en pensar las dos “neuropsicosis” como de estruc­
tura parecida.

La clínica de Kraepelin

Freud entró en contacto con el grupo de Zurich en 1906. No sin reticen­


cia, recibió entonces de Jung, Abraham y Bleuler las nuevas nociones
clínicas y nosológicas provenientes de Kraepelin. Entre ellas por lo me­
nos tres me parecen esenciales:

267
—El nuevo desglose de las psicosis delirantes, es decir la oposición
demencia precoz (por otro nombre esquizofrenia) / paranoia (en el senti­
do moderno restringido de un delirio crónico no alucinatorio ni disociati­
vo). Así, a continuación de sus discusiones con Jung,64 añadió el diag­
nóstico de dementia paranoides al de paranoia en lo concerniente a
Schreber, cayendo por otra parte en un contrasentido importante (la de­
mentia paranoides no es toda la demencia precoz de forma paranoide, si­
no una forma poco frecuente y específica de ella).65 Por otra parte co­
menzará a interesarse en la psicogénesis de las esquizofrenias, cuya exis­
tencia clínica ignoró hasta ese momento, pues aún sólo prestaba aten­
ción al delirio (“paranoia”), desconociendo autismo y disociación.
—La concepción de la psicosis maníaco-depresiva y por lo tanto de
un vínculo intrínseco entre la depresión melancólica y los estados maní­
acos; si bien Freud prestó atención en varias oportunidades al problema
de la melancolía, todavía no había examinado nunca los dos estados en
una relación psicopatológica recíproca.
—La separación de la histeria y una neurosis traumática cuyo con­
cepto Kraepelin tomará de la tradición alemana (Oppenheim). Hasta ese
momento Freud seguía a Charcot y por lo tanto asimilaba los dos sín­
dromes;66 en Viena se atrajo incluso algunas molestias con esta discu­
sión delicada a causa de sus consecuencias médico-legales 67 A partir de
1919, respecto de este tema cambió su opinión de modo espectacular,
puesto que en su nueva concepción desapareció el vínculo entre los dos
estados, que Kraepelin no cuestionaba.

Por otra parte, es preciso decir que estas cuestiones de nosología, tan
vacilante en la obra freudiana, son imposibles de comprender si no se
tiene presente su falta de experiencia y formación psiquiátricas propia­
mente dichas. Para Freud el campo de las psicosis siempre fue un domi­
nio de aplicación de concepciones adquiridas y consolidadas en otra par­
te (neurosis, sueño, psicopatología “cotidiana”), un terreno que sólo
procuraba algunos encuentros fructuosos pero excepcionales.

NOTAS

1. Más detalles pueden encontrarse en la obra notable de P.-L. Assoun:


Introduction á l’épistémologie freudienne, 1981.
2. Una vez más, en este capítulo utilizaré la reseña histórica de E. G. Bo­
ring.
3. Acerca del nativismo, Hering y después Brentano, cf. T. Ribot: La
psychologie allemande...

268
H Cf. F. Brentano: Psychologie du poirtí de vue empirique\ traducción
francesa de 1944 con diversos suplementos y fragmentos póstu-
mos.
"í U>« verbos se adecúan mejor que los sustantivos a la expresión de los
fenómenos tal como los concibe Brentano.
fi Cf. infra, el párrafo sobre Binet al final de este capítulo.
/ Cf. el resumen de estos trabajos realizado por A. Burloud: La pensée
selon les recherches expérimentales de Watt, Messer et Bulher,
1927.
H Cf. infra, en la segunda parte de este capítulo, “Funcionalismo y con­
ductismo en los Estados Unidos de América”.
•>. Cf. el estudio de P. Guillaume: La psychologie de la forme, 1937,
texto que constituye una autoridad en la cuestión.
10. Las ideas de Galton se inspiraban en su proyecto eugenista (fue por
otra parte el inventor del término).
I I. Me refiero a la edición abreviada (1892) de W. James, Principes de
psychologie, traducción francesa de 1909 con el título de Précis
de psychologie. Una parte había aparecido desde 1882 en artícu­
los separados.
12. Ibíd., pág. 1.
13. Ibíd., pág. 7.
14. Ibíd., pág. 4.
IV Ibíd., pág. 5.
16. Ibíd., pág. xxxv.
17. Ibíd., pág. 16.
18. Ibíd., pág. 19.
19. Ibíd., pág. 411
20. Ibíd., pág. 412.
21. Ibíd., pág. 413.
22. Ibíd., pág. 321.
23. James imagina por otra parte para esta concepción una base neurofi­
siológica de tipo unitario: “Si hemos podido eludir aquí la hipóte­
sis extraexperimental de átomos psíquicos, lo realizamos tomando
como hecho de conciencia mínimo toda la conciencia en un ins­
tante dado (...), y como hecho cerebral mínimo, la totalidad del
cerebro en el mismo instante.” (Ibíd., pág. 617.)
24. Ibíd., págs. 447-448.
25. Ibíd.
26. Ibíd., pág. 227.
27. Ibíd., págs. 199-200.
28. Ibíd., pág. 204.
29. Ibíd., pág. 220.
30. Ibíd., pág. 207.
31. Ibíd., pág. 211.
32. Ibíd., pág. 216.
33. Ibíd., pág. 217.
34. De toda esta “psicología de los instrumentos de latón”, de esta “ho-

269
Capítulo XII

EL CAM PO C LINICO DE LOS


FENOMENOS INCONSCIENTES:
LA HISTERIA 1886-1893

El encuentro de Freud con la histeria según Charcot: 1886-1888

A. Tradición alemana y herencia de Charcot

Cuando Freud llegó aParís, el 13 de octubre de 1885, para recibir ense­


ñanza de Charcot, ya tenía detrás de sí una carrera científica no desdeña­
ble, y en consecuencia quien iba a recoger los trabajos de avanzada abso­
lutamente recientes del maestro de la Salpctriére en el campo de la histe­
ria no era un espíritu libre de toda orientación doctrinaria. Freud se había
formado en la investigación biológica en el laboratorio de Brücke, al que
destinó una admiración nunca desmentida. Ahora bien, Brücke era uno de
los cuatro miembros eminentes de la escuela de Helmholtz, es decir que
su alumno adhería al famoso juramento1 y a una concepción matemática
y físico-química de la fisiología. En 1883, Freud, habiendo renunciado,
por falta de una salida satisfactoria, a la investigación fisiológica y a la
microanatomía del sistema nervioso, decidió orientarse hacia la neuropa-
tología, y hasta 1886 trabajó en el servicio de Meynert. El propio Mey-
ncrt, (quien incluso le propuso que se ocupara en su lugar del curso de
unatomía cerebral) lo consideraba entonces un neurólogo de gran talento
con una formación anatomopatológica sin par. De modo que llegó a Pa­
rís siendo en gran medida partidario de las tesis y doctrinas de la escuela
psicofisiológica alemana (que impregna todos sus textos de ese período).
Se sabe que Charcot causó en Freud una impresión inmensa, al pun­
to de conmover durante un tiempo la influencia de sus maestros anterio­
res. En efecto, fue al principio en un plano metodológico donde tuvo la
sensación de encontrar una mirada nueva; Freud se refiere a ello en diver-

275
sos lugares, pero el comentario más inequívoco se encuentra en el “Pre­
facio a la traducción” de las Legons du mardi de Charcot,2 que publicó
en alemán en 1892: “He insistido aquí con énfasis en los conceptos de
‘entidad mórbida’, de las series, del ‘tipo’ y de las ‘formas desdibujadas’,
porque en su empleo reside la principal característica del método clínico
francés. Esta manera de ver las cosas es en efecto extraña al método ale­
mán. En el caso de este último, el cuadro clínico y el tipo no desempe­
ñan ningún papel; en cambio, otras características pasan al primer pla­
no, lo que se explica por la evolución de los clínicos alemanes: una ten­
dencia a realizar una interpretación fisiológica del estado clínico y de la
interrelación de los síntomas. La observación clínica francesa gana indu­
dablemente en autonomía relegando al segundo plano las consideraciones
fisiológicas.”3
La observación es muy pertinente y, como ya lo he mostrado, ella
explica divergencias y diferencias de las clínicas psicopatológicas france­
sas y alemanas. Subsiste el hecho de que la actitud de Charcot estaba le­
jos de verse libre de presupuestos: hemos tenido amplias oportunidades
de verificarlo.4 Por lo demás, precisamente por su punto de vista “fisio­
lógico”, es decir por la interpretación que intentó del cuadro clínico y los
síntomas de la histeria, Freud puso de manifiesto de entrada su originali­
dad en el interior de la escuela de Charcot (1886-1891) y después, a par­
tir de 1892, se apartó de la enseñanza de este último y opuso sus con­
cepciones personales a las de su maestro. En consecuencia, de un modo
muy lógico, se vio llevado en 1893, en su nota necrológica de Charcot,
a denunciar precisamente “el enfoque exclusivamente nosográfico de la
escuela de la Salpétriére (...) inadecuado para un tema de orden puramen­
te psicológico”.5
Desde luego, en el dominio de la histeria se ubicó inicialmente el
conjunto del problema: muy impregnados por la concepción psiquiátrica
de la histeria,6 los clínicos alemanes parecían abandonar “toda inclina­
ción a ocuparse del paciente (...) cuando se formulaba un diagnóstico de
histeria”.7 Así, Freud estaba persuadido de que la histeria, hasta Charcot,
había sido “estudiada poco y de mala gana”.8 Lo que iba a impresionarlo
era justamente la paciencia y el rigor con las cuales se observaba en la
Salpétriére los fenómenos histéricos, sobre la base del rechazo (aparente)
de todo presupuesto acerca de su naturaleza y funcionamiento reales. Du­
rante algunos de los años que siguieron, vemos a Freud tironeado entre
un respeto formal a lo qye había aprendido en la Salpétriére, es decir so­
bre todo una cierta presentación de la sintomatología de la histeria y del
hipnotismo (por una parte), y (por otra) la concepción fisiopatológica a
la que rápidamente llegó de los fenómenos histéricos, y que siguió afir­
mándose hasta que retomó las investigaciones “catárticas” de Breuer. A
través de ese dilema surge claramente que desde el principio percibió

276
muy bien el nudo del problema, acerca del cual tanto he insistido al co­
mienzo de esta obra: la objetividad de los síntomas histéricos, tal como
las investigaciones de Charcot la establecían firmemente, y en conse­
cuencia la necesidad de una interpretación que superara el trivial punto de
vista psicológico de la tesis psiquiátrica. Cuando llegó a construir en
grado suficiente dicha interpretación a la medida de su deseo, abandonó
lo que quedaba de su sujeción a Charcot.

H. La parálisis histérica, parálisis psíquica

Después de su retomo de la Salpétriére, en 1886, Freud anunció la apari­


ción, en los Archives de neurologie, de un artículo proveniente de “un
vivo intercambio de opiniones con el profesor Charcot acerca de los
puntos de vista que surgen de sus investigaciones”,9 texto que apuntaba
a “la comparación de las sintomatologías histérica y orgánica”. El ar-
lículo, directamente redactado en francés, sólo aparecerá siete años des­
pués en 1893, con un título más limitado: “Algunas consideraciones
con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e
histéricas”; la correspondencia con Fliess nos permite pensar que los tres
primeros apartados fueron escritos en 1888, mientras que el último data
manifiestamente de 1893, puesto que se trata de una referencia explícita
a la “Comunicación preliminar” de Etudes sur l'hystérie. En consecuen­
cia, en la parte del artículo escrita en 1888 se encuentra la concepción de
los síntomas histéricos a la cual Freud se vio inicialmente conducido y
se refirió en varias oportunidades durante ese período; consideraba que e-
lla podía “servir para captar algunos caracteres generales de la neurosis y
llevar a una concepción acerca de la naturaleza de esta última”.10
El problema aparece de entrada formulado tal como Babinski lo hará
diez años más tarde: “Con frecuencia se ha atribuido a la histeria la fa­
cultad de simular las afecciones nerviosas orgánicas más diversas. Se
trata de saber si de una manera más precisa ella simula los caracteres de
las (...) parálisis orgánicas.”11 Freud se entrega entonces a una discusión
de rigor impecable con toda la seguridad que se encuentra siempre en sus
textos neurológicos.12 Eliminando toda semejanza con la parálisis espi­
nal periférica (parálisis detallada, músculo por músculo, con trastornos
tróficos y degeneración eléctrica del músculo afectado), comparará las
dos formas, orgánica e histérica, de parálisis “en masa”, es decir de fun­
ción (afección global de un conjunto funcional: cf. Jackson). La paráli­
sis histérica, en sus aspectos más característicos, revela “una limitación
exacta y una intensidad excesiva", en tanto que su homologa orgánica
"no puede convertirse en absoluta y a la vez quedar delimitada”.13
Ahora bien, “no queda la menor duda acerca de las condiciones que
dominan la sintomatología de la parálisis cerebral. Son los hechos de la

277
anatomía, la constitución del sistema nervioso, la distribución de sus
vasos y la relación entre estas dos series de hechos y las circunstancias
de la lesión. (...) Cada detalle clínico de la parálisis (cerebral) de repre­
sentación puede encontrar su explicación en un detalle de la estructura
cerebral, y viceversa podemos deducir la construcción del cerebro a partir
de los caracteres clínicos de las parálisis”.14 En cuanto a la histeria, “se
comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía
no existiera, o como si la ignorara absolutamente”.15 En efecto, “sólo
puede haber una anatomía cerebral verdadera y como ella encuentra su
expresión en los caracteres clínicos de las parálisis cerebrales, es eviden­
temente imposible que dicha anatomía pueda explicar los rasgos distinti­
vos de la parálisis histérica”.16
Ya he subrayado en la primera parte la importancia esencial de ese ti­
po de enunciado para la epistemología del descubrimiento freudiano: de­
muestra que la aprehención correcta de la verdadera naturaleza de los fe­
nómenos histéricos se inscribe dentro de los progresos del conocimiento
neurológico, fisiológico y patológico, y que por lo tanto el saber médi­
co fu e la condición de posibilidad del psicoanálisis. El rigor de su razo­
namiento de neurólogo llevó a Freud a las puertas del inconsciente. Ade­
más enseguida rechazó el concepto ambiguo de “lesión dinámica” al que
todavía se aferraba Charcot: “¿Qué es por lo tanto una lesión dinámica?
(...) La lesión dinámica es desde luego una lesión, pero una lesión de la
cual no se encuentra huella en el cadáver, en forma de edema, de anemia,
de hiperemia activa. Pero, aunque no persisten después de la muerte,
aunque sean leves o fugaces, son lesiones orgánicas verdaderas. Es ne­
cesario que las parálisis producidas por las lesiones de ese tipo compar­
tan en todo los caracteres de la parálisis orgánica. (...) La anatomía del
sistema nervioso determinará las propiedades de la parálisis, tanto en el
caso de anemia fugaz como en el caso de anemia permanente y definiti­
va”.17
De modo que se puede poner de manifiesto la verdadera naturaleza de
la “lesión” histérica: “la lesión de la parálisis histérica es una alteración
de la concepción, de la idea”18 de una función o de un órgano. Ello ex­
plica que la histeria tome “los órganos en el sentido vulgar, popular, del
nombre que llevan: la pierna es la pierna hasta la inserción en la cadera,
el brazo es la extremidad superior tal como ella se dibuja por debajo de
la ropa”.19 El síntoma histérico es sólo un trastorno psíquico, una “le­
sión” de la representación de las funciones y de los órganos, de ello pro­
viene su ignorancia de las condiciones verdaderas de la producción orgá­
nica de los síntomas de ese tipo; el saber del neurólogo, deducido de su
conocimiento de la clínica, de la anatomía, de la fisiología y de la pato­
logía del sistema nervioso, permite afirmar lo anterior. Así debería des­
moronarse la metáfora nerviosa que, desde lustros, prevalecía en el abor­

278
daje de la histeria; pero vamos a ver que las cosas no fueron tan senci­
llas: quedaba el lado objetivo de los síntomas, que Freud tenía presente y
que se negaba a ceder a cambio de una interpretación en un marco psico­
lógico tradicional. ■

C. Una psicofisiología de la histeria

En ese periodo que precedió a los textos “catárticos” de 1893, encontra­


mos otras dos publicaciones de Freud acerca de la histeria, por otra parte
de estructura totalmente idéntica.
La primera data de 1886: es una “observación de un caso severo de
hcmianestesia en un varón histérico”.20 Trata allí de responder a las ob­
jeciones y críticas que encontró cuando, de retomo de París, pronunció
en la Sociedad de Medicina de Viena su conferencia acerca de la histeria
masculina. Aparentemente, en este episodio hubo una cierta incompren­
sión de su parte: los “importantes” vieneses siguieron siendo sobre todo
escépticos ante la asimilación de neurosis traumática e histeria, por una
parte, 21 y por otra respecto del carácter de sistematización neurológica
de la sintomatología descripta por la Salpétriére (por ejemplo existencia
y características de los estigmas); no se trataba en absoluto de cuestionar
la existencia de la histeria en el hombre, noción ésta bien conocida en­
tonces, tanto allí como en otras partes. La observación “demostrativa”
que presentó Freud guardaba total conformidad con el estilo y el espíritu
de la Salpétriére (primera manera, por lo demás).22
Volveremos a hallar estas características en el artículo “Histeria” de
1888 destinado a la enciclopedia Villaret, que presenta un carácter más
general, como lo indica el título. En efecto, tanto la sintomatología fe-
laques, estigmas, trastornos sensoriales o motores) como la etiología
(que “debe buscarse enteramente en la herencia”),23 los factores desenca­
denantes, el desarrollo y el tratamiento de la enfermedad, son abordados
dentro de la más pura tradición de la Salpétriére.24 Algunos puntos sim­
plemente señalan el camino seguido por el pensamiento de Freud:

De entrada la afirmación sin ambages, en las primeras líneas^ de


que “la histeria es una neurosis en el más estricto sentido del término, lo
que quiere decir no sólo que en esta enfermedad no puede descubrirse nin­
gún cambio perceptible en el sistema nervioso, sino que no debe espe­
rarse de cualquier refinamiento de las técnicas anatómicas la revelación
de tales cambios”.25 La reanudación del análisis semiológico que ya he­
mos detallado (realizada en el apartado “parálisis” y después en el que
trata de los caracteres generales de la afección), es la contrapartida dé esta
definición de la histeria.
—A falta de una “fórmula fisiopatológica” que explique la afección,
Freud propone “contentarse, mientras se espera, con definir la neurosis
de una manera puramente nosográfica por la totalidad de los síntomas
que en ella se presentan”.26 Como ya lo he señalado, la fidelidad a la
pura clínica “francesa” de Charcot era para él en consecuencia una solu­
ción provisional, mientras no fuera posible reemplazarla por una inter­
pretación fisiológica “a la alemana” pero teniendo en cuenta los hechos.

Ahora bien, justamente Freud empezó a bosquejar los rasgos genera­


les de esta interpretación con respecto a los “trastornos psíquicos que se
pueden observar (...) lado a lado a los síntomas físicos (...) y en los cua­
les algún día sin duda se descubrirán los cambios característicos de la
histeria”.27 Se trata de “trastornos en la circulación y asociación de las
ideas, de inhibición de la actividad voluntaria, de exageración o de supre­
sión de emociones, etcétera, lo cual puede resumirse como perturbacio­
nes en la distribución normal en el sistema nervioso de las cantidades
estables de excitación" 28 Esta fórmula un poco enigmática para nues­
tra mirada moderna está explicitada unas líneas más adelante: “Los cam­
bios psíquicos que hay que postular como fundamento del estado (sta­
tus) histérico tienen lugar por completo en la esfera de la actividad cere­
bral inconsciente y automática. Quizás todavía sea necesario subrayar
que en la histeria la influencia de los procesos psíquicos en los procesos
físicos del organismo está acrecentada (lo mismo que en todas las neuro­
sis) y que los pacientes histéricos trabajan con un excedente de excita­
ción en el sistema nervioso —excedente que se manifiesta en algún caso
como inhibición, en otro como irritante, y que es desplazado con gran
libertad al interior del sistema nervioso— ”.29
El marco general de la concepción freudiana es aquí la noción de una
estabilidad de las masas de energía almacenadas en el sistema nervioso;
ya hemos encontrado esta concepción en Fechner y en el grupo de
Helmholtz;30 recordemos que proviene de los modelos físico-químicos
utilizados para explicar los fenómenos biológicos. De ella Freud extraerá
pronto su “principio de constancia” (también llamado de placer-displa­
cer). Dejemos de lado por el momento la referencia a lo que él llamará
más tarde “complacencia somática”, es decir la predisposición “psicoso-
mática” del neurótico. En ese estadio de su reflexión, Freud considera
por lo tanto que los síntomas histéricos son la expresión del desplaza­
miento, en el interior de la esfera psíquica pero en el nivel de esos auto­
matismos cerebrales que entonces es habitual suponer como soportes de
los fenómenos mentales inconscientes, de un excedente de excitación, de
una cantidad supernumeraria (en relación con el funcionamiento normal)
de energía mental, es decir neurosis. En este punto se aclara una obser­
vación formulada en los primeros párrafos del artículo, esclareciendo al
mismo tiempo nuestro tema: “La histeria es fundamentalmente distinta

280
de la neurastenia y de hecho, estrictamente hablando, es su opuesta.”31
Ahora bien, sin duda alguna Freud está compartiendo una idea de la neu­
rastenia muy conforme a la opinión general de esa época, idea que se re­
fleja en la palabra misma: un estado de debilidad, de astenia psíquica, u-
na disminución de la cantidad de energía nerviosa disponible 32 De modo
que si la neurastenia atestiguaba una falta, la histeria sería un trastorno
por exceso de energía disponible 33 lo que Freud considera todavía co­
mo un “status, una diátesis nerviosa”34 de etiología hereditaria. Ese ex­
ceso por otra parte localiza su acción funcional (inhibición o excitación)
según las circunstancias y las particularidades psíquicas del enfermo
(más adelante hablaremos de la referencia que hace Freud a las lecciones
de Charcot acerca de la histeria traumática).
Lo que en este tipo de concepción le resulta difícil integrar a un lec­
tor moderno es el pasaje incesante, en el vocabulario y el pensamiento
de Freud, desde la vertiente psíquica de los fenómenos (inhibición / exci-
. tación de tal o cual función) a una interpretación físico-fisiológica (can­
tidades de energía nerviosa, funcionamiento cerebral) que parece muy
metafórica. Además del predominio del modelo fechneriano-helmholtzia-
no en la formación del pensamiento freudiano de esa época, hay que se­
ñalar con énfasis el valor heurístico que toma por otro lado una concep­
ción como ésa: ella permite concebir el carácter objetivo de los fenó­
menos inconscientes mientras se los sigue pensando como psíquicos,
gracias a la ambivalencia de un vocabulario en el que voluntad y canti­
dad, psíquico y cerebral son idénticos, y que por lo tanto permite pasar a
discreción de una descripción subjetiva a una descripción objetiva de los
fenómenos, sin que parezca que se cambia de campo. Ese es el papel del
modelo psicofísico en el trayecto freudiano, y ese papel nos permitirá
comprender su gravitación y permanencia.
Observemos, por otra parte, en qué dirección se orienta la investiga­
ción de Freud y lo que lo diferencia de quien en muchos aspectos seguía
la misma pista: Janet. Freud (acabamos de verlo) consideraba los sínto-
mas histéricos como proliferaciones, complementos, algo “de sobra”, y
en adelante iba a tratar de penetrar cada vez más en el origen de ese exce­
so hasta localizar su fuente en la sexualidad y elaborar la teoría de la li­
bido. Janet, por su parte, era sensible al hecho de que los síntomas ema­
naban de una actividad inconsciente, que ellos atestiguaban una “fractu­
ra” mental, y era eso lo que lo preocupaba, en esa dirección buscó; al “de
sobra” del síntoma opuso el “de menos” de una personalidad disociable
(estigmas en el sentido de Janet: distraibilidad, abulias, sugestionabili-
dad, estrechamiento del campo de la conciencia). Lejos de parecerle lo
inverso de la neurastenia, consideraba más bien a la histeria como una
modalidad de las “astenias psíquicas”, y en ese punto (lo mostraré en o-
tro lugar) reside el notable valor de su obra.

281
Resulta mucho más importante ver de entrada a Freud afirmando que
“lo que vulgarmente se describe como un temperamento histérico — i-
nestabilidad de la voluntad, cambios de humor, acrecentamiento de la ex­
citación con una disminución de los sentimientos altruistas— puede es­
tar presente en la histeria, sin que en absoluto sea necesario para su
diagnóstico. Hay casos severos de histeria en los cuales una modifica­
ción psíquica de ese tipo está enteramente ausente; muchos pacientes que
pertenecen a esta clase se cuentan entre las personas más amables, los
espíritus más claros, las voluntades más fuertes”.35 Esta posición, que
convertía a Freud, en la línea de la enseñanza de Charcot, en un extre­
mista antipsiquiatrista (en el sentido de la concepción psiquiátrica de la
histeria) 36 era el reverso de su concepción de los síntomas y de su inte­
rés exclusivo en su origen como excrecencias. Posición homóloga a u-
na característica general del pensamiento freudiano: su dificultad para
captar los trastornos de la personalidad, siempre encarados como sínto­
mas, es decir accidentes contingentes y virtualmente reversibles. Así, en
Etudes sur l'hystérie, afirmó que el carácter histérico está presente du­
rante las fases agudas de la enfermedad; en suma, él mismo no es más
que un síntoma. Esto, por cierto, concierne al modelo asociacionista de
la psique que utiliza Freud y que la reduce enteramente a elementos, ve­
tando la captación del aspecto “global” (veremos las dificultades que sus­
cita en ese marco la teoría del narcisismo). Ello tiene que ver sin duda
con un factor personal: así, en este punto Freud está mucho más cerca de
Charcot (también él neurólogo y no alienista) y de su mirada benévola
respecto de los histéricos, que de la tradición psicopatológica, en el sen­
tido de la mirada de un Morel.37
Volvamos ahora al artículo de 1888 para seguir, en el nivel de las
indicaciones terapéuticas, las consecuencias de la concepción ambigua
que guía al conjunto del texto. Freud retoma la mayoría de los procedi­
mientos de la Salpétriére: aislamiento y tratamiento moral,38 masaje,
gimnasia, electroterapia, hidroterapia, cura de reposo y sobrealimenta-
ción ,39 agentes estesiógenos. Pero “es preciso insistir especialmente en
la influencia de (...) la sugestión hipnótica (...) porque ella apunta parti­
cularmente al mecanismo de los desórdenes histéricos y no puede sospe­
charse que produzca más que efectos psíquicos”.40 Freud opone en efecto
el tratamiento indirecto, tratamiento del terreno (diátesis histérica o fac­
tores locales de irritación), al tratamiento directo que “consiste en retirar
las fuentes psíquicas de estímulos de síntomas histéricos, (lo que) es
comprensible si buscamos las causas de la histeria en la vida ideativa in-
consciente.(...) Este método es nuevo, pero producto de éxitos terapéuti­
cos que no se pueden obtener de otra manera. Es el método más apropia­
do para la histeria, porque imita precisamente el mecanismo del origen y
la desaparición de los síntomas histéricos. Pues numerosos síntomas

282
histéricos que han resistido a todo otro tipo de tratamiento desaparecen
bajo la influencia de motivos psicológicos suficientes”.41 De modo que
reencontramos, con la referencia implícita a las lecciones de 1885 de
Charcot (génesis de los accidentes histéricos), la concepción personal
, hacia la cual tendía Freud y que yuxtapuso así a la enseñanza clásica de
la Salpétriére. Por otra parte, en este punto Freud remite a Bemheim co­
mo autor clásico de referencia.42
Es preciso por otro lado observar que junto a la supresión autoritaria
de los síntomas mediante sugestión bajo hipnosis, indica “un método
aun más activo (...) primero practicado por Joseph Breuer, de Viena,
(quien) conduce al paciente bajo hipnosis a la prehistoria psíquica del
mal y le permite tomar conocimiento de la ocasión psíquica en la que
encontró su fuente el desorden de que se trata”.43 Freud, como se sabe,
conocía desde 1882 el procedimiento catártico, del que incluso intentó
hablarle a Charcot. Todavía nunca lo había practicado (veremos que em­
pezó en 1889) y parecía no saber demasiado dónde ubicarlo, puesto que
esta breve referencia se encuentra sumergida en medio de un largo aparta­
do acerca de la sugestión, que concluye con la mención de Bemheim.
Por otra parte, en el futuro inmediato iba a volverse hacia este último.

Hipnosis y sugestión:1888-1891, entre Bernheim y Charcot

Desde su retomo de París, Freud, que acababa de abrir su consultorio de


neurólogo y en consecuencia se ocupaba esencialmente de problemas
neuróticos, empezó a practicar la hipnosis terapéutica. En ese camino e-
ra sin duda Bemheim quien podía enseñarle más: antes de visitarlo a fi­
nes de 1889 en Nancy, tradujo al alemán en 1888 su célebre obra De la
suggestion et de ses applications thérapeutiques, dotándola de un consi­
derable prefacio.44 En él defiende por cierto, ante todo, la hipnosis como
procedimiento terapéutico eficaz y carente de riesgos en las manos de un
técnico experimentado; se sabe en efecto que Meynert tenía una opinión
por completo opuesta, y exteriorizaba hacia su ex colaborador una agre­
sividad que desbordaba con mucho la justa medida de una polémica. Pero
junto a todo el interés que, según se ponía de manifiesto, suscitaba en
él Bemheim, Freud adoptó una posición una vez más muy ambigua en
la controversia entre la escuela de Nancy y la Salpétriére.
El problema fue pronto planteado tal como quedaría después para
Freud, y de una manera muy homóloga a la de los síntomas histéricos:
“Uno de los partidos, cuyas opiniones son enunciadas por el doctor
Bemheim, sostiene que todos los problemas hipnóticos tienen el mismo
origen: es decir, que emanan de una sugestión, una idea consciente, que

283
ha sido introducida en el cerebro de la persona hipnotizada mediante una
j influencia externa y aceptada por ella como si se le hubiera aparecido es­
pontáneamente. Según esta óptica, todas las manifestaciones hipnóticas
1 serían fenómenos psíquicos, efectos de la sugestión. El otro partido, por
| el contrario, sostiene que el mecanismo de por lo menos algunas de las
1 manifestaciones del hipnotismo se basa en modificaciones fisiológicas,
es decir en desplazamientos de la excitabilidad en el sistema nervioso,
que se presentan sin la participación de las partes de éste que operan con
conciencia; hablan en consecuencia del fenómeno físico o fisiológico del
hipnotismo.”45
Freud indica entonces los peligros de la posición de la escuela de
Nancy, es decir el cuestionamiento de toda la sintomatología de la hip­
nosis y la histeria tal como la habían establecido Charcot y su escuela,
y que presuntamente se revelaba como pura construcción sugestiva.“Es-
toy convencido de que esta opinión recibirá una bienvenida absoluta por
parte de quienes experimentan una inclinación — y que son todavía el
partido que prevalece en la Alemania de hoy— a no tener en cuenta que
los fenómenos histéricos están gobernados por las leyes.”46 De modo
que mucho antes de que Bemheim iniciara sus ataques contra la enseñan­
za de la Salpétriére, Freud presintió su alcance y su peligro, es decir el
riesgo del retorno a una concepción trunca (del tipo “psiquiátrico”) de la
histeria. Por lo demás formuló de entrada algunos argumentos de defen­
sa: los documentos históricos mostraban la permanencia a través del
tiempo de los fenómenos histéricos; algunos eran por otra parte fisioló­
gicamente comprensibles (“transferencia” que ilustraría la relación fisio­
lógica cerebral entre partes simétricas del cuerpo); otros, como la hiper-
excitabilidad neuromuscular letárgica, no podían ser obra de la suges­
tión, “que no puede producir nada que no esté contenido en la conciencia
o sea introducido en ella”.47 En esta oportunidad, Freud reconoce además
un síntoma no abarcado por la representación “vulgar” de los órganos y
las funciones, puesto que los músculos pueden ser excitados en ese mar­
co aisladamente (y no en “masa”) 48 Asimismo, en el renglón siguiente,
remite enseguida a su estudio acerca de las parálisis histéricas.
En realidad, se trata sobre todo de mantener que “se puede aceptar la
afirmación de que, en lo esencial (la sintomatología de la histeria) es de
una naturaleza real, objetiva":49 Se percibe cierto desarraigo en la
justificación de ese reconocimiento de la Salpétriére que Freud había re­
cibido demasiado bien como para aceptar que se lo cuestionara. Parecía
vacilar entre una pura y simple defensa de las posiciones de Charcot (ob­
jetividad biológica) y la orientación que ya vimos que tomaba y que
se fundaba en una tesis psicofisiológica. Así pudo incluso sostener que
“esto no implica ninguna negación del hecho de que el mecanismo de las
manifestaciones histéricas es de naturaleza psíquica: pero no es el meca-

284
nismo de una sugestión por parte del facultativo”.50 En resumen, para
entenderlo en nuestra terminología: por cierto psíquico, con toda seguri­
dad no consciente, por lo tanto “fisiológico” en la óptica de Freud en esa
6|xx;a.
Así, puesto que histeria e hipnosis concordaban, puesto que la sinto­
matología de la histeria debía ser objetiva, Freud iba a tratar de demos-
irar que el mecanismo de la hipnosis también tenía que serlo, y que por
lo tanto no se reducía a la sugestión. Para ello se basó en los hechos de
la hipnosis espontánea, en particular por fijación de la mirada (braidis-
mo), y en la escasa verosimilitud de una constancia tan grande de los
síntomas físicos (catalepsia, sueño aparente, etcétera) de un fenómeno
puramente sugerido. De modo que, tanto en el gran hipnotismo de los
histéricos como en el sonambulismo hipnótico común, aparentemente
se trataba de un doble fenómeno, psíquico y fisiológico, y Freud intentó
"dar alguna indicación acerca del lazo que vincula el aspecto psíquico con
el aspecto fisiológico de la hipnosis”.51 Para ello subrayó la ambigüe­
dad del término sugestión, que abarcaba por igual la orden, la intimación
directa, y una influencia indirecta como en la catalepsia espontánea, eñ
la cual el sujeto mantenía la postura en que estaba al “adormecerse”, o
incluso en las experiencias de Charcot. “Charcot le da al sujeto un golpe
ligero en el brazo, o dice: ‘¡Mire esa cara horrible! ¡Golpéela!’ El sujeto
golpea y (en ambas alternativas) su brazo cae paralizado. En estos dos
últimos casos, un estímulo externo debe comenzar por producir una
impresión de agotamiento doloroso en el brazo, y a cambio de ella, es­
pontánea e independientemente de cualquier intervención por parte del
médico, la parálisis ha sido sugerida, si tal expresión sigue siendo apli­
cable tratándose de esto.”52
Bemheim abarcará ambas formas de fenómenos con el término “su­
gestión” pero en realidad en el segundo caso “se trata (...) no tanto de
sugestión como de estimulación de las autosugestiones”.53 La suges­
tión indirecta que por lo tanto incluye de hecho el empleo de la autosu­
gestión (del automatismo habría dicho Janet), constituye para Freud el
fenómeno esencial de la hipnosis: en la mayoría de los casos, “la suges­
tión abre las puertas que en realidad están abriéndose lentamente por au­
tosugestión”.54 Ahora bien, la autosugestión “contiene un factor objeti­
vo, independiente de la voluntad del médico, y revela un vínculo entre
condiciones diversas de inervación y excitación en el sistema nervioso.)
Autosugestiones de este tipo conducen a la producción de las parálisis
histéricas espontáneas, y una tendencia a tales autosugestiones es lo que
caracteriza a la histeria”.55 El trayecto de Freud es este punto exacta­
mente paralelo al de Janet: como Charcot, ellos identifican hipnosis e
histeria; lejos de considerar que ia hipnosis y la sugestión son fenóme­
nos de'psicología corriente (Bernheim), las inscriben en el marco más

285
amplio del estado histérico como estado psicofisiológico. Las autosu­
gestiones, en efecto, “siguen siendo a pesar de todo procesos psíquicos;
pero ya no están expuestas a la plena luz de la conciencia como las su­
gestiones directas. (Ellas) pueden en consecuencia ser igualmente bien
descriptas como fenómenos fisiológicos o psicológicos”.56 En cuanto a
su naturaleza última, Freud indica “el despertar recíproco de los estados
psíquicos de acuerdo con las leyes de asociación. (...) Esas ligazones
conciernen a la naturaleza del sistema nervioso y no a cualquier acción
arbitraria del médico”;57 es el caso de la asociación que vincula y des­
pierta recíprocamente las diversas componentes del estado de sueño; ojos
cerrados, relajamiento o fatiga muscular, estado de los “centros vasomo­
tores” del cerebro (cf. Meynert).
En suma, tanto respecto de la hipnosis como de la histeria, Freud (en
este punto muy cercano a Janet y al Charcot de 1885) postula un estado
particular del sistema nervioso, un funcionamiento psicofisiológico es­
pecial que deja curso libre a los “automatismos” psico-cerebrales incons­
cientes. Por otra parte, todavía no está seguro de contar con una concep­
ción exhaustiva del problema, puesto que a pesar de todo va a interrogar­
se acerca de la cuestión de “si todos los fenómenos hipnóticos deben pa­
sar en alguna parte por la esfera psíquica; en otros términos (...) si los
cambios de excitabilidad que se presentan en la hipnosis sólo afectan
invariablemente la región de la corteza cerebral”.58 Lo mismo que en lo
que concierne a la “diátesis de contractura” (cf. el artículo de 1888 o las
reflexiones citadas abajo acerca del estado letárgico del gran hipnotismo),
Freud está todavía lejos de haberse persuadido de que las primeras con-
cepciones de Charcot hayan caducado por completo; sigue sospechando
la existencia de algunos fenómenos verdaderamente físicos (es decir, en
la terminología meynertiana, “subcorticales”) en el histero-hipnotismo.
Hasta 1893 no denunció “el enfoque puramente nosográfico de la es­
cuela de la Salpétriére” 59 Todo lo que había sostenido hasta entonces a-
cerca de la teoría de Charcot pareció vacilar; “La restricción del estudio
de la hipnosis a los pacientes histéricos, la diferenciación entre gran y
pequeño hipnotismo, la hipótesis de los tres estados del gran hipnotis­
mo y su caracterización por fenómenos somáticos, todo ello se derrum­
bó en la estima de los contemporáneos de Charcot cuando Bemheim, el
alumno de Liébault, se aplicó a construir la teoría del hipnotismo sobre
una base psicológica más amplia e hizo de la sugestión el punto central
de la hipnosis.”60
Es cierto que en el ínterin Freud se había dedicado a una práctica in­
tensiva con el procedimiento catártico, y comenzado a publicar sus re­
sultados en colaboración con Breuer (la “Comunicación preliminar” apa­
reció a principios de 1893). No obstante, en el intervalo, los tres artícu­
los61 que consagró a la hipnosis entre 1889 y 1891 retoman exacta­

286
mente las posiciones expresadas en 1888 en el “Prefacio” que acabamos
tic estudiar.

h i cosecha catártica:1892-1893

A. La comunicación preliminar

A partir del artículo de 1890 acerca del “tratamiento psíquico”, Freud co­
menzó a señalar las debilidades del tratamiento sugestivo y a expresar u-
iiii cierta decepción: “Los pacientes neuróticos son precisamente en su
iiinyoría malos sujetos hipnóticos, de manera que las poderosas fuerzas
en virtud de las cuales la enfermedad se enraíza en el espíritu dél enfermo
lidien que ser contrabalanceadas no por una completa influencia hipnóti-
t i» sino solamente por un fragmento de ésta. (...) Un tratamiento hipnó­
tico único, por lo tanto, no cambiará en nada los desórdenes severos de
origen mental. No obstante, si la hipnosis se repite, pierde una parte del
t'lccto milagroso que quizás el paciente esperaba. Una sucesión de hip­
nosis puede eventualmente producir por grados (...) un resultado satis-
lnctorio.(...) Pero un tratamiento hipnótico de ese tipo puede ser tan fas-
lidioso y fatigante como cualquier otro.”62 Freud señala además otro ti­
po de dificultad: un éxito inicial pero de duración precaria; “si (la hipno-
n ís ) se repite con bastante frecuencia, agota en general la paciencia del

paciente y del médico por igual, y se termina por abandonar el trata­


miento hipnótico. May también casos en los que el paciente se convierte
en dependiente del médico, y en los que se instala una especie de necesi­
dad de hipnosis”.63 Así, Freud concluye el artículo formulando votos
|H)r que pronto se disponga de un método mejor: “una mejor compren­
sión de los procesos de la vida mental, cuyo bosquejo se basa precisa­
mente en la experiencia hipnótica, señalará los caminos y los métodos
para este fin”.64
En el artículo de 1891 se encuentran las siguientes reflexiones desen­
gañadas: si el tratamiento se prolonga, “pronto se fatigan tanto el médi­
co como el paciente, lo que resulta del contraste entre la coloración deli­
beradamente optimista de las sugestiones y la triste verdad. (...) En todo
tratamiento hipnótico prolongado, es preciso evitar cuidadosamente un
procedimiento monótono. El médico tiene que estar constantemente en
busca de un nuevo punto de partida para sus sugestiones, de una nueva
prueba de su poder, de una "nueva modificación en su procedimiento de
hipnotización. También para él, que quizás tenga dudas con respecto al
éxito final, esto representa un esfuerzo grande y en última instancia ago­
tador”.65 En 1892 (“Prólogo y notas de la traducción, de J. M. Charcot,

287
Legons du mardi”) Freud será incluso más definido: “A la larga, ni el 1
médico ni el paciente pueden tolerar la contradicción entre la negación 1
decidida de la enfermedad en la sugestión y su necesario reconocimiento 1
fuera de su ámbito.”66 1
En tales condiciones no sorprende que, en su búsqueda de un medio 1
terapéutico más satisfactorio, desde 1889 se haya vuelto hacia lo que le I
pareció un procedimiento más realista, un verdadero tratamiento causal, 1
el procedimiento catártico que Anna O. le había sugerido a Breuer ocho I
años antes. De ese modo pudo precisar sus opiniones sobre la histeria y 1
volver a interesar en ella a Breuer: los dos amigos llegaron entonces a u- 1
na posición común que expusieron juntos en la “Comunicación prelimi- y I
nar” de 1892.67 Analicemos rápidamente su contenido, apartado por a- 1
paitado: 1

1. “El histérico sufre sobre todo de reminiscencias [5].” Toda histeria 1


revela poseer una estructura idéntica a la de la histeria traumática de 1
Charcot: los síntomas remiten a recuerdos por expresión directa, parcial, i
simbólica o desplazada (acontecimientos simultáneos).68 Inconscientes 1
o sólo parcialmente conscientes, esos acontecimientos de fuerte carga a- 1
fectiva (traumatismos psíquicos) actúan entonces no simplemente co- j
mo “agentes provocadores” (Charcot) sino como causas patógenas per­
manentes, como verdaderos “cuerpos extraños internos”.
2. El debilitamiento normal de los recuerdos de fuerte carga emotiva ]
tiene lugar por reacción voluntaria, expresión emotiva o verbal, o inte­
gración asociativa: su representación está integrada en la red de asocia- 1
ciones mentales, y por lo tanto así taponada, contrabalanceada por ideas
contrarias (el caso del recuerdo de una humillación y los de pequeños é-
xitos). En la histeria, “las representaciones que han pasado a ser patóge­
nas se mantienen (...) con todo su frescor y siempre cargadas emocional­
mente (...) porque el debilitamiento normal (...) les está vedado [8]” de­
bido a su carácter inconsciente. Dos grupos de causas engendran esas re­
presentaciones inconscientes patógenas; en primer lugar, las situaciones
en las que el sujeto no pudo o quiso reaccionar: imposibilidad intrínseca
de reacción (por ejemplo, pérdida irreparable de un ser querido), represión
de la reacción por razones sociales, represión intencional fuera de la
conciencia del conjunto del contenido representativo traumático, por úl­
timo. A continuación, estados de anonadamiento, de obnubilación psí­
quica que paralizan toda posibilidad de reacción: afectos paralizantes (pa­
vor; cf. los casos traumáticos de Charcot), autohipnosis espontánea
(“estados hipnoides”). Las dos series de causas69 pueden desde luego
combinarse (serie complementaria).
3. “La disociación de la conciencia (...) existe rudimentariamente en
todas las histerias [8].” Fenómeno fundamental de la neurosis, homólo-

288
m> u los estados hipnoides, esa disociación indica una predisposición in-
nultt, un trauma grave o una represión difícil (histeria adquirida). Los au­
tores insisten en cambio en el hecho de que “entre los histéricos se en-
mcntran a veces personas que poseen una gran claridad de miras, una vo­
luntad muy fuerte, un carácter de los más firmes, un espíritu de los más
aílicos [9].”
4. El acceso histérico y los estados de histeria aguda (psicosis histé-
ilnis en el sentido de Charcot) representan una invasión de la conciencia
por el estado de conciencia disociada hipnoide que “se hace dueña (...) de
la inervación corporal del enfermo y gobierna toda la existencia de éste
112 1 N o obstante, la conciencia normal sigue estando presente, lo mis­
mo que el estado hipnoide cuando la primera se rehace; el estado hipnoi­
de domina entonces una parte de la inervación corporal, dando origen a
los síntomas permanentes de la histeria crónica.
5. El procedimiento catártico suprime los efectos de la representación
patógena al reestablecer gracias a la hipnosis sus lazos con la concien­
cia, “permitiendo que el afecto ahogado se derrame verbalmente [12] ” y
padezca del desgaste o debilitamiento normal.70 Pero ese procedimiento
sintomático no actúa sobre los estados agudos ni sobre la predisposi­
ción: “aún queda por descubrir la causa interna de la histeria [13]”.

En conjunto, el espíritu de esta exposición está muy próximo al Ja-


nct de L'automatisme psychologique. En L'état mental des hystéri-
t/ues, Janet calificará a la “Comunicación preliminar” como “el trabajo
más importante que haya venido a confirmar nuestros antiguos estu­
dios” 71 en tanto que Breuer y Freud citan un caso de Janet, “Historia de
una curación obtenida, en una jovencita histérica, mediante un procedi­
miento análogo al nuestro”.72 Justamente resulta muy importante seña­
lar los puntos de divergencia de las dos concepciones, que conciernen a
lu teoría de la personalidad histérica en Janet y explican el débil interés
que despertó en este último el procedimiento catártico (en realidad toda­
vía no lo había empleado nunca: operaba de un modo bastante distin­
to) 73 Como ya lo he señalado en el apartado precedente, Janet era sensi­
ble a la disociabilidad del psiquismo histérico, que considera una debili­
dad degenerativa, una “insuficiencia psicológica”; Breuer y Freud veían
en la disociación la consecuencia de la constitución de una especie de ex­
crecencia psíquica, de un excedente energético que la catarsis reducía (a-
breacción), aliviando así al psiquismo por otra parte normal de los histé­
ricos (cf. el párrafo 3 de la “Comunicación preliminar”). Acerca del ori­
gen de esa “hernia” mental, Breuer y Freud divergirán pronto; en esa
búsqueda en la que Freud se compromete sin reservas reside el resorte de
su originalidad: allí descubrirá el psicoanálisis. Pero nosotros compren­
demos mejor lo que estaba en juego en todo ello examinando de cerca las
concepciones teóricas de Breuer, tal como las expuso en 1895 en el ca­
pítulo 3 de Etudes sur l'hystérie. En el ínterin, Freud continuó avan­
zando, y dejó atrás a su amigo, cuya experiencia se resume casi por
completo en su primer caso. De modo que es preciso leer la exposición
de Breuer teniendo en cuenta que se trata de la posición inicialmente co­
mún, como lo verificaremos a continuación mediante el examen de los
textos de Freud de los años 1892-1893.

B. La teoría de Breuer

Pero, para comenzar, tratemos de esclarecer un punto que intriga:_¿de


dónde provino la idea del procedimiento catártico? Breuer mismo lo ex­
plica: “Afirmo (...) que en absoluto traté de sugerir mi descubrimiento a
mi paciente; por el contrario, mi estupefacción fue inmensa y sólo des­
pués de toda una serie de liquidaciones espontáneas pude extraer una téc­
nica terapéutica.”74 Se trata de un hecho bien conocido: la talking cure
fjl£_una invención de Anna O. Pero, ¿qué es lo que pudo darle a Breuer la
idea de seguir las indicaciones de la enferma y dócilmente hacerla imitar
por hipnosis su comportamiento en sus estados hipnoides? Allí intervi­
no el peso de la tradición magnética: en efecto, no se ha subrayado lo
bastante que Breuer no conocía la práctica de la hipnosis de Charcot (que
en esa época todavía no había dirigido su célebre comunicación a la Aca­
demia de las Ciencias), ni la de Bemheim (quien no hará conocer su
práctica y la de Liébault hasta varios años más tarde). Como lo ha indi­
cado Ellemberger 75 los médicos alemanes de la época tomaron contacto
con la hipnosis directamente a través del magnetizador público Hansen:
Freud, Breuer, Benedikt, asistieron a sus presentaciones, lo mismo que
Heidenhaim, quien publicó en 1880 el primer estudio positivo en lengua
alemana de los fenómenos hipnóticos. Ahora bien, como ya lo he seña­
lado, según uno de los temas fundamentales del magnetismo animal el
sonámbulo puede indicar gracias a su “lucidez” particular el origen de su
mal y los medios para curarlo (por otra parte, podía también hacerlo res­
pecto de otras persotias); desde hacía décadas, los magnetizadores seguían
escrupulosamente las indicaciones de sus médiums.76
Volvamos ahora a las concepciones teóricas que Breuer dedujo ante
lo evidente del caso de Anna O. Su punto de partida está en la crítica de
la definición de Moebius:77 por cierto, admite que “un gran número de
fenómenos histéricos, más quizá de lo que imaginamos hoy,78 son ideó-
genos”79 y por lo tanto que reposan en representaciones. Pero ese mis­
mo fenómeno de la acción patógena de ciertas representaciones sólo se
comprende en el interior del estado psíquico particular que lo engendra y
que caracteriza a la histeria. Tendrá entonces que abordar “la exposición
fisiológica de procesos psíquicos complejos”.80 Volvemos a encontrar

290
allí una crítica muy homóloga a las que Freud dirigió a Bemheim: cuan­
tío los fenómenos se ubican en la esfera psíquica pero no se reducen al
|nrgo de las ideas en la conciencia, es necesaria una interpretación psico-
llNiológica. En consecuencia, Breuer propondrá la idea de un “aparato
( nervioso cerebral” cuyo modelo toma del funcionamiento de una “insta­
lación eléctrica montada con muchas derivaciones y destinada a asegurar
la Iluminación y la transmición de una fuerza motriz.(„.) A fin de que la
inrti|iiina esté siempre lista para trabajar es preciso que, incluso durante
peí iodos de reposo funcional, en toda la red conductora persista una cier­
ta tensión, y, con ese objetivo, la dínamo debe utilizar una cierta canti­
dad de energía. De la misma manera tiene que mantenerse también un
cierto grado de excitación en las vías de transmisión del cerebro en repo-
«hi".k1
I.a tensión tónica, “excitación nerviosa intracerebral”, debe en conse­
cuencia permanecer en un cierto nivel constante para asegurar un funcio­
namiento normal: en el punto óptimo, todas las vías asociativas están
Itermcabilizadas, todas las asociaciones abiertas, y el juego de las activi­
dades mentales se desarrolla sin defectos. Más allá de cierto umbral, la
disminución de la tensión tónica entraña una sensación de fatiga y un
mal funcionamiento (modelo de la confusión mental: Meynert),82 inclu­
id>una supresión (sueño) de los lazos asociativos; en el caso del sueño,
la recuperación por el reposo de las reservas energéticas permite a conti­
nuación una recomposición del tono y de la actividad fisiológica. A la
Inversa, un aumento excesivo de la energía tónica provoca una sensa­
ción de displacer, de tensión, de sobreexcitación nerviosa y una propen-
itlón a la descarga a través de una actividad motriz o de una expresión e-
motiva adecuadas; en caso de imposibilidad, se observa nerviosismo, a-
Ultación. El aparato tiende así en efecto a mantener constante mediante
c n o s mecanismos (sueño, descarga) la cantidad total de energía que encie-

rru (Breuer remite aquí al “principio de constancia de Freud”). Por otra


parte actúan fuentes permanentes de excitación, exógenas (estímulos ex­
ternos) o endógenas (afectos, necesidades orgánicas, en particular sexua­
les), y solicitan constantemente las capacidades de equilibrio del aparato
mental-cerebral.
El trauma (o los traumas: posibilidad de suma) consiste precisamente
en una situación en la que existe la imposibilidad de descargar una canti-
dud importante de energía: ya hemos visto sus condiciones. Entonces se
crea un reflejo psíquico anormal, forma primaria de la histeria (es la
histeria “de retención” de Freud): la excitación cerebral anormalmente e-
levada “funde” una de las “resistencias eléctricas” del aparato y se descar­
ga así a la periferia con la forma de una manifestación anormal, desvia­
da, de afecto. El “corto circuito” hace al mismo tiempo desaparecer la
cantidad, y por lo tanto la sensación, central (consciente). La vía abierta

291
puede a continuación volver a servir: la conciencia ya no será informada:
ésta es la primera razón del carácter inconsciente de los traumatismos
psíquicos, o por lo menos de su afecto. Ciertas condiciones patológicas
favorecen el reflejo psíquico anormal o conversión (término que Breuer
atribuye a Freud) al reducir las “resistencias” intersistémicas cerebrales:
constitución particular predispuesta, debilitamiento general (agotamien­
to, grandes fases de mutación fisiológica como la pubertad), enfermedad
local que desempeña la función de un punto de llamada.
Así se explica la constitución del síntoma histérico; en cuanto a su
perpetuación, ella necesita la constitución de un grupo psíquico aislado
del resto de las asociaciones mentales, es decir una disociación psíquica.
Para Breuer, ese estado de cosas sólo puede tener una causa: la existencia
previa de estados de conciencia disociados, de estados hipnoides. Por
cierto, a título de segunda alternativa etiológica menciona la hipótesis
freudiana de la defensa (represión) pero enseguida anula su alcance: “Las
observaciones y los análisis de Freud demuestran que la disociación del
psiquismo puede también ser provocada por una ‘defensa’. (...) Sin em­
bargo ello sólo se produce en ciertas personas, a las cuales debemos por
lo tanto atribuir una constitución mental particular. (...) No podría decir
cuál es la naturaleza de esta constitución particular. Sólo me aventuraría
a sugerir que la asistencia del estado hipnoide es necesaria si la defensa
debe entrañar no simplemente que ideas encubiertas individuales se con­
vierten en inconscientes, sino una verdadera disociación del psiquismo.
La autohipnosis ha creado, por así decir, el espacio o la región de activi­
dad mental inconsciente a la cual son rechazadas las ideas que es preciso
evitar.”83 Por lo tanto, en esa etapa Freud y Breuer están de acuerdo con
Janet en considerar como necesariamente patológica la existencia de “e-
sas especies de representaciones actuales que permanecen inconscientes
no porque carezcan de vivacidad, sino al contrario a pesar de su gran in­
tensidad”; ellos las llaman “representaciones incapaces de pasar a ser
conscientes” El inconsciente “normal” encierra en consecuencia re­
presentaciones demasiado débiles como para convertirse en conscientes o
capaces de hacerlo en otro momento, en función de fluctuaciones de la a-
tención (lo que más tarde Freud llamará preconsciente). Breuer y Freud
sólo comenzaron a divergir en la explicación de la existencia de estas re­
presentaciones, permaneciendo el primero muy próximo a Janet, mien­
tras que el segundo formuló cada vez con mayor firmeza su tesis perso­
nal sobre la defensa.
Era por lo tanto natural que Breuer buscara en una predisposición
constitucional particular la causa última de la histeria. Ya hemos visto
dos aspectos de esta predisposición compleja: en primer lugar, la “ten-
dencia a la hipnoidía”, fenómeno esencial de la enfermedad; a continua­
ción, la debilidad de las “resistencias cerebrales intersistémicas” que

292
Iiisiiíica las conversiones (“complacencia somática” freudiana), es decir
i'l pasaje del exceso de excitación cortical a los “aparatos nerviosos sen-
Nllivos que no son normalmente accesibles más que para los estímulos
| h * i ¡Céricos, lo mismo que (a) los aparatos nerviosos de los órganos ve­

getativos que están —normalmente— aislados del sistema nervioso cen­


ital |x>r poderosas resistencias”.85 Resta un tercer factor, esencial, pues­
to i|uc es el que funda la divergencia de opinión con Janet: es la “produc­
tividad mental desbordante (de los) histéricos. (...) Su vivacidad y su a-
gltación, su necesidad de sensaciones y de actividad intelectual, su inep-
lilud para soportar la monotonía y el aburrimiento, pueden explicarse de
la manera siguiente: ellos pertenecen a una categoría de individuos cuyo
nisiema nervioso libera, en estado de reposo, un excedente de excitación
t|iie exige ser utilizado”.86 Desde luego, “la gran mayoría de los seres
vivaces y ágiles no por ello se convierten en histéricos”:87 también se
in|u¡ere la acción conjunta de los otros dos factores y de circunstancias
traumáticas.
Pero este último factor es esencial; en efecto, explica muchos de los
laxgos de carácter en los histéricos, así como su temperamento apasio­
nado o lo que Janet denominó más tarde búsqueda de la excitación: “Su
necesidad de sensación los empuja (...) a interrumpir el curso monótono
de su existencia con todas clases de ‘incidentes’ que constituyen (...) so­
bre todo fenómenos patológicos”;88 así, Breuer opone su “necesidad de
enfermedad” al miedo a la enfermedad de los hipocondríacos. Le parece
en consecuencia que “Janet ha establecido sus concepciones principales
ul estudiar a fondo a los histéricos débiles mentales que recogen los hos­
pitales y los asilos”;89 por ello, su “opinión es inadmisible”.90 Cuan­
do existe, la “debilidad mental” de los histéricos no débiles es una mani­
festación secundaria de la enfermedad: se debe a la enorme pérdida de e-
ttergía que engendran la disociación y las conversiones de afectos. Lo
mismo vale para la sugestionabilidad: “El psiquismo inconsciente y di­
sociado de los histéricos es eminentemente sugestionable como conse­
cuencia de la pobreza y del'carácter incompleto de su contenido ideati-
vo”;91 se trata de un estado cercano al monoideísmo hipnótico en el que
Imcondición defectuosa del juego de las asociaciones mentales excluye la
crítica y deja libre curso al “ideodinamismo”, para emplear el vocabula­
rio de Bemheim. Cuando se restablece la integridad mental, por ejem­
plo a continuación del tratamiento catártico, muchos histéricos vuelven
Hencontrar sus eminentes cualidades mentales (véase el apartado 3 de la
"Comunicación preliminar”). La posición particular de Breuer y Freud se
«poya en este punto en dos factores:

—En primer lugar, el tipo de enfermos a los cuales ellos trataban y


que diferían incuestionablemente de los de Janet (medio social, cultura,

293
pero también personalidad), por lo menos superficialmente. A ello se
suma la evidente contratransferencia positiva que esos pacientes aristo­
cráticos engendran en los dos médicos: sus apreciaciones entusiastas,92
sin embargo, dan que pensar en la lectura de los protocolos de los casos.
Por otra parte, en el capítulo “Psicoterapia de la histeria” de los Etudes,
Freud subraya la necesidad, para el empleo del procedimiento catártico,
de “mucha simpatía personal respecto de los enfermos (y) cierto grado de
inteligencia por debajo del cual (el método) es totalmente inutiliza-
ble”.93
—A continuación, la posición teórica que les es común y que (ya lo
hemos observado varias veces) reposa en las concepciones de la escuela
de Helmholtz. Breuer proporciona algunos ejemplos caricaturescos, in­
cluso grotescos, de la aplicación de esos principios, del circuito eléctrico
como modelo del psiquismo, al análisis de fenómenos morales tan com­
plejos como el remordimiento o la necesidad de venganza, en términos
de “reflejo no consumado”94 cuya energía intacta continúa buscando una
vía de descarga y que halla su modelo en la irritación “esencialmente a-
náloga”95 de la inhibición del reflejo de estornudo.

Asistimos allí a un fenómeno muy edificante desde el punto de vista


epistemológico: un modelo teórico arcaico permite una apertura96 en un
campo no obstante cubierto por modelos mucho más englobantes (Ja­
net); el escotoma con el que ese modelo cubre un punto capital (la per­
sonalidad como estructura global) le proporciona un valor heurístico no­
table en su reverso, es decir en el examen de los síntomas aislados. El
psicoanálisis encuentra allí su punto de partida, a través de la búsqueda:
freudiana del origen de la “cantidad excedentaria” del síntoma. Nada puede
ilustrar mejor la función de la mirada teórica en la investigación clínica,
ni el aspecto fortuito, y que con frecuencia trasciende ese primer marco,
de los descubrimientos que tal vez el abordaje teórico hace posibles.

C. La defensa y los inicios de la originalidad freudiana

En todos los trabajos que Freud publicó en ese período de 1892 a


189397 se hace referencia a la “Comunicación preliminar”, cuyas con­
cepciones demarcan con fidelidad. Sólo nos vamos a detener aquí en un
texto: exactamente en el momento de publicarse la “Comunicación”, es­
te escrito enunció consideraciones bastante originales aunque conexas.
Pero sobre todo dicho texto ilustra la configuración originaria en la que
se inscribió el nacimiento del psicoanálisis: las consideraciones clínicas
son en él análogas en todos los puntos a las ideas de Janet; sólo la inter­
pretación general, doctrinaria, difiere y orienta justamente en la dirección
de otra pista. Se trata de “Un caso de curación por hipnosis, con obser-

294
v»u Iones acerca del origen de los síntomas histéricos por ‘contravolun-
Iml' no son precisamente esas observaciones las que van a ocupamos.
1*1 punto de partida del artículo es un caso de inhibición histérica del a-
miunantamiento, al que se trató de un modo puramente sugestivo, pero
l'reiid realiza respecto de él un comentario teórico aparentemente muy
Inspirado en ideas provenientes de ciertos aspectos del caso de Emmy
v o i i N. (primera observación freudiana de Etudes sur l'hystérie).

Comienza con la consideración de las ideas antitéticas (representacio-


iic n contrarias al objetivo fijado o a la salida esperada por el sujeto: ideas
ilc contraste de Janet) y de su devenir en el individuo normal y en el neu-
irtiico. En el primero, ellas desaparecen, inhibidas por la “poderosa con-
liiiu/.a en sí mismo que confiere la salud”,98 es decir por la fuerza que re­
presentan los proyectos y las esperas del yo.99 En el neurótico (status
nrrvosus en general), están por el contrario muy expandidas debido a
"ln presencia primaria de una tendencia a la depresión y a la disminución
ilc la confianza en sí, tal como se las encuentra muy altamente desarro­
lladas y en estado aislado en la melancolía”.100 Un poco más adelante
l'reud formula un comentario acerca de ese debilitamiento mental selec­
tivo, puesto que no concierne a las ideas antitéticas sino a “esos ele­
mentos del sistema nervioso que forman la base material de las ideas a-
Nocíadas con la conciencia primaria, (es decir) con la cadena de asociacio-
nrs del yo normal”.101 En una tal situación de agotamiento, las ideas
antitéticas son entonces la fuente, por ejemplo, del pesimismo y de las
fobias (ámbito de las esperas), así como de la locura de la duda (ámbito
tic las intenciones) de los neurasténicos.102 Pero una diferencia impor-
Imilc se abre paso justamente en el efecto producido, según sea que se a-
borde una histeria o una “neurastenia”; en la primera, como consecuen­
cia ilc la disociación psíquica y de la tendencia a las conversiones, la idea
antitética no es consciente, pero “puede objetivarse por la inervación
corporal (y) se establece, por así decir, como contravoluntad, en tanto
que el paciente advierte con sorpresa que tiene una voluntad resuelta pero
Impotente. (...) Aquí, en contraste con la debilidad de la voluntad de la
neurastenia, tenemos una perversión de la voluntad”.103
El conjunto de estas consideraciones tanto clínicas como analíticas o
doctrinarias se adecúa perfectamente en su espíritu a las ideas de Janet,
que en ese mismo momento escribía cosas muy comparables.104 Es im­
portante observar la proximidad en esa etapa de dos grandes corrientes
pulcopatológicas provenientes de las investigaciones de Charcot: ya he­
mos tenido la oportunidad de hacerlo, pero éste fue el punto de máxima
cercanía, después del cual se produjo un distanciamiento creciente. Por
lo demás, Freud no se priva de deslizar una observación en el sentido de
•un preocupaciones más personales y que invierte totalmente la perspec­
tiva: en efecto, después de haber señalado que el mecanismo de la contra­

295
voluntad "ofrece una explicación, no simplemente para algunas manifes­
taciones histéricas aisladas, sino de la mayor parte de la sintomatología
de la histeria”,105 subraya que fson los grupos de ideas laboriosamente
reprimidas las que obran en ese caso (...) cuando el sujeto se ha conver­
tido en víctima del agotamiento histérico. Quizás incluso la relación sea
más íntima, pues el estado histérico es tal vez producido por esa labo­
riosa represión”.106 Por otra parte, Freud se apresura a añadir que por el
momento sólo le interesa el mecanismo del síntoma y no la fisiopatolo-
gía de la enfermedad. Esa breve observación, con todo, indica el modo en
que entiende volver del revés el análisis de Janet, al invertir el orden de
causas y efectos, siguiendo la línea de las críticas de Breuer pero sobre
todo su propia teoría de la defensa. En la misma oportunidad lo vemos
hacer pie en un campo vecino al de la histeria, el de los fenómenos fóbi-
co-obsesivos, por el cual en adelante no cesará de interesarse.
Al término de este primer período de la investigación freudiana, he­
mos visto constituirse la originalidad de una perspectiva que todavía está
fundamentalmente inscripta en la posteridad de Charcot, codo a codo con
Janet. Ambas corrientes, en ese momento tan próximas, se encuentran
separadas por matices, pero ellos, en tanto centran el trabajo de Freud en
tomo del síntoma y en consecuencia de la catarsis, bastan para orientar­
lo en una dirección en la que va a encontrar el primer objeto verdadera­
mente propio: la represión. Ya hemos visto dibujarse su concepto, toda­
vía sumergido en el de la constitución de la “reserva” inconsciente; la e-
tapa siguiente estará por completo dedicada a producir su teoría. Pero es
absolutamente necesario retener el lazo genético entre la concepción pri­
mera de los síntomas histéricos en Freud y la posibilidad que se le ofrece
de concebir y encontrar la represión: en tal sentido, la confrontación con
Janet fue indispensable.

Contrapunto: neuropsicología de la afasia. Jackson con Helmholtz

En el período que estudiamos, los trabajos que Freud dedicó a la psico-


patología representan sólo algunas decenas de páginas; en el mismo lap­
so sus escritos neurológicos alcanzaron un volumen mucho más impor­
tante. Para situar el interés respectivo con que lo atrajeron ambos cam­
pos, es por otra parte muy interesante comparar su producción en esos
dos dominios durante toda la fase que correspondió a la maduración de la
obra psicoanalítica: en el conjunto de los años 1890-1900, su importan­
cia fue aproximadamente igual, y sólo después de 1900 Freud dejó com­
pletamente de interesarse en la neurología para pasar a ser exclusivamen­
te psicoanalista. En su producción neurológica muy diversificada, un

296
temo ilcbe detener muy particularmente nuestra atención: el que publicó
p i i I H 9 1 , por lo tanto en medio de la fase de la que nos estamos ocupan­

do, con el título Sur une conception de l'aphasie. Etude critique.107 Se


Huta en efecto de un trabajo que concierne a una actividad superior del
vlntcmu nervioso, es decir una función mental, y allí vamos a encontrar
completadas las concepciones psicológicas generales extraídas a través
ilrl comentario de los textos psicopatológicos contemporáneos.
I,» teoría clásica de las localizaciones cerebrales prevalecía entonces
pii gran medida; los centros cerebrales del lenguaje aparecen representa­
do* en ella como “lugares de almacenamiento” (Wemicke) de impresio­
nes sensoriales, conectados entre sí por vías de asociaciones. Así, se in­
s íp id a la clínica de las afasias como resultado de la destrucción lesional
de los centros de imágenes sensoriales o motrices, o bien de las cone­
xiones asociativas interrumpidas (afasias llamadas “de conducción”); en
Hinlxts casos, pero con modalidades particulares según sea la localización
tlr la lesión, el “reflejo cerebral” que constituye el lenguaje está pertur­
bado o totalmente inhibido en su funcionamiento. De modo que esta te-
ni la materializa el análisis asociaciqnista al identificar pura y simple­
mente huella perceptiva y célula nerviosa, asociación de ideas y fibra de
conexión;108 según sea su localización la lesión destruye entonces las i-
mrtuenes mnémicas constituyentes de la palabra (sonoras, kinestésicas de
articulación, visuales-gráficas, kinestésicas-gráficas), que quedan indis­
ponibles para la comprensión o la emisión de un mensaje, o bien las
conexiones asociativas que vinculan entre sí a los diversos componentes
unisonales de los elementos de lenguaje o que unen estos últimos al
rPNlo del psiquismo, es decir de la corteza (provisión de huellas sensoria­
les constitutivas del pensamiento en el análisis asociacionista); en estos
dos últimos casos, las imágenes verbales están intactas pero se han
vuelto impracticables modalidades importantes de su utilización funcio­
nal (es decir de su poder para despertar asociaciones o ser despertadas
por ellas).
Sobre bases puramente anátomo-clínicas, Freud se entrega a una
muy notable crítica de esta doctrina clásica; como le escribe a Fliess,
"Me he mostrado muy audaz al cruzar espadas con tu amigo Wemicke.
(...) He llegado a rasguñar al sacrosanto pontífice Meynert.”109 Para ello
M apoya en la argumentación crítica y en las consideraciones clínicas de
Jackson110 y de su discípulo Bastián, lo que es muy clarividente para la
dpoca —como ya lo he indicado, la neurología sólo integrará verdadera­
mente la enseñanza profética de Jackson una buena veintena de años más
larde— . Por lo demás, la monografía de Freud, a pesar de sus cualidades,
llamó poco la atención y sigue siendo ignorada o mal comprendida en
redeñas históricas incluso recientes. Contra la teoría localizadora, Freud
idujo que no se podía confundir el registro anátomo-fisiológico con el

297
registro psicológico; un elemento psíquico, por simple que fuera, no
podía en consecuencia estar localizado en un punto del cerebro. De modo
que lo que se localizaban eran funciones, o más bien su soporte mate­
rial, sin que existiera ninguna posibilidad segura de captar el vínculo
entre unas y otro. Percepción, asociación, memoria, aparecen entonces
como aspectos diferentes de un mismo proceso funcional psicofisiológi­
co siendo imposible poner de manifiesto el correlato anatómico de cada
uno de los elementos de su descomposición psicológica. Así Freud re­
chaza la idea de Meynert de intervalos no funcionales entre los centros
primarios de imágenes verbales, dispuestos al almacenamiento de nuevas
huellas (lenguas extranjeras, imágenes complementarias, etcétera). Una
disociación tal no se encuentra nunca en la clínica: la función reacciona
como un todo y se descompone como lo postula “la doctrina de Hugh-
lings Jackson (...): todos esos modos de reacción (patológicos) represen­
tan etapas de regresión funcional (desinvolución) de un aparato altamente
organizado, y en consecuencia corresponden a estadios anteriores de su
desarrollo funcional^ / 11 No retomaremos aquí los argumentos clínicos
de Jackson;112 más bien examinaremos la tesis explicativa que Freud
propondrá a continuación y que por muchas razones tiene motivos para
scaprender después de tales consideraciones.
En el plano anátomo-clínico, Freud propone considerar todas las a-
fasias como resultado de interrupciones de conexiones asociativas; con­
cibe la “zona del lenguaje”113 como un área funcional unitaria: “La zona
asociativa del lenguaje, en el cual entran elementos visuales, auditivos y
motores (o kinestésicos), se extiende por esta razón incluso entre las á-
reas corticales de los nervios sensoriales y las regiones motrices a las
que atañe la palabra. Si imaginamos ahora una lesión de tamaño cons­
tante, móvil en el interior de esta zona, sus efectos serán mayores cuan­
do se aproxime a uno de esos campos corticales, es decir cuanto más pe­
riféricamente se ubique en el interior de la zona del lenguaje. Si ella bor­
dea inmediatamente uno de esos campos corticales, separará la zona aso­
ciativa de una de sus aferencias, es decir que el mecanismo del lenguaje
quedará privado del elemento visual, auditivo o de otro tipo puesto que
cada asociación de esta naturaleza proviene habitualmente de ese campo
cortical particular. Si la lesión se desplaza hacia el interior de la zona a-
sociativa, sus efectos serán más indefinidos.114 (...) Así las partes de la
zona del lenguaje que bordean los campos corticales de los nervios cra­
neanos óptico, auditivo y motor han ganado la significación demostrada
por la anatomía patológica que las ha establecido como centros del len­
guaje. No obstante, esta significación sólo se refiere a la patología, y no
a la anatomía del aparato del lenguaje.”115
De modo, por lo tanto, que si bien Freud mantiene en su interpreta­
ción fisiopatológica los reconocimientos del análisis de Jackson, lo hace

298
CAC: centro auditivo común. CAM: centro de la memoria auditiva de las
palabras, cuya lesión determina la sordera verbal. CVC: centro visual
común. CVM: centro de la memoria visual de las palabras, cuya lesión
determina la ceguera verbal. IC: centros intelectuales en los que se aso­
cian las diversas imágenes. CLA: centro de la memoria motriz de articula­
ción cuya lesión determina la afasia motriz (tipo Broca). CLE: centro de
la memoria motriz gráfica, cuya lesión determiní "la agrafia.
Esquema d? la campana de J.-M. Charcot
((!. Ballet: Le langage intérieur et les diverses formes de iaphasie, 1886.)

Esquema psicológico del concepto de palabra


(S. Freud: On Aphasia, a Critical Study, 1891.)
a través de una muy diferente concepción de las cosas: no solamente su
esquema explicativo sigue siendo asociacionista, sino que incluso lo que
presenta es un modelo hiperconexionista. “Esta teoría se desprende direc­
tamente de nuestra negativa a separar el proceso de la idea (concepto) del
de la asociación, y a localizar a uno y otro en lugares separados.”116 Si
bien rechaza la noción de los centros de imágenes, no se trata en conse­
cuencia de que como Jackson la reemplace por una crítica del asociacio-
nismo y por la noción de las funciones mentales como procesos senso­
rio-motores de nivel muy elevado; antes bien, le parece posible resolver
asociativamente incluso las sensaciones más elementales. En este punto
volvemos a encontrar a Helmholtz (y, detrás de él, a Leibniz): incluso
las sensaciones más simples serían yá complejos elaborados de elemen­
tos físico-fisiológicos y por lo tanto resultan de conexiones múltiples.
Vamos a encontrar la prueba en el nivel de su análisis psicológico del
lenguaje.
“Desde el punto de visía psicológico, la ‘palabra’ es la unidad fun­
cional del lenguaje: es un concepto complejo constituido por elementos
auditivos, visuales y kinestésicos.”117 Estamos aquí muy lejos de Jack­
son, para quien, como se recordará, la unidad funcional del lenguaje era
la proposición. Vamos a ver desplegarse un análisis asociacionista muy
clásico de la palabra, completamente acorde con el de Charcot:118 “La
palabra es por lo tanto un concepto complicado construido a partir de
impresiones diversas, es decir que corresponde a un proceso complejo de
asociación en el que entran elementos de origen visual, acústico y kines-
tésico. No obstante, la palabra adquiere su significación a través de su
asociación con ‘la idea (concepto) del objeto’, por lo menos si limita­
mos nuestras consideraciones a los nombres.119 La idea o concepto del
objeto es en sí misma otro complejo de asociaciones compuesto por las
impresiones más variadas, visual, auditiva, kinestésica y de otro tipo.
Según la enseñanza de los filósofos, la idea del objeto no contiene nada
distinto de esto.”120 No nos sorprenderá hallar, dos líneas más adelante,
la referencia filosófica mencionada: se trata exactamente de Stuart Mili,
y de ese modo nos enteramos de que Freud leyó sus dos obras filosóficas
principales (la Lógica y el Examen de la filosofía de Hamilton).
Un “esquema psicológico del concepto verbal” (que reproducimos a-
quí), acerca del cual es preciso subrayar la semejanza con el “esquema de
la campana” de Charcot, sostiene este análisis con el interesante comen-
tario'siguiente: “El concepto de palabra aparece como un complejo de i-
mágenes cerrado, el concepto de objeto como un complejo abierto.121
Este concepto de palabra está ligado al concepto de objeto a través de la
imagen sonora solamente. Entre las asociaciones de objeto, las asocia­
ciones visuales desempeñan una función similar a la jugada por la ima-

300
gru sonora entre las asociaciones de la palabra.”122 Freud podrá entonces
| h i i |><mer una clasificación de las afasias en tres grupos:

I) “la afasia verbal, en la cual están perturbadas las asociaciones en-


i lii* los elementos singulares del concepto de palabra”;
i “la afasia simbólica, en la cual está perturbada la asociación entre
i<l 11incepto de palabra y el concepto de objeto”;
í) la afasia agnósica, consecuencia de agnosias,123 trastornos del re-
i oiiik'¡miento de los objetos, debidos a una perturbación extendida de los
i lint rplos de objeto (“caso de lesión cortical extendida y bilateral”) a tra;
v i’ n d e los cuales ya no pueden ser estimulados asociativamente los con-

i rplos de palabra.

Vemos en consecuencia que Freud vuelve a un modelo conexionista


Imitante trivial, e incluso a la idea de que una interrupción lesional de fi-
Inus nerviosas corresponde a la ruptura de una asociación de ideas. Es
i Inlo que presenta su modelo como un esquema indicativo y ya no to­
mado al pie de la letra al modo de Wernicke. Clínicamente el perfeccio-
iminiento es notable; conceptualmente, nulo: Freud sigue siendo funda­
mentalmente partidario de un asociacionismo fisiológico tipo Helmholtz
ron todas sus consecuencias, en particular la atomización de la estructura
ilrl lenguaje. La palabra es signo de la cosa y está ligada como tal a la
i mlfua de los pensamientos e imágenes; en el análisis no aparece ningu-
iim unión de las palabras entre ellas, ninguna estructura sintáctica (a dife-
rpiu ia de lo que ocurre en el análisis de Jackson).
A Freud le falta todavía recorrer camino para salir de ese tipo de mo­
delo conceptual;124 es preciso por otra parte subrayar el parentesco de su
#m|uema con el de Charcot (esquema denominado “de la campana”,125
reproducido aquí); la única diferencia es justamente de inspiración fun-
ulonul (Jackson), puesto que sólo la imagen sonora de la palabra aparece
Hunda a las asociaciones de cosa, conforme al orden de entrada en juego
do los diferentes elementos del lenguaje en su aprendizaje infantil.

NOTAS

1, 1.11 escuela de Helmholtz se estableció en tomo al juramento (1845) de


demostrar que las leyes biológicas se reducen sin dejar resto a las
leyes fisico químicas comunes (cf. supra, capítulo 8).
2, Cf. supra, cap. 4.
J, S. Freud: “Préface et noLes á la traduction de J.-M. Charcot, Legons du
mardi á la Salpétriére 1887-1888” (1892), S. E., I, págs. 134-
135 (la traducción es mía).
Capítulo XIII

EN BUSCA DE UNA TEO RIA DE LA REPRESION:


1894-1896

Clínica de las neuropsicosis de defensa y teoría sexual: 1894-1895

A. La teoría de la defensa: comprensión y mecanismo

La evolución de Freud a lo largo de los años 1892-1896, a través de sus


artículos y relatos de casos, es extremadamente sorprendente: habiendo
partido de la concepción muy mecanicista que continúa sosteniendo su
teoría, se lo ve evolucionar hacia una aprehensión cada vez más fina de
los fenómenos psicológicos, una intuición cada vez más segura de los
móviles de síntomas y comportamientos de sus enfermos. En el mismo
lapso, su técnica se depura: abandona al principio la sugestión, y des­
pués la hipnosis; reduce sus maniobras a algunos procedimientos de in­
fluencia cuya naturaleza de ningún modo desconoce; correlativamente,
insiste cada vez más en la calidad de la relación entre el terapeuta y pa­
ciente. Así, en el primer caso en que utilizó el método catártico (Emmy
von N.), su técnica seguía siendo todavía análoga a la de Janet: las re­
presentaciones patógenas, una vez hechas conscientes bajo hipnosis, e-
ran eliminadas mediante una sugestión autoritaria (acción de borrar).
Freud parece entonces concebir su acción siguiendo el modelo de la pur­
ga o de la “limpieza de chimenea” que estructura todo el caso de Anna O.
(y ocupa allí el lugar de la sexualidad ausente”: “Mi terapéutica (...) bus­
ca disipar día tras día y liquidar todo lo que la jornada llevó a la superfi­
cie, hasta que la reserva accesible de recuerdos mórbidos parezca agota­
d a ”!
Progresivamente, él mismo verifica quq sus “observaciones de enfer­
mos pueden leerse como novelas que carecen, por así decir, de ese sello

308
de seriedad propio de los escritos de los científicos”.2 En adelante se vin-
t illa cada vez más con la dimensión de lo que Politzer llamará “el drama
humano”: es esto lo que nutre de vida concreta sus observaciones. Para­
lelamente el énfasis pasa de los procedimientos seudoobjetivos como la
, hipnosis a “el interés que se testimonia (al enfermo), la comprensión
i|iic se le hace presentir, la esperanza de curación que se le hace brillar
nnlc sus ojos”;3 “es casi inevitable que las relaciones personales con su
médico4 adquieran, por lo menos durante cierto tiempo, una importancia
i iipital. Parece incluso que esa influencia ejercida por el médico es la
condición misma de la solución del problema”.5 También verificará que
"mando las relaciones del enfermo con su médico están perturbadas (...)
el último se encuentra ante el más grande de los obstáculos por ven­
cer".6 En efecto, “junto a factores intelectuales a los cuales se puede a-
pclar para vencer la resistencia, un factor afectivo (...) tiene su función.
Deseo hablar de la personalidad del médico y, en numerosos casos, es
jkMo ella la que será capaz de suprimir la resistencia”.7 Este tema pasará
t uda vez más al primer término en la teoría de la técnica (transferencia
positiva).
La evolución del pensamiento freudiano parece adquirir en adelante
un sentido unívoco: la inyección de una proporción cada vez más impor­
tante de significación psicológica, de sentido “dramático", en el modelo
Ksico-fisiológico del psiquismo que estructuró dicha evolución desde su
origen y que fue la base de la mirada muy particular con la que Freud,
como hemos visto, consideró desde el principio la clínica del histero-
liipnotismo. Pero también es necesario invertir la perspectiva: si bien el
enriquecimiento continuo de la clínica freudiana hizo incesantemente
más complejo el marco en que ella se inscribía, forzando a retroceder al
mismo tiempo los bordes materializantes que marcaban su límite, el re­
curso a una conceptualización objetivante, de estilo psicobiológico, per­
mitió a lo largo del proceso pensar el enigma de los fenómenos exami­
nados, el secreto de su causalidad y su funcionamiento, en tanto que, en
lodos esos aspectos, ellos no son fundamentalmente susceptibles de una
comprensión simple.8
Desde el inicio, Freud captó en la causación de los síntomas histéri­
cos el aspecto esencial que hallará a todo lo largo de su búsqueda y que
|»nsará a través de diferentes modelos: allí se despliega un proceso con
. todas las apariencias de una causalidad material, en la medida en que su
dignificación psicológica no agota ni su lógica ni su funcionamiento.
Por cierto, se trata de hechos mentales, pero no de hechos conscientes,
ni incluso de hechos de sentido, hasta el punto en que tendrían ese as­
pecto para otro (cf. las concepciones de Dupré acerca de la histeria). El
mecanismo, el proceso, la organización que se considera (para utilizar
tres de los modelos sucesivos de Freud) deben ser descriptos y no com­

309
prendidos;9 es preciso buscar sus leyes, sus regularidades de funciona­
miento, incluso aunque cada engranaje esté henchido de sentido; de esto
proviene la necesidad de modelos figurados del tipo aparato o máquina.
Está allí el objeto paradójico10 que Freud ha encontrado y cuya raciona­
lidad en adelante va a esforzarse por construir, más o menos hábilmente,
pero sin soltar jamás la presa. Los modelos que utilizaba proporcionaron
al mismo tiempo un marco a su pensamiento, orientaciones a sus inte­
rrogantes, un método a sus investigaciones hasta que los resultados ob­
tenidos lo obligaron a una reestructuración.
En el período que nos ocupa, los dos grandes temas de interés de
Freud ilustran los dos aspectos de su trayecto: teoría y clínica denlas
neurosis de defensa por una parte, y por la otra la sexualidad y las neuro­
sis que pronto llamará actuales, señalan dos mezclas en proporciones
casi opuestas de los factores comprensión y conceptualización objetiva.
Desde la época de la “Comunicación preliminar” se esbozó una di
vergencia entre la teoría hipnoide de Breuer y "el concepto freudiano de
defensa. Este último corresponde a un pasaje al modelo herbartiano del
psiquismo,11 pero sobre todo (nos lo indica Freud) a la experiencia de .la
resistencia al tratamiento: “Tenía que vencer en el enfermo una fuerza
psíquica que se oponía a la toma de conciencia, a la rememoración de las
representaciones patógenas.”12 El abandono de la hipnosis permitió en­
tonces un progreso esencial: apareció un fenómeno comprensible en el
lugar en que se sostenía un concepto de tipo fisiológico (disociación
“hipnoide”). En 189413 Freud admitía aún la existencia de tres tipos de
histeria, que ratificaban su compromiso con las ideas de Breuer. En
1895, era visible que ya no creía en ellas: “jamás me enfrenté personal­
mente a una histeria hipnoide verdadera (...). No puedo dejar de sospe­
char que las histerias hipnoides y de defensa tienen en alguna parte una
raíz común y que lo primario es la defensa”14 (un poco más adelante ob­
serva que probablemente “en lo más recóndito de la histeria de retención
yace un elemento de defensa”).
“El clivaje del contenido de la conciencia es la consecuencia de un
acto de voluntad del enfermo, es decir que es introducido por un esfuer­
zo de voluntad del cual se puede indicar el motivo.”15 El enunciado de
esta tesis ilustra nuestro propósito del mejor modo posible. La segunda
parte del proceso se desarrolla fuera de la conciencia y desemboca en fe­
nómenos objetivos; en consecuencia resulta apropiado otro vocabulario:
“El yo que se defiende se propone tratar como non arrivée [‘no ocurri­
da’, en francés en el texto alemán] la representación inconciliable, pero
esta tarea es insoluble de manera directa; tanto la huella mnémica como
el afecto ligado a la representación persisten para siempre y ya no pue­
den borrarse. Pero se tiene el equivalente de una solución aproximada si
se llega a transformar esta representación fuerte en representación débil,

310
n separarle el afecto, la suma de excitación de la que está cargada. La re ­
presentación débil, por así decir, abandonará la pretensión de participar
imi el trabajo asociativo [esto es, en el pensamiento], pero la suma de
excitación separada de ella debe ser conducida a otra utilización.”16
kcspecto de la histeria, conocemos ya esta nueva utilización que es la
víu de constitución de los síntomas: es la conversión.
Pero Freud intentará interpretar a la luz de este modelo otras condi­
ciones patológicas:

Cuadro recapitulativo de las neuropsicosis de defensa

Manuscrito H (24 de enero de 1895)


(S. Freud: La naissance de la psychanalyse, pág. 102.)

Contenido
Afecto en represen­ Alucina- Resultado
taciones ciones

Histeria Liquidado Ausente Defensa


por de la — inestable
conversión- conciencia- con ganan­
cia en satis­
facción
v
Obsesiones Mantenido+ Ausente Defensa
de la permanente
conciencia y sin ganancia
reemplazado

Confusión Ausente- -Ausente Agradables Defensa


alucinatoria para el yo permanente.
y la defensa Ganancia
brillante

Paranoia Mantenido+ +M antenido. Hostiles al Defensa


Proyectado yo. Favora- permanente
hacia afuera rables a la sin ganancia
defensa

Psicosis Domina la Domina la Hostiles al Fracaso


histéricas conciencia+ conciencia+ yo y a la de la
defensa defensa

311
— Se trata en primer lugar de las obsesiones y de ciertas fobias (ob­
sesiones ansiosas de forma fóbica y no fobias propiamente dichas, que
Freud todavía vincula a la neurosis de angustia). Los enfermos no pre­
sentan disposición a la conversión, el afecto sufre en este caso una
transposición, ligándose a “otras representaciones en s í mismas no in­
conciliables que, en virtud de esta ‘conexión fa lsa ', se transforman en
representaciones obsesionantes”.17
, —En el mismo artículo Freud examina un caso que diagnostica co­
mo “confusión alucinatoria”18 y en el que encuentra sin dificultad el
proceso de defensa: “el yo rechaza la representación insoportable”,19 y la
reemplaza por el delirio. “Se ha defendido (...) mediante la fuga a la psi­
cosis ”.20
—Un manuscrito contemporáneo dirigido a Fliess (Manuscrito H,
de enero del895) prolonga el artículo de 1984 y recapitula sus resulta­
dos21 en un cuadro (que reproducimos aquí). Analiza en esa oportunidad
un caso de paranoia22 cuyos síntomas delirantes (ideas de referencia, de
observación, comentarios peyorativos) aparecen como el sustituto de un
reproche interior inconsciente concerniente a un recuerdo erótico repri­
mido. “Se trata de un mal uso del mecanismo de proyección utilizado
como defensa”; sólo queda consciente “el término del silogismo que de­
semboca en el exterior”.23 Freud observa por otra parte que el mismo
tipo de análisis puede aplicarse a otras fórmulas delirantes de matiz pe­
noso, como a la megalomanía, “que quizás logre aun mejor eliminar del
yo la idea penosa” 24

B. El modelo psicofisiológico, apertura y obstáculo

Esta breve recordación nos permitirá subrayar en qué punto de esos a-


ftos 1894-1895 la comprensión del sentido de los síntomas resulta nota­
ble en Freud, lo que ya lo aparta por completo de su contexto histórico,
iniciando la estructuración del psicoanálisis como disciplina inédita,
campo original. El descubrimiento de la represión abrirá inmediatamente
un campo clínico de una extensión sorprendente. Subsiste el hecho de
que el modelo psicofisiológico es también omnipresente: impregna has­
ta el estilo de la intuición significativa, y al mismo tiempo en parte la
justifica. Sobre todo, permite nombrar, situar, interrogar la causalidad
inconsciente. Sigue siendo cierto que el modelo utilizado es antiguo, in­
cluso común y que por lo tanto existe un conflicto entre los dos pla­
nos, conflicto que, vamos a.verlo, va a determinar toda la evolución ul­
terior del pensamiento freudiano. Pues el valor heurístico de los modelos
teóricos freudianos no debe enmascaramos su carácter eventual de “obs­
táculo epistemológico” (Bachelard).

312
De entrada, el lugar de la teoría está muy claramente indicado en el
tcxio de 1894: “Entre el esfuerzo de voluntad del paciente, que llega a re-
i luizar la representación sexual inaceptable, y la emergencia de la repre-
Ncntación obsesionante que, en sí misma poco intensa, está aquí dotada
tile un afecto cuya fuerza es incomprensible, se abre la brecha que la pre­
sente teoría quiere llenar. La separación de la representación sexual res-
pedo de su afecto y la conexión de éste con otra representación que le
ionviene pero que no es inconciliable, son procesos que se producen sin
conciencia; sólo se puede suponer su existencia, pero ningún análisis
clínico-psicológico es capaz de demostrarla«Quizás sería más exacto de­
cir que no son en absoluto procesos de naturaleza psíquica, sino proce­
ros psíquicos cuya consecuencia psíquica se presenta de tal manera que
pnrccería justificar, para explicar lo que ha ocurrido, expresiones como
"separación de la representación respecto de su afecto y falsa conexión de
este último.”25 En consecuencia, está muy claro que el proceso mismo
os comprendido al modo de la intuición corriente de las situaciones psi­
cológicas (cf. la referencia a las “novelas” con respecto a las observacio­
nes). Freud se explica con nitidez: “En el dominio de la neurosis, las a-
sociaciones siguen siendo lógicas. Sucede que en un neurótico (...) las
cadenas de asociación dan la impresión de estar dislocadas (...) Conoce­
mos la razón de esta apariencia: es la existencia de motivos ocultos, in­
conscientes. Nos vemos llevados a sospechar la presencia de análogos
motivos secretos en todas partes donde descubrimos lagunas semejantes
en las asociaciones.”26
No insistiré en esta clave básica del trayecto psicoanalítico, sino en
su contraparte: se trata de explicar el carácter inconsciente y los efectos
deformados de esta significación que explica la conducta y la sintomato­
logía del enfermo. Allí se hace cargo de la cuestión la teoría, en sus dos
aspectos esenciales.

—La concepción asociacionista del pensamiento y del psiquismo,


con su ambivalencia psiconeurológica 27 Esta opción le parece tan natu­
ral a Freud que, como en los pasajes citados, la sustitución de la termi­
nología es constante y espontánea. Pero como lo hemos verificado am­
pliamente en la segunda parte de esta obra, en la época se trataba de un
hecho corriente, incluso la regla.
—La hipótesis particular que traduce el aspecto alemán del “fisiolo-
gismo” freudiano: “Es preciso distinguir, en las funciones psíquicas, al­
go (quantum de afecto, suma de excitación) que tiene todas las caracterís­
ticas de una cantidad — aunque no tengamos ningún medio para medir­
la— , algo que es capaz de aumento, de disminución, de desplazamiento
y de descarga, y que se extiende sobre las huellas mnémicas de las repre­
sentaciones un poco como una carga eléctrica sobre la superficie de los

313
cuerpos. Se puede utilizar esta hipótesis (...) en el mismo sentido en que
los físicos postulan la existencia de una corriente de fluido eléctrico.”2*
(Se habrá advertido el parentesco de las imágenes utilizadas aquí con las
de Breuer.) Naturalmente, la cantidad indica el lugar en el que el cuerpo
se inserta en un funcionamiento del psiquismo concebido en términos
muy “mentales” y logicistas (“dinamismo de las representaciones”: cf.
Herbart).

Desde ahora podemos advertir los primeros efectos del extremo es­
quematismo de este modelo y del carácter de obstáculo epistemológico
que comenzó a tomar después de haber agotado su valor heurístico un
poco paradójico. En tres puntos esenciales, enturbió una visitón que sin
embargo ya estaba clara en Freud e hizo que abandonara una conquista
fructífera:

1) La cuestión de la “inteligencia inconsciente”: “Todos los resulta­


dos de este procedimiento (el análisis) dan la impresión engañosa de que
existe, fuera de la conciencia de los sujetos, una inteligencia superior
que está en posesión y agrupa con un fin determinado importantes ma­
teriales psíquicos. Esa inteligencia parece haber encontrado un ingenioso
arreglo para el retomo a la conciencia de dichos materiales. Pero supon­
go que esta segunda inteligencia inconsciente es sólo una apariencia.”29
Varias veces,30 Freud choca con la evidencia de “una inteligencia no ne­
cesariamente inferior al yo normal”, pero de esta “apariencia de una per­
sonalidad segunda” tiene la impresión de que es “de las más engaño­
sas”.31 ¿Por qué? Porque concibe la actividad psíquica inconsciente co­
mo un juego asociativo mecánico. Si fuera hasta el límite de su pensa­
miento, diría lo mismo del “yo consciente”, pero esto se lo impide el
vigor de su penetración psicológica: puede así permanecer en el vocabu­
lario subjetivo y evitar las trivialidades contemporáneas.
2) Los resortes del tratamiento: ya he indicado que Freud demarcó en
la relación del paciente con el terapeuta el motor esencial del tratamien­
to. Pero continúa considerando la abreacción como el resorte de su efica­
cia y a esta última la piensa naturalmente en términos neurofisiológi-
cos: “Conviene (...) reforzar las posibilidades de resistencia del sistema
nervioso. (...) la supresión de las producciones patológicas (tiene) cada
vez una acción curativa al proteger el yo del sujeto”;32 así, aconseja,
tratándose de histéricos, una “limpieza de chimenea” regular.33 La con­
secuencia es importante: la encontraremos en la conceptualización de la
cura analítica. Lo percibido como esencial es concebido como accesorio,
incluso como hecho artificial impuro: “Aquí como en todas partes en el
ámbito de la medicina (...) es imposible renunciar totalmente a la acción
de ese factor personal.”34 Asimismo, los fenómenos de transferencia, en

314
el sentido técnico, son considerados como “falsa conexión”, “asociación
desacertada”, efecto de una “compulsión asociativa”35 que vincula el re-
t iirulo inconsciente con el ambiente circunstancial del tratamiento, es
ilcar con la persona del terapeuta. Durante mucho tiempo todavía, mien-
li ns en su pensamiento prevalezca ese modelo del psiquismo, Freud des-
i tndará el valor y la función de la transferencia en el tratamiento (cf. el
mso Dora) y tenderá a considerarla el producto artificial de la toma de
conciencia.
3) El problema nosológico de las psicosis: hasta este punto, como
lo lie subrayado, el conjunto de los resultados así como de las considera-
nones clínicas de Freud se inscriben en el registro de la causa, origen,
■lignificación y mecanismo del síntoma. Forma parte de las condiciones
mismas que determinaron la “penetración” freudiana que su trayectoria lo
Orientara hacia la investigación de los síntomas más bien que de la en-
lermedad. En lo que respecta a la forma particular de los primeros (ob­
sesión, trastorno histérico, delirio, etcétera) algo se esboza del lado del
modo específico de la defensa, si bien en última instancia siempre so­
mos remitidos a las particularidades de la predisposición constitucional;
l'rcud insiste simplemente en distinguirla de toda degeneración en el
sentido de tara caracterial permanente (de allí su crítica a las concepcio­
nes de Janet). Sin embargo, uno por lo menos de los materiales de que
disponía estaba ya en condiciones de orientar su investigación: es evi­
dente que la representación traumática considerada en el caso de “confu­
sión alucinatoria” examinado antes, no es de naturaleza idéntica a la de
los otros casos; no se trata de un impulso sexual sino de una realidad
penosa que el yo rechaza, reemplazándola por una negación delirante. No
obstante habrá de esperar más de quince años para que Freud saque parti­
do de ese tipo de observación:36 para ello será al principio necesario de­
finir los registros del funcionamiento subjetivo y de la actividad del yo
(teoría del narcisismo, y después segunda tópica) es decir revisar consi­
derablemente el modelo primitivo del psiquismo. En efecto, nada permi­
te, en un marco conceptual asociacionista, la diferenciación del status de
dos representaciones 37

C.Teoría de la sexualidad y neurosis sexual

La preocupación esencial de Freud en ese estadio de su investigación era


la conceptualización “objetiva”38 de los mecanismos que pudo definir en
las neurosis de defensa. A tal_fin, utilizó dos ejes conceptuales, como ya
lo hemos visto: el juego asociativo, por una parte, con su ambivalencia
psiconeurológica; por otro lado, la noción de cantidad. Esta última abar­
caba hasta ese punto al conjunto de la vida afectiva, pero la continuación
de su investigación concentró progresivamente su atención en un sector

315
particular de dicha vida afectiva muy especialmente apto para provocar
los conflictos en los que se inscriben los procedimientos de defensa. En
1894 le confió a Fliess que “en todas partes está la excitación sexual que
parece subtender esas alteraciones”;39 en los escritos publicados en el
mismo momento, con más prudencia considera a aquélla como el factor
etiológico más frecuente. En consecuencia, Freud va a verse llevado a
interesarse en la sexualidad y a tratar de hacerse de ella un modelo fisio­
lógico, mientras presta atención a sus disfunciones y a sus efectos pato­
lógicos. En ese marco se inscribe su interés por la neurastenia, la otra
“gran neurosis” (además de la histeria) de ese período, y el intento de
desmembramiento que realizó con ella en 1895.40
La historia de la noción de neurastenia41 nos ha preparado para el
trabajo de disociación nosológica al que se entrega Freud: separa, en e-
fecto, de una neurastenia de concepción restringida, tal como ella aparece
en la enseñanza de Charcot, el síndrome de eretismo neurovegetativo que
centraba la antigua noción de nerviosismo y que él rebautizó neurosis
de angustia, reduciendo el conjunto de síntomas a manifestaciones de
ansiedad directas o enmascaradas. Intentará su interpretación fisiopatoló-
gica sobre la base de verificaciones concernientes a las perturbaciones
particulares que encuentra en la vida sexual de esos pacientes. El síndro­
me de excitabilidad general le parece constante, idéntico al concepto
mismo de la enfermedad; ahora bien, “el aumento de la excitabilidad in­
dica siempre una acumulación de excitación o una incapacidad para so­
portar una acumulación, por lo tanto una acumulación de excitación ab­
soluta o relativa” 42 que se manifiesta por la presencia de “un quantum
de angustia libremente flotante”.43 Ese excedente de excitación proviene
entonces de la vida sexual de los enfermos a través de diversas configura­
ciones que desembocan en una situación idéntica: una insuficiencia de la
sexualidad psíquica y por lo tanto de la satisfacción sexual con relación a
la excitación sexual somática. “El mecanismo de la neurosis de angustia
debe buscarse en la derivación de la excitación sexual a distancia del psi­
quismo y en una utilización anormal de esta excitación, que es su conse­
cuencia”,44 es decir su descarga en forma de angustia, afecto cuyas ma­
nifestaciones están tan próximas como puede ser posible a las del orgas­
mo.
La comprensión de esta teoría requiere que se exponga la concepción
que entonces tenía Freud del “proceso sexual”; la resumió en un esquema
(reproducido aquí) que figura en uno de los manuscritos de la correspon­
dencia con Fliess (Manuscrito G, de enero de 1895). Imagina una exci­
tación sexual somática que emana directamente de los órganos sexuales
y estimula el sistema nervioso de abajo hacia arriba, desde el centro es­
pinal hasta el “grupo sexual psíquico” (conjunto de las representaciones
mentales que tienen que ver con la sexualidad). Por ejemplo en el hom-
hrc, para “fijar las ideas”, piensa en “una presión ejercida sobre las ter­
minaciones nerviosas de la pared de las vesículas seminales”45 que crece
en función de la acumulación continua del líquido espermático produci­
do. “Esta excitación visceral aumentará por cierto de manera continua,
pero sólo a partir de cierto nivel umbral será capaz de vencer la resisten­
cia opuesta por los conductos nerviosos hasta la corteza cerebral, y de
manifestarse como excitación psíquica”,46 lo que explica el carácter cí­
clico e intermitente de esta última. De modo que, cuando el grupo se­
xual psíquico se encuentra bajo tensión, “se produce un estado psíquico
de tensión libidinal, acompañado del pensamiento tendiente a suprimir
esta tensión, (lo que) sólo es posible por la vía que yo designaría como
ncción específica o adecuada”.47 Se trata de conducir “el objeto sexual
(...) a tomar una posición favorable”,48 lo cual permite “el acto reflejo
espinal” y por lo tanto la caída de la tensión sexual somática; las “sen­
saciones voluptuosas” son la manifestación psíquica de la supresión de
la “excitación visceral”. Precisemos que el conjunto del proceso puede
ser puesto en movimiento en sentido inverso cuando la percepción del
objeto sexual estimula el grupo sexual psíquico y el órgano sexual ter­
minal en sí (véase la línea punteada del esquema).
A partir de ese modelo general, Freud puede formular una interpreta­
ción fisiopatológica de un cierto número de síndromes neuróticos^puyos
síntomas no tienen en consecuencia ninguna significación psicológi­
ca;49

1. La neurosis de angustia sobreviene cuando entran en juego “fac­


tores que impiden la elaboración psíquica de la excitación sexual somáti­
ca”50 y conducen así a una descarga sustitutiva “subcortical” experimen­
tada como angustia. Esos factores son de cuatro tipos: desarrollo insufi­
ciente del grupo sexual psíquico (adolescentes vírgenes), abstinencia vo­
luntaria (por represión y defensa) o involuntaria (excitación frustrada de
los novios, mariábs impotentes, etcétera), prácticas defectuosas (coito
interrumpido, empleo de preservativos) que favorecen la constitución de
una separación permanente entre sexualidad psíquica y física, y final­
mente decadencia fisiológica (predisposición particular, senescencia, me­
nopausia: en estos casos la excitación física supera de alguna manera los
medios del sujeto).
2. La neurastenia tiene “una etiología por completo diferente e in­
cluso en el fondo inversa”51 puesto que se trata del caso en que “la des­
carga (la acción) adecuada eSTeemplazada por una menos adecuada (...)
por una masturbación o una polución espontánea. (...) la excitación so­
mática es disipada por cortocircuito”.52 De modo que los síntomas neu­
rasténicos corresponden a un “empobrecimiento en excitación”53 opues­
to a la acumulación ansiosa.

317
Límite del yo

Esquemas del Manuscrito G (7 de enero de 1895)


(S. Freud: La naissance de la psychañalyse, págs. 94 y 97.)
3. La melancolía, por su parte, correspondería a un verdadero agota­
miento de la excitación sexual somática,54 lo que quedaría ilustrado por
Nti vínculo constante en la experiencia de Freud con la frigidez. La pérdi­
da de excitación sufrida por el grupo sexual psíquico acarrearía “una as­
piración (...) un efecto de llamado a la cantidad de excitación presente en
el psiquismo”;55 de allí la inhibición psíquica, el empobrecimiento, el
Nutrimiento que Freud compara con una “hemorragia interna56 (...) que
se manifiesta en el seno de los otros instintos y de las otras funcio­
nes”.57
4. La manía constituiría “el caso inverso (...) en el que una excita­
ción desbordante se comunica a todas las neuronas asociadas”.58
Precisemos algunos puntos conceptualnjente decisivos:

—Es interesante ubicar la metodología clínica aquí utilizada por


h'rcud, en particular en la disociación de la neurastenia. Precisa que “las
* neurosis triviales, la mayoría de las veces, deben ser consideradas neu­
rosis mixtas”.59 Por lo tanto, las entidades nosológicas combinadas
pueden ser distinguidas conceptualmente apoyándose por una parte en al­
gunos casos puros, escasos pero teóricamente decisivos, y desenredando
por la otra los conjuntos clínicamente homogéneos (cf. los caracteres o-
puestos, excitativos o asténicos, de las sintomatologías de la neurosis de
ungustia y la neurastenia) y de etiopatología específica. Encontramos en
esto un caracter constante del trayecto clínico, según lo he comentado
detalladamente en otra parte.60
—Es preciso observar que el carácter “mixto” abarca el conjunto de
las neurosis, sean ellas “defensivas” o no.61 Es esto lo que explica cier­
tas fluctuaciones e incertidumbres en el desglose de las entidades que
Freud distingue de ese modo: si bien, por ejemplo, incluye la hipocon­
dría en la neurosis de angustia, reencontrando la antigua noción, consi­
dera también que las fobias y ciertos síntomas compulsivos (locura de la
duda, rumiación) del^n unirse a ella; se sabe que su opinión habrá de
evolucionar pronto acerca del conjunto de estos puntos.
—Las consideraciones etiopatogénicas de Freud son aquí (es necesa­
rio precisarlo) altamente especulativas: no reposan en argumentos causa­
les decisivos como en el caso de las neurosis de defensa, sino en la ob­
servación más bien exterior de concomitancias en series estadísticas
(coito interrumpido y síntomas ansiosos, masturbación y neurastenia,
frigidez y melancolía, etcétera). Por lo demás, el conjunto total sólo ad­
quiere sentido en el interior de uña doctrina muy particular que ya hemos
examinado. Las reflexiones acerca de la melancolía lo ilustran bien; eran
lo suficientemente dudosas como para que nunca fueran publicadas (lo
mismo vale respecto de las concernientes a-la manía): Freud se las reser­
va a Fliess, mencionándolas brevemente y de un modo apenas reconoci-

319
ote en el artículo acerca de la neurosis de angustia. Por lo demás, seis
meses antes (Manuscrito E de junio de 1894) defendió una posición ca­
si inversa, considerando a la melancolía como “pareja de la neurosis de
angustia”62 y refiriéndose la acumulación a la tensión sexual psíquica,
en lugar de la física.

Este último punto nos conduce al carácter ambiguo del modelo teóri­
co del psiquismo que encuadra la trayectoria freudiana y que la teoría de
la sexualidad ya examinada objetiva del modo más claro posible. Se ha­
brá observado su carácter sumario: en todo punto homóloga a las con­
cepciones de Cabanis, dicha teoría considera que el conjunto del compor­
tamiento sexual y amoroso es un efecto de alguna manera feflejo de una
excitación visceral local. El esquema mecánico tensión-descarga que ex­
plica la fisiología de las visceras da sustento al corte cuerpo-espíritu y a
la idea de una “representación psíquica” (en el sentido de un mandatario)
de los procesos somáticos: no obstante, su funcionamiento mental, que
en un primer momento es distinguido conforme a un modelo de tipo
cartesiano, a continuación es reducido a una especie de rodeo más com­
plejo pero homólogo: encontramos allí (en la prolongación de Cabanis)
a Griesinger, Meynert y el conjunto de las “reflexologías”.
Ese esquema permite después considerar como un conjunto coherente
las dos teorías de los grupos de “neurosis sexuales”: neurosis somáticas
y neuropsicosis de defensa. Finalmente no se trata más que de la disfun­
ción nerviosa de un aparato somático visceral, y por lo tanto de una
neurosis... en el sentido de Pinel. De allí el curioso término de “neurop­
sicosis” (que todos los traductores, a continuación de un artículo de
Freud redactado en 1896 directamente en francés,63 han traducido como
“psiconeurosis”, lo que altera el sentido): es éste un concepto clásico y
un término proveniente de Krafft-Ebing. Una neurosis, trastorno fun­
cional somático, puede tener manifestaciones nerviosas reflejas en todos
los niveles del sistema nervioso, incluso en el nivel superior, psíquico:
engendra entonces trastornos mentales, psicosis. Cuando éstos, aún es­
trechamente vinculados a la neurosis, no constituyen una transforma­
ción de esa neurosis en el sentido de Morel, se los denomina neuropsi­
cosis, psicosis de la neurosis (y no psiconeurosis: neurosis psíquica, lo
que sería una enfermedad mental funcional). Así, Freud puede considerar
un amplio espectro de perturbaciones sexuales, fuente de neurosis diver­
sas cuya forma varía según el mecanismo. El 21 de mayo de 1894, por
ejemplo, le escribió a Fliess: “Tengo ahora una opinión de conjunto y
una concepción general. Conozco tres mecanismos: 1) el de la conver­
sión de los afectos (histeria de conversión), 2) el del desplazamiento del
afecto (obsesiones), y 3) el de la transformación del afecto (neurosis de
angustia, melancolía). Se trata en todos los casos de la excitación sexual

320
que purcce haberse modificado...”64 La identificación de los dos grupos
mi pluntea ningún problema: la nivelación parece realizarse por lp bajo.
Allí está, por otra parte (es necesario subrayarlo),^! verdadero senti-
iln ilc la relación de Freud con Fliess: que la fisiología sexual de este úl­
timo haya sido delirante no constituye más que un aspecto del problema
(el nspecto transferencial, por cierto esencial). Subsiste el hecho de que
I'retid estaba persuadido, y seguiría estándolo, de que estudiaba las ma­
nifestaciones de una disfunción orgánica y que alguien, en un futuro,
ilencubriríá la realidad material de la cual las neurosis no eran más que el
fenómeno exterior. De allí el interés que prestó (al punto de creer en su
valor) a las elucubraciones de Fliess, a cuya “organología” consideraba
t iipuz de explicar algún día la psicofisiología de las neurosis. De allí
litmbién ese proyecto obsesivo de una obra escrita en común sobre la se-
«nulidad y su patología. Mucho después de que hubiera dejado de creer en
l'licss, Freud continuó profetizando el advenimiento ineluctable de una
rclntcrpretación endocrinológica del psicoanálisis, que redujera esa “sépa­
nte ión imaginaria” (la separación órgano-clínica habría dicho H. Ey) en
lit que prosperaban esa ciencia y esa terapéutica “provisionales”.65
( Así, al término de esa tercera etapa, vemos a Freud atrapado en la
irmnpa de su modelo doctrinario: sus descubrimientos acerca de la signi­
ficación psicológica de los síntomas tienden a diluirse en una fisiología
de la sexualidad. Pero subsiste un problema esencial y va a ser el motor
del trayecto ulterior: el de las razones últimas de la defensa patógena y al
mismo tiempo de su forma particular (“elección” de la neurosis). Con
respecto a las neurosis que muy pronto Freud llamará actuales (neurosis
<lc ungustia, neurastenia), el concepto de una causa específica responde a
este interrogante. En cuanto a las neuropsicosis de defensa, la noción
bnstante difusa de una predisposición66 no degenerativa no podía satisfa­
cerlo durante mucho tiempo: intentará producir respecto de aquéllas una
psicogénesis integral, es decir dar a la represión una causalidad psíquica
que justifique al miVno tiempo la exclusividad sexual de su objeto.

lln cuento navideño: la teoría de la seducción. 1895-1896

A. La seducción y el ciclo neurótico

El Io de enero de 1896 Freud envió a Fliess el manuscrito acerca de las


neurosis de defensa, titulado “Cuento navideño” y que contenía lo esen­
cial de lo que era su avanzada clínica en esa fase breve pero esencial del
desarrollo del psicoanálisis (en adelante esta palabra saldrá de modo co­
rriente de su pluma). Hacía ya algunos meses, desde el otoño de 1895,

321
que Freud tenía sus materiales en la mano; los publicó en 1896 en
artículos.67 Pero la correspondencia con Fliess nos revela la parte s
mergida del témpano: un formidable esfuerzo de especulación teórica cu*
yos límites son el Esquisse de une psycologie scientifique (setiem bre
octubre de 1895) y la carta 52 (6 de diciembre de 1896). Es importante
estudiar por separado esas dos facetas del esfuerzo de Freud, incluso aun­
que su ligazón sea evidente y su interacción constante. Por lo demás, se­
pararlas no es tan artificial, puesto que sólo tenemos conocimiento de¡l;
segundo panel de ese díptico gracias a una serie de azares casi milagro^
sos. v.
Desde luego, el progreso clínico tuvo lugar exclusivamente en el
campo de las neuropsicosis de defensa: la concepción de las necrosis ac­
tuales no sufrirá en adelante ninguna evolución notable en la obra de
Freud (salvo el problema de la hipocondría).68 Su pensamiento se nutri­
rá, en efecto, del psicoanálisis y de los materiales que recoge de él. En lo
que concierne a la fase que nos interesa, tales materiales son de dos cate- *
gorías: por una parte, suponen una profundización en el plano de la in­
vestigación de los contenidos psíquicos reprimidos, lo que aparentemen­
te tiene que ver sobre todo con la histeria; por otro lado, consisten en un
muy notable análisis de los mecanismos psicológicos de la neurosis ob­
sesiva que durante cierto tiempo se anroga la función de modelo clínico.
El recurso al concepto de predisposición apuntaba en el curso de la
fase precedente a llenar una laguna de la cadena causal: “Remontarse des­
de un síntoma histérico hasta una escena traumática nó aporta nada a
nuestra comprensión a menos que esa escena satisfaga dos condiciones:
que posea la capacidad determinante que corresponde al síntoma y que se
le pueda reconocer la fuerza traumática necesaria.”69 En esta evaluación
que, observémoslo al pasar, es esencialmente una cuestión de intuición, -
de olfato en la comprensión, resulta incuestionable que los casos sobre
los que hasta ese punto informaron Breuer y Freud parecían marcar una
desproporción entre causas y efectos. La misma verificación condujo a
Janet a una conclusión idéntica: no se debía confundir determinación del
síntoma con etiología de la enfermedad, y esta última iba más allá de u-
na psicogénesis, remitiendo por lo tanto a la predisposición, degenerati­
va (Janet) o no (Breuer y Freud). Ahora bien, la técnica de Freud tiende
cada vez más a buscar elementos suficientemente determinantes detrás de
aquellos que parecen demasiado anodinos: “La reacción de los histéricos
es sólo aparentemente exagerada; si ella se nos aparece necesariamente
así, es porque no conocemos más que una pequeña parte de los motivos
de ¡os cuales resulta."10
En esta vía cree por fin captar una verdadera determinación: los histé­
ricos sufren de reminiscencias, pero reminiscencias que presentan “dos
caracteres de suma importancia. El acontecimiento del cual el sujeto ha
i «Mist-i viulo el recuerdo inconsciente es una experiencia precoz de rela-
t hmfs sexuales con irritación verdadera de las partes genitales, seguida
ilf abuso sexual practicado por otra persona, y el período de la vida que
im i i I i j i ese acontecimiento funesto es la primera juventud, la época que

vm Imsta la edad de ocho a diez años, antes de que el niño haya llegado a
1 Immadurez sexual. Experiencia de pasividad sexual antes de la pubertad.
MI es | X ) r lo tanto la etiología específica de la histeria”.71 Con la teo-
ílit de la seducción, Freud cree haber alcanzado por fin el plano de la de-
U'iiniiiación etiológica de la enfermedad. Citando su primer artículo acer­
ca de la neuropsicosis de defensa, observa que “la histeria no podía por
lo lauto ser completamente explicada por la acción del traumatismo; se
debe reconocer que la capacidad para la reacción histérica ya estaba pre-
M'iile antes del trauma. (...) Es esto lo que quedó sin explicar en mi pri­
mera comunicación... Esta disposición histérica indeterminada puede a-
lima ser reemplazada (...) por la acción postuma del traumatismo sexual
lllllllllil”.72
I .a defensa tal como la había descripto hasta allí, esfuerzo voluntario
|una rechazar un pensamiento penoso, no podía explicar por sí sola la
represión73 y la neurosis proveniente de ella. Por el contrario, la idea de
un traumatismo sexual en una época infantil presexual, que en conse­
cuencia dejaba un recuerdo no integrado en tanto que tal, parecía poseer
lu "fuerza traumática” necesaria. “Gracias al cambio debido a la pubertad,
el recuerdo desplegará una potencia que falta por completo en el aconte­
cimiento mismo; el recuerdo actuará como si fuera un acontecimiento
m m al. Hay, por así decir, acción postuma de un traumatismo sexual.
(lis ésa) la única eventualidad psicológica para que la acción inmediata de
mi recuerdo supere la del acontecimiento actual. Pero estamos en pre­
sencia de una constelación anormal, que afecta a un lado débil del meca­
nismo psíquico y produce necesariamente un efecto psíquico patológico.
Creo comprender que esta relación inversa entre el efecto psíquico del
rtcuerdo y el acontecimiento contiene la razón por la cual el recuerdo
tiixue siendo inconsciente,”74
Si en las neurosis de defensa el “mal uso de un mecanismo normal”
produce la enfermedad, ocurre que hay allí una disposición adquirida,
persistente, bajo la forma de un recuerdo no integrado cuya acción pos­
tuma crea el núcleo inconsciente cuya fuente buscaba Breuer en la “hip-
noidía” y que proporciona el punto de llamada necesario para las repre­
siones ulteriores: “La defensa alcanza su objetivo, que es el de rechazar
fuera de la conciencia la representación inconciliable, cuando se encuen­
tran en el sujeto de que se trata (...) escenas, sexuales infantiles en es­
tado de recuerdos inconscientes.”75 Finalmente, Freud no publicó nun­
ca el estudio psicológico completo que preparaba, pero el Esquisse nos
proporciona una buena idea de la manera en que se representaba el con-

323


junto de ese proceso: lo estudiaremos más adelante. Es preciso indicar
algunos elementos que completan esta nueva concepción y amplían su
alcance:

—Es el esfuerzo actual de defensa lo que desencadena el proceso de


la defensa patológica: de allí la importancia de la estructura del yo adulto
y, por ejemplo, el hecho de que “la histeria sea bastante más rara en el
bajo pueblo de lo que debería permitirlo su etiología específica (...) El
esfuerzo de defensa del yo depende (en efecto) de todo el desarrollo moral
e intelectual de la persona”.76 Por la misma razón, las neurosis mixtas
que mezclan factores actuales y factores de defensa son la regla: la éstasis
sexual actual despierta y reanima el recuerdo infantil.
—“La neurosis obsesiva es signo de una causa específica muy análo­
ga a la de la histeria”,77 pero en este caso se trata de una experiencia se­
xual infantil en la cual el sujeto participó activamente, con frecuencia
como seductor de otro niño, y de la que obtuvo goce. Este hecho (del
cual Freud extrae igualmente una explicación del predominio respectivo
de la histeria en el sexo femenino, y de la neurosis obsesiva en el varón)
suscita la sospecha de una seducción pasiva anterior, lo que el análisis
verifica, explicando así “la complicación regular del marco sintomático
con un cierto número de síntomas simplemente histéricos”.78 Las ideas
obsesivas aparecen en el análisis como sustituto deformado “de repro­
ches que el sujeto se dirige a causa de este goce sexual anticipado”.79

El otro gran avance clínico de ese período estuvo constituido precisa­


mente por el análisis de los mecanismos de la neurosis obsesiva. Ese a-
nálisis proporcionó un modelo más complejo del despliegue de las fases
de la formación de una neurosis de defensa:

—Primer período, de la “inmoralidad infantil”, en el que se producen


i
los acontecimientos que a posteriori y retrospectivamente se convertirán
en traumáticos y permitirán la represión.
— Segundo período: aparición de la maduración sexual, investición
sexual de las escenas infantiles y represión. En la neurosis obsesiva, es
un reproche ligado al recuerdo de escenas de seducción activa lo que apa­
rece y va a ser reprimido en virtud de “la relación con la experiencia ini­
cial de pasividad”:80 ésta es la razón por la cual la neurosis obsesiva se
construye de alguna manera sobre el mecanismo histérico de base.
—En el lugar de lo reprimido aparece un síntoma primario de defen­
sa — en este caso escrupulosidad, vergüenza, desconfianza en sí mis­
mo— que signa el tercer período de “salud aparente”.
— Cuarto período, el de la enfermedad propiamente dicha, en el que
se produce el retomo de lo reprimido y por lo tanto el fracaso de la de-

324
I p i i n i i , sin duda por la acción de perturbaciones sexuales actuales. No

iiMiintc, el reproche sólo reaparece bajo una forma deformada, desplaza­


da ii pensamientos actuales no sexuales, sea en forma de representaciones
iM'iiiras obsesivas o con la forma de un afecto penoso obsesivo. En ese
pulmlio, se entabla una lucha entre esas formaciones de transacción y el
yo que Ies ppone una defensa secundaria (rumiación, locura de la duda,
i rifinoriiales y fobias diversas, compulsiones) rápidamente infiltrada en
«I misma por lo reprimido; de allí su carácter compulsivo. A veces el yo
(trotado es derrotado por los síntomas que se apoderan de la creencia, lo
i|ur da lugar a episodios de delirio melancólico (síntomas de dominación
del yo).

lil análisis de un caso de paranoia crónica permitirá a Freud una


comparación con la estructura de los síntomas obsesivos y desprender u-
na estratificación del mismo tipo: operándose la represión por la vía de
tu proyección, el síntoma primario de defensa es la desconfianza respecto
dr. los otros; las formaciones de transacción consisten en alucinaciones
visuales y auditivas, voces, impresiones delirantes de observación, etcé-
icru; en el lugar de la defensa secundaria (que no podría tener lugar pues­
to que a las formaciones de transacción no se las ve oponer un rechazo a
la creencia) aparece una alteración del yo (cf. Griesinger) como forma­
ción delirante que integra los síntomas de retomo de lo reprimido en un
Nisicma combinatorio (delirio de persecución) u opone allí un “delirio de
protección” megalomaníaco.
Es preciso señalar que esta muy completa descripción va a seguir
(tiendo el modelo fundamental del despliegue de una neurosis para el
conjunto de la obra freudiana. Hay tres puntos que merecen comentarse:

—La integración de las particularidades caracteriales de la personali­


dad neurótica (escrupulosidad obsesiva, desconfianza paranoica) en la se­
cuencia de la formación del síntoma a título de “síntoma primario de
defensa”. Los Etudes sur l'hystérie ya nos habían familiarizado con esta
concepción, punto capital de debilidad (y de fuerza) de la óptica doctrina­
rla freudiana, por lo menos en sus orígenes.
—Esa es sin duda la razón por la cual Freud experimenta una cierta
molestia en aplicar ese modelo de análisis clínico a la histeria, cuyas
particularidades caracteriales por otra parte rechazó.
—Finalmente y sobre todo hay que subrayar el desafasaje introducido
entre el momento de la represión y el retomo de lo reprimido, que va a
engendrar la desaparición del concepto de defensa. Lo que Freud subsu-
mfa en él (sustitución sincrónica de lo reprimido por el síntoma, con
peculiaridades propias de cada forma sintomática) en lo esencial va a ser
girado a la cuenta del tiempo del retomo de lo reprimido. Así, la repre­

325
sión se convierte en el modo único, primordial, de la defensa, que corre­
lativamente desapareció durante treinta años del vocabulario freudiano.
La teoría de las neurosis tendrá por mucho tiempo una sola entrada, y la
explicará un tronco común, del cual el Esquisse fue el primer intento.

B. La “máquina mental” del Esquisse

Con la teoría de la seducción, Freud cree en consecuencia haber aferrado


una “revelación importante, algo como el descubrimiento de un caput
Nili de la neuropatología”.81 Ellenberger ha señalado qve la explora­
ción de las fuentes del Nilo representó el acierto capital de la geografía
del siglo XIX: esto equivale a reconocer toda la importancia que Freud a-
tribuyó a ese punto que, hay que decirlo, no fue nada menos que su-pri­
mer encuentro con la sexualidad infantil. Sigue siendo cierto que si bien
según su intuición acababa por fin de descubrir un factor etiológico con
“fuerza determinante” suficiente, todavía faltaban los eslabones de una
patogénesis completa. Se trataba de “un problema puramente psicológi­
co sólo susceptible de solución cuando se hayan establecido las hipóte­
sis adecuadas para explicar los procesos psíquicos normales y la función
de la conciencia en tales procesos”.82 Precisamente en este punto hace
pie el enorme esfuerzo especulativo que realiza Freud durante ese período
y cuyos resultados fundamentales estructuraron su pensamiento en el
resto de su obra.
En una carta del 25 de mayo de 1895, le expuso a Fliess su progra­
ma: “Dos ambiciones me devoran: descubrir qué forma asume la teoría
del funcionamiento mental cuando se introduce en ella la noción de can­
tidad, una especie de economía de las fuerzas nerviosas, y, en segundo
lugar, extraer de la psicopatología algún logro para la psicología nor­
mal.”83 Así se anuncia la doble filiación de Freud (respecto de la escuela
psicopatológica francesa y la tradición cientificista alemana), al mismo
tiempo que el reconocimiento de su proyecto de siempre: “En mis años
de juventud no he aspirado más que a los conocimientos filosóficos, y
ahora estoy a punto de realizar ese deseo pasando de la medicina a la psi­
cología. Yo me convertí en terapeuta contra mi gusto.”84 Durante todo
ese período Freud osciló entre la euforia cuando creía alcanzar sus fines y
el desaliento cuando lo asaltaban las dudas. Un leitmotiv escande los re­
veses de su marcha: “la explicación clínica (...) quedará sin duda en
pie”;85 “quizás finalmente tendría que contentarme con una explicación
clínica de las neurosis”.86 Se trataba de llegar a cualquier costo “a una
explicación mecánica”.87 Durante el otoño de 1895, mientras redactaba
el Esquisse, Freud creyó por fin haberla alcanzado:“Todo se encontraba
en su lugar, los engranajes concordaban, uno tenía la impresión de en­
contrarse realmente ante una máquina que no tardaría en funcionar por
ni misma.”88 Un mes más tarde ya no lo creía mucho, pero el proyecto
aferrándolo todavía mucho tiempo: “Ya no llego a comprender el
N ig u ió
rutado de espíritu en el que me encontraba cuando concebí la psico­
logía."89
Examinemos en consecuencia ese primer bosquejo de una psicología
'■para neurólogos”.90 La introducción incluso nos explícita el objetivo:
"I Icmos tratado de hacer entrar la-psicología en el marco de las ciencias
nal urales, es decir de representar los procesos psíquicos como estados
nuintitativamente determinados de partículas materiales distinguibles
1115].” Se trataba de producir un modelo físico del psiquismo, una
máquina cuyo funcionamiento explicaría psicología normal y psicopa-
l«(logia, y que sería esclarecido por ellas. De’modo que Freud se entregó
cu gran medida a un trabajo de traducción, “con la ayuda de hipótesis
complicadas y verdaderamente poco evidentes en sí [330]”.
Ya conocemos bien la primera de esas hipótesis: la cantidad psíquica.
I .a segunda viste con un ropaje material el asociacionismo, como hemos
visto que intentaron hacerlo Meynert o Charcot: es la idea del “sistema
ne.urónico”, red de neuronas conectadas por una parte entre sí, y por la o-
irii con la periferia del cuerpo, es decir con el mundo exterior, y final­
mente con el interior del organismo (sistemas musculares y viscerales).
I,» cantidad, exógena o endógena,91 circula en el interior de esas neuro­
nas y de los axones que las vinculan; entre las neuronas se interponen
barreras de contacto, que no dejan pasar las cantidades a menos que exce­
dan cierto umbral: entonces se constituye un sendero que a continuación
facilita el pasaje por la misma vía (traducción material de la ley de aso­
ciación, es decir de la memoria). Esto lleva a Freud a distinguir neuronas
constantemente permeables a la cantidad (sistema fi, soporte de la per­
cepción que supone una siempre fresca disponibilidad y excluye por lo
tanto la memoria, es decir la constitución de vías o facilitaciones) y
neuronas relativamente impermeables y pasibles de constituir facilita­
ciones (sistema psi, soporte de las funciones psíquicas, es decir de base
asociativa).
La circulación de la cantidad está regulada por un principio que repre-
Kcnta una innovación en el pensamiento freudiano con relación al “prin­
cipio de constancia” que había utilizado hasta allí: el principio de la i-
nercia de las neuronas, según el cual estas últimas tendían a desembara­
zarse totalmente de la cantidad^, Esto parece vinculado con otro descubri­
miento de Freud, reciente en esa época, del que todavía no hemos habla­
do: el del método de interpretación de los sueños, cuya estructura habría
comprendido el 24 de julio de 189592 y que le parecía tener “la mayor
ncmejanza” con los “mecanismos patológicos (...) de las psiconeurosis
|352]”. A mi juicio, Freud extrajo de las particularidades del pensamien­
to onírico su principio de inercia que regulaba la función primaria del

327
sistema neurónico. Sin embargo, el principio de constancia no era aban­
donado: se va a encontrar que es la ley del funcionamiento del yo (fun­
ción secundaria del sistema). Así, por oposición al modelo de los E-
tudes sur l'hystérie, el descenso de la energía tónica no obstaculiza la
circulación de la cantidad, sino que al contrario permite su total fluidez,
fluidez ésta que el yo, “ligándola”, habitualmente traba. Ocurre que el
modelo que aquí utiliza Freud es el del reflejo: la cantidad excitante de
origen sensorial queda totalmente liquidada en la reacción motriz. Así se
va a ver llevado a la idea de un funcionamiento psíquico de dos regíme­
nes, cuya fuente conocemos bien, desde los espiritualistas h asd Griesin-
ger y Meynert (teoría del automatismo).
Hasta este punto, la “máquina psíquica” funciona sin conciencia; pa­
ra introducir a esta última y al problema de la “calidad de los fenómenos
mentales”, Freud postula un tercer sistema neuronal (sistema omega,
soporte de la conciencia) cuyo funcionamiento respondería a una hipóte­
sis bastante oscura: él recibiría no cantidades sino solamente “el perío­
do” (dimensión temporal que el conjunto de los psicólogos de la época
consideraban propio de la conciencia; correlativamente, la esfera incons­
ciente era atemporal, lo que concordaba con su esencia de automatismo
reflejo) del movftniento neurónico proveniente de fi. El sistema omega
estaba por otra parte en conexión con el sistema psi y experimentaba la
elevación de la cantidad como displacer, y su disminución como placer:
por lo tanto se establece una relación directa entre el principio de inercia
y el principio de placer-displacer, también denominado principio de uti­
lidad. Así se realiza por primera vez el ideal de Fechner y Helmholtz: la
reducción de los datos conscientes, esencialmente cualitativos, a relacio­
nes cuantitativas y a movimentos materiales. Precisemos por otro lado
que cada una de las “hipótesis ad hoc [322]” que Freud se ve llevado a
superponer a sus dos principios fundamentales está justificada por la in­
troducción del “punto de vista biológico”, es decir por la consideración
de la utilidad para la supervivencia del organismo de la constitución de
un sistema de ese tipo o de una regla como ésa (referencia darwinista).
De ese modo puede traducir paso a paso su psicología a una fisiología i-
maginaria.
Por lo tanto, la función del sistema neurónico consiste esencialmen­
te en desembarazarse de la cantidad; las cantidades exógenas atraviesan fi,
dejan una facilitación en psi y se descargan por intermedio de las neuro­
nas motrices. Pero psi está también directamente unido con el interior
del cuerpo, desde donde afluyen constantemente las cantidades endógenas
que representan lo esencial de la “fuerza motriz de las manifestaciones
psíquicas [334]”, es decir “la voluntad, derivada de los instintos [336]”.
La teoría sexual nos ha familiarizado con ese esquema del “representante
psíquico” que lleva a pensar a Freud que originalmente el cerebro “no se­

328
ría ni más ni menos que un ganglio del simpático [323]”, una excrecen­
cia funcional del sistema nervioso visceral. Así, en psi puede diferenciar
dos partes: las neuronas nucleares (núcleos grises centrales), por donde
«Huyen las cantidades endógenas, y las neuronas de la corteza cerebral,
i|tic reciben las cantidades fi y por lo tanto las informaciones percepti­
vas,
Tales son en consecuencia los engranajes fundamentales de la máqui­
na (desde luego, esquema simplificado: las hipótesis y discusiones sub-
«Idiarias de Freud son innumerables a todo lo largo del Esquisse). Aho­
ra, vcámosla funcionar. Cuando se acumula una tensión endógena im-
|>ortunte, sólo puede ser liquidada por la vía de la “acción específica”. En
rl niño de pecho que es incapaz de provocar sus condiciones por sí mis­
ino, la descarga no específica (gritos, gesticulación, llanto) atrae la in­
tervención del objeto y crea “la experiencia de la satisfacción”. Freud no
r* plora más allá esa vía que le parece conducir por la “comprensión
nniina (a) la fuente primera de todos los motivos morales [336]”. La ex-
pi'iiencia de la satisfacción, en todo caso, deja detrás de sí una huella: se
mlJihlece una facilitación (una asociación) entre la investición o carga de
una neurona de la corteza correspondiente a la percepción del objeto, la
Invcstición de otros puntos de la corteza que reciben la señal de la des­
curta refleja que ha suprimido la tensión penosa en omega, y finalmente
Immneuronas nucleares cargadas con la tensión endógena. Se trata allí de
ln traducción “nemónica” del tipo de mecanismo que autores como Bain
0 Prcyer ubican en la base de la génesis del movimiento voluntario (vé-
Nitr tumbién la “reacción circular” de Baldwin). Veamos por otra parte la
contrapartida: la experiencia del sufrimiento; en ese caso cantidades exce-
lIvttN penetran en el aparato neurónico por una brecha en el dispositivo
que protege fi (en 1920 Freud lo llamará “para-excitaciones”) filtrando
l n enormes cantidades del mundo exterior. Esta vez se establece una
huella entre la imagen-causa del dolor y la tendencia a la descarga que re-
MlltA de la elevación en psi de la cantidad y por lo tanto del dolor experi­
mentado en omega (reflejo de fuga).
La reproducción de esas dos experiencias primordiales tendrá las con-
Ucucncias más considerables. La acumulación de una nueva cantidad en­
dógena inviste automáticamente el recuerdo del objeto que satisface (es-
Uulo de deseo) hasta la alucinación y el desencadenamiento de un proceso
d i descarga intempestiva que en realidad conduce al displacer. Asimismo
| | recuerdo de la experiencia penosa reproduce el dolor por intermedio de
"nouronas-claves” (neuronas secretoras de cantidad según el modelo de
Im neuronas sexuales)93 y desencadena un reflejo de fuga: la defensa
primaria o represión (modelo: reflejos nociceptivos), mediante la cual
M evita la investición de la imagen mnémica hostil. Esos dos aspectos
* 1 proceso primario representan un grave peligro para el organismo; de

329
f
allí la constitución de un órgano de control que inhibe su despliegue. El
yo se origina así, por “necesidad biológica”, a partir de esas neuronas
nucleares que el aflujo constante de las cantidades endógenas constituye
en “un grupo de neuronas cargadas de manera permanente y que de tal
modo se convierten en vehículo de las reservas de cantidad que exige la
función secundaria [341]”.
El principio del funcionamiento del yo encuentra su fuente en un as­
pecto del análisis de dos experiencias primordiales (satisfacción, sufri­
miento). La asociación por simultaneidad que constituye la clave de las
huellas que dejan en psi esas experiencias (facilitación) conduce a Freud
a proponer una hipótesis subsidiaria: “Una cantidad pasa más fácilmente
desde una cierta neurona a una neurona cargada que a una neurona no car­
gada (...) la carga demuestra ser equivalente a la facilitación, con rela­
ción al pasaje de la cantidad [337].” En otros términos, hay una facili­
tación del pasaje de la cantidad cuando la neurona siguiente del circuito
está en sí misma cargada, lo que actúa a la manera de una huella trazada:
ésa es la traducción “neurónica” del factor frecuencia de la ley de asocia­
ción (simultaneidad) de los asociacionistas. El yo va a utilizar esta pro­
piedad del sistema para controlar el flujo de la cantidad: desplazando sus
propias cantidades provenientes de la masa de energía constante que lo
inviste, puede mediante una investición “lateral” desviar la corriente de~
cantidad y orientarla en el sentido querido (como se ve, la motivación, la
mirada teleológica se introduce a pesar de todo en la máquina, bajo cu­
bierta de necesidad biológica: la traducción mecánica tiene sus límites),
incluso no dejar pasar más que una fracción de ella y evitar así una des­
carga masiva “primaria”. De ese modo puede sujetar la energía en circu­
lación en el sistema, controlar su curso (se trata de la atención) y no
permitir que se desarrolle una descarga más que cuando las condiciones
externas se prestan a ello. Por otra parte continúa disponiendo de todos
los circuitos, incluso de aquéllos ligados a experiencias de displacer, lo
que está lejos de resultar inútil, puesto que “el displacer sigue siendo la
única medida educativa [381]”.
Así el yo podrá regular el funcionamiento de todo el aparato de a-
cuerdo con los “indicios de la realidad” que recibe de omega y que le cer­
tifican la autenticidad de una percepción externa. En efecto, omega es
siempre excitado por fi (percepción sensible) pero puede también serlo si
una cantidad masiva inviste regresivamente el recuerdo de una percepción
en psi (alucinación): al inhibir sistemáticamente la circulación de las
cantidades, el yo permite que las descargas (indicios de la realidad) sólo
se produzcan en virtud de una percepción verdadera y por lo tanto pro­
porciona un criterio eficaz de realidad “que permite establecer una distin­
ción entre una percepción y un recuerdo [344]”. La función secundaria
domina así el proceso primario, autorizando las descargas sólo si el ob-

330
¡rio (satisfactorio o perjudicial) está realmente presente. Para ello el yo
hit «prendido “por experiencia biológica” a dirigir sistemáticamente in-
vcvsticiones de su cantidad propia hacia toda percepción acompañada de
un indicio de cualidad: es la atención que lo hace vigilante respecto del
inundo exterior y le permitirá conocerlo suficientemente como para no
|wrmitir las descargas (“acciones específicas” o defensas) más que en
t undiciones adecuadas y controladas.
En adelante ya no puede producirse fisiológicamente un proceso pri­
mario sino durante el sueño, que corresponde a “una disminución de la
carga endógena en el núcleo psi [353]” (volvemos a encontrar el análisis
ilc Rreuer), y por lo tanto a una desinvestición del yo. Por otra parte, la
parálisis motriz periférica y el estrechamiento de la percepción (es decir
ife las investiciones de atención) hacen inofensivo el despliegue de pro­
fesos primarios, es decir de sueños. Las características psicológicas del
• pensamiento onírico (desplazamiento, condensación) se deben al despla­
zamiento fácil de la cantidad [358]” en la circulación primaria: cuando la
carga pasa de una neurona a otra, es decir de una representación a otra, lo
hace de una manera total (ausencia de “conexión” secundaria) y los esla­
bones intermedios del pensamiento no dejarán huella alguna. En cuanto
a las descargas, ya no pueden producirse más que regresivamente, desde
psi hacia fi (alucinación); el acceso a las neuronas motrices desinvesíidas
ya no es posible durante el sueño.
Quedan los estados patológicos, que se explican igualmente por el
despliegue de procesos primarios no obstaculizados. Aquí va a poder im
legrarse la teoría de la seducción. El yo, como lo hemos visto, trata de
Inhibir y controlar toda descarga importante de cantidad (afecto) que de-
norganice su funcionamiento y despilfarre la energía necesaria para la
obtención de las condiciones de una descarga adecuada. Cuando no ha lo-
grudo totalmente impedir un proceso tal (acontecimientos penosos trau­
máticos), traba progresivamente su reproducción mnémica reforzando en
coda recorrido las “investiciones laterales” que procuró oponer en la o-
portunidad en que sobrevino por primera vez la experiencia de la que se
trata (atención constante a las percepciones); así termina por producirse
t i desgaste del recuerdo intensamente afectivo.94 Pero las condiciones
de las neurosis de defensa son diferentes: la invasión de grandes cantida­
des endógenas (afecto) no proviene de una percepción nueva, sino del re­
cuerdo de un acontecimiento que, en la época en que se produjo, no de-
lencadenó reacciones notables. La aparición ulterior de la pubertad lo
Carga brutalmente con una investición muy importante: al tener lugar un
despertar asociativo, el yo se encuentra entonces dado vuelta, tomado del
revés, desbordado por un lado en el que no se lo esperaba, y al que en
Consecuencia no pudo dirigir investiciones de atención que le habrían

331
procurado la indispensable “señal de displacer” necesaria para la puesta
en obra de la ligazón.
Entonces es demasiado tarde: un proceso primario “póstumo” se de­
sarrolla hasta la alucinación, el displacer y la defensa primaria que resul­
ta de él automáticamente (represión); se trata del proton pseudos95 his­
térico. En adelante, la representación del acontecimiento sexual infantil,
convertido en trauma ulterior y retrospectivamente, ya no es accesible al
yo; el reflejo de evitación se desencadena en cuanto una invéstición la
contacta. La huella mnémica conserva por el contrario su lazo con la in­
vestición sexual endógena: una cantidad importante en adelante queda
fuera del alcance del yo, carga una representación convertida en patógena
y producirá diversos procesos de descarga primaria (síntomas). Ese es “el
estado neurónico de una representación reprimida [362]”: él no resulta de
una intensidad particular de la cantidad de que se trata, sino de la natura­
leza sexual de ésta, es decir de su lugar topográfico en el aparato psíqui­
co.
Tal es en consecuencia el despliegue de un proceso psicopatológico
(siempre básicamente histérico); sin embargo, paralelamente, Freud in­
tentará la descripción de los “procesos psíquicos normales”.96 La situa­
ción más simple es la coincidencia, en un estado de deseo, del objeto re­
al y la imagen mnémica del objeto satisfaciente (objeto de deseo). Toda
la actividad del pensamiento práctico apunta a esa identidad que permite
el acto específico y una descarga adecuada. Cuando las dos representacio­
nes no coinciden, se desarrolla una actividad asociativa que procura unir­
las a través de asociaciones intermediarias que consisten sobre todo en i-
mágenes en movimiento. El complejo perceptivo está en primer lugar
escindido en una parte conocida o cognoscible por identificación (recuer­
dos de los actos del sujeto mismo) y una parte desconocida, no reducti-
ble: es el juicio que separa la cosa y su atributo (evidentemente, para
esta descripción a Freud le sirve de modelo un objeto humano: toda ex­
periencia primordial remite aquí al lactante y su madre, como ya ocurría
en Meynert). Una corriente de cantidad explora entonces todas las cone­
xiones posibles entre la imagen del “núcleo constante” (cosa) del objeto
y la imagen mnémica del objeto de deseo (que guía el proceso permane­
ciendo investida). Cuando así una cadena de representaciones intermedia­
rias puede vincular las dos neuronas de que se trata (pensamiento repro­
ductivo: reconocimiento del objeto), se obtiene la identidad de pensa­
miento (creencia), es decir el equivalente secundario de la identidad de
percepción primaria (cuando las dos imágenes coinciden de entrada), y
por lo tanto se puede liberar la descarga.
De modo que el pensamiento funciona como “una repetición del fe­
nómeno original de excitación en Y, pero en un nivel menos elevado y
con menores cantidades [351]”. En efecto, es la ligazón, la inhibición

332
tlcl yo lo que ha permitido esta actividad asociativa al tanteo; el proceso
primario la habría hecho imposible al barrer brutalmente el circuito aso-
i lutivo, y desperdiciar la energía necesaria para poner al objeto en la po­
rción adecuada a los fines del acto específico. Las leyes del pensamiento
provienen así de las leyes de la realidad, bajo pena de fracaso y displacer
•m i caso de no hacerlo. Con respecto al pensamiento cognitivo conscien­

te, cuya teoría vamos a examinar en seguida, y que proviene directamen­


te del pensamiento práctico, Freud puede en consecuencia afirmar que los
"trrores de lógica (...) consisten en una negligencia con relación a las
leyes biológicas que gobiernan las series de pensamientos. (...) El dis­
placer intelectual de una contradicción (...) no es otra cosa que el displa­
cer acumulado con vistas a una defensa de las leyes biológicas y desen-
i «(leñado por un proceso cogitativo erróneo. La existencia de esas leyes
biológicas se demuestra, de hecho, por la sensación de displacer que
suscitan los errores lógicos [395]”.
De modo que en el análisis del pensamiento práctico encontramos u-
nu versión “biologizada” de las tesis principales del asociacionismo (cf.
los Mili). Respecto del pensamiento cognitivo, observante y consciente,
l-'rcud se dirigirá más bien a Taine y Romanes. El pensamiento cogniti­
vo es idéntico en su estructura al pensamiento práctico, salvo en cuanto
está desprovisto de objetivo inmediato; apunta a un conocimiento gene-
rul del mundo exterior que permitirá a continuación, en un estado de de-
mco, una acción rápida y eficaz.97 El proceso del pensamiento sería de­
masiado prolongado si el yo sólo lo iniciara en situación de necesidad: la
"necesidad biológica” le ha enseñado a permanecer permanentemente a-
tcnio a las percepciones y a poner en funcionamiento los procesos de
pensamiento ante todo objeto o situación nuevos. Pero, por otra parte,
el pensamiento cognitivo tiene necesidad de conocer los eslabones de la
corriente asociativa , de obtener una conciencia, un conocimiento, de
lus propias modalidades de funcionamiento, con el objeto de controlarlas
mejor:98 es el pensamiento observante el que debe hallar un equivalente
de los “indicios de realidad” a fin de llegar al estado consciente, es decir a
desencadenar una descarga oiriega (indicios de pensamiento) y en con-
iccucncia recibir la atención de psi.
"Esto es lo que las asociaciones verbales permiten realizar. Ellas
consisten en un enlace de las neurones psi con las neuronas que sirven a
Ins imágenes auditivas y están en sí mismas estrechamente asociadas a
lai imágenes verbales motrices. (...) Si en consecuencia las imágenes
mnémicas están constituidas de tal manera que una corriente derivada de-
icmboca en las imágenes auditivas y verbales motrices, entonces la in­
vestición de las imágenes mnémicas se acompaña de anuncios de descar­
ga que son indicios de cualidad al mismo tiempo que indicios de recuerdo
consciente [375}:” Así puede funcionar el pensamiento cogitativo: los

333
indicios verbales (o indicios de pensamiento) permiten atraer la atención
de psi hacia una corriente asociativa (que por otra parte funciona con
fuertes investiciones constantes, y débiles cantidades circulantes —liga­
zón máxima—), y de ese modo hacer consciente y observar el pensa­
miento en sí mismo originalmente inconsciente, incluso objetivar sus
leyes (leyes lógicas).99
Precisemos un punto notable: para la supervivencia del organismo es
esencial evitar los procesos primarios; esto es cierto respecto 5ie los es­
tados de deseo que tenderían a la alucinación, pero también lo es en lo
que concierne a experiencias penosas, de las cuales el aparato psíquico
debe poder utilizar las huellas mnémicas. La conexión reduce los desa­
rrollos de displacer ligados al recuerdo (por la intervención de las “neuro­
nas-claves”) 100 y así puede volver utilizables esas vías asociativas mar­
cadas por simples “señales de displacer”. El pensamiento práctico se des­
vía, convirtiéndose en conocimiento de causa, y no ya por una reacción
de evitación incoercible (defensa primaria). Con mayor razón, el pensa­
miento cognitivo debe idealmente emanciparse tanto de los afectos de
placer como de dolor: el conocimiento tiene que poder explorar todos los
aspectos de la realidad, sean cuales fueren. Así, cuanto más se eleva uno
en la jerarquía de los actos de pensamiento, más aumenta la ligazón, las
cantidades reales desplazadas se convierten en débiles101 y los afectos se
reducen a simples señales. Todas estas reflexiones traducen así en térmi­
nos neurónicos una concepción entonces muy clásica de la estructura del
pensamiento y de la jerarquía de lo concreto a lo abstracto.
¿Cómo comprender en su conjunto ese imponente edificio y los la­
boriosos esfuerzos con los que fue construido? A primera vista, parece
tratarse (como dice el mismo Freud) de una construcción ad hoc, y se
diría que de ella no brota más luz que de los materiales de partida, es de­
cir, por una parte, de los descubrimientos clínicos de los que entonces
Freud disponía, y por otro lado de las tesis psicológicas tomada^de las
diversas corrientes asociacionistas contemporáneas. Se podría pensar que
si no perteneciera a Freud y no esclareciera un momento esencial del na­
cimiento del psicoanálisis, ese texto habría caído en el olvido que en­
vuelve hv>y a tantas otras tentativas comparables, especialmente la “mi­
tología cerebral” de fines de siglo.
Pero ello equivaldría a dejar de lado el hecho esencial al que nos re­
mite la verificación siguiente: la mayor parte de las tesis del Esquisse
se encuentran en los escritos freudianos ulteriores, simplemente “des-
neuronizadas”. En efecto, Freud intentó allí por primera vez resolver el
problema que lo atenaceó durante toda su vida: producir un modelo del
psiquismo que estuviera de acuerdo con los descubrimientos psicoanalí-
ticos, permitiendo su integración y explicación. Una vez más es necesa­
rio subrayar que la adquisición de una “penetración psicológica” inédita y

334
Iluctuosa no podía colmar el ideal científico freudiano, que era, como lo
liemos visto, la construcción de una ciencia del espíritu concordante en
principio con el conjunto de los intentos contemporáneos,102 y de la
cual la clínica sólo podía proveer los materiales. Ello en tanto que el
i nmicrialismo militante de Freud le vedaba todo proyecto que pudiera pre­
sentarse como puramente espiritualista.
En adelante encontramos por lo tanto el esfuerzo freudiano compro­
metido en la construcción de un modelo psicoanalítico del psiquismo
(|iie pronto denominará “metapsicología”. El Esquisse fue en efecto su
último intento de neuropsicología. Es preciso subrayar por otra parte
t|iic los principios que la guiaron constituyen indudablemente una regre­
sión con respecto al semijacksonismo de su estudio sobre la afasia: cer-
ntno aquí a Helmholtz, Brüke y Meynert, Freud procura ferozmente una
leducción mecánico-física de los procesos psíquicos.103 Como lo he­
mos visto fracasó en gran medida, reintroduciendo sin cesar (por ejem­
plo, con el funcionamiento del yo) subjetividad y teleología. En ese
punto intervienen los recursos al registro “biológico“que lo arrastra en la
tlltima parte del texto: “En adelante no trataré de encontrar la explica­
ción mecánica de esas leyes biológicas y me declararé satisfecho si lle­
no a dar una descripción clara y fiel de ese desarrollo [381; las bastardi­
llas son mías].” Así se orienta progresivamente hacia un modelo un po­
co menos “eléctrico” que el que estructura el Esquisse: con la carta 52
veremos prevalecer el evolucionismo. A él remitían ya numerosas tesis:
Identificación de lo primario (nivel de funcionamiento), lo primitivo
(nivel de desarrollo filogenético) y lo precoz (nivel de desarrollo ontoge­
nético); análisis de los grados de complejidad creciente del pensamiento
entre el puro impulso, el pensamiento práctico, el pensamiento cogniti­
vo, el pensamiento verbal, consciente y desinteresado, etcétera.
No es menos cierto que, por marcado históricamente que esté el Es-
i)uix.se en la estructura de sus hipótesis fundamentales, la obra se pre-
nenta como un primer modelo psicoanalítico y no psicológico del psi-
tjuismo. Lo atestigua esencialmente lo que constituye su núcleo: la teo­
ría del proceso primario y el principio de inercia, que dan status teórico
al funcionamiento inconsciente y representan el punto de clivaje radical
con respecto al modelo de los Etudes sur l'hystérie. En cuanto a la teo-
ríti de la represión que explica al mismo tiempo su especificidad sexual,
Miiu irá siendo, durante mucho tiempo un ideal nostálgico en la búsqueda
freudiana. Así el Esquisse, primera síntesis, primer esfuerzo por dotar a
la Joven ciencia de un modelo teórico adecuado, permaneció como base
(le la visión metapsicológica. A través de ese tipo de mirada el psicoaná-
H h ín interrogará durante mucho tiempo a su real, considerándolo desde el
Angulo de un determinismo funcional estrecho, idealmente sustancial y
cuantificable.

335
C. Evolucionismo y metapsicología: la carta 52

Muy rápidamente, Freud se va a ver llevado a corregir su esquema del


Esquisse; lo modificó durante todo el año 1896; por otra parte, nada se
oponía a ello: su carácter casi puramente especulativo justificaba todas
las revisiones ad hoc, así como la distancia entre la simplicidad del mo­
delo y la complejidad de la clínica permitía todavía un amplio margen de
maniobra.104 Fue por primera vez en la carta 39 (1° de enero de Í896)
donde Freud decidió intercalar omega entre fi y psi, lo que hace más
simple el proceso de la regresión alucinatoria (regresión de psi a omega
y no a fi) y regula el problema del devenir y el valor de las cantidades e-
xógenas fi; omega sólo recibe de fi cantidades y no transmite a psi más
que indicios que poseen una acción excitante; por otra parte, una percep­
ción conserva sus caracteres cualitativos sea cual fuere su intensidad. Es­
ta nueva disposición del órgano de la conciencia aparecerá en adelante re­
producida sin cambios en las teorías freudianas ulteriores (sistema per­
cepción-conciencia).
Pero se preparaba una mutación mucho más fundamental: un primer
bosquejo apareció en la carta 46 (20 de mayo de 1896) y la exposición
completa se encuentra en la carta 52 (6 de diciembre de 1896).105 “Parto
de la hipótesis de que nuestro mecanismo psíquico se ha establecido por
un proceso de estratificación: los materiales presentes bajo la forma de
huellas mnémicas se hallan de tanto en tanto reordenados de acuerdo
con las nuevas circunstancias. Lo que hay de esencialmente nuevo en mi
teoría es la idea de que la memoria está presente no una sola vez sino
varias veces, y de que está compuesta por diversos tipos de ‘signos’
[153-154].” De modo que Freud propondrá el esquema de una serie de re­
gistros sucesivos de recuerdos perceptivos que se establecen a partir del
sistema percepción-conciencia:
\
—Un primer sistema de registro es “totalmente incapaz de conver­
tirse en consciente y está dispuesto según las asociaciones simultáneas
[155]”. Son los “signos de percepción”,106 huellas primitivas cuya or­
ganización es distinta de la que tenían en las circunstancias mismas de
su aparición (simultaneidad).
—El segundo sistema, el inconsciente, está “dispuesto según las o-
tras asociaciones —quizás siguiendo relaciones de causalidad— [155]”,
es decir relaciones de sucesión temporal en el análisis asociacionista (cf.
Stuart Mili), en el cual probablemente pensaba Freud. Se trata por lo
tanto de una primera organización, muy práctica, de los recuerdos (domi­
nio de la inferencia, dina S. Mili).
—El tercer sistema, el preconsciente, es una “transcripción ligada a
las representaciones verbales y que corresponde a nuestro yo oficial

336
| l*i^ Puede acceder a la conciencia vía “la reactivación alucinatoria de
It is representaciones verbales [155]” (es la “conciencia cogitativa secun-

ilnria”: cf. el Esquisse). Por ello lo sigue en el esquema un segundo sis­


tema “consciente”, que no es más que una repetición del sistema percep-
clrtii, alcanzado en este caso en virtud de la mediación de las huellas ver-
hules: “Las neuronas del estado consciente serían también en él neuronas
(le percepción [155].”

Los sistemas sucesivos de registro corresponden a “la producción


psíquica de épocas sucesivas de la vida. La traducción de los materiales
psíquicos debe realizarse en el límite de dos épocas. (...) Todo nuevo re-
lllutro inhibe el registro precedente y canaliza su proceso de excitación.
SI no se produce ningún registro nuevo, la excitación fluye siguiendo
la* leyes psicológicas que gobernaban en la época psíquica precedente y
por las vías entonces accesibles. Nos encontramos así en presencia de un
anacronismo (...) de sobrevivencias. En la clínica, a la falta de traduc­
ción la llamamos represión. Él motivo es siempre la producción de dis­
placer que resulta de una traducción; todo ocurre como si ese displacer
iwrturbara el pensamiento obstaculizando el proceso de la traducción
1155-156]”.107 De modo que estamos en presencia de una nueva teoría
de la represión, aunque ella incorpora numerosos elementos de la prece­
dente: la noción de una defensa normal contra los recuerdos desagrada­
bles, en tanto que la defensa patológica (represión) se ejerce “contra las
huellas mnémicas aún no traducidas y pertenecientes a una fase anterior
1156]”, con “la condición determinante” del carácter sexual precoz del a-
contecimiento (vigencia ulterior, aprés-coup) que impide el éxito de una
defensa normal (teoría de la seducción). Freud aprovecha para realizar un
nuevo intento de resolver el problema de la “elección de la neurosis” ,
considerando la fase evolutiva, la edad en que se produjo la escena trau­
mática, y por lo tanto al mismo tiempo el estrato psicológico en el que
W inscribe sin posibilidad de transcripción ulterior.108
Pero sobre todo tenemos que detenemos en el muy importante desli­
zamiento del modelo, al cual asistamos: la referencia a las neuronas sub-
yncentes a los sistemas psicológicos por cierto subsisten, pero con un
carácter de alguna manera indicativo. Freud construyó allí, y sólo erigirá
en adelante, aparatos mentales. Tampoco nos sorprenderá hallar desde
las primeras frases de la carta 52 una referencia a la afasia, es decir a
Jackson: “En mi estudio acerca de la afasia, ya he sostenido la idea de u-
nu disposición análoga de las vías provenientes de la periferia [154]” (se
trata de la teoría jacksoniana de las representaciones jerárquicas y esca­
lonadas de las funciones corporales en el sistema nervioso). De modo
que lo que Freud propone en ese punto es un modelo muy claramente e-
volucionista, y ya no “una psicología para neurólogos”. Por otra parte

337
1

se explica abiertamente: “Si llegara a formular una exposición completa


de los caracteres psicológicos de la percepción y de los tres registros, ha-i
bría enunciado una nueva psicología [155].” s
Esa nueva psicología, que en adelante reemplazará en el esfuerzo de
Freud a la neurofisiología imaginaria que hasta entonces se había encar-,
nizado en construir, es la metapsicología: la palabra aparece en la carta
41 del 13 de febrero de 1896, en la que Freud confía a Fliess todo el in­
terés que suscita en él la lectura de Taine,109 al que entonces estaba con­
ceptualmente muy próximo:110 su evolucionismo arcaico es homólogo
al del pensador francés, todavía muy asociacionista y fisiologista, muy,
libre de la “mitología cerebral”; lo atestiguan el imagocentrismo que ca-.
racterizó durante mucho tiempo el pensamiento freudiano (pregnancia de
las representaciones en el aparato psíquico) y la oposición tajante de los
sistemas inconsciente y consciente111 (el evolucionismo prefiere conce­
bir grados de conciencia a lo largo de un espectro escalonado) o el aspec­
to reflexológico del funcionamiento mental. Subsiste el hecho de que se
ha dado el viraje decisivo: en adelante no dejará de acentuarse hasta la
formulación de la teoría de la libido. Lo acreditan informaciones como la
siguiente, con respecto al sueño: “Me parece que la explicación por la
realización de deseo proporciona una solución psicológica, pero ninguna
solución biológica o más bien metapsicológica.”112 Encontramos allí la
estructura misma del pensamiento freudiano tal como he tratado de de­
marcarlo desde sus orígenes, en ocasión del encuentro con Charcot: la
solución “psicológica”, la comprensión de las significaciones113 (nivel
clínico) había sido adquirida, pero no tenía status científico y no podía
contentar a Freud. La explicación neurofisiológica (nivel biológico) era
la única que lo satisfacía, pero estaba más allá de su alcance. Por lo me­
nos construirá de ella un calco superficial y provisional:114 la metapsi­
cología. “Estoy lejos de pensar que la psicología flote en el aire y carez­
ca de fundamentos orgánicos. No obstante, convencido de la existencia
de esos fundamentos, pero sin saber más (...) me veo obligado a com­
portarme como si sólo tuviera que vérmelas con factores psicológi­
cos.” 115
Por lo demás, es preciso comprender la necesidad de un razonamiento
de ese tipo: los caracteres particulares (inconsciencia, deformación, rela­
ciones de fuerza) de la mayor parte de las “significaciones”, de las “solu­
ciones psicológicas”, hacían necesario un abordaje objetivante, una ex­
plicación materialista, bajo pena de recaer en trivialidades al modo de
Bemheim. Pues lo que encontramos aquí es la filiación respecto de
Charcot, la homología con Janet: en la época no había muchos otros
conceptos disponibles para pensar la objetividad del inconsciente que no
fueran una referencia más o menos velada y sin mediación a la actividad
cerebral.

338 >
I)c modo que por el momento Freud comenzó a manejar un nuevo
im «lelo teórico, evidentemente más rico y flexible y que pronto se ex-
piindirá en un sistema amplio; mientras tanto, su pluma multiplicó las
Interpretaciones genético-históricas. Al mismo tiempo la clínica conti­
nuó progresando, y no antes de mucho cuestionó los elementos en los
i miles Freud se había apoyado en 1896, haciendo más lugar a la signifi-
wu ión. Durante todo el año 1897, de la correspondencia con Fliess surge
nn doble movimiento: por un lado, las referencias a la importancia de
lus fantasmas, de las pulsiones, de las zonas erógenas (Freud las men-
i ioiió por primera vez en la carta 52 a Fliess) no cesan de enriquecerse;
Imir otra parte, Freud se queja de no poder llegar a concluir totalmente un
Untamiento, es decir a confirmar su hipótesis de la seducción; al mismo
tiempo, sus dudas se hacen cada vez más acuciantes. Por fin, el 21 de
setiembre de 1897, confía a Fliess “el gran secreto que, en el curso de
estos últimos meses, se ha ido revelando lentamente. Ya no creo en mi
neurótica”,116 es decir en la teoría de la seducción. Durante cierto tiem­
po, la decepción es terrible: “Una celebridad eterna, la fortuna asegurada,
ln independencia total, los viajes, la certidumbre de evitar a los hijos to-
ilns las graves preocupaciones que abrumaron mi juventud: ésa era mi
esperanza. Todo dependía del éxito o el fracaso de la histeria. Ahora me
veo obligado a quedarme tranquilo, a permanecer en la mediocridad, a ha-
1er economías, a sentirme acosado por las preocupaciones.” 117 Aún a
principios de 1900 apenas había superado la crisis: “Me he visto obliga­
do a demoler todos mis castillos en el aire y solamente ahora estoy recu­
perando un poco de coraje para reconstruirlos.”118
Cuando se recuerda la euforia que signó hacia fines de 1895 la for­
mulación de la hipótesis de la seducción y la redacción del Esquisse (cf.
lu correspondencia con Fliess), se comprende la importancia y la profun­
didad del compromiso de Freud y la función probablemente esencial que
esa desilusión desempeñó en la descompensación neurótica que lo afectó
Justamente a partir de 1897. Lentamente volverá a erguirse, pues no se
había tratado Oejos de ello) de una pura pérdida: desorientado por un mo­
mento, Freud pensará por qierto “que el factor de una predisposición he­
reditaria parece volver a ganar terreno, siendo que yo siempre me esforcé
por rechazarlo, en beneficio de una explicación de las neurosis”;119 de a-
¡lí su “tendencia a considerar incurable la histeria”.120 No obstante, al
mismo tiempo, su comprensión de la sexualidad infantil se profundizó
hasta el descubrimiento del Edipo (carta 71 del 15 de octubre de 1897) y
de las componentes parciales no genitales, orales y anales (carta 75 del
14 de noviembre de 1897). Es cierto que en adelante dispuso de una nue-
vu fuente de materiales: “Mi autoanálisis es por el momento lo más e-
Ncncial, y promete tener para mí la mayor importancia.”121 Así se ela­
boró progresivamente en él la etapa siguiente de su pensamiento, la que

339
todavía hoy constituye el cimiento de la teoría psicoanalítica. Veremot
qué lazos la vinculan con la fase que se cumple: el ideal de una determi^
nación de la causa de la represión patógena y la elección de la neurosis
quedará siempre en un segundo plano de las investigaciones de Freud, eijí
tanto que las grandes hipótesis del Esquisse y de la carta 52 (áparato
mental, futuros puntos de vista tópico, dinámico, económico, etcétera)
seguirán siendo los ejes de la estructuración de su doctrina.

NOTAS

1. S. Freud: “Mme Emmy von N...”, en Etudes..., pág. 70.


2. S. Freud: “Mademoisselle Elisabeth von R..., en Etudes...", pág. 127.
3. Ibíd., pág. 109.
4. Desde 1890, en su artículo “Traitement psychique”, S. Freud comenzó a
sospechar cuáles eran los resortes reales de la cura hipnótica: re­
cordó su parentesco con el apego del niño a los padres, o el estado
amoroso (S. E., VII, pág. 296).
5. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 214.
6. Ibíd., pág. 244.
7. Ibíd., pág. 229.
8. He indicado en otro lugar el origen de la lectura fenomenológica de
Freud, es decir de la corriente de pensamiento que demarcó muy rá­
pidamente en el trayecto freudiano una extensión del registro de la
com prensión psicológica, la intuición significativa, y la opuso a
la conceptualización objetivante, mecánico-biológica, de los sis­
temas metapsicológicos. laspers inició el movimiento en 1913,
antes de que Binswanger en Alemania y Politzer en Fraqcia exten­
dieran su alcance y popularizaran sus términos. (Cf. P. Bercherie:
Les fondements..., pág. 233.)
9. Problema que no aborda ninguna lectura simplemente fenomenológica
de Freud, a pesar de su interés inicial. A medida que se desarrolle el
conocimiento de los “mecanismos” mentales, una lectura tal em­
pobrecerá cada vez más el saber analítico.
10. En ese punto se inserta la especificidad del psicoanálisis, exigencia
que Freud mantuvo a lo largo de toda su obra: lo mismo que las o-
tras ciencias naturales, el psicoanálisis tiene que ver con un objeto
inaccesible en términos directos, con una “cosa en sí”. Cf. respec­
to de este tema los trabajos de P.-L. Assoun.
11. Cf. supra, cap. 8.
12. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 216 (cita cuya tra­
ducción rectifico).
13. Cf. S. Freud: “Les psychonévroses de défense”, 1894, en N évrose,
psychose et perversión, pág. 3. Una vez hecha la mención de las

340
tres formas, por otra parte, Freud sólo se ocupa de la histeria de
defensa.
M S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 231.
IV S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 2 (bastardi­
llas del autor).
11\ Ibíd., pág. 4 (bastardillas del autor).
17 Ibíd., pág. 6 (bastardillas del autor).
IH A decir verdad, la nosología de esa época no dejaba muchas otras po­
sibilidades que la de asimilar ese tipo de síndrome a un estado oní­
rico y por lo tanto al grupo de la confusión mental (amencia de
Meynert). Se trata en realidad de un delirio de ensueño como los
que la escuela de Claude denominará esquizomanía (en este caso la
forma imaginativa); en él el sujeto se confina en una realización
autística imaginaria de deseos y proyectos a los cuales la realidad
no ha aportado ninguna satisfacción, o incluso ha frustrado brutal­
mente (pérdida de objeto en particular, como en el caso de Freud).
El grado de objetivación de las tramas imaginativas de esos suje­
tos es difícil de verificar, pero probablemente no alcanza a la rea­
lización alucinatoria del onirismo. Acerca de la esquizomanía, véa­
se P. Bercherie: Les fondements..., cap. 17, apartado C.
19. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 12.
;i). Ibíd., pág. 13.
21. En el Manuscrito H, Freud también menciona las psicosis histéricas,
es decir accesos y estados segundos en los que el núcleo disociado
“hipnoide” se adueña de la conciencia (cf. supra, cap. 12), lo que
corresponde por el contrario al fracaso de la defensa: “El yo (...)
sucumbe a la psicosis.” (S. Freud: “Psychothérapie”, en Etudes...,
pág. 212.)
22. En el sentido de Krafft-Ebing: se trata de una forma de delirio de rela­
ción de los sensitivos de evolución intermitente por accesos agu­
dos.
23. S. Freud: Manuscrito H, del 24 de enero de 1895, en La naissance...,
pág. 100.
24. Ibíd., pág. 101.
25. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 7 (las bastar­
dillas son mías).
26. S. Freud: "Psychothérapie...” en Etudes..., págs. 237-238 (bastardi­
llas del autor).
27. Cf. supra, el capítulo precedente.
28. S. Freud: “Les psychonévroses...”, en Névrose..., pág. 14.
29. S. Freud: “Psychothérapie...”, en Etudes..., pág. 219.
30. Cf. también ibíd., págs. 222 y 240.
31. Ibíd., pág. 232.
32. Ibíd., pág. 212.
33. Cf. también ibíd., pág. 213.
34. Ibíd., pág. 229.
35. Ibíd., pág. 245.

341
ción en el campo de la sublimación, problema de alguna ma
inverso al precedente.
112. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nB 84, 10 de marzo de 1898, en L
naissance..., pág. 218. *
113. Es la de los poetas, de los novelistas, de los dramaturgos, cuya el.
rividencia a Freud le gustaba alabar con frecuencia.
114. Es el “rodeo imaginario” del que habla P.-L. Assoun: Introduction
l’épistémologie freudienne.
115. S. Freud: Lettres á W. Fliess, na 96, 22 de setiembre de 1898, e
La naissance..., 235.
116. S. Freud: Lettres á W. Fliess, ns 69, 21 de setiembre de 1897,
La naissance..., pág. 190.
117. Ibíd., págs. 192-193.
118. Id., carta 131 del 23 de marzo de 1900, en loe. cit., pág. 279.
119. Id., carta 69 del 21 de setiembre de 1897, en loe. cit., pág. 192.
120. Id., carta 70 del 3 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 195.
121. Id., carta 71 del 15 de octubre de 1897, en loe. cit., pág. 196.

346
r
Capítulo XIV

LOS FUNDAMENTOS PRIM EROS


DE LA M ETAPSICOLOGIA: 1897-1909

Sobre las huellas de su renuncia a la teoría de la seducción, Freud em-


pluzó por lo tanto los conceptos teóricos que darían forma a la base de
mu nueva concepción del psiquismo normal y patológico, así como de la
terapéutica psicoanalítica. Veremos lo que esas tesis contienen de nove­
doso y también lo que retienen de investigaciones anteriores. Ellas si­
guieron estructurando el pensamiento freudiano, incluso en la etapa si­
guiente, que se inicia en tomo de 1910.

El aparato psíquico

A. Descripción

L'interprétation des reves1 apareció en 1900; después del primer capítu­


lo, histórico, el cuerpo de ese libro inmortal está constituido por los
cinco capítulos que siguen presentando lo esencial del conocimiento psi­
coanalítico de la actividad onírica. Es lo que en su carta 84 a Fliess, del
10 de marzo de 1898, Freud denominó la “solución psicológica” del pro­
blema del sueño; pero restaba lo que, como hemos visto, siempre le pa­
reció lo esencial: la naturaleza del suefio, o sea la “solución biológica”
o, mientras tanto, metapsicológica. Ese era el objeto del famoso capítu­
lo 7 de la Traumdeutung, que contiene una nueva teoría del aparato
mental, de la que vamos a ver todo lo que ella debe al Esquisse y a la
carta 52.
A partir del carácter alucinatorio del suefio, se introduce “la idea (...)

347
de un lugar psíquico [455]”. Freud rechaza pronto “la noción de locali­
zación anatómica”, con el fin de no salir de “un terreno psicológico”; no
se trata de retomar las ambiciones localizadoras del Esquisse sino de
producir el modelo analógico de una topografía mental. Así pasa de las
metáforas eléctricas a la imagen de un aparato óptico cuyos lugares son
“virtuales”: “No creo que nadie haya nunca intentado aún reconstruir de
este modo el aparato psíquico. Con este ensayo no se corren riesgos.
Quiero decir que podemos dar libre curso a nuestras hipótesis con tal que
reservemos nuestro juicio crítico y que no tomemos el andamiaje por la
construcción misma. Sólo necesitamos representaciones auxiliares para
acercamos a un hecho desconocido... [445-456].” En adelante, las cons­
trucciones mentales freudianas conservarán su status explícito de ima­
gen, sin perder su valor de orientación para el pensamiento de su autor.
De modo que se trata de un aparato compuesto por varios sistemas ¡
(“sistema psi”) y cuya estructura se orienta desde un extremo percepti-:
vo hasta un extremo motor: “El reflejo sigue siendo el modelo de toda
producción psíquica [456].” Respecto del extremo perceptivo, “supone­
mos que un sistema externo (superficial) del aparato recibe los estímulos
perceptivos, pero no retiene nada de ellos, carece por lo tanto de memo­
ria, y que detrás de ese sistema se encuentra otro, que transforma la exci­
tación momentánea del primero en huellas perdurables [457]”. Encontra­
mos allí la distinción de la percepción (P) y la memoria (huellas mné-
micas S), que reposa naturalmente en asociaciones cuyo mecanismo
“consistiría en lo siguiente: como consecuencia de las disminuciones de
resistencia y de la facilitación de uno de los elementos S, la excitación
se transmite a un segundo elemento S antes bien que a un tercero [458;
las bastardillas son mías]”. Detrás de la metáfora óptica que protegía de
una concepción localizadora, reaparecen los esquemas neuro-eléctricos
del Esquisse, como lo veremos a lo largo de nuestro estudio.
Desde luego, Freud se ve llevado (cf. la carta 52) a admitir “varios de
esos sistemas S en los cuales la misma excitación, transmitida por los
elementos P, se encuentra fijada de maneras diferentes. El primero de e-
sos sistemas S fijará la asociación por simultaneidad; en los sistemas
más alejados, ese mismo material de excitación será clasificado según
modos diferentes de encuentro, de manera que, por ejemplo, esos siste­
mas ulteriores representan relaciones de semejanza, u otras [458]”. El
funcionamiento de un sistema tal reposaría en “los grados de resistencia
conductiva que presentaría al pasaje de la excitación a partir de los ele­
mentos perceptivos” [458, traducción corregida; cf. S. E., V, pág.
539]. La oposición y la exclusión recíprocas de la conciencia (percep­
ción) y la memoria, por otra parte, le parecen a Freud la fuente de “ideas
grávidas de promesas acerca de las condiciones de la excitación de las
neuronas [458]”.

348 I
"Llamaremos preconsciente al último de los sistemas del extremo
motor, para indicar que desde allí los fenómenos de excitación pueden
licuar a la conciencia sin demora [459]”, si se les presta atención. El
preconsciente controla por otra parte la motricidad voluntaria. El incons­
ciente es “el sistema ubicado más atrás: no podría acceder a la conciencia
i,v/ no lo hace pasando por el preconsciente, y durante ese pasaje el pro­
ceso de excitación tendrá que plegarse a ciertas modificaciones [460]”. A
los procesos psíquicos en sí les falta en efecto cualidad psíquica, con la
excepción del placer y el displacer que responden a las variaciones de la
enntidad de excitación presente en el sistema y de la cual son portadores
(cf. el Esquisse). Para adquirir cualidades propias capaces de atraer la
conciencia, el sistema preconsciente une por lo tanto “sus procesos al
Nistcma de recuerdos de los signos del lenguaje (...) provisto de cualida­
des. Gracias a las cualidades de ese sistema, la conciencia (...) se con­
vierte también en el órgano sensorial de una parte de nuestros procesos
de pensamiento (que tienen) desde entonces de alguna manera dos super­
ficies sensoriales, una vuelta hacia la percepción, la otra hacia los proce­
ros de pensamientos preconscientes [488]”. De modo que es necesario
precisar que el esquema lineal de los sistemas psi sólo es utilizable si se
llene en cuenta “que el sistema que sucede al preconsciente es aquel al
que debemos atribuir la conciencia [460, nota 1]”, es decir P, alcanzado
|K>r el lazo del sistema del lenguaje (también en este punto, cf. el E s­
quisse y la carta 52).
De modo que tal es el aparato psíquico del hombre adulto, pero “este
uparato sólo ha podido alcanzar su perfección actual al fin de un prolon-
jjndo desarrollo. Tratemos de hacerlo volver a un estadio anterior (...) su
primera estructura fue la de un aparato reflejo; así podía derivar de inme-
illuto hacia la vía motriz toda excitación sensorial que lo alcanzaba. Pero
la vida trastorna esa función simple; de ella proviene el impulso que
conduce a una estructura más compleja. De entrada aparecen las grandes
necesidades del cuerpo [480-481V)”. La excitación interna sólo puede des-
curgarse a través de la experiencia de la satisfacción (el ejemplo elegido
Hlgue siendo el del niño que tiene hambre) que inscribe la imagen mné­
mica del objeto satisfaciente asociada con la de la excitación de la nece­
sidad. “En cuanto la necesidad esté re-presentada habrá, gracias a la rela­
ción (así) establecida, desencadenamiento de un impulso (Regung) psí­
quico que investirá de nuevo la imagen mnémica de esta percepción en la
memoria [481]”, es decir alucinación (identidad de percepción) del obje­
to del deseo; es la actividad psíquica primaria que subsiste en el sueño y
l#8 psicosis. “Una dura experiencia vital debe haberla transformado en u-
nu actividad mejor adaptada, secundaria [481].”
La regresión alucinatoria, en efecto, sólo acaba en la insatisfacción y
en el displacer. “Para obtener un empleo más adecuado de la fuerza psí­

349
quica, es necesario detener la regresión en su marcha, de manera que ella
no supere la imagen-recuerdo, y a partir de allí pueda buscar otras vía*
que permitan establecer desde el exterior la identidad anhelada. Esta inh‘
bición, y la desviación de la excitación que sigue, es la obra de un seq
gundo sistema que controla la motricidad voluntaria... [482].” Así se*
constituye la prueba de realidad y el proceso secundario “que tantea*
fluctúa, realiza investiciones en todos los sentidos y después las retira»;
[509]” y, para alcanzar sus fines, debe “reservar la mayor parte de sus in-f
vesticiones de energía y (...) sólo emplear poco en vista del desplaza--
miento [510]”.2 Es por lo tanto la acción de ligadura, de inhibición del;!
proceso secundario, lo que caracteriza el régimen del flujo de la excita-*}
ción en el sistema preconsciente al cual está vinculado así como el sis-,
tema inconsciente lo está al flujo energético libre del proceso primario..
Sólo cuando “el segundo sistema ha logrado su trabajo exploratorio re­
laja las inhibiciones, abre los diques y deja que las excitaciones fluyan
hacia la motilidad [510]”.
Pero para realizar su tarea y actuar de modo útil sobre el mundo exte­
rior, la actividad secundaria tiene que disponer de todo el material mné-
mico acumulado por las experiencias vividas. Allí interviene la conside­
ración de la “experiencia externa de terror”, cuando una percepción se ha
visto acompañada de dolor. “El aparato primario conservará una tenden­
cia a abandonar esta imagen mnémica (de la fuente de dolor), penosa, ca­
da vez y cuando sea suscitada, porque el exceso de su excitación respecto
de la percepción provocaría displacer (o más exactamente porque co­
mienza ya a provocarlo) [510].” Ese derrame “nos presenta el modelo y
el primer ejemplo de la represión psíquica [511]”, que es por lo tanto el
otro rostro del proceso primario (el primer rostro, ligado a la satisfac­
ción, es la alucinación). El sistema secundario sólo puede entonces uti­
lizar el recuerdo (esencial para la adaptación de su actividad) de las expe­
riencias de dolores porque es capaz de inhibir (ligadura) el desarrollo del
displacer; desde luego, inhibe su desarrollo completo: un “inicio de dis­
placer” es en efecto necesario como señal para la utilización de esas ex­
periencias (cf. el Esquisse). Así puede reemplazar la identidad de percep­
ción primaria por la identidad de pensamiento que llega finalmente al
mismo fin, es decir a la reproducción de la experiencia de satisfacción.
Para ello la liberación relativa respecto del principio de placer-displacer
representa un elemento esencial, lo mismo que la libre disposición de
las representaciones y de las conexiones que las vinculan; de allí provie­
ne la inhibición del proceso primario en el pensamiento, y por lo tanto
de las actividades de desplazamiento y de condensación que se producen
en aquel proceso, como lo ponen de manifiesto el sueño y otras forma­
ciones del inconsciente.
La conciencia desempeña un papel fundamental en el funcionamiento

350
del proceso secundario: hemos visto que, a través de su enlace con el
sistema del lenguaje, el preconsciente podía atraer una conciencia per-
ivptiva hacia la actividad de pensamiento. La conciencia aparece de en-
litula como “un órgano de los sentidos que permite percibir las cualidades
psíquicas [522]”. Del mismo modo que “la percepción por nuestros ór­
ganos de los sentidos tiene como consecuencia dirigir una investición de
mención hacia las vías en las que se propaga la excitación sensorial que
llega (asimismo, la conciencia), por la percepción del placer y del dis­
placer influye en el curso de las investiciones en el interior del aparato
psíquico [523]”. Superpone por lo tanto “un segundo reglaje más fino
| Y23]” al funcionamiento primario automático del principio placer-dis-
plncer: “la sobreinvestición producida por la influencia reguladora del
rtinano de los sentidos de la conciencia [524; las bastardillas son mías]”
permite en primer lugar una modulación de la actividad psíquica. De allí
ln importancia de su regulación por el preconsciente (atención), y en
i onsccuencia de la ligazón con el lenguaje que permite atraer hacia los
procesos de pensamiento (y por lo tanto controlarlos) la sobreinvesti-
i ion consciente.

II. Represión, regresión y evolución de la libido

I >o modo que nos encontramos en presencia de una versión de alguna


mullera “laicizada” — vaciada en el plano formal— de la mitología neu-
lónica del Esquisse. No por ello en su conjunto la concepción del psi-
(|iiismo deja de ser idéntica, e incluso la hemos visto varias veces apun-
liir a las hipótesis más características del texto de 1895. Sigue siendo
cierto que Freud realizó un visible esfuerzo por caracterizar su teoría co­
mo un simple modelo, una “metáfora [518]” una “representación auxi-
llnr [517]” de la realidad descpnocida. La función del modelo óptico con
niik lugares virtuales es recordar que se está ante una “ficción [508]”. Así
el pasaje de un sistema tópico al otro abarca a su juicio más bien dos re­
gímenes de flujo de la excitación: “No es la formación psíquica lo que
nos parece que cambia, sino su inervación [518]”. Además, “las repre­
sentaciones, los pensamientos, las formaciones psíquicas en general no
podrían ser localizados en elementos orgánicos del sistema nervioso, si­
no de alguna manera entre ellos, allí donde se encuentran resistencias o
vfns abiertas que les corresponden [518]”.
Ocurre que un neto matiz evolucionista ha hecho derivar el conjunto
de las concepciones del Esquisse. Así, Freud precisa que “al llamar ‘pri-
mario’ a uno de los procesos psíquicos no pensaba solamente en su lu­
gar y su eficacia, sino en las relaciones en el tiempo. (...) De hecho, los
procesos primarios están dados desde el principio, mientras que los pro­
cesos secundarios se forman poco a poco en el curso de la vida, traban
los procesos primarios, los recubren y quizás no logran establecer sobdl
ellos todo su dominio hasta nuestra madurez [513]”. En este sentido,9
sueño provee el modelo del devenir de la excitación cuando queda libra<fl
al funcionamiento del proceso primario; el conjunto de la actividad <9
que se trata sufre en él una triple regresión: 1

—Regresión tópica, responsable del aspecto alucinatorio, pues®


que se trata de la trayectoria retrógrada que sigue a la excitación, del peaij
samiento a la percepción, a contracorriente de la actividad mental n aja
mal, que transita al contrario la vía que lleva de la percepción, vía p e a l
samiento, a la motilidad. fi
— Regresión temporal, por la cual se retoman formaciones psíquilj
cas anteriores, en este caso los deseos infantiles que proveen la masa aja
nergética necesaria para la constitución del sueño (el socio “capitalista^
inconsciente que financia al “empresario” preconsciente, es decir los resrl
tos diurnos).
—Regresión formal, es decir disgregación de los lazos lógicos y re?
tomo a modos primitivos de expresión y de figuración (condensación,
desplazamiento, formación de “representaciones intermediarias”, yuxta­
posición o fusión de los contrarios, utilización de asociaciones superfi­
ciales). Por cierto, el pensamiento onírico no es incoherente, es decir no
significante, todo lo contrario, pero su estructura obedece a reglas parti­
culares que son las del proceso primario.

“Esos tres tipos de regresión en la base sólo constituyen (...) uno, y


vuelven a unirse en la mayoría de los casos, pues lo que es más antiguo
en el tiempo es también primitivo desde el punto de vista formal y está
situado en la tópica psíquica lo más cerca posible del extremo de la per­
cepción (...) el suefio es en suma como una regresión al más antiguo
pasado del soñante, como una reviviscencia de su infancia, de impulsos
pulsionales que la han dominado, de modos de expresión de los que ella
dispuso. Detrás de esa infancia individual, entrevemos la infancia filoge-
nética, el desarrollo del género humano, respecto del cual el desarrollo
del individuo no es de hecho más que una repetición compendiada...
[466-467].”
Por otra parte, Freud explica de esta manera modos expresivos parti­
culares del suefio y de otras formaciones del inconsciente, en particular
la agudeza o el chiste. “Se sabe que lo infantil es la fuente de lo incons- j
ciente; los procesos cogitativos inconscientes son los mismos que en la
primera infancia se manifiestan con exclusión de cualquier otro. (...)
Con su carácter extraño, la elaboración inconsciente no es otra cosa que
el tipo infantil de trabajo cogitativo.”3 La “retórica” particular del sueño,
sus procedimientos de figuración, su sintaxis, aparecen así como la ma-
í
352
infestación de un nivel primitivo (de regulación débil) del funcionamien­
to asociativo; es el proceso primario, cercano al reflejo impulsivo que
parece regular el comportamiento infantil y cuya marca encontrará
l 'rcud en las fases primordiales del desarrollo cultural de la especie (cf.,
, por ejemplo, el artículo de 1908; “Des sens opposés dans les mots pri-
ttiilifs”).4 De esta manera hay que comprender la comparación del sueflo
ion jeroglíficos o con un acertijo gráfico [241-242], aunque en ella hoy
puede leerse que el material preconsciente de los pensamientos del sueño
su Iré una transfiguración que constituye una regresión formal', sintaxis,
lógica, articulación, se encuentran desestructuradas siguiendo las reglas
ilc un pensamiento arcaico en el que gobiernan las leyes primitivas de la
imagen.
Sobre esta base, Freud, que cita entonces al propio Jackson [484,
nota 2], podrá señalar la identidad de estructura del sueño y los síntomas
tic las neurosis; “Todos deben ser considerados realizaciones de deseos
inconscientes [484].” En efecto, tienen su fuente en el mismo proceso
evolutivo, en ese retraso de la “secundarización” que explica la perma­
nencia y la potencia de los deseos infantiles del sistema inconsciente, así
como la relación conflictiva de los dos grandes sistemas psíquicos. “In­
cluso en pleno equilibrio mental, (la) dominación del preconsciente so­
bre el inconsciente no es absoluta. Se puede decir que el grado de la re­
presión es al mismo tiempo el de nuestra salud psíquica [493-494].” Por
otra parte, a la inversión de esta jerarquía, cuando “las excitaciones in­
conscientes someten a su poder al preconsciente, dominan por él nues­
tras palabras y actos o se adueñan de la regresión alucinatoria (...) la lla­
mamos psicosis [48^]” (es el modelo del estado segundo histérico).5
De modo que allí volverífos a encontrar el problema que había creído
resolver la teoría de la seducción; ¿a qué se debe “que el fondo mismo de
nuestro ser, constituido por impulsos de deseos del inconsciente, perma­
nezca al abrigo de los alcances e inhibiciones del preconsciente, (...) que
una parte de nuestro material mnémico permanezca inaccesible a la in-
vcstición preconsciente [513]”? Freud tratará de solucionarlo mediante u-
na tesifque nos recuerda el proton pseudos, apuntando hacia una teoría
de la evolución del instinto sexual:11 La realización de esos deseos (de
origen infantil, que no se pueden destruir ni inhibir) provocaría un senti­
miento no de placer sino de displacer, y precisamente esta transforma­
ción de afectos es la esencia de lo que hemos denominado ‘represión’
(...) esta transformación afectiva se produce en el curso del desarrollo
(piénsese en la aparición del asco, que primitivamente no existe en el
niño) (...). Los recuerdos a partir de los cuales el deseo inconsciente pro­
duce ese desencadenamiento de los afectos nunca han sido accesibles al
preconsciente, que, por tal razón, no puede utilizar ese desencadenamien­
to. (Esos pensamientos) quedan librados a sí mismos, ‘reprimidos’, y de

353
tal modo la existencia de un fondo de recuerdos infantiles, sustraído®
desde el principio a la vigilancia del preconsciente, es la primera condil
ción de la represión [513-514].” (1
Ese tema de la represión originaria, condición indispensable de lafl
represiones ulteriores, será en adelante una constante del pensamiento]
freudiano: por el Esquisse conocemos su origen conceptual, pero de allfl
en más la explicación deberá provenir de la teoría de la libido. Al mismo!
tiempo, deja de señalar un fenómeno patológico: “lo que está reprimida)
también consiste y subsiste en el hombre normal y sigue siendo capa®¡
de rendimiento psíquico [516]”; por otra parte, el sueño no es un fenó*J
meno de psicología normal, lo mismo que toda esa “psicopatología de fai
vida cotidiana” sobre la cual al año siguiente (1901) Freud publicará el
tratado. El chiste y lo cómico son otros de sus aspectos, y demuestran-
“qué aumento de trabajo exige la inhibición de los modos primarios al
señalar que obtenemos (...) un excedente que se descarga en risa, cuando;
los dejamos penetrar en la conciencia [515]” (véase Le mot d'esprit et
ses rapports avec l'inconscient, 1905). Los procesos psíquicos que es­
tán en la base de la patología aparecen así como de la misma naturaleza
que los qije estructuran la vida mental del hombre llamado normal: tal
fue el sentido de ese gran viraje del pensamiento freudiano que sucedió al
derrumbe de la neurótica y que signan las grandes obras de los años
1900-1905.
En adelante el desencadenamiento de la neurosis dependía de una
ruptura del equilibrio: “Cuando el deseo inconsciente reprimido es refor­
zado orgánicamente y presta esta fuerza nueva a sus pensamientos de
transferencia (sustitutivos), de manera que ellos pueden intentar penetrar
por la fuerza (en el preconsciente), hay entonces refuerzo de la oposición
del preconsciente a los pensamientos reprimidos (contrainvestición), y
después transacción, pasaje de los pensamientos de transferencia (carga­
dos de deseos inconscientes) bajo una forma intermediaria y creación del
síntoma [514].” De modo que por segunda vez se nos remite a la teoría
sexual, a través del interrogante del porqué de ese “refuerzo orgánico”.
Antes de examinar dicha teoría sexual en detalle, señalemos lo que
permitió el “pasaje” evolucionista que marca la carta 52: el modelo teó­
rico freudiano es en adelante tan significativo para la psicología normal
como para la psicología de las neurosis. Mejor aun, permite conceptua-
lizar la identidad fundamental de ambas, una de las adquisiciones funda­
mentales del psicoanálisis. Los tres registros metapsicológicos se han
diferenciado ya suficientemente de sus modelos originarios como para
representar las grandes dimensiones fenomenológicas de la clínica analí­
tica: el conflicto psíquico (punto de vista dinámico), la existencia del in­
consciente, sus leyes y su relación con la conciencia (punto de vista tó­
pico), la gravitación de las relaciones de equilibrio y de importancia rela-

354
"S

Uva de los móviles psicológicos en juego en el conflicto, así como su


indestructibilidad y la equivalencia de sus manifestaciones directas o de­
formadas (punto de vista económico). El psicoanálisis se plantea enton­
tes como verdadera ciencia del deterninismo psicológico.

Evolución y disolución de la libido

A. Teoría sexual en los Trois essais

I .os Trois essais sur la théorie de la sexualité6 aparecieron en 1905,


completando el edificio teórico del que la Traumdeutung constituyó el
primer pilar. Lo que en este caso se emplaza es una teoría acerca del ori­
nen y la evolución del instinto sexual, desde la infancia hasta la edad a-
dulta. La sexualidad infantil, respecto de la cual esta obra es el primer
manifiesto, constituía en esa época una novedad relativa, pero en cambio
un comienzo absoluto por la manera con que es concebida en su relación
i on la sexualidad del adulto (fuente y no prefiguración).7
Lo que caracteriza la sexualidad del niño es que ella proviene “de pul­
siones parciales y de zonas erógenas que, independientemente unas de o-
Iras, procuran como único objetivo de la sexualidad un cierto placer
1111]”; de modo que se trata de un conjunto compuesto y no de una
organización como la sexualidad adulta.8
Se llama pulsión al “representante psíquico de una fuente continua
ilc excitación proveniente del interior del organismo... (Ella) es por lo
imito en el límite la excitación de un órgano, y su finalidad próxima es
el apaciguamiento de una tal excitación orgánica. (...) Designaremos
(...) al órgano correspondiente como la zona erógena de la cual proviene
la pulsión sexual parcial [56-57].” Allí está la formulación que enlaza la
teoría de la “sexualidad ampliada” que está proponiendo Freud con sus
mitiguas concepciones (“órgano terminal”).9 Pero más adelante precisa
"que, en el organismo, se encuentran dispositivos que hacen que la exci-
üición sexual en tanto que efecto sobreañadido en un gran número de
procesos internos, en cuanto la intensidad de éstos supera cierto umbral
cuantitativo. (...) Es posible que nada importante ocurra en el organismo
üln contribuir por su parte a la excitación de la pulsión sexual [105]”.
Las zonas erógenas aparecen entonces como casos privilegiados (debido
H la importancia funcional de tales zonas y por lo tanto de las intensas
excitaciones que las estimulan forzosamente) de un proceso más general
que afecta toda la actividad del organismo (incluso las actividades mus­
cular o intelectual, los estados afectivos y también los traumatismos) y
se traduce en la teoría de la anaclisis: “La actividad sexual de entrada se

355
apoya en una función que sirve para conservar la vida, y sólo más tarde
se hace independiente de ella [74].” Así se pueden tomar en cuenta pul­
siones parciales sin zona erógena, tales como el sadomasoquismo o el
exhibicionismo.
El segundo carácter esencial de la sexualidad infantil “consiste en que
no está dirigida hacia otra persona. El niño se satisface con su propio
cuerpo; su actitud es autoerótica [74]”. Esa actividad autoerótica en­
cuentra su modelo en la masturbación, que ilustra claramente su carácter
local (circuito tensión-descarga): “El estado de necesidad, que exige el re­
tomo de la satisfacción, se revela (...) por un sentimiento particular de
tensión (...) un prurito... [78, las bastardillas son mías]” que la mani­
pulación autoerótica alivia.
Un tercer carácter es la ambivalencia del niño en el plano de la acti­
vidad o de la pasividad sexual, su disposición bisexual fundamental.
La evolución hacia la sexualidad adulta consistirá entonces en un pa­
saje desde esa anarquía autoerótica (“disposición perversa polimorfa
[86]”) hasta la elección de un objeto (hétero) sexual y un “fin sexual
nuevo (...) en cuya realización cooperarán todas las pulsiones parciales,
en tanto que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona
genital [111]”, todo ello “en razón de modificaciones orgánicas y de in­
hibiciones psíquicas que sobrevienen en el curso del desarrollo [146]”.
En efecto, “la pulsión sexual de los adultos se forma por la integración
de los múltiples movimientos e impulsos de la vida infantil, de manera
que se forme una unidad, una tendencia dirigida hacia un solo y único fin
[146-147]”. Se debe precisar que los órganos genitales constituyen desde
la infancia una zona erógena intensamente activa, sin que por ello se es­
tablezca una jerarquía entre ella y sus homólogas (lo que una vez más es
cierto en ese estadio del pensamiento freudiano). Por otra parte, una pri­
mera elección de objeto se bosqueja desde la infancia, “caracterizada por
la naturaleza infantil de los fines sexuales [98]”, y por objetos familiares
o parentales; algunas pulsiones parciales, como las parejas voyeurismo-
exhibicionismo o sadismo-masoquismo, son objetales por naturaleza.
La clave de esta evolución bifásica está constituida por el período de
latencia sexual, que se extiende desde aproximadamente el quinto año de
la vida infantil hasta el despertar sexual de la pubertad. “Durante el perí­
odo de latencia (...) se constituyen las fuerzas psíquicas que, más tarde,
obstaculizarán las pulsiones sexuales y, como diques, limitarán y cerra­
rán su curso. (...) Ante el niño que ha nacido en una sociedad civilizada
se tiene la sensación de que esos diques son obra de la educación, y por
cierto la educación contribuye a erigirlos. En realidad, esta evolución
condicionada por el organismo y fijada por la herencia puede a veces
producirse sin ninguna intervención de la educación. Esta, para permane­
cer dentro de sus alcances, deberá limitarse a reconocer las huellas de lo

356
<|uc está orgánicamente preformado, a profundizarlo y depurarlo [69-70;
las bastardillas son mías].” Esa represión orgánica es responsable de la
amnesia infantil y da cuenta de la capacidad para las represiones ulterio­
res que “solamente se explican por el hecho de que el individuo posee un
t conjunto de vestigios dejados por el recuerdo, de los que la conciencia no
puede disponer y que por un proceso de asociación se convierten en ceñ­
iros de atracción para los elementos que fuerzas provenientes de la aso­
ciación rechazan y reprimen [68]”.
Segúñ lo dice Freud en un artículo exactamente contemporáneo,10 su
evolución en el plano teórico lo condujo en consecuencia a pen­
sar que la “defensa en el sentido puramente psicológico ha sido reempla­
zada por la represión sexual orgánica”.11 De modo que ésta consiste en
la aparición de esos diques psíquicos12 que canalizan y cierran el curso
de la excitación sexual: pudor, asco, vergüenza, compasión, dolor, aspi­
raciones morales y estéticas, horror al incesto. “Verosímilmente, ellos
se constituyen a expensas de las tendencias sexuales del niño (asi") des­
viadas de su uso propio y aplicadas a otros fines [70].” Esos diques son
los “depósitos históricos de las inhibiciones exteriores impuestas a la
pulsión sexual en la filogénesis de la humanidad [174, nota 29]”. Ese
proceso es en efecto la fuente de las sublimaciones y del desarrollo mo­
ral y cultural de la humanidad, por lo menos en lo que concierne a las
pulsiones cuya integración en lasexualidad adulta13 es imposible (sado-
masoquismo, tendencias incestuosas y homosexuales, analidad, etcétera).
III resto se subordina a la primacía genital y a la elección de objeto hete­
rosexual, procurando los “placeres preliminares” que sirVen de introduc­
ción en el desarrollo del acto sexual. En cuanto a la elección de objeto
Infantil (incestuoso), “los fines sexuales así formados han sufrido una
especie de suavización y se presentan en este período como constitu­
yendo una corriente de ternura en la vida sexual [98]”.

IV Perversión y teoría de las neurosis


De modo que Freud intenta entonces responder mediante una amplia teo-
rfu de la evolución de la pulsión sexual a la cuestión que la teoría de la
deducción había procurado resolver con la más elegante de las soluciones
psicológicas, la de la causa de la represión de los impulsos libidinales.
Desde luego, como ya lo hemos visto, esa tesis fuertemente evolucio­
nóla apelaba en gran medida a la ley biogenética de Haeckel, es decir a
I» determinación filogenética del desarrollo individual: “La filogénesis ha
podido fijar el orden en el cual las diferentes pulsiones entran en activi­
dad y determinar el momento de su manifestación antes de que desaparez­
can bajo la influencia de una pulsión nueva, o como consecuencia de u-
na represión caracterizada [160].” Así es que en ese punto la mutación
que transforma en causas de displacer antiguas fuentes de placer y explica»
la represión inicial (ausencia de transcripción) es asignada a una determi- ■
nación biológica, fijada por la historia de la especie y la herencia. Del 1
Esquisse subsiste la idea de una temporalidad en dos momentos y la dq s
un efecto demorado (la pulsión primitiva continúa actuando en el i n - 1
consciente) pero traspuesta al plano de la historia de la especie: “La a
instauración bifásica del desarrollo sexual, en otras palabras la interrup- 9
ción de ese desarrollo por el período de latencia, nos ha parecido (...) una 1
de las condiciones que permiten al hombre el desarrollo hacia una civili- i
zación más elevada (y) también la explicación de las predisposiciones a i
las neurosis. En los animales emparentados con el hombre no conoce- i
mos nada análogo. Para encontrar los orígenes de esta particularidad en i
el desarrollo humano habría que remontarse a la prehistoria [150].” 1
De modo que es allí donde se inscribe la interpretación de las mani- 1
festaciones psicopatológicas. Va a tratarse esencialmente de una explica- 1
ción de las represiones exteriores (secundarias) de la pubertad y de sus e- j
fectos. Su punto de partida es una predisposición que conocemos desde 1
cierto tiempo: “La energía de la pulsión sexual (...) es la fuente de ener- 1
gía más importante de la neurosis y la única constante. De manera que I
la vida sexual de los enfermos se manifiesta exclusivamente, o en gran i
medida, o parcialmente, a través de esos síntomas. Estos no son (...) 1
más que la actividad sexual del enfermo [50-51].” Pero a esta tesis ya 1
clásica del pensamiento freudiano se añade en adelante una corrección e- I
sencial: “Los síntomas mórbidos no se desarrollan a expensas de la pul- I
sión sexual normal (por lo menos no exclusivamente ni de una manera i
preponderante), pero representan una conversión de pulsiones sexuales ]
(...) perversas (...). Por así decirlo, la neurosis es el negativo de la |
perversión [53-54].”14 Para ello hay una razón esencial, además de los 1
factores de fijación que examinaremos más adelante: “una represión se- 1
xual que supera la medida normal (...) una intensificación del desarrollo i
de las fuerzas que se oponen a la pulsión sexual [52]”, lo que entraña que 1
“la libido sea detenida en su curso, como un río es desviado de su lecho 1
principal, y que se dirija hacia vías colaterales que hasta allí carecían de i
empleo [59]”. i
En este punto entran en juego tres factores:

—La intercambiabilidad relativa de las satisfacciones pulsionales: la |


libido funciona en cierta manera como un todo, cosa queexpresan las \
metáforas del río o de los vasos comunicantes. j
— La relativa contingencia del objeto sexual apunta en el mismo
sentido: “Hemos ahora advertido el error (...) cometido al establecer la- \
zos demasiado íntimos entre la pulsión sexual y el objeto sexual. (...)
Es lícito creer que la pulsión sexual existe de entrada independientemente
de su objeto, y que su aparición no está determinada por excitaciones
provenientes del objeto [31].” Freud subraya así la fragilidad de la sol­
dadura entre pulsión y objeto en el caso de la sexualidad si se la compa­
ra por ejemplo con el hambre (cf. [32]).
—El factor “actual” de represión cultural, cuyo papel Freud no cesará
de subrayar, y que obra como embalse en el “lecho principal” de la co­
rriente libidinal.15

De todo ello resulta al fin de cuentas que “los neuróticos permanecen


en el estado infantil de la sexualidad o vuelven a caer en ese estado [62]”,
es decir que su sexualidad tiene la misma morfología que la de los per­
versos sexuales. De modo que uno se ve remitido hacia la determinación
de las perversiones sexuales, respecto de las cuales las neurosis no son
más que el reverso.
“La pulsión sexual en sí se nos (aparecía) como un conjunto que, en
el caso de las perversiones, se disocia [146]”; “todos los trastornos mór­
bidos de la vida sexual pueden ser considerados con todo derecho resul­
tantes de inhibiciones en el curso del desarrollo [112]”. También aquí la
teoría evolucionista del desarrollo de la sexualidad explicará los trastor­
nos patológicos de ese desarrollo: “cada etapa de esta prolongada evolu­
ción puede convertirse en un punto de fijación; cada ensambladura de es­
ta combinación complicada puede dar lugar a una disociación de la pul­
sión sexual [152].” Desde la infancia a la pubertad y la edad adulta, las
pulsiones sexuales se originan de modo aislado, funcionan anárquica­
mente, y después se organizan en un todo jerárquico y orientado; esta or­
ganización puede ser perturbada: entonces se constituye la fijación pa­
tógena que la disocia. Una o varias pulsiones parciales continúan diri­
giendo por sí mismas su actividad, puntos de cristalización de una per­
versión, puntos de llamada para la constitución futura de una neurosis en
el momento de un bloqueo ulterior de la satisfacción sexual (reflujo co­
lateral después de represión secundaria), a menos que una sublimación
rica pueda drenar las energías sin consecuencia patológica notable. Una
serie de factores pueden ser objeto de discusión en ese trastorno evoluti­
vo y, como regla, colaboran para constituirlo:

—Antes que nada, la constitución sexual innata, que consiste “en u-


na preponderancia de tal o cual fuente de excitación sexual [153]”. Es
preciso considerar en gran medida “las represiones y sublimaciones co­
mo una parte de las disposiciones constitucionales del individuo, como
sus manifestaciones mismas [157-158]”.
—Entre los factores constitucionales, es preciso apartar tres elemen­
tos que se refieren no a la relación de las pulsiones parciales, sino a la
temporalidad. Se trata en primer lugar de la “precocidad sexual espontá­

359
nea, que se encuentra invariablemente en la etiología de las neurosis (y)
se manifiesta por una interrupción, una abreviación o una supresión del
período de latencia. Su efecto será hacer más difícil el dominio deseable
de la pulsión sexual por las instancias psíquicas superiores [159]”; a
continuación, el orden de aparición y la duración de la actividad de las
pulsiones parciales; en efecto: “No es indiferente que una corriente surja
antes o después de la corriente contraria, pues el efecto de una represión
no puede ser anulado [160]”;16 por fin, la tenacidad, “capacidad de fija- i
ción de las impresiones de la vida sexual [161]”, factor que Freud deno- |
minará más tarde viscosidad de la libido y que explica que “las mismas ‘
manifestaciones sexuales precoces no ejerzan en otros sujetos una in­
fluencia lo bastante profunda como para forzarlos a la repetición [161]”. j
—Finalmente, las “causas ocasionales”, es decir las experiencias par­
ticulares, accidentales de la primera infancia, factores de la historia per- .
sonal y de las influencias experimentadas. i

Freud subraya que “no es fácil evaluar la importancia de los factores


constitucionales y accidentales. Desde el punto de vista teórico, uno se
verá siempre llevado a sobrestimar los primeros, en tanto que en la prác­
tica terapéutica prevalecerá la importancia de los segundos. (...) En lá
mayoría de los casos, se puede imaginar una serie complementaria en la
que las intensidades decrecientes de uno de los factores son compensadas
por las intensidades crecientes del otro, lo que, no obstante, no puede
servir para negar la existencia de casos extremos [158]”. Así, propone
designar “degeneraciones hereditarias [153]” los casos puramente consti­
tucionales en los que la debilidad innata de la pulsión genital es la verda- i
dera fuente del desarrollo patológico (esto es a su juicio lo que ocurre en 1
el fetichismo: [39]). - <

Por lo tanto, en adelante Freud relaciona los descubrimientos psicoa-


nalíticos con una teoría muy biologizante. En ella hemos encontrado
profundamente inscripta la huella de las concepciones del Esquisse,
reinterpretadas en un marco evolucionista en el que la filogénesis del ;
instinto sexual y del aparato psíquico explica sus estructuras y su deve­
nir. La sexualidad sigue debiendo su poder patógeno a su aparición en
dos fases, pero ahora son los acontecimientos de la historia supuesta de
la especie los que determinan su efecto.
En el nivel de la patogénesis individual, “las influencias accidentales
provenientes de la experiencia (han) retrocedido a un segundo plano, de
modo que los factores de la constitución y de la herencia necesariamente
recuperaron una vez más la parte preponderante”.16bis
Más que nunca se subraya “la semejanza de las neurosis con los fe­
nómenos de intoxicación y de abstinencia.(...) Resulta apenas posible e-
>
360
vi lar representarse esos procesos como siendo en última instancia de na-
luraleza química, de manera que en lo que se llama neurosis actuales po­
demos reconocer los efectos somáticos de los trastornos del metabolis­
mo sexual y en las neuropsicosis los efectos psíquicos de esos mismos
t trastornos”.17 También Freud en la conclusión del caso “Dora” les dice a
quienes en su doctrina sólo ven una pura psicogénesis, que “la teoría no
omite en absoluto indicar el fundamento orgánico de las neurosis (...) al
reemplazar provisionalmente las modificaciones químicas, por cierto
probables, pero actualmente inaprehensibles, por la de la función orgá­
nica. (...) Sólo la técnica terapéutica (psicoanálisis) es puramente psico­
lógica”.18 Sabemos en qué la objetividad de los fenómenos inconscien­
tes parece necesitar, para el espíritu de Freud, el recurso a una materia­
lidad, en el momento mismo en que relata el primero de los grandes
psicoanálisis. Examinemos cómo se inserta allí la teoría de un trata­
miento “puramente psicológico”.

Teoría de la técnica

Durante toda esta fase del pensamiento freudiano, la concepción genética


del tratamiento psicoanalítico siguió estando muy impregnada por el
modelo catártico y la “ecuación fundamental” recuerdo-síntoma.19 “El
iratamiento debe tender a suprimir las amnesias. Cuando todas las lagu-
nus de la memoria han quedado colmadas, todas las misteriosas reaccio­
nes del psiquismo explicadas, tanto la continuación como la recidiva de
» una neurosis pasan a ser imposibles.”20 Ello tiene que ver con las dife­
rencias de los modos de funcionamiento del sistema inconsciente y el
sistema preconsciente-consciente: “La traducción de ese inconsciente en
conciencia en el psiquismo del paciente debe llevar a este último a lo
normal y a suprimir la coacción a la que está sometida su vida psíquica.
I'n efecto, la voluntad consciente se extiende a todos los lugares en los
que se producen procesos psíquicos conscientes y toda coacción tiene su
fuente en el inconsciente. (...) Sólo empleando nuestras energías psíqui­
cas más elevadas, siempre ligadas al estado de conciencia, podemos do­
minar nuestras pulsiones.”21
De modo que el tratamiento tiene por finalidad asegurar un mejor do­
minio del sistema ligado a la conciencia (yo o preconsciente) sobre el
conjunto de la vida psíquica y en particular sobre el material patógeno
Inconsciente;22 allí reside al mismo tiempo el resorte de su efecto tera­
péutico. A esta concepción están vinculados dos temas esenciales:

—En primer lugar, el aspecto pedagógico del tratamiento: “La apari­


ción del inconsciente se asocia a un sentimiento de ‘displacer’; de allí la

361
r

oposición por parte del analizado... Si se lleva al paciente a aceptar, en


virtud de una mejor comprensión, lo que hasta allí había rechazado (re-t
primido) como consecuencia de una regulación automática del displacer,
se habrá realizado una buena parte del trabajo educativo.”23
—En segundo término, las cualidades personales que tienen que pret
sentar los pacientes para poder beneficiarse con el tratamiento. Además
de la necesidad de un mínimo de inteligencia,24 “hay que rechazar a los
enfermos que no poseen un grado suficiente de educación y cuyo carácter
no es lo bastante seguro. (...) La enfermedad de un paciente no debe disi­
mulamos el verdadero valor de este último. (...) Nos resulta grato verifi­
car que el psicoanálisis está en condiciones de ayudar con mayor eficacia
justamente a las personas de mayor valor, a las personalidades más evo­
lucionadas”.25 En efecto, “es partiendo del estado normal como se llega
a controlar el estado patológico. (...) La psicoterapia analítica no es un
método de tratamiento de la degeneración neuropática; por el contrario,
en ese punto se ve detenida”.26

Así la concepción general biologizante del psiquismo, de su evolu­


ción y su patología, tal como Freud la presenta en esta fase, encuentra
su contrapartida en una teoría intelectualista, a la vez cognitiva y peda­
gógica del tratamiento. Volvemos a encontrar allí la ligazón interna en­
tre asociacionismo y psicologismo:27 el último oblitera las lagunas
psicológicas del primero. De modo que no hay que sorprenderse de hallar
la noción de “degeneraciones psíquicas” en la encrucijada de lo que está
más allá, per una parte, de una comprensión clínica que todavía no su­
pera en mucho el aspecto “dramático”28 y, por otro lado, de una terapéu­
tica cuyas indicaciones siguen limitándose a los pacientes más “norma­
les” de una cierta clase social.29 La personalidad, cuyos trastornos pro­
fundos están totalmente fuera del alcance del tratamiento psicoanalítico,
tanto como lo está su estructura psicológica a la teoría, sigue siendo
más que nunca el punto ciego del pensamiento freudiano. Fue por lo
tanto una muy profunda mutación interna la que operó la renovación clí­
nica y conceptual que marca los primeros pasos del psicoanálisis en ese
terreno: vamos a tratar de delimitar su origen y su desarrollo.

NOTAS

1. S. Freud: L'Interprétation des reves, 1899; cit. infra, en este capítu­


lo, con el número de página de la edición francesa entre corchetes,
sin llamada; salvo mención en contrario, las bastardillas son de
Freud.
2. Freud precisa que ignora “lo que puede ser el mecanismo de ese proce-

362
r .
so; si alguien se interesara en él, tendría que recurrir a analogías
; físicas y tratar de representarse los procesos motores que acompa­
ñan la excitación de las neuronas [510]”. Pasaje que sería sin duda
enigmático si no contáramos con el Esquisse.
' S. Freud: Le mot d'esprit et ses rapports avec Vinconscient, 1905,
1 págs. 282-283.
■I S. Freud: “Des sens opposés dans les mots primitifs”, 1908, en Es-
sais de psychanalyse appliquée, págs. 59-67.
^ Cf. R Bercherie: “La constítution du concept freudien de psychose”,
que aparecerá en Ornicar?
U Infra, las citas aparecen con el número de página de la edición france­
sa (S. Freud: Trois essais sur la théorie de la sexualité) entre cor-
chetes hasta el final de este capítulo, sin llamadas; salvo mención

I en contrario, las bastardillas son de Freud.

/ Cf. supra , cap. 13.


H Freud sólo reconocerá la existencia de “organizaciones sexuales infan­
tiles” en la etapa siguiente de la evolución de su pensamiento (cf.
infra, cap. 15).
Cf. supra, cap. 10.
10. S. Freud: “Mes opinions sur le role de la sexualité dans l'étiologie des
névroses”, 1905, S. E., VII, págs. 269-279.
I I. Ibíd., pág. 278.
11. Más exactamente, el primer tiempo consiste en que las pulsiones in­
fantiles, debido “al desarrollo ulterior del individuo, (ya no podrí­
an) producir más que sensaciones de displacer. Esas excitaciones
sexuales provocadas harían así entrar en juego contrafuerzas, o re­
acciones que, para poder reprimir eficazmente esas sensaciones de­
sagradables, establecerían diques psíquicos [71]”.
1 Integración de todas maneras parcial: un contingente importante de
las pulsiones parciales integradas con primacía genital todavía ali­
menta el proceso de sublimación.
14. Desde la carta 52 que, en muchos aspectos, representa el punto de ar­
ticulación entre el Esquisse y la fase que estamos examinando,
Freud consideraba que “en la histeria se trata, de hecho, antes bien
del rechazo de una perversión que de una negación de la sexuali­
dad” (S. Freud: Lettres á W. Fliess, n5 52, 6 de diciembre de
1896, en La naissance... pág. 159).
i 15. Cf. supra, cap. 13, y S: Freud: “La morale sexuelle ‘civilisée’ et la
maladie nerveuse des temps modemes”, 1908, en La vie sexuelle,
págs. 28-46.
I(>. Freud cita en particular el caso de los homosexuales que han conocido
un breve y fugaz período heterosexual en el comienzo de la puber­
tad.
lfibis. S. Freud: “Mes opinions...”, S. E., VII, pág. 275.
17. Ibíd., págs. 278-279; es necesario recordar que se trata de la única
teoría de la angustia (transformación directa, de aspecto tóxico, de
la libido reprimida) en esta etapa del pensamiento freudiano.
363
18. S. Freud: Fragment d'une analyse d'hystérie (Dora), 1901, pub. en
1905, en Cinq psychanalyses, pág. 84.
19. Cf. D. Widlocher: Freud et le probléme du changement, primera par­
te.
20. S. Freud: “La méthode psychanalytique de Freud”, 1904, en La tech*
ñique psychanalytique, págs. 5-6.
21. S. Freud: “De la psychothérapie”, 1904, en La technique..., pág. 20.
22. Proceso terapéutico que Freud formuló con frecuencia como reemplazo
de la represión por el juicio consciente, eventualmente de condena.
Condena ya clara en el Esquisse, por otra parte, y que aparece en
observaciones tales como la siguiente: “La represión puede ser
considerada intermediaria entre el reflejo de defensa y la condena.”
(S. Freud: Le mot d'esprit..., págs. 290-291.) La terapia apunta a
reforzar el empleo de los mecanismos psíquicos más “recientes” y
evolucionados.
23. S. Freud: “De la psycothérapie", en La technique..., pág. 20 (las
bastardillas son mías).
24. Lo mismo que, por otra parte, de la ausencia de una verdadera enfer­
medad mental: psicosis, estados confusionales y melancólicos (cf.
S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., pág. 7).
25. S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., págs. 17-18.
26. S. Freud: “De la psychothérapie”, en La technique..., pág. 17 (las
bastardillas son mías).
27. Lazo esencialmente cartesiano: la división de sustancias materiales
(cuerpo) y espirituales (psiquismo) constituye su fondo.
28. Cf. supra, cap. 13.
29. En tal sentido, el caso Dora, de publicación exactamente contemporá­
nea, constituye el modelo del pensamiento freudiano de la década
de 1900.

364
Capítulo XV

LA M UTACION DE LOS CONCEPTOS FREUDIANOS:


NARCISISM O Y PERSONALIDAD (1909-1919)

Las fuentes: Janet y la escuela de Zurich

Alrededor del año 1909, una muy profunda mutación interna trabajaba el
pensamiento freudiano: pronto se difundirá en los textos de los afíos
1911-1917, que culminaron en un gran intento de síntesis, con la Mé-
tapsychologie y las lecciones de Introduction á la psychanalyse. La
primera huella de la nueva orientación se encuentra %n la quinta de las
conferencias pronunciadas por Freud en setiembre de 1909 en la Clark
University, en oportunidad de su viaje a Estados Unidos de América, a-
compañado por Jung. Freud observa que “los hombres caen enfermos
cuando, como consecuencia de obstáculos exteriores o de una adaptación
insuficiente, la satisfacción de sus necesidades eróticas les es negada en
la realidad. Vemos entonces que se refugian en la enfermedad, a fin de
poder obtener, gracias a ella, los placeres que la vida les niega”.1 Ocurre
en efecto que “mantenemos dentro de nosotros toda una vida de fantasía
que, al realizar nuestros deseos, compensa las insuficiencias de la exis­
tencia verdadera. El hombre enérgico y que tiene éxito es aquel que llega
a transmutar en realidades las fantasías del deseo. Cuando esa transmuta­
ción fracasa por falta de circunstancias exteriores y por la debilidad del
individuo, éste se aparta de lo real; se retira al universo más feliz de su
sueño; en caso de enfermedad transforma su contenido en síntomas”.2
A ese tema nuevo (el de la polaridad entre una adaptación a lo real
concebida como una tensión en la acción — más tarde Freud la llamará
"aloplastia”— y un refugio patógeno en el mundo interior de ensueños
lantasmáticos omnipotentes —“autoplastia”—) vamos a encontrarlo ín­
timamente ligado a la introducción de la noción de narcisismo y a un

365
nuevo análisis de la estructura y el funcionamiento del aparato mental.
No se trata de que el problema del fantasma sea en Freud una novedad;
lejos de ello: desde el abandono de la teoría de la seducción, el fantasma
avanzó cada vez más al primer plano de la exploración psicoanalítica3
como encamación privilegiada (representante psíquico) de la pulsión y
matriz del síntoma. Pero hasta entonces el fantasma había sido concebi­
do como una especie de eslabón intermedio entre la tensión somática
pulsional y la descarga en la acción adecuada; proyecto de acción, recuer­
do de experiencia satisfactoria pasada, también podía por cierto represen­
tar una especie de satisfacción sustitutiva de la pulsión cuando a ella se
le negaba una salida más adecuada (papel del “sueño diurno”, al que
Freud considera una de las matrices del fantasma). Pero en ningún caso
hasta entonces el fantasma había sido concebido como una de las ver­
tientes de la actividad psíquica en su mediación entre la pulsión y la rea­
lidad
Esa nueva orientación de la mirada freudiana tiene su fuente en los
contactos que en 1909, desde poco más de dos años, Freud mantenía cori
la escuela de Zurich, es decir esencialmente con Jung y accesoriamente
también con Bleuler y Abraham. A lo largo de toda la rica corresponden­
cia que Freud sostuvo con Jung (la única en la que se halla el mismo a-
liento y el mismo nivel que caracterizaron el intercambio con Fliess)
parecería que la mutación se forjó en un terreno principal de discusión:
el problema de las psicosis. El debate se refiere primero a la autonomía
nosográfica de la demencia precoz (esquizofrenia) con relación a la para­
noia. La posición de Freud está de entrada extremadamente construida: en
lo esencial ya corresponde poco más o menos al análisis que desarrollará
con respecto al presidente Schreber.
Su idea básica es que se trata fundamentalmente de una sola entidad
de un solo proceso patológico, cuya versión completa, canónica, es la
paranoia (en el sentido prekraepeliniano): “La paranoia sigue siendo el
concepto teórico; demencia precoz parece ser en efecto una expresión e-
sencialmente clínica.”4
Freud expone el modo en que se representa el conjunto de ese proce­
so complejo, en una carta del 21 de abril de 1907,5 que acompaña un
manuscrito acerca de ese tema redactado en el mismo momento,6 y en la
carta siguiente del 23 de mayo.7 En ese manuscrito de abril de 1907
Freud estableció que en la paranoia, a continuación del conflicto, “la li­
bido le es retirada al objeto. (...) La hostilidad hacia el objeto que se ma­
nifiesta en la paranoia (...) es la manifestación endógena de la desinves-
tición libidinal.8 (...) La investición retirada al objeto es vuelta hacia el
yo, es decir que se convierte en autoerótica. Así, el yo paranoide está so-
breinvestido —egoísta, megalómano— ”.9 Tal es el primer tiempo, el de
la represión:10 “La libido abandona la representación de objeto, la cual,
>
366
de ese modo precisamente despojada de la investición que la designaba
como interior, puede ser tratada como una percepción y proyectada hacia
el exterior (donde) puede ser acogida fríamente durante un momento”.11
Desde ese punto de partida común “es posible entonces construir
Ircs casos:
” 1) la represión... tiene un éxito definitivo; entonces hay (...) de­
mencia precoz. (...) Quizás la representación de objeto proyectada apa­
rezca sólo pasajeramente en la ‘idea delirante’; la libido se agota definiti­
vamente en autoerotismo, la psique se empobrece (...);
”2) o bien, en el momento del retomo de la libido (fracaso de la pro­
yección) solamente una parte es dirigida hacia el autoerotismo; otra bus­
ca de nuevo el objeto, que debe entonces ser hallado en el extremo per­
ceptivo, y que es tratado como una percepción. Entonces la idea delirante
se hace más acuciante, la contradicción contra ella cada vez más violen­
ta, y todo el combate de defensa se libra de nuevo, como rechazo de la
realidad (...) hasta que finalmente la libido recién llegada sea sin embar­
go arrojada al autoerotismo, o que una parte de ella quede perdurable­
mente fijada en el delirio. (...) Se trata de la demencia precoz en el para-
noide, el caso por cierto más impuro y más frecuente;
”3) o bien la represión fracasa por completo. (...) La libido recién
llegada gana al objeto en adelante convertido en percepción, produce ide­
as delirantes extremadamente fuertes, la libido se cambia en creencia, se
desencadena la transformación secundaria dél yo; esto da la paranoia pu­
ra”.12
En esta última forma volvemos a encontrar los primeros análisis de
Freud,13 pero en adelante, respecto de la paranoia, “el mecanismo sólo
se vuelve (...) explicable por medio de esa serie que va hasta la demencia
precoz completa”, 14 es decir a través del concepto de desprendimiento de
la libido y por lo tanto de la referencia a una regresión autoerótica. Hay
allí, por otra parte (es necesario precisarlo) una idea ya antigua de
Freud,15 que le habla de ella a Fliess en su carta del 9 de diciembre de
1899: “Me he visto llevado a considerar la paranoia como el acceso de
uha corriente autoerótica.”16 De modo que en 1907 comunicó ese análi­
sis a Jung, al mismo tiempo que a Abraham,17 quien lo adoptará y, en
lo que concierne a la demencia precoz, publicará en tal sentido, en 1908,
su artículo “Les différences psychosexuelles entre l'hystérie et la démen-
cc précoce”.18 En cuanto a Jung, opuso un cierto número de argumentos
que ponían de manifiesto una posición bastante distinta sobre el conjun­
to del problema, traduciendo por cierto lo que Freud entendió inmediata­
mente sin duda y a justo título como la influencia rival de su “jefe”
Bleuler, pero también probablemente la gravitación de un material clíni­
co específico, el de las grandes psicosis asilares.
Bleuler, en efecto, estaba completamente de acuerdo con Kraepelin en

367
distinguir del grupo de la demencia precoz-esquizofrenia, una paranoia
restringida, que subsumía las psicosis delirantes crónicas no alucinato-
rias cuyo desarrollo, no disociativo, se desplegaba “con conservación
completa de la claridad y del orden en el pensamiento, la voluntad y la
acción”.19 En su obra de 1906 Bleuler entiende la paranoia como la sis­
tematización de una reacción afectiva de ciertos predispuestos a situacio­
nes vitales que defraudan sus esperanzas, los humillan, y a las cuales el
delirio aporta una desmentida directa (delirio de grandezas) o indirecta, re­
lacionando el fracaso del sujeto con la mala voluntad del ambiente (deli­
rio de*persecución). En resumen, una reacción de afirmación de sí que
manifiesta la protesta de un yo vigoroso e hipersensible; de allí las a-
firmaciones de Bleuler según las cuales los complejos sexuales sólo de­
sempeñarían un papel débil en la patogenia de la paranoia verdadera,
mientras que al “complejo del yo” (o complejo personal) le correspondía
el lugar principal. De entrada, Freud acogerá mal ese tipo de análisis:
“No sé qué hacer con la ‘personalidad’, ni tampoco con el ‘yo’ bleuleria-
no. (...) Pienso que son conceptos de psicología de superficie.”20 Asi­
mismo, le escribió a Abraham poco después: “ ‘Personalidad’, de la
misma manera que el concepto del yo de vuestro jefe (Bleuler), es una
expresión poco determinada, que pertenece a la psicología de superficie y
que, para la comprensión de los procesos reales, y por lo tanto para la
metapsicología, no aporta nada en particular.”21
En cuanto a la demencia precoz, en el centro de las preocupaciones de
Jung (cuya posición se elaboró lentamente bajo los ojos del propio
Freud)22 estaba la noción que un poco más tarde -Bleuler denominará
autismo. Desde el principio recibió la noción de autoerotismo otorgán­
doles una significación muy particular: “Cuando usted dice que la libido
se retira del objeto, quiere sin duda decir que se retira del objeto real por
razones normales de represión (obstáculos, imposibilidad evidente de re­
alización, etcétera) y que se vuelve hacia una burla fantasmática del con­
trol de lo real, con lo cual inicia su juego autoerótico clásico.”23 De
modo que Jung trata de ubicar el concepto freudiano en una polaridad
entre la realidad y el fantasma: “El autoerotismo, como sobrecompen-
sación de los conflictos de realidad es en gran medida teleológico. (...)
Las psicosis (...) deben sin duda comprenderse como aislamientos pro­
tectores que han fracasado, o más bien que se han desarrollado desmesu­
radamente. (...) Los enfermos no se esfuerzan (...) por intentar ajustes a
la realidad, por el salto de relaciones nuevas adecuadas. (...) La paranoia
busca soluciones interiores (al conflicto).”24 De allí proviene el análisis
que propone del mecanismo patógeno: “El desprendimiento y la retrofor-
mación de la libido en formas autoeróticas tienen probablemente una
muy buena razón en la afirmación de sí, en la autoconservación psicoló­
gica del individuo.”25 Se trata de la idea de la “fuga a la enfermedad”26 y

368
se puede ver a Jung extender el análisis bleuleriano al conjunto de las
dos grandes psicosis. Por ello no tiene inconvenientes en aceptar la sín-
lesis freudiana. Por lo demás, la concepción que elabora parece tener un
nlcance más general, puesto que con diversos resultados se aplica final-
unente al conjunto de los procesos neuróticos. No obstante, “la histeria,
junto con la represión, realiza siempre nuevos intentos de ajustes a la
realidad, relaciones nuevas adecuadas”.27 De modo que Jung se verá lle­
vado a oponer las “neurosis de transferencia” a las “neurosis de introver­
sión” (psicosis) de acuerdo con lo que considera el desenlace ulterior de
la enfermedad.
Es interesante ubicar el origen de las concepciones de Jung. Cada vez
que evoca el déficit mental que acompaña a la fuga autoerótica a la enfer­
medad (a la cual pronto denominará introversión de la libido) emplea en
francés la expresión “descenso del nivel mental” 28 tomada de la teoría
de la psicastenia de Pierre Janet. Por lo demás, el mismo explicita clara­
mente la filiación conceptual: “psicastenia = introversión de la libido =
demencia precoz”.29 Como ya lo hemos visto respecto de la histeria,30
Janet consideraba las neurosis como efecto de un descenso de la tensión
psicológica que hacía al sujeto incapaz de ejercer la función de lo real,
la actividad psicológica que exigía el máximo de tensión mental (acción
voluntaria adaptada), y lo dejaba librado al reino del los automatismos
-los ensueños de autosatisfacción constituían uno de los aspectos, lo
mismo que los síntomas de las neurosis— . La escuela de Zurich conocía
bien a Janet: Bleuler tomó de él el marco conceptual de su teoría de la
esquizofrenia, Jung asistió a sus cursos en París durante el invierno de
1902-1903. Además terminará por alinearse con el francés en posiciones
homólogas, “considerando como fundamento constitucional de las neu­
rosis la mala relación entre libido (...) y afirmación de sí” ,31 traducción
"adlerizante” de la teoría de Janet, puesto que las neurosis eran casos “de
sobreinvestición de sí, o sea de debilidad en la adaptación, yendo ambas
cosas siempre juntas” 32 Así, le afirmará finalmente a Freud que “la su­
presión de la función de realidad en la demencia precoz no se deja reducir
a la represión de la libido”,33 puesto que esta última, por el contrario,
sería su efecto.
De entrada, Freud reaccionó negativamente a las ideas que Jung le
comunicaba: la libido “no es autoerotismo mientras tiene un objeto, se
trate de un objeto real o de un objeto fantasmático”,34 le respondió. Pe­
ro de modo progresivo irá manifestando por la concepción junguiana un
interés creciente: “sus observaciones (...) han encontrado resonancia en
mí”;35 “sus puntos de vista (...) son ciertamente justos pero no para la
paranoia solamente. Conciernen sin duda a todas las neurosis y psico­
sis”.36 Al mismo tiempo, seguía suscribiendo la mayor parte de su pro­
pio análisis y se inquietaba por la evolución de Jung: “La psicología de

369
Adler nunca ve más que lo que reprime y describe en consecuencia la ac­
titud del yo con respecto a la libido como la condición fundamental de la
neurosis. Encuentro que en el presente está usted en el mismo camino,
casi con la misma palabra. Es decir que también usted, a causa del yo,
que no he estudiado suficientemente, corre el riesgo de perjudicar a la li­
bido a la cual he rendido homenaje.”37 En adelante, Freud tratará de cu­
brir esa “insuficiencia” duplicando la psicología profunda, que hasta en­
tonces había sido esencialmente el psicoanálisis, con una psicología del
yo a la que consagrará por sobre todo sus esfuerzos. El primer texto ca­
pital en ese sentido, Formulations sur les deux principes du fonction-
nement mental, apareció en 1911; lo anunció a Jung con las siguientes
palabras: “No se sorprenda ahora si encuentra una parte de las exposicio­
nes de sus escritos en un ensayo mío (...) y no me llame plagiario por
ello, aunque tenga la tentación de hacerlo.”38
De modo que, a través del “plagio” (integración sería una palabra
más precisa) de una concepción de Janet vía Jung, Freud emprende la re­
visión del modelo atomístico y “maquinístico” del psiquismo que hasta
entonces había estructurado su pensamiento. Así se verá llevado a llenar
esa laguna inicial de su mirada respecto de la cual he insistido varias ve­
ces: la ausencia de una percepción del aspecto de la personalidad en la es­
tructura subjetiva.

Incidencias en la teoría de las neurosis y del tratamiento

A. Los dos regímenes del funcionamiento mental


(

Desde las primeras líneas de las Formulations (el artículo apareció en


1911) Freud ubica el nuevo tema y su filiación: “Hemos observado des­
de hace mucho tiempo que toda neurosis tiene como consecuencia, y
también verosímilmente por tendencia, rechazar al enfermo hacia afuera
de la vida real, de hacerlo extraño a la realidad. Tal estado de cosas no
podía haber escapado a la atención de Pierre Janet: él habla de una pérdi­
da de ‘la función de lo real’ como de un carácter particular de las neuro­
sis, pero sin descubrir la relación de ese trastorno con las condiciones
fundamentales de la enfermedad. La introducción del proceso de repre­
sión en la génesis de la neurosis nos ha permitido tomar conocimiento
de esa relación. El neurótico se aparta de la realidad porque —en todo o
en parte— la encuentra insoportable. (...)39 De ello resulta para_noso-'
tros la tarea de realizar investigaciones acerca del desarrollo de la relación
del neurótico y del hombre en general con la realidad, y la de incluir así

370
la significación psicológica del-mundo exterior real en el ensamblaje de
nuestra doctrina.”40
Como se ve, Freud integró completamente el punto de vista jun-
guiano: en adelante experimentó algo así como una urgencia por cons­
truir la teoría de ese modo de ver. Trató de hacerlo a partir de los mate­
riales de los cuales ya disponía, retomando la oposición genética entre
los sistemas inconscientes (proceso primario, principio del placer) y
preconsciente-consciente (proceso secundario, principio de realidad). Pero
en lo que concierne a la descarga motriz aparece un matiz importante,
cuando ella pasa bajo el régimen del principio de realidad: “Durante la
dominación del principio del placer, la descarga motriz había servido pa­
ra aliviar el aparato psíquico de los aumentos de excitación, conformán­
dose a esa tarea mediante inervaciones enviadas al interior del cuerpo
(mímica, manifestaciones de los afectos); en ese momento recibe una
nueva función, al servir para la transformación adecuada de la realidad.
Se convierte en acción.”41 En el modelo reflexológico utilizado por
Freud hasta allí, el proceso primario se traducía en una alucinación del
objeto (satisfaciente o nocivo) seguida de la acción específica, inadecua­
da en ese caso en virtud de la no-presencia real de su objeto. De modo
que aquí se describe un proceso muy diferente: el funcionamiento prima­
rio se consume en descargas energéticas internas, lo que durante cierto
tiempo es posible en el lactante desde que “sólo se le añaden los cuida­
dos de la madre”.42
En consecuencia, dos regímenes de funcionamiento se suceden en a-
delante en la óptica freudiana: el primero, autístico (Freud remite aquí
al término de Bleuler), no tiene en cuenta la realidad y vive en una autar­
quía que no se comprende a menos que se tome en consideración el am­
biente (modelo del lactante, del huevo de ave); en el segundo, se realiza
penosamente el aprendizaje de la acción, en tanto que ella apunta a una
transformación apropiada de la realidad. De modo que ya no consiste en
un montaje reflejo (“acción específica”) del cual el sistema secundario
controlaría el disparador, sino en una actividad inventiva, que necesita de
un conocimiento correcto de la realidad y una tensión mental costosa. Se
comprende entonces la nostalgia del funcionamiento primario: “una
tendencia general de nuestro aparato psíquico (...) parece expresarse en la
tenacidad con la cual el hombre permanece apegado a las fuentes de pla­
cer que están a su disposición, y en su dificultad para renunciar a ellas.
Con la instalación del principio de realidad, una cierta especie de activi­
dad del pensamiento fue escindida del resto; conservando su libertad con
respecto a la prueba de la realidad, seguía sólo sometida al principio del
placer. Se trata de la actividad fantasmática, que empieza a manifestarse
ya en los juegos de los niños y que más tarde, continuada como ensue­
ño diurno, renuncia a apoyarse en objetos reales.”43

371
En ese punto resulta esencial captar el deslizamiento: ya no estamos
ante dos regímenes de funcionamiento de un aparato que una prolongada
evolución biológica ha adaptado a su función, sino ante dos modos je­
rarquizados de la actividad vital de un ser, a la vez organismo y sujeto,
que realiza el duro aprendizaje de la adaptación a lo real, conservando la
nostalgia de la autosuficiencia ilusoria de su vida “prehistórica”.44 Por
cierto, el vocabulario sigue siendo globalmente el mismo, pero el mo­
delo ha sufrido una corrección tan esencial que en adelante ya no podrá
cumplir con la misma función y, entre retoques y complementos, tendrá
necesariamente que evolucionar hacia una refundición completa. Esa vez
Freud integra totalmente el pensamiento evolucionista y avanza rápida­
mente hacia una conceptualización de tipo globalista.
Las dos grandes etapas del desarrollo mental así establecidas arrojan
una luz particular sobre el despliegue de los procesos patológicos. Casi
desde la misma época, Freud opuso en sus análisis dos grupos pulsiona-
les: “Las oposiciones entre las representaciones son sólo la expresión de
los combates entre las diferentes pulsiones. La innegable oposición en­
tre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención de placer se­
xual, y las otras cuya finalidad es la autoconservación del individuo, las
pulsiones del yo, tiene una importancia muy particular en nuestro inten­
to de explicación.”45 Ahora bien, “el relevo del principio del placer por
el principio de realidad (...) no se realiza de golpe, ni al mismo tiempo
en toda la línea. En efecto, mientras que ese desarrollo progresa en las
pulsiones del yo, las pulsiones sexuales se separan de él de una manera
muy importante. Las pulsiones sexuales se comportan de entrada de mo­
do autoerótico (...) y por lo tanto no caen en la situación de frustración
que ha obligado a la institución del principio de realidad. Más tarde,
cuando comienza para ellas el proceso de hallazgo del objeto, este últi­
mo encuentra pronto una prolongada interrupción debida al período de
latencia (...). Esos dos momentos (autoerotismo y período de latencia)
tienen como consecuencia que la pulsión sexual se vea suspendida en su
desarrollo psíquico y permanezca durante mucho más tiempo bajo el do­
minio del principio del placer (...). Como consecuencia de esas circuns­
tancias se constituye una relación estrecha entre la pulsión sexual y la
actividad fantasmática, por una parte, y por la otra entre las pulsiones
del yo y las actividades de conciencia. (...) Una parte esencial de la dis­
posición psíquica (que favorece) a la neurosis está así constituida por la
educación retardada de la pulsión sexual para la consideración de la reali­
dad (...)” 46
De modo que siguen siendo las particularidades del desarrollo psico-
sexual las que explican la psicopatología, pero lo hacen a través de un a-
nálisis que privilegia la tendencia autística y desadaptada de la pulsión
sexual, su afinidad con la satisfacción autoerótica y fantasmática, su pa­

372
rentesco con el sistema inconsciente y sus depender »as. “Esa relación
nos impresiona por su carácter muy íntimo (...) incluso aunque estas
consideraciones extraídas de la psicología genética permitan reconocerla
como secundaria.”47 Freud vuelve a encontrar algo de la síntesis del
Esquisse, del lazo entre inconsciente y sexualidad: “La represión sigue
siendo omnipotente en el dominio de la actividad fantasmática (...). Ese
es el primer punto débil de nuestra organización psíquica, y puede ser u-
tilizado para poner bajo el dominio del principio del placer procesos de
pensamientos que ya se han adecuado a la razón.”48
Pero en adelante el proceso de regresión funcional puede apuntar tan­
to a la libido como a las pulsiones del yo: el yo que ha “efectuado su
transformación de un yo-placer en un yo-realidaü!”49 volvería a encon­
trar así un modo de funcionamiento de tipo primario (cf. el caso de a-
mencia de “Psychonévroses de défense”, modelo extremo de ese proce­
so). Verificaremos la utilidad de ese punto de vista para el conjunto del
problema de las neurosis y, en particular, para la patología narcisista.
Por otra parte, Freud extrajo de ese modo de ver las dos secuencias evo­
lutivas paralelas del yo y la sexualidad una nueva hipótesis acerca del
problema de la elección de la neurosis: cada etapa de ese proceso, cada
desfasaje en la sincronización de las dos series proporciona el germen (fi­
jación) de una disposición neurótica cuya forma depende del momento
del impacto patógeno.50

B. Tipos de entrada en la neurosis

En 1912 Freud comenzó a inferir de su nueva óptica ideas fecundas acer­


ca de la patología y la terapéutica de las neurosis. Así, en un pequeño
artículo, “Sur les types d'entrée dans la névrose”, presta atención de nue­
vo a las modalidades del conflicto patógeno, distinguiendo cuatro tipos
(por otra parte siempre presentes en alguna medida en cada caso concre­
to):

—Para el primero, que corresponde a sus concepciones anteriores, “la


posibilidad de volverse enfermo sólo comienza con la abstinencia. (...)
La frustración51 tiene un efecto patógeno en cuanto embalsa la libido.
(...) No existen (entonces) más que dos posibilidades para conservar la
buena salud (...) la primera consiste en convertir la tensión psíquica en
energía activa52 que queda dirigida hacia el mundo exterior y finalmente
lo fuerza a acordar una satisfacción real de la libido; la segunda es (...)
sublimar la libido embalsada”.53 Si las vías son impracticables o insu­
ficientes, “se tropieza con el peligro de que la libido se convierta en in­
trovertida. Ella se aparta de la realidad que ha perdido su valor en virtud
del rechazo que opone al individuo, y se vuelve hacia la vida fantasmáti­
ca” 54 En ese sendero reúne el material infantil, desencadenando “un

373
conflicto (...) inevitable (con) la otra parte de la personalidad que perma­
nece relacionada con la realidad. (...) Conflicto resuelto mediante forma­
ciones sintomáticas y (...) una enfermedad manifiesta”.55
—En el segundo tipo, “el individuo (...) cae enfermo en su intento
(...) por satisfacer la exigencia de la realidad. (...) De entrada está el
conflicto presente entre el esfuerzo por seguir siendo como se es y el es­
fuerzo por modificarse en función (...) de las nuevas exigencias de la rea­
lidad”.56 En este tipo de caso, por lo tanto, domina la disposición por
fijación y hace que “la modificación a la que apuntan los enfermos (y
que) por lo común tiene el valor de un progreso en el sentido de la vida
real (...) sólo puede ser realizada (por ellos) imperfectamente, o incluso
no puede ser realizada en absoluto”.57
—El tercer tipo es una exageración del segundo; se trata de la “inhi­
bición del desarrollo (...). La libido no ha abandonado nunca las fijacio­
nes infantiles, la exigencia de la realidad no se le presenta bruscamente,
de un solo golpe, a un individuo total o parcialmente maduro, (sino que)
proviene del hecho simple del envejecimiento, puesto que va de suyo
que se modifica continuamente con la edad del individuo. Aquí el con­
flicto se borra ante la insuficiencia”58 (cf. Janet), aunque de hecho esté
presente un factor gradual, alimentando el conflicto.
—El cuarto tipo corresponde al factor puramente cuantitativo; el in­
dividuo cae enfermo sin que nada haya cambiado en el mundo exterior.
Un acrecentamiento endógeno (pubertad, menopausia, por ejemplo) de la
producción libidinal, de alguna manera ha “desestabilizado” su equilibrio
interno, actuando como una frustración (en este caso relativa) del primer
tipo.

Observemos que la nueva concepción permitió una integración ar­


moniosa de la antigua, presentando al mismo tiempo una ventaja nota-,
ble: el segundo y sobre todo el tercer tipo corresponden, como patología
de “la personalidad”, a lo que Freud llamaba anteriormente “degeneración
neuropática”. Ese tipo de problema, si bien permanece esencialmente
concebido en términos de disposición constitucional interna,59 no por e-
11o escapa más a la luz de una verdadera comprensión psicoanalítica. El
cambio de óptica permite así localizar conceptualmente el elemento fun­
damental de la patología, en un nivel que la teoría del desarrollo de la li­
bido (en el sentido restringido de Trois essais) no permitía alcanzar y
que la referencia al narcisismo60 por fin esclarece.

C. Resistencia y transferencia en el tratamiento analítico

Es muy evidente que la nueva óptica modifica por igual el abordaje teó­
rico y la concepción concreta del tratamiento y de su desarrollo. En ade­

374
r lante el acento cae en la resistencia al proceso analítico y en la función
de la transferencia: “Desde hace Inucho tiempo hemos dejado de creer
(...) que el enfermo sufría de una especie de ignorancia y que si uno la
disipa (...) su curación era segura.61 Ahora bien, esa ignorancia tiene su
fundamento en las resistencias interiores que empezaron por provocarla
y que continúan manteniéndola. (...) Al revelar a los enfermos su in­
consciente, siempre se provoca en ellos una recrudescencia de sus con­
flictos y un agravamiento de sus síntomas. (...) El psicoanálisis (...)
prescribe no realizar (esas revelaciones) a menos que se cumplan dos
condiciones: 1) gracias a un trabajo preparatorio, los materiales reprimi­
dos tienen que encontrarse muy próximos a los pensamientos del j>a-
ciente; 2) el apego del paciente al médico (transferencia) debe ser lo bas­
tante fuerte como para que ese lazo sentimental le vede una nueva fu­
ga.”62
De modo que en ese punto Freud va a volverse hacia la teoría de la
, transferencia, en adelante, eje esencial del tratamiento. Así, dividirá las
manifestaciones transferenciales en dos grupos: “Todo individuo al cual
la realidad no le aporta la satisfacción completa de su necesidad de amor
se vuelve inevitablemente, con una cierta esperanza libidinal, hacia todo
nuevo personaje que entra en su vida, y es entonces más que probable
que las dos partes de su libido, la que es capaz de acceder a la conciencia
y la que permanece inconsciente, desempeñen su función en esta acti­
tud.”63 Desde luego, es la segunda parte la que constituye todo el pro­
blema de la transferencia en el tratamiento. Por “lo que Jung, de manera
excelente, denominó introversión de la libido (...). La libido se com­
promete (...) en la vía de la regresión y reactiva las imaginaciones infan­
tiles. El tratamiento sigue a la libido en ese camino y trata de hacerla de
nuevo accesible a la conciencia para ponerla finalmente al servicio de la
realidad”.64 Pero esta marcha choca con la resistencia del conjunto de las
fuerzas que han provocado la regresión: no solamente las fuerzas repre­
soras, sino también la libido introvertida para la cual “la atracción de la
realidad se ha vuelto menor”.65 “Aquí surge la transferencia (que) se ma­
nifiesta bajo la forma de una resistencia, de una interrupción de las aso­
ciaciones,por ejemplo. (...) La idea de transferencia, con preferencia a
todas las otras asociaciones posibles, ha llegado a deslizarse hasta la
conciencia justamente porque ella satisface la resistencia."66
En efecto, “desde que el analizado es presa de una intensa resistencia
de transferencia, se ve rechazado de la realidad en lo que concierne a sus
relaciones con el médico y se arroga el derecho de transgredir la regla
fundamental”.67 “Las reacciones provocadas iluminan ciertos caracteres
de los procesos inconscientes (...). Las emociones inconscientes tienden
a escapar a la rememoración deseada por el tratamiento, pero buscan re­
producirse con el desprecio del tiempo y la facultad de alucinación pro­

375
/

pias del inconsciente (poseyendo) un carácter de actualidad y de realidad


(y) sin tener en cuenta la situación real”.68 Los elementos transferencia-
les de que se trata, que emanan de los complejos reprimidos, son de dos
tipos: “una transferencia negativa o una transferencia positiva compuesta
por elementos eróticos reprimidoseCuando ‘liquidamos’ la transferencia
al hacerla consciente, apartamos simplemente de la persona del médico
esas dos componentes de la relación afectiva; el elemento inatacable, ca­
paz de convertirse en consciente, para el psicoanálisis sigue siendo y de­
viene lo que es para todos los otros métodos terapéuticos: el factor de é-
xito” 69
De ese modo se dibuja una imagen muy diferente del tratamiento, ad­
quiriendo el relieve del viejo modelo catártico: la relación terapéutica por
fin ocupa en ella el papel central. Si, por otra parte, la resistencia y la
repetición en adelante desempeñan una función principal, ello se debe a
la nueva concepción de la neurosis: la fuga hacia fuera de la realidad y
hacia la enfermedad representa una actitud que el paciente no podrá supe­
rar más que en condiciones particulares y después de muchos esfuerzos.
La transferencia es el lugar mismo de ese proceso, puesto que “el auto­
matismo de repetición (...) ha reemplazado el recuerdo por la compul­
sión”70 en la vida entera del enfermo; la transferencia representa sólo u-
na de las formas particulares, ligada a las condiciones del tratamiento y a
la resistencia. “En el manejo de la transferencia se encuentra el
principal medio para detener el automatismo de repetición y transformar­
lo en una razón para recordar. Convertimos a esta compulsión en anodi­
na, incluso en útil, al limitar sus derechos, al no dejarla subsistir más
que en un dominio circunscripto. Le permitimos el acceso a la transfe­
rencia, esa especie de arena donde le estará permitido manifestarse con u-
na libertad casi total. (...) De ese modo la transferencia crea un dominio
intermedio entre la enfermedad y la vida real, dominio a través del cual
se efectúa el pasaje de la una a la otra.”71
Así la neurosis de transferencia, reemplazando a los síntomas, per­
mite ponerle “a las pulsiones salvajes las riendas de la transferencia”72 j
conducir progresivamente a la conciencia y a la realidad las resistencias,
y después el material reprimido, a través de una paciente “perlabora-
ción”. El apego transferencial es a la vez la mejor herramienta del ana­
lista, la palanca mediante la cual arrastra al paciente hacia fuera d e ia
neurosis, y el lugar donde se ponen en acto y se iluminan las fuerzas que
han estado en juego en el proceso patológico. y‘El nombre de psicoanáli­
sis sólo se aplica a los procedimientos en los que la intensidad de la
transferencia se utiliza contra las resistencias. Solamente entonces el es­
tado mórbido ya no puede existir, ni siquiera cuando la transferencia que­
da liquidada, como por lo demás su función lo exig De manera-que
el psicoanálisis utiliza el mismo medio que los otros procedimientos te-

376
r rapéuticos, la sugestión — es decir, la potencia de la transferencia (posi­
tiva)— pero con una finalidad por completo distinta: en ello reside su e-
ficacia. “Con el psicoanálisis, trabajamos sobre la transferencia misma,
apartamos todo lo que se opone a ella, dirigimos hacia nosotros el ins-
i trumento con cuya ayuda queremos actuar. Alcanzamos así la posibilidad
de extraer un beneficio totalmente distinto de la fuerza de la sugestión
que se vuelve dócil en nuestras manos.”74
En tal carácter, Freud puede insistir como antes en la “influencia e-
ducativa”75 del análisis: “El médico acude en ayuda (del enfermo) recu­
rriendo a la sugestión que obra en el sentido de su educación. Así se ha
dicho con razón que el tratamiento psicoanalítico es una especie de pos­
educación,,”76 Si, en efecto, la nueva edición del conflicto patógeno
que procura la transferencia tiene una posibilidad de desembocar en un
desenlace más favorable que en el pasado, lo hace “a favor de la modifi­
cación del yo que se consuma bajo la influencia de la sugestión médica.
- Gracias al trabajo de interpretación que transforma el inconsciente en
conciencia, el yo se amplía a expensas de aquél; bajo la influencia de los
consejos que recibe, se vuelve más conciliador con respecto a la libi­
do” 77 En contraste aparecen las causas posibles de falta de éxito parcial
o total: “insuficiente movilidad de la libido que no se deja desprender fá­
cilmente de los objetos en los cuales está fijada (...) rigidez del narcisis­
mo que sólo admite la transferencia desde un objeto a otro dentro de cier­
tos límites” 78 Aquí se manifiesta el mismo factor negativo que encuen­
tra su punto focal en el narcisismo y en la fuerza de atracción de la in­
troversión; Freud se verá así llevado a retomar la oposición junguiana de
neurosis de transferencia y neurosis narcisistas (prefiere esta denomina­
ción a la otra, demasiado general, de neurosis de introversión); las neu­
rosis narcisistas, debido a su estructura, constituyen el límite de las po­
sibilidades del tratamiento psicoanalítico (transferencia ausente o inutili­
za re ). De modo que es en este punto donde nos encontramos con el te­
ma del narcisismo, cuya teoría Freud elaboraba al mismo tiempo.

Clínica y teoría del narcisismo

A. Narcisismo y psicosis

En el momento mismo que publicó las Formulations (1911), Freud se


esforzó por refinar su teoría de las psicosis, aprovechando el análisis del
caso Schreber (que también apareció en 1911), caso respecto del cual
Jung había llamado su atención. Introdujo allí el término y la noción del
narcisismo:79 “Investigaciones recientes han atraído nuestra atención ha-

377
/

cia un estadio por el que pasa la libido en el curso de su evolución desde


el autoerotismo hasta el amor objetal. Se lo ha denominado estadio del
narcisismo. (...) Ese estadio consiste en lo siguiente: el individuo que
está desarrollándose reúne en una unidad sus pulsiones sexuales que,
hasta allí, actuaban de modo autoerótico, con el fin de conquistar un ob­
jeto de amor, y primero se toma a sí mismo, toma a su propio cuerpo
como objeto de amor, antes de pasar a la elección objetal de otra perso­
na. (...) La etapa siguiente conduce (...) a la elección homosexual del
objeto, y después, desde allí, a la heterosexualidad.”80
El vínculo percibido entre la homosexualidad (elección de objeto nar-
cisista) y la paranoia permite a Freud diferenciar sus concepciones: el ca­
so Schreber proporciona una ilustración patente, lo mismo que el análi­
sis de las diversas fórmulas delirantes. Así puede aproximarse a las ideas
de Bleuler: “La etiología sexual no es en absoluto evidente en la para­
noia; por el contrario, los rasgos salientes de su causa son las humilla­
ciones, los desaires sociales, muy particularmente en el hombre. Pero
(...) el factor verdaderamente activo en esas heridas sociales responde al
papel desempeñado por los componentes homosexuales de la vida afecti­
va.”81 En efecto, “una vez alcanzado el estadio de elección heterosexual
de objeto, las aspiraciones homosexuales (...) se combinan (...) con
ciertos elementos de las pulsiones del yo, a fin de constituir juntas, en
carácter de componentes ‘anaclíticos’, las pulsiones sociales”.82 La re­
gresión paranoica resulta entonces “medida por el camino que la libido
debe recorrer para volver de la homosexualidad sublimada al narcisis­
mo”.83
Por el contrario, en lo que concierne a la demencia precoz, “la regre­
sión no se contenta con alcanzar el estadio del narcisismo (...), va hasta
(...) el retomo al autoerotismo infantil. Como consecuencia, la fijación
predisponente debe encontrarse más atrás. Además, no es en absoluto
probable que los impulsos homosexuales desempeñen un papel de igual
importancia en la etiología de la demencia precoz”.84 Así, si bien el
mecanismo inicial de las dos afecciones sigue siendo idéntico (retirada de
la libido objetal), la continuación de los procesos difiere considerable­
mente, tal como lo atestiguan las diferencias en el estadio en el que tiene
lugar la regresión libidinal y (las diferencias) en las formas de los proce­
sos de restitución (proyección paranoica, alucinación “histérica” esquizo­
frénica). Subsiste el hecho de que se trata de un mismo grupo, según se
advierte en la frecuencia de las formas intermedias, como se ve en el
propio caso Schreber. En tal sentido puede observarse que la concepción
freudiana de la psicosis85 integra en adelante en una unidad psicopato-
lógica los diferentes mecanismos sacados a luz en 1894-1895: rechazo
autístico de la realidad, proyección, subyugación del yo, constituyen
entonces las fases de un proceso unitario.86

378
Con la introducción del concepto de narcisismo, se trata de algo que
es muy distinto de descomponer “en dos la primera fase (del desarrollo
sexual), la del autoerotismo”.87 Por cierto, el antiguo concepto de regre­
sión autoerótica incluía la noción de un yo sobreinvestido, pero sería
mucho más preciso decir que por esa vía conceptual el pensamiento
freudiano integró en sí los fenómenos narcisistas, asimilándolos a un
grado particular del desarrollo de la libido. Lo que no ocurrió sin que se
plantearan muchos problemas: la unificación de las pulsiones parciales
no explicaba bien el amor de sí. Lo atestigua la ambigüedad del con­
cepto del yo como objeto pulsional, perceptible en el deslizamiento de
“él mismo” a “su propio cuerpo” en la definición que ya hemos citado.
La segunda expresión lleva más bien a pensar, en efecto, en el autoero­
tismo propiamente dicho, y tiende a desembocar en una definición como
la de Introduction á la psychanalyse: “El autoerotismo fue la actividad
sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido”88 —lo que precisa­
mente, al hacer que se interpenetren las dos fases, determina que aparezca
bien la naturaleza distinta del narcisismo”. Se podría por cierto sostener
que esto último corresponde propiamente a una “sobrestimación sexual
del yo (...) que podemos considerar paralela a la sobrestimación del ob­
jeto de amor, que ya nos es familiar”89 —y por lo tanto no hace más
que acompañar al autoerotismo, lo que remite una vez más, por otra par­
te, a su alteridad— . En efecto, ¿con qué vincular ese fenómeno particular
que acompaña a la investición pulsional (en el sentido sexual) sin ser re-
ductible a ella? También en ese caso, en su artículo “Pour introduire le
narcissisme” (1914), Freud invirtió la perspectiva: “El pleno amor de
objeto (...) presenta la sobrestimación sexual sorprendente que tiene su
origen en el narcisismo originario del niño y por lo tanto responde a una
transferencia de ese narcisismo hacia el objeto sexual.”90
De modo que si bien el narcisismo es demarcado a través del esquema
teórico de la evolución de la libido, el narcisismo lo desborda lo sufi­
ciente como para solicitar incesantemente una conceptualización más
amplia. Por otra parte, el yo, estrictamente hablando, no es todavía más
que una noción empírica en esa etapa de la conceptualización freudiana
en la que el concepto de “pulsiones del yo” tiene la misión de explicar la
verdadera esencia del fenómeno (cf. las apreciaciones acerca de la noción
del yo en Bleuler). Así, el narcisismo aparece finalmente como el “com­
plemento libidinal” (anaclítico) de las pulsiones egoístas, lo que oscure­
ce aün un poco más el status del yo como objeto: ¿de qué modo subsu-
mir en una teoría de ese tipo el aspecto clínico de las cosas, tal como
surge por ejemplo en la descripción siguiente: “la persona se comporta
como si estuviera enamorada de sí misma”?91 Por otra parte, Freud se
esfuerza por distinguir entonces el narcisismo y el “interés” como mani­
festación de las pulsiones del yo, por ejemplo en su devenir respectivo

379
/
en el curso de las psicosis.92 Piensa por un instante en “hacer coincidir
lo que llamamos investición libidinal (...) con el interés a secas”,93 pero
no se decide94 a abandonar el dualismo pulsional, clave del conflicto.
No podrá consentir a ello hasta después de haber logrado dotar a la me-
tapsicología de un concepto del yo como instancia —lo que justifica
mejor su cualidad de objeto de amor— y de una nueva dualidad de las
pulsiones, es decir después de 1920.
Mientras tanto, la decisión de reconocer la existencia tan precoz (ori­
ginaria en la versión de la Introduction á la psychanalyse, que considera
al narcisismo la primera fase del desarrollo libidinal) de una elección de
objeto infantil abre la vía a una revisión de la teoría del desarrollo libidi­
nal. Los materiales mucho más" importantes de los que Freud disponía
en esa época (en particular el análisis de Juanito publicado en 1909) per­
miten captar otras dos “organizaciones sexuales infantiles” (y las fijacio­
nes patógenas correspondientes):

—El estadio sádico-anal: “reconocemos la necesidad de admitir un es­


tadio (...) en el cual las pulsiones parciales están ya concentradas en una
elección de objeto, y el objeto ya aparece confrontado con la propia per­
sona como con una persona extraña, pero en el que la primacía de las
zonas genitales no está instaurada; las pulsiones parciales que gobier­
nan esta organización pregenital de la vida sexual son antes bien las
pulsiones erótico-anales y sádicas”.95
—En el mismo artículo, Freud bosqueja, respecto de la disposición
histérica, la descripción de un estadio fálico96 cuya teoría sólo desarro­
llará diez años más tarde.97 Pero desde ese período el complejo de Edipo
aparece como el complejo nuclear de las neurosis: ahora bien, él repre­
senta la última fase del desarrollo libidinal infantil, y su actividad sexual
privilegiada es la masturbación fálica (peneana y clitoridiana).

Esas “organizaciones sexuales” infantiles presentan los mismos ca­


racteres que el narcisismo (pronto más bien identificado por Freud con la
organización oral del desarrollo libidinal): si bien son integradas a la
metapsicología como fase del desarrollo de la libido, clínicamente tam­
bién abarcan algo mucho más global, que resume el conjunto de la vida
psíquica del niño en un estadio dado —actividad sexual y elección de ob­
jeto por cierto, pero asimismo modo de lo vivido existencial, de la orga­
nización del yo tanto como de la relación objetal— . De allí proviene
quizás el pasaje a la noción más amplia de estadio en la terminología
ulterior. Su diferenciación corresponde en todo caso sin duda alguna a un
paso m ás en la orientación del pensamiento freudiano hacia una direc­
ción globalista.
Pero, de todas maneras, lo que Abraham denominará “la historia def

380
desarrollo de la libido” (cf. el artículo de 1924 de K. Abraham, “Esquisse
d'une histoire du développement de la libido basée sur la psychanalyse
des troubles mentaux”, en Oeuvres completes, tomo II, págs. 255-313)
ya no coincide en adelante con la organización de una jerarquía funcional
a partir de un estado de anarquía polimorfa —concepción jacksoniana de
la edición de 1905 de los Trois essais— . En su lugar aparece propia­
mente una historia, sucesión de etapas cada una de las cuales tiene su
coherencia propia, sucesión de estratos vivenciales cuyo modelo Freud
encontrará pronto en las etapas filogenéticas del desarrollo de la especie
(cf. la extensión de esta idea en el Thalassa de S. Ferenczi). En resu­
men, como para Tótem et tabou, que ahora vamos a analizar, la refe­
rencia darwinista es el primer soporte teórico de la nueva óptica.

B. Narcisismo y omnipotencia

Desde el informe sobre el caso del “Hombre de las ratas” (1909), Freud
había notado el fenómeno de la omnipotencia del pensamiento y obser­
vado “que, en esta creencia, se revela una buena parte de la megalomanía
infantil”,98 sin volver al tema más detalladamente. Se va a ver conduci­
do a desarrollarlo en la tercera parte de Tótem et tabou (1912-1913),
justamente cuando el concepto de narcisismo permite ubicarlo con co­
rrección. Él conjunto de la obra, que se apoya en las observaciones y
concepciones de los antropólogos evolucionistas, reposa sobre la analo­
gía de la vida psíquica del primitivo, del niño y de los neuróticos (los
que “han nacido con una constitución arcaica, que representa un resto a-
távico”).99 Freud subraya en efecto "el predominio de las tendencias se­
xuales sobre las tendencias sociales (que) constituye el rasgo caracte­
rístico de la neurosis. (...) La naturaleza asocial de la neurosis deriva de
su tendencia original a huir de la realidad que no ofrece satisfacciones,
para refugiarse en un mundo imaginario, lleno de promesas seducto­
ras”.100 De acuerdo con las concepciones de las Formulations, la pre­
ponderancia del factor sexual significa la preponderancia del fantasma y
de los aspectos más arcaicos del funcionamiento mental: el psicoanálisis
puede así integrar los trabajos de la antropología evolucionista.
Consecuentemente, Freud retomará el concepto de animismo que
habían definido Tylor y Spencer,101 al mismo tiempo que la teoría
comteana (modificada) de los tres estados: “En el curso del tiempo, la
humanidad habría conocido sucesivamente tres (...) sistemas intelectua­
les, tres grandes concepciones del mundo: la concepción animista (mito­
lógica), la concepción religiosa y la concepción científica.”102 “Nos re­
sultará fácil seguir (...) la evolución de la ‘omnipotencia de las ideas’ a
través de esas fases. En la fase animista, el hombre se atribuye la omni­
potencia a sí mismo; en la fase religiosa, la ha cedido a los dioses, aun­

381
/

que sin renunciar a ella seriamente, pues se reserva el poder de influir en


los dioses para hacerlos actuar de acuerdo con los deseos humanos. En la
concepción científica del mundo, ya no queda lugar para la omnipotencia
del hombre, que ha reconocido su pequeñez y se ha resignado a la muer­
te.”103 Por otra parte, en adelante Freud inscribirá el lugar del psicoaná­
lisis en el interior de esta escatología del discurso científico, desarrollan­
do varias veces el tema del traumatismo narcisista representado por el
descubrimiento del inconsciente, así como el de la fuerte resistencia al
psicoanálisis que en aquel trauma encontraba su fuente:104 “Hasta cierto
punto, el hombre sigue siendo narcisista.”105
Perp sobre todo la teoría del animismo (y su parte técnica: la magia)
permite interesantes ideas globales acerca de la psicopatología: “La om- J
nipotencia de las ideas, el predominio otorgado a los procesos psíquicos
sobre los hechos de la vida real, ponen de manifiesto una eficacia ilimi­
tada en la vida afectiva de los neuróticos. (...) A través de esa actitud y
de las supersticiones que dominan su vida, él (el neurótico) muestra cuán
próximo está del primitivo que imagina poder transformar el mundo ex­
terior por la sola acción de sus ideas.”106 Ahora bien, “nada parece (...)
más natural que vincular con el narcisismo (...) el hecho que hemos des­
cubierto concerniente (...) al valor exagerado (...) que el primitivo y el
neurótico atribuyen a las acciones psíquicas. Diremos que en el primiti­
vo el pensamiento todavía está muy fuertemente sexualizado. (...) Por
una parte, en la naturaleza misma del neurótico encontramos una buena
parte de esa actitud primitiva, y, por otro lado, verificamos que la regre­
sión sexual que se ha producido en él determina una nueva sexualización
de sus procesos intelectuales.” 107 —*=■
La nueva concepción alcanza así su momento de síntesis: hay identi­
dad entre lo que Freud denomina en adelante introversión de la libido, es
decir el apartamiento patógeno respecto de la realidad, hacia el mundo
interior de fantasmas, y el carácter particular de la pulsión sexual que
constituye su vínculo conservado con el narcisismo. “Los efectos psí­
quicos (de) la transformación libidinal del pensamiento (...) consisten en
el narcisismo intelectual y en la omnipotencia de las ideas.”108 Neurosis
de transferencia y neurosis narcisistas aparecen al mismo tiempo como
dos escalones sucesivos, dos grados de profundidad del mismo proceso
patógeno —el apartamiento respecto de la realidad hacia el mundo inte­
rior (narcisista)— que centra la nueva psicopatología freudiana, poniendo
de manifiesto el sello del encuentro con Jung. De modo que una nueva
racionalidad reemplaza a las concepciones mecanicistas anteriores, recu­
perando la unidad conceptual del Esquisse, es decir la esencia patógena ,
de la sexualidad. Subsiste la dificultad conceptual que ya señalamos:
concebir el devenir personal, en su movimiento vital (realidad o pensa­
miento), en términos de evolución y disolución de las pulsiones, entraña

382
muchas ambigüedades y vacilaciones. Veremos que después del fracaso
en su esfuerzo por reconstruir una metapsicología, Freud tendrá final­
mente que intentar la refundición completa de su sistema.

C. La ambivalencia, la imagen y la acción

En su cuarto capítulo, el más celebre, en el cual Freud introduce la tesis


de la horda primitiva (idea tomada por otra parte de Darwin) y del asesi­
nato del padre originario, Tótem y tabou encierra la presentación de una
concepción del funcionamiento psíquico bastante distinta.de la que aca­
bamos de inferir resulta esencial analizar sus grandes lincamientos. Ella
se desprende de la segunda línea de fuerza (aparte del tema del animismo)
que estructura-el conjunto de la obra: el problema de la ambivalencia, es
decir la tercera de las grandes polaridades psíquicas (bisexualidad, narci­
sismo - relación objetal, ambivalencia) cuya síntesis Freud intentará sin
cesar en adelante. La atención que Freud presta de allí en más a la teoría
y la clínica de la ambivalencia (en lo esencial bajo la forma del comple­
jo paterno) deriva del pasaje al primer plano de la clínica del complejo de
Edipo como “complejo nuclear” de las neurosis, y de los avances logra­
dos a través del caso del “Hombre de las ratas” (1909) en la comprensión
de la neurosis obsesiva (el tema de la omnipotencia del pensamiento,
como lo hemos visto, también encuentra allí su origen).
Así, a lo largo de toda la obra Freud se apoya en la idea de que “en la
vida psíquica del primitivo la ambivalencia desempeña un papel infinita­
mente más grande que en la del hombre civilizado de nuestros días” 109
—lo que se desprende con evidencia del análisis del fenómeno del tabú—
y en la verificación correlativa de que los neuróticos “han nacido con una
constitución arcaica, que representa un resto atávico”,110 circunstancia
que explica la intensidad de los fenómenos de ambivalencia en su psico­
logía. Ahora bien, el análisis de la neurosis obsesiva pareció demostrar
que “la conciencia moral probablemente nació (...) en el terreno de la
ambivalencia afectiva”,111 a través del sentimiento de culpabilidad que
traduce el choque de las tendencias opuestas a la conservación afectuosa
del objeto y a su destrucción rencorosa.
De modo que Freud se ve llevado a situar el origen de la cultura en la
umbivalencia respecto del padre y de su integración, en la filogénesis
(duelo por el padre originario) y en la ontogénesis (complejo de Edipo),
tesis que bosqueja la futura teoría del superyó y en la que se inspirará
para el análisis del fenómeno melancólico. “En el complejo de Edipo se
encuentran a la vez los comienzos de la religión, de la moral, de la so­
ciedad y del arte, y ello en plena conformidad con los datos del psicoaná­
lisis, que ve en ese complejo el núcleo de todas las neurosis.”112
Pero de ese modo Freud introduce un modelo totalmente distinto de

383
la evolución psíquica, el mismo que evoca la última conclusión de To- j
tem et tabou: “En el comienzo era la acción.”113 Pues si la represión
de las tendencias hostiles primitivas engendra el proceso de la civiliza­
ción, debe considerarse que un dominio de las tendencias fundamentales '
primarias a la acción es la esencia de ese fenómeno. Así, verifica con ¡
respecto a los obsesivos que “hay en sus tentaciones y pulsiones una
buena parte de realidad histórica; en su infancia, esos hombres sólo han
conocido pulsiones malas y, en la medida en que se lo permitieron sus
recursos infantiles, más de una vez tradujeron esas pulsiones en ac­
tos”.114 De manera que tanto en el primitivo como en el neurótico, “la
realidad psíquica (...) ha coincidido por igual en el inicio con la realidad
concreta”.115 Según Freud le escribió a Abraham el 5 de julio de 1907,
“La diferencia entre conciencia e inconsciente no está todavía constituida
en la primera parte de la infancia. El niño reacciona como por compul­
sión a los impulsos sexuales”.116
Se puede observar que el primer modelo metapsicológico freudiano,
el de Esquisse y de la Traumdeutung, presentaba con respecto al modo
de funcionamiento psíquico primitivo (proceso primario) una especie de
doble valencia. Su resultado era a la vez la alucinación y una descarga
motriz impulsiva. En esta nueva fase asistimos a una bipartición del ,
modelo primitivo: un primer modelo, que prevaleció desde 1910 hasta
1920, se centraba en la noción de autismo y el concepto de narcisismo;
en él el proceso primario se consumía en modificaciones puramente in­
teriores (alucinaciones, descargas viscerales), autoplásticas. El segundo j
modelo, que acabamos de examinar y que en este período permanece jun- I
to al primero, en un segundo plano, se volverá dominante en la etapa si­
guiente, sobre todo a partir de 1926; en él el proceso primario significa
la acción, el impulso ciego e irreflexivo.117 Así surge uno de los gran- •
des dilemas del pensamiento freudiano: al narcisismo primario se opone
una objetalidad primaria que subtiende la acción, al autismo primordial
una impulsividad originaria más conforme con la conceptualización evo­
lucionista en psicología.118 ¿Es la imagen o es la acción (asociacionis-
mo o evolucionismo) la que marca los orígenes del espíritu?119
En todo caso, observemos al pasar la estructura conceptual del razo- 4
namiento freudiano en Tótem y tabú: al retomar el tema de la identidad
del primitivo (filogénesis) y el precoz (ontogénesis), Freud se limitá a
reiterar el razonamiento evolucionista ya presente en la Traumdeutung.
Pues aquí no se trata tanto de un nivel inferior de funcionamiento del a-
parato mental (proceso primario) — y en consecuencia de la identidad de
lo elemental en el nivel de las primeras fases de la evolución de la es­
pecie y del individuo (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)— como de
una identidad fundamental de lo originario en tanto dimensión vital j s -
pecífica, ligada a las particularidades de la especie (darwinismo). Así, la
\
prevalencia del narcisismo sexual y de la omnipotencia del pensamiento,
la identidad del drama originario vivido por el hombre primitivo (asesi­
nato del padre de la horda) y el niño (Edipo), la común estructuración de
la moral y la sociedad en uno y otro, dependen más de la especificidad de
una historia que de la lógica de una organización. El único empleo que
Freud todavía le da a este hecho consiste en una confirmación recíproca
de la racionalidad aplicable a los campos respectivos examinados. Pero
allí aparece un modelo que va a infiltrar progresivamente toda la teoría
freudiana por el rodeo de una nueva concepción de la evolución pulsio­
nal: como lo hemos visto, la sucesión de los estadios libidinales no co­
rresponde ya al término del período que examinamos, a la integración de
piezas elementales, sino a la repetición de secuencias protohistóricas.
No obstante, este tipo de razonamiento se convertirá en el gran recurso
de la conceptualización freudiana a partir de 1920.

D. Teoría del narcisismo

En ese punto Freud podrá intentar una presentación de conjunto de los


materiales recientemente adquiridos: lo fue “Pour introduire le narcissis-
me”, que publicó en 1914. Allí el concepto de narcisismo es al princi­
pio presentado siguiendo el modelo de Trois essais sur la théorie de la
sexualité, como una componente libidinal parcial con sus manifesta­
ciones perversas (narcisismo, homosexualidad), neuróticas (megaloma­
nía de las psicosis) y originarias (omnipotencia del pensamiento de los
niños y de los primitivos). Bien diferenciado del autoerotismo, el narci­
sismo aparece por lo tanto de entrada claramente como una elección de
objeto, formando la libido objetal y la libido del yo un par de investi­
ciones contrabalanceadas, inversamente proporcionales entre sí. En
cuanto a la distinción teórica entre libido (narcisista) e intereses del yo,
originalmente confundidos en el narcisismo primario,120 Freud la sos­
tiene contra Jung basándose en consideraciones que, según lo confiesa,
“reposan en uná pequeña parte sobre un fundamento psicológico y esen­
cialmente se apoyan en la biología”,121 es decir en la oposición de la
1 conservación de sí y la reproducción de la especie. Respecto de esto con­
tinúa invocando la existencia de un quimismo particular de la pulsión
sexual.122
En cambio, en el nivel de un estudio de las manifestaciones clínicas
del narcisismo encontramos la ambigüedad constitutiva de ese concepto:
los tres primeros ejemplos que Freud propone, es decir el comporta­
miento del hombre presa del dolor o la enfermedad, el dormir y la hipo­
condría (como tercera neurosis actual y endopercepción dolorosa de la es­
tasis de la libido narcisista, según el modelo de la neurosis de angustia)

385
/
llevan menos a pensar en “el amor de sí” que en un repliegue en uno
mismo tendiente a una especie de estado anobjetal. Esta última concep­
ción del narcisismo primario permite concebir el autoerotismo como la
forma correspondiente, “narcisista”, de la actividad sexual;123 por otra
parte, el pensamiento freudiano tenderá cada vez más hacia esa concep­
ción del término. Toda la ambigüedad reposa finalmente en la idea del yo
como reservorio y fuente original de la libido de objeto: ¿hay que enten­
der que una definición de ese tipo designa una primera elección objetal, o
que es la simple verificación de que en el punto de partida, no teniendo
el mundo exterior existencia psicológica, toda la libido está encerrada en
el individuo?124 En pocas palabras, ¿se debe entender al yo como ins­
tancia o simplemente al sí mismo como lugar? A partir de 1923, Freud
suprimirá la ambigüedad al designar al ello como “el gran reservorio de
la libido”.125 Pero veremos que su consecuencia será una obliteración de
la noción de narcisismo, que en adelante se entenderá como esencialmen­
te “secundario” y cuyo papel teórico declina correlativamente: la ambi­
güedad era necesaria para el funcionamiento heurístico del término, en
el interior de un cuadro teórico de ese tipo-, los dos aspectos que éste a-
barca señalan hechos cuyo parentesco no es mejor integrable en tal con­
texto conceptual.
Freud examina a continuación el problema de la elección amorosa,
inviniendo en este caso su concepción de la sobrestimación sexual,126
lo que introduce el tema propio de la tercera parte del artículo: allí inicia
la teoría de las idealizaciones. Así, define el yo ideal (o ideal del yo),127
origen de las represiones pulsionales y “sustituto del narcisismo perdido
de la infancia”, momento en que el sujeto “era él mismo su propio ide­
al”.128 La “instancia de censura” (futuro superyó) compara continua­
mente al yo con su modelo ideal, velando por su adecuación y por la sa­
tisfacción narcisista que dispensa entonces el ideal del yo; ella se eman­
cipa en el delirio de observación paranoico (automatismo mental). La
génesis del yo ideal aparece a través de la transferencia a los padres, y
después a sus sustitutos, del “sentimientó primitivo de omnipoten­
cia”;129 el yo puede así, si satisface a su instancia ideal, volver a encon­
trar en la autoestima un poco de su omnipotencia primitiva. “El desaíro^
lio del yo consiste en alejarse del narcisismo y engendra una aspiración
intensa a recobrar ese narcisismo. (...) Una parte del sentimiento de au­
toestima es primaria, es el resto del narcisismo infantil; una parte tiene
su origen en lo que la experiencia confirma acerca de nuestra omnipoten­
cia (realización del ideal del yo); una tercera parte proviene de la satisfac­
ción de la libido de objeto”,130 a través del retomo de la “sobrestima­
ción sexual”, parte narcisista de la investición libidinal de objeto. A la
inversa, la insatisfacción del ideal libera una libido narcisista no saciada
que se transforma en una forma particular de angustia, la culpabilidad.

386
\
A través de esos desarrollos se dibuja progresivamente una presenta­
ción bastante distinta de las cosas:

—Aparece que el carácter narcisista es intrínseco de ciertos tipos de


investición: la elección de objeto no basta para definirlo, puesto que, in­
cluso desplazada sobre objetos externos, la libido narcisista conserva sus
atributos, engendrando ese estilo particular de relación que es la idealiza­
ción. La integración de los fenómenos narcisistas en el desarrollo de la
libido parece plantear cada vez más problemas.
—Paralelamente, el yo acentúa sus atributos de instancia subjetiva
con su carácter, su estrategia, sus aptitudes 0a capacidad de sublimación,
por ejemplo, que es independiente de las exigencias del ideal, con fre­
cuencia patógenas por ello), sus relaciones y sus estados de dependencia.
La dificultad proviene de que sigue siendo pensado al mismo tiempo co­
mo una instancia funcional (cf. el Esquisse) o como el simple repre­
sentante psíquico de un grupo pulsional (pulsiones egoístas).

De modo que se plantea como verdaderamente urgente, en esa etapa


del desarrollo del pensamiento freudiano, una revisión del modelo me-
tapsicológico. Desde el año siguiente Freud intentará una modificación
suficiente de su modelo, sin llegar en realidad a ella, como vamos a ver­
lo.

Hacia una síntesis: la Métapsychologie

Así es que en algunos años una verdadera mutación penetró en el con­


junto de los aspectos de la clínica y la teoría freudianas, imprimiendo un
nuevo rostro al psicoanálisis. La Métapsychologie de 1915 representa
un esfuerzo de síntesis que pone de manifiesto la importancia de lo que
está en juego: las hipótesis fundamentales que habían estructurado hasta
allí el pensamiento freudiano, ¿eran capaces de incorporar e integrar esa
sangre nueva? Es sabido que el proyecto abortó en gran medida: los cin­
co ensayos que sobrevivieron de los doce previstos al principio (Freud
destruyó siete de ellos) no serán en consecuencia más que un preludio a
la gran refundición de la década de 1920.
Con la M étapsychologie, por lo tanto, Freud se propuso producir
un trabajo “del mismo tipo y del mismo nivel que los de la séptima sec­
ción de L'Interprétation des reves",™ trabajo que en consecuencia ocu­
paría el lugar de la gran obra teórica de la década de 1900. De modo que
vamos a encarar uno de esos grandes esfuerzos doctrinarios que puntúan
cada una de las grandes etapas del pensamiento freudiano y apuntan a
producir un modelo psicológico coherente con los conocimientos psico-
analíticos entonces disponibles. Pero es preciso decir de entrada que en la

387
/

mayor parte de esos cinco artículos pronto volvemos a encontramos en


un terreno conocido: exceptuado, en efecto, el quinto, el dedicado a la
melancolía, y salvo sobre todo la segunda parte del primero, el ensayo
acerca de las pulsiones, se puede considerar al resto, es decir al grueso de
la obra, como una repetición, mejorada por cierto en los detalles, del
sistema presentado en la década de 1900.
De modo que allí se encuentran los dos grandes sistemas tópicos, los
dos regímenes del proceso psíquico y sus principios directivos, la con­
ciencia como órgano sensorial mental con su sobreinvestición y su cen­
sura propia, la ligazón del sistema secundario con las representaciones
verbales (lo que justifica algunas observaciones acerca del lenguaje es­
quizofrénico como otra forma de los procesos restitutivos de las psico­
sis), el sistema primario Ies como enclave evolutivo siempre enriqueci­
do por la percepción, las nociones de regresiones funcional, histórica y
tópica, la teoría de los representantes psíquicos de las pulsiones, la con­
cepción de la pulsión como duplicado interno del reflejo externo, la evo­
lución de la libido de las pulsiones parciales hacia la organización y el
hallazgo del objeto, la represión y sus dos momentos, originaria y se­
cundaria, la transformación en angustia flotante y después en síntomas
de la cantidad pulsional reprimida, etcétera. Allí se señala todo lo posi­
ble la integración de la nueva concepción de la relación entre el sistema
inconsciente y la motricidad: “La descarga del sistema Ies en la inerva­
ción somática procurará el desarrollo de afecto. (...) Por sí solo, el sis­
tema Ies no podría llevar a buen término en condiciones normales nin­
guna acción muscular apropiada (...).”132
Se destaca por otra parte un rasgo característico del pensamiento
freudiano de esa época: una prudencia mucho mayor con respecto a la
biología, actitud que parece resultar de la lección del fracaso del E s­
quisse. “Todos los intentos tendientes a adivinar (...) una localización
de los procesos psíquicos, todos los esfuerzos tendientes a pensar las re­
presentaciones como almacenadas en las células nerviosas y a hacer via­
jar las excitaciones por las fibras nerviosas, han fracasado radicalmente.
El mismo destino tendría una teoría que encarara reconocer el lugar ana­
tómico del sistema Cs, de la actividad psíquica consciente, en la corte- r
za, y ubicar los procesos inconscientes en las partes subcorticales del ce­
rebro. Hay allí una laguna manifiesta, que actualmente no es posible lle­
nar y que, además, no depende del trabajo de la psicología.” 133 No se
trata por lo tanto de “subordinar el material psicológico a puntos de vis­
ta biológicos; esta dependencia debe rechazarse tanto como la dependen­
cia filosófica, fisiológica o de la anatomía del cerebro”.134 Así el psico­
análisis conquista un espacio epistemológico propio, un lugar original
entre la psicología a la cual conciernen la mayoría de sus materiales y la
biología que le sirve de basamento (cf. la posición límite del concepto

388
de pulsión). Freud puede entonces insistir en “la importante mediación
que erige el psicoanálisis entre la biología y la psicología”,135 mientras
conserva la autonomía, provisional pero a largo plazo, del campo cientí­
fico que ha creado.
Veamos ahora el modo en que se integra a la Métapsychologie la
temática del narcisismo. Nos encontramos ante dos hileras de alguna
manera paralelas:

—La primera analiza las fases del proceso psicótico — concebido de


manera homóloga al análisis del caso Schreber (desinvestición objetal y
después restitución)— siguiendo el .modelo del desarrollo del ciclo neu­
rótico tal como Freud lo estableció en 1896136 y cuyos grandes linca­
mientos retomó en los artículos acerca de la represión, el inconsciente o
el sueño, sin que pareciera utilizar las nuevas concepciones adquiridas
desde las Form ulations. En esa perspectiva, la M étapsychologie se
presenta como una relativa regresión en relación con los trabajos de los
años 1911-1914. Así, puede tomar cierto trabajo encontrar la especifici­
dad del narcisismo en la “desinvestición de las representaciones de cosas
inconscientes” que inicia las psicosis.
—La segunda hilera constituye la parte verdaderamente nueva de la
Métapsychologie y allí se encuentra la prolongación del esfuerzo de re­
flexión de Freud acerca del status del narcisismo. Analizaremos sus pro­
posiciones detalladamente.

Freud retoma de entrada el problema delicado acerca del cual ya había


insistido varias veces y cuyo punto decisivo se traduce en la distinción
narcisismo/autoerotismo. “Hemos adquirido la costumbre de llamar
narcisismo a esa fase del inicio del desarrollo del yo durante la cual sus
pulsiones sexuales encuentran una satisfacción autoerótica.”137 A través
de esa nueva definición que se apoya en el examen del destino de las pul­
siones voyeurista y sádica (las mismas de las cuales Freud subrayó la
objetalidad intrínseca)138 comienza el deslizamiento que va a desembocar
en las concepciones de la década de 1920. Era entonces lógico llegar a u-
na representación del amor como “simple pulsión parcial de la sexuali­
dad, al mismo título que las otras”;139 su estadio autoerótico se enun­
ciaba como “amarse a sí mismo, lo que para nosotros es la caracterís­
tica esencial del narcisismo”.140 Pero Freud se rehúsa a ello, prefiriendo
"ver en el amor la expresión de la tendencia sexual total”.141 De modo
que es a través del examen de las diferentes oposiciones que dominan la
vida psíquica (sujeto/objeto, placer/displacer, activo/pasivo) como va
antes bien a tratar de situar el concepto, en la pareja contrastada que
constituye con el odio. Así, señalémoslo, el problema del narcisismo

389
/
introduce en el examen de un fenómeno a la vez íntimamente ligado a la
sexualidad y difícil de reducir a la concepción reflexológica que el con­
cepto de pulsión todavía lleva consigo. Por otra parte, Freud podrá de e-
sa manera intentar una primera síntesis de las dos líneas de fuerza que
estructuran Tótem et tabou: narcisismo y ambivalencia.
De hecho, Freud emprenderá aquí la descripción del desarrollo gené­
tico del yo, en el curso de lo que no era más que un artículo acerca
de las pulsiones y sus destinos diversos. “Originariamente, en el inicio
de la vida psíquica, el yo se encuentra investido por las pulsiones y en
parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. A ese estado lo lla­
mamos narcisismo y calificamos de autoerótica esa posibilidad de satis­
facción. (...) En esa época, el yo-sujeto coincide con lo que es placiente,
el mundo exterior con lo que es indiferente (eventualmente con lo que,
como fuente de excitación, es displaciente).”142 De modo que el narci­
sismo primario designa en adelante un estado anobjetal en el que “yo”
significa globalmente “sujeto” con relación al “mundo exterior”, habien­
do así el autoerotismo retomado la prevalencia conceptual en el interior
de esa noción. Desde luego, Freud se refiere al “período de indefensión y
de cuidados”143 de la crianza, que es el único que permite el manteni­
miento de estados de ese tipo, así como el empuje hacia el objeto de las
pulsiones del yo y de una parte de las pulsiones sexuales que de ese mo­
do revelan ser el motor del desarrollo.
“La oposición yo/no-yo (exterior), sujeto/objeto, le es impuesta
muy pronto al ser individual (...) por la experiencia que hace de poder si­
lenciar, con su acción muscular, las excitaciones externas, en tanto que
está sin defensa contra las excitaciones pulsionales.” 144 Así, “el yo-rea-
lidad del inicio (...) ha distinguido interior y exterior con la ayuda de un
buen criterio objetivo”.!!5 Pero la experiencia que realiza el yo-sujeto
con el mundo ambiente y que le hacen conocer objetos fuentes de satis­
facción, lo mismo que las sensaciones displacientes provocadas por las
pulsiones internas insatisfechas, modificarán esa situación primitiva y la
buena delimitación yo/no-yo que resultaba de ella. “Bajo el dominio del
principio del placer, se consuma pn nuevo desarrollo en el yo. Toma en
sí, en la medida en que son fuentes de placer, a los objetos que se pre­
sentan, los introyecta (...) y, por otro lado, expulsa fuera de él lo que, en
el interior de sí mismo, le provoca displacer.”146 Así se constituye e?
yo-placer purificado, coincidiendo en adelante el mundo exterior con el
displacer “No Se puede poner en duda que el sentido originario del odio
designa también la relación con el mundo exterior extraño. (...) Lo exte­
rior, el objeto, lo odiado serían, en el principio, idénticos.”147 El amór
y el odio y sus traducciones afectivo-motrices, la atracción y la repul­
sión, aparecen así en una relación biunívoca con el placer y el displacer.,
tal como son experimentadas por el yo-sujeto. -

390
Pero, en ese estadio, Freud debe verificar que ciclos psicológicos tan
complejos como el amor y fel odio no pueden decididamente integrarse
en la teoría de las pulsiones: “Los términos amor y odio no deben utili­
zarse para las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino ser reser­
vados para las relaciones,del yo total con los objetos.”148 Así, puede
proponer un análisis genético: “En el origen, el amor es narcisista, y
después se extiende a los objetos que han sido incorporados al yo am­
pliado, y expresa la tendencia motriz del yo hacia esos objetos en tanto
que ellos son fuentes de placer. Se vincula íntimamente con la actividad
de las pulsiones sexuales ulteriores y, una vez consumada su síntesis,
coincide con la tendencia sexual en su totalidad.”149 “El odio, en tanto
que relación de objeto, es más antiguo que el amor; proviene del rechazo
originario que el yo narcisista opone al mundo exterior, que prodiga las
excitaciones. En tanto que manifestación de la reacción de displacer sus­
citada por objetos, sigue estando siempre en relación con las pulsiones
de conservación del yo, de manera que las pulsiones del yo y las pulsio­
nes sexuales pueden finalmente llegar a una oposición que refleja la del
odio y el amor.” 150
El amor y el odio aparecen por lo tanto como reacciones globales de
la subjetividad ligadas a la estructuración de sus relaciones con el mundo
exterior y objetal: emanan del yo como fuente de una “energía” propia,
distinta del devenir de la libjdo, aunque ligada a él. La investición narci­
sista tiende así a invertir su definición, apareciendo más como “el com­
plemento egoísta” de la sexualidad que lo contrario. El odio emana más
directamente de los intereses egoístas y de la aspiración a la autosufi­
ciencia y omnipotencia del yo. En ese punto, Freud debería lógicamente
verse llevado a trocar su modelo espacial-funcional del psiquismo por u-
na concepción globalista y genética, si no subsistiera la necesidad de no
perder nada de los desarrollos anteriores del psicoanálisis, que fundaron la
concepción precedente. Veremos de qué manera se resolverá esa dificultad
en la última fase del desarrollo del pensamiento freudiano; era en todo
caso necesario subrayar el punto en que se implanta la línea de pensa­
miento que preside la construcción de la segunda tópica.
Sobre las mismas bases se dibuja correlativamente una historia del
desarrollo de la relación de objeto, es decir “de los estadios preliminares
del amor”. “La primera finalidad que reconocemos es incorporar o de­
vorar, un tipo de amor que es compatible con la supresión de la exis­
tencia del objeto en su individualidad y que por lo tanto puede ser califi­
cado de ambivalente. En el estadio superior que es la organización prege-
nital sádico-anal, la tendencia hacia el objeto aparece bajo la forma de un
empujg al dominio, para la cual el hecho de que se dafíe o destruya el
objeto no es algo que se tenga en cuenta. Esa forma, ese estadio preli-

391
minar del amor, apenas puede distinguirse del odio en su comportamien­
to ante el objeto. Sólo con el establecimiento de la organización genital
el amor se convierte en lo opuesto del odio.”151
La relación objetal evoluciona de ese modo hacia una desintrincación
del amor y el odio que está estrechamente ligada al devenir del narcisis­
mo: “Cuando las pulsiones del yo dominan la función sexual, como es
el caso en el estadio de la organización sádico-anal, ellas otorgan a la fi­
nalidad pulsional misma las características del odio. La historia del amor
(...) nos hace comprender por qué con tanta frecuencia se presenta como
ambivalente. (...) El odio mezclado con el amor proviene en parte de los
estadios preliminares del amor, incompletamente superados, y, en parte,
se funda en las reacciones de rechazo (actuales) por parte de las pulsiones
del yo. (...) En ambos casos, también ese elemento de odio encuentra
sus fuentes en las pulsiones de conservación del yo.”152
Todo ese desarrollo atestigua una profunda modificación de las posi­
ciones freudianas: se habrá observado que las pulsiones del yo han llega­
do a estar más o menos identificadas con el narcisismo. Si se recuerda el
modo en que Freud, en los escritos de los años 1911-1912 (cf. las For­
mulations o Tótem et tabou), insistió en asociar narcisismo, sexuali­
dad y principio del placer, parece que en adelante desemboca en un mode­
lo muy diferente del psiquismo que, aquí todavía limitado, se ampliará
pronto en la revisión de la década de 1920. Las pulsiones sexuales que
tienden hacia el objeto y en tal carácter constituyen uno de los motores
del desarrollo, allí se oponen a las pulsiones del yo en tanto pulsiones
narcisistas, que apuntan al mantenimiento de una autosuficiencia omni­
potente (yo-placer purificado), destructora para el objeto (satisfaciente o
no). El viejo esquema del desarrollo de la libido enmarca ahora la géne­
sis del yo y de la relación objetal (de allí la subsuñción del autoerotismo
en el narcisismo), a través de los estadios preliminares ambivalentes
hasta el pleno amor de objeto. Es este mismo punto de vista el que
guiará a Abraham en sus últimos trabajos, en particular su gran escrito
de 1925, el “Esquisse d'une histoire du développement de la libido”.153
Habiendo partido de una psicología elementalista que analizaba el yo
en sus componentes representativos y sólo encontraba cohesión en las r
investiciones somáticas que los subtendían, Freud arriba por lo tanto a
una psicología personal en la que la génesis del ser se integra en el jue­
go estratégico de sus móviles y determina su estructuración subjetiva.
En efecto, en este punto se imbrican los últimos desarrollos del artículo
de 1914 acerca del narcisismo: la génesis de las instancias ideales se in­
tegra en el devenir del narcisismo y conserva su estructura originaria, en
particular la ambivalencia que Freud va a convertir en una de las claves
del proceso melancólico. La otra es la identificación, “estadio prelimi­
nar de elección de objeto y (...) primera manera, ambivalente en su ex-

392
presión, según la cual el jto elige un objeto”.154 Así la identificación,
mecanismo narcisista, relación objetal primitiva y ambivalente (caniba­
lismo), aparece como el instrumento de la estructuración y de la diferen­
ciación del yo.
Pues es preciso tomar nota: correlativamente a la aprehensión del
psiquismo como subjetividad, el objeto (por cierto desde el punto de
vista teórico) deja de no ser más que el soporte de la “acción específica”
en la descarga pulsional; correlativamente emerge la “relación del yo to­
tal con los objetos”155, es decir, la relación interpersonal. El correlato
subjetivo es inmediatamente perceptible en el concepto de identificación
y en el hecho de tomar en cuenta relaciones intrasubjetivas que conduci­
rán a la segunda tópica (el ideal del yo156 fue su primer ladrillo). El
campo clínico de la melancolía y de los mecanismos del duelo es el te­
rreno de emergencia privilegiado de esos fenómenos: recordemos que en
la última parte de Tótem et tabou Freud formuló por primera vez la te­
mática (duelo por el padre originario e institución de las leyes morales
mediante la interiorización del deseo de aquél). La teoría libidinal abarca­
rá en adelante cada vez más el campo de la relación de objeto (tanto ex­
terno como interno) antes bien que la dialéctica pulsional de los Trois
essais.
También se puede observar que Freud llega aquí a una síntesis de dos
de las tres grandes polaridades psíquicas: ambivalencia y narcisismo son
correlativos y se integran en el desarrollo del yo, así como de la relación
objetal. Por otra parte, el yo-placer es a la vez una fase narcisista y una
modalidad particular de relación con el mundo de los objetos: el difícil
problema teórico de la prioridad en el tiempo (y ^estructura) del narci­
sismo o de la relación se encuentra por lo tanto resuelto sin contradic­
ción.157 Veremos que esta interesante solución se pierde más o menos
en la fase ulterior — cuando con el problema del complejo de castración,
la tercera polaridad (la bisexualidad) pasa al primer plano de las preocu­
paciones teóricas de Freud—.
De todas maneras, se pueden advertir todos lo jalones que Freud em­
plaza allí para sus reflexiones futuras. El encuentro a través de Jung con
el campo narcisista se revela como un momento esencial de la trayecto­
ria freudiana: el psicoanálisis conserva todavía las huellas de la difícil
mutación iniciada en ese punto. Por lo demás, esas pocas páginas con­
trastan con la mayor parte de la Métapsychologie', se dina que en esa e-
lapa hubiera sido tan difícil dejar de lado un progreso de ese tipo como
integrar sus materiales en una verdadera síntesis. Contra lo que esperaba,
Freud sobrevivirá a la Gran Guerra y podrá entonces abordar la última
fase de su obra, totalmente consagrada a reducir la tensión interna entre
los dos rostros yuxtapuestos del gran trabajo de 1915.

393
NOTAS

1. S. Freud: Cinq legons sur la psychanalyse, 1909, pág. 58 (bastardillas


del autor).
2. Ibíd., págs. 59-60.
3. Cf. por ejemplo, las primeras páginas del artículo “Les fantasmes
hystériques et leur relation k la bisejcualité”, 1908, en S. Freud:
Névrose, psychose et perversión, págs. 149 y sigs.
4. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 1906-1909, 23 de
mayo de 1907, pág. 97. Freud formula en otra parte de manera dis­
tinta la oposición que plantea entre esos dos términos: “Escribo
paranoia y no demencia precoz, pues tengo a la primera por un
buen tipo clínico, y a la segunda por un mal término nosográfico”
(ibíd., 17 de febrero de 1908, pág. 182). “Reconozco en la para­
noia un tipo psicológico-clínico, y no siempre puede representar­
me algo preciso bajo la demencia precoz” (ibíd., 21 de junio de
1908, pág. 224).
5. Id., ibíd., 21 de abril de 1907, págs. 89-91.
6. Id., ibíd., “Quelques opinions théoriques sur la paranoia”, 14-21 (?) de
abril de 1907, págs. 86-88.
7. Id., ibíd., 23 de mayo de 1907, págs. 95-97.
8. Freud formulará después de manera un poco diferente ese problema difí­
cil de la inversión afectiva amor/odio en el delirio de persecución.
En la Introduction á la psychanalyse. 1917, la atribuye a la re­
presión que, transformando la libido en angustia, convierte en
fuente de displacer al antiguo objeto de amor. Prolongando las re­
flexiones del caso Schreber, en Le Moi et le Qa, 1923 (en S.
Freud: Essais de psychanalyse) piensa más bien en una actividad
defensiva del yo (formación reactiva) que utiliza la energía propia,
desexualizada, de esa instancia.
9. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, manuscrito del 14-
21 (?) de abril de 1907, pág. 87.
10. Recordamos que desde el Esquisse (en S. Freud: La naissance...).la
represión es el primer tiempo de todo proceso neurótico y por lo
tanto el tronco común de la psicopatología. Son las modalidades
del retomo de lo reprimido (y por lo tanto de la fijación) las que a
continuación establecen la diferencia (problema de la elección de
la neurosis). Freud modificará esta formulación después de 1920,
con el retomo a la teoría de las defensas.
11. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 23 de mayo de
1907, pág. 95.
12. Id., ib íd , págs. 95-96.
13. Cf. supra, cap. 13.
14. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 23 de mayo de
1907, pág. 96.
15. Véase ya el siguiente pasaje del Manuscrito H (24 de enero de 1895)
donde Freud afirma, respecto de los paranoicos: “Esos enfermos a-

394
man a su delirio como se aman a sí mismos. Ese es todo el secre­
to.” (S. Freud: Lettrka á W. Fliess, en La naissance..., pág.
101.) Cf. P. Bercherie: “Constitución del concepto freudiano de
psicosis”, ob. cit.
16. S. Freud: Lettres á W. Fliess, nfi 125, 9 de diciembre de 1899, en La
naissance..., pág. 270.
17. Cf. la carta del 23 de julio de 1908, en la que Freud le escribe a Abra-
ham: “A los dos les he formulado en su momento la misma suge­
rencia.” S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926,
pág. 53.
18. Cf. K. Abraham: “Les différences psychosexuelles entre ITiystérie et
la démence précoce”, 1908, en (Euvres completes, tomo I,
págs. 36 a 47.
19. E. Kraepelin, cit. en P. Bercherie: Les fondements..., vol. I, pág.
147. Acerca de esta cuestión, cf. ibíd., caps. 12 y 15.
20. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo I, 27 de agosto de
1907, pág. 133.
21. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence 1907-1926, 21 de octubre
de 1907, pág. 20. No obstante, en la época del Manuscrito H (e-
nero de 1895), Freud presentaba análisis en todos sus puntos idén­
ticos al de Bleuler: “El paranoico reivindicador no puede tolerar la
idea de haber obrado injustamente o de tener que compartir sus bie­
nes. En consecuencia, considera que la sentencia no tiene ninguna
validez legal. (...) Una gran nación no puede soportar la idea de
haber sido derrotada. Ergo, no ha sido vencida; la victoria no
cuenta. He aquí un ejemplo de paranoia colectiva en la que se crea
un delirio de traición. (...) Un funcionario que no figura en la lista
de ascensos tiene necesidad de creer que sus perseguidores han fo­
mentado un complot contra él y que se lo espía en el dormitorio.
Si no, debería creer en su propio naufragio. (...) La megalomanía
logra quizás mejor aun eliminar del yo la idea penosa. Pensemos,
por ejemplo, en esa cocinera cuyos encantos ha marchitado la edad
y que tiene que acostumbrarse a la idea de que la felicidad de ser a-
mada no se ha hecho para ella. Ha llegado el momento de descubrir
que el patrón demuestra claramente su deseo de desposarla, y se lo
hace entender, con una notable timidez, pero con todo de manera
indiscutible.” (S. Freud: Lettres á W. Fliess, en La naissance...,
págs. 100-101.) Cf. también P. Bercherie: “Constitution du con-
cept freudien de psychose”, op. cit.
22. Desde su libro Psychologie de la démence précoce de 1906, C. G.
Jung observó lo que le parecía el carácter patognomónico de la es­
quizofrenia: la fijeza de los síntomas, y por lo tanto de las inves­
ticiones de complejos en esos enfermos, y la “separación respecto
de la realidad” que resultaba de ella. Opone la movilidad de la sin­
tomatología y de las investiciones histéricas. Cf. P. Bercherie:
Les fondements..., págs. 200 y sigs. [Versión castellana del libro

395
\

de C. G. Jung: Psicología de la demencia precoz , Buenos Aires,


Paidós, 1987.]
23. C. G. Jung (a) S. Freud: C orrespondence, tomo I, 13 de mayo de
1907, pág. 93.
24. Id. ibíd., 20 de febrero de 1908, pág. 185.
25. Ibíd.
26. Id., ibíd., 19 de junio de 1908, pág. 223.
27. Id., ibíd., 20 de febrero de 1908, pág. 186.
28. Cf., por ejemplo, id., ibíd., 17 de abril de 1907, pág. 83, y 22 de a-
bril de 1908, pág. 207, nota 4.
29. Id., ibíd., 21 de junio de 1909, pág. 316. P. Janet llegará por otra
parte a las mismas conclusiones puesto que a partir de M édica-
tions psychologiques , 1919, considera que la demencia precoz es
una psiconeurosis, una “demencia asténica”.
30. Cf. supra, cap. 5.
31. C. G. Jung (a) S. Freud: Correspondence, tomo I, 14 de diciembre de
1909, pág. 358.
32. Ibíd., pág. 359.
33. Id., ibíd., tomo II, 1910-1914, 11 de diciembre de 1911, pág. 232.
34. S. Freud (a) C. G. Jung, ibíd., tomo I, 23 de mayo de 1907, pág. 95.
35. Id., ibíd., 25 de febrero de 1908, pág. 189.
36. Id., ibíd., 3 de marzo de 1908, pág. 192.
37. Id., ibíd., 19 de diciembre de 1909, pág. 362; esa carta responde a la
de Jung del 14 de diciembre de 1909, citada supra.
38. Id., ibíd., tomo II, 13 de junio de 1910, pág. 68.
39. Sigue una referencia a la confusión alucinatoria, es decir al caso de
1894, forma extrema de ese proceso.
40. S. Freud: Formulations sur les deux principes de l'activité psychique,
1911, S. E., XII, pág. 218 (la traducción al francés pertenece a C.
Conté).
41. Ibíd., pág. 221.
42. Ibíd., pág. 220.
43. Ibíd., pág. 222.
44. Correlativamente, el concepto freudiano de regresión empezó a coin­
cidir cada vez más con una actitud personal, subjetiva, y ya no con
las modalidades de la disolución de una organización funcional
(pasaje del jacksonismo a una concepción globalista que se apoya­
rá en gran medida en el darwinismo).
45. S. Freud: “Le trouble psychogene de la visión dans la conception
psychanalytique”, 1910, en Névrose, psychose et perversión,
pág. 170.
46. S. Freud: Form ulations..., S. E., XII, págs. 222-223. Respecto del
término “frustración”, que C. Conté traduce al francés como “re­
fu s " (rechazo), cf. infra, nota 51.
47. Ibíd., pág. 223. Las pulsiones de autoconservación son simplemente
coacciones, por su esencia misma, a tener en cuenta la realidad.
48. Ibíd.

396
I
-49. Ibíd., pág. 224.
50. Así, dos años más tarde, Freud propondrá la idea de que “en la neuro­
sis obsesiva cabe registrar el hecho de que el desarrollo del yo su­
pera en el tiempo al de la libido. (...) De ello resultaría una fija­
ción en el estadio pregenital del orden sexual”. (S. Freud: “La dis-
position á la névrose obsessionnelle”, 1913, en Névrose, psy-
chose et perversión, págs. 196-197.)
51. Versagung, término que C. Conté traduce al francés como "refus"
(rechazo)? El sentido alemán es por cierto intraducibie, y me pare­
ce que sólo corresponde a “no-satisfacción”.
52. Aquí, como a todo lo largo de este artículo, se advertirá el estilo ter­
minológico muy próximo al de Janet.
53. S. Freud: “Sur les types d'entrée dans la névrose”, 1912, en Névrose,
psychose et perversión, pág. 176.
54. Ibíd. Como lo hace cada vez que emplea la palabra introversión,
Freud en nota remite aquí a Jung.
55. Ibíd.
56. Ibíd., pág. 177. Freud precisa que es segundo tipo sólo pudo ser des-
. cubierto gracias a las investigaciones de la escuela de Zurich y re­
mite en nota a un trabajo de Jung.
57. Ibíd. pág. 178.
58. Ibíd., pág. 179 (las bastardillas de insuficiencia son mías)
59. Cf. ibíd., pág. 182. Se trata asimismo de “razones que deciden la e-
lección de la neurosis (y que) pertenecen sin excepción (a las) cau­
sas constitucionales que el ser humano trae consigo al nacer”. (S.
Freud: “La disposition á la névrose obsessionelle”, 1913, en
Névrose, psychose et perversión, pág. 189.)
60. Cf. infra, los apartados “Clínica y teoría del narcisismo” y “Hacia
una síntesis: la Métapsychologie".
61. Se comparará esta afirmación con las tesis de los años 1904-1905 e-
xaminadas supra, en el capítulo anterior, apartado C.
62. S. Freud: “A propos de la psychanalyse dite ‘sauvage’ ", 1910, en La
technique..., pág. 40-41.
63. S. Freud: “La dynamique du transfert”, 1912, en La technique..., pág.
51.
64. Ibíd., págs. 53-54.
65. Ibíd.
66. Ibíd., pág. 55.
67. Ibíd., pág. 59.
68. Ibíd., pág. 60.
69. Ibíd., pág. 57; ese “elemento inatacable” designa los elementos de
ternura o amistad en la transferencia positiva.
70. S. Freud: “Remémoration, répétition et élaboration”, 1914, en La
technique..., pág. 109; en adelante, el concepto de automatismo
de repetición aparece con frecuencia en la pluma de Freud, pero sin
sef todavía más que una manifestación del principio del placer.
71. Ibíd., págs. 113-114.

397
72. Ibíd., pág. 113.
73. S. Freud: “Le début du traitement”, 1913, en La technique..., pág.
103. \
74. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, 1916, pág. 429.
75. S. Freud: “Observations sur l'amour de transferí”, 1915, en La tech­
nique... pág. 122.
76. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 429.
77. Ibíd., pág. 433.
78. Ibíd.
79. Freud ya había realizado dos referencias breves al narcisismo en
1910, con respecto a la génesis de la homosexualidad: en una nota
de la segunda edición de los Trois essais y en el estudio acerca de
Leonardo da Vinci.
80. S. Freud: Remarques psychanalytiques sur l'autobiographie d'un cas
de paranoia (Dementia paranoides) (Le Président Schreber),
1911 (cit. infra: Le Président Schreber), en Cinq psychanaly-
ses, pág. 305.
81. Ibíd., pág. 305.
82. Ibíd., págs. 306-307.
83. Ibíd., pág. 316.
84. Ibíd., pág. 320.
85. Durante cierto tiempo, Freud intentará imponer el término “parafre-
nia” para abarcar en primer lugar la demencia precoz-esquizofrenia
(parafrenia “propiamente dicha”) y después el conjunto de las neu­
rosis narcisistas. Se sabe que Kraepelin retomó esa palabra casi al
mismo tiempo; fue su definición la que prevaleció (cf. P. Berche­
rie: Les fondem ents..., vol I, cap. 16) junto con el concepto
bleuleriano.
86. Acerca de esos diferentes puntos, cf. P. Bercherie, “Constitución del
concepto freudiano de psicosis”, ob. cit.
87. S. Freud: Tótem et Tabou, 1912-1913, pág. 104.
88. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393.
89. S. Freud: Le Président Schreber, en ob. cit., pág. 310.
90. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme", 1914, en La vie sexuelle,
pág. 94.
91. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 104.
92. Cf. la confusa discusión de este problema en S. Freud: Le Président
Schreber, en ob. cit., págs. 317-318.
93. Ibíd., pág. 317.
94. Freud considera justamente que el estadio del narcisismo representa u-
na fase de falta de distinción de los dos grupos pulsionales, lo que
recubre la teoría de la anaclisis.
95. S. Freud: “La disposition á la névrose obsessionnelle”, en Névrose,
psychose et perversión, pág. 193 (bastardillas del autor).
96. Ibíd., pág. 197.
97. Cf. S. Freud: “L'organisation génitale infantile”, 1923, en La vie
sexuelle, págs. 113-116.

398
-98. S. Freud: Remarques sur un cas de névrose obsessionnelle (L'homme
aux rats), 1909 (cit. infra: L'homme aux rats), en Cinq psycha-
nalyses, pág. 251.
99. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 80.
100. Ibíd., págs. 87-88 (bastardillas del autor).
101. Cf. supra, cap. 9.
102. S. Freud: lotelh et Tabou, pág. 92.
103. Ibíd., págs. 103-104.
104. Cf. la famosa secuencia Copémico-Darwin-Freud de S. Freud: “Une
difficulté de la psychanalyse”, 1917, en Essais de psychanalyse
apliquée, págs. 137-147; véanse también las interesantes consi­
deraciones de P.-L. Assoun en la conclusión de Introduction á l'é-
pistemologie freudienne.
105. S. Freud: Tótem et Tabou, pág. 105.
106. Ibíd., págs. 102-103.
107. Ibíd., pág. 105.
108. Ibíd.
109. Ibíd., pág. 80.
110. Ibíd.
111. Ibíd., págs. 82-83.
112. Ibíd., pág. 179.
113. Ibíd., pág. 185.
114. Ibíd., pág. 184.
115. Ibíd.
116. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence ( 1907-1926), 5 de julio
de 1907, págs. 11-12. Durante ese primer período (el de los Trois
essais) al que pertenece esta carta, Freud ignoró en gran medida la
importancia de la vida fantasmática del niño. Así, consideraba que
“el histérico (que) más tarde se aparta considerablemente del autoe­
rotismo infantil (...) ubica de manera fantasmática en la infancia
su necesidad de objeto y recubre la infancia autoerótica con fantas­
mas de amor y seducción” (ibíd., pág. 10). El análisis del pequeño
Hans (Juanito), casi en el mismo momento, con el descubrimiento
de las “teorías sexuales infantiles” (artículo de 1908, en S. Freud:
La vie sexuelle, págs. 14-27), es una de las fuentes de la nueva
óptica que sitúa el fantasma en los orígenes de la vida mental.
117. Según una hipótesis que expondré en el capítulo siguiente y que in­
tenta correlacionar los sucesivos modelos freudianos del psiquismo
con el campo clínico dominante que les corresponde, se podrá ob­
servar que la doble valencia del modelo inicial corresponde bien a
las dos vertientes de la sintomatología histérica (síntoma de con­
versión y “psicosis” histéricas) en tanto que su bipartición acom­
paña el pasaje al primer plano de la psicosis por una parte (mode­
lo narcisista-autístico), y por la otra de la neurosis obsesiva (mo­
delo impulsivo).
118. Obsérvemos que hay allí dos concepciones muy diferentes de la ac­
ción: el modelo narcisista toma de Janet el concepto de una ten­

399
sión, de un esfuerzo adaptativo (aloplastia), en tanto que e} modelo
impulsivo vuelve a la imagen de la descarga refleja primitiva, ali­
vio de la tensión y no realización costosa.
119. Simultáneamente, Freud intenta una conciliación de las dos tesis, a-
firmando que “esta diferencia, que algunos podrían considerar capi­
tal, no se refiere al aspecto esencial del tema” (S. Freud: Tótem et
Tabou, pág. 184). Así cerrará también la prolongada discusión a-
cerca de la realidad de la escena primitiva en “El Hombre de los lo­
bos”, pero con la reserva de una realidad filogenética (fantasma o-
riginario). Este último concepto indica la prevalencia en su pensa­
miento de la tendencia al modelo evolucionista; la imagen no po­
dría representar un mundo que tenga coherencia per se : una reali­
dad, por lo menos heredada genéticamente, debe lastrar su impacto.
120. Freud cita el complejo de castración —que por otra parte no conside­
ra en absoluto omnipresentes en las neurosis, a la inversa de Adler
(cf. S. Freud: “Pour introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle,
pág. 97)— como ejemplo de coyuntura en la que “los dos tipos de
pulsiones obran todavía al unísono y se presentan como intereses
narcisistas en una mezcla indisociable” (ibíd., pág. 97; las bas­
tardillas son mías).
121. Ibíd., pág. 86.
122. Freud gusta también de esta hipótesis “quimista” en el plano tera­
péutico: “Supongamos ahora que estamos en condiciones de inter­
venir mediante procedimientos químicos en esta estructura, de au­
mentar o reducir la cantidad de libido existente en un momento da­
do, de reforzar una pulsión a expensas de otra: tendríamos allí una
terapéutica causal en el sentido propio de la palabra, una terapéuti­
ca en cuyo beneficio nuestro análisis ha realizado el trabajo de re­
conocimiento preliminar e indispensable.” (S. Freud: Introduction
á la psychanalyse, pág. 413.) Es el “rodeo imaginario” del que
habla P.-L. Assoun —cf. supra, cap. 13, apartado A— .
123. Cf. la definición del autoerotismo citada supra: “El autoerotismo fue
la actividad sexual de la fase narcisista de la fijación de la libido.”
(S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 393.)
124. Freud considera por otra parte que “la coacción de salir del narcisis­
mo y ubicar la libido en los objetos (...) podría (...) aparecer
cuando la investición del yo en libido ha superado una cierta medi­
da”; la salida del estado anobjetal, por lo tanto, no depende más
que de factores puramente cuantitativos (estasis libidinal de la cual
la hipocondría es el modelo). (S. Freud: “Pour introduire le narci­
ssisme, en La vie sexuelle, pág. 91.)
125. S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, pág.
242, nota 5.
126. Cf. supra, nota 123, pág. 327.
127. Las dos expresiones, en efecto, son rigurosamente intercambiables
en los textos freudianos: en alemán, por otra parte, la diferencia
sólo reposa en la posición de las palabras Ich e Ideal. Si Freud

400
hubiera querido asignarles acepciones contrastantes, desde luego se
habría explidkdo! Sólo ulteriormente (H. Nunberg, 1932) habrá de
constituirse sobre esta base una verdadera oposición conceptual,
cuyo interés precisará J. Lacan.
128. S. Freud: “Poüt introduire le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág.
98.
129. Ibíd., pág. 102.
130. Ibíd., pág. 104.
131. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 4 de mayo
de 1915, pág. 225.
132. S. Freud: M étapsychologie, 1915, pág. 98.
133. Ibíd., págs. 78-79.
134. S. Freud (a) C. G. Jung: Correspondence, tomo II, 30 de noviembre
de 1911, pág. 230.
135. S. Freud: L'intérét de la psychanalyse, 1913, pág. 82. Cf. por otra
parte el conjunto de ese importante manifiesto epistemológico,
que aclaran el “Prefacio” y el “Comentario” detallado de P.-L. As-
soun en la edición francesa.
136. Cf. supra, cap. 13.
137. S. Freud: M étapsychologie, pág. 32 (las bastardillas de sus son
mías)
138. Cf. supra, cap. 14, apartado B.
139. S. Freud: Métapsychologie, pág. 34.
140. Ibíd., pág. 35.
141. Ibíd.
142. Ibíd., pág. 37.
143. Ibíd., nota 1.
144. Ibíd., págs. 35-36.
145. Ibíd., pág. 38. Se habrá observado la inversión de la secuencia (o
más bien de la terminología) del desarrollo del yo entre las F or­
m ulations de 1911 y el presente texto de 1915. En efecto, en a-
delante es menos la realización alucinatoria del deseo que la omni­
potencia mágica lo que centra el concepto del yo-placer; ahora
bien, las técnicas de proyección e introyección subtienden la dis­
tinción dentro/fuera. Así, Freud continúa alejándose del modelo o-
nírico del Esquisse para esbozar la historia del desarrollo de un
ser en interacción constante con su ambiente.
146. Ibíd. Una nota remite aquí al artículo perdido acerca de la proyec­
ción. Se la puede completar con el pasaje siguiente del artículo de­
dicado a la represión: “La experiencia psicoanalítica (...) nos
fuerza (...) a concluir que la represión no es un mecanismo de de­
fensa presente en el origen, que no puede instituirse antes de que
se haya producido una separación marcada entre las actividades
psíquicas consciente e inconsciente. (...) Antes de que la organiza­
ción psíquica haya alcanzado ese estadio, son los otros destinos
pulsionales, como la transformación en lo contrario, la vuelta ha­
cia la propia persona, los que llevan a cabo la tarea de defensa.”

401
(Ibíd., págs. 47-48.) Así, correlativamente a la elaboración!de una
teoría del yo, reaparece el concepto de defensa como género que
subsume la represión en tanto que especie (cf. también ibíd., pág.
25), concepción que se desarrollará con Inhibition, symptóme et
angoisse. En ese marco, introyección y rechazo-proyección apa­
recen como otras tantas modalidades defensivas primitivas.
147. Ibíd., pág. 39.
148. Ibíd., pág. 40.
149. Ibíd., pág. 42.
150. Ibíd., págs. 42-43.
151. Ibíd., pág. 42. Ese mismo año de 1915 Freud introdujo en la tercera
edición de los Trois essais la noción de una primera organización
oral de la libido que coincide en consecuencia con el narcisismo
primario (yo-placer), La idea aparece con respecto al proceso iden-
tificatorio en la fuente de las instancias ideales y en el marco de li­
na discusión con Abraham acerca de la melancolía (cf. la carta de
K. Abraham del 31 de marzo de 1915, en Correspondence (1907-
1926), págs. 221-222, y la respuesta de S. Freud, ibíd., 26 de a-
bril de 1915, pág. 224) donde se objetiva claramente el proceso de
incorporación ambivalente (canibalismo).
152. Ibíd., pág. 43.
153. Cf. K. Abraham: “Esquisse d'une histoire du développement de la li­
bido”, en (Euvres completes, tomo H, págs. 255-313.
154. S. Freud: Métapsychologie, pág. 159.
155. Cf. supra, nota 148.
156. De modo que el concepto de superyó se erige en la intersección de
tres grandes registros teóricos: el de la ambivalencia, el del narci­
sismo y el de Edipo. La etapa que acabamos de examinar se basa
más bien en los dos primeros (ideal del yo: modelo melancólico),
y la siguiente en los dos últimos (superyó: modelo obsesivo).
157. En “Pour introduire le narcissisme” Freud ya había intentado una pri­
mera síntesis al presentar como paralelas y alternativas las dos
modalidades de la elección de objeto primordial: narcisista y ana-
clítica.

402
* Capítulo XVI

LA REFUNDICION DE LA METAPSICOLOGIA:
PULSION DE MUERTE Y SEGUNDA TOPICA
(1920-1938)

Vida y muerte: El nuevo dualismo pulsional

A. El retomo de la pareja amor/odio

En 1920, Freud publicó la obra en la que había trabajado desde el año


anterior: Au-delá du principe de plaisirL De entrada el título enuncia el
programa, es decir el interrogante que constituye su eje. Freud plantea
1 sus términos desde la primera línea: “En la teoría psicoanalítica, admiti-
4 mos sin vacilar que el principio del placer regula automáticamente el
flujo de los procesos psíquicos [43].” Es ése precisamente el postulado
fundamental (con sus traducciones económicas: constancia, inercia) que
le parece cuestionado por el examen de todo un material clínico, puesto
que no se podría reducirlo a los límites que la realidad, por una parte, y
^ el conflicto y la represión por la otra, imponen a dicho principio. Así,
' Freud observa respecto de las repeticiones transferenciales que “La com­
pulsión de repetición hace volver también experiencias del pasado que no
traen consigo ninguna posibilidad de placer y que incluso en su momen­
to no pudieron aportar satisfacción, ni siquiera a las mociones pulsiona-
i les ulteriormente reprimidas [60J. ” Lo que conduce al enunciado de una
conclusión sorprendente, puesto que rompe el hilo de pensamiento que
había estado guiando a Freud desde veinticinco años antes: “tales obser­
vaciones, extraídas del comportamiento eñ la transferencia y del destino
de los hombres, nos alientan a admitir que existe efectivamente en la vi­
da psíquica una compulsión de repetición que se ubica por encima del
principio del placer. Por esto nos inclinamos a relacionar con esta com­
pulsión los sueños de la neurosis de accidente y el impulso a jugar en el
niño [63].”

403
En este punto resulta esencial captar bien lo que está en juego en el
razonamiento de Freud, puesto que al fin de cuentas una gran parte del
movimiento psicoanalítico siempre rechazó los resultados de ello. Los
fenómenos de repetición que verifica la clínica (transferencia, destino,
neurosis traumática) sólo parcialmente se dejan reducir al empuje de mo­
ciones inconscientes que tienden al placer, y por lo tanto ponen de ma­
nifiesto una tendencia bruta al “eterno retomo de lo mismo [62]”, más
allá de la ley psíquica del placer-displacer. Desde luego, hay que precisar
que esa verificación se impone teniendo en cuenta los conocimientos
psicoanalíticos de entonces ,2 es decir el espectro de los móviles incons­
cientes de los que disponía Freud. El resultado es por lo tanto que el au-
lom atism o de repetición se presenta como una ley del funcionamiento
psíquico más profunda que el principio del placer, como un fenómeno
pulsional aun más primordial, que Freud tratará de aprehender a través de
lo que él mismo presenta como “especulación, una especulación que con
frecuencia se remonta muy lejos (...), un intento de explotar una idea de
manera consecuente, con la curiosidad de ver adónde nos llevará [65]”.
Así se ve conducido a modificar considerablemente su concepción de
la esencia de la pulsión y de los principios del funcionamiento mental.
Basándose en diversos hechos de etología animal (migración de los peces
o las aves a antiguos hábitats de la especie) y asimismo en la ley bioge-
nética fundamental de Haeckel, Freud propone que “una pulsión sería un
empuje intrínseco del organismo vivo en la dirección del restablecimien­
to de un estado anterior que ese ser vivo tuvo que abandonar bajo la in­
fluencia perturbadora de fuerzas exteriores (...), la expresión de la inercia
en la vida orgánica [80]”. El automatismo de repetición ya no aparece en
adelante como la expresión de la vida pulsional, sino como su fuente, la
matriz de las pulsiones. Por otra parte, el origen de la evolución no po­
día ubicarse en la vida orgánica en sí misma, consagrada a la inercia y la
repetición: “Tenemos entonces que atribuir los resultados efectivos del
desarrollo orgánico a influencias exteriores que lo perturban y lo desvían
de su fin, [82].”
Freud mismo observa que “ese modo de desarrollo sólo podía expli­
carse muy parcialmente por factores mecánicos, y la explicación histó­
rica es imprescindible [81; la bastardilla es mía]”. Si se recuerda ahora
la firmeza de la adhesión freudiana a los principios de la escuela de
Helmholtz, se advierte cuán profunda es la evolución que en este punto
ha sufrido su pensamiento. En adelante, el registro biológico se ha con­
vertido para Freud en un orden propio, irreductible al campo físico-quí-
mico, y ese orden está caracterizado por la dimensión de la historia. De
modo que Freud tomó distancia respecto de la cpncepción físico-fisiolo-
gista de la pulsión, que identificaba con la posición de Cabanis,3 me­
diante un pasaje decidido al darwinismo. La teleología puede entonces

404
í
* •* '
penetrar el mundo pulsional, de modo que las pulsiones se definirán en
adelante más por su finalidad que por su cantidad (ciclo tensión-descar­
ga). De la estructuración fundamentalmente “mecanicista” del pensa­
miento freudiano subsiste la idea de una inercia esencial del ser vivo, que
sólo avanza porque el camino de retomo está cerrado para él. Al pasar del
registro psíquico al registro pan-biológico, esta convicción acerca de la
no creatividad adquiere por otra parte una profunda significación que ma­
terializará el concepto de pulsión de muerte.
Pero la concepción misma del funcionamiento psíquico se encuentra
subvertida por la mutación de la idea de pülsión. Freud sigue consideran­
do que “sería (...) la tarea de las capas superiores del aparato psíquico su­
jetar la excitación pulsional cuando ella llega bajo la forma de proceso
primario [78]”, pero ese proceso (secundario) se despliega en adelante
“sin duda no en oposición con el principio del placer, sino independien­
temente de él y en parte sin tenerlo en cuenta [78]”. En efecto, “la suje­
ción de la moción pulsional sería una función preparatoria que debe po­
ner la excitación en estado de ser finalmente liquidada en el principio de
descarga [113]”. De modo que aquí se emplaza una imagen muy diferente
del proceso mental: por sí misma, la dinámica pulsional, únicamente
dominada por la repetición, sólo tendería a reproducir el pasado, fuera
cual fuere su contenido, es decir, que haya sido fuente de placer o de do­
lor. De modo que en adelante la sujeción apunta no ya a instaurar el
control del principio de realidad sobre el empuje ciego del deseo (como
búsqueda de placer), sino a impedir la repetición, peligro mortal para el
organismo-sujeto, y a canalizar las energías pulsionales en un funciona­
miento sometido a la escala biológica del placer-displacer. “Sólo una vez
que esta sujeción se ha consumado el principio del placer (y el principio
de realidad que es su forma modificada)4 podría establecer su dominación
sin obstáculos [78]”; en caso contrario, la repetición bruta continuará su
ciclo (cf. los ejemplos de partida) al mismo tiempo que el aparato psí­
quico se esforzará por realizar la sujeción.
De modo que es en ese marco donde Freud sitúa en adelante el pro­
blema del traumatismo y de su repetición (transferencia, sueño de las
neurosis traumáticas, juego del niño). “Llamamos traumáticas a las ex­
citaciones externas lo bastante fuertes como para fracturar los para-exci-
taciones.5 (...) En primer lugar, el principio del placer es puesto fuera de
acción. Ya no se trata de impedir que el aparato psíquico quede sumergi­
do en grandes sumas de excitaciones; la tarea que aparece es más bien o-
tra: dominar la excitación, ligar psíquicamente las sumas de excitación
que han penetrado por fractura para llevarlas luego a la liquidación. (...)
Se apela a la energía de investición, que viene de todas partes, para crear
en la vecindad del punto de fractura investiciones energéticas de una in­
tensidad correspondiente [71-72].” Conocemos ya esta teoría de la con-

405
trainvestición y de la sujeción o ligadura de las cantidades^ traumáticas
(cf. el Esquisse). En adelante, Freud habla de la angustia en ese marco
como “preparación (para el peligro traumático) por la angustia, prepara­
ción que implica la sobreinvestición de los sistemas que reciben princi­
palmente la excitación [74]”. Los sueños de la neurosis traumática tie­
nen así “por finalidad el dominio retroactivo de la excitación con desa­
rrollo de angustia, esa angustia cuya omisión ha sido la causa de la neu­
rosis traumática [74-75]”.
Freud no continúa con esas reflexiones, cuyo hilo retomará en 1926
al reformular por completo la teoría de la angustia y de la neurosis.
Mientras tanto,1la idea de un retomo a los estados originarios como ten­
dencia pulsional primordial orienta al mismo tiempo hacia la conclusión
de que “el fin último hacia el que tiende todo lo que es orgánico (...) de­
be (...) ser un estado antiguo, un estado inicial que el ser viviente aban­
donó antaño y al cual tiende a volver a través de todos los rodeos del de­
sarrollo. (...) La meta de toda vida es la muerte [82]”. Así se constituye
la noción de una pulsión de muerte, a la cual se opone correlativamente
la pulsión sexual, en tanto que ella apunta a conservar la vida, a evitar la
destrucción de la materia orgánica al prolongar la existencia del indivi­
duo en la reproducción de la especie. De modo que si la libido aparece
como la pulsión de vida, es en su antagonista psicoanalítico natural, las
pulsiones del yo, donde se diría que resulta lógico buscar el representante
psíquico de la pulsión de muerte. Siendo una parte de las pulsiones mis­
mas del yo de naturaleza libidinal (libido narcisista), es en la otra ver­
tiente de su actividad donde desde luego hay que situar la pulsión de des­
trucción: de modo que el odio es su representante natural. Correlativa­
mente, el concepto de libido sexual se amplía, convirtiéndose en Eros,
“que conserva todas las cosas [100]”, “que procura provocar y conservar
la cohesión de las partes de la sustancia viviente [110, nota 16]”, identi­
ficándose así con el Amor del mito platónico.
En este punto tenemos que volver del revés la exposición freudiana y
comprender que es, a la inversa, la intuición del carácter primordial e i-
rreductible de la pareja amor/odio la que funda la creación del nuevo dua­
lismo pulsional. Volvemos a encontrar aquí7 el hilo del pensamiento r
interrumpido desde la última parte del artículo metapsicológico “Les
pulsions et leurs destins”.8 “Partimos de la gran oposición de pulsiones
d e jd d a - pulsiones de muerte. El amor de objeto en sí mismo nos
muestra una segunda polaridad de ese tipo, la del amor (ternura) y el odio
(agresividad). ¡Si pudiéramos llegar a relacionar esas dos polaridades, re­
ducir la una a la otra! Desde siempre hemos reconocido la existencia de
una componente sádica de la pulsión sexual. (...) ¿Pero cómo deducir del
Eros, que conserva la vida, la pulsión sádica que tiene por fin hacer daño
al objeto? ¿No se nos invita a suponer que ese sadismo es en sentido es-^

406
tricto una pulsión de muerte que ha sido rechazada del yo por la influen­
cia de la libido narcisista, de manera que sólo se vuelve manifiesta rela­
cionándose con el objeto [101-102]?” Freud retoma entonces la secuen­
cia del desarrollo de la relación objetal a través de las diferentes organiza­
ciones infantiles, poniendo de relieve el papel del sadismo, de la incor­
poración destructora inicial, en la influencia dominadora del objeto que
todavía acompaña a la realización del deseo genital.
De modo que a la, ambivalencia y el sadomasoquismo en la nueva
dialéctica pulsional se les otorga el lugar primordial, relegándose por el
momento al segundo plano los antagonismos de los sistemas tópicos.
Correlativamente, el masoquismo cambia de significación, puesto que e-
ra una vuelta hacia sí mismo del sadismo, y en el nuevo sistema ocupa
un lugar esencial como tendencia primaria y manifestación más pura de
la pulsión de destrucción. El dualismo pulsional trasciende por otra parte
todas las distinciones metapsicológicas, confiriendo sentido a los princi­
pios más mecanicistas y funcionales. Así, el principio de placer-inercia,
en tanto que apunta a la nivelación de la tensión energética del aparato
mental, aparece como uno de los instrumentos al servicio de la pulsión
de muerte en su esfuerzo por desembarazarse de las excitaciones vitales
de la libido.

B. Origen y filiación del nuevo modelo freudiano

Tenemos ahora que interrogamos acerca del sentido exacto de ese extra­
ordinario viraje del pensamiento freudiano. Trataría de situar su aparición
en tres niveles fundamentales: el de los materiales clínicos, fácticos, que
pudieron modificar el modo de ver de Freud, el de lo que está teórica­
mente en juego en su esfuerzo, y finalmente el del manejo conceptual y
la exigencia de modelización cuyas huellas acabamos de seguir desde los
orígenes de la trayectoria freudiana. Por lo tanto, en el nivel de los he­
chos que provocaron lo que es justo considerar como una poderosa co­
rriente de pesimismo en el pensamiento freudiano (ello sin tener en
cuenta el valor y la pertinencia de los argumentos presentados), me ha
parecido incuestionable que la experiencia vivida de la masacre de 1914-
1918 inició su proceso. Lo ilustra la lectura de la correspondencia de
Freud de ese período, lo mismo que un texto circunstancial, publicado
en 1915, las “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort”.9
Allí Freud bosqueja las condiciones de lo que eufemísticamente cali­
fica de desilusión: “Uno se atrevió a esperar alguna otra cosa. De las
grandes naciones de raza blanca que reinan en el mundo, a las cuales in­
cumbe la dirección del género humano, que se sabía aplicadas a defender
ciertos intereses comunes al mundo entero, y cuya obra abarca tanto los
progresos técnicos en el dominio de la naturaleza como los valores artís­

407
ticos y científicos de la civilización, de esos pueblos, decía, Uno había
esperado que fuesen capaces de resolver a través de otras vías las disen­
siones y los conflictos de intereses.”10 Por lo menos, se podía contar
con el nivel de civilización alcanzado para que una guerra de ese tipo
fuera lo más posible limitada, prudente respecto de los hombres y los
valores, moderada en sus objetivos. Ahora bien, la guerra moderna reve­
ló ser “no solamente, en razón del pujante perfeccionamiento de las ar­
mas ofensivas y defensivas, más sangrienta y asesina que cualquiera de
las guerras anteriores, sino (...) por lo menos tan cruel, encarnizada, des­
piadada, como todas las que la precedieron. (...) Presa de una rabia ciega,
derriba todo lo que le obstruye el camino, como si después de ella los
hombres no debieran tener ni futuro ni paz.”11 Así, ante el horrorizado
“ciudadano europeo” de la Europa de preguerra furgen dos fenómenos que
concentran su decepción: “La débil moralidad, en sus relaciones exterio­
res, de los Estados que se comportaban en lo interior como guardianes de
las normas morales y, en los individuos, una brutalidad de comporta­
miento de la que, en tanto participaban de la más alta civilización huma­
na, no se habría creído que fuesen capaces.”12
Para explicar las causas verdaderas de tales acontecimientos, Freud
presenta un cierto número de razones que objetivan las ilusiones que se
podían haber albergado acerca del nivel real de la civilización: carácter en
gran medida egoísta (miedo, hipocresía: sentimientos ego-altruistas de
Spencer) de los móviles del renunciamiento pulsional social, predomi­
nio de los efectos educativos siempre regresivamente reversibles sobre la
parte de lo innato (hereditariamente adquirido) en la cultura, plasticidad
psicológica de los individuos que los arrastra por debajo de su nivel real
en la acción, arcaísmo moral de los pueblos en tanto “grandes indivi­
duos”. Subsiste una parte difícil de integrar en la comprensión de tal
problema: “El porqué, a decir verdad, los individuos-pueblos se despre­
cian, se odian, se aborrecen unos a otros, incluso en tiempo de paz (...)
por cierto es un enigma.”13 “Él carácter insistente del mandamiento ‘No
matarás’ nos proporciona la certidumbre de que descendemos de una casta
infinitamente larga de asesinos que tenían en la sangre el deseo de ma­
tar, igual quizás que nosotros mismos todavía.”14
A Freud le parece incontestable que la marejada de violencia y muerte
que sacude a Europa ante sus ojos difícilmente podía encontrar una mo­
tivación suficiente en las concepciones de las que el psicoanálisis dispo­
nía hasta entonces. Por cierto, “nuestro inconsciente mata incluso por
cosas insignificantes; lo mismo que la antigua legislación ateniense de
Dracón, no conoce para los delitos ningún castigo que no sea la muerte,
lo cual no carece de consecuencias, pues todo perjuicio ocasionado a
nuestro yo omnipotente y soberano es en el fondo un crimen laesae
majestatis”.15 Pero un frenesí destructor (o autodestructor) de tal am-

408
1
% -

plitud, una pasión por la muerte tan encarnizada, permite sospechar la


intervención de un factor que encuentra satisfacción en tales acciones en
sí mismas,16 fuera de toda motivación narcisista. Ya se cuenta con el
sadomasoquismo para una explicación pero, en un plano puramente
cuantitativo, en adelante tiende por ello mismo a ocupar un lugar en la
teoría de las pulsiones que esté a la altura de la fuerza de sus efectos.
Freud lo dice en su conclusión: “¿No sería mejor otorgar a la muerte, en
la realidad y en nuestros pensamientos, el lugar que le corresponde?”17
Contra el fondo de una experiencia tal18 y de la fuerza de convicción
que se desprende de ella, adquieren sentido todos esos materiales clínicos
que desbordan el marco precedente de la teoría freudiana e insisten en fa­
vor de un verdadero reconocimiento conceptual de lo que puede llamarse
la negatividad en la dinámica psicológica. Inercia, repetición, maso­
quismo “moral” (neurosis de fracaso), reacción terapéutica negativa, vis­
cosidad de las investiciones neuróticas, todos esos factores del fracaso del
tratamiento y la impotencia del analista se unen a la ambivalencia y el
sadomasoquismo en un concepto metapsicológico que por primera vez
toma en cuenta el “carácter demoníaco [78]” del psiquismo humano. Pe­
ro, desde luego, un esfuerzo tal de teorización se basa por otra parte en
ciertas necesidades internas de la dinámica conceptual. No olvidemos, en
efecto que, desde la introducción del concepto de narcisismo, Freud se
encontró siempre confrontado con “la cuestión siguiente: si las pulsio­
nes de autoconservación son también de naturaleza libidinal, quizás no
haya en absoluto más pulsiones que las libidinales [100]”. ¿Cómo resis­
tir a la crítica junguiana, con todo tan parcialmente fundada, y mantener
la conflictualidad fundamental del psiquismo, incluso reforzada en la in­
tuición freudiana por la conciencia de su carácter “demoníaco”?
En este punto es preciso recordar la otra gran disidencia, la de Adler,
y sus materiales con frecuencia pertinentes, acumulados para justificar la
/ ubicación en primer plano de una pulsión de agresión, por cierto esen­
cialmente egótica. No puede dejarse de pensar que, con la introducción de
la pulsión de muerte, Freud liquidaba cuanto podía quedar de las discu­
siones suscitadas por los dos tránsfugas y de una vez por todas saldaba
una vieja deuda. Aceptaba la objeción junguiana, la unidad de la libido,
anulando su alcance en virtud de la introducción de una versión personal
de la idea de Adler. El psicoanálisis fagocitaba así a sus propios desvia-
cionistas, privándolos definitivamente del terreno en el que todavía podí-
y an polemizar. Sigue siendo cierto, por una parte, que la pulsión de
^ muerte no es la agresión adleriana,19 y por la otra que el estilo mismo
de la conceptualización freudiana es digno de examen, puesto que ella es­
tá lejos de desprenderse simplemente de los materiales concretos y de las
dificultades teóricas que integra.
En efecto, nunca antes Freud había construido sus concepciones teó-

\ 409

\
ricas más fundamentales reservando tal lugar a la “especulación [65]”,
empleando una “concepción (que) está muy lejos de caer de su peso y da
la impresión de ser francamente mística [102]”, sirviéndose de una idea
que “no era posible seguir (...) sin combinar varias veces lo que pertene­
ce al orden de los hechos con lo que es el puro producto del pensamien­
to, y consecuentemente sin alejamos mucho de la observación [108-
109]”. Al término del razonamiento, debe reconocer sus dificultades:
“Yo mismo no sé en qué medida creo en esto [108].” ¿Qué es entonces
lo que ocurrió que pueda explicar un cambio tal de actitud? Hasta ese
momento, cuando Freud confiaba a la especulación20 la construcción de
ciertas partes de sus modelos, recurría a metáforas mecánico-físicas, a
materiales que por lo menos le parecían de cariz científico, y he aquí
que en ese momento estaba tomando en sus manos lo que el propio Pla­
tón consideraba un mito. Es preciso que captemos lo que se trataba de
teorizar en esa etapa del trayecto freudiano: el acceso a los "fenómenos
narcisistas” —para designar con esa expresión global lo que hemos exa­
minado en el capítulo precedente— lo llevó a aprehender ese aspecto
global, personal, de la sujetividad, que hasta entonces se le había escapa­
do. Recordemos: “Los términos amor y odio no deben ser utilizados para
las relaciones de las pulsiones con su objeto sino reservados para las re­
laciones del yo-total con los objetos.”21 Esa es precisamente la cues­
tión que trata de resolver el nuevo dualismo pulsional.
El problema que se le plantea a Freud es crucial: ¿cómo integrar el
aspecto cualitativo, teleológico del psiquismo, el universo de la motiva­
ción finalista, a un sistema que sigue siendo fundamentalmente causalis-
ta, que organiza sus análisis en tomo de un encadenamiento causal de ti­
po mecanicista, pues incluso el modelo evolucionista de la Traumdeu­
tung es todavía el de una máquina, biológica por cierto, pero no sub­
jetiva (evolucionismo tipo Spencer-Jackson)? Asimismo, ¿cómo no
perder nada de las adquisiciones metapsicológicas: teoría de las pulsio­
nes, aparato mental, principios del funcionamiento psíquico? Hacer tabla
rasa y reconstruir de novo un modelo totalmente inédito era una tarea
sobrehumana. De modo que otra vía iba a abrirse a la teorización de
Freud: La utilización del evolucionismo darwinista, haciéndole jugar
hasta el límite la dialéctica de lo originario, la dimensión arqueohistóri-
ca. Tótem et tabou ya lo había empleado, pero apuntaba más bien a la
iluminación de una homología estructural (cf. la tríada niño-primitivo-
neurótico). En la Introduction á la psychanalyse, obra en muchos as­
pectos de inflexión, Freud presentó la noción de fantasma originario
como “patrimonio filogenético”, lo que modificaba considerablemente el
alcance de sus investigaciones antropológicas: “En mi opinión, es posi­
ble que todo lo que se nos cuenta en el curso del análisis con carácter de
fantasmas, es decir la seducción de niños, la excitación sexual, a la vista

410
‘k * '
de las relaciones sexuales de los padres (...) la castración (...) antafio, en
las fases primitivas de la familia humana, fueron realidades, y (es posi­
ble) que al dar libre curso a su imaginación el niño solamente llene, con
ayuda de la verdad prehistórica, las lagunas de la verdad individual."22
También en ese caso lo que está en juego es de carácter clínico: se trata
de señalar en los núcleos fantasmáticos inconscientes una realidad tan
grávida de efectos, tan resistente a la descomposición analítica como lo
real histórico del sujeto. Lo mismo que cada vez que tropieza con lo que
le parece indescomponible, irreductible a las circunstancias de la historia
“dramática” del sujeto, Freud recurre a referencias biologizantes — de lo
cual proviene el atractivo del darwinismo, en el que se conjugan historia
y biología— .
Pero al extraer del darwinismo todo lo que puede traducir en tal senti­
do, al utilizar a fondo al lamarckismo darwinista, Freud crea aquí una di-
^ mensión teórica propia 23 Precisamente va a hacer uso de ella al intro-
, > ducir, con Au-delá du principe de plaisir, una verdadera teleología pul­
sional.24 De modo que en primer lugar es la teoría de las pulsiones la
que integra la especificidad subjetiva, a través de un desfasaje completo
respecto de su concepto primero: la tensión somática, que sólo encontra­
ba su objeto en virtud del azar de la experiencia, y que no era más que
empuje hacia la descarga, se convierte en una entelequia sustancializada,
dibujo tenaz en el seno mismo del ser del otro lado de los juegos del
conflicto psíquico, fuerzas abismales se entregan a un combate mítico,
1 eterno y encarnizado, desplegando tesoros de astucia e ingenio para al-
♦ canzar sus fines, es decir reencontrar su origen anulando el rodeo de la
historia.
Ocurre que otra tradición ha infiltrado profundamente el pensamiento
freudiano. La reacción globalista, allí donde la vimos, se reconcilió con
las corrientes filosóficas contra las cuales el positivismo cientificista de
^ fines del siglo XIX había construido su psicología sin alma. Para cons-
' truir la nueva psicología se tomaban conceptos e intuiciones de los es­
piritualistas franceses, del kantismo, de Aristóteles, del vitalismo 25
Freud no fue la excepción a la regla: él se abreva en su propia prehisto­
ria de fisiólogo helmholtziano, en esa filosofía de la Naturaleza que lo
i había impulsado hacia la medicina después de escuchar la lectura del ma­
nifiesto de Goethe,26 en esa metafísica romántica de la que Brücke lo
había apartado a favor de concepciones más sobrias y “prosaicas”. De
modo que Freud reencontró la tradición de esa concepción pan-psiquista
que consideraba a la Naturaleza un ser subjetivo y todopoderoso, y la
panteizaba como fuente de vida, acordando sentido y espiritualidad a cada
uno de sus elementos, a cada una de sus leyes y al movimiento univer­
sal;27 al hacerlo, el creador del psicoanálisis invocó a lo largo de su re­
corrido a aquellos que recogieron la herencia de Schelling y los románti-

411
eos: Fcchner (el Fechner “nocturno”, místico28), que ya aparece en la
segunda página de Au-delá du principe de plaisir, y de Schopenhauer,
con cuyas huellas le sorprende cruzarse respecto de la pulsión de muer­
te,29 y al que parece haberle tomado la utilización del mito platónico.30
Un indicio notable de la oscilación filosófica de Freud, en ese perío­
do preciso, confirma ese tipo de análisis y al mismo tiempo demuestra
la profundidad de su compromiso “místico”. En 1921, un año después de
la publicación de Au-delá du principe de plaisir, presentó a los miem­
bros del Comité el primero de los escritos que consagraría a los fenóme­
nos ocultos: “Psychanalyse et télépathie”. Mientras asegura que su acti­
tud personal respecto del tema sigue siendo “no entusiasta y ambivalen­
te” 31 afirma: “Quedan pocas dudas de que si uno se interesa con aten­
ción en los fenómenos ocultos, el resultado será muy pronto que la e-
xistencia de un gran número de ellos quedará confirmada.”32 Por otra
parte, sin querer pronunciarse claramente, Freud sugirió varias veces la
existencia verdadera de la telepatía y la transmisión del pensamiento. A-
sí, en la lección que dedica al ocultismo en las Nouvelles conférences
(1932) confía que “Quizás haya en mí una secreta inclinación hacia lo
maravilloso, inclinación que me incita a acoger con favor la producción
de fenómenos ocultos”.33 Si se piensa en la firmeza con la que Freud re­
chazó, unos veinte años antes, los esfuerzos de Jung por interesarlo en
ese mismo dominio, se convendrá en que su concepción de lo real y de
la ciencia cambió notablemente en el intervalo.34
Con este esclarecimiento deben comprenderse las referencias “biolo-
gizantes” de Freud en Au-delá du principe de plaisir, y su introducción
de una teleología subjetiva en el corazón mismo del ser vivo. Si “la
biología es verdaderamente un dominio de posibilidades ilimitadas (del
cual) tenemos que preparamos a recibir (...) las luces más sorprendentes
[110]”, sucede que se trata por excelencia de la ciencia de la naturaleza,
en lo que esta última tiene de más de misterioso y sobrenatural: la vida.
Ocurre también que ya no se trata de esa sucursal particular del dominio
físico-químico que procuraba promover la escuela de Helmholtz, sino,
del otro lado del lamarekismo de Darwin, de la naturaleza antropomórfica
de Goethe y Schelling.35

La segunda tópica

A. Descripción

La vía estaba libre para una refundición de la metapsicología: con la teo­


ría de las dos grandes pulsiones, Freud integró a su concepción la teleo-

412
*•
*
logia psíquica. Pero ello en un nivel basal, del otro lado de todas las
distinciones tópicas y funcionales, cada uno de los elementos metapsi-
cológicos podrá adquirir su sentido, revelar sus opciones en la gran ba­
talla que se libra en las profundidades, atravesando todos los niveles del
organismo y de la psique.36 En Au-delá du principe de plaisir Freud
propuso una modificación crucial de su concepción del conflicto psíqui­
co: “La experiencia nos ha enseñado que los motivos de las resistencias,
y las resistencias mismas, son en primer lugar inconscientes. (...) Nos
salvaremos de la oscuridad al oponer, no la conciencia y el inconsciente,
sino el yo, con su cohesión, y lo reprimido. Es cierto que una gran
parte del yo es ella misma inconsciente [59].” La primera tópica, la tó­
pica de los sistemas funcionales, debe en consecuencia ceder su lugar a
una tópica de las instancias, en la que los caracteres distintivos concier­
nen a la personalidad propia de las entidades de que se trata, a su tipo de
organización estratégica más que a su situación en relación con la con­
ciencia. Ese es el programa que Freud se asigna en Le Moi et le Qa
(1923).37 Con anterioridad había abordado en detalle el problema de la i-
dentificación, en sus dos aspectos fundamentales (identificación ideal vía
ideal del yo, identificación del yo con el semejante), en oportunidad del
análisis de las multitudes humanas, en Psychologie des foules et analy-
se du moi (1921). Al pasar, una vez más pudo hacer uso del modelo ar-
queohistórico, puesto que la multitud y la hipnosis aparecieron “como
una reviviscencia de la horda originaria”.38
Desde las primeras líneas de Le Moi et le Qa, Freud anuncia que “lo
que se discutirá aquí continúa líneas de pensamiento que empecé a for­
mular en Au-delá du principe de plaisir (...) pero sin tomar ningún ele­
mento nuevo de la biología [221]”. De modo que se trata de retomar las
mismas ideas para confrontarlas con “diversos hechos resultantes de la
observación analítica [221]”. Au-delá du principe de plaisir, en efecto,
propuso un nuevo modelo del aparato mental, de inspiración biológica,
y de un carácter globalista evidente. “Representémonos al organismo vi­
vo con la forma más simplificada posible, como una vesícula indiferen-
ciada de sustancia excitable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior
se diferenciará por su situación y servirá de órgano receptor de excitacio­
nes. (...) El impacto incesante de las excitaciones externas sobre la su­
perficie de la vesícula modifica perdurablemente su sustancia hasta una
cierta profundidad.”39 La corteza así formada dará origen a la conciencia,
con su órgano protector inerte (para-excitaciones), y a partir de la con­
ciencia, de conformidad con su concepción de siempre, Freud encarará la
estructuración del yo. Observemos al pasar que el modelo de la “vesícula
protoplásmica”, además de representar una acentuación del vitalismo en
detrimento del físico-mecanicismo en el pensamiento freudiano, hace re­
caer todo el énfasis en el problema del límite entre interior (organismo,

413
aparato psíquico) y exterior (realidad) en la aprehensión de la estructura­
ción psíquica, resumiendo así en otra forma los interrogantes del período
precedente (polaridad fantasma/realidad, segundo modelo “impulsivo” de
Tótem et tabou).
De modo que Freud retomará el hilo de sus reflexiones en Le Moi et
le Qa a partir de ese modelo fundamental globalista del psiquismo —
puesto que el énfasis en la envoltura y el modelo de un organismo vivo
indiferenciado acentúa su unidad vital— . El punto de partida del ensayo
se encuentra en la consideración de los atributos del yo: “Nos hemos
formado la representación de una organización coherente de los procesos
del alma en una persona, y la denominamos el yo de esa persona. A ese
yo se vincula la conciencia: él gobierna los accesos a la motilidad
[227].” A esas proposiciones ya clásicas, Freud agrega el examen de la
parte inconsciente del yo (resistencia): “Debemos admitir que la caracte­
rística de ser (...) inconsciente pierde para nosotros su importancia
[229].” Esto lleva a reemplazar el antiguo sistema Ies por el concepto
del ello, del cual el yo no es más que una parte superficial, diferenciada
en virtud de su contacto (perceptivo) con la realidad; sus partes profundas
se confunden con el resto del ello, salvo los elementos reprimidos. Así,
el yo es al ello lo que la percepción es a la pulsión, lo que el principio
de realidad es al principio del placer, lo que la razón es a la pasión* lo
que la ontogénesis es a la herencia filogenética. Pero por otra parte el yo.
es sólo un fragmento del ello, su superficie, representante del cuerpo y
de la piel como límite entre sujeto y mundo exterior; en tal carácter, no
puede luchar mucho contra la fuerza del ello; su estructura organizada
sólo le permite reducir ciertos elementos de éste. De allí la célebre metá­
fora de la cabalgadura y el jinete, al que con frecuencia “sólo le queda
conducir (su caballo) a donde él (el caballo) quiere ir [237]”.
Sobre esta base, Freud retomará el análisis de la estructura del yo, a
partir del concepto de introyección-identificacíón. Todo objeto perdido
por el ello es reconstruido en el yo,40 “lo que permite concebir que el
carácter del yo resulta de la sedimentación de las investiciones de objeto
abandonadas, que él contiene la historia- de esas elecciones de objetos
[241]”. A través de esa vía, el yo se atrae los favores del ello, apropián- r
dose de las energías de investición en juego en las elecciones de objetos
pulsionales. “La transposición de la libido de objeto en libido narcisista,
que se produce aquí, supone manifiestamente un abandono de las finali­
dades sexuales, una desexualización, y por lo tanto una especie de subli­
mación [242],”41 Pero una presentación tal de las cosas obliga a “apor­
tar ahora a la teoría del narcisismo un desarrollo importante [260]”. El
ello, en efecto, aparece aquí como “el gran reservorio de la libido, en el
sentido de ‘Pour introduire le narcissisme’ [242, nota 5]”. Correlativa­
mente, es preciso considerar que “el narcisismo del yo es por lo tanto un ^
narcisismo secundario, retirado de los objetos [260; las bastardillas son
mías]”. Así se desdibuja 1i significación primitiva del concepto de narci­
sismo que, correlativamente, sufrirá un cierte eclipse en la teoría.42
Como contrapartida, el ello hereda características de la etapa primitiva
del desarrollo personal, tal como Freud las definió en las Formulations
de 1912: omnipotente, asocial, rechaza la realidad, sólo reconoce la bús­
queda del placer, retoma para sí los principales aspectos del narcisismo
primario y del yo-placer (cf. la nueva teoría de la psicosis en la que el yo
se somete al ello renunciando a la realidad).
La más importante e interesante de las identificaciones del yo reside
en la génesis de la instancia ideal cuya descripción Freud retoma en este
punto dándole el nombre de superyó. Todavía menciona la identificación
primaria, anterior a la elección de objeto, afirmando que echa las prime­
ras bases del ideal del yo. No obstante, el superyó es antes que nada el
resultado de la identificación secundaria, por otra parte muy ambivalente,
que lo hace heredero del complejo de Edipo así como de la filogénesis de
la familia humana (cf. Tótem et tabou). También aquí vemos desdibu­
jarse la significación narcisista primitiva de la idealización, detrás de la
introyección de los objetos de amor del período edípico; correlativamente
con esa ocultación del carácter narcisista del superyó (en beneficio de su
relación con el ello), se pierde también la verdadera razón del aspecto ha­
lógeno de esa identificación con relación al resto del yo, es decir de la
autonomía del superyó como instancia.
“El ideal del yo es por lo tanto el heredero del complejo de Edipo y,
como consecuencia, la expresión de los impulsos más poderosos y de
los más importantes destinos de la libido del ello. Mediante su edifica­
ción, el yo ha asegurado su influencia en el complejo de Edipo [249].”
Como contrapartida, el superyó “es el monumento conmemorativo de la
debilidad y la dependencia que fueron antafío las del yo, y perpetúa su
dominio, incluso sobre el yo maduro. Así como el niño sufría la coac­
ción de obedecer a sus padres, del mismo modo el yo se somete al impe­
rativo categórico de su superyó [263]”. Por otra parte, el supéryó extrae
su poder de la “vasta comunicación entre ese ideal (del yo) y sus impul­
sos pulsionales ics (edípicos) [252]”, a lo cual se debe su participación
en las regresiones libidinales del ello (neurosis obsesiva); siendo en gran
parte inconsciente él mismo (sentimiento inconsciente de culpabilidad),
el superyó se abreva directamente en el material inconsciente, mostrán­
dose totalmente enterado de los impulsos reprimidos (reproches “incom­
prensibles” de la neurosis obsesiva).
Así está constituida la segunda tópica (de la cual reproducimos los
esquemas), con todas las características que la diferencian fuertemente de
la primera: las instancias que la componen tienen su personalidad, sus
móviles y su estrategia; los conflictos que las enfrentan, las transaccio­

415
nes y las alianzas que se anudan entre ellas hacen pensar más en la co­
media humana que en las heterogeneidades funcionales de los aparatos
mentales de Freud desde el Esquisse. Fiel a su genio propio, el psicoa­
nálisis produjo una psicología globalista muy particular: plurales, con­
flictivas, inconexas, las instancias antropomórficas que constituyen esta
personología reconducen sus experiencias fundamentales. La dialéctica de
las relaciones intrasubjetivas se juegan en consecuencia en dos niveles:

El aparato psíquico (1923)


(S. Freud: Le Moi et le Qa, en Essays de psychanalyse, pág. 236.)

Percepción

VJU
El aparato psíquico (1932) 1
(S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique”
en Nouvelles confércnces sur la psychanalyse, pág. 107.)

416
»
1) Las “relaciones de dependencia del yo”: canalizando las energías
del ello, desviando una parte en beneficio propio (con la ayuda del super­
yó), el yo opera una incesante mediación entre su mundo interior (el e-
11o)y el mundo exterior del cual es el representante mental (cf. su rela­
ción constituyente con la percepción). “Por otro lado, sin embargo, ve­
mos a ese mismo yo como una pobre criatura, que debe servir a tres a-
mos y que en consecuencia padece la amenaza de tres peligros, prove­
nientes del mundo exterior, de la libido y de la severidad del superyó. A
esos tres peligros corresponden tres tipos de angustia, pues la angustia
es la expresión de una retirada ante el peligro [271].”
En esa vía, Freud pronto operará una revisión completa de su teoría
de la angustia.
2) Las pulsiones fundamentales: en lo que concierne al ello, “en él
combaten Eros y pulsión de muerte [274]”; en ese lucha, él parece estar
al servicio de esta última y utiliza el principio del placer para evacuar las
tensiones libidinales. El yo, por su actividad de desexualización, parece
servir al mismo amo: “Por su trabajo de identificación y de sublima­
ción, presta asistencia a las pulsiones de muerte en el ello para el domi­
nio de la libido, pero así corre el riesgo de convertirse en objeto de las
pulsiones de muerte y de perecer él mismo. A los fines de esta acción de
asistencia, él mismo ha tenido que llenarse de libido, se convierte en re­
presentante de Eros y en consecuencia quiere vivir y ser amado [272].”
El propio superyó es el producto de una identificación del yo; ahora
bien, “la componente erótica, después de la sublimación, ya no tiene
fuerza para ligar la totalidad de la destrucción que a ella se añadía, y ésta
se vuelve libre, como tendencia a la agresión y a la destrucción. De esta
desunión extraería el ideal en general sus características de dureza y
crueldad, de deber imperativo [270]”. Así se explica que “ el yo sufra o
incluso sucumba ante la agresión del superyó [272]”, en esas circunstan­
cias de las que Freud propone un amplio espectro: sentimiento de culpa­
bilidad consciente, necesidad de punición inconsciente, reacción terapéu­
tica negativa, hasta el “puro cultivo de la pulsión de muerte [268]” del
superyó melancólico.

B. Las correcciones de 1925

De modo que, en todos los aspectos, la descripción fragmentada del psi­


quismo en Le Moi et le Qa parece prolongar el presimismo de Au-delá
du principe de plaisir. Freud no tardará en reaccionar, negándose a dejar
que una “visión del mundo” (Weltanschauung) catastrófica se funda­
mente en la consideración de la “dependencia del yo respecto del ello así
como respecto del superyó, su impotencia y su propensión a la angustia
frente a uno y otro”.43 Cuando en 1925 termina de redactar Inhibition,

417
symptóme el angoisse, Freud se propone por el contrario establecer un
amplio cuadro de la actividad estratégica, de la política del yo, a través de
su desarrollo genético. Así, empieza por corregir i lo que presenta como
una unilateralidad de su primera presentación, debida a que “tomamos
abstracciones de manera demasiado rígida y a que de un estado de^osas
complejo recalcamos a veces un aspecto, y a veces otro. (...) El yo es i-
déntico al ello, del que no es más que una parte especialmente diferencia­
da. (...) Si el yo permanece ligado al ello y es imposible distinguirlo de
éste, se pone de manifiesto su fuerza. Las relaciones del yo con el super­
yó son idénticas: en muchas situaciones, vemos que el yo y el superyó
siguen ambos un solo y mismo curso, y con la mayor frecuencia no po­
demos distinguirlos más que cuando entre ellos se instaura una tensión,
un conflicto [13]”.
Aquí aparece una imagen bastante diferente del psiquismo: su divi­
sión y la debilidad correlativa del yo son sólo una consecuencia del con­
flicto. N orm alm ente, el sistema psíquico funciona como un todo del
cual el yo es la instancia ejecutiva: “El yo es precisamente la parte orga­
nizada del ello [13].” Es asimismo el órgano federador del psiquismo:
“Él yo es una organización, se funda en la libre circulación y la posibi­
lidad de una influencia recíproca entre todas las partes que lo componen;
su energía desexualizada todavía revela su origen en la aspiración a la li­
gazón y la unificación, y esta compulsión a la síntesis aumenta a me­
dida que el yo se desarrolla y se vuelve más fuerte [14].” Esas proposi­
ciones que dan sentido44 al proceso secundario (síntesis en lugar de li­
gazón) esclarecen desde luego el objetivo y los medios de la terapia 45
Pero ellas también permitirán emplazar la actividad del yo en el con­
flicto.
El eje de la obra está constituido por la discusión de una nueva teoría
de la angustia. El punto de partida es la verificación de que “el yo es re­
almente el lugar de la angustia [9]”, lo que guarda conformidad con la
concepción del afecto que Freud desarrolla desde la Métapsychologie: no
existe afecto inconsciente, solamente cantidades potenciales que no se
convierten en afectos propiamente dichos más que al alcanzar la concien­
cia, es decir la descarga. La angustia es por lo tanto un acontecimiento
cuyo teatro es el yo; la cuestión que se plantea pronto es la de su fun­
ción, su utilidad para el yo. Freud continúa creyendo que “la angustia
tiene por fundamento una elevación del nivel de excitación que por una
parte crea el carácter de displacer y por otro lado desemboca en descargas
(viscerales) que alivian la excitación [56]”. Además, el estado de angus­
tia es la reproducción de una “experiencia prototipo” que explica la espe­
cificidad de las respectivas “acciones de descarga”:46 se trata del trauma­
tismo del nacimiento.
Pero en adelante la explicación económica y la referencia prehistórica

418
V *

no basta para satisfacer a Freud: “La angustia debe llenar una función
biológicamente indispensable de reacción ante el estado de peligro [57]”;
su fuente genérica particular sólo esclarece uno de sus aspectos. La cues­
tión es entonces: “¿Cuál es su función? ¿En qué oportunidad se presenta
de nuevo? La respuesta parece (...) imponerse. La angustia apareció en el
origen como reacción ante un estado de peligro', ahora surge regular­
mente de nuevo cuando se presenta uno de tales estados [58].” De mane­
ra que en adelante el modelo globalista impone que la función subjetiva
(funcionalismo)47 de un elemento psíquico regule sola su status48 Co­
mo todo afecto, la angustia es un proceso automático de descarga que re­
produce una reacción fisiológica ante una cierta situación onto o filoge-
nética, como tal inadaptada casi siempre al nuevo contexto: las descargas
cardio-respiratorias tenían un sentido en la situación biológica del naci­
miento, y después ya no tienen ninguno. Pero “el yo se apodera de ese
afecto y él mismo lo reproduce, sirviéndose de él como de una puesta en
guardia contra el peligro, y como un medio para provocar la interven­
ción del mecanismo placer-displacer [90-91]”. “El yo, que ha vivido pa­
sivamente el traumatismo, repite ahora de manera activa una reproduc­
ción atenuada, con la esperanza de poder dirigir su curso a voluntad
[96].”
En consecuencia, la concepción freudiana de la angustia acaba de su­
frir una profunda mutación; la teoría que todavía formulaba en 1917 en
la Introduction á la psychanalyse (bosquejando algunos de los puntos de
vista de 1925), la transformación de la estasis libidinal en angustia, ya
no abarcaba más que la situación originaria49 de la angustia, su matriz
traumática (nacimiento, neurosis actuales, traumas psíquicos). Para la
mayor parte de los fenómenos clínicos de angustia, “la idea de que es la
investición retirada durante la represión la que se ve utilizada como des­
carga de angustia (...) me parece de poco interés [64]”. Por lo tanto el
\ punto de vista económico es reemplazado por el aspecto funcional-sub-
jetivo: la angustia es una seflal que el yo utiliza cuando prevé que so­
brevendrá una de las situaciones específicas de peligro que signan su de­
sarrollo y que corresponden justamente al riesgo traumático (económi­
co). “El peligro de indefensión psíquica corresponde a la época de inma­
durez del yo, y asimismo el peligro de la pérdida del objeto corresponde
a la dependencia de los primeros años de la infancia, el peligro de castra­
ción a la fase fálica y la angustia ante el superyó al período de latencia
|66|." En cada etapa, la señal de alarma suena cada vez que se presenta
un peligro (real) que se corre el riesgo de que sumerja de nuevo al orga­
nismo-sujeto en la indefensión económica. Correlativamente, “los pro­
gresos del desarrollo del yo contribuyen a desvalorizar la situación de pe­
ligro precedente y a eliminarla [66]”.
A la nueva teoría de la angustia le corresponde una concepción bas­

419
tante distinta del proceso neurótico, que, también ella, llevará al primer
plano la actividad defensiva del yo antes bien que el devenir de la libido.
Según esta tesis, “en todos los casos la formación del síntoma sólo se
emprendería con el fin de escapar a la angustia (...) Los síntomas son
creados para sustraer el yo a la situación de peligro [69]”. La angustia a-
parece entonces como “el fenómeno fundamental y el problema capital
de la neurosis [69]”. En efecto, gracias a la angustia el yo llega a actuar
sobre el ello, a inhibir el desarrollo del impulso pulsional que se corre el
riesgo de que coloque al sujeto en situación de peligro; esto, “gracias a
la ayuda de la instancia prácticamente todopoderosa del principio del pla­
cer [8]”. “Si el yo no despertara, mediante el desarrollo de la angustia, la
instancia placer/displacer no tendría fuerza para detener el proceso peli­
groso y amenazante que se ha preparado en el ello [70].”
La descripción del proceso neurótico ha sufrido así una verdadera in­
versión, como se advierte al recordar la concepción que prevalecía en el
pensamiento freudiano desde el Esquisse. Ya no es la represión origina­
ria (cuyo concepto Freud por otra parte conserva, pero esfumando nota­
blemente su diferencia con las represiones ulteriores) la que gobierna el
proceso regresivo patógeno, ni la suerte de la libido reprimida la que de­
termina el síntoma. La neurosis, de un extremo al otro, es la consecuen­
cia de la actividad del yo en su función de instancia adaptativa,50 de re­
presentante psíquico de la realidad exterior, de amortiguador entre esta
última y las fuerzas ciegas del ello. A partir de allí, así como la angustia
invierte su papel y su función, convirtiéndose en la causa y no la conse­
cuencia de la represión, el conjunto del proceso de formación del sínto­
ma aparece bajo la dependencia del yo: de allí que se vuelva a encontrar
el viejo concepto de defensa que correspondía a una teoría homóloga,51
y que en adelante subsume la represión como especie. “Conviene distin­
guir la tendencia más general a la ‘defensa’ por una parte, y por la otra la
‘represión’, que no es más que uno de los mecanismos de los cuales hace
uso la defensa [35].”
Así, la intervención del yo puede desembocar pura y simplemente en
la destrucción de la moción pulsional de que se trata: “La moción pul­
sional, de todas maneras, ha sido inhibida por la represión y desviada de
su meta: pero su esbozo, ¿se ha mantenido en el inconsciente (...)? En
otras palabras, los viejos deseos (...) ¿persisten? (...) un antiguo deseo,
¿no obra en adelante más que por intermedio de sus brotes, a los que ha
transferido toda su energía? ¿O bien él mismo se ha mantenido, fuera de
ello [67, nota l]? ”51 bis En un artículo contemporáneo, “La disparition
du complexe d'OEdipe” (1923), Freud, que por otra parte remite al texto
que hemos estado considerando, responde claramente a esos interrogan­
tes: el proceso defensivo que pone fin al Edipo “es más que una repre­
sión; equivale, si las cosas se cumplen de manera ideal, a una destruc­
ción y a una supresión del complejo. (...) Si verdaderamente el yo no ha
llegado a mucho más que a una represión del complejo, entonces éste
subsiste, inconsciente en el ello, y más tarde manifiesta su efecto pató­
geno”.52
El yo dispone por lo tanto de medios de acción muy eficaces contra
las pulsiones del ello (y éventualmente contra ciertos impulsos del su­
peryó): Freud observa respecto de esto la relatividad y el carácter muy
parcial de la asimilación de la represión a una huida. Por otra parte, ése
sería más bien el mecanismo de la inhibición, “expresión de una limi­
tación funcional del yo [4]” para evitar un conflicto con otra instancia
(ello, superyó) o para economizar sus energías (duelo, conflicto inten­
so). Pero, sobre todo, “la represión no es el único medio (de defensa) que
el yo tiene a su disposición. (...) Si bien él induce a la pulsión a una re­
gresión, le aporta un alcance en el fondo más enérgico [24]”. Freud bus­
ca la “explicación metapsicológica” de la regresión en una “desintrinca­
ción de las pulsiones”, es decir “en el hecho de que las componentes eró­
ticas, añadidas con el inicio de la fase genital a las investiciones destruc­
tivas de la fase sádica, se vean separadas [34-35]”. Se trata de uno de los
mecanismos defensivos específicos de la neurosis obsesiva53 y su con­
dición estructural fundamental. Pero se pueden describir otras formas de
defensa: anulación retroactiva, aislamiento (que aparecen como técnicas
mágicas ligadas a las modificaciones particulares del pensamiento obse­
sivo —omnipotencia, erotización—), formación reactiva. Asimismo, la
fobia histérica parece poner en juego una sustitución (desplazamiento)
por un peligro externo de una situación de peligro que podría ser provo­
cada por la pulsión (castración); allí se produce una serie de inhibiciones
de la actividad del yo. Freud extrae de esta nueva concepción la solución
del problema de la elección de la neurosis: “Una profundización de nues­
tros estudios podría revelar la existencia de una correspondencia íntima
entre determinadas formas de defensa y determinadas afecciones, por e-
jcmplo entre la represión y la histeria [93].” Además las formas defensi­
vas de que se trata podrían aparecer en un orden genético determinado (en
particular la represión con el estadio fálico, por ejemplo).
Bs preciso subrayar que con ese nuevo modelo Freud rompe el hilo
de pensamiento que lo guiaba desde la década de 1910: en adelante, la pe­
ligróla inadaptación del ello era la consecuencia de su impulsividad fu-
rioM C'en ei comienzo era la acción”)54 y no de su propensión al autis­
mo (realización alucinatoria de deseo). Correlativamente con el eclipse
del concepto de narcisismo, el conflicto ha tomado un cariz más pura­
mente funcionalista (de allí el énfasis en la adaptación), perdiendo una
parte de la originalidad de los materiales clínicos del psicoanálisis. Así,
“el estudio de las condiciones que determinan la angustia nos ha obliga­
do a realzar, a transfigurar, por así decir, la racionalidad del comporta-

421
/
miento del yo en la defensa. Toda situación de peligro corresponde a una
cierta época de la vida o a una fase de desarrollo del aparato psíquico, y
parece justificarse en relación con ella [72]”. La “racionalidad” de los
móviles del yo es la contrapartida de la impulsividad del ello y de la ob­
jetividad de los peligros a los que se ha estado expuesto (fracturas trau­
máticas de la primera edad, y después pérdida del amor, castración, por
fin angustia moral y social ante el superyó). Pero, subrepticiamente, la
concepción del sistema inconsciente ha sufrido una refundición profunda:
el ello, lejos de ser incapaz de organizar la menor acción compleja y de
no consumir sus energías más que en descargas internas,55 a cada ins­
tante hace correr el riesgo de que arrastre al organismo-sujeto a peligro­
sos pasajes al acto; la heterogeneidad de los dos puntos de vista resulta
aquí evidente.
Entonces los neuróticos serían aquellos que “se comportan como si
las antiguas situaciones de peligro continuaran existiendo; se en g a n ch a^
en todas las condiciones que antes determinaron la angustia [73]”, como , •
si “el curso de la maduración” no los hubiera afectado. Para esclarecer
este problema que, “después de décadas de esfuerzos (...) se yergue ante
nosotros, los psicoanalistas, tan íntegro como en el punto de partida
[75]”, Freud propone el examen de tres factores que en última instancia
constituyen uno solo y que explican la propensión a las neurosis en la
especie humana:

1) El factor biológico “es el estado de indefensión y dependencia muy 1


prolongado del cachorro de hombre. (...) La influencia del mundo exte­
rior real se encuentra reforzada, la diferenciación del yo y ello se experi­
menta precozmente, los peligros del mundo exterior asumen una impor­
tancia mayor, y el valor del objeto (...) aumenta enormemente [82]”. B e
modo que este factor, que es la base de los otros dos, apunta al estado de
debilidad y de dependencia originarias del yo y a su tendencia a permane-1*’ ^
cer bajo la influencia de situaciones de angustia y dependencia anacróni­
cas (cf. Le Moi et le Qa).
2) El factor filogenético: se trata del desarrollo en dos fases de la pul- „
sión sexual (cf. Trois essais). “La significación patógena de este factor
se debe a que la mayor parte de las exigencias pulsionales de la sexuali­
dad infantil son tratadas por el yo como peligros de los cuales se defien­
de, de manera que los impulsos sexuales ulteriores de la pubertad (...)
corren el riesgo de sucumbir a la atracción que ejercen sus prototipos in­
fantiles y de seguirlos en la vía de la represión [83]”, sobre todo si la s a - ' ^
tisfacción les es negada en la realidad (factor actual). Ahora conocemos
bien esta tesis, columna vertebral de la teoría primitiva de la técnica, que
el desarrollo iniciado en 1909 había parecido revisar.
3) El factor psicológico “se encuentra en una imperfección de nuestro

422
rr

aparato psíquico, que corresponde exactamente a la diferenciación en su


seno de un yo y un ello y que, en consecuencia, también se relaciona, en
último análisis, con la influencia del mundo exterior. En vista de los
peligros de la realidad, el yo se ve obligado a ponerse en posición defen­
siva ante ciertas mociones pulsionales del ello, y a tratarlas como peli­
gros [83]”. Ahora bien, “vinculado él mismo íntimamente al ello, no
puede defenderse del peligro pulsional más que restringiendo su propia
organización y tolerando la formación del síntoma [84]”. En efecto, al
reprimir una moción pulsional, el yo “inhibe y afecta a esa parte del e-
11o, pero al mismo tiempo le confiere una cierta independencia (...). Lo
reprimido es entonces puesto fuera de la ley, excluido de la gran organi­
zación del yo, y ya no está sometido más que a las leyes que rigen en el
dominio del inconsciente [81]”, es decir en primer lugar al automatismo
de repetición.

Pensando en este último factor, Freud, en una reseña general de los


fenómenos de resistencia al tratamiento, añade a las resistencias del yo
(resistencias de represión y de transferencia, beneficios de la enfermedad)
y del superyó (necesidad de castigo), la resistencia del ello, que corres­
ponde a la compulsión de repetición y al factor de perlaboración en la
cura. Incluso aunque las otras resistencias sean levantadas, ésta se mani­
fiesta como un obstáculo al abandono de las antiguas formas de satisfac­
ción. Eso es lo que hasta ese momento Freud llamaba la “viscosidad” de
la libido. Así, forma la contrapartida de los otros factores patógenos,
los que conciernen a las consecuencias prolongadas de la prematuración,
es decir del contacto demasiado precoz que el aparato psíquico se ve lle­
vado a tomar con la realidad, por una parte, y a las exigencias pulsiona­
les por la otra. El psicoanálisis como técnica terapéutica encuentra allí
su lugar de “posteducación”: permite un nuevo reparto de cartas, una re­
visión de todas las antiguas soluciones del conflicto, con los medios de
un aparato psíquico adulto, apto para “dominar la excitación en un grado
elevado, (para) satisfacer (...) la mayor parte de (sus) necesidades [73]”.
Freud remata de ese modo el último modelo psicológico de su pro­
longada búsqueda. A pesar del camino recorrido, en él se encuentran des­
da luego sus concepciones de siempre, puesto que la pareja prematura-
clón-tnacronismo todavía estructura su psicopatología, con el factor “ac-
tuil" de represión sociocultural56 como elemento coadyuvante (y al
mlimo tiempo como efecto secundario). No obstante, una posición de
ese tipo parece retroceder hacia las reflexiones que sostenían el pensa­
miento freudiano entre 1909 y 1923: significativamente, las dos referen­
cias principales del narcisismo y de la pulsión de muerte desaparecen ca­
si por completo del texto de Inhibition, symptóme et angoisse.51 La
“desecación de Zuyderzce”58 que Freud propone en adelante como tarea

423
para el psicoanálisis, ¿no parece reconducir parcialmente al racionalis­
mo de la teoría de las neurosis y el tratamiento de la década de 1920?
Pronto examinaremos las dificultades y ambigüedades de la concepción
del tratamiento en un contexto de ese tipo.

C. El modelo paralelo de las psicosis

Pero antes debemos seguir la huella (en adelante paralela y en claro re­
troceso respecto del modelo dominante, el que acabamos de examinar) de
los temas que tanto preocuparon a Freud en la etapa precedente. La pul­
sión de muerte sigue siendo una referencia discreta, siempre invocada
tratándose de la agresión y del sadomasoquismo, que de ese modo explica
a veces la permanencia y la fatalidad de los conflictos intrapsíquicos.59
No obstante, la dimensión narcisista, en el sentido clínico, se vuelve a
encontrar en una prole de textos breves pero esenciales. Desde luego, pa­
ra explicar las psicosis y en particular en la óptica de definir sus modali­
dades defensivas peculiares, Freud se ve llevado a retomar, con algunas
adecuaciones, su modelo precedente. Así, sacará partido de su vieja ob­
servación de 1894 (“Les psychonévroses de défense”), el caso rotulado
“confusión alucinatoria” o amencia, para describir en el artículo “Névro­
se et psychose” (1924) el comportamiento del yo en la psicosis. Si "la
neurosis (es) el resultado de un conflicto entre el yo y el ello, la psico­
sis (es) el resultado análogo de un trastorno equivalente en las relacio­
nes entre el yo y el mundo exterior”.60 En la psicosis, de la que Freud
subraya una vez más su parentesco con el suefio, el yo, por lo tanto, ha
tenido que abandonar su sumisión a la realidad como instancia (la nece­
sidad). “El yo se crea automáticamente un nuevo mundo, exterior e inte­
rior a la vez; de dos hechos no cabe duda alguna: ese nuevo mundo está
construido siguiendo los deseos del ello, y el motivo de esa ruptura con
el mundo exterior consiste en que la realidad se ha negado al deseo de u-
na manera grave, ha aparecido intolerable.”61
En ese texto ligeramente anterior a Inhibition, symptóme et an-
goisse Freud intenta por lo tanto inscribir las grandes dimensiones psi-
copatológicas en el interior de los “estados de dependencia del yo” y de
los conflictos que pueden oponerlo62 al ello (neurosis), al superyó (me­
lancolía, para la cual Freud se propone reservar la denominación de psi­
coneurosis narcisista)63 y a la realidad (psicosis). Pero sobre todo es
preciso observar a qué punto lo lleva una excesiva sumisión al ello: no
a actos peligrosos e irreflexivos, sino a la alucinación, a la creación en­
dógena, autoplástica, de un mundo irreal pero conforme al deseo. De allí
la referencia al sueño y a las esquizofrenias, de las cuales “se sabe que
tienden a desembocar en el embotamiento afectivo, es decir en la pérdida
de todo comercio con el mundo exterior”.64 De modo que Freud retoma

424
V.
aquí su modelo precedente, habiéndose el ello hecho cargo de las caracte­
rísticas autísticas e irreales del narcisismo, conforme a las nuevas defini­
ciones (cf. Le Moi et le Qa). Al capitular ante él, el yo no corre un
peligro real, sino que se arriesga a una retirada mortífera de la lucha vi­
tal (pues pulsión de muerte y narcisismo apuntan siempre a realidades
afines).
Asimismo en un artículo que apareció el mismo año como comple­
mento al primero, “La perte de réalité dans la névrose et dans la psycho­
se” (1924), Freud reiterará las tesis de las Formulations, aproximando
entre sí neurosis y psicosis, a las que de entrada había opuesto. Pues
“toda neurosis trastorna de una manera u otra la relación del enfermo con
la realidad (...) es para él un medio de retirarse de ella y, en sus formas
graves, significa directamente una huida hacia fuera de la vida real”.65
En resumidas cuentas, “neurosis y psicosis son en consecuencia tanto u-
na como la otra expresiones de la rebelión del ello contra el mundo exte­
rior (...), de su incapacidad para adaptarse a la necesidad real”.66 Sólo di­
fiere el mecanismo inicial: represión de la moción pulsional en la pri­
mera, de la realidad así renegada (Verleugnung) en la segunda; pero, a
continuación, “en la psicosis la fuga inicial es seguida por una fase acti­
va, la de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial es seguida
más tarde por un intento de fuga. (...) Llamamos normal o “sano” a un
comportamiento que (...) lleva evidentemente a efectuar un trabajo exte­
rior sobre el mundo exterior y no se contenta como en la psicosis con
producir modificaciones interiores; ya no es autoplástico, sino alo-
plástico”.67 \
Por cierto el narcisismo inicial de lia neurosis no tiene un carácter ra­
dicalmente patológico como el de la psicosis; es después cuando en sen­
tido estricto se despliega el proceso mórbido. “Por regla general, la neu­
rosis se contenta con evitar el fragmento de la realidad de que se trata y
con cuidarse de un encuentro con él. La diferencia tajante que separa la
neurosis de la psicosis se desdibuja no obstante en cuanto en la neurosis
también hay un intento de reemplazar la realidad indeseable por una rea­
lidad más acorde con el deseo.'La posibilidad de ello está dada por la e-
xistencia de un mundo fantasmático, de un dominio que antaño, en el
momento de la instauración del principio de realidad, fue separado del
mundo exterior real, desde que, a la manera de una ‘reserva’, se lo dejó
libre en relación con las exigencias de las necesidades de la vida.”68 De
modo que volvemos a encontrar aquí el conjunto del marco conceptual
de la década de 1910, en particular con la oposición realidad fantasmática
interna/necesidad real externa, que coincide con la oposición de compor­
tamiento sano y comportamiento mórbido —pues es una característica
de este modelo que implique una definición cualitativa, y no simple­
mente cuantitativa, de lo normal— .

425
Esa comente conceptual se mantendrá en sordina hasta el Abrégé de
psychanalyse,69 junto a la corriente principal. Pero sobre todo propor­
cionará a Freud una vía para captar la génesis de las perversiones sexua­
les en tomo del paradigma fetichista. Ya en “Névrose et psychose” men­
cionó modalidades defensivas menos tajantemente separadas que la psi­
cosis: “Al yo le resultará posible evitar la ruptura de tal o cual flanco
deformándose él mismo, aceptando renunciar a su unidad, eventualmente
incluso agrietándose o fragmentándose. De tal modo se pondrían las in­
consecuencias, las extravagancias y las locuras de los hombres bajo la
misma luz que sus perversiones sexuales, cuya adopción les evita mu­
chas represiones.”70 En su artículo “Le fétichisme”, de 1927, Freud des­
cribirá detalladamente el mecanismo del clivaje del yo, con motivo de
la negación de la castración femenina que a su juicio está en la base del
fetichismo: “coexistían dos posiciones, la fundada en el deseo y la fun­
dada en la realidad”71 en esos sujetos que así podían utilizar a la vez un
mecanismo psicótico y evitar la psicosis.72 Volviendo a ese problema
en 1938, en “Le clivage du moi dans le processus de défense”, Freud ob­
serva que “los dos lados en litigio han recibido su parte, (pero) se alcan­
zó el éxito al costD de un desgarramiento en el yo. (...) Las dos reaccio­
nes al conflicto, reacciones opuestas, se mantienen como núcleo de un
clivaje del yo. El conjunto de este proceso sólo nos parece tan extraño
porque consideramos que la síntesis del yo va de suyo. (...) Esta función
sintética del yo, de una importancia tan grande, tiene sus condiciones
peculiares y se encuentra sometida a toda una serie de perturbaciones”.73

D. Fuentes clínicas de los modelos metapsicológicos

En toda una esfera clínica esencial, el antiguo modelo “narcisista” ape­


nas revisado sigue siendo en consecuencia indispensable; veremos resur­
gir sus piezas con respecto al tratamiento, entre los elementos que se re­
sisten a la “desecación de Zuyderzee”.74 Pero la concepción del clivaje
del yo sugiere por analogía un comentario acerca de esa coexistencia ter­
minal en Freud de varios modelos heterogéneos. Este estado de cosas
corresponde evidentemente a la imposibilidad de producir un modelo que
permita la integración sintética de retazos heterogéneos de la clínica. Tal
vez a causa de ello, Freud, a pesar de seguir siendo tan genialmente crea­
tivo, en adelante ya no tuvo aliento para elaborar algo global, y de he­
cho sólo escribió ensayos breves y parciales. Asimismo es indudable
que los materiales tanto clínicos como teóricos de los que disponía no
hacía posible una síntesis tal; ¿acaso no es todavía rehusada, cuarenta a-
ños después de su muerte?
Pero lo que podría aclaramos una situación tal sería ubicar exacta­
mente el campo fáctico abarcado por los modelos metapsicológicos freu-
I
426
díanos sucesivos, es decir los territorios clínicos que subtienden la ela-
hoim ión de esos modelos a partir de los materiales conceptuales dispo­
nible». ,s y cuya captación esoá modelos hacen posible al mismo tiem-
|H», |K>r la luz que su plantilla de lectura de los fenómenos arroja sobre
un cumpo concreto de ese tipo. De modo que me ha parecido que una tal
dcmurcución es perfectamente viable y produce en la teorización freudia-
tw uít esclarecimiento sorprendente:

FI primer modelo, cuya trama comienza a tejerse con los primeros


pasos de la búsqueda freudiana, que toma forma con el Esquisse y la
curia 52 y cuyo texto de referencia es la Traumdeutung, está evidente­
mente construido sobre la clínica de la histeria. Los conceptos claves
non el inconsciente, el proceso primario y la teoría sexual.
-El segundo modelo, que se elabora en los años 1909-1915 a través
del encuentro con Jung, y que estructura la oposición entre autismo y
acción adaptada, resulta, como hemos visto, de la clínica de las psicosis
(esquizofrenia-paranoia). De su última versión acabamos de seguir las
huellas, en el nivel de la segunda tópica, a lo largo de los textos acerca
de lu psicosis y el fetichismo.
—Un tercer modelo comienza a emerger en la última parte de Tó­
tem et tabou, donde no queda duda alguna acerca de su origen: empieza
u estructurarse sobre la base clínica de la neurosis obsesiva y en tomo
del concepto de ambivalencia y del problema teórico de la génesis de la
instancia moral. A partir de allí, esclarece la metapsicología de la me­
lancolía76 y con ello sufre una desviación que lleva a su estallido en dos
modelos heterogéneos: el tercer modelo, constituido en tomo de los con­
ceptos de repetición, de pulsión de muerte y de objeto extemo introyec-
tudo, se estructura así sobre la melancolía77 y encuentra en Le Moi et
le Ca su texto de referencia. Por otro lado, es comprensible que ese mo­
mento de pesimismo freudiano haya podido hallar en la melancolía su
, punto de articulación clínica.
— El cuarto y último modelo, el de Inhibition, symptóme et an-
gotsse, presenta la actividad adaptativa y sintética del yo en su media­
ción entre los impulsos ciegos del ello y su dependencia respecto del
mundo extemo (a continuación interiorizado) de los objetos (“realidad”).
Su campo clínico de referencia es muy explícitamente la neurosis obse-
•Iva.7*
— Finalmente, es preciso observar que el primer modelo constituye
l l primera tópica, en tanto que los modelos segundo, tercero y cuarto,
Munidos, representan la segunda tópica, respecto de la cual Freud pre-
ClM «lempre que ella no anula el valor de la primera.

Una multitud de declaraciones de Freud apuntalarían esta tesis general

427
■t-

que desde luego sólo pretende ser recordatoria: en cada etapa, los otros
campos clínicos son igualmente cubiertos y aportan su ladrillo al edifi­
cio; no hay más que un predominio difuso. No obstante, un texto breve
confirma la idea general; se trata de “Des types libidinaux” (1931), donde
Freud define los tipos erótico, obsesivo y narcisista “según el lugar que
ocupa la libido en las provincias del aparato psíquico”;79 en el primero
dominan “las reivindicaciones pulsionales del ello”, el segundo está ca­
racterizado por “la preponderancia del superyó”, y en el tercero “el interés
principal se orienta hacia la autoconservación” y el yo. Ahora bien,
cuando se examina la relación entre esos tipos caracterológicos y la pa­
tología, surge que “los tipos eróticos, en caso de enfermedad, evolucio­
nan hacia la histeria (...) los tipos obsesivos hacia la neurosis obsesiva
y los tipos narcisistas (...) tienen una predisposición particular a la psi­
cosis”.80 Ese breve artículo parece ilustrar bien el vínculo particular que
unía la teoría de la libido y del sistema Ies con la histeria, el concepto
del narcisismo con las psicosis, y la formulación de la segunda tópica
con la neurosis obsesiva.81

El tratamiento: lo biológico como último recurso

A. El programa terapéutico y sus puntos de apoyo

En el sexto capítulo del Abrégé de psychanalyse (1938) Freud presenta


un cuadro completo del tratamiento psicoanalítico visto desde el ángulo
de la nueva tópica. Lo que está en juego y la estrategia aparecen de en­
trada: “El yo se encuentra debilitado por (un) conflicto interno y convie­
ne prestarle ayuda. (...) El médico analista y el yo debilitado del enfer­
mo, apoyándose en el mundo real, tienen que aliarse contra los enemi­
gos: las exigencias pulsionales del ello y las exigencias morales del su­
peryó. (...) Ese pacto constituye toda la situación analítica.”82 En el i-
nicio, en efecto, el yo neurótico es “incapaz de asumir las tareas que le
impone el mundo exterior, incluida en él la sociedad humana.(...) Su ac­
tividad está inhibida por las severas interdicciones del superyó, su ener­
gía se agota en vanos intentos de defensa ante las exigencias del ello.
(...) incapaz (como consecuencia) de realizar una síntesis conveniente,
(está) desgarrado por tendencias contradictorias, por conflictos no liqui­
dados”.83 Así, cuando “las otras dos instancias se vuelven demasiado
poderosas, logran relajar y modificar la organización del yo, de tal mane­
ra que su relación correcta con la realidad se encuentra perturbada, inclu­
so abolida. (...) cuando el yo se aparta del mundo exterior, se desliza,
bajo la influencia del mundo interior, en la psicosis”.84 Allí se encuen-

428
un lu nueva concepción de las psicosis (victoria del ello que aparta al yo
ili' lu realidad) al mismo tiempo que la primera condición del tratamien­
to ”1'ara que en el curso del trabajo en común el yo sea un aliado pre-
» I o m », es necesario que (...)-tjaya conservado una cierta dosis de coheren­
cia, alguna comprensión de las exigencias de la realidad. Ahora bien, es
liiNiamentc eso lo que el yo del psicótico ya no es capaz de proporcio­
nal no*’’83
I )csdc luego, la transferencia provee “la fuerza motriz de la participa-
rlrtn del paciente en el trabajo analítico; bajo esa influencia, el yo débil
se refuerza”,86 en virtud de la dialéctica que Freud había expuesto en sus
arlfculos de la década de 1910. Pero la situación transferencial también
ion llore al analista “el poder que el superyó (del paciente) ejerce sobre el
yo, pues sus padres fueron justamente (...) el origen de ese superyó. El
nuevo superyó tiene por lo tanto la posibilidad de proceder a una poste-
ducac.ión del neurótico y puede rectificar ciertos errores de los que fue­
ron responsables los padres en la educación que ellos proveyeron”.87 A
ese primer modo de acción sobre el superyó se añaden las interpretacio­
nes que apuntan a hacer consciente y a levantar la resistencia del superyó
(necesidad de punición), una de las fuentes importantes de dificultades en
el tratamiento (reacción terapéutica negativa); se trata de “destruir pro­
gresivamente al superyó hostil”.88 Si bien Freud insiste por otra parte
en el peligro que habría que ponderar de la influencia “educativa” del ana­
lista, recomendando vivamente evitar “la dirección de conciencia”, reco­
noce que “ciertos neuróticos siguen siendo a tal punto infantiles que ni
siquiera en el análisis pueden ser tratados más que como niños”.89 De
todas maneras, “el yo se asusta de los intentos (de levantar las represio­
nes) que le parecen peligrosos. (...) Con el fin de evitar que flaquee, es
preciso alentarlo y tranquilizarlo continuamente”.90
En el fondo, “al convertimos en un sustituto de sus padres, en un
muestro y un educador, asumimos diversas funciones útiles para el pa­
ciente. Lo mejor que podemos hacer por él, en nuestro papel de analis-
Uin, consiste en conducir a un nivel normal los procesos psíquicos de su
yo, en transformar en preconsciente lo que se había convertido en in­
consciente, lo que había sido reprimido, para restituirlo al yo ”.91 Así es
que lu actividad “pedagógica” del analista, persigue, por el rodeo del do­
minio de la transferencia, la finalidad de siempre del análisis: la amplia­
ción del yo, la extensión del proceso secundario a la mayor parte posible
del uparato psíquico, la reabsorción de las zonas de funcionamiento men-
Ull primario, de los restos arcaicos del psiquismo. Es esto mismo lo que
Froud propuso en un famoso pasaje de las Nouvelles conférences: “Los
onfuerzos terapéuticos del psicoanálisis se aplican (a) fortificar el yo, (a)
hacerlo más independiente ante el superyó, (a) ampliar su campo de per-
cepclón y (a) transformar su organización con el fin de que pueda apro­

429
piarse de nuevos fragmentos del ello.92 Adonde estaba el ello, debe lle­
gar el yo. Esa es una tarea que incumbe a toda la civilización, como la
desecación del Zuydersee.”93
Con el fin de explicar las dificultades y fracasos de ese ambicioso
programa, y para tratar de hacer su teoría, Freud escribió L'analyse finie
et l’Analyse infinie (1937). El interrogante que se plantea, más allá del
problema de la finalización del análisis, es el siguiente: “¿Cuáles son
los obstáculos que se interponen en la vía de la curación analítica?”94
La respuesta pasa por el examen “de los tres factores que hemos recono­
cido como determinantes para las posibilidades de la terapia analítica: la
influencia de los traumatismos, la fuerza constitucional de la pulsión, la
alteración del yo”.95 Los éxitos francos de la terapéutica tienen una con­
dición esencial: “El yo del paciente no estaba sensiblemente alterado y la
etiología de los trastornos era esencialmente traumática”;96 es decir que
los éxitos dependían esencialmente del primero de los tres factores enu­
merados antes. Desdichadamente, “La etiología de todos los trastornos
neuróticos es mixta”97 y el resultado del tratamiento se juega finalmente
en el nivel de las relaciones cuantitativas 98 Observemos al pasar que
lo que es psicógeno, y por lo tanto curable, sigue identificándose para
Freud con lo traumático,99 a pesar de lo que se pueda pensar de su prác­
tica real en lo tocante a ese punto.
El tercer factor, el de la “alteración del yo”, representa uno de los ele­
mentos capitales de la terapia; en primer lugar, porque “el yo con el que
podemos concertar tal pacto (la alianza terapéutica) debe ser un yo nor­
mal”,100 o más bien acercarse en todo lo posible a ese estado utópico;
en segundo término, porque la eficacia del análisis pasa esencialmente
por un saneamiento y una ampliación del yo. Ahora bien, la estructura
(forma de las defensas) y el grado de modificación del yo dependen tam­
bién ellos de una serie complementaria innato (constitucional)/adquirido
(traumático). “Cada yo, desde el principio, está provisto de predisposi­
ciones y tendencias individuales. (...) Ello no significa (...) ninguna so­
brestimación mística de la herencia que vaya más allá de estimar proba­
ble lo siguiente: incluso antes de que inicie su existencia, ya está deter­
minado para el yo, en qué direcciones de desarrollo, qué tendencias y qué
reacciones se manifestará.”101 Los tres factores de los cuales depende el
resultado del tratamiento se reducen, de hecho, a dos, uno de pronóstico
positivo (los traumatismos) y el otro que constituye a la vez una incóg­
nita para la teoría (psicológica) y un obstáculo insuperable para la tera­
pia: la constitución innata, en el doble aspecto de la fuerza de las pulsio­
nes y de la elección particular de las defensas del yo.
A esos dos primeros aspectos del factor constitucional, aquellos que
se desprenden de su última concepción metapsicológica (cf. Inhibition,

430 1
TT7!

,vymplfime et angoisse) Freud añadirá no obstante otros tres factores que


desbordan ampliamente el marco de aquéllos:

-E n primer lugar, la viscosidad de la libido, por otro nombre resis­


tencia del ello, cuya contrapartida es su excesiva “fluidez”, que quita toda
estabilidad a los resultados inicialmente rápidos del análisis.
¥
—En segundo término, la acción de la pulsión de muerte, “que está
absolutamente determinada a aferrarse a la enfermedad y el sufrimien­
to"102 y se manifiesta como necesidad de punición, necesidad de sufrir y
reacción terapéutica negativa. Otra emanación de aquella pulsión podría
ser “esa tendencia al conflicto (...) atribuible (...) a la intervención de un
elemento de agresividad libre”,103 punto en el que la represión cultural
de la agresión tendría por efecto desencadenar la interiorización del con­
flicto.
—Finalmente, la influencia inatacable del complejo de castración:
“Con frecuencia se tiene la impresión, con la envidia del pene y la pro­
testa viril, de que se ha penetrado a través de todas las estratificaciones
psicológicas para alcanzar ‘la roca’ y de que con ello se llega al*fin de
nuestra tarea. Seguramente es así, pues para el psiquismo la biología de­
sempeña verdaderamente el papel de la roca que se encuentra por debajo
de todos los estratos.”104

Más adelante comentaremos esta muy precisa situación de lo bioló­


gico en los conceptos freudianos. Detengámonos más bien en el proble­
ma del complejo de castración, que merece algunas observaciones. Es
preciso de entrada señalar que Freud termina por rendirse a los argumen­
tos de Adler, para quien siempre ese factor había sido el punto capital de
Ins neurosis, es cierto que en un marco teórico muy diferente. Pero
Freud se lo confesó muy claramente a Abraham: “No me resulta fácil
entrar en las líneas de pensamiento de los otros; en general tengo que es­
perar que se opere la confluencia con ellos siguiendo los meandros de mi
propia vía.”105 En efecto, Freud se vio llevado a la “confluencia” con
Adler porque el complejo de castración se impuso como nudo de la ma­
yoría de sus exposiciones clínicas realizadas desde treinta años antes. En
ene momento Freud intenta aprehender el alcance de tal concepto clave,
crucial en la estructuración psíquica, a través de dos encuadres principa-
ion:

—En primer lugar, el narcisismo, puesto que, en el varón, la castra­


ción se presentaría como un peligro real al que está expuesto el pene,
"contra lo cual se eriza ese trozo de narcisismo106 con el que la naturale­
za previsora ha dotado justamente a ese órgano”.107 Para explicar la cre-

431
cncia poco verosímil con la que se topa una idea tal, Freud apela á la
noción de los fantasmas originarios: “Es posible que el extraordinario
terror que provoca esta amenaza se deba en parte a una huella mnémica
filogenética, recuerdo de la época prehistórica.”108 (/*v
—En segundo término, la bisexualidad constitucional de los seres
humanos, concepto fundamental a todo lo largo de la obra freudiana (fre­
cuentemente con referencia a W. Fliess) y que por lo común explica el
“complejo de virilidad” en la mujer como consecuencia de la componen­
te masculina constitucional.109 Simultáneamente, Freud precisa siempre
que la oposición virilidad/feminidad no parece abarcar otra significación
psicológica que el contraste actividad/pasividad, y que las manifestacio­
nes del complejo de castración en el hombre se avienen perfectamente
con una actitud pasiva respecto de su compañera.110 Por cierto, también
puntualiza que “la agresión y la actividad corren parejas con el narcisis­
mo”;111 del mismo modo concuerdan pasividad, masoquismo y femini­
dad. Ahora bien, el complejo de castración se resuelve en “el rechazo de
la feminidad, (lo cual) no puede ser más que un hecho biológico, una
parte del gran misterio de la sexualidad”.112

B. El continente negro del pensamiento freudiano


y sus postulados fundamentales

De modo que en el nivel tanto de los puntos de apoyo de la teoría como


de la práctica freudiana encontramos los mismos elementos fundamenta­
les: narcisismo y “modificación del yo”, sadomasoquismo y pulsión de
muerte, compulsión de repetición y potencia constitucional de las pul­
siones, parecen dibujar en hueco el contorno del “continente negro” del
pensamiento freudiano. En ese punto interviene la referencia a lo bioló­
gico que, en consecuencia, de un extremo al otro de la obra de Freud,
constituirá el recurso de última instancia de la teoría y la demarcación
que establece los límites de la penetración analítica. No se trata de que la
idea de cantidades psicológicas innatas sea absurda en sí (lejos de ello)
sino de que es esencial situar la función en Freud del punto de referencia
biológico. Marco teórico de su pensamiento, constituye de alguna ma­
nera la base donde se inscribe la delgada capa de los fenómenos psicoló­
gicos propiamente dichos, “la roca que se encuentra por debajo de todos
los estratos” psíquicos. De allí la constante referencia a las realidades
sustanciales con las que aquellos estratos coinciden provisionalmente:
“Es posible que el futuro nos enseñe a actuar directamente, con la ayuda
de ciertas sustancias químicas, sobre las cantidades de energía y su repar­
tición en el aparato psíquico. (...) Sin embargo, por el momento no dis­
ponemos más que de la técnica psicoanalítica; por ello, a pesar de todas
sus limitaciones es conveniente no menospreciarla.”113 Cuarenta años

432
más tarde, allí encontramos lo que estructuraba la relación de Freud con
Fliess.
Ahora bien, la referencia biológica desempeña en Freud una función
particular, epistemológicamente esencial: se considera que es ella la que
en última instancia esclarecerá la significación de los fenómenos obser­
vados^ tendrá que aportar su clave científica. En ese punto volvemos a
encontrar intacto el reduccionismo de la escuela de Helmholtz: el orden
psicológico se resuelve en fisiológico, el fisiológico en físico-químico,
hasta que de un extremo al otro del mundo real no quedan más que fuerza
y materia. Pues — observémoslo al pasar— el registro biológico en
Freud sigue siendo fundamentalmente fisiológico; de allí la permanente
referencia “fliessiana” a un quimismo desconocido que esclarecería todo
el juego de las fuerzas mentales. Con esta última etapa la referencia bio­
lógica se carga por cierto con toda una dimensión mítica arqueohistórica,
pero siempre en el nivel de las pulsiones, es decir de las fuerzas presen­
tes. Aquí Freud parece ignorar que la biología se define cada vez más en
términos de organización, de equilibrio, de estructura autorregulada en
evolución y complejización constantes. En este punto se puede señalar
la escasa integración, no de las ideas sino de los principios epistemoló­
gicos del evolucionismo, en el pensamiento freudiano. Este sigue siendo
fundamentalmente reduccionista e ignora la jerarquía de los registros de
lo real.114 Uno recuerda que el pensamiento evolucionista reposaba en la
seguridad de que un orden fenoménico nunca puede reducirse al peldaño
que lo precede en la pirámide de los registros de lo concreto. Lo biológi­
co es un orden propio, autónomo e irreductible a lo físico-químico: to­
ma de este último los elementos básicos, los ladrillos que constituyen
su carácter fenoménico propio, pero escapa al juego simple de las fuer­
zas elementales del mundo físico. Justamente en tal sentido necesita una
denominación científica y una metodología particular. Desde luego, lo
mismo ocurre en psicología: por-cierto los materiales biológicos (por o-
tró lado infinitamente más complejos que los elementos fisiológicos
«Imples en los que piensa Freud) constituyen su trama, pero sólo ad­
quieren sentido en el peldaño jerárquicamente superior donde se integran
en subjetividad. Cuando la explicación se muestra esquiva, ocurre que
los conocimientos son insuficientes y no que sólo quede la alternativa de
sumergirse en la etapa anterior para hallar la solución. Esto es por otra
parte lo que nos enseña toda la progresión del pensamiento de Freud.
Del mismo modo, no es difícil sacar a luz la gravitación del pensa­
miento asociacionista de un extremo al otro de la obra freudiana. Por
cierto, en ella se integran lentamente parámetros de origen diferente que
hacen estallar su marco; ése es justamente, como lo hemos visto, todo
•t lecreto de la evolución teórica de Freud ante la acumulación de mate­
riales clínicos cada vez más complejos. Subsiste el hecho de que hasta el
fin los “estigmas” asociacionistas siguieron prevaleciendo en su pensa­
miento:
i
—En el imagocentrismo que caracteriza permanentemente su análisis
del psiquismo; en dicho análisis, la teoría de la representación nunca es
cuestionada, ni ubicada en relación con formas de pensamiento que no
estructuren la imagen y el lenguaje. De allí el corte entre la pulsión,
simple fuerza, empuje ciego, y sus representaciones mentales.
—En la nitidez de la separación entre las cualidades conscientes e in­
conscientes, retomada tal cual de los modelos wundtiano o psicofisioló­
gico (teoría del automatismo). En todos los casos Freud parece confundir
en tal sentido la necesidad de defender la existencia del inconsciente co­
mo reprimido y el juicio a formular acerca de la idea de un espectro de
actividades mentales que se extienden desde la conciencia clara a una
conciencia oscura y hasta los automatismos, idea para la cual erige la
prueba toda la evolución de la psicología contemporánea. El carácter di­
fuso e indeciso de la teoría del afecto (y por otra parte de una formula­
ción tal de los fenómenos motivacionales) es una de las consecuencias
directas de una posición de ese tipo.
—En la constancia de las referencias empiristas, cuyo alcance, por o-
tra parte, Freud amplía considerablemente, puesto que en gran parte de
su lamarckismo abarca una extensión de la búsqueda de las experiencias
primeras de la historia de la especie, vía la herencia de los caracteres (es
decir del saber) adquiridos (cf. la noción de fantasma originario). Lo ates­
tiguan también teorías como la de la prueba de la realidad, que prolonga
la eterna tendencia del empirismo a reconstruir la génesis de cada ele­
mento psicológico en la escala de la historia individual del sujeto. Es así
como uno de los últimos fragmentos de las notas de Freud, pocos días
antes de su muerte, recoge esta observación sorprendente: “La espaciali-
dad podría ser la proyección del aparato psíquico.”115 ¿No volvemos a
encontrar aquí el cariz mismo del pensamiento de un Condillac o un
Mili?
—En el individualismo fundamental de una concepción del psiquis­
mo que siempre se centra en el organismo-sujeto como una mónada, al
principio virtualmente autosuficiente y que después descubre el mundo y
se adecúa a él más o menos bien (empirismo). Así, la dimensión social
(y desde luego el lenguaje) siempre le parecerá a Freud reductible a las
coordenadas fundamentales de la experiencia individual ontogenética, que
corre el riesgo de prolongar la de los antepasados, transmitida filogenéti-
camente. No hay “instinto social” ni efecto directo de los hechos socio-
culturales en el individuo freudiano, cuya misma inscripción intersubje­
tiva es segunda, mediata, tardía también en la teoría.
i
NOTAS

1. S. Freud: Au-delá du principe de plaisir, 1920, en Essais de psycha­


nalyse, París, Petite Bibliothéque Payot, 1981, nueva traducción,
págs. 42-115 (citado infra con el número de página de esta edi­
ción entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado a-
cerca del dualismo pulsional; salvo mención en contrario, las bas­
tardillas son de Freud).
2. Se puede entonces observar que el examen del problema de la neurosis
traumática no tiene en cuenta la estructura psicopatológica pree­
xistente de los enfermos de que se trata. Freud olvida hasta la vin­
culación de aquella neurosis con la histeria, que es justamente el o-
rigen de sus descubrimientos.
3. Cf. supra, cap. 13.
4. Se habrá observado la correlativa desaparición del conflicto hasta allí
fundamental entre principio del placer y principio de realidad. El
conflicto primario/secundario subsiste, pero toma en adelante otro
sentido (repetición/ligadura).
.V Se trata de la capa anorgánica superficial de la bola protoplásmica pri­
mitiva, “que mantiene la excitación aparte: las energías del mundo
exterior no pueden así transmitir más que un fragmento de su in­
tensidad a las capas vecinas que siguen estando vivas [69]”. Desde
el Esquisse (protecciones al sistema fi) conocemos esta hipótesis
que Freud traslada de la estructura histológica de los órganos sen­
soriales a la del aparato psíquico.
6. Anteriormente, Freud se sirvió de ese modelo en el análisis del proceso
melancólico: “El complejo melancólico se comporta como una he­
rida abierta que desde todas partes atrae hacia él energías de inves­
tición (...) y vacía el yo hasta empobrecerlo completamente.” (S.
Freud: Deuil et Mélancolie, 1915, en M étapsychologie, pág.
164.)
7. Cf. supra, cap. 15.
H. Lo atestigua el célebre pequeño artículo “La Dénégation”, 1925, que re­
toma textualmente las consideraciones del trabajo de 1915 acerca
del yo-placer purificado (introyección de lo placiente, rechazo de
lo desagradable) al referir directamente los movimientos de atrac­
ción y repulsión primordiales a la pareja Eros/pulsión de muerte.
9. S. Freud: “Considérations actuelles sur la guerre et sur la mort”, 1915,
en Essais de psychanalyse.
10. Ibíd., pág. 10.
11. Ibíd., pág. 13.
12. Ibíd., págs. 15-16.
13. Ibíd., pág. 25.
14. Ibíd., pág. 35 (las bastardillas son mías).
13. Ibíd., pág. 37.
IA, Cf. el siguiente pasaje: "Es innegable que en ese comportamiento de
lo* hombres se manifiesta una aptitud para el odio, una agresividad

435
cuyo origen es desconocido y a la cual uno se sentiría tentado a a-
tribuir un carácter elemental.” (S. Freud: Psychologie des foules et
Analyse du moi, 1921, en Essais de psychanalyse, pág. 164.)
17. S. Freud: “Considérations actuelles..., en Essais de psychanalyse,
pág. 17.
18. Todavía se encuentran muy presentes las huellas de esta experiencia
en la carta acerca de la guerra que Freud dirige a Einstein en 1932,
respondiendo a los interrogantes del último. Véase S. Fréud (a) A.
Einstein, setiembre de 1932, en Pourquoi la guerrel, S. £., XXII,
pág. 195.
19. En particular, el hecho de que las grandes pulsiones no se presenten
nunca en estado de pureza, sino siempre en aleaciones permite
continuar sosteniendo lo que Freud afirmó en 1909 en Le petit
Hans: “Me parece que Adler ha caracterizado erróneamente como
hipóstasis de una pulsión especial lo que es un atributo universal e
indispensable de todas las pulsiones, justamente su carácter ‘pul-
sional’, impulsivo, lo que podemos describir como la capacidad
para activar la motricidad.” (S. Freud: Analyse d'une phobie chez
un petit gargon de cinq ans (Le petit Hans), 1909, citado infra:
Le petit Hans, en Cinq psychanalyses, pág. 193.) Freud también
precisa, en una nota de 1923, que su “desaprobación del punto de
vista de Adler (...) no es modificada” por su nueva doctrina (ibíd.,
nota 1).
20. Un poco antes, Freud precisaba: “No ignoro que, al dar ese tercer paso
en la teoría de las pulsiones, no podría pretender la misma certi­
dumbre que respecto de los dos precedentes —ampliación del con­
cepto de sexualidad y después instauración del narcisismo— . Hay
allí innovaciones que traducen directamente la observación a teoría
[108].” Jl
21. S. Freud: Métapsychologie, pág. 40 (las bastardillas son mías).
22. S. Freud: Introduction á la psychanalyse, pág. 350.
23. ¿Freud no parece deplorar, en Au-delá du pincipe de plaisir, “la pers­
pectiva totalmente positiva (respecto de las pulsiones) de Darwin
[105]”?
24. O. Ranken Le traumatisme de la naissance (1923), pero sobre t
S. Ferenczi, con su Thalassa, también utilizaron, cada uno a su
manera ese modelo de teorización. [Versión castellana de la obra
de Rank: El trauma del nacimiento, Barcelona, Paidós, 1985.]
25. Cf. supra, cap. 11.
26. Cf. S. Freud: Ma vie et ¡a psychanalyse, pág. 14
27. Cf. los siguientes fragmentos de Goethe, de La Nature (diados en E.
Haeckel: Histoire de la création universelle, págs. v-vi): “ ¡La na­
turaleza! Ella nos cerca, nos estrecha desde todas partes (...). Nos
arrastra en su ronda etema. (...) Siempre crea formas nuevas; lo que
existe no existía; lo que era ya no volverá a ser nunca; todo es
nuevo sin dejar de ser antiguo. Parece tener todo dispuesto para la
individualidad y no se preocupa en absoluto por los individuos.

436
Construye siempre, destruye sin cesar. (...) Tiene en sí una vidn,
un devenir, un movimiento eterno y sin embargo no avanza. Ince­
santemente se metamorfosea, no conoce el reposo (...) le tiene
horror. Es inquebrantable: su paso es mesurado, sus excepciones
raras, sus leyes inmutables. (...) Uno obedece a sus leyes incluso
cuando se resiste a ellas; la ayuda, incluso al contrariarla (...).”
28. Gf. supra, cap. 8.
29. "Hay otra cosa que no podemos disimulamos: hemos entrado, sin
prestar atención, per la puerta de la filosofía de Schopenhauer
[97].”
30. Cf. con respecto de este tema, la segunda parte del insoslayable tra­
bajo de P.-L. Assoun: Freud, la philosophie et les philosophes,
1976. Es preciso señalar la homología de las concepciones de los
presocráticos y la Naturphilosophie: en ese período Freud se sirve
de los textos de los orígenes de la filosofía, todavía más próximos
al mito y las cosmologías que a los grandes metafísicos. [Versión
castellana de P.-L. Assoun: Freud. La filosofía y los filósofos,
Barcelona, Paidós, 1982.]
31. S. Freud: “Psychanalyse et télépathie”, 1921, S. E., pág. 181.
32. Ibíd., pág. 179.
33. S. Freud: “Reve et occultisme”, 1932, en Nouvelles Conférences sur
la psychanalyse, pág. 73.
34. Desde luego, la Naturphilosophie tiene una afinidad electiva con el
vitalismo, lo mismo que con todos los fenómenos y teorías que
manifiestan el pan-psiquismo en la naturaleza (magnetismo ani­
mal, ocultismo, etcétera).
35. También del naturalismo antropomórfico de Groddeck, de quien Freud
tomará pronto el término “ello” para designar el sistema pulsional
inconsciente.
36. Cf. la interpretación del principio del placer en Au-delá du principe
de plaisir.
37. S. Freud: Le Moi et le Qa, 1923, en Essais de psychanalyse, nueva
traducción, págs. 219-275 (citado infra con el número de página
entre corchetes, sin llamada, hasta el final de este apartado acerca
de la descripción de la segunda tópica; salvo mención en contra­
rio, las bastardillas son del autor).
38. S. Freud: Psychologie des foules el Analyse du moi, 1921, en Es-
sais de psychanalyse, nueva traducción, pág. 191.
3V. S. Freud: Au-delá du principe de plaisir, en ob. cit., pág. 67.
40. En este punto Freud precisa bien que “la modificación del yo que es
necesario describir (se despliega) ¡o mismo que en la melancolía
¡241; las bastardillas son mías]”. Un poco más adelante indico lo
que puede deducirse de ese tipo de observaciones.
41. Incidentalmente, Freud se pregunta si no acaba de poner el dedo en el
misterioso mecanismo de la sublimación en general.
42. No obstante, Freud volverá a su primera formulación en las Nouve­
lles Conférences de 1932 (cf. pág. 135) y el Abrégé de psycha-
nalyse de 1938 (cf. pág, 10), lo que atestigua la incertidumbre- y
la vacilación en que se encontraba respecto de ese punto. En efec­
to, allí se trata evidentemente de un problema insoluble en tales
términos. Cf. también el tercer modelo que desprendemos más ade­
lante de los textos acerca de la psicosis y el fetichismo, y que
prolonga la temática narcisista.
43. S. Freud: Inhibition, symíóme et angoisse, 1925 (citado infra con el
número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de
este apartado acerca de las correcciones de 1925; salvo mención en
contrario, las bastardillas son del autor), pág. 12.
44. Cf. supra, el inicio del punto precedente, “Descripción”.
45. Cf. supra, el apartado que sigue, acerca de "El tratamiento”.
43. S. Freud: Inhibition, symptóme et angoisse, 1925 (citado infra con
el número de página entre corchetes, sin llamada, hasta el final de
winista, histórico, tiene que enlazar sólidamente entre sí los ele­
mentos del afecto. En este punto la experiencia analítica (síntomas
“conmemorativos” histéricos) se unen al modelo biológico.
47. Cf. supra, cap. 11.
48. Advirtamos que allí está la esencia misma de la crítica freudiana a la
teoría que expone Rank respecto del trauma del naciníiento: una
explicación biogenética de un fenómeno funcional fundamental del
psiquismo es por esencia insuficiente.
49. Se trata también de las condiciones de las represiones originarias (el
plural da fe de su nuevo status de defensa): “Es muy verosímil que
factores cuantitativos tales como la fuerza excesiva de la excita­
ción y la fractura del para-excitación sean las condiciones inme­
diatas de las represiones originarias [10].” De ese nipdo Freud con­
serva algo de sus intuiciones primeras (cf. el Esquisse) puesto que
esas situaciones traumáticas primordiales siguen siendo la matriz
de los procesos patógenos ulteriores (cf. infra los tres factores de
la predisposición neurótica de la especie humana).
50. Lo que desde luego no implica que esta meta adaptativa sea siempre
realista.
51. Cf. supra, cap. 13.
51 bis. Freud precisa que subsiste una tercera posibilidad, la de que el de­
seo reprimido “sea reanimado por regresión en el curso de la neu­
rosis [67, nota 1]”.
52. S. Freud: “La disparition du complexe d’ÍEdipe", 1923, en La vie se­
xuelle, pág. 120. El primer modelo metapsicológico freudiano re­
posaba por el contrario sobre el postulado de la indestructibilidad
de los deseos infantiles inconscientes (correlato del carácter in­
temporal del sistema Ies) que aparece así como una consecuencia
del modelo mecanicista del psiquismo (además de su interés clíni­
co). Una perspectiva funcionalista introduce aquí un modo de ver
totalmente distinto.
53. Se habrá observado que la regresión sádico-anal ya no es solamente

438

\
vT7!

un fenómeno engendrado por la estasis de la libido, sino el resul­


tado Se una maniobra estratégica del yo,
54. Recordamos que Tótem et Tabou bosquejaba en efecto unas concep­
ción de ese tipo, lado a lado con el narcisismo.
55. Cf. supra, cap. 15.
56. Es la concepción general que inspirará pronto los dos ensayos geme­
los de la psicosociología: S. Freud: L¡avenir d'une ¡Ilusión, 1927,
y Malaise dans la civilisation, 1929.
57. Es cierto que “las pulsiones de muerte son en lo esencial mudas y que
todo el ruido de la vida proviene más que nada del Eros" (S. Freud:
Le Moi et le Qa, en ob. cit., pág. 203).
58. Cf. Freud: Nouvelles Conférences..., pág. 107.
59. Cf. infra, respecto del tratamiento, y también las últimas páginas de
Malaise dans la civilisation.
60. S. Freud: “Névrose et psychose”, 1924, en Névrose, psychose et
perversión, pág. 283 (bastardillas de Freud).
61. Ibíd., págs. 284-285.
62. En realidad se trata más bien del atenazamiento del yo entre las tres
instancias que lo dominan: él cede a la más poderosa.
63. El superyó recupera así su dimensión narcisista constitutiva (cf. la
génesis teórica del ideal del yo; supra, cap. 15) como cada vez
que su modelo clínico de referencia pasa de la neurosis obsesiva a
la melancolía.
64. S. Freud: “Névrose et psychose”, en Névrose, psychose et perver­
sión, pág. 285.
65. S. Freud: “La perte de la réalité dans la névrose et dans la psychose”.
1924, en Névrose, psychose et perversión, pág. 299.
66. Ibíd., pág. 301.
67. Ibíd.
68. Ibíd., págs. 302-303.
69. “Al estudiar el sueño, hemos podido verificar que cuando el yo se a-
parta de la realidad del mundo exterior, se desliza, bajo la influen­
cia del mundo interior, en la psicosis.” (S. Freud: Abregé de
/ psychanalyse, 1938, pág. 40.)
70. S. Freud: “Névrose et psychose”, en Névrose, psychose et perver­
sión, pág. 286.
71. S. Freud: “Le fétichisme”, 1927, en La vie sexuelle, pág. 137.
72. Recordemos que esta noción, todavía no claramente conceptualizada,
era ya la clave en el caso del “Hombre de los lobos” (cf. S. Freud:
L'homme aux loups, en ob. cit., pág. 389, acerca de las tres co­
mentes psíquicas coexistentes que conciernen a la castración).
73. S. Freud: “Le clivage du moi dans le processus de défense”, 1938, en
Nouvelle Revue de psychanalyse, 1970, n9 2, pág. 26.
74. Cf. infra, el apartado acerca de “El programa terapéutico y sus ci­
mientos”.
75. Cf. supra. segunda parte.
76. Cf. S. Freud: “Deuil et mélancolie”, el último artículo de la

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Métapsychologie de 1915, escrito siguiendo las huellas de K. A- _
braham en su artículo de 1912, “Préliminaires á l'investigation et
au traitement psychanalytique de la folie maniaco-dépressive et des
états voisins”, en CEuvres completes, tomo I, págs. 99-113.
77. S. Freud precisa en Le Moi et le Qa que el superyó melancólico ma­
nifiesta, “por así decir, un puro cultivo de la pulsión de la muerte”
(en ob. cit., pág. 268). De modo que ésa es (no se lo ha subrayado
lo bastante) la única manifestación patente de esta pulsión siem­
pre silenciosa.
78. Cf. en Inhibition, simptóme et angoisse la observación siguiente:
“La neurosis obsesiva es a no dudarlo, el objeto más interesante y
más fecundo de la investigación analítica” (pág. 33). En lo que
concierne a los otros modelos, cf. la reducción de todas las psico­
neurosis al modelo histérico y al primer tiempo de la represión en
la época del Esquisse, con la desaparición correlativa del concep­
to de defensa. Durante la década de 1910, Freud no cesa por otra
parte de afirmar que las psicosis “nos proporcionarán el acceso a
la inteligencia de la psicología del yo” (S. Freud: “Pour introduire
le narcissisme”, en La vie sexuelle, pág. 88.
79. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág.
157.
80. Ibíd., págs. 158-159.
81. También se podría señalar el enlace que une cada una de las tres gran­
des polaridades psíquicas en las cuales finalmente se fundará la te­
oría freudiana (cf. supra, cap. 15, e infra el apartado siguiente)
con esos tres campos clínicos: la bisexualidad con la histeria, la
ambivalencia con la neurosis obsesiva, la polaridad narcisismo-re­
lación de objeto con las psicosis. La melancolía abarca por otra
parte las dos últimas polaridades en una mezcla específica.
82. S. Freud: Abrégé de psychanalyse, pág. 40.
83. Ibíd., pág. 50.
84. Ibíd., pág. 40.
85. Ibíd., págs. 40-41. < y
86. Ibíd., pág. 43.
87. Ibíd.
88. Ibíd., pág. 49.
89. Ibíd., pág. 43.
90. Ibíd., pág. 47.
91. Ibíd., pág. 50.
92. Como se ve, se trata finalmente de desdibujar, incluso de invertir “los
estados de dependencia del yo”, anacronismo heredero de la prema-
turación.
93. S. Freud: “Les diverses instances de la personnalité psychique”, 1932,
en Nouvelles Conférences sur la psychanalyse, págs. 106-10*?
(traducción corregida).
94. S. Freud: L ’A nalyse finie et l'Analyse infinie, 1937, en Revue
frangaise de psychanalyse, 1939, XI, pág. 8 (la traducción al

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francés de esta cita, así como la de las siguientes, ha sido eitable-
cida por M.-L. Lauth-Wagner, S. Feitel y B. Simonnet).
95. Ibíd., pág 11.
96. Ibíd., pág. 7.
97. Ibíd.
98. Desde luego, no se ha tenido en cuenta un elemento que Freud no des­
conocía: “No solamente la constitución del yo del paciente, sino
también el carácter particular del analista deben tenerse en cuenta
entre los factores que influyen en las perspectivas del tratamiento
analítico y crean dificultades según la forma de las resistencias” (i-
bíd., pág. 33; las bastardillas son mías).
99. Cf. las líneas siguientes de S. Freud, tomadas de Psychologie des
foules et Analyse du moi, con respecto a las psicosis maníaco-de-
presivas: “También se ha tomado la costumbre de juzgar esos ca­
sos como no psicógenos. Se tratará más tarde de otros casos de
trastornos clínicos del humor por completo semejantes, pero que
se explican fácilmente por traumatismos psíquicos.” (Ob. cit.,
pág. 202.)
100. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 21.
101. Ibíd., pág. 26.
102. Ibíd., pág. 28.
103. Ibíd., pág. 30. Freud formula esta tesis que explica el exclusivismo
“monosexual” corriente, con motivo de la bisexualidad manifiesta
de ciertos sujetos.
104. Ibíd., pág. 37.
105. S. Freud (a) K. Abraham: Correspondence (1907-1926), 15 de fe­
brero de 1924, p ág. 351.
106. Con respecto al proceso que inicia la neurosis infantil del “Hombre
de los lobos”, Freud afirma que “la promotora de esa represión pa­
rece ser la masculinidad narcisista del miembro viril, que entra en
un conflicto (...) con la pasividad del objetivo homosexual” (S.
Freud: L'homme aux loups, en ob. cit., pág. 410).
107. S. Freud: “Le fétichisme”, en La vie sexuelle, pág. 134.
108./S. Freud: Abrégé..., pág. 61, nota 1.
¡09. Cf. S. Freud: “Sur la psychogenése d'un cas d'homosexualité fémini-
ne”, 1920, en Névrose, psychose et perversión, pág. 245, y el
conjunto de los textos de los años 1925-1932 acerca de la sexuali­
dad femenina: “Quelques conséquences psychiques de la différence
anatomique entre les sexes”, 1925, en La vie sexuelle, págs.
123-132; “Sur la sexualité féminine”, 1931, en ibíd., págs. 139-
155; “La féminité”, 1932, en Nouvelles Conférences sur la
psychanalyse, págs. 147-178.
110. Cf. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, en ob. cit., pág.
37, nota 2.
111. S. Freud: “Des types libidinaux”, 1931, en La vie sexuelle, pág.
158.
112. S. Freud: L'Analyse finie et l'Analyse infinie, pág. 37.

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