En los límites del norte de Juanacatlán y al oriente de Tonalá, sigue de pie el antiquísimo Puente

de San Antonio de Terán, conocido popularmente como de Tololotlán o simplemente Puente

Grande. Forma esta construcción parte importante del Camino Real que conectaba a la Nueva
Galicia con la capital de la Nueva España.

Tiene como antecedente un puente provisional hecho de madera, sin embargo, la creciente del río
y demás tempestades naturales hacían necesario un puente formal y que fuera propicio para los
viajeros y comerciantes, siendo hasta el año de 1700 en que el gobernador de la Nueva Galicia,
Tomás Terán de los Ríos advirtió de esta necesidad y así lo determinó.

El cura de Zapotlanejo, Juan Viruete arbitró el lugar apto para la edificación del puente
nombrándose para ello una junta encargada de las obras. A falta de recursos económicos se hizo el
cobro de hipotecas y rendimientos de propiedades. Salvadas estas dificultades se terminó y se
puso en servicio en 1717. Simultáneamente se construyó a un costado una garita que contaba con
oficinas para el cobro del peaje y aduanas, así como el alojamiento de guarnición para la
protección del inmueble; todo esto custodiado por el ejército virreinal.

El puente está formado por 27 arcos que rematan en ambos extremos con cuatro grandes
basamentos de cinco cuerpos y coronados cada uno por una escultura. En un extremo se
encuentran las figuras de San Francisco y San Antonio; y en el opuesto se hayan las de Carlos V y
Felipe II. Hay además inscritos escudos reales y fechas relacionadas con la época de construcción.

Se le ha restaurado solo en dos ocasiones, una en 1945 y otra en el 2010 con motivo de las
celebraciones por el centenario de la Independencia. Rodeada de falsas leyendas el puente sigue
aún vigente y en funciones dentro del pueblo formado a partir de él, convirtiéndose en joya del
estado, núcleo fundador y en objeto clave de estudio arquitectónico e historiográfico del siglo
XVIII en el occidente del país.