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La religión y Voltaire: Las Cartas Filosóficas.

Planteamiento

Pretendemos en este trabajo analizar las relaciones de Voltaire con la religión, pero no en

general, sino a través de una de sus obras más conocida: las Cartas Filosóficas.

Aunque hay que admitir que no todos los ilustrados eran ateos, una de las características de

la ilustración fue precisamente el análisis racional de la tradición (en todos sus aspectos, incluida la

religiosa) que supuso poner en evidencia muchos saberes que no siempre resultaron ser ciertos y

que, según los partidarios y practicantes de este gran movimiento intelectual, cegaban al pueblo y le

impedían pensar con claridad.

Como veremos Voltaire tendrá a su favor una serie de factores como el gran avance

científico que tuvo lugar en la época, acompañado de la aparición del despotismo ilustrado y el

surgimiento de corrientes filosóficas que promovían la razón humana por encima de todo.

François-Marie Arouet (1694-1778), Voltaire1, hijo de François Arouet y Marie Marguerite

d'Aumary, tuvo cuatro hermanos. Estudio griego y latín en un colegio jesuita donde hizo futuras y

poderosas amistades. Posteriormente, estudió la carrera de derecho y en 1713 obtuvo el cargo de

secretario de la embajada francesa en La Haya, del que fue expulsado tras cierta aventura amorosa

con una refugiada francesa.

A la muerte de Luis XIV tuvo lugar una regencia que situaba al mando al Duque de Orleans

y contra el cual Voltaire escribió una sátira demostrando muy poco respeto hacia él. El Duque lo

envió a la Bastilla con una pena de un año de cárcel.


                                                            
1
Existen diferentes hipótesis sobre el significado y procedencia de su apodo, una muy aceptada dice que deriva del apelativo Petit Volontaire, una
especie de apelativo cariñoso que sus familiares más cercanos utilizaban para referirse a él cuando pequeño, pero existen otras. Algunos opinan que
podría tratarse de un anagrama de “Arouet L(e) J(eune)”, que significa “Arouet, el joven”, otros que puede no ser sino una reordenación del adjetivo
“re-vol-tai”, que significa “revoltoso”, debido a su carácter crítico y trasgresor contra la forma de vivir conocida que le convertiría en un rebelde. A
parte de todas estas hipótesis que pueden o bien ser erróneas o ser más de una la correcta, sí tenemos una cosa clara: Voltaire se vio obligado a
adoptar ese seudónimo debido a una serie de detenciones, escarmiento suficiente para que nuestro autor adoptara, ya fuera por un motivo o por otro, el
nombre que utilizaría posteriormente. Cfr. un buen resumen de su vida en “Voltaire en su vida”, en Carlos Pujol: Voltaire, Barcelona: Editorial
Planeta, 1973, pp. 13-103.


 
Y en ese sentido avanzó la vida de nuestro protagonista: con algún encontronazo con la

nobleza que le valió una temporada más en la Bastilla y de destierro en destierro que lo llevaron a

adoptar el apodo por el que se le conoce hoy en día.

Al final fue desterrado a Gran Bretaña, lo que le daría la oportunidad, entre otras cosas, de

conocer de primera mano la religión de ese país y escribir, posteriormente, sobre el tema.

La época de Voltaire

Durante el siglo XVIII o Siglo de las Luces, llamado así por tratar de acabar con las tinieblas

de la ignorancia mediante la luz de la razón, el poder de la iglesia disminuyó en favor del tercer

estado, de la plebe. Una de las causas fue el descenso del poder de la nobleza y el aumento del de la

burguesía, que durante esta época se estableció como clase dominante. La gente comenzó a valorar

el poder económico por encima de los títulos nobiliarios y del prestigio social, lo que supondría

toda una “transmutación” de los valores. Sirva como ejemplo el hecho de que antiguamente el

caballero feudal no utilizaba sus manos para trabajar, solo guerreaba o las usaba en algún tipo de

“hobby” creativo como la pintura o la música. Pero nunca trabajaba y se enorgullecía de ello: era su

derecho de nacimiento.

Sin embargo, ahora el trabajo comienza a ser valorado, la clase burguesa comienza a ser

vista como una clase social sacrificada que merece respeto y admiración por su esfuerzo y su

empeño en ascender por el escalafón social. Este cambio de cánones y de la antigua visión

caballeresca es uno de los motivos de la caída de la iglesia hacia una sociedad más laica.

Para comprender este principio de tolerancia religiosa y determinar sus raíces históricas,

filosóficas y científicas debemos echar un vistazo al siglo anterior. Fue un siglo lleno de guerras

religiosas entre cristianos y protestantes que terminó con la paz de Westfalia en 1648, tras la cual

tuvo lugar una época conocida como “la era de la razón”. Ahora introduce el filósofo Espinosa

 
(1632-1677) la idea que une a Dios con la Naturaleza en un único ser, así como su infinitud y la

infinitud de atributos que lo componían. Deus sive Natura2.

Este atrevimiento panteísta de Espinosa le llevó a ser acusado de materialista y ateo.

Abandonó la ortodoxia judía, religión a la que pertenecía, creyéndose incomprendido. Y es que

aunque él no negaba la existencia de un ente superior, sí negaba los dogmas de muchas creencias

que dan a sus respectivos dioses forma humana o animal. En su lugar ofrece esta idea de Dios como

la naturaleza infinita que tanto influiría en algunos filósofos ilustrados.

A estas nuevas ideas filosóficas habría que añadir la gran capacidad intelectual de los nuevos

científicos en sus esfuerzos por comprender la naturaleza, como Isaac Newton, Johannes Kepler o

Galileo Galilei. Gracias a nuevos enfoques e importantes avances tecnológicos estos pioneros

consiguieron que el mundo aristotélico-tomista se tambaleara. Galileo Galilei intervino en la

creación del modelo heliocéntrico, el propio Isaac Newton formuló teorías como la de la

Gravitación Universal, Kepler, hizo importantes descubrimientos en el campo de la astronomía y la

física…

En definitiva, lo que se ha denominado revolución científica asestó un buen golpe a la

religión y sus formas. Las dudas, incluso el ateísmo comenzaron a florecer entre aquellos que veían

a la iglesia como una aberración de la verdadera belleza de Dios. Algo tan mundano y corrupto no

podía representar algo tan bello e infinito como la totalidad de la naturaleza. No les parecía que el

clero, caracterizado por la universalmente extendida imperfección humana, fuera la representación

de Dios en la tierra. Dios era otra cosa.

Este carácter antidogmático se extendió poco a poco entre mentes despiertas que

comenzaron a buscar en la ciencia respuestas a las innumerables preguntas que la iglesia

                                                            
2
Para Espinosa, si Dios y naturaleza son la misma cosa, no puede existir el azar y por tanto nuestra libertad es una ficción creada por nuestra
ignorancia. Ni siquiera el mismo Dios podría haber creado el mundo de otra manera que de la que lo hizo. Los hombres se equivocan al creerse libres,
opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de
libertad se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad
son palabras, sin idea alguna que les corresponda”. Ética, Segunda Parte, Proposición XXXV. Escolio. Seguimos la edición de Vidal Peña, Madrid:
Editora Nacional, p. 151.

 
solucionaba tan solo con la fe y la existencia de un Dios omnipotente que había puesto todo en su

lugar. La aceptación de estos rebeldes por parte del resto de la sociedad fue un claro ejemplo de

progreso, respeto y comprensión hacia cualquier religión o postura religiosa, ateísmo incluido. Y

aunque a la iglesia no le hiciera gracia pasar a un segundo plano, sus posibilidades de impedirlo

estaban mermadas. En efecto, como veremos, las circunstancias políticas en las diferentes potencias

europeas favorecían esta situación.

En Francia, gracias a una revolución que acabaría con el absolutismo, con la reducción de

los privilegios clericales hasta el momento vigentes y transformando el antiguo absolutismo francés

en una república que acogería a Voltaire con los brazos abiertos en sus últimos años de vida.

En España con el despotismo ilustrado de Carlos III que también dejó al clero en una

mermada posición, sobre todo económica, con una serie de desamortizaciones de sus bienes

privados.

Finalmente en Inglaterra, rota tras el reinado de Enrique VIII en dos visiones de la religión

aparentemente irreconciliables.

La unión de todos estos factores presentes en Europa occidental favorecerá el surgimiento de

su obra Cartas Filosóficas, escrita en 1734 y que analizaremos a continuación.

La religión en las Cartas Filosóficas.

Para introducir esta obra, que marcaría un punto de inflexión en la obra escrita de Voltaire

permitiéndole consolidar su estilo propio, me gustaría comenzar comentando su estructura.

Voltaire, en escritos anteriores, optó en ocasiones por usar los más exuberantes y

enriquecidos géneros del pasado, como el poema épico, la tragedia clásica o incluso la sátira en

verso, pero en esta obra dará un salto hacia la prosa, con estilo firme y sin filigranas, elegante.


 
Voltaire escribió toda su vida mediante arranques de inspiración, corrigiendo incoherencias

y uniendo sus ideas con una falsa impresión de inestabilidad, pero el impacto de esta obra no reside

en individualidades sino en su totalidad, en su coherencia interna. Según las fuentes no la escribió

durante su estancia en Inglaterra sino que, durante la misma, se dedicó a tomar notas para utilizar en

el futuro. Hombre previsor... Sería a su regreso a París cuando hábilmente hilaría todas esas notas y

comentarios en esta obra que podemos entender, si seguimos a los expertos, de forma simple o de

forma deductiva.

Si somos superficiales en cuanto a su contenido llegaremos a la conclusión de que Voltaire

simplemente pretendía comparar dos formas de religión, dos costumbres distintas de culto en dos

regiones diferentes como eran Inglaterra y Francia.

Sin embargo, si analizamos la obra más detenidamente llegamos a la conclusión de que esta

obra es una crítica en toda regla a la religión católica, en especial a la francesa. Solamente algunos

aspectos de la región anglicana salen bien parados de la pluma de Voltaire.

Nuestro autor, todo un precedente de lo que luego se denominaría “religión comparada”,

trabaja desde diferentes enfoques y de manera muy inteligente: ensalza algún aspecto de la iglesia

anglicana para poder criticar la falta de ese mismo aspecto positivo en el catolicismo francés (el

europeo, en definitiva). Esto no le impedirá, como veremos, criticar en ocasiones tanto a una como

a otra…

Como el propósito de este trabajo es presentar las ideas generales que de la religión tiene

Voltaire me ceñiré a las siete Cartas que tienen este asunto como tema principal.

Comencemos pues por el primer grupo. Se trata de cuatro Cartas referidas a los cuáqueros,

una especie de orden religiosa que se encontraba en Inglaterra y que comparten una serie de

costumbres. Voltaire vio que:


 
• Tuteaban a alguien que acabaran de conocer ya que no creían en el pronombre vos que

sustituía a un solo individuo por un colectivo.

• Por la misma razón tampoco creían en la necesidad de utilizar tratos de cortesía como

Grandeza, Eminencia o Santidad y definían dichos tratos como nombres que los gusanos de

tierra daban a otros gusanos de tierra.

• El cuáquero que conoceremos en la primera Carta pone en ella el ejemplo de César

Augusto. Pese al gran respeto que se le tenía antiguamente al César Romano, todo el mundo

se refería a él mediante la utilización del pronombre tú.

En la primera Carta, Voltaire visita a un respetado cuáquero y antiguo comerciante que vive

en una pequeña y hogareña casa. Cuando lo vio, Voltaire se quedó inmediatamente asombrado por

su aspecto saludable, propio de una vida sin excesos, pero aun se asombró más cuando el anciano

no siguió el protocolo de cortesía establecido al no descubrir su cabeza quitándose el sombrero ni

reverenciar al recién llegado. El anciano invitó a Voltaire a pasar y a comer con él debido a la

insistencia de nuestro autor por conocer más sobre su gremio. Las respuestas que Voltaire recibió

por parte del anciano no hicieron más que acentuar su primera impresión de asombro ya que a lo

largo de su conversación fue descubriendo que los cuáqueros vivían en pecado al no comulgar ni

haber recibido el santo bautismo. Sin embargo, el anciano rebatió sus desaprobaciones con la mayor

tranquilidad, exponiendo contraejemplos.

Oigámoslos:

-Mi querido señor -le dije--, ¿estáis bautizado?

-No -me contestó el cuáquero-, y mis compañeros de religión tampoco lo están.

-¿Cómo? Voto al cielo -repliqué yo-. ¿Entonces no sois cristianos?


 
-Hijo mío -repuso en tono suave-, no jures. Nosotros somos cristianos y nos esforzamos en ser

buenos cristianos, pero no creemos que el cristianismo consista en echar un poco de agua con sal

sobre la cabeza.

-Eh. Diablos -dije, ofendido por semejantes impiedades-. ¿Es que acaso habéis olvidado que

Jesucristo fue bautizado por Juan?

-Amigo, deja de jurar de una vez -dijo el piadoso cuáquero-. Efectivamente, Juan bautizó a Cristo,

pero éste no bautizó a nadie. Nosotros somos discípulos de Cristo, no de Juan.

- ¡Ay!-exclamé-, si hubiera Inquisición en este país, qué pronto os quemarían, pobre hombre.

Ruego a Dios que pueda yo bautizaros y convertiros en un verdadero cristiano.

-Si ello fuera preciso para condescender con tus debilidades, lo haríamos con gusto -agregó en

tono grave-. No condenamos a nadie porque practique la ceremonia del bautismo, pero pensamos

que los que profesan una religión verdaderamente sana y espiritual deben abstenerse, en lo que les

sea posible, de realizar prácticas judaicas.

-Es lo que me faltaba por escuchar. ¿Qué ceremonias judaicas? -exclamé.

-Sí, hijo mío -continuó diciendo-, y tan judaicas que muchos judíos todavía hoy en día practican en

ocasiones el bautismo de Juan. Consulta la historia antigua y verás que en ella se dice que Juan no

hizo más que renovar una costumbre que mucho tiempo antes de que él naciera era practicada por

los judíos, de la misma forma que la peregrinación a La Meca lo era por los ismaelitas. Pero

circuncisión y ablución son abolidas por el bautismo de Cristo, ese bautismo espiritual, esa

ablución del alma que salva a los hombres. Ya lo decía Juan, el precursor: «Yo os bautizo en

verdad con agua, pero otro vendrá después de mí, más poderoso que yo, del que no soy digno de

descalzarle las sandalias. Él os bautizará con el fuego y con el Espíritu Santo». Y el gran apóstol

de los gentiles, Pablo, escribió a los corintios: «Cristo no me ha enviado para bautizar, sino para


 
predicar el Evangelio». Pablo bautizó con el agua a tan sólo dos personas y muy a su pesar

circuncidó a su discípulo Timoteo. Los demás apóstoles también circuncidaron a todos aquellos

que lo deseaban. ¿Tú estás circuncidado?

Le respondí que no tenía ese honor.

-Y bien, amigo mío; de este modo tú eres cristiano sin estar circuncidado y yo lo soy sin haber sido

bautizado.3

Voltaire ensalza en esta Carta la simplicidad y pureza de las creencias cuáqueras respecto a

las católicas ya que a pesar de tratarse de una secta, evitaban “absurdas tradiciones” como la

comunión o el bautismo y rendían culto al señor de una forma más sencilla y carente de artificios.

La segunda Carta enlaza con la segunda ya que sigue hablándonos de las costumbres de esta

peculiar forma de culto. En esta ocasión Voltaire acompaña al anciano de la Carta anterior a su

lugar de culto dominical, donde se reúne con sus hermanos cuáqueros. Al llegar todos se hallaban

sentados en el más absoluto silencio. Al rato, un hombre se levantó y comenzó a hablar del

evangelio entre muecas y pesadas respiraciones. Voltaire quedó pasmado al comprobar que aquel

hombre no había dicho del evangelio más que estupideces.

Intrigado, le preguntó a su amigo si en su orden no tenían sacerdotes. Este contestó que se

enorgullecían de ser la única orden cristiana sin sacerdotes y que no necesitaban ninguno ya que

Dios se manifestaba a través de ellos en la forma de una opinión personal sobre las Santas

Escrituras. Cuando esto ocurría, lo compartían con sus hermanos cuáqueros, tal como aquel hombre

lo había hecho. Nunca se detenía uno de esos arrebatos de inspiración ya que decían no saber

cuándo se trataba de una manifestación de inteligencia o una simple locura4.

                                                            
3
Voltaire: Cartas filosóficas, (edición de Fernando Savater), Madrid: Editora Nacional, 1976 (2ª edición), pp. 36-37. Todas las citas posteriores se
harán según esta edición.
4
“Después que el contorsionista hubo terminado su monólogo y la Asamblea se hubo dispersado, edificada y entontecida, pregunté a mi buen hombre
por qué los más sabios de entre ellos tenían que aguantar semejantes estupideces, a lo cual me contestó:


 
Añadió además que no pagarían dinero a un sacerdote para venir a hacer lo que podían hacer

ellos mismos de una forma más personal y trascendente. Voltaire se extrañó por esta singular

explicación y preguntó a su acompañante cómo sabían ellos si era el Señor el que se manifestaba a

través de ellos y no una simple demencia, a lo que el anciano contestó:

-¿Cuando mueves uno de tus miembros es tu propia fuerza quien lo impulsa? No, sin duda, pues a

menudo ese miembro tiene movimientos involuntarios. El que creó tu cuerpo es el que anima ese

cuerpo de barro. Y las ideas que recibe tu alma, ¿eres tú quien las forma? Todavía menos, pues

ellas nacen a tu pesar. El creador de tu alma es quien te da tus ideas, pero como le ha dado

libertad a tu corazón, da a tu espíritu las ideas que aquél merece. Tú vives en Dios, actúas y

piensas en Dios. No tienes más que abrir los ojos a esta luz que ilumina a los hombres; entonces

verás la verdad y la harás conocer.”5

Voltaire alabó las palabras del anciano impresionado por su lucidez.

En esta segunda Carta Voltaire, que en un principio veía a los cuáqueros como una secta

pagana, poco a poco se acerca a ellos. Parece ir conociendo mejor sus costumbres y viendo que su

sencilla forma de vida, sin excesos, y con un corazón que solamente pertenece a su mismo Dios,

puede no ser tan pecaminosa como pensó inicialmente. De hecho, la tercera de las Cartas se dedica

a contarnos su historia.

Y la historia de los cuáqueros ha de empezar con Georges Fox, nacido en Inglaterra, en el

condado de Leicester, en 1624. Era hijo de un devotísimo tejedor y pronto comenzó a predicar su

particular visión del cristianismo. Realizó una especie de peregrinaje totalmente vestido de cuero

por las regiones de Inglaterra vociferando en contra de las armas y del clero, lo que le causó

numerosos problemas.
                                                                                                                                                                                                     
-Tenemos que tolerarlas porque cuando un hombre se pone en pie para hablar no podemos saber si es la inteligencia o la locura lo que le mueve; en la
duda, escuchamos pacientemente y hasta permitimos hablar a las mujeres. A veces, dos o tres de nuestras devotas se sienten inspiradas al mismo
tiempo y entonces sí que la casa del Señor se llena de ruido.” Voltaire: o. c., pp. 41-42.

5
Voltaire. o. c., p. 43.

 
Durante un juicio por escándalo público predicó nuevamente contra la iglesia. Como se negó

a tomar juramento diciendo: “No tomaré el nombre de Dios en vano” a la vez que tuteaba de

manera constante al juez, terminó por ganarse que éste, cansado de su actitud, lo mandara azotar. Él

rogó a sus castigadores que le azotaran aun más; todo por el por el bien de su alma. Por supuesto,

aceptaron encantados… Al acabar los sermoneó con la fuerza habitual y ellos, impresionados por la

fortaleza mental de aquel hombre considerado un demente, pudieron haber sido sus primeros

discípulos.

El peregrinaje de Fox no cesó y continuó predicando allá por donde iba, ganando a partes

iguales adeptos y castigos. En una ocasión, mientras estaba recibiendo un castigo público, comenzó

a recitar con tanta fuerza uno de sus monólogos que cautivó al menos a una cincuentena de

hombres. Ellos, mediante un tumulto, le liberaron poniendo en su lugar al pastor anglicano que lo

había denunciado. Su influencia no distinguía clases y lo mismo convertía pastores como soldados.

De hecho, muchos dejaron las armas para unirse a su causa.

En otra ocasión, Fox se encontraba ante un juez que tenía fama de borracho y vividor y le

dijo: Amigo, ten cuidado. Dios te castigará muy pronto por perseguir a los santos. Sin saberlo, con

ese comentario Fox se ganaría más adeptos que con todo el peregrinaje del resto de su vida al morir

el juez dos días después por una apoplejía.

No contento aún, intentó innovar y, en una ocasión, mientras predicaba, comenzó a poner

muecas, temblar y convulsionar con cambios en su respiración, como si Dios lo hubiera poseído.

Esta conducta fue imitada por todos sus súbditos hasta llegar a la época de Voltaire y de ahí

proviene su nombre quakers, cuáqueros en español, literalmente: los “temblorosos”.

Gracias a la última Carta que Voltaire dedica a esta extraña asociación religiosa, la cuarta,

conoceremos a un nuevo individuo que no desmerece para nada al joven y emprendedor Fox. Hablo

de William Penn.

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Este joven era hijo del vicealmirante de Inglaterra, con una buena educación debido a la

favorable posición económica y social de su familia. Se dice que el primer contacto de William con

el cuaquerismo ocurrió durante su estancia en la Universidad de Oxford y que un cuáquero anónimo

del que apenas se conservan datos fue el encargado de convertirlo.

Se dice también que gracias a sus desarrolladas dotes políticas, gran elocuencia y atractivo,

en seguida se convirtió en un buen reclamo para los cuáqueros. De esta manera, a la corta edad de

dieciséis años (en 1660, el mismo año en que ingresó en la universidad) era ya el líder de todo un

culto religioso.

Voltaire nos narra el encuentro del joven William con su padre tras completar sus estudios.

El hijo no solo mantuvo el sombrero en la cabeza sino que no se arrodilló ante su padre como

mandaban las costumbres para agradecerle el aprendizaje recibido. Su padre lo miraba absorto,

pensaba que había enloquecido cuando, por si lo anterior no fuera bastante, su hijo comenzó a

tutearle. Tras un momento de conmoción inicial se dio cuenta de que no era locura lo que afligía a

su hijo, sino vocación, y cayó en la cuenta de que se había convertido al cuaquerismo. Trató por

todos los medios de convencerle de que dejase su culto, a lo que su hijo contestaba tranquilamente

que era su padre el que debía unirse a él. Cansado por la impertinencia de su hijo mandó que

visitara al rey, pensando que él le convencería de su error. Su hijo se negó consiguiendo que su

padre, harto de su conducta, lo echara de casa.

William, sin preocuparse demasiado por la reacción paterna, da las gracias a Dios y se dirige

a la ciudad para predicar. En ella, gracias a su carisma y buen parecer, atraerá a mujeres y hombres

a su causa.

Y aquí es donde nuestro viejo amigo Fox entra en escena. Impresionado por las hazañas que

oye de ese joven decide buscarlo y juntos acuerdan realizar un peregrinaje por países extranjeros en

busca de nuevos seguidores. Iniciarán su particular peregrinaje en Holanda. En Ámsterdam serán

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recibidos por la princesa palatina Isabel, tía de Jorge I de Inglaterra, a la que consiguieron convertir,

tras varias entrevistas, en una cuáquera de los pies a la cabeza...

También visitaron Alemania, donde su peregrinaje no fue tan fructífero. Fracasaron

estrepitosamente debido a la costumbre cuáquera de tutear a todo el mundo. En Alemania el

tratamiento de cortesía estaba muy arraigado y no estaba bien vista una aptitud tan libertina.

El peregrinaje no duró mucho más ya que llegó a oídos de William que su padre padecía una

enfermedad y optó por regresar a casa, donde en el lecho de muerte se reconcilió con él. Esta

muerte y la reconciliación con su padre fueron un factor fundamental para la expansión del

cuaquerismo en el continente americano. ¿Por qué razón? Tras la muerte de su padre William

heredó grandes riquezas. Incluso el propio rey le debía dinero por préstamos para sufragar sus

guerras. Las deudas reales eran algo especial. Las arcas reales no se encontraban en una situación de

exuberancia por lo que William vio sus deudas pagadas pero no con dinero sino con tierras en el

Nuevo Mundo. De esta manera, el joven William pasó a controlar un enorme territorio americano al

sur de Maryland y la región pasó a llamarse Pennsylvania, nombre que procede, precisamente, del

apellido Penn.

William partió con rapidez a sus nuevas tierras con dos navíos cargados de compañeros de

culto. Organizó su territorio de manera muy sabia y justa. Su legislación seguía siendo la misma

cuando Voltaire escribe estas Cartas, destacando una ley de carácter liberal que prohibía maltratar a

nadie por su religión. También es interesante subrayar el comportamiento de los denominados

“salvajes” que, atraídos por la actitud pacífica y tranquila del pueblo cuáquero, que no poseía armas

ni sacerdotes, aceptaron a los nuevos habitantes de su territorio de una forma que no se daría en

otros lugares colonizados.

William volvió a Inglaterra para asegurar la legalidad de su religión en su territorio natal y

tras la pérdida del gobierno inglés por parte del rey Jacobo, Guillermo III, el nuevo monarca, dio

dichos derechos a los habitantes de Inglaterra, tras lo que Penn volvió con su gente a América,
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satisfecho de lo que había logrado. Más adelante y muy a su pesar tuvo que volver a Inglaterra para

tratar ciertos asuntos que mejorarían el comercio pensilvano. William se quedaría hasta el día de su

muerte en Inglaterra como representante de un territorio y de toda una religión.

Voltaire cierra esta Carta y por tanto esta saga de los cuáqueros, sugiriendo cuál será el

futuro de esta asociación religiosa: a los ojos de Voltaire los cuáqueros son un culto predestinado a

la extinción.

“No sé cuál será la suerte de la religión de los cuáqueros en América, pero en Londres se puede

observar que va disminuyendo día a día. En todos los países del mundo la religión preponderante,

si no persigue a las otras, termina aniquilándolas. Los cuáqueros no pueden ser miembros del

Parlamento ni ejercer ningún oficio, puesto que para ello sería necesario que prestaran un

juramento que se niegan a prestar. Se ven reducidos a la necesidad de ganar dinero mediante el

comercio; sus hijos, enriquecidos por el trabajo de sus padres, quieren gozar, recibir honores,

llevan botones en las mangas; se avergüenzan de que los llamen cuáqueros y se hacen protestantes

para seguir la moda”.6

Hay tres Cartas más en las que Voltaire analiza asuntos religiosos: las dedicada a la religión

anglicana, a los presbiterianos y a los socinianos, respectivamente.

La Carta referida al anglicanismo no es sino una crítica del mismo. Voltaire hace referencia,

por ejemplo, a la imposibilidad de obtener un empleo digno en Inglaterra si no se pertenece a dicha

iglesia. Critica también duramente la unión de religión y economía o, lo que es lo mismo, los

cuantiosos diezmos recolectados por la religión anglicana.

Comienza comentando irónicamente la situación del pueblo inglés, un pueblo libre que elige

su propia religión y que alcanza la salvación prometida como se le antoje. Ahora bien, junto a esta

                                                            
6
Voltaire: o. c., pp. 53-54.
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supuesta libertad sitúa nuestro autor la represión indirecta que ejerce el anglicanismo sobre su

pueblo.

En su tiempo hay dos bandos o facciones: los “tories” que estaban a favor de la iglesia

anglicana y el episcopado, y los “whigs”, que querían abolirlo. El gobierno era whig. En su contra,

asambleas de partidarios “tories” se reunían de vez en cuando para quemar libros impíos… Y

aunque la represión de la época condena a la mayoría de los tories al anonimato, sin embargo,

veintiséis obispos continúan teniendo asiento en la alta cámara debido a su fama de santos varones

que el gobierno no osa mancillar. Por supuesto, había frecuentes confrontaciones entre dichos

obispos y el propio gobierno, ya que los primeros sostenían que su posición de prestigio religioso

era debida a un mandato divino mientras que el gobierno intentaba atribuirla a la propia

legislación… Contradicciones, hipocresía… Es lo que no soporta Voltaire.

No obstante, y sin negar los defectos de la iglesia anglicana, los que encuentra Voltaire en la

francesa son mucho más graves:

“En cuanto a las costumbres, el clero anglicano es más morigerado que el de Francia, y he aquí la

causa: todos los eclesiásticos se ordenan en las universidades de Oxford o Cambridge, lejos de la

corrupción de la capital; son llamados a las dignidades de la Iglesia a edad avanzada, cuando los

hombres no tienen más pasión que la avaricia, cuando su ambición carece de alimento, Los

empleos son aquí la recompensa de grandes servicios prestados a la Iglesia o al ejército. Aquí no

se ven obispos jóvenes ni coroneles recién salidos de los colegios. Además, casi todos los

sacerdotes están casados; la poca gracia adquirida en la universidad y el escaso trato con las

mujeres hacen que generalmente un obispo deba conformarse con su propia mujer. Los sacerdotes

van a veces a la taberna y si se emborrachan lo hacen seriamente, sin escándalos. Ese ser

indefinible, que no es eclesiástico ni seglar, en una palabra, lo que llamamos abate, es una especie

desconocida en Inglaterra; aquí casi todos los eclesiásticos son reservados y casi todos pedantes.
14
 
 
Cuando se enteran que en Francia jóvenes conocidos por su liviandad y elevados a la prelacía por

intrigas de mujeres hacen públicamente el amor, se dedican a componer canciones galantes,

ofrecen diariamente cenas largas y delicadas, y después van a implorar las luces del Espíritu

Santo, y con todo tienen el valor de llamarse sucesores de los apóstoles, dan gracias a Dios de ser

protestantes. Pero se trata de villanos heréticos, dignos de ser quemados en los infiernos, como

dice el señor François Rabelais, motivo por el cual no me mezclaré en sus asuntos”7.

El presbiterianismo, del que nos habla en la Carta siguiente, era la religión preponderante en

Escocia.

Voltaire habla de los bajos salarios de los sacerdotes presbiterianos en comparación con el

recibido por los obispos anglicanos y en general con muchas otras religiones. Bajos salarios que

derivaban su a ser una religión con posesiones ostentosas y ricos sacerdotes. Voltaire ensalza a los

presbiterianos escoceses por encima de los anglicanos como había ensalzado a los anglicanos por

encima de sus compatriotas franceses en la Carta anterior. Su rasgo fundamental sería su severidad.

No obstante, la idea más importante que se desarrolla en esta carta, a mi juicio, es la opinión

de Voltaire acerca de la coexistencia armoniosa entre facciones religiosas en Inglaterra. ¿Cómo es

eso posible? Para él no sería precisamente la “variedad de experiencias religiosas” la encargada de

mantener estable la situación religiosa del país. Si para algunos la libertad de ideología religiosa

sería el pegamento que uniría y mantendría la paz entre distintos cultos en Inglaterra, para Voltaire

sería el hecho de subordinar la religión a otros factores, sobre todo a la economía, lo que haría de la

sociedad inglesa un pueblo hipócrita pero aparentemente tranquilo. Sería la supuesta paz que

mostrarían las tensas cuerdas de un violín.

“Entrad en la Bolsa de Londres, ese lugar más respetable que otros sitios donde se recitan cursos;

veréis allí reunidos, para bien de los hombres, a representantes de todas las naciones. Allí el judío,

                                                            
7
Voltaire. o. c., pp. 57-58.
15
 
 
el mahometano y el cristiano se tratan como si pertenecieran a la misma religión, y no dan el

nombre de infieles más que a los que quiebran; allí un presbiteriano confía en un anabaptista, y un

anglicano confía en la palabra de un cuáquero. Al salir de esas pacíficas y libres asambleas unos

van a la sinagoga, otros a beber; uno le hace cortar el prepucio a su hijo mientras se musitan

palabras en hebreo que él no entiende; aquellos se van a su iglesia a esperar, con el sombrero

puesto, la inspiración divina, y todos están tan contentos.”8

Trata por tanto, según mi opinión, de utilizar esa mezcla cultural como modelo de conducta

por su pacifismo y su forma de coexistir de forma tranquila.

En la última Carta de valor para este trabajo por su contenido religioso, Voltaire describe un

nuevo culto, se trata de una asociación de minorías de socicianos y arrianos que no son ni una ni

otra cosa, y que se unen (pasarán a la historia con el nombre de unitarios) con una misma idea sobre

el dogma católico: para ellos la autoridad del Padre es mayor que la del Hijo. Resumiremos su

ideología con un ejemplo del propio Voltaire:

“¿Os acordáis de aquel obispo ortodoxo que para convencer al emperador de la

consubstancialidad tomó al hijo de éste por la barbilla y le tiró de la nariz en presencia de su

majestad? El emperador estaba a punto de enfadarse cuando el obispo le dijo estas convincentes

palabras:

-Si vuestra majestad se irrita por esta falta de respeto hacia vuestro hijo, ¿cómo creéis que Dios

Padre tratará a aquellos que se niegan a dar a Jesucristo los títulos que se le deben?

Las gentes de las que os hablo opinan que el santo obispo fue muy imprudente, que su argumento

no era válido y que el emperador debía haberle respondido:

                                                            
8
Voltaire: o. c., pp. 60-61.
16
 
 
-Sabed que hay dos maneras de faltarme al respeto: la primera no rindiendo los honores debidos a

mi hijo; la segunda, rindiéndole tantos como a mí.”9

Algunos conocidos defensores de esta creencia y que menciona Voltaire fueron Isaac

Newton y el doctor Clarke, al que la gente que lo conoció describe como “Máquina de razonar” y

que escribió dos libros: uno sobre la existencia de Dios, que fue apreciado por las mayorías y otro

sobre la verdad de la religión católica que la gente no apreció tanto como el primero. Este último

libro no tenía un carácter polémico ya que el autor se limitó a exponer argumentos a favor y en

contra del culto unitario dejando al lector sacar sus propias conclusiones. Dicho libro, que no fue

bien visto por la religión anglicana, le impidió llegar a obispo de Canterbury.

El resto de la Carta es extremadamente crítica. En ella denuncia Voltaire la imposibilidad

del nacimiento de nuevas y emprendedoras religiones que rápidamente son tachadas de sectas y

afirma lo vergonzoso de que “ignorantes como Mahoma” hayan dado una religión a toda África y

Asia o “escritores ilegibles como Lutero, Calvino y Zwinglio” hayan conseguido con sus escritos

religiosos desmembrar toda Europa y sin embargo los mejores pensadores y escritores

contemporáneos (Newton, Clarke, Locke, Le Clerc) apenas hayan conseguido cambiar nada.

Análisis de las Cartas

Ya hemos analizado a la largo de este trabajo el ambiente en el que vivió Voltaire y los

factores políticos y científicos que podrían haber influido en su obra.

Si hablamos de la religión, todos estos factores, además de otros que mencioanremos

seguidamente, se dan aun con más fuerza si cabe. En efecto, Voltaire se sentía en una batalla

                                                            
9
Voltaire: o. c., pp. 63-64.
17
 
 
dialéctica en la que en el otro bando situaba el clero católico y contra el que descargará todas sus

andanadas.

A mi juicio, y según lo dicho anteriormente, Voltaire no niega ciertamente la existencia de

una deidad, lo que sí niega son los dogmas y enseñanzas impartidas sobre todo por la iglesia

católica. No se debe confundir ateísmo con la postura sostenida por Voltaire hacia las deidades, que

si bien eran “ignoradas” en algunas de sus obras lo hacía para analizar otros asuntos que

consideraba más importantes.

Creo que las armas filosóficas con las que se enfrenta a la religión las toma, sobre todo, de

dos autores fundamentales: John Locke (1632-1704) e Isaac Newton (1642-1727)

Locke no fue ateo. Creía en la existencia de Dios pero de una forma parecida a Espinosa. No

se podía probar la existencia de una deidad a no ser por los fenómenos naturales que acontecen. Un

ejemplo muy típico para esto es el del reloj y el relojero: Te encuentras un reloj; aunque no veas ni

haya prueba o indicio alguno de que alguna vez haya existido un relojero para crearlo, sabes que si

hay reloj tuvo que haber existido un relojero. Ésta es una idea que compartirá Voltaire. Siempre

existió otra opción para este supuesto, y las personas no tardaron en darse cuenta de ello: cabe la

posibilidad de que fuerzas aleatorias hayan unido las piezas de ese reloj, este es el camino que

tomará la ciencia moderna alejándose de la fe, intentando clasificar e identificar esas fuerzas,

cambiando el metafórico reloj por el universo tal y como lo conocemos.

En la ideología de Locke también podemos ver la comprensión y libertad religiosa que

plasmará Voltaire en sus escritos. Locke creía en la privacidad de las relaciones entre el individuo y

Dios, y no creía que éstas relaciones de fe debieran estar corrompidas por la sociedad en forma de

cultos sino que la religión debería existir a nivel personal y no colectivo liberando al individuo de

imposiciones eclesiásticas y permitiendo una fe individual que fomentaría el respeto religioso hacia

otros individuos. Si el hombre es la medida de todas las cosas también debería ser medida de la

religión.
18
 
 
A su vez considera la ley natural como una ley enviada por Dios y ve en los mandamientos

una simple forma de fomentar la convivencia natural entre los hijos de Dios. El amor a Dios, amor

al prójimo y prohibición de acciones poco respetuosas con la integridad física o psíquica de otras

personas son por tanto, según John Locke, una forma de hacer la vida en este mundo más plácida y

agradable.

Isaac Newton, otra de las influencias teóricas de Voltaire, pasó a la fama por sus obras

científicas pero escribió más sobre teología que sobre ciencia; de hecho, dedicó buena parte de su

vida al estudio de la Biblia.

Bajo el seudónimo de “Jehová Sanctus Unus” que significa “Jehová único Dios” (ya que

Newton era monoteísta) arremetió con una serie de críticas contra la orden de los trinitarios

acusándolos de falsificar las escrituras y contra la Iglesia Católica Romana llamándolos entre otras

cosas “la bestia del Apocalipsis”. Estos pensamientos le causaron problemas ya que estudiaba en la

Trinity College, donde debía seguir la doctrina Trinitaria, pero se las ingenió para evadirse de esas

exigencias con una visita al rey Carlos II y una solicitud de que lo relevara de sus órdenes sagradas,

solicitud que el monarca aprobó.

Newton, mantuvo correspondencia con John Locke con el cual tenía bastante en común y lo

incitó y alentó para que continuase con sus ensayos teológicos.

Voltaire mantuvo relación con estos dos personajes. Su ideología se vio claramente influida

por ellos acabando por convertirse en un defensor de la libertad religiosa individual, antidogmático

y sobre todo anticatólico en el sentido mundano de la palabra ya que, como ya he dicho, Voltaire

fue un hombre de fe.

El enemigo de Voltaire no es la religión sino la Iglesia. Debía ser aplastada por intolerante,

oscurantista y dogmática. El problema no era que la Iglesia hablase de un Dios ¿inexistente?, sino

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que llenaban la cabeza de la gente con supersticiones, argumentos irracionales y tendencias que

impedían el desarrollo de la inteligencia.

No sabemos a ciencia cómo era el Dios del filósofo Voltaire. Lo que sí sabemos a través de

estas Cartas es que no era un místico ni nadie que se pudiera quedar extasiado en su contemplación.

Tampoco entendía cómo otros pudieran hacerlo. Simplemente los vería (y a lo largo del trabajo

hemos podido ver algunos ejemplos) a una prudente distancia intentando comprenderlos con una

sonrisa en sus labios. Porque lo que odia Voltaire dentro de la Iglesia, lo que niega, no es a Dios.

Desprecia el afán por no querer ponerse en el lugar del otro, la intolerancia, el fanatismo, la

irracionalidad. Pero eso es obra de los hombres, no de Dios.

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BIBLIOGRAFÍA

ESPINA GARCÍA, ANTONIO: Voltaire y el siglo XVIII, Gijón: Ediciones Júcar, 1974.

HAZARD, PAUL: El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Madrid: Alianza Editorial, 1991.

MUNCK, THOMAS: Historia social de la Ilustración, Barcelona: Editorial Crítica, 2001.

POMEAU, RENE: Voltaire según Voltaire, Barcelona: Editorial Laia, 1973.

PUJOL, CARLOS: Voltaire, Barcelona: Editorial Planeta, 1973, pp. 107-118.

VAN ETTEN, HENRY: George Fox y los cuáqueros, Madrid: Editorial Aguilar, 1963.

VOLTAIRE: Cartas Filosóficas (edición de Fernando Savater), Madrid: Editora Nacional, 1976.

Páginas web

Cibernous.com/autores/Voltaire (12 de abril de 2011)

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