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Nuevos Retos y Nuevos Recursos para Las Comunidades Campesinas (Introduccion) PDF
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Alejandro Diez
Señalé líneas arriba que hay una gran diversidad de comunidades. Al respecto,
creo que es importante que en el país se plantee seriamente la necesidad de
clasificarlas, tanto en términos heurísticos, para comprenderlas mejor, como
de políticas públicas para poder desarrollar mejores y más efectivas formas
de relacionamiento entre la sociedad y los comuneros. Creo que la diversidad
puede ser reducida a un número limitado de “comunidades-tipo” que nos
permitan aproximaciones más finas y precisas. De hecho, a lo largo del tiempo
se han desarrollado una serie de intentos de clasificación de las comunidades,
buscando comprenderlas y caracterizarlas mejor dentro de una realidad más
específica. Tan temprano como en los años de “Nuestra Comunidad Indígena”
(1924), Hildebrando Castro Pozo ensaya una primera clasificación en 5 tipos
de comunidades, de acuerdo a la propiedad de los recursos comunes; por
los mismos años Valdés de la Torre (1921) lo hace de acuerdo a propiedad,
producción y condición jurídica. Mucho más cerca a nuestros días, en “La
racionalidad de la Organización Andina” (1980), Jurgen Golte propone clasi-
ficar a las comunidades de acuerdo a su posición geográfica, asumiendo que
con ello se pueden encontrar regularidades de acuerdo a procesos históricos y
condiciones naturales de adaptación semejantes: establece entonces 7 regiones
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comunales; años después (1992) ensaya una caracterización de uno de los tipos
planteados: las comunidades de la zona central de la vertiente occidental de
los Andes, mostrando cómo podrían caracterizarse las comunidades en cada
una de las zonas planteadas anteriormente. Efraín Gonzales, en “Las fronteras
del mercado” (1996), elabora una matriz para clasificar a las comunidades de
acuerdo a su producción, grado de integración, cercanía a mercados y otros
criterios. Para un análisis regional, ensayé hace unos años una clasificación
de acuerdo a su antigüedad y los procesos que les dieron origen (Diez 1998).
Llama la atención que no se hayan desarrollado en el Perú clasificaciones de
acuerdo a otros criterios, como etnicidad o política. Para Ecuador, Sánchez
Parga, en “La trama del poder en la comunidad andina” (1986), propone una
clasificación de comunidades en función a su mayor o menor indianidad, su
grado de articulación al mercado y sus mecanismos de control político.
Entre ambas posiciones polares cabrían dos o tres tipos de comunidad polí-
tica, que corresponderían a la mayor parte de los casos en el país. Entre ellos
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Esta propuesta es aún imperfecta, pero creo que abre camino hacia nuevas
opciones de clasificación de las comunidades en aras a una mayor y mejor in-
tegración de las mismas en la vida política nacional y en el desarrollo regional.
En términos prácticos y para la formulación de políticas públicas, pienso que
las comunidades deberían ser clasificadas al menos a dos niveles: uno primero,
regional, que responda a las circunstancias históricas y geográficas pero también
a procesos y oportunidades específicas a espacios regionales determinados; y,
uno segundo, al interior de los espacios regionales, de acuerdo a las categorías
y matrices que resulten más pertinentes y que permitan una aproximación más
apropiada a las comunidades. Y para ello, el inventario anterior de posibili-
dades no es más que un insumo. Señalaré que actualmente existe de manera
formal cierta distinción entre tipos de comunidades, distinguiéndose entre
comunidades campesinas de sierra y comunidades campesinas de costa; y
quizás podríamos contar también como tercer tipo a las comunidades nativas.
En cualquier caso, estas distinciones no solucionan el problema de la necesidad
de atender de manera diferenciada a diversos tipos de comunidades.
Parte de nuestros problemas tiene que ver con que a pesar de la diversidad de
comunidades (y de situaciones) existentes, todas se rigen por una misma ley.
Si tuviéramos diferentes tipos de comunidades a lo mejor podríamos tener
también leyes que respondan a la diferencia. Por el momento, la comunidad
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1 La excepción son las comunidades de costa, cuya única característica específica es que en ellas
se aplica la aprobación de temas comunales por mayoría simple –que en las demás comuni-
dades es dos tercios. Uno de los decretos derogados a partir de las movilizaciones indígenas
de los últimos años pretendía precisamente generalizar la norma de las comunidades de cos-
ta, haciéndola extensiva a las demás del país.
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de gobernabilidad y hace más difícil lograr inter conocimiento entre todos los
comuneros y por lo tanto generar consensos.
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Presión y competencia sobre los recursos. Hoy como hace noventa o cien
años, la propiedad comunal/colectiva se encuentra amenazada. Además de la
presión por recursos generada por el crecimiento demográfico en las comu-
nidades, se suman una serie de presiones y demandas nacionales y globales
por tierra, agua y demás recursos (Anseeuw y otros 2012). Empresas mineras,
agroexportadoras, empresas de turismo buscan comprar terrenos comunales
o reclamados por las comunidades para desarrollar proyectos económicos de
mediana y gran envergadura; todo ello bajo la tutela, estímulo y protección
legal del Estado, que considera que frente a la necesidad de inversión, las
comunidades se comportan como el “perro del hortelano”. Frente a ello, los
comuneros tienen sus propios proyectos, que comienzan por la protección y
defensa irrestricta de la propiedad. Si pensamos que el reconocimiento legal
en los años 20 tenía por fin último la protección de las tierras de las comu-
nidades, percibimos que la razón de ser histórica de la comunidad ha sido
y evidentemente sigue siendo: la defensa de la integridad territorial y de la
propiedad colectiva. Frente a estas amenazas, comunidades que se encontraban
en crisis organizacional y con fuertes dificultades de autogobierno, cobran
nueva unidad y nuevos bríos organizativos en la defensa de la propiedad
comunal amenazada, generando nuevos procesos de comunalización (Diez
1998). Hay un retorno y una recreación de lo comunal en el acto de la defensa
del territorio y sus recursos. Ello tiene también consecuencias en la vida de las
comunidades: así como las disputas internas pasan a segundo plano frente a
la amenaza externa, los temas de desarrollo y los proyectos comunales pasan
también a segundo plano. Es más fácil defenderse que generar alternativas de
desarrollo. Y a estas amenazas se suman procesos de disminución de recursos:
sea por cambio climático que afecta la dotación del agua, por sobreexplotación
de los terrenos, pérdida de cobertura vegetal y erosión, desastres naturales u
otras causas, en muchos casos los recursos naturales son significativamente
menores, lo que dificulta procesos de reconversión productiva cuando no de
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o “más ciudadanos”, los primeros más rurales y con menos nivel de manejo
letrado, los segundos más urbanos y más leídos, y por supuesto, cada categoría
con acceso diferenciado a derechos. Si bien el proceso de municipalización
debería continuar, es necesario pensar en la particularidad que deberían
(¿podrían?) tener los municipios comunales. Todavía no sabemos bien cómo
hacerlo pero es una tarea pendiente. Ello supondrá seguramente una serie de
cambios en la propia estructura, las competencias formales y capacidades de
las dirigencias comunales y de los alcaldes de CPM. Cualquiera que sea el
resultado, las comunidades pugnan por ser incluidas en los procesos de pre-
supuesto participativo de los distritos, no siempre con los mejores resultados
(Castillo y Urrutia 2007). Desde esta perspectiva, la distritalización representa
una búsqueda de mayor nivel de inclusión en el Estado, pero ello supondría
pensar en un nuevo pacto entre la comunidad y el Estado.
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