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Profesor asociado “B” de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la UNAM adscrito al Centro de Estudios en Administración Pública.
Revista Legislativa de Estudios Sociales y de Opinión Pública Vol. 4 • Núm. 7 • Ene.-Jun. 2011 • PP. 9-31
SALVADOR MORA VELÁZQUEZ
This essay aims to show the alliances as strategies that are used by
the ruling coalition of political parties, both national and subnational
level, in order to legitimize itself as a successful player within the orga-
nization. Thus, alliances are understood as key policy practices in the
development of a match. They offer promises widespread benefits or
collective or individual incentives, therefore, the purpose of adoption is
to obtain the participation of all members party. In the case of Mexico,
its implementation between 2006-2010 allowed the opposition to win
victories that have helped change the balance of power in local politics.
Changes in political competition since the alternation in the pre-
sidency of the republic have impacted the national party system, as it
is reflected in greater autonomy of local systems of representation and
the redistribution of power, since partnerships today express a highly
competitive environment that forces parties to seek electoral arran-
gements that guarantee results and positions in the areas of local
representation. In other therms, these agreements between opposing
political forces have increased expectations of success in political mo-
dels where electoral population is fragmented into thirds well defined.
Keywords: subnational elections, democracy, political parties, po-
litical system, political alternation.
Introducción
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Con fines expositivos, asumimos la distinción antitética izquierda-derecha consi-
derando los tres criterios establecidos por Norberto Bobbio para referir a las condiciones
de diferencia o distinción que el mundo manifiesta en ideologías y que, a su vez, viven en
una constante tensión dentro del ámbito del pensamiento y la acción política. Para ello
es oportuno hablar de las tres dimensiones de la relación izquierda-derecha conforme a
una revisión descriptiva en la que estos dos conceptos permiten mostrar una represen-
tación sintética de un conflicto ideológico en el mundo político-social; una revisión valo-
rativa en la que estos dos conceptos permiten hacer un juicio de valor de aprobación o
desaprobación sobre cualquiera de los dos elementos aquí considerados; y, finalmente,
una revisión histórica en la que lo relevante es que izquierda y derecha son momentos
que refieren a una fase o tránsito en la vida política de un país. Para abundar en estas
dimensiones, véase Bobbio (1995).
rechos particulares con los que cuentan los partidos esta posibilidad
es susceptible de ser concretada.
En el ámbito subnacional mexicano, las alianzas electorales han
significado acuerdos políticos que, para las fuerzas coaligadas, se
traducen en acciones públicas que se busca aprovechar para lograr
acuerdos políticos más allá de las elecciones.
Sin embargo, tanto la agenda electoral como la gubernamental son
dos esferas que se mueven con distinta lógica o interés en los partidos
en la medida en que implican necesidades y objetivos distintos. Así,
por ejemplo, la agenda electoral busca, con base en los recursos inver-
tidos o gastados, ganar o inclinar a favor del partido en competencia
la simpatía electoral del elector, cosa que la agenda gubernamental
no se plantea ya que el triunfo electoral dota al partido ganador de la
atribución para gobernar. Una vez obtenida esta facultad, lo electoral
se subordina a la capacidad gubernamental del partido para ofrecer
respuestas a las demandas ciudadanas conforme a criterios que me-
dian entre lo políticamente deseable y lo administrativamente posible.
Quizá por ello, los acuerdos establecidos que dan origen a las coa-
liciones, tal como se establecen ante los órganos electorales, no reca-
ban un acuerdo en torno a la trascendencia poselectoral del acuerdo
mismo, es decir, no se requiere que la alianza se convierta en un ejer-
cicio compartido de gobierno. Advertimos que esto puede darse por el
hecho de que no se busca llegar a ese tipo de peticiones por parte de
la autoridad electoral. Entre los múltiples factores que explican esto
se cuentan: a) el órgano electoral se extralimitaría en sus funciones si
solicitara que la alianza fuera extraelectoral pues en sus atribuciones
se encuentra sancionar la alianza y el buen desempeño del proceso
electoral, mas no validar el trabajo gubernamental; b) los acuerdos
públicos sólo refieren a condiciones en torno a la participación en la
contienda electoral.
Si revisamos un convenio de coalición, encontraremos que la pre-
sentación de una plataforma electoral común apta para ser aprobada
por los órganos de gobierno de los partidos coaligados considera cri-
terios que dignifiquen la competencia político-electoral, garanticen la
información necesaria para el elector, y ofrezcan un proyecto público
que vea por el respeto y el reconocimiento de los principios democrá-
ticos federales. Por ende, se deduce que hay una línea de acción que
debe proteger el partido en coalición y advertimos que dicha platafor-
ma sólo garantiza que la alianza no violente preceptos que dan susten-
to a la existencia del régimen político-democrático.
Desde luego, se cuida que la coalición o alianza establezca cómo se
llevarán a cabo sus actividades operativas, desde dónde y hacia quién
irán los fondos públicos y privados, y cómo y en cuántos lugares se
deberán repartir entre las fuerzas convocantes de dicho acuerdo. En
suma, más que generar gobiernos socialmente responsables, la vigi-
lancia del órgano electoral se reduce a la entrega formal de documen-
tos que, a pesar de corresponder a una coyuntura, son los mismos
que se exigen para la constitución de un partido, a saber: a) estatutos;
b) declaración de principios; c) programa de acción; d) programa de
gobierno; y e) agenda legislativa.
En cierta manera, el trabajo del órgano electoral cubre ámbitos for-
males que garantizan la viabilidad del proceso electoral, sin embargo,
hay aspectos que llaman la atención cuando observamos las demasia-
das voces opositoras que convocan una alianza, voces para las cuales
debe haber una respuesta.
Los que se oponen a estas alianzas lo hacen bajo advertencias del
desdibujamiento y pérdida de contenidos programáticos de los parti-
dos, e incluso argumentan consideraciones históricas que remiten a las
relaciones que los partidos proaliancistas han tenido con el poder que
hoy intentan deponer. Dichas observaciones mantienen una posición
válida, pero dejan de lado que dentro del modelo representativo existen
órganos de poder institucional dotados de facultades y atribuciones
institucionales para servir de contrapesos a estas alianzas electorales
de las que se teme no cumplan con su cometido gubernamental, ya que
el objetivo no sólo es obtener la victoria electoral, sino lograr las trans-
formaciones que requiere el orden de gobierno en disputa.
Las observaciones de autores como Octavio Rodríguez (2011) son
dignas de consideración, pero no hay que olvidar que los triunfos elec-
torales de izquierda que han representado verdaderas revoluciones
políticas, sociales y culturales en países como Bolivia, Ecuador, Brasil
y Uruguay han sido producto de coaliciones que no se han limitado a
su espectro ideológico.
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Un ejemplo de una sana práctica política de gobierno de coalición lo llevó a cabo el
PT brasileño, que implementó un proyecto aliancista amplio con partidos de centro y de
derecha. Los puestos ministeriales “[…] fueron ocupados por conservadores externos al
PT y otros por radicales pertenecientes al partido”. Véase al respecto Baiaochi y Checa,
en Castañeda y Morales (2010: 134).
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Una “coalición ganadora, por el hecho de serlo, acrecienta su poder y recursos y
consiguientemente, su número tiende siempre a volver al tamaño ‘mínimo’ necesario,
aquel que hace más ‘rentable’ gozar de los beneficios, al tener que compartirlos con
menos y, por lo tanto, tiende a expulsar a todos aquellos que puedan ser considerados
innecesarios”. Véase al respecto Rial (2003: 197).
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Entendemos la descentralización como “[…] una reforma (o serie de reformas) que
incrementa el poder político por medio de la elección de funcionarios subnacionales que
antes eran designados, y que también otorga cierto nivel de capacidad fiscal autónoma
a esos mismos funcionarios”; sin embargo, para el caso mexicano la descentralización
requiere considerar que si bien los representantes se elegían vía el sufragio, éste no con-
taba conforme a las prácticas hegemónicas del partido gobernante. Para una revisión de
la descentralización, véase O’ Neill (2008: 268).
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La mecánica del cambio debe entenderse como un proceso que ha arrojado un
nuevo escenario político-institucional en el que “se acabaron las fuerzas políticas con-
denadas a la victoria y por supuesto los partidos nacidos para perder. Tenemos un sis-
tema de partidos con arraigo y equilibrado, las elecciones son de pronóstico reservado,
la coexistencia de un Presidente con gobernadores de diferentes partidos es un hecho
normal y cotidiano, de la misma manera en que los gobernadores y el Presidente se rela-
cionan con Congresos (locales y federales) en donde eventualmente carecen de mayoría
[...]”. Véase Becerra, Salazar y Woldenberg (2000).
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Los partidos políticos que compitieron y obtuvieron representación legislativa en
los procesos electorales locales de 2010 fueron PRI, PAN, PRD, PVEM, PT, Convergencia y
Panal.
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Para las actividades de promoción y defensa del voto, un partido político envía por
lo menos a cuatro personas por distrito electoral.
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Aguascalientes es el único estado de la república en que su ley electoral no reco-
noce la figura del partido local.
Cuadro 2
Reconocimiento constitucional
de los partidos locales
Estado Partidos locales
Aguascalientes No
Chihuahua Sí
Baja California Sí
Durango Sí
Hidalgo Sí
Oaxaca Sí
Puebla Sí
Quintana Roo Sí
Sinaloa Sí
Tamaulipas Sí
Tlaxcala Sí
Veracruz Sí
Yucatán Sí
Zacatecas Sí
Fuente: Elaboración propia con base en los
códigos electorales de los estados.
Para valorar si las alianzas pueden afectar los fines originales de los
partidos hay que considerar elementos distintos a los que configuran
su construcción dentro del sistema de partidos.
Lograr el cambio de los fines del partido requiere una nueva línea
política y el desarrollo de actividades de reproducción de la identidad
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Véase la interesante entrevista que Jesús Ortega concedió en febrero de 2011 a
Francisco Reséndiz en El Universal: “No me arrepiento de las alianzas”, jueves 10 de
febrero de 2011. Disponible en <http://www.eluniversal.com.mx/notas/743830.html>.
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Es así como entendemos que en un partido haya más de una voz autorizada o no
para oponer su postura a la institucional, la cual corresponde a la coalición dominante.
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Entendemos por institucionalización “un proceso por el cual una práctica o una
organización se hace bien establecida y ampliamente conocida, si no necesariamente
aceptada por todos. Los actores desarrollan expectativas, orientaciones y conductas
basadas en la premisa de que esta práctica u organización ha de prevalecer en el futuro
previsible”. Véase Mainwaring y Scully (1996: 3).
Conclusiones
Bibliografía