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traducción de

ELIANE CAZENAVE-TAPIE

revisión de
VICTORIA SCHUSSHEIM
ESCRITOS SOBRE PSICOANÁLISIS
Freud y Lacan

LOUIS ALTHUSSER

m
siglo
veintiuno
editores
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310 MÉXICO. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, s.a.


CALLE PLAZA 5. 28043 MADRID, ESPAÑA

este libro se publica con ei apuyo cu-


la oficina del libro d e la em bajada de francia e n méxico

p o rta d a d e carlos palleiro


edición al cuidado d e pangea

p rim e ra edición en español, 1996


© siglo xxi editores, s.a. d e c.Vr
p rim e ra edición e n francés, 1993
© éditions sto c k /im ec
isbn 968-23-2015-1
título original: écrits sur la psychanalyse freud et lacan

derechos reservados conform e a la ley


im preso y hech o e n m éxico / p rin te d a n d m ade in mexico
ÍNDICE

Presentación 9

1. FREUD Y LACAN, 1964 17


Anexo: Nota para la edición inglesa de“Freud y Lacan ” 25

2. CARTAS A D..., 1966 49


CARTA NÚM. 1 53
CARTA NÚM. 2 72

3. TRES NOTAS SOBRE LA TEORÍA DE LOS DISCURSOS,


1966 97
CARTA DE ENVÍO 105
NOTA 1 (SOBRE EL PSICOANÁLISIS) 106
NOTA 2 134
NOTA 3 139

4. SOBRE LA TRANSFERENCIA Y LA
CONTRATRANSFERENCIA
(PEQUEÑAS INCONGRUENCIAS PORTÁTILES), 1973 147

5. EL ESCÁNDALO TIFLIS, 1976-1984 163


EL DESCUBRIMIENTO DEL DOCTOR FREUD 172
Anexo: Carta a Elisabeth Roudinesco 191
SOBRE MARX Y FREUD 193

6. “EN NOM BRE DE LOS ANALIZANTES...”, 1980 203


CARTA ABIERTA A LOS ANALIZANTES Y ANALISTAS PARTIDARIOS DE
JACQUES LACAN 217
Observaciones complementarias sobre la reunión del PLM-Saint-
Jacques del 15 de m ano de 1980 225
CORRESPONDENCIA C O N JACQUES LACAN, 1963-
1969 235
ANEXO: PRINCIPALES TEXTOS Y DOCUMENTOS SOBRE EL PSICOANÁLISIS
DEL FONDO ALTHUSSER EN EL IMEC 269
PRESENTACIÓN

Estos Escritos sobre el psicoanálisis constituyen el p rim ero de los tres


volúm enes de escritos teóricos de Louis A lthusser previstos p o r
Éditions Stock y el Instituí M ém oire de la Édition C ontem poraine.
D urante la exploración de los archivos de Louis A lthusser nos pareció
im prescindible esta recopilación. Lejos de reducirse a u n artículo
aislado: “F reud y L acan”, a algunas peripecias: la “cuestión Tbilissi” o
la disolución de la Escuela F reudiana de París, y a u n a experiencia
individual, la relación de Louis A lthusser con el psicoanálisis fue
asim ismo, insistentem ente, u n a relación teórica, q u e data de m ucho
tiem po atrás. En efecto, si nos atenem os a su agenda, el propio
A lthusser dictó u n a conferencia sobre el psicoanálisis d e los niños el
13 de noviem bre de 1959, probablem ente proseguida el 16 de noviem ­
bre, p ero no q uedó ninguna huella en sus archivos. El 16 o 19 d e
noviem bre Em m anuel Terray, entonces alum no suyo, habló del “psi­
coanálisis de las psicosis”: al parecer m uy atento a esta ponencia,
cen trad a en F reud pero que evocaba asim ismo a M elanie Klein,
A lthusser conservó las notas que tom ó. El 3 de diciem bre de 1959
Alain B adiou habló de Lacan, y la agenda de A lthusser tiene en la
fecha del 11 d e diciem bre la siguiente anotación: “presentación de
Lacan”. Prim eros indicios.
C uando Louis A lthusser organizó d u ra n te el año académ ico 1963-
1964 u n sem inario sobre el psicoanálisis, y en particular acerca d e
Lacan, no era la p rim era vez que hablaba de ello y que hacía hablar
de este tem a a la Escuela N orm al Superior. Sin em bargo, si bien al
p arecer las conferencias de 1959 no se inscriben en u n proyecto d e
trabajo colectivo, no sucede lo m ism o con las de 1963-1964. En esta
ocasión A lthusser ya había organizado dos sem inarios, en los cuales
los alum nos de la Escuela S uperior le fueron de gran ayuda: el de
1961-1962 sobre eljoven Marx; el de 1962-1963 acerca de los orígenes
del estructuralism o, en el que el propio A lthusser trató el tem a
“Foucault y la problem ática de los o rígenes”, luego el d e “Lévi-Strauss
en busca d e sus antepasados putativos”. El objetivo era ambicioso: se
tratab a evidentem ente de que A lthusser reuniese en to rn o a sí a u n a
colectividad a la altura de las exigencias teóricas del m om ento.
C uando proyectaba organizar su sem inario sobre el psicoanálisis,1
A lthusser hizo que leyeran a Lacan alum nos que en su m ayor parte
apenas lo conocían; paralelam ente, organizó en diciem bre de 1963 la
llegada del sem inario de Lacan a la Escuela N orm al Superior, cuya
p rim era sesión se llevó a cabo el 15 de enero de 1964; a p artir de
entonces, instalado en esta prestigiosa institución, el psicoanálisis
lacaniano es consagrado com o uno de los principales polos del
escenario intelectual francés." Si bien Louis A lthusser nunca tuvo el
proyecto de publicar u n a o b ra exclusivam ente consagrada al psicoa­
nálisis, la cantidad y la riqueza d e los textos disponibles, la continuidad
que en cierto sentido los vincula, pero tam bién las discontinuidades,
las ru pturas y algunas veces las m iradas hacia atrás, llevan la m arca de
u n a aventura intelectual lo b astante autónom a com o para presentarse
aislada. C om o tal volum en ten d ría poco sentido sin el artículo “F reud
y Lacan”, decidim os aventurarnos a deshacer lo que A lthusser había
hecho: sabem os que este texto, publicado en u n a revista en 1964, había
sido integrado a la recopilación Positions, editada en 1976. Sin em bar­
go, a diferencia de lo que o cu rre con Mm'x, esta últim a o bra es m enos
u n libro h o m ogéneo que iin conjunto de artículos que p retende, en
una coyuntura específica, revelar las huellas y elaborar la im agen de
u n itinerario cuya unidad sigue siendo problem ática.
Los escritos publicados e n este volum en no son los únicos textos
de Louis A lthusser en relación con el psicoanálisis, del que nadie
ignora hoy en día que m arcó pro fu n d am en te su existencia. Tras un
p rim er análisis, iniciado en 1950 e in terrum pido en el otoño de 1963,
Althusser tom ó definitivam ente com o analista a R ené Diatkine, quien
aparece p o r p rim era vez en su agenda el 30 de octubre de 1964. En
sus archivos se encontraron num erosas huellas de este procedim iento
in in terru m p id o , en particular relatos de sueños y fragm entos de un
“d iario” vinculado en su m ayor parte con el desarrollo de su propio
análisis. A unque es evidente q u e estos docum entos no son ajenos a su

' El F ondo A lthusser del IMCE p o se e a bundantes archivos sobre este sem inario, de
los que es posible hacerse u n a id ea leyendo la nota anexa so b re este tem a al final d e
este volum en. El p ro p io Louis A lth u sser dictó ahí dos conferencias cuya huella fue
encontrada, u n a en form a de u n a transcripción, a fin de cuentas a m enudo defectuosa,
la o tra de u n a grabación casi íntegra.
11 Cf. Elisabeth R oudinesco, L a bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France,
París, Seuil, 1986, t. m; y Jacques Lacan. Esquisse d ’une vie, histoire d ’un systéme de pensée,
París, Fayard, 1993, e n el que la a u to ra consagra u n capítulo al “Diálogo con Louis
A lthusser”.
actividad teórica, rep resen tan algo muy diferente; nu estra prim era
preocupación fue, pues, separar claram ente este “m aterial analítico”
de los escritos teóricos, que son los únicos publicados en esta recopi­
lación. N uestro objetivo fue p ro p o n e r al lector u n conjunto de textos
lo más exhaustivo posible, a reserva de eventuales descubrim ientos
posteriores externos a los archivos conservados p o r Louis Althusser.
Algunos fu ero n publicados p o r el propio Althusser: “F reud y Lacan,
Sobre M arx y F reu d”; o tro lo fue sin su autorización: “El descubrim ien­
to del d o cto r F reu d ”; si bien el objetivo de las “C artas a D...” no era
q ue se publicaran, A lthusser las hizo circular, así com o sus “Tres notas
sobre la teoría de los discursos”, docum ento de trabajo sum am ente
am bicioso; del texto “Sobre la transferencia y la contratransferencia”,
no sabem os qué destino le asignaba; sin em bargo, com o lo reescribió
a p artir d e u n a p rim era versión intitulada “P equeñas incongruencias
p o rtátiles”, podem os su p o n er que lo hizo con u n a “segunda inten­
ción”; p o r últim o, al parecer redactó su “C arta abierta a los analizantes
y analistas que apelan aja c q u e s L acan” con la idea —p ro n to abando­
nada, quizá voluntariam ente— de que iba a p o d er publicarla.
Al final de este volum en publicam os toda la correspondencia
en co n trad a en tre Louis A lthusser y Jacques Lacan. Este conjunto de
cartas —d o cu m ento excepcional—, arroja valiosa luz sobre lo que
constituye u n a de las constantes de los textos propuestos aquí al lector:
la presencia intensa y am bivalente de la obra y de la persona de Jacques
Lacan, perceptible hasta en la elección que hace A lthusser de un
analista, ciertam ente no lacaniano, p ero que ha estado e n análisis con
Lacan, y a q u ien envía dos cartas teóricas consagradas a éste. Lacan
está presen te en la biblioteca de Althusser, lo que desm iente u n a vez
más la ignorancia tan a m enudo proclam ada en El porvenir dura mucho
tiempo, y nos m uestra que había leído y anotado la m ayoría de los textos
m ucho antes de la publicación de los Escritos, en 1966. De Lacan
A lthusser escribe el 3 d e diciem bre de 1963 a su am iga Franca:111“U na
d e mis predicciones se ha hecho realidad. H abía predicho que Lacan
solicitaría verm e. El en cu en tro en la cum bre tuvo lugar esta noche, y
vengo de él. Muy em ocionante. U n hom bre destrozado p o r sus

111 Sobre Franca, quien fue la traductora italiana de La revolución teórica de Marx, véase
Louis A lthusser, L ’avenirdure longtemps, París, Stock/lMCE, 1992, p. 133. La correspon­
dencia utilizada en el p re sen te volum en fue tom ada de u n c o n ju n to de m ás de
trescientas cartas dirigidas p o r Louis A lthusser a Franca e n tre 1961 y 1972. D ebem os a
Y ann M oulier-B outang el h a b e r p od id o te n e r acceso a ellas.
enem igos, qu ebrado, no obstante todavía lleno d e talento, p ero que
d u d a d e su época y de todo lo q ue de ella espera. Le dije que las cosas
cam biarían, que m e diese u n año y vería los resultados. Es evidente
que lo seduce, p ero cree poco en ello. H ace mal en vivir en cerrado en
el m undo más artificial posible, el de la medicina.” A Lacan lo hará ir a
la Escuela N orm al S uperior cuando el psicoanalista deje Sainte-Anne,
y de él vuelve a escribirle a Franca el 21 de enero de 1964, u n a sem ana
después de la sesión inaugural: “Lacan dictó su p rim er ‘sem inario’
después del d ram a de su ru p tu ra con parte de sus antiguos alum nos
de la escuela el m iércoles pasado. Reflexionó sobre toda u n a larga
p arte de mi carta (la prim era carta larga, la única que le envié, ésa en
d o n d e están los peces, no la de Nietzsche...)”,lv antes de agregar a
p ropósito de este sem inario: “N o asisto: es el colm o del goce. A usen­
cia. U na ex traña ausencia. Hay extrañas ausencias, buenas ausencias.”
Poco después leerá el texto d e los sem inarios d e Lacan a los q u e no
asistió y a los que de todas m aneras no habría podido asistir p o r
enferm edad. De Lacan le habla u n a vez más a Franca en u n a carta del
25 de octubre d e 1964: “Leí el texto m ecanografiado de las co nferen­
cias que Lacan dictó aquí cuando yo estaba en Épinay. No co m p ren d í
todo, lejos de eso, pero en fin, algo de vez en cuando... leí lápiz en
m ano; an otan do , anotando, an o tan d o .” P ero tam bién a Lacan se
o p o n d rá la reflexión althusseriana sobre la noción de sujeto, muy
p resente en las “Tres notas sobre la teoría de los discursos”. El m ism o
Lacan de q u ien A lthusser escribirá, en una carta del 28 de m arzo de
1973 a Lucien Séve, que “u n o de los raros puntos que se le d e b e n ” es
haber distinguido al psicoanálisis de la psicología, h aber m ostrado que
“el psicoanálisis se ocupa de los fantasm as inconscientes y d e sus
efectos”. Lacan, con quien se cruza u n a últim a vez en m arzo de 1980.

Sería aventurado intentar hacer el balance de algo cuya m eta n o era


ser una obra. N adie lo dirá nunca m ejor que el propio Althusser, quien
era célebre p o r sus operaciones de rectificación teórica y que, llegado
el caso, tam bién sabía dedicarse a u n ejercicio quizá más peligroso:
p o n er en evidencia los límites mismos de sus proyectos, de los que no
ignoraba que constituían la inevitable con trap arte de sus intem pesti­
vas preguntas. In terrogado acerca de las relaciones del inconsciente y
de la ideología, problem a m edular de su reflexión sobre el psicoaná-

lv V éanse e n este volum en las cartas de A lthusser a L acan del 4 y 10 de diciem bre
de 1963.
lisis, A lthusser contesta así a u n a amiga, en u n a carta no fechada,
escrita pro b ab lem ente en 1977:

Lo único que p u ed o decirte con relativa certeza (p u esto qu e m antengo


relaciones m uy lejanas con lo que p u d e escribir), es que m e detuve “en seco”
(clara, claram ente) ante la cuestión que te interesa de las “relaciones” en tre la
ideología (o las form aciones ideológicas concretas) y el inconsciente. Dije que
debía existir ahí alguna relación, pero al m ism o tiem po m e im p ed í inventarla,
con siderando que, p ara mí, p o r el m o m en to era u n p ro b lem a sin solución;
p ara m í o quizá no sólo para mí, en to d o caso, para mí. Y n atu ralm en te m e
negué a proseguir, m e negué a seguir a aquellos que, conocidos, in ten taro n
llegar m ás lejos, com o Reich u otros. El tem a en el que fui m ás lejos debe ser
en las notas finales del artículo sobre “F reud y L acan”, mas ah í tam bién, com o
en el artículo sobre los A [paratos] I[deológicos] del E[stado], hay u n lím ite no
superado. P or ello, cuando m e haces “la p reg u n ta”: “¿cóm o ves u n a elabora­
ción conceptual en tre inconsciente e ideología?”, sólo p u e d o contestarte: no
la veo. Si F reud viviera (y pensara hoy lo que pensaba en vida), y si pudieras
preguntarle: “¿Cóm o ve u sted la elaboración de la relación e n tre la biología y
el inconsciente?”, te diría más o m enos lo que escribió: qu e sin d u d a existe
u n a relación, p ero que n o ve cóm o elaborarla conceptualm ente. T o d a p re ­
g u n ta no im plica forzosam ente su respuesta.

Si la correspondencia de Louis A lthusser da testim onio de la velocidad


de su plum a, ya que algunos textos fueron redactados en unos cuantos
días, sus archivos nos m uestran el cuidado con el que volvía a sus
escritos, suprim ía o agregaba pasajes, incorporaba correcciones que
no siem pre son de detalle. Sin ceder al vértigo de u n filologismo o de
u n genetism o exacerbados, nos im pusim os la tarea d e publicar com o
nota las variantes de su trabajo que, con razón o sin ella, nos parecie­
ron significativas. Además, en nuestra presentación de los textos, nos
basam os en el conjunto de los docum entos a los que pudim os ten er
acceso, y en particular en la extraordinaria correspondencia de Louis
A lthusser con Franca, ya evocada. No pretendem os en absoluto decir
que ésta es la verdad sobre sus escritos, pero estam os convencidos de
que los extractos de estas cartas, utilizados en la recopilación, enseña­
rán a quienes deseen leerlos algo acerca de los textos de Louis
A lthusser, y no sólo sobre su autor. Y para quienes se sorp ren d an de
ver invocada tan extensam ente u n a correspondencia privada en la
presentación de u n a o b ra teórica, no podem os sino aducir lo que ya
escribíaJean-Pierre Lefebvre en el prólogo de su nueva traducción de
la Fenomenología del espíritu de Hegel:
A los q u e im p o rtu n e en su sustancia esta en tra d a en m ateria, el trad u c to r
p o d ría decir q u e todos estos recuerdos sirven para p in ta r la época en la qu e
p ro p o n e este regreso al texto p o r la vía de u n a nueva traducción; la época en
la que, en el m ejo r de los casos, la sacralidad del discurso d e las g randes obras
estaba som etida a cuestiones del m om ento, en tre ellas ésta, que es la m ás
reprim ida, au n q u e sea m edular en u n o de los capítulos d e la Fenomenología,
la d e la relación entre los hom bres y las m ujeres, y de las atribuciones
culturales de cada uno. En 1807, en 1991.v

A lo cual sólo agregarem os: en 1993...

Los escritos d e Louis A lthusser fu ero n clasificados en o rd e n cronoló­


gico, au n q u e el carácter de la correspondencia con Jacques Lacan nos
obligó a ubicarla al final de este volum en. C ada texto o grupo d e textos
está preced id o p o r u n a presentación elaborada a p artir del conjunto
de los d o cum entos disponibles en los archivos de Louis A lthusser,
cuya fecundidad, u n a vez más, se revela excepcional.
C on el d o ble interés de m an ten er la fidelidad a los docum entos
originales y la legibilidad del texto, hicim os las correcciones y rectifi­
caciones usuales de los tropiezos de la plum a o d e los erro res y
om isiones d e puntuación, agregando en algunos casos en tre corchetes
las palabras o locuciones indispensables p ara la com prensión d e u n a
frase o p ara el restablecim iento d e u n a sintaxis correcta, y p ro p o rcio ­
n an d o com o n o ta las referencias biobibliográficas o las necesarias
precisiones de hechos. Todos los subrayados de los textos m anuscritos
o m ecanografiados fueron indicados en cursivas. P or últim o, salvo
m ención en co n trario (sobre todo en el texto “F reud y L acan”), todas
las notas son del editor.
Deseam os agradecer a todos los que nos ayudaron a realizar la
edición de este volum en, en p rim er lugar a Frangois B oddaert, h ere­
d ero de Louis Althusser, quien no nos escatimó su confianza. N uestros
agradecim ientos son sobre todo, p o r este volum en, a Y ann M oulier-
Boutang, cuyo trabajo de biógrafo de A lthusser y los valiosos docu­
m entos que descubrió e identificó para nosotros fu ero n sum am ente
im portantes; p ero asimismo a Élisabeth R oudinesco, p o r su conoci­
m iento de la historia del psicoanálisis y su generosidad intelectual, que
fueron un co n stan te e irrem plazable recurso. Gracias a Étienne Bali-
b ar y a los docum entos que confió generosam ente al i m c e fue posible

'Je a n -P ierre Lefebvre, “A vant-propos” d e Hegel: Phénoménologie de Vesprit; París,


A ubier, 1991, p. 11.
ap o rtar precisiones indispensables sobre varios d e estos textos. Nues­
tro agradecim iento tam bién aJacques-AIain Miller, q u ien nos autorizó
e incitó a publicar las cartas de Jacques Lacan, así com o a R ené
Diatkine, Jacques Nassif, P eter Schóttler y Michel T ort, que nos
p ro p o rcio n aro n inform aciones y docum entos muy útiles. Y, p o r últi­
mo, a todos los colaboradores del im c e , sobre todo a S andrine Samson,
quien nos b rin d ó u n apoyo indispensable.

OLIVIER CORPET
FRANCOIS MATHERON
FREUD Y LACAN
1964
C uando Louis A lthusser publicó su artículo “F reud y Lacan” en el
núm . 161-162, con fecha diciem bre de 1964-enero de 1965, de La
Nouvelle Critique, revista oficial d e los intelectuales com unistas, no era
la p rim era vez que abordaba el tem a. Ya había hablado de Lacan en
el artículo “Philosophie et sciences hum aines”, publicado en la Revue
de l ’Enseignement Philosophique d e junio-julio de 1963, y en particular
en u n a n o ta vuelta a publicar en “F reud y Lacan”. A p artir de 1960,
había in ten tad o m arcar su huella en el texto “Sur le je u n e M arx”,
publicado en La Pensée de m arzo-abril de 1961 e integrado a La
revolución teórica de Marx. Después de la palabra “escandim os” de la
frase “La necesidad de su vida es lo que escandimos p o r m edio de
nuestra inteligencia de sus nudos, d e sus repeticiones y d e sus m uta­
ciones”,1 había previsto inicialm ente la siguiente nota, que al final
abandonó: “T om o este térm ino d ejacq u es Lacan. E ntre las disciplinas
atentas a los hechos y a los grandes acontecim ientos, sin d u d a existen
correspondencias y afinidades que u n a sola palabra p u ed e liberar de
las dem ás.”
Lo esencial de “F reud y Lacan” fue escrito a fines de enero y
principios de febrero de 1964, en u n periodo en el que la actividad
intelectual y política de A lthusser era particularm ente intensa. La
publicación en agosto de 1963 de “Sur la dialectique m atérialiste”, en
el núm . 110 de La Pensée, desencadenó la réplica virulenta de algunos
dirigentes del P artido C om unista francés, en particular de R oger
G araudy y de G ilbert Mury; se llevaron a cabo varias reuniones en la
sede de la revista. D urante una de ellas, que él vivió com o u n proceso
político, Louis A lthusser leyó el 30 de noviem bre de 1963 u n a respues­
ta muy violenta a sus críticos,11 que m andó para que se publicase a
Marcel C ornu, secretario de redacción de La Pensée, al m ism o tiem po
que su artículo “M arxisme et hum anism e”, redactado d u ra n te el mes
de octubre. El 10 de noviem bre de 1963 escribió a su am iga Franca:
1L a revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 2a. ed., 1968.
“ Este texto será publicado en el p rim e r volum en, en proceso, de los Ecrils philoso-
phiques et politiques d e Louis A lthusser, que ap arecerá en las Oeuvres coeditadas p o r el
IMEC y las É ditions Stock.
“Voy a escribir un prim er libro sobre la teo ría m arxista, u n libro de
tem as teóricos generales. D espués escribiré u n libro de estudios
históricos sobre Marx, Lenin, etc.”, y el 23 de en ero de 1964 le anuncia:
“En d o s días escribí 80 páginas del libro”; p o r desgracia, no se
e n c o n tró ningún rastro de eso. El 31 de en ero le habla de la próxim a
p u blicación de un núm ero de La Pensée “totalm ente hecho p o r noso­
tro s (mis alum nos y yo) sobre la tecnocracia y el hum anism o”; si bien
la recopilación nunca vio la luz, A lthusser escribió en efecto u n texto
in titu lad o “Tecnocratie et hum anism e”, que se encontró en sus archi­
vos. El 6 de diciembre de 1963 pronunció u n a larga alocución de
p resentación del seminario de Pierre B ourdieu yJean-Claude Passeron,
de la q u e se conservó u n a grabación. En el ám bito propiam ente
psicoanalítico, el artículo “F reud y Lacan” se vincula en form a directa
con el sem inario sobre el psicoanálisis organizado por A lthusser en la
Escuela N orm al Superior a p a rü r del mes de noviem bre de 1963, y con
las relaciones entabladas en diciem bre con Lacan, cuyo sem inario hará
recibir en la escuela en enero de 1964.m Este periodo de desbordante
actividad llega a su fin p o r u n a grave depresión y una hospitalización.
La p ercep tib le violencia con ten id a, p o r lo m enos a posteriori, en
“F re u d y L acan”, debe m ucho al contexto en el q u e fue escrito este
artícu lo . A los elem entos q u e acabam os de e x p o n e r se agrega u n a
d im en sió n m ás “ín tim a”. A principios del m es de sep tiem b re de
1963 A lth u sser se e n tera del suicidio de su am igo Jacques M artin ,1V
ac o n te cim ie n to para él a te rra d o r y al p a re c e r a ú n m uy p re se n te a
p rin cip io s del año de 1964. Al describirle a F ranca el 15 de feb rero
la re c ie n te acum ulación en to rn o a él de situaciones dolorosas
a u n q u e a veces cómicas, p asa a evocar su texto: “Y en varias d e estas
situ acio n es, cub ierto p o r el gran silencio del q u e sabes, la m u erte
d e Jfacq u es] M fartin]. Se reflejó algo de to d a la situación, d e la que
n o qu ise h ab larte en B., en u nas cuantas frases o en algunas palabras
d e mi artícu lo sobre Lacan. T e hablé d e ello p o r m edio de él. U n
artícu lo escrito con u n po co d e vida, u n poco de sangre y m ucha
m u e rte .” Y el más bello co m en tario , que so rp re n d e u n in sta n te al
lecto r d e Para leer El capital, d e ese estado alu cin ad o r en el q u e se
p ro d u c e la escritu ra althusseriana, y tantas o tras con ella, lo hace
u n a vez m ás el p ro p io A lthusser en u n a nueva carta a F ranca del 21
d e fe b re ro de 1964:

1,1V éase en el presente com pendio su correspondencia con Lacan.


1VV éase L 'avenir dure longtemps, op. cit., pp. 124-125.
T o d o sucede siem pre así: com o si, a p a rte de to d o lo q u e te co n té en mi
ú ltim a ca rta so b re m is “cargas” y su resolución , h u b ie ra h ab id o tam b ién
esta especie de ex p erien cia directa, ex tra o rd in aria, del co n tac to com o en
carn e viva con ciertas realidades n o rm alm en te inso sten ib les, q u ie ro d ecir
insostenibles en el con tacto co tid ian o q u e la g en te tie n e co n la vida: estas
historias de vida y d e m u e rte, de las q u e algo hab ía tra sfu n d id o a este texto
d e Lacan que te dejé. Algo bastante extraño, cuando lo pienso. Viví en verdad
varios m eses con u n a extraordinaria capacidad d e contacto en c a rn e viva c o n
realidades p ro fu n d a s, sintiéndolas, viéndolas, leyéndolas en los seres y la
realid ad com o en u n libro abierto. A m e n u d o h e v u elto a p e n sa r en esta
cosa ex tra o rd in a ria , en la situación d e esos pocos cuyo n o m b re ven ero ,
Spinoza, M arx, N ietzsche, F reud, y q u e n ec esariam en te d eb ie ro n te n e r
este co n tac to p a ra p o d e r escribir lo q u e dejaro n: d e o tro m o d o n o veo
cóm o p o d ría n h a b e r levantado esta ca p a en o rm e , esta p ie d ra sepulcral qu e
re c u b re lo real... p ara te n e r este co n tac to directo q u e a rd e aú n en ellos
p ara to d a la e te rn id a d .

Si el artículo “F reu d y L acan” fue publicado en La Nouvelle Critique,


es decir en u n lugar políticam ente central p a ra u n intelectual
com unista, éste no era su destino inicial. Al p rincipio, Louis A lthus­
ser había previsto hacerlo publicar en la p eq u e ñ a Revue de l ’Enseig-
nement Philosophique, e n la que ya había ed itad o varios artículos.
C ansado, al p arecer, d e la falta de resp u esta clara p o r p a rte de la
revista, el 23 d e agosto d e 1964 envió su texto a su am igo M arcel
C ornu. El proy ecto cam bió en to n ces de naturaleza: a h o ra se tra ta b a
d e u n a revista, L a Pensée, que, a u n q u e no era ó rg a n o del P artido
C om unista, estaba d irec tam en te vinculada con él. Y si b ien se había
d esvanecido la violenta hostilid ad in m ed iatam en te p o sterio r a la
p o sgu erra, e n el p a rtid o el psicoanálisis seguía sien d o objeto d e u n a
e n o rm e desconfianza y sobre to d o d e u n a p ro fu n d a ignorancia;
a u n q u e M arcel C o rn u , qu ien siem p re respaldó a A lthusser, era m uy
favorable a la publicación, no era to talm en te d u e ñ o d e sus actos. Y
cu an d o A lthusser le escribió en la carta que a c o m p añ ab a al artículo:
“En su g én ero , este texto es u n a bom ba. P ero q u e n o am enaza con
lanzar al aire fragores que p u e d a n h erirn o s a ti o a mí. La gente
p ro testará, p e ro com o d esconocen de lo que hablo, les será nece­
sario estu d iar el p ro b lem a antes d e arriesgarse a co n tra d ecirm e .”
M arcel C o rn u , político avezado, le co n testa de in m ed iato , en u n a
carta sin fecha, q u e si b ien es im prescindible ro m p e r el silencio d e
las publicaciones com unistas so b re el psicoanálisis, su texto “p are­
cerá, en realidad, a consecuencia del largo silencio, u n a terrib le
bomba atómica". En vista de lo cual le pide q ue agregue algunas frases
destinadas a d ar garantías políticas. A unque la petición parece trivial,
no es u n b u en augurio. A lthusser le escribe lo siguiente a F ranca el 30
de septiem bre de 1964: “D ecirte tam bién que acabo de agregar una
larga n o ta lim inar y algunas otras apostillas a mi ensayo sobre F reud
y Lacan y que espero que de esta form a aceptarán, a pesar d e todo,
publicarlo... Los interdictos pesan m ucho tiem po sobre los m alditos,
aun cuando la m uerte les h a cerrado la b o ca”, y en u n a carta no
fechada, le precisa: “tengo enorm es problem as para la publicación de
mi ensayo sobre Lacan. En La Pensée tiem blan. ¡Qué carcamales! C reo
que voy a enviarlo al Ossewatore Romano...” P or m asq u e hizo Althusser,
el artículo n u n ca fue publicado en La Pensée. Lo envió en to n ces a
La Nouvelle Critique, cuyo re d a c to r en je fe era su am igo Jacques
A rnault, y e n la q u e acababa de p ublicar su artículo “P roblém es
é tu d ia n ts ” [“P roblem as estu d ian tiles”] en el núm . 152 de e n e ro de
1964. E ntonces, en p len a conm oción, la revista acepta el texto. Y
fue así com o, p o r u n singular a b rir y c e rra r d e ojos d e la historia,
el artícu lo “F reu d y L acan” apareció en la revista en la q u e se había
p ro n u n c ia d o e n 1949 u n a re so n an te co n d e n a al “psicoanálisis,
ideología reaccio n aria”.v
Siem pre es difícil apreciar la influencia d e u n texto, y con m ayor
razón de u n artículo. A m enudo m encionado, pero sólo reeditado en
1976 en P o s itio n s sin d u d a fue poco leído p o r las siguientes g en era­
ciones, au n si circuló a principios de la década de 1970 en u n a
reedición pirata de la “Éditions des grandes tetes molles d e n o tre
ép o q u e” [“Ediciones de las grandes cabezas flojas de nuestra ép o ca”].
De todas form as no suscitó u n verdadero diálogo con Lacan. A unque
éste felicitó cálidam ente a A lthusser cuando recibió u n a versión
m ecanografiada del artículo, finalm ente su carta del 6 de ju lio de 1964,
publicada en el p resen te com pendio, fue bastante form al. Si bien
A lthusser habría de seguir hasta el final interesándose en la o b ra de
Lacan, no o cu rre a la recíproca. Y m encionarem os para concluir lo
que dijo de ello A lthusser en u n a carta a Franca del 17 de septiem bre
de 1966:

' “La psychanalyse, idéologie réactio n n aire”, La Nouvelle Critique, núm . 7, ju n io de


1949, pp. 52-73, integrado en L a Scission de 1953, suplem ento del núm . 7 de Omicar?,
1976. Es m uy probable que Louis A lthusser haya leído en el m om ento de su publicación
este artículo, del que se e n co n tró en su biblioteca u n ejem plar con anotaciones de su
p u ñ o y letra.
” Positions, París, Éditions Sociales, 1976.
releí algunas páginas de Lacan, tras h ab e r escrito mi texto sobre el psicoaná­
lisis."1 Las cosas siem pre suceden así, te desesperan: ¡¡ahora lo com prendo!!
p o r la sim ple razón de que 1] dice lo q ue digo cuando dice las cosas b ien (pero
vete tú a saber si, sin d arm e cuenta y hasta porque n o lo había co m p ren d id o ,
n o soy yo ¡iquien redice lo que él dice!! (debe haber fenóm enos de com prensión
totalm ente inconscientes); 2] veo exactam ente el p u n to en el qu e “a rran c a”,
3] y adem ás veo que no le había com prendid o cuando escribí ese artículo
sobre él (había com p ren d id o su im portancia, p ero no lo qu e q u ería decir). Lo
pasm oso, sin em bargo, es que, en vista d e nuestras relaciones, cuando escribí
ese ensayo sobre él habría p odido decirm e: “está bien, lleno de b u en a
voluntad, p ero no enten d ió lo que quise decir, se lo voy a explicar”. No.
Silencio. Es cierto que es tom ar y poseer y conservar u n a g ran ventaja sobre
alguien el saber que no comprendió algo, y esa ventaja n o se conserva más que
callando. Es “h u m a n o ”, com o se dice. Y en tiendo la lógica d e la actitud, ya qu e
siento a veces asom ar en mí, llegado el caso, ese tipo d e satisfacción, d e ver a
alguien decir tonterías y p o d er corregirlo: la tentación d e callar es g ran d e y
ofrece m uchas ventajas. Se sabe que “se tiene en la m an o ” al tipo a voluntad,
pero se conserva la ventaja, y m ientras tan to se contem pla el espectáculo de
u n m ocoso que cree hab er com prendido. Basta con dejarlo actuar: se en re d ará
solo, lo q u e duplica la ventaja q ue se tiene sobre él. Si acaso, esto vale con los
adversarios, pero con los amigos... A mis muchachitos los eduqué con otro m é­
todo, y m e alegro. N o debo ser “o rto d o x o ”: sin em bargo, sin este “o tro
m éto d o ”, no es posible el trabajo colectivo. Q uizá no hicim os n ad a más, p ero
en to d o caso m ostram os que el trabajo colectivo en filosofía es posible, y ¡cuán
rentable! (es quizá la prim era vez: n o hablo de las relaciones “m aestros y
discípulos”, que son clásicas, sino de las relaciones d e igualdad en los in te r­
cambios: eso es trabajo colectivo).

En efecto, h ab rá u n m étodo althusseriano de trabajo colectivo, lo


verem os a propósito de las “Tres notas sobre la teoría de los discur­
sos...”

Los archivos de Louis A lthusser contienen dos distintas versiones


m ecanografiadas del artículo “F reud y Lacan”, que p o r consiguiente
fue transcrito dos veces a m áquina; cada versión tiene num erosas
correcciones m anuscritas. Desde luego, publicam os aquí el texto en
la versión deseada p o r Louis Althusser, indicando al mismo tiem po
las variantes que nos parecieron particularm ente significativas, sobre
todo el pasaje sobre Sartre previsto al inicio com o conclusión de su

Se trata sin d u d a de la prim era d e las “Tres notas sobre la teoría del discurso”
publicadas en el presen te com pendio.
artículo, q ue A lthusser com enta con estas palabras a Franca en una
carta sim plem ente fechada “noche del dom ingo” y escrita quizás a
principios del mes de febrero de 1964:

te envío u n artículo, o tro discurso in interrum p ido sobre Lacan, Freud: el


único discurso que, com o discurso teórico, es el p rim ero del que se sabe que
es ininterrum pido; lee las últim as líneas sobre Sartre, son deliberadas, hay que
hacerlo salir de su psicosis dichosa, y para ello n o hay más que el látigo: con
sus propias arm as: las palabras (acaba de publicar u n libro con este título, en
el que habla d e su infancia, y dice: no tuve Edipo o casi, no tengo S uperego...
cuando se piensa que este atolo n d ram ien to teórico —p o r otras razones su
derecho al atolondram iento es sagrado, com o to d o d erech o del h o m b re a ser
lo que es—hace las veces de p ensam iento —o de dispensa de pensam iento p ara
no sé cuántos hom bres: los hom bres que se dicen qu e alguien piensa p o r ellos,
es libre y audaz p o r ellos, etc., audacia y libertad p o r po d er, ¡si tan siquiera
fueran audacia y libertad verdaderas!; ¡¡pero delirios!!; no veo o tra o p ción que
el látigo en la cara p ara im p o n e r silencio a esta im postura, y devolverla ya sea
al silencio o a la literatura o b ien a la curación),

antes de agregar enigm áticam ente: “las últim as líneas son u n a adver­
tencia (a Sartre), p ero el resto es bueno, estoy d e acuerdo con él”.

Publicam os com o apéndice la “nota del e d ito r”, redactada en su


totalidad p o r Louis A lthusser, que se incluyó en la traducción al inglés
de “F reud y Lacan”, publicada p o r prim era vez en 1969 en la New Left
Revieui, luego integrada al com pendio Lenin and philosophy and other
essays (L ondres, n l b , 1971).

F. M.
N O T A U M IN A R 1*

Digámoslo sin rodeos: quien hoy desea sim plem ente co m p ren d er el
revolucionario descubrim iento d e Freud, no sólo reconocer su exis­
tencia, sino tam bién conocer su sentido, debe salvar, a costa de
grandes esfuerzos críticos y teóricos, el inm enso espacio de prejuicios
ideológicos que nos separa de Freud. Pues el descubrim iento de F reud
no sólo fue, com o verem os, reducido a disciplinas que le son esencial­
m ente ajenas (biología, psicología, sociología, filosofía); no sólo num e­
rosos psicoanalistas (sobre todo d e la escuela norteam ericana) se
hicieron cóm plices de este revisionismo; sino que, adem ás, este mismo
revisionism o favoreció objetivam ente la prodigiosa explotación ideo­
lógica de la que fue objeto y víctima el psicoanálisis. H ace unos años
(en 1948), los m arxistas franceses tuvieron razón al d en u n ciar en esta
explotación u n a “ideología reaccionaria”, que servía d e argum ento en
la lucha ideológica contra el m arxism o y de m edio práctico de intim i­
dación y de m istificación de las conciencias.
Pero hoy podem os decir que estos mismos m arxistas fueron, a su
m anera, directa o indirectam ente, las prim eras víctimas de la ideología
q ue denunciaban, puesto que la confundieron con el descubrim iento
revolucionario d e Freud, con lo que aceptaron, d e hecho, las posicio­
nes del adversario, padeciendo sus propias condiciones y reconocien­
d o la im agen q u e les im ponía la p reten d id a realidad del psicoanálisis.
T o d a la historia pasada de las relaciones en tre el m arxism o y el
psicoanálisis descansa, esencialm ente, e n esta confusión y en esta
im postura.
Q ue era m uy difícil evitarlo lo com prendem os, prim ero, p o r la
función de esta ideología: las ideas “dom inantes”, en este caso, desem ­

1 Existe u n a p rim e ra versión de la “n ota lim inar” m uy distinta del texto publicado
en cuanto a la form a, p ero m uy sem ejante en cuando al fondo; n o nos pareció necesario
rep ro d u cirla aquí.
* En el texto figuran las notas del a u to r indicadas con letras; indicam os las diferentes
variantes señaladas e n el texto p o r m edio d e n ú m ero s rom anos.
p eñ a ro n a la perfección su papel de “dom in io ”, im poniéndose sin
saberlo a las mismas m entes que deseaban com batirlas. P ero tam bién
lo com prendem os p o r la existencia del revisionism o psicoanalítico
que hizo posible esta explotación: en efecto, la caída en la ideología
se inició p o r el h undim iento del psicoanálisis en el biologism o, el
psicologism o y el sociologismo.
T am bién podem os com prender que este revisionismo haya podido
basarse en el equívoco de ciertos conceptos de Freud, que se vio
obligado, com o todo inventor, a pensar su descubrim iento con los
conceptos teóricos existentes, constituidos p ara otros fines. (¿No se
vio obligado tam bién M arx a pensar su descubrim iento p o r m edio de
ciertos conceptos hegelianos?) N ada de ello puede so rp re n d er a una
m ente u n poco enterad a de la historia de las ciencias nuevas y
preo cu p ad a por delim itar lo irreductible del descubrim iento y de su
objetivo p o r m edio de los conceptos que lo expresaron en el m om ento
de su creación, que, vueltos inactuales p o r el progreso de los conoci­
m ientos, p u ed en posteriorm ente enm ascararlo.
P or eso hoy se im pone u n reto rn o a Freud:
1] N o sólo que se rechace com o b u rd a mistificación la capa ideoló­
gica de su explotación reaccionaria.
2] Sino tam bién que se evite caer en los equívocos, más sutiles, y
respaldados p o r el prestigio de algunas disciplinas más o m enos
científicas, del revisionism o psicoanalítico.
3] Y que nos consagrem os por fin a un trabajo serio de crítica
histórico-teórica p ara identificar y definir, con los conceptos que
F reud tuvo q ue em plear, la verdadera relación epistemológica existente
e n tre estos conceptos y el contenido que transm itían.
Sin este triple trabajo d e crítica ideológica (1, 2) y de elucidación
epistem ológica (3), prácticam ente inaugurado en Francia p o r Lacan,
el descubrim iento de F reud seguirá estando, p o r su especificidad,
fuera de nuestro alcance. Y, lo que es m ucho más grave, le aplicarem os
a F reud ju stam en te lo q u e se puso a nuestro alcance, ya sea que
q ueram os rechazarlo (la explotación ideológica reaccionaria), o que,
de m an era más o m enos irreflexiva, convengam os con ello (las dife­
rentes form as del revisionism o biopsicosociológico). En am bos casos
estarem os presos, a diferentes niveles, de las categorías explícitas o
im plícitas de la explotación ideológica y del revisionismo teórico. Los
m arxistas, que conocen p o r experiencia las deform aciones que
fu e ro n im puestas p o r sus adversarios al p en sam ien to de Marx,
p u e d e n co m p re n d e r q u e F reu d haya ex p erim en tad o a su m an era
el m ism o destino, y la im portancia teórica de un auténtico “retorno a
Freud”.
Estarán dispuestos a adm itir que un artículo tan breve, que se propone
abordar u n problem a de esta im portancia, si pretende no traicionarlo
debe limitarse a lo esencial: situar el objeto del psicoanálisis, para dar de él
una prim era definición, con los conceptos que permiten la localización, con­
dición previa indispensable para la investigación de este objeto. En
consecuencia, aceptarán que hagamos intervenir estos conceptos tanto
como sea posible en su forma rigurosa, como lo hace cualquier disciplina
científica, sin volverlos insulsos p or un com entario de divulgación dem a­
siado aproximativo, y sin pretender desarrollarlos verdaderam ente en un
análisis que requeriría un espacio totalm ente diferente.
El estudio serio de F reud y d e Lacan, que cada u n o p u ed e em p ren ­
der, dará la única m edida exacta de estos conceptos y perm itirá definir
los problem as pendientes en u n a reflexión teórica ya rica en resulta­
dos y en prom esas.

L. A.

2Unos amigos me reprocharon, con razón, el haber hablado de Lacan


en tres líneas:3 el haber hablado demasiado de él para lo que de él dije,
y el hablar dem asiado poco de él para lo que concluí. Me piden algunas
palabras para justificar tanto mi alusión como su objetivo. Helas aquí;
unas cuantas palabras, cuando se necesitaría un libro.
En la historia de la Razón O ccidental los nacim ientos son objeto de
todos los cuidados, previsiones, precauciones, prevenciones, etc. Lo
Prenatal es institucional. C uando nace u n ajo v en ciencia, el círculo de
la familia siem pre está ya listo para el asom bro, el regocijo y el bautizo.3
Desde hace m ucho tiem po se p re te n d e que todo niño, aunque sea

2 La p rim era versión m ecanografiada está precedida p o r u n epígrafe: “N on lugere,


n o n ridere, ñeque detestari, sed intelligere. Spinoza”, tom ado de la p rim era pa rte del
Tratado político.
a Cf. Revue de l ’E nseignevient Philosophique, junio-julio de 1963, “Philosophie et
sciences h u m ain es”, pp. 7 y 11, nota 14: “M arx basó su teo ría sobre el rechazo del m ito
del ‘hom o econom icus’, Freud basó su teo ría sobre el rechazo del m ito del ‘ho m o
psichologicus’, L acan vio y com prendió la ru p tu ra liberadora de F reud. La com prendió
en el sentido pleno del térm ino, tom ándole la palabra de su rigor, y obligándola a
producir, sin treg u a ni concesiones, sus propias consecuencias. P uede, com o cualquiera,
e rra r en el detalle, en la elección de sus señales filosóficas: le d ebem os lo esencial.’’
3 D espués d e la palabra “bautizo”, todas las versiones m ecanografiadas agregan “y
los confites”.
expósito, es hijo d e u n padre, y cuando es un niño prodigio, los padres
lucharían en el to rn o del convento de no ser p o r la m adre y el respeto
que se le debe. En nuestro m undo repleto, se prevé u n lugar para el
nacim iento, hasta u n lugar para la previsión del nacim iento: “prospec­
tivo”.
A mi en ten d er, d u ran te el siglo x d c , nacieron dos o tres niños a los
que no se esperaba: Marx, Nietzsche, Freud. Hijos “n aturales”, en el
sentido en que la naturaleza ofende las costum bres, la b u en a razón,
la m oral y el saber vivir: la naturaleza es la regla violada, la m adre
soltera, p o r lo tanto la ausencia de padre legal. La Razón O ccidental
le hace pagar caro a u n hijo sin padxe. Marx, Nietzsche, F reud,
tuvieron q u e pagar la cuenta, a veces atroz, d e la supervivencia: precio
contabilizado en exclusiones, condenas, injurias, m iserias, h am b re y
m uertes, o locura. No hablo más que de ellos (se p o d ría hablar de
otros condenados que p adecieron su sentencia de m uerte en el color,
los sonidos o el poem a). N o hablo más que de ellos p o rq u e fueron
nacim iento de ciencias, o de crítica.4
El que F reud haya conocido la pobreza, la calum nia y la persecu­
ción;5 el q u e haya tenido el alm a lo bastante fuerte p ara soportar,
interp retán d o los, todos los estragos del siglo, es algo que quizá no
carece de relación con algunos de los lím ites y de los callejones sin
salida d e su genio. Dejem os este punto, cuyo exam en es sin d u d a
p rem atu ro .6 C onsiderem os sim plem ente la soledad d e F reud en su
época. N o hablo de la soledad hum ana (tuvo m aestros y am igos,
au n q u e conoció la pobreza), hablo de su soledad teórica. Pues cu an d o
quiso pensar, es decir expresar en form a d e u n sistem a riguroso de
conceptos abstractos el extraordinario descubrim iento que hacía cada
día en sus sesiones de trabajo, encontró pocos padres en teoría. Tuvo
que padecer y disponer la siguiente situación teórica: ser para sí mismo
su pro p io padre, construir con sus m anos d e artesano el espacio
teórico en d o n d e situar su descubrim iento, tejer con hilos prestados,
tom ados d e cualquier lado, de cualquier form a, la gran red de nudos
en la cual capturar, en las profundidades de la experiencia ciega, al

4 La p rim e ra versión m ecanografiada indica: “de ciencias o de principios d e ciencia”,


corregido después com o: “de ciencias, o de crítica”.
5 Louis A lthusser había escrito prim ero: “que Freud haya podido gozar hasta el final
de cierta com o d id ad p ersonal”.
6 Louis A lthusser había escrito prim ero: “que es en la actualidad objeto de los
estudios de L acan”.
red u n d an te pez del inconsciente, al que los hom bres llam an m udo,
po rque h abla cuando ellos duerm en.
Esto q u iere decir, si nos expresam os con los térm inos de Kant:
Freud tuvo q u e pensar su descubrim iento y su práctica con conceptos
im portados, tom ados de la física energética, entonces dom inante, d e
la econom ía política y de la biología de su época. N o hay herencia legal
tras él: salvo u n conjunto d e conceptos filosóficos (conciencia, pre-
consciente, inconsciente, etc.) quizá más m olestos q ue fecundos, pues
están m arcados p o r u n a problem ática de la conciencia, presente hasta
en sus restricciones; u n fondo legado p o r algún antepasado cualquie­
ra; sus únicos predecesores fueron escritores: Sófocles, Shakespeare,
M oliere, G oethe; frases, etc. T eóricam ente, F reud m o n tó solo su
negocio, p ro d u cien d o sus propios conceptos, sus conceptos “dom és­
ticos”, bjyo la protección d e los conceptos im p o rtad o s,7 tom ados del
estado de las ciencias existentes y, es necesario decirlo, e n el horizonte
del m undo ideológico en el que estaban sum ergidos dichos conceptos.
Es así com o recibim os a Freud. Larga serie de textos, profundos,
unas veces claros, otras oscuros, a m enudo enigm áticos y contradicto­
rios, problem áticos, arm ados de conceptos de los cuales m uchos nos
parecen, a p rim era vista, anticuados, no adecuados a su contenido,
superados. Pues no dudam os en lo absoluto, hoy, d e la existencia de
este contenido: la práctica analítica misma, su efecto.8
R esum am os pues el objeto que para nosotros es Freud:
1] U na práctica (la cura analítica). 2] U na técnica (m étodo d e la
cura), que d a lugar a u n a exposición abstracta, d e aspecto teórico. 3]
U na teoría q u e está en relación con la práctica y la técnica. Este
conjunto orgánico práctico (1), técnico (2), teórico (3), nos recuerda
la estru ctu ra d e to d a disciplina científica. Formalmente, lo que F reud
nos da posee en realidad la estructura de una ciencia. Form alm ente:
pues las dificultades de la term inología conceptual de Freud, la
d esp ro p o rció n a veces sensible e n tre sus conceptos y su contenido,
nos lleva a p reguntar: en este conjunto orgánico práctico-técnico-teó-
rico, ¿estam os ante u n conjunto en verdad estabilizado, fijo a nivel

7 D espués d e “im p o rtad o s”, el final del p árrafo term inaba así e n la p rim e ra versión
m ecanografiada: “usurpados m ás bien, pues p o r negligencia del C ódigo N apoleónico,
que aún no h a clasificado e n tre los bienes m uebles los conceptos filosóficos (¡no existe
la patente d e invento en filosofía!), todavía se p u e d e to m ar sin autorización, es decir
sin sanción (código penal), u n concepto teórico d e o tra p e rso n a ”.
8 Las palabras “su efecto” no figuran e n la prim era versión m ecanografiada.
científico? Dicho de o tra m anera, en este caso, ¿la teo ría es en verdad
u n a teoría, en el sentido científico? ¿No es p o r el contrario u n a sim ple
trasposición m etodológica de la práctica (la cura)? De ahí la idea, m uy
co m ú n m en te adm itida, de que bajo sus apariencias teóricas (debido
a u n a p retensión respetable, pero vana, en el propio Freud), el
psicoanálisis no es sino u n a sim ple práctica que a veces da resultado,
p ero no siem pre; sim ple práctica prolongada en técnica (reglas del
m éto d o analítico) pero sin teoría, p o r lo m enos sin u n a verdadera
teoría: la supuesta teoría del psicoanálisis no es más que los conceptos
técnicos ciegos, con los que reflexiona las reglas de su práctica; sim ple
práctica sin teoría... ¿quizás entonces lisa y llanam ente magia}, que
ten d ría éxito com o cualquier magia, p o r el efecto de su prestigio y de
sus prestigios, puestos al servicio de una necesidad o d em an d a socia­
les, entonces su única razón, su verdadera razón. Lévi-Strauss habría
hecho la teo ría de esta magia, de esta práctica social que sería el
psicoanálisis, señalando al chamán com o antepasado de F reud.
¿Práctica b u rd a de u n a teoría en parte silenciosa? ¿Práctica orgu-
llosa o avergonzada de no ser más que la m agia social de los tiem pos
m odernos? ¿Q ué es pues el psicoanálisis?

La p rim era palabra de Lacan es para decir: en u n principio F reud


fundó u n a ciencia. U na ciencia nueva, que es la ciencia d e u n objeto
nuevo: el inconsciente.
Declaración rigurosa. Si el psicoanálisis es, pues, u na ciencia, ya que
es la ciencia de u n objeto propio, es tam bién u n a ciencia conform e a
la estru ctu ra de toda ciencia: con u n a teoría y u n a técnica (m étodo) que
p erm iten el conocim iento y la transform ación de su objeto en una
práctica específica. Com o en cualquier ciencia auténtica constituida,
la práctica no es el absoluto de la ciencia, sino u n m om ento teórica­
m ente subordinado; el m om ento en el que la teoría que ha llegado a
ser m éto d o (técnica) en tra en contacto teórico (conocim iento) o
práctico (cura) con su objeto propio (el inconsciente).
Si esta tesis es exacta, la práctica analítica (la cura) que absorbe toda
la atención d e los intérpretes y de los filósofos ávidos de la intim idad
de la pareja confidencial, en la que la confesión enferm a y el secreto
profesional m édico intercam bian las prom esas sagradas de la Ínter-
subjetividad, no guarda los secretos del psicoanálisis: sólo guarda u n a
p arte de su realidad, la que existe en la práctica; n o sus secretos
teóricos. Si esta tesis es exacta, la técnica, m étodo, tam poco guarda,
salvo com o cualquier m étodo, es decir p o r delegación, no de la
práctica, sino d e la teoría, los secretos del psicoanálisis. Sola, la teoría
los guarda com o en cualquier disciplina científica.
En cien lugares de su o b ra F reud se dijo teórico; com paró el
psicoanálisis, desde el punto de vista de la sensibilidad, con la ciencia
física pro ced en te de Galileo; repitió que la práctica (la cura) y la técnica
analítica (el m éto do analítico) eran auténticos sólo p o rq u e se funda­
m entaban en u n a teoría científica. Freud dijo y repitió que u na práctica
y u n a técnica, a u n fecundas, no podían m erecer el no m b re de cientí­
ficas, más que si u n a teoría les daba, no p o r sim ple declaración, sino
p o r fundam ento, riguroso, derecho a ello.
La p rim era reacción de Lacan fue tom ar esa afirm ación al pie de
la letra, y sacar de ella la consecuencia: volver a F reu d para buscar,
discernir y delim itar en él la teoría de la que procede, p o r derecho,
todo lo dem ás, tanto técnica com o práctica.
Volver a F reud. ¿Por qué este nuevo reto rn o a las fuentes? Lacan
no vuelve a F reud com o H usserl a Galileo o a Tales, para com pren­
d er u n nacim iento en el m om ento de su nacim iento, es decir para
llevar a cabo ese prejuicio filosófico religioso de la pureza que, com o
cualquier agua que b ro ta del m anantial, no es p u ra sino en el instante
mismo, en el p u ro instante, de su nacim iento, en la p u ra transición
de la no ciencia a la ciencia. Para él, esta transición n o es pura, más
aún, es im pura: la pureza llega después de esta transición, no se
en cu en tra en el paso todavía “fangoso” (el invisible vaso d e su pasado,
suspendido en el agua naciente, que finge transparencia, es decir
inocencia). R eto rn o a F reud quiere decir reto rn o a la teoría bien
establecida, b ien fijada, bien asentada en el propio F reud, a la teoría
m adura, reflexionada, expresada, verificada, a la teoría muy adelanta­
da e instalada en la vida (incluso la vida práctica) para haber construido
en ella su m orada, producido su m étodo y en gendrado su práctica. El
reto rn o a F reu d no es un reto rn o al nacim iento de Freud, sino a su
madurez. La ju v e n tu d de Freud, esta conm ovedora transición de la
todavía-no-ciencia a la ciencia (el periodo de sus relaciones con Char-
cot, B ernheim , B reuer, hasta los Estudios sobre la histeria [1895]) puede
interesarnos, desde luego, pero p o r una razón m uy diferente: a título
de ejem plo de arqueología de u n a ciencia, o com o indicio negativo de
no m adurez, p a ra fechar bien la m adurez misma y su advenim iento.
La ju v e n tu d d e u n a ciencia es su edad m adura: antes d e esta edad,
es vieja p o rq u e tien e la e d a d de los prejuicios de los q u e vive, com o
u n n iñ o co n los prejuicios d e sus padres tien e la m ism a ed a d que
ellos.
El que u na teoríajoven, luego m adura, pueda recaer en la infancia
—es d ecir en los prejuicios de sus m ayores y de la descendencia de
éstos—lo dem uestra toda la historia del psicoanálisis. Éste es el sentido
p ro fu n d o del reto rn o a F reud, proclam ado p o r Lacan. T enem os que
volver a F reud p ara volver a la m adurez de la teoría freudiana, no a
su infancia, sino a su ed ad m adura, que es su verdadera juventud;
hem os de volver a F reud más allá del infantilism o teórico, la recaída
en la infancia, d on de toda u n a parte del psicoanálisis contem poráneo,
an te to d o norteam ericano, saborea las ventajas de sus descuidos.
Esta recaída en la infancia lleva u n nom bre que los fenom enólogos
co m p ren d erán de entrada: psicologismo; u o tro nom bre que los
marxistas entenderán de inmediato: pragmatismo.9 La historia m oder­
na del psicoanálisis ilustra el juicio de Lacan. En efecto, la Razón O c­
cidental (razón jurídica, religiosa, m oral y política tanto com o científi­
ca) no consintió, tras años de desconocim iento, desprecio e injurias
—m edios siem pre disponibles llegado el caso— en concluir u n pacto
d e coexistencia pacífica con el psicoanálisis, más que a condición de
anexarlo a sus propias ciencias10 o a sus propios mitos: a la psicología,
ya sea conductista (Dalbiez) o fenom enológica (M erleau-Ponty) o
existencialista (Sartre); a la bioneurología, m ás o m enos jacksoniana
(Ey); a la “sociología” de tipo “culturalista” o “antropológica” (que
do m in ab a en Estados U nidos con K ardiner, M. Mead, etc.); y a la
filosofía: cf. el “psicoanálisis existencial” d e Sartre, la “Daseinanalyse”
d e Binswanger, etc. A estas confusiones, a esta m itificación del psicoa­
nálisis, disciplina reconocida oficialm ente, a costa de alianzas-com pro­
misos sellados con linajes imagínanos de adopción pero p oderes muy
reales, se suscribieron psicoanalistas, muy felices de salir p o r fin de su
ghetto teórico, d e ser “reconocidos” com o m iem bros con pleno d ere­
cho de la gran familia d e la psicología, de la neurología, de la psi­
quiatría, de la m edicina, d e la sociología, de la antropología, de la
filosofía, muy felices de m ostrar en su éxito práctico el título de

9 “q ue los m arxistas co m prenderán: pragm atism o” (prim era versión m ecanografia­


da).
10 “a sus propias ciencias” aparece p o r prim era vez com o añadido m anuscrito en la
prim era versión m ecanografiada.
reconocim iento “teórico” que les confería p o r fin, tras décadas de
injurias y de exilio, derecho de ciudadanía en el m undo: el d e la
ciencia, de la m edicina y de la filosofía. N o se habían precavido contra
el sesgo sospechoso de este acuerdo, creyendo que el m undo recono­
cía sus razones —cu ando eran ellos mismos los que, p o r su honor, se
som etían a las razones de este m undo— y prefiriendo sus honores a
sus injurias.
De esta m an era olvidaban que u n a ciencia no lo es más que si puede,
p o r pleno derecho, aspirar a la p ro p ied ad de u n objeto propio —q u e
sea suyo y sólo suyo—, y no a la porción co n gruente de u n objeto
prestado, concedido, abandonado p o r otra ciencia, a uno de sus
“aspectos”, de sus restos, que siem pre se pueden reacom odar en las
cocinas a su m anera, u n a vez que el cliente está harto . De hecho, si
todo el psicoanálisis se reduce al “condicionam iento” conductista o
pavloviano d e la pequeña infancia; si se reduce a u n a dialéctica de las
etapas descritas p o r F reud con la term inología de lo oral, lo anal y lo
genital, de la latencia y de la pubertad; si p o r últim o se reduce a la
experiencia o riginaria de la lucha hegeliana, del p ara el o tro fenom e-
nológico, o de la “ap e rtu ra” del ser heideggeriano; si to d o el psicoa­
nálisis no es m ás que este arte de acom odar los restos de la neurología,
de la biología, d e la psicología, de la antropología y de la filosofía, ¿qué
le queda pues com o objeto propio, que lo distinga en verdad de estas
disciplinas y haga de él u n a ciencia p o r pleno derecho?b
En este p u n to es donde interviene Lacan, para defender, co n tra
estas “red u ccio nes” y desviaciones que dom inan hoy gran p arte de las
in terpretacio n es teóricas del análisis, su irreductibilidad, que no es

b Las tentaciones m ás am enazantes son representadas p o r la filosofía (que reduce


gustosa to d o el psicoanálisis a la experiencia dual de la cura, y e n cu e n tra en ello con
qué “verificar” los tem as de la intersubjetividad fenom enológica, d e la existencia-pro­
yecto, o m ás en general del personalism o); p o r la psicología, q u e anexa, com o tantos
atributos de u n “su jeto ” que al p a rec er no le crea problem as, la m ayor p a rte d e las
categorías d el psicoanálisis; p o r últim o, p o r la sociología que, viniendo en ayuda de la
psicología, b rin d a con qué d a r al “principio de realidad” su c o n ten id o objetivo (los
im perativos sociales y familiares) que el “su jeto ” ya sólo tiene q u e “interio rizar” para
estar e quipado de u n “sup ereg o ” y de las categorías corresp o n d ien tes. Som etido pues
a la psicología y a la sociología, el psicoanálisis se reduce m uy a m en u d o a u n a técnica
de readaptación “em ocional” o “afectiva”, a u n a reeducación d e la “función de relación”,
que n ada tie n e n q u e ver con su objeto real, pero que p o r desgracia resp o n d en a u n a
fu erte dem anda, y lo que es más, m uy orientada, en el m u n d o c o ntem poráneo. P or
m edio de este sesgo, el psicoanálisis se volvió u n objeto de consum o com ún d e la cultura,
es decir de la ideología m oderna.
más que la irreductibilidad de su objeto. Q ue para esta defensa sean
necesarias u na lucidez y u n a firmeza fuera de lo com ún, aptas para
re p u d ia r todos los asaltos d e la hospitalidad devoradora de las disci­
plinas enum eradas, nadie puede dudarlo; nadie que haya m edido, u na
vez en su vida, la necesidad de seguridad (teórica, m oral, social,
económ ica), es decir la inquietud de las corporaciones (cuyo estatus
es indisolublem ente científico-profesionahjurídico-económ ico) am e­
nazadas en su equilibrio y com odidad p o r la aparición d e u n a disci­
plina singular, que obliga a cada uno a interrogarse, no sólo sobre su
disciplina, sino acerca de sus razones p ara creer en ella, es decir de
d u d a r de ella;11 p o r la aparición de u n a ciencia que, p o r poco que se
crea en ella, am enaza con dañ ar fronteras existentes, p o r lo tanto con
m odificar el estatu quo de varias disciplinas. De ahí la pasión contenida,
la contención apasionada12 del lenguaje de Lacan, que no p u ed e vivir
y sobrevivir más que en estado de alerta y de prevención: lenguaje de
u n h o m b re sitiado de antem ano y condenado, p o r la fuerza aplastante
de las estructuras y de las corporaciones am enazadas, a adelantarse a
sus golpes, a fingir p o r lo m enos devolverlos antes de recibirlos,
disuadiendo así al adversario de aplastarlo bajo los suyos. De ahí
tam bién este recurso, a m enudo paradójico, de apelar a filosofías por
com pleto ajenas a su em presa científica (Hegel, H eidegger), com o a
otros tantos testigos intim idantes, lanzados a la cara de unos para
m antenerlos a raya, com o a otros tantos testigos de u n a objetividad
posible, aliada natural de su pensam iento, para tranquilizar o enseñar
a los dem ás. El que este recurso haya sido casi indispensable para
m an ten er u n discurso dirigido de dentro sólo a los m édicos im plica que
habría que ignorar tanto la debilidad conceptual de los estudios
m édicos en general, com o la p ro fu n d a necesidad de teo ría de los
m ejores m édicos13 para condenarlos sin recurso. Y puesto que estoy
haciendo referencia a su lenguaje, que p ara algunos constituye todo
el prestigio de Lacan (“G óngora del psicoanálisis”, “G ran d ra g ó n ”,
g ran oficiante de un culto esotérico en el que el gesto, el m utism o y
la com punción pu ed en integrar el ritual tanto de u n a com unicación

11 “d e d u d a r de ella” aparece p o r prim era vez com o corrección m anuscrita e n la


p rim era versión m ecanografiada: Louis A lthusser había escrito prim ero “de no d u d a r
de ella”.
12 “la pasión contenida, la contención apasionada” es u n a corrección m anuscrita en
la prim era versión m ecanografiada, que rem plaza “el to n o apasionado”.
13 T odas las versiones m ecanografiadas indican: “m ejores m édicos, sobre todo
jóvenes”.
real com o de u n a fascinación muy “parisina”), y p ara otros (sabios o
filósofos en p rim era fila) su “artificio”, su extrañeza y su “esoterism o”,
lo que no carece de relación con las condiciones d e su ejercicio
pedagógico: com o tiene que enseñarles la teoría del inconsciente a
m édicos, analistas o analizados, Lacan les brinda, en la retórica de su
palabra, el equivalente m im ado del lenguaje del inconsciente, que es,
com o todos lo sabem os, en su esencia últim a, Witz, pirueta, m etáfora,
fallida o lograda: el equivalente de la experiencia vivida en su práctica
ya sea de analista o de analizado.
14Basta co m p ren d er las condiciones ideológicas y pedagógicas de
este lenguaje —es decir tom ar con respecto a su “in terio rid ad ” p ed a­
gógica la distancia de la “exterioridad” histórica y teórica— p ara
discernir su sentido y su alcance objetivos, y reco nocer su propósito
fundam ental: d ar al descubrim iento de F reud conceptos teóricos a su
m edida, definiendo, tan rigurosam ente com o sea posible hoy, el
inconsciente y sus “leyes”, que constituyen la totalidad d e su objeto.

II

¿Cuál es el objeto del psicoanálisis? Aquello con lo que tiene que ver la
técnica analítica en la práctica analítica de la cura, es decir, no la cura
misma, no esta situación supuestam ente dual en la cual la p rim era
fenom enología o m oral que llega logra satisfacer su necesidad, sino
los “efectos ”, prolongados en el adulto sobreviviente, d e la extraordina­
ria15 aventura que, del nacim iento a la liquidación del Edipo, transfor­
m a a u n p eq u eño anim al engendrado p o r un ho m b re y u n a m ujer en
u n p eq u eñ o niño hum ano.

14 El últim o p árrafo no existe e n esta form a e n n inguna versión m ecanografiada. En


su lugar, e ncontram os en la segunda, a su vez ligeram ente d iferen te de la prim era: “Pero
u n lenguaje pedagógico n unca se vincula con el destino d e su público ni q ueda m arcado
p o r él si p o r v en tu ra al pedagogo se le olvida que es pedagogo, y p o r lo tan to teórico.
U n pedagogo q u e se sabe pedagogo, que p o r consiguiente se sabe teórico de lo que
enseña, e n c u an to deja de enseñarle a este público p u ed e descubrirse libre e n su
lenguaje, com o p u e d e serlo Lacan, a quien u n filósofo, si en verd ad se tom a la m olestia,
puede hoy día, m ediante algunas claves, lee r com o u n libro abierto.
”Basta, p a ra ello, reco n o cer que Lacan confiere p o r fin al p en sam ien to de F reud los
conceptos científicos que exige, y que se los confiere d e finiendo al m ism o tiem po su
objeto y las ‘leyes’ de este ‘objeto’.”
15 La p rim e ra versión m ecanografiada indica: “espantosa”.
U no de los “efectos”16 del volverse-hum ano del peq u eñ o ser bioló­
gico originado en el p arto hum ano: he aquí, en su lugar, el objeto del
psicoanálisis q ue lleva el sim ple nom bre del inconsciente.
El que este pequeño ser biológico sobreviva, y en lugar de sobrevivir
com o niño d e los bosques transform ado en cría de lobos o de osos (se
les m ostraba e n las cortes principescas del siglo xvin), sobreviva el niño
humano (habiendo escapado a todas las m uertes de la infancia, de las
cuales cuántas son m uertes hum anas, m uertes que sancionan el
fracaso del volverse-hum ano), ésta es la p ru e b a 17 que todos los hom ­
bres, adultos, superaron: son para siempre amnésicos, testigos y muy a
m en u d o víctimas de esta victoria, llevando en lo más sordo, es decir
en lo más ag u d o 18 d e ellos mismos, las heridas, im perfecciones y
cansancios d e este com bate p o r laxada o la m uerte hum anas. A lgunos,
la m ayor parte, salieron d e ello más o m enos indem nes —o p o r lo
m enos se obstinan, en voz alta, en afirm arlo—; m uchos d e estos
antiguos com batientes q u ed an m arcados d e p o r vida; algunos m ori­
rán, u n poco después, p o r su com bate, con las viejas heridas súbita­
m ente reabiertas en la explosión psicótica, en la locura, ú ltim a com ­
p u lsió n d e u n a “re acc ió n te ra p é u tic a n eg ativ a”;19 o tr o s , m ás
num erosos, d e la m anera más “norm al” del m undo, bajo el disfraz de
u n a falla “orgánica”.20 La hum anidad no inscribe más que a sus
m uertos oficiales en los m em oriales de sus guerras: los que supieron
m o rir a tiem po, es decir tarde, hom bres, en guerras hum anas, en las
q ue no se desgarran y sacrifican más que lobos y dioses humanos. El
psicoanálisis, e n sus únicos sobrevivientes, se ocupa de o tra lucha,21
d e la única g u erra sin m em orias ni m em oriales, que la h u m anidad
finge no h ab er jam ás librado, la que siem pre piensa haber ganado por
adelantado, sim plem ente porque existe sólo p o r haberla sobrevivido,
p o r vivir y crearse com o cultura en la cultura hum ana: g u erra que, a
cada instante, se libra en cada u n o de sus retoños, que proyectados,
torcidos, rechazados, cada uno para sí mismo, en la soledad y contra

16 “U n o d e los ‘efectos’ ” n o figura en ninguna versión m ecanografiada.


17 La p rim era versión m ecanografiada dice: “ésta es la espantosa p ru e b a ”.
18 En la p rim e ra versión m ecanografiada figura: “indiscreto”.
19 “e n la locura, o el destino d e u n a neurosis d e angustia” (prim era versión m eca­
nografiada).
El últim o m iem bro de la frase (“otros... orgánica”) no aparece e n la prim era
versión m ecanografiada.
21 T odas las versiones m ecanografiadas indican: “de o tra guerra, atro z ”.
la m uerte,22 d eben re co rrer la larga m archa forzada que, de larvas
m am íferas, los hace niños hum anos, sujetos.2S
Q ue en este objeto el biólogo no tenga interés es obvio, ¡esta
historia no es biológica!, puesto que está p o r com pleto dom inada,
desde el inicio, p o r la coacción obligada del o rd e n hum ano, que cada
m adre graba, bajo “am or” u odio m aterno, desde su ritm o alim enticio
y crianza, en el p equeño anim al hum ano sexuado.24 Q ue la historia,
la “sociología” o la antropología no se interesen en él ¡no es so rp ren ­
dente!, puesto que tienen que ver con la sociedad, o sea con la cultura,
es decir con lo que ya no es el pequeño anim al —q u e sólo se vuelve
hum ano p o r h ab er salvado ese espacio infinito que separa a la vida de
lo hum ano, a lo biológico de lo histórico, a la “n aturaleza” de la
“cultura”. Q u e la psicología se p ierda en él ¡no es extraño!, puesto que
piensa te n e r q ue ver, en su “objeto”, con alguna “naturaleza”, o
“no-naturaleza” humana, con la génesis de este existente identificado
y registrado bajo los controles mismos de la cultura (de lo hum ano)
—cuando el objeto del psicoanálisis es la cuestión previa absoluta, el
nacer o no ser, el abism o aleatorio de lo hum ano m ism o en cada
reto ñ o d e h o m b re.25 Q ue la “filosofía” p ierda en él sus señales y sus
guaridas, era de esperarse, puesto que sus singulares orígenes le
usu rp an los únicos orígenes a los cuales rinde culto con todo su ser:
Dios, la razón, la conciencia, la historia y la cultura. Sospecharem os
que el objeto del psicoanálisis pueda ser específico, y que la m odalidad
de su m ateria, com o la especificidad de sus “m ecanism os” (tom ando
una palabra de Freud), sean de u n tipo muy diferente al de la m ateria
o los “m ecanism os” que d eb en conocer el biólogo, el neurólogo, el
antropólogo, el sociólogo, el psicólogo y el filósofo. Basta con reco n o ­
cer esta especificidad, y p o r ende la distinción d e objeto que la
fundam enta, para reconocerle al psicoanálisis u n derecho radical a la
especificidad de sus conceptos, ajustados a la especificidad de su
objeto: el inconsciente y sus efectos.26

22 “en la soledad y la m u erte ” (p rim era versión m ecanografiada).


28 “sujetos” es u n añadido m anuscrito a la prim era versión m ecanografiada.
24 “im pone, en el am or m ate rn o m ism o, p o r su ritm o alim enticio y su crianza, al
p e q u eñ o anim al h u m an o ” (p rim e ra versión m ecanografiada).
25 De “Q u e la historia” a “re to ñ o de h o m b re ”, la p rim era versión es form alm ente
m uy d iferente, p e ro d e m odo poco significativo.
26 “el inconsciente” n o figura en la p rim e ra versión, “y sus efectos” en ninguna
versión m ecanografiada.
III

Lacan no dudaría que, sin el surgimiento de una nueva ciencia: la


lingüística, su tentativa de teorización hubiese sido imposible. Así sucede
con la historia de las ciencias, en la que a m enudo una ciencia no llega a
serlo más que m ediante el recurso y el concurso de otras ciencias, no sólo
de ciencias inexistentes en el m om ento de su bautizo, sino tam bién de
alguna ciencia nueva, llegada tarde, que necesita tiempo para nacer. La
pálida som bra reflejada sobre la teoría freudiana p o r el m odelo d e la
física energetista de H elm holtz y de Maxwell, ha sido elim inada hoy
p o r la luz que la lingüística estructural irradia sobre su objeto, perm i­
tien d o u n acceso inteligible a este objeto. F reud ya había dicho que
to d o d ep en d ía del lenguaje; Lacan precisa: “El discurso del incons­
ciente está estructurado com o un lenguaje.” En su prim era gran obra,
La interpretación de los sueños, que no es anecdótica o superficial com o a
m en u d o se cree, sino fundam ental, F reud había estudiado sus “m eca­
nism os”, o “leyes”, reduciendo sus variantes a dos: el desplazamiento y
la condensación. Lacan reconoció en ello dos figuras esenciales desig­
nadas p o r la lingüística: la m etonim ia y la m etáfora. De esta m anera,
el lapsus, el acto fallido, el rasgo ingenioso y el síntom a, se volvían,
com o los elem entos del sueño mismo, significantes, inscritos en la
cadena de u n discurso inconsciente, au m entando en silencio, es decir
en voz ensordecedora, en el desconocim iento de la “inhibición”, la
cadena del discurso verbal del sujeto hum ano. Así, eram os introduci­
dos a la paradoja, fo rm alm ente fam iliar a la lingüística, de u n discurso
doble y sencillo, inconsciente y verbal, que no tiene com o doble cam po
más q ue u n cam po tínico sin ningún más allá que en sí m ismo: el
cam po de la “cadena significante”. De ese m odo, las adquisiciones27
más im po rtantes de De Saussure y de la lingüística originada p o r él
en trab an p o r propio derecho a la inteligencia del proceso, tan to del
discurso del inconsciente com o del discurso verbal del sujeto, y d e su
relación, es decir de su no-relación idéntica a su relación,28 en pocas
palabras, d e su in crem ento y de su desfase. C on eso, las in terpretacio­
nes filosófico-idealistas del inconsciente com o segunda conciencia, del
inconsciente com o mala fe (Sartre), del inconsciente como supervivencia
cancerosa de u na estructura inactual o carente de sentido (M erleau-

27 “todas las adquisiciones” (p rim era versión).


28 u • j * • •✓ ». . . ,
idéntica a su relación” es u n añadido m anuscrito a la prim era versión m ecano­
grafiada.
Ponty), todas las interpretaciones del inconsciente com o “ello” bioló-
gico-arquetípico (Jung), se transform aban en lo que eran: no u n
principio d e teoría,29 sino “teorías” nulas, m alentendidos ideológicos.
Q u ed ab a p o r definir (m e veo obligado al p eo r esquem atism o, p ero
¿cómo evitarlo en unas cuantas líneas?) el sentido d e esta prioridad de
la estru ctu ra form al del lenguaje, y de sus “m ecanism os”, encontrados
en la práctica de la interpretación analítica, en función m ism a del
fu n d am en to de esta práctica: su objeto, es decir los “efectos” actuales,
en los supervivientes, de la “hom inización”30 forzada del peq u eñ o
anim al h u m an o en hom bre o m ujer. No basta, p ara resolver esta
cuestión, con invocar sim plem ente la prim acía del hecho del lenguaje,
que es el único objeto y m edio de la práctica analítica. T odo lo que
adviene en la cura se lleva a cabo en el lenguaje, y p o r el lenguaje
(incluso el silencio, sus ritm os, sus escansiones). P ero hay que m ostrar
claram ente por qué y cómo el papel de hecho31 del lenguaje en la cura,
al m ism o tiem po m ateria prim a de la práctica analítica y m edio de
pro d u cció n de sus efectos (la transición, com o dice Lacan, de u n a
“palabra vacía” a u n a “palabra llena”), se fu ndam enta en realidad en
la práctica analítica, sólo p orque está fundado por derecho en su objeto,
que fu n d am enta en últim a instancia tanto esta práctica com o su
técnica: luego, p o rq u e hay ciencia, en la Leona de su objeto.
Ésta es, sin duda, la parte más original de la o b ra de Lacan: su
descubrim iento. Lacan m ostró que esta transición de la existencia (a
lo sum o p u ram ente) biológica a la existencia hum ana (hijo de hom bre)
se llevaba a cabo bsyo la Ley del O rden, que llam aré Ley de la C ultura,
y que esta Ley del O rd en se confundía en su esencia formal con el
o rd e n del lenguaje. ¿Q ué debem os com p ren d er p o r esta fórm ula, a
p rim era vista enigmática? P rim ero que el todo de esta transición no
pued e ser co m p rendido sino com o u n lenguaje recurrente, y sólo
designado p o r el lenguaje del adulto o del niño en situación de cura,
designado, asignado, localizado, bajo la ley del lenguaje, en la que se
fija y se d a to d o ord en hum ano, y p o r lo tanto to d o papel hum ano.
Luego que, en esta asignación p o r el lenguaje de la cura, se transpa-
ren ta la presencia actual, p erpetua, del eficaz absoluto del o rd e n en
la transición misma, de la Ley de la C ultura en el volverse-hum ano.

29 Todas las versiones m ecanografiadas indican: “no el grado cero de la teo ría ”.
30 Louis A lthusser había previsto al principio insertar aquí la siguiente nota: “Le
p ido p e rd ó n a T heillard q uien tenía, con este térm ino, visiones m u ch o m ás religiosas.
S1 “el papel exclusivo de hech o ” (p rim era versión).
P ara indicarlo en pocas frases muy breves, m arquem os con este fin
los dos grandes m om entos de dicha transición: 1] el m om ento de la
relación dual, preedípica, en la q ue el niño, que no tiene q u e vérselas
más que con un alter ego, la m adre, que escande su vida p o r m edio
d e su presencia (da!) y d e su ausencia (fort!)c vive esta relación dual
com o la fascinación im aginaria del ego, en la que él m ism o es este otro,
tal o tro , cualquier otro , todos los otros de la identificación narcisista
prim aria, sin p o d er to m ar n u n ca con respecto al otro ni a sí m ism o la
distancia objetivante del tercero; 2] el m om ento del Edipo, en el que
surge u n a estructura tern aria sobre el fondo de la estru ctu ra dual,
cuan d o el tercero (el padre) se mezcla com o intruso a la satisfacción
im aginaria de la fascinación dual, trastoca su econom ía, ro m p e sus
fascinaciones e in tro d u ce al niño a lo que Lacan llam a el O rden
Sim bólico, el del lenguaje objetivante, que p o r fin le perm itirá decir:
yo, tú, él o ella, que perm itirá pues al pequeño ser situarse com o niño
humano en un m undo d e terceros adultos.
Dos grandes m om entos, pues: 1] el d e lo im aginario (preedípico);
2] el d e lo simbólico (el E dipo resuelto), o, hablando aquí con un
lenguaje diferente, el de la objetividad reconocida en su uso (simbóli­
co), p ero aún no conocida (el conocim iento de la objetividad que
co rresp o n d e a u n a “ed a d ” totalm ente diferente y tam bién a u n a
práctica muy distinta).
H e aquí el p u n to capital que Lacan esclareció:32 estos dos m om en­
tos están dom inados, regidos y m arcados p o r u n a sola Ley, la de lo
Simbólico. El m om ento d e lo im aginario m ismo, que acabam os de
p resen tar unas líneas más arriba, para ser claros, com o precediendo
a lo sim bólico, com o distinto d e él —el p rim er m om ento en el que el
niño vive su relación inm ediata con u n ser hum ano (m adre) sin
reconocerla prácticam ente com o la relación simbólica que es (es decir
com o la relación de u n niñito hum ano con u n a m adre hum ana)—, está
marcado y estructurado en su dialéctica por la dialéctica misma del Orden
Simbólico, es decir del O rd e n H um ano, d e la norm a h u m an a (las
norm as de los ritm os tem porales de la alim entación, de la higiene, de
los com portam ientos, d e las actitudes concretas del reconocim iento;

c Éstas son las dos expresiones del idiom a alem án que F reud hizo célebres; p o r m edio
d e ellas, u n n iño al que observaba sancionaba la aparición o la desaparición d e su m adre,
e n la m anipulación de u n objeto cualquiera q u e la “rep re se n tab a ”: “¡ahí!”, “¡fue!”. En
este caso un carrete de hilo.
32 “H e aquí el p u n to capital, cuya com prensión conceptual debem os sólo a L acan”
(todas las versiones m ecanografiadas).
la aceptación, el rechazo, el sí o el no al niño, que no son más que
m oneda m enuda, las m odalidades empíricas de este O rd e n constitu­
yente, O rd e n de la Ley y D erecho de asignación atributoria o de
exclusión), en la form a m ism a del O rd en del significante, es decir en
form a d e u n O rd e n form alm ente idéntico al o rd e n del lenguaje.d
D onde u n a lectura superficial o guiada de F reud no veía más que
la infancia feliz y sin leyes, el paraíso de la “perversidad polim orfa”,
u n a especie d e estado salvaje escandido únicam ente p o r etapas de
aspecto biológico, sujetas a la prim acía funcional d e tal parte del
cuerpo h u m ano, lugares de necesidades “vitales” (oral, anal, genital),e
Lacan m uestra la eficacia del O rden, de la Ley, que acecha desde antes
de su nacim iento a todo ser hum ano, y se ap o d era d e él desde su
p rim er grito, p ara asignarle su lugar y su papel, p o r lo tanto su destino
forzoso. T odas las etapas superadas p o r el pequeño ser hum ano lo son
bajo el rein o de la Ley, del código de asignación, d e com unicación y
de no com unicación33 hum anas; sus “satisfacciones” llevan en sí
mismas la m arca indeleble y constituyente de la Ley, de la p retensión
de la Ley hum ana, que com o cualquier ley no es “ig n o rad a” p o r nadie,
sobre to d o p o r sus ignorantes, p ero puede ser evitada o violada p o r
cada uno, sobre todo p o r sus más puros fieles. A ello se d ebe que toda
reducción d e los traum atism os infantiles a la sola decepción d e las
“frustraciones” biológicas esté falseada desde su inicio, puesto que la
Ley que les atañe hace, com o Ley, abstracción de todos los contenidos,
no existe ni actúa com o Ley m ás que p o r y en esta abstracción, y el

d Formalmente, pues la Ley de C ultura d e la que el lenguaje es la form a y el acceso


principales n o se agota en el lenguaje: tiene com o c o n ten id o las estructuras del
parentesco reales y las form aciones ideológicas determ inadas, e n las cuales los p e rso ­
najes inscritos e n estas estructuras viven su función. N o basta con saber que la familia
occidental es patriarcal y exogám ica (estru ctu ra del parentesco); tam b ién hay que po n er
en claro las form aciones ideológicas q u e rigen la conyugalidad, la paternidad, la
m atern id ad y la infancia: ¿qué es “ser e sp o so ”, “ser p a d re ”, “se r m a d re ”, “ser hijo” en
n u estro m u n d o actual? Sobre estas form aciones ideológicas específicas queda a ú n p o r
realizarse to d o u n trabajo de investigación. [El térm ino “conyugalidad” q ue se lee líneas
arriba n o aparece e n n in g u n a versión m ecanografica.]
e C ierta neurobiología y cierta psicología se alegraron m ucho d e descubrir e n F reud
u n a teoría d e “etapas” que, sin dudarlo, trad u jero n d irecta y exhaustivam ente e n u n a
teoría de la “m aduración p o r etapas”, ya sea neurobiológica o bioneuropsicológica,
atribuyendo d e m an era m ecánica a la m aduración neurobiológica el papel de u n a
“esencia” d e la que las “etapas” freudianas n o serían m ás q u e el sim ple y llano
“fe n ó m e n o ”. Esta perspectiva no es m ás q u e u n a nueva versión del antig u o paralelism o
mecanicista.
33 “luego de n o com unicación” (p rim e ra versión m ecanografiada).
ser hu m an o padece y recibe esta regla con su p rim er s o p lo /P o r ahí
em pieza, siem pre h a em pezado aun sin u n p ad re vivo, lo q u e consti­
tuye la presencia en acto del P adre (que es Ley), y p o r lo tan to del
O rd e n del significante hum ano, es decir de la Ley de C ultura: este
discurso, condición absoluta de cualquier discurso, este discurso
p resen te desde lo alto, es decir ausente en su abism o, en todo
discurso verbal, el discurso d e este O rd en , este discurso del O tro, del
g ran T ercero, q u e es este O rd e n mismo: el discurso del inconsciente.
C on eso se nos b rin d a u n a conquista, conceptual, sobre el incons­
ciente, que es, en cada ser hum ano, el lugar absoluto en el que su
discurso singular busca su p ro p io lugar, busca, falla y, al fallar,
e n c u en tra34 su p ro p io lugar, el ancla p ro p ia de su lugar, en la
im posición, la im postura, la com plicidad y la negación de sus propias
fascinaciones im aginarias.

f N os expondríam os a desconocer el alcance teórico de esta condición form al si le


opusiéram os la apariencia biológica d e los conceptos (libido, afectos, pulsiones, deseo)
e n los cuales F reud piensa el “c o n te n id o ” del inconsciente. Así sucede cuan d o dice que
el sueño es lo “pleno-del-deseo” (Wunscherfüllung). En este m ism o sentido, L acan q uiere
reco n d u c ir al h o m b re al “lenguaje de su deseo ” inconsciente. Sin em bargo, es a p a rtir
de esta condición form al com o estos conceptos (al parecer biológicos) a d q u ie ren su
sentido auténtico, com o este sentido p u e d e ser asignado y pensado, y com o puede
definirse y aplicarse u n a técnica de la cura. El deseo, categoría fu n d am en tal del
inconsciente, n o es inteligible en su especificidad m ás q u e com o el sen tid o singular del
discurso del inconsciente del sujeto hum ano: el sentido que surge en el “ju e g o ” y p o r
el “ju e g o ” d e la cadena significante d e la que está com puesto el discurso del inconscien­
te. C om o tal, el deseo se distingue radicalm ente de la “necesidad” orgánica d e esencia
biológica. E ntre la necesidad biológica y el deseo inconsciente no existe u n a continuidad
d e esencia, com o tam poco existe u n a c o ntinuidad de esencia e n tre la existencia
biológica del h o m b re y su existencia histórica. El deseo está d e term in ad o en su ser
equívoco (en su “falta-de-ser”, dice Lacan) p o r la e stru ctu ra del O rd e n que le im pone
su m arca, y lo co n d en a a u n a existencia sin lugar, la existencia de la inhibición, librado
a sus recursos tan to com o a sus decepciones. N o se p e n e tra a la realidad específica del
deseo p a rtien d o d e la necesidad orgánica, com o tam p o co se p e n etra a la realidad
específica de la existencia histórica p artien d o d e la existencia biológica del “h o m b re ”.
En cam bio, así com o las categorías d e la historia son las que p e rm iten d efinir la
especificidad d e la existencia histórica del ho m b re, incluyendo d eterm inaciones al
pa rec er p u ra m e n te biológicas, com o sus “n ecesidades”, o los fenóm enos dem ográficos,
distin guiendo su existencia h istórica de u n a existencia m eram en te biológica, son
asim ism o las categorías esenciales del inconsciente las que perm iten c o m p re n d e r y
defin ir el sen tid o m ism o del deseo, diferenciándolo de las realidades biológicas que lo
sustentan (exactam ente com o la existencia biológica so p o rta la existencia histórica) mas
sin constituirlo, ni determinarlo.
34 “y algunas veces e n cu e n tra ” (prim era versión m ecanografiada).
Q ue en E dipo el niño sexuado se vuelva niño hum ano sexual30
(hom bre, m ujer), p oniendo a p ru eb a de lo Sim bólico sus fantasm as
im aginarios, y acabe, si todo “funciona”, p o r volverse y aceptarse lo
que es: niño o niña en tre adultos, con sus derechos d e niño en este
m undo de adultos y, com o cualquier niño, con pleno derecho de llegar
a ser u n día “com o p ap á”, es decir u n ser hum ano m asculino con u n a
m ujer (y ya no sólo u n a m adre), o “com o m am á”, es decir u n ser
h um ano fem enino con u n esposo (no sólo u n padre), no es más que
el térm ino de la larga m archa forzada hacia la infancia hum ana.
Q ue en este últim o d ram a to d o se ju eg u e en la m ateria d e u n
lenguaje fo rm ado anteriorm ente, que en el E dipo se centra p o r
com pleto y se o rd e n a en to rn o al significante falo: insignia del Padre,
insignia del derecho, insignia d e la Ley, im agen fantasm ática de to d o
D erecho, esto es lo que p u ed e ser so rp ren d en te o arbitrario, au n q u e
todos los psicoanalistas dan testim onio de ello com o u n hecho fu n d a­
do en la experiencia.
La últim a etapa del Edipo, la “castración”, p u ed e d ar una idea de
ello. C u ando el niño vive y resuelve la situación trágica y benéfica de
la castración, acepta no tener el m ism o D erecho (falo) que su padre,
en particular no ten er el D erecho del padre sobre su m adre, quien se
revela entonces d otada del intolerable estatus del doble em pleo:
m adre p ara el niñito, m ujer p ara el padre; pero, asum iendo no ten er
el m ismo derecho que el padre, obtiene la seguridad de tener u n día,
más tarde, cuando sea adulto, el d erecho que se le niega entonces, p o r
falta de “m edios”. No tiene m ás que u n peq u eñ o derecho, q u e se
volverá g ran d e si él m ismo sabe volverse grande, si “se tom a to d a la
so p a”. C u ando p o r su parte la niña vive y asum e la situación trágica y
benéfica de la castración, acepta no ten er el m ism o derecho que su
m adre, y p o r lo tanto acepta doblem ente no ten er el m ism o derecho
(falo) que su padre, puesto que su m adre no lo tiene (el falo), aunque
sea m ujer y p o r ser m ujer, y acepta al mismo tiem po no ten er el m ism o
derecho que su m adre, es decir no ser aún u n a m ujer, com o lo es su
m adre. P ero logra en cam bio su pequeño derecho: el de niña, y las
prom esas de u n gran derecho, derecho pleno de m ujer, cuando sea
adulta, si sabe crecer, aceptando la Ley del O rd en hum ano, es decir
som etiéndose a ella, y si es preciso, para evitarla, no tom ándose “to d a ”
su sopa.

35 Las versiones m ecanografiadas indican sim plem ente: “Q u e en Edipo, el n iñ o se


vuelva n iño h u m a n o .”
En todos los casos, ya sea el m om ento de la fascinación dual d e lo
Im aginario (1), o el m om ento (Edipo) del reconocim iento vivido de
la inserción en el O rd e n sim bólico (2), to d a la dialéctica d e la transi­
ción está m arcada en su esencia últim a p o r el sello del O rd e n hum ano,
de lo Simbólico, cuyas leyes formales, es decir cuyo concepto formal,
nos b rin d a la lingüística.
Así, la teoría psicoanalítica puede ofrecernos lo que distingue a
to d a ciencia de u n a sim ple especulación: la definición d e la esencia
formal de su objeto, condición de posibilidad de cualquier aplicación
práctica, técnica, sobre sus propios objetos concretos. C on ello, la teoría
psicoanalítica evita las antinom ias idealistas clásicas form uladas, p o r
ejem plo, p o r Politzer, cuando este autor, exigiendo que el psicoanáli­
sis (cuyo revolucionario alcance teórico com prendió antes que nadie
en Francia) fuese u n a ciencia d e lo “co n creto ”, v erdadera “psicología
co n creta”, le reprochaba sus abstracciones: el inconsciente, el com plejo
de Edipo, el com plejo d e castración, etc. ¿Cóm o, decía Politzer, puede
p re te n d er el psicoanálisis ser la ciencia d e lo concreto, que desea y
p u ed e ser, si persiste en sus abstracciones, que no son m ás que lo
“co n creto ” alienado en u n a psicología abstracta y metafísica? ¿Cóm o
llegar a lo “co n creto ” a p artir d e tales abstracciones, de lo abstracto?
En verdad, ninguna ciencia puede evitar la abstracción, au n cuando
no ten ga que habérselas, en su “práctica” (que no es, tengam os
cuidado, la práctica teórica de esta ciencia, sino su aplicación concreta),
más que con las variaciones singulares y únicas que son los “d ram as”
individuales. Tal com o Lacan las piensa en F reud —y Lacan no piensa
más q u e los conceptos de Freud, dándoles la form a d e nuestra
cientificidad, la única cientificidad aceptable—, las “abstracciones” del
psicoanálisis son, pues, los auténticos conceptos científicos d e su
objeto, en la m edida en que, com o conceptos de su objeto, contienen
en sí el indicio, la m edida y el fundam ento de la necesidad d e su
abstracción, es decir la m edida misma de su relación con lo “concre­
to ”, o sea su propia relación con lo concreto d e su aplicación, com ún­
m ente llam ada práctica analítica (la cura).
El E dipo no es pues u n “sentido” oculto al que sólo le falte la
conciencia o la palabra; el Edipo no es u n a estructura e n terrad a en el
pasado que siem pre p u ed a reestructurarse o superarse “reactivando”
su sentido; el Edipo es la estructura dram ática, la “m áquina teatral”?

g E xpresiones de L acan (“m áquina”), reto m an d o a F reud ( “ein anderes Shauspiet...


Schausptatz”). De Politzer, q u ien h abla d e “d ra m a ”, a F reud y Lacan, quienes h ablan de
im puesta p o r la Ley de C ultura a todo candidato, involuntario y
obligado a la hum anidad; u n a estructura que contiene en sí m ism a no
sólo la posibilidad sino la necesidad de las variaciones concretas en las
que existe, p ara todo individuo que puede llegar a su um bral, vivirlo y
sobrevivirle. El psicoanálisis, e n su aplicación, llam ada su práctica (la
cura), trabaja sobre los “efectos”h concretos de estas variaciones, es
decir sobre la m odalidad de la nodalidad específica y absolutam ente
singular en la q ue la transición del Edipo ha sido abordada, salvada,
parcialm ente fallada o eludida p o r tal o cual individuo. Estas variacio­
nes p u ed en ser pensadas y conocidas en su esencia misma, a partir de
la estructura del Edipo invariante, p o r la razón, precisam ente, que hace
que toda esta transición haya sido m arcada, desde su condición previa
de la fascinación, tanto en sus form as más “ab erran tes” com o en sus
form as más “norm ales”, p o r la Ley de su estructura, últim a form a del
acceso a lo Sim bólico bajo la Ley misma de lo Sim bólico.36
Sé que estas breves indicaciones no sólo parecerán sumarias y esque-

teatro, escena, p uesta en escena, m aquinaria, g én ero teatral, escenógrafo, etc., hay to d a
la distancia del espectador, quien se considera el teatro, en el tea tro m ism o.
h Si oím os este térm ino de “efecto” e n el contexto de u n a teo ría clásica de la
causalidad, nos h a rá concebir la presencia actual de la causa e n su efecto (cf. Spinoza).
36 Las siguientes líneas rem plazan la conclusión inicialm ente prevista p o r Louis
A lthusser: “Es necesario ser Sartre (Les mots, G allim ard), es d ecir m oral hasta el p u n to
d e ser p u ra conciencia, para cree r que el deceso de un p a d re p u e d a ser con fu n d id o con
la m u erte de la Ley, q u e podam os evitar el E dipo y re co rre r el m u n d o ‘sin sup ereg o ’.
La ‘p equeña m aravilla’: el inconsciente, cuya ‘conciencia’ (de la m ala fe), evidentem ente,
preserva a Sartre, escribe sin em bargo, bajo su nariz, estas tres palabras en cuatro
vocablos: la-pequeña-m adre-desvelo [en francés vieiveille, “m aravilla”, se p ro n u n c ia
exactam ente igual que viére-veille, “m adre-desvelo”]. S artre lo dice solo: érase u n a
pequeña-madre-desvelo, este maravilloso niñito, que sabía c uidar de sí m ism o com o si
hubiese sido su p ro p ia m adre, a falta m ism a de su m adre, qu ien le e ra u n a igual, su
herm ana, p a ra el regocijo, los abrazos y la com pasión. Su m adre, acorralada, po d ía
dejarlo sin preocupaciones: se cuidaba a sí m ism o. A sociemos... U n a maravillosa-peque-
ña-maravilla: u n a m adre-en-vela-pequeña-m adre-desvelo [en francés viemeilleuse-petite-
meweille: mere-veilleuse-petite-mére-veillese p ro n u n cian exactam ente igual]. M adre en vela,
pues el n iño cuidaba de sí. Sartre lo dice solo: H izo falta u n P adre con p a te n te (un
em inente psicoanalista) para asegurarle que n o tenía superego. C om o antaño lo decía
o tro M aestro: si todo es rosa, nada es m enos rosa; lo que tam bién p u e d e expresarse:
que si el rosa n o es, todo es rosa. Lo cual esclarece sin d u d a q u e a S artre le im p o rte
poco escribir su M oral, pues no creyó m ás que en ella y no escribe m ás que d e ella. Los
Reyes siem pre están desnudos.
"Gracias a Lacan sabrem os sin n inguna d u d a que si todo el resto es literatura, y antes
que nada esta literatu ra sobre el psicoanálisis, el psicoanálisis m erece, decididam ente,
o tro respeto: el que se otorga o niega a u n a ciencia.”
m áticas sino que lo son, y que num erosas nociones, invocadas o
p lanteadas aquí, exigirían largos desarrollos que las justificaran y
fundam entaran. A un esclarecidas en su fundam ento, en las relaciones
que m antienen con el conjunto de las nociones que las sustentan, y
hasta com paradas al pie d e la letra con los análisis de F reud, plantean
a su vez problem as: no sólo problem as d e form ación, de definición y
de esclarecim iento conceptuales, sino nuevos problem as reales, pro­
vocados necesariam ente p o r el desarrollo del esfuerzo de teorización
del que acabam os d e hablar. P or ejem plo: ¿cómo pensar rigurosam en­
te la relación entre, p o r u n a parte, la estructura form al del lenguaje
—condición de posibilidad absoluta de la existencia y de la inteligencia
del inconsciente—; p o r otra, las estructuras concretas del parentesco;
p o r la otra, y p o r últim o, las form aciones concretas ideológicas en las
q ue se viven las funciones específicas (paternidad, m aternidad, infan­
cia) im plicadas en las estructuras del parentesco? ¿Podem os concebir
que la variación histórica d e estas últim as estructuras (parentesco,
ideología) p u ed a afectar sensiblem ente a tal o cual aspecto de las
instancias aisladas p o r Freud? O tra pregunta: ¿en qué m edida el
descubrim iento de F reud, pensado en su racionalidad, puede, p o r la
sim ple definición de su objeto y de su lugar, repercutir en las discipli­
nas d e las q ue se distingue (com o la psicología, la psicosociología, la
sociología) y provocar en ellas preguntas sobre el estatus (a veces
problem ático) de su objeto? Ú ltim a pregunta, p o r fin, e n tre tantas
otras: ¿qué relaciones existen en tre la teoría analítica y 1] sus condi­
ciones de aparición histórica p o r una parte; 2] sus condiciones sociales
de aplicación p o r la otra?
1] iQuién era pues Freud para haber podido al mismo tiempo fundar
la teoría analítica e inaugurar, com o Analista núm ero 1, autoanalizado,
P adre original, el largo linaje de los psicoanalistas que apelan a él? 2]
¿Quiénes son pues los psicoanalistas para aceptar al viismo tiempo (y de
la m anera más natural del m undo) la teoría freudiana, la tradición
didáctica in terru m p id a de Freud, y las condiciones económ icas y
sociales (el estatus social d e sus “sociedades” estrecham ente vinculado
al estatus d e la corporación médica) en las que ejercen? ¿En qué m edida
los orígenes históricos y las condiciones económ icas y sociales del
ejercicio del psicoanálisis repercuten en la teo ría y la técnica analítica?
¿En qué m edida, sobre todo, puesto que así son las cosas, el silencio
teórico de los psicoanalistas sobre estos problem as, la inhibición teóri­
ca que aqueja a estos problem as en el m undo analítico, afectan el
co n tenido m ism o tanto d e la teoría com o d e la técnica analítica? La
eterna pregunta del “final del análisis” ¿no está, entre otras, en relación
con esta inhibición, es decir con el hecho de no haber pensado estos
problemas, que son m uestra de una historia epistemológica del psicoaná­
lisis y de u na historia social (e ideológica) del m undo analítico?
M uchos son, pues, los problem as reales planteados, que constitu­
yen de in m ediato otros tantos cam pos de investigación. N o es im po­
sible que algunas nociones, en u n futuro cercano, resurjan transfor­
m adas de esta prueba.
A esta prueba, si llegamos al fondo, Freud sometió, en su ámbito, cierta
imagen tradicional, jurídica, moral y filosófica, es decir en definitiva
ideológica, del “hom bre”, del “sujeto” hum ano. No en vano Freud
comparó a veces la repercusión crítica de su descubrim iento con los
trastornos de la revolución de Copérnico. Desde Copérnico, sabemos
que la T ierra no es el “centro” del universo. Desde Marx, sabemos que
el sujeto hum ano, el ego económico, político o filosófico, no es el “centro”
de la historia; sabemos también, en oposición a los filósofos iluministas
y a Hegel, que la historia no tiene “centro”, sino que posee una estructura
que no tiene “centro” necesario más que en el desconocim iento ideoló­
gico. Freud nos descubre a su vez que el sujeto real, el individuo en su
esencia singular, no tiene la figura de un ego, centrado en el “y °”> Ia
“conciencia”, o la “existencia” —ya sea la existencia del para sí, del cuerpo
propio o del “com portam iento”—; que el sujeto hum ano está descentra­
do, constituido por una estructura que tampoco tiene “centro” más que
en el desconocim iento imaginario del “yo”, es decir en las formaciones
ideológicas en las que se “reconoce”.
C on ello, lo h ab rán notado, se nos abre sin d u d a u n a d e las vías p o r
las cuales llegarem os quizás, u n día, a una m ejor com prensión de esta
estructura del desconocimiento, que interesa en p rim er lugar a cualquier
investigación sobre la ideología.

(Enero de 1964)

APÉNDICE
N O TA A LA E D IC IÓ N EN INGLÉS DE “FREUD Y LACAN”

D ebido a nuestra insistencia, Louis A lthusser nos autorizó a rep ro d u ­


cir el siguiente artículo, que fue escrito en 1964 en u n a revista del
Partido C om unista francés: La Nouvelle Critique.
En efecto, A lthusser estim a que “el texto que vam os a leer puede
ser mal com prendido, si no lo consideram os com o lo que fue entonces
objetivamente: u n a intervención filosófica en el P artido C om unista fran­
cés p ara hacerle reconocer la cientificidad del psicoanálisis, la o b ra de
F reu d y el interés de la in terp retació n de Lacan. Se tratab a de un
com bate, pues el psicoanálisis había sido oficialmente co n d en ad o en
los años de 1950, com o ‘ideología reaccionaria’, y a pesar d e algunos
m atices, esta co n d en a seguía dom inando la situación cuando Louis
A lthusser escribió su artículo. D ebem os pues tom ar en cuenta esta
situación excepcional p ara ju zg ar el sentido de su intervención”.
Asimismo Louis A lthusser le advierte al lector inglés que su artículo
co n tiene tesis que es necesario “o bien rectificar o desarrollar.
”En particular la teo ría de Lacan es presentada en el artículo en
térm inos que, a pesar d e todas las precauciones tom adas, tienen una
repercusión ‘culturalista’ (cuando la teoría de Lacan es p ro fu n d am en ­
te ¿míiculturalista).
”En cam bio, el final del artículo contiene indicaciones justas que
habría que desarrollar largam ente: sobre las form as d e la ideología
familiar, y sobre el papel fundam ental que tienen al p o n e r en m archa
el funcionam iento de la instancia que F reud llam a el inconsciente y
que h abrá que llam ar d e o tra m anera cuando hayamos enco n trad o un
m ejor térm ino.
"Esta m ención de las form as de la ideología fam iliar (ideología del
parentesco-m aternidad-conyugalidad-infantilidad y sus efectos cruza­
dos) es crucial, pues im plica la siguiente conclusión, que Lacan, dada
la condición de su form ación teórica, no podía enunciar: no es posible
producir una teoría del psicoanálisis sin fundamentarla en el materialismo
histórico (del que d ep e n d e en últim a instancia la teoría de las form a­
ciones de la ideología fam iliar).”

(21 de febrero d e 1969)


CARTAS A D...
1966
Durante el XXV Congreso de los Psicoanalistas de Lenguas Romance,
efectuado en Milán del 16 al 18 de mayo de 1964, René Diatkine, quien
aún no era el psicoanalista de Louis Althusser, leyó una comunicación
titulada “Agressivité et fantasmes d ’agression” [“Agresividad y fantasmas
de agresión”] cuyo texto habría de ser publicado en 1966 en el tom o xxx
de la Revue Frangaise de Psychanalyse. Tras haber leído y tom ado largas
notas de su texto, del que se encontró además en su biblioteca una
separata sin dedicatoria, Louis Althusser aprovechó la ocasión para
dedicarse, en julio y agosto de 1966, a un intercam bio de cartas teóricas
con quien era ya su analista desde hacía un año y medio.
Los docum entos hallados en los archivos de Louis Althusser, inti­
tulados “C urta a D... núm . 1, R espuesta de D...,” y “C arta a D... núm .
2” no son ni los originales ni las copias de las cartas realm ente
enviadas, de las que no quedó ningún rastro: los tres, m ecanografiados
en la m ism a m áquina de escribir, sin duda form an parte de los textos
de los que A lthusser cuenta en L 'avenir dure longtemps que se los hacía
pasar p o r u n a secretaria de la Escuela N orm al S uperior.1C om o hizo
con la m ayor parte de los textos m ecanografiados así —p o r ejem plo
las “Tres notas sobre la teoría del discurso” publicadas en esta com pi­
lación— A lthusser puso en circulación sus “Cartas a D...”: su corres­
p o n dencia con varios de sus allegados lo atestigua, sin que a pesar de
ello se evoque alguna vez la “R espuesta de D...”.
Com o R ené Diatkine nos confirm ó la realidad de este intercam bio
epistolar al m ism o tiem po que se opuso a la publicación de su propio
texto,11p ro p o n em o s aquí a los lectores las dos “C artas a D...”, lim itán­
donos a resu m ir los pasajes d e la “R espuesta de D ...” necesarios para
la com prensión de los dos escritos de Althusser.

O. C .-F . M.

1L 'avenir dure longtemps, op. cit., p. 64.


" “Los dos textos de Louis A lthusser son muy interesantes y vale la pena publicarlos”,
precisó R ené Diatkine, agregando: “E n cambio, el mío no lo escribí para publicarlo; lo hice
en las circunstancias que ya se im aginarán. P or ello sólo puedo o ponerm e a su publicación,
más aún po rq u e ya no corresponde en absoluto a mi form a d e pensar actual.”
CARTA A D... (NÚM. 1)

C oncuerdo p ro fundam ente con —y m e siento m uy reconfortado


(desde u n p u n to de vista teórico) por— sus tesis fundam entales, p o r
la tendencia teórica general de su texto, p o r sus principales preocupa­
ciones, p o r sus referencias explícitas o latentes, digam os p o r su toma
de posición política (en el sentido estricto, p ero que tam bién incluye el
sentido estrecho) en los problem as teóricos del psicoanálisis.
No sólo hablo de dos o tres puyas contra la religión, de reflexiones
im pertinentes, es decir m uy pertinentes, acerca d e la ideología de los
p adres (n o se le p erd o n ará el “¿pero cóm o identificarse con u n
puré?”,1 q u e ya debe ser célebre...), de la reactivación ideológica p o r
p arte de los psicoanalistas de la ideología “esp o n tán ea” de los padres,
de la ideología más general que rige a estas reacciones (cierta frase
acerca de los burgueses liberales o d e los intelectuales de izquierda),2
es decir la ideología pequeño-burguesa o sim plem ente burguesa...
H ablo a n te to d o de sus tesis sobre la biología y la etología, de la m anera
en que se esfuerza p o r deslindarse inequívocam ente d e todo biologismo
y todo etologismo en la interpretación d e los hechos analíticos.
S obre este p u n to decisivo es usted intratable. En los conflictos d e
in terp retació n teórica de los hechos analíticos, hoy (y ya desde hace
bastante tiem po), es en este preciso p u n to d o n d e pasa la línea divisoria
decisiva. Los q ue hacen la m en o r concesión teórica a la biología, a la
etología, están perdidos para la reflexión teórica sobre el psicoanálisis:
caen muy rápido, si son analistas, en la psicología (o en el culturalism o,

1 La cita exacta es: “¿pero quién p u e d e identificarse con u n p uré?”, en R. Diatkine,


“Agressivité e t fantasm e d ’agression”, Revue Franfaise de Psychanalyse, tom o xxx, 1966,
p .7 1 .
2 “A dultos, nos han h e rid o en nu e stra dignidad de hom bres cuando nos enteram os
de la v erdad so b re ciertos regím enes coloniales, sobre Auschwitz o sobre H iroshim a.
N uestra b u e n a conciencia de burgueses liberales nos p erm ite olvidar p ro n to estas
insoportables realidades, a m enos q ue n u estro m asoquism o d e intelectuales de izquier­
d a nos vuelva a sum ergir e n ellas. P ero nos es m ás cóm odo e n c o n tra r que la agresividad
es bestial.” Ibid., p. 69.
que es la “psicología” de las sociedades), la psicología, es decir el lugar
de las peores confusiones y perversiones ideológicas de nuestro tiem po.
E ntiéndam e bien: no quiero decir que no pu ed an p roporcionarnos
elementos interesantes de orden clínico-práctico-empírico, hasta quizás,
en ciertos casos, de o rd e n teórico, pero no son más que elementos que
es necesario h urtarles a pesar de ellos, pues la lógica de su sistem a los
conduce inevitablem ente a u n estancamiento teórico, en u n a dirección
en la que quienes los siguieran sólo pueden perderse. Da usted mismo
u n a dem ostración p aten te de ello con el m ito del canibalism o prim i­
tivo de Abraham y su reanudación p o r p arte de Melanie Klein: sus
consecuencias teóricas son desastrosas. En el fondo, usted está a punto
d e decir (pues lo piensa) lo m ismo que Nacht? su teoría d e la agre­
sividad-reacción a la “frustración” es biopsicología y no o tra cosa, no
lleva a nada, o más b ien llevaría (y lleva en otros) a graves aberraciones
teóricas si... N acht no tuviera el bu en gusto de ten er pocos d ones para
la teoría.
C o n tra el biologismo, co n tra sus peores m itos (las diferentes form as
de la h erencia filogenética, a la que se hace intervenir com o a otros
tantos m ilagros teóricos para resolver problem as im posibles, p o r ser
problem as mal planteados), contra el etologismo y todas sus variantes
(la psicología y el culturalismo son actualm ente las más peligrosas), ésta
es su posición de base. C onsidero que es ahí donde pasa la línea
divisoria decisiva p ara u n trabajo teórico sobre los hechos psicoanalíti-
cos (incluyendo la obra de Freud). De hecho, la experiencia m uestra
que no es posible discutir seriam ente, o ni siquiera hablar con aquellos
que h an perm anecido más acá de esta línea divisoria, aun si son
analistas. Pues estos últim os están dom inados y abrum ados p o r la
ideología biologista, etologista, psicologista, culturalista, etc., y se han
vuelto sordos y mudos, teóricam ente hablando. No se p u ed e discutir
más que con los que salvaron esta línea divisoria, pues es más allá de
ella d o n d e se inicia... la salvación, quiero decir el ám bito e n el que
p u ed e em pezar a ejercerse u n a reflexión teórica.
P erm ítam e hacer aquí algunas observaciones.
a] U sted reconocerá q u e es Lacan el p rim ero que, d e m anera
masiva, insistente y fu ertem en te argum entada, puso en evidencia la
necesidad absoluta de esta ru p tu ra con el bio-eto-psico-culturalism o,
com o condición para cualquier trabajo teórico sobre los hechos

s Sacha N acht era entonces p resid en te de la Sociedad Psicoanalítica d e París, a la


que pertenecía R ene Diatkine.
psicoanalíticos. Para nosotros, desde afuera, esto com pete sim plem ente
a la historia objetiva; es u n hecho indiscutible. Ello no quiere decir
que otros adem ás de Lacan, p o r su parte y a su m anera, no hayan
descubierto y reconocido la m ism a necesidad, o que no la perciban
después d e él: los grandes autores o descubridores están siem pre
acom pañados, seguidos y a m enudo precedidos p o r pequeños autores
que no tan los mismos hechos y hacen los m ism os descubrim ientos.
Pero los g randes autores son históricamente grandes p o rq u e com pren­
dieron la im portancia histórica de su descubrim iento, hicieron de él
el centro d e su obra, e hicieron de esta o b ra u n a acción pública, capaz
de modificar la situación teórica. C uando digo que lo comprendieron no
me refiero a q u e esta com prensión d eba buscarse forzosam ente en su
conciencia; se la encuentra ahí, o no, pero en cam bio siem pre se
observa esta com prensión en acto en su obra, en el lugar (central) que
atribuye a su descubrim iento, y en la fonna de existencia de esta obra,
por ejem plo su publicidad, incluso el escándalo q ue busca (sin im p o rtar
cuáles sean las m otivaciones subjetivas), pues tam bién el escándalo
puede ser objetivam ente indicio de u n efecto con alcance histórico.
Digo esto p o r nosotros, p ero tam bién p o r usted. Es posible que
todo oyente d e su Sociedad, al oírlo luchar co ntra la bio-eto-psicología,
haya sabido que reactivaba, d e m anera m uy personal, el argum ento
fundam ental d e Lacan, y en el fondo lo que le debemos históricamente
en el sentido en que lo definí antes. Mas no estoy totalm ente seguro
de ello. T en g o razones para tem er que la m ayor parte de sus oyentes
o, p o r lo m enos algunos, y no los m enos... estén rechazando cuidado­
sam ente (y d e ninguna m anera en el sentido del rechazo analítico, sino
en el del ideológico-político) la existencia de Lacan y su aportación,
que es, a este respecto, absolutamente decisiva. Este rechazo es, perm í­
tam e decirlo, malsano. A un si se d ebe —y con m ayor razón si al p arecer
se justifica— a las precauciones “políticas” que se deben tom ar con
personajes tan im portantes com o Nacht, que caen en la psicología. N o
podem os perm itirnos compromisos teóricos: siem pre se los paga muy
caro. U sted la libra, en su texto, p o r m edio de u n término medio: es
p ru dente, p ero en el fondo muy claro sobre Nacht. En cambio no habla
de Lacan. (Lo m enciona, pero a propósito de o tra cuestión.)4 A la
larga, y hasta a m ediano y corto plazo, esta política del silencio es, no
p ued e no ser, u n a mala política. A unque no fuese más que p o r la razón
que ya le di: su silencio es el m edio más seguro para Lacan d e

4 D iatkine, op. cit., p. 46


m anten erlo cautivo de su fascinación y d e sus defectos personales, en
el m ism o m om ento en el que usted piensa haber roto (y él tam bién
cree que usted rom pió) to d o vínculo con él. M ientras no haya hecho
las cuentas con él d e m an era abierta, pública, objetiva, dem ostrativa,
es decir teórica —y hacer las cuentas con alguien es empezar por reconocer
lo que se le debe—, lo “d o m in ará”, y al hacerlo le im pide al m ism o tiem po
ser teóricam ente libre y avanzar en verdad en la búsqueda teórica.
A quí hay algo que tiene u n m ayor alcance, y usted m e habló de ello
u n a vez, a propósito d e la tendencia de los analistas a “in te rp re ta r” en
térm inos d e pulsión, etc., cualquier iniciativa tom ada p o r u n analista
en el o rd e n de la discusión o de la investigación teórica (organización
de encuentros, discursos públicos, etc.). Me p regunto si no es usted
(ustedes = los analistas en general, incluso los m ejor intencionados, los
m ejores, incluido desde luego usted m ismo, R. D.) en cierta m edida
víctim a d e lo que u sted (R. D.) me expresaba tan bien recientem ente.
Al eludir, al evitar la tarea objetiva (político-teórica) de hacer claram en­
te las cuentas con Lacan, se comporta com o si todo lo que sucede entre
L acan y usted com petiera exclusivam ente a la in terpretación analítica
(su actitud por u n a p arte y la d e usted p o r la otra). Al no hacer (en los
actos, y accesoriam ente en su conciencia) la distinción indispensable
en tre, digam os, lo que com pete a la objetividad teórica e histórica p o r
u n a parte, y lo que com pete a las pulsiones individuales y sus com po­
nen tes en efectos de grupo p o r la otra, usted se dedica a los efectos de
esas pulsiones, es decir, hablando b rutalm ente, sólo a los efectos d e la
“puesta en escena d e L acan”, y está usted paralizado a n te la obra
teórica de él, hasta ante lo que su “estilo” produjo y que es objetivamente
valioso: su o b ra teórica, en la q ue desde luego es necesario hacer una
selección, pero cuando se m anda a paseo al vendedor d e verduras,
¡después ya no es posible hacer la selección sin sus tomates!
P ara ah o n d ar aún más, creo que cuando ustedes (los analistas en
su relación con Lacan, sin que im porte de hecho esta relación, pues
se p u ed e generalizar) se dedican a las pulsiones, en el sentido que
acabam os de ver, en realidad se entregan a lo que... iiba yo a decir desde
to da la eternidad!, les tiende los brazos, sirviéndose de esas apariencias
subjetivas: cierta ideología d e com prom iso en la cual se refugia, en la
que p u ed e refugiarse p o rq u e está desde siem pre a su disposición, al
alcance d e la m ano, la ideología empírica, con las graves consecuencias
que acarrea en lo referen te a las relaciones d e ustedes con la teoría.
T od o esto puede ser enigm ático. Espero p o d er esclarecerlo a con­
tinuación.
b] Y p ara em pezar con u n a segunda observación. Deslindarse,
com o lo hace, de todo bio-eto-psicologismo, es u n a condición capital
para to d o trabajo teórico, pero es u n a condición sólo negativa. Le
enseña q ue no hay que buscar la inteligencia d e los hechos analíticos
en la biología, la etología, la psicología, etc.; le enseña q u e los hechos
psicoanalíticos tienen u n a originalidad irreductible (y usted lo señala
muy bien), mas todo esto sigue siendo negativo y programático. La
condición del trabajo teórico no es el trabajo teórico, la condición a
partir de la cual p od rán ser definidos conceptos teóricos no nos indica
el inicio del co ntenido de estos conceptos teóricos. En esta situación,
estamos en el caso de lo que llamé “conceptos prácticos”5 (en el ám bito
de la teoría, desde luego), es decir d e los conceptos-indicadores de
dirección: n o hay que ir p o r aquí, sino p o r allá... avanzar en esta
dirección si se quiere ten er la posibilidad de en c o n trar algo válido,
etc. Pero q u ed a p o r hacer todo el trabajo. Y lo digo p o r no dejar, pues
sé que usted lo sabe, e infinitam ente m ejor que yo.
c] Sin em bargo, he aquí en seguida u n ejem plo en el que las cosas
se precisan, dicho de o tra m anera en el que los rechazos teóricos
absolutos (del bio-eto-psicologismo), que hasta aquí n o tienen más
que u n co n ten id o negativo, ad quieren u n co n ten id o positivo desde
el p u n to d e vista teórico. Pienso en su tesis teórica sobre la diferencia
del estatus e n tre lo que sucede digam os “e n ” o “c o n ” el niño d u ra n te
el p rim er m es, p o r u n a parte, y lo que podem os pen sar que sucede
más adelante, en u n m om ento que usted no fija con exactitud, pero
cuyos signos indiscutibles en to d o caso saltan a la vista a p artir del
octavo m es.6
Esta tesis le p erm ite devolver al C ésar lo que es del César, y fijar,
en el desarrollo del niño, el lugar d e la línea divisoria decisiva en tre lo
bio-eto-psicológico, p o r una parte, y lo psicoanalítico, p o r la otra. Está
claro, co rresp o n d e m anifiestam ente a la experiencia, hechos indiscu­
tibles. Esto p erm ite reconocerle a la biología sus derechos, a la
etología, etc., al m ism o tiem po que se las limita en el tiem po. Existe el
más acá y el más allá. N o m e haga decir lo que no digo: que después
del límite ya no hay biológico, etológico, etc. D esde luego subsiste,
pero en el m o m en to del lím ite surgió algo radicalm ente nuevo, diga­
mos, para ser breve, el inconsciente, que no existía antes del límite. Lo

5 P o r ejem plo en la “N ota com plem entaria sobre el ‘hum anism o real’ ”, retom ada
en La revolución teórica de Mane, pp. 255 y ss.
6 Diatkine, op. cit., pp. 77-79.
que significa q ue antes de este límite era el reino exclusivo de lo
bio-eto-etc. Lo que llam o devolver al C ésar lo que es del César.
Está claro, y esto satisface o puede satisfacer a to d o el m undo,
incluso a los propios biólogos, etólogos y psicólogos, a condición de
que no tengan m uy m al genio o que sean dem asiado obcecados. Esto
tam bién po ne o rd en en los delirios biológicos de A braham y de
M elanie, y en otras desviaciones más b urdas del psicoanálisis contem ­
po ráneo . Esto tam bién le satisface a usted.
Sin em bargo, desearía hacer n otar esto, y luego plantear una
pregunta: creo que su tesis es m ucho más una ilustración d e la
necesidad polém ica de m arcar la existencia m ediante u n a línea de
dem arcación absoluta, que u n a demostración de la form a que p u ed e y
debe adq uirir esta ru p tu ra o límite en el ám bito teórico. Dicho de otra
m anera, y para llegar al fondo de las cosas, tem o que sea u n a ilusión
ideológica p re te n d er situar esta línea divisoria, con un antes bio-etoló-
gico y un después en el que figura algo radicalm ente nuevo (el incons­
ciente) en el desarrollo mismo del niño.
Me voy a explicar, al pasar a mi pu n to 2]. P ero tenía que m encionar
en mi p u n to 1] esta consecuencia, en la m edida en que, para mí, es
u n a consecuencia sacada en falso de premisas coirectas. Falsam ente sacada
p o rq u e las prem isas correctas no son m ás que negativamente correctas,
y la falsedad de las consecuencias responde a que no se tuvo en cuenta
el estatus negativo de lo correcto, a que no se criticó elfondo de lo que
se rechazaba, lo que dio p o r resultado que en el m om ento de pasar de
lo negativo a lo positivo teórico, volvimos a caer, sin darnos cuenta,
en lo que acabábam os de rechazar, y que la combinación de este rechazo
y de esta aceptación (provocada p o r esta recaída) dio lo que no podía
evitar dar: u n compromiso teórico establecido entre lo que se quería decir
y lo que nos negábam os a decir, com prom iso que adquiere la form a
clásica de u n a división de territorio, con u n a frontera, la form a de un
devolvamos al C ésar lo q ue es del César, devolvamos a lo bio-etológico
lo que es de lo bio-etológico puro, el p rim er mes del niño. U n antes,
y u n después: un más acá de los Pirineos y u n más allá de los Pirineos.
T o d o esto muestra que hay Pirineos y todo el m undo está contento.
P ero todo esto sólo es posible —voy a trata r de m ostrarlo—p orque
usted calla sobre lo que dice Lacan, quien, aun si dice tonterías, y a
través de sus propias tonterías, sabe que no se debe aceptar un
com prom iso teórico, y lo dice, no deja de decirlo; sabe que no se
p u ed e com partir u n territorio; sabe, p o r últim o, que u n ejem plo es
u n ejem plo, y no u n a dem ostración. H ágam e el favor d e considerar
que hablo de Lacan sólo desde el punto de vista teórico e histórico.
Desde luego p o d ría no hablar de él en lo absoluto, y exponerle lo que
voy a decirle sin m encionar su nom bre. P ero sería ocultar la cabeza
en la arena, pues Lacan existe, y produjo toda u n a o b ra que tiene un
peso considerable, sin im portar si la aceptam os o la rechazamos.
H ablar de él es tam bién em pezar a p o n er en su lugar aquello en tre lo
que se h ará la selección en esta obra, y pensar q u e existen las reglas
imperativas de la selección —es decir de la crítica epistem ológica e
ideológica—, y p o r lo tanto que no se puede seleccionar com o sea.
2] Paso pues a su tesis teórica, o más b ien a aquella de sus tesis
teóricas q u e m e parece al m ism o tiem po la más im portante y la que
más debe p o n erse en tela de juicio, por lo menos en la forma que usted
le dio.
Finalm ente, después de h aber escrito (con m ucha razón) que “puede
ser arbitrario ubicar el origen de las abscisas en el cruce de las coordenadas ”
(podríam os pregu n tarnos cuál es el sentido positivo de esta frase, cf.
más ad elante)7 usted insiste sin em bargo (y hasta p o r su rechazo
m ism o d e ubicarlo allí) en el concepto d e “origen d e las abscisas ”, es
decir que se obstina sin em bargo en hacer u n a “génesis” (cf. p. 73, “la
génesis de los fantasm as”que usted in ten tó con Lebovici en su inform e
de Roma, 1953).8 No quiero tomarle la palabra, es decir considerar su pa­
labra com o u n concepto teórico. Usted sabe que considero religiosos en el
fondo los conceptos de origen y de génesis, tom ados desde luego en el sen­
tido riguroso constituido p o r su unión. Es u n a op inión que sostuve ya
con argum entos serios en el prefacio de Para leer E l capital, y que me
parece cada vez más fundam entada, y cada vez m ás dem ostrable.
C uando usted utiliza los conceptos de origen y de génesis, n o hace
usted de ellos (¡a Dios gracias!) un uso riguroso, es decir religioso,
p ero no evita por completo este uso y sus efectos. Desearía in ten tar
dem ostrarlo.
Voy a decir las cosas de m anera muy esquem ática y brutal, p ero es
p ara llegar a lo esencial.
En realidad su tesis contiene dos proposiciones distintas, cuyas
esencias so n absolutam ente diferentes, y q ue sin em bargo se rozan y,
llegado el caso, se confunden.

7 Diatkine, op. cit., p. 75.


8 D iatkine y Lebovici, “É tude des fantasm es chez l’e n fan t”, Revue Fran^aise de
Psychanalyse, to m o x v u i, núm . 1, 1954, pp. 108-155.
l q proposición. Es la idea de que surge algo irreductible en el niño
h um ano; en tend am os p o r irreductible lo biológico, lo etológico.
U sted ilustra esta idea prodigiosam ente correcta y fecunda de diez
m aneras. M uestra que en el plano d e la observación empírica nos
enfrentam os no sólo a m ecanism os diferentes en tre el anim al y el
niño, sino tam bién a distintos m ecanism os en tre el niño del prim er
m es y, digam os, el del octavo mes. M uestra que no es necesaria la
realidad de la escena prim itiva para que surja y funcione el fantasm a
de la escena prim itiva, y lo m ism o con otros fantasmas. M uestra que
el niñ o q ue “ja m á s” fue objeto de agresión siem pre pro d u ce sin
em bargo fantasm as de agresión (vuelve usted varias veces a esta
“cuestión central”, y con ju sta razón).
Este conjunto d e ejem plos y argum entos le sirve p ara dos fines:
1] m ostrar la especificidad del psicoanálisis y en particular de los
conceptos freudianos (por lo m enos los que señalan bien esta especi­
ficidad) con respecto a los conceptos de biólogos y etólogos; y
2] m ostrar que la obra tiene u n a dialéctica muy particular, que no
es la de u n a génesis (pues es im posible deducir el inconsciente de lo
biológico o d e lo etológico, ya sea anim al o hum ano), sino la de un
surgimiento: algo nuevo que em pieza a funcionar de manera autónoma.
T o d o lo que, e n su texto, se relaciona con esta prim era proposición,
es sumamente fecundo, y adm iré m ucho en tre otras las consecuencias
técnicas que usted saca de ella para el m anejo de la cura; to d a la teoría
d e la intrincación y d e la desintrincación de las pulsiones, d e la coyuntura
y de la divergencia (las perversiones) de las pulsiones, y toda u n a serie
d e form ulaciones particularm ente felices (la in tem poralidad del in­
consciente, p. 46, e n tre otras).
N o le oculto q u e m e interesan m ucho esas formas, que m e parecen
las form as de u n a verdadera dialéctica, muy opuesta o, más bien,
co m pletam ente ajena a las form as de la dialéctica hegeliana o vulgar,
q u e se basa, p o r su parte, en la idea de génesis-origen. P ero tam bién me
in teresan ésas p o rq u e los problem as analíticos que vislum bro m e
h acen pen sar q ue estas form as nuevas son indispensables p ara cual­
q u ier trabajo teórico sobre los hechos analíticos —su texto es una
p ru eb a convincente de ello. C uando usted em plea estos conceptos, y
p o r en d e esta dialéctica nueva, sus conceptos “se ad h ieren ” muy bien
a la experiencia, es decir a los hechos psicoanalíticos que refiere.
2- proposición. P ero al mismo tiem po que la prim era, su tesis
co n tien e u n a segunda proposición m ucho m enos segura teóricam en­
te y p o r ello criticable.
P odem os h acernos u n a idea de esta seg u n d a pro p o sició n rela­
cionando to d a u n a serie d e tem as, de co n cep to s y arg u m en to s que
usted utiliza, y co n fro n tán d o lo s con cierto n ú m e ro de silencios
p ertin en tes.
P rim ero h aré constar que usted está abiertam ente en contra de la
biología y d e la etología (en el sentido que vimos) pero, en cam bio,
que es m ucho más indulgente con respecto a la psicología. H asta
em plea la palabra en varias ocasiones, positivam ente, en su nom bre;
cuando habla de la “m ayor com plejidad psicológica” del com porta­
m iento del niño, etc. Y sobre to d o usa conceptos psicológicos-filosó-
ficos muy dudosos (“vivido”, “sentido”, “intencionalidad”, “experien­
cia h u m an a”, etc.). Desde luego, los utiliza de paso, y esto no tiene u n a
consecuencia directa en sus análisis. Pero si relacionam os el derecho
que usted se otorga de em plear conceptos psicológicos o fenom eno-
lógicos (la fenom enología es la psicología religiosa de nuestra época)
sin criticarlos, con el hecho de que en ningún lugar denuncia, llam án­
dola p o r su nom bre, la tentaciónpsicologista, que es p o r lo m enos tanto
o más peligrosa para el psicoanálisis que la tendencia biológica, esta
relación p u ed e volverse pertinente. Desde luego, en su texto se
encu entra to d o lo necesario para que la psicología sea condenada
aunque parezca im posible, pues no es más que la etología, y a la etología
se la condena, pero es el lector mismo quien debe sacar esta conclu­
sión. N o la saca usted mismo. Estoy persuadido d e que no es sólo p o r
política, p o rq u e N acht es muy tachado de psicologismo, o p orque no
es provechoso oponerse de frente a los psicólogos (habría que verlo),
sino p o r razones más profundas, que encontrarem os en otro nivel.
Es que en el fondo usted no renuncia por completo a la idea de u n a
génesis (la idea de génesis es uno de los conceptos orgánicos de toda
psicología). No sé lo que contiene acerca de la génesis de los fantasmas
su inform e de R om a 1953.9 P ero podem os en co n trar huellas de este
concepto d e génesis fuera de los lugares en que se le m enciona en
forma explícita: muy precisam ente en ciertos pasajes de su análisis, y en
algunos silencios u om isiones significativos a este respecto, pues
podem os d ecir que este concepto de génesis in ten ta realizarse, y de
hecho lo logra en cierta m edida (sólo en cierta m edida, p o rq u e su
realización se ve co ntradicha p o r todos los conceptos positivos y
fecundos q ue referí a su 1- proposición). Voy a to m ar sólo algunos
ejem plos. Su dificultad para fechar el momento en el que surge en la

9 D iatkine y Lebovici, op. cit.


historia del niño la nueva estructura que interesa al psicoanálisis (y sin
n inguna relación con las estructuras que la psicología declara psicoló­
gicas, p o r “com plejas” que sean) es significativa de su d u d a teórica,
específicam ente de la contradicción que existe en tre la no-génesis,
exigida p o r su distinción radical e n tre lo biológico y el inconsciente,
y la necesidad, propiam ente ideológica, y, digám oslo, psicológica (o
más bien psicologista), d e constituir a pesar de todo u n a génesis. Usted
se resiste a esta contradicción, o más bien la esquiva, la evita p o r m edio
de proposiciones (p. 75, últim o párrafo; p. 79, párrafos 9 y 10; p. 82,
p rim er párrafo, etc.) que no son más que descriptivas y vagas (“sin
em bargo esta situación evoluciona rápidam ente...”; “esta m odifica­
ción del sistem a de relaciones del niño...”; “así se crean las condiciones
necesarias para la aparición del lenguaje...”, etc.). Estas proposiciones
descriptivas requieren conceptos teóricos para existir: p o r ejem plo el
concepto d e “evolución”, o el concepto de “sistem a de relaciones del
n iño”, etc. A hora bien, estos conceptos no son buenos, p u ed e n incluso
ser malos (evolución es u n concepto teórico biológico; sistem a de
relaciones es un concepto teórico de la psicología, no del psicoanáli­
sis). En realidad usted no puede fechar el m om ento del surgim iento,
y qué b ueno. P ero d a la sensación de que se lo debe poderfechar por
lo m enos p o r derecho, y p o r ende inscribir u n a frontera, correlativa
de u n a génesis: es necesario que haya u n a relación de génesis en tre el
antes y el después, si hay u n antes y u n después, quiero decir si hay
u n antes biológico y u n después inconsciente.
Esta misma tentación d e génesis aparece en una curiosa definición
del inconsciente com o memoria, que m anifiestam ente lo atorm enta
(“reserva m nésica”, “m em oria”...), cuando al mismo tiem po ofrece
u n a definición teóricam ente irreprochable de la “intem poralidad del
inconsciente”. Si decim os que el inconsciente es una m em oria ¡caemos
en uno de los peores conceptos de la psicología!, y nos vemos tentados
a creer que m em oria = historia, que la cura = rem em oración rectificada
= b u en a historicidad, que curar a u n neurótico es devolverle su
“historicidad”,10 lo que es sin duda u n a de las fórm ulas m enos felices
q ue hayan salido de la plum a de Lacan. C om o verá, de la m em oria a

10 Louis A lthusser parece h acer referencia a la siguiente fórm ula d e Lacan: “El
instinto de m uerte expresa esencialm ente el lím ite de la función histórica del sujeto,
este lím ite es la m uerte, no com o u n eventual vencim iento de la vida del individuo, ni
com o u n a certeza em pírica del sujeto, sino según la fórm ula que dio d e él H eidegger,
com o ‘posibilidad absolutam ente propia, incondicional, insuperable, c ertera y com o tal
la historia el cam ino es corto, y de la psicología a la fenom enología
tam bién, puesto que es el m ismo. A dem ás el cam ino hacia la psicolo­
gía nunca es tan corto com o cuando jam ás se h a salido de ella, lo que
confirm a u n a frase célebre: “p ara regresar a su casa, u n a b u en a
dirección, la suya”, que se p u ed e m odificar com o sigue: “p ara estar
seguro de volver a casa, un b u en m edio: no salga d e ella”.
(Me parece que el inconsciente no es más u n a m em oria que
cualquier mecanismo quefunciona, incluso los m ecanism os cibernéticos
perfeccionados. A ese respecto, si mi “m em oria” no falla, hay bastantes
cosas b uenas en Lacan.)
Siem pre en el mismo orden, es decir a propósito de su 2- proposi­
ción, paso a un silencio aún más im presionante en su texto. Se refiere
ju stam en te al lenguaje.
Sin d u d a éste es el punto teóricam ente más im portante: el cruce de
los caminos teóricos, desde el pu n to d e vista de su p ro p ia reflexión.
Vea usted su párrafo 10: “Así se crean las condiciones necesarias
p ara la aparición del lenguaje... al niño no pu ed e interesarle el sig­
nificado a través del significante más que a condición de que guarde el
recuerdo elem ental del objeto desaparecido y que extraña o tem e” (p.
79). U sted prosigue sobre el m ism o tem a en la página 82: “...el niño
es inducido a descubrir lo que está más allá de su m undo inm ediata­
m ente sensible, m erced al ju eg o de la resema mnésica que es su
inconsciente en form ación, y a interesarse en el significado a través del
significante, es decir el lenguaje h u m an o ” (soy yo quien subraya).
Sin em bargo, en estos textos m e veo obligado a com prom eterlo,
pues sus palabras tienen m anifiestam ente, aun to m an d o en cuenta el
hecho de que su trabajo no le deja el tiem po indispensable p ara darle
el últim o to que a los conceptos, m ucha im portancia para usted, y
desde luego su conjunción sistem ática tiene un sentido totalmente
teórico, ese mismo que usted desea enunciar.
En efecto, en estos dos pasajes clave se ve “aparecer”, com o usted
dice (es la palabra exacta), el lenguaje, lo que quiere decir que antes de
este m om ento, ¡había pasado o perm anecido inadvertido! La m adre,
el padre, el desconocido (el no-m adre del cual el padre es u n a
variación que se especificará com o padre), p o r lo tanto la estructura

in d ete rm in ad a del sujeto’, e ntendám oslo del sujeto definido p o r su h istoricidad.” Este
pasaje del “D iscurso de R om a”, re to m ad o en Escritos, p. 318, está subrayado p o r
A lthusser e n el ejem plar del núm . 1 de La Psychanalyse (en el q u e h abía sido publicado
p o r vez p rim e ra) e n contrado en su biblioteca.
elem ental del parentesco —después elem entos de la ideología de los
padres, ante todo la materna-, habían aparecido en efecto en nuestro
análisis: pero no así el lenguaje. U sted lo hace “aparecer” sólo ¡cuando el
niño se p o n e a hablar! C onsidero q u e aquí hay una om isión de hecho
(debido a la existencia del lenguaje: el padre y la m adre hablan, son
seres parlantes, ¡hasta parlanchines!, aun cuando callan, quizá sobre
to d o cuando callan) q u e constituye u n a om isión teórica cuyas conse­
cuencias son im portantes. A pesar d e todo usted no habla del padre
a propósito del niño... ¡cuando el niño em pieza a transformarse en
p ad re o en m adre (a los 20 o 30 años)! y sin em bargo, no habla del
lenguaje ¡¡más que cuando el niño se pone a transformarse en un animal
locuaz!! R egresaré más adelante a esta om isión teórica.
P ero veam os o tro detalle im p o rtan te en estos dos pasajes. U sted
dice y repite que la aparición del lenguaje en el niño está condicionada
p o r la disposición de u n a memoria, y dice que esta m em oria es el
inconsciente. No p reten d o q ue esto sea falso, pero no p u ed o dejar de
observar que usted piensa el inconsciente com o una meitioria por
razones teóricas, quizás ocultas, y sin em bargo claras: p orque el
concepto de m em oria hace las veces, representa el equivalente, d e una
génesis, que u sted no desea ni biológica ni etológica, p ero génesis al
fin, y q ue acaba p o r pensarse en aquello de lo que usted no habla: la
psicología (el concepto de m em oria es u n concepto fundam ental de
la psicología). El problem a es que, com o en realidad usted hizo
desaparecer al lenguaje de todos sus análisis anteriores, p u ed e hacerlo
“aparecer” en el m om ento conveniente (aquel en el que “aparece”
efectivamente en el niño), pero debe com pensar esta facilidad, que por
lo dem ás constituye u n a confusión relativa (el lenguaje del niño, al
m enos al principio, no es idéntico al lenguaje en sí), con u n precio
m uy elevado: es que se ve obligado a hacernos asistir, com o nuestros
bu eno s autores del siglo xvm, y nuestros psicólogos contem poráneos,
q u e son sus herederos teóricos, a la ¡génesis del lenguaje a partir de la,
memoria! Poco más o m enos, es u n excelente Condillac, y n o lo digo
en tono de burla, pero no p u ed e ser u n Freud. Esto no quiere decir
que el surgimiento del lenguaje sim bólico del niño (objetivo, es decir
conform e al código que define el lenguaje social) no plantee un
problem a teórico; quiere decir que seguram ente no podrem os resol­
verlo si lo planteam os en térm inos d e génesis psicológica (el lenguaje
com o consecuencia de la m em oria), cuidando muy precisam ente de
h acer desaparecer el lenguaje com o elem ento estructural, y no com o
estru ctu ra esencial del “m edio” de los padres, y de lo que “sucede”
entre la m adre y el niño antes de su nacim iento, y p o r lo tanto después,
etc. El p roblem a del surgim iento del lenguaje del niño no es u n
problem a d e génesis, sino ante todo de reproducción de un lenguaje ya
existente en el m edio en el que el niño “aparece”. Esto sugiere que la
m anera en que usted plantea el problem a ocasiona m uchas dificulta­
des. Dice que el niño va hacia el significado a través del significante,
pero este significante es u n recuerdo (m em oria), y el recuerdo d e u n
“objeto” cuyo estatus se tom a en dos sentidos a pesar de todo distintos
(la m adre objetiva, y la m adre-para-el-niño, digam os la m adre fantas-
mática). Decir que este significante es un recu erd o es ten d er hacia el
psicologismo. Sin em bargo, al mismo tiempo, usted evita el psicologis-
mo m ostran d o que este recuerdo funciona de m anera específica, como
un código, con correlaciones específicas binarias-temarias (binarias:
au sen cia/p resen cia de la m adre; ternarias: m a d re /n o -m a d re /p a d re ).
Sin em bargo, en el m om ento m ism o en que hace aparecer que lo
im p o rtan te no es la génesis, sino el funcionamiento estructural de este
sistema codificado binario-ternario, no resiste el deseo de fundam en­
tar este sistem a en su pro p ia génesis, la de la experiencia que hace el
niño de la discontinuidad de la presencia y de la ausencia de la m adre,
y henos aquí en los linderos de la psicología, d e la que acaba de dar
pruebas (p o r lo que usted dice de sistem a codificado) de q u erer
evitarla con cuidado.
d] Me parece que es posible resum ir to d o esto de la siguiente
m anera: usted desea evitar el psicologismo, y su práctica experim ental
(tanto la observación psiquiátrica o clínica d e los niños com o su
práctica d e analista) lo obliga a ello constantem ente, pues bien sabe
que el sistema codificado se p o n e a funcionar d e golpe y surge, a pesar
de las enorm es variaciones en las condiciones de la experiencia infantil
(vea usted lo que dice lum inosam ente de la aparición de los fantasm as
agresivos ¡fuera de cualquier experiencia de agresión!). Sin em bargo no
logra evitar recurrir, o p o r lo m enos la tentación a recurrir, al
psicologismo, la tentación de una génesis, el em pleo de conceptos
psicológicos (¡el inconsciente m em oria!, ila génesis del lenguaje a p artir
de la m em oria!, ¡la génesis del significante-m adre a partir de la
experiencia de la alternación de su ausencia y su presencia!). T odo
esto po r razones que desde luego pueden resp o n d er a nuestra igno­
rancia actual, pero que también obedecen (pues la ignorancia no es u n
argum ento teórico) al hecho d e que usted sim plem ente om itió, hizo
de lado, o rechazó (¡teóricam ente!) una pieza im p o rtan te del expe­
diente: el lenguaje; no el lenguaje del niño, sino el lenguaje que el niño
no hace más que proseguir cuando p o r fin se pone a hablar. A hora
bien, pued e presum irse que este “personaje” que es el lenguaje tiene
u n a función m uy im portante en la puesta en escena en la que el niño
debe a toda costa encontrar su papel (su papel im posible de encontrar).
¿Cóm o co m p ren d er esta omisión teórica, que co rresponde a la
om isión de u n hecho, de un dato, de un elem ento indiscutible de
aquello en lo que el niño está atrapado desde su nacim iento? A hora
sucede que, de una m anera que podem os criticar, o rectificar, Lacan
no om itió este elemento y lo tomó en serio. Q ue haya sacado conclusio­
nes, algunas d e las cuales pu ed en ser erróneas, no lo niego, p ero no
es omitiendo u n elem ento que pu ed e ten er u n papel capital, o por lo
m enos im portante, com o podem os rectificar tal o cual conclusión
erró n ea que sacó Lacan. C uando se suprim en pu ra y sim plem ente las
prem isas, ya ni siquiera queda una conclusión p o r rectificar.
Así, vuelvo a encontrar, a propósito de esta cuestión precisa, el
p ro b lem a de sus relaciones teóricas con la obra de Lacan. Digo relacio­
nes teóricas (y no personales) y la obra de Lacan (y no Lacan). Y
nuevam ente lo que digo de ello no tiene sentido más q u e en el nivel
teórico, y no afecta de ninguna m anera todos los hechos psicoanalíti-
cos que usted refiere, su descripción, la inteligencia de sus mecanis­
m os, ni siquiera tal o cual concepto teórico muy p ertin en te propuesto
p o r usted p ara explicar hechos analíticos. H ablo desde u n p u n to de
vista teórico estratégico que podem os d efinir de esa m anera en su propia
reflexión, p o r su silencio mismo, cuando se trata del lenguaje. Es una
cuestión que no puede eludir si desea hacer “avanzar” la teoría del
psicoanálisis, y que no puede zanjar, com o está ten tad o a hacerlo,
recu rrien d o a la “psicología”, y que p o r otra parte tiene m ucha razón
(en la lógica m ism a de su actitud teórica) en rechazar. A hora bien,
Lacan planteó esta cuestión en térm inos definidos. Es casi el único que
la planteó, o p o r lo m enos fue el prim ero en hacerlo en el m undo
analítico, y la planteó com o una cuestión decisiva. U sted p u ed e no estar
de acuerdo con las respuestas que d a a esta cuestión, p ero no puede
p re te n d er que no la planteó, y que las respuestas que da no existen.
A un si es necesario rectificarlo, el trabajo teórico de Lacan existe, y
no podernos no tomarlo en cuenta. ¿Q ué diría usted de u n físico que por
u n a u o tra razón rechazara (teóricam ente) toda la o b ra teórica de
Einstein y, no to m ándola en cuenta para nada, in ten tara elaborar su
p ro p ia teoría física a p artir de los problem as de la física preeinsteinia-
na? Sería absurdo, no sólo porque p erd ería un tiem po considerable,
sino tam bién porque... com o los descubrim ientos teóricos no son sólo
cuestión de tiempo, ¡correría el riesgo de no en c o n trar nada! Sé que
mi com paración es desproporcionada, pero la hago adrede, para ense­
ñarle de u n a m anera flagrante la idea del carácter desproporcionado de
la distancia que tom a con respecto a la obra d e Lacan.
C om préndam e. La pretensión de Lacan, y su originalidad única en
el m u nd o del psicoanálisis, es ser u n teórico. Ser u n teórico no quiere
decir p ro d u c ir un concepto teórico que co rresp o n d a a tal hecho
em pírico, clínico, práctico, ni tam poco a vanos conceptos teóricos,
sino p ro d u c ir u n sistema general de conceptos teóricos, rigurosam ente
articulados e n tre sí, y capaces de explicar el conjunto d e los hechos y
del cam po d e la práctica analítica. N uestra preten sió n en sí misma es
perfectam ente legítima, hasta diría que es vital, p o r com pleto indis­
pensable p ara hacer del psicoanálisis algo más que u n a práctica capaz
de localizarse prácticam ente en sus objetos, su ám bito y sus procedi­
m ientos, si no teóricamente muda, (incapaz en particular de situarse y
de situar su objeto en el cam po de las diferentes ciencias existentes).
Es muy im p ortante hacer del psicoanálisis el objeto de esta teorización
para la práctica analítica misma; sé que usted está de acuerdo con
todos estos puntos. Por derecho, pues, la pretensión de Lacan está
fundam entada, es excelente, y m erece ser reconocida pública y abier­
tam ente pues, aparte de Lacan, ¿quién puede decir en verdad que tiene
esta pretensión, y que le dio el cuerpo de una obra? Nadie. R ecuerde
que en tiend o pretensión teórica en el sentido preciso que definí al
principio de este párrafo. Y digo, repito y sostengo con firmeza,
p o rq ue sencillam ente es la realidad, que p o r lo m enos en Francia
(aunque creo que en todo el m undo), aparte de Lacan, hoy en día no hay
nadie.
Esta declaración provocará indignación. P ero es cierta. Pues u n a
cosa es te n e r esta pretensión subjetivam ente y [otra] haberle dado un
cuerpo objetivo: el de u n a obra, cualesquiera que sean sus defectos. Y
o tra cosa más es haber producido tal o cual concepto, o tal g rupo de
conceptos teóricos (num erosos psicoanalistas inteligentes están en ese
punto, lo q ue ya es muy bueno), y todavía otra cosa es haber producido
un sistema general de conceptos rigurosamente articulados, pues es esto lo
que en verd ad hace al teórico. Si usted está dispuesto a aceptar estos
criterios, que son perfectam ente objetivos (son válidos para todas las
disciplinas científicas sin excepción), mi conclusión es inatacable:
a,parte de Lacan, hoy en día no hay nadie.
Si es así, hay que sacar las consecuencias d e ello y no ocultar la
cabeza en la arena. Prim ero hay que reconocer lo que es, y reconocer
el nivel en el que se sitúa Lacan (in d ep en d ien tem en te d e la validez de
tal o cual de sus tesis, el nivel de lo teórico en el cual se sitúa es vital).
D espués hay que subir a este nivel, y p ara ello hay que aprovechar el
trabajo ya realizado p o r Lacan, pues sería cosa de locos rechazar lo que
ya existe p o r el placer de... ¿reinventarlo? Es con esta condición,
cuando se está en ese nivel, cuando ya se utilizó el trabajo realizado
p o r Lacan para subir hasta él, com o se pued en hacer las cuentas con
Lacan, y si es necesario —pues entonces esto se vuelve posible e
indispensable— pedirle cuentas de u n cierto núm ero de erro res y, si es
o p o rtu n o , incluso criticar los términos en los que planteó el problem a
de la teorización de los hechos y de la práctica analíticos. Insisto: para
p o d er criticar los térm inos en los que planteó este problem a, prim ero
es necesario reconocer que planteó el problema, y reconocer todas las
condiciones (teóricas) que tuvo que satisfacer, y que u sted debe
satisfacer, para p o d er llegar al nivel en el que se vuelve posible plantear
este problema. Sólo entonces —y no antes— p o d rá hacerse u n a crítica
teórica verdadera. Hay que saberlo. T om e el ejem plo del lenguaje.
U sted en cu en tra esta cuestión, que tiene una enorm e dificultad en su
práctica misma, e in ten ta zafarse del problem a al m ism o tiem po por
u n a elisión (silencio sobre el lenguaje com o estructura constitutiva del
“m edio” familiar) y p o r una. génesis psicológica; p ero sim ultáneam ente,
pues usted es u n b u en “em pírico” que tom a en cuenta los hechos, dice
otra cosa al hablar de u n sistem a codificado binario-ternario, p ero de
esta otra cosa no se hace cargo teóricamente. P or su parte, Lacan lo hace
desde el inicio. Puede equivocarse en la manera en que plantea el
problem a; pero no en el hecho de plantear el problema del lenguaje en
el nivel teórico. A hora bien, usted, usted no plantea el problem a del
lenguaje a nivel teórico. T odo lo que pueda decir contra tal o cual tesis
de Lacan q uedará sin efecto teórico, aun si su crítica es ju sta, m ientras
no la haya situado en el nivel mismo en el que Lacan plantea co n ju sta
razón el problem a del lenguaje. A quí es do n d e su “em pirism o” le
cuesta caro, pues bien sabe que un “h ech o ” 1 1 0 puede desquiciar una
teoría (si esta teo ría no es sim ple delirio): para desquiciar (y a lo sum o
rem plazar) una teoría, es necesario que el “h echo” se vuelva teoría, es
decir sea pensado en el nivel teórico, en un sistem a de conceptos
teóricos. T oda la historia de las ciencias lo dem uestra. El que ataca
u n a v erdadera teoría con u n sim ple “h ech o ”, no elaborado teóricamen­
te, ataca u na fortaleza con u n a resortera.
Así pues, le vuelvo a hacer la p re g u n ta que ya le hice: ¿por qué se
deja llevar a rechazar así la o b ra de Lacan? Es un error, es u n a falta, es
la falta que no debe com eter, y que sin em bargo com ete. Me contestará
que es p o r el personaje de Lacan, pero no se trata de eso: se trata de
su o b ra y, aun más allá de su obra, se trata de aquello de lo que es la
única p ru eb a existente: se trata de la existencia p o r derecho propio de
la teoría e n el ám bito analítico. Bien valía París u n a misa: en tre
nosotros, el “personaje” Lacan, su “estilo” y sus manías, y todos los
efectos q ue pro d ujeron , incluso las heridas personales, “bien lo vale la
teoría”. Hay bienes que nunca se pagan dem asiado caro: los que
p ro d u cen más de lo que cuestan. Q ue esto sea difícil, rudo, extenuan­
te, que se necesite valor y lucidez, m ucho valor y lucidez, y hasta
sacrificios, es cierto, p ero bien lo vale la “teoría”. Sin em bargo deseo
agregar algo más. Para mí, usted rechaza de esta m anera su o b ra no
sólo p o r razones históricas (rupturas) o personales (relaciones “im po­
sibles” con Lacan). En últim a instancia, es p o r razones que obedecen
a la idea que usted tiene de la teoría y de su relación con la práctica y los
hechos de la experiencia, p o r lo tanto a la idea que usted se hace de
la naturaleza y del papel de la teoría. U sted p ronunció con m ucha
m odestia y lucidez —m ucha lucidez y valor, y dem asiada m o d e stia -
u na frase que desearía retom ar: “soy un em pírico”. Lo es en el sentido
más noble y más auténtico, p ero lo es también (y no es u n hecho suyo,
es u n efecto casi inevitable debido al estado no sólo d e la form ación
que se da a los futuros m édicos, a los futuros analistas, sino tam bién
de las “ciencias hum anas” en su conjunto) en el sentido ideológico. El
em pirism o ideológico es cierta concepción fabeada de la relación de
la teoría con la experiencia, de la naturaleza de la teoría y de su papel.
Es la ideología “espontánea” de todos los practicantes, sin im portar
su práctica, au n qu e sea am pliam ente teórica. Ahí es donde estam os
todos, y es de ahí de d o n d e todos debem os partir: partir, para alejarnos.
Esto es válido, usted lo sabe, no sólo en el ám bito d e su disciplina, o
incluso de otras disciplinas m uy científicas y form alizadas, sino tam ­
bién en política. T odos debem os liberarnos de la ideología em pírica
que nos do m in a sin que tengam os conciencia de ello. Q ue usted se
declare “em p írico” es, pues, m uy buena señal: veo en ello la prom esa
de que le to rcerá muy p ro n to el cuello a la ideología em pírica, que es
el más g ran d e obstáculo que existe cuando se q uiere llegar a la teoría.
Al dejar de estar som etido al em pirism o ideológico, no p erd erá el
extraordinario empirismo científico que constituye su fuerza y su m érito
excepcionales, este em pirism o científico que p o r ejem plo lo lleva, aun
a pesar de sus tentaciones psicologistas, a la cuestión del lenguaje, al
um bral m ism o de la teoría. Este em pirism o, el em pirism o científico,
pro d u cirá otros efectos so rp ren d en tes cuando usted haya despejado
an te él el inm enso espacio que le obstaculizan todavía los elem entos
de em pirism o ideológico que creo p o d er descubrir en algunos de sus
procedim ientos, en algunos de sus silencios, incluso en su rechazo de
la o b ra de Lacan. C reo p o d er decir que ese día estará solucionada la
cuestión de sus relaciones con la o b ra de Lacan p o r sí misma, o por
lo m enos sin la som bra (grave) de las dificultades (personales, históri­
cas, “sociales”) que hoy literalm ente “le tapan los ojos”.
e] U n últim o punto. Vuelvo a la cuestión de la inserción de la línea
divisoria (entre lo biológico y el inconsciente) en el tiem po de la
historia del desarrollo del niño.
Quizá me explique m ejor si digo que p retender a toda costa inscribir
esta línea divisoria en un m om ento preciso (o vago, com o usted lo hace:
entre el principio del segundo y del octavo mes) en el tiem po del desa­
rrollo del niño, es ceder a u n a ilusión ideológica de carácter psicologis-
ta. Pues finalm ente es caer en la ideología bio-etologista que usted
critica tan acertadam ente p o r otro lado: es creer que se puede asignar
en lo que se declara entonces puram ente biológico (el antes del surgi­
m iento del inconsciente) el origen, el acto de nacim iento, el surgim ien­
to de lo no biológico, del inconsciente. Lo quiera usted o no, es ubicar,
de una m anera definitiva, térm inos cuya disposición no puede dejar de
inducir un problem a de génesis. U na vez ubicado este antes, y este
después, por más que usted haga y diga, pone en marcha u na lógica que
lo lleva naturalm ente a plantear el problem a de la génesis del después
a partir del antes. Por más que se defienda de esta lógica y de sus
efectos, no puede escapar por com pleto de ella: lo dom ina, y la prueba
es que pretende hacer u n a génesis; y com o no desea hacer u n a génesis
biológica, hace en realidad una génesis psicológica, a pesar de todas
sus precauciones (y no es casualidad que haga una génesis psicológica,
puesto que de u n a m anera muy significativa ¡protegió a la psicología
en su gran crítica de las desviaciones teóricas hacia el biologism o o el
etologismo!). Verá que al decirle esto yo tam bién interpreto lo que po­
dríam os estar tentados a llamar su inconsciente ideológico-teórico. Yo
podría poner en duda estos términos, pues creo que no es posible hablar
de inconsciente ideológico. En todo caso este “inconsciente” (que
llam aré p or mi cuenta d e o tra m anera, pero poco im porta) existe, y no
se confunde con el inconsciente psicoanalítico. Si estamos de acuerdo
en ello, es la condición evidente de u n intercam bio teórico de este tipo:
se sitúa en el nivel de la crítica ideológica y teórica, y no en el de k
interpretación de los m ecanismos “inconscientes” psicoanalíticos.
C reo pues q u e el proyecto (que evidentem ente tiene u n a gran
eficacia polém ica, puesto que m antiene a los biólogos tras la línea
divisoria...) de q u erer inscribir esta línea divisoria en la historia del
desarrollo del niño, es en definitiva un proyecto psicologista, y p o r lo
tanto ideológico. C reo que cedió ante él a pesar suyo, bajo el efecto de
los m ecanism os del “inconsciente” ideológico, específicam ente de los
m ecanism os com plejos de la ideología em pírica, actuando a p artir de
su rechazo (fundam entado) del biologism o y del etologism o. El “com ­
prom iso” del que yo hablaba es pues el resultado de la com binación
de los efectos d e la ideología em pírica (inconsciente) y de su rechazo
(consciente y no ideológico) del biologism o y del etologism o; este
“co m pro m iso” tiene u n nom bre: una génesis que en el fondo sigue
siendo psicológica.
H abría pues que plantear el problem a de otra m anera y, al mismo
tiempo que se rechaza todo biologismo y todo etologismo, no caer en la
tentación de asignar un origen temporal al desarrollo del niño, a este
inconsciente, que usted llama, tan sorprendentem ente, “intem poral”.
Posición difícil de m antener, y en todo caso menos cóm oda desde el
punto de vista de la polémica contra el biologismo y el etologismo, menos
“rentable” en el corto plazo, y sin una posición teóricam ente más
correcta, más fecunda a largo plazo. Ésta es a grandes rasgos la posición
de Lacan, aun si, una vez más, podem os pensar que los términos con los
que define esta posición pueden o deben ser rectificados. Pero de nuevo,
no existe una rectificación posible de los térm inos más que a condición
de reconocer p o r adelantado Imprecisión de principio de esta posición. No
le sorprenderá encontrar, entre los términos que definen esta posición,
en prim era fila, el lenguaje. Sugiero sim plemente que puede ser del
lenguaje de donde el “inconsciente” recibe su intem poralidad, hasta un
poco más que esta “intem poralidad”: el hecho de que sea inconsciente
(aceptando que el inconsciente no es más que inconsciente), y el hecho de
que “funciona” bajo leyes definidas, que Freud ya había identificado com o
pertenecientes a un lenguaje. Acepto abiertam ente que es necesario
avanzar por esta vía con precaución, pero en la actualidad no conozco otra
vía por la cual avanzar.

La “C arta a D... núm . 1”, es seguida p o r u n a “R espuesta de D...”,


fechada el 13 de agosto de 1966 y redactada en Creta. C om o R ené
Diatkine se opuso a la publicación de su texto, resum im os aquí unos
cuantos elem entos de la “R espuesta de D...” necesarios para la com ­
prensión de la “C arta a D... núm . 2” de Louis Althusser.
“D...” señala prim ero que la carta (núm . 1) de A lthusser se basa en
los dos siguientes postulados: “el inconsciente está estructurado com o
u n lenguaje”; “el niño está atrapado en el lenguaje desde el nacim ien­
to ”. Su respuesta se articula después en tres puntos:
1] La com paración con el lenguaje no bastaría p ara explicar el
conjunto de los m ecanism os del inconsciente. Si, según “D...”, la
relación consciente-preconsciente/inconsciente es del o rd e n de la re­
lación significado/significante, no es apta para definir el inconsciente.
2] Si bien es cierto que el niño percibe de entrada las sonoridades
del lenguaje, es u n exceso decir que está “atrapado en el lenguaje
desde el nacim iento”. Es cierto que el lenguaje es el organizador de
los “procesos secundarios”, pero en realidad no interviene más que
después de la estructuración de u n sistem a binario bueno-m alo,
presente-ausente, que servirá de base a la triangulación edípica. No se
p u ed e hablar de “influencia del lenguaje desde el nacim iento”, pues
“la com unicación p o r m edio del lenguaje requiere la confrontación
de un niño que ya tiene u n a historia con los adultos que, desde luego,
tienen la suya”.
3] La intem poralidad del inconsciente no le im pide surgir “en el
tiem p o ”: hay u n “antes” y u n “después”. Al mismo tiem po que se
declara dispuesto a renunciar a la palabra “génesis”, “D...” sostiene
q u e el vocabulario de la diacronía es inevitable y que el propio
A lthusser no logra evitarlo cuando afirm a que “algo nuevo se pone a
funcionar de m an era au tó n o m a”. En estas condiciones, y puesto que
es im posible psicoanalizar a u n niño antes de que dom ine el lenguaje,
es indispensable recu rrir a la “observación directa”, lo que puede
hacerse evitando las tram pas de la etología.

CARTA A D... (NÚM. 2)

G., 22 de agosto de 1966


1 . SOBRE LA GÉNESIS

E m pezaré p or este concepto, sobre el que me siento un poco más


seguro.
C om o no hay u n concepto aislado, o com o dice Marx: no hay
soledad más que en la sociedad; com o no hay concepto aislado más
que en u n a sociedad conceptual, interrogarse sobre el concepto de
génesis es interrogarse acerca de la sociedad conceptual en la que
existe, acerca d e los conceptos que están en relación orgánica con él,
o, si usted prefiere, sobre sus “connotaciones” teóricas. P or supuesto,
no se trata d e sim ple filología o etim ología, sino de cam po sem ántico
teórico; no de un cam po sem ántico definible apriori, sino del cam po
sem ántico efectivo en el que se inscribe el concepto de génesis, tal
com o en efecto se lo practica, utiliza, m anipula. Es en este cam po
sem ántico efectivam ente existente, em píricam ente existente y co n tro ­
lable, d o n d e voy a em plear la expresión: quien dice génesis dice...
Q uien dice génesis dice: reconstitución del proceso m ediante el
cual en efecto un fenóm eno A fue engendrado. Esta reconstitución es
p o r sí m ism a u n proceso d e conocim iento: no tiene sentido (de
conocim iento) más que si reproduce (reconstituye) el proceso real que
engendró el fenóm eno A.
U sted ve en seguida que quien dice génesis dice desde el principio
que el proceso de conocimiento es idéntico en todas sus partes, y en su
o rd en d e sucesión, al proceso de engendram ien to real. Esto quiere
decir q ue el proceso de conocim iento es p o r en tero superponible de
inm ediato al proceso de engendram iento real. Esto quiere decir,
em pleando un lenguaje m enos abstracto, que el que hace la génesis
de u n fen óm eno A puede seguirle el rastro, en todas sus fases, desde su
origen, al proceso de engendram iento real, sin ninguna interrupción,
es decir sin ninguna discontinuidad, laguna o ru p tu ra (las palabras
im po rtan poco).
Este recubrim iento inm ediato integral, sin ninguna interrupción,
del proceso real p o r el proceso de conocim iento, implica esta idea, que
parece evidente: que el sujeto del proceso real es u n solo y m ism o
sujeto, identificable desde el origen del proceso hasta el final.
N o hago más que señalar las im plicaciones del uso efectivo del
concepto d e génesis, o las im plicaciones d e su práctica.
Q uien dice génesis aplica pues, en u n a u n id ad orgánica necesaria,
los siguientes conceptos:

proceso de engendramiento,
origen del proceso,
jin o térm in o del proceso (el fenóm eno A),
identidad del sujeto del proceso de engendram iento.

Si nos preguntam os acerca del sentido constituido p o r el sistem a de


estos conceptos, com probam os que se refiere esencialm ente a u n
“m o delo ”, es decir, a u n a “experiencia” que im pregna el sistem a de
los conceptos y su organización. Esta experiencia es la de la generación:
ya sea la del n iño q ue se vuelve adulto, la del germ en que se vuelve
vegetal o ser viviente, la de la bellota que se vuelve roble, etc. En efecto,
en la generación, su experiencia y su observación em pírica, vemos lo que
no era más q u e germ en, origen, desarrollarse y transform arse en
planta, anim al u hom bre, y podem os seguir el proceso d e en g en d ra­
m iento y de crecim iento en todas sus fases, sin ninguna interrupción
visible. La co n tinuidad del proceso de engendram iento y d e desarrollo
fun d am en ta la con tinuidad del proceso de conocim iento: podem os
seguir, en el conocim iento, las huellas, el proceso de génesis real, y
reproducirlo en form a de u n a génesis pensada.
Seguir las huellas significa algo muy im portante: no podem os
seguirle las huellas más que a un individuo que posee u n a identidad,
es decir a u n ser identificable, que siem pre es el mismo individuo, que
posee siempre la misma identidad a lo largo de sus transformaciones, de sus
etapas, o hasta de sus mutaciones. Es decir que, a lo sum o, la idea de la
génesis so p o rta muy bien, p o r más que yo haya dicho de ella, la idea
de m utaciones, o hasta de discontinuidades, bajo la condición absoluta
de que se puedan designar estas m utaciones y estas discontinuidades
com o las m utaciones y las discontinuidades en el desarrollo de un
m ism o individuo identificado p o r adelantado y luego identificable
com o el so p o rte constante de ellas. Es lo que perm ite a todos los
“genéticos” considerarse dialécticos, pues les basta con hablar de
etapas, o de m utaciones, para creer que de esta m anera, con poco
esfuerzo, ¡adquirieron los títulos de la dialéctica! (Es el caso de Hegel
y de todos sus discípulos, aun los inconscientes.)
Si, p o r consiguiente, no podem os seguirle las huellas m ás que a un
individuo identificado, el individuo es identificable desde el origen o
desaparece el proyecto de “hacer su génesis” (luego volveré a esta
cuestión, pues co ntiene una contradicción pertinente). Esto corres­
p o n d e a lo que se encu en tra im plicado en el sistem a de las connota­
ciones del concepto de génesis: en toda génesis el individuo del final
(que se ha de eng en drar) está contenido com o germen en el origen de
su proceso de eng endram iento. El roble está contenido en la bellota;
la totalidad del roble ya se en cu en tra en la bellota. U sted sabe que, en
el siglo xvii, esta necesidad teórica tom ó la form a —en particular en
M alebranche, que no hacía más que rep etir las teorías biológicas
com unes de su época— de una teoría de la preformación: en un bulbo
de tulipán ya se en cuentra, totalm ente form ado, un peq u eñ o tulipán
(¡viva el m icroscopio!).11 Esta teoría de la preform ación satisfacía
adm irablem ente el dogm a del pecado original, p ero sigamos. H egel
dio a esta exigencia latente en el-concepto de génesis su form a
declarada y abierta, su form a conceptual: el final es el inicio, lo que
quiere decir que el inicio (origen en sentido estricto, nacimiento de un
individuo identificado) contiene ya, si no totalm ente form ado (en sí y
para sí) p o r lo m enos en germ en, en sí, el térm ino del proceso de
desarrollo.
Esta im plicación, que al ser expuesta tan bruscam ente podem os
co n sid erar excesiva, sin d u d a está presente, y a espaldas d e sus
“practicantes”, en todo uso del concepto d e génesis. Es posible expre­
sarla de u n a m anera aún más recatada diciendo que la estru ctu ra de
toda génesis es necesariam ente teleológica: si el fin ya está presente,
en sí, en germ en, virtualm ente, etc., desde el inicio-origen, implica que
todo el proceso está regido por su final, tiende hacia su fin (pensam iento
p ro fu n d am en te aristotélico). U na vez más, esto puede parecer m uy
“b u rd o ”, p ero tiene u n sentido muy real en la práctica de los “genéti­
cos”: podem os localizarlo muy fácilm ente en el hecho de que asignan
la tarea d e hacer la génesis d e un fenóm eno identificado siem pre p o r
adelantado, y quieren asistir y hacernos asistir al nacim iento de este
in d iv id u ó la identificado. T odo pensam iento genético está literalm ente
obsesionado p o r la b ú squeda del “n acim iento”, con toda la am bigüe­
dad que su p o ne esta palabra, que indica en tre otras tentaciones
ideológicas la idea (m uy a m enudo im plícita y desconocida) de que
aquello cuyo nacim iento d eb e ser observado ya lleva su nombre, posee
ya su identidad, ya es identificable, y por ende, en cierta m edida, ¡para
p o d er nacer existe ya d e alguna m anera antes de su propio nacimientol
Sería m uy interesante ver d e d ó n d e procede esta ilusión retrospectiva
que proyecta en el o rd en del proceso de engendram iento real el o rd e n
m ism o del proceso de conocim iento (en efecto, para conocer la “gé­
nesis” de u n fenóm eno A hay que partir del final, es decir de la exis­
tencia y de la identificación d e dicho fenóm eno A; en el conocim iento
siempre se parte del resultado; en esto consiste el orden propio del proce­
so de conocim iento; la ilusión consiste en prestar este o rd e n del p ro ­
ceso de conocim iento al proceso real, y entonces im aginam os que en
el proceso real el inicio contiene en sí el térm ino, es decir el individuo
identificado a cuyo nacim iento se ha de asistir). P ero sin d u d a esta

11 Véase p o r ejem plo M alebranche, Entretiens sur la métaphysique et sur la religión, x,


núm . 2 y 4.
ilusión retrospectiva, que tom a el o rd e n del proceso d e conocim iento
p o r el o rd en del proceso real, no es posible más que p o r razones
p u ram en te ideológicas, en cuyos detalles no cabe en tra r aquí. Pero
podem os captar un o de sus efectos en la vida diaria al observar las
cerem onias en torno al sim ple nacim iento de un niño: tiene nom bre
antes de h aber nacido, y si p o r casualidad aún no se le h a asignado,
p o r lo m enos se sabe que lo que va a nacer es un niño. Digamos las
cosas francam ente: cuando querem os pensar la “génesis” del incons­
ciente, partim os del resultado en el conocim iento: la existencia d e este
“individuo” identificado que se llam a el inconsciente, y hacer la
génesis del inconsciente consiste en volver a su nacim iento, al pu n to
en q ue vamos a asistir a su nacim iento, p ero sólo m ediante grandes
esfuerzos logram os desechar la idea de q u e en cierta m an era hacer la
génesis del inconsciente es buscar antes de su nacim iento m ism o todo
lo que ya lo prefigura, lo anuncia, lo contiene ya en persona, a título de
esbozo, tal vez, p ero que se le parece, y que ya es él\ que ya tiene nom bre,
q ue ya es identificable, si no com o inconsciente, po r lo m enos com o lo
q ue va a ser; p o r lo tanto, ya es más o m enos en sí el inconsciente. Se
tien en m uchas dificultades para considerar que absolutam ente nada
que se parezca al inconsciente preexiste al inconsciente; siem pre se
tien d e a reconocerlo, en germ en, prom esa, esbozo, elem ento, prefi­
guración, etc., antes de su propio nacimiento, ju stam en te p o rq u e se
concibe su surgimiento en form a de u n nacimiento. Podem os captar el
m ism o vicio en cada u n o de los conceptos que tam bién im plican el
sentido del concepto de génesis; mas el concepto d e nacim iento
(origen) p erm ite verlo con toda claridad, a pesar de las profundas
resistencias que se o p o n en a la crítica del concepto d e nacimiento (y
acerca de estas resistencias seguram ente usted tiene m ucho q ue decir;
pienso en particular en el fantasm a que im plica que cada quien
im agina con dificultad no haber preexistido a su p ro p io nacim iento;
dicho de o tra m anera, no haber tenido desde siem pre el derecho a
nacer, el derecho a su p ro p ia existencia, a su propio nacim iento; lo
atestigua el terro r del contrafantasm a: “¿y si no fuera yo quien nació?”
o “¿que habría sucedido conmigo si no hubiese nacido, si o tro hubiera
nacido en mi lugar?”).
Ya he dicho bastante (¡y sin du d a dem asiado!), p o r lo m enos para
sugerir lo que sigue. C om o todo concepto ideológico, el concepto de
génesis reconoce desconociendo una realidad, es decir la designa al
m ism o tiem po que la recubre con un falso conocim iento, con una
ilusión. La ilusión-desconocim iento del concepto de génesis (y de sus
connotaciones actuales, pues es u n a situación sem ántico-teórica de
hecho, q ue no podem os m odificar más que reconociendo su exis­
tencia y sus efectos) consiste fundam entalm ente en p ro p o n ern o s
pensar el surgimiento de u n a nueva realidad (el fenóm eno A) bajo el
concepto obligatorio de nacimiento, tal cual se p resen ta y tal cual es, es
decir sobrecargado de las connotaciones ideológicas que debe a su
lugar de origen, o más bien a su ámbito de empleo (al del nacim iento
hum ano, nacim iento p o r excelencia, del que las otras form as de
nacim iento, anim al, vegetal, etc., no son más que subejem plos). Sin
em bargo, a través d e esta confusión obligatoria (la ideología de la
génesis no nos deja elección: nos obliga a pensar todo surgim iento corno
un nacimiento), a través de este desconocim iento, el concepto de
génesis designa pues u n a realidad, que no podem os pensar más que
a condición de refutar los conceptos de su desconocim iento. Esta
realidad es (tom o de nuevo su propio térm ino, que m e parece, en el
estado actual de las cosas, es decir de los conceptos, el mejor) el
surgimiento del fenóm eno A, radicalm ente nuevo con respecto a todo
lo que p reced e a su propio surgim iento.
De ahí la exigencia de o tra lógica aparte de la de génesis, p ero más
precisam ente para pensar esta realidad, y no para eximirse de pensarla.
Desde hace m ucho tiem po llamé la atención sobre la necesidad de
elaborar esta nueva lógica, y es lo mismo que definir las form as
específicas d e u n a dialéctica m aterialista. Sin em bargo, al señalar esta
necesidad, apenas enuncié proposiciones críticas, o analicé las form as
pertenecientes al ám bito de la teoría de la historia. Es necesario ir más
lejos, p ero aún no he abordado este “más lejos”.
Para ir “más lejos”, perm ítam e volver atrás un instante, a u n a
contradicción que im plica toda pretensión genética, y que no se
resuelve más que recu rriendo a los conceptos del desconocim iento
del que hablé (origen, nacim iento, etc.). Esta contradicción —que la
ideología genética no asum e, no m ira de frente, evita abordar y pensar,
de la q ue se vale para sus ardides y ante la cual se oculta—es ésta: a lo
sum o, “elaborar la génesis” de u n fenóm eno es explicar cóm o nace de
lo que no es él. Elaborar la génesis de A es explicar p o r m edio de qué
m ecanism o el no-A (el otro que no es A) produce A. Asum ir esta
contradicción es aceptar que lo que se va a buscar, para explicar el
m ecanism o p o r m edio del cual surge A, no sea A, ni la prefiguración,
ni el germ en, ni el esbozo, ni la prom esa, etc. (expresiones todas que
no son más que m etáforas tendenciosas, quiero decir que tienden a hacer
creer q ue A no puede nacer más que de A, com o u n hombrecito nace
de u n hombre)-, es, al m ism o tiem po, aceptar que el viecanisvio p o r el
cual A surge del no-A pueda no ser el m ecanism o del engendram iento
y del desarrollo del germ en. Las dos exigencias se vinculan: si A no
nace de A, el m ecanism o p o r el cual A surge del no-A no puede ser el
mecanismo m ediante el cual, en la figura ideológica de la génesis, A
nace de A: m ecanism o del engendram iento y del desarrollo, o, hacien­
do alusión a figuras ideológicas aún más primitivas, y sin d u d a más
impuestas que las de la generación, m ecanism o de la génesis en el
sentido bíblico en el que el pensamiento precede a la cosa creada, la
cosa producida, en el cual la idea, el proyecto, el pensam iento, el orden
(deseado) es el “g erm en ” lógico (en el sentido esperm ático del Logos
de Ju a n y de los estoicos) de la realidad, la propia cosa precediendo su
propio nacimiento. (Por eso yo decía que en el fondo cualquier pensa­
m iento de la génesis es religioso.)
Ve usted que de ninguna m anera niego el problem a de la explicación
del surgimiento de u n fenóm eno A, sino que, por lo m enos en el caso
que nos ocupa (pues los efectos de precedencia del individuo a su
nacim iento invocados com o apoyo de la ideología genética m erecen
atención, aun si son la sede de u n a ilusión: ya sea q u e el hom bre
p reced a al ho m bre en la procreación, o que el “plano p receda a la casa
en la m ente del arquitecto”, com o dice M arx en u n a frase de El capital,
que para algunos constituye su deleite idealista), esta explicación no
es posible más que con dos condiciones:
a] ren un ciar a buscar antes del “n acim iento” de A cualquier cosa
que se le “parezca” (germ en, prefiguración, esbozo, prom esa, presen­
tim iento, etc.), pero en cam bio indagar lo que en efecto interviene en
la producción del “efecto A ” (el inconsciente, en este caso), y que tiene
m uchas probabilidades de no “parecerse” a A (ni la m áquina h erra­
m ienta, ni el m etal, ni la fuerza de trabajo, ni la electricidad y otros
elem entos que intervienen en la producción de la olla “se parecen ” ni
son el “g erm en ”, el esbozo, etc., de dicha olla);
b] buscar el mecanismo específico que produce el surgim iento del
“efecto A”, em pezando p o r renunciar a creer que este m ecanism o
puede ten er algo en com ún con los m ecanism os inducidos p o r la
ideología de la génesis; a saber, los m ecanism os de la procreación, del
desarrollo, de la filiación, etc.
A gregaré gustoso a estas dos condiciones una tercera: cuando la
ideología de la génesis supone que podam os “seguir las huellas” del
nacim iento, y que p or esto sólo considere lo que se parece al efecto
que se in ten ta explicar, lo que le es más sem ejante y lo más visiblemente
cercano, esta nueva lógica puede hacer intervenir elem entos que, a
prim era vista, no parecen ser directam ente objeto de debate, y p u ed en
hasta parecer ausentes de las condiciones del fenóm eno A. C reo que
usted estará de acuerdo con el principio muy general de que la ausencia
posee u n a eficacia, desde luego a condición de que no sea la ausencia
en general, la nada, o cualquier otro “abierto” heideggeriano, sino u n a
ausencia determinada, que tenga un papel en el lugar de su ausencia.
Sin duda, esto es im p o rtan te para el problem a del surgim iento del
inconsciente.
A cerca de esta “nueva” lógica, yo ten d ría cosas que decir, p ero son
aún dem asiado precarias p ara enunciarlas en general, precisam ente en
form a de u n a lógica o, con m ayor exactitud, d e u n a dialéctica (lo que
aclaré en el artículo de L a revolución teórica de Marx, “sobre la dialéctica
m aterialista” no es más que el estudio de ciertos efectos, y no atañe más
que en form a indirecta al problem a de u n a lógica del surgim iento).
Prefiero to m ar un ejem plo sobre el cual trabajar.
Se trata del problem a del m ecanism o del surgim iento de un m odo
de producción determ inado, el m odo de producción capitalista. C uan­
do leem os con u n poco de atención El ca,pital parece que, contrario a
la ideología genética com únm ente aplicada a M arx (o, lo que es lo
mismo, a la ideología evolucionista), el m odo d e p roducción capitalis­
ta no fue “en g e n d rad o ” p o r el m odo de producción feudal com o su
pro p io hijo. No hay filiación en el sentido propio (preciso) e n tre los
m odos de p roducción feudal y capitalista. Este últim o surge del
encuentro (de nuevo u n o de sus conceptos que apoyo p o r com pleto)
de u n cierto nú m ero d e elem entos muy precisos, y de la combinación
específica de estos elementos (el térm ino “com binación” traduce el
concepto m arxista de “Verbindung”: el concepto que usted em plea de
organización iría muy bien, o el concepto de agenciamiento). Lo que el
m odo de p roducción feudal engendra (com o u n padre en g en d ra a sus
hijos, en tre otras producciones —sus hijos no constituyen más q ue u n a
parte de sus O bras Com pletas, escritas o no—) no es más que estos
elementos, d e los que de hecho algunos (la acum ulación de din ero en
form a de capital) se rem ontan a antes del m odo de producción feudal,
o p u ed en ser producidos p o r otros m odos de producción. El m odo
de producción feudal no engendra de ninguna m anera el encuentro de
estos elem entos, ni el hecho de que puedan combinarse, organizarse en
u n a u n id ad real que funcione, una unidad real que está funcionando,
que es p ro p iam en te lo que surge. El hecho de que estos elem entos sean
los convenientes para su com binación (¡no se com bina quien quiere!),
de que se pongan a funcionar com o m odo de producción y d e que su
funcionam iento represente un m odo de producción real, todo esto
carece por completo de relación genética con el modo de producción feudal;
antes bien, obedece a leyes muy diferentes a las del engendram iento
p o r el m odo de producción feudal, leyes que intentaríam os en vano
descubrir p o r la observación de los efectos del m odo de producción
feudal, en particular m ezclando y volviendo a m ezclar tantas veces
com o queram os estos elementos, que sin em bargo fueron, en efecto,
en g en d rad o s p o r el m odo de producción feudal. Para llegar a estas
leyes (que son en este caso las leyes de la com binación en general,
com binación siem pre específica, constitutiva de todo m odo de p ro d u c­
ción) hay que ren unciar a buscarlas en la proxim idad inm ediata del
fenóm eno A, o en todo lo que se le “parece” en las condiciones d e su
“n acim iento”. No son visibles en esta proxim idad, puesto que los
fenóm enos cercanos o sem ejantes a A no se refieren más que a la
naturaleza de estos elem entos, p o r u n a parte, y a los m ecanism os del
singular m odo de producción feudal, p o r la otra: observar sólo estos
fenóm enos cercanos o sem ejantes no a p o rta nada, hay que observar
otros fenóm enos que sean pertinentes a lo que sucede en el encuentro
y la com binación de los elem entos que producen A, y no los fenóm e­
nos que sólo son p ertinentes a lo que constituye estos elem entos.
(Para esclarecer las ideas, indico m uy b u rd am en te cuáles son los
elementos indispensables para que su com binación funcione realm ente
com o un m odo de producción: el capitalista. Estos elem entos son,
ante todo: 1] la existencia de dinero acum ulado en form a de capital;
2] la existencia de u n a gran masa de “trabajadores” que se h an vuelto
“libres”, es decir privados de sus m edios de producción; 3] cierto
um bral traspuesto en el desarrollo de las técnicas de transform ación
de la naturaleza, técnicas energéticas, mecánicas, químicas, biológicas
y de organización del trabajo [división, cooperación]. La historia
m uestra varias situaciones en las que sólo se u n e n dos d e estos
elem entos, p ero no el tercero: en estos casos, no surge u n nuevo m odo
de producción: el m odo de producción capitalista no “n ace”.)
E ncontram os en este ejem plo los dos puntos esenciales que le
preocupan. Pues Marx se p ro p o n e explicar el m ecanism o de surgimien­
to de u n a nueva realidad, pero no puede hacerlo, a pesar d e algunas
form ulaciones de tipo hegeliano o evolucionista, más que rechazando,
en la práctica de su trabajo teórico, los conceptos de la génesis (los
conceptos hegelianos); se p ro p o n e pues resolver un problem a que
usted llam a (y que podem os llam ar provisionalm ente p ara facilitar la
exposición) diacrónico. Y al m ism o tiem po, u n a vez surgida la nueva
estructura, funciona en forma intemporal, exactamente como el incons­
ciente. M arx dice con sus propios térm inos que todo m odo de
producción es eterno, lo que es u n poco exagerado p o r parte de u n
h om bre q u e se pasó el tiem po explicando que el m odo de producción
capitalista estaba históricam ente condicionado y que p o r consiguiente
¡era lim itado, perecedero y m ortal! C uando dice que el m odo de
producción es “e te rn o ”, se refiere a que funciona en circuito cerrado,
a la m an era d e la atem poralidad, que lejos de estar som etida a la
“tem p o ralid ad ” de la cronología, es decir de la simple sucesión tem ­
poral, o d e la historicidad en sentido vulgar, es in d ep en d ien te d e ella,
exactamente como el inconsciente se reproduce a sí mismo constantem ente,
y esta rep ro d u cción a-tem poral, in tem poral, “sincrónica”, es la condi­
ción absoluta de su “producción”, tanto en el sentido económ ico com o
en todos los dem ás sentidos. Q uiere decir con ello que las form as de
la tem poralidad histórica q ue podem os observar en el “periodo histó­
rico” del m o d o de producción capitalista son determ inadas en tanto
que históricas y en tanto que form as, p o r la estructura a-tem poral,
eterna, de dicho m odo de producción.
La “etern id ad ” del m odo de producción no es más incom patible
con la historia real, la tem poralidad histórica determ in ad a q u e es
p ro d u cid a bajo el m odo de producción en cuestión, de lo q u e la
historia real del individuo es incom patible con la intem poralidad del
inconsciente. En estos dos casos esta historia real está determ inada
p o r la a-historicidad de la estructura (aquí m odo de producción, allá
inconsciente).
P ero todas estas distinciones y sus efectos de esclarecim iento no
son posibles más que a condición d e aceptar que ni la temporalidad del
surgim iento de una estru ctu ra nueva, ni la de su funcionam iento
(m odo de producción o inconsciente) son reductibles a lo que se llam a
el tiem po vulgar, o la sim ple cronología y sus aparentes exigencias. El
“aspecto” d e la tem poralidad concreta de la historia llam ada cronoló­
gica que podem os “observar”, ya sea en el surgim iento (“n acim iento”)
de u n a estru ctura nueva, o en su funcionam iento, es siem pre ininteli­
gible en sí m ism o y p or sí m ismo: no puede ser com prendido más que
com o el efecto del funcionam iento de un m ecanism o: ya sea el m eca­
nism o del surgim iento, o el m ecanism o del funcionam iento d e la
estructura. El sentido m ismo que se ha de atribuir a la sim ple cro n o ­
logía (y estoy de acuerdo en que no se la debe ignorar, que im pone
u n antes y u n después, pero no va más allá, y en cam bio corre el peligro
de confundir, al hacer buscar, com o en toda causalidad lineal, no
estructural, la razón del después inm ediato en el antes inm ediato,
visible) está determ in ad o por la estructura de esta tem poralidad,
estru ctu ra d eterm inada en últim a instancia por los m ecanism os es­
tructurales e n ju e g o , ya sea del surgim iento o del funcionam iento de
tal estructura nueva: u n nuevo m odo de producción, el inconsciente,
etcétera.
N o sé si fui claro, y si, con la intención de esclarecer algunos puntos,
no oscurecí o p erdí com pletam ente de vista otros puntos im portantes.
P ero p o r el m om ento no puedo ir más lejos. Lo que le digo aquí
resum e ciertas cosas que quisiera exponer en u n próxim o ensayo.
U sted será, pues, mi p rim er testigo (preciso que m uchas d e estas cosas
ya fu ero n expresadas muy claram ente p o r Balibar en su texto de Para
leer El capital).
2] A bordo ahora otros puntos acerca de los cuales, se convencerá
de ello rápidam ente, estoy infinitam ente m enos al corriente...
Prim ero la tesis: “el inconsciente está estructurado com o un len­
guaje”.
T em o que haya en tre nosotros u n m alentendido. V ea lo que usted
dice al principio d e su carta: no creo que hablem os de lo m ismo. En
efecto, intenta darle u n sentido a la tesis an terio r diciendo que “la
relación consciente-preconsciente/inconsciente es del o rd e n de la
relación significado/significante”. Lo que quiere decir, si lo entiendo
bien 1] que el lenguaje es desde luego u n “elem ento esencial del
p reconsciente” (y del consciente) pero no del inconsciente; 2] que la
“relación” lingüística que usted selecciona com o p ertin en te en este
caso es la relación significante/significado; 3] que o p era en tre el
inconsciente (¿significante?) y el preconsciente-consciente (¿significa­
do?).
A hora bien, en la “tesis” anterior, no se trata en lo absoluto del
consciente y del preconsciente, sino sólo del inconsciente. Y p o r otra
p arte no se dice que el inconsciente sea el lenguaje o un lenguaje, o
que el lenguaje tenga en él un papel, ocupe en él u n lugar esencial o
secundario; se dice que el inconsciente está estmcturado como un
lenguaje. Lo que significa, prim ero, que el inconsciente no es el
lenguaje, u n lenguaje, etc. (y en particular que saber si el lenguaje en
sentido estricto tiene en él un papel es una cuestión m uy diferente);
luego, que lo que lo hace parecerse (“com o”) al lenguaje, es su
“estru ctu ra”.
Se trata pues de u n a semejanza de estructura en tre el inconsciente y
el lenguaje: la tesis no dice nada más. De ninguna m anera enuncia que
el inconsciente sea un lenguaje, o reductible al lenguaje, etc. De
ninguna m an era dice, en tre otras cosas, que los elem entos que están
estructurados en el inconsciente sean idénticos o com parables a los
elem entos estructurados en el lenguaje. En otras palabras, ni hablar
de red u cir la teoría del inconsciente a un capítulo o subcapítulo d e la
lingüística general...
Un com entario ahora acerca de esta estructura. De ninguna m anera
se trata d e la “relación significado/significante”. N o podem os decir,
me parece, que esta “relación” sea u n a “estru ctu ra”; en todo caso,
definitivamente no es de ella de la que habla Lacan, ni es en la que piensa
cuando pro n u n cia su tesis. Me parece que la “relación significado/sig­
nificante” es un efecto de significación, efecto que dep en d e d e la
estructura del lenguaje que cuestiona significantes (y no la relación
significado/significante). Pienso que no es del todo p o r casualidad
que usted sienta esta “relación” com o idéntica a la estructura del
lenguaje del que se trata en la tesis, y que dice que se puede observar
esta relación entre el consciente-preconsciente p o r u n a parte (¿signifi­
cado?) y el inconsciente p o r la o tra (¿significante?). Si “la estructura
del lenguaje” es esta relación, se necesitan dos térm inos, es decir el
inconsciente más otro térm ino (el consciente-preconsciente). P ero si
esta relación no es más que u n efecto estructural secundario de la
estructura del lenguaje (que sólo se refiere a los significantes), entonces
ya no necesitam os un segundo térm ino, y la tesis quizá sea falsa, mas
p or lo m enos es coherente: el inconsciente puede estar estructurado
com o un lenguaje, sin req u erir (como en su hipótesis) u n segundo
térm ino (¡que no es el inconsciente!) p ara existir en su estructura.
Acerca de este punto, Lacan es totalm ente lógico consigo mismo: no
dice “el inconsciente y el consciente-preconsciente están estructura­
dos com o...” sino el inconsciente (solo) está estructurado com o u n
lenguaje, y la estructura de la que habla es tal que en efecto no requiere
un segundo térm ino. De hecho, no en co n trará usted en él que la
estructura del inconsciente se refiera a “la relación significado/signi­
ficante” (pues esta “relación” no es más que u n o de sus “efectos”); no
habla de esta relación, sino siem pre de los mecanismos de combinación
de los significantes. Son las “leyes” d e estos m ecanism os las que consti­
tuyen la “estru ctu ra” de la que se trata en la tesis, esa estructura por
medio de la cual (y sólo p o r m edio d e la cual) el inconsciente se parece
al lenguaje.
Si es así, no siento que la gran aportación de F reud (“la indisocia-
bilidad del triple punto de vista tem ático, dinám ico y económ ico”) esté
en principio am enazada p o r la tesis en cuestión. Lo estaría, desde
luego, si a la “estru ctu ra” d e la que se trata se la identificara com o
usted lo hace con la “relación significado/significante” (y m e parece
que podem os in terp re tar que las dos prim eras concepciones d e Freud
—rem em oración del recuerdo olvidado, p o r lo tanto restitución del
deseo reprim ido—, caen bajo u n a relación de tipo significado/signifi­
cante, y en el fondo Íes sólo en este sentido en el que Politzer
com prendió a Freud!). Pero de ninguna m anera se pu ed e reducir la
“estru ctu ra” del lenguaje a esta “relación”; ni aun en De Saussure, para
q uien es m ucho más u n a no relación que una relación (cf. la teoría de
la arbitrariedad del signo). H ablar de “relación” (pero no quiero buscar
aquí u n a querella de palabras, señalo u n a tentación objetiva), es hacer
retro ced er a De Saussure a u n a teoría del lenguaje tipo siglo x v i i i (para
la cual la cuestión central es en efecto la relación del significante y del
significado, del signo vinculado a la representación p o r u n a parte, a
la cosa o al objeto o la idea por la otra).
En resum en, creo que hay en el contenido que usted d a a la tesis:
el inconsciente... u n doble m alentendido. Primero u n m alentendido
sobr el objeto al que se hace referencia: se trata sólo del inconsciente,
y no de su relación con el consciente y el preconsciente; aunado a un
falso sentido de la palabra “com o” (que excluye que el inconsciente
p u ed a ser reducido al lenguaje). Segundo un m alentendido sobre el
sentido que p u ed e ten er la palabra estructura en la expresión “el
inconsciente está estructurado com o...”. La “estru ctu ra” a la que se
alude no es la “relación significado/significante”, sino las leyes de
com binación que rigen los m ecanism os de los significantes (lo que
F reud recobra en el desplazam iento, la condensación, etc.)
N o p re te n d o p o d er ofrecer u n a exposición satisfactoria de las
cuestiones planteadas de esta manera: sólo deseaba indicar cómo me
parece que se d eben plantear las cuestiones, en qué térm inos, para
evitar los m alentendidos señalados.
3] A hora algunas palabras acerca de la segunda tesis: “el niño está
atrap ad o en el lenguaje desde su nacim iento”.
U sted tiene tod a la razón: se puede hacer de esta tesis un uso
p ro p iam en te vietafísico, y si es el único uso que se puede hacer de ella,
hay q ue devolverla al depósito de las “grullas m etafísicas” y d e las
m istificaciones célebres, al lado d e la m em oria ancestral, del incons­
ciente colectivo, etc.
Sin em bargo, su dem ostración no m e convence totalm ente; dicho
de otra m anera, no considero que haya dem ostrado que el único uso
posible para esta tesis sea metafísico. Voy a intentar decirle por qué, pero
de nuevo m e encuentro en un terreno sum am ente frágil (para mí).
C reo q u e su dem ostración sólo es posible a condición de lim itar
considerablem ente el sentido d e la expresión: “atrapado en el lengua­
je ”, y sobre todo el sentido de “lenguaje”. A dem ás, en gran m edida
soy culpable de esta reducción-restricción, pues nunca precisé en qué
sentido h abía que e n ten d e r la palabra “lenguaje”.
Si vuelvo a sus fórm ulas, creo p o d er señalar que usted tom a la
palabra “lenguaje” en el sentido que indican en líneas generales los
lingüistas postSaussure cuando hablan de la “palabra No creo estar
alterando su pensam iento, ni deform ándolo. U sted em plea, en el
reverso d e la página 3, la siguiente fórm ula: “...la comunicación p o r
m edio del lenguaje necesita la confrontación...”. Y m e parece que esta
fórm ula designa exactam ente todos los ejem plos que usted tom a, ya
sea que se trate de la percepción o de la no percepción del sentido,
de la locución, de su anticipación, etc. A hora bien, “la com unicación
p o r m edio del lenguaje” designa b astante bien lo que los lingüistas
llam an la “palabra”, es decir, em pleando u n a expresión que m e atrevo
a dar, u n a de las formas o modalidades de existencia concretas de la lengua.
La lengua es la estructura (en “doble estrato ”: sistem a de los fonem as
y de sus com binaciones reglam entadas; sistem a de los m orfem as y de
sus com binaciones reglam entadas) que constituye la condición de posi­
bilidad d e todas sus form as y m odalidades de existencia concretas,
entre las cuales figura la palabra (form a de existencia concreta en la
que se “ejerce” la “función” de comunicación d e la que usted habla). La
“palabra” no es la lengua sino u n a de sus form as o m odalidades
concretas de existencia.
Si reducimos la expresión: “el niño está atrapado en el lenguaje” a
esta otra: “el niño está atrapado en la p alabra” o la “com unicación”,
le concedo totalm ente que nos exponem os a un uso m etafísico de la
expresión, y usted tiene toda la razón de o p o n erm e que d u ran te todo
un p erio d o el niño no está, no puede estar atrapado, desde su nacim ien­
to, “en la palabra”, pues ésta no tiene “sen tid o ” para él, no existe para
él com o “p alabra” puesto que lo propio de toda “p alabra” es ser
percibida, co m p ren dida com o significante, y p edir u n a “respuesta”;
“palabra”, p o r consiguiente, supone la existencia de un locutor y de
un au d ito r, y de un auditor-locutor. T odos sus ejem plos se refieren
pues a esta cuestión, y el problem a que usted se plantea es el p roblem a
del surgimiento en el niño del auditor-locutor o, si lo prefiere, de la
co n d u cta de la palabra. Es u n problema real, p ero no es el p ro b le­
m a que yo deseaba (torpem ente) indicar. En realidad quería indicar
u n problem a anterior, p o r derecho (y tam bién de hecho), a este pro­
blem a del surgim iento de la conducta de la palabra, q u e es u n proble­
m a derivado.
El problem a principal que deseaba indicar no se refiere a la palabra,
sino a la lengua. Si es así, los térm inos del problem a cam bian, al igual
que cam bia el sentido del problem a. P ara expresar las cosas de una
m anera muy burda, llegaré a decir que la fórm ula “el niño está
atrapad o desde su nacim iento en la lengua” (en la m edida en que la
lengua es u n a estru ctura abstracta, condición de posibilidad d e sus
form as concretas de existencia) debe ser in terp retad a en un sentido
muy amplio, que encontram os, m e parece (a m enos q u e yo haya
tergiversado su pensam iento) en Lacan: “el niño está atrap ad o desde
su nacim iento en lo simbólico". A quí me aventuro p o r mi cuenta y
riesgo. El ord en sim bólico es u n o rd e n som etido a leyes. Lo que hace
d e él, en cuanto a lo que nos interesa aquí, un o rd en simbólico, es que
es u n o rd en (o u n a estructura) que siem pre im plica (en todos sus
“niveles”) dos estratos, exactam ente com o la lengua posee el estrato
fonológico y el de los significantes, que no existen com o significantes
(unidades de sentido) más que a condición de existir al mismo tiempo
com o com puestos de unidades de sonidos. Esta doble articulación
constituye la esencia del ord en simbólico; y lo que constituye lo especí­
fico de lo simbólico es que la prim era articulación (el “prim er estrato”)
está determ in ad a por la segunda (el “segundo estrato ”). Esta últim a
precisión quiere decir que, en el ejem plo de la lengua, puesto que es
el que tom é, el recorte de las unidades de sentido (m orfem as, ellos
mismos significantes m ínim os) es lo que nos perm ite d eterm in a r el
recorte de las unidades de sonidos. Lo propio de lo sim bólico es pues que
su “prim er estrato ”, a falta del cual no existiría el “seg u n d o ” (no hay
significantes sin sonidos) está deto~minado en su “recorte” y en sus leyes
p o r el “segundo estrato ”. Esta determ inación p o r m edio del “segundo
estrato ” es lo que perm ite, en el prim ero, todo un “ju e g o ” d e los
elem entos fonem áticos que, entre otros, hace posibles fonem as com o
los lapsus, alteración de palabras, “ju eg o s” de palabras, etc. A quí sólo
indico u n principio general.
Si ah ora vuelvo, tras este rodeo, a la tesis de que el niño “está
atrapad o desde su nacim iento en el lenguaje”, que hay que com pren­
d er com o “en lo sim bólico”, creo que podem os d ar u n sentido a esta
tesis, y un sentido q ue no sea metafísico. Esto quiere decir que el niño
surge com o ser biológico en el sistema del orden simbólico. Está atrap a­
do en él desde su nacim iento exactam ente com o atrapado está “desde
su nacim iento ” en el elem ento de la atm ósfera. Es lanzado a u n o al
mismo tiem po que al otro. Sus intercam bios con la atm ósfera se zanjan
biológicam ente. Sus intercam bios con el “elem ento sim bólico” (per­
fectam ente objetivo) al q u e tam bién es lanzado se o rd en an d e una
m anera totalm ente diferente.
Tenemos así las dos puntas de la cadena. El niño nace pequeño anim al,
lanzado a un m undo estructurado p o r el ord en sim bólico y sus
regiones. H e aquí el p rim er eslabón. Este o rd e n se vuelve su o rd en , es
decir q ue ocupa su lugar en él (en el sentido am plio de su, pues se ha
vuelto el suyo) al salir del Edipo. H e aquí el últim o eslabón. C uando
sale de esta transición, de esta transform ación, de esta aventura,
com probam os que posee u n inconsciente, y que el inconsciente form a
p arte de las condiciones indispensables (¡no es la única!) p ara que el
niño “funcione” com o niñito “hum ano”, es decir habitante, ciudadano
“p o r derech o p ro p io ” (aun si es “p eq u eñ o ”) de este o rd e n simbólico,
de este m u nd o hum ano (que es todo uno).
Estoy de acuerdo con usted en que haya qufc d ar cuenta del
surgimiento de esta “pieza” indispensable para el “funcionam iento” del
psiquism o “h u m ano ”, es decir de un psiquism o que funciona com o
“sujeto” de u n m undo hum ano, o sea simbólico. T am bién estoy de
acuerdo en que para d ar cuenta del surgim iento del inconsciente,
priviero haya que partir del resultado, a saber, la existencia indispensable
del inconsciente, y d e to d o s los caracteres que po d em o s re co n o ce r­
le com o esenciales, que podem os identificar p o r la experiencia y la prác­
tica de este inconsciente en la cura analítica (lugar privilegiado de la
experiencia del inconsciente). Q ue en tre estos caracteres algunos
parezcan ten er u n a gran im portancia, y que en tre ellos algunos pue­
dan servirnos de indicios indirectos de lo que pudo pro d u cir el
surgim iento de este inconsciente, esto tam bién es cierto; p ero no
sabem os p o r adelantado cuáles son los caracteres del inconsciente ni,
en tre los q ue podem os descubrir en él en la práctica analítica, cuáles
p u ed en servirnos de indicios para plantear la cuestión del surgim iento
del inconsciente. Nos vem os obligados a partir en busca de estos
caracteres pertinentes, tom ando en cuenta el cuadro exhaustivo de
los caracteres (y del funcionam iento) del inconsciente q u e logram os
co n o cer p o r la práctica analítica, y al mismo tiempo los elem entos que
están presentes en el otro extremo de la cadena. Sólo por m edio d e u n ir y
venir incesante de u n a p u n ta a la otra de la cadena podem os esperar
llegar a cierta luz sobre el m ecanism o que produjo el surgim iento del
inconsciente.
Es aquí d o n d e puede ten er sentido la comparación de las dos tesis
que le indicaba: “el inconsciente está estructurado com o un lenguaje”,
y el niño “está atrapado desde su nacim iento en el lenguaje” (o en lo
simbólico).
Veam os un poco más de cerca estas dos tesis, ahora que podem os
sospechar que su com paración puede ten er una relación con nuestro
problem a (el conocim iento del m ecanism o q ue produce el surgim ien­
to del inconsciente).
a] Q ue el inconsciente esté estru ctu rad o como u n lenguaje com pete
al análisis de los resultados adquiridos p o r la práctica analítica.
Esto quiere decir que el inconsciente es la lengua. Q uiere decir que
posee una estructura que se parece (“com o”) a la de un “lenguaje”. Esto
quiere decir, en un sentido amplio, que posee una estructura parecida a
la de lo simbólico: en dos estratos. Si no me equivoco, los dos estratos están
en Freud, como el paralelismo con el “lenguaje”. Puedo atreverm e a decir
que los elementos del prim er estrato están constituidos p o r fragmentos
de imaginario, recortados en unidades primarias, y con leyes de agencia-
m iento, pero que estas unidades primarias no son significantes del
inconsciente: constituyen sólo el “cuerpo” de los significantes inconscien­
tes (como las unidades de sonido o fonemas constituyen el “cuerpo” de
los significantes lingüísticos), que obedecen a otras leyes de combinación
y de agenciamiento. No me atrevo a ir mucho más lejos (por mi
ignorancia), pero estas otras leyes de combinación, que desde luego
pueden ser palabras (pero también algo muy diferente), parecen estar
sometidas, en su aspectoformal, a las leyes lingüísticas del desplazamiento
y de la condensación, que son semejantes (“com o”) a las leyes de la
m etonim ia y de la metáfora. Las unidades sobre las que descansan no
son de ningún m odo las unidades de sentido del lenguaje verbal, y con
mayor razón los elementos (prim er estrato) que las constituyen no son
de ninguna m anera sonidos más que formalmente; el inconsciente posee
una estructura em parentada a la de la lengua, sin que sea la lengua, o
una lengua. ¿Convendría usted en fórmulas semejantes? Dejan totalmen­
te abierta la cuestión de la naturaleza específica de las unidades constituti­
vas del prim er estrato (los fragmentos de imaginario, las “piezas” del
inconsciente) así como la naturaleza específica de las unidades del
segundo estrato (los significantes del inconsciente); hasta van m ucho más
allá, excluyendo que la naturaleza de estas unidades sea la misma que la de
las unidades correspondientes d e la lengua.
H e aquí lo que podem os recordar en este extremo de la cadena.
Transportémonos ahora al otro extremo.
b] “El n iño está atrapado desde su nacim iento en el lenguaje.”
Si dam os a esta frase el sentido am plio que precisé, en el que
lenguaje = o rd e n sim bólico, podem os decir que en efecto el niño es
lanzado, cae en este o rd e n al nacer. Que no lo perciba no tiene ninguna
función: ni el niño, ni siquiera los hom bres en general, perciben la
capa de aire bajo la que sin em bargo viven. La cuestión no es saber si
el niño lo percibe o no para decidir que este o rd e n existe; está
som etido a él. Lo “percibirá” sólo cuando esté inscrito en él, e n su
lugar (después del Edipo) cuando p o r “derecho p ro p io ” se haya vuelto
no sólo locutor, sino m anipulador, p o r su cuenta, de otras categorías
que las del lenguaje hablado, por ejem plo de las categorías del
parentesco (padre, m adre, hijo, herm anita, etcétera).
Si deseam os proceder sin agregar nada a los hechos, hem os d e hacer,
u n a vez m ás, cuando nos preguntam os lo que sucede cuando el niño
“cae” a la vida, la relación exacta de los elementos, de los caracteres que
constituyen el m edio al q u e es “lanzado”. Y debem os establecer esta
relación sin recurrir a principios dem asiado lejanos, ni im aginarios,
mas sin d esaten d er la naturaleza de los elem entos efectivam ente
presentes en este m edio, y que lo constituyen.
En el m edio familiar inm ediato (pues es en éste en el que “cae” el
niño, y no en la sociedad en general o en la “cultura” en general)
podem os señalar:
1] la p arte de esta región de lo sim bólico constituida p o r las
estructuras familiares (estructuras del parentesco tal cual existen al
nacer el niño): la pareja m onogám ica actual, con todas sus reglas de
relación (positivas y negativas);
2] las partes involucradas de esta región de lo simbólico, constituida
p o r las formas ideológicas existentes en las que se viven concretam ente
las estructuras del parentesco consideradas (la form a ideológica de la
pareja, de la m aternidad, la form a ideológica de la niñez, y todas las
form as ideológicas, m orales, religiosas, sujetas a estas form as ideoló­
gicas de los padres, que a su vez están dominadas en nuestras socieda­
des p o r estas form as ideológicas m orales, jurídicas y religiosas, con
todas sus relaciones positivas-negativas);
3] esta o tra “región” m uy particular de lo sim bólico constituida p o r
la lengua, q ue funciona, según intenté dem ostrar, com o la form a de
circulación de los elem entos de las dem ás regiones.
En y bajo estas estructuras de las regiones simbólicas consideradas
es d o n d e existen los personajes concretos que pueblan el “m edio
fam iliar” en el que es “lanzado” el niño. Estos personajes funcionan,
pues, com o m iem bros p o r propio derecho de este universo simbólico
(el m edio familiar), a su vez abierto (o cerrado, que es lo m ism o) a los
demás espacios simbólicos de la realidad social. Como sujetos de lo
simbólico, están dotados de una conciencia (es decir de sus posibles
“malformaciones”), pero también poseen otras piezas en su mecanismo
para poder funcionar como sujetos de lo simbólico (las otras instancias
que no son el inconsciente, y las “facultades” que se les vinculan,
percepción-conciencia, “conciencia m oral”, conducta del locutor-audi­
tor, etc.). La realidad de las regiones de lo simbólico y de su estructura
como tal se “realiza” en estos personajes que al mismo tiem po habitan y
constituyen el m edio familiar en el que “cae” el niño. Decir que éste vive
bajo la ley de sus padres, bajo la ley de las reglas que “realiza” su
com portam iento concreto (gestos, actitudes, atención, descuido, etc.,
incluso la anticipación m aterna de la que usted habla con toda razón),
equivale a decir que vive bajo la ley de las estructuras regionales de lo
simbólico que existen en form a de sus padres.
A firm ar q ue sus padres son sujetos de lo sim bólico no quiere decir
que sean seres formales. Si tienen u n inconsciente, esto significa en
particular q u e su existencia “biológica” se lleva a cabo en form a de
deseos inconscientes, y que el inconsciente es u n a de las estructuras
específicas en la cual viven su existencia “biológica” bajo la ley de lo
sim bólico. P ara ellos, el problem a que el niño d eb erá re so lv e rla está
resuelto, y su solución ya adquirida form a parte de los datos del
p roblem a que el niño d eb erá resolver.
Decir que el niño vive bajo la ley del inconsciente de sus padres, o
bajo la de la estru ctu ra del parentesco que los une, de la estructura de
la ideología en la que viven sus relaciones con sus condiciones, [o]
decir que el n iño vive bajo la ley de lo simbólico, es decir una sola y
misma cosa. D ecir que el niño está atrapado, desde su nacim iento, en
el lenguaje, es decir exactam ente eso, si usted acepta d ar esta exten­
sión (lengua = estructura de las regiones de lo sim bólico implicadas
en la constitución del “m edio” infantil) al térm ino lenguaje. Esto
tam bién q u iere decir que vive bajo la ley de la lengua, aunque sin duda
no sea sensible a los efectos de la lengua hablada sino sólo a p artir de
cierto um bral de “m aduración” neurológica y m otriz (usted indiscuti­
blem ente tiene razón al recordarlo); sin em bargo está som etido (hasta
para escapar de él) desde un principio a este universo, que no es
definible más q ue p o r su esencia, simbólica.
La comparación de las dos tesis (firm em ente establecidas cada una
p o r su lado) de que el inconsciente está “estructurado com o un
lenguaje” y d e que el niño “está atrapado desde su nacim iento bajo la
ley de lo sim bólico” (en las form as especificadas, que le son conferidas
p o r la realidad del m edio familiar) parece poner en evidencia algo
com ún: a saber, las estructuras de lo sim bólico en general. De ahí la
hipótesis (de Lacan) d e q u e las estructuras del lenguaje (digam os de
lo sim bólico) desem peñan u n papel d eterm in an te en los m ecanism os
que desem bocan en el surgim iento del inconsciente. Pero de ahí la
exigencia de ten er que d ar cuenta de la especificidad de esta subestruc-
tura específica que es el inconsciente, producido p o r el efecto de las
estructuras de lo simbólico.
Éste sería pues el resultado global, y provisional desde luego, de este
p rim er ir y venir entre los resultados obenidos en los dos extrem os de
la cadena: buscar los com ponentes del m ecanism o que pro d u ce el
surgim iento del inconsciente del lado de las estructuras de lo simbólico,
teniend o en cuenta [el hecho de] que los elem entos de los que son las
estructuras son específicos de esa estructura m uy particular que es el
inconsciente (estos elem entos son los fragm entos de im aginario que
encontram os en el análisis del inconsciente, o más bien de sus forma­
ciones, que son sus m odos de existencia concreta).
T o d o esto no es nada incom patible con lo que usted dice de la
observación del niño, y que atañe sin du d a alguna a u n o de los
momentos de la manifestación de una de las condiciones esenciales de la
estructuración del inconsciente: la relación binaria ausencia-presencia
de la m ad re con el niño, y la elaboración d e las prim eras form as de la
palabra. P ero lo que sucede en este fenóm eno directam ente obser­
vable, y q u e parece ser el origen del inconsciente, no es más que un
efecto fechable de la eficacia de todo el sistem a de los elem entos
dispuestos desde el nacim iento, y que o p eran de m aneras sum am ente
com plejas y diversas (los ritm os de presencia de la m adre, el control
de esfínteres, etc.), sin que se pueda asignar u n origen radical puntual,
a p artir del cual pueda ser pensada u n a filiación del “n acim iento” del
inconsciente. Éste surge com o el efecto, no de u n a serie d e causas
lineales, sino de u n a causalidad com pleja, que podem os llam ar estruc­
tural (sin centro, sin origen) hecha de la combinación original de las
form as estructurales que presiden el “nacim iento” (el surgim iento) del
inconsciente. Podem os asignar a las observaciones d e la patología del
lenguaje u n sentido en el contexto de esta causalidad estructural: si
tal o cual m anifestación observable es pues un efecto, fechable,
m om ento a su vez de la constitución del inconsciente, de la “causalidad
estru ctu ral” que preside la producción de esta nueva estructura que
es el inconsciente, no es más que un efecto parcial y derivado de él; p o r
lo tanto, com o no es originaria, p u ed e inclinar en cualquier sentido
el devenir del niño: hay u n “ju e g o ” d e posibles variaciones (que van
de lo norm al a lo gravem ente patológico, pasando p o r los estados
interm edios) en la existencia d e este efecto. No sucedería así si este
efecto fuese d e u n a filiación, de u n a causa identificable, asignable; en
este caso, no im plicaría u n “ju e g o ”. Im plica u n “ju e g o ” sólo p orque
es un efecto estructural, cuyo sentido sólo aparecerá más tarde, según
el lugar que tom e este efecto en la estructura en gestación, o más bien
en la estru ctu ra u n a vez constituida. Sería interesante exam inar el
siguiente punto: ¿a partir de qué grado de com plejidad, a p artir de
qué tipo d e agenciam iento de los efectos observables podem os inferir
con to d a seguridad que se p ro d u cirá tal evolución? La patología del
niño debe ser rica en observaciones que perm itan plantear esta
pregunta, y en ciertos casos» contestarla. Q uiero decir que ciertos
efectos d eben estar “en suspenso”, no haber recibido aún su sentido
definitivo, y p erm itir así u n diagnóstico, m ientras que otros deben ya
ser indicativos y autorizar ese diagnóstico. Sería interesante estudiar
las diferencias, en la naturaleza de estos efectos, que perm iten o no u n
diagnóstico. C om o usted ve, lejos de excluir la observación, mi posi­
ción la to rn a im prescindible, pero perm ite al m ism o tiem po determ i­
n ar el tipo de preg u n ta p ertin en te que podem os hacer a los datos de
la observación. La posición que p ro p o n g o no es a priori, puesto que
se basa en hechos (los de los dos extrem os de la cadena): no p u ed e ser
validada más que p o r su confrontación con las observaciones in term e­
diarias, de las cuales las que usted m enciona son sin d u d a alguna las
más im portantes; p ero el sentido de estas observaciones interm ediarias
no puede ser en ten d id o verdaderam ente más que p o r m edio de una
confrontación con las conclusiones sacadas de los dem ás hechos (que
tam bién p u ed en ser llam ados resultados de observaciones, ya sea que
se trate de los resultados de la práctica analítica, o del inventario de
los elem entos estructurales que presiden la existencia del niño lanzado
al m u n d o familiar.) Sólo este nuevo ir y venir puede p erm itir autenti­
ficar la hipótesis sobre el m ecanism o p ro d u c to r del surgim iento del
inconsciente, y asignar su sentido auténtico a las observaciones inter­
m ediarias.
U sted dirá quizá que estoy bastante lejos de Lacan al p ronunciar
este discurso. Tal vez sea así, si bien lo ignoro, pero después de todo
poco im porta, y en todo caso, es lo que p u d e percibir de él lo que m e
puso en esta pista. Pero dejem os este punto, p ara ab o rd ar u n a últim a
hipótesis, que es aún más arriesgada que todas las dem ás pero que es
im p o rtan te para mí, en to rn o a la cual “doy vueltas” desde hace
bastante tiem po, y de la que será usted tam bién el prim er juez.
Sin d u d a esta vez m e alejaré de Lacan (aunque no sea absolutam en­
te seguro) atreviéndom e a form ular otra comparación en tre lo q u e se
pued e observar en los dos extrem os de la cadena.
Estam os de acuerdo en que, una vez constituido, el inconsciente
funciona com o una estructura “intem poral”. Em plearé aquí u n a com ­
paración: u n a vez montado, y m ontado p ara ser capaz de funcionar, un
motor “fu nciona” siem pre con algo. Por ejem plo, un m otor de gasolina
funciona con gasolina. A hora bien, m e p reg u n to si no se p u ed e decir
que el inconsciente tam bién necesita “algo” para funcionar: y este
“algo” es, m e parece, en últim a instancia, lo ideológico. Sobre este punto
ten dría q ue esbozar u n a explicación de qué es lo ideológico. Basta
para n uestro propósito actual saber que lo ideológico no se reduce a
los sistem as conceptuales de la ideología, sino que es u n a estructura
imaginaria que existe no sólo en form a de conceptos, sino tam bién en
form a de actitudes, gestos, conductas, intenciones, aspiraciones, re­
chazos, perm isos, interdicciones, etc. P or o tra parte, ¿no se puede
decir que las form as de m anifestación del inconsciente, que obedecen
a la repetición, no se repiten más que en condiciones definidas, cuya
realización, o “m ontaje”, asegura el inconsciente, pero a condición de
“e n c o n tra r” en las situaciones “vividas” (esta “vivencia” es p ro p iam en ­
te la ideología en acción como form a ideológica realizada) con qué
asegurar este “m ontaje”? El inconsciente p u ed e “no escatim ar me­
dios”, p ero sin em bargo debe “en c o n trar” el “m edio” conveniente
para no escatim arlo. Decir que el inconsciente “funciona con lo im a­
ginario ideológico” es decir, entonces, que “selecciona” en lo im agi­
nario ideológico las form as, los elem entos o las relaciones que le
“convienen”. T engo la im presión de que no es una casualidad que
ciertas “situaciones” ideológicas m antengan de maravilla ciertas es­
tructuras inconscientes definidas, y q ue existan “afinidades” e n tre tal
form a d e neurosis, y hasta de psicosis, que hacen que tal coyuntura
“realice” p o r excelencia estructuras inconscientes definidas. Pudim os
verlo d u ra n te las guerras (la “dism inución” de las enferm edades
m entales) y más particularm ente en ciertos regím enes políticos cuya
ideología “autorizaba” y “alim entaba” el “ju e g o ” de toda una serie de
“reacciones” inconscientes. H abría que “leer” así, al revés d e com o
suele pro po nerse, el “d esenfreno” de los “instintos” bajo la ideología
nazi, racista, etc., com o u n a distribución general y oficial, pública y
permisiva, de este “ca rb u ra n te” ideológico que requiere ciertas p er­
versiones p ara “fun cionar” al aire libre. C reo que lo que vemos así
b u rd am en te en situaciones tan m anifiestas podem os discernirlo tam ­
b ién en situaciones m ás “privadas”, e n las que ya no hay, p o r lo m enos
en form a general y con generosidad pública, “distribución” de carbu­
ran te ideológico p ara el funcionam iento de las estructuras psicóticas
o neuróticas, o perversas; en este caso, cada inconsciente está reducido
a “arreglárselas” p ara proveerse su “d ro g a”, es decir el “ca rb u ra n te”
ideológico con el que funciona, el tipo de “situación vivida” (lo
“vivido” siem pre está im buido de ideología) en el que pueda “realizar­
se”. ¿Es sensato lo que planteo?; ¿corresponde, aunque sea de lejos, a
su experiencia analítica? Mi lenguaje tal vez le m oleste. P uedo utilizar
otro, acaso m enos m etafórico. ¿No podem os decir, p o r ejem plo, que
to da estructura inconsciente tiende siem pre a “encajonarse” en for­
mas ideológicas preexistentes, com o aquellas en las que “funciona” en
condiciones que la satisfacen?
Si es así, y si comparo esta exigencia del inconsciente que reclam a
form as definidas de la ideología para p o d er “funcionar”, con lo que
es posible co m p ro b ar en el o tro extrem o de la cadena, a saber, la
presencia, en tre las estructuras regionales de lo sim bólico que “presi­
d e n ” este m ecanism o que produce el “surgim iento” del inconsciente
[...]12 Estaría tentad o, a título de hipótesis, a p regun tarm e si las form as
ideológicas en las q u e se viven los papeles de los personajes del m edio
familiar no tienen u n a influencia determinante en la estructuración del
inconsciente. No quisiera ir dem asiado lejos ni dem asiado rápido en
esta vía riesgosa, mas m e parece que existen afinidades m uy profundas
en tre la naturaleza de los elem entos de lo im aginario ideológico y la
naturaleza de los elem entos de lo im aginario inconsciente, p o r una
parte, y en tre los m ecanism os que rigen su com binación en el “segun­
do estrato ” de sus respectivas estructuras [por la otra]. Lo que me
llevaría a considerar que habría que ir un poco más lejos que la tesis:
el inconsciente está estru ctu rad o com o un lenguaje; es decir que el
inconsciente está estructurado com o este “lenguaje” (no lengua) que
es lo ideológico, y habría que co m p ren d er esta sem ejanza de estructuras
en u n sentido m ucho más elaborado que en el caso de la “sem ejanza”

12 Al p arecer aquí desapareció u n a pa rte d e la frase en la im presión, h acien d o difícil


la co m prensión de este pasaje.
en tre la estru ctu ra del inconsciente y la de la lengua: se trataría de u n a
sem ejanza que ya no sólo seríaformal, sino que cuestionaría afinidades
de m ateria (lo im aginario) y d e estructura de organización (p o r lo
tanto un grado más hacia lo concreto). Desde luego, no se trata de
restaurar así u n a nueva génesis-filiación, pues la estructura del incons­
ciente es u n a estructura diferente a la de lo ideológico.
TRES NOTAS SOBRE LA TEORÍA DE LOS DISCURSOS
1966
El 26 de ju n io de 1966 Louis A lthusser pronuncia en la Escuela N orm al
S uperior, an te u n am plio auditorio, u n a exposición cuya versión
m ecanografiada, estrictam ente conform e a la grabación que fue con­
servada, se intitula “C oyuntura filosófica e investigación teórica m ar­
xista”.1 A lgunos meses después d e la publicación de La revolución
teórica de M arx y de Para leer E l capital, se trata de analizar la situación
sobre la coyuntura teórica, y de in ten tar desplegar u n a am plia estruc­
tu ra de trabajo colectivo.
En noviem bre, A lthusser redacta y hace m ecanografiar u n a “C ircu­
lar núm . 1” que intenta “organizar el trabajo colectivo”, y llam a a
“form ar grupos de trabajo teórico” en toda Francia sobre la base del
siguiente principio: “Estim am os que, en general, u n g rupo de investi­
gación teórica, p or lo m enos en el estado actual de los problem as
filosóficos y epistem ológicos, no pu ed e constituirse sim plem ente so­
b re la base de las ‘disciplinas existentes’, es decir sobre la base de u n a
delim itación, que p o r el contrario hay que criticar y cuestionar m uy a
m enudo. La m ayoría de los problem as teóricos decisivos, p o r lo m enos
en filosofía y en las ‘ciencias hum anas’, están actualm ente opacados
p o r la delim itación de las ‘disciplinas’, y p o r los efectos de la misma.
P roponem os pues que el G [rupo de] Tfrabajo] T[eórico] se constituya
no en to rn o a u n a disciplina o a u n ‘tem a interdisciplinario’, sino en
to rn o a u n objeto teórico, a u n problema teórico fundam ental que desde
luego p o d rá deslindar el cam po d e varias disciplinas, mas sin necesa­
riam ente figurar de lleno en ninguna de ellas, ya sea p o r su contenido
o p o r la form a de su objeto teórico.” A unque la estructura concebida
en esta “circular” nunca vio la luz del día, Louis A lthusser sí form ó en
to rn o a él a u n verdadero grupo de trabajo colectivo, cuyo m om ento
inicial estuvo constituido p o r las Tres notas sobre la teoría de los discursos.
En u n a carta del 7 d e octubre de 1966, en co n trad a en sus archivos,
Louis A lthusser expuso a Alain Badiou, É tienne Balibar, Yves D uroux
y P ierre M acherey su concepción del trabajo que preten d ía efectuar

. 1 Este texto sera publicado e n los Écrits philosophiques et politiques d e Louis A lthusser,
a ctualm ente e n preparación.
con ellos. Indicando d e e n tra d a que el objetivo es p re p ara r y confec­
cionar u n a “ob ra de filosofía (‘Elem entos de m aterialism o dialéctico’),
q ue firm arem os colectivam ente, y que pod ría ser publicada de aquí a
un año o dieciocho meses a más ta rd a r” —una “verdadera o b ra de filosofía
q ue pued a ser nuestra Ética”, precisará el 14 de octubre a Étienne
Balibar en u n a referencia explícita a Spinoza—, define a continuación
las m odalidades de la investigación prevista. “En el periodo actual, el
trabajo colectivo debe hacerse por escrito, p o r el intercam bio de notas
de investigación, redactadas p o r cada uno de nosotros, y distribuidas
a los cinco colaboradores”, escribe, antes de agregar: “debe ser estric­
tamente convenido entre nosotros, para evitar todas las reacciones de
susceptibilidad de algunos, que observarem os la más rigurosa discre­
ción sobre n uestra convención, es decir sobre nuestro proyecto,
nuestro trabajo colectivo y sus form as de organización. Les pido sobre
este p u n to un com prom iso form al. C o m p ren d erán fácilm ente las
razones.” Precisa entonces lo que entiende p o r “notas de investiga­
ción”: “d ebe entenderse que son notas de investigación, p o r lo tanto
ensayos, tentativas de enfoque, reflexiones que im plican riesgos teó­
ricos de erro r, y que están sujetos a rectificación y crítica. P or ello no
hay que tem er ni u n instante iniciar ensayos que pu ed an ser errores,
hipótesis q ue puedan ser aventuradas, y que d eberán ser tachadas o
enderezadas”, antes de insistir en lo que en su opinión es la condición
fundam ental del triunfo del proyecto: “todo d ep en d e de la conciencia
de la im portancia de lo que está en ju eg o en este trabajo, a falta d e lo
cual el circuito p odría in terru m p irse rápidam ente. C ada u n o debe
obligarse en conciencia a no dejar sin respuesta ninguna nota recibida.
C ada u n o d eb e p o n er p o r escrito en una nota las reflexiones y
observaciones que puede form ular (las más diversas) relacionadas,
directa o indirectam ente, con el proyecto de los E lem entos.”
Com o sabem os, el libro proyectado nunca sería publicado. Y sin
em bargo, a su m anera, existe. En efecto, más d e cuatrocientas páginas
de notas, de longitud sum am ente variada, se intercam bian en u n lapso
de dos años. Y si la posición institucional de A lthusser, en lo sucesivo
u n a celebridad m undial, vuelve el procedim iento necesariam ente
am biguo, los hechos persisten: en efecto, tuvo lugar u n a aventura
intelectual inédita, de la que casi no se conoce equivalente.
Enviadas el 28 de octubre de 1966, las Tres notas sobre la teoría de los
discursos son las prim eras de este tipo, seguidas en noviem bre de
1966-enero de 1967 p o r las 57 páginas de la “N ota sobre la teoría del
discurso” de Étienne Balibar. Las cosas nun ca fueron simples: no es
seguro que A lthusser haya redactado inicialm ente su texto con la
óptica de u n trabajo colectivo. Com o lo dice él m ism o en la carta con
que lo acom paña, la prim era nota fue escrita “d u ran te el m es de
septiem bre”. A unque el conjunto transm itido a sus cuatro interlocu­
tores, y sin d u d a asim ism o a Michel T o rt, qu ien tam bién participaría
en el intercam bio organizado, fue m ecanografiado p o r u n a secreta­
ria,11encontram os en sus archivos u n a versión an terio r d e la prim era
nota, “Sobre el psicoanálisis”, m ecanografiada p o r el propio A lthusser
y fechada el 13 de septiem bre. Envía este texto el 5 de octubre de 1966
a R ené Diatkine; evocando sus recientes “C artas a D...”, le escribe:
“Este texto, com o usted verá si tiene la paciencia (y tam bién el
tiem po...) p ara leerlo, rectifica cierto n ú m ero de tesis que había postu­
lado en mis cartas de este verano. En particular creo que lo que había
dicho acerca de la universalidad de los dos ‘estratos’ no tiene funda­
m ento. Los ‘dos estratos’ de lo económ ico no tienen la m ism a n atu ra­
leza q u e los ‘dos estratos’ de los discursos.”
Es este m ism o texto el que envía a F ranca el 13 d e septiem bre,
con u n co m en tario detallado de su proyecto y d e su estatu to : “T om a
en c u e n ta el h echo de q u e este ejercicio d e escritu ra es p ro p ia m e n te
u n a investigación, y no u n a exposición d e cosas ya sabidas. De ello
resu ltan , e n tre otras, m odificaciones (en el sen tid o de la precisión
rectificada) e n tre la term inología del p rin cip io y la term in o lo g ía del
final... La ‘tesis’ d efen d id a se basa en g ra n p arte en u n p u n to de
te o ría q u e elabo ré desde hace algunos m eses sobre la diferencia
e n tre la teo ría g eneral y las teorías regionales que d e p e n d e n de ella.
Esta d istinció n se im puso a p ro p ó sito d e los trabajos d e M arx. Para
d arte u n a id ea de ello, debes sab er q u e diría hoy d ía q u e el
m aterialism o h istórico es la teoría general, de la cual la teo ría del
m o d o capitalista, o la teo ría de lo político y d e la política..., o la
teo ría d e lo ideológico, o la teoría d e las fases de tran sició n hacia
el m o d o d e p ro d u cció n socialista, o la teo ría de la instancia econó­
mica del m o do de p ro d u cció n capitalista (de lo q u e M arx habla
ex p lícitam ente en E l capital), etc..., son teorías regionales. Estas
teorías regionales son teorías de u n objeto teórico (el m o d o de
p ro d u c ció n capitalista, etc.) y no el co n o cim ien to d e objetos reales
(el m o do d e p ro d u c ció n capitalista no es u n objeto real, pues no
existe m ás q u e en d e te rm in a d a formación social histórica: la Inglate-

“ Véase nu e stra presentación de las Cartas a D... Los dos textos fu ero n m ecanogra­
fiados con la m ism a m áquina de escribir.
rra d e l siglo xix, la R usia d e 1917, la F rancia y la Italia d e 1966, etc.).
Lo que existe, en el sentido am plio d e existir, son estos objetos reales
(que ah o ra llam o, tom ando un concepto de Spinoza, ‘esencias singu­
lares’): el conocim iento de los objetos reales supone la intervención
de los conceptos de la teoría general y de los conceptos de las teorías
regionales im plicadas, más el conocim iento (em pírico) de las form as
de existencia determ inadas que constituyen la singularidad de estas
esencias. Así, p ara ser com prendido com o tal, u n protocolo de prác­
tica analítica (el episodio de u n a cura referido p o r u n analista), situado
y referido al m ecanimo que lo produce, supone el recurso a la teoría re­
gional del psicoanálisis, que a su vez supone el recurso a la teoría
general. En el texto que vas a leer, se pone de relieve el carácter
absolutam ente indispensable del recurso a la teoría general, y el hecho
de que (éste es su dram a teórico) la teoría regional analítica no
disponga aún de su teoría general, pues no sabe de qué teoría general
depende. In ten to decir de cuál y m uestro que esta teoría general es la
com binación de dos teorías generales, u n a conocida (el m aterialism o
histórico) y la o tra aún insospechada, o casi, en to d o caso hasta ahora
confu n d id a ya sea con la lingüística o bien con el psicoanálisis (esta
confusión se en cu en tra tam bién en Lacan): la teoría general del
significante, que estudia los m ecanism os y los posibles efectos de todo
discurso (significante). Si todo esto es cierto, a pesar de su aridez,
debería ten er el efecto de u n a bom ba. Voy a in ten tar buscar el máximo
de garantías y consultar a algunos m uchachos sagaces, p ero a muy
pocos, antes d e publicarlo, bajo una form a que no he precisado. En
efecto, m e in tern o aquí en u n cam po m inado, con gente arm ada de
pistolas d e to d o calibre y que tiran en cuanto te ven, sin piedad, y
co rro el peligro, si no tengo cuidado, de que ‘m e d errib en envuelto
en llam as’.”
Tras h ab er escrito su prim er texto, muy p ro n to A lthusser considera
que algunos pu ntos deben ser rectificados. Inicia entonces la redac­
ción de las otras dos notas, que fecha el 12 de octu b re de 1966, y de
nuevo d a a m ecanografiar todo a u n a secretaria. E n el intervalo, no
m odifica su p rim era nota, cuya versión m ecanografiada p o r él mismo
contiene sin em bargo num erosas observaciones críticas escritas a
m ano, sin d u d a anteriores a la elaboración de las otras dos notas, si
nos basam os en lo que escribe a Franca en su carta ya m encionada:
“En este texto hay no sólo variaciones de term inología, sino uno o dos
pasajes con bastantes im precisiones m arcadas con signos de in terro ­
gación. Pasajes que, en mi opinión, no tenían relación al escribirlos.
Desde entonces, definí algunas ideas rectificadas que p u ed e n servir
para enderezarlas, pero no pude corregir mi texto.”
La falta d e conclusión de los textos presentados aquí perm ite
localizar u n a dim ensión desconocida de la em presa althusseriana.
Lejos del procedim iento hegem ónico atribuido a m enudo a Althusser,
podem os ver en ello u n pensam iento aten to a la singularidad de las
ciencias, p reocupado, en pleno apogeo “estructuralista”, p o r rechazar
la unificación de las “ciencias hum anas” p o r el dom inio de u n a de
ellas, au n q u e fuese el “m aterialism o histórico” o el “m aterialism o
dialéctico” —al mismo tiem po que in ten ta definir diferencialm ente el
estatus d e cada u n a de ellas, en este caso del psicoanálisis. Se descubre
en ello tam bién u n a tentativa original de plantear, p o r lo m enos, la
cuestión d e las relaciones e n tre el inconsciente y la ideología. Y si hoy
sabem os, en tre otros p o r el “últim o A lthusser”, que los hom bres no
siem pre se plantean problem as que p u ed en resolver, no podem os
fingir q u e creem os que u n problem a está resuelto p o r el hecho de ya
no plantearse.
P ro po n em o s aquí al lector el conjunto de las Tres notas sobre la teoría
de los discursos enviadas a los m iem bros del grupo antes m encionado,
al m ism o tiem po que restituim os algunos pasajes p resentes en la
versión m ecanografiada p o r Louis A lthusser, y m anifiestam ente om i­
tidos p o r e rro r cuando fu ero n transcritas p o r segunda vez. Indicam os
com o referencia todas las añadiduras m anuscritas de A lthusser al
texto de la p rim era nota, m ecanografiada p o r él mismo.

F. M.
CARTA DE ENVÍO

París, 28 d e octubre d e 1966

A djunto incluyo, com o contribución personal al título de nuestros


intercam bios, tres notas que se refieren a la teoría de los discursos, cuya
o p o rtu n id ad es b rin d ad a p o r u n a reflexión sobre el estatus del discur­
so inconsciente, y su articulación sobre el discurso ideológico.
R etranscribo, sin cam bios, la N ota 1, escrita d u ra n te el m es de
septiem bre.
E videntem ente, en p arte está rebasada, com o se m uestra en las
N otas 2 y 3.
a] C onsidero que es necesario revisar todo lo que indiqué a p ro p ó ­
sito del lugar del “sujeto” en cada uno de los discunos. C uanto más lo
pienso más considero que la categoría del sujeto es absolutam ente
fu ndam ental en el discurso ideológico, y que es u n a de sus categorías
centrales: vinculada a verdad-garantía, en la estructura centrada, espe­
cular en fo rm a repetitiva.
Sacando las consecuencias de esta “pertinencia”, creo que no se
p u ed e h ablar de “sujeto del inconsciente” com o sin em bargo lo hace
Lacan, ni d e “sujeto de la ciencia”, ni de “sujeto del discurso estético”
—au n q u e ciertas categorías d e los susodichos discursos, en la m edida
en que están articulados, cada uno de u n a m anera específica, sobre el
discurso ideológico, estén e n relación con la categoría del sujeto.
T o d o esto podría d ar lugar de aquí en adelante a precisiones, pero
actualm ente no tengo tiem po de realizarlas, y pu ed en ser indicadas y
desarrolladas p o r otros, en m ejores condiciones.
b] T o d o el final de la N ota 1 debe ser revisado, y rectificado muy
seriamente, al m ismo tiem po debido al estatus que im plica acerca d e la
teo ría general, y tam bién debido a la T eoría G eneral que indica com o
determ inante.
NO TA 1
[SOBRE EL PSICOANÁLISIS]

1] Situación actual de la teoría psicoanalítica.


Podem os caracterizar a la teoría analítica, en su estado actual,
diciendo que, salvo algunas tentativas de las que hablarem os, se
encuentra, en el m ejor d e los casos, en form a de u n a teoría regional,
que carece de teoría general, au n q u e su realización sea. por derecho.
H ablar de la teoría analítica com o d e u n a teoría regional es hablar
d e ella com o de u n a teoría o sistema de conceptos teóricos que
perm iten d ar cuenta de la estructura y del funcionam iento de su
objeto: lo que actualm ente se denom ina el inconsciente analítico. El
inconsciente es el objeto teórico (u objeto de conocim iento) de la
teoría (regional) analítica.
Esta teoría del inconsciente, tal com o la encontram os en F reud
(prim ero o segundo tem as recurrentes) o en Lacan, debe ser distin­
guida cuidadosam ente, com o teoría, de su aplicación (preceptos, reglas
prácticas d e la conducción de la cura), así com o de las observaciones
de la práctica analítica (la cura), que sin em bargo están consignadas en
sus conceptos. Los conceptos en los que se piensan (y m anipulan) los
datos experim entales de la cura son conceptos practicados, y no p en ­
sados (teóricam ente).
Los conceptos pensados sistemáticamente en la teoría psicoanalítica
regional no denen por objeto el objeto real al que se refieren la práctica
de la cura y sus observaciones, sino un objeto teórico que perm ite pensar,
entre otras cosas, lo que sucede en la cura. Los temas freudianos consideran
al inconsciente en general, es decir proporcionan los conceptos que dan
cuenta no sólo de lo que sucede en la cura, y en particular en la cura de
casos “patológicos”, psicosis y neurosis, sino tam bién lo que sucede fuera
de la cura y asimismo fuera de los casos llamados “patológicos”. N o es
casualidad que Freud haya em pezado por una Traumdeutung proseguido
con una Psicopatología de la vida cotidiana, una teoría del “Witz”, y haya
hablado del arte, de la religión, etc. La teoría del inconsciente es por
derecho la teoría de todos los efectos posibles del inconsciente, en la cura,
fuera de ella, en los casos “patológicos” y en los “norm ales”. Lo que la
caracteriza como teoría es lo que hace de toda teoría una teoría: tener por
objeto no determ inado objeto real, sino un objeto de conocimiento (por
consiguiente un objeto teórico); producir el conocimiento de la posibilidad
(determinada) de los efectos, y por ende de los posibles efectos de este ob-jeto
en sus form as de existencia reales. T o d a teoría supera pues el objeto
real que constituye el “punto de partida” empírico a partir del cual,
históricamente, la teoría se constituye (en Freud, la “talking cure”) para
producir su propio objeto teórico y su conocimiento, que es el conoci­
m iento de los posibles de este objeto y de las formas de la existencia en las
que estos posibles determ inados se realizan, existen com o objetos reales.
Desde este punto de vista, podem os decir que existe pues u n a teoría
analítica, p o rq u e posee su objeto teórico y p ro p o rcio n a conocim ien­
tos, q u e son el conocim iento de los posibles (en particular d e los
efectos posibles) de este objeto.
Sin em bargo, al m ism o tiem po tenem os que decir que esta teoría
es u n a teoría regional, que tiene la particularidad de d ep e n d er por
derech o d e u n a teoría general ausente.
Esta situación no es propia, en la historia de las ciencias, del
psicoanálisis. T od a1 nueva “ciencia” surge, en el m om ento de su
“fun dació n ”, en form a d e una teoría regional que d ep e n d e por
derech o d e u n a teoría general ausente. Esta dependencia p o r derecho
de u n a teoría general ausente en realidad significa:
• que podem os com probar, en el seno m ism o de la teoría regional,
la ausencia de la teoría general (los efectos de esta ausencia) en el plano
teórico: m ientras falte la teoría general, la teoría regional in ten ta
“ce rra rse” sin lograrlo, o, hablando otro lenguaje, in ten ta definir su
p ro p io objeto diferencialmente (con respecto a otros objetos teóricos:
aquí el objeto de la biología, de la psicología, de la sociología, etc.)
p ero sin lograrlo. Esta tentativa y su fracaso revelan la ausencia de
hecho d e una teoría general, destinada sin em bargo p o r derecho a
existir p ara fu ndam entar estas tentativas.
• que podem os co m p ro b ar la ausencia d e la teoría general en el
plano práctico: el p roblem a teórico de las fronteras, y p o r lo tanto de
la definición diferencial de objeto del psicoanálisis, problem a no
resuelto en ausencia de u n a teoría general, produce efectos precisos
en el ám bito de la técnica y en el de la práctica. P or ejem plo: si las
psicosis p u ed en co m peter a la técnica analítica, ¿cómo conducir u n a
cura de psicóticos?, etc. P or ejemplo: ¿qué relación existe, práctica y
técnicam ente, en tre la cura analítica y las psicoterapias, e n tre el
análisis y la m edicina psicosomática?, etc. P or ejem plo —y es el efecto
más grave—: a falta d e u n a teoría general, asistimos al d eterio ro de la
teoría regional, a su desconocim iento com o teoría, a su caída en el
em pirism o de la práctica analítica, o a su confusión indebida con otras

1 “T o d a ” subrayado; a ñadido m anuscrito en el m argen: “? a verificar”,


teorías regionales (biología, psicología, etc.) hasta en el plano de la
técnica (cf. las desviaciones técnicas de ciertas escuelas: ya sea de A dler
y d e ju n g , o bien d e las escuelas estadunidenses o inglesas).
Sin em bargo, es necesario precisar q ue los efectos de esta ausencia
p u ed en ser relativam ente limitados, contenidos en los límites que
salvaguardan al mismo tiem po las reglas analíticas freudianas (la
técnica de la cura) y la teoría regional de la cual dep en d en . P uede
existir en num erosos practicantes una práctica técnicam ente justa,
au n si no d om inan la teoría regional desde el pu n to de vista teórico
(basta que la do m in en en sus formas de existencia técnica, que
aseguran u n a práctica eficaz, basta que la “practiquen”). Asimismo la
teoría regional, a pesar de los efectos y am enazas d e las que se habló,
p u ed e subsistir casi intacta, a falta d e una teoría general cuya necesi­
d ad p o r derecho, sin em bargo, se hace sentir en su ausencia misma.
Estos caracteres definen la situación de la práctica analítica y de la
teoría analítica actual. Nos encontram os ya sea frente a practicantes
que “practican” la teoría regional (y su práctica es justa, sin im portar
las ideas que se expongan sobre la teoría regional, teóricam ente justas
o no); o a practicantes que no la practican (pero practican u n a teoría
falsa); o b ien a analistas que dom inan teóricamente la teoría general y
q ue p u ed en al m ism o tiem po —esto no es im pensable— “practicarla”
mal). En la inm ensa m ayoría de los casos, el psicoanálisis no va más
allá de la teoría regional.
Q u e el psicoanálisis no disponga de teoría general, sino ya sea de una
práctica o de u n a teoría regional, le da este estatus sum am ente
particular: no está en condiciones de dar una prueba objetiva de su
cientificidad^ es decir no está en condiciones de definir (o de situar)
diferencialm ente su objeto teórico en el cam po de la objetividad
teórica (cam po constituido p o r las relaciones diferenciales de los
diversos objetos teóricos existentes). En efecto, la única pru eb a que
p u ed e darse de la cientificidad de una teoría regional es exhibir la
articulación diferencial que la sitúa en el cam po articulado de los
objetos teóricos existentes. Sólo la teoría general puede asegurar esta
función, pen san do el objeto d e la teoría [regional]2 en su relación
articulada con los dem ás objetos de los cuales el sistem a constituye el
cam po existente de la objetividad científica.

2 En las dos versiones m ecanográficas dice “general”, pero sin d u d a se debe leer
“regional”.
2] La cuestión de la teoría general.
A con testar esta cuestión, a resolver este problem a, se dedicaron
algunos autores, p o r m edio de tentativas con éxito diverso, unas
aberrantes, otras interesantes.
Tentativas aberrantes: son a su m anera la m anifestación de la
existencia del problem a, en la form a misma de su aberración.
Citemos: la tentativa biologista, la psicologista, la etologista, la socio-
logista, la filosófica. Lo propio de estas tentativas es ser reductoras: al
querer (no queriendo) pensar la diferencia del objeto teórico del psicoa­
nálisis (el inconsciente) con respecto a tal o tal otro objeto teórico (el de
la biología, de la psicología, de la filosofía, etc.) reducen en realidad el
objeto del psicoanálisis al objeto de estas otras disciplinas.
Tentativas interesantes: la del propio F reud y hoy la de Lacan.
E ncontram os en F reud (en la Metapsicología, en los Tres ensayos, y
tam bién en Tótem y tabú, El porvenir de una ilusión) una tentativa de
situar el objeto del psicoanálisis con respecto a otros objetos, p erte n e­
cientes a disciplinas existentes. El interés teórico d e las tentativas
freudianas es que no son reductoras, sino diferenciales (cf. la teoría de
las pulsiones y su relación diferencial con la teoría d e los instintos).
P odem os decir que la existencia de estas tentativas y su carácter
diferencial constituyen la prueba de la conciencia que F reud tenía
—conciencia sum am ente vivaz— de la necesidad de pensar el objeto
teórico del psicoanálisis en el cam po de la objetividad científica. Sus
constantes referencias a la ciencia, a la objetividad científica, a las di­
ferentes ciencias existentes, incluso a los mitos por m edio de los cuales
esperaba del porvenir la “solución” teórica de los problem as de la teo­
ría analítica por el desarrollo de alguna otra disciplina, todo ello da tes­
tim onio directa e indirectam ente (hasta en ciertos mitos) de que Freud
conocía la necesidad de una teoría general. U na vez más, lo que resulta
so rp ren d en te, p or faltar las condiciones teóricas que p erm itieran la
constitución de esta teoría general (y quizá nos encontram os aún en
el m ism o punto), es que, al mismo tiem po que tom aba de tal o cual
disciplina (las ciencias o hasta cierta filosofía) algunos de sus conceptos
para esbozar el co n to rn o de esta teoría general, Freud la concibió
siem pre p o r derecho com o distinta de las teorías regionales de las
cuales tom aba estos elem entos. N unca cayó en una teoría general ni
biológica, ni psicológica, ni filosófica. De ahí la paradoja de su tenta­
tiva: tuvo que forjar un esbozo de la teoría general que p re te n d e serlo
p o r su función, y no serlo por su contenido. Repitió en su teoría general
(m etapsicología) lo que podem os llam ar la soledad obligada de la
teo ría regional, y u n a teoría general tiene ju stam en te com o efecto
p o n er fin a esa soledad. Decir que su teoría general repitió su teoría
regional q u iere decir que los conceptos de aquélla son tan “solitarios”
com o los de ésta: en lugar de asegurar el vínculo diferencial e n tre su
teo ría regional y otras teorías regionales, en lugar de ser conceptos
generales que hagan posibles varias teorías regionales, entre ellas la
teoría regional del psicoanálisis, expresan u n a p retensión (vacía) a la
generalidad, m ás que la realidad de esta generalidad en su papel
efectivo. En cam bio, estos conceptos repiten los de la teoría regional,
no son más que su réplica en la form a de la generalidad, cuando no
sim plem ente conceptos de la teoría regional aunados a u n nombre que
les asigna u n a función en la teoría general, función de la que este
nombre no es el concepto. Para ilustrar este pu n to basta u n solo
ejem plo: el concepto de instinto de muerte (por oposición a la libido)
p erten ece en realidad a la teoría regional; pero p o r su nombre está
cargado de funciones en la teoría general.3 A hora bien, su nombre no
tran sfo rm a el concepto regional en concepto general: su n o m b re es
u n program a, q u e no hace más que asignar una función en su propia
ausencia.
La tentativa d e Lacan prosigue lo m ejor de la de F reud, con una
en o rm e lucidez. Podem os decir que el trabajo de denom inación
conceptual que Lacan llevó a cabo sobre los conceptos de la teoría
regional de F reud supera el ám bito de la única teoría regional. Esta
denom inación rectificada, vuelta sistem ática y coherente, de la que
Lacan sacó efectos teóricos de muy grande alcance (en el seno de la
teo ría regional), constituye u n a elaboración que no pudo ser pensa­
da y efectuada sin 1] la conciencia de la necesidad de elaborar una
teo ría general, 2] u n concepto preciso4 de la naturaleza de u n a teoría
general, 3] un principio d e elaboración de esta teoría general. El
indicio más espectacular de esta triple exigencia, consciente en Lacan,
es ofrecido p o r su uso de la lingüística. Lacan no sólo sostiene
ferozm ente el principio de la diferenciación en tre el objeto del
psicoanálisis y el de la biología, de la psicología, de la filosofía
(fenom enología ante todo) que encontram os en F reud, sino que
adem ás agrega a este trabajo defensivo y negativo u n trabajo positivo:

3 A ñadido m anuscrito al dorso de la hoja anterior: “ ‘vinculado’ a la teoría general,


o m ás bien ‘ag reg ad o ’ a n te la teo ría general (com o u n m iem bro de lo secu n d ario está
‘a gregado’ a n te el su p e rio r)”.
4 “Preciso” está tachado; corrección m anuscrita: “cierto con cep to ”.
m uestra al mismo tiem po, a propósito de la lingüística, lo q u e distin­
gue al objeto (teórico) del psicoanálisis del objeto (teórico) de la
lingüística, y lo que los reconcilia. En resum en, piensa u n a diferencia,
no sólo en su aspecto negativo, sino tam bién en su aspecto positivo,
es decir, piensa u n a relación diferencial. Y esta relación diferencial con
el objeto d e la lingüística es lo que le sirve de principio fundam ental
para pen sar las otras relaciones diferenciales: con los objetos de la
biología, d e la psicología, de la sociología, de la etología, de la filosofía.
D esde luego no es u n a casualidad teórica si u n a relación diferencial
específica (aquí la que pone en relación de diferencia p ertin en te el
objeto de la lingüística con el del psicoanálisis), ésta y no otra, sirve de
principio pro p io para hacer aparecer las demás relaciones diferencia­
les: si esta relación diferencial tiene este papel privilegiado es que rige
a las otras relaciones diferenciales, p o r lo m enos en el estado actual
de la reflexión.
Hay que agregar que podem os descubrir, p o r m edio de u n o de sus
efectos (que suele pasarse com pletam ente p o r alto), la función “teóri­
ca g en eral” que tuvo el recu rrir a la lingüística en el caso d e la ela­
boración conceptual de la teoría regional del psicoanálisis: es que Lacan
se ve llevado no sólo a esclarecer los conceptos teóricos de la teoría re­
gional analítica, sino tam bién algunos de los conceptos d e la teoría
general de la lingüística misma. Éste es u n efecto específico de cualquier
teoría general: no p u ed e esclarecer u n a teoría regional d ad a sobre sí
misma, y ayudarla a form ular o rectificar sus conceptos, sin producir
el m ism o efecto de rectificación-'reordenamiento de los conceptos de la
o tra teo ría regional que hace intervenir en esta operación d e defini­
ción diferencial. Los lingüistas quizá no se han dado cuenta aú n de lo
que p u ed en deber, hasta en su propia disciplina, a una tentativa que
al parecer no atañe a su p ro p ia disciplina. Sin em bargo, se trata de un
efecto norm al de la aparición de cualquier teoría general: rectifica-re-
clasifica los conceptos que enfrenta (de las teorías regionales) confron­
tan d o a u n a teoría regional, a la que se in ten ta hacer avanzar, otra
teoría regional, no sólo en la teoría p o r rectificar, sino tam bién en la
teoría rectificante; no sólo en la teoría p o r trabajar, sino en la teoría
a la que se hace trabajar. Sin em bargo, este efecto im plica u n incon­
veniente d e cierta gravedad, si no sabem os que en este caso se trata
de la elaboración de u n a teoría general, si creem os que se trata
siviplemente de teorías regionales, y d e su simple confrontación (como
si to d o sucediera en tre dos teorías regionales, sin la intervención de
u n tercero , que ju stam en te no está en el m ism o nivel, es decir en el
regional, y q ue es de una naturaleza totalm ente diferente, puesto que
se trata de un tercero, que no es más que la teoría general). Si esto no
qued a claro, y bien concebido, podem os llegar a creer que lo q u e
sucede en esta confrontación es o b ra exclusiva de u n a d e las dos
teorías regionales. Podem os creer que es el psicoanálisis el que posee
las llaves de la lingüística, o viceversa: podem os creer que u n a teoría
regional (la del psicoanálisis o la de la lingüística) es la teoría general de
la otra. Este desconocim iento es pues el origen (y es frecuente, p o r ser
difícil de evitar) de una ideología, ya sea lingüística o psicoanalítica
que hará decir (y, lo que es más grave, pensar), p o r ejem plo, q u e la
lingüística (o el psicoanálisis) es la disciplina m adre de las ciencias
hum anas. A pesar de todas las precauciones que tom ó, no podem os
decir que Lacan o en todo caso algunos de sus discípulos no se vean
tentados p o r este desconocim iento ideológico. De ello da testim onio
p o r ejem plo el nú m ero d e La Psychanalyse acerca d e “Psychanalyse et
sciences hum aines” [“Psicoanálisis y ciencias hum anas”],5 y las tom as
de posición de Lacan [sobre] la o b ra de Lévi-Strauss, así com o ciertos
tem as que Lacan desarrolla sobre la historia de las ciencias [y] D escar­
tes, así com o el uso (muy am biguo) que hace del pensam iento de
algunos filósofos (Platón, Hegel, H eidegger).
Es muy notorio que estos efectos de desconocim iento, que apare­
cen en estos ejem plos, estén totalm ente proscritos del uso que Lacan
hace de la lingüística para elaborar los conceptos de la teoría regional
analítica: lo que tendería a dem ostrar que la teoría general hacia la
que se encam ina, y de la que d a elem entos de elaboración, no está
p erfectam ente situada en su estatus d e teoría general, puesto que, p o r
ejem plo, lo que Lacan niega a la lingüística cuando habla d e ella
expresam ente lo atribuye p o r o tro lado, y com o de con trab an d o , a
Lévi-Strauss, cuando es m anifiesto que Lévi-Strauss im p o rta la lingüís­
tica a su ám bito de u n a m anera m uy sum aria y no crítica, sin ninguna
relación con el tipo de “im portación” (que ju stam en te es u n a im p o r­
tación diferencial y crítica) que podem os observar en Lacan. C uando
este últim o ab o rd a las relaciones de la lingüística y del psicoanálisis
de u n a m anera epistem ológicam ente correcta, deja al uso (incorrecto)
que hace Lévi-Strauss de la lingüística el cuidado y la responsabilidad
de “m ediatizar” la relación del psicoanálisis con las dem ás ciencias
hum anas, lo que m antiene entonces el siguiente equívoco: o b ie n la
lingüística es la teoría general de las ciencias hum anas, o bien el

5 La psychanalyse, núm . 3, 1957.


psicoanálisis (aliado a la lingüística, y habiéndola devuelto a su origen)
es la teoría general de las ciencias hum anas. La existencia y la persis­
tencia de esta am bigüedad, visible p o r estos efectos (relaciones del
psicoanálisis o de la lingüística con las ciencias hum anas), es la
m anifestación de los límites objetivos alcanzados p o r m edio del esfuer­
zo d e Lacan de elaborar u n a teoría general, cuya necesidad percibe
con lucidez. Es dem asiado fácil explicar estos límites (y los efectos de
desconocim iento que provocan) m ediante los límites de u n esfuerzo
individual d e todas m aneras so rprendente, y que estaría dem asiado
“sum ergido” en su trabajo d e elaboración regional para p restar toda
la atención necesaria al trabajo de elaboración general cuya necesidad
absoluta, sin em bargo, concibe, y de u n a m anera muy clara. Esta
explicación pertenece a la historia personal de la investigación laca-
niana. D ebem os exam inar este hecho bajo principios totalm ente
diferentes, y decir q ue la existencia de estos límites m anifiesta en
realidad u n a lim itación en la concepción de la naturaleza de una teoría
general en Lacan. Para superar estos límites, evidentem ente se necesita
algo más q ue u na experiencia interna de la teoría regional analítica y
de la teo ría regional lingüística: se requieren conceptos epistem ológi­
cos generales, es decir u n a concepción filosófica definida y justa, que
abarque en efecto el objeto específico por sí m ism o que constituye la
teoría general.6 Sólo con esta condición podrem os en c o n trar la si­
guiente pista: que la teoría general del psicoanálisis, aquella que
requiere y que exige su teoría regional, no puede elaborarse p o r la
simple “co n fro n tació n” diferencial (y sus “efectos” de teoría general)
en tre la teo ría general de la lingüística y la regional del psicoanálisis;
que d eb e ser elaborada desde otro punto de vista, p o r m edio de diferen­
tes confrontaciones, haciendo intervenir otras teorías regionales y sus
relaciones diferenciales, con u n a reclasificación diferente, que preci­
sam ente cuestione los objetos sobre los cuales la lim itación antes
descrita ejerce sus efectos: esas famosas ciencias hum anas.
Aquí, desearíam os sugerir que la teoría general del psicoanálisis
debe buscarse en lo que perm ite constituir la teoría regional del dis­
curso del inconsciente, al m ism o tiem po com o discurso y com o discurso
del inconsciente, es decir no en u n a sino en dos teorías generales, cuya
articulación h ab rá que pensar.
3] C arácter del inconsciente.
Para decidir la naturaleza de los elem entos teóricos convocados a

6 A ñadido m anuscrito en el m argen: “y su relación con las teorías regionales”.


la constitución d e la teoría general del psicoanálisis, es necesario partir
de los caracteres del objeto de la teoría regional del psicoanálisis: el
inconsciente.
Sabem os que la teoría regional fue elaborada a partir de las
observaciones y experiencias proporcionadas p o r la práctica de la
cura, así com o p o r las observaciones facilitadas p o r otros fenóm enos,
exteriores a la cura (efectos del inconsciente en la vida “cotidiana”, el
arte, la religión, etcétera).
Podríam os caracterizar al inconsciente com o sigue:
a] El inconsciente se m anifiesta, es decir existe, p o r sus efectos:7
efectos descubribles en el sueño, en todas las form as de síntom as, en
todos los “ju eg o s” (entre ellos el “ju eg o de palabras”) norm ales y
patológicos.
b] Esta m anifestación no es la de u n a esencia, cuyos efectos serían
los fenóm enos. Lo que existe es: los m ecanism os de u n sistem a que
funciona p roduciendo sus efectos. Estos m ecanism os son a su vez
determ inados. En sentido am plio, direm os que lo que existe son las
form aciones del inconsciente, es decir los sistemas determ inados que
funcionan produciendo efectos determ inados. El inconsciente no
significa más que el objeto teórico que perm ite pensar las form aciones
del inconsciente, es decir de los sistemas que funcionan según meca­
nismos productores de efectos.
c] El inconsciente es u n a estructura (o sistema) que com bina
determ inados elem entos som etidos a leyes de com binación determ i­
nadas y que funciona según m ecanism os determ inados.
d] El inconsciente es una estructura cuyos elem entos son significantes.
e] Com o sus elem entos son significantes, las leyes de com binación
y los m ecanismos de funcionam iento del inconsciente d ep en d en de
u n a teoría general del significante.
fj En la m edida en que estos significantes son los significantes del
inconsciente, y no de algún o tro sistem a de significantes (por ejem plo
la lengua, la ideología, el arte, la ciencia, etc.), el inconsciente d epen­
d e8 de la teoría general que perm ite pensar esta diferencia específica.
P or el m om ento se ha dejado en suspenso la cuestión de saber cuál es
esta teoría general, pero al parecer u n a teoría general del significante
no pu ed e producir por sí m ism a (por deducción) la diferencia espe­
cífica en tre el discurso de la ciencia, el de la ideología, el del arte, el

7 A ñadido m anuscrito en el m argen: “o form aciones”.


8 A ñadido manuscrito en el texto: “tam bién”.
del inconsciente. Debe hacer posible esta diferencia p o r m edio del
ju eg o de las posibles variaciones inscritas en la teoría del discurso,
pero no p u ed e construirla.
g] Para saber cuál p u ed e ser la teoría general que perm ita especifi­
car la diferencia que va a producir —com o distinta de otras form as de
discurso—la form a p ropia del discurso del inconsciente, es necesario
in ten tar p o n e r en evidencia, p o r reducción, esta diferencia, y com pa­
rarla con lo que la teoría del significante es capaz de p ro d u c ir com o
efecto teórico requerido.
h] Si com param os e n tre sí las diferentes fornas existentes de dis­
curso, es d ecir las form as del discurso inconsciente, del ideológico,
del estético, del científico, podem os p o n e r en evidencia u n efecto
común: todo discurso produce un efecto de subjetividad. T o d o discurso
tien e com o correlativo necesario u n sujeto, que es uno d e los
efectos, a u n q u e no p rincipal, de su funcionam iento. El discurso
ideológico “p ro d u c e ” o “in d u c e ” u n efecto de sujeto, u n sujeto; lo
m ism o o c u rre con el discurso de la ciencia, el discurso del incons­
ciente, etcétera.
i] La teoría de la p roducción del efecto de subjetividad com pete a
la teoría del significante.
j] Si com param os e n tre sí los diversos efectos-sujetos producidos
por las diferentes form as del discurso, com probam os 1] q u e la rela­
ción de estos sujetos con los discursos considerados no es la misma;
2] dicho de otra m anera, que cam bia la posición del sujeto “p ro d u ­
cido” o inducido p o r el discurso con respecto al discurso. Es así com o
el sujeto ideológico form a parte en persona, está presente en persona en
el discurso ideológico, puesto que él m ismo es u n significante d eter­
m inado de este discurso. En cambio, com probam os que el sujeto del
discurso científico está ausente en persona del discurso científico,
pues n ingún significante lo designa (sujeto evanescente, que no se
inscribe bajo u n significante más que a co ndición de d esa p are cer
de la cadena en el m om ento en el que aparece, si no la ciencia se
tran sfo rm a en ideología). Se p u ed e d ecir q u e el sujeto del discur­
so está p resente en el discurso estético p o r interpósitas personas (siem­
p re en plural). El sujeto del discurso inconsciente ocupa u n a posición
diferente a todas las anteriores: es “re p resen tad o ” en la cadena de los
significantes p o r un significante que “tiene lugar”, que es su “lugarte­
n ien te”; está ausente del discurso del inconsciente, entonces, por
“lugartenencia”.
La teo ría del significante debe d ar cuenta no sólo del efecto-sujeto
de todo discurso, sino tam bién, com o otras tantas posibilidades de
variación, de la forma-sujeto de estas diferentes formas del sujeto.
k] La naturaleza diferencial del efecto-sujeto y el lugar (posición)
q ue ocupa con respecto al discurso considerado el sujeto propio que
“p ro d u ce” com o efecto, deben ser referidos a diferencias de estructura
detectables en las estructuras d e los discursos considerados. Dicho de
o tra m anera, la estructura del discurso científico d ebe diferir de la del
discurso ideológico, de la del discurso estético y de la del discurso del
inconsciente. Esta diferencia d e estructura es lo que perm ite distin­
guir, com o diferen tem ente calificados (y diferentem ente designados)
los distintos discursos; dicho d e otra m anera, lo que perm ite hablar
del discurso científico, p o r u n a parte, del discurso ideológico, p o r la
otra, del discurso estético y del discurso del inconsciente.
Ejemplo: el discurso ideológico, en el que está presente el efecto-sujeto
en persona, es pues significante del discurso, es el significante central del
discurso, posee una estructura de centrado especular: el sujeto inducido es
repetido por u n sujeto productor (el sujeto empírico repetido por el
sujeto trascendental, el sujeto-hombre por Dios, etcétera).
Ejemplo: el discurso científico, en el que está ausente el efecto
sujeto en persona, no es pues u n significante del discurso, posee u n a
esti-uctura de descentrado (la de u n sistema de relaciones abstractas, cuyos
elem entos son conceptos, ninguno de los cuales es “constituyente”:
en cuanto un concepto se vuelve “constituyente”, se pasa del discurso
científico al discurso ideológico).
Ejemplo: el discurso estético, en el que está presente el efecto-sujeto
p o r interpósitas personas (por la com binación de varios significantes)
posee u n a estructura equívoca de remisiones, en la que cada presunto
“ce n tro ” sólo lo es p o r la presencia, es decir la negación, de tal o cual
o tro “cen tro ”, que se encuentra con el prim ero en la misma relación
de indecisión. C u ando la obra de arte posee u n solo centro, pasa del
discurso estético al discurso ideológico. C uando aleja de su cam po
todo tem a, cae en el discurso científico.
Ejemplo: el discurso del inconsciente en el que el efecto-sujeto está
ausente p o r “lugartenencia”; nos enfrentam os a u n a falsa estructura
de centrado, sustentada p o r una estructura de fuga o de abertura
(¿estructura metonímica?).
1] Al parecer, p o r fin es posible establecer u n a relación pertin en te
entre, p o r una parte, la estru ctu ra d e estos diferentes discursos y, p o r
la otra, la naturaleza de los significantes propios que com ponen los
elem entos de cada u n a de estas estructuras.
Los significantes de la lengua son los m orfem as (m ateria: los
fonemas).
Los significantes de la ciencia son los conceptos (m ateria: las
palabras).
Los significantes del discurso estético son muy diversos (m ateria:
las palabras, los sonidos, los colores, etcétera).
Los significantes del discurso ideológico son asim ismo diversos
(m ateria: gestos, conductas, sentim ientos, palabras y, de u n a m anera
general, ¿cualquier otro elem ento de las dem ás prácticas y de los
dem ás discursos?).
Los significantes del inconsciente son fantasm as (m ateria: lo im a­
ginario).
m] C on las reservas necesarias p o r el em pleo del concepto de
función, podem os plantear que la razón de las especificidades de la
estru ctu ra (y de sus efectos-sujeto) d ep en d e de la función específica
de las form aciones cuyas estructuras nos proveen del concepto. Esta
función no es definible más que p o r el lugar ocupado por la estructura
significante considerada con respecto a las otras estructuras 1] signi­
ficantes, 2] no significantes, y por su articulación sobre estas estructuras
(lugar-articulación).
n] Así, podem os distinguir diferentes funciones:
• de conocim iento (ciencia)
• de reconocim iento-desconocim iento (ideología)
• ¿de reconocim iento-percepción (arte)?
• ¿de circulación d e los significantes (lengua)?, correspondientes a
las diferentes estructuras.9
o] Q uizá podem os, con m ucha prudencia, sugerir cuál es el m odo
de articulación debatido en el caso de la estru ctu ra del inconsciente.
Este m odo podría ser el siguiente:
En cualquier form ación social, la base requiere la función-soporte
(Trager) com o una función para asum ir, com o u n lugar que debe tener
en la división técnica y social del trabajo. Esta requisición queda
abstracta: la base define funciones-Trager (la base económ ica y asimis­
mo la superestru ctura política e ideológica), pero a la estructura (base
o su p erestru ctura) que define estas funciones le importa poco quién

9 A ñadido m anuscrito en u n a ficha adjunta: “La función de la lengua no es e n el


m ism o p lan o = ¡ya que no hay función de la lengua!, sino del discurso al q u e p ro p o rcio n a
ya sea significantes o elementos (segm entos) constitutivos (com o p rim e r estrato ) de
significantes. N o hay pues, en este sentido, funciones de la lengua, ya que la lengua no
existe: sólo existen discursos.”
d eb a asum ir y ejecutar esta función, y cóm o p u ed a ocurrir esta
asunción: no “quiere saberlo” (com o en el ejército).
La ideología es la que asegura la función de designar el sujeto (en
general) q ue debe ocupar esta función, y para ello debe interpelarlo
com o sujeto, pro po rcionándole las razones-de-sujeto p ara asum ir esta
función. La ideología interpela al individuo constituyéndolo com o
sujeto (ideológico, por lo tanto de su discurso), y brindándole razo­
nes-de-sujeto (interpelado com o sujeto) para asum ir las funciones
definidas com o funciones-de-7Yág-er p o r la estructura. Estas razones-
de-sujeto figuran con todas sus letras en su discurso ideológico, que
es pues, necesariam ente, un discurso referido al sujeto al que se dirige,
que im plica tam bién necesariam ente al sujeto com o significante del
discurso, y p o r ello el sujeto debe figurar en persona e n tre los
significantes del discurso ideológico. Para que el individuo se consti­
tuya com o sujeto interpelado, es necesario que se reconozca com o
sujeto en el discurso ideológico, tiene que figurar en él: de ahí u n a
p rim era relación especular, que perm ite que el sujeto interpelado
pued a verse en el discurso de la interpelación. Pero la ideología no es
u n m andam iento (que de nuevo sería u n a form a de “n o quiero
saberlo”); este reconocim iento no es u n a violencia cruda (la violencia
cruda no existe), no es u n a exhortación p u ra y sim ple, sino una
em presa de convicción-persuasión: debe pues garantizarse a sí misma
con respecto al sujeto al que interpela. La estructura d e centrado de
la ideología es u n a estructura de garantía, pero en la form a de la
interpelación, es decir en u n a form a tal que contiene en su discurso
al sujeto al que interpela (y “pro d u ce” com o efecto). De ahí la repetición
del sujeto en el seno de la estructura de la ideología: Dios, bajo sus
diferentes form as. “Soy el que soy”, el sujeto p o r excelencia, que
garantiza al sujeto que es en efecto el sujeto, y el sujeto al que el sujeto
dirige su discurso: “V ertí tal y cual gota de sangre p o r ti”, “Dios sondea
los riñones y los corazones” (cf. las relaciones especulares del mismo
o rd en [entre] sujeto trascendental o lógica trascendental y sujeto
em pírico o lógica formal), etcétera.
La ideología se articula sobre las estructuras económ icas y políticas
p o r el hecho de perm itir funcionar a la función “Tráger”, transform án­
dola en función-sií/eto.
H abría q ue exam inar u n caso interesante: el caso de la fu n d ó n-Tra-
gerde la ideología. Existe u n a función de repetición de la ideología que
perm ite al Tráger de la ideología com o tal transform arse en sujeto, es
decir una ideología del ideólogo: habría que ver si esta repetición no fue
considerada p o r M arx10 para la ideología misma (con todas las ilusio­
nes q u e esto implicaría) y si no es (por lo m enos en ciertas circunstan­
cias) u n o de los elem entos de la articulación del discurso científico
sobre la ideología (cuando u n ideólogo “avanza” hacia el discurso
científico p o r m edio de la “crítica” de la ideología, confundida en to n ­
ces con la crítica de la ideología del ideólogo, de la función del Trdger
de la ideología).
P ostularé entonces la siguiente idea: que la función-sujeto que cons­
tituye el efecto propio del discurso ideológico requiere, a su vez,
p ro d u ce o induce...,11 u n efecto propio, que es el efecto-inconsciente,
o el efecto sujeto-del-inconsciente, es decir la estructura p ro p ia que
perm ite el discurso del inconsciente. Esta últim a función perm ite
asegurar la función sujeto en el desconocim iento.
4] Sobre el “inconsciente”
U na p rim era observación se refiere a la denom inación m ism a del
inconsciente. Esta denom inación deberá ser rectificada algún día. Posee
sus títulos históricos: no era posible p ensar el nuevo objeto descubier­
to p o r F reud sino a partir de las categorías en las que habían sido
previam ente pensados o ignorados los fenóm enos que señala, es decir
a p artir del vocabulario d e la conciencia. La denom inación d e incons­
ciente lleva en sí m ism a la m arca de lo que fue necesario desechar, de
aquello respecto de lo cual hubo que tom ar distancias, im poner
distancias. M ientras más avanzó la reflexión teórica de F reud, más se
im puso esta distancia, y sin em bargo persistió la denom inación “de
o rig en ”. Es evidente que se neutralizó en gran parte en la o b ra misma
de F reud, que el térm ino d e inconsciente ya no tiene sólo connotacio­
nes negativas, sofocadas bajo la voz d e las connotaciones positivas.
Pero no es seguro que esta apelación no haya repercutido p rofunda­
m ente p o r lo m enos en el prim er tem a, y en ciertos elem entos del
segundo, en la articulación del sistem a inconsciente sobre el sistem a
percepción-conciencia, etc. En todo caso, esta denom inación tuvo un
papel particularm ente nefasto en la interpretación d e F reud, sobre
todo p o r p arte de los filósofos de la conciencia (Politzer, Sartre,
M erleau-Ponty), quienes p retendieron adueñarse de F reud y llevarlo
p o r la fuerza a su cam po, sobre todo al de los filósofos, p ero tam bién
al de num erosos psicoanalistas, aunque no fuese más que a la ten d en ­
cia de A na Freud y congéneres del reforzam iento del yo (identificado

10 A ñadido m anuscrito en el m argen: “e n L ’idéologie alleviande".


11 A ñadido m anuscrito en el m argen: “cf. más abajo (a rectificar)”.
con la conciencia). Un día habrá que cam biar esta denom inación, pero
no será fácil. En todo caso, desde ah o ra hay q u e m antenerse en
guardia c o n tra todas sus repercusiones, que salen m ucho del cam po
del análisis: véase p o r ejem plo el uso que hace M erleau-Ponty del
inconsciente en etnología, igual que Lévi-Strauss y todos los “estruc-
turalistas”. No más q u e de u n inconsciente social se p u ed e hablar, en
sentido estricto, de u n inconsciente analítico.
Vuelvo ah o ra al curso de mi exposición. El discurso ideológico (que
es el discurso d e la vida cotidiana, com o lo observó F reud, que es el
discurso de lo “vivido” y el discurso en el que se relata el sueño)
in d u ce12 pues un efecto-sujeto ideológico (com o todo discurso induce
u n efecto-sujeto propio); en la m edida en que el discurso ideológico
in terpela a los individuos, se dirige a ellos para obligarlos a asum ir las
funciones d e Trager requeridas p o r los diferentes niveles de la estruc­
tu ra social. Vimos que la form a en la que el discurso ideológico
in terp ela a los individuos es tal que perm ite al sujeto interpelado
reco n o cerse13 y re co n o ce r14 su lugar en el discurso, al m ismo tiem po
que 1&garantiza que en efecto es él el interpelado, y que es interpelado
p o r alguien, o tro Sujeto, este N om bre de todos los nom bres (es la
definición del H o m b re en Feuerbach, retom ando la definición de
Dios de quién, ¿de san Dionisio el Aeropagita?), que es el centro del
cual em ana toda interpelación, el centro de toda garantía y al m ismo
tiem po el ju ez d e toda respuesta.
La interpelación del discurso ideológico es tal que está d estinada a
asegurar el reclutamiento p o r la garantía que da a los reclutados. Al
reclutar a los sujetos ideológicos, el discurso ideológico los instaura
com o sujetos ideológicos al m ism o tiem po que los recluta. Produce,
instaura así com o sujetos a los reclutados, m ediante u n solo y m ismo
acto. La circularidad d e la estructura ideológica, su centrado especu­
lar, son el reflejo de la duplicidad (en los dos sentidos de la palabra)
d e este acto. Así, en la ideología todas las preguntas se responden por
adelantado, p o r esencia, puesto que el discurso ideológico interpela-
constituye a los sujetos de su interpelación proveyéndoles p o r adelan­
tado la respuesta —todas las respuestas— a la p reg u n ta fingida que
contiene su interpelación. Las preguntas son pues preguntas fingidas,
que no son más que el reflejo especular de las respuestas preexistentes

12 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “¡cuidado!”.


13 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “com o selbst".
14 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “com o sienne”.
a las preguntas. El discurso ideológico sólo tiene sentido com o in ter­
pelación: no hace la pregunta: ihay sujetos para asum ir las funciones
de Tráger?, p o rq u e se expondría a no recibir respuesta. P arte de la pre­
g u n ta resuelta, es decir de la respuesta que no es la respuesta a u n a
p regunta, pues de ninguna m anera la preg u n ta es m uestra de la com ­
p etencia del discurso ideológico. “P arte”, si se puede decir, d e la
presuposición de que existen sujetos, o m ejor dicho, hace existir a
estos sujetos, y no concede más que u n a operación, a decir verdad
indispensable para su econom ía: la garantía d e esta existencia p ara los
sujetos instaurados p o r u n Sujeto que los interpela y que al m ismo
tiem po los convoca a sujuicio. N unca se interpela más que a u n “sujeto
p resu n tam en te existente”, y se le p ro p o rcio n an 15 sus docum entos de
id en tid ad p ara dem ostrarle que en efecto es el sujeto al que se
interpeló. La ideología funciona en sentido estricto com o la policía: in­
terpela, y proporciona-solicita los docum entos de identidad al in ter­
pelado, sin presen tar a su vez sus docum entos de identidad, pues lleva
el uniforme d e sujeto, que es su propia identidad.
P o r ello podem os decir que el discurso ideológico recluta p ro d u ­
ciendo él m ism o los sujetos a los que recluta. Resuelve el problem a
q ue co n tiene la vieja queja de los militares: qué pena que se reclute a
los m ilitares en tre los civiles, y que nunca se los reclute en tre los
militares. Para el discurso ideológico, no hay civiles, sino sólo militares,
es d ecir únicam ente sujetos ideológicos. La estru ctura exige a los
Tráger': el discurso ideológico se los recluta interpelando a los indivi­
duos como sujetos para asum ir las funciones de Tráger. La requisición
de la estru ctu ra está en blanco, es abstracta, anónim a: no q uiere saber
q u ién asum irá las funciones de Tráger. El discurso ideológico provee
los quien:16 interpela individuos en la form a general de la interpelación
de sujetos. Es pues personal, “concreta”, no está en blanco, sino, com o
lo dice abiertam ente la ideología de la industria “de m asa”, “persona­
lizada”.
D esearía postular la siguiente proposición: la interpelación como

15 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “p ide”, seguido p o r otro al dorso de la hoja


anterio r: “Es la prefectura d e policía la que p ro p o rcio n a a los individuos a los que los
policías interpelan los d o cu m en to s de identidad q u e los susodichos policías piden
(exigen) que se exhiban”
16 A ñadido m anuscrito al dorso de la hoja an terior: “no los quienes, pues de todas
m aneras se o bedece el req u erim ien to —p ro p o rcio n a quienes-sujetos (es d ecir quienes a
quienes d a la garantía que son sujetos de la interpelación q ue deb en asum ir las funciones
de Tráger)”.
sujetos ideológicos de los individuos hum anos produce en ellos un efecto
específico, el efecto inconsciente, que perm ite a los individuos hum anos
asum ir la función de sujetos ideológicos.
Esta tesis no se presenta en form a de una génesis. No se trata de
m ostrar el engendramiento, la filiación del inconsciente p o r m edio del
efecto-sujeto del discurso ideológico. T am poco se trata de m ostrar el
engendram iento, la filiación de la estructura de lo político p o r m edio
de la estru ctu ra económ ica, o de la estructura ideológica m ediante lo
económ ico y lo político. Se trata 1] de com probar la existencia de un
efecto inconsciente que constituye una estructura au tó n o m a y 2] de
pensar la articulación de esta estructura sobre la estructura d e lo
ideológico.17 El m odo de reflexión aquí invocado es desde todo punto
de vista sim ilar al m odo de reflexión p o r m edio del cual Marx dispone
las diferentes instancias y piensa su articulación, sin interesarse en la
génesis de u n a instancia p o r m edio de las dem ás. Esta precisión es
indispensable para evitar extraviarse, ya sea en el psicologism o o en
el “sociologism o”, culturalista o d e otro tipo, que sólo piensan en
génesis.
Direm os pues que com probam os la existencia d e u n a instancia
específica, la del inconsciente; el inconsciente está “estructurado
com o u n lenguaje”, de m odo que constituye u n discurso, que es
posible gracias a la existencia de u n cierto nú m ero de significantes
propios (que en general no son palabras),18 discurso que está som etido
a las leyes generales del discurso, y que, com o todo discurso produci­
do, induce u n efecto-sujeto. D irem os que el discurso del inconsciente
produce u n “sujeto” “rechazado” del discurso del que es sujeto, que
figura en él p o r lugartenencia (y es representado p o r u n significante, en
el sentido lacaniano). Direm os que la existencia de este discurso del
inconsciente, y del sujeto específico que induce, es indispensable para
que funcione el sistema m ediante el cual el individuo asum e su “papel”
de sujeto ideológico interpelado com o tal p o r el discurso ideológico.
N o irem os más allá. Por lo m enos provisionalm ente. Y si decim os,
com o acabo de hacerlo, que el sujeto interpelado p o r el discurso
ideológico “p ro d u ce” un efecto que es el efecto-inconsciente, esta
p roducción no tendrá el sentido de una génesis, sino el de u n a
articulación diferencial. Asimismo si decim os, com o podem os inten­
tar hacerlo, aunq u e no sea más que p o r com odidad, que el inconscien­

17 A ñadido m anuscrito en el m argen: “¡sí! (es lo mismo)”.


18 A ñadido m anuscrito en el m argen: “m orfem as, ni siquiera palabras”.
te “es indispensable p ara que funcione el sujeto ideológico”, no
caerem os en el funcionalism o, puesto que éste se invalida ante la
sim ple com probación d e que el inconsciente está “en cargado” (no en
el sentido de u n a “m isión” sino en el de la sobredeterm inación,
“sobrecargado”) de varias funciones. Estos térm inos de “p ro d u cció n ”,
de “indispensable p ara...” no son sino térm inos de prim era aproxim a­
ción, no para resolver el problem a de la constitución del inconsciente
sino p ara pensar las determ inaciones de su articulación sobre y en tal
realidad.
En efecto, com probam os que el inconsciente se articula sobre el
sujeto ideológico, y, a través de él, sobre lo ideológico. Esto no quiere
decir que el inconsciente sólo se articule sobre el sujeto ideológico y
lo ideológico. Los efectos del inconsciente, o form aciones del incons­
ciente, m anifiestan otras articulaciones, en otras realidades: p o r ejem ­
plo, u n síntom a som ático m anifiesta la articulación del inconsciente
sobre lo som ático, aun si este efecto tam bién p u e d e 19 insertarse
(articularse) e n lo ideológico. C on esta reserva de que la articulación
sobre lo ideológico no es la única del inconsciente, com probam os que
existe, que tiene un papel im portante. (En cuanto a las dem ás articu­
laciones, habría que ver si no tenem os que decir tam bién que el
inconsciente se articula sobre otros20 inconscientes, lo que reflejaría
esta notación constante en Freud, en particular a propósito d e la cura,
p ero q ue es u n a observación com ún en la “vida cotidiana”, d e que los
“inconscientes se com unican”. Pero habría que ver si esta articulación
de u n inconsciente sobre o tro no pasa p o r los efectos del inconsciente
en lo ideológico.)21
La articulación del inconsciente sobre y en lo ideológico se m ani­
fiesta en el siguiente fenóm eno, que es indicio de esta articulación. En
efecto, podem os decir, a condición de distinguir los efectos del
inconsciente de los m ecanism os que los producen, o m ás bien del
m ecanism o que los produce (el m ecanism o del inconsciente com o
estructura que “funciona”), que el inconsciente es u n m ecanism o que
“fu nciona” m asivam ente con lo ideológico (en el sentido en que se dice
de un m o to r que “funciona con gasolina”). ¿Q ué significa esta expre­
sión? Señala el hecho de la repetición de los efectos del inconsciente en

19 A ñadido m anuscrito en el m argen: “(o ¿debe p asar al m ismo tiem po, para existir,
p o r u n a articulación p o r lo ideológico?, ¿la ideología del cuerpo?)”.
20 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “n o ”.
21 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “sí”.
“situaciones” en las que el inconsciente produce sus efectos, es decir
existe en las formaciones típicas (síntom as, etc.). Estas situaciones son
observables y definibles, así com o lo son los efectos del inconsciente.
Lo propio de estas “situaciones” es confundirse con las form aciones
del inconsciente que se realizan en él.22 Dicho de o tra m anera,
com probam os que el inconsciente existe en lo “vivido” objetivo-sub-
jetivo (em pleo provisionalm ente estos térm inos) y realiza en él algunas
de sus form aciones. Lo que dice F reud de las m anifestaciones del
inconsciente en las peripecias de la vida cotidiana vale de m anera
im presionante para la realización de las form aciones del inconsciente
n eurótico o psicótico en las “situaciones” en las que se lleva a cabo u n
efecto típico del inconsciente, u n a form ación típica (o u n a m odalidad
de la estru ctu ra del inconsciente). Es el principio m ism o de la repeti­
ción: el neurótico que en cu en tra el m edio de “re p etir” siem pre las
m ismas form aciones de su inconsciente en “situaciones” que a su vez
se repiten.
A hora bien, ¿qué es u n a “situación”? Es u n a form ación23 de lo
ideológico, form ación singular, en la que lo “vivido” recibe inform a­
ción de la estructura (y las m odalidades especificadas) de lo ideológico;
es esta p ro p ia estructura en form a de la interpelación recibida (y no
p u ed e no ser recibida). C uando alguien “relata su vida” o describe sus
sentim ientos en u n a “situación vivida”, o relata un sueño, etc., su dis­
curso es inform ado po r el discurso ideológico, por el “yo” que habla en
p rim era persona, y por el sujeto ante quien habla y que es ju ez de la
autenticidad de su discurso, de su análisis, de su honestidad, etc.; es
inform ado tam bién, en el m ism o acto, por los significantes ideológicos
(y sus relaciones productoras de efectos de significación ideológica).
En u n a situación “vivida” (incluso sin com entario o análisis) reina
siem pre el discurso ideológico (que asocia en tre sí a los significantes
que p u ed en ser, com o vimos, algo totalm ente d iferente a las palabras:
“sentim ientos”, “im presiones”,24 “ideas”, objetos, im ágenes, direccio­
nes, abiertas o cerradas, etcétera).
Decir q ue el inconsciente produce sus form aciones o algunas de
sus form aciones en “situaciones” concretas (de la vida cotidiana,
situaciones familiares, de trabajo o accidentales, etc.) significa pues

22 A ñadido m anuscrito al dorso de la hoja anterior: “las form aciones del inconsciente
se inscriben así en m odalidades (com binadas) de formaciones ideológicas”.
23 A ñadido m anuscrito en el m argen: “una modalidad de u n a form ación ideológica”.
24 A ñadido m anuscrito en el m argen: “gestos, com portam ientos m ínim os, e tc éte ra ”.
literalm ente que las p ro d u ce en 25 form aciones del discurso ideológi­
co, en form aciones de lo ideológico. En este sentido es com o podem os
decir q u e el inconsciente nos descubre el principio de su articulación26
sobre lo ideológico, que el inconsciente “funciona” con la ideología.
Podem os en ten d e r esta fórm ula en un sentido aún más preciso. En
efecto, observam os en la experiencia clínica que no to d a form ación
ideológica conviene p ara que “cuaje” el inconsciente, sino que se lleva
a cabo u n a selección e n tre las “situaciones”, o que las “situaciones”
son influidas, hasta provocadas para que tenga lugar este cuajado
(em pleo aquí el térm ino “cuajar” en el sentido en que se dice que la
m ayonesa “cuajó”). Dicho de o tra m anera, el inconsciente (un incons­
ciente d eterm inado) no funciona con cualquier form ación de lo
ideológico, sino con algunas de ellas, que presentan u n a configuración
tal que los m ecanism os del inconsciente pueden “o p e ra r” en ella, que
las forrtiaciones del inconsciente pueden “cuajar” en ella. P ara volver
a u n a m etáfora anterior, u n m otor d e gasolina no funciona con
cualquier cosa, sino precisam ente con gasolina, etcétera.
A parecen pues obligaciones que en prim era instancia podem os
señalar com o afinidades, que rigen la elección o la constitución
provocada de las “situaciones” en las que las form aciones d e un
inconsciente d eterm inado pueden “cuajar”. P uede entonces precisar­
se la articulación del inconsciente sobre lo ideológico: nunca es
general, sino siem pre selectiva-constitutiva, som etida a obligaciones
definidas p o r el tipo d e inconsciente al que nos enfrentam os (en este
caso el tipo de neurosis y sus variaciones, el tipo de psicosis y sus
variaciones).27 T odo esto responde sin dificultad a los datos de la
clínica analítica y a la experiencia de la cura.
P ara utilizar u n lenguaje muy aproxim ativo, podem os sugerir que
las form aciones ideológicas en las que “cuajan” las form aciones de un
inconsciente considerado constituyen la “m ateria”28 (ella m ism a infor­
m e) en la que “cuajan” ciertas form aciones típicas del inconsciente

25 A ñadido m anuscrito en el m argen: “m odalidades d e ”.


26 A ñadido m anuscrito al dorso de la m ism a hoja: “[el discurso científico utiliza
tam bién los significantes d e otros discursos, ideológico an te todo, p e ro tam b ién estético]
[no existe el disc urso puro: todos hablan los unos en los otros —com unicación de la gente—
o m ás bien intrusión de las gentes. Esto es la articulación]''. En el m argen d e este añadido,
el segundo pasaje, puesto e n tre corchetes p o r Louis A lthusser, está p re ce d id o p o r u na
flecha que parece rem itir m ás específicam ente a las líneas anotadas aquí.
27 A ñadido m anuscrito en el m argen: “m odalidad”.
28 U na flecha en el m argen rem ite al añadido m anuscrito indicado e n la nota 26.
considerado. Sería p o r m edio d e estas form aciones ideológicas, entre
otras, com o se “com unicarían” los inconscientes en el fenóm eno que
describe F reud y com o se realizaría asimismo la situación de transfe­
rencia. Este p u n to m erecería desde luego un trabajo cuidadoso de
definición y de puntualización conceptuales, pues evidentem ente no
podem os qued arno s en esta categoría de “m ateria”, que tiene el gran
inconveniente de enm ascarar el hecho, muy im portante, de que el
discurso del inconsciente se produce en y a través del discurso
ideológico, del fragm ento del discurso ideológico en el que “cuaja” el
discurso del inconsciente, estando ausente de este discurso. El discurso
ideológico sirve en efecto de síntom a29 para el discurso del incons­
ciente en cuestión. En el discurso ideológico seleccionado así, “se dis­
cu te”, es decir, se p ronuncia o tro discurso que el ideológico, u n
discurso que p resen ta la particularidad esencial de no ten er el mismo
sujeto q ue el “sujeto” del discurso ideológico.30
Si es así, podem os pensar que el análisis de los elem entos de las
form aciones del inconsciente realizadas en el discurso ideológico
p o n d rá en evidencia que sus com ponentes (o algunos de ellos) no sólo
son los fragm entos del discurso ideológico, sino tam bién su estructura
y sus categorías fundam entales (por ejem plo la estructura especular
centrada, y las categorías del sujeto en el doble sentido de su relación).
¿No sería posible replantear el problem a del estatuto de ciertas categorías
que figuran en los temas freudianos a partir de esta observación? El ego
que dice “yo” está desde luego muy cerca del “sujeto” del discurso
ideológico; el “superego” está muy cerca del sujeto que interpela en
form a de sujeto a todo sujeto ideológico.31 En cambio el “id” no figura
en la estructura del discurso ideológico, puesto que es lo que se hace en
él. La estructura del discurso del inconsciente, sin embargo, es totalm ente
diferente de la estructura del discurso ideológico, puesto que no está
cen trad a y el “su jeto ” del inconsciente no figura en persona, sino p o r
“lugartenencia” en el discurso del inconsciente. La preg u n ta que
podríam os hacernos, pero la planteo con infinitas precauciones, sería
si algo de la estructu ra del discurso ideológico no es “proseguido” en
la estructura del discurso del inconsciente, pero con un estatus muy
diferente, q ue d ep en d ería ju stam en te de la estructura del discurso del

29 A ñadido m anuscrito en el m argen: “¿no?”.


30 A ñadido m anuscrito en el m argen: “no la m ism a estructura".
31 A ñadido m anuscrito al dorso de la hoja anterior: “F reud nunca ocultó que para
él el sup erego e ra el sujeto m oral (en cam bio el ideal del ego tiene quizás u n a esencia
m uy d iferente) —véase p o r qué Lacan jam á s habla de superego.”
inconsciente: sería, en form a de ausencia radical, cuya presencia en
p ersona en la estru ctu ra del discurso de lo ideológico m arca el con­
traste diferencial, el gran otro lacaniano, que es p ropiam ente el “su­
je to ” del discurso del inconsciente. El gran otro, que habla en el
discurso del inconsciente, sería entonces no el sujeto del discurso de
lo ideológico, Dios, el Sujeto, etc., sino el propio discuno de lo
ideológico instaurado com o sujeto del discurso del inconsciente y en
la form a específica de dicho sujeto, es decir com o efecto de este
discurso, p resente en los significantes del m ismo com o ausente por
rep resen tació n bajo u n significante (presente-ausente p o r “lugarte-
nencia”).32
En to d o ello no se trata de génesis, ni de identificación de categorías
sin o tra form a de proceso. Se trataría d e la articulación de una
estru ctu ra sobre otra: y esta articulación, com o todas, presenta la
particularidad de hacer intervenir cieñas categorías de u?ia estructura en
la otra y viceversa (hay, com o en m ecánica, “im bricación”, “em palm e”
de algunas piezas de u n dispositivo en o tro dispositivo).33 T anto las
categorías que se em palm an y su m odo d e em palm e com o el sentido
que ad q u ieren del lugar que les es conferido en la nueva estructura,
deben ser pensados a p artir de esta nueva estructura, y no a partir de
la estru ctu ra a la que pertenecen antes d e la articulación, fuera de la
articulación. Esto perm itiría co m p ren d er que algunos elem entos es­
tructurales (o categorías) pertenecen al m ism o tiem po a la estructura
del discurso del inconsciente y a la del discurso de lo ideológico, y que
ciertas relaciones estructurales (por ejem plo el centrado) co rrespon­
d en al m ism o tiem po a la estructura del discurso de lo ideológico y al
discurso del inconsciente, pero cada vez en posiciones diferentes
asignadas p or la estructura en la que se “em palm an” estas categorías
y estas relaciones estructurales (cf. el ego, el superego, el gran otro,
etc.). Por últim o, esto perm itiría co m p ren d er por qué Freud tenía cierta
razón (pero no reflexionada en su especificidad) para tratar con
conceptos analíticos (no todos, sólo algunos, sin duda ju stam en te aque­
llos que se “em palm an”) realidades ideológicas com o la religión, o
algunos efectos del p ro p io discurso estético.
Esto perm itiría, p o r últim o, no resolver, y sin duda, ni siquiera
plantear, el “p ro blem a” eternam ente ab o rd ad o por la m ayoría d e los

32 Esta frase está p recedida p o r una flecha que p arece rem itir al a ñadido m anuscrito
indicado en la nota 26.
33 Idem.
(la especificidad de cada u n o de los cuales no p u ed e ser concebida
más que en y a partir del tipo de articulación diferencial que los
relaciona con las dem ás form as de discurso). Esta articulación, la
teoría d e esta articulación diferencial, d ep en d e d e la t g que perm ite
considerar el lugar de los diferentes discursos en su articulación: es la
t g del materialismo histórico. A lo que debem os agregar quizá que la t g

del m aterialism o dialéctico interviene tam bién en las condiciones


teóricas requeridas para considerar la articulación d e algunos discur­
sos sobre otros (ejem plo, el discurso científico en el ideológico) y
desde luego la articulación com o tal entre discursos. P ero en este caso
se trata de u n a TG de o tra naturaleza, que dejarem os provisionalm ente
en suspenso.
Nos encontraríam os pues en un caso al parecer particular. La TG de
la que d ep e n d e la t r del objeto psicoanalítico sería u n a form a de
com binación específica de dos t g : la del significante y la del m ateria­
lismo histórico, en la que la segunda determina a la primera, interviene
muy precisam ente en ella, es decir se articula sobre ella (en el sentido,
que ya se dijo, de p roporcionarle “elementos”, categorías, relaciones
estructurales, que se empalman con la prim era), p ara p erm itir calificar
el discurso del inconsciente com o tal, que no p u ed e ser concebido
com o discurso del inconsciente más que p o r su articulación sobre el
discurso ideológico, cuyo concepto com pete a la t g del m aterialism o
histórico.
N aturalm ente este caso puede p arecem os “particular”, com o si nos
m antuviéram os en u n a idea de la t g que queda fija en las categorías
aristotélicas del em palm e y de la inclusión. En esta concepción de la
“g eneralidad” que nos parece indispensable rechazar, la t g m antiene
con sus t r relaciones de extensión (toda t r entra en su t g , basta con
u n a t g p ara d ar cuenta de u n a t r ). C on esta concepción, u n a t r no
puede d ep e n d er de dos t g , sino de una sola. Es quizás u n últim o eco
de esta concepción lo que sigue estando p resen te en la tentación que
podem os sospechar en Lacan (y en algunos de sus discípulos) de
considerar a la lingüística (concebida com o t g del significante) com o
la t g de la t r del psicoanálisis. H abría que p reguntarnos si el principio
de la articulación diferencial no vale asim ism o en tre TG, por lo menos
en ciertos casos (y estos casos serían muy num erosos en el sector llam ado
de las ciencias hum anas), y si el caso que nos parecía “p articular” no
es en realidad muy frecuente. En otro lenguaje, si no consideram os la
posibilidad d e articulación en tre t g , nos quedam os en el paralelismo
de los atributos, en lo que es la tentación constante, en la confusión de
los atributos. El paralelism o de los atributos se m odera y corrige en
Spinoza p o r m edio del concepto d e sustancia: los atributos diferentes
son los atributos de una sola y misma sustancia. Es el concepto de
sustancia el que tiene la función del concepto de la articulación de los
atributos (tam bién tiene otros papeles). La distinción d e los atributos
no es posible más que a condición de su articulación. Volvamos a
n u estro lenguaje: la distinción de las t g (que son nuestros atributos)
no es posible más que a condición d e su articulación diferencial.
C om probam os u n o de los casos de existencia de esta articulación
diferencial en tre el atributo-significante y el atributo-historia (es decir
e n tre la t g del significante y la TG del m aterialism o histórico) p o r el
hecho de q ue la t r del objeto psicoanalítico tiene com o t g una
articulación específica de la t g del m aterialism o histórico sobre la t g
del significante. P odem os suponer que existen otros casos d e articu­
lación del mismo tipo en tre diferentes t g para d ar cuenta de u n a t r .
El caso d e la t r psicoanalítica no es pues un escándalo teórico o una
excepción, y podem os com probar que no está aislado.
Por el m om ento, no creo poder ir más allá en estas consideraciones.
P ero p o r lo m enos podem os p o n er a pru eb a la hipótesis planteada
acerca d e la naturaleza de la t g y de la t r del psicoanálisis p o r sus
posibles efectos, algunos d e los cuales p u ed en ser co n frontados con
objetos reales.
Esta tesis perm itiría, prim ero y ante todo, asignar al objeto de la t r
analítica su lugar en el cam po objetivo de la cientificidad actual. Ya no
sería u n objeto aislado, ni los conceptos con los cuales considerar este
objeto serían ya conceptos aislados, lo que no deja de provocar, aparte
de las razones de resistencia que F reud ya había observado (y que son
razones articuladas al mismo tiem po sobre el discurso del inconsciente
y sobre el discurso ideológico actualm ente existente), este efecto de
extrañeza inasignable que reprochan al psicoanálisis todos aquellos
que p re te n d en negarle cualquier título científico, y lo achacan ya sea
a la magia o a la sim ple y sencilla im postura. Esta vez resultarían visibles
los títulos científicos del objeto de la t r del psicoanálisis, al hab er sido
expuestos y justificados, dem ostrados p o r sus relaciones teóricas con
los objetos de las t r cercanas, y sus relaciones con la t g de la que
dep en d en .
Esta tesis justificaría lo esencial de la em presa teórica d e Lacan, al
saber q ue hay q ue b uscar del lado de la t r lingüística con qué
co m p re n d er lo que se lleva a cabo en la t r del psicoanálisis. Pero
evitaría lo que sigue siendo quizás u n a tentación en la tentativa de
Lacan: considerar com o t g del significante ya sea a la t r de la
lingüística o a la t r del psicoanálisis, rectificada por la intervención de
la t r de la lingüística. La TG del significante está presente com o efecto
en las t r , tanto de la lingüística com o del psicoanálisis, pero, por las
mismas razones, no aparece com o tg propiamente dicha. Lo que
Lacan nos da es de gran importancia para la elaboración de la t g del
significante, en la medida en que es el primero en haber empleado un
efecto “teoría general” (efecto-TG) cuando se le ocurrió comparar-rec-
tificar la t r del psicoanálisis por medio de la t r de la lingüística (y
viceversa), pero resulta que no distinguió claramente la TG de los
efectos de rectificación mutua de estas dos t r . Un efecto-TG no es la
t g propiamente dicha, sobre todo si se considera a este efecto-TG como

un efecto de t r , ante todo cuando esta t r es promovida indebidamen­


te al estatus de t g . Lo que Lacan nos aporta debe obligarnos al mismo
tiempo a disipar los equívocos subsistentes en su empresa, y a consti­
tuir esta t g de la cual nos hacía comprender algunos efectos-TG
decisivos y pertinentes.
Esta tesis nos perm itiría co m p ren d er m ejor algunos aspectos des­
concertantes y utilizados con diversos fines apologéticos, o p u ra y
sim plem ente rechazados, de la obra de Freud: digam os a grandes
rasgos los textos “culturales” (Tótem y tabú, El porvenir de una ilusión,
Psicología colectiva y análisis del yo, Leonardo da Vinci, Moisés y el
monoteísmo, etc.). La articulación de la TG del significante y de la t g del
m aterialism o histórico nos perm itiría dar cuenta de la legitim idad de
la tentativa de F reud, y al m ism o tiem po criticar sus silencios teóricos,
a los cuales se sobreim prim ieron discursos ideológicos.
Esta tesis nos perm itiría (vuelvo a Lacan) co m p re n d er la predilec­
ción particular de Lacan p o r la Traumdeutung el Witz, etc. Es decir
p o r todos los textos en los que Freud hace referencia a form as del
discurso del inconsciente inscritas en form as de discurso ideológicas,
en las que los significantes son m orfem as (y sus elem entos del p rim er
estrato, fonem as). La abstracción que hace Lacan del hecho de que
estas form as del discurso sean ideológicas (abstracción que puede hacer
p o rq u e los significantes del Witz son los mismos que los de u n discurso
ideológico, cuyos significantes son, en este caso, los de la lengua) no
deja de provocar u n a especie de m alestar, repetido p o r la intensidad
de las razones q ue invoca: ¿por qué habla tan poco de otros textos de
F reud y d e algunas categorías (com o el superego)?
Esta tesis nos perm itiría, p o r últim o, considerar la relación e n tre el
objeto real de la práctica psicoanalítica (la cura) y el objeto teórico de
la t r psicoanalítica, com o u n a relación particular de las m uchas otras
relaciones posibles, estas últim as definidas p o r la investigación del
objeto teórico del psicoanálisis (el discurso y el sujeto del inconscien­
te). De tal m anera que sabríam os m ejor lo que ya sabem os: que la t r
del psicoanálisis no se refiere exclusivam ente a la cura, sino a to d a una
serie d e objetos reales, en la m edida en que es la teoría de un objeto
teórico, y no de u n objeto real. Esta distancia teórica, q u e constituye
to d a la fecundidad de la teoría, se ve duplicada adem ás p o r la relación
de la t r con la t g ; esta puesta en relación no sólo perm itiría co m pren­
d er la posibilidad (y las condiciones) de em plear ciertos conceptos
utilizados en la t r fuera de la cura y de los efectos observables en la
relación analítica (por ejem plo en el análisis del arte o de tal o cual
ideología, com o lo hizo Freud), sino que tam bién autorizaría a escla­
recer —lo q u e es m ucho más paradójico, y sin em bargo norm al—
algunos hechos observables en el seno de la cura, y que hasta ahora son
la sede de las dificultades, o sim plem ente resultan im penetrables. Lo
que este recurso a la TG esclarecería pues, en los hechos mismos de la
cura, son los elevientos que se em palm an en el discurso del inconsciente
a p artir del discurso ideológico, aquellos en los que el discurso del
inconsciente debe “deslizarse” (bajo los cuales debe “deslizarse”) para
realizarse: p o r ejem plo el fenóm eno de la transferencia, ininteligible
si se pasa p o r alto que se trata de u n a repetición del discurso del
inconsciente en la estructura del discurso de lo ideológico; p o r ejem plo
categorías com o las del superego, o algunas categorías del p rim er tem a
com o el preconsciente y el consciente, etcétera.
P or últim o, esta tesis perm itiría quizás, a algunas disciplinas de las
ciencias hum anas, reconocer lo que se obstinan hasta ah o ra en negar:
lo que las vincula al objeto teórico del que habla el psicoanálisis. Al ya
no pasar directamente este vínculo p o r la t r del psicoanálisis, sino por
la t g de la que d ep en d e la t r del psicoanálisis, este paralelism o, en
lugar de “m utilar” aparen tem en te el objeto o los objetos de las
susodichas ciencias hum anas, abriría en realidad su cam po a dos t g ,
com binadas p ara servir d e t g a la t r del psicoanálisis: la TG del
significante y la del m aterialism o histórico. De ello resultarían, com o
de to d a t g , dos tipos d e efectos: p o r una parte de rectificación de
conceptos, y p o r la o tra de reclasificación de las propias t r (nuevos
recortes d e fronteras, nuevo estatus, nueva definición del objeto de
tal t r , hasta supresión de tal t r o inclusión d e una nueva), lo que sin
d u d a perm itiría atrib uir p o r fin un estatus teórico a “disciplinas” o en
todo caso a su m ateria, que yerran aún en el em pirism o ideológico,
p o r ejem plo en “lo que sucede” en la psicología o en la psicología
social, etcétera.
P or m edio de ello se verificaría que el efecto de la identificación y
de la constitución de la t g del psicoanálisis evidentem ente no sólo
interesa al psicoanálisis, sino a todas las disciplinas que dependen, por
u n a u o tra razón, p o r em palm e y articulación, parcialm ente o no, de
las t g com binadas en la com binación t g del psicoanálisis. De este
m odo se aclararían u n poco la m ayor parte de las disciplinas d e las
ciencias llam adas hum anas. Y la filosofía que “trabaja” en las t g , es
decir el m aterialism o dialéctico, sin d u d a o b ten d ría tam bién con qué
constituirse y crecer.

N O TA 2
EL IN CO NSCIENTE C O M O DISCURSO ESPECÍFICO

1] Se objeta: concebir el inconsciente com o lo hace la fórm ula de Lacan:


“estructurado com o u n lenguaje”; hablar del “discurso del inconscien­
te”, en resum en, trata r el inconsciente com o discurso, aun declarado
específico, ¿no se pierde lo que se encontró en la práctica cotidiana
del análisis, lo que constituye la irreductibilidad del inconsciente, lo que
im pide q ue se reduzca precisam ente a la m odalidad de u n sim ple
discurso, a saber, que se trata de algo muy d iferente a u n “discurso”,
más bien de pulsiones, de la libido y del instinto de m uerte?
Esta objeción viene naturalm ente a la m ente de los practicantes del
análisis, que muy a m enudo no “reconocen” el objeto de su práctica
cotidiana en la designación teórica que lo califica de “discurso”.
En la m edida en que son llevados, p o r los textos mismos de Freud,
a adm itir q ue desde luego hay en el inconsciente m ecanism os que lo
em p aren tan con el discurso, en la m edida en que Lacan retom a estos
textos y los com enta sistem áticam ente, su objeción adquiere entonces
la siguiente forma:
• sin d u d a podem os decir que el inconsciente “está estructurado
com o u n lenguaje”, pero, al enunciar esta propiedad, no se estipula lo
específico del inconsciente, sólo se form ulan las leyes de u n m ecanis­
m o, leyes form ales, que dejan fuera de sí mismas a la naturaleza de lo
q ue funciona según estas leyes. Lo que es más, se reduce el inconsciente
a estas leyes formales: se pierde de vista lo que constituye el inconsciente
mismo, a saber que no sólo es u n discurso, sino lo que “habla” en él,
y p o r lo tanto lo que está presente en estas leyes form ales es algo
diferente a ellas: es la libido y las pulsiones.
• d e d o n d e habrá que distinguir. H abría que distinguir las leyes
form ales (de esencia “lingüística”) y el contenido, el objeto m ism o al
que atañen. Así estaría p o r una parte el inconsciente com o discurso (es
decir lo q u e com pete a estas leyes form ales), y otra cosa (las pulsiones)
que se m anifiesta, se expresa, “habla” en el ju eg o de estas leyes, es
decir en este discurso.
2] En el fondo de esta objeción, cuyas razones no hay que tom ar a
la ligera (pues se basa en “evidencias” muy fuertes producidas p o r la
práctica), encontram os la idea de que lo que es designado p o r el
concepto de discurso aplicado al inconsciente no puede d ar cuenta de
la realidad específica del inconsciente. E ncontram os tam bién la idea
de que la concepción del inconsciente com o discurso es u n a operación
de reducción. Al m ismo tiem po hallam os cierto “m odelo” d e inteligibi­
lidad, em pleado sin d u d a en form a de u n argum ento crítico, que
sugiere u n a distinción entre, por u n a parte, las leyes form ales d e un
objeto y, p o r la otra, la esencia m ism a de este objeto.
3] A nte estas objeciones, y las presuposiciones teóricas que las
respaldan, podem os proceder de diferentes m aneras. S upongo una
vía corta: la reflexión ante el foro acerca de o tro objeto, de otro
discurso.
Pensem os en Rojo y Negro. Es un discurso estético. Está com puesto
p o r u n a serie de enunciados, presentados en u n cierto ord en . Sus
elem entos son palabras, dispuestas según u n o rd e n com plejo, que
ob ed ece a las limitantes específicas que hacen de este discurso un
discurso estético (y no un discurso científico o ideológico).
Digo q ue este discurso es la existencia m ism a de Ju lien y d e su
“p asió n ”. No hay p o r u n a p arte el discurso del Rojo, y p o r o tra ju lie n
y su pasión. La pasión de Julien con to d a su violencia afectiva (que
b ien vale la violencia de las pulsiones, pues qué es sino estas mismas
pulsiones, inscritas en u n “discurso” cuya presencia nos devuelve el
discurso estético), no está detrás de este discurso, ni au n en tre sus
líneas, n o es más que él, que se expresaría con sus palabras o se
deslizaría entre ellas; no es más que este discurso m ismo, se confunde
con él. Las limitantes que definen a este discurso son la existencia misma
d e esta “p asión”.
P ropo ng o que apliquem os estas observaciones al p ropósito que
designa al inconsciente com o un discurso específico.
En este caso las limitantes propias del discurso inconsciente, lejos
de ser leyes form ales externas a lo que funciona en su ejercicio, son
p o r el contrario las form as m ismas de existencia de lo que existe en la
form a del discurso inconsciente. N o hay más allá, más acá. La natura­
leza de las limitantes que definen, constituyen, el discurso del incons­
ciente, debe ser tal que este discurso sea la existencia misma d e lo que
el análisis en cu en tra en su práctica: la libido, el instinto de m uerte, las
pulsiones.
Estas lim itantes se refieren a:
a] la naturaleza d e los elem entos com binados en los enunciados del
discurso inconsciente;
b] la sintaxis específica de este discurso (lo q ue podem os —¿a ver?—
llam ar su estru ctu ra específica, que no es la m ism a que la d e otros
tipos de discurso, científico, ideológico, estético).
(De esta m an era indicam os que cada tipo de discurso se define por
m edio de u n sistema de limitantes específicas. Son éstas las que definen
el discurso. Este nivel de las “lim itantes”, que definen los discursos,
d ebe ser distinguido de un nivel más form al, que es el de las leyes del
“lenguaje” q ue com pete a la teoría general del significante. N o pode­
mos deducir las lim itantes específicas que definen los diferentes tipos
de discurso de las leyes generales del significante, cuya teoría aú n no
existe, pero cuya form a más aproxim ada nos da actualm ente la
lingüística.)
Volviendo al discurso inconsciente, y para co m p ren d er que las
lim itantes que lo definen no son leyes formales exteriores a la libido
com o objeto específico del análisis, podem os decir, sin riesgo de e rro r
grave, más o m enos lo siguiente:
Las lim itantes q ue definen el discurso científico hacen que consti­
tuya u n a “m áq u ina” (o un m ecanism o) que “funciona” de tal m anera
que p roduce el efecto de conocimiento.
Las lim itantes q ue definen el discurso ideológico hacen que funcio­
ne pro d u cien d o o tro efecto: el de desconocimiento-reconocimiento.
Etcétera.
Asimismo, las lim itantes que definen el discu rso /in co n scien te ha­
cen que funcione p roduciendo el efecto libido.
Estas proposiciones, para ser com prendidas, suponen que el efecto
no sea exterior al m ecanism o que lo “p ro d u ce”. N o se trata d e rep etir
al revés lo que acabam os de criticar a propósito de la exterioridad de
la libido com o “causa” que se expresa en los m ecanism os formales. El
efecto libido no es más exterior al discurso/inconsciente que la libido
(com o causa) le es exterior y anterior. El efecto no es más que el
discurso m ismo. Si digo que el discurso inconsciente “p ro d u ce el
efecto libido” es para mostrar que la libido es tan poco exterior, anterior
y trascendente a las form as de “su” discurso que podem os considerarla
com o ¡su efecto específico!
La crítica de la exterioridad, anterioridad, trascendencia de la
libido con respecto a las “leyes form ales” del funcionam iento del
inconsciente “estructurado com o un lenguaje”, por u n a parte, y la
presentación de la libido com o efecto-libido de un m ecanism o y d e su
funcionam iento, p o r la otra, no son más q u e dos procesos de exposi­
ción y d e exhibición teó rica/p o lém ica destinados a hacer admitir la
posibilidad de considerar al inconsciente en la categoría del discurso sin
p e rd e r n ad a de lo que constituye la especificidad de este discurso, a saber,
que es el discurso (del) inconsciente, y p o r lo tanto de este objeto que
no p u ed e “fu n cionar” sin que se trate d e cabo a rabo de libido, de
instinto de m uerte, y de pulsión.
Si adm itim os la posibilidad de aplicar la categoría de discurso,
definida como acabamos de intentarlo, al inconsciente:
1] Ya no correm os el riesgo de “perder la libido” al hablar del
inconsciente com o de u n discurso, ya no correm os el riesgo d e caer
en u n form alism o de tipo lingüístico (la posibilidad de este form alism o
es m an ten id a p o r el hecho de que la lingüística es incapaz, p o r sí
misma, de p ro d u cir u n a teoría de los diferentes discursos, y oculta esta
incapacidad con su pretensión de p roporcionar esta teoría so pretexto
de q u e p u ed e ofrecer u n a teoría del discurso, pero ninguna teoría del
discurso p u ed e h acer las veces de teoría de los discursos, ni puede
rem plazaría o deducirla p o r sí misma). Es u n a falsa concepción del
objeto, y p o r lo tanto de las pretensiones de la lingüística, que hace
en efecto co rrer el riesgo de “p erd er la libido”. Si entendem os “el
inconsciente está estru cturado com o un lenguaje” com o u n a fórm ula
que supone la aplicación deductiva de la lingüística a u n objeto llam ado
inconsciente, entonces en efecto estam os an te u n a fórm ula reductora
de su objeto específico, y ante u n a pérd id a de la libido. P ero si
enten d em o s esta misma fórm ula considerando que lo que define a
este discurso específico, es decir el inconsciente, es un sistem a definido
de lim itantes (que no podem os sustituir p o r ningún otro sistem a de
lim itantes), que es la existencia de la libido m ism a (o que im plica el
efecto-libido, así com o, en el ejem plo tom ado antes, la novela de
S tendhal es la pasión de Julien en persona), entonces no “perdem os
la libido”, no queda fuera, exterior, diferente, trascendente, entonces
todo ah o n d am ien to d e la libido, es decir toda elaboración de su
concepto, no puede ser más que el resultado de u n trabajo teórico
sobre las form as específicas de estas lim itantes específicas, que cons­
tituyen el discurso inconsciente.
2] Nos hallam os en condiciones de in ten tar pensar la articulación
diferencial del discurso inconsciente en su “vecino” inm ediato, en el
o tro discurso al que se articula, a saber, el discurso ideológico.
Esta segunda operación es indispensable para la prim era. Se con­
funde con la prim era, p o r la siguiente razón teórica.
N o hay más definición que la diferencial; no podem os definir un
objeto A más que por su diferencia con un objeto B. Sin em bargo,
este objeto B no puede ser u n objeto arbitrario con respecto al objeto
A. D ebe ser su o tro, su “vecino”, específicam ente aquel sobre el cual
se articula p o r excelencia, aquel cuya articulación con A rige la
inteligencia de las articulaciones d e A con otros objetos, C, D, etcétera.
Es u n a cuestión teórica de g ran alcance identificar bien al objeto B
de u n objeto A, si entendem os p o r objeto B aquel sobre el que se
articula el objeto A para existir com o tal; dicho d e o tra m anera, si
en ten d em o s p o r objeto B el objeto cuya diferencia con el objeto A
perm ite pensar la definición del objeto A.
A esta cuestión fundam ental es a la que responde la identificación
que p ro p o n g o del objeto B así concebido y del discurso ideológico,
cuando digo que el discurso inconsciente se articula sobre el discurso
ideológico. Desde luego se articula tam bién sobre otros discursos,
sobre todos los dem ás discursos, el científico y el estético. P ero la
articulación del discurso inconsciente en los discursos científico y
estético no es la articulación principal, pues estas articulaciones no
perm iten d ar u n a definición diferencial del discurso inconsciente. La
articulación principal del discurso inconsciente (o lo que podríam os
llam ar su articulación esencial) es u n a articulación sobre el discurso
ideológico m uy diferente a “representaciones” verbales.
Si adm itim os esta proposición, podem os entonces en te n d e r la
articulación del discurso inconsciente sobre el discurso científico (la
relación del inconsciente de Marx, o de Cauchy, etc. con su obra
científica) o el discurso estético (Léonard), com o articulaciones segun­
das, es decir que pasan por el interm ediario de la articulación del
discurso inconsciente sobre tal o cual secuencia del discurso ideológico.
Esto perm itiría p ensar lo que F reud intentó hacer a propósito de las
grandes obras de arte (respecto a sus autores), y asim ismo com prender
p o r qué fueron ejemplos y tem as literarios los que le “hablaron”, desde
u n pu n to de vista personal, tan p ro fu n d am en te (Edipo).
En cu anto a la relación d e articulación, ya no e n tre determ inado
inconsciente del au to r y su obra, sino e n tre determ inado concepto
freudiano q ue tiene p o r objeto el inconsciente, y tal o cual cam po que
com pete a lo ideológico (la moral, los fenóm enos ideológicos descritos
a pro p ó sito de la psicología colectiva, ejército, Iglesia, etc.), se volvería
inteligible en su principio p o r poco que dem os u n contenido preciso
a esta articulación del discurso inconsciente sobre el discurso ideoló­
gico (com o di muy rápidas indicaciones de ello, con el concepto de
empalme, e n mi n ota “S obre el psicoanálisis”).

NOTA 3

El p u n to sobre el cual yo necesitaría esclarecim iento es actualm ente


el siguiente:
1] Llegué (llegamos) a la conclusión de que es absolutam ente
indispensable p o n er en pie u n a teoría de los discursos, para poder
definir diferencialm ente los discursos específicos que son:
• el discurso científico
• el discurso estético
• el discurso ideológico
• el discurso inconsciente
(dejo provisionalm ente de lado el discurso filosófico, al que sin du d a
hay que distinguir del discurso científico com o tal).
Esta necesidad de u n a teoría de los discursos surgió después de la
reflexión sobre varios problem as teóricos:
a] El problem a de los efectos específicos de los diferentes discursos,
problem a enfrentado por prim era vez a propósito del efecto del conoci­
m iento (cf. el final del prefacio de Para leei'El capital, donde se habla del
discurso científico com o productor del efecto de conocimiento), o sea a
propósito de otros efectos, puestos en evidencia por ejemplo respecto al
efecto de subjetividad novelesca de Badiou, o sea a propósito del efecto
del discurso ideológico (efecto de desconocimiento-reconocimiento). La
identificación de los efectos específicos puso en evidencia la existencia,
com o su condición, de discursos específicos.
b] El problem a de la “naturaleza” del inconsciente, después de
trabajos de Lacan: el pensam iento del inconsciente “estructurado
com o u n lenguaje” conduce p o r oposición a la concepción del incons­
ciente com o discurso específico.
c] El p ro b lem a de la articulación en tre los diferentes niveles; p o r
u n a p arte e n tre lo científico y lo ideológico, p o r o tra entre lo estético
y lo ideológico, y p o r últim o (estoy trabajando en ello desde hace
varios meses), en tre el inconsciente y lo ideológico. Esta articulación
parece resistir la prueba de las prim eras reflexiones y de las prim eras
investigaciones com o una articulación e n tre discursos.
2] R esultó entonces que cada uno de los discursos así identificado
estaba dotado de u n a estructura específica, diferente de la de los otros
discursos.
Parece que esta diferencia de estructura puede pensarse com o u n a
doble diferencia: diferencia de los elementos constituyentes d e los
distintos discursos, y diferencia de las limitaciones que rigen las rela­
ciones de estos elem entos.
En lo q ue se refiere a la diferencia de los elementos, al parecer la vía
está abierta d e aquí en adelante p ara la investigación, y ésta es posible.
Se p u ed e decir, por ejem plo, que los elem entos del discurso
científico son conceptos. P odem os decir, en el o tro extrem o, que los
elem entos del discurso inconsciente son fantasmas primarios. Es más
difícil designar de u n a m anera precisa (por lo m enos para mí) los
elem entos del discurso ideológico, puesto que encontram os en él
diferentes niveles, y según los niveles los elem entos son (en los niveles
más abstractos) representaciones, hasta conceptos, incluso, o (a otros
niveles) gestos, conductas, o aun prohibiciones y perm isos, o tam bién
elem entos tom ados de otros discursos, etc. Asimismo, los elem entos
del discurso estético parecen variar según las regiones de la estética.
Sin em bargo, no obstante las dificultades de la investigación en cada
caso, el principio de la investigación de la naturaleza diferencial de los
elementos parece ser correcto.
En lo que se refiere a lo que llamo las limitantes, las cosas m e resultan
más difíciles.
N o sé exactam ente lo que significa, en el universo lingüístico, el
concepto de limitantes. ¿Pueden inform árm elo, y decirm e si su uso es
p ertin e n te en el proyecto de investigación en el que nos hem os
com prom etido?
P or lim itantes en tiendo un cierto núm ero de leyes estructurales
propias de cada uno de los discursos. P or ejem plo, en mi n ota “Sobre
el psicoanálisis” in ten té indicar, a propósito del “sujeto”, que se podía
definir la estru ctu ra propia de cada uno de los discursos (¿por lo tanto
sus limitantes?) p o r m edio del indicio pro p o rcio n ad o p o r el lugar y el
papel del sujeto en cada uno de los discursos. In ten té m ostrar así que
el sujeto de la ciencia estaba “excluido en p ersona” del discurso
científico, que el sujeto del discurso estético estaba presente en él por
“interpósitas personas”, que el sujeto del discurso ideológico estaba
“presen te en p ersona”, que el sujeto del discurso inconsciente esta­
ba ausente de él p o r “lugartenencia” (Lacan). Este “lugar” del sujeto
en cada u n o de los discursos rem itía pues a la estructura de cada uno
de los discursos. P or ejem plo, el discurso ideológico es cen trad o y
especular; el científico carece de centro; el estético posee u n a red de
rem isiones a centros equívocos; el del inconsciente posee u n a estruc­
tu ra de ap ertu ra, etcétera.
Desde entonces, m e parece que no podemos servimos de la noción del
sujeto de manera unívoca, ni siquiera com o indicio para cada u n o de los
discursos. En mi opinión, la noción de sujeto com pete cada vez más
sólo al discurso ideológico, del que es constitutivo. No creo que se pueda
hablar del “sujeto de la ciencia” o del “sujeto del inconsciente”, sin un
ju e g o de palabras y sin acarrear graves equívocos teóricos. P o r ejem ­
plo, la m anera en que Lacan habla del sujeto de la ciencia en su
conferencia (Cahierspour l ’AnalysefA y cita los dram as de Cauchy, etc.,
m e parece m uy dudosa. Veo que tom a la articulación del discurso
inconsciente de Cauchy acerca de la práctica científica com o el “sujeto
de la ciencia”. Es cierto que el discurso inconsciente de u n científico
interviene necesariam ente (y de m anera necesariam ente desgarrado­
ra) en la instauración de u n a nueva form a de discurso científico en
u n a disciplina específica (descubrim ientos); tam bién es cierto que
ningún científico pu ede pronunciar, para discutirlo con él, ese discurso
científico, sin que el discurso de su inconsciente intervenga en su
enunciación, pero sólo p o r u n a confusión abusiva podem os hablar del
discurso de la ciencia a propósito de esta articulación del discurso
inconsciente de X sobre la enunciación d e u n discurso científico. No
hay más sujeto de la ciencia con respecto al discurso científico, con
respecto a los enunciados científicos, que se sostienen ju stam en te
p o rq u e se las arreglan sin sujeto, que u n individuo “haciendo la
historia” en el sentido ideológico de esta proposición. A sim ism o m e
parece u n abuso hablar del “sujeto del inconsciente” a p ropósito del
Ich-Spaltung. No hay sujeto dividido, escindido: hay algo totalm ente
diferente: al lado del Ich, hay u n a “Spaltung”, es decir precisam ente un
abismo, u n precipicio, u n a carencia, u n a abertu ra. Este abism o no es
u n sujeto, p ero es lo que se abre a.l lado de un sujeto, al lado del Ich, que

34Jacques Lacan, “La ciencia y la verdad”, retom ado en Escritos, op. cit., pp. 855-877.
en efecto es sujeto (y que com pete a lo ideológico, com o m e parece que
F reud lo hace pen sar en m últiples ocasiones). Este “Spaltung" es este
tipo de relación o articulación diferencial específico que vincula (en
form a de u n abism o, de u n a abertura) el discurso consciente con este
elem ento o m ás bien con esta categoría estructural del discurso
ideológico q ue es el Ich. En resum idas cuentas, Lacan instauraría el
abismo o la carencia de sujeto en el concepto de división del sujeto. No
hay “sujeto del inconsciente”, au n q u e no p u ed e hab er inconsciente
más que p o r m edio de esta relación abismal con el Ich (sujeto d e lo
ideológico). La carencia de sujeto no puede ser llam ada sujeto, aunque
el sujeto (ideológico) esté im plicado de m anera original, reflejada en
el segundo tem a freudiano por esta falta, que es todo menos sujeto. Si
bien la som bra de lo ideológico se hace sentir así hasta en las instancias
del tem a recu rren te, esto no autoriza a pensar esta “p resencia” d e lo
ideológico en el tem a con conceptos ideológicos, com o el de sujeto. (La
m ism a observación valdría en mi opinión para el uso que hace Lacan
del concepto ideológico d e verdad en sus expresiones que invocan “la
verdad com o causa”.)
Yo tendería, pues, claram ente, a m odificar lo que escribí del sujeto
en los d iferentes discursos, tom ando en cuenta esta rectificación
esencial. Sin em bargo, el procedim iento intentado sigue parecién-
d om e válido. Se trata de definir no sólo los elem entos propios de ca­
d a discurso, sino tam bién la estructura, las lim itantes (?) propias de
cada discurso. Lo que planteo con ello es que los elem entos no sólo
son diferentes en cada discurso, sino que no están dispuestos-arregla-
dos de la m ism a m anera en cada discurso. Esta disposición-arreglo
hace que las categorías (?) constitutivas de cada discurso (p o r ejem plo
la categoría d e sujeto para el discurso ideológico) no sean las mismas,
y que no estén dispuestas de la m ism a m anera. Es así com o podem os
decir q ue el discurso ideológico hace intervenir categorías propias
(especular con repetición interna, centrada, y cerrada), cuando el
discurso científico hace intervenir otras categorías, en una disposición
muy diferen te (no especular, sin repetición, abierta, etc., conceptos
estructurales todos éstos que deben ser precisados y definidos).
Me p reg u n to y preg u n to cuáles son las nociones (tom adas de la
lingüística o d e u n a disciplina diferente) que habría que hacer in ter­
venir para d ar cuenta de estos hechos. Al parecer, existe no sólo la
diferencia d e los elem entos (que en principio no crea dificultades)
sino tam bién lo que acabo d e designar p o r las diferentes categorías,
que no son inteligibles en sí mismas sino en relación con la disposi­
ción-arreglo, o estructura. ¿Podem os designar a esta últim a con el
concepto de limitantes? ¿Es conveniente el concepto d e categoría? ¿Es
ju s ta y p ertin en te la distinción entre las categorías y la estructura?
3] Si estas preguntas pu ed en ser aclaradas, q u ed a rá u n a últim a
pregunta.
En efecto, son los elem entos + categorías + disposiciones (¿limitantes?)
específicas los que definen a los diferentes discursos com o diferentes, y
p o r lo tanto irreductibles. Sin em bargo son todos discunos, que podem os
definir com o discursos por su diferencia con las prácticas.
La estru ctu ra de un discurso no es la de una práctica. N o sólo
p o rq u e un discurso no produce más que efectos, digam os, de significa­
ción, cuando las prácticas originan m odificaciones-transform aciones
reales en objetos existentes, y en casos extrem os objetos nuevos y reales
(las prácticas económ ica, política, teórica, etc.). Esto no q uiere decir
que los discursos no ejerzan eficacia sobre objetos reales, p ero si lo
hacen es sólo p o r su inserción-articulación en dichas prácticas, que los
utilizan entonces com o instrum entos en su “proceso de trabajo”. Aquí
tenem os todo u n cam po p o r explorar, para el cual disponem os ya de
ciertos elem entos teóricos (cf. lo que dice Balibar acerca d e la inter­
vención en u n a práctica, sobre la intervención de la ciencia en la
práctica económ ica o política).
U na vez m arcada y definida esta diferencia esencial e n tre discurso
y práctica, nos en contram os al mismo tiem po vueltos a la tarea de
d efin ir lo que constituye a estos discursos com o tales y lo que d eter­
m ina que todos, a pesar de sus diferencias, sean discursos.
S obre este pun to podem os decir algunas cosas im portantes. Prim e­
ro, p ara ser discursos d eben poseer en su interior una “d oble articu­
lación”, o u n a existencia “en doble nivel” de sus elementos. Doble
articulación com parable a la que los lingüistas pusieron en evidencia
a pro pó sito de la lengua (fonem as-m orfem as). Por ejem plo, en el
discurso científico, la prim era articulación está constituida p o r pala­
bras y la segunda (creo que tendría que ser la inversa en la term inología
de M artinet) p or conceptos; m ientras que en el discurso inconsciente,
la p rim era articulación (o el prim er nivel) puede estar constituido por
to d a u n a serie de unidades com o fonem as, palabras, im ágenes, soni­
dos, olores, etc. y la segunda p o r fantasmas, etc. Debemos p o d e r hacer
en todas partes este inventario y revelar la existencia de este doble
estrato que constituye to d o discurso com o tal.
A parte de esto deberíam os poder p o n er en evidencia toda u n a serie
de leyes de com binación, sustitución, elisión, subrepción, am o n to n a­
m iento, etc. En resum idas cu e n ta s, lo q u e la lingüística puso en
evidencia y lo que Lacan utilizó p o r su cu en ta.
¿Podem os aislar con precisión estas leyes y, si hay diferentes tipos
de leyes, podem os aislar y d efin ir estos d iferen tes tipos y niveles de
leyes? Sin du da los lingüistas ya tra b a ja ro n so b re esta cuestión. ¿Puede
alguien ayudarm e a resum irlo y a precisarlo de m anera p ertinente
para nuestra investigación (por ejem plo las leyes de la sintaxis, ¿en qué
nivel operan con respecto a las leyes d e la m etonim ia y de la m etáfora?
Los tropos, las figuras de estilo, ¿d ó n d e hay q u e colocarlos? Inform a­
ciones, p o r favor).
Si esta cuestión puede ser esclarecida, plantea, a mi parecer, o tra
cuestión capital. ¿Cuál es el lugar exacto q u e se ha d e atribuir a los
descubrim ientos y a los conceptos de la lingüística con respecto a esta
tentativa de constituir u n a teo ría de los discursos? ¿Cuál es el lugar
exacto que se h a de asignar a las leyes reveladas p o r la lingüística con
respecto a este proyecto de u n a teo ría de los discursos, que implica una
teoría del discurso?
Com o los discursos de los que nos ocupam os no se reducen sólo a
las form as de discurso que estudia la lingüística, com o estudiam os
discursos cuyos elem entos no son, o no siem pre ni todos son, elem en­
tos lingüísticos, no hay que concebir a la lingüística com o u n a disciplina
regional, q ue pued e servir de “guía” epistem ológica, pero sólo de guía,
para u na teoría general aún ausente, y que po d ría ser la teoría general
del discurso (¿o del significante?; pero em piezo a desconfiar de este
térm ino, dem asiado incluido en el idealism o de las connotaciones
sig n ific a n te -sig n ific a d o d e De Saussure). Si la existencia d e la lingüís­
tica es el indicio y la exigencia de una teoría general del discurso, no
puede, con todo rigor, hacer las veces de ella. ¿Cuáles son pues sus
propios límites actuales, los que perm itirían considerarla com o u n a
teoría regional, si debe ser pensada de esa m anera? (¿pero debe ser
pensada así, com o creo?).
La hipótesis que sugiero de esta m anera perm itiría entonces dar,
respecto a leyes específicas que definen cada discurso particular (los
discursos antes enum erados), un estatuto a las leyes generales de todo
discurso, que operan entonces en todo discurso particular, m as se
en cu en tran obligadas en su juego, su ejercicio, por las leyes de limitantes
propias d e cada tipo de discurso (las que intenté com parar al hablar
de la especificidad para cada discurso del sistema elem entos + catego­
rías + estructuras).
Para todas estas nociones, habría pues que establecei u n a teivnino-
logia adecuada, que sin d u d a ya no sería totalm ente la de la lingüística,
no sólo p o rq u e nuestro objeto desborda la lingüística p o r la distinción
de los diferentes discursos, sino tam bién p o rq u e sale de ella p o r el
hecho d e q ue la lingüística no sería la teoría general del discurso que
p re te n d e ser (o que se p retende que sea, con u n poco d e apresura­
m iento), aunque en la coyuntura actual es la única que pueda servirnos
de “guía” teórica p ara salir de ella en las dos direcciones indicadas.
Entonces sería indispensable realizar rectificaciones de term inología.
P or ejem plo, no podem os considerar pertin en te la oposición len­
g u a/p ala b ra. La palabra plantea un problem a diferente, segundo con
respecto al problem a que lo precede, el de los discursos. En efecto, no
hay palabra más que en u n discurso.
La oposición len gu a/discurso es teóricam ente pertin en te, mas ya
no ten d ría el estatus de la oposición lengua/palabra; quizá sea el
concepto de lengua el que se volvería inadecuado en n u estra oposi­
ción, pues dam os al concepto de discurso un sentido m ucho más
am plio q ue el autorizado por la lingüística en su estado actual. ¿Quizás
el concepto de lenguaje recobraría pertinencia? Lenguaje atendido
com o la estructura de todo discurso: que tiene con respecto al discurso
(en el sentido am plio que lo consideram os) el mismo papel que el
concepto de lengua con respecto al discurso “lingüístico” en el sentido
saussuriano estrecho (lo que De Saussure “considera” cuando p ronun­
cia el concepto “palabra”).
Tantas preguntas.
¿Son pertinentes, y están acertadam ente planteadas?
¿Cóm o contestarlas en el estado actual d e las cosas?

12 de octu b re de 1966
SOBRE LA TRANSFERENCIA Y LA CONTRATRANSFERENCIA
(PEQUEÑAS INCONGRUENCIAS PORTÁTILES)
1973
N o se ha insistido bastante en que Louis A lthusser era u n m aestro del
gén ero burlesco. M anifiesta en su correspondencia, a veces, esta
dim ensión desconocida de su arte de escribir y de pen sar hace
irru p ció n e n sus textos teóricos; esto ocurre, p o r ejem plo, en una
so rp re n d en te autoparodia sobre las “leyes de la dialéctica” fechada en
ju n io de 1972. Las “Pequeñas incongruencias portátiles” y “Sobre la
transferencia y la contratransferencia” pertenecen indiscutiblem ente
a esta rica veta del género burlesco teórico.
En una frase am bigua de El porvenir dura mucho tiempo1 Louis
A lthusser parece situar en 1976-1977 la redacción y el envío a su
analista de “u n texto con pretensión teórica... sobre la co ntratransfe­
rencia”. Sin em bargo lo más probable es que las “Pequeñas incon­
gruencias portátiles” fueran escritas e n jillió de 1973. Si bien la carta
de envío a R ené Diatkine está fechada el “m iércoles 25 de ju lio ”, sin
precisión de año, la confrontación de su contenido y de las agendas
de A lthusser casi no deja lugar a dudas.
Louis A lthusser sitúa bastante bien el carácter de su texto en la carta
con qüe se lo envía a Diatkine: “H elena, quien leyó este texto con los
‘sentim ientos’ que usted adivinará, insiste con ju sta razón (está en su
papel) en el carácter ‘analítico’, y hasta autoanalítico, de este texto.
T iene razón, y es p o r esta razón social p o r lo que ante todo m e dirijo
a u sted .” Y agrega: “Pero si más adelante, cuando haya pasado
(¿quizá?) p ara mí el tiem po de ju g a r a tod a costa, si usted piensa
tam bién q ue hay en estas páginas locas algunas indicaciones positivas
(aunque sólo fueran algunas), debe saber que se las debo (y tam bién
u n poco a J. M artin, de quien a últim as fechas le hablé a m enudo).”
Esta m anera de vincular inextricablem ente su experiencia analítica
con su trabajo teórico, en particular cuando trata de la co ntratransfe­
rencia y del “final del análisis”, no es nueva: podem os com pararla con
lo que ya escribía a Lacan en la carta del 10 de diciem bre d e 1963
publicada en este com pendio, o lo que escribía a F ranca el 8 de
diciem bre del m ism o año: “nadie hasta ah o ra de entre los analistas ha
podido (salvo p o r casualidad y sin saber p o r qué) terminar verdadera­

1 Op. cit., p. 144.


mente un análisis. El propio F reud se rom pió la cara a este respecto.”
El texto enviado a R ene D iatkine lleva el título de “P equeñas
incongruencias portátiles”. Louis A lthusser había leído y anotado
cuidadosam ente cierto tiem po antes u n libro de su analista,11del que
le había enviado u n a crítica en u n a carta no fechada. Atribuye ficticia­
m ente su texto al propio Diatkine, lo precede con u n a página com ple­
ta de epígrafes fantasiosos, y elabora una página de advertencia
p aródica im itando la po rtad a de la obra de este últim o. Prosigue
después p o r com pleto con su trabajo para escribir u n nuevo texto en
lo sucesivo intitulado “Sobre la transferencia y la contratransferencia”:
si le agregó algunos pasajes im portantes, sobre todo b o rró toda huella
de atribución ficticia a René Diatkine.
Aquí publicam os “Sobre la transferencia y la contratransferencia”,
adjuntándole la página de epígrafes de las “Pequeñas incongruencias
portátiles”.

11R. Diatkine, J. Sim ón, La psychanalyse précoce, París, PUF, 1972, colección “Le fil
Saaá r u m a (1)

Tstma ncomamiiss po r ü t it ss .

( suI tI m da
l '- j r t da tmaoe l a PZP.)

Le f l l roo*».

PSSS3KS ITilVEÍSITXlBSS DS FBJUCS. P aria, TI.

(l) 'n c o llb c r a tlo n at» c un m tla n to u l d ó a im gnrd«r


io a n a on l a cosurend) 1'JUfOJTVIlAT.

Facsímil de la página d e advertencia im aginada p o r Louis A lthusser p a ra el texto d e las


Pequeñas incongruencias portátiles.
1. “N o se h a se ñ a la d o b a s ta n te q u e u n c o n tr a to rp e ­
d e ro e ra ta m b ié n u n to r p e d e r o .”

(Jean B e a u fre t, [p a la b ra ilegible] d e sta c a d o y filóso­


fo d e sc o n o c id o , n a c id o e n 1913, n o fallecido a ú n .)

2. “N o se h a se ñ a la d o b a s ta n te q u e u n a c o n tra rre v o lu ­
c ió n e ra ta m b ié n u n a re v o lu c ió n .”
M aquiavelo. Discorsi, II, XVIII.
Mao Tse-tung, no citando a M aquiavelo. O bras apó­
crifas, editadas en F orm osa, tom o II, p. 222.

3. “N o se h a se ñ a la d o b a sta n te q u e la c o n tra tra n s fe re n c ia


e ra ta m b ié n u n a tra n s fe re n c ia .”
Freud. Inédito, recientem en te publicado en alem án
(Nachlass. Dietzverlag. Nachlass p. 129.)

4. “L a filosofía d e b e salir d e los sa lo n es d e clase d e las u n iv e r­


sid a d es p a ra p e n e tr a r a las g ra n d e s m asas.”
M ao Tse-tung, C onsignas políticas. 1966.

5. “El c o m u n ism o será: la ele ctrific ac ió n + los soviets (L e n in ) + la


p rá c tic a p sic o an a lític a d e m asa.”

Jacques M artin. H acia 1960 (fallecido en 1963).

6. “L le g ará el d ía sin n in g u n a d u d a , d e e llo te n e m o s , si n o la c ertez a ,


p o r lo m e n o s el p re s e n tim ie n to , e n el q u e el psicoanálisis sa ld rá d e
los c o n su lto rio s m éd ic o s p a r a se r e je rcid o , e n c ie rta s c irc u n sta n c ia s
p a rtic u la re s , y e n c ie rto s casos d e fin id o s, e n la vida c o tid ia n a m ism a .”
F r e u d . D e c la r a c ió n r e c o g i d a p o r A n n a F r e u d .

7. “L la m o la a te n c ió n d e to d o s los p ra c tic a n te s s o b re u n p u n to sin g u la r­


m e n te d e sc o n o c id o d e n u e s tra p rá ctic a , y d e sc o n o c id o d e b id o a las
reg las m ism as q u e a se g u ra n el é x ito d e n u e s tra p ro p ia prá ctic a : to d o
análisis es, e n ú ltim o caso, o r in th e last in sta n c e , c o m o d ic e n los in g leses
e n su b e lla le n g u a ju ríd ic a , a u to an álisis. D e sp u é s d e to d o , sie m p re se
tra ta d e la p ro se c u c ió n d e l viejo p r e c e p to so c rá tic o , q u e a m e n u d o h e
c ita d o (la in so n d a b le sa b id u ría g rieg a viene, u n a vez m ás, e n n u e s tro
auxilio): “c o n ó c e te a ti m is m o ”.

F reud, Nachlas,. op. cit., Dietzverlag, 1971.

8. “H a g a m o s n u e s tra felicid ad n o s o tro s m ism o s.”


dicho p opular francés (con dejo autoerótico).

Página d e epígrafes concebida p o r Louis A lthusser com o inicio d e las “Pequeñas


incongruencias p ortátiles”.
ADVERTENCIA EN DOS PALABRAS

P ara esclarecer al lector, es decir p ara dificultarle la tarea, se adoptó


u n o rd e n conform e, p o r lo m enos en lo que se refiere a su disposi­
ción, al o rd e n geom étrico (m ore geom étrico), tom ado del único
filósofo q ue existe: Spinoza. Este o rd e n ha dado am plias pruebas de
sus aptitudes. Hizo prácticam ente ininteligible el pensam iento de su
au tor, y al m ism o tiem po produjo en la historia considerables efectos
teóricos (M ontesquieu, Marx, etc.) y políticos (antirreligiosos, revo­
lucionarios).
D ebido a q u e hay q u e elegir e n tre el efecto d e inteligibilidad y
la eficacia teórico-histórica, el a u to r eligió d elib erad am en te este
o rd e n de exposición ininteligible, p e ro eficaz (no se p u ed e n perse­
g u ir dos labios, p e rd ó n , dos objetivos al m ism o tiem po). Si p o r
casualidad el lecto r tuviera la sensación de c o m p re n d er, que se
tranquilice: no h ab rá co m p re n d id o nada, pues no hay n ad a que
co m p re n d er.

N O T A ADJUNTA A LA ADVERTENCIA

El lector en co n trará a continuación proposiciones, y no, com o en La


ética, definiciones, teorem as, escolios, corolarios y observaciones.
El au to r se arrog a el derecho de em itir proposiciones simples, sin
dem ostrarlas en form a de argum entación teórica que dé lugar a
teorem as y sus consecuencias.
¿Por qué esta extrem a libertad, p o r no decir licencia o ligereza en
u n a m ateria tan grave? Ju stam ente p o rq u e la m ateria no es grave, ni
triste, sino en sentido espinozista: alegre. Constituye p o r parte del
au to r el objeto de u n a pasión alegre. Debe en ten d erse que para
Spinoza la alegría no es la simple titilación, ni la sim ple brom a “que
sólo po n e e n ju e g o palabras”, sino u n a pasión seria. C om o lo dijo el
señ o r Bergson en u n a frase definitiva: “La alegría es señal de que
nu estro destino fue alcanzado en u n p u n to .”1 C on la diferencia de que
Spinoza no es ni puntualista ni puntillista, y que considera que la
noción de destino es religiosa, el buen señor Bergson tenía m ucha
razón.
M ediante lo cual nos exponem os a ser leídos com o autores de
proposiciones y no de exposiciones, cuando, desde luego, nos vana­
gloriam os de que nuestras proposiciones enuncian verdades de evi­
dencia, p o r lo m enos para los analistas (a falta de sus pacientes
quienes, a Dios gracias, no piden tanto).

Proposición 1. La historia (com o se dice de u n m o to r que funciona con


gasolina) funciona con la lucha de clases.

Proposición 2. El individuo funciona con la transferencia (en sus


relaciones con los dem ás individuos: con todo individuo).

Observación a. Se trata desde luego del individuo com o p o rtad o r de lo


q ue F reud llam a “el aparato psíquico”, y no del individuo considerado
ab stractam ente com o anim al hum ano de tal edad, tal peso, con m ujer
e hijos, o soltero, o viudo, herido de guerra, pequeño, cargador,
ciclista, analista, ginecólogo, banquero, granadero, etcétera.

Observación b. La cuestión de saber si este individuo es necesariam ente


h um ano d ebe dejarse provisionalm ente en suspenso. Al parecer el
individuo m ineral y el individuo vegetal no funcionan con transferen­
cia, en sus relaciones con otros individuos, ya sea de su reino o de
otros reinos. P ero apostaría que existen relaciones de transferencia
en tre ciertos individuos anim ales, p o r ejem plo dom ésticos (caballo,
perro, gato, urraca, etc.) y los individuos hum anos con los que
m antienen relaciones cotidianas. En todo caso, la existencia de una
transferencia en tre individuos hum anos y anim ales, vegetales y hasta
m inerales es u n hecho de la experiencia de la vida cotidiana, que
prácticam ente nunca nadie ha puesto en duda. Q uizá no se ha
reflexionado bastante que en ciertos casos (la relación del hom bre con
el perro , el caballo, etc.), la transferencia es com o recíproca, cuando

1 “Los filósofos que especularon sobre el significado d e la vida y sobre el destino del
h o m b re no subrayaron bastante que la naturaleza se to m ó el trabajo de inform árnoslo
ella misma. Ella nos advierte m ediante u n a señal precisa que n uestro destino se ha
cum plido.” B ergson, L ’énergiespirituelle, París, p u f , 1970.
en otros casos (el de u n hom bre y u n a rosa), la relación parece
unilateral. Experiencia-límite interesante: podría h aber relaciones uni­
laterales (en tre el ho m bre y un vegetal), lo que corresponde m anifies­
tam ente si no a la experiencia real, que dem uestra todo lo contrario,
p o r lo m enos a la ideología de ciertos psicoterapeutas (los analistas
son desde luego dem asiado sagaces para caer en este defecto), que
creen con to d a la b u en a fe que su “relación” con el paciente sólo pone
e n ju e g o la transferencia unilateral de su prop io paciente.

Proposición 3. Las proposiciones 1 y 2 son universales. N o tienen


excepciones.

Proposición 4. T odo individuo funciona con transferencia (de identifi­


cación) y esta ley es universal; es necesario, sin em bargo, distinguir
dos casos, notorios p o r su asim etría. Llam arem os Caso 1 al p rim ero y
Caso 2 al segundo.

Proposición 5. Examen del caso 1. Supongam os dos individuos, A y B.


Supongam os que en tren y se en cu en tren en u n a relación du rad era
p o r u n a o varias razones (x, x 1, x2, etc.). F uncionan con transferencia.
Esto significa que A lleva a cabo u n a transferencia hacia B, y que B
se la devuelve, p o r su parte, con u n a transferencia hacia el individuo
A. Es la gran ley de la reciprocidad.
U na transferencia T I y otra transferencia T2: todo el m undo
funciona con la transferencia del otro , las transferencias pueden
sobrem ultiplicarse hasta el infinito. T odo dep en d e de la sutileza de la
neurosis de las personas en cuestión.
En todo esto nada hay que no sea trivial.

Proposición 6. Examen del caso 2. (Aquí se solicita del lector u n a atención


particular debido a la com plicación profesional del asunto.)
S upongan de nuevo a nuestros dos individuos A y B. Pero supongan
que A sale, p o r su habilitación y su práctica (pero la práctica es com o
la adm inistración gaullista: no se acaba nunca), del cu erp o de una
sociedad psicoanalítica cualquiera, y q ue B sea u n fulano que llegue a
frecu en tar a A (psicoanalista) debido a algunos problem as que tiene
en la vida, fútiles o graves, con la esperanza de “sanar” (térm ino al que
algunos individuos d e ciertas escuelas le tienen h o rro r, pues no hay
m edicina en su práctica); ¿qué sucede entonces?
Sucede que B lleva a cabo una bella y b u en a transferencia hacia A.
Si la situación “cuaja” e n tre ellos (si no cam bia d e consultorio), es
sobre la base de esta transferencia T2 com o se organiza y se inicia la
cura. El individuo A (el analista) “trabaja” sobre la transferencia T2 y
en la transferencia T2. Pasam os aquí sobre las querellas d e escuelas
p ara saber p o r qué sesgo trabajar la transferencia: las resistencias, el
reforzam iento de las defensas del ego, los fantasm as, etc. Provisional­
m ente, éstos son para nosotros sólo detalles.
Lo que im p o rta es que el “trabajo” sobre la transferencia de B hacia
A y en la transferencia de B a A no es posible más que con u n a doble
condición: 1] que la transferencia de B a A “haya cuajado”, y 2] que
A se m antenga “fuera de la ju g a d a ”, “neutro-benevolente”, “silencio­
so”, en cierta m an era “sin pasiones”, m otor que va a “hacer m overse”
algo en el inconsciente del paciente mas sin m overse él m ismo: en
resum idas cuentas com o el Dios de Aristóteles que m ueve a distancia
sin m overse él m ism o (la com paración fue hecha p o r el d o cto r Nacht,
analista y p resid en te de la A sociación Tradicional).2
Nos enco ntram os entonces en una situación curiosa, que parece
perjudicar n u estra proposición 3 (la ley de la transferencia es univer­
sal), pues las cosas suceden com o si A, objeto de la transferencia de
B, no llevara a cabo u n a transferencia hacia B. Privilegio considerable
al que “se d eb e ría” la posibilidad misma de la cura.
¿Y cóm o A (el analista) puede suspender su transferencia, toda
transferencia hacia B (el analizante)? R espuesta breve: fue analizado.
En realidad: no analizan más q u e analistas que no lo son más q u e por
h aber sido analizados (bfy’o las reglas de su sociedad, bajo su control).
El haber sido analizados los pone, p o r así decir, fuera del alcance de
la transferencia T I (hacia su paciente): su neurosis personal se volvió
conocim iento sobre toda neurosis, lo que en ellos neutralizaría la
posibilidad de toda transferencia. Se volvieron m o to r inmóvil, “sujetos
que sup uestam ente saben” (Lacan), o, retom ando el m otor inmóvil
de Aristóteles, “pensam iento del pensam iento”, “saber de todo saber”.
“S aber” d e los m ecanism os de la neurosis de sus pacientes.
Sin em bargo existe u n pequeño “p ero ”: a F reud, el analista-padre,
el analizador en cadena, p o r delegación de todos los analistas posibles,
nadie lo analizó, pues es el F undador. Pues antes de él, no existía el
análisis, ni siquiera el analista. Problem a clásico del huevo y de la
gallina.
Aquí, dos posibles respuestas:

2 Véase la n o ta 5 del capítulo 2.


1] Sin darse cuenta, F reud fue analizado p o r Fleiss, en su intensa
relación con éste. Fleiss habría analizado a F reud sin darse cuenta y
p o r lo tanto sin saber lo que podía ser el análisis. En efecto tenía
teorías, p ero q ue F reud nunca conservó; en cam bio éste, en su
correspondencia, le exponía sus teorías. Situación interesante: ¿se
p o d ría pues “analizar” a alguien (aquí a Freud) sin ser u n analista
ex perim entado, y sin disponer d e la teoría analítica (p o r en d e sin
hab er sido analizado antes, y hasta sin saber lo que es el análisis)? ¿Por
qué no? (p reg u n ta q ue se ha de form ular, sin em bargo, con una
en o rm e prudencia).
Esta respuesta por Fleiss puede sustentarse con circunstancias y
argum entos m uy interesantes. Prim ero p o r el estado de la teoría que
F reud exponía a Fleiss para ten er su opinión. Esta teoría era la teoría
analítica, y estaba muy adelantada. Interesante: había teoría analítica
en las relaciones de F reud y de Fleiss, p ero paradójicam ente no se
en co n trab a del lado del “que hace las veces d e ” analista (Fleiss), sino
del lado del “q u e hace las veces d e ” analizante (Freud). P o r m edio de
la difícil y apasionada elaboración de su teoría, que exponía a Fleiss,
se habría dado u n a especie de análisis d e Freud. Pero esta teoría, ¿de
d ó n d e le vino a Freud? No de u n a sim ple reflexión abstracta, sino de
tod a u n a serie de experiencias concretas en las que h ab ría sido
decisivo el papel de las m ujeres histéricas de C harcot, de los enferm os
de B reu er (A nna O. hablando de “talkingcure”y de “deshollinam iento
de chim enea”). F reud habría ap ren d id o su propia teoría d e sus
pacientes, an te to d o de sus pacientes mujeres: sin ellas, p o r lo m enos,
sin du d a no habría sido encauzado a su teoría. Algo del análisis de
F reu d habría em pezado entonces p o r lo que recibía de sus propias
pacientes, antes de prolongarse p o r la p ru eb a apasionada d e su teoría
elaborada en sus relaciones con Fleiss. Y cuando pensam os en la
inm ensa cu ltura literaria de Freud, en lo q u e sabía leer en Sófocles y
en Shakespeare, en lo que sabía sacar de las prodigiosas “intuiciones”
de estos geniales autores que ponían propiam ente en escena conflictos
im portantes del inconsciente, para su propia teoría, se descubre un
inm enso espacio. N o sólo teórico, sino práctico. A dem ás d e sus
relaciones privilegiadas con Fleiss, que acaparan muy a m en u d o a los
autores que se p reg u n tan sobre el “análisis” de Freud, ¿no es conce­
bible q ue la prodigiosa “Einsicht” (intuición) de Freud, sabiendo
en c o n trar lo q u e buscaba tanto en las respuestas de la histeria y de sus
prim eras pacientes com o en las intuiciones d e los grandes trágicos (o
de los m oralistas q ue tam bién leía), haya “hecho m overse” en él algo
que tenía relación con su propia neurosis, al mism o tiem po que
elaboraba la teoría analítica? Y en este caso, ¿no se puede sustentar
que un no-aún-analista pueda ser com o analizado p o r sus propios
pacientes, hom bres y m ujeres, o p o r frecuentar a los grandes trágicos
de la literatura m undial, o en to d o caso ser encauzado no sólo a la
teoría analítica, sino hacia su propio análisis? ¿Por qué no? ¿Pero a
condición de tom ar en cuenta el carácter excepcional de estos dife­
rentes en cu entros y de la excepcional “Einsicht” de Freud?
Y si volvemos a nuestra situación, en la que B se hace analizar por
A, en la que u n no-aún-analizado se hace analizar p o r u n ya-analizado,
¿no nos rem ite esta situación, mutatis mutandis, a la situación de Freud
ante sus prim eras pacientes? ¿No podem os decir que en cierta m edida
el analista p u ed e ser encauzado al análisis de sus propios fantasm as
p o r su paciente en análisis? ¿Y es excepcional esta situación, o p o r el
contrario el p an de cada día del análisis? Es lo que vamos a ver.
2] Freud se habría analizado a sí mismo: autoanálisis. Lo que no lo
desdoblaría, po r una especie de milagro, en un sujeto que supuestam ente
sabe que está trabajando en la transferencia de su paciente, y haría de él
un inicio absoluto inconcebible:3 en realidad, acabamos de ver[lo] vol­
viendo de Fleiss a las prim eras pacientes de Freud, después a sus
experiencias con las histéricas de Charcot, y de sus intuiciones sobre los
grandes trágicos, a lo que acabamos de decir en la prim era respuesta.
C onservarem os dos conclusiones provisionales: que todo análisis
es autoanálisis, q ue el analista A no es el único que “trabaja” sobre y
en la transferencia del analizante, sino que ante to d o es el analizante
el que “trabaja” en el análisis; y que todo analista prosigue su análisis
(interm inable) a través del “trabajo” de sus pacientes, por lo tanto que
el no-analizado contribuye al análisis del analista.

Proposición 7. Volvamos a n uestra situación A-B, en la que A es analista


y B paciente de A. La cura no funciona más que si B lleva a cabo u n a
transferencia conveniente hacia A, y si A lo escucha con una atención
benevolente p ero “n eu tra”, “n e u tra ” porque el analista fue analizado.
¿Q ué quiere decir “n eu tra”? Al parecer A no transfiere hacia B, o si
lo hace, está en condiciones de “neutralizarlo”.

3 A unque falta una p arte de la frase, la que hace que el párrafo sea parcialm ente
incom prensible, podem os citar aquí el pasaje corresp o n d ien te en la versión m ucho m ás
breve d e “P equeñas incongruencias p o rtátiles”: “F reud se analizó a sí mismo: au to a n á ­
lisis. Q u e p o d ría h a b er em pleado para sus propios fines los m ism os m edios q u e los
antes m encionados: Fleiss, los lectores y los pacientes.”
Esta reserva verbal obedece a que hay psicólogos, psicoterapeutas,
y algunas veces hasta ciertos analistas, que tienden a creer (a pesar de
las evidencias de su práctica) que estarían dotados, por ser poseedores
del saber psicológico o analizados, de la capacidad de evadir la ley
universal de la transferencia. Pero no hablam os para estos retrasados.
En realidad, el analista A, a su vez, hace u n a transferencia hacia el
analizado B y desde el principio de sus relaciones, o un poco más tarde,
d ep en d e, p ero es evidente que para que “funcione”, para q u e “cami­
n e ”, es necesario que lo haga de am bos lados, y que el analista lleve a
cabo hacia el analizante u n a transferencia tan bu en a com o la de éste
hacia aquél (diferencia fecunda: los com ponentes libidinales de las dos
transferencias no son las mismas).
La ley de la transferencia es, pues, u n a ley universal.

Proposición 8. Aquí, sin em bargo, hay u n a pequeña dificultad de


historia o d e term inología.
Sin d u d a p o rq u e hubo de analizarse a sí m ismo (y no siem pre
consciente d e lo que le sucedía), Freud se dio cuenta b astante tarde
d e la existencia de la transferencia de A a B. Prim ero había descubierto
la existencia de la transferencia de B a A, que había m erecido toda su
atención. T ardíam ente se dio cuenta de que tam bién el analista llevaba
a cabo u n a transferencia hacia su paciente. Para distinguir las dos
transferencias, y com o antes había descubierto la prim era, com o ya
había bautizado “transferencia” a la p rim era transferencia (la del
analizante al analista), com o p o r vía de secuencia o de consecuencia
llam ó a la segunda transferencia (del analista al analizante: de A a B)
la contratramferencia.
D enom inación interesante.
La contra viene siem pre después, más tarde. La co ntrarreform a
viene después de la reform a, la contrarrevolución después de la
revolución, ¿y cóm o quieren ustedes que sea de otro m odo?
S obre to d o p o rq u e esta denom inación p o r m edio del contra podía
p erm itir observaciones clínicas im presionantes, sobre cuya im portan­
cia F reud atrajo la atención al final de su vida. Com o vem os y vamos
a ver: se trata de cosas que suceden al final: de la cura, d e la vida. En
efecto, F reud p u do observar que a ciertas curas les costaba trabajo
“term in arse” (“análisis term inado, análisis interm inable”) y hasta ter­
m inaban a veces de m anera dram ática (com o el escorpión que uno
pisa, com o si en la Larga M archa del análisis los últim os pasos fueran
los más difíciles, hasta el punto de ser casi interm inables), de m anera
dram ática c o n tra el analizante, y com o consecuencia contra el analis­
ta, y que estas dificultades solían deberse a la co n tra tran sfe ren c ia
mal analizada del analista. De ahí la recom endación expresa de Freud:
el analista d eb e ten er cuidado, para los fines del tratam iento, con su
co n tratransferencia que algunas veces puede im pedir el bu en fin de
u n análisis. El analista debe pues analizar su propia contratransferen­
cia. Pero, ¿cómo? Diremos: p o r autoanálisis. P ero cuando sabem os lo
que oculta (cf. más arriba) no podem os evitar traducir: ¿no p u ed e el
analizante en ciertos casos ayudar al analista a analizar su contratrans­
ferencia?
T o d o p arece entonces sim ple y resuelto.

Proposición 9. P ero aquí queda u n pequeño “p e ro ”.


Malicioso, a j e a n B eaufret le gustaba decir: “N o se ha señalado
b astante q u e u n co n trato rp ed ero es tam bién un to rp ed e ro .”
Y Freud habría podido decir lo mismo: “No se ha señalado bastante
que u n a co ntratransferencia es tam bién una transferencia.”
Entonces, ¿por qué este cuento d e contra? ¿Por qué, y p erd o n en la
expresión, asentar y con tan ta insistencia el hecho d e que se llam a
co ntratransferencia (y no sim plem ente transferencia)?, ¿sólo p o rq u e
se p resen ta después de la transferencia, com o u n a réplica o u n quite
o u n a d efensa an te la transferencia? Hay algo de ello en la expresión.
Los co n trato rp ed ero s fueron inventados después de los torpederos,
para h u n d ir a los torpederos q u e hundían a los acorazados, o sea para
defen d er a los acorazados de los ataques de los torpederos. ¿Sería la
co ntratransferencia una “defensa”? H e aquí algo que indignará a los
clásicos del análisis, para quienes el análisis de la transferencia en sus
aspectos d e “defensa” obedece a la herejía analítica que reina en
Estados U nidos, donde se fabrican “yos” reforzados (política de la
coraza: p rescinden de contratorpederos, se duplica la coraza d e los
dreadnoughts, p erdón, la coraza del “yo”). P ero vale más no e n tra r a
este tipo d e estancam iento. Y de todas m aneras ¿quién puede creer
h o n estam en te que un analista, hasta inconscientem ente, p u ed a sentir
u n a pulsión de defensa o de repugnancia ante la idea d e que su
paciente, “cu rad o ”, va a escapársele?, ¿a frustrarlo d e los beneficios
narcisistas secundarios del am am antam iento m aterno de la cura, en
la que sería tan bueno d ar y recibir el seno, sin que el recep to r y hasta
el d o n an te tengan ganas de p o n er fin a sus sesiones alim entarias
privadas?
Así pues, si la contratransferencia no es —o no sólo es—u n a defensa,
es necesario ab an d o n ar todo el aparejo m etafórico vinculado con el
contra. Y d ecir (“tengo la debilidad d e creer en las consecuencias”, J.
J. R ousseau) q u e la contratransferencia existe desde el principio. Y no
es más u n a co ntratransferencia de lo que u n c o n tra to rp ed ero es un
to rpedero. U na contratransferencia es u n a transferencia, en principio
com o las dem ás, salvo p o rq u e es la transferencia d e u n individuo A
que fue analizado y quien, en sus relaciones con B, respeta las reglas
de la práctica analíüca. Y punto.

Proposición 10. Y punto: pero este p u n to puede ser im portante.


Pues la cuestión que se plantea es la siguiente. En la lógica de la
term inología de la contratransferencia se considera que la transferen­
cia es la que rep resen ta lo esencial en la cura. Lo p rim ero —tam bién
cronológicam ente— es la transferencia (la contratransferencia no se
m anifiesta m ás que al final), lógicam ente, o p o r esencia. Primacía de
la transferencia, en resum idas cuentas, y la contratransferencia está en
posición subordinada.
En todo caso, esta prim acía y esta subordinación co rresp o n d en a
la práctica oficial de la cura. No digo que a ciertas prácticas de
buscadores d e vanguardia, que se perm iten todo tipo de audacias
audaces, com o curas m ezcladas con actos m édicos, en cu en tro s perso­
nales fuera d e las sesiones, hasta (horresco referens) solicitudes de
servicios personales. Los infelices 1 1 0 saben lo que hacen.
¿Y si sin em bargo tuvieran razón?
La hipótesis que presento aquí (desde luego no es m ás que una
hipótesis) se basa en la inversión previa de lo que llam aré la ilusión de
la prim acía d e la transferencia sobre la contratransferencia. Me ubico
delib erad am en te en el pu n to de vista de la cura (de todos los efectos
llam ados analíticos o b ten id o s p o r los individuos en la vida cotidia­
na, ya que la cura no es más que u n a de las variantes de la vida
cotidiana, lo q u e im plica el cuestionam iento de la separación radical
—no hablo de lo que se justifica clínicam ente— de la cura y de la vida
cotidiana). Y p u ed o decir que quizá ten d ría ventajas precisas esperar
esta disipación de la ilusión de la primacía de la transferencia sobre la
contratransferencia.
¿Por qué m edio lograrlo? P rim ero hay que ver bien que, si disipa­
mos esta ilusión, no sólo podem os co m p ren d er el autoanálisis (el de
F reud y de todos los analizados), sino que tam bién podem os en ten d e r
cóm o es posible el autoanálisis. Podem os com p ren d er q u e así com o
“los m ilitares se reclutan en tre los civiles”, existen analistas, o equiva­
lentes en lo civil, que no tien en su tarjeta en el bolsillo, que no
siguieron los cursos del Instituto y no fueron controlados (al máximo,
naturalm ente); n o se en co n trarán a la vuelta de la esquina, pero estoy
convencido d e q u e es más com ún de lo que creem os; pru eb a d e ello
es tod a la g en te que naturalm ente tiene insight, com o antaño las brujas
—aún ah o ra existen brujas, p ero ya no se las quem a—, todos los
psicólogos desconocidos que trabajan y ayudan a niños, algunos
m aestros d e escuela y gente que no ayuda p o r profesión, p ero sabe
cóm o ayudar, y casi no se equivoca. T odos estos desconocidos, com ­
batientes desconocidos del inconsciente, no se sientan a ninguna m esa
de ninguna sociedad, pero no p o r ello dejan de trabajar en la transfe­
rencia.
P ero precisam ente, de la escuela de estos desconocidos podem os
sacar o tra conclusión. Si esta gente, que no fue analizada, puede
prestar servicios analíticos reales, es que trabjya en la transferencia y
sobre la transferencia. Pero, ¿no podem os preg untarnos si no p u ed e
trabajar en y sobre la transferencia más que a condición de controlar
relativam ente b ien su propia contratransferencia? Y por otra parte,
¿no es lo que hace el verdadero psicoanalista desde el principio de la
cura (y no en su final)? ¿No es su “neutralid ad” sim plem ente la “neu­
tralización”, es decir el control de su propia contratransferencia? Pero
entonces, si to d o esto no es u n m ito, hay que ir más lejos y sustituir la
prim acía de la transferencia p o r la prim acía del control de la contra­
transferencia. Se trata en este caso de una prim acía práctica (y no
teórica). (Sabem os gracias a la proposición 2 que la transferencia es
universal, luego que no hay en la transferencia ninguna prim acía
teórica, p ero que hay prim acía práctica según la desigualdad de
control de la contratransferencia de cada u n o de los individuos
presentes, A y B.)
La ventaja de estas proposiciones no sólo es teórica, p o r ten er
efectos teóricos (cf. del lado de la psicoterapia, la psicosom ática, la
telepatía, las “casualidades objetivas” de B retón, etc.), sino quizá
tam bién práctica: algunas veces en la form a de conducción de la cura.
P ero sobre este últim o pu n to se com prenderá que tenga mis reservas,
así com o las tengo sobre la idea de que el psicoanálisis se p ropague a
las masas populares.
EL ESCÁNDALO TIFLIS
1976-1984
Invitado p o r L éon C hertok —con qu ien m antenía desde hacía varios
años buenas relaciones—1 a participar en el Sim posio Internacional
Sobre el Inconsciente organizado del 1 al 5 de octubre d e 1979 en Ti-
flis p o r la A cadem ia de Ciencias de G eorgia y la U niversidad de Tiflis,
en conjunto con el C entro de M edicina Psicosom ática D éjerine de
París (dirigido p o r L éon C hertok, en esa ocasión vicepresidente del
com ité científico de este encuentro), Louis A lthusser redacta desde la
prim avera de 1976 u n texto intitulado “El descubrim iento del doctor
F reud”. Adem ás de a C hertok, envía este p rim er texto m ecanografia­
do de 22 páginas a varios de sus allegados, sobre to d o a Élisabeth
R oudinesco, F ernand Deligny, Jacques N assif y Michel Pécheux, soli­
citándoles que le com uniquen sin rodeos sus críticas sobre lo que él
mismo considera, com o se lo escribe a Élisabeth R oudinesco el 30 de
ju n io de 1976, u n “bosquejo”, un “proyecto (apresurado, hecho de
prisa)”. El m ism o día, escribe con térm inos idénticos a ja c q u e s Nassif:
“H e aquí el texto de base [...], escrito con m ucha prisa. Pasa p o r alto
las estupideces, y dam e tu opinión detallada p o r escrito sobre lo que
está bien, lo que no lo está, falta, es falso, falaz, tendencioso, dam e las
referencias necesarias, citas, etc., pues sabes que no he leído ni a F reud
ni a Lacan, hablo ‘de oídas’ (prim er género). T odo esto p ara que me
tom e el tiem po y encuentre los m edios para reescribir este texto mal
hecho en francés teóricamente cometo. En principio el tiem po no
aprem ia [...]”
Los destinatarios antes m encionados de este texto (pero quizá se
lo m andó a otros más, com o solía hacerlo) le contestan muy rápido y
en form a detallada. En particular, Jacques Nassif le m anda el 1 de julio
u n com entario m anuscrito de 45 páginas, y Élisabeth R oudinesco un
texto m ecanografiado de 16, analizando y criticando am bos su texto
línea p o r línea, com o se los había pedido." Todos, con argum entos
diferentes, reconocen su perplejidad y concuerdan en u n punto: en

1L éon C hertok le m andaba regularm ente sus síntesis con dedicatorias amistosas.
“ P or desgracia no es posible citar, ni siquiera resum ir aquí estas críticas.
su estado, su texto es muy insuficiente en el nivel teórico y p o r ello
im publicable; la excepción es F ernand Deligny, quien le escribe: “A
decir verdad, nada de su texto ‘ap resu rad o ’ [...] m olesta, sino todo lo
co n tra rio ”, m ientras que confiesa haberse sentido “m olesto, so rp re n ­
dido y desco n certado” p o r el artículo “Freud y L acan”. Por su parte,
Michel Pécheux estim a que “El descubrim iento del d o cto r F reu d ” se
em p aren ta ju stam en te con u n “ajuste de cuentas” con el artículo
“F reud y L acan” que “tom a dem asiado [...] la form a de u n a liquida­
ción”, y, haciendo referencia a la “política de la salud” del p c f , subraya
que para éste “Lacan es m olesto y, desde hace m ucho tiem po, m uchos
sueñan con ‘vengarse’ [...] porque, en definitiva y a pesar de todo su
circo, Lacan m olesta a quienes tú [Althusser] un día llam aste la gran
familia.” Y agrega: “¡Qué divina sorpresa entonces, qué regalo inespe­
rado para algunos, un ‘anti-Lacan’ firm ado p o r A lthusser!”
Muy trasto rn ad o p o r estas críticas —que re ú n e en u n expediente
intitulado “Juicios ‘D escubrim iento del doctor F reud’ com o lo
atestiguan num erosas anotaciones que hace al texto d e j. Nassif y sobre
todo la carta que envía el 12 de agosto a É. R oudinesco (y que
publicam os a continuación com o apéndice a “El descubrim iento del
d o cto r F reu d ”), I ouis A lthusser escribe un segundo texto, “Sobre
M arx y F reu d ”, al parecer concluido en diciem bre, que envía luego a
C hertok solicitándole sustituya al prim ero, a lo que este últim o accede.
P ero cuando en 1978 aparecen las actas oficiales en tres volúm enes
del coloquio,111si bien el texto de A lthusser es en efecto el de “Sobre
M arx y F reu d ”, se publica con el título: “El descubrim iento del do cto r
F reud en sus relaciones con la teoría m arxista”, lo que por supuesto
no puede provocar más que u n a evidente confusión con el prim er
texto retirado. Asimismo se puede observar que de las Actas del
coloquio de Tiflis desaparecieron varios párrafos com pletos del texto
(véanse las páginas 195,206). A hora bien, el contenido de u no de estos
párrafos retirados, en el q u e A lthusser defiende la idea de que la
aportación de Freud a la exploración de las “figuras de la dialéctica”
puede ser considerada más rica que la de Marx, hace pensar que esta
desaparición tiene todo el aspecto de u n a censura. P or últim o, es
im p o rtan te precisar que, a fin de cuentas, A lthusser no asistió al
coloquio de Tiflis.
Luego, Louis A lthusser publicó “Sobre M arx y F reud” en alem án

111 The unconscious. Nature. Function. Metliods ofstudy, Tiflis, M etsniereba, 1978, 3 vols.
El texto d e Louis A lthusser aparece e n el p rim e r volum en, pp. 239-253.
en 1977IV y en español en 1978,v p ero el texto q u ed ó inédito en
Francia.
El “escándalo” propiam ente dicho estalló sólo algunos años des­
pués, en 1984, cuando Léon C hertok integró en u n nú m ero especial
de la Revue de Médecine Psychosomatique (núm . 2, 1983), publicada y
difundida entonces p o r las Éditions Privat, de Tolosa, varias ponencias
presentadas d u ra n te el coloquio de Tiflis, sobre todo de franceses,
com o las de B ernard Doray, G érard M endel, Léon C hertok, Frangois
R oustangy... Louis Althusser. C ierto tiem po después, en la prim avera
de 1984, las Éditions Privat d ifundieron en librerías algunos centena­
res de ejem plares'1 de un “libro” con el título de Diálogos franco-sovié­
ticos sobre el psicoanálisis, que sólo repetía, con u n a p o rtad a diferente,
el n úm ero de la Revue de Médecine. Psychosomatique. U na n ota de Roland
Jaccard en el diario Le Monde del 27 d e abril de 1984 subraya el interés
de esta publicación y señala en particular el “apasionante texto de
Louis Althusser: ‘El descubrim iento del doctor F reu d ’, que no había
sido presen tad o en Tiflis”. En efecto, si uno lo analiza d e cerca, se da
cuenta d e que no se trata del texto ya publicado en las Actas oficiales
del coloquio —com o sucede con los otros autores reunidos en esa
o b ra—sino en efecto del p rim er texto (“El descubrim iento del doctor
F reu d ”), enviado p o r Louis A lthusser en ju n io de 1978, luego retirado
y rem plazado algunos meses después p o r “Sobre M arx y F reu d ” que
sería publicado, recordém oslo, con el título muy parecido de “El
descubrim iento del d o cto r F reud en sus relaciones con la teoría
m arxista”.
¿Q ué sucedió? ¿Sim plem ente que Léon C hertok se equivocó de
texto, com o lo supondrá, ofuscándose, C atherine C lém en ten L’Ane,'"
o bien que aprovechando en cierta m anera la confusión, deliberada o
involuntaria, poco im porta, de los títulos, se autorizó él mismo a
publicar el texto inicial que A lthusser había rechazado? En realidad,
al recibir la revista, Louis A lthusser p ro testa p or carta certificada a las
Éditions Privat a p artir del 27 de febrero de 1984 indicándoles que

1V En Louis A lthusser, Ideologie und ¡deologische Staatsapparate, H am burgo, VSA, pp.


89-107
v En Louis A lthusser, Nuevos escritos, B arcelona, Laia, 1978, pp. 107-135.
Vi E ntre trescientos y cuatrocientos ejem plares según una carta del 26 de abril de
1984 del se ñ o r Yves Suaudeau, entonces d irec to r general d e las É ditions Privat, a Louis
Althusser.
™ C atherine C lém ent, “É phém érides, XV1I1”, L ’Áne, núm . 18, septiem bre-octubre de
1984, p. 24.
C hertok había publicado su texto sin pedirle su autorización y exigien­
do p o r consiguiente que su carta de protesta fuera publicada en el
siguiente n ú m ero de la Revue deMédecinePsychosomatique. C on la copia
de esta carta q u e envía a L éon C hertok, el m ism o día, le adjunta este
p eq u eñ o com entario:

Estimado doctor:

N o lo reconozco en esta falta de delicadeza. Le envío la copia d e mi carta a


Éditions Privat.
A tentam ente,

Louis A lthusser

El 1 d e m arzo, el director general de Éditions Privat acusa recibo de


su carta a Louis Althusser, le presenta “las disculpas del ed ito r que
desconocía las m odalidades específicas relativas al texto que em ana
de usted y publicado p o r nosotros p o r autorización del señor doctor
C h erto k ”, y le asegura que su carta será publicada en el siguiente
n ú m ero de la revista. El 20 de abril Louis A lthusser vuelve a escribir
a Éditions Privat solicitando que su protesta sea asimismo insertada
en los volúm enes de la revista difundida en form a de libro, Diálogos
franco-soviéticos sobre el psicoanálisis. En esta ocasión, indica lo que en
su o pinión es lo más grave de este “escándalo”.

Siento m uchísim o im ponerle estas precauciones y los gastos qu e le van a


ocasionar. Sé que usted no tiene la culpa. Y que la falta de delicadeza del
pro cedim iento incum be p o r com pleto a C hertok. El estaba al co rrien te de
tod o, es él quien transm itió a los soviéticos el texto p o r el que yo rem placé el
prim ero. Esto m e indigna aún más porque no p u ed o evitar su p o n e r que
C hertok deb ió especular sobre mi retiro y mi silencio d esde hace cu atro años,
después del d ra m a q ue viví, p ara exim irse de p ed ir mi ap robación.'111

La nota lau d ato ria de R oland Jaccard en Le Monde del 27 de abril no


hará más que reforzar a Louis A lthusser en su condena a esta publi­
cación y lo in citará—por prim era vez desde 1980—, a salir de su silencio
público,“ dirigiendo a Frangois Bott, entonces redactor en je fe del

VUI C arta del 20 d e abril de 1984 de Louis A lthusser a Yves Suaudeau.


** “Es la p rim e ra vez que su voz nos vuelve. T enía que ser en ocasión de una
expoliación”, observaría C ath erin e C lém ent e n L ’Ane, op. cit.
“M onde des livres”, u n a carta en la que repite 1o esencial de los
argum entos enviados a Éditions Privat:

E stim ado señor:

Leo, en la sección literaria del Monde del 27 de abril, u n a reseña, firm ada R.
J., de u na obra, Diálogosfranco-soviéticos, que el d octo r C hertok com puso e hizo
im prim ir en Privat.
El d o cto r C hertok publicó en ella, com o lo hizo en su Revue de Médecine
Psychosoinatique, u n texto m ío, que, p o r considerarlo u n b o rra d o r in o p o rtu n o
redactado de prisa e im publicable, yo había retirad o de las Actas del C ongreso
de Tiflis y rem plazado p o r otro, que figura bajo mi no m bre en las Actas del
C ongreso.
En una carta a Privat, que publicará en el próxim o núm ero de la revista de
Chertok, denuncio la flagrante falta de delicadeza del doctor. A pesar de ser el
responsable de todo el trabajo de enlace entre los franceses y los soviéticos, y p o r
lo tanto perfectam ente inform ado de todos los detalles de esta peripecia, el doctor
Chertok, p o r su propia iniciativa, hizo caso omiso de todas las conveniencias y las
disposiciones de la ley, y publicó mi prim er texto tanto en su revista como en su
libro. Presupongo que creyó p oder especular sobre mi retiro para pasar p o r alto
mi autorización: sabía tanto que debía estar convencido de que yo no estaría más
dispuesto a dársela hoy que hace siete años.
En consideración a las Éditions Privat, no quise iniciar el em bargo de las
publicaciones en cuestión. Además, las É ditions Privat in sertarán u n a n o ta de
p ro testa en el libro.
Para q u e sus lectores estén inform ados d e lo que constituye u n p eq u eñ o
escándalo, le agradecería m ucho aceptara publicar la p resen te puntualización,
lo más p ro n to posible, en su próxim a sección literaria.
Siem pre aprecié la corrección de su diario, que adem ás n ad a tiene que ver
con este asunto. P erm ítam e agradecerle p o r anticipado y asegurarle, q u erido
señor, mi m ayor consideración,

Louis A lthusser

Le Monde del 11 de mayo de 1984 publica pues largos extractos de esta


carta, y se observa de paso un e rro r divertido, en el lím ite del lapsus,
pues el segundo p árrafo term ina con “que figura bajo su [en lugar de
mí] n om bre en las Actas del C ongreso”...x Esta polém ica term inará

x D ebem os la m ención d e este e rro r a B ernard D oray —u n o de los autores de los


Diálogosfranco-soviéticos sobre el psicoanálisis—, quien se lo había señalado a L éon C hertok
en una carta de p rotesta que le había m andado a consecuencia de este “escándalo” y
d e la que hizo llegar u n a copia a Althusser.
públicam ente con la respuesta de Léon C hertok a Louis A lthusser
publicada en Le Monde del 25 d e mayo:

D esearía h acer algunos com entarios sobre la carta del señ o r Louis A lthusser
a p ropósito del texto publicado bajo su nom bre en Diálogos franco-soviéticos
sobre el psicoanálisis.
N o se trata desde luego de “u n b o rra d o r in o p o rtu n o , red actad o d e p risa”.
Los que lo lean p o d rán darse cu en ta d e que estam os an te u n texto m ed itad o
y elaborado. El señor A lthusser consideró apro p iad o retirarlo en el m o m e n to
en que iba a ser en tregado a im presión, sustituyéndolo p o r u n texto que tiene
o tro título y cuyo contenido es com pletam ente diferente. N ada po d ía hacerm e
p en sar q u e el prim ero estaba afectado p o r su au to r de u n a interd icció n
definitiva d e publicación. Si tom é la iniciativa que hoy se m e rep ro ch a, es
po rq u e estim é, p o r el contrario, que tenía un en o rm e interés y m erecía
am pliam ente ser conocido.

C on esta respuesta, Léon C hertok no hace m ás que confirm ar lo que


precisaba u n a nota de presentación de “El descubrim iento del d o cto r
F reu d ” en la Revue de Médecine Psychosomatique, firm ada “N D LR ”:

R edactado en 1977 para el público soviético, el siguiente artículo debía


aparecer en los com pendios publicados para co n trib u ir a la discusión en el
Sim posio sobre el inconsciente llevado a cabo en Tiflis en 1979.
P uesto que en esa época el artículo, p o r diversas razones [?], no p u d o ser
incluido, pensam os que no p erd ió nada de su interés.

O bservarem os sim plem ente que en esta respuesta al Monde, al igual


que en la n o ta de presentación, Léon C hertok no se in terro g a sobre
su derech o a publicar u n texto sin la autorización de su au to r. En
definitiva, esta carta contesta la cuestión a q ue nos referim os antes:
tras u n a m anipulación de títulos, a p rim era vista benigna, Léon
C hertok procedió en efecto, y deliberadam ente, a una m anipulación
de los textos, con plena violación del derecho de autor.

U na vez aclarado el asunto, estim am os q u e se im p o n ía p re s e n ta r al


lecto r los dos textos en cuestión. P recisarem os de paso q u e los
archivos d e Louis A lthusser co n tien en o tras dos versiones m ucho
más cortas, p ero no fechadas, d e “S obre M arx y F re u d ”, u n a de
nueve páginas y la o tra d e cinco; esta últim a se p re sen ta explícita­
m en te com o el “su m ario ” d e los tem as d e su ponencia, lo que
p erm ite su p o n er que A lthusser tuvo en cierto m o m en to el firm e
proyecto de viajar a Tiflis. Sin em bargo, debido ju stam en te a la historia
editorial tan en red ad a de estos dos textos, los publicam os aquí a partir
de las versiones m ecanográficas conservadas p o r A lthusser, precisan­
do, cuando sea necesario, las pocas variantes significativas que tienen
con el texto publicado.

o. c.
EL DESCUBRIM IENTO DEL D O C TO R FREUD

D esearía p resen tar algunas observaciones sobre las relaciones e n tre el


pensam iento freudiano y lo que F reud llam a el inconsciente.

1] F reud nunca tuvo la pretensión de descubrir la existencia de los


fenóm enos inconscientes. Éstos existen desde que la hum anidad
existe, com o lo atestiguan e n tre otros las in terpretaciones de los
sueños, las form as de posesión, las cerem onias de exorcism o, etc.
Desde luego, esta lista no es exhaustiva.
Lo que F reud se limitó a hacer fue afirm ar que los fenóm enos in­
conscientes estaban universalmente presentes en la existencia de los indi­
viduos hum anos, ya sea en estado de vigilia o de sueño, y sin im p o rtar
su actividad (F reud dejó de lado la cuestión de saber si los fenóm enos
pod ían afectar tam bién a individuos no hum anos). Este pu n to es muy
im p o rtan te pues significa que las m anifestaciones del inconsciente1
están presentes en todas las actividades de los individuos hum anos, ya
sean conscientes o inconscientes (el térm ino inconscientes d eb e ser
com prend id o aquí no en el sentido freudiano, sino en su sentido más
general: no conscientes).

2] F reud m ostró y afirm ó q ue las m anifestaciones del inconsciente no


podían producirse más que en sujetos hum anos, p o r lo tanto en
individuos do tados de conciencia. Este p u n to es sum am ente im por­
tante, pues, dado el carácter universal de los efectos del inconsciente,
significa, p o r u n a parte, que el inconsciente tiene u n a naturaleza
psicológica o psíquica y, p o r la otra, que el inconsciente tiene u n papel
d eterm in an te en la constitución y en el funcionam iento de lo que
F reud llama el “aparato psíquico”, y que abarca el inconsciente, el
preconsciente y el consciente.2

1 En la versión corregida tras la lectura d e las críticas q u e le h abía enviado Élisabeth


R oudinesco, y q u e publicam os más adelante, Louis A lthusser rem plazó la expresión
“los efectos del inconsciente” p o r “m anifestaciones del inconsciente” e n sus dos
p rim eras “observaciones”, p ero luego m antuvo este cam bio en el resto de su texto.
2 “El consciente” en lugar de “la consciencia”.
3] F reud m ostró y afirm ó que el inconsciente se m anifestaba3 en una
situación particular, en la relación de dos sujetos conscientes, situa­
ción que F reud llam ó d e transferencia. En esta situación, u n sujeto
proyecta inconscientem ente al o tro algunas formas elaboradas de sus
fantasm as inconscientes, y viceversa. C ontrariam ente a la existencia
de los efectos del inconsciente, que es universal, o a la función
determ in an te del inconsciente en la constitución y el funcionam iento
del ap arato psíquico, que es universal, la relación de transferencia no
lo es o, en todo caso, n o llega siem pre al mismo grado d e intensidad.
Además, la relación de transferencia, que puede ser instantánea (por e-
jem p lo “el am o r a prim era vista”), no siem pre lo es. Asimismo, por
últim o, la relación de transferencia, cuando existe, no es forzosam ente
recíproca: pu ede ser relativam ente unilateral, es decir p u ed e incluir o
no lo que F reud llam a la contratransferencia, que es la transferencia
del segundo sujeto al prim ero, en respuesta a la transferencia del
p rim ero al segundo.

4] Sabem os que F reud llegó a estas conclusiones, que trasto rn a ro n la


psicología, después de u n a larga historia, m arcada ante to d o por
investigaciones neurológicas, luego p o r su en cu en tro con C harcot y
B ernheim (quienes practicaban la hipnosis), que dio a F reud la prim e­
ra idea de la transferencia y de la existencia de u n psiquism o (Freud
decía entonces de u n “p ensam iento”) inconsciente en las histéricas,
luego p or su colaboración con B reuer, que dio a Freud la idea de que
se podían trata r los síntom as histéricos de otro m odo que p o r la
hipnosis, de u n a m anera m ucho más duradera, p o r la vía d e lo que
curiosam ente B reuer llam aba u n a “talking cure”, u n a cura p o r la
palabra. T oda esta evolución de Freud se llevó a cabo bajo la influencia
filosófica del energetism o d e Ostwald, de la econom ía política y del
evolucionism o de Darwin. P ersonalm ente, F reud era m aterialista y
ateo, y creía en la posibilidad de llegar al conocim iento científico de
la realidad, incluso de la realidad psíquica. Al parecer, F reud no
conoció directam ente a Marx y al m arxism o, a los que sin em bargo
jam ás atacó.

5] A hora paso a o tro pu n to de enorm e im portancia, que ya no atañe


al reconocim iento de la existencia objetiva de los efectos del incons-

3 “El inconsciente se m anifestaba” en lugar d e “los efectos del inconsciente se


m anifestaban”.
cíente, y d e sus condiciones, sino a la teoría del inconsciente. Y, acerca
de este punto, plantearé, con toda la prudencia requerida, la siguiente
tesis: a pesar de sus esfuerzos, Freud no logró elaborar una teoría del
inconsciente. Es necesario e n te n d e r esta tesis en su sentido más amplio:
Freud no logró, a pesar de todos sus esfuerzos, elaborar u n a teoría
científica (en el sentido de las ciencias que conocem os) del inconscien­
te. Agrego que sin em bargo F reud nos dejó u n considerable caudal
de docum entación, de u n a riqueza inaudita, p a ra edificar esta teoría,
pero que no logró edificarla. Agrego que, hasta hoy, ninguno d e los
sucesores d e F reud ha logrado, a pesar de todos sus esfuerzos, edificar
una teoría científica del inconsciente. H abrem os d e preguntarnos p o r
qué, llegado el m om ento.

6] Toda la docum entación q ue F reud nos legó procede de la experien­


cia de la cura analítica.
¿Qué es la cura analítica? Podem os considerarla com o una situación
experim ental particularm ente propia de la producción, control y
transform ación d e los efectos del inconsciente.
El que sea relativam ente artificial (verem os a qué reglas estaba
sometida), no la distingue de los otros m ontajes experim entales de las
ciencias experim entales conocidas.
La cura reunía, en u n a habitación aislada, al analista y al analizado.
(En la escuela de Lacan se llama ahora al analizado analizante, para
darle la im presión de “participar” en la cura, p ero com o de todas
maneras lo hace, es u n señuelo, y Lacan, que es quien propuso la teoría
del señuelo, no m e desm entirá, a m enos de que se dem uestre que este
señuelo es “gratificante”, lo que es contrario al pensam iento y a la
práctica de Freud.)
La cura estaba som etida a reglas de un en o rm e rigor:
a] P rim ero a reglas d e reclutamiento de los analizados p o r los
analistas; el analista tenía interés, com o C harcot antes que él, d e elegir
pacientes que estuviera seguro de p o d er tra ta r (en este caso los
neuróticos, pero no los psicóticos), y de p o d er tratarlos sin trasto rn ar
gravem ente el equilibrio actual de su vida psíquica y social (conyugal,
política, estética, etcétera).
b] Luego a reglas financieras, p o r las que el paciente debía pagar a
su analista u n a sum a u n tanto elevada, ajustada naturalm ente al
increm ento de precios si éste se daba, aun cuando no asistiera p o r su
culpa (om isión, olvido, lapsus) a una sesión.
c] Luego a u n compromiso p o r parte del analizado, que estaba
obligado, com o lo habría escrito u n hum orista, a decir todo con plena
libertad, sin controlarse, y en caso necesario, si así lo deseaba, a no
decir nada.
d] Luego a u n contracompromiso p o r parte del analista, que se
com prom etía p o r su parte a escuchar con benevolencia n eutra y
“flotante” to d o lo que le diría el analizado.
e] P or últim o a un rechazo formal, explícito o no, del analista, que
se negaba p o r adelantado a com portarse com o m édico, es decir a d ar
u n diagnóstico, ex tender u n a receta, proporcio nar cualquier tipo de
cuidado, o to m ar cualquier tipo de decisión, aun si el paciente
necesitaba reposo, internam iento o protección co n tra u n a pulsión
suicida. Al negarse a com portarse com o m édico, al m ism o tiem po el
analista se rehusaba a hacer las veces d e confesor, de consejero y hasta
de amigo.
U na vez enunciadas claram ente estas reglas (salvo la últim a), el
paciente se acostaba en el diván, el analista se colocaba detrás, fuera
de la vista del paciente pero lo bastante cerca para oírlo, y se iniciaba
oficialm ente u n largo silencio, o u n largo m onólogo. Era la cura.
Estaba reglam entada en su duración: sesión de 45 m inutos a una hora,
y en su ritm o: cinco a siete veces p o r sem ana.
El paciente contaba lo que le pasaba p o r la cabeza, algo que se le
ocurría, lo que había hecho, lo que no había hecho, y p o r qué, narraba
sus sueños si los había tenido y, si tenía ganas, tam bién podía no decir
nada, irse antes del final de la sesión, volver en la sesión siguiente, o
no volver nunca. En este últim o caso, el analista tom aba a otro
paciente.
'E n caso de que las cosas funcionaran bien, es decir que el paciente
llegara a su próxim a cita, el analista observaba que en cierto m om ento
se había establecido la “transferencia” (entre el analizado y él, desde
luego), lo b astan te sólidam ente com o para que se iniciara el trabajo
serio.
Entonces intervenía lo que F reud llama el “trabajo” d e la cura, o
“trabajo sobre el inconsciente”, “trabajo” tan difícil que F reud em pleó
p ara designarlo u n a palabra alem ana intraducibie: Durcharbeiten. El
analista em pezaba p o r escuchar (la “escucha ”analítica), luego, cuando
consideraba llegado el m om ento, intervenía verbalm ente para “inter­
pretar” tal o cual detalle que juzgaba pertinente, p ara m ostrar al
paciente, con infinitas precauciones, que este detalle no podía ser
co m p ren d id o más que en función d e un fantasm a prim itivo, más o
m enos oculto bajo el disfraz de los contenidos que F reud llamaba
“m anifiestos”, p ara oponerlos a los contenidos “latentes” (los co n te­
nidos m anifiestos son los del sueño narrado, los de la vida cotidiana
contada, en resum en, los de los pensam ientos conscientes del pacien­
te, en oposición a los contenidos “latentes”, que son los “pensam ientos
inconscientes” del paciente). Y así sucesivamente.
Este trabajo proseguía hasta el final de la cura, que siem pre era
difícil, hasta m uy difícil, pues se m anifestaba lo que, al final de su vida,
F reud logró llam ar la “contratransferencia”, o p erad a esta vez del
analista al analizado, y que el analista no había tenido el ingenio de
observar antes. En general esta contratransferencia es u n a c o n tra­
transferencia d e identificación introyectiva, lo que significa q u e el
analista no llega a separarse del paciente, es decir de la idea q u e se
hace del papel que tiene en la vida del paciente.

7] Sobre la base del riquísim o m aterial o b tenido en la situación


experim ental de las curas (con la restricción, es cierto, de que la m ism a
situación jam ás puede ser reproducida, puesto que cada vez el pacien­
te o el analista son individuos nuevos y p o r lo tanto diferentes), es
decir sobre el m aterial consciente e inconsciente p ro p orcionado p o r
los pacientes e n sus curas, así com o sobre las interpretaciones p ro p o r­
cionadas p o r los analistas a su paciente en el m om ento del análisis de
este m aterial, F reud edificó, bastante tarde p o r cierto, lo que consideró
una teoría psicológica científica del inconsciente y que p o r ello llam ó
metapsicología, u n a palabra que podem os considerar u n a confesión y
un diagnóstico teóricos.
D esde luego no se trata d e reprochar a F reud no h aber escrito lo que
no escribió, no h aber hecho lo que, adem ás com o lo confiesa él m ismo
(era muy p ru d e n te en lo tocante a la teoría), no hizo, ni pudo hacer.
N o se trata d e reprochar a Freud no hab er brindado u n a teoría
científica del inconsciente, es decir una teoría de los m ecanism os
(cualesquiera que sean) que producen los efectos del inconsciente
observados p o r Freud, y observables por todo el m undo, no sólo en
la cura analítica, sino en la vida cotidiana, privada o social.
En cam bio, es muy im p o rtan te saber exactam ente lo que F reud
hizo, y lo q u e no hizo, y sobre to d o saber que F reud descubrió nuevas
condiciones de m anifestación, de control y d e transform ación d e los
efectos del inconsciente en sujetos hum anos, y esto ya es en sí algo
prodigioso, a falta de lo cual nos habríam os quedado en C harcot y
B ernheim , es decir en la hipnosis, que nunca da resultados duraderos,
a m enos que sean sim plem ente resultados patológicos.
Para nosotros es m uy im p o rtan te saber lo que F reud no hizo. ¿Por
qué? Para evitar m alentendidos teóricos, que m uestran ya sea la buena
o la mala voluntad de ciertos personajes, pero en todo caso no
dem uestran más q ue u n a sola cosa: su ignorancia de F reud. El proble­
m a es q ue esta ignorancia, disfrazada de falsa teoría freudiana del
inconsciente, provoca necesariam ente efectos en cadena, no sólo en
los analistas y sus analizados, sino tam bién en todos aquellos que, con
razón, se interesan p o r F reud y el análisis.

8] Para ilustrar lo que acabo de decir, citaré un prim er ejem plo: el de


cierta co rriente llam ada del psicoanálisis norteam ericano (digo “lla­
m ada del psicoanálisis norteam ericano”, p o rq u e esta co rrrien te no es
p ro p ia de la escuela analítica norteam ericana, y en A m érica del N orte
hay corrientes totalm ente diferentes a ésta), que reduce el trabajo
analítico a lo q ue llam a el “análisis de las defensas” y el “reforzam iento
del ego”.
J. Lacan tuvo el gran m érito de criticar esta falsa in terp retació n del
pensam iento y d e la práctica de Freud. N o m e d eten d ré pues en ello.
Digamos que esta in terpretación de F reud representa u n a desviación
regresiva: hace volver el pensam iento de F reud a la psicología, es decir
a u n a ram a de la m oral y, lo que es inevitable pero grave, a prácticas
de reeducación social de la persona, que tienden a “norm alizar” el
co m p ortam iento de los individuos. Lacan tiene perfecta razón: nada
es más ajeno al pensam iento y a la práctica de F reud que esta
in terpretación y esta práctica, pues Freud, com o todos saben, siem pre
atribuyó u n a gran im portancia a la liberación de los individuos, y se
negó a tratarlos para som eterlos a u n a readaptación social. N o carece
de interés ver que en la historia del psicoanálisis en la U nión Soviética,
hasta 1930, toda u n a corriente defendió esta gran lección de Freud,
co n tra otra co rriente que pretendía p o n er al psicoanálisis al servicio
d e los nuevos valores de la revolución.

9] Para ilustrar lo que acabo de decir, citaré un segundo ejem plo: el


del propio Lacan. T odos sabem os lo que debem os a Lacan, gran
psiquiatra francés, quien encabezó con resolución, y d u ra n te m ucho
tiem po solo, u n feroz com bate ideológico p o r el reconocim iento de
la “cosa freudiana”, es decir d e la especificidad del pensam iento de
Freud, y u n com bate ideológico p o r el respeto de los valores que
im portaban más a Freud: el m aterialism o, el ateísm o, la libertad.
Sin em bargo, J. Lacan no se contentó con este com bate, que
hub iera p o did o ocupar toda la vida de u n hom bre. In ten tó hacer lo
q ue F reu d no pudo: intentó elaborar una teoría científica del inconsciente.
Para ello, com o todos sabem os, se apoyó en la lingüística de De
Saussure y d e los autores d e la Escuela de Praga, ante todo Jakobson.
Y Lacan in ten tó analizar, en el sentido estricto, es decir en el sentido
científico, lo que Freud nos legó. Lo hizo m erced a una hipótesis
sum am ente audaz, escribiendo esta sim ple frase: “el inconsciente está
estructurado como un lenguaje”. A hora bien, Freud, que sabía bastante
sobre el inconsciente, jam ás escribió eso. Pero ¿por qué no intentarlo?
Lacan co n tin u ó pues elaborando toda u n a teoría que distinguía lo
real, lo sim bólico y lo im aginario. Freud, que sabía bastante sobre el
inconsciente, nunca recurrió a una teoría así, en la que todo se concibe
no en función del inconsciente sino de lo simbólico, es decir del
lenguaje y de la ley, y luego del “nom bre d e l'p a d re ”. F reud nunca
habló del nom bre del padre, etc. No puedo e n tra r aquí en los detalles
de u n a gigantesca elaboración que nunca dejó de seguir creciendo, y
p o r u n a b u en a razón, p o rq u e no podía más que perseguir u n objeto
fuera de su alcance, pues no existía. Lo que no existía era la posibilidad
actual de elaborar una teoría científica del inconsciente. Esta posibili­
dad existirá quizá m añana y, si existe, asum irá form as que so rp ren d e­
rán desde luego al propio Lacan, pero hoy esta posibilidad no existe.
¿Q ué hizo entonces Lacan? Partió en busca de u n a teoría científica
del inconsciente, q ueriendo hacer lo que F reud no había podido, y en
lugar de u n a teoría científica del inconsciente dio a u n m undo sor­
p ren d id o una filosofía del psicoanálisis (digo u n a filosofía del psicoaná­
lisis en el sentido en el que Engels, al hablar de la filosofía de la
naturaleza, de la filosofía de la historia, etc., decía que estas disciplinas
no tenían derecho a la existencia, p orque carecían de objeto). La vieja
lección kantiana, de que p u ed e n existir lo que K ant llam aba “ciencias
sin o b jeto ” (com o la teología, la cosm ología y la psicología racionales)
y que no son más que filosofías sin objeto (y es exacto, puesto que la
filosofía no tiene objeto), Lacan la había olvidado, a pesar del insisten­
te reco rd atorio de Engels, y de algunos otros marxistas. P rodujo una
fantástica filosofía del psicoanálisis, que fascinó a los intelectuales
d u ran te decenas de años en el m undo, fuesen analistas o no. Los
fascinó p o r dos razones. P rim ero porque a su m anera Lacan es un
filósofo d e un pensam iento poderoso, sabiam ente oculto tras una
fachada d e esoterism o. Luego p orque Lacan hablaba de psicoanálisis.
Lacan ju g a b a así en dos frentes. A los filósofos les daba la garantía del
m aestro que “supuestamentesabe” lo que F reud pensó; a los psicoana­
listas, la garantía del m aestro que “supuestamente sabe" lo que quiere
decir pensar (filosóficam ente). Engañó a todo el m undo, y muy
probablem ente, a pesar de su extrem a astucia, se engañó a sí mismo.
De ello no d aré más que u n a sola prueba. En su fam oso sem inario
sobre la carta robada, tras un m inucioso y sabroso análisis del texto
de Poe, Lacan concluye: “de lo cual se deduce que una carta sievipre
llega a su destino”. Es una frase sobrecargada de sentidos y de ecos de
u n a filosofía del significante, de la carta, del inconsciente com o
significante. A esta declaración, sustentada por toda u n a filosofía, no
del destinatario sino del destino, y p o r lo tanto del finalismo más
clásico, o p o n d ré sim plem ente la tesis materialista: sucede a veces que
una carta no llega a su destino.
En cuanto a la cuestión de saber qué tipo de filosofía p udo elaborar
Lacan, basándose al mismo tiem po en F reud y en la lingüística, y luego
en la lógica form al y las m atem áticas, es una cuestión que nos alejaría
de n u estra tem a. Señalo sim plem ente que al considerarla en su
alcance más general, m e parece que la filosofía de Lacan, que d u ran te
m ucho tiem po coqueteó con H eidegger, se clasifica finalm ente m enos
en el estructuralism o, que no es más que u n a variante d e ella, que en
el form alism o lógico. A quí doy mi im presión sobre u n a o b ra p o r lo
dem ás barroca, filosóficam ente incierta, y que sin d u d a tuvo que pagar
en filosofía la in certidum bre en la que Lacan se en contraba con
respecto al objeto que pretendía considerar para elaborar u n a teoría
científica del inconsciente. En cuanto u n a filosofía se constituye com o
filosofía p ara considerar el objeto de u n a ciencia que aú n no existe,
en efecto hay razones para pensar que esta misma filosofía vacila sobre
la base de sus tesis inciertas.

10] Vuelvo a F reud para hacer sim plem ente una observación. No nos
legó u n a teoría científica del inconsciente. Pero nos dio algo más: no
sólo una descripción del m aterial analítico obtenido d u ra n te la cura,
sino u n a tentativa prodigiosam ente em ocionante de pensar los resul­
tados de sus experiencias. No p orque este pensam iento no logre
asum ir la form a d e u n a teoría científica deja de ser u n pensam iento,
en sentido estricto, prodigiosam ente perspicaz y —éste es el p u n to más
im po rtante—prodigiosam ente atento a todos los detalles, curioso ante
todas las novedades y en perpetuo movimiento. En efecto, es extraordi­
nario —no se ha señalado bastante— que, hasta los últim os días de su
vida, F reud nunca dejó de m odificar su pensam iento, sus conceptos y
lo que él m ism o llam aba sus “hipótesis” generales. Si no dejó de
transformar su pensam iento fue p o rq u e no había llegado a u n a teoría
científica q ue estableciera resultados definitivos sistem atizados y ho­
m ogéneos del tipo —me disculpo p o r este ejem plo m odesto, p ero es
irrecusable y claro—: 2 + 2 = 4. P ero adem ás, si no dejó de transformar
su pensam iento, fue p o rq u e nunca aceptó considerar que había
llegado a u n resultado definitivo, es decir científico, sobre el cual ya
sólo tuviera que trabajar p ara p ro d u cir nuevos conocim ientos verda­
deros. No. Para Freud ningún resultado fue jam ás definitivo. La
p ru eb a es que no dejó d e cam biar sus hipótesis de base, no la
existencia del inconsciente y sus m anifestaciones (nunca d u d ó de su
“realidad”), sino la expresión teórica d e esta existencia.
En cam bio, los que creyeron que Freud había hecho u n a teoría
científica del inconsciente, com o A dler y ju n g , se alejaron de F reud y
se pu siero n a elaborar filosofías del inconsciente, que poco tenían que
ver, no ya con el pensam iento de Freud, sino con el conjunto de los
hechos reunidos p o r la práctica freudiana: ser volvían ciegos a los
propios hechos. Pero en su filosofía del inconsciente partían de una
teoría filosófica com o si ésta constituyera el equivalente de u n a teoría
científica, u n resultado definitivo de base del que se puede y se debe
p artir para o b ten er nuevos resultados. Y no dejaban de delirar teóri­
cam ente, alejándose cada vez más de los hechos.
En cam bio, p o r su parte, alguien com o Lacan, que creyó que Freud
había descubierto la teoría científica del inconsciente sin saberlo, y
q ue bastaba con agregar a este contenido la form a que le faltaba,
tam bién procedió form alm ente de la m isma m anera, con la diferencia
de que no elaboró, com o A dler y ju n g , u n a filosofía del inconsciente
forzosam ente delirante, desde el pu n to d e vista teórico, sino una
filosofía del psicoanálisis en general, que se m antuvo m ucho m ás cerca
tanto del pensam iento y de los escritos de F reud com o del m aterial
analítico. P ero Lacan tam bién procedió com o si hubiese logrado un
resultado científico indiscutible, en una form a teórica forjada p o r él para
este resultado, y trabajó constantem ente sobre la base de lo que
consideraba u n a experiencia teórica científica indiscutible, para sacar
de ella siem pre nuevas conclusiones teóricas. En verdad sabem os que
sus conclusiones teóricas no eran más que filosóficas.
P ero a ello se debe, en cam bio, que sea necesario insistir en este
carácter extraordinario del pensam iento de Freud. N unca considera
definitivas las “hipótesis” teóricas que p rop on e. No puede evitarlo,
pues in ten ta pensar en el sentido estricto lo que hace, y lo q ue observa.
P ero jam ás considera ten er u n a hipótesis definitiva, es decir una
hipótesis v erd ad eram ente científica. P or elio cam bia d e hipótesis, y
esto hasta el final de su vida. R esulta paradójico que la p ru eb a más
pro fu n d a del pensam iento verdaderam ente científico d e Freud, su
crítica, su antidogm atism o, se m anifieste p o r su instintivo recelo a
calificar de científicas en sentido riguroso las form ulaciones provisio­
nales a las q ue llega, p ara d ar cuenta de los hechos q u e sin em bargo
son indiscutibles, y que tienen u n a im presionante convergencia.
C onsidero que u n a nueva lectura d e toda la o b ra de F reud a partir
de la hipótesis q ue acabo de enunciar d ebe p o r fin p erm itir com pren­
d er la necesaria paradoja de un pensam iento p ro fu n d am en te científico,
p ero al m ism o tiem po p ru d en te en extrem o; d e u n pensam iento
inquebrantable, p ero al mismo tiem po m ultiform e, de u n pensam ien­
to que no deja de decir lo m ismo y de profundizarlo, p ero al mismo
tiem po lo dice de una m anera siem pre renovada y siem pre desconcer­
tante. Sólo a condición de ab o rd ar el pensam iento d e F reud con esta
hipótesis explicativa en m ente, es posible ver lo definitivo que nos legó,
aun si la form a que dio a este definitivo no era la d e u n a teoría
científica en el sentido estricto.

11] En efecto, en el pensam iento de F reud encontram os un cierto


nú m ero de “núcleos” que nunca variaron.
Prim ero el tem a de la sexualidad infantil. P rim ero los resultados del
trabajo de la hipnosis y acerca de la hipnosis, luego los resultados de
la cura, así com o el análisis de los sueños, y muy pronto la existencia de
una realidad francamente escandalosa para los contem poráneos de Freud.
Esta realidad, q u e sigue siendo escandalosa, es la existencia de u n a
sexualidad infantil, en form a ultradesarrollada, es decir infinitam ente
más desarrollada que la del adulto, hasta el p u n to en que F reud p udo
llegar a decir que el niño es, contrariam ente al adulto, u n “perverso
polim orfo”.
La sexualidad infantil, esta “perversidad polim orfa” del niño, no es
u n a hipótesis: es u n hecho. Y todo observador sagaz p u ed e ponerla a
p ru eb a en los infantes, los bebés y los niños pequeños de su entorno.
C ontrariam en te a tod a u n a ideología m oral del niño, el m undo d e los
pequeños está esp ontánea y naturalm ente fascinado y obsesionado
p o r la sexualidad, quiero decir p o r prácticas sexuales observables. Q ue
este sim ple hecho, que cualquiera puede observar, fuese negado tanto
tiem po, F reud lo atribuye a la censura. Y dice que el inconsciente está
necesariam ente en relación con el efecto de esta censura: la represión.
P ero F reud no sólo habló de la sexualidad infantil observable, y por
lo tan to objetiva, sino tam bién d e la sexualidad subjetiva de los bebés y
de los niños, lo que se entiende (puesto que im aginam os mal que se
p u ed an d ar prácticas sexuales, sobre todo en niños muy pequeños y
m enos aún en bebés) sin correspondencia con los deseos, evidentem en­
te inconscientes a esa edad.
Freud, siem pre razonando de u n a m anera m uy simple, p ero con
tan ta más fuerza, llegó entonces a la conclusión d e la existencia de una
sexualidad infantil vinculada con deseos inconscientes.
A hora bien, lo que es muy notorio para nosotros en este descubri­
m iento es que, contra lo que podríam os pensar, F reud no descubrió
las cosas en el ord en de exposición que acabo de adoptar. No partió
de la observación de la sexualidad objetiva de los bebés y d e los niños
pequeños a la idea de su sexualidad subjetiva inconsciente, y p o r ende
de su deseo sexual inconsciente; p o r el contrario, descubrió (¡a través
del m aterial de la cura de los adultosl) la existencia de deseos sexuales
inconscientes en el niño pequeño, y a partir de esta hipótesis em pezó
a observar la existencia de prácticas sexuales objetivas en el b eb é y en
los niños pequeños. A hora consideram os norm al todo esto, incluso el
o rd e n del descubrim iento de F reud, a pesar de su fantástica paradoja
(puesto que Freud iba, en contra de toda práctica experim ental, de lo
no visto, de lo inobservable —los deseos sexuales inconscientes del
niño— a lo visto, a lo observable —las prácticas sexuales de los niños
p equeños y de los lactantes—), p ero en la época d e F reud nada d e esto
era natura!; muy p o r el contrario, todo ello era “m oralm ente” escan­
daloso. P eo r aún, era “científicam ente” escandaloso partir d e lo
objetivam ente inobservable p ara llegar a lo objetivam ente observable,
a m enos de adm itir —cosa de la q ue F reud estaba convencido—que lo
no d irectam ente observable (la existencia de deseos sexuales incons­
cientes en el niño de muy corta edad a partir del análisis de los adultos)
era p o r lo m enos d irectam ente identificable en la práctica de la cura,
es decir en el análisis de los propios adultos.

12] El p rim er núcleo es, pues, el tem a de la sexualidad infantil


inconsciente, y p o r lo tanto la existencia de “p ensam ientos” incons­
cientes, o de “deseos” inconscientes en todo individuo hum ano.
El segundo núcleo, m anifestado p o r el p rim ero, es la idea de una
prodigiosa censura social de estos mismos deseos sexuales inconscien­
tes. Digo social pues bastó que Freud enunciara públicam ente su
descubrim iento d e deseos sexuales inconscientes en la muy tem prana
infancia, p ara que todos los poderes existentes, de la psicología y la
m edicina a la m oral, la religión y la política, se levantaran con violencia
co n tra su descubrim iento. Podríam os com pararlo con la condena a
Galileo en la época de la Santa Inquisición. Pero esto no es lo más
im portante: si todos estos poderes reunidos se levantaban contra
F reud era p o rq u e hasta entonces, es decir d u ran te to d a la historia
h u m an a antes de Freud, habían logrado censurar, p o r m edio de
fuerza, intim idación y chantaje, la idea de que los hechos descubiertos
p o r Freud, que siem pre habían existido, pudiesen existir. P ero esto no
es lo más im p ortante. Si existía en la sociedad esta prodigiosa fuerza
d e censura social referente al pu n to preciso de la existencia de deseos
sexuales inconscientes en el niño pequeño, era im pensable que todos
los niños pequeños hubieran podido evadir el efecto d e esta prodigio­
sa censura. De ahí la idea en F reud de que los deseos sexuales
inconscientes del niño pequeño se enfrentan, no sólo en la sociedad
(que los ignora) sino en su propio psiquism o, a los efectos fantasmá-
ticos de esta censura: a la represión. De ahí la idea de F reud de que
esta fuerza de rep resión de los deseos sexuales inconscientes del niño
peq u eñ o es también una fuerza inconsciente.
U na vez más, lo más sorprendente es que, para llegar a su resultado,
F reud no siguió la senda que acabo de indicar. N o partió de la
observación de la represión social objetiva (ejercida p o r los aparatos
ideológicos de Estado de los que hablé: familia, escuela, Iglesia, etc.).
Muy p o r el contrario, fue en el análisis del m aterial proporcionado
p o r la cura d o n d e encontró en sentido estricto, observó, descubrió, la
existencia de la represión inconsciente que ejercía su p o d e r de intim i­
dación, de chantaje y de interdicción sobre los deseos sexuales incons­
cientes del niño pequeño. U na vez más, el cam ino que siguió Freud
era “científicam ente” escandaloso, al p artir de d en tro hacia fuera, de
lo no visto a lo visto, de lo inobservable a lo observable; sólo que Freud
p o d ía decir, y ten ía toda la razón, que podía observar de una manera
perfectamente objetiva en la práctica experim ental de la cura, si no el
inconsciente m ismo, sí por lo m enos sus efectos. Y com o bu en
científico m aterialista, com o observaba efectos, convencido de que
estos efectos no podían existir sin “causa”, les suponía u n a causa, aun
si no podía verla. Y en esto tenía una muy b u en a com pañía científica,
p uesto que todos los físicos, quím icos y biólogos sólo pu ed en elaborar
su ciencia su p o niendo la existencia de causas, que sin em bargo no
pueden ver. M ejor dicho, es suponiendo la existencia d e u n a causa que
n o logran ver como llegan a verla. P ero cuando logran verla, siem pre
es diferente a la causa que esperaban ver. La causa de los efectos
siem pre se desvanece ante la ciencia, y de hecho es lo que hace vivir,
subjetivam ente, a todas las ciencias.
F reud sabía todo eso. Y p o r eso siem pre se com paró con u n
científico d e las ciencias naturales —no con u n m atem ático ni c o n u n
lógico, com o le gusta hacerlo a Lacan—, y tenía toda la razón. T anto
se com paró con u n científico, que estaba convencido —y nunca dejó
de afirm arlo—que u n día el psicoanálisis se reuniría con la neurología,
la bioquím ica y la quím ica. Pues Freud sabía que su descubrim iento
p o d ría transform arse en el objeto de una. ciencia de la naturaleza (recuer­
do aquí q ue M arx dice que el m aterialism o histórico debe ser consi­
d erad o com o lo que es, “una ciencia de la naturaleza ”, pues la historia
form a p arte d e la naturaleza, ya que no existe en el m undo m ás que
la naturaleza). P ero F reud tam bién sabía que no se decreta que u n
d escubrim iento se ha vuelto u n a ciencia. Sabía que existen condiciones
objetivas para que sea posible esta transform ación del descubrim iento
de la naturaleza. Sabía q u e en su época no se habían dado estas con­
diciones. Agrego que aún en nuestro tiem po no se han dado, pero que
existen sólidas esperanzas, p o r u n a parte, del lado de los desarrollos
recientes de la neurobioquím ica del cuerpo h um ano y del cerebro (as­
pecto que F reud entreveía), y p o r la o tra del m aterialism o histórico
(aspecto que F reud no podía entrever). Pues la experiencia m uestra
que u n descubrim iento no se vuelve verdaderam ente ciencia m ás que
cuando p u ed e establecer vínculos teóricos en tre su propio descubri­
m iento y las dem ás ciencias existentes. Es lo que vemos que sucede,
p o r ejem plo, en el caso de la biología, con el descubrim iento del a d n .
Los descubrim ientos de la biología se volvieron u n a ciencia el día en
que se p u d o establecer u n vínculo teórico en tre ellos mismas y o tra
ciencia: en este caso la bioquím ica. Este vínculo estuvo determ inado
en principio (pues aún d eb en descubrirse m uchas cosas) p o r el
descubrim iento del a d n . S ucederá lo mismo con los descubrim ientos
de F reud. P ero las cosas serán sin d u d a más complicadas.

13] Vuelvo a F reud y a la existencia de deseos sexuales inconscientes


en el niño pequeño. Q uien dice deseo dice evidentem ente objeto de
este deseo. Q uien dice deseo sexual dice desde luego objeto sexual.
A hora bien, ¿quiénes son los objetos sexuales de los deseos sexuales
inconscientes del niño pequeño? Sus allegados y él mismo. A partir
de ahí (y señalo que, para la claridad de la exposición, una vez m ás m e
veo obligado a seguir u n o rd e n inverso al que Freud siguió en su
experim entación), podem os c o m p ren d er toda la “teoría” de la sexua­
lidad infandl tal cual la expuso Freud. El niño se considera a sí m ism o
objeto sexual (las etapas oral y anal), pero al m ism o tiem po tam bién
considera a su m adre objeto sexual, y al hacerlo acabará, al cabo de
cierto tiem po (cuando se form e lo que F reud llam a la “relación
edípica”), p o r to m ar tam bién a su p ad re p o r objeto sexual, pero para
desear inconscientem ente su m uerte, pues desea a su m adre para él
solo, y com o su m adre pertenece a su padre, desea la m uerte del padre.
T o d o esto sucede en los deseos sexuales inconscientes del niño
pequeño. P ero es una verdad que todo el m undo conoce desde hace
m ucho tiem po, a pesar d e la censura social, puesto que u n poeta
llam ado Sófocles puso en escena este conflicto, y u n escritor llam ado
D iderot, q u e no podía conocer a F reud, escribió tranquilam ente que
to d o niño p eq u eñ o “desea acostarse con su m adre y m atar a su p ad re”,
frase que había pasado inadvertida, p ero que F reud señaló, en ten d e­
mos p o r qué.
Lo apasionante en toda esta dialéctica es que los padres, así com o
el niño p eq ueño, son seres objetivos y sociales, a los q ue todos pueden
ver, tocar, oír, cuyo com portam iento objetivo se p u ed e observar y
estudiar, sobre la base de los principios científicos del m aterialism o
histórico.
Y más apasionante aún en toda esta historia es que lo que sucede
en los deseos sexuales inconscientes del niño pequeño tiene, forzosa­
m ente, relaciones objetivas con la situación fam iliar objetiva. Ya nadie
lo du d a hoy, salvo aquellos cuya inteligencia científica está lim itada
p o r la voluntad m oral, religiosa o política. P ero u n a cosa es que haya
relaciones objetivas —y es evidente que las hay—y o tra es llegar a una
teoría científica d e esas relaciones. F reud nunca tuvo la pretensión de
poder llegar a elaborar una teoría científica de estas relaciones. Era de­
m asiado m odesto, es decir dem asiado consciente de las condiciones
de im posibilidad existentes, para pretenderlo. Pero p o r lo m enos des­
cubrió la existencia de aquéllas, y estaba absolutam ente convencido
(com o lo dem uestran, aun si no son muy buenos o si son malos, sus
libros sobre lo que llam aba la “civilización”, a saber, Tótem y tabú y El
porvenir de una ilusión) de que estas relaciones existían y que habría que
tom arlas en cu en ta cuando se deseara explicar científicam ente los
efectos del inconsciente. F reud era u n verdadero investigador cientí­
fico: tom aba en cuenta todas las condiciones de existencia del objeto
d e su investigación. P or eso, contrariam ente a Lacan, que habla de
ello muy poco, y a Reich, que no habla más que d e ello, F reud tom aba
m uy en cu en ta la existencia de la familia, de la m oral, d e la religión,
etc., en resum en de lo que llam o en mi lenguaje los efectos que ejercen
en el niño p equeño —p o r lo tan to en sus deseos sexuales inconscientes
y en la represión inconsciente de estos deseos—los aparatos ideológi­
cos de Estado.

14] A p artir de ahí, podem os co m p ren d er cóm o se desarrolló el


pensam iento de Freud. D espués de la etapa oral y anal (en la q u e el
p eq u eñ o se considera a sí m ism o objeto de su deseo sexual incons­
ciente) llega la etapa genital, en la que tom a explícita, abiertam ente,
a o tra p erso n a (pasando del “objeto parcial” al “objeto to tal”) com o
objeto de su deseo sexual inconsciente: su m adre. Al considerar a su
m adre objeto sexual, pasa a la etapa genital, que, salvo regresión, es
aquella en la que va a desarrollarse toda su vida de niño, adolescente
y luego adulto. Pero sabem os que la con trap arte de la fijación en la
m adre de los deseos sexuales inconscientes es el odio al padre, que
aparece entonces representando la censura, origen de la represión. El
n iño vive, pues, en esta curiosa contradicción en tres términos, que F reud
llam a el Edipo. Debe m atar “fantasm áticam ente” a su p ad re para
p o d e r poseer a su m adre com o objeto 4e deseo sexual, p ero com o no
p u ed e m atar en la realidad a su padre, lo “in teriorizará” fantasm áti­
cam ente, es decir lo instaurará, en su inconsciente, com o u n a figura
distinta: la de la censura represiva. Éste es el origen d e lo que Freud
llam a el superego. C uando acaba con esta difícil “negociación” que
F reud llam a la “liquidación del E dipo” (y no siem pre acaba con ella:
de ahí las neurosis y ciertas psicosis), el niño logra en cierta form a
hacer las paces con su padre, para o b ten er de él el perm iso de poseer
inconscientem ente a su m adre. Esta paz alcanzada con su p ad re se
llam a la aparición del superego. El niño logró “interiorizar”, o sea en
p arte d esarm ar la “instancia” de censura social y fantasm ática re p re­
sentada p o r la “im ago” del padre. Logró “hacer las paces” con la im ago
fantasmática inconsciente del padre, y por lo tanto consigo mismo, con
sus deseos sexuales inconscientes contradictorios y con su extraña contra­
dicción en tres térm inos. Puede avanzar en la vida, provisto de esta
fuerza, que puede ser muy frágil.
Pero esta paz, este pacto, representan para él la única o p o rtu n id ad
de llegar a ser u n día “u n hom bre com o papá”, que posea a u n a “m ujer
com o m am á”, y que p u ed a desearla y poseerla no sólo inconsciente­
m ente, sino consciente y públicam ente, sea p o r el m atrim onio o en la
libertad de u n a relación am orosa, cuando las leyes sociales lo perm i­
ten. Digo que esta fuerza p u ed e ser muy frágil p orque si no se negoció
bien el Edipo, si la paz (que a decir verdad nunca se lleva a cabo p o r
com pleto) no se realizó de m anera conveniente en el inconsciente del
niño, subsisten elem entos contradictorios que d an lugar entonces a lo
que F reud llam a form aciones neuróticas. En cuanto a las psicosis,
F reud consideraba que databan de u n periodo an terio r al del Edipo:
en la m edida en que no pudo conseguirse la negociación del Edipo,
el niño psicótico, y p o r lo tanto el ho m b re psicótico, es decir el loco,
perm anece fijo en relaciones de objeto preedípicas, que term inan muy
p ro n to p o r en tra r en contradicción con las exigencias de la realidad
(lo que él llama “principio de realidad”), y así p o r negar la realidad,
lo que provoca el fenóm eno de la “escisión del yo” (Ichspcúaing), del
que Lacan, m alinterpretando a Freud, consideró que definía a todo
“sujeto del inconsciente”, cuando F reudjam ás habló ni del “sujeto del
inconsciente”, ni desde luego del inconsciente com o “sujeto”.
A partir de ahí podem os co m p ren d er el extraordinario alcance del
pensam iento freudiano. Pues lo que descubrió F reud se aplica a todos
los individuos hum anos, no sólo a los lactantes y los niños pequeños,
sino a los adolescentes y adultos; no sólo a los individuos del sexo
m asculino, sino tam bién a los del sexo fem enino (en las niñas peque­
ñas el Edipo tiene una form a un poco más com plicada, p orque el
objeto al q ue se trata de elim inar es la m adre, que es al m ismo tiem po
el p rim er objeto del deseo sexual y, en el caso del Edipo fem enino, no
es representante de la censura que reprime; es el padre quien representa
a la censura, causa de la represión inconsciente, y es él quien es
deseado inconscientem ente p o r la niñita, que desea, en resum idas
cuentas, a quien le prohíbe todo deseo), no sólo a esos individuos
abiertam ente sexuados, sino tam bién a los hom osexuales y a todos los
perversos; no sólo a los neuróticos, sino tam bién a los psicóticos.
La paradoja genial del pensamiento freudiano es haber abierto todas
estas vías sólo por medio de la experim entación de la cura en sujetos
ordinarios, que iban a verlo porque “las cosas no andaban bien en su
vida”. Y todo esto sucedía en el apacible consultorio de un médico judío
vienés, que se contentaba con abrirle, a una hora fija, la puerta a sus
pacientes, los dejaba acostarse en un diván y los escuchaba.

15] Pero la paradoja más so rp ren d en te del pensam iento de F reud es


sin du d a haber abierto todas estas vías, sin haber entrado verdaderam en­
te en ellas él mismo. F reud no analizaba más que a adultos. N unca
analizó a u n niño pequeño. Sabem os que el pequeño H ans fue
“analizado”... p o r su padre, a quien F reud aconsejaba. Sin em bargo,
desde Freud, el psicoanálisis d e los niños dio pasos gigantescos y ha
confirm ado en teram en te las predicciones de Freud. P or ejem plo, éste
nun ca analizó a u n psicótico propiam ente dicho, aunque se pueda
considerar que A nna O. era psicótica, p ero ju stam en te su cura fracasó,
lo que sum ió a Freud en la perplejidad y el desconcierto. En cuanto
al p residente Schreber, F reud no lo analizó; analizó sus escritos, lo que
no es lo m ismo. U n análisis jam ás se hace p o r correspondencia, pues
sabemos, a pesar de lo que dice Lacan, que en este caso las cartas nunca
llegan a su destino. Para ten er éxito —lo lam ento—, un análisis debe
excluir cualquier carta, para p o d er servirse de ellas. Sin em bargo,
desde F reud, se desarrolló m ucho el análisis de los psicóticos, q u e es
sum am ente difícil pues la transferencia es prácticam ente im posible,
debido a la “escisión del yo”, y p ara lograrlo hay que p o n er en práctica
u n a astucia inaudita (y algunos analistas tienen a este respecto una
especie de genio; lo m ismo o cu rre con ciertas otras personas, sobre
to d o con gente que no es analista oficial, pues ser un analista oficial,
som etido a las reglas de la cura, suele im pedir inventar las form as
inéditas, y siem pre nuevas, que perm iten establecer la transferencia
con el psicótico). De igual m anera, se desarrolló el análisis d e los
hom osexuales y de los perversos, y toda la experiencia adquirida desde
F reud confirm ó p o r entero sus hipótesis.
Si nos preguntam os cóm o es posible que u n hom bre que prim ero
estuvo solo, luego fue ayudado p o r algunos amigos y discípulos, los
m ejores de los cuales lo abandonaron, p ara fundar escuelas no freu-
dianas, que u n hom bre que nunca tuvo frente a él sino pacientes
elegidos en tre adultos neuróticos, pudo abrir así el cam ino del análisis
d e ios niños, de los psicóticos, de los hom osexuales y de los perversos,
nos hacem os al parecer u n a pregunta inaudita, y estam os tentados a
creer en u n milagro. Y de hecho, Freud, odiado com o todos los gran­
des descubridores, tam bién fue objeto de u n a especie d e culto que
respondía a la aparente om nipotencia m ilagrosa de su pensam iento.
Sin em bargo, el propio F reud nos indicó el secreto de ese “mila­
g ro ”. Dijo sim plem ente q u e el inconsciente era muy pobre. Y al decirlo,
expresaba al mismo tiem po la verdad y algo muy simple. Q uería decir:
el inconsciente es muy p o b re p o rq u e es muy simple. Es muy sim ple
p o rq u e está constituido p o r u n núm ero muy pequeño d e elem entos,
q ue en u m eré en mi exposición, y el caso es que se pueden contar con
los dedos de las dos m anos estos elem entos de base, cuyo n ú m ero es
muy lim itado. Decir que los elem entos d e base del inconsciente son
simples no equivale a decir que su inconsciente y el mío sean simples;
p o r el contrario, son muy com plicados, extraordinariam ente com pli­
cados. Su com plicación parte de la m anera en que se com binan estos
elem entos sim ples (cada uno de los cuales puede poseer u n m ayor o
m en o r grado de intensidad, que Freud llam a “afecto”). A partir del
m om ento en que sabem os que el afecto pu ede variar del cero al
infinito, vem os que las com binaciones posibles son infinitas, y p o r
consiguiente, infinitam ente diversas. P or ello es q u e ningún incons­
ciente se parece a o tro inconsciente.
Pero debido a la “pobreza”, es decir a la sim plicidad d e los elem en­
tos en ju eg o , F reud pudo, con u n a facilidad y u n a preciencia que
p u d ieron p arecer sobrenaturales, prever tanto la existencia de proble­
mas que él m ism o no había tenido, como la solución teórica y práctica
de esos problem as. En eso tam poco hizo nada que lo distinguiera de
los dem ás científicos de las ciencias naturales y del m aterialism o
histórico, quienes, al igual que F reud, pueden, a p artir de los elem en­
tos de los que disponen (y que son siem pre muy pocos, com o co rro ­
b o rarán los biólogos, o los físicos, o los quím icos) ab rir cam inos que
no conocen, y q ue luego son reconocidos p o r sus sucesores.

16] No iré más lejos en este ám bito. Además, el lector p u ed e proseguir


p o r sí mismo, d ad a la sim plicidad d e la cosa. Pero, para acabar, deseo
volver a lo que dije antes: que F reud no pudo p re te n d er, porque sabía
que no p o día hacerlo, p ro d u cir u n a teoría científica del inconsciente.
Este reconocim iento está inscrito p o r todas partes en la obra de
Freud, y m e atrevo a decirlo con todas sus letras* lo que d em uestra que
estas cartas no llegaron a todos sus destinatarios, y q u e en particular
Lacan, q ue p reten d e en ten d er lo que se refiere a cartas y destinatarios,
no recibió la suya, perdida en el cam ino, aunque la tenga bajo los ojos.
Para no abusar de la paciencia del lector, lim itaré mi análisis a dos
conceptos de Freud.
P rim ero el concepto de pulsión. Es un concepto m uy interesante,
pues F reud nu n ca logró d ar de él u n a definición satisfactoria, lo que
no im pidió que este concepto “funcionara” muy convenientem ente
en la “teo ría” m etapsicológica, y en la práctica. ¿Por qué esta im po­
sibilidad para definirlo? No debido a su im precisión, sino a la im posi­
bilidad de pensar teóricam ente en su precisión. Este concepto busca
su definición en u n a im posible diferencia con el instinto, es decir con
u n a realidad de o rd en biológico. Digo im posible porque, para Freud,

* Lettre en francés significa tanto letra com o carta. [T.]


la pulsión (Trieb) está pro fu n d am en te vinculada a u n a realidad bioló­
gica, au n q u e sea distinta. F reud lo resuelve diciendo que la pulsión
(siem pre sexual) es com o u n “re p resen tan te” enviado p o r lo som ático
a lo psíquico, es “un concepto-límite entre lo somático y lo psíquico”. Esta
indicación es precisa; p ero al mismo tiem po observam os que, para
pensarla, F reud se ve obligado a recurrir a u n a m etáfora (“re p re­
sen tan te”), o a considerar no la cosa, ¡sino el concepto mismo! (“un
concepto-lím ite entre lo som ático y lo psíquico”), lo que equivale evi­
d en tem e n te a com probar la posibilidad de pensar científicam ente el
objeto que sin em bargo se designa con una g ran claridad. P or lo de­
más, es muy so rp ren d en te que más allá de este “lím ite” designe la rea­
lidad biológica, de la que sin d u d a partirán, en relación con la realidad
conocida p o r el m aterialism o histórico, los descubrim ientos que p er­
m itirán algún día elaborar la teoría científica del inconsciente.
P o r últim o, el concepto del fantasma. Lo encontram os cuando
hablam os de que el niño p equeño deseaba “fantasm áticam ente” m atar
a su padre, o poseer am orosam ente a su m adre. Lo que significa desde
luego que el fantasm a designa algo d iferen te a la realidad objetiva:
o tra realidad, no m enos objetiva, aunque “no sea evidente” (Freud
escribe: “¿Hay que reconocer a los deseos inconscientes u n a realidad?
N o sabría decirlo... C uando nos encontram os frente a deseos incons­
cientes llevados a su expresión últim a y más verdadera, nos vemos
obligados a decir que la realidad psíquica es u n a form a de existencia
particular q ue no podría ser confundida con la realidad material.”) El
fantasm a es, entonces, u n a realidad sui generis; está vinculado con el
deseo; es inconsciente; es u n a especie de “fantasía”, de “escenario”,
de puesta en escena, d o n d e sucede algo muy grave, y do n d e no sucede
nada, pues todo sucede en la inm ovilidad d e u n a en o rm e tensión
afectiva (el afecto) que fija literalm ente a los personajes (las “im agos”)
que tam bién son fantasm as, en su posición recíproca, de deseo y de
prohibición. Vem os pues que el fantasm a es contradictorio, ya que
sucede algo, pero nada sucede, todo es inmóvil, pero en u n a tensión
intensa, que es to do lo contrario de la inm ovilidad, todo es deseo y
tod o es prohibición, y p o r últim o el fantasm a es u n to d o com puesto
de fantasm as, es decir de sí m ismo, de su p ro p ia repetición nula. Aquí
encontram os tem as fundam entales del pensam iento de Freud: a
saber, el instinto de repetición, propio del inconsciente, y la indiferencia
completa del inconsciente con respecto al principio de contradicción.
Llegam os aquí al pu n to más elaborado de la teoría freudiana del
inconsciente. E n Freud, el concepto de fantasma no es más que el concepto
del inconsciente en toda su extensión y toda su comprensión. Y estam os
obligados a observar que F reud designa com o fantasm a algo sum a­
m ente preciso, u n a realidad existente, aunque no m aterial, sobre la
q ue ningún m alentendido es posible, y una realidad m aterial que es
la existencia m ism a de su objeto: el inconsciente. P ero tam bién
tenem os que reconocer que el nom bre que F reud da a esta realidad,
o dicho de o tra m anera, el nom bre que da al inconsciente cuando llega
al p u n to más alto de su teoría para pensarlo, es el nom bre de u n a
metáfora: fantasma.
Volviendo al concepto de F reud acerca de la pulsión, concepto-lí-
m ite en tre lo som ático y lo psíquico, diré que el concepto de fantasm a
en F reud es el concepto del inconsciente, p ero al m ism o tiem po no
es su concepto científico, pues es u n a m etáfora, p ero que en cam bio
p u ed e ser para nosotros el concepto del límite que separa a u n a form a­
ción teórica que aú n no ha llegado a ser una ciencia d e la ciencia p o r
venir. Pues, a Dios gracias, entre esta form ación teórica y la ciencia,
hay p o r lo m enos un poco de fantasm a, la ilusión de hab er logrado la
ciencia y, com o el fantasm a es contradictorio, u n poco de verdadero
deseo de lograrla p o r fin.

17] Com o decía Marx: las consecuencias no se harán esperar m ucho


tiem po. C om o decía Spinoza: tenem os todo el tiem po para descubrir
las verdades eternas. Lo que es lo mismo.

APÉNDICE
CARTA A ÉLISABETH RO U DINESCO A PRO PÓ SIT O DE SUS COM ENTARIOS
SOBRE “EL DESCUBRIM IENTO DEL D O C T O R FREUD”*

G ordes, 12.8.76

Muy q uerid a Elisabeth:

¡Qué gusto leer esta crítica sabrosa, lúcida y generosa! T e agradezco que le
hayas robado a tus vacaciones el tiem po suficiente p ara leerm e y rectificar mis
m etidas de pata.

*Carta que L. A lthusser dirigió a É. R oudinesco tras hab er recibido de ella una crítica
detallada del “esbozo” de su artículo sobre “El descubrim iento del d o c to r F re u d ”
enviado inicialm ente a L éon C hertok para el coloquio de Tiflis.
En to d o caso m e das lo necesario para que m odifique este texto, si algún
día lo hago, pues tantos o tros p ueden, m ejor qu e yo, hablar de F reud. A dem ás
lo escribí p ara los soviéticos de Tiflis, con ciertas segundas intenciones algo
torcidas p o r enderezar. P ero esto no lo explica tod o , pues soy u n ig n o ran te
en teoría freudiana y lacaniana, salvo de oídas, com o sabes, y m e d eshago de
adm iración ante el n ú m ero de personas que, ah ora, saben.
Q ueda sin em bargo, u n a vez que se han tom ad o en cuenta todas estas fallas,
la cuestión d e Lacan, que tam bién tenía en m ente, au n q u e la tratab a en p arte
p o r preterición. Dices que elegiste tu cam ino y qu e no se lo im pones a nadie.
¿Aceptas que a mi vez te objete q u e es un poco fácil? N o se trata de n eg ar todo
lo que debem os a Lacan, p ero al ju z g ar los efectos p o r las causas, a m en u d o
son nulos o de la m ayor confusión o, lo q u e es más grave, nulos p o rq u e
conducen a u n estancam iento, y son estériles (un p oco el Picasso del análisis,
n o el G óngora), y aun si soy dem asiado severo, n o negarás qu e nos en co n tra­
m os en el m alestar y el equívoco, y que esta “filosofía” qu e acaba en las aguas
del neopositivism o no es m uy tranquilizante. P or lo m enos debem os concluir,
en mi opinión, si a falta de ju z g ar a Lacan lo tratam os a él m ism o com o
síntom a, q u e sin em bargo hay que lograr en u n ciar de qué p u ed e ser él el
síntom a, quizá de algo que F reud no precisó con exactitud, ya sea en su objeto,
sus conceptos, o sim plem ente su lenguaje, pues Lacan sintió la necesidad de
transform arlo, no sin razones. En fin, ya volverem os a hablar d e to d o esto
cu an d o esté m ejor en terad o d e los textos, que conozco dem asiado mal p ara
oponértelos.
Nassif, a quien enseñé mis hojas, m e envió u n a crítica d e 60 páginas
m anuscritas, que coinciden más o m enos con las tuyas, «Hinque con m ás signos
d e interrogación, y finalm ente es bastante p ru d e n te con resp ecto a mis
reservas sobre Lacan. ¿Signo de los tiempos?
B uen final de vacaciones, qu erid a Elisabeth, y te agradezco d e nuevo del
fondo del corazón tu carta y tu am istad. Te m an d o u n beso.

Louis.
H oy estam os m uy de acuerdo, a pesar de las resistencias sintom áti­
cas cuyas razones h ab rá que exam inar, en re co n o ce r que, en el
o rd e n de las “ciencias sociales” o “h u m an as”, dos descu b rim ien to s
in auditos, to talm e n te im previsibles, tra sto rn a ro n el universo de los
valores culturales de la “e dad clásica”, de la b u rg u esía ascendente
e instalada en el p o d e r (del siglo xvi al xix). Estos d escubrim ientos
son el del m aterialism o histórico, o teo ría de las condiciones, las
form as y los efectos d e la lucha d e clases, o b ra de M arx, y el del
in co nsciente, o b ra de F reud. A ntes d e M arx y de F reud, la cu ltu ra
se basaba en la diversidad de las ciencias n aturales, co m p lem en ta­
das p o r ideologías o filosofías de la historia, d e la sociedad y del
“sujeto h u m a n o ”. C on M arx y F reud, de re p e n te las teorías cientí­
ficas em piezan a o c u p a r “reg io n es” h asta entonces reservadas a las
form aciones teóricas d e la ideología bu rg u esa (econom ía política,
sociología, psicología) o m ás bien ocupan, e n el seno de estas
“reg io n es”, posiciones so rp re n d e n te s y d esconcertantes. Sin em ­
bargo, tam b ién convenim os am pliam ente en re co n o ce r que los
fen ó m en o s q u e a b o rd a ro n M arx y F reud, a saber, los efectos d e la
lucha de clases y los efectos del inconsciente, no eran desconocidos
antes de ellos. T o d a u n a trad ició n de filósofos políticos, y a n te to d o
los “p ractican tes” q ue evoca Spinoza a p ro p ó sito d e M aquiavelo
—q u ien habló d irec tam en te de la lucha de clases, y a q u ien debem os
la tesis d e la a n te rio rid a d d e la contradicción sobre los contrarios,
los más con o cido s de los cuales son los filósofos del d erech o
natu ral, q u e h ab laro n de ello en fo rm a indirecta, bajo el disfraz de
la ideología ju ríd ic a — habían reconocido, m ucho antes de M arx, la
existencia d e las clases y d e los efectos d e la lucha d e clases. El
p ro p io M arx reco no cía com o antepasados directos, d e quienes se
d eslindaba p o r la crítica q u e hacía d e la teo ría b u rg u e sa de la lucha
d e clases, a los h isto riad o res burgueses de la re sta u rac ió n y a los
econom istas de la escuela de R icardo, com o H odgskin: estos a u to ­
res habían reco n o cido la existencia d e las clases y de la lucha de
clases. A sim ism o, los efectos del inconsciente estu diados p o r F reud
h ab ían sido reco n ocidos en p arte desde la más re m o ta antigüedad,
en los sueños, las profecías, los fenóm enos de posesión y d e exorcis­
m o, etc., consagrados p o r prácticas de tratam iento definidas.
En este sentido, ni M arx ni Freud inventaron nada: el objeto cuya
teoría elaboraron respectivam ente existía antes de su descubrim iento.
¿Q ué aportaron?: la definición de su objeto, de su lim itación y su ex­
te n sió n , la c a rac te rizac ió n d e sus c o n d icio n e s, d e sus fo rm a s de
existencia y de sus efectos, la form ulación de las condiciones para
com p ren d erlo y para actuar sobre él: en resum en, su teoría, o las
prim eras form as de ésta.
T o d o es trivial en esta observación si es cierto q u e p a ra el
m aterialism o cu alquier descu b rim ien to no hace más que p ro d u c ir
la fo rm a d e conocim iento d e u n objeto ya existente “fu e ra del
p e n sa m ie n to ”.
P ero las cosas se vuelven más in teresan tes cuando las condicio­
nes d e estos d esco n certan tes descubrim iento s renuevan por completo
las condiciones antes reconocidas como normales para cualquier descubri­
miento. Y sin d u d a no es u n a casualidad q u e los dos d escubrim ientos
q u e tra sto rn a ro n al m u n d o cultural en u n lapso de 50 años p e rte ­
nezcan a lo q u e se ha acep tad o llam ar las “ciencias h u m a n a s” o
“sociales”, y que ro m p an con los protocolos de los descubrimientos
tradicionales en las ciencias naturales y en las form aciones teóricas
d e la ideología. T am poco es u n a casualidad el que esta ru p tu ra
co m ú n haya sido re sen tid a p o r num eroso s co n tem p o rán eo s —ya
q u e M arx y F reud fu e ro n b astan te conocidos— com o la m anifesta­
ción d e cierta afinidad e n tre dos teorías. A p a rtir d e entonces,
p risio n ero s com o lo estaban del prejuicio ideológico del “m onis­
m o ” d e to d o s los objetos de las ciencias, n o es y n a casualidad que
algunos se hayan puesto a buscar las razones de esta afin id ad en
u n a identidad de objeto, com o Reich, q u e in te n ta b a identificar los
efectos del in co nsciente aislados p o r F reu d con los efectos d e la
lucha d e clases aislados p o r Marx.
Seguim os viviendo —en to d o caso som os m uchos los que vivimos—
con el m ism o presentim iento: dem asiadas cosas los asem ejan, debe
haber algo en común entre M am y Freud. ¿Pero qué? Y si la experiencia
fallida d e Reich nos m ostró dónde y cóm o no había, que buscar su
p u n to de en cu en tro com ún (en u n a identidad de objetos), subsiste la
convicción de que sucede algo com ún en esta doble experiencia sin
preced en te en la historia d e la cultura.
Podem os afirm ar en prim era instancia que, en un m undo igual­
m ente dom inado por el idealism o y el m ecanicism o, Freud nos ofrece,
al igual que Marx, el ejemplo de un pensamiento materialista y dialéctico.
Si la tesis m ínim a que define al m aterialism o es la existencia de la
realidad fuera del pensam iento o de la conciencia, F reud es en efecto
m aterialista, puesto que rechaza la prim acía de la conciencia no sólo
en el conocim iento, sino en la conciencia misma, y tam bién en la
psicología, para pensar el “aparato psíquico” com o u n todo del cual
el yo o el “consciente” no son más que u n a instancia, u n a parte o un
efecto. En u n nivel más general, es bien conocida la oposición de
F reud a todo idealismo, al esplritualism o y a la religión, aun disfrazada
de moral.
En cuanto a la dialéctica, F reud nos legó de ella figuras so rp ren d en ­
tes, que nunca trató com o “leyes” (esta form a discutible de cierta
tradición m arxista), com o las categorías de desplazam iento, de con­
densación, d e sobredeterm inación, etc., y tam bién la tesis límite —la
reflexión y m editación sobre ella sería de gran alcance— d e que el
inconsciente no conoce la contradicción, y que esta falta de contradicción
es la condición de toda contradicción. Aquí hay con qué “reventar” el
m odelo clásico de la contradicción, inspirado dem asiado en Hegel
p ara que verd aderam ente pueda servir de “m éto d o ” de un análisis
marxista.
M arx y F reud estarían pues unidos el uno al otro p o r el materialis­
m o y la dialéctica, con la extraña ventaja p o r parte de F reud de haber
explorado figuras de la dialéctica, muy cercanas a las d e Marx, p ero a
veces tam bién más ricas que ellas, y com o esperadas p o r la teoría
misma de Marx. Si se m e perm ite citarm e, antes di u n ejem plo de esta
so rp ren d en te afinidad m ostrando que la categoría de sobredetermina­
ción (tom ada d e Freud) era com o requerida y esperada p o r los análisis
de Marx y de Lenin, a los que se adaptaba con toda precisión, al mismo
tiem po que tenía la ventaja de p o n er de relieve lo que separaba a Marx
y L enin de Hegel, para quien ju stam en te la contradicción no está
sobredeterminada.5
¿Bastan estas afinidades filosóficas para dar cuenta de la com unidad
teórica que existe en tre M arx y Freud? Sí y no. En efecto, podríam os
d eten ern os aquí —el balance filosófico ya es rico— y dejar que cada
teoría funcione p o r su lado, es decir que se encargue d e su objeto
propio, irreductible como objeto a las afinidades filosóficas de las que
acabam os de hablar, y retirarnos p ara callar. Sin em bargo, o tro

5 T odo este párrafo desapareció de la edición de las Actas del coloquio de Tiflis
publicadas en 1978.
fenóm eno aún más so rp re n d en te debe m erecer nuestra atención: es
lo que llam é el carácter conflictivo d e la teoría m arxista y de la teoría
freudiana.
Es un hecho que la teoría freudiana es u n a teoría conflictiva. Desde
su nacim iento —y el fenóm eno no ha dejado de reproducirse—provo­
có no sólo u n a fuerte resistencia, no sólo ataques y críticas, sino, lo
q ue es m ás in teresan te, tentativas d e anexión y de revisión. C onside­
ro que las tentativas de anexión y d e revisión son más interesantes que
los simples ataques y las críticas, pues significan que la teoría freudiana
contiene, en opinión de sus adversarios, algo verdadero y peligroso.
D onde no hay verdad, no hay razón para desear anexar o revisar. Hay
pues, en Freud, algo verdadero, de lo que hay que apropiarse pero
para revisar su sentido, pues esto verdadero es peligroso; hay que revisarlo
para neutralizarlo. Se trata de todo un ciclo cuya dialéctica es despia­
dada. Pues lo que es sorprendente en esta dialéctica resistencia-crítica-
revisión es que este fenómeno, que comienza siempre fuem de la teoría freu­
diana (en sus adversarios), term ina siem pre dentro de la teoría freudia­
na. Es en su seno d onde la teoría freudiana se ve obligada a defenderse
de las tentativas de anexión y de revisión; el adversario acaba siem pre
p o r p en e trar a la plaza; se trata del revisionism o, que provoca contra­
taques in tern os y que acaba p o r escindir. C iencia conflictiva, la teoría
freudiana es u n a ciencia de escisión; su historia está m arcada p o r
escisiones siem pre renovadas.
A hora bien, la idea de que u n a ciencia pu ed a ser p o r naturaleza
conflictiva y de escisión, y esté som etida a esta dialéctica resistencia-
ataques-revisión-escisiones, es u n verdadero escándalo para el racio­
nalismo, au n qu e se declare m aterialista. A lo sum o, el racionalism o
p u ed e adm itir que u n a ciencia muy nueva (C opérnico, Galileo) se
en fren te al p o d er establecido de la Iglesia y a los prejuicios de una
“época de ignorancia”, p ero es com o p o r accidente, y sólo en un
p rim er m om ento, el tiem po preciso para que se disipe la ignorancia;
por derecho la ciencia, que es razón, siem pre acaba p o r ganar, pues “la
verdad es o m n ip o ten te” (el propio L enin decía: “la teoría d e M arx es
o m n ip o ten te p orque es verd ad era”), y más fuerte que todas las
tinieblas del m undo. Para el racionalism o, la idea de que pu ed an
existir ciencias conflictivas p o r naturaleza, obsesionadas o aun consti­
tuidas p o r la polém ica y la lucha, es u n sim ple “contrasentido”: no son
ciencias, sino simples opiniones, contradictorias en sí m ismas com o
todos los puntos de vista subjetivos y, por lo tanto, discutibles.
A hora bien, antes de la teoría freudiana, la ciencia m arxista nos
ofrece el ejem plo de u n a ciencia necesariam ente conflictiva y de
escisión. No se trata de un accidente, ni de la sorpresa d e la ignorancia
desprevenida y de los prejuicios reinantes contrariados en su com odi­
dad y su poder; se trata de u n a necesidad orgánicam ente vinculada
con el objeto m ism o de la ciencia fundada p o r Marx. T o d a la historia
de la teoría m arxista y del m arxism o lo dem uestra, y antes que nada,
para reco rd ar el ejem plo, la historia del propio Marx. H abiendo
p artid o de H egel y de Feuerbach, en quien creyó en c o n trar la crítica
de Hegel, M arx sólo logró ocupar posiciones filosóficas a partir de las
cuales pudiese descubrir su objeto m ediante u n a larga lucha política
y filosófica ex terna e interna. Sólo logró ocupar estas posiciones a
condición de ro m p er con la ideología burguesa dom inante, tras haber
experim entado política e intelectualm ente el carácter antagónico en tre
el m undo de la ideología burguesa dom inante y las posiciones políticas
y filosóficas que le perm itieron descubrir aquello que el inm enso
edificio de la ideología burguesa y de sus form aciones teóricas (filoso­
fía, econom ía, política, etc.) tenían com o m isión disim ular con el fin
de p erp etu ar la explotación y el dom inio de la clase burguesa. Marx
se convenció así de que la “verdad” que descubría no tenía com o
adversario accidental el “e rro r”, o la “ignorancia”, sino el sistema
orgánico de la ideología burguesa, pieza esencial de la lucha de clases
burguesa. Este “e rro r” no tenía ninguna razón d e reconocer nunca la
“v erd ad ” (la explotación de clases) puesto que, p o r el contrario, su
función de clase orgánica era ocultarla, y som eter a los explotados, en
su lucha de clases, al sistema de ilusiones indispensable para su sumisión.
En el corazón m ism o de la “verdad” M arx en co n trab a la lucha de
clases, u na lucha irreconciliable y despiadada. D escubría al mismo
tiem po que la ciencia que fundaba era una “ciencia de p artid o ”
(Lenin), una ciencia “representante del proletariado” (El capital), y por
lo tanto una ciencia que la burguesía jam ás podría reconocer, pero a
la que com batía p o r todos los medios, a m uerte.
T oda la historia del m arxism o verificó, y verifica cada día, el
carácter necesariamente conflictivo de la ciencia fundada p o r Marx. La
teoría m arxista, “v erdadera” y peligrosa, se volvió rápidam ente uno
de los objetivos vitales de la lucha de clases burguesa. Y vimos o p erar
a la dialéctica ya señalada: ataque-anexión-revisión-escisión, vimos el
ataque em p ren d id o desde afuera pasar al interior de la teoría, que se
enco n tró investida p o r el revisionismo. A lo cual respondió el contra­
taque de la escisión, en ciertas situaciones lím ite (Lenin contra la II
Internacional). A través de esta dialéctica im placable e inevitable de
u n a lucha irreconciliable la teoría m arxista creció, se reforzó, antes de
pasar p o r graves crisis, siem pre conflictivas.
Estas cosas son conocidas, pero no siem pre se m iden sus condicio­
nes. En efecto, adm itirem os que la teoría m arxista está necesariam en­
te en ro lad a en la lucha de clases, y que el conflicto que la o p o n e a la
ideología burguesa es irrem ediable, pero nos resultará más difícil
adm itir que el carácter conflictivo de la teoría m arxista es constitutivo de
su cientificidad, de su objetividad. Nos replegarem os a concepciones
positivistas y econom istas, y distinguirem os las condiciones conflicti­
vas de la ciencia com o contingentes con respecto a sus resultados cien­
tíficos. Equivale a no ver que la ciencia marxista y el investigador marxis­
ta d eb en tomar posición en el conflicto cuyo objeto es la teoría marxista,
deb en ocupar posiciones teóricas (proletarias) de clase, antagónicas a
toda posición teórica de clase burguesa, para p o d er constituir y
desarrollar su ciencia. ¿Q ué son estas posiciones teóricas de clase
proletaria indispensables para la constitución y el desarrollo de la
teoría marxista? Posiciones filosóficas m aterialistas y dialécticas que
p erm iten ver lo que la ideología burguesa necesariam ente oculta: la
estru ctu ra de clase y la explotación de clase de u n a form ación social.
A hora bien, estas posiciones filosóficas son siem pre y necesariam ente
antagónicas a las posiciones burguesas.
Estos principios son am pliam ente reconocidos por los teóricos
m arxistas, si no en esta form ulación (posiciones teóricas d e clase), por
lo m enos sí en su sentido general. Pero no podem os evitar pensar muy
a m en u d o que sólo se los reconoce con desdén, y sin que se asum a en
verdad su sentido p ro fundo y se lo tom e en cuenta en todas sus
consecuencias. ¿Es necesario trata r de d ar u n a expresión m enos
com ún, p ero quizá más esclarecedora? En el fondo, esta idea sugiere
que sim plem ente para ver y comprender lo que sucede en u n a sociedad
de clase es indispensable ocu p ar posiciones teóricas de clase proleta­
rias; p ro p o n e la sim ple com probación de que en una realidad necesa­
riamente conflictiva, com o lo es cualquier sociedad, no podemos ver todo
desde todas partes, no podem os descubrir la esencia de esta realidad
conflictiva más que a condición tle ocupar ciertas posiciones en el conflicto
mismo y no otras, pues ocupar pasivam ente otras posiciones es dejarse
llevar a la lógica de la ilusión d e clases que se denom ina la ideología
dom inante. Desde luego, esta condición se en frenta a toda la tradición
positivista en la que la ideología burguesa in terp retó la práctica de las
ciencias de la naturaleza, puesto que la condición de la objetividad
positivista es ju stam en te ocu p ar u n a posición nula, fuera de todo
conflicto (u n a vez superada la época teológica y metafísica). P ero la
misma condición restablece o tra tradición, cuyas huellas podem os
en co n trar en los más grandes, p o r ejem plo en M aquiavelo, quien
escribía “q ue hay que ser pueblo para conocer a los príncipes”. En
sustancia, M arx no dice nada más en toda su obra. C uando escribe en
el prefacio de E l capital que esta o b ra “representa al proletariado”,
declara en realidad que es necesario estar en la posición del proleta­
riado para conocer el capital. Y si tom am os la frase de M aquiavelo en
su sentido más am plio, y la aplicam os a la historia d e M arx y de su
obra, con sobrada razón podem os decir: es necesario ser proletariado
para conocer el capital. C oncretam ente, esto quiere decir: no sólo es
necesario h ab er reconocido la existencia del proletariado, sino hab er
compartido sus combates, com o hizo M arx d u ran te cuatro años antes del
Manifiesto; h aber m ilitado en las prim eras organizaciones del proleta­
riado, p ara estar en posición de conocer el capital. En efecto, para
desplazarse en las posiciones teóricas de clase del proletariado, no hay
o tra m anera en el m undo más que la práctica, es decir la participación
personal en las luchas políticas de las prim eras form as de organización
del proletariado. M ediante esta práctica es com o el intelectual “se
vuelve p ro letariado ”, y sólo si “se ha vuelto p ro letariad o ”, es decir si
logró desplazarse de las posiciones teóricas de clase burguesas y
pequeño-burguesas a posiciones teóricas revolucionarias, puede “co­
nocer el capital”, com o Maquiavelo decía “que hay que ser pueblo para
conocer a los príncipes”. Así pues, para un intelectual no existe ningún
otro medio “de ser pueblo ” más que llegar a serlo, por medio de la experiencia
práctica de la lucha de este pueblo.
P erm ítanm e aquí u n com entario sobre una fórm ula muy célebre,
la de Kautsky, que L enin tom ó e n ¿Qué hacer? H abla de la fusión del
m ovim iento o b rero y de la teoría m arxista. Dice: la teoría m arxista fue
elaborada p o r intelectuales y fue introducida desde afuera al m ovim ien­
to obrero. Siem pre he estado convencido de que esa fórm ula era
errónea. Pues que M arx y Engels hayan sido form ados com o intelec­
tuales burgueses fuera del m ovim iento obrero es un hecho evidente:
fueron form ados, com o todos los intelectuales de su época, en las
universidades burguesas. P ero la teoría m arxista no tiene nada que
ver con las teorías burguesas d e las que los intelectuales estaban
im pregnados; establece p o r el contrario algo totalm ente ajeno al
m undo de la teoría y de la ideología burguesas. ¿Q ué propició que
intelectuales burgueses con u n a elevada form ación hayan podido forjar
y concebir u n a teoría revolucionaria que sirviera al proletariado dicien­
do la verdad sobre el capital? La respuesta m e parece sim ple, y ya la
di al principio: M arx y Engels no forzaron su teoría fuera sino dentro
del m ovim iento obrero, sin dejar de ser intelectuales; no fuera sino
dentro de las posiciones y de la práctica revolucionaria del proletaria­
do. P orque se habían vuelto intelectuales orgánicos del proletariado, y
se habían vuelto tales p o r su práctica en el m ovim iento obrero, que
les perm itió concebir su teoría. Esta teoría no fue “im portada del
ex terio r” al m ovim iento obrero; fue concebida p or un inm enso esfuer­
zo teórico dentro del m ovim iento obrero. La seuáoimpoitación d e la
que habla Kautsky no es sino la expansión, d en tro del m ovim iento
ob rero , de una teoría p roducida dentro del m ovim iento o b re ro por
intelectuales orgánicos del proletariado.
N o se trata de cuestiones subsidiarias o de detalles curiosos, sino
de problem as que im plican el sentido de to d a la obra de Marx. Pues
este “desplazam iento” (del que tanto le gusta hablar a F reud a p ro p ó ­
sito d e su objeto) a posiciones teóricas revolucionarias de clase, no
tiene, com o podría creerse, consecuencias sólo políticas, sino tam bién
teóricas. C oncretam ente, el acto político-teórico o filosófico d e aban­
d o n a r las posiciones teóricas burguesas y pequeño-burguesas para
llegar a posiciones teóricas proletarias d e clase, está cargado de
consecuencias teóricas o científicas. N o es u n a casualidad que Marx
haya escrito, com o subtítulo a El capital, esta sim ple fórm ula: “Crítica
de la economía política”. T am poco es u na casualidad que a m enudo nos
equivoquem os sobre el sentido de esta “crítica”, considerándola un
ju icio d e M arx sobre una realidad indiscutida e indiscutible, reducién­
dola a discusiones para saber si Smith y R icardo com prendieron bien
esto o aquello, vieron la plusvalía de la ren ta o no, etc. Las cosas van
infinitam ente más lejos. En el “desplazam iento” que le hace ocupar
posiciones teóricas proletarias de clase, M arx descubre que, a pesar
de todos los m éritos de sus autores, la econom ía política existente no
es fundam entalm ente u n a ciencia, sino u n a formación teórica de la
ideología burguesa., que tiene su papel en la lucha ideológica d e clases.
D escubre que no sólo se debe criticar el detalle de la econom ía política
existente, sino que debe ser som etida de nuevo a discusión y revocada
p o r las dudas la idea misma, el proyecto, y p o r lo tanto la existencia
de la economía política, que no puede ser pensada com o disciplina
autónom a, in dep endiente, más que a condición de tergiversar las
relaciones de clase y la lucha de clases que tiene p o r m isión ideológica
ocultar. La revolución teórica de Marx llega pues a esta conclusión:
que no hay (salvo para la burguesía, cuyos intereses son m uy claros)
economía política, y que con m ayor razón no hay economía política
marxista. Esto no quiere decir que no haya nada, sino que M arx
suprim e el supuesto objeto que era la econom ía política y lo sustituye
p o r una realidad totalmente diferente, que se vuelve inteligible a partir
de principios distintos, los del m aterialism o histórico, en el cual la lucha
de clases se vuelve determinante para comprender los fenómenos llamados
económicos.
Podríam os m ultiplicar los ejem plos en Marx, m ostrar que su teoría
de la lucha de clases es totalm ente diferente a la teoría burguesa, que
su teoría de la ideología y del Estado es tam bién desconcertante. En
todo caso podem os relacionar el desplazam iento a posiciones teóricas
de clase con la revolución en el objeto (que se vuelve diferente, pues
cam bian no sólo sus límites, sino su naturaleza y su identidad), y las
consecuencias prácticas-revolucionarias. No hay du d a de que este
trasto rn o de los protocolos tradicionales de reconocim iento no facili­
tó la tarea d e los lectores de Marx. Pero lo que los m olestó sobre todo
es la fecundidad teórica y científica de u n a ciencia conflictiva.
Está bien, direm os, ¿pero y qué hace F reud en todo esto? A hora
bien, sucede que, toda proporción guardada y en o tro nivel, la teoría
freudiana se en cu en tra en una situación similar, desde el pu n to de
vista del carácter conflictivo.
En efecto, al edificar su teoría del inconsciente, Freud tocó un punto
extraordinariam ente sensible de la ideología filosófica, psicológica y
moral, acusando, por medio del descubrimiento del inconsciente y de
sus efectos, cierta idea “natural”, “espontánea”, del “hom bre” como
“sujeto”, cuya unidad está asegurada o dominada por la “conciencia”.
Sucede asim ism o q ue esta ideología difícilm ente p u ed e renunciar
a la concepción clave sin renunciar a su función. Ella (sus “funciona­
rios” decía M arx) resiste, critica, ataca y a su vez in ten ta invertir la
teoría freudiana, revisarla desde adentro después de haberla atacado
desde afuera. R econocem os en ello la dialéctica que ya analizamos. Es
la que fun d am en ta el carácter necesariam ente conflictivo de la teoría
freudiana.
Pero, se p reguntarán, ¿qué aspecto com ún perm ite relacionar la
hostilidad de esta ideología burguesa del hom bre con respecto a la teo­
ría del inconsciente, con la hostilidad de la ideología burguesa con
respecto a la lucha de clases? Lo que es necesario en Marx, ¿no es
relativam ente accidental en Freud? ¿Cóm o relacionar lo q ue vale para
la lucha de clases de una sociedad con el reflejo de defensa d e u n a
ideología del hom bre?
En verdad, la relación no es tan arbitraria com o puede parecer. Esta
ideología del hom bre com o sujeto cuya unidad está asegurada o
d o m inada p o r la conciencia no es cualquier ideología fragm entaria;
es sim plem ente la forma filosófica de la ideología burguesa que dom inó
la historia d u ran te cinco siglos, y que, aun si hoy ya no tiene el m ismo
vigor que antaño, sigue rein an d o en grandes sectores de la filosofía
idealista y constituye la filosofía im plícita de la psicología, de la m oral
y d e la econom ía política. N o es necesario reco rd ar aquí que la gran
tradición idealista de la filosofía burguesa fue u n a filosofía de la
“conciencia”, ya sea em pírica o trascendental, pues todos lo saben, aun
si esta tradición está cediendo el lugar al neopositivism o. Más im por­
tante es recordar, en cam bio, que esta ideología del sujeto-consciente
constituyó la filosofía im plícita de la teoría d e la econom ía política
clásica, y que lo que M arx criticó al rechazar toda idea de “homo
oeconomicus”es su versión “económ ica”, en la que se define al hom bre
com o el sujeto consciente d e sus necesidades, y a este sujeto-de-nece-
sidad com o el elem ento últim o y constitutivo d e toda sociedad. C on
ello, M arx rechazaba la idea de que se pudiese encontrar en el hom bre
com o sujeto de sus necesidades no sólo la explicación últim a de la
sociedad, sino tam bién, lo que es fundamental, la explicación del hombre
como sujeto, es decir com o un id ad idéntica a sí m ism a e identificable
p o r sí misma, en particular p o r este “p o r sí m ism a” p o r excelencia que
es la conciencia de sí. Regla de oro del m aterialism o: ¡no juzgar al ser
por su conciencia de sí!, pues todo ser es diferente a su conciencia d e sí.
Pero quizás es más im portante aún señalar que esta categoría filosófica
de sujeto consciente de sí se encarna naturalm ente en la concepción
burguesa de la moral y de la psicología. C om prendem os que para la m oral
sea necesario un sujeto consciente de sí, es decir responsable de sus
actos, para que se lo pueda obligar “en conciencia” a obedecer norm as
que resulta más “económ ico” no im ponerle p o r m edio de la violencia.
Y com prendem os, p o r la sim ple definición del sujeto m oral (o sujeto-
de-sus-actos), que este sujeto no es más que el complemento necesario del
sujeto-de-derecho, que en efecto tiene que ser sujeto y consciente para
poseer u n a identidad, y re n d ir las cuentas que debe, en función de las
leyes que “se supone no ig n o ra”; sujeto que debe tener conciencia de
las leyes que lo lim itan (Kant), pero sin obligarlo “en conciencia”.
Dudam os entonces que el fam oso “sujeto psicológico” que fue y sigue
siendo —in d ep en d ien tem en te de lo que tenga— el objeto de u n a
“ciencia”, la psicología, no sea u n dato b ru to y natural, sino u n a
extraña naturaleza m ixta problem ática, com prom etida en el destino
filosófico de todos los “sujetos” que lo obsesionan: sujeto de derecho,
sujeto de las necesidades, sujeto m oral (y religioso), sujeto político,
etcétera.
Sería fácil m ostrar, si dispusiéram os de bastante tiem po, la conspi­
ración ideológica que se tram a, bajo el dom inio d e la ideología
burguesa, en to rn o a la noción de “sujeto consciente de s í”, “realidad”
sumamente problemática p ara u n a ciencia posible o im posible del hom ­
bre, p ero en cam bio realidad terriblem ente requerida p o r la estructu­
ra de u n a sociedad de clase. En la categoría de sujeto consciente de sí
la ideología b u rgu esa representa a los individuos lo que deben ser para
aceptar su pro p ia sum isión a la ideología burguesa, los representa
com o dotados de la unidad y de la conciencia (ella m ism a unidad) que
d eben ten er para unificar sus diferentes prácticas y sus distintos actos
bajo la unidad de la ideología dom inante.
Insisto ad red e en esta categoría de unidad inseparable de toda
conciencia. N o es u n a casualidad que toda la tradición filosófica b u r­
guesa p resente a la conciencia com o la facultad m ism a d e unificación,
la facultad de síntesis, ya sea en el m arco del em pirism o d e un Locke
o de un H um e, o en el m arco d e una filosofía trascendental que, tras
h ab er obsesionado m ucho tiem po a sus precursores, enco n tró su
expresión en Kant. Q ue la conciencia sea síntesis significa que realiza
en el sujeto la u n id ad de la diversidad de sus afectos sensibles (de la
percepción al conocim iento), la unidad de sus actos m orales, la unidad
de sus aspiraciones religiosas, así com o la unidad de sus prácticas
políticas. La conciencia aparece entonces com o lafunción, delegada al
individuo p o r la “naturaleza del h o m b re”, de unificación de la diversi­
dad de sus prácticas, ya sean cognoscitivas, m orales o políticas. T ra­
duzcam os este lenguaje abstracto: la conciencia es obligatoria p ara que
el individuo d o tad o de ella lleve a cabo en él la unidad requerida p o r
la ideología burguesa, a fin de que los sujetos se conform en a su propia
exigencia ideológica y política de unidad, en resum en para que el
desgarramiento conflictivo de la lucha de clases sea vivido por sus agentes
como una forma superior y “espiritual”de unidad. Insisto ad red e en esta
unidad, dicho d e o tra m anera en la identidad de la conciencia y la
función de unidad, p orque es a ella a la que se refirió con fuerza la crítica
de Marx cuando desmanteló la unidad ilusoria de la ideología burguesa,
y el fantasm a de u n id ad que produce en la conciencia com o efecto que
requiere para funcionar. Insisto ad red e en estnunidad p orque, por un
encu entro cargado d e sentido, en ella se concentró la crítica freudiana
de la conciencia.
En verdad, si com prendem os bien a Marx, no hay m isterio en este
“p u n to sensible” —q u e F reud hirió— de toda la tradición filosófica
clásica, y d e las form aciones teóricas de la ideología burguesa, com o la
psicología, la sociología y la econom ía política, o de sus form aciones
prácticas, com o la m oral y la religión. Basta co m p ren d er que los di­
ferentes “sujetos-conscientes-de” son unificadores de la identidad social
del individuo en la medida en que están unificados como otros tantos ejem­
plares de una ideología del “hombre”, ser “naturalm ente do tad o de con­
ciencia”, para com prender la unidad profunda de esta ideología y de sus
form aciones teóricas y prácticas. Basta com p ren d er esta u n id ad pro­
funda p ara percibir las razones de la p ro fu n d a resistencia a Freud.
Pues al descubrir el inconsciente, esta realidad que no esperaba, en lo
que podem os llamar su inocencia política, que disimulaba una fuerte sen­
sibilidad ideológica, Freud no sólo tocó un “p u n to sensible” d e la ideo­
logía filosófica, m oral y psicológica existente, no sólo se o puso a ideas
q ue se en co n traban ahí p o r casualidad, debido al desarrollo del saber
o de la ilusión hum ana, no tocó un p u n to secundario de u n a ideología
de en cuentro y localizada. Tocó, quizá sin saberlo en los prim eros años
—p ero lo supo muy p ro n to —, el punto teórico más sensible de todo el
sistem a d e la ideología burguesa. La paradoja es que F reud, salvo
algunas tentativas riesgosas y discutibles (Tótem y tabú, E l malestar en
la cultura, etc.), nunca in ten tó en verdad ad o p tar y pensar com o un
todo esta ideología burguesa a la que se enfren taba en su p u n to más
sensible. Vayamos más lejos: no estaba en condiciones de hacerlo,
pues p ara ello hubiese sido necesario que fuera Marx. N o era Marx:
tenía un objeto muy diferente. Pero le bastó con revelar al m u n d o que
este otro objeto existía, para que las consecuencias se sacaran p o r sí
mismas, y se desencadenaran contra él los ataques ininterrum pidos
de todos aquellos a los que interesaba, p o r u n a u o tra razón, pero
siem pre p o rq u e estaban unidos en la convicción de la ideología do­
m inante, que callara. C onocem os la frase de F reud al acercarse a
Estados U nidos de visita: “Les traem os la p este.” Pensam os en la frase
de M arx al hablar de El capital com o del “más gigantesco proyectil
lanzado a la cabeza de la burguesía capitalista”. Son frases de hom bres
q ue no sólo sabían lo que es luchar, sino tam bién que traían al m undo
ciencias que no podían existir más que en y p o r la lucha, ya que el
adversario no toleraría su existencia: ciencias conflictivas, sin com pro­
miso posible.
Sin em bargo, no tendríam os que quedarnos en estas generalidades,
p o r ju stas que sean, p o r esta sim ple razón: el objeto de Freud no es el de
Man:. En efecto, había en F reud algo totalm ente singular, que hace
que la com paración al mismo tiem po pierda y recobre actualidad.
El objeto de Freud no es el de M arx. Éste se p re g u n ta lo que es una
form ación social, reconoce en ella el papel d eterm in an te de la lucha
de clases, a p artir de lo cual edifica toda su teoría de la relación entre
las relaciones de producción y las fuerzas productivas, y su teoría de
la su p erestructu ra (derecho y Estado, ideología). La condición teórica
previa que rige a esta teoría en la que las relaciones (de producción, de
clase, etc.) son determ inantes, esta teoría que supone la idea de una
causalidad por las relaciones y no p o r los elem entos, es rechazar el
presupuesto teórico de la econom ía política clásica o de las teorías
idealistas d e la historia, a saber, que los individuos son los sujetos
(originarios com o causas últim as) d e todo el proceso económ ico o
histórico. P or ello, en E l capital, M arx se esfuerza en m últiples ocasio­
nes p o r precisar que hay que considerar a los individuos com o soportes
(Tráger) d e funciones que, a su vez, son determ inadas y fijadas p o r las
relaciones de lucha de clases (económ icas, políticas, ideológicas) que
m ueven to d a la estructura social, incluso cuando ésta no hace más que
reproducirse. En la introducción a la Contribución, M arx dice: no hay
que partir de lo “concreto, sino d e lo abstracto”. Esta teoría de la
prim acía de las relaciones sobre los térm inos, esta teoría de los
individuos (capitalistas o proletarios) com o “soportes de las funcio­
nes”, confirm a la tesis de la introducción. N o es que Marx pierda
alguna vez de vista a los individuos concretos, mas com o tam bién son
lo “co n creto ”, son “la síntesis de num erosas d eterm inaciones”, y El
capital se q u ed a en el estudio de las más im portantes de estas d eter­
m inaciones, sin p ro p o n erse el designio de reconstituir, p o r m edio de
la “síntesis de num erosas determ inaciones”, a los individuos concre­
tos, que provisionalm ente sólo considera com o soportes, para poder
descubrir las leyes de la sociedad capitalista, en la q ue existen, viven y
luchan estos individuos concretos. Pero de todas m aneras, El capital
nos dice b astan te de ello, y los textos históricos de M arx son lo
suficientem ente explícitos com o para convencernos de que él no podía
ir más allá de una teoría de la individualidad social, o de lasformas históricas
de la individualidad. N o hay n ad a e n Marx que anticipe el descubri­
m iento de Freud; no hay nada en Marx que pueda fundam entar una teoría
del psiquismo.
Pero, en realidad, en estos ensayos de desafortunada generalización
F reud no dejaba de repetir, en condiciones discutibles, lo que había
descubierto en otra parte. A hora bien, lo que había descubierto no
atañía en lo absoluto a la “sociedad” o a las “relaciones sociales”, sino
a fenóm enos muy particulares que afectaban a individuos. A unque se
hubiera podido sostener que en el inconsciente hay u n elem ento
“transindividual”, es de todas m aneras en el individuo d o n d e se m ani­
fiestan los efectos del inconsciente y d o n d e opera la cura, aun si
req u iere la presencia de o tro individuo (el analista) para transform ar
los efectos existentes del inconsciente. Esta diferencia basta para
distinguir a F reud de Marx.
Los distingue hasta si podem os en co n trar en las respectivas condi­
ciones de su descubrim iento extrañas similitudes. Insistí hace un
m om ento en el hecho de que el intelectual debía “volverse pueblo”
para co m p ren d er a los príncipes; hasta di a en ten d er que la transfor­
m ación que lo hace pasar de posiciones teóricas de clase burguesa y
pequeño-burguesa a posiciones proletarias, sólo a partir de las cuales
es posible verla explotación y la lucha de clases, pasaba p o r la práctica
política. Podem os ir u n poco más lejos incluso y decir que u n intelec­
tual no pued e llegar a ser intelectual orgánico del proletariado más
que si es educado p o r la lucha de clases del proletariado, q ue transform a
sus posiciones anteriores y le perm ite ver. A hora bien, se puede
sostener con fuertes argum entos que sucedió algo sem ejante con
Freud: si cam bió de posición con respecto a los problem as de la
conciencia, si rom pió con la fisiología y la m edicina, es porque fue
educado por sus propias pacientes histéricas que literalm ente le enseñaron
e hicieron ver que existía u n lenguaje del inconsciente inscrito en su
cuerpo, y A nna O. no sólo inventó para él el térm ino “talking cure”
(etapa decisiva del descubrim iento), sino que le im puso el reconoci­
m iento de la existencia de la transferencia y de la contratransferencia.
A quí encontram os todo u n aspecto so rp ren d en te de la historia del
psicoanálisis sobre el que bien valdría la p en a que los m aterialistas
m editaran.6
Q u ed a com o prim era evidencia que lo que Freud descubrió ocurre
en el individuo. Y es aquí do n d e encontram os una form a inesperada
del carácter conflictivo y, con ella, u n a nueva diferencia e n tre Freud
y Marx, y al mismo tiem po u n principio q ue sin duda e n tra p o r alguna
p arte en el efecto de servidum bre que ejerce la ideología en los

6 En la versión de este texto que había transm itido a la editorial alem án VSA en
en ero d e 1977, A lthusser había m encionado que todo este p árrafo p odía ser suprim ido.
N o figura en la edición d e las Actas del coloquio de Tiflis, sin que se p u e d a saber con
certeza si dio la m ism a licencia de conservar o no este p á rra fo a los ed ito res soviéticos,
o si éstos, com o ya lo vimos antes, se tom aron la libertad d e realizar esta supresión.
“sujetos”. En efecto, al p arecer el rechazo masivo del psicoanálisis p o r
p arte d e los filósofos (o la “revisión” a la que lo som etieron para
d estruir sus pretensiones), incluso p o r p arte d e los m aterialistas
m arxistas que se refugian dem asiado a m enudo en u n a concepción
“ontológica” de la tesis leninista de la conciencia-reflejo, y p o r parte
de los m édicos, los psicólogos, los m oralistas y dem ás, no se debe sólo a
un antagonism o ideológico d e masa, aunque a escala d e la m asa este
antagonism o sea inevitable. Al parecer se necesita agregar o tra d eter­
m inación específica a este antagonism o para explicar su “aspecto”
propio: el hecho de q ue se “apoye” en una característica del objeto-in-
consciente mismo. Este elem ento suplem entario responde a la “n atu­
raleza” del inconsciente, que es represión. Si es así, no es aventurado
decir que los individuos no se resisten a la idea del inconsciente p o r
razones d e carácter exclusivam ente ideológico, sino... porque ellos
mismos tienen un inconsciente que reprim e autom áticam ente, p o r u n a
com pulsión de repetición (Wiederholungszwang) la idea de la existencia
del inconsciente. Así, cada individuo desarrolla “esp o n tán eam en te”
un reflejo d e “defensa” ante el inconsciente, que form a parte de su
propio inconsciente; u n a represión de la posibilidad del inconsciente,
que coincide con el inconsciente mismo. ¿Cada individuo? No es
seguro: n o se h a com probado que el reflejo de defensa sea siem pre
tan activo; p o r el contrario, la experiencia m uestra que existen sujetos
en quienes esta resistencia está lo bastante superada, debido a la
disposición de sus com plejos fantasm ádcos, com o p ara perm itirles el
reconocim iento de la realidad del inconsciente, sin desencadenar
reflejos d e defensa o de fuga.
Pero p o r este camino, como por otros, entram os al descubrimiento
de Freud. ¿Qué descubrió Freud? No esperarán de mí una exposición de
la teoría freudiana, sino algunos comentarios que la sitúen teóricamente.
Sería u n co n tra sen tid o pen sar que F reud p ro p u so , a sem ejanza
d e los conductistas, de cuya tentativa se burlaba, la idea de u n a
psicología sin conciencia. Por el contrario, da un lugar al “hecho funda­
m ental d e la conciencia” en el aparato psíquico, le atribuye un
“sistem a” especial (“percepción-conciencia”) en el límite del m undo
exterior y u n papel privilegiado en la cura. Y afirm a que no hay
inconsciente posible más que en un ser consciente. Sin em bargo, sobre
la prim acía ideológica de la conciencia F reud es tajante: “debem os
ap ren d er a emancipamos de la im portancia atribuida al síntom a ‘estar
consciente’ ”. ¿Por qué? P orque por sí misma la conciencia es incapaz
de ofrecer u n a “distinción entre sistemas".
En efecto, F reud no sólo descubrió la existencia del inconsciente;
tam bién defendió que lo psíquico estaba estructurado [no] sobre el
m odelo de la unidad centrada en u n a conciencia, sino com o u n “apa­
ra to ” que incluía “diferentes sistem as”, irreductibles a u n principio
único. En el p rim er “tem a” (figuración en el espacio), este aparato com ­
p re n d e el inconsciente, el preconsciente y el consciente, con la instan­
cia de u n a “censura” que inhibe en el inconsciente las representacio­
nes de las pulsiones que resultan insostenibles para el preconsciente y el
consciente. En el segundo tem a, este aparato incluye el id, el ego y
el superego, y la inhibición es asegurada p o r una parte del ego
y del superego.
Este ap arato no es u n a unidad centrada, sino un com plejo de
instancias constituidas p o r el ju eg o de la represión inconsciente. La
fragm entación del sujeto, el descentrado del aparato psíquico con
respecto al consciente y al ego, van a la par con una teoría revolucio­
naria del ego: el ego, antaño única sede de la conciencia, se vuelve en
gran m edida él mismo inconsciente, parte integrante del conflicto de
la represión inconsciente en la que se constituyen las instancias. Por
ello la conciencia es ciega a la “diferencias de los sistem as”, en los que
no es sino un sistem a en tre otros, cuyo conjunto está som etido a la
dinámica conflictiva de la represión.
Desde luego, no podem os evitar pensar, de lejos, en la revolución
in tro d u cid a p o r M arx cuando renunció al m ito ideológico burgués
que consideraba a la naturaleza de la sociedad com o un todo unificado
y centrado, p ara lograr considerar toda form ación social com o un
sistem a d e instancias sin centro. Freud, que casi no conocía a Marx,
pensaba com o él (aunque no tuviese nada en com ún con el suyo) su
objeto en la figura espacial de un “tem a re cu rre n te” (recordem os en
el prefacio de la Contribución de 1859), y de u n tema sin centro, en el
que las diversas instancias no tienen más un id ad que la unidad de su
funcionamiento conflictivo, en lo que F reud llam a “el aparato psíquico”,
térm ino (aparato) que tam poco deja de hacernos pensar discretam en­
te en Marx.
M enciono estas afinidades teóricas en tre M arx y F reud p ara hacer
sentir hasta qué p u n to este trastorno de las formas de pensamiento
tradicionales, y la introducción de form as de pensam iento revolucio­
narias (tem a recurrente, aparato, instancias conflictivas sin ningún
centro cuya única un id ad es la de su funcionam iento conflictivo,
ilusión necesaria de la identidad del ego, etc.), podían ya sea señalar
la presencia d e u n objeto desconcertante, el inconsciente, o bien
opon erse a la ideología q ue prohibía, y a la represión que despertaba.
A partir de allí podem os trata r de definir negativam ente la posición
del inconsciente freudiano.
El inconsciente freudiano es psíquico, lo que im pide identificarlo,
com o ten dería a hacerlo to d a u n a corriente m aterialista mecanicista,
con lo no psíquico, o con u n efecto derivado de lo no psíquico. P or esta
razón, el inconsciente freudiano no es ni u n a realidad m aterial (el
cuerpo, el cerebro, lo “biológico”, lo “psicofisiológico”), ni una reali­
dad social (las relaciones sociales definidas p o r M arx com o determ i­
nantes de los individuos independientemente de su conciencia), d iferente
de la conciencia y p o r lo tan to del psiquism o, p ero p ro d u cto r o
d eterm in an te, sin saberlo, d e la conciencia. N o es que F reud haya
negado alguna vez la existencia de u na relación en tre el inconsciente,
p o r u n a parte, y lo biológico y lo social, p o r la otra. T oda la vida
psíquica está “apoyada” sobre lo biológico p o r m edio de las pulsiones
(Triebe) a las que F reud considera “rep resentantes” enviados p o r lo
som ático a lo psíquico. P or m edio de este concepto de representación,
F reud satisface su reconocim iento objetivo del anclaje biológico de la
pulsión (siem pre con u n fondo sexual), pero m ediante este m ism o
concepto libera a la pulsión del deseo inconsciente de toda determina­
ción de esencia p o r lo biológico: la pulsión es “un concepto-límite entre lo
somático y lo psíquico"-, concepto-lím ite que es, al m ism o tiem po, el
concepto de este límite, es decir de la diferencia en tre lo som ático y lo
psíquico. T am poco se debe a que F reud alguna vez haya negado la
existencia de u n a relación e n tre el sistem a d e las instancias del ego y
la realidad objetiva o social, cuya huella encontram os no sólo en el
“principio d e realidad”, sino tam bién en el sistem a percepción-con-
ciencia, y en el superego. Pero u n a vez más, p o r su insistencia en hablar
de la “superficie ex terior” del aparato psíquico, F reud considera de
nuevo un límite: el apoyo sobre el m undo exterior y social designa al
mismo tiem po u n a diferencia de realidad, su reconocim iento y su
identificación.
No cabe d u d a de que para F reud los fenóm enos producidos p o r el
aparato psíquico, y ante to d o los efectos del inconsciente, no consti­
tuyen una verd ad era realidad, sino u n a realidad sui generis: “¿Hay que
reconocer a los deseos inconscientes u n a realidad? N o sabría decirlo...
C uando nos encontram os fren te a deseos inconscientes llevados a su
expresión últim a y más verdadera, nos vemos obligados a decir que la
realidad psíquica es una forma de existencia particular que no podría ser
confundida con la realidad material." O tam bién: “P ara los procesos
inconscientes, la p ru eb a d e la realidad (objetiva, m aterial) no tiene
ninguna im portancia; la realidad de pensam iento equivale a la reali­
dad exterior, el deseo equivale al cum plim iento... N o nos dejem os
co n fu n d ir nunca tran sp o rtan d o el valor de realidad a las form aciones
psíquicas reprim idas... T enem os el deb er d e servirnos del valor mo­
netario reinante en el país que exploram os” (Sobre los dos principios de
la actividad psíquica).
Si designa esta realidad sui generis, única en su género, evidente­
m ente el inconsciente freudiano no tiene nada que ver con el incons­
ciente de la tradición filosófica: el olvido platónico, lo indiscernible
leibniziano, y hasta la “espalda” de la conciencia de sí mismo hegelia-
na. Pues este inconsciente es siem pre un accidente o una m odalidad
d e la conciencia, la conciencia de lo verdadero “recubierta” p o r el
olvido del cuerpo; p ero subsiste en sí en este olvido (Platón), lo
infinitesim al de la conciencia dem asiado “p eq u e ñ a” para ser “percibi­
d a” (Leibniz), o la conciencia presente en sí en el en-sí/para-sí de la con­
ciencia de sí antes de descubrirse en el nuevo para-sí de la conciencia
de sí (Hegel). T oda esta tradición filosófica considera a la concien­
cia com o la “verdad” de sus form as inconscientes, es decir considera
al inconsciente com o la sim ple conciencia desconocida. El destino de la
filosofía es “levantar” este desconocim iento, para que la verdad sea
“revelada”. Para tom ar las cosas p o r esta vía sintom ática y limitada,
podem os decir que en F reud la conciencia nunca es la “v erd ad ” de
sus form as inconscientes, prim ero porque la relación de la conciencia
con las form as inconscientes no es u n a relación de propiedad (“sus”
form as), lo cual equivale a que la conciencia no es el sujeto del
inconsciente. Podem os com probar esta tesis en la cura, en la que no
se trata, a pesar de lo que se ha dicho, de que la conciencia se reapropie
de “su verd ad ” en las form as de su inconsciente sino de contribuir a
m odificar el dispositivo de los fantasmas de u n inconsciente som etido
al trabajo (Durcharbeit) del análisis.
Y para acabar desearía insistir en un últim o punto. El inconsciente
freudiano tam poco es u n a estructura psíquica no consciente, que la
psicología reconstituiría a p artir de los estereotipos o del aspecto
general de las conductas de u n individuo, com o su “p re m o n ta je”
supuestam ente inconsciente. C onocim os en Francia una in terp re ta­
ción de este tipo en M erleau-Ponty, que “leía” a Freud bajo la doble
luz de la psicología del com portam iento (conductism o) y de la filosofía
de lo trascendental concreto de Husserl. M erleau-Ponty tenía ten d en ­
cia a considerar a esta “estructura del com portam iento” com o u n a
priori antepredicativo, que determ inaba el sentido y la figura de las
conductas en el más acá de su conciencia ética. Buscaba del lado de
esta síntesis, o estructura antepredicativa, u n m edio para llegar al
inconsciente freudiano. Pueden desarrollarse teorías de la m isma
naturaleza sin recu rrir explícitam ente a Husserl, p ero casi no pueden
evitar echar m ano de la psicología del com portam iento o, de una
m anera más sutil, d e la psicología de P. Jan et, au nque se asiente sobre
la base de u n a génesis “m aterialista” de los estereotipos de la estruc­
tu ra de las conductas.
Creo que, desde el punto de vista freudiano, podem os hacer dos
críticas a esta tentativa. La p rim era es que esta teoría del inconsciente
com o “m ontaje” de las conductas no revela lo que, com o vimos, está
en el corazón d e la ideología psicológica: la de la unidad del sujeto,
considerado com o sujeto de sus conductas y de sus actos (que even­
tualm ente podam os hacer abstracción de la conciencia no afecta a este
principio de unidad). La segunda es que esta tentativa no “cam bia” de
“te rre n o ” con respecto al de la psicología: repite, en form a de u n a
“realidad” que llam a “inconsciente”, la estructu ra de las conductas,
conscientes o no. Poco im porta que esta repetición sea trascendental
o em pírica (y genética); llega a algo que se parece más bien al no
consciente del q ue hablam os que al inconsciente freudiano. N o hay que
equivocarse de inconsciente. R ecordem os la frase de Freud: “T ene­
mos el d eb er de usar la m oneda vigente del país que exploram os”, y
no de otro.
“EN NOM BRE DE LOS ANALIZANTES”
1980
El lunes 17 de m arzo de 1980, al día siguiente de la fam osa reu n ió n
de la Escuela F reudiana de París ( e f p ) organizada en el hotel p l m Saint-
Jacques con motivo de la decisión de Jacques Lacan d e “disolver” su
escuela —e n contra de la opinión de sus m iem bros—, C atherine
C lém ent relata el acontecim iento en Le M atin (17 de m arzo de 1980)
bajo el título: “Louis A lthusser al asalto de la fortaleza Lacan”. En
realidad se basa esencialm ente en u n a Carta abierta a los analizantes y
analistas partidarios deJacques Lacan escrita al día siguiente p o r Louis
A lthusser, a petición, dice este últim o, de Jacques-Alain Miller —su
antiguo alum no de la Escuela N orm al y uno de los participantes activos
en su sem inario de 1963-1964 sobre el psicoanálisis—, para ser publi­
cada en el boletín de la Escuela Freudiana, intitulado Delenda. Esta
publicación no se llevaría a cabo.1
En esta Carta abierta —reproducida a continuación— Louis A lthus­
ser relata su irrupción intem pestiva en esta asam blea y la intervención
al mismo tiem po violenta y espectacular que hizo luego frente a Lacan,
calificado p o r él de “infortunado y lastimoso arlequín”. R eproducim os
e n facsímil las dos páginas de su agenda en las que había anotado los

1 Interro g ad o a este respecto, Jacques-A lain Miller nos dio el siguiente testim onio
escrito: “La sala del PLM, plana, sin estrad o , dos hileras de sillas. L acan e n la m esa
q u e sirve de presidium . Estoy sentado en la hilera de la izquierda, en la prim era fila;
hay u n lugar vacío a mi izquierda. S iento u n a especie de c o rrien te de aire, alguien acaba
d e precipitarse a mi lado; volteo: es A lthusser. N o lo había visto desde hacía años.
Hablam os. Se encuentra en u n estado de agitación que jam ás le había visto. Le p ro p o n g o
q u e m e acom pañe al fondo de la sala, escucho sus p ropósitos, in te n to tranquilizarlo. Se
levanta, to m a la palabra. Lo vuelvo a e n co n trar a la salida: va a escribir, pasaré a verlo
el lunes.
”E1 lunes, en su despacho, calle d ’Ulm, m e hace leer un texto m ecanografiado que
acaba d e escribir, desea publicarlo, m e pide mi opinión. Le contesto que, ‘si confía en
m í’, no d ebe publicar este texto, sino conservarlo en sus archivos: n o es del ‘nivel’ d e lo
q u e h a escrito e n el pasado. Me inform a que en la tard e debe d a r u n a entrevista a Le
Monde, lo disuado. H ablam os d u ra n te u n a hora. Parece h a b er aceptado mis sugerencias.
”A1 día siguiente, llam o p o r teléfono, voy a ver a H éléne, le digo que e n co n tré m uy
m al a A lthusser. Me contesta secam ente que n o tengo m ás que decírselo a él, que a ella
no le im porta, que está siendo tra ta d o ” (21 d e ju lio de 1993).
principales tem as de su intervención, en su m ayor parte im provisada.
A p ro p ó sito de este artículo en LeM atin, Louis Althusser, m olesto
p o r el título que considera “escandaloso y falsario”, prosigue y prolon­
ga su análisis del acontecim iento. Sólo se en c o n traro n las once prim e­
ras páginas m ecanografiadas de este segundo texto, que muy p ro b a­
blem en te luego dejó en proyecto. Figuran en tre las últim as páginas
escritas p o r Louis A lthusser acerca de Lacan y del psicoanálisis, salvo,
desde luego, lo que expresará después en El pon/emir dura mucho tiempo
al discutir este últim o cara a cara con Lacan.11

o. c.

" L ’avenire dure long temps, op. cit., p. 180.


CARTA ABIERTA A LOS ANALIZANTES Y ANALISTAS
PARTIDARIOS DEJACQUES LACAN

J.-A. Miller m e p regu ntó ayer en la noche si estaría dispuesto a escribir


unas cuantas palabras para el boletín provisional. D esde luego. Así
com o, au n q u e no invitado, m e introduje ayer p o r la tard e hacia las
18:20 a la g ran sala del p l m , d o n d e Lacan, de pie, con la cabeza dirigida
hacia un texto que quizá no existía bajo sus ojos, hablaba a m edia voz,
triste y cansado, ante 500 personas al parecer fascinadas; así com o,
ayer p o r la noche, interrogado p o r u n ajo v en que “filtraba la en tra d a”
y q ue m e p erm itió en tra r im p ru d en tem en te sin decir nada, contesté
la pregunta: “¿Fue usted invitado?” con un “Sí: p o r el Espíritu Santo,
y no p o r Dios Padre, pero es aún m ejor”, pues recordaba haber
explicado la víspera p o r la noche, ante u n m aravilloso am igo filósofo,
teólogo sui generis, y p intor (a veces excelente, cuando no sigue los
consejos de la d u eñ a de su galería) que el Espíritu Santo era sim ple­
m ente la libido, q ue no lo sabíam os y que desde que lo sabem os nos
im porta un b ledo el Espíritu Santo, no más que Dios; C risto es otra
cosa p o rq u e era un hom bre, y existió, habló, actuó echando a los
m ercaderes del Tem plo, e inaugurando una “nueva práctica de la
política” que nos interesa en sum o [grado] y que es la de p erd o n ar a
los enem igos” (noten que “el p e rd ó n ” es muy anticuado, a Dios
gracias, Spinoza y Nietzsche y Lenin y Mao pasaron p o r ahí). Así pues
escuché. D esde el fondo de la sala adonde J.-A. Miller, u n viejo
conocido de la N orm al, m e había conducido, y al cabo de cierto
nú m ero de m inutos, me puse a leer Le Monde, de tal m anera que todo
lo que podía escuchar (difícilm ente, de la boca del “M aestro”, este
infortunado y lastim oso arlequín de 80 años, vestido con u n m agnífico
saco de tweed d e rom bos azul cam afeo) m e afligía, m e desconsolaba,
etc., incluso, desde luego, si podem os decirlo, Lacan. N ada nuevo que
“señalar” d e su p ero rata m onocorde, pron u n ciad a m ucho más para
su propio uso —¿necesitará todavía volverse u n a religión?— que para
el uso de su auditorio. H ablaba sim plem ente, algunos ju eg o s de
palabras aquí y allá para subrayar bien que era él, que seguía siendo
el m ismo, y capaz de jo ro b a r al m undo, pero aquí y allá, sin abuso
teatral, en resum idas cuentas zarpazos de u n gordo gato azul cam afeo
para m ostrar que no duerm e, sino que pued e enseñar las garras o dar
un espectáculo.
Siguió un silencio de cinco largos m inutos; luego, los q u e Lacan,
p o r su autoridad, había llam ado a la tribuna, em pezaron a trata r de
re la tar (b rev em ente y en u n lenguaje m uy claro, sim ple y m odesto,
lo que demuestra de todas maneras que hay esperanza, pues la manera de
h ablar de cada u n o está cargada de sentido y de destino) sus estados
de ánim o, no existe o tra palabra. Y ¿acerca de qué?; casi im posible
decirlo, p o r lo m enos en cuanto a todos. H ubo una m ujer que dijo
(del presidium ): tenem os que saber lo q u e vamos a hacer m añana
(asam blea para zanjar el llam ado a u n recurso de urgencia intentado
p o r algunos m iem bros de la e f p , en realidad para votar a favor o en
c o n tra de la disolución de la e f p que Lacan decidió, sin consultar a
nadie, sabiendo bien, pienso, que su decisión era un acto político; no
de disolución sino de exclusión disfrazada de disolución; no tenía pues
n ada q ue ver con el análisis —volverem os a ello— y desencadenaría
autom áticam ente u n procedim iento jurídico). Los dem ás h ablaron de
su estupor, de su cólera, d e su hum ildad, en resum en todo el Tratado
de las pasiones p odría h aber pasado p o r ahí, p ero en este caso ya estaba
hecho, y aún m ejor, hacía m uchísim o tiem po.
D espués de la gente sentada detrás del presidium —p ero con el
intervalo de singulares silencios, que se volvieron, aunque sólo al cabo
de u n a hora, una larga hora, cada vez más reducidos, pues el nervio­
sismo em pezaba a dom inar a algunos—, otros hablaron desde la sala.
Siem pre dos temas: los estados de ánim o ante la decisión d e Lacan
(entusiasm o, estupefacción, acuerdo expresivo, voluntad d e conven­
cer a quienes los rodeaban). Lacan siem pre callado en su silencio azul
rem atado p o r un bello corte de cabello gris-blanco, y los asuntos de
m añana, dom ingo 16 d e m arzo, cuando h ab rá que votar en la Asam­
blea G eneral de la e f p convocada según las reglas p o r vía de justicia,
sin que tenga Lacan, p o r grande que sea, p o d er para disolver p o r su
“afirm ación” u n a asociación de 1901. Muy vagam ente u n a interven­
ción, dos o tres, que perm iten oír a m edias sólo algunas palabras: pero
quizá habría que saber lo que va a suceder, y lo que querem os. A lo
cual contestaron los que saben (J.-A. Miller, etc.): que la disolución no
sólo era jurídica, que se necesitaba, com o para el duelo, todo un
“trabajo” (el trabajo de disolución), que era pues “in terio r” y debía
proseguirse hasta el infinito hasta ya no poder, o m orir. ¿Pero disolver
qué? C on su genio infantil de los juegos d e palabras voluntarios (sin
lapsus: nota bene) algunos dijeron: hay que disolver “el castigo de la
escuela”,1 pues todos estam os castigados, y para disolver el castigo hay
que disolver la escuela. P ero nadie se p reguntó si al disolver esta
escuela y al fu nd ar “la causa freudiana” Lacan no los llevaba a u n a
nueva escuela. No. Si hubiesen hecho esta sim ple p reg u n ta hubieran
o btenido u n a respuesta —com o d e hecho m e sucedió a propósito de
o tra cosa—agria.2
Siguió así hasta las 22:30; los vasos esperaban con vodka y to d o lo
dem ás, al lado. Luego sucedieron otras cosas. P ero antes d e hablar de
ellas, es necesario que vuelva al curso de esos insignificantes aconteci­
m ientos.
Fue u n viejo amigo, analista, quien me había pedido que asistiera:
“Es el m o m en to ideal, ven a ayudarnos”, a él y a algunos otros. A hora
bien, él y algunos otros (en realidad m uchos otros, m e di cuenta)
literalm ente se desinflaron, no dijeron ni u n a palabra; yo estaba
sentado al fondo de la sala al lado de J.-A. Miller y le decía “Es
insoportable escuchar intervenciones de u n nivel tan bajo (era com o
si una m ujer lim piara pacientem ente lentejas en su cocina, sobre un
plato, m ientras la guerra y la to rm en ta universal se desencadenan
sobre el m undo: ¡sorda!), ¿por qué callas?” Y él: “E spere, hay que
perm itir q ue la gente se exprese, todos tienen cosas interesantes que
decir.” Está bien. Me di tres cuartos de h o ra de paciencia obligada, fui
a ver a los am igos que m e habían pedido que viniera, les hice la
pregunta: “¿Pero qué diablos esperan?”, ninguna respuesta salvo
evasivas incom prensibles; “¿De qué tienen miedo?, ¿de Lacan?, ¿de
ustedes?, ¿de la idea de ser analista?, etc.” Silencio total. Me digo
entonces que ya no es soportable y, diciendo que necesito una mesa
para apoyar mi agenda, en la que había anotado algunas palabras, subo
al presidium , estrecho la m ano de un Lacan silencioso (su m ano —me
p reg un té si consentiría en dárm ela— esperó casi seis segundos, eso
conté, una m ano de sonido, p o r la que no circulaba más que lasitud
y quizá la edad, esta miseria). Subo al presidium , tom o u n m icrófono,
y ahí, ante todas esas personas —algunas no m e conocían—, digo por

1 A lthusser se refiere a u n panfleto intitulado “Colle d ’école” [“Castigo de escuela”],


firm ado p o r Ja c q u es R udrauf, distribuido d u ra n te esta reu n ió n , y en cuyo dorso to m ó
notas com plem entarias de las que figuran en la página d e su agenda.
2 Sin duda A lthusser hace referencia al incidente relatado p o r C. C lém ent en Le
M atin (17 de m arzo de 1980) cuando, interru m p ién d o lo desde la tribuna, la psicoana­
lista Anne-Lise Stern le lanzó: “P odem os preg u n tarn o s en qué diván se e n cu e n tra p ara
hablar com o lo hace”, después de que A lthusser dijera: “C ualquiera diría q u e a sus
analizantes los ap artaro n de sus p reocupaciones” (ver más ad elan te en el texto).
qué, au n q u e no fui invitado, estoy ahí, que “m e autorizo a mí m ism o”,
p o r la vieja relación y am istad que tengo con Lacan y p o r él, y que
tengo cosas que decir.
Voy lentam ente, sólo digo que hay, en esta reunión para la que no
hay o rd e n del día (¡extraño!), en esta reu n ió n d o n d e la gente se pelea
sobre cuestiones d e procedim iento ju ríd ico (m añana) que habrían
p odido zanjarse en dos m inutos si los responsables no h ubieran hecho
gala de irresponsabilidad, es decir si hub ieran aceptado p roporcionar
a todos, a la entrada, u n a hoja m ecanografiada con las inform aciones
necesarias sobre la situación en la que se en cu en tra (y es de una
sim plicidad elem ental) el procedim iento ju ríd ico . Digo que, aunque
sin o rd en del día, esta reu n ió n im plica algunos asuntos, y enum ero:
1] el asunto ju ríd ico de la reu n ió n de m añana 16 de m arzo (saber si
hay que votar sí o no a la disolución); 2] el asu nto del pensam iento de
Lacan, si tiene fund am en to o no (y digo q ue esta cuestión es capital,
y nadie ha hecho la m en o r referencia a ella); 3] el asunto d e los
analistas que son ustedes, y p o r últim o 4] el asunto m edular, la niña
d e sus ojos y su infierno, la existencia d e cientos de miles d e analizan­
tes, quizá de m illones de analizantes, que se en cuentran en análisis
con analistas partidarios del pensam iento o d e la persona d e Lacan, y
ésta es la m ayor de las responsabilidades, o la m ayor de las irrespon­
sabilidades pues en caso extrem o —no es necesario citar ejem plos que
todo el m undo tiene en m ente—; es cuestión de m uerte, en este caso
de supervivencia, d e renacim iento, d e transform ación o d e suicidio.
U na vez más todo el m u n d o guardó u n silencio opaco, parecería que
a sus analizantes los ap artaro n de sus preocupaciones, sólo esta noche
o todo el tiem po, entonces ¿por q ué recibirlos y escucharlos?, espero
que no sea p o r dinero, ¿no? ¿Entonces p o r qué este silencio? Y hay
q ue arran car la respuesta, p ero en privado, pues públicam ente es
im posible, pero ¡sí!, p ara los que hablaban cara a cara, ya sea con el
de la silla de a lado, o bien más tarde delante de u n whisky (cuando
se lo consigue), es u n a sola respuesta en todos: “el m iedo”, y u n a vez
m ás, si se p reg u n ta de quién, se obtiene la gam a de respuestas antes
señaladas.
No dije más; hubo un intervalo de m edia h o ra d u ran te el q u e hablé
a analistas a los que no conocía, u n o de los cuales grabó; era intere­
sante, les decía: pero vayan entonces a buscar gente, continuem os la
reu n ió n , tengo ganas de discutir con ustedes, p ara ver más claro. No.
N o se movían, no querían. ¿Por qué? Esta vez, ¿de quién tenían miedo?
¿De mí? D em asiado h onor, m uchas gracias.
Entonces tuvo lugar u n a segunda reunión, para m añana y p ara el
boletín. Para m añana, volvió a ser el m ismo circo. P ara el boletín, se
dieron precisiones técnicas. Luego de nuevo los estados de ánim o.
Entonces volví a intervenir, muy tranquilo, pero estaba harto. Lo más
so rp re n d en te de todo en esta reu n ió n “d e niños retrasados” (cito a
u na analista que estaba p resen te y a la que no conozco, pero que
tam bién se negó a decir en público lo que pensaba), y literalm ente
infantil (la gente no tenía ninguna idea de lo que son el derecho, la
ju risp ru d en cia, la justicia y el procedim iento, de la diferencia en tre
ellos ni, p o r lo tanto, de lo que se verían obligados a en fren tar m añana,
y del m argen de elección q ue se les ofrecía; sólo excluyo aJ.-A. Miller,
de quien adm iré la incansable paciencia de m onje laico, paciencia de
quien predica sin prisa a las m ultitudes en espera d e que el Espíritu
Santo tenga tiem po y ganas de descender sobre ellas a explicar la
situación con todo detalle); lo más so rp ren d en te d e todo, digo, en esta
reu n ió n de retrasados-infantiles, no era que lo fuesen, sino que la
gente q ue estaba ahí, tom ada individualm ente (por lo m enos aquellos
con quienes, p o r pura casualidad, hablé) eran gente bien, con ideas a
m enudo —no siem pre— críticas sobre Lacan, p ero ni uno solo quiso
decirlo en público. Yo preguntaba: ¿pero p o r qué? C ontestaban: el
m iedo. Yo preguntaba: pero si tienen m iedo, ¿por qué vinieron?
Respuesta: al parecer tenem os ganas de ten er m iedo. Entonces de
acuerdo, p ero ¿miedo de quién? Respuesta, ver lo antes dicho: m iedo
de Lacan an te todo. P ero si él había dicho: “T odo el m undo m e
q u iere”, ten er m iedo de... es entonces u n a m anera de am ar, concedi­
do, p ero falta saber si es la m ejor, la buena o la peor; y qué tal si era
u n a m anera d e odiar, o de am arse a sí mismo (entonces con quedarse
en casa bastaría), o u n a m anera d e soportarse-no-soportarse, o una
m anera bien cam uflada de ocultar el m iedo (pues no tiene m iedo
quien quiere; lo saben y conocen la frase de Lacan y Ey sobre el loco:
no lo es q u ien quiere). En este extrem o se está seguro del silencio.
Entonces intervine d u ran te la segunda sesión (a la salida de la
p rim era m e había hecho injuriar p o r u n hom bre, que m e p reguntó
violentam ente con qué derecho había en trad o a u n a sala sin haber
sido invitado; le había contestado sim plem ente: ¿Usted es inspector
de qué tipo? ¿Wagons-Lits, inspección general de tal adm inistración
o banco, com isión de control del p c f , del Santo Oficio, o d e la policía?).
Intervine p ara decir que esta historia de disolución de la e f p no era
asunto mío, p ero al escucharlos —se trata de u n procedim iento ju ríd i­
co q ue evidentem ente fue iniciado, lo quiera o no, p o r Lacan, y debe
saberlo, él conoce el derecho—, todo el asunto es simple: saber si hay
que votar sí o no m añana a propósito de la disolución. A este respecto
no tengo opinión, pero es u n acto político, y un acto así no se decide
solo, com o lo hizo Lacan, sino que se reflexiona y discute dem ocráti­
cam ente con todos los interesados, en cuya prim era fila se en cuentran
sus “masas,” que son los analizantes, sus “m asas” y sus “verdaderos
d o cen tes”, que son los analizantes, y no lo hace u n solo individuo en
el secreto del núm ero 5 de la calle Lille, de lo contrario es despotism o,
au n q u e sea ilustrado. Les dije que este asunto ju ríd ico es sencillo,
bastan dos m inutos para zanjarlo y pasam os a las cosas serias, y para
resum ir todo tengo una pregunta que hacerles; u n a sola y es: “¿Q ué
desean? ¿Q uieren decir que desean lo que Lacan desea, la m ayor
parte, la m ayoría de ustedes? Sea. Pero ¿saben lo que Lacan desea?,
¿saben si sabe lo que desea?, ¿saben si p o r casualidad no desea nada?;
después de todo tiene 80 años, derecho al descanso, a las fresas, al
saco cam afeo, al silencio, a no desear nada y a joderlos y engañarlos,
adem ás de todo; ¿que tal si tom arles el pelo le sirve de descanso a este
hom bre?; p ero ustedes, ¿qué desean p o r su propia cuenta?” A esta
serie de preguntas aprem iantes, todos los presentes, que perm anecían
callados, respondían con el silencio más opaco (es decir el más
transparente: véase antes).
Señalo solam ente queJ.-A. Miller consideró apropiado decir, com o
yo había evocado mi experiencia en otras dos organizaciones aparte
de la sesión a la que asistía, a saber, la Iglesia católica y el p c f , que yo
estaba fuera de contexto “p ara d ar lecciones” (/UsicU!) puesto que
después de mis artículos en Le Monde3 que m ostraban “cierto sentido
de la libertad”, finalm ente, aunque parezca im posible, había sentado
cabeza, y que “los efectos de mi intervención habían sido nulos,
totalm ente nulos”. A lo cual me contenté con contestar —si no J.-A.
M iller hu b iera sido mal visto en público p o r haberse adelantado tan
grosera e injuriosam ente en un terreno que no conoce en lo absolu­
to—, que “se trataba de un asunto personal” (¡qué va!) y que no lo
resp o n d ería en público.
Q u ed a una últim a observación absolutam ente fundam ental y que
rebasa infinitam ente a Lacan y a todo su pensam iento. Lo rebasa
p o rque precisam ente el pensam iento de Lacan no logra evitar, aunque

8 “Lo que ya no puede d u ra r en el Partido C om unista”, tres artículos publicados en


Le Monde los días 25, 26 y 27 de abril d e 1978, e incluidos después en u n volum en, el
m ism o año, con el m ism o título de las E ditions M aspero.
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F a c s í m i l d e la s d o s p á g i n a s d e la a g e n d a d e L o u i s A l t h u s s e r e n la s c u a l e s h a b í a la n z a d o
a l g u n a s n o t a s ” p a r a s u i n t e r v e n c i ó n e n e l P L M - S a in tJ a c q u e s , e l 15 d e m a iz o d e 1980.
F o n d o A l t h u s s e r / A r c h i v o s IMEC.)
crea lo co n tra rio , el fenóm eno ab so lu tam en te im p resio n an te que
voy a relatar. T o d a la re u n ió n se vio d o m in ad a d e u n a p u n ta a la
o tra, sin el m e n o r esfuerzo de crítica sobre este p u n to , p o r u n a
p ro fu n d a convicción (desde luego m e refiero a los q u e h ablaron,
no a los dem ás, q u e no pen sab an m enos, p ero an te las palabras que
la g en te p ro n u n c ia , au n si no piensa lo q u e dice, hay q u e c re e r de
to d as m aneras q u e no habla en balde, y q u e a falta d e lo g rar decirlo,
p o r lo m enos tiene algo q u e decir), p o r u n a convicción am plia y
co n stan te m e n te evocada, invocada, d esarro llad a y arg u m e n tad a, a
sab er que lo que sucedía en la reunión se refería al análisis. Em pezó
cu an d o u n o d e los p rim ero s del presid iu m dijo que la decisión de
L acan e ra “u n acto analítico”, y más o m enos todos p ro sig u iero n
so b re el m ism o tem a haciéndolo extensivo a to d o tipo d e com pa­
raciones, incluso la sesión que estaban viviendo: co n sid erab an esta
re u n ió n en térm in o s analíticos, en térm in o s de sesión d e cura, y el
acto del p ro p io Lacan com o u n “acto an alítico ” (sé lo q u e es un
acto m édico, pues existe u n a definición ju ríd ica, p e ro u n acto
analítico...). Sea lo q u e fu ere, les dije: en realidad h acen política, y
n ad a m ás, están hacien d o política y n ad a m ás, y p o r q u é necesitan
co n tarse y co n tarn o s esta h isto ria de q u e lo q u e Lacan llevó a cabo,
lo q u e u stedes están realizando, es, p ara Lacan, el acto su p u esta­
m en te “p sicoanalítico” d e disolver la escuela freudiana, y p ara
u sted es el acto psicoanalítico de estam parle su firm a al pie d e sus
estados d e ánim o, y d e estar aquí esta n o ch e callados, esp e ran d o
sin d u d a del silencio en el que se m an tien en , y d e las palabras
salidas d e la b o ca d e n u estro Santo h o m b re (o de [su] silencio) con
q u é c o m p re n d e r lo que hacen y lo q u e desean. ¡Pero es p u ra
trivialidad! M ientras q u iera n a toda costa im p o n er a los dem ás y a
u sted es m ism os la idea to talm en te falsa d e q ue cu an d o sólo están
h acien d o política se tra ta d e u n o o varios actos analíticos, estarán
e n la m ierd a y ja la rá n a ella a la gente. P u ed en creer q u e lo que
d icen (o no) es cierto. P ero eso es asu n to suyo. En to d o caso,
c u an d o se hace política, com o la hace Lacan y com o la hacen
ustedes, nun ca es im p u n em en te. Si piensan que no lo están hacien­
do, esp e ren u n poco, les saldrá el tiro p o r la culata, o m ás b ien y
p o r desgracia, no les saldrá el tiro p o r la culata, pues están b ien
p ro teg id o s y saben estar tranquilos; en realidad recaerá e n los
desd ich ad o s q u e llegan a acostarse en su diván y en to d o s sus
allegados y los allegados de sus allegados, hasta el infinito. En
v erd ad , u stedes no son m ás que unos cobard es, p o rq u e fu n d a m e n ­
tal, orgánicam ente, son irresponsables, y no dejan de hablar de
responsabilidad. Sigan hablando. Yo hice lo que p u d e al venir aquí,
do n d e p erd í m ucho tiem po y sacrifiqué cosas infinitam ente más
im portantes que su balbuceo, dije que era de retrasados e infantiles,
en realidad ustedes no son ni siquiera com o niños, son com o pasta
para papel en la que Lacan escribe lo que quiere. Es cierto, pasta para
papel, castigo o no, se callan, orgánicam ente. ¡Adiós!

OBSERVACIONES COM PLEM ENTARIAS SOBRE LA R EU N IÓ N DEL


PLM-SAINT-JACQUES DEL 15 DE MARZO DE 19804

Si la casualidad d e mi presencia en la reu n ió n del d o cto r Lacan (hotel


p l m ) y de sus discípulos en teoría o en análisis m e condujo, p o r razones

simples y com prensibles (yo había sido insistentem ente invitado p o r


u n amigo, q u e m e pedía que estuviera presente “para apoyarnos”), a
p ro n u n ciar algunas palabras, tras más de u n a h o ra y m edia d e pacien­
cia, no fue de ninguna m anera para “asaltar la fortaleza d e Lacan”,
com o lo intitula muy a la ligera (ni siquiera estaba en la sala), C.
C lém ent en Le M atin del 17 de marzo. N o dije nada en co n tra de
Lacan, ni d e su decisión, ni d e su teoría, ni de las organizaciones que
fundó y luego disolvió con el fin de volverlas a fu n d ar en form a de
otras, nuevas, com o antaño hiciera Freud.
Siem pre consideré a Lacan (aun cuando casi no se lo conocía) u n
ho m b re de g ran seriedad, que piensa con rigor, lo que en estos días
no se en cu en tra a la vuelta de la esquina. Q ue discurre adem ás sobre
el psicoanálisis, ¿hay que decir sobre Freud?, ¿o sobre la idea que se
hace de él?, ¿o que reflexiona sobre sí mismo?, ¿sobre lo que le gusta,
a reserva de bautizarlo “cam po freudiano” o “causa freudiana”, d o n d e
F reud siem pre es nom brado com o la referencia última? C uando al
analizarla m ás d e cerca quizá no es n ada segura esta referencia últim a,
para la que sirve de pretexto el nom bre de F reud, y algunos d e sus
conceptos (no m uchos), que d eben ser buscados en o tra parte, en
otros nom bres que el de F reud (p o r ejem plo, Platón, H eidegger, p o r
interm ediación de H egel) y en o tro “género o disciplina” o “práctica”
que no tiene m ucho que ver con el psicoanálisis, p ero sí m ucho con
lo que se llam a “filosofía”, y p o r añadidura “filosofía francesa”, m ar­

4 T exto inconcluso.
cada en su historia, desde Descartes, por la práctica interesante pero
in teresad a del “rom pecabezas teórico”.
¿Q ué hice pues, ese sábado, en la reu n ió n convocada p o r Lacan?
Si dejam os de lado los aspectos anecdóticos, que, en el artículo de C.
C lém ent del Matin, se relatan con bastante fidelidad, au n q u e muy
parcialm ente, y se presentan desde luego bajo un título escandaloso
y falsario (“Louis A lthusser al asalto de la fortaleza L acan”), sólo tuve
in vivo u n a experiencia com o no he tenido m uchas en mi vida.
Sin em bargo, com o lo dije, adquirí cierta experiencia en otras
organizaciones, la de la Acción Católica, en la que milité activam ente
antes de la guerra (y después), luego la del P artido C om unista Francés;
olvidaba la del ejército francés y alem án, y la guerra fría luego d e cinco
años d e cautiverio.7 Al m ism o tiem po que ofrece ciertas sem ejanzas
(sobre todo con los ejercicios de “re tiro ” y recogim iento-m editación
colectivos, en los que cada u n o exam ina sus estados de ánim o bajo la
m irada baja de u n dios m udo, cuyo silencio sim ula sin d u d a la
confesión parlanchína de sus discípulos; pienso en los “retiros” hechos
en 1938-1939 en u n m onasterio de C hartreux des Dom bes, en el Ain)
esta experiencia de los discípulos signatarios de Lacan m e pasm ó.
P rim ero, no había o rd e n del día, salvo que Lacan hablaría. Se me
explicó q ue era precisam ente porque la decisión de Lacan había
provocado trastornos; era necesario, entonces, que todos se “recobra­
sen” (en el b u en sentido), y, para ello, que se restaurase el contacto
en presencia de la persona de Lacan y p o r ella. Sea. No escuché todo
el discurso de Lacan, llegué tarde, pero lo que oí no m e sorprendió,
salvo u n a palabra que m e inquietó. C reí escuchar (pero hablaba tan
bajo que casi no se lo oía) que com entaba su decisión voluntariam ente
arb itraria de disolver la escuela, en algo que era “como una interpreta­
ción analítica”. O tros luego hablaron sin la precaución del “co m o ”
lacaniano (Lacan, p rudente, sabe m anejar, o cree saber m anejar, el
“com o”; ejem plo: “el inconsciente está estructurado como u n lengua­
j e ”). H abría m ucho que decir sobre este “com o”, que resuelve sin duda
p ara Lacan la relación que desea m antener con su propio discurso
alusivo y su propio pensam iento más o m enos oculto, suponiendo que
los co n tro la com o cree controlarlos, pero que tam bién p u ed e lanzar
al p rim er “discípulo” llegado de Lacan a la confusión de los géneros,
y luego d e las lenguas, en resum idas cuentas a Babel (donde a fuerza

5 V éase L. Mthusser, Journal de captivité. Stalag XA, 1940-1945, París, S to c k /lM E C ,


1992.
de hablar al m ism o tiem po varias lenguas, ya nadie se entiende), con
todas las consecuencias en cadena.
Sea lo que fuere, viví ahí una experiencia sin igual. Paso por encima
de los detalles y voy a lo esencial, que cabe en tres o cuatro comentarios.
1] ¿Por qué, no sólo esta atm ósfera de recogim iento religioso
(entiéndase bien, no tengo n ad a en contra), sino tam bién las infini­
tas precauciones d e los analistas d e la tribuna y de la sala para detallar
sus estados d e ánim o ante la decisión de Lacan y este com endador
azul-gris y m udo? ¿Por qué los asuntos reales (en todo caso lo que al
escucharlos callar me parecía que eran los asuntos reales de esta reunión
apacible y recogida por respeto al Maestro m udo) de esta reunión no
eran, con u n a sola excepción, señalados jam ás, ni expresados? ¿Qué
asuntos? Enum ero.
Prim ero el asunto núm ero 1, lo inm ediato, ju ríd ico y político (al
día siguiente, ¿hay que votar sí o n o a la disolución, en la asam blea
general, de la escuela?); el asunto núm ero 2, más im portante, el
pensam iento de Lacan (si es hom ogéneo o no, si hay que criticarlo,
p ero a pro p ó sito de qué, o com pletarlo y rectificarlo, etc.); el asunto
nú m ero 3, inm enso, lo que sucede con los psicoanalistas (lo que
consideran ser, confrontado con lo que son), su form ación, y p o r qué
pasaron p o r la escuela freudiana, cuando otros siguen otras vías, pues
existen varios cam inos en el gran “cam po freu d ian o ” para llegar o
encallar, barco de grandes velas, o despojo, en la orilla del Padre,
suponiendo que se necesitara uno, ya que F reud no se habría prestado
con m ucho entusiasm o a esa operación; el asunto nú m ero 4, sobre
todo éste, el asunto crucial, sobre todo, sobre todo, éste: lo que sucede
con los analizantes, pues es en ellos en los que finalm ente todo se basa,
es decir recae, y [son ellos] los que pagan, no sólo con dinero, sino con
trabajo y sufrimiento de parto, y de duelo, en resumidas cuentas con tra­
bajo de análisis, y sabemos que si el analista no po n e en ello toda la
atención req u erid a puede acabar muy mal, o estancarse y desem bocar
en un callejón sin salida, o term in ar en un suicidio.
C. C lém ent escribió que yo había hablado “en nom bre de los
analizantes”. Es en todo caso lo que dije con gran insistencia, que era
al m ismo tiem po un recordatorio (de la realidad de los analizantes),
u n llam ado a considerar bien la relación en ju e g o e n tre los analistas y
los analizantes, y tam bién u n conjuro que iba de la casi cólera a la
súplica, si era necesario, para que se tuviese p o r fin en cuenta, en
cu en taju sta, a esta m ultitud m undial de analizantes, a los m illones de
hom bres, m ujeres y niños, y que se hablase d e ellos para tom ar en
serio su existencia, sus problem as, y los riesgos que co rren cuando
inician u n análisis; no hablo de los riesgos que corren p o r el hecho de
analizarse, sino p o r el analista que van a ver, que va a utilizar la
transferencia de am or, u n a vez “cuajado”, p ara in ten tar perm itirle al
analizante u n a autorredistribución de los fantasmas-afectos que obs­
taculizaban su vida.
A h o ra bien, de todos estos asuntos, el sábado no se trató más que
del p rim ero, y sólo en form a de preguntas; los analistas hacían estas
p reg u n tas ex poniendo ingenuam ente su ignorancia de los principios
elem entales del derecho francés y del derecho a secas, com o para
p reguntarse, puesto que no lo ap ren d iero n en las escuelas o los libros
o la práctica de los abogados o de los acusados, cóm o p u d iero n no
enco n trarlo “en el diván” de sus pacientes, y si están, pues, tan aislados
del m undo, o insisten en estarlo, p o r razones que tam bién se relacio­
n an con la idea q ue se hacen de sí mismos, y no sólo con la división
del trabajo intelectual, que hace que un ju rista no pueda ser más que
ju rista, y u n analista, analista, etcétera.
Sólo se trató, pues, ¡pero sobre u n fondo de tal ignorancia!, del
p rim er asunto: el jurídico, que va a ventilarse p o r los efectos d e los
votos d e las asambleas generales de la escuela freudiana, a ú n no
disuelta p o r derecho. P ero acerca de los otros asuntos, salvo cierta
inquietud, hasta u n a inquietud indudable, pero que apenas se vislum­
b ró en ciertas intervenciones, nada, en todo caso nada declarado. Esto
no im pide h acer preguntas extrañadas.
Sobre to d o si relacionam os este so rp re n d en te silencio con otro
hecho, del que tuve u n a experiencia desconcertante, a saber: las
mismas personas, casi todos los analistas a todas luces practicantes,
cuando, en el entreacto del coctel, p u d e escucharlos decirm e que tuve
razón de intervenir, que había sido necesario hacerlo, que estaban de
acu erd o y, ¡más aún!, que tenían argum entos, y los desarrollaban ante
mí, todas estas personas eran locuaces e inteligentes y críticas, hasta
m uy críticas con respecto a Lacan, m ientras se trataba de decírm elo
cara a cara, com o en privado, aunque fuese en la algarabía de la pausa;
pues bien, estas personas (pero no habían hablado todos) habían
dicho naderías, tonterías, infantilism os, análisis de estados de ánim o
débiles con respecto a los grandes asuntos en cuestión, o b ien habían
callado, es decir, o se habían m ostrado poco inteligentes, hasta muy
confusos y tontos cuando tom aron la palabra, o sim plem ente habían
callado, p ero p ara hablar du ran te el entreacto.
Esta so rp re n d en te contradicción, ¿cómo p o d er pues reflexionar
sobre ella? P odem os preguntarnos (dejando de lado a los silenciosos
de la reunión, quienes, sin d u d a hastiados, sabiendo p o r adelantado
con quién tratab an en esta reunión, callaron p o r buenas razones,
aunque eso aú n está p o r verse, pues, com o callaron, las razones de su
silencio y d e su presencia ahí las guardaron p ara sí) si personas
inteligentes e n privado, en el cara a cara, y libres, y críticas, no se
vuelven b orregos cuando están públicam ente ju ntas; eso hacen ciertos
colegiales a los que dom ina el m iedo de tener que m ostrarse desnudos,
de hablar an te sus com pañeros de clase, es decir de m ostrar no lo que
tienen d en tro d e sí, sino si tienen algo d en tro de sí; y com únm ente se
llam a a esto timidez. Y en realidad, la razón que m e d iero n sin di­
ficultad es la misma. Me dijeron: callamos, seguim os callando p o rq u e
tenem os m iedo. ¿Pero m iedo de quién?; unos, d e Lacan; otros, quizá
de nosostros: de no sé qué. Y cuando les pregunto: p ero si tienen
m iedo (a lo sum o de Lacan, de estar ju n to s, o de ustedes, o de la idea
de tal o cual com binación de estas razones), entonces ¿por qué diablos
vinieron? U no m e dijo: está claro, si deseam os tanto ten er m iedo, eso
debe tranquilizarnos. Bien visto.
En ese m om ento, más vale detenerse, pues la razón que p reten d e
que los intelectuales analistas, sum am ente adultos, a m enudo muy
sutiles, no racistas y “lacanianos”, se reúnan p o r la necesidad de ten er
m iedo de L acan o de X... p ara ser tranquilizados, esta razón rebasa
p o r m ucho a los analistas, ya que podem os en c o n trar el equivalente
en otras m uchas organizaciones, en particular las obreras (las m encio­
no p o rq u e las conozco u n poco, p ero podríam os asim ism o invocar la
Iglesia, o el ejército), d onde la necesidad de ten er m iedo p u ed e servir
de razón p ara la adhesión a u n a com unidad de creencia, de pensa­
m iento y de acción, que asegura que se tiene m ucho m iedo y razón
de ten er m iedo, y al m ism o tiem po asegura co n tra este m iedo y su
razón, puesto que ya no se está solo, p o r el hecho m ism o d e la
adhesión, que b rin d a el calor, m aterno y d e otro tipo, del grupo
p ro tecto r y activo. Q ue esta necesidad de m iedo sea hoy día tan
p ro fu n d a tien d e sin ninguna d u d a a desorientar los ánim os en u n
m undo (no d iré que ya no tiene sentido: el m u n d o nu n ca lo tiene) que
no ofrece ninguna perspectiva aunque sólo sea u n poco creíble y sólida
a cada uno. Entonces se recae tanto más en el g rupo q ue satisface esta
necesidad d e m iedo, y protege d e ella. ¿Reacción infantil se dirá?
E xactam ente. De ahí el carácter infantil del debate del o tro día, el
carácter d em en te y hasta diría casi obsceno d e este debate, pues
cuando se re cu rre así a los estados de ánim o, confiando abierta y
religiosam ente a los dem ás la necesidad de com p ren d er lo que se
p u ed e q u erer decir; cuando uno se desviste así en público, prevenido
y preservado de toda vergüenza, no se pide más que u n a cosa —que
es ju stam en te lo que se pedía—: saber ser cuidado com o p o r u n a m adre
y que se lo am am ante de sol a sol. Pero entonces hay que llam ar a las
cosas p o r su nom bre: se trata una especie d e niños que se rebajan a
hablar un lenguaje de niños, apenas m urm urado en lo patético de los
labios entreabiertos, de los ojos sem icerrados, de la queja tam bién, y
siem pre m urm urado-cantado com o u n a letanía; o más b ien (pues se
trata de sagrados adultos y de adultos sagrados) son adultos que se
infantilizan a sí mismos, para rogar, con u n a oración infinita y deses­
peranzada, a la “M adre” que necesitan p ara satisfacer su necesidad de
te n e r m iedo. Esta “M adre” puede ser tanto Lacan com o los colegas
que están ahí, en la asam blea del sábado, los que son capaces de
escuchar y, visto el silencio que reina, d e entender. Esta “M adre”
p u ed e ser asim ismo el que habla, y se trata entonces a sí m ism o com o
niño, p ero tam bién com o “M adre” p o r su queja-letanía pública, salien­
d o así él mismo com o “M adre” al paso de las preguntas que hace com o
niño. A lo sum o, este diálogo público “niño-M adre” pu ed e ser m udo.
El sábado vimos a varios tom ar la palabra para decir: hablo, pero es
p o rq u e no tengo nada que decir (sólo mi deseo em otivo de decirlo y
de ser escuchado), y hasta a u n a persona levantarse p ara hablar y no
decir nada absolutam ente. Digo ad red e esta “M adre” p o rq u e Lacan
analiza dem asiado a p artir del “P adre”, y —pero no quiero e n tra r a
este terren o m inado— sus alum nos del otro día piensan u n poco
dem asiado en Lacan com o “Padre-M aestro” de todo, palabras, verdad,
saber, etc., cuando en el psicodram a discreto del p l m la petición
expresa de casi todos era de u n a “M adre”; p o r lo m enos fue el caso
d e casi todos los que hablaron.
Y si pensam os librarnos invocando los fantasmas inconscientes de
cada uno, o pensando en categorías que no son m uestra d e o tra cosa
que d e la práctica de la cura, es decir del tratam iento de la transferen­
cia analítica p o r el analista y el analizante, diré que es confusionism o
p u ro y simple. Pues es perfectam ente claro que los fantasm as estaban
presentes ese sábado, en esa reunión, sin otro objeto que la puesta en
escena de la necesidad (sí, escribo necesidad, y no sólo deseo, o
fantasm a inconsciente, sí escribo necesidad y preciso necesidad pre­
consciente, o hasta consciente) d e ten er m iedo ante la “M adre”, pero
asim ism o es perfectam ente claro que no eran fantasmas cualesquiera,
sino los que estaban “convocados” (todos los discípulos p o r el Maes­
tro) p o r la situación de “queja pública” o d e aten tad o al p u d o r
requerida p ara hacerse consolar o tranquilizar y en definitiva hacerse
tratar com o p o r u n a m adre y p ro teg er p or la “M adre”, o más bien p o r
su fantasm a, que Lacan es p o r excelencia, y los dem ás presentes (o
ausentes) [eran], p o r consiguiente, los portadores, o los “objetos” de
inversión. Se necesitaba esta convocatoria m aterial, esta agrupación
de los “p arlaseres” (!) muy particulares que son los analistas “lacania-
nos”, y en u n a reun ión de hotel de lujo, pero sin o rd e n del día, y en
espera de q u ién sabe qué de p arte de Lacan o, si nada venía (y nada
vino), en espera d e quién sabe qué, pero estando ju n to s, sim plem ente
p o r el calor hum ano, hasta p o r el olor de ho m bre y de m ujer. En
verdad, tras esta convocatoria m aterial y m aternal, m aternante, auto-
m aternante, que rezum aba la m adre p o r todos sus poros y para nada
la m ujer, había cosas sum am ente serias\ por ejemplo la crisis progresiva,
desde hace m uchos años, p ero p o r fin m anifiesta, de la escuela
freudiana; o bien la necesidad de Lacan, que ya no podía soportarlos,
de excluir a estos “falsarios-probados” (para varios bien conocidos) a
los que se refirió p o r escrito, y queJ.-A. Miller, al que se dice sucesor
de y p o r el M aestro para analizar y ayudar a analizar cuando ya no
esté, n o m b ró en su nom bre. (C om o los estatutos no preveían sanción,
y p o r consiguiente exclusión, la disolución de la escuela se vuelve,
en tre las m anos de Lacan, la form a disfrazada de la exclusión, bajo el
pretexto de u n a recuperación teórica.) Otro ejemplo d e cosa seria fue
el conflicto público y abierto en tre analistas a escala m undial (J.-A.
Miller tenía razón al decir el sábado: lo que sucede es u n pequeño
acontecim iento histórico, desde luego, p ero se produce, p o r sus
efectos, a escala m undial) a propósito del pensam iento de Lacan (¿si
tiene fundam ento, o no?, ¿si es u n a teoría, o un pensam iento?, ¿o u n a
filosofía, o d e filosofía?, ¿a qué se refiere?, ¿cómo lo aborda?, ¿hay que
estar a favor, o en contra?, ¿totalm ente a favor, o con reservas críticas?,
¿o bien en contra?, ¿o bien tam bién estaría mal planteada la cuestión?,
etc.). Otro ejemplo, la cuestión de los analistas en general, su relación
con F reud y con Lacan, o con otros (M. Klein, W innicott, etc.), la
cuestión (tan peliaguda, y que envenena a todas las “sociedades”) de
la form ación d e los analistas, la cuestión de las diferencias d e técnicas
de cura, etc., tantas cuestiones sobre las que to d o el m undo sabe que
entre analistas, a escala mundial, existe una división, y conflictos que lle­
gan hasta la escisión abierta, las decisiones de u n o solo (Lacan) de
disolver su escuela, etc.; y u n último ejemplo, la cuestión de los anali­
zantes, que quizás ahora son m illones en el m undo, y el precio que
d eb en pagar (ni siquiera hablo del precio en dinero que deben
desem bolsar) tanto para realizar su trabajo propio de analizantes (este
“Durcharbeiten ” a m enudo atroz, siem pre muy d u ro y desgastante, al
b o rd e d e los abismos, a m enudo al b o rd e del suicidio) com o para
“co b rar” (pues sucede a m enudo) las respuestas, o no respuestas,
incluso los efectos inconscientes de contratransferencia, hasta los
acting-out del analista; en resum idas cuentas, todas las señales que, sin
qu ererlo o queriéndolo, les da el analista, ¡gratuitas!, el analista a
m erced del cual, sin ningún testigo ni recurso en el m undo, se
en cu entran, y muy a m enudo, totalm ente desarm ados, es decir, no
desarm ados con respecto a sí mismos, sino frente al analista, de quien
saben que tam bién es u n hom bre, y en particular, bien visto el asunto,
expuesto a hacer o a decir tonterías, no tanto [porque] “se autoriza a
sí m ism o” (cada uno hace lo mismo, en últim a instancia, ya sea libre
o esclavo, con tal de que se den las condiciones), porque no se autoriza
realm ente a sí mismo, sino por el pensam iento de tal o cual, por
ejem plo de Lacan. Entonces, suponiendo que el analista en cuestión
haya en ten d id o v erdaderam ente esta autoautorización p o r el pensa­
m iento de Lacan, lo que supone que este pensam iento sea co m p ren ­
sible, en su redacción y en su pretensión teórico-fam iliar, no es más
que la interiorización de un pensam iento, el de Lacan, al qu e se refiere
el analista y en el que piensa encontrar la verdad al alcance de su m ano,
tan to sobre F reud com o sobre las curas que conduce. ¡La verdad! Sí,
el pensam iento de Lacan se da com o la verdad tanto sobre el psicoa­
nálisis com o del psicoanálisis, es decir com o u n a verdad m ás verdade­
ra que la que encontram os en los textos de Freud, una b u en a revisión,
esta vez lograda, y que va mas allá de Freud, del pensam iento de Freud
(sup on iend o q ue este térm ino: pensam iento, convenga a los escritos
de Freud), que va más lejos que F reud en la teoría, y tam bién más lejos
en la “técnica” de utilización d e la transferencia, com o lo p ru e b an las
sesiones sin duración preestablecida, sin contrato de duración, com o
si el analista fuera el único en p o d er im p o n er su propia m edida a la
duración, y ¿por qué no sería el analizante, si se razona así, quien
im pusiera la suya? C om o si el analista no se en co n trara con las m anos
atadas, paralizado en la contratransferencia, com o si pudiese ser su
único juez, para decidir que hoy bastan tres m inutos, p ero ¿a quién?
A él seguram ente, puesto que lo decide solo (y quizá ni eso), a veces
tam bién al o tro (pero este caso parecerá sospechoso a to d o analista
de experiencia), pero no siem pre, y ¿quién va a arbitrar en este d ebate
en el que el analista “lacaniano”, siguiendo al m aestro, es el único en
ten er tanto la palabra com o el uso de la decisión discrecional, siendo,
com o da gusto decir pero sobre todo bro m ear en el partido (com u­
nista), “unitario p o r dos”? Desde luego, en el sistem a lacaniano, es sólo
el analista, confiando en su “insight”; sucede p o r olfato, y p o r el olfato
de un o solo. ¿Dirán que se habría podido negociar? Difícil, pues se
estaría som etido a la “d em an d a” del paciente; adem ás la negociación
tiene lugar, en la práctica “clásica” prelacaniana, en form a d e un
co ntrato p ro p u esto p o r el analista y explícitam ente aceptado p o r el
paciente..............................
CORRESPONDENCIA C O NJACQUES LACAN
1963-1969
Este intercam bio de correspondencia se inicia en un m om ento crucial
de la vida d e Jacques Lacan: éste acaba de ser elim inado, el 13 de
octubre de 1963, de la lista d e los académ icos d e la Sociedad Francesa
de Psicoanálisis ( s f p ), tras dos años de negociaciones con los re p re­
sentantes d e la In ternational Psychoanalitical A ssociation ( i p a ). Al no
ten er ya derecho a fo rm ar a sus alum nos, Lacan se ve obligado
entonces a ro m p er con la institución oficial,1 lo que lo sum e en un
gran desasosiego, del que encontram os huella en sus prim eras cartas.
P or su p arte Louis A lthusser publicó ese m ismo año, en la Revue de
l ’E nseignement Philosophique (núm . 5, ju lio de 1963, año xiii) u n artícu­
lo, “P hilosophie et sciences hum aines” [“Filosofía y ciencias hum a­
nas”], en el que elogia a Lacan. Los dos hom bres aún no se habían
enco n trado , y esto no ocurriría, en realidad, hasta principios de di­
ciem bre de 1963, com o lo indican estas cartas y la agenda de A lthusser
conservada en sus archivos; m uy probablem ente d u ran te u n a cena, el
3 de diciem bre.
Señalarem os p o r últim o, para situar bien este intercam bio episto­
lar, que Lacan pronunció su últim a conferencia en Sainte-Anne sobre
Los nombres del padre, el m ism o día en que escribió, p o r la noche, su
prim era carta a Louis Althusser, y que p o r intervención de este últim o
hizo su en tra d a a la Escuela N orm al S uperior el 15 de enero de 1964
p ara im p artir u n a prim era conferencia sobre La excomunión
Estas cartas de Lacan y d e A lthusser fueron encontradas en los
archivos d e Louis Althusser. Las de Lacan están todas m anuscritas y
redactadas sobre papel carta, form ato 13.5 x 20.5 centím etros, con un
encabezado, a la derecha, q u e m enciona la dirección “5, calle de Lille”
y el nú m ero de teléfono, salvo u n a tarjeta postal (núm ero 8) enviada
de G recia y la últim a carta (núm ero 12) escrita en u n a hoja de form ato
esquela. P o r no haber po dido disponer de los originales de las cartas

' Cf. Élisabeth R oudinesco, La bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France,
t. II, op. cit.
11Cf. Jacques Lacan, Séminaire XI: Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse,
París, Le Seuil, 1973.
de A lthusser y luego de las eventuales añadiduras m anuscritas en los
m árgenes, el texto de éstas fue establecido según las copias mecano-
gráficas conservadas p o r A lthusser en su carpeta m arcada “Lacan”,
con las cartas d e aquél.
Nos pareció útil agregar a este intercam bio el texto d e u n a larga
carta (núm . 5) que A lthusser tam bién m ecanografió p ero que final­
m ente decidió no enviar, com o lo confirm a él m ism o en la carta a
F ranca del 21 de en ero de 1964 m encionada en nuestra “P resenta­
ción” de este volum en. Señalarem os a este respecto que los archivos
de Louis A lthusser contienen num erosas cartas no enviadas a diferen­
tes corresponsales, y q ue éstas son casi siem pre sum am ente interesan­
tes. La que publicam os en este volum en llegará pues a su destinatario,
pero postum am ente...

o. c.
1. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER

Miércoles,
no, jueves 21-XI-63

N uestras relaciones son d e toda la vida, A lthusser. Seguram ente


reco rd ará aquella conferencia que di en la N orm al después d e la
gu erra,1 b u rd o ru dim ento p ara u n m om ento oscuro (sin em bargo,
un o de los actores de mi actual dram a en co n tró en ella su camino);
por lo dem ás cierto tiem po después se me “refirió” su juicio com o u n
poco im presionista. El que m e llega ahora del B oletín (de ju n io ju lio )
de la enseñanza filosófica;2 m e vería mal si declinara el h onor, y le
agradezco h ab e rm e h echo llegar este testim onio en u n a co y u n tu ra
en la que desde luego no tengo por qué dudar de mi empresa, pero en
la que sin em bargo un viento estúpido causa estragos en mi botecito,
muy endeble.
Di p o r term in ad o este sem inario en el que in ten tab a desde hace
diez años trazar los cam inos de u n a dialéctica cuyo invento fue para
mí u n a m aravillosa tarea.
Debía hacerlo. Me da tristeza.
Y luego pienso en todos aquellos que gravitan en su región y de
quienes m e dicen que estim aban lo que yo hacía, aun que no creían
que fuera p ara ellos.
Pienso esta noche, o más bien este am anecer, en esas figuras
amigas... H ab ría que decirles algo. Me gustaría que viniese a visitarme,
Althusser.

J. Lacan

1 C onferencia dictada en 1945 a la que sin duda A lthusser n o asistió. Cf. Yann
M oulier-Boutang, Lojuis Althusser, une biographie, París, G rasset, 1992, p. 303.
2 Se trata d el artículo “Philosophie e t sciences hu m ain es” [“Filosofía y ciencias
hu m an as”], publicado en la Revue de l ’Enseignement Philosophique núm . 5, junio-julio,
1963, en el q ue A lthusser precisa, en u n a nota, que Lacan “vio y co m p ren d ió la ru p tu ra
liberadora d e F re u d ”, y que, en consecuencia, “le debem os lo esencial”. Véase a este
respecto el re co rd a to rio de esta breve m ención que hace A lthusser al principio d e su
artículo “Freud y L acan” (cf. n o ta 8 del capítulo 1 del p re se n te volum en).
2. LOUIS ALTHUSSER A JA C Q U E S LACAN

[París] 26.XI.63

Estim ado Lacan:

Gracias de todo corazón. Su carta, su pensam iento, y su sim patía me


conm ueven profu ndam ente. N o es usted el único. N o hablo sólo de
los analistas que le d eb en todo: su núm ero es grande, y con frecuencia
son los m ejores. T am bién hablo de los que, im pugnándole, lo siguen
sin em bargo de grado o p o r fuerza, obligados p or la verdad q u e usted
sacó a la luz. T am bién hablo de aquellos que, desde afuera, lo
descubrieron y reconocieron.
Ya hablé (e hice hablar) de usted, en esta casa, desde hace seis años.3
Sé que usted vino aquí, hace ya m ucho tiem po. Entonces yo era un
preso que volvía de Alem ania, convaleciente, m antenido lejos de la
escuela, y de su conferencia no oí más que el ruido que hizo, y los ecos
que tuvo. Este año, el discurso que hago sobre usted se en cu en tra en
el núcleo de un trabajo colectivo a cuyo rigor som eto (con su acuerdo)
a todos aquellos a los que atañe el tem a. H em os hecho u n buen
com ienzo.4
M antengo que usted es, en el cam po que es necesario llam ar,
provisionalm ente, de las “ciencias hum anas”, el p rim er p en sad o r en
hab er asum ido la responsabilidad teórica de d ar a F reud verdaderos
conceptos dignos de él; y p o r esta razón el p rim ero en h ab e r dado a
este “cam po” la vía de acceso, la única, que podem os esperar de Freud:
u n a vía prohibida. Esta prohibición, com o tal, es esta vía misma. Lo
pensaba desde hace varios años. A hora m e encuentro en condiciones
—p o r lo m enos eso creo—de dar prueba de ello p o r razones lo bastante
precisas y rigurosas com o para co rrer el riesgo de publicarlas.
Prosigo desde hace quince años oscuros trabajos sobre Marx. Por
fin salí, lenta, laboriosam ente, de la oscuridad. A hora, las cosas me
resultan claras. Se necesitó esta austera búsqueda, esta larga y d u ra
gestación.
C uando logré ver claro en Marx, en el m om ento en que descubrí
q ue estaba en condiciones de darle a su dialéctica salvaje (salvaje, no

3 Cf. la “Presentación” d e este volumen.


4 Louis A lthusser se refiere a su sem inario de 1963-1964 sobre el psicoanálisis. Véase
n u e stra “P resentación” en este volum en.
p o rq u e no haya tenido “el tiem po”, com o dicen los tontos, d e d om es­
ticarla, de cercarla en su teoría, sino salvaje porque, com o más tard e
Freud, M arx se vio som etido a la condición d e ten er que elaborar su
análisis de la m ateria de u n a o b ra no filosófica p o r su objeto, p o rq u e
este pensam iento filosófico “en estado práctico” de esta o b ra fue
reducido ju stam en te al estado “salvaje” p o r el aprem io histórico de
los conceptos im puestos p o r su época, los hegelianos, entonces los
únicos disponibles y manejables); en el m om ento pues en que descubrí
estar en condiciones de d ar al pensam iento de M arx (hablo en efecto
de su “filosofía”, y no de su obra: E l capital) su forma teórica, entonces
m e vi en el um bral de com prenderlo a usted.
D esde luego, ya desde antes había yo sentido, y p o r lo tanto com ­
pren did o , el interés de su investigación teórica: p ero sólo la había e n ­
ten did o en su relación con Freud. A hora puedo decir que conduce
(bajo u na form a paradójica: la del interdicto, la de la discontinuidad
absoluta) m ucho más allá d e Freud. La expondré p ro n to , esperando
no traicionarlo, cuando m uestre ju stam en te este más allá. Explicaré
entonces en qué y p or qué su tentativa im plica (bajo esta form a
paradójica d e la discontinuidad absoluta) el absoluto teórico d e la
condición previa de Marx. Es lo que quise hacer sentir, p o r adelanta­
do, en u n a palabra, al hablar de la revolución de M arx (rechazo del
homo oeconomicus, rechazo de to d o “tem a” filosófico) y de la revolución
de F reud q u e usted nos devolvió, si no es que nos la dio (rechazo d e
to d o homo psychologicus). C uando pude enunciar esta sim ple frase, to­
do resultó claro. C reo c o m p ren d er que esta frase satisfizo su función,
si es cierto que le perm itió ju zg ar si, en algún p u n to esencial, ya había
descubierto su intención.
D esde luego, estoy trabajando en u n cam po al p arecer m uy alejado
del suyo. Pasem os p o r encim a de esas apariencias. H ago lo m ejor q ue
puedo, en mi “cam po”, p ara com batir a los adversarios m ism os que
desearían reducirlo al silencio, al silencio de ellos. H ablo de su o b ra
teórica, y del más allá al que atañe. U sted ten d rá aliados, no lo dude,
y ya veo a m uchos entre los q u e aún lo ignoran, en aquellos a los que
sin d u d a usted no sabía que se dirigía tan directam ente: todos ellos
obligarán a los seudo “psicólogos” y dem ás filósofos de la “perso n a
h u m an a” y d e la “intersubjetividad”, y tam bién a los tecnócratas del
“estructuralism o”, a tragarse sus pretensiones, sus serm ones y su
calidad d e aficionados: en resum idas cuentas su im postura teórica. De
ello, concebirem os ju n to s cierta alegría, la alegría m ism a de u n a razón
que p o r fin “d a en el blanco” p o r sus objetos, tanto los más descon­
certantes y los más próxim os. Profetizo que entram os, en gran parte
gracias a usted, a u n a época en la que p o r fin se puede ser p rofeta en
la p ro p ia tierra. N o tengo ningún m érito al arriesgarm e a hacer esta
profecía: en lo sucesivo, tenem os derecho a ello, pues poseem os los
m edios, en este país p o r fin vuelto nuestro.
Ya se im aginará el gusto que me dará verlo. Pero actualm ente m e
en cu en tro en la situación (provisional) de ten er que llevar gran parte
del peso de la escuela. T enem os a u n maravilloso director,5 p ero que
sólo tiene dos meses, ya no tenem os subdirector;6 ayudo al prim ero
en p arte de su trabajo; realizo las funciones del segundo, y adem ás las
mías. Me ocupo del trabajo de adm inistración general. T engo, por
añadidura, a mi cargo (y es lo que m e interesa sobre todo) la dirección
de los estudios de filosofía (los filósofos se m ultiplican so rp re n d en te­
m en te en el centro) y desde luego debo satisfacer mi función en la
enseñanza y la investigación.
Dejemos pasar algo de tiem po: el necesario para que esta situación
cam bie. Nos verem os entonces, y p o d ré inform arle en qué etapa se
en cuen tran estos trabajos e investigaciones cuyo centro es usted.
Le anexo a la presente un texto escrito d u ran te la últim a prim avera.
H abla de conceptos y d e personajes totalm ente ajenos, en su aparien­
cia, a sus problem as. Sin em bargo usted verá, com o en u n espejo,
d ó n d e m e encontraba, y quizá podrá deducir dónde estoy, suponien­
do que haya avanzado u n poco desde entonces. N o es necesario que
le diga que este texto se publicó en La Pensée,7 y que debía em pezar
p o r los rudim entos.
Le envío mis m ejores deseos para su trabajo. Sabrá que todavía
esperam os infinitam ente de usted.
Le confirm o la en o rm e estim ación en la que lo tengo.

[Louis Althusser]

5 R o b ert Flaceliére acababa de ser n om brado d irecto r de la ENS.


6Je a n Prigent.
7 De trata del artículo “Sur la dialectique m atérialiste” [“Sobre la dialéctica m ateria­
lista”], La Pensée, núm . 110, agosto 1963, pp. 5-46.
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C arta de L acan a A lthusser del 6 de ju lio de 1964 (Fondo A lth u sse r/ Archivos IMEC).
LE CHAMP FREUDIEN

COLLBCTION DIRIGÉB PAR JACQUES LACAN

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D edicatoria d e Jacques L acan a Louis A lthusser sobre su ejem plar d e Escritos (F ondo
A lth u sse r/ Archivos IMEC).
3. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER

Muy estim ado amigo:

Q ué precioso testim onio constituye para mí su carta.Q ue se haga oír


a la distancia en la que usted se en cu en tra lo que dirijo a u n prójim o,
a m enudo opaco, es la justificación de la fe que parezco atribuir (al
p u n to de desconcertar a algunos) al sim ple acto de decir, al sim ple
hecho d e hab er dicho (son ellos quienes se expresan así).
Su artículo8 lo estoy estudiando. Me apasiona, y reencuentro en él
mis preguntas.
P ero persiste la urgencia que m e im pone preguntarle la h o ra que
le rogaba el o tro día.
Así, pues, cuando usted quiera.
Suyo,

J. L.
Sábado 1 de diciem bre d e 63

4. LOUIS A LTHUSSER A JA CQ U ES LACAN

París, 4 d e diciem bre de 63

Estim ado Lacan:

H e pensado m ucho en nuestra reunión de ayer.9 T enía m uchas otras


cosas que decirle, pero sin d u d a tendrem os el tiem po, o la o p o rtu n i­
dad. Es necesario disponer de un poco de tiem po para abordarlas.
A hora —y es bastante com prensible— usted se encuentra bajo la
urgencia de la situación im posible que le provocaron, p ero p o r sus
efectos, tan to subjetivos com o objetivos. U n testigo externo, sobre
todo ex terno al m undo que fue objeto de todos sus esfuerzos, sólo
pued e b rin d arle su sim patía y su com prensión. T em o que no lo ayu­
den gran cosa, y que se en cu en tre solo frente a su am argura. T odo lo

8 “Sur la dialectique m atérialiste” artículo m encionado.


9Jacques L acan y Louis A lthusser se en co n traro n p o r prim era vez la víspera, y
cen aro n ju n to s.
q u e pu ed o ofrecerle: algunas reflexiones en voz alta, ju stam en te en
no m b re de la exterioridad q u e constituye al testigo que soy.
Mi pregunta: qué en ten d iero n de su discurso —pregunta en la que
otros (y Delay el prim ero) debieron insistir—tiene para mí u n sentido
m uy p rofundo. Le voy a decir p o r qué: po n e sobre el tapete el acceso
a la teoría (de una disciplina cualquiera: trato una cuestión muy
general) de los que se en cuentran sum ergidos en el horizonte de u n a
práctica, ya sea que la m anejen, o que sean, si m e atrevo a decirlo, su
m ateria. U na práctica muy, m uy particular: p o r la razón de que antes
de usted, su teoría no existía. ¿Cómo se puede ten er acceso, desde el
seno m ism o de u n a práctica m anejada o vivida, obcecadam ente
m anejada o vivida, a su concepto? Problem a de pedagogía, se dirá, pero
en verdad, y en últim a instancia, no es u n problem a de pedagogía. Es
u n p roblem a totalm ente diferente, que atañe a la transición de lo que
llam aré u n a “verdad práctica” (practicada o vivida) a la teoría de esta
verdad o a su concepto. A hora bien, en el fondo, éste es u n problem a
teórico específico y capital. U sted dem ostró de m anera adm irable que
los problem as de la técnica analítica no podían ser resueltos al nivel
m ism o de la técnica, que se requería u n salto: el recurso a la teoría, y
q ue sólo la teoría decida en últim a instancia y determ ine los problem as
d e la técnica; ¿qué quiere decir esto? ¿Q uiere decir que p o r un lado
existe u n a técnica p u ra y sim ple, que no sería más que técnica,
practicada p o r gente que no tiene ni idea de la teoría, y a quienes hay
que enseñ ar esta teoría para que después puedan reform ar su técnica?
N o es así com o suceden las cosas. El conflicto no está entre u n a técnica
p u ra sin teoría, y u n a teoría pura. No existe la técnica pura, y usted
tam bién lo dem ostró. T oda “técnica” que se p re te n d e p u ra es, en
realidad, u n a ideología de la técnica, es decir u n a falsa teoría. Y de
h echo esto es lo que im plica su tentativa: usted no les enseña a
p ersonas que no son más q u e técnicos sim plem ente obcecados, o
ignorantes, al enseñarles sólo la existencia y la necesidad de u n a teoría;
usted es quien enseña a supuestos “técnicos” puros la verdad de su
práctica, con la condición absoluta de destruir algo que no sea
ignorancia u obcecación, quiero decir u n a ideología, la falsa teoría
que es la com pañera forzosa d e la falsa inocencia d e los técnicos puros.
T o d a pedagogía no puede, pues, consistir en enseñar u n a verdad a u n
ignorante, o sea en llenar u n vacío con un lleno; toda pedagogía
consiste en sustituir, con u n a teoría explícita y verdadera, u n a teoría
im plícita y falsa, en remplazar una ideología espontánea (en el sentido
leninista; en el sentido en el que el hom bre, ya sea sindicalista o
analista, es p o r naturaleza u n animal ideológico —esta frase n o es de
L enin—) p o r u n a teoría científica. A hora bien, lo que distingue a u n a
teoría científica explícita y consciente d e la ideología im plícita y
esp ontánea a la que debe remplazar es u n a discontinuidad radical. En
el sentido preciso, podem os decir que la pedagogía no tiene n ad a de
fenom enología, ni siquiera disfrazada: no existe ninguna transición
in tern a d e la ideología a la ciencia. T oda pedagogía es necesariam ente
ruptura y, p ara ser algo más que u n com prom iso o u n a ilusión, debe
ejercerse en las form as conscientes de esta ruptura. (Tom o el térm ino
de fenom enología, m e h ab rá entendido, en su sentido hegeliano: en
el sentido del desarrollo inm anente de la conciencia, desde sus form as
elem entales-originarias que se niegan com o elem entales-originarias en
y desde su prim era posición-pretensión, hasta sus form as superiores,
que, p ara H egel, están ya “en germ en” en las prim eras). La pedagogía
tradicional tom a n ota de esta exigencia teórica en sus form as de
existencia práctica, aunque sólo sea en la distancia institucional que
separa al m aestro de los alum nos, etc. No insisto. Estas form as p u ed en
ser aberran tes en sus m etam orfosis; son, com o existencia m ism a de la
ru p tu ra de esencia entre la ideología y el saber, esenciales para la ver­
dad de la esencia de toda pedagogía. El que estas form as se m antengan
en estado práctico, sin ser reflexionadas, es lo propio de la pedagogía
de la m ayor parte, si no es que de todas las difusiones de conocim ien­
tos actuales. Es evidente q u e la no reflexión sobre estas form as d e la
ru p tu ra (que fundam enta toda pedagogía de u n a ciencia en el elem en­
to inevitable d e la ideología), el no concepto de estas form as d e la
ru ptu ra, o dicho de o tra m anera, la no tem atización explícita y teórica
de estas form as esenciales de la ruptura, p u ed e dañ ar gravem ente, en
ciertos casos precisos, a la ciencia que constituye precisam ente el objeto
de la pedagogía en cuestión. En ciertos casos precisos, la teoría de la
pedagogía, p o r lo tanto la teoría de la ru p tu ra (o de la discontinuidad
absoluta existente entre la ciencia y la ideología), debe ser desarrollada
y expuesta desde u n p u n to de vista teórico, pues form a parte orgánica
de la ciencia q ue precisam ente debe ser enseñada. C onozco p o r
experiencia u n caso en el que esta teorización de la pedagogía de u n a
ciencia, com o p arte integrante indispensable d e la ciencia que se debe
enseñar, es absolutam ente indispensable p ara la práctica teórica de
esta ciencia: la filosofía (note que, en mi opinión, esta tem atización es
indispensable p ara toda pedagogía teórica, pero esta exigencia no
es reconocida, salvo en filosofía, o p o r lo m enos p or ciertos filósofos).
La historia de la filosofía m uestra que este problem a fue planteado
conscientem ente desde hace m ucho tiem po (y desde el propio Platón)
p o r los grandes filósofos, mas no fue resuelto, pues todas sus solucio­
nes son míticas, p ero p o r lo m enos plantearon el problem a. La
solución m ítica p o r excelencia, que niega lo que perm ite el plantea­
m iento mismo del problem a; o dicho de otro m odo, la teoría de la
posición del problem a d e u n a m anera que im pide no sólo su solución,
sino su propio planteam iento, es la fenom enología de Hegel. O m ito
este p u n to , p o r lo dem ás excitante, que resulta dem asiado fácil de
desarrollar.
U sted conoce el otro ejem plo: el psicoanálisis. T odo lo que m e dijo
de sus investigaciones actuales sobre el deseo del analista va en este
sentido. Es el encuentro, en form as y estructuras específicas, d e este
problem a, p o r p arte del psicoanalista, en su p ro p ia im agen de sí, pero
en general no reflexionada. U sted está analizando este en cu en tro (¡y
m uchas otras cosas!) en sus investigaciones actuales. C reo que com ­
p re n d e rá entonces a lo que quiero llegar.
Me sorprendió enorm em ente su respuesta: “Lo que les digo les dice
algo, los modifica, transform a su actitud, su reconocim iento de la
realidad, su m anera de ab o rd ar la realidad analítica.” Lo decía tanto
de los analistas que lo escuchaban com o de los analizados (en vías de
análisis) que lo escuchaban. Le lanzaron a la cara que en resum idas
cuentas ésta era u n a intervención del analista sobre sus analizados,
que las form as públicas y al parecer im personales, p o r lo tanto
objetivas, de la intervención (toda teórica, toda teoría) podían servir
de coartada o de m áscara, etc., para u n a intervención vivida com o real
p o r sus oyentes en vías de análisis. R eúno fenóm enos a través d e los
argum entos mismos que le oponen, sin que, en mi opinión, estos
fenóm enos puedan servir alguna vez de argum ento contra usted.
R etengo d e todo esto lo que a p rim era vista es muy disparatado, que
es usted quien pron unció las palabras, las palabras m aestras de la
situación. Los que lo escuchaban, desde el seno m ismo de su “viven­
cia”, ya fuesen analistas, practicantes, o analizados, “practicados”, cada
u n o en su lugar sujeto-objeto de la práctica, de u n a m ism a práctica
vivida y no pensada, pues los pensamientos de los analistas practicantes
en realidad eran tan poco pensamientos com o los de los analizados,
todos estos oyentes del concepto que usted les daba, del concepto d e su
práctica vivida, todos estos oyentes no tenían derecho al concepto de la
ru p tu ra im plícita en su em presa.
Si digo algo escandaloso, usted m e corregirá. Me explico. La
ignorancia teórica general d e ellos, es decir su ignorancia de la exis­
tencia y de la exigencia de la teoría überhaupt (haciendo abstracción de
todo contenido) era tal, es decir su falta de form ación teórica en
general era tal (y de esto, ¿quién tiene la culpa, más que la actual
enseñanza universitaria, y p o r lo tanto la enseñanza em pírica d e la
m edicina, etc.?), que la em presa de hacerlos pasar d e su “vivencia” a
su p ro p ia teo ría era casi desesperada, pedagógicamente hablando (según
la esencia m ism a de toda pedagogía); que la em presa de sacarlos com o
de la m ano de su p ro pia vivencia o de su p ro p ia situación práctica, de
enseñarles el dibujo o el pu n tead o de la teoría m ism a de esta práctica,
era casi desesperada. No se pasa sin ru p tu ra de u n a práctica a su
concepto, d e u n a vivencia a su concepto. Esta ilusión fue tem atizada
p o r filosofías conocidas, com o la de Hegel antaño, y más recientem en­
te la d e H usserl, o la de M erleau. Digo tem atizada, es decir, aceptada
o expresada en conceptos, en los conceptos mismos producidos por
esta ilusión, y p o r lo tanto en conceptos ilusorios. La vía de M erleau,
fundam entalm ente, era ésa. P or ello nunca se cruzó con la d e usted,
en la teoría, se entiende. P or ello M erleau, que necesitaba (y sin du d a
p o r razones vitales, que aparecen claram ente en el adm irable artículo
de Sartre sobre él en Temps Modemes en el que usted fue el ú n ico 10 en
tratar a este gran m uerto de u n a m anera digna de él, es decir hablando
de él com o si estuviera vivo)n esta seguridad de la continuidad, nunca
logró llegar al inicio de la com prensión de lo q ue se cuestionaba en el
análisis; su teo ría sobre ello es aberrante, y desarm ante en su aberra­
ción p o r su infantilism o teórico (tom o el térm ino en u n sentido casi
técnico: en el fondo de todo ello había cierta relación no resuelta con
su m adre). M erleau pensaba q ue de la “vivencia” a su concepto había
u n a vía trazada, salida de la vivencia misma, com o el árbol d e R uth de
las entrañas de Booz, o com o el niño del vientre de su m adre (la
im agen de Booz es u n a cosa; la placenta, el cordón, es otra). Este m ito
de u n a vía inscrita en la noche misma p o r esencia para conducir al
día, que ya es el p u n tead o y la inm inencia del día, su prom esa, su
futuro en vías de m aduración; este m ito de la prim avera sorda y tierna
que en lo d u ro del invierno vela y crece hasta que llegue mayo; este
m ito del sol que vela en la noche misma, sim plem ente oculto p o r el
revés d e la tierra, el o tro opaco de su presencia misma, y que aparece

10 A lthusser había escrito prim ero “los únicos”, luego tachó el plural.
11 Cf. el n ú m ero especial de Temps Modemes, núm . 184-185, 1961, consagrado a
M aurice M erleau-Ponty, con artículos d e je a n H yppolite, Jacques Lacan, C laude Lefort,
Jean -B ertran d Pontalis, Jean-Paul Sartre, A lphonse d e W aehlens y je a n W ahl.
al am anecer lo que estaba en la tiniebla, tiniebla que no es más que
luz (Feuerbach, q u ien había tom ado esta idea de quién sabe dónde,
¿lo sabía usted?, decía que los cuerpos opacos no son m ás q u e luz,
p ero en form a de la luz ínfima, que, en definitiva, la esencia jam ás
tien e contrario, puesto que su contrario no es más que sí mismo
alienado). Pues hem e aquí sin du d a lejos de M erleau, pero m uy cerca
de la ilusión d e quienes no reflexionan sobre la ru p tu ra que deberían
estar en condiciones de conocer, o de quienes no reflexionan sobre
ella pues aún no han llegado al punto de intuirla, este m ito espontáneo
en el que co m únm ente los hom bres se representan su relación con su
saber en form a de su no-relación con sus condiciones reales, este m ito
q ue rep resen ta p ara ellos su voto de u n porvenir sin historia, sin
ru p tu ra, en lo im aginario de un pasado que los condujo a d o n d e se
encu entran , y q ue no está separado de ellos, este m ito im aginario en el
q ue los hom bres encarnan cada día su seguridad teórica um bilical (los
filósofos y su m adre, bello lem a de tesis; m e refiero a los filósofos
idealistas), este m ito, e n fin, define la condición real de la m ayoría de
quienes enseñan u n saber a los que los escuchan.
Q u e p o r añ ad id u ra los unos y los otros sean analistas agrega a ello,
sin duda, algo esencial.
Vuelvo a sus oyentes. Esta condición, toda su enseñanza, y lo que
es más, su forma misma, constituye la denuncia. Desde luego usted
ofrecía, a quienes acudían a recibirlos de sus m anos, los productos de
u n a pesca en la que cada quien podía reconocer, p rim ero de lejos,
luego más de cerca, sus propios salm onetes y todos los som bríos
cautivos de las profundidades. Aún vivían en la red de las palabras.
E ran suyos, p ero tam bién de ellos: peces m ultiplicados, y todos
com ulgaban an te la evidencia pública de esta m ultiplicación. Sí, veían
q ue eran sus propios fondos lo que usted subía a la superficie, en esos
seres m udos y vivos, sin darse cuenta de que en u n a red se puede
atra p ar todo, salvo el m ar. El m ar... usted deseaba p o r m edio de un
esfuerzo desesperado decirles que estaba ahí, en sus productos, y más
que el m ar, el cielo q ue los dom inaba, esa pesada capa d e aire sin peso,
tan ligera p ara la respiración hum ana que los hom bres se m ueven en
ella com o en el líquido m ismo de su m irada, de su voz, sin problem as,
es decir sin en fren tar jam ás su problem a: esta ausencia de tropiezo;
más que el m ar, la tierra bajo ellos, que soporta sus pasos y sus cuerpos,
y su satisfacción misma, y p o r ende hasta su corazón. U sted los alertaba
con grandes gritos, denunciando lo ilusorio de su paz, todas las
ilusiones que llevan los nom bres de nuestros enemigos: gritos am argos
de sospecha que para ellos muy a m enudo no eran más que u n a m anía
que había q u e tolerarle a usted, el precio d e su libertad, no forzosa­
m ente la condición m ism a de la libertad de ellos. Su lenguaje m ism o,
los giros q u e ge le reprocharon, el estilo del decir, en los que algunos,
que le desean un bien, ven el recordatorio m ism o de la articulación
prim ordial, en la extrañeza de u n a instantánea en la que de golpe se
ven m irados poruña verdad que no les devuelve su m irada, d o n d e su
pro p ia m irada encuentra en sus palabras su p ro p io vacío (la m irada
del ojo m u erto de ellos, que pensaban vivo), su oído parlanchín, su
p ro p ia so rd era radical —su lenguaje m ism o era advertencia, adverten­
cia desesperada. Aquellos que le desean u n bien oyen en este silencio
d esconcertante lo que co m p ren d en com o el lenguaje del otro, vuelto
así casi presente, desde el foro, en tre ellos. N o m e ven, p ero m e
encu en tro entre ellos. No m e escuchan, sin em bargo yo les hablo. U na
vez más, ah í su propia vivencia se buscaba y se encontraba en u n a
pru eb a en la que se trataba de algo totalm ente diferente: de u n a
ruptura teórica, y no de la alegoría del silencio.
En resum idas cuentas, así veo a sus oyentes. No es desde den tro ,
sino desdefuera, como se p u ed e anunciar que ha advenido u n a ruptura,
que la ru p tu ra se ha consum ado, y que es necesario, para co m p ren d er
el d en tro mismo que se vive, empezar por ella. Esta idea, o más bien este
concepto del fuera absoluto (teórico) com o condición de posibilidad
de la inteligencia teórica del d en tro mismo, no tenían ningunas ganas,
en el fondo, de recibirlo de usted. Se q u ed aro n en su dentro, piensan
que eso les basta para diez años, nunca se va dem asiado lejos [en busca
de] el placer de volver a casa, o más bien, cuando se ha viajado u n
poco, b asta con ir a d ar u n a vuelta al bosque de C om piégne, puesto
que después de todo, en cuanto se sale de la ciudad, son los mismos
árboles, y la campiña y el aire, ¡el aire!, el m ism o aire p o r todas partes.
N unca se busca demasiado cerca el placer de volver a casa. N unca se
busca dem asiado cerca el placer (la seguridad) de quedarse en casa.
¿Podía usted hacer más? Sin [duda] lo hubiesen perseguido antes.
Y estas m ismas advertencias p o r m edio de las cuales, al hablarles de
H egel y d e Platón, y de filosofía, usted pretendía indicarles que existe
un lugar p ara la teoría, que tiene sus mapas, que tiene su casa, que no
era la de ellos; quizá tam bién se consideraba que estas mismas adver­
tencias eran una de las m anías que había que perm itirle —puesto que
se tratab a d e usted—, esperando que pasaran; estas referencias tam ­
bién favorecían la necesidad d e seguridad de ellos: no estar solos, sino
ten er testigos afuera, grandes testigos p ara tranquilizar ese fondo
in q uieto del alm a q u e no pide más que la seguridad, y no el conoci­
m iento. Q ue R icoeur los haya em ocionado ta n to 12 revela, en mi
o pinión, que buscaban p o r encim a d e todo, no el conocim iento que
u sted p reten d ía im ponerles, sino el sim ple reconocim iento, que pue­
de adquirir la form a conm ovedora, desde luego, —¿pero q u e tiene que
ver?—, de u n h o m b re honesto que n arra sus relaciones con el psicoa­
nálisis, es decir co n su ignorancia. M erleau, R icoeur, quizá próxim a­
m en te otros, gratificaciones, con la ventaja d e la garantía universita­
ria... pues sí, la filosofía tiene sus oficiales com o la psiquiatría tiene a
sus Delay, y adem ás con generosidad, y sinceridad, aun cuando se está
en el colegio o se deja uno llevar a él. U sted les hablaba de la existencia
de la teoría citando a H egel y a Platón; ellos com prendían que [desde]
to d a la etern id ad n o estaban solos, y que, p o r ese hecho, podían,
ju n to s, gozar de la seguridad del testim onio d e su existencia. U sted
sabe: esta vieja p ru e b a de la existencia de Dios p o r el consentim iento
universal, que en algunos hum anistas del siglo xv vem os adquirir la
form a, digna de su aristocracia intelectual, de la p ru eb a p o r el consen­
timiento de los Grandes Autores.
¿Podía usted h acer más? U sted era para ellos, sin im p o rtar lo que
hiciera, alguien de adentro. A lo sum o, alguien que da testim onio sobre
u n afuera, sobre el afuera. Sea. P ero le habían delegado p o r adelanta­
do el cargo de las relaciones exteriores, sin ir ellos mismos a ver. U sted
era su fiador. Le reconocían este cargo y esta función, pero con la
condición tácita (radical) de que los dejara en paz, en casa. Le dejaron
arreglar las cosas, es decir el d en tro , su dentro, su interior, su
“in terio r”, sí; y luego, cuando en co n traro n que con eso bastaba, que
usted se volvía u n estorbo, que ya sabían bastante, que tenía b u en
aspecto, el aspecto q u e los clasificaba, se las arreglaron para que u n día
se le cerrara la p u e rta en las narices. Éste es el orden. No el o rd e n de
las razones, o sea d e la razón, sino de las conveniencias. Hay que
pen sar en el porvenir, es decir en el presente.
T od o esto para d ar un sentido a lo que al final de nuestra reunión,
cuando recorríam os las calles antes de que cerraran las tabaquerías,
le decía precisam ente sobre el afuera. Sí, existe u n afuera. A Dios gracias.
Y u n día, de grado o p o r fuerza (por fuerza, pero u n día sabrán p o n er

12 Se trata m uy p robablem ente del coloquio sobre “El inconsciente” que tuvo lugar
en Bonneval del 30 d e o c tu b re al 2 de noviem bre de 1960, d u ra n te el cual intervino
Je a n R icoeur. S obre este episodio, véase É. R oudinesco, La ba.ta.ille de cent ans. Histoire
de la psychanalyse en France, t. II, op. cit., pp. 317-328.
b u en a cara), deberán reconocer directam ente, sin interm ediario en­
cargado d e esta im posible misión, sin p o d er descansar en alguien que
los p ro teg ía desde el afuera que anunciaba, que este afuera existe.
Afuera. En lo sucesivo, usted está afuera. En su verdadero lugar: el
de sus razones, el de la razón.
Ahí, no está solo.
Basta con ponerse a trabajar —usted, que no h a dejado de trabajar
con quienes trabajan en este afuera.
U na sim ple cuestión de organización del trabajo. Esto se arregla.
Hay precedentes.

Suyo,

[Louis A lthusser]

5. LOUIS ALTHUSSER A JA C Q U ES LACAN13

París, m artes 10 de diciem bre [1963], 18 h.

Estim ado Lacan:

Su silencio tiene para mí u n gran valor. Lo esperaba. Podía haberm e


contestado —o más bien alguien muy diferente a usted m e hubiese con­
testado— eludiendo la cuestión de mi texto.14 U sted, no. U sted tiene
todo el arte y el talento necesarios para zanjar con u n a palabra una
cuestión, esp an tar a las moscas, o al in o p o rtu n o , o al parlanchín. Pero
no es un ho m b re que lance palabras a las cosas, aunque sea para
deshacerse de ellas. U sted sabe que u n a palabra o u n silencio, cuando
son la palabra y el silencio pertinentes, la últim a palabra en sentido
estricto —q u e puede ser silencio—, son lo m ismo. Sí, la últim a palabra
sobre la cosa es la cosa misma. Y cuando la cosa está en la últim a
palabra, es decir en el p u n to en el que sólo la palabra que se le pueda

13 C arta n o enviada: véase nu estra presentación de esta correspondencia, pp. 237


Señalam os aquí la existencia de u n a transcripción anónim a, incom pleta y a m en u d o
incorrecta, d e u n a grabación h ech a p o r Louis A lthusser el 8 d e diciem bre de 1963 sobre
“el final del análisis”, e n co n trad a e n sus archivos.
14 Es m uy probable que Louis A lthusser haga referencia a su carta anterior, del 4 de
diciem bre.
conferir es la que consagra su extrem idad, la de su evidencia cruda,
de su existencia m ism a, entonces se encu en tra el origen, en el pu n to
en el que nace: su propio abism o en el instante m ism o e n el que lo
niega para ser.
Su silencio es invaluable.
U sted en ten d e rá que me dirijo al au to r de sus escritos, al pensa­
m iento que los habita, y que bien puede reír de los rem ilgos y de las
bajezas de la necedad histórica, la necedad ideológica de esta época,
de las venganzas solapadas, del rencor, de la revancha desesperada de
los hom brecitos a los que marcó (sí, tal com o usted dice, tan bien, que
el deseo está marcado), que la necedad ideológica históricam ente
inevitable de la actual coyuntura m aquinó contra usted. Su pensam ien­
to vivirá, crecerá, y estos enanos volverán a su m edida, setos podados
al ras que para tod a la eternidad fueron intim ados a p ro teg er de nadie
los arriates de las avenidas de Sainte-Anne. A nadie le im porta, nadie
los ve, ni siquiera el jardinero que les corta el cráneo una vez al año. Y
sin em bargo seres que cam inan, y que a veces tienen pensam ientos,
q ue pasan cada día p o r las calles. Protéjam e de las im ágenes de
indignación, pues n o son admisibles, rebajan el debate, que m e niego
a red ucir a las condiciones irrisorias de los que lo abrieron.
Le hablaré con o tro lenguaje, el de su obra. Pues es usted, desde
luego, hom b re dem asiado conocido p ara que yo lo conozca, y a quien
adem ás no conozco (com o se dice “conocer” cuando se habla de un
“co nocido”: es, o n o es, de “mis” “conocidos”), quien m e hablaba la
o tra noche. Yo lo escuchaba, y creo haberle dado señales de ello (sin
que jam ás haya necesitado “prestarle” atención, com o se dice, pues
estaba d ada p o r adelantado, y cuánto, no puede dudarlo), yo lo oía,
com o a veces se oyen las arm onías de las cuerdas re p etir en otro
pentagram a la m elodía que se toca; lo oía a dos alturas.
A la altura de su actual tragedia personal; tragedia puesto que los
hijos de su voz, q u e usted sabe que son sus hijos y com etieron este
crim en, le co rta ro n la garganta; que usted se negó, solo, ensangrenta­
do, a aceptar el único acto que le concedían: concederle este abandono
al que se llama desesperanza, que es la m uerte en la vida misma, la
m u erte pública sin hom icida asignable, que les hubiese dado todo el
provecho del crim en sin los riesgos de su sanción (existen otras aparte
de la legal). U sted perm aneció solo, y yo, que no lo “conozco”, no
podía ser más que el testigo de esta soledad, de su valor y d e su orgullo.
Si no lo hubiese escuchado a esta altura, sólo hubiera sido u n testigo
más d e la larga lista de los testigos im potentes de las tragedias
históricas, quienes, a veces, llevan nom bres que no son M adrid y
Barcelona. A veces, estos testigos cuentan más tarde sus recuerdos,
u n a película o u n relato desarticulados, tan trágicos com o lo que
vieron, con la distancia que hace tolerable, p ara los que no fu e ro n
testigos, su testim onio intolerable (para los no testigos, y p ara los
propios testigos). Sin d u d a no es una casualidad —N ietzsche lo había
sentido en u n instante m ilagroso antes de caer en el abism o de los
gritos de sufrim iento— que los testigos de lo trágico no p u ed an
sop ortar su recuerdo, es decir su sufrim iento, salvo a condición de
hacer de él u n a obra para ver. Lo que vieron q uieren que otros tam bién
lo vean, en im ágenes, p ara ya no estar solos, p ara que la soledad, que
es lo trágico mismo, cese p o r fin p ara ellos p o r m edio de su distribu­
ción pública, para que en u n espectáculo público (pues u n libro se lee
solo), se im ponga a los hom bres, bajo la ficción y la tram pa del arte, se
com parta y se funda en esta difusión, la indecible e intolerable soledad
que los m arcó para siem pre. Fuera de esta distribución, no tienen ellos
o tro recurso que el grito público de su sufrim iento, p ara que p o r lo
m enos —n u n ca se sabe— los otros los oigan, q u e ya no estén solos
gritando su soledad, com o los perros heridos q u e ro n d a n con largos
quejidos la noche, y que no gritan más que de noche, no de día, pues
de día p o d rían ver que no se los oye. El grito d e este sufrim iento en
la noche es u n libro: el p ro p io Nietzsche, a q u ien ato rm en tab an las
m ultitudes que com ulgan en público con las obras de W agner, pero
que sabía, p o r u n a prodigiosa conciencia, es decir inconsciencia, que
p ara ciertos gritos se necesita la protección d e la noche (un libro no
se ve cuando no se ve quién lo lee, no se verá y hasta el final se vivirá con
la esperanza desesperada de que no es leído, se vivirá de creer que qui­
zás es leído, v erdaderam ente leído, comprendido p o r u n o de los que lo
adquirieron). El au to r del Nacimiento de la tragedia, el ho m b re que
había com prendido por un chispazo que era para siem pre el testigo de
lo trágico, y que estaba m arcado para siem pre p o r él con el sello d e la
soledad, tam bién sabía que le estaba para siem pre prohibido liberarse
del espantoso espectáculo d e lo trágico del que había sido testigo,
espectáculo pues no había sido su testigo de carne y hueso, sino el testigo
de la razón, y había vivido lo trágico de co m p ren d er qué era lo trágico:
no le qued ab a sino la noche de un libro, d e los libros, d o n d e gritar a
todos los hom bres esta soledad, que es el sufrim iento m ism o, el
abism o de vivir, en la noche, para conservar la esperanza desesperada
de que o tro lo oiría. La voz, cuando dice lo trágico y lo dice en la noche,
no es más que grito, largo grito que ya no cesa, p ara d ar hasta el final,
h asta el últim o instante, una probabilidad a su esperanza, es decir a
su desesperanza d e no ser jam ás oído.
A Dios gracias, le escribo; p o r lo tanto usted calló. Lo escuché, pues,
tam bién a o tra altura; usted hablaba, pues, tam bién a o tra altura. Su
silencio es p o rq u e en usted continuaba vivo un discurso que no era el
g rito de la indignación y de la am argura, dando al ho m b re que usted
es la razón y el valor de este silencio. (Edipo callaba, es decir hablaba,
y d e las flores y de los ríos que ya no veía hablaba, hablaba de o tra
cosa, en él hablaba u n a razón, u n a verdadera, quizá la p rim era en el
m u nd o, la que N ietzsche, ensordecido p o r su propio sufrim iento, no
oyó, la que él siem pre confundió con la cobardía razonadora de
Sócrates, ya que no p u d o oír —usted sabe p o r qué—esta razón a la que
su prehistoria de h o m b re lo había vuelto sordo, esta razón p o r la cual,
en el espectáculo m ism o de la tragedia, u n hom bre, llam ado Sófocles,
indicaba a todos los hom bres, y a nosotros, p o r prim era vez en el
m undo, que el arte puede ser algo más que u n refugio, y el espectáculo
de la tragedia algo m uy diferente a la distribución de u n sufrim iento:
el nacim iento m ism o de la razón.)
Sí, yo oía en u sted otro discurso. N o es u n a casualidad, vuelvo a
ello, que usted m e haya hablado de su trabajo sobre el deseo del
analista. H abría d u d ad o de usted —¡Dios no lo quiera!; en fin, u n a
tragedia puede verdaderam ente abrum ar, p o r lo m enos d u ra n te un
tiem po, al más valeroso de los hom bres— si m e hubiera dado p o r
m edio de u n a chispa fulgurante la pru eb a de que no sólo nada en
usted había h echo mella, sino que ya estaba en el p u n to m ism o en el
que se lleva a cabo el com bate que quizás algunos piensan o lam entan
hab er ganado tan rápido, hasta el p u n to en que nadie sabe, salvo
usted, y quizá yo, que el com bate en efecto se lleva a cabo. U sted
pro n u n ció dos frases que eran dos chispas (y cuando estas chispas
cruzan la noche, ya no hay noche; en verdad no hay noche p ara usted,
no la necesita p ara nada com o cóm plice de u n a esperanza que desde
el principio usted rechazó). U na frase sobre el m atrim onio del analista,
de tal analista, y sus asuntos, y sus fascinaciones políticas. Eso bastó.
L uego una frase sobre el deseo del analista. Esta vez, ya n inguna duda
e ra posible.
U sted tiene al adversario agarrado p o r el cuello: a aquellos mismos
q u e deseaban privarlo d e la voz usted los tiene en sus m anos y,
naturalm ente, n o lo dudan. Éste es el orden. Es preciso que su
debilidad los traicione. La debilidad siem pre se paga, cuando se sabe
darle en el p u n to débil, en el p u n to últim o en el que no es sino
debilidad. Las arm aduras (que tam bién p u ed e n estar recubiertas de
blasones y d e insignias, las arm aduras, que no son más que blasones)
el últim o d ía no recubren más que carne desnuda, vientre y garganta.
Puesto que pelean, los hom bres lo saben, y contaron su gran m iedo
en los relatos de los com bates en los que los grandes mismos ya no
tienen, p ara o p o n er a las heridas de la m uerte, más que la últim a
m uralla d e todas las protecciones del m undo: u n poco de m etal al que
u n artesano bajo el sol ruidoso de u n a fragua dio la form a to rp e de
u n h om bre, esta m uerte irrisoria del acero p ara preservar la desespe­
ranza d e u n cuerpo, vivo, p o rq u e está d esnudo. Usted descubrió este
p u n to débil, su debilidad misma, la arm ad u ra pública de estos seudo-
rreyes desvestidos. Ya están vencidos, y m ueren. Ya los dejó atras.
U sted siguió su cam ino, hacia otros com bates, la vida, vaya.
H e aquí com o yo haría h ablar a la razón que habla en usted: o más
b ien la dejo hablar, sin ser m ás que su voz, sin hacer más que escandir,
com o usted dijo en otras ocasiones, el discurso que ya pronuncia, y
desde hace m ucho tiem po, pues usted no pronuncia más que u n solo
discurso desde hace veinte años.
El deseo del analista. U sted lo buscaba en E l banquete.15 En verdad
buscaba en El banquete la ilusión del deseo del analista en él m ismo,
ya q ue Platón nunca le dio la palabra, com o discurso form alm ente
irreprochable (si nos interesa) (podem os interesarnos en ello legítim a­
m ente) más que a las ilusiones que deseaba hacer reconocer a los
h om bres com o el contrario de la ilusión. N o sé lo que usted sacó de
El banquete; ten d ría que releerlo para reorganizar su posible discurso.
Voy a los hechos; El banquete no le sirviójam ás, com o todos los objetos
filosóficos q ue usted utilizó en su obra, m ás que de guía trascendental.
(No en el sentido de la ilusión que desarrolla sobre sí m ism a toda
filosofía trascendental, cuando se p reten d e tal, sino en el sentido en
el que la filosofía desconoce lo que es, cuando reconoce necesitar un
guía, el objeto físico new toniano, lo “percibido” husserliano o el
Umwelt heideggeriano de Sein und Zeit, en la form a específica del
desconocim iento filosófico —es decir ideológico—; desconocer lo que
en realidad está haciendo, en la m edida en que considera a su
im aginario filosófico com o lo simbólico filosófico mismo, y en este
reconocim iento-desconocim iento se oculta a sí mismo su condición
real, que es la de ten er estructuras totalm ente diferentes a las que
desarrolla con tranquilidad, com o si se trata ra de las de un tem a -¡¡u n

15 Cf. Jacques Lacan, Séminaire VIH: [Le tranfert], París, Seuil, 1991.
tema!!— trascendental. U sted conoce p o r experiencia estas confusio­
nes, e hizo de ellas, desde el foro, a propósito de o tro objeto, la teoría.)
Voy pues a los hechos. Y en dos palabras.
El deseo del analista. R em ite al deseo del analizado. Deseo de un
deseo. Estructura dual de la fascinación, de ahí tantos análisis inter-
mi nables-i nterm inados.
Estructura dual de la fascinación que, com o todas las estructuras
duales de la fascinación, produce lo im aginario que requiere para
so p o rtar este destino, es decir para no salir de él; el m iedo, verdad, es
siem pre bu en consejero. Este im aginario puede ser tratado en sí
m ism o com o u n significante. Y tam bién se puede hacer d e él un
discurso, que te n d rá la estructura form al de u n discurso, en lugar de
ser u n a sim ple repetición de fantasmas; u n discurso con la peq u eñ a
diferencia de que será, en El psicoanálisis de hoy en dos tom os de p u f ,
u n discurso d e lo im aginario, y no sobre lo im aginario (éste se
p ro n u n cia tam bién en la misma editorial, ¡admirable hogar! pero,
n ó telo bien, en o tra colección). U sted sabe, lo dijo tan bien: hay, en
este o rd en , discursos que no son más que repeticiones, y discursos
que se p ro n u n cian com o tales, a condición de fabricarse (operación
n ad a im aginaria sino muy reflexionada, conscientem ente reflexiona­
da; lo im aginario tiene derecho pleno y total a la categoría conciencia,
q ue es la categoría filosófica núm ero 1 de lo im aginario filosófico,
im aginario perfectam ente consciente, quiero decir deliberado), de
m anera p u ram en te artificial (una técnica muy objetiva: nada im agina­
ria, pues es p u ra y cínicam ente producción deliberada de lo im agina­
rio, la técnica de fabricación de lo im aginario de Paris Match), cons­
cientem ente artificial, los pequeños suplem entos técnicos necesarios
para que el discurso se pronuncie, las pequeñas extensiones para que
no sea dem asiado corto: algunos conceptos, com o la relación de ob­
je to , d e los que u sted dijo para siem pre lo que hay que decir de ellos.
P ero era necesario saber m uchísimo para decir ese poco, p o r desgracia
m ucho más peligroso en la vida real y la práctica analítica, d e lo que
haría esperar, p ara quien ignora los estragos de la nada ideológica,
socialm ente indispensable para sus autores, la com probación objetiva
de que se trata de u n vacío: se entien d e que m e refiero a la nada
teórica. Mas la naturaleza le tiene m enos h o rro r al vacío q u e la
ideología, que no es sino el lleno de ese vacío, este lleno que desborda
hasta sum ergir hoy a nuestro m undo, no más desbordante que antaño
o q u e hace poco, p ero en tre antaño y hoy la diferencia es que somos,
com o testigos y c ontem poráneos de este desbordam iento, los únicos
com isionados (o convidados o suplicados) (es decir que no sean comi­
sionados o convidados o suplicados, pues la historia no tiene e n tre sus
em pleos oficiales ni censores teóricos, ni tasadores de subastas —¡ta­
sadores!—, ni pregoneros —¡el grito!; ¡el grito público!—p ara comisio­
narnos, req uerirnos o convidarnos o suplicarnos), som os, pues, p o r la
necesidad m isma que es nuestra Ley, los únicos, en virtud d e esta
condición de la posm aduración histórica h u m ana p o r la que nunca
p odem os ser nuestros propios abuelos, y de la no prem aduración
histórica h um ana que nos im pide, p o r desgracia, ser nuestros propios
nietos, som os, pues, los únicos que debem os, si se nos antoja, sí,
“d ebem o s” hacer con nuestros cuerpos u n dique para este desborda­
m iento.
Y adem ás se debe conocer lo que desborda.
Esta estru ctu ra dual de la fascinación hace que el deseo del deseo
(analista-analizado) p u ed a o p erar interm inablem ente en el torniquete
(antes d e Sartre, a quien m anifiestam ente le gustan los caballos de
carrusel, o los torniquetes d e en tra d a al M useo del H om bre —no se lo
hago decir, y p erd o n e la expresión—hubiésem os dicho en este círculo),
en resum en, en este círculo “filosófico” de la intersubjetividad, en el
que u n R icoeur (no sólo existen los caballos d e carrusel en el m undo
p ara d ar la idea de vértigo) en c u en tra con qué satisfacer (satisfacer:
categoría d e lo im aginario, ¿es exacta mi term inología?) sus legítimas
dem andas (filosóficam ente legítim as) (no pu ed o tocar su propio
im aginario, p o r no ten er d erech o , y casi no tener, a condición de no
leerlo m uy de cerca, los m edios). P ero usted nos enseñó que lo
im aginario tam bién es sólo la im itación de lo simbólico, cuya marca
lleva, p ero que jam ás marca so b re un m etal; sobre todo en el m undo
del engaño histórico de la eco n o m ía de clase, que se resum e en esta
cosa que es la m oneda, los q u in to s, vale decir u n título. La m arca viene
de otra parte, de esta o tra p a rte que es el otro, que es el nom bre de la
o tra parte, el n om bre del fu e ra absoluto, condición de posibilidad
absoluta d e todo d en tro , a u n cuando, com o el níquel de nuestros
cinco centavos, sea falso. C o n d ició n d e posibilidad absoluta de la
existencia de este falso, d e su calidad de falso, y de su estructura
misma, q u e perm ite darlo y tra ta rlo com o verdadero, si es necesario
creyéndolo verdadero (lo q u e n o es absolutam ente necesario cuando se
sale del objeto analítico) (se p u e d e estar consciente y ser cínico: la
H istoria es conciencia y cinism o, conciencia m oral quiero decir, que
no es sino la b u en a co n c ie n cia del cinism o en unos, del engaño
aceptado en los otros).
El deseo del analista está marcado, com o todo deseo, com o está
marcada (sellada) la relación-dual d e la fascinación Im aginaria (pro­
p ongo u n a I mayúscula) que constituye el círculo deseo-del-deseo
específico de la relación analítica, en el que el analista vive la verdad
m ism a de su deseo d e analista.
N o hablo —no más que usted, entonces—, de esta o tra relación dual
en la que se ju e g a la suerte de la práctica analítica: pues esta otra
relación dual es la que intenta instaurar el deseo, m arcado p o r lo
im aginario del analizado, entre él y el analista, relación dual a la que
ju stam en te el analista, que “no acepta”, se niega a entrar, p orque para
eso es analista, es decir para hacer pasar a su neurótico de lo im agina­
rio a lo sim bólico a través de las peripecias de u n Edipo, esta vez bien
escandido. H ablo d e o tra relación dual, de la que se instaura p o r el
deseo del analista, de la que es instaurada p o r el deseo del analista.
Situación com pletam ente diferente, y muy extraña p ara el analista de
la calle, quien, aunque trabaja toda la sem ana, pero nunca en dom ingo
(perdón), es y siem pre sigue siendo más o m enos, desde este pu n to
d e vista, un analista dom inguero. Esta situación instaura o tro Im agi­
nario (la I mayúscula), en cuyo seno se desarrolla el análisis de lo
im aginario (i m inúscula) del analizado, es decir, la m ayor p arte del
tiem po, un análisis que falla, que se interrum pe, que se vuelve a
em pezar con u n a tercera persona, que a su vez vuelve a iniciar el
cu en to de lo im aginario, y las cosas siguen así hasta que u n o se harta,
o q ue “con eso basta”, a partir d e cierta edad, verdad, o que ya se
“m ejo ró ” bastante (¡palabra que huele a achicoria!) para p o d er ir a
saludar a papá, m am á, o casarse d en tro d e las reglas, pues ¡bueno, hay
q u e darles gusto e hijos a Francia! En resum en, digo en resum en, pero
no es u n resum en, es muy largo, hasta es interm inable —¿puede esto
term inarse?—, el análisis term inable-interm inable, la dificultad de
trad u cir las palabras de Freud, ¿usted no cree que d ep en d a de algo
más que del sim ple asunto de los significantes, quiero decir de los
significantes, em padronados com o tales, y enum erados, en este adm i­
rable sistem a sin sacudidas ni autorregulador, ni revoluciones, del que
u n ginebrino (¡qué audacia para un suizo!, pero el am or a la estabilidad
social pued e ilum inar la estabilidad de u n sistem a en general) hizo un
día la teoría, quiero decir en un diccionario? (Y los diccionarios de
traducción, y las etim ologías que dan tantos placeres cam pesinos a
H eidegger, que nunca hubiera tom ado los Holzwege p o r cam inos si
h u b iera sido leñador, y que es filólogo casi com o es leñador, dándose
placeres forestales específicos de un habitante de las ciudades, es decir
de u n leñ ad o r dom inguero, com o se da los placeres filológicos de un
filósofo, es decir de u n filólogo dom inguero.) (Prévert, q u e ab u n d a
en malicia, dijo con razón que “el dom ingo sólo hay eso d e cierto ”, es
decir d e falso.) En resum en (de nuevo, repito) sigue así d u ran te m ucho
tiem po, y en el fondo no hay razón de q u e cese. Un analista dom in­
guero jam ás acaba verdaderam ente su análisis. Su análisis. ¡Desde
luego!, el que hace: el del analizado... no su análisis: el suyo, aun
“term inando” oficialmente, seguridad- socialmente, Delay-psiquiatraca-
dém icam ente su análisis, el de su paciente (paciencia), aun cuando “ter­
m ina” el análisis de su paciente.
Pues esta relación dual que instaura, él, p o r m edio de lo Im aginario
de su deseo-de-analista, no sé que llegue a ser cuestionada en el análisis
del o tro im aginario: que in ten ta en vano instaurar el deseo-del-anali-
zado. Y con razón: com o hasta d o n d e sé (pero sin em bargo puede
darse, apriori no hay obstáculo radical) el analizado no tiene a su cargo
p o r p arte d e la sociedad —quiero decir la Sociedad Psicoanalítica de
París, Francia, o la Internacional de L ondres—la obligación de condu­
cir hasta el um bral de lo simbólico al im aginario en el que vive el deseo
del analista, el im aginario objetivo de la situación dual que es sim ple­
m ente su condición profesional; com o no se le puede p edir decentem en­
te a u n analista —a quien a veces le cuesta m ucho salir de apuros con
el im aginario del analizado—, que se autoanalice com o analista (¿había
hecho F reu d sin em bargo algo que, de lejos, se parece a eso?), es decir
salir de apuros con su propio Im aginario, pues bien, las cosas conti­
núan.
Digo que usted se encu en tra en el pu n to m ism o en q u e se ju eg a
todo. En el p u n to en el que el deseo-del-analista (¡ah! estas famosas
contratransferencias...) va a descubrirnos p o r m edio de su trabajo
teórico cuál es la marca que lleva, bajo la estam pilla legal de toda m arca
überhaupt, que es m arca de lo simbólico en general, lo Im aginario del
analista.
Vale la p ena apostar que esta m arca lleva nom bres célebres, en tre
los cuales se tratará d e París, de Londres, de provincias, y de algunas
esposas. Pues com o usted dice, a veces sucede que los analistas estén
casados. Y com o usted lo experim enta en prop ia carne, tien en casa
propia, m ucha influencia, u n lugar oficial bajo el cielo azul de nuestra
sociedad burguesa, sus libros se venden y —nunca se sabe— hay que
pensar en el porvenir.
El porvenir: pu eden pensar en él. T ienen razón. H abrá revolucio­
nes que les serán más am argas y crueles que la que les inspira el tem or
de p e rd e r su posición social, su ingreso y todo el resto. Siem pre
pu ed en evadir los efectos financieros y sociales d e u n a revolución
social. Y no vale la pena, ¡Dios los guarde!, cruzar el m ar... basta dar
prendas, garantías, en resum en, saber comportarse. Bajo este p u n to de
vista no les q u ed a más que seguir. H an entrad o, y p erd o n e la expre­
sión, en años. No. H ablo de otra revolución, la que usted p re p ara sin
que lo sepan, aquella de la que ningún m ar del m undo p o d rá p ro te­
gerlos, ni ninguna respetabilidad, ya sea capitalista o socialista: la que
los privará de la seguridad de su Imaginario, y que les d ará u n día la
posibilidad (entonces podrán escoger librem ente su destino, sin nece­
sitar garantías sociales o políticas) de liberar su deseo de hom bre, que
no tiene nom bre, ni el nom bre de hom bre, ni sin duda entonces el
n o m b re de deseo (el hom bre es, com o decía muy inconscientem ente
ese p o b re Feuerbach, el nom bre de todos los nom bres, com o antaño
Dios era el no m bre de todos los nom bres, lo que realm ente lo hace
superfluo, salvo p ara quienes necesitan esa etiqueta para vender con
ella u n a m ercancía muy diferente, inconfesable) (el deseo es el nombre
de todo nombre, es decir de todo sí, lo que lo hace superfluo cuando se
tem in a u n análisis —¿pero cuándo sucede eso hoy día?—, lo que lo hará
p ro piam en te superfluo cuando el análisis de lo im aginario d e los
analistas sea posible, term ine, y sus análisis —los d e sus p a c ie n te s-
term inen...); esta revolución que les d ará u n día la posibilidad de
liberar su “deseo” de “h o m b re” de lo Im aginario de la condición
social, religiosa, m oral, m atrim onial, etc., de la profesión analítica con
la q ue realm ente está fascinado.
De esta revolución pueden ten er m iedo. Com o un neurótico puede
te n e r m iedo d e tocar la p uerta —aunque esté censada—d e u n analista.
M iedo de esta revolución que puede hacerlos hom bres, com o los
dem ás. ¿Miedo? Los m ejores, hasta los buenos, que son m uchos, no
m erecen este m iedo.
Pues, com o todas las verdaderas revoluciones, 1 1 0 hace más que
p ro n u n ciar o tra palabra, que aún hay que pron unciar (com o p ro n u n ­
ciam os la palabra deseo), que u n h o m b re escribe, en época d e desgra­
cia, sobre los m uros y en los cuadernos, pero cuyo objeto es hacer
superfluo su p ropio uso: libertad.

Suyo,

[Louis Althusser]
6. JA C Q U E S LACAN A LOUIS ALTHUSSER

E stim ado Althusser:

Preferí no correr los riesgos del correo italiano —y en estos días festivos
y hacia u n lugar bastante retirado, creo— para que mis deseos le
lleguen.Yo mismo p arto hoy por seis días a R om a (C ongreso Enrico
Castelli).16 [i]Conoce usted a este extraordinario personaje[P] Teólogo
alem án + R icoeur + W aehlens + etc., en to rn o a: Técnica, casuística y
escatología [sic].) En fin, es u n a locura p ero espero descansar.
H e aquí mi ponencia. Al mismo tiem po, deposito u n a invitación
para el señ o r Flaceliére,17 p ero tiene un secretario, creo. ¿Q uiere usted
darle a mi esposa su nom bre, para invitarlo también?

Siem pre suyo,

Lacan
Lunes 6-1-64

7. JA CQ U ES LACAN A ALTHUSSER

B astante bien, su m uchacho.18


Gracias.

J .L .
Miércoles 22-1-64

16 Enrico Castelli, teólogo italiano, fue el organizador en Roma, del 7 al 12 de enero


de 1964, de u n coloquio titulado “Técnica y casuística”. El resum en de las intervenciones
de Lacan e n este coloquio apareció con el título “Du Trieb de Freud et d u désir du
psychanaliste” [“Del Triesb de Freud y del deseo del psicoanalista”], en Ecrits, Seuil, 1966, pp.
851-854. Sobre el encuentro entre Paul Ricoeur y Lacan e n ocasión de este coloquio, véase
Élisabeth Roudinesco, op. cit., pp. 398-405.
17 Se tra ta del d irector d e la Escuela N orm al Superior.
18 Se trata de Jacques-Alain Miller, futuro yerno de Lacan, y p o r entonces alum no de
Althusser. En una carta nos indica que, aquel día, acababa “de tom ar la palabra p o r prim era
vez en el sem inario de Lacan y de hacerle una pregunta sobre el adjetivo ‘ontológico’ que
utilizaba en algún lugar para calificar a la ‘carencia’. Sobre lo cual pequeño debate.” Y
precisa: “Aquella misma tarde, paso a casa de Althusser a contarle la hazaña, y m e sorprende
m ostrándom e la nota que le había hecho llegar Lacan. Aquí, una chispa fijó algo p ara mí.”
8. LACQUES LACAN A LOUIS A LTHUSSER19

31-111-64
[Tesalónica]

Estim ado Althusser:

Esta foto viene de P ater Photios, el más hospitalario de los hom bres,
después de usted. Desde luego.
Esta celda en la que vive se en cu en tra en Karies, capital de esta
península en la q u e los m onjes se sienten en casa y a la que se llam a
Santa M ontaña.
Hay algo que d ecir de ella, y la excursión lo saca a u n o del presente.
C onsidérem e suyo,

J. Lacan

9. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER

Lunes 6-VII-64

Estim ado Althusser:

La o tra noche le llam é p ara esta inform ación, atónito de que se pu­
d iera ten er u n a respuesta en busca de la cual me había dirigido a las
fuentes más seguras (o las más enteradas).
N o quise co nten tarm e con el teléfono p ara decirle todo lo que le
agradezco su artículo.20 P rofundo y pertinente, sin m encionar la
p ro fu n d id ad d e su m editación sobre el tem a.
Me siento muy h o n rad o p o r u n esfuerzo tal y confortado p o r su
pleno éxito.
C onsidérem e su m uy fiel

J. Lacan

19 T exto en una taijeta postal en blanco y negro, m andada de Tesalónica, con la


reproducción de u n fragm ento de fresco ue representa al arcángel Gabriel.
20 Se trata del artículo “F reud y L acan” que Louis A lthusser le envió en form a
m ecanografiada.
10. JA C Q U E S LACAN A L OUIS ALTHUSSER 12-X-65

Mi estim ado Althusser:

Estoy leyendo con deleite el volum en que usted tuvo la b o n d a d de


enviarm e.21
Q uizá llegó a sus oídos la visita que hice al director de la escuela.
Visita anual que no había podido hacer al final del año escolar.
A quel día no tuve tiem po de llam ar a su puerta.
M e gustaría saber que u n día, al hacerlo, no lo m olestaré.

Suyo,

Lacan

11. LOUIS ALTHUSSER A JA CQ U ES LACAN

[París], 11-7-6622
Estim ado Lacan:

S obre la cuestión que le ocupa, y q ue nos ocupa, en co n trará algunos


elem entos, m uy rudim entarios, mal elaborados, apenas indicativos del
problem a, p o r lo m enos d e su existencia, en el prefacio d e Para leer
E l capital.
N o m e atrevo a sugerirle que lea todo ese prefacio. In te n té indicar
en él la necesidad de u n a teoría de la lectura, a p artir de la lectura muy
particular que hace M arx de los textos d e sus predecesores (los
econom istas clásicos), y a la que ju stam en te llam é “lectura sintom al”,

21 Se trata de PourMarx [La revolución teórica de Marx], que acababa d e ser publicado
p o r E ditions M aspero. A diferencia d e las otras cartas de J. Lacan, A lthusser había
g u ard ad o ésta en u n expediente q u e contenía la co rrespondencia d e p ersonalidades o
amigos, la m ayoría adm irativas (e n tre ellos: Jean T oussaint Desanti, Jeaií-Fnincois Revel,
G eorges Canguilhem , Fran^ois Chátelet, Gilíes Deleuze, Pierre B ourdieu, Michel
Foucault, R oland B arthes,Jean-P ierre V ernant...), recibida después d e esa publicación.
22 D ebe tratarse m ás b ien del 13 de julio, porque, según su agenda, L ouis A lthusser
tenía cita “e n casa de Lacan, n ú m ero 5 de la calle Lille”, el m artes 12 d e ju lio , y es
evidente q u e esta carta fue escrita después de q u e se volvieron a ver, com o lo m enciona
al final.
p ro p o n ien d o un h orrible neologism o (dudé m ucho ante este barba-
rism o gram atical, que me pareció teóricam ente necesario). Vea las
páginas 1-40.
Esta teoría d e la lectura sintom al indica sus condiciones d e posibi­
lidad en la naturaleza del discurso que fundam enta su leer: el discurso
teórico, ya sea todavía sensiblem ente ideológico (los econom istas) o
b ien ya científico (Marx). (Esta distinción ciencia-ideología d eb e ser
m anejada con u n a en o rm e precaución, pero provisionalmente, en
espera d e u n análisis más serio sobre el que actualm ente trabajo,
p resta servicios objetivos, cuyos efectos, desde luego, h ab rá que
rectificar). En mi opinión, la naturaleza de este discurso puede ser
fijada p o r m edio de Xa. problemática teórica que lo sustenta. T ras esta
problem ática teórica se perfila u n a realidad que es su condición
determ inada: la coyuntura teórica existente, y sus relaciones (articula­
das) con la coyuntura histórica en el sentido am plio. El concepto de
coyuntura rem ite a su vez al concepto de historia.
S obre el concepto de coyuntura y sobre el de historia, vea el
prefacio dePara leer El capital (a decir verdad todo el final del prefacio
hace co n stan tem en te referencia a ello) y tam bién el tom o n {El objeto
del “Capital”: iv, v, vi, ix).
Vea tam bién el texto de Balibar en el tom o n: es de sum a im p o rtan ­
cia (en su totalidad). Es ahí donde se puede ver ya bastante claram ente
e n q u é se distingue sin equívoco posible el concepto m arxista de
estru ctu ra del lévi-straussiano (y con m ayor razón de todas las ab erra­
ciones idealistas d e los “estructuralistas”), ju stam en te p o rq u e el con­
cepto d e Lévi-Strauss d e estructura es teóricam ente equívoco (oscila
en tre las concepciones subjetivista y platónica de la estructura: entre
la estru ctu ra com o intención y la estructura com o eidos. En él, el lugar
d e este equívoco p u ed e determ inarse con precisión: es su concepción
del inconsciente, com pletam ente aberrante.) N o equivocarse sobre el
térm in o de tentación subjetivista (intención) d e la concepción de Lévi-
Strauss de la estructura: se trata de u n a subjetividad social, de una
“in ten ció n ” social. A ludo al hecho de que el inconsciente de la
estructu ra es, p ara Lévi-Strauss, u n a intención social “inconsciente”
(es decir “inintencional”, com o lo dice con u n a en tern eced o ra inge­
nuidad, pues “se delata sola”, Godelier), la que “expresa” el desear vivir
de la sociedad. Em pleo palabras que son otras tantas m etáforas, pero
usted m e com prende. A lo sum o la estructura es inconsciente en
Lévi-Strauss, y es estructura “para que esto (la sociedad) viva”. Es en
este “p ara q u e” del telos (vivir) de la sociedad d o n d e se oculta, es decir
se m uestra, la tentación de concebir a la estru ctura com o intención y
subjetividad.
D esde luego, es posible criticar a Lévi-Strauss desde otros puntos
de vista, pero, en mi opinión, éste es el pu n to preciso en el que no
podemos no separamos de él. Y creo que tam bién es muy im p o rtan te para
el análisis saber bien que, en sentido estricto, no es posible hablar de
inconsciente social; de lo contrario se perm itirán todas las confusiones
(incluso las que pu eden presentarse, si no en los textos d e F reud a los
que usted hacía referencia anoche, pues no los conozco y no puedo
hablar de ellos, sí p o r lo m enos en su lectura).
En el fondo es p o r esta razón de principio p o r lo que yo le decía
que, vistas desde fuera y, lo adm ito, desde cierta distancia, sus relacio­
nes teóricas con Lévi-Strauss pu ed en hoy, en cierta medida, causarnos
problem as si no están bien explicitadas. T odo el m undo (usted sabe
quiénes) tiene interés en confundirlo, bajo el térm ino d e estructura-
lismo, co n Lévi-Strauss. Nosotros no. Y creo q ue usted tam poco; no le
conviene p erm itir q u e se dé esta confusión, aun fuera d e usted, aun
m uy lejos d e usted (y usted sabe que tam bién se da en personas que
se declaran m uy cercanas a usted).
Le anexo u n a exposición m uy esquem ática y b u rd a que hice hace
quince días en la Escuela.23 N o la considere, si la lee, más q u e com o
u n “síntom a”, pero u n síntom a... ¡en la m edida en que se puede,
conscientel (en cuyo caso no sería ya sólo u n síntoma...).
Me dio gusto volverlo a ver. H ago votos p o r sus vacaciones y su
trabajo. P ara nosotros es muy im portante que usted exista, que sea el
teórico q u e es, y q ue prosiga su obra de vanguardia. N o está usted
solo. El frente es am plio y hay, em pieza a haber, m uchos otros
com batientes, aun si no com baten todos en la m ism a línea, sobre el
m ism o p u n to , o bajo la misma “b an d e ra”, y aun si tiene razones para
considerar que algunos d e ellos (no digo todos) se en cu en tran actual­
m ente lejos de usted.

Le m ando mi viva y lúcida am istad,

[Louis A lthusser]

23 Se trata del texto intitulado “C onjoncture philosophique et recherche th éorique


m arxiste” [“C oyuntura filosófica e investigación teórica m arxista”], inédito.
12. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER

[París]
Viernes, antes de salir hacia el hospital, o sea de prisa.

Estim ado Althusser:

N o deseo aburrirlo p o r teléfono. P ero sepa que no tiene usted que


tom arse el trabajo de encontrarm e u n nuevo hogar. (Fui con Nassif
com o debía, p ero no lo tom e en cuenta.)
N o iré a n ingún o tro lado, y d e hecho aquí desocuparé p ro n to .24
La carta que recibí felizm ente po n e de relieve la incidencia de la
“refo rm a”. El hecho de inform ársela a los estudiantes, así com o mi
posición real en la universidad, deja quizás u n a huella algo p erdurable
en sus m entes.
Se m e inform a (es u n a m anera de decir) que el mío es el único (i!)
curso m agistral que no haya sido im pugnado en absoluto: esta inter­
vención y su continuación adquirirán así todo su valor.
Para más detalles, hasta el jueves. P ero entonces la cuestión ya
estará concluida. El final del trim estre lo favorece.

Suyo

J.L.
21-111-69

24 En efecto, Jacques Lacan daría fin a su sem inario “De O tro a o tro ” (Séminaire XVI,
inédito), en la Escuela N orm al Superior, tras la sesión del 25 de ju n io d e 1969.
ANEXO
PRINCIPALES TEXTOS Y DOCUM ENTOS SOBRE EL
PSICOANÁLISIS DEL FO N D O ALTHUSSER EN EL IMEC

A parte de los textos publicados y los docum entos m encionados en


este volum en, el Fondo Louis A lthusser del IMEC contiene, en lo que
se refiere al psicoanálisis, los siguientes docum entos que p u ed en ser
consultados p o r los investigadores:
• U na transcripción m ecanografiada anónim a, a m enudo falseada
e inconclusa (9 hojas), de u n a grabación perdida, consagrada a la
cuestión del “final del análisis”, efectuada el 8 de diciem bre de 1963
p o r Louis Althusser.
• Un conjunto de notas, en su m ayor parte m anuscritas, dividido
en catorce “capítulos” y reunido p o r Louis A lthusser en u n forro
acartonado q u e le da la apariencia de un libro. Este conjunto incluye,
en orden: u n a serie de “notas sobre Lacan”; las notas tom adas p o r
Louis A lthusser d u ran te el Sem inario de 1963-1964 sobre el psicoaná­
lisis; notas de lectura intituladas “El espejo” (Lacan, Revuefrangaise de
psychanalyse 1949, pp. 449-459), notas, fechadas el 18 de noviem bre de
1959, sobre la exposición de Em m anuel T erray consagrada a “El
psicoanálisis d e las psicosis”.
• Un conjunto, tam bién reunido en un forro acartonado, de notas
m anuscritas sobre los sem inarios de Jacques Lacan de los días 27 de
mayo, 3, 10 y 17 de ju n io d e 1964. Al parecer estas notas fu ero n
tom adas según inform es m ecanografiados d e las exposiciones de
Lacan.
• N otas d e lecturas m ecanografiadas p o r Louis Althusser: “Freud:
el porvenir d e u n a ilusión” (2 hojas), “Freud: M assenpsychologie” (7
hojas).
• U na transcripción m ecanografiada anónim a d e la exposición de
E tienne Balibar sobre la psicosis en el sem inario de 1963-1964.
• U na transcripción m ecanografiada de la prim era exposición de
Louis A lthusser en el Sem inario de 1963-1964 (de la que se encu en tra
en p reparación u n a edición, con la de su siguiente exposición sobre
“Psicoanálisis y psicología”, cf. a continuación).
• G rabaciones de varias exposiciones del sem inario de 1963-1964:
la integridad de las de Etienne Balibar y de Jacques-Alain Miller, la casi
integridad de la de A lthusser sobre “Psicoanálisis y psicología”, y u n a
peq u eñ a p arte d e la de Michel T ort. A m enudo, estas exposiciones
están seguidas p o r discusiones en las que es im portante la participa­
ción de A lthusser.
• Inform es m ecanografiados anónim os de los sem inarios de Lacan
de los días 10, 24 y 31 de mayo, 7, 14 y 21 de ju n io de 1967, y luego
13 y 20 de noviem bre de 1968.
• Fotocopias de tres artículos de Lacan en la versión publicada en
revistas: “La etapa del espejo...”, “K ant con S ade”, y “La cosa freudia­
n a”, este últim o texto con notas de Althusser.
• U n ejem plar m ecanografiado (6 hojas) fechado el 21 d e ju n io de
1964, del acta de fundación p o r Jacques Lacan de la Escuela Francesa
de Psicoanálisis, seguida p o r u n a “n ota adjunta” (4 hojas m ecanogra­
fiadas) de Lacan.
• Dos docum entos m ecanografiados internos de la Escuela Freu­
d iana de París fechados del 19 de septiem bre y del 27 de octubre de
1964.
• Diversos docum entos referentes a la disolución de la Escuela
F reudiana de París.
A parte de estos docum entos diversos, todos encontrados en los
archivos de Louis Althusser, el fondo tam bién se enriqueció con u n
ju eg o de fotocopias proporcionadas p o r Étienne Balibar, de sus notas
de au d ito r del sem inario d e 1963-1964.
P or últim o, el fondo incluye la biblioteca personal de A lthusser en
la que figuran num erosas obras y extractos sobre el psicoanálisis, m u­
chos de los cuales están dedicados p o r los autores y anotados p o r él.

Para cualquier consulta: im e c , 25, rué de Lille, 75007 París.


tipografía y formación: pangea editores
impreso en edimsa, s.a. de c.v.
av. tlahuac 23-f, col. santa isabel industria!
09820 - méxico, d.f.
dos mil ejemplares y sobrantes
23 de octubre de 1996

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