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Althusser Escritos Sobre Psicoanálisis
Althusser Escritos Sobre Psicoanálisis
ELIANE CAZENAVE-TAPIE
revisión de
VICTORIA SCHUSSHEIM
ESCRITOS SOBRE PSICOANÁLISIS
Freud y Lacan
LOUIS ALTHUSSER
m
siglo
veintiuno
editores
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310 MÉXICO. D.F.
Presentación 9
4. SOBRE LA TRANSFERENCIA Y LA
CONTRATRANSFERENCIA
(PEQUEÑAS INCONGRUENCIAS PORTÁTILES), 1973 147
' El F ondo A lthusser del IMCE p o se e a bundantes archivos sobre este sem inario, de
los que es posible hacerse u n a id ea leyendo la nota anexa so b re este tem a al final d e
este volum en. El p ro p io Louis A lth u sser dictó ahí dos conferencias cuya huella fue
encontrada, u n a en form a de u n a transcripción, a fin de cuentas a m enudo defectuosa,
la o tra de u n a grabación casi íntegra.
11 Cf. Elisabeth R oudinesco, L a bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France,
París, Seuil, 1986, t. m; y Jacques Lacan. Esquisse d ’une vie, histoire d ’un systéme de pensée,
París, Fayard, 1993, e n el que la a u to ra consagra u n capítulo al “Diálogo con Louis
A lthusser”.
actividad teórica, rep resen tan algo muy diferente; nu estra prim era
preocupación fue, pues, separar claram ente este “m aterial analítico”
de los escritos teóricos, que son los únicos publicados en esta recopi
lación. N uestro objetivo fue p ro p o n e r al lector u n conjunto de textos
lo más exhaustivo posible, a reserva de eventuales descubrim ientos
posteriores externos a los archivos conservados p o r Louis Althusser.
Algunos fu ero n publicados p o r el propio Althusser: “F reud y Lacan,
Sobre M arx y F reu d”; o tro lo fue sin su autorización: “El descubrim ien
to del d o cto r F reu d ”; si bien el objetivo de las “C artas a D...” no era
q ue se publicaran, A lthusser las hizo circular, así com o sus “Tres notas
sobre la teoría de los discursos”, docum ento de trabajo sum am ente
am bicioso; del texto “Sobre la transferencia y la contratransferencia”,
no sabem os qué destino le asignaba; sin em bargo, com o lo reescribió
a p artir d e u n a p rim era versión intitulada “P equeñas incongruencias
p o rtátiles”, podem os su p o n er que lo hizo con u n a “segunda inten
ción”; p o r últim o, al parecer redactó su “C arta abierta a los analizantes
y analistas que apelan aja c q u e s L acan” con la idea —p ro n to abando
nada, quizá voluntariam ente— de que iba a p o d er publicarla.
Al final de este volum en publicam os toda la correspondencia
en co n trad a en tre Louis A lthusser y Jacques Lacan. Este conjunto de
cartas —d o cu m ento excepcional—, arroja valiosa luz sobre lo que
constituye u n a de las constantes de los textos propuestos aquí al lector:
la presencia intensa y am bivalente de la obra y de la persona de Jacques
Lacan, perceptible hasta en la elección que hace A lthusser de un
analista, ciertam ente no lacaniano, p ero que ha estado e n análisis con
Lacan, y a q u ien envía dos cartas teóricas consagradas a éste. Lacan
está presen te en la biblioteca de Althusser, lo que desm iente u n a vez
más la ignorancia tan a m enudo proclam ada en El porvenir dura mucho
tiempo, y nos m uestra que había leído y anotado la m ayoría de los textos
m ucho antes de la publicación de los Escritos, en 1966. De Lacan
A lthusser escribe el 3 d e diciem bre de 1963 a su am iga Franca:111“U na
d e mis predicciones se ha hecho realidad. H abía predicho que Lacan
solicitaría verm e. El en cu en tro en la cum bre tuvo lugar esta noche, y
vengo de él. Muy em ocionante. U n hom bre destrozado p o r sus
111 Sobre Franca, quien fue la traductora italiana de La revolución teórica de Marx, véase
Louis A lthusser, L ’avenirdure longtemps, París, Stock/lMCE, 1992, p. 133. La correspon
dencia utilizada en el p re sen te volum en fue tom ada de u n c o n ju n to de m ás de
trescientas cartas dirigidas p o r Louis A lthusser a Franca e n tre 1961 y 1972. D ebem os a
Y ann M oulier-B outang el h a b e r p od id o te n e r acceso a ellas.
enem igos, qu ebrado, no obstante todavía lleno d e talento, p ero que
d u d a d e su época y de todo lo q ue de ella espera. Le dije que las cosas
cam biarían, que m e diese u n año y vería los resultados. Es evidente
que lo seduce, p ero cree poco en ello. H ace mal en vivir en cerrado en
el m undo más artificial posible, el de la medicina.” A Lacan lo hará ir a
la Escuela N orm al S uperior cuando el psicoanalista deje Sainte-Anne,
y de él vuelve a escribirle a Franca el 21 de enero de 1964, u n a sem ana
después de la sesión inaugural: “Lacan dictó su p rim er ‘sem inario’
después del d ram a de su ru p tu ra con parte de sus antiguos alum nos
de la escuela el m iércoles pasado. Reflexionó sobre toda u n a larga
p arte de mi carta (la prim era carta larga, la única que le envié, ésa en
d o n d e están los peces, no la de Nietzsche...)”,lv antes de agregar a
p ropósito de este sem inario: “N o asisto: es el colm o del goce. A usen
cia. U na ex traña ausencia. Hay extrañas ausencias, buenas ausencias.”
Poco después leerá el texto d e los sem inarios d e Lacan a los q u e no
asistió y a los que de todas m aneras no habría podido asistir p o r
enferm edad. De Lacan le habla u n a vez más a Franca en u n a carta del
25 de octubre d e 1964: “Leí el texto m ecanografiado de las co nferen
cias que Lacan dictó aquí cuando yo estaba en Épinay. No co m p ren d í
todo, lejos de eso, pero en fin, algo de vez en cuando... leí lápiz en
m ano; an otan do , anotando, an o tan d o .” P ero tam bién a Lacan se
o p o n d rá la reflexión althusseriana sobre la noción de sujeto, muy
p resente en las “Tres notas sobre la teoría de los discursos”. El m ism o
Lacan de q u ien A lthusser escribirá, en una carta del 28 de m arzo de
1973 a Lucien Séve, que “u n o de los raros puntos que se le d e b e n ” es
haber distinguido al psicoanálisis de la psicología, h aber m ostrado que
“el psicoanálisis se ocupa de los fantasm as inconscientes y d e sus
efectos”. Lacan, con quien se cruza u n a últim a vez en m arzo de 1980.
lv V éanse e n este volum en las cartas de A lthusser a L acan del 4 y 10 de diciem bre
de 1963.
lisis, A lthusser contesta así a u n a amiga, en u n a carta no fechada,
escrita pro b ab lem ente en 1977:
OLIVIER CORPET
FRANCOIS MATHERON
FREUD Y LACAN
1964
C uando Louis A lthusser publicó su artículo “F reud y Lacan” en el
núm . 161-162, con fecha diciem bre de 1964-enero de 1965, de La
Nouvelle Critique, revista oficial d e los intelectuales com unistas, no era
la p rim era vez que abordaba el tem a. Ya había hablado de Lacan en
el artículo “Philosophie et sciences hum aines”, publicado en la Revue
de l ’Enseignement Philosophique d e junio-julio de 1963, y en particular
en u n a n o ta vuelta a publicar en “F reud y Lacan”. A p artir de 1960,
había in ten tad o m arcar su huella en el texto “Sur le je u n e M arx”,
publicado en La Pensée de m arzo-abril de 1961 e integrado a La
revolución teórica de Marx. Después de la palabra “escandim os” de la
frase “La necesidad de su vida es lo que escandimos p o r m edio de
nuestra inteligencia de sus nudos, d e sus repeticiones y d e sus m uta
ciones”,1 había previsto inicialm ente la siguiente nota, que al final
abandonó: “T om o este térm ino d ejacq u es Lacan. E ntre las disciplinas
atentas a los hechos y a los grandes acontecim ientos, sin d u d a existen
correspondencias y afinidades que u n a sola palabra p u ed e liberar de
las dem ás.”
Lo esencial de “F reud y Lacan” fue escrito a fines de enero y
principios de febrero de 1964, en u n periodo en el que la actividad
intelectual y política de A lthusser era particularm ente intensa. La
publicación en agosto de 1963 de “Sur la dialectique m atérialiste”, en
el núm . 110 de La Pensée, desencadenó la réplica virulenta de algunos
dirigentes del P artido C om unista francés, en particular de R oger
G araudy y de G ilbert Mury; se llevaron a cabo varias reuniones en la
sede de la revista. D urante una de ellas, que él vivió com o u n proceso
político, Louis A lthusser leyó el 30 de noviem bre de 1963 u n a respues
ta muy violenta a sus críticos,11 que m andó para que se publicase a
Marcel C ornu, secretario de redacción de La Pensée, al m ism o tiem po
que su artículo “M arxisme et hum anism e”, redactado d u ra n te el mes
de octubre. El 10 de noviem bre de 1963 escribió a su am iga Franca:
1L a revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 2a. ed., 1968.
“ Este texto será publicado en el p rim e r volum en, en proceso, de los Ecrils philoso-
phiques et politiques d e Louis A lthusser, que ap arecerá en las Oeuvres coeditadas p o r el
IMEC y las É ditions Stock.
“Voy a escribir un prim er libro sobre la teo ría m arxista, u n libro de
tem as teóricos generales. D espués escribiré u n libro de estudios
históricos sobre Marx, Lenin, etc.”, y el 23 de en ero de 1964 le anuncia:
“En d o s días escribí 80 páginas del libro”; p o r desgracia, no se
e n c o n tró ningún rastro de eso. El 31 de en ero le habla de la próxim a
p u blicación de un núm ero de La Pensée “totalm ente hecho p o r noso
tro s (mis alum nos y yo) sobre la tecnocracia y el hum anism o”; si bien
la recopilación nunca vio la luz, A lthusser escribió en efecto u n texto
in titu lad o “Tecnocratie et hum anism e”, que se encontró en sus archi
vos. El 6 de diciembre de 1963 pronunció u n a larga alocución de
p resentación del seminario de Pierre B ourdieu yJean-Claude Passeron,
de la q u e se conservó u n a grabación. En el ám bito propiam ente
psicoanalítico, el artículo “F reud y Lacan” se vincula en form a directa
con el sem inario sobre el psicoanálisis organizado por A lthusser en la
Escuela N orm al Superior a p a rü r del mes de noviem bre de 1963, y con
las relaciones entabladas en diciem bre con Lacan, cuyo sem inario hará
recibir en la escuela en enero de 1964.m Este periodo de desbordante
actividad llega a su fin p o r u n a grave depresión y una hospitalización.
La p ercep tib le violencia con ten id a, p o r lo m enos a posteriori, en
“F re u d y L acan”, debe m ucho al contexto en el q u e fue escrito este
artícu lo . A los elem entos q u e acabam os de e x p o n e r se agrega u n a
d im en sió n m ás “ín tim a”. A principios del m es de sep tiem b re de
1963 A lth u sser se e n tera del suicidio de su am igo Jacques M artin ,1V
ac o n te cim ie n to para él a te rra d o r y al p a re c e r a ú n m uy p re se n te a
p rin cip io s del año de 1964. Al describirle a F ranca el 15 de feb rero
la re c ie n te acum ulación en to rn o a él de situaciones dolorosas
a u n q u e a veces cómicas, p asa a evocar su texto: “Y en varias d e estas
situ acio n es, cub ierto p o r el gran silencio del q u e sabes, la m u erte
d e Jfacq u es] M fartin]. Se reflejó algo de to d a la situación, d e la que
n o qu ise h ab larte en B., en u nas cuantas frases o en algunas palabras
d e mi artícu lo sobre Lacan. T e hablé d e ello p o r m edio de él. U n
artícu lo escrito con u n po co d e vida, u n poco de sangre y m ucha
m u e rte .” Y el más bello co m en tario , que so rp re n d e u n in sta n te al
lecto r d e Para leer El capital, d e ese estado alu cin ad o r en el q u e se
p ro d u c e la escritu ra althusseriana, y tantas o tras con ella, lo hace
u n a vez m ás el p ro p io A lthusser en u n a nueva carta a F ranca del 21
d e fe b re ro de 1964:
Se trata sin d u d a de la prim era d e las “Tres notas sobre la teoría del discurso”
publicadas en el presen te com pendio.
artículo, q ue A lthusser com enta con estas palabras a Franca en una
carta sim plem ente fechada “noche del dom ingo” y escrita quizás a
principios del mes de febrero de 1964:
antes de agregar enigm áticam ente: “las últim as líneas son u n a adver
tencia (a Sartre), p ero el resto es bueno, estoy d e acuerdo con él”.
F. M.
N O T A U M IN A R 1*
Digámoslo sin rodeos: quien hoy desea sim plem ente co m p ren d er el
revolucionario descubrim iento d e Freud, no sólo reconocer su exis
tencia, sino tam bién conocer su sentido, debe salvar, a costa de
grandes esfuerzos críticos y teóricos, el inm enso espacio de prejuicios
ideológicos que nos separa de Freud. Pues el descubrim iento de F reud
no sólo fue, com o verem os, reducido a disciplinas que le son esencial
m ente ajenas (biología, psicología, sociología, filosofía); no sólo num e
rosos psicoanalistas (sobre todo d e la escuela norteam ericana) se
hicieron cóm plices de este revisionismo; sino que, adem ás, este mismo
revisionism o favoreció objetivam ente la prodigiosa explotación ideo
lógica de la que fue objeto y víctima el psicoanálisis. H ace unos años
(en 1948), los m arxistas franceses tuvieron razón al d en u n ciar en esta
explotación u n a “ideología reaccionaria”, que servía d e argum ento en
la lucha ideológica contra el m arxism o y de m edio práctico de intim i
dación y de m istificación de las conciencias.
Pero hoy podem os decir que estos mismos m arxistas fueron, a su
m anera, directa o indirectam ente, las prim eras víctimas de la ideología
q ue denunciaban, puesto que la confundieron con el descubrim iento
revolucionario d e Freud, con lo que aceptaron, d e hecho, las posicio
nes del adversario, padeciendo sus propias condiciones y reconocien
d o la im agen q u e les im ponía la p reten d id a realidad del psicoanálisis.
T o d a la historia pasada de las relaciones en tre el m arxism o y el
psicoanálisis descansa, esencialm ente, e n esta confusión y en esta
im postura.
Q ue era m uy difícil evitarlo lo com prendem os, prim ero, p o r la
función de esta ideología: las ideas “dom inantes”, en este caso, desem
1 Existe u n a p rim e ra versión de la “n ota lim inar” m uy distinta del texto publicado
en cuanto a la form a, p ero m uy sem ejante en cuando al fondo; n o nos pareció necesario
rep ro d u cirla aquí.
* En el texto figuran las notas del a u to r indicadas con letras; indicam os las diferentes
variantes señaladas e n el texto p o r m edio d e n ú m ero s rom anos.
p eñ a ro n a la perfección su papel de “dom in io ”, im poniéndose sin
saberlo a las mismas m entes que deseaban com batirlas. P ero tam bién
lo com prendem os p o r la existencia del revisionism o psicoanalítico
que hizo posible esta explotación: en efecto, la caída en la ideología
se inició p o r el h undim iento del psicoanálisis en el biologism o, el
psicologism o y el sociologismo.
T am bién podem os com prender que este revisionismo haya podido
basarse en el equívoco de ciertos conceptos de Freud, que se vio
obligado, com o todo inventor, a pensar su descubrim iento con los
conceptos teóricos existentes, constituidos p ara otros fines. (¿No se
vio obligado tam bién M arx a pensar su descubrim iento p o r m edio de
ciertos conceptos hegelianos?) N ada de ello puede so rp re n d er a una
m ente u n poco enterad a de la historia de las ciencias nuevas y
preo cu p ad a por delim itar lo irreductible del descubrim iento y de su
objetivo p o r m edio de los conceptos que lo expresaron en el m om ento
de su creación, que, vueltos inactuales p o r el progreso de los conoci
m ientos, p u ed en posteriorm ente enm ascararlo.
P or eso hoy se im pone u n reto rn o a Freud:
1] N o sólo que se rechace com o b u rd a mistificación la capa ideoló
gica de su explotación reaccionaria.
2] Sino tam bién que se evite caer en los equívocos, más sutiles, y
respaldados p o r el prestigio de algunas disciplinas más o m enos
científicas, del revisionism o psicoanalítico.
3] Y que nos consagrem os por fin a un trabajo serio de crítica
histórico-teórica p ara identificar y definir, con los conceptos que
F reud tuvo q ue em plear, la verdadera relación epistemológica existente
e n tre estos conceptos y el contenido que transm itían.
Sin este triple trabajo d e crítica ideológica (1, 2) y de elucidación
epistem ológica (3), prácticam ente inaugurado en Francia p o r Lacan,
el descubrim iento de F reud seguirá estando, p o r su especificidad,
fuera de nuestro alcance. Y, lo que es m ucho más grave, le aplicarem os
a F reud ju stam en te lo q u e se puso a nuestro alcance, ya sea que
q ueram os rechazarlo (la explotación ideológica reaccionaria), o que,
de m an era más o m enos irreflexiva, convengam os con ello (las dife
rentes form as del revisionism o biopsicosociológico). En am bos casos
estarem os presos, a diferentes niveles, de las categorías explícitas o
im plícitas de la explotación ideológica y del revisionismo teórico. Los
m arxistas, que conocen p o r experiencia las deform aciones que
fu e ro n im puestas p o r sus adversarios al p en sam ien to de Marx,
p u e d e n co m p re n d e r q u e F reu d haya ex p erim en tad o a su m an era
el m ism o destino, y la im portancia teórica de un auténtico “retorno a
Freud”.
Estarán dispuestos a adm itir que un artículo tan breve, que se propone
abordar u n problem a de esta im portancia, si pretende no traicionarlo
debe limitarse a lo esencial: situar el objeto del psicoanálisis, para dar de él
una prim era definición, con los conceptos que permiten la localización, con
dición previa indispensable para la investigación de este objeto. En
consecuencia, aceptarán que hagamos intervenir estos conceptos tanto
como sea posible en su forma rigurosa, como lo hace cualquier disciplina
científica, sin volverlos insulsos p or un com entario de divulgación dem a
siado aproximativo, y sin pretender desarrollarlos verdaderam ente en un
análisis que requeriría un espacio totalm ente diferente.
El estudio serio de F reud y d e Lacan, que cada u n o p u ed e em p ren
der, dará la única m edida exacta de estos conceptos y perm itirá definir
los problem as pendientes en u n a reflexión teórica ya rica en resulta
dos y en prom esas.
L. A.
7 D espués d e “im p o rtad o s”, el final del p árrafo term inaba así e n la p rim e ra versión
m ecanografiada: “usurpados m ás bien, pues p o r negligencia del C ódigo N apoleónico,
que aún no h a clasificado e n tre los bienes m uebles los conceptos filosóficos (¡no existe
la patente d e invento en filosofía!), todavía se p u e d e to m ar sin autorización, es decir
sin sanción (código penal), u n concepto teórico d e o tra p e rso n a ”.
8 Las palabras “su efecto” no figuran e n la prim era versión m ecanografiada.
científico? Dicho de o tra m anera, en este caso, ¿la teo ría es en verdad
u n a teoría, en el sentido científico? ¿No es p o r el contrario u n a sim ple
trasposición m etodológica de la práctica (la cura)? De ahí la idea, m uy
co m ú n m en te adm itida, de que bajo sus apariencias teóricas (debido
a u n a p retensión respetable, pero vana, en el propio Freud), el
psicoanálisis no es sino u n a sim ple práctica que a veces da resultado,
p ero no siem pre; sim ple práctica prolongada en técnica (reglas del
m éto d o analítico) pero sin teoría, p o r lo m enos sin u n a verdadera
teoría: la supuesta teoría del psicoanálisis no es más que los conceptos
técnicos ciegos, con los que reflexiona las reglas de su práctica; sim ple
práctica sin teoría... ¿quizás entonces lisa y llanam ente magia}, que
ten d ría éxito com o cualquier magia, p o r el efecto de su prestigio y de
sus prestigios, puestos al servicio de una necesidad o d em an d a socia
les, entonces su única razón, su verdadera razón. Lévi-Strauss habría
hecho la teo ría de esta magia, de esta práctica social que sería el
psicoanálisis, señalando al chamán com o antepasado de F reud.
¿Práctica b u rd a de u n a teoría en parte silenciosa? ¿Práctica orgu-
llosa o avergonzada de no ser más que la m agia social de los tiem pos
m odernos? ¿Q ué es pues el psicoanálisis?
II
¿Cuál es el objeto del psicoanálisis? Aquello con lo que tiene que ver la
técnica analítica en la práctica analítica de la cura, es decir, no la cura
misma, no esta situación supuestam ente dual en la cual la p rim era
fenom enología o m oral que llega logra satisfacer su necesidad, sino
los “efectos ”, prolongados en el adulto sobreviviente, d e la extraordina
ria15 aventura que, del nacim iento a la liquidación del Edipo, transfor
m a a u n p eq u eño anim al engendrado p o r un ho m b re y u n a m ujer en
u n p eq u eñ o niño hum ano.
29 Todas las versiones m ecanografiadas indican: “no el grado cero de la teo ría ”.
30 Louis A lthusser había previsto al principio insertar aquí la siguiente nota: “Le
p ido p e rd ó n a T heillard q uien tenía, con este térm ino, visiones m u ch o m ás religiosas.
S1 “el papel exclusivo de hech o ” (p rim era versión).
P ara indicarlo en pocas frases muy breves, m arquem os con este fin
los dos grandes m om entos de dicha transición: 1] el m om ento de la
relación dual, preedípica, en la q ue el niño, que no tiene q u e vérselas
más que con un alter ego, la m adre, que escande su vida p o r m edio
d e su presencia (da!) y d e su ausencia (fort!)c vive esta relación dual
com o la fascinación im aginaria del ego, en la que él m ism o es este otro,
tal o tro , cualquier otro , todos los otros de la identificación narcisista
prim aria, sin p o d er to m ar n u n ca con respecto al otro ni a sí m ism o la
distancia objetivante del tercero; 2] el m om ento del Edipo, en el que
surge u n a estructura tern aria sobre el fondo de la estru ctu ra dual,
cuan d o el tercero (el padre) se mezcla com o intruso a la satisfacción
im aginaria de la fascinación dual, trastoca su econom ía, ro m p e sus
fascinaciones e in tro d u ce al niño a lo que Lacan llam a el O rden
Sim bólico, el del lenguaje objetivante, que p o r fin le perm itirá decir:
yo, tú, él o ella, que perm itirá pues al pequeño ser situarse com o niño
humano en un m undo d e terceros adultos.
Dos grandes m om entos, pues: 1] el d e lo im aginario (preedípico);
2] el d e lo simbólico (el E dipo resuelto), o, hablando aquí con un
lenguaje diferente, el de la objetividad reconocida en su uso (simbóli
co), p ero aún no conocida (el conocim iento de la objetividad que
co rresp o n d e a u n a “ed a d ” totalm ente diferente y tam bién a u n a
práctica muy distinta).
H e aquí el p u n to capital que Lacan esclareció:32 estos dos m om en
tos están dom inados, regidos y m arcados p o r u n a sola Ley, la de lo
Simbólico. El m om ento d e lo im aginario m ismo, que acabam os de
p resen tar unas líneas más arriba, para ser claros, com o precediendo
a lo sim bólico, com o distinto d e él —el p rim er m om ento en el que el
niño vive su relación inm ediata con u n ser hum ano (m adre) sin
reconocerla prácticam ente com o la relación simbólica que es (es decir
com o la relación de u n niñito hum ano con u n a m adre hum ana)—, está
marcado y estructurado en su dialéctica por la dialéctica misma del Orden
Simbólico, es decir del O rd e n H um ano, d e la norm a h u m an a (las
norm as de los ritm os tem porales de la alim entación, de la higiene, de
los com portam ientos, d e las actitudes concretas del reconocim iento;
c Éstas son las dos expresiones del idiom a alem án que F reud hizo célebres; p o r m edio
d e ellas, u n n iño al que observaba sancionaba la aparición o la desaparición d e su m adre,
e n la m anipulación de u n objeto cualquiera q u e la “rep re se n tab a ”: “¡ahí!”, “¡fue!”. En
este caso un carrete de hilo.
32 “H e aquí el p u n to capital, cuya com prensión conceptual debem os sólo a L acan”
(todas las versiones m ecanografiadas).
la aceptación, el rechazo, el sí o el no al niño, que no son más que
m oneda m enuda, las m odalidades empíricas de este O rd e n constitu
yente, O rd e n de la Ley y D erecho de asignación atributoria o de
exclusión), en la form a m ism a del O rd en del significante, es decir en
form a d e u n O rd e n form alm ente idéntico al o rd e n del lenguaje.d
D onde u n a lectura superficial o guiada de F reud no veía más que
la infancia feliz y sin leyes, el paraíso de la “perversidad polim orfa”,
u n a especie d e estado salvaje escandido únicam ente p o r etapas de
aspecto biológico, sujetas a la prim acía funcional d e tal parte del
cuerpo h u m ano, lugares de necesidades “vitales” (oral, anal, genital),e
Lacan m uestra la eficacia del O rden, de la Ley, que acecha desde antes
de su nacim iento a todo ser hum ano, y se ap o d era d e él desde su
p rim er grito, p ara asignarle su lugar y su papel, p o r lo tanto su destino
forzoso. T odas las etapas superadas p o r el pequeño ser hum ano lo son
bajo el rein o de la Ley, del código de asignación, d e com unicación y
de no com unicación33 hum anas; sus “satisfacciones” llevan en sí
mismas la m arca indeleble y constituyente de la Ley, de la p retensión
de la Ley hum ana, que com o cualquier ley no es “ig n o rad a” p o r nadie,
sobre to d o p o r sus ignorantes, p ero puede ser evitada o violada p o r
cada uno, sobre todo p o r sus más puros fieles. A ello se d ebe que toda
reducción d e los traum atism os infantiles a la sola decepción d e las
“frustraciones” biológicas esté falseada desde su inicio, puesto que la
Ley que les atañe hace, com o Ley, abstracción de todos los contenidos,
no existe ni actúa com o Ley m ás que p o r y en esta abstracción, y el
teatro, escena, p uesta en escena, m aquinaria, g én ero teatral, escenógrafo, etc., hay to d a
la distancia del espectador, quien se considera el teatro, en el tea tro m ism o.
h Si oím os este térm ino de “efecto” e n el contexto de u n a teo ría clásica de la
causalidad, nos h a rá concebir la presencia actual de la causa e n su efecto (cf. Spinoza).
36 Las siguientes líneas rem plazan la conclusión inicialm ente prevista p o r Louis
A lthusser: “Es necesario ser Sartre (Les mots, G allim ard), es d ecir m oral hasta el p u n to
d e ser p u ra conciencia, para cree r que el deceso de un p a d re p u e d a ser con fu n d id o con
la m u erte de la Ley, q u e podam os evitar el E dipo y re co rre r el m u n d o ‘sin sup ereg o ’.
La ‘p equeña m aravilla’: el inconsciente, cuya ‘conciencia’ (de la m ala fe), evidentem ente,
preserva a Sartre, escribe sin em bargo, bajo su nariz, estas tres palabras en cuatro
vocablos: la-pequeña-m adre-desvelo [en francés vieiveille, “m aravilla”, se p ro n u n c ia
exactam ente igual que viére-veille, “m adre-desvelo”]. S artre lo dice solo: érase u n a
pequeña-madre-desvelo, este maravilloso niñito, que sabía c uidar de sí m ism o com o si
hubiese sido su p ro p ia m adre, a falta m ism a de su m adre, qu ien le e ra u n a igual, su
herm ana, p a ra el regocijo, los abrazos y la com pasión. Su m adre, acorralada, po d ía
dejarlo sin preocupaciones: se cuidaba a sí m ism o. A sociemos... U n a maravillosa-peque-
ña-maravilla: u n a m adre-en-vela-pequeña-m adre-desvelo [en francés viemeilleuse-petite-
meweille: mere-veilleuse-petite-mére-veillese p ro n u n cian exactam ente igual]. M adre en vela,
pues el n iño cuidaba de sí. Sartre lo dice solo: H izo falta u n P adre con p a te n te (un
em inente psicoanalista) para asegurarle que n o tenía superego. C om o antaño lo decía
o tro M aestro: si todo es rosa, nada es m enos rosa; lo que tam bién p u e d e expresarse:
que si el rosa n o es, todo es rosa. Lo cual esclarece sin d u d a q u e a S artre le im p o rte
poco escribir su M oral, pues no creyó m ás que en ella y no escribe m ás que d e ella. Los
Reyes siem pre están desnudos.
"Gracias a Lacan sabrem os sin n inguna d u d a que si todo el resto es literatura, y antes
que nada esta literatu ra sobre el psicoanálisis, el psicoanálisis m erece, decididam ente,
o tro respeto: el que se otorga o niega a u n a ciencia.”
m áticas sino que lo son, y que num erosas nociones, invocadas o
p lanteadas aquí, exigirían largos desarrollos que las justificaran y
fundam entaran. A un esclarecidas en su fundam ento, en las relaciones
que m antienen con el conjunto de las nociones que las sustentan, y
hasta com paradas al pie d e la letra con los análisis de F reud, plantean
a su vez problem as: no sólo problem as d e form ación, de definición y
de esclarecim iento conceptuales, sino nuevos problem as reales, pro
vocados necesariam ente p o r el desarrollo del esfuerzo de teorización
del que acabam os d e hablar. P or ejem plo: ¿cómo pensar rigurosam en
te la relación entre, p o r u n a parte, la estructura form al del lenguaje
—condición de posibilidad absoluta de la existencia y de la inteligencia
del inconsciente—; p o r otra, las estructuras concretas del parentesco;
p o r la otra, y p o r últim o, las form aciones concretas ideológicas en las
q ue se viven las funciones específicas (paternidad, m aternidad, infan
cia) im plicadas en las estructuras del parentesco? ¿Podem os concebir
que la variación histórica d e estas últim as estructuras (parentesco,
ideología) p u ed a afectar sensiblem ente a tal o cual aspecto de las
instancias aisladas p o r Freud? O tra pregunta: ¿en qué m edida el
descubrim iento de F reud, pensado en su racionalidad, puede, p o r la
sim ple definición de su objeto y de su lugar, repercutir en las discipli
nas d e las q ue se distingue (com o la psicología, la psicosociología, la
sociología) y provocar en ellas preguntas sobre el estatus (a veces
problem ático) de su objeto? Ú ltim a pregunta, p o r fin, e n tre tantas
otras: ¿qué relaciones existen en tre la teoría analítica y 1] sus condi
ciones de aparición histórica p o r una parte; 2] sus condiciones sociales
de aplicación p o r la otra?
1] iQuién era pues Freud para haber podido al mismo tiempo fundar
la teoría analítica e inaugurar, com o Analista núm ero 1, autoanalizado,
P adre original, el largo linaje de los psicoanalistas que apelan a él? 2]
¿Quiénes son pues los psicoanalistas para aceptar al viismo tiempo (y de
la m anera más natural del m undo) la teoría freudiana, la tradición
didáctica in terru m p id a de Freud, y las condiciones económ icas y
sociales (el estatus social d e sus “sociedades” estrecham ente vinculado
al estatus d e la corporación médica) en las que ejercen? ¿En qué m edida
los orígenes históricos y las condiciones económ icas y sociales del
ejercicio del psicoanálisis repercuten en la teo ría y la técnica analítica?
¿En qué m edida, sobre todo, puesto que así son las cosas, el silencio
teórico de los psicoanalistas sobre estos problem as, la inhibición teóri
ca que aqueja a estos problem as en el m undo analítico, afectan el
co n tenido m ism o tanto d e la teoría com o d e la técnica analítica? La
eterna pregunta del “final del análisis” ¿no está, entre otras, en relación
con esta inhibición, es decir con el hecho de no haber pensado estos
problemas, que son m uestra de una historia epistemológica del psicoaná
lisis y de u na historia social (e ideológica) del m undo analítico?
M uchos son, pues, los problem as reales planteados, que constitu
yen de in m ediato otros tantos cam pos de investigación. N o es im po
sible que algunas nociones, en u n futuro cercano, resurjan transfor
m adas de esta prueba.
A esta prueba, si llegamos al fondo, Freud sometió, en su ámbito, cierta
imagen tradicional, jurídica, moral y filosófica, es decir en definitiva
ideológica, del “hom bre”, del “sujeto” hum ano. No en vano Freud
comparó a veces la repercusión crítica de su descubrim iento con los
trastornos de la revolución de Copérnico. Desde Copérnico, sabemos
que la T ierra no es el “centro” del universo. Desde Marx, sabemos que
el sujeto hum ano, el ego económico, político o filosófico, no es el “centro”
de la historia; sabemos también, en oposición a los filósofos iluministas
y a Hegel, que la historia no tiene “centro”, sino que posee una estructura
que no tiene “centro” necesario más que en el desconocim iento ideoló
gico. Freud nos descubre a su vez que el sujeto real, el individuo en su
esencia singular, no tiene la figura de un ego, centrado en el “y °”> Ia
“conciencia”, o la “existencia” —ya sea la existencia del para sí, del cuerpo
propio o del “com portam iento”—; que el sujeto hum ano está descentra
do, constituido por una estructura que tampoco tiene “centro” más que
en el desconocim iento imaginario del “yo”, es decir en las formaciones
ideológicas en las que se “reconoce”.
C on ello, lo h ab rán notado, se nos abre sin d u d a u n a d e las vías p o r
las cuales llegarem os quizás, u n día, a una m ejor com prensión de esta
estructura del desconocimiento, que interesa en p rim er lugar a cualquier
investigación sobre la ideología.
(Enero de 1964)
APÉNDICE
N O TA A LA E D IC IÓ N EN INGLÉS DE “FREUD Y LACAN”
O. C .-F . M.
5 P o r ejem plo en la “N ota com plem entaria sobre el ‘hum anism o real’ ”, retom ada
en La revolución teórica de Mane, pp. 255 y ss.
6 Diatkine, op. cit., pp. 77-79.
que significa q ue antes de este límite era el reino exclusivo de lo
bio-eto-etc. Lo que llam o devolver al C ésar lo que es del César.
Está claro, y esto satisface o puede satisfacer a to d o el m undo,
incluso a los propios biólogos, etólogos y psicólogos, a condición de
que no tengan m uy m al genio o que sean dem asiado obcecados. Esto
tam bién po ne o rd en en los delirios biológicos de A braham y de
M elanie, y en otras desviaciones más b urdas del psicoanálisis contem
po ráneo . Esto tam bién le satisface a usted.
Sin em bargo, desearía hacer n otar esto, y luego plantear una
pregunta: creo que su tesis es m ucho más una ilustración d e la
necesidad polém ica de m arcar la existencia m ediante u n a línea de
dem arcación absoluta, que u n a demostración de la form a que p u ed e y
debe adq uirir esta ru p tu ra o límite en el ám bito teórico. Dicho de otra
m anera, y para llegar al fondo de las cosas, tem o que sea u n a ilusión
ideológica p re te n d er situar esta línea divisoria, con un antes bio-etoló-
gico y un después en el que figura algo radicalm ente nuevo (el incons
ciente) en el desarrollo mismo del niño.
Me voy a explicar, al pasar a mi pu n to 2]. P ero tenía que m encionar
en mi p u n to 1] esta consecuencia, en la m edida en que, para mí, es
u n a consecuencia sacada en falso de premisas coirectas. Falsam ente sacada
p o rq u e las prem isas correctas no son m ás que negativamente correctas,
y la falsedad de las consecuencias responde a que no se tuvo en cuenta
el estatus negativo de lo correcto, a que no se criticó elfondo de lo que
se rechazaba, lo que dio p o r resultado que en el m om ento de pasar de
lo negativo a lo positivo teórico, volvimos a caer, sin darnos cuenta,
en lo que acabábam os de rechazar, y que la combinación de este rechazo
y de esta aceptación (provocada p o r esta recaída) dio lo que no podía
evitar dar: u n compromiso teórico establecido entre lo que se quería decir
y lo que nos negábam os a decir, com prom iso que adquiere la form a
clásica de u n a división de territorio, con u n a frontera, la form a de un
devolvamos al C ésar lo q ue es del César, devolvamos a lo bio-etológico
lo que es de lo bio-etológico puro, el p rim er mes del niño. U n antes,
y u n después: un más acá de los Pirineos y u n más allá de los Pirineos.
T o d o esto muestra que hay Pirineos y todo el m undo está contento.
P ero todo esto sólo es posible —voy a trata r de m ostrarlo—p orque
usted calla sobre lo que dice Lacan, quien, aun si dice tonterías, y a
través de sus propias tonterías, sabe que no se debe aceptar un
com prom iso teórico, y lo dice, no deja de decirlo; sabe que no se
p u ed e com partir u n territorio; sabe, p o r últim o, que u n ejem plo es
u n ejem plo, y no u n a dem ostración. H ágam e el favor d e considerar
que hablo de Lacan sólo desde el punto de vista teórico e histórico.
Desde luego p o d ría no hablar de él en lo absoluto, y exponerle lo que
voy a decirle sin m encionar su nom bre. P ero sería ocultar la cabeza
en la arena, pues Lacan existe, y produjo toda u n a o b ra que tiene un
peso considerable, sin im portar si la aceptam os o la rechazamos.
H ablar de él es tam bién em pezar a p o n er en su lugar aquello en tre lo
que se h ará la selección en esta obra, y pensar q u e existen las reglas
imperativas de la selección —es decir de la crítica epistem ológica e
ideológica—, y p o r lo tanto que no se puede seleccionar com o sea.
2] Paso pues a su tesis teórica, o más b ien a aquella de sus tesis
teóricas q u e m e parece al m ism o tiem po la más im portante y la que
más debe p o n erse en tela de juicio, por lo menos en la forma que usted
le dio.
Finalm ente, después de h aber escrito (con m ucha razón) que “puede
ser arbitrario ubicar el origen de las abscisas en el cruce de las coordenadas ”
(podríam os pregu n tarnos cuál es el sentido positivo de esta frase, cf.
más ad elante)7 usted insiste sin em bargo (y hasta p o r su rechazo
m ism o d e ubicarlo allí) en el concepto d e “origen d e las abscisas ”, es
decir que se obstina sin em bargo en hacer u n a “génesis” (cf. p. 73, “la
génesis de los fantasm as”que usted in ten tó con Lebovici en su inform e
de Roma, 1953).8 No quiero tomarle la palabra, es decir considerar su pa
labra com o u n concepto teórico. Usted sabe que considero religiosos en el
fondo los conceptos de origen y de génesis, tom ados desde luego en el sen
tido riguroso constituido p o r su unión. Es u n a op inión que sostuve ya
con argum entos serios en el prefacio de Para leer E l capital, y que me
parece cada vez más fundam entada, y cada vez m ás dem ostrable.
C uando usted utiliza los conceptos de origen y de génesis, n o hace
usted de ellos (¡a Dios gracias!) un uso riguroso, es decir religioso,
p ero no evita por completo este uso y sus efectos. Desearía in ten tar
dem ostrarlo.
Voy a decir las cosas de m anera muy esquem ática y brutal, p ero es
p ara llegar a lo esencial.
En realidad su tesis contiene dos proposiciones distintas, cuyas
esencias so n absolutam ente diferentes, y q ue sin em bargo se rozan y,
llegado el caso, se confunden.
10 Louis A lthusser parece h acer referencia a la siguiente fórm ula d e Lacan: “El
instinto de m uerte expresa esencialm ente el lím ite de la función histórica del sujeto,
este lím ite es la m uerte, no com o u n eventual vencim iento de la vida del individuo, ni
com o u n a certeza em pírica del sujeto, sino según la fórm ula que dio d e él H eidegger,
com o ‘posibilidad absolutam ente propia, incondicional, insuperable, c ertera y com o tal
la historia el cam ino es corto, y de la psicología a la fenom enología
tam bién, puesto que es el m ismo. A dem ás el cam ino hacia la psicolo
gía nunca es tan corto com o cuando jam ás se h a salido de ella, lo que
confirm a u n a frase célebre: “p ara regresar a su casa, u n a b u en a
dirección, la suya”, que se p u ed e m odificar com o sigue: “p ara estar
seguro de volver a casa, un b u en m edio: no salga d e ella”.
(Me parece que el inconsciente no es más u n a m em oria que
cualquier mecanismo quefunciona, incluso los m ecanism os cibernéticos
perfeccionados. A ese respecto, si mi “m em oria” no falla, hay bastantes
cosas b uenas en Lacan.)
Siem pre en el mismo orden, es decir a propósito de su 2- proposi
ción, paso a un silencio aún más im presionante en su texto. Se refiere
ju stam en te al lenguaje.
Sin d u d a éste es el punto teóricam ente más im portante: el cruce de
los caminos teóricos, desde el pu n to d e vista de su p ro p ia reflexión.
Vea usted su párrafo 10: “Así se crean las condiciones necesarias
p ara la aparición del lenguaje... al niño no pu ed e interesarle el sig
nificado a través del significante más que a condición de que guarde el
recuerdo elem ental del objeto desaparecido y que extraña o tem e” (p.
79). U sted prosigue sobre el m ism o tem a en la página 82: “...el niño
es inducido a descubrir lo que está más allá de su m undo inm ediata
m ente sensible, m erced al ju eg o de la resema mnésica que es su
inconsciente en form ación, y a interesarse en el significado a través del
significante, es decir el lenguaje h u m an o ” (soy yo quien subraya).
Sin em bargo, en estos textos m e veo obligado a com prom eterlo,
pues sus palabras tienen m anifiestam ente, aun to m an d o en cuenta el
hecho de que su trabajo no le deja el tiem po indispensable p ara darle
el últim o to que a los conceptos, m ucha im portancia para usted, y
desde luego su conjunción sistem ática tiene un sentido totalmente
teórico, ese mismo que usted desea enunciar.
En efecto, en estos dos pasajes clave se ve “aparecer”, com o usted
dice (es la palabra exacta), el lenguaje, lo que quiere decir que antes de
este m om ento, ¡había pasado o perm anecido inadvertido! La m adre,
el padre, el desconocido (el no-m adre del cual el padre es u n a
variación que se especificará com o padre), p o r lo tanto la estructura
in d ete rm in ad a del sujeto’, e ntendám oslo del sujeto definido p o r su h istoricidad.” Este
pasaje del “D iscurso de R om a”, re to m ad o en Escritos, p. 318, está subrayado p o r
A lthusser e n el ejem plar del núm . 1 de La Psychanalyse (en el q u e h abía sido publicado
p o r vez p rim e ra) e n contrado en su biblioteca.
elem ental del parentesco —después elem entos de la ideología de los
padres, ante todo la materna-, habían aparecido en efecto en nuestro
análisis: pero no así el lenguaje. U sted lo hace “aparecer” sólo ¡cuando el
niño se p o n e a hablar! C onsidero q u e aquí hay una om isión de hecho
(debido a la existencia del lenguaje: el padre y la m adre hablan, son
seres parlantes, ¡hasta parlanchines!, aun cuando callan, quizá sobre
to d o cuando callan) q u e constituye u n a om isión teórica cuyas conse
cuencias son im portantes. A pesar d e todo usted no habla del padre
a propósito del niño... ¡cuando el niño em pieza a transformarse en
p ad re o en m adre (a los 20 o 30 años)! y sin em bargo, no habla del
lenguaje ¡¡más que cuando el niño se pone a transformarse en un animal
locuaz!! R egresaré más adelante a esta om isión teórica.
P ero veam os o tro detalle im p o rtan te en estos dos pasajes. U sted
dice y repite que la aparición del lenguaje en el niño está condicionada
p o r la disposición de u n a memoria, y dice que esta m em oria es el
inconsciente. No p reten d o q ue esto sea falso, pero no p u ed o dejar de
observar que usted piensa el inconsciente com o una meitioria por
razones teóricas, quizás ocultas, y sin em bargo claras: p orque el
concepto de m em oria hace las veces, representa el equivalente, d e una
génesis, que u sted no desea ni biológica ni etológica, p ero génesis al
fin, y q ue acaba p o r pensarse en aquello de lo que usted no habla: la
psicología (el concepto de m em oria es u n concepto fundam ental de
la psicología). El problem a es que, com o en realidad usted hizo
desaparecer al lenguaje de todos sus análisis anteriores, p u ed e hacerlo
“aparecer” en el m om ento conveniente (aquel en el que “aparece”
efectivamente en el niño), pero debe com pensar esta facilidad, que por
lo dem ás constituye u n a confusión relativa (el lenguaje del niño, al
m enos al principio, no es idéntico al lenguaje en sí), con u n precio
m uy elevado: es que se ve obligado a hacernos asistir, com o nuestros
bu eno s autores del siglo xvm, y nuestros psicólogos contem poráneos,
q u e son sus herederos teóricos, a la ¡génesis del lenguaje a partir de la,
memoria! Poco más o m enos, es u n excelente Condillac, y n o lo digo
en tono de burla, pero no p u ed e ser u n Freud. Esto no quiere decir
que el surgimiento del lenguaje sim bólico del niño (objetivo, es decir
conform e al código que define el lenguaje social) no plantee un
problem a teórico; quiere decir que seguram ente no podrem os resol
verlo si lo planteam os en térm inos d e génesis psicológica (el lenguaje
com o consecuencia de la m em oria), cuidando muy precisam ente de
h acer desaparecer el lenguaje com o elem ento estructural, y no com o
estru ctu ra esencial del “m edio” de los padres, y de lo que “sucede”
entre la m adre y el niño antes de su nacim iento, y p o r lo tanto después,
etc. El p roblem a del surgim iento del lenguaje del niño no es u n
problem a d e génesis, sino ante todo de reproducción de un lenguaje ya
existente en el m edio en el que el niño “aparece”. Esto sugiere que la
m anera en que usted plantea el problem a ocasiona m uchas dificulta
des. Dice que el niño va hacia el significado a través del significante,
pero este significante es u n recuerdo (m em oria), y el recuerdo d e u n
“objeto” cuyo estatus se tom a en dos sentidos a pesar de todo distintos
(la m adre objetiva, y la m adre-para-el-niño, digam os la m adre fantas-
mática). Decir que este significante es un recu erd o es ten d er hacia el
psicologismo. Sin em bargo, al mismo tiempo, usted evita el psicologis-
mo m ostran d o que este recuerdo funciona de m anera específica, como
un código, con correlaciones específicas binarias-temarias (binarias:
au sen cia/p resen cia de la m adre; ternarias: m a d re /n o -m a d re /p a d re ).
Sin em bargo, en el m om ento m ism o en que hace aparecer que lo
im p o rtan te no es la génesis, sino el funcionamiento estructural de este
sistema codificado binario-ternario, no resiste el deseo de fundam en
tar este sistem a en su pro p ia génesis, la de la experiencia que hace el
niño de la discontinuidad de la presencia y de la ausencia de la m adre,
y henos aquí en los linderos de la psicología, d e la que acaba de dar
pruebas (p o r lo que usted dice de sistem a codificado) de q u erer
evitarla con cuidado.
d] Me parece que es posible resum ir to d o esto de la siguiente
m anera: usted desea evitar el psicologismo, y su práctica experim ental
(tanto la observación psiquiátrica o clínica d e los niños com o su
práctica d e analista) lo obliga a ello constantem ente, pues bien sabe
que el sistema codificado se p o n e a funcionar d e golpe y surge, a pesar
de las enorm es variaciones en las condiciones de la experiencia infantil
(vea usted lo que dice lum inosam ente de la aparición de los fantasm as
agresivos ¡fuera de cualquier experiencia de agresión!). Sin em bargo no
logra evitar recurrir, o p o r lo m enos la tentación a recurrir, al
psicologismo, la tentación de una génesis, el em pleo de conceptos
psicológicos (¡el inconsciente m em oria!, ila génesis del lenguaje a p artir
de la m em oria!, ¡la génesis del significante-m adre a partir de la
experiencia de la alternación de su ausencia y su presencia!). T odo
esto po r razones que desde luego pueden resp o n d er a nuestra igno
rancia actual, pero que también obedecen (pues la ignorancia no es u n
argum ento teórico) al hecho d e que usted sim plem ente om itió, hizo
de lado, o rechazó (¡teóricam ente!) una pieza im p o rtan te del expe
diente: el lenguaje; no el lenguaje del niño, sino el lenguaje que el niño
no hace más que proseguir cuando p o r fin se pone a hablar. A hora
bien, pued e presum irse que este “personaje” que es el lenguaje tiene
u n a función m uy im portante en la puesta en escena en la que el niño
debe a toda costa encontrar su papel (su papel im posible de encontrar).
¿Cóm o co m p ren d er esta omisión teórica, que co rresponde a la
om isión de u n hecho, de un dato, de un elem ento indiscutible de
aquello en lo que el niño está atrapado desde su nacim iento? A hora
sucede que, de una m anera que podem os criticar, o rectificar, Lacan
no om itió este elemento y lo tomó en serio. Q ue haya sacado conclusio
nes, algunas d e las cuales pu ed en ser erróneas, no lo niego, p ero no
es omitiendo u n elem ento que pu ed e ten er u n papel capital, o por lo
m enos im portante, com o podem os rectificar tal o cual conclusión
erró n ea que sacó Lacan. C uando se suprim en pu ra y sim plem ente las
prem isas, ya ni siquiera queda una conclusión p o r rectificar.
Así, vuelvo a encontrar, a propósito de esta cuestión precisa, el
p ro b lem a de sus relaciones teóricas con la obra de Lacan. Digo relacio
nes teóricas (y no personales) y la obra de Lacan (y no Lacan). Y
nuevam ente lo que digo de ello no tiene sentido más q u e en el nivel
teórico, y no afecta de ninguna m anera todos los hechos psicoanalíti-
cos que usted refiere, su descripción, la inteligencia de sus mecanis
m os, ni siquiera tal o cual concepto teórico muy p ertin en te propuesto
p o r usted p ara explicar hechos analíticos. H ablo desde u n p u n to de
vista teórico estratégico que podem os d efinir de esa m anera en su propia
reflexión, p o r su silencio mismo, cuando se trata del lenguaje. Es una
cuestión que no puede eludir si desea hacer “avanzar” la teoría del
psicoanálisis, y que no puede zanjar, com o está ten tad o a hacerlo,
recu rrien d o a la “psicología”, y que p o r otra parte tiene m ucha razón
(en la lógica m ism a de su actitud teórica) en rechazar. A hora bien,
Lacan planteó esta cuestión en térm inos definidos. Es casi el único que
la planteó, o p o r lo m enos fue el prim ero en hacerlo en el m undo
analítico, y la planteó com o una cuestión decisiva. U sted p u ed e no estar
de acuerdo con las respuestas que d a a esta cuestión, p ero no puede
p re te n d er que no la planteó, y que las respuestas que da no existen.
A un si es necesario rectificarlo, el trabajo teórico de Lacan existe, y
no podernos no tomarlo en cuenta. ¿Q ué diría usted de u n físico que por
u n a u o tra razón rechazara (teóricam ente) toda la o b ra teórica de
Einstein y, no to m ándola en cuenta para nada, in ten tara elaborar su
p ro p ia teoría física a p artir de los problem as de la física preeinsteinia-
na? Sería absurdo, no sólo porque p erd ería un tiem po considerable,
sino tam bién porque... com o los descubrim ientos teóricos no son sólo
cuestión de tiempo, ¡correría el riesgo de no en c o n trar nada! Sé que
mi com paración es desproporcionada, pero la hago adrede, para ense
ñarle de u n a m anera flagrante la idea del carácter desproporcionado de
la distancia que tom a con respecto a la obra d e Lacan.
C om préndam e. La pretensión de Lacan, y su originalidad única en
el m u nd o del psicoanálisis, es ser u n teórico. Ser u n teórico no quiere
decir p ro d u c ir un concepto teórico que co rresp o n d a a tal hecho
em pírico, clínico, práctico, ni tam poco a vanos conceptos teóricos,
sino p ro d u c ir u n sistema general de conceptos teóricos, rigurosam ente
articulados e n tre sí, y capaces de explicar el conjunto d e los hechos y
del cam po d e la práctica analítica. N uestra preten sió n en sí misma es
perfectam ente legítima, hasta diría que es vital, p o r com pleto indis
pensable p ara hacer del psicoanálisis algo más que u n a práctica capaz
de localizarse prácticam ente en sus objetos, su ám bito y sus procedi
m ientos, si no teóricamente muda, (incapaz en particular de situarse y
de situar su objeto en el cam po de las diferentes ciencias existentes).
Es muy im p ortante hacer del psicoanálisis el objeto de esta teorización
para la práctica analítica misma; sé que usted está de acuerdo con
todos estos puntos. Por derecho, pues, la pretensión de Lacan está
fundam entada, es excelente, y m erece ser reconocida pública y abier
tam ente pues, aparte de Lacan, ¿quién puede decir en verdad que tiene
esta pretensión, y que le dio el cuerpo de una obra? Nadie. R ecuerde
que en tiend o pretensión teórica en el sentido preciso que definí al
principio de este párrafo. Y digo, repito y sostengo con firmeza,
p o rq ue sencillam ente es la realidad, que p o r lo m enos en Francia
(aunque creo que en todo el m undo), aparte de Lacan, hoy en día no hay
nadie.
Esta declaración provocará indignación. P ero es cierta. Pues u n a
cosa es te n e r esta pretensión subjetivam ente y [otra] haberle dado un
cuerpo objetivo: el de u n a obra, cualesquiera que sean sus defectos. Y
o tra cosa más es haber producido tal o cual concepto, o tal g rupo de
conceptos teóricos (num erosos psicoanalistas inteligentes están en ese
punto, lo q ue ya es muy bueno), y todavía otra cosa es haber producido
un sistema general de conceptos rigurosamente articulados, pues es esto lo
que en verd ad hace al teórico. Si usted está dispuesto a aceptar estos
criterios, que son perfectam ente objetivos (son válidos para todas las
disciplinas científicas sin excepción), mi conclusión es inatacable:
a,parte de Lacan, hoy en día no hay nadie.
Si es así, hay que sacar las consecuencias d e ello y no ocultar la
cabeza en la arena. Prim ero hay que reconocer lo que es, y reconocer
el nivel en el que se sitúa Lacan (in d ep en d ien tem en te d e la validez de
tal o cual de sus tesis, el nivel de lo teórico en el cual se sitúa es vital).
D espués hay que subir a este nivel, y p ara ello hay que aprovechar el
trabajo ya realizado p o r Lacan, pues sería cosa de locos rechazar lo que
ya existe p o r el placer de... ¿reinventarlo? Es con esta condición,
cuando se está en ese nivel, cuando ya se utilizó el trabajo realizado
p o r Lacan para subir hasta él, com o se pued en hacer las cuentas con
Lacan, y si es necesario —pues entonces esto se vuelve posible e
indispensable— pedirle cuentas de u n cierto núm ero de erro res y, si es
o p o rtu n o , incluso criticar los términos en los que planteó el problem a
de la teorización de los hechos y de la práctica analíticos. Insisto: para
p o d er criticar los térm inos en los que planteó este problem a, prim ero
es necesario reconocer que planteó el problema, y reconocer todas las
condiciones (teóricas) que tuvo que satisfacer, y que u sted debe
satisfacer, para p o d er llegar al nivel en el que se vuelve posible plantear
este problema. Sólo entonces —y no antes— p o d rá hacerse u n a crítica
teórica verdadera. Hay que saberlo. T om e el ejem plo del lenguaje.
U sted en cu en tra esta cuestión, que tiene una enorm e dificultad en su
práctica misma, e in ten ta zafarse del problem a al m ism o tiem po por
u n a elisión (silencio sobre el lenguaje com o estructura constitutiva del
“m edio” familiar) y p o r una. génesis psicológica; p ero sim ultáneam ente,
pues usted es u n b u en “em pírico” que tom a en cuenta los hechos, dice
otra cosa al hablar de u n sistem a codificado binario-ternario, p ero de
esta otra cosa no se hace cargo teóricamente. P or su parte, Lacan lo hace
desde el inicio. Puede equivocarse en la manera en que plantea el
problem a; pero no en el hecho de plantear el problema del lenguaje en
el nivel teórico. A hora bien, usted, usted no plantea el problem a del
lenguaje a nivel teórico. T odo lo que pueda decir contra tal o cual tesis
de Lacan q uedará sin efecto teórico, aun si su crítica es ju sta, m ientras
no la haya situado en el nivel mismo en el que Lacan plantea co n ju sta
razón el problem a del lenguaje. A quí es do n d e su “em pirism o” le
cuesta caro, pues bien sabe que un “h ech o ” 1 1 0 puede desquiciar una
teoría (si esta teo ría no es sim ple delirio): para desquiciar (y a lo sum o
rem plazar) una teoría, es necesario que el “h echo” se vuelva teoría, es
decir sea pensado en el nivel teórico, en un sistem a de conceptos
teóricos. T oda la historia de las ciencias lo dem uestra. El que ataca
u n a v erdadera teoría con u n sim ple “h ech o ”, no elaborado teóricamen
te, ataca u na fortaleza con u n a resortera.
Así pues, le vuelvo a hacer la p re g u n ta que ya le hice: ¿por qué se
deja llevar a rechazar así la o b ra de Lacan? Es un error, es u n a falta, es
la falta que no debe com eter, y que sin em bargo com ete. Me contestará
que es p o r el personaje de Lacan, pero no se trata de eso: se trata de
su o b ra y, aun más allá de su obra, se trata de aquello de lo que es la
única p ru eb a existente: se trata de la existencia p o r derecho propio de
la teoría e n el ám bito analítico. Bien valía París u n a misa: en tre
nosotros, el “personaje” Lacan, su “estilo” y sus manías, y todos los
efectos q ue pro d ujeron , incluso las heridas personales, “bien lo vale la
teoría”. Hay bienes que nunca se pagan dem asiado caro: los que
p ro d u cen más de lo que cuestan. Q ue esto sea difícil, rudo, extenuan
te, que se necesite valor y lucidez, m ucho valor y lucidez, y hasta
sacrificios, es cierto, p ero bien lo vale la “teoría”. Sin em bargo deseo
agregar algo más. Para mí, usted rechaza de esta m anera su o b ra no
sólo p o r razones históricas (rupturas) o personales (relaciones “im po
sibles” con Lacan). En últim a instancia, es p o r razones que obedecen
a la idea que usted tiene de la teoría y de su relación con la práctica y los
hechos de la experiencia, p o r lo tanto a la idea que usted se hace de
la naturaleza y del papel de la teoría. U sted p ronunció con m ucha
m odestia y lucidez —m ucha lucidez y valor, y dem asiada m o d e stia -
u na frase que desearía retom ar: “soy un em pírico”. Lo es en el sentido
más noble y más auténtico, p ero lo es también (y no es u n hecho suyo,
es u n efecto casi inevitable debido al estado no sólo d e la form ación
que se da a los futuros m édicos, a los futuros analistas, sino tam bién
de las “ciencias hum anas” en su conjunto) en el sentido ideológico. El
em pirism o ideológico es cierta concepción fabeada de la relación de
la teoría con la experiencia, de la naturaleza de la teoría y de su papel.
Es la ideología “espontánea” de todos los practicantes, sin im portar
su práctica, au n qu e sea am pliam ente teórica. Ahí es donde estam os
todos, y es de ahí de d o n d e todos debem os partir: partir, para alejarnos.
Esto es válido, usted lo sabe, no sólo en el ám bito d e su disciplina, o
incluso de otras disciplinas m uy científicas y form alizadas, sino tam
bién en política. T odos debem os liberarnos de la ideología em pírica
que nos do m in a sin que tengam os conciencia de ello. Q ue usted se
declare “em p írico” es, pues, m uy buena señal: veo en ello la prom esa
de que le to rcerá muy p ro n to el cuello a la ideología em pírica, que es
el más g ran d e obstáculo que existe cuando se q uiere llegar a la teoría.
Al dejar de estar som etido al em pirism o ideológico, no p erd erá el
extraordinario empirismo científico que constituye su fuerza y su m érito
excepcionales, este em pirism o científico que p o r ejem plo lo lleva, aun
a pesar de sus tentaciones psicologistas, a la cuestión del lenguaje, al
um bral m ism o de la teoría. Este em pirism o, el em pirism o científico,
pro d u cirá otros efectos so rp ren d en tes cuando usted haya despejado
an te él el inm enso espacio que le obstaculizan todavía los elem entos
de em pirism o ideológico que creo p o d er descubrir en algunos de sus
procedim ientos, en algunos de sus silencios, incluso en su rechazo de
la o b ra de Lacan. C reo p o d er decir que ese día estará solucionada la
cuestión de sus relaciones con la o b ra de Lacan p o r sí misma, o por
lo m enos sin la som bra (grave) de las dificultades (personales, históri
cas, “sociales”) que hoy literalm ente “le tapan los ojos”.
e] U n últim o punto. Vuelvo a la cuestión de la inserción de la línea
divisoria (entre lo biológico y el inconsciente) en el tiem po de la
historia del desarrollo del niño.
Quizá me explique m ejor si digo que p retender a toda costa inscribir
esta línea divisoria en un m om ento preciso (o vago, com o usted lo hace:
entre el principio del segundo y del octavo mes) en el tiem po del desa
rrollo del niño, es ceder a u n a ilusión ideológica de carácter psicologis-
ta. Pues finalm ente es caer en la ideología bio-etologista que usted
critica tan acertadam ente p o r otro lado: es creer que se puede asignar
en lo que se declara entonces puram ente biológico (el antes del surgi
m iento del inconsciente) el origen, el acto de nacim iento, el surgim ien
to de lo no biológico, del inconsciente. Lo quiera usted o no, es ubicar,
de una m anera definitiva, térm inos cuya disposición no puede dejar de
inducir un problem a de génesis. U na vez ubicado este antes, y este
después, por más que usted haga y diga, pone en marcha u na lógica que
lo lleva naturalm ente a plantear el problem a de la génesis del después
a partir del antes. Por más que se defienda de esta lógica y de sus
efectos, no puede escapar por com pleto de ella: lo dom ina, y la prueba
es que pretende hacer u n a génesis; y com o no desea hacer u n a génesis
biológica, hace en realidad una génesis psicológica, a pesar de todas
sus precauciones (y no es casualidad que haga una génesis psicológica,
puesto que de u n a m anera muy significativa ¡protegió a la psicología
en su gran crítica de las desviaciones teóricas hacia el biologism o o el
etologismo!). Verá que al decirle esto yo tam bién interpreto lo que po
dríam os estar tentados a llamar su inconsciente ideológico-teórico. Yo
podría poner en duda estos términos, pues creo que no es posible hablar
de inconsciente ideológico. En todo caso este “inconsciente” (que
llam aré p or mi cuenta d e o tra m anera, pero poco im porta) existe, y no
se confunde con el inconsciente psicoanalítico. Si estamos de acuerdo
en ello, es la condición evidente de u n intercam bio teórico de este tipo:
se sitúa en el nivel de la crítica ideológica y teórica, y no en el de k
interpretación de los m ecanismos “inconscientes” psicoanalíticos.
C reo pues q u e el proyecto (que evidentem ente tiene u n a gran
eficacia polém ica, puesto que m antiene a los biólogos tras la línea
divisoria...) de q u erer inscribir esta línea divisoria en la historia del
desarrollo del niño, es en definitiva un proyecto psicologista, y p o r lo
tanto ideológico. C reo que cedió ante él a pesar suyo, bajo el efecto de
los m ecanism os del “inconsciente” ideológico, específicam ente de los
m ecanism os com plejos de la ideología em pírica, actuando a p artir de
su rechazo (fundam entado) del biologism o y del etologism o. El “com
prom iso” del que yo hablaba es pues el resultado de la com binación
de los efectos d e la ideología em pírica (inconsciente) y de su rechazo
(consciente y no ideológico) del biologism o y del etologism o; este
“co m pro m iso” tiene u n nom bre: una génesis que en el fondo sigue
siendo psicológica.
H abría pues que plantear el problem a de otra m anera y, al mismo
tiempo que se rechaza todo biologismo y todo etologismo, no caer en la
tentación de asignar un origen temporal al desarrollo del niño, a este
inconsciente, que usted llama, tan sorprendentem ente, “intem poral”.
Posición difícil de m antener, y en todo caso menos cóm oda desde el
punto de vista de la polémica contra el biologismo y el etologismo, menos
“rentable” en el corto plazo, y sin una posición teóricam ente más
correcta, más fecunda a largo plazo. Ésta es a grandes rasgos la posición
de Lacan, aun si, una vez más, podem os pensar que los términos con los
que define esta posición pueden o deben ser rectificados. Pero de nuevo,
no existe una rectificación posible de los térm inos más que a condición
de reconocer p o r adelantado Imprecisión de principio de esta posición. No
le sorprenderá encontrar, entre los términos que definen esta posición,
en prim era fila, el lenguaje. Sugiero sim plemente que puede ser del
lenguaje de donde el “inconsciente” recibe su intem poralidad, hasta un
poco más que esta “intem poralidad”: el hecho de que sea inconsciente
(aceptando que el inconsciente no es más que inconsciente), y el hecho de
que “funciona” bajo leyes definidas, que Freud ya había identificado com o
pertenecientes a un lenguaje. Acepto abiertam ente que es necesario
avanzar por esta vía con precaución, pero en la actualidad no conozco otra
vía por la cual avanzar.
proceso de engendramiento,
origen del proceso,
jin o térm in o del proceso (el fenóm eno A),
identidad del sujeto del proceso de engendram iento.
. 1 Este texto sera publicado e n los Écrits philosophiques et politiques d e Louis A lthusser,
a ctualm ente e n preparación.
con ellos. Indicando d e e n tra d a que el objetivo es p re p ara r y confec
cionar u n a “ob ra de filosofía (‘Elem entos de m aterialism o dialéctico’),
q ue firm arem os colectivam ente, y que pod ría ser publicada de aquí a
un año o dieciocho meses a más ta rd a r” —una “verdadera o b ra de filosofía
q ue pued a ser nuestra Ética”, precisará el 14 de octubre a Étienne
Balibar en u n a referencia explícita a Spinoza—, define a continuación
las m odalidades de la investigación prevista. “En el periodo actual, el
trabajo colectivo debe hacerse por escrito, p o r el intercam bio de notas
de investigación, redactadas p o r cada uno de nosotros, y distribuidas
a los cinco colaboradores”, escribe, antes de agregar: “debe ser estric
tamente convenido entre nosotros, para evitar todas las reacciones de
susceptibilidad de algunos, que observarem os la más rigurosa discre
ción sobre n uestra convención, es decir sobre nuestro proyecto,
nuestro trabajo colectivo y sus form as de organización. Les pido sobre
este p u n to un com prom iso form al. C o m p ren d erán fácilm ente las
razones.” Precisa entonces lo que entiende p o r “notas de investiga
ción”: “d ebe entenderse que son notas de investigación, p o r lo tanto
ensayos, tentativas de enfoque, reflexiones que im plican riesgos teó
ricos de erro r, y que están sujetos a rectificación y crítica. P or ello no
hay que tem er ni u n instante iniciar ensayos que pu ed an ser errores,
hipótesis q ue puedan ser aventuradas, y que d eberán ser tachadas o
enderezadas”, antes de insistir en lo que en su opinión es la condición
fundam ental del triunfo del proyecto: “todo d ep en d e de la conciencia
de la im portancia de lo que está en ju eg o en este trabajo, a falta d e lo
cual el circuito p odría in terru m p irse rápidam ente. C ada u n o debe
obligarse en conciencia a no dejar sin respuesta ninguna nota recibida.
C ada u n o d eb e p o n er p o r escrito en una nota las reflexiones y
observaciones que puede form ular (las más diversas) relacionadas,
directa o indirectam ente, con el proyecto de los E lem entos.”
Com o sabem os, el libro proyectado nunca sería publicado. Y sin
em bargo, a su m anera, existe. En efecto, más d e cuatrocientas páginas
de notas, de longitud sum am ente variada, se intercam bian en u n lapso
de dos años. Y si la posición institucional de A lthusser, en lo sucesivo
u n a celebridad m undial, vuelve el procedim iento necesariam ente
am biguo, los hechos persisten: en efecto, tuvo lugar u n a aventura
intelectual inédita, de la que casi no se conoce equivalente.
Enviadas el 28 de octubre de 1966, las Tres notas sobre la teoría de los
discursos son las prim eras de este tipo, seguidas en noviem bre de
1966-enero de 1967 p o r las 57 páginas de la “N ota sobre la teoría del
discurso” de Étienne Balibar. Las cosas nun ca fueron simples: no es
seguro que A lthusser haya redactado inicialm ente su texto con la
óptica de u n trabajo colectivo. Com o lo dice él m ism o en la carta con
que lo acom paña, la prim era nota fue escrita “d u ran te el m es de
septiem bre”. A unque el conjunto transm itido a sus cuatro interlocu
tores, y sin d u d a asim ism o a Michel T o rt, qu ien tam bién participaría
en el intercam bio organizado, fue m ecanografiado p o r u n a secreta
ria,11encontram os en sus archivos u n a versión an terio r d e la prim era
nota, “Sobre el psicoanálisis”, m ecanografiada p o r el propio A lthusser
y fechada el 13 de septiem bre. Envía este texto el 5 de octubre de 1966
a R ené Diatkine; evocando sus recientes “C artas a D...”, le escribe:
“Este texto, com o usted verá si tiene la paciencia (y tam bién el
tiem po...) p ara leerlo, rectifica cierto n ú m ero de tesis que había postu
lado en mis cartas de este verano. En particular creo que lo que había
dicho acerca de la universalidad de los dos ‘estratos’ no tiene funda
m ento. Los ‘dos estratos’ de lo económ ico no tienen la m ism a n atu ra
leza q u e los ‘dos estratos’ de los discursos.”
Es este m ism o texto el que envía a F ranca el 13 d e septiem bre,
con u n co m en tario detallado de su proyecto y d e su estatu to : “T om a
en c u e n ta el h echo de q u e este ejercicio d e escritu ra es p ro p ia m e n te
u n a investigación, y no u n a exposición d e cosas ya sabidas. De ello
resu ltan , e n tre otras, m odificaciones (en el sen tid o de la precisión
rectificada) e n tre la term inología del p rin cip io y la term in o lo g ía del
final... La ‘tesis’ d efen d id a se basa en g ra n p arte en u n p u n to de
te o ría q u e elabo ré desde hace algunos m eses sobre la diferencia
e n tre la teo ría g eneral y las teorías regionales que d e p e n d e n de ella.
Esta d istinció n se im puso a p ro p ó sito d e los trabajos d e M arx. Para
d arte u n a id ea de ello, debes sab er q u e diría hoy d ía q u e el
m aterialism o h istórico es la teoría general, de la cual la teo ría del
m o d o capitalista, o la teo ría de lo político y d e la política..., o la
teo ría d e lo ideológico, o la teoría d e las fases de tran sició n hacia
el m o d o d e p ro d u cció n socialista, o la teo ría de la instancia econó
mica del m o do de p ro d u cció n capitalista (de lo q u e M arx habla
ex p lícitam ente en E l capital), etc..., son teorías regionales. Estas
teorías regionales son teorías de u n objeto teórico (el m o d o de
p ro d u c ció n capitalista, etc.) y no el co n o cim ien to d e objetos reales
(el m o do d e p ro d u c ció n capitalista no es u n objeto real, pues no
existe m ás q u e en d e te rm in a d a formación social histórica: la Inglate-
“ Véase nu e stra presentación de las Cartas a D... Los dos textos fu ero n m ecanogra
fiados con la m ism a m áquina de escribir.
rra d e l siglo xix, la R usia d e 1917, la F rancia y la Italia d e 1966, etc.).
Lo que existe, en el sentido am plio d e existir, son estos objetos reales
(que ah o ra llam o, tom ando un concepto de Spinoza, ‘esencias singu
lares’): el conocim iento de los objetos reales supone la intervención
de los conceptos de la teoría general y de los conceptos de las teorías
regionales im plicadas, más el conocim iento (em pírico) de las form as
de existencia determ inadas que constituyen la singularidad de estas
esencias. Así, p ara ser com prendido com o tal, u n protocolo de prác
tica analítica (el episodio de u n a cura referido p o r u n analista), situado
y referido al m ecanimo que lo produce, supone el recurso a la teoría re
gional del psicoanálisis, que a su vez supone el recurso a la teoría
general. En el texto que vas a leer, se pone de relieve el carácter
absolutam ente indispensable del recurso a la teoría general, y el hecho
de que (éste es su dram a teórico) la teoría regional analítica no
disponga aún de su teoría general, pues no sabe de qué teoría general
depende. In ten to decir de cuál y m uestro que esta teoría general es la
com binación de dos teorías generales, u n a conocida (el m aterialism o
histórico) y la o tra aún insospechada, o casi, en to d o caso hasta ahora
confu n d id a ya sea con la lingüística o bien con el psicoanálisis (esta
confusión se en cu en tra tam bién en Lacan): la teoría general del
significante, que estudia los m ecanism os y los posibles efectos de todo
discurso (significante). Si todo esto es cierto, a pesar de su aridez,
debería ten er el efecto de u n a bom ba. Voy a in ten tar buscar el máximo
de garantías y consultar a algunos m uchachos sagaces, p ero a muy
pocos, antes d e publicarlo, bajo una form a que no he precisado. En
efecto, m e in tern o aquí en u n cam po m inado, con gente arm ada de
pistolas d e to d o calibre y que tiran en cuanto te ven, sin piedad, y
co rro el peligro, si no tengo cuidado, de que ‘m e d errib en envuelto
en llam as’.”
Tras h ab er escrito su prim er texto, muy p ro n to A lthusser considera
que algunos pu ntos deben ser rectificados. Inicia entonces la redac
ción de las otras dos notas, que fecha el 12 de octu b re de 1966, y de
nuevo d a a m ecanografiar todo a u n a secretaria. E n el intervalo, no
m odifica su p rim era nota, cuya versión m ecanografiada p o r él mismo
contiene sin em bargo num erosas observaciones críticas escritas a
m ano, sin d u d a anteriores a la elaboración de las otras dos notas, si
nos basam os en lo que escribe a Franca en su carta ya m encionada:
“En este texto hay no sólo variaciones de term inología, sino uno o dos
pasajes con bastantes im precisiones m arcadas con signos de in terro
gación. Pasajes que, en mi opinión, no tenían relación al escribirlos.
Desde entonces, definí algunas ideas rectificadas que p u ed e n servir
para enderezarlas, pero no pude corregir mi texto.”
La falta d e conclusión de los textos presentados aquí perm ite
localizar u n a dim ensión desconocida de la em presa althusseriana.
Lejos del procedim iento hegem ónico atribuido a m enudo a Althusser,
podem os ver en ello u n pensam iento aten to a la singularidad de las
ciencias, p reocupado, en pleno apogeo “estructuralista”, p o r rechazar
la unificación de las “ciencias hum anas” p o r el dom inio de u n a de
ellas, au n q u e fuese el “m aterialism o histórico” o el “m aterialism o
dialéctico” —al mismo tiem po que in ten ta definir diferencialm ente el
estatus d e cada u n a de ellas, en este caso del psicoanálisis. Se descubre
en ello tam bién u n a tentativa original de plantear, p o r lo m enos, la
cuestión d e las relaciones e n tre el inconsciente y la ideología. Y si hoy
sabem os, en tre otros p o r el “últim o A lthusser”, que los hom bres no
siem pre se plantean problem as que p u ed en resolver, no podem os
fingir q u e creem os que u n problem a está resuelto p o r el hecho de ya
no plantearse.
P ro po n em o s aquí al lector el conjunto de las Tres notas sobre la teoría
de los discursos enviadas a los m iem bros del grupo antes m encionado,
al m ism o tiem po que restituim os algunos pasajes p resentes en la
versión m ecanografiada p o r Louis A lthusser, y m anifiestam ente om i
tidos p o r e rro r cuando fu ero n transcritas p o r segunda vez. Indicam os
com o referencia todas las añadiduras m anuscritas de A lthusser al
texto de la p rim era nota, m ecanografiada p o r él mismo.
F. M.
CARTA DE ENVÍO
2 En las dos versiones m ecanográficas dice “general”, pero sin d u d a se debe leer
“regional”.
2] La cuestión de la teoría general.
A con testar esta cuestión, a resolver este problem a, se dedicaron
algunos autores, p o r m edio de tentativas con éxito diverso, unas
aberrantes, otras interesantes.
Tentativas aberrantes: son a su m anera la m anifestación de la
existencia del problem a, en la form a misma de su aberración.
Citemos: la tentativa biologista, la psicologista, la etologista, la socio-
logista, la filosófica. Lo propio de estas tentativas es ser reductoras: al
querer (no queriendo) pensar la diferencia del objeto teórico del psicoa
nálisis (el inconsciente) con respecto a tal o tal otro objeto teórico (el de
la biología, de la psicología, de la filosofía, etc.) reducen en realidad el
objeto del psicoanálisis al objeto de estas otras disciplinas.
Tentativas interesantes: la del propio F reud y hoy la de Lacan.
E ncontram os en F reud (en la Metapsicología, en los Tres ensayos, y
tam bién en Tótem y tabú, El porvenir de una ilusión) una tentativa de
situar el objeto del psicoanálisis con respecto a otros objetos, p erte n e
cientes a disciplinas existentes. El interés teórico d e las tentativas
freudianas es que no son reductoras, sino diferenciales (cf. la teoría de
las pulsiones y su relación diferencial con la teoría d e los instintos).
P odem os decir que la existencia de estas tentativas y su carácter
diferencial constituyen la prueba de la conciencia que F reud tenía
—conciencia sum am ente vivaz— de la necesidad de pensar el objeto
teórico del psicoanálisis en el cam po de la objetividad científica. Sus
constantes referencias a la ciencia, a la objetividad científica, a las di
ferentes ciencias existentes, incluso a los mitos por m edio de los cuales
esperaba del porvenir la “solución” teórica de los problem as de la teo
ría analítica por el desarrollo de alguna otra disciplina, todo ello da tes
tim onio directa e indirectam ente (hasta en ciertos mitos) de que Freud
conocía la necesidad de una teoría general. U na vez más, lo que resulta
so rp ren d en te, p or faltar las condiciones teóricas que p erm itieran la
constitución de esta teoría general (y quizá nos encontram os aún en
el m ism o punto), es que, al mismo tiem po que tom aba de tal o cual
disciplina (las ciencias o hasta cierta filosofía) algunos de sus conceptos
para esbozar el co n to rn o de esta teoría general, Freud la concibió
siem pre p o r derecho com o distinta de las teorías regionales de las
cuales tom aba estos elem entos. N unca cayó en una teoría general ni
biológica, ni psicológica, ni filosófica. De ahí la paradoja de su tenta
tiva: tuvo que forjar un esbozo de la teoría general que p re te n d e serlo
p o r su función, y no serlo por su contenido. Repitió en su teoría general
(m etapsicología) lo que podem os llam ar la soledad obligada de la
teo ría regional, y u n a teoría general tiene ju stam en te com o efecto
p o n er fin a esa soledad. Decir que su teoría general repitió su teoría
regional q u iere decir que los conceptos de aquélla son tan “solitarios”
com o los de ésta: en lugar de asegurar el vínculo diferencial e n tre su
teo ría regional y otras teorías regionales, en lugar de ser conceptos
generales que hagan posibles varias teorías regionales, entre ellas la
teoría regional del psicoanálisis, expresan u n a p retensión (vacía) a la
generalidad, m ás que la realidad de esta generalidad en su papel
efectivo. En cam bio, estos conceptos repiten los de la teoría regional,
no son más que su réplica en la form a de la generalidad, cuando no
sim plem ente conceptos de la teoría regional aunados a u n nombre que
les asigna u n a función en la teoría general, función de la que este
nombre no es el concepto. Para ilustrar este pu n to basta u n solo
ejem plo: el concepto de instinto de muerte (por oposición a la libido)
p erten ece en realidad a la teoría regional; pero p o r su nombre está
cargado de funciones en la teoría general.3 A hora bien, su nombre no
tran sfo rm a el concepto regional en concepto general: su n o m b re es
u n program a, q u e no hace más que asignar una función en su propia
ausencia.
La tentativa d e Lacan prosigue lo m ejor de la de F reud, con una
en o rm e lucidez. Podem os decir que el trabajo de denom inación
conceptual que Lacan llevó a cabo sobre los conceptos de la teoría
regional de F reud supera el ám bito de la única teoría regional. Esta
denom inación rectificada, vuelta sistem ática y coherente, de la que
Lacan sacó efectos teóricos de muy grande alcance (en el seno de la
teo ría regional), constituye u n a elaboración que no pudo ser pensa
da y efectuada sin 1] la conciencia de la necesidad de elaborar una
teo ría general, 2] u n concepto preciso4 de la naturaleza de u n a teoría
general, 3] un principio d e elaboración de esta teoría general. El
indicio más espectacular de esta triple exigencia, consciente en Lacan,
es ofrecido p o r su uso de la lingüística. Lacan no sólo sostiene
ferozm ente el principio de la diferenciación en tre el objeto del
psicoanálisis y el de la biología, de la psicología, de la filosofía
(fenom enología ante todo) que encontram os en F reud, sino que
adem ás agrega a este trabajo defensivo y negativo u n trabajo positivo:
19 A ñadido m anuscrito en el m argen: “(o ¿debe p asar al m ismo tiem po, para existir,
p o r u n a articulación p o r lo ideológico?, ¿la ideología del cuerpo?)”.
20 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “n o ”.
21 A ñadido m anuscrito e n el m argen: “sí”.
“situaciones” en las que el inconsciente produce sus efectos, es decir
existe en las formaciones típicas (síntom as, etc.). Estas situaciones son
observables y definibles, así com o lo son los efectos del inconsciente.
Lo propio de estas “situaciones” es confundirse con las form aciones
del inconsciente que se realizan en él.22 Dicho de o tra m anera,
com probam os que el inconsciente existe en lo “vivido” objetivo-sub-
jetivo (em pleo provisionalm ente estos térm inos) y realiza en él algunas
de sus form aciones. Lo que dice F reud de las m anifestaciones del
inconsciente en las peripecias de la vida cotidiana vale de m anera
im presionante para la realización de las form aciones del inconsciente
n eurótico o psicótico en las “situaciones” en las que se lleva a cabo u n
efecto típico del inconsciente, u n a form ación típica (o u n a m odalidad
de la estru ctu ra del inconsciente). Es el principio m ism o de la repeti
ción: el neurótico que en cu en tra el m edio de “re p etir” siem pre las
m ismas form aciones de su inconsciente en “situaciones” que a su vez
se repiten.
A hora bien, ¿qué es u n a “situación”? Es u n a form ación23 de lo
ideológico, form ación singular, en la que lo “vivido” recibe inform a
ción de la estructura (y las m odalidades especificadas) de lo ideológico;
es esta p ro p ia estructura en form a de la interpelación recibida (y no
p u ed e no ser recibida). C uando alguien “relata su vida” o describe sus
sentim ientos en u n a “situación vivida”, o relata un sueño, etc., su dis
curso es inform ado po r el discurso ideológico, por el “yo” que habla en
p rim era persona, y por el sujeto ante quien habla y que es ju ez de la
autenticidad de su discurso, de su análisis, de su honestidad, etc.; es
inform ado tam bién, en el m ism o acto, por los significantes ideológicos
(y sus relaciones productoras de efectos de significación ideológica).
En u n a situación “vivida” (incluso sin com entario o análisis) reina
siem pre el discurso ideológico (que asocia en tre sí a los significantes
que p u ed en ser, com o vimos, algo totalm ente d iferente a las palabras:
“sentim ientos”, “im presiones”,24 “ideas”, objetos, im ágenes, direccio
nes, abiertas o cerradas, etcétera).
Decir q ue el inconsciente produce sus form aciones o algunas de
sus form aciones en “situaciones” concretas (de la vida cotidiana,
situaciones familiares, de trabajo o accidentales, etc.) significa pues
22 A ñadido m anuscrito al dorso de la hoja anterior: “las form aciones del inconsciente
se inscriben así en m odalidades (com binadas) de formaciones ideológicas”.
23 A ñadido m anuscrito en el m argen: “una modalidad de u n a form ación ideológica”.
24 A ñadido m anuscrito en el m argen: “gestos, com portam ientos m ínim os, e tc éte ra ”.
literalm ente que las p ro d u ce en 25 form aciones del discurso ideológi
co, en form aciones de lo ideológico. En este sentido es com o podem os
decir q u e el inconsciente nos descubre el principio de su articulación26
sobre lo ideológico, que el inconsciente “funciona” con la ideología.
Podem os en ten d e r esta fórm ula en un sentido aún más preciso. En
efecto, observam os en la experiencia clínica que no to d a form ación
ideológica conviene p ara que “cuaje” el inconsciente, sino que se lleva
a cabo u n a selección e n tre las “situaciones”, o que las “situaciones”
son influidas, hasta provocadas para que tenga lugar este cuajado
(em pleo aquí el térm ino “cuajar” en el sentido en que se dice que la
m ayonesa “cuajó”). Dicho de o tra m anera, el inconsciente (un incons
ciente d eterm inado) no funciona con cualquier form ación de lo
ideológico, sino con algunas de ellas, que presentan u n a configuración
tal que los m ecanism os del inconsciente pueden “o p e ra r” en ella, que
las forrtiaciones del inconsciente pueden “cuajar” en ella. P ara volver
a u n a m etáfora anterior, u n m otor d e gasolina no funciona con
cualquier cosa, sino precisam ente con gasolina, etcétera.
A parecen pues obligaciones que en prim era instancia podem os
señalar com o afinidades, que rigen la elección o la constitución
provocada de las “situaciones” en las que las form aciones d e un
inconsciente d eterm inado pueden “cuajar”. P uede entonces precisar
se la articulación del inconsciente sobre lo ideológico: nunca es
general, sino siem pre selectiva-constitutiva, som etida a obligaciones
definidas p o r el tipo d e inconsciente al que nos enfrentam os (en este
caso el tipo de neurosis y sus variaciones, el tipo de psicosis y sus
variaciones).27 T odo esto responde sin dificultad a los datos de la
clínica analítica y a la experiencia de la cura.
P ara utilizar u n lenguaje muy aproxim ativo, podem os sugerir que
las form aciones ideológicas en las que “cuajan” las form aciones de un
inconsciente considerado constituyen la “m ateria”28 (ella m ism a infor
m e) en la que “cuajan” ciertas form aciones típicas del inconsciente
32 Esta frase está p recedida p o r una flecha que p arece rem itir al a ñadido m anuscrito
indicado en la nota 26.
33 Idem.
(la especificidad de cada u n o de los cuales no p u ed e ser concebida
más que en y a partir del tipo de articulación diferencial que los
relaciona con las dem ás form as de discurso). Esta articulación, la
teoría d e esta articulación diferencial, d ep en d e d e la t g que perm ite
considerar el lugar de los diferentes discursos en su articulación: es la
t g del materialismo histórico. A lo que debem os agregar quizá que la t g
N O TA 2
EL IN CO NSCIENTE C O M O DISCURSO ESPECÍFICO
NOTA 3
34Jacques Lacan, “La ciencia y la verdad”, retom ado en Escritos, op. cit., pp. 855-877.
en efecto es sujeto (y que com pete a lo ideológico, com o m e parece que
F reud lo hace pen sar en m últiples ocasiones). Este “Spaltung" es este
tipo de relación o articulación diferencial específico que vincula (en
form a de u n abism o, de u n a abertura) el discurso consciente con este
elem ento o m ás bien con esta categoría estructural del discurso
ideológico q ue es el Ich. En resum idas cuentas, Lacan instauraría el
abismo o la carencia de sujeto en el concepto de división del sujeto. No
hay “sujeto del inconsciente”, au n q u e no p u ed e hab er inconsciente
más que p o r m edio de esta relación abismal con el Ich (sujeto d e lo
ideológico). La carencia de sujeto no puede ser llam ada sujeto, aunque
el sujeto (ideológico) esté im plicado de m anera original, reflejada en
el segundo tem a freudiano por esta falta, que es todo menos sujeto. Si
bien la som bra de lo ideológico se hace sentir así hasta en las instancias
del tem a recu rren te, esto no autoriza a pensar esta “p resencia” d e lo
ideológico en el tem a con conceptos ideológicos, com o el de sujeto. (La
m ism a observación valdría en mi opinión para el uso que hace Lacan
del concepto ideológico d e verdad en sus expresiones que invocan “la
verdad com o causa”.)
Yo tendería, pues, claram ente, a m odificar lo que escribí del sujeto
en los d iferentes discursos, tom ando en cuenta esta rectificación
esencial. Sin em bargo, el procedim iento intentado sigue parecién-
d om e válido. Se trata de definir no sólo los elem entos propios de ca
d a discurso, sino tam bién la estructura, las lim itantes (?) propias de
cada discurso. Lo que planteo con ello es que los elem entos no sólo
son diferentes en cada discurso, sino que no están dispuestos-arregla-
dos de la m ism a m anera en cada discurso. Esta disposición-arreglo
hace que las categorías (?) constitutivas de cada discurso (p o r ejem plo
la categoría d e sujeto para el discurso ideológico) no sean las mismas,
y que no estén dispuestas de la m ism a m anera. Es así com o podem os
decir q ue el discurso ideológico hace intervenir categorías propias
(especular con repetición interna, centrada, y cerrada), cuando el
discurso científico hace intervenir otras categorías, en una disposición
muy diferen te (no especular, sin repetición, abierta, etc., conceptos
estructurales todos éstos que deben ser precisados y definidos).
Me p reg u n to y preg u n to cuáles son las nociones (tom adas de la
lingüística o d e u n a disciplina diferente) que habría que hacer in ter
venir para d ar cuenta de estos hechos. Al parecer, existe no sólo la
diferencia d e los elem entos (que en principio no crea dificultades)
sino tam bién lo que acabo d e designar p o r las diferentes categorías,
que no son inteligibles en sí mismas sino en relación con la disposi
ción-arreglo, o estructura. ¿Podem os designar a esta últim a con el
concepto de limitantes? ¿Es conveniente el concepto d e categoría? ¿Es
ju s ta y p ertin en te la distinción entre las categorías y la estructura?
3] Si estas preguntas pu ed en ser aclaradas, q u ed a rá u n a últim a
pregunta.
En efecto, son los elem entos + categorías + disposiciones (¿limitantes?)
específicas los que definen a los diferentes discursos com o diferentes, y
p o r lo tanto irreductibles. Sin em bargo son todos discunos, que podem os
definir com o discursos por su diferencia con las prácticas.
La estru ctu ra de un discurso no es la de una práctica. N o sólo
p o rq u e un discurso no produce más que efectos, digam os, de significa
ción, cuando las prácticas originan m odificaciones-transform aciones
reales en objetos existentes, y en casos extrem os objetos nuevos y reales
(las prácticas económ ica, política, teórica, etc.). Esto no q uiere decir
que los discursos no ejerzan eficacia sobre objetos reales, p ero si lo
hacen es sólo p o r su inserción-articulación en dichas prácticas, que los
utilizan entonces com o instrum entos en su “proceso de trabajo”. Aquí
tenem os todo u n cam po p o r explorar, para el cual disponem os ya de
ciertos elem entos teóricos (cf. lo que dice Balibar acerca d e la inter
vención en u n a práctica, sobre la intervención de la ciencia en la
práctica económ ica o política).
U na vez m arcada y definida esta diferencia esencial e n tre discurso
y práctica, nos en contram os al mismo tiem po vueltos a la tarea de
d efin ir lo que constituye a estos discursos com o tales y lo que d eter
m ina que todos, a pesar de sus diferencias, sean discursos.
S obre este pun to podem os decir algunas cosas im portantes. Prim e
ro, p ara ser discursos d eben poseer en su interior una “d oble articu
lación”, o u n a existencia “en doble nivel” de sus elementos. Doble
articulación com parable a la que los lingüistas pusieron en evidencia
a pro pó sito de la lengua (fonem as-m orfem as). Por ejem plo, en el
discurso científico, la prim era articulación está constituida p o r pala
bras y la segunda (creo que tendría que ser la inversa en la term inología
de M artinet) p or conceptos; m ientras que en el discurso inconsciente,
la p rim era articulación (o el prim er nivel) puede estar constituido por
to d a u n a serie de unidades com o fonem as, palabras, im ágenes, soni
dos, olores, etc. y la segunda p o r fantasmas, etc. Debemos p o d e r hacer
en todas partes este inventario y revelar la existencia de este doble
estrato que constituye to d o discurso com o tal.
A parte de esto deberíam os poder p o n er en evidencia toda u n a serie
de leyes de com binación, sustitución, elisión, subrepción, am o n to n a
m iento, etc. En resum idas cu e n ta s, lo q u e la lingüística puso en
evidencia y lo que Lacan utilizó p o r su cu en ta.
¿Podem os aislar con precisión estas leyes y, si hay diferentes tipos
de leyes, podem os aislar y d efin ir estos d iferen tes tipos y niveles de
leyes? Sin du da los lingüistas ya tra b a ja ro n so b re esta cuestión. ¿Puede
alguien ayudarm e a resum irlo y a precisarlo de m anera p ertinente
para nuestra investigación (por ejem plo las leyes de la sintaxis, ¿en qué
nivel operan con respecto a las leyes d e la m etonim ia y de la m etáfora?
Los tropos, las figuras de estilo, ¿d ó n d e hay q u e colocarlos? Inform a
ciones, p o r favor).
Si esta cuestión puede ser esclarecida, plantea, a mi parecer, o tra
cuestión capital. ¿Cuál es el lugar exacto q u e se ha d e atribuir a los
descubrim ientos y a los conceptos de la lingüística con respecto a esta
tentativa de constituir u n a teo ría de los discursos? ¿Cuál es el lugar
exacto que se h a de asignar a las leyes reveladas p o r la lingüística con
respecto a este proyecto de u n a teo ría de los discursos, que implica una
teoría del discurso?
Com o los discursos de los que nos ocupam os no se reducen sólo a
las form as de discurso que estudia la lingüística, com o estudiam os
discursos cuyos elem entos no son, o no siem pre ni todos son, elem en
tos lingüísticos, no hay que concebir a la lingüística com o u n a disciplina
regional, q ue pued e servir de “guía” epistem ológica, pero sólo de guía,
para u na teoría general aún ausente, y que po d ría ser la teoría general
del discurso (¿o del significante?; pero em piezo a desconfiar de este
térm ino, dem asiado incluido en el idealism o de las connotaciones
sig n ific a n te -sig n ific a d o d e De Saussure). Si la existencia d e la lingüís
tica es el indicio y la exigencia de una teoría general del discurso, no
puede, con todo rigor, hacer las veces de ella. ¿Cuáles son pues sus
propios límites actuales, los que perm itirían considerarla com o u n a
teoría regional, si debe ser pensada de esa m anera? (¿pero debe ser
pensada así, com o creo?).
La hipótesis que sugiero de esta m anera perm itiría entonces dar,
respecto a leyes específicas que definen cada discurso particular (los
discursos antes enum erados), un estatuto a las leyes generales de todo
discurso, que operan entonces en todo discurso particular, m as se
en cu en tran obligadas en su juego, su ejercicio, por las leyes de limitantes
propias d e cada tipo de discurso (las que intenté com parar al hablar
de la especificidad para cada discurso del sistema elem entos + catego
rías + estructuras).
Para todas estas nociones, habría pues que establecei u n a teivnino-
logia adecuada, que sin d u d a ya no sería totalm ente la de la lingüística,
no sólo p o rq u e nuestro objeto desborda la lingüística p o r la distinción
de los diferentes discursos, sino tam bién p o rq u e sale de ella p o r el
hecho d e q ue la lingüística no sería la teoría general del discurso que
p re te n d e ser (o que se p retende que sea, con u n poco d e apresura
m iento), aunque en la coyuntura actual es la única que pueda servirnos
de “guía” teórica p ara salir de ella en las dos direcciones indicadas.
Entonces sería indispensable realizar rectificaciones de term inología.
P or ejem plo, no podem os considerar pertin en te la oposición len
g u a/p ala b ra. La palabra plantea un problem a diferente, segundo con
respecto al problem a que lo precede, el de los discursos. En efecto, no
hay palabra más que en u n discurso.
La oposición len gu a/discurso es teóricam ente pertin en te, mas ya
no ten d ría el estatus de la oposición lengua/palabra; quizá sea el
concepto de lengua el que se volvería inadecuado en n u estra oposi
ción, pues dam os al concepto de discurso un sentido m ucho más
am plio q ue el autorizado por la lingüística en su estado actual. ¿Quizás
el concepto de lenguaje recobraría pertinencia? Lenguaje atendido
com o la estructura de todo discurso: que tiene con respecto al discurso
(en el sentido am plio que lo consideram os) el mismo papel que el
concepto de lengua con respecto al discurso “lingüístico” en el sentido
saussuriano estrecho (lo que De Saussure “considera” cuando p ronun
cia el concepto “palabra”).
Tantas preguntas.
¿Son pertinentes, y están acertadam ente planteadas?
¿Cóm o contestarlas en el estado actual d e las cosas?
12 de octu b re de 1966
SOBRE LA TRANSFERENCIA Y LA CONTRATRANSFERENCIA
(PEQUEÑAS INCONGRUENCIAS PORTÁTILES)
1973
N o se ha insistido bastante en que Louis A lthusser era u n m aestro del
gén ero burlesco. M anifiesta en su correspondencia, a veces, esta
dim ensión desconocida de su arte de escribir y de pen sar hace
irru p ció n e n sus textos teóricos; esto ocurre, p o r ejem plo, en una
so rp re n d en te autoparodia sobre las “leyes de la dialéctica” fechada en
ju n io de 1972. Las “Pequeñas incongruencias portátiles” y “Sobre la
transferencia y la contratransferencia” pertenecen indiscutiblem ente
a esta rica veta del género burlesco teórico.
En una frase am bigua de El porvenir dura mucho tiempo1 Louis
A lthusser parece situar en 1976-1977 la redacción y el envío a su
analista de “u n texto con pretensión teórica... sobre la co ntratransfe
rencia”. Sin em bargo lo más probable es que las “Pequeñas incon
gruencias portátiles” fueran escritas e n jillió de 1973. Si bien la carta
de envío a R ené Diatkine está fechada el “m iércoles 25 de ju lio ”, sin
precisión de año, la confrontación de su contenido y de las agendas
de A lthusser casi no deja lugar a dudas.
Louis A lthusser sitúa bastante bien el carácter de su texto en la carta
con qüe se lo envía a Diatkine: “H elena, quien leyó este texto con los
‘sentim ientos’ que usted adivinará, insiste con ju sta razón (está en su
papel) en el carácter ‘analítico’, y hasta autoanalítico, de este texto.
T iene razón, y es p o r esta razón social p o r lo que ante todo m e dirijo
a u sted .” Y agrega: “Pero si más adelante, cuando haya pasado
(¿quizá?) p ara mí el tiem po de ju g a r a tod a costa, si usted piensa
tam bién q ue hay en estas páginas locas algunas indicaciones positivas
(aunque sólo fueran algunas), debe saber que se las debo (y tam bién
u n poco a J. M artin, de quien a últim as fechas le hablé a m enudo).”
Esta m anera de vincular inextricablem ente su experiencia analítica
con su trabajo teórico, en particular cuando trata de la co ntratransfe
rencia y del “final del análisis”, no es nueva: podem os com pararla con
lo que ya escribía a Lacan en la carta del 10 de diciem bre d e 1963
publicada en este com pendio, o lo que escribía a F ranca el 8 de
diciem bre del m ism o año: “nadie hasta ah o ra de entre los analistas ha
podido (salvo p o r casualidad y sin saber p o r qué) terminar verdadera
11R. Diatkine, J. Sim ón, La psychanalyse précoce, París, PUF, 1972, colección “Le fil
Saaá r u m a (1)
Tstma ncomamiiss po r ü t it ss .
( suI tI m da
l '- j r t da tmaoe l a PZP.)
Le f l l roo*».
2. “N o se h a se ñ a la d o b a s ta n te q u e u n a c o n tra rre v o lu
c ió n e ra ta m b ié n u n a re v o lu c ió n .”
M aquiavelo. Discorsi, II, XVIII.
Mao Tse-tung, no citando a M aquiavelo. O bras apó
crifas, editadas en F orm osa, tom o II, p. 222.
N O T A ADJUNTA A LA ADVERTENCIA
1 “Los filósofos que especularon sobre el significado d e la vida y sobre el destino del
h o m b re no subrayaron bastante que la naturaleza se to m ó el trabajo de inform árnoslo
ella misma. Ella nos advierte m ediante u n a señal precisa que n uestro destino se ha
cum plido.” B ergson, L ’énergiespirituelle, París, p u f , 1970.
en otros casos (el de u n hom bre y u n a rosa), la relación parece
unilateral. Experiencia-límite interesante: podría h aber relaciones uni
laterales (en tre el ho m bre y un vegetal), lo que corresponde m anifies
tam ente si no a la experiencia real, que dem uestra todo lo contrario,
p o r lo m enos a la ideología de ciertos psicoterapeutas (los analistas
son desde luego dem asiado sagaces para caer en este defecto), que
creen con to d a la b u en a fe que su “relación” con el paciente sólo pone
e n ju e g o la transferencia unilateral de su prop io paciente.
3 A unque falta una p arte de la frase, la que hace que el párrafo sea parcialm ente
incom prensible, podem os citar aquí el pasaje corresp o n d ien te en la versión m ucho m ás
breve d e “P equeñas incongruencias p o rtátiles”: “F reud se analizó a sí mismo: au to a n á
lisis. Q u e p o d ría h a b er em pleado para sus propios fines los m ism os m edios q u e los
antes m encionados: Fleiss, los lectores y los pacientes.”
Esta reserva verbal obedece a que hay psicólogos, psicoterapeutas,
y algunas veces hasta ciertos analistas, que tienden a creer (a pesar de
las evidencias de su práctica) que estarían dotados, por ser poseedores
del saber psicológico o analizados, de la capacidad de evadir la ley
universal de la transferencia. Pero no hablam os para estos retrasados.
En realidad, el analista A, a su vez, hace u n a transferencia hacia el
analizado B y desde el principio de sus relaciones, o un poco más tarde,
d ep en d e, p ero es evidente que para que “funcione”, para q u e “cami
n e ”, es necesario que lo haga de am bos lados, y que el analista lleve a
cabo hacia el analizante u n a transferencia tan bu en a com o la de éste
hacia aquél (diferencia fecunda: los com ponentes libidinales de las dos
transferencias no son las mismas).
La ley de la transferencia es, pues, u n a ley universal.
1L éon C hertok le m andaba regularm ente sus síntesis con dedicatorias amistosas.
“ P or desgracia no es posible citar, ni siquiera resum ir aquí estas críticas.
su estado, su texto es muy insuficiente en el nivel teórico y p o r ello
im publicable; la excepción es F ernand Deligny, quien le escribe: “A
decir verdad, nada de su texto ‘ap resu rad o ’ [...] m olesta, sino todo lo
co n tra rio ”, m ientras que confiesa haberse sentido “m olesto, so rp re n
dido y desco n certado” p o r el artículo “Freud y L acan”. Por su parte,
Michel Pécheux estim a que “El descubrim iento del d o cto r F reu d ” se
em p aren ta ju stam en te con u n “ajuste de cuentas” con el artículo
“F reud y L acan” que “tom a dem asiado [...] la form a de u n a liquida
ción”, y, haciendo referencia a la “política de la salud” del p c f , subraya
que para éste “Lacan es m olesto y, desde hace m ucho tiem po, m uchos
sueñan con ‘vengarse’ [...] porque, en definitiva y a pesar de todo su
circo, Lacan m olesta a quienes tú [Althusser] un día llam aste la gran
familia.” Y agrega: “¡Qué divina sorpresa entonces, qué regalo inespe
rado para algunos, un ‘anti-Lacan’ firm ado p o r A lthusser!”
Muy trasto rn ad o p o r estas críticas —que re ú n e en u n expediente
intitulado “Juicios ‘D escubrim iento del doctor F reud’ com o lo
atestiguan num erosas anotaciones que hace al texto d e j. Nassif y sobre
todo la carta que envía el 12 de agosto a É. R oudinesco (y que
publicam os a continuación com o apéndice a “El descubrim iento del
d o cto r F reu d ”), I ouis A lthusser escribe un segundo texto, “Sobre
M arx y F reu d ”, al parecer concluido en diciem bre, que envía luego a
C hertok solicitándole sustituya al prim ero, a lo que este últim o accede.
P ero cuando en 1978 aparecen las actas oficiales en tres volúm enes
del coloquio,111si bien el texto de A lthusser es en efecto el de “Sobre
M arx y F reu d ”, se publica con el título: “El descubrim iento del do cto r
F reud en sus relaciones con la teoría m arxista”, lo que por supuesto
no puede provocar más que u n a evidente confusión con el prim er
texto retirado. Asimismo se puede observar que de las Actas del
coloquio de Tiflis desaparecieron varios párrafos com pletos del texto
(véanse las páginas 195,206). A hora bien, el contenido de u no de estos
párrafos retirados, en el q u e A lthusser defiende la idea de que la
aportación de Freud a la exploración de las “figuras de la dialéctica”
puede ser considerada más rica que la de Marx, hace pensar que esta
desaparición tiene todo el aspecto de u n a censura. P or últim o, es
im p o rtan te precisar que, a fin de cuentas, A lthusser no asistió al
coloquio de Tiflis.
Luego, Louis A lthusser publicó “Sobre M arx y F reud” en alem án
111 The unconscious. Nature. Function. Metliods ofstudy, Tiflis, M etsniereba, 1978, 3 vols.
El texto d e Louis A lthusser aparece e n el p rim e r volum en, pp. 239-253.
en 1977IV y en español en 1978,v p ero el texto q u ed ó inédito en
Francia.
El “escándalo” propiam ente dicho estalló sólo algunos años des
pués, en 1984, cuando Léon C hertok integró en u n nú m ero especial
de la Revue de Médecine Psychosomatique (núm . 2, 1983), publicada y
difundida entonces p o r las Éditions Privat, de Tolosa, varias ponencias
presentadas d u ra n te el coloquio de Tiflis, sobre todo de franceses,
com o las de B ernard Doray, G érard M endel, Léon C hertok, Frangois
R oustangy... Louis Althusser. C ierto tiem po después, en la prim avera
de 1984, las Éditions Privat d ifundieron en librerías algunos centena
res de ejem plares'1 de un “libro” con el título de Diálogos franco-sovié
ticos sobre el psicoanálisis, que sólo repetía, con u n a p o rtad a diferente,
el n úm ero de la Revue de Médecine. Psychosomatique. U na n ota de Roland
Jaccard en el diario Le Monde del 27 d e abril de 1984 subraya el interés
de esta publicación y señala en particular el “apasionante texto de
Louis Althusser: ‘El descubrim iento del doctor F reu d ’, que no había
sido presen tad o en Tiflis”. En efecto, si uno lo analiza d e cerca, se da
cuenta d e que no se trata del texto ya publicado en las Actas oficiales
del coloquio —com o sucede con los otros autores reunidos en esa
o b ra—sino en efecto del p rim er texto (“El descubrim iento del doctor
F reu d ”), enviado p o r Louis A lthusser en ju n io de 1978, luego retirado
y rem plazado algunos meses después p o r “Sobre M arx y F reu d ” que
sería publicado, recordém oslo, con el título muy parecido de “El
descubrim iento del d o cto r F reud en sus relaciones con la teoría
m arxista”.
¿Q ué sucedió? ¿Sim plem ente que Léon C hertok se equivocó de
texto, com o lo supondrá, ofuscándose, C atherine C lém en ten L’Ane,'"
o bien que aprovechando en cierta m anera la confusión, deliberada o
involuntaria, poco im porta, de los títulos, se autorizó él mismo a
publicar el texto inicial que A lthusser había rechazado? En realidad,
al recibir la revista, Louis A lthusser p ro testa p or carta certificada a las
Éditions Privat a p artir del 27 de febrero de 1984 indicándoles que
Estimado doctor:
Louis A lthusser
Leo, en la sección literaria del Monde del 27 de abril, u n a reseña, firm ada R.
J., de u na obra, Diálogosfranco-soviéticos, que el d octo r C hertok com puso e hizo
im prim ir en Privat.
El d o cto r C hertok publicó en ella, com o lo hizo en su Revue de Médecine
Psychosoinatique, u n texto m ío, que, p o r considerarlo u n b o rra d o r in o p o rtu n o
redactado de prisa e im publicable, yo había retirad o de las Actas del C ongreso
de Tiflis y rem plazado p o r otro, que figura bajo mi no m bre en las Actas del
C ongreso.
En una carta a Privat, que publicará en el próxim o núm ero de la revista de
Chertok, denuncio la flagrante falta de delicadeza del doctor. A pesar de ser el
responsable de todo el trabajo de enlace entre los franceses y los soviéticos, y p o r
lo tanto perfectam ente inform ado de todos los detalles de esta peripecia, el doctor
Chertok, p o r su propia iniciativa, hizo caso omiso de todas las conveniencias y las
disposiciones de la ley, y publicó mi prim er texto tanto en su revista como en su
libro. Presupongo que creyó p oder especular sobre mi retiro para pasar p o r alto
mi autorización: sabía tanto que debía estar convencido de que yo no estaría más
dispuesto a dársela hoy que hace siete años.
En consideración a las Éditions Privat, no quise iniciar el em bargo de las
publicaciones en cuestión. Además, las É ditions Privat in sertarán u n a n o ta de
p ro testa en el libro.
Para q u e sus lectores estén inform ados d e lo que constituye u n p eq u eñ o
escándalo, le agradecería m ucho aceptara publicar la p resen te puntualización,
lo más p ro n to posible, en su próxim a sección literaria.
Siem pre aprecié la corrección de su diario, que adem ás n ad a tiene que ver
con este asunto. P erm ítam e agradecerle p o r anticipado y asegurarle, q u erido
señor, mi m ayor consideración,
Louis A lthusser
D esearía h acer algunos com entarios sobre la carta del señ o r Louis A lthusser
a p ropósito del texto publicado bajo su nom bre en Diálogos franco-soviéticos
sobre el psicoanálisis.
N o se trata desde luego de “u n b o rra d o r in o p o rtu n o , red actad o d e p risa”.
Los que lo lean p o d rán darse cu en ta d e que estam os an te u n texto m ed itad o
y elaborado. El señor A lthusser consideró apro p iad o retirarlo en el m o m e n to
en que iba a ser en tregado a im presión, sustituyéndolo p o r u n texto que tiene
o tro título y cuyo contenido es com pletam ente diferente. N ada po d ía hacerm e
p en sar q u e el prim ero estaba afectado p o r su au to r de u n a interd icció n
definitiva d e publicación. Si tom é la iniciativa que hoy se m e rep ro ch a, es
po rq u e estim é, p o r el contrario, que tenía un en o rm e interés y m erecía
am pliam ente ser conocido.
o. c.
EL DESCUBRIM IENTO DEL D O C TO R FREUD
10] Vuelvo a F reud para hacer sim plem ente una observación. No nos
legó u n a teoría científica del inconsciente. Pero nos dio algo más: no
sólo una descripción del m aterial analítico obtenido d u ra n te la cura,
sino u n a tentativa prodigiosam ente em ocionante de pensar los resul
tados de sus experiencias. No p orque este pensam iento no logre
asum ir la form a d e u n a teoría científica deja de ser u n pensam iento,
en sentido estricto, prodigiosam ente perspicaz y —éste es el p u n to más
im po rtante—prodigiosam ente atento a todos los detalles, curioso ante
todas las novedades y en perpetuo movimiento. En efecto, es extraordi
nario —no se ha señalado bastante— que, hasta los últim os días de su
vida, F reud nunca dejó de m odificar su pensam iento, sus conceptos y
lo que él m ism o llam aba sus “hipótesis” generales. Si no dejó de
transformar su pensam iento fue p o rq u e no había llegado a u n a teoría
científica q ue estableciera resultados definitivos sistem atizados y ho
m ogéneos del tipo —me disculpo p o r este ejem plo m odesto, p ero es
irrecusable y claro—: 2 + 2 = 4. P ero adem ás, si no dejó de transformar
su pensam iento, fue p o rq u e nunca aceptó considerar que había
llegado a u n resultado definitivo, es decir científico, sobre el cual ya
sólo tuviera que trabajar p ara p ro d u cir nuevos conocim ientos verda
deros. No. Para Freud ningún resultado fue jam ás definitivo. La
p ru eb a es que no dejó d e cam biar sus hipótesis de base, no la
existencia del inconsciente y sus m anifestaciones (nunca d u d ó de su
“realidad”), sino la expresión teórica d e esta existencia.
En cam bio, los que creyeron que Freud había hecho u n a teoría
científica del inconsciente, com o A dler y ju n g , se alejaron de F reud y
se pu siero n a elaborar filosofías del inconsciente, que poco tenían que
ver, no ya con el pensam iento de Freud, sino con el conjunto de los
hechos reunidos p o r la práctica freudiana: ser volvían ciegos a los
propios hechos. Pero en su filosofía del inconsciente partían de una
teoría filosófica com o si ésta constituyera el equivalente de u n a teoría
científica, u n resultado definitivo de base del que se puede y se debe
p artir para o b ten er nuevos resultados. Y no dejaban de delirar teóri
cam ente, alejándose cada vez más de los hechos.
En cam bio, p o r su parte, alguien com o Lacan, que creyó que Freud
había descubierto la teoría científica del inconsciente sin saberlo, y
q ue bastaba con agregar a este contenido la form a que le faltaba,
tam bién procedió form alm ente de la m isma m anera, con la diferencia
de que no elaboró, com o A dler y ju n g , u n a filosofía del inconsciente
forzosam ente delirante, desde el pu n to d e vista teórico, sino una
filosofía del psicoanálisis en general, que se m antuvo m ucho m ás cerca
tanto del pensam iento y de los escritos de F reud com o del m aterial
analítico. P ero Lacan tam bién procedió com o si hubiese logrado un
resultado científico indiscutible, en una form a teórica forjada p o r él para
este resultado, y trabajó constantem ente sobre la base de lo que
consideraba u n a experiencia teórica científica indiscutible, para sacar
de ella siem pre nuevas conclusiones teóricas. En verdad sabem os que
sus conclusiones teóricas no eran más que filosóficas.
P ero a ello se debe, en cam bio, que sea necesario insistir en este
carácter extraordinario del pensam iento de Freud. N unca considera
definitivas las “hipótesis” teóricas que p rop on e. No puede evitarlo,
pues in ten ta pensar en el sentido estricto lo que hace, y lo q ue observa.
P ero jam ás considera ten er u n a hipótesis definitiva, es decir una
hipótesis v erd ad eram ente científica. P or elio cam bia d e hipótesis, y
esto hasta el final de su vida. R esulta paradójico que la p ru eb a más
pro fu n d a del pensam iento verdaderam ente científico d e Freud, su
crítica, su antidogm atism o, se m anifieste p o r su instintivo recelo a
calificar de científicas en sentido riguroso las form ulaciones provisio
nales a las q ue llega, p ara d ar cuenta de los hechos q u e sin em bargo
son indiscutibles, y que tienen u n a im presionante convergencia.
C onsidero que u n a nueva lectura d e toda la o b ra de F reud a partir
de la hipótesis q ue acabo de enunciar d ebe p o r fin p erm itir com pren
d er la necesaria paradoja de un pensam iento p ro fu n d am en te científico,
p ero al m ism o tiem po p ru d en te en extrem o; d e u n pensam iento
inquebrantable, p ero al mismo tiem po m ultiform e, de u n pensam ien
to que no deja de decir lo m ismo y de profundizarlo, p ero al mismo
tiem po lo dice de una m anera siem pre renovada y siem pre desconcer
tante. Sólo a condición de ab o rd ar el pensam iento d e F reud con esta
hipótesis explicativa en m ente, es posible ver lo definitivo que nos legó,
aun si la form a que dio a este definitivo no era la d e u n a teoría
científica en el sentido estricto.
APÉNDICE
CARTA A ÉLISABETH RO U DINESCO A PRO PÓ SIT O DE SUS COM ENTARIOS
SOBRE “EL DESCUBRIM IENTO DEL D O C T O R FREUD”*
G ordes, 12.8.76
¡Qué gusto leer esta crítica sabrosa, lúcida y generosa! T e agradezco que le
hayas robado a tus vacaciones el tiem po suficiente p ara leerm e y rectificar mis
m etidas de pata.
*Carta que L. A lthusser dirigió a É. R oudinesco tras hab er recibido de ella una crítica
detallada del “esbozo” de su artículo sobre “El descubrim iento del d o c to r F re u d ”
enviado inicialm ente a L éon C hertok para el coloquio de Tiflis.
En to d o caso m e das lo necesario para que m odifique este texto, si algún
día lo hago, pues tantos o tros p ueden, m ejor qu e yo, hablar de F reud. A dem ás
lo escribí p ara los soviéticos de Tiflis, con ciertas segundas intenciones algo
torcidas p o r enderezar. P ero esto no lo explica tod o , pues soy u n ig n o ran te
en teoría freudiana y lacaniana, salvo de oídas, com o sabes, y m e d eshago de
adm iración ante el n ú m ero de personas que, ah ora, saben.
Q ueda sin em bargo, u n a vez que se han tom ad o en cuenta todas estas fallas,
la cuestión d e Lacan, que tam bién tenía en m ente, au n q u e la tratab a en p arte
p o r preterición. Dices que elegiste tu cam ino y qu e no se lo im pones a nadie.
¿Aceptas que a mi vez te objete q u e es un poco fácil? N o se trata de n eg ar todo
lo que debem os a Lacan, p ero al ju z g ar los efectos p o r las causas, a m en u d o
son nulos o de la m ayor confusión o, lo q u e es más grave, nulos p o rq u e
conducen a u n estancam iento, y son estériles (un p oco el Picasso del análisis,
n o el G óngora), y aun si soy dem asiado severo, n o negarás qu e nos en co n tra
m os en el m alestar y el equívoco, y que esta “filosofía” qu e acaba en las aguas
del neopositivism o no es m uy tranquilizante. P or lo m enos debem os concluir,
en mi opinión, si a falta de ju z g ar a Lacan lo tratam os a él m ism o com o
síntom a, q u e sin em bargo hay que lograr en u n ciar de qué p u ed e ser él el
síntom a, quizá de algo que F reud no precisó con exactitud, ya sea en su objeto,
sus conceptos, o sim plem ente su lenguaje, pues Lacan sintió la necesidad de
transform arlo, no sin razones. En fin, ya volverem os a hablar d e to d o esto
cu an d o esté m ejor en terad o d e los textos, que conozco dem asiado mal p ara
oponértelos.
Nassif, a quien enseñé mis hojas, m e envió u n a crítica d e 60 páginas
m anuscritas, que coinciden más o m enos con las tuyas, «Hinque con m ás signos
d e interrogación, y finalm ente es bastante p ru d e n te con resp ecto a mis
reservas sobre Lacan. ¿Signo de los tiempos?
B uen final de vacaciones, qu erid a Elisabeth, y te agradezco d e nuevo del
fondo del corazón tu carta y tu am istad. Te m an d o u n beso.
Louis.
H oy estam os m uy de acuerdo, a pesar de las resistencias sintom áti
cas cuyas razones h ab rá que exam inar, en re co n o ce r que, en el
o rd e n de las “ciencias sociales” o “h u m an as”, dos descu b rim ien to s
in auditos, to talm e n te im previsibles, tra sto rn a ro n el universo de los
valores culturales de la “e dad clásica”, de la b u rg u esía ascendente
e instalada en el p o d e r (del siglo xvi al xix). Estos d escubrim ientos
son el del m aterialism o histórico, o teo ría de las condiciones, las
form as y los efectos d e la lucha d e clases, o b ra de M arx, y el del
in co nsciente, o b ra de F reud. A ntes d e M arx y de F reud, la cu ltu ra
se basaba en la diversidad de las ciencias n aturales, co m p lem en ta
das p o r ideologías o filosofías de la historia, d e la sociedad y del
“sujeto h u m a n o ”. C on M arx y F reud, de re p e n te las teorías cientí
ficas em piezan a o c u p a r “reg io n es” h asta entonces reservadas a las
form aciones teóricas d e la ideología bu rg u esa (econom ía política,
sociología, psicología) o m ás bien ocupan, e n el seno de estas
“reg io n es”, posiciones so rp re n d e n te s y d esconcertantes. Sin em
bargo, tam b ién convenim os am pliam ente en re co n o ce r que los
fen ó m en o s q u e a b o rd a ro n M arx y F reud, a saber, los efectos d e la
lucha de clases y los efectos del inconsciente, no eran desconocidos
antes de ellos. T o d a u n a trad ició n de filósofos políticos, y a n te to d o
los “p ractican tes” q ue evoca Spinoza a p ro p ó sito d e M aquiavelo
—q u ien habló d irec tam en te de la lucha de clases, y a q u ien debem os
la tesis d e la a n te rio rid a d d e la contradicción sobre los contrarios,
los más con o cido s de los cuales son los filósofos del d erech o
natu ral, q u e h ab laro n de ello en fo rm a indirecta, bajo el disfraz de
la ideología ju ríd ic a — habían reconocido, m ucho antes de M arx, la
existencia d e las clases y d e los efectos d e la lucha d e clases. El
p ro p io M arx reco no cía com o antepasados directos, d e quienes se
d eslindaba p o r la crítica q u e hacía d e la teo ría b u rg u e sa de la lucha
d e clases, a los h isto riad o res burgueses de la re sta u rac ió n y a los
econom istas de la escuela de R icardo, com o H odgskin: estos a u to
res habían reco n o cido la existencia d e las clases y de la lucha de
clases. A sim ism o, los efectos del inconsciente estu diados p o r F reud
h ab ían sido reco n ocidos en p arte desde la más re m o ta antigüedad,
en los sueños, las profecías, los fenóm enos de posesión y d e exorcis
m o, etc., consagrados p o r prácticas de tratam iento definidas.
En este sentido, ni M arx ni Freud inventaron nada: el objeto cuya
teoría elaboraron respectivam ente existía antes de su descubrim iento.
¿Q ué aportaron?: la definición de su objeto, de su lim itación y su ex
te n sió n , la c a rac te rizac ió n d e sus c o n d icio n e s, d e sus fo rm a s de
existencia y de sus efectos, la form ulación de las condiciones para
com p ren d erlo y para actuar sobre él: en resum en, su teoría, o las
prim eras form as de ésta.
T o d o es trivial en esta observación si es cierto q u e p a ra el
m aterialism o cu alquier descu b rim ien to no hace más que p ro d u c ir
la fo rm a d e conocim iento d e u n objeto ya existente “fu e ra del
p e n sa m ie n to ”.
P ero las cosas se vuelven más in teresan tes cuando las condicio
nes d e estos d esco n certan tes descubrim iento s renuevan por completo
las condiciones antes reconocidas como normales para cualquier descubri
miento. Y sin d u d a no es u n a casualidad q u e los dos d escubrim ientos
q u e tra sto rn a ro n al m u n d o cultural en u n lapso de 50 años p e rte
nezcan a lo q u e se ha acep tad o llam ar las “ciencias h u m a n a s” o
“sociales”, y que ro m p an con los protocolos de los descubrimientos
tradicionales en las ciencias naturales y en las form aciones teóricas
d e la ideología. T am poco es u n a casualidad el que esta ru p tu ra
co m ú n haya sido re sen tid a p o r num eroso s co n tem p o rán eo s —ya
q u e M arx y F reud fu e ro n b astan te conocidos— com o la m anifesta
ción d e cierta afinidad e n tre dos teorías. A p a rtir d e entonces,
p risio n ero s com o lo estaban del prejuicio ideológico del “m onis
m o ” d e to d o s los objetos de las ciencias, n o es y n a casualidad que
algunos se hayan puesto a buscar las razones de esta afin id ad en
u n a identidad de objeto, com o Reich, q u e in te n ta b a identificar los
efectos del in co nsciente aislados p o r F reu d con los efectos d e la
lucha d e clases aislados p o r Marx.
Seguim os viviendo —en to d o caso som os m uchos los que vivimos—
con el m ism o presentim iento: dem asiadas cosas los asem ejan, debe
haber algo en común entre M am y Freud. ¿Pero qué? Y si la experiencia
fallida d e Reich nos m ostró dónde y cóm o no había, que buscar su
p u n to de en cu en tro com ún (en u n a identidad de objetos), subsiste la
convicción de que sucede algo com ún en esta doble experiencia sin
preced en te en la historia d e la cultura.
Podem os afirm ar en prim era instancia que, en un m undo igual
m ente dom inado por el idealism o y el m ecanicism o, Freud nos ofrece,
al igual que Marx, el ejemplo de un pensamiento materialista y dialéctico.
Si la tesis m ínim a que define al m aterialism o es la existencia de la
realidad fuera del pensam iento o de la conciencia, F reud es en efecto
m aterialista, puesto que rechaza la prim acía de la conciencia no sólo
en el conocim iento, sino en la conciencia misma, y tam bién en la
psicología, para pensar el “aparato psíquico” com o u n todo del cual
el yo o el “consciente” no son más que u n a instancia, u n a parte o un
efecto. En u n nivel más general, es bien conocida la oposición de
F reud a todo idealismo, al esplritualism o y a la religión, aun disfrazada
de moral.
En cuanto a la dialéctica, F reud nos legó de ella figuras so rp ren d en
tes, que nunca trató com o “leyes” (esta form a discutible de cierta
tradición m arxista), com o las categorías de desplazam iento, de con
densación, d e sobredeterm inación, etc., y tam bién la tesis límite —la
reflexión y m editación sobre ella sería de gran alcance— d e que el
inconsciente no conoce la contradicción, y que esta falta de contradicción
es la condición de toda contradicción. Aquí hay con qué “reventar” el
m odelo clásico de la contradicción, inspirado dem asiado en Hegel
p ara que verd aderam ente pueda servir de “m éto d o ” de un análisis
marxista.
M arx y F reud estarían pues unidos el uno al otro p o r el materialis
m o y la dialéctica, con la extraña ventaja p o r parte de F reud de haber
explorado figuras de la dialéctica, muy cercanas a las d e Marx, p ero a
veces tam bién más ricas que ellas, y com o esperadas p o r la teoría
misma de Marx. Si se m e perm ite citarm e, antes di u n ejem plo de esta
so rp ren d en te afinidad m ostrando que la categoría de sobredetermina
ción (tom ada d e Freud) era com o requerida y esperada p o r los análisis
de Marx y de Lenin, a los que se adaptaba con toda precisión, al mismo
tiem po que tenía la ventaja de p o n er de relieve lo que separaba a Marx
y L enin de Hegel, para quien ju stam en te la contradicción no está
sobredeterminada.5
¿Bastan estas afinidades filosóficas para dar cuenta de la com unidad
teórica que existe en tre M arx y Freud? Sí y no. En efecto, podríam os
d eten ern os aquí —el balance filosófico ya es rico— y dejar que cada
teoría funcione p o r su lado, es decir que se encargue d e su objeto
propio, irreductible como objeto a las afinidades filosóficas de las que
acabam os de hablar, y retirarnos p ara callar. Sin em bargo, o tro
5 T odo este párrafo desapareció de la edición de las Actas del coloquio de Tiflis
publicadas en 1978.
fenóm eno aún más so rp re n d en te debe m erecer nuestra atención: es
lo que llam é el carácter conflictivo d e la teoría m arxista y de la teoría
freudiana.
Es un hecho que la teoría freudiana es u n a teoría conflictiva. Desde
su nacim iento —y el fenóm eno no ha dejado de reproducirse—provo
có no sólo u n a fuerte resistencia, no sólo ataques y críticas, sino, lo
q ue es m ás in teresan te, tentativas d e anexión y de revisión. C onside
ro que las tentativas de anexión y d e revisión son más interesantes que
los simples ataques y las críticas, pues significan que la teoría freudiana
contiene, en opinión de sus adversarios, algo verdadero y peligroso.
D onde no hay verdad, no hay razón para desear anexar o revisar. Hay
pues, en Freud, algo verdadero, de lo que hay que apropiarse pero
para revisar su sentido, pues esto verdadero es peligroso; hay que revisarlo
para neutralizarlo. Se trata de todo un ciclo cuya dialéctica es despia
dada. Pues lo que es sorprendente en esta dialéctica resistencia-crítica-
revisión es que este fenómeno, que comienza siempre fuem de la teoría freu
diana (en sus adversarios), term ina siem pre dentro de la teoría freudia
na. Es en su seno d onde la teoría freudiana se ve obligada a defenderse
de las tentativas de anexión y de revisión; el adversario acaba siem pre
p o r p en e trar a la plaza; se trata del revisionism o, que provoca contra
taques in tern os y que acaba p o r escindir. C iencia conflictiva, la teoría
freudiana es u n a ciencia de escisión; su historia está m arcada p o r
escisiones siem pre renovadas.
A hora bien, la idea de que u n a ciencia pu ed a ser p o r naturaleza
conflictiva y de escisión, y esté som etida a esta dialéctica resistencia-
ataques-revisión-escisiones, es u n verdadero escándalo para el racio
nalismo, au n qu e se declare m aterialista. A lo sum o, el racionalism o
p u ed e adm itir que u n a ciencia muy nueva (C opérnico, Galileo) se
en fren te al p o d er establecido de la Iglesia y a los prejuicios de una
“época de ignorancia”, p ero es com o p o r accidente, y sólo en un
p rim er m om ento, el tiem po preciso para que se disipe la ignorancia;
por derecho la ciencia, que es razón, siem pre acaba p o r ganar, pues “la
verdad es o m n ip o ten te” (el propio L enin decía: “la teoría d e M arx es
o m n ip o ten te p orque es verd ad era”), y más fuerte que todas las
tinieblas del m undo. Para el racionalism o, la idea de que pu ed an
existir ciencias conflictivas p o r naturaleza, obsesionadas o aun consti
tuidas p o r la polém ica y la lucha, es u n sim ple “contrasentido”: no son
ciencias, sino simples opiniones, contradictorias en sí m ismas com o
todos los puntos de vista subjetivos y, por lo tanto, discutibles.
A hora bien, antes de la teoría freudiana, la ciencia m arxista nos
ofrece el ejem plo de u n a ciencia necesariam ente conflictiva y de
escisión. No se trata de un accidente, ni de la sorpresa d e la ignorancia
desprevenida y de los prejuicios reinantes contrariados en su com odi
dad y su poder; se trata de u n a necesidad orgánicam ente vinculada
con el objeto m ism o de la ciencia fundada p o r Marx. T o d a la historia
de la teoría m arxista y del m arxism o lo dem uestra, y antes que nada,
para reco rd ar el ejem plo, la historia del propio Marx. H abiendo
p artid o de H egel y de Feuerbach, en quien creyó en c o n trar la crítica
de Hegel, M arx sólo logró ocupar posiciones filosóficas a partir de las
cuales pudiese descubrir su objeto m ediante u n a larga lucha política
y filosófica ex terna e interna. Sólo logró ocupar estas posiciones a
condición de ro m p er con la ideología burguesa dom inante, tras haber
experim entado política e intelectualm ente el carácter antagónico en tre
el m undo de la ideología burguesa dom inante y las posiciones políticas
y filosóficas que le perm itieron descubrir aquello que el inm enso
edificio de la ideología burguesa y de sus form aciones teóricas (filoso
fía, econom ía, política, etc.) tenían com o m isión disim ular con el fin
de p erp etu ar la explotación y el dom inio de la clase burguesa. Marx
se convenció así de que la “verdad” que descubría no tenía com o
adversario accidental el “e rro r”, o la “ignorancia”, sino el sistema
orgánico de la ideología burguesa, pieza esencial de la lucha de clases
burguesa. Este “e rro r” no tenía ninguna razón d e reconocer nunca la
“v erd ad ” (la explotación de clases) puesto que, p o r el contrario, su
función de clase orgánica era ocultarla, y som eter a los explotados, en
su lucha de clases, al sistema de ilusiones indispensable para su sumisión.
En el corazón m ism o de la “verdad” M arx en co n trab a la lucha de
clases, u na lucha irreconciliable y despiadada. D escubría al mismo
tiem po que la ciencia que fundaba era una “ciencia de p artid o ”
(Lenin), una ciencia “representante del proletariado” (El capital), y por
lo tanto una ciencia que la burguesía jam ás podría reconocer, pero a
la que com batía p o r todos los medios, a m uerte.
T oda la historia del m arxism o verificó, y verifica cada día, el
carácter necesariamente conflictivo de la ciencia fundada p o r Marx. La
teoría m arxista, “v erdadera” y peligrosa, se volvió rápidam ente uno
de los objetivos vitales de la lucha de clases burguesa. Y vimos o p erar
a la dialéctica ya señalada: ataque-anexión-revisión-escisión, vimos el
ataque em p ren d id o desde afuera pasar al interior de la teoría, que se
enco n tró investida p o r el revisionismo. A lo cual respondió el contra
taque de la escisión, en ciertas situaciones lím ite (Lenin contra la II
Internacional). A través de esta dialéctica im placable e inevitable de
u n a lucha irreconciliable la teoría m arxista creció, se reforzó, antes de
pasar p o r graves crisis, siem pre conflictivas.
Estas cosas son conocidas, pero no siem pre se m iden sus condicio
nes. En efecto, adm itirem os que la teoría m arxista está necesariam en
te en ro lad a en la lucha de clases, y que el conflicto que la o p o n e a la
ideología burguesa es irrem ediable, pero nos resultará más difícil
adm itir que el carácter conflictivo de la teoría m arxista es constitutivo de
su cientificidad, de su objetividad. Nos replegarem os a concepciones
positivistas y econom istas, y distinguirem os las condiciones conflicti
vas de la ciencia com o contingentes con respecto a sus resultados cien
tíficos. Equivale a no ver que la ciencia marxista y el investigador marxis
ta d eb en tomar posición en el conflicto cuyo objeto es la teoría marxista,
deb en ocupar posiciones teóricas (proletarias) de clase, antagónicas a
toda posición teórica de clase burguesa, para p o d er constituir y
desarrollar su ciencia. ¿Q ué son estas posiciones teóricas de clase
proletaria indispensables para la constitución y el desarrollo de la
teoría marxista? Posiciones filosóficas m aterialistas y dialécticas que
p erm iten ver lo que la ideología burguesa necesariam ente oculta: la
estru ctu ra de clase y la explotación de clase de u n a form ación social.
A hora bien, estas posiciones filosóficas son siem pre y necesariam ente
antagónicas a las posiciones burguesas.
Estos principios son am pliam ente reconocidos por los teóricos
m arxistas, si no en esta form ulación (posiciones teóricas d e clase), por
lo m enos sí en su sentido general. Pero no podem os evitar pensar muy
a m en u d o que sólo se los reconoce con desdén, y sin que se asum a en
verdad su sentido p ro fundo y se lo tom e en cuenta en todas sus
consecuencias. ¿Es necesario trata r de d ar u n a expresión m enos
com ún, p ero quizá más esclarecedora? En el fondo, esta idea sugiere
que sim plem ente para ver y comprender lo que sucede en u n a sociedad
de clase es indispensable ocu p ar posiciones teóricas de clase proleta
rias; p ro p o n e la sim ple com probación de que en una realidad necesa
riamente conflictiva, com o lo es cualquier sociedad, no podemos ver todo
desde todas partes, no podem os descubrir la esencia de esta realidad
conflictiva más que a condición tle ocupar ciertas posiciones en el conflicto
mismo y no otras, pues ocupar pasivam ente otras posiciones es dejarse
llevar a la lógica de la ilusión d e clases que se denom ina la ideología
dom inante. Desde luego, esta condición se en frenta a toda la tradición
positivista en la que la ideología burguesa in terp retó la práctica de las
ciencias de la naturaleza, puesto que la condición de la objetividad
positivista es ju stam en te ocu p ar u n a posición nula, fuera de todo
conflicto (u n a vez superada la época teológica y metafísica). P ero la
misma condición restablece o tra tradición, cuyas huellas podem os
en co n trar en los más grandes, p o r ejem plo en M aquiavelo, quien
escribía “q ue hay que ser pueblo para conocer a los príncipes”. En
sustancia, M arx no dice nada más en toda su obra. C uando escribe en
el prefacio de E l capital que esta o b ra “representa al proletariado”,
declara en realidad que es necesario estar en la posición del proleta
riado para conocer el capital. Y si tom am os la frase de M aquiavelo en
su sentido más am plio, y la aplicam os a la historia d e M arx y de su
obra, con sobrada razón podem os decir: es necesario ser proletariado
para conocer el capital. C oncretam ente, esto quiere decir: no sólo es
necesario h ab er reconocido la existencia del proletariado, sino hab er
compartido sus combates, com o hizo M arx d u ran te cuatro años antes del
Manifiesto; h aber m ilitado en las prim eras organizaciones del proleta
riado, p ara estar en posición de conocer el capital. En efecto, para
desplazarse en las posiciones teóricas de clase del proletariado, no hay
o tra m anera en el m undo más que la práctica, es decir la participación
personal en las luchas políticas de las prim eras form as de organización
del proletariado. M ediante esta práctica es com o el intelectual “se
vuelve p ro letariado ”, y sólo si “se ha vuelto p ro letariad o ”, es decir si
logró desplazarse de las posiciones teóricas de clase burguesas y
pequeño-burguesas a posiciones teóricas revolucionarias, puede “co
nocer el capital”, com o Maquiavelo decía “que hay que ser pueblo para
conocer a los príncipes”. Así pues, para un intelectual no existe ningún
otro medio “de ser pueblo ” más que llegar a serlo, por medio de la experiencia
práctica de la lucha de este pueblo.
P erm ítanm e aquí u n com entario sobre una fórm ula muy célebre,
la de Kautsky, que L enin tom ó e n ¿Qué hacer? H abla de la fusión del
m ovim iento o b rero y de la teoría m arxista. Dice: la teoría m arxista fue
elaborada p o r intelectuales y fue introducida desde afuera al m ovim ien
to obrero. Siem pre he estado convencido de que esa fórm ula era
errónea. Pues que M arx y Engels hayan sido form ados com o intelec
tuales burgueses fuera del m ovim iento obrero es un hecho evidente:
fueron form ados, com o todos los intelectuales de su época, en las
universidades burguesas. P ero la teoría m arxista no tiene nada que
ver con las teorías burguesas d e las que los intelectuales estaban
im pregnados; establece p o r el contrario algo totalm ente ajeno al
m undo de la teoría y de la ideología burguesas. ¿Q ué propició que
intelectuales burgueses con u n a elevada form ación hayan podido forjar
y concebir u n a teoría revolucionaria que sirviera al proletariado dicien
do la verdad sobre el capital? La respuesta m e parece sim ple, y ya la
di al principio: M arx y Engels no forzaron su teoría fuera sino dentro
del m ovim iento obrero, sin dejar de ser intelectuales; no fuera sino
dentro de las posiciones y de la práctica revolucionaria del proletaria
do. P orque se habían vuelto intelectuales orgánicos del proletariado, y
se habían vuelto tales p o r su práctica en el m ovim iento obrero, que
les perm itió concebir su teoría. Esta teoría no fue “im portada del
ex terio r” al m ovim iento obrero; fue concebida p or un inm enso esfuer
zo teórico dentro del m ovim iento obrero. La seuáoimpoitación d e la
que habla Kautsky no es sino la expansión, d en tro del m ovim iento
ob rero , de una teoría p roducida dentro del m ovim iento o b re ro por
intelectuales orgánicos del proletariado.
N o se trata de cuestiones subsidiarias o de detalles curiosos, sino
de problem as que im plican el sentido de to d a la obra de Marx. Pues
este “desplazam iento” (del que tanto le gusta hablar a F reud a p ro p ó
sito d e su objeto) a posiciones teóricas revolucionarias de clase, no
tiene, com o podría creerse, consecuencias sólo políticas, sino tam bién
teóricas. C oncretam ente, el acto político-teórico o filosófico d e aban
d o n a r las posiciones teóricas burguesas y pequeño-burguesas para
llegar a posiciones teóricas proletarias d e clase, está cargado de
consecuencias teóricas o científicas. N o es u n a casualidad que Marx
haya escrito, com o subtítulo a El capital, esta sim ple fórm ula: “Crítica
de la economía política”. T am poco es u na casualidad que a m enudo nos
equivoquem os sobre el sentido de esta “crítica”, considerándola un
ju icio d e M arx sobre una realidad indiscutida e indiscutible, reducién
dola a discusiones para saber si Smith y R icardo com prendieron bien
esto o aquello, vieron la plusvalía de la ren ta o no, etc. Las cosas van
infinitam ente más lejos. En el “desplazam iento” que le hace ocupar
posiciones teóricas proletarias de clase, M arx descubre que, a pesar
de todos los m éritos de sus autores, la econom ía política existente no
es fundam entalm ente u n a ciencia, sino u n a formación teórica de la
ideología burguesa., que tiene su papel en la lucha ideológica d e clases.
D escubre que no sólo se debe criticar el detalle de la econom ía política
existente, sino que debe ser som etida de nuevo a discusión y revocada
p o r las dudas la idea misma, el proyecto, y p o r lo tanto la existencia
de la economía política, que no puede ser pensada com o disciplina
autónom a, in dep endiente, más que a condición de tergiversar las
relaciones de clase y la lucha de clases que tiene p o r m isión ideológica
ocultar. La revolución teórica de Marx llega pues a esta conclusión:
que no hay (salvo para la burguesía, cuyos intereses son m uy claros)
economía política, y que con m ayor razón no hay economía política
marxista. Esto no quiere decir que no haya nada, sino que M arx
suprim e el supuesto objeto que era la econom ía política y lo sustituye
p o r una realidad totalmente diferente, que se vuelve inteligible a partir
de principios distintos, los del m aterialism o histórico, en el cual la lucha
de clases se vuelve determinante para comprender los fenómenos llamados
económicos.
Podríam os m ultiplicar los ejem plos en Marx, m ostrar que su teoría
de la lucha de clases es totalm ente diferente a la teoría burguesa, que
su teoría de la ideología y del Estado es tam bién desconcertante. En
todo caso podem os relacionar el desplazam iento a posiciones teóricas
de clase con la revolución en el objeto (que se vuelve diferente, pues
cam bian no sólo sus límites, sino su naturaleza y su identidad), y las
consecuencias prácticas-revolucionarias. No hay du d a de que este
trasto rn o de los protocolos tradicionales de reconocim iento no facili
tó la tarea d e los lectores de Marx. Pero lo que los m olestó sobre todo
es la fecundidad teórica y científica de u n a ciencia conflictiva.
Está bien, direm os, ¿pero y qué hace F reud en todo esto? A hora
bien, sucede que, toda proporción guardada y en o tro nivel, la teoría
freudiana se en cu en tra en una situación similar, desde el pu n to de
vista del carácter conflictivo.
En efecto, al edificar su teoría del inconsciente, Freud tocó un punto
extraordinariam ente sensible de la ideología filosófica, psicológica y
moral, acusando, por medio del descubrimiento del inconsciente y de
sus efectos, cierta idea “natural”, “espontánea”, del “hom bre” como
“sujeto”, cuya unidad está asegurada o dominada por la “conciencia”.
Sucede asim ism o q ue esta ideología difícilm ente p u ed e renunciar
a la concepción clave sin renunciar a su función. Ella (sus “funciona
rios” decía M arx) resiste, critica, ataca y a su vez in ten ta invertir la
teoría freudiana, revisarla desde adentro después de haberla atacado
desde afuera. R econocem os en ello la dialéctica que ya analizamos. Es
la que fun d am en ta el carácter necesariam ente conflictivo de la teoría
freudiana.
Pero, se p reguntarán, ¿qué aspecto com ún perm ite relacionar la
hostilidad de esta ideología burguesa del hom bre con respecto a la teo
ría del inconsciente, con la hostilidad de la ideología burguesa con
respecto a la lucha de clases? Lo que es necesario en Marx, ¿no es
relativam ente accidental en Freud? ¿Cóm o relacionar lo q ue vale para
la lucha de clases de una sociedad con el reflejo de defensa d e u n a
ideología del hom bre?
En verdad, la relación no es tan arbitraria com o puede parecer. Esta
ideología del hom bre com o sujeto cuya unidad está asegurada o
d o m inada p o r la conciencia no es cualquier ideología fragm entaria;
es sim plem ente la forma filosófica de la ideología burguesa que dom inó
la historia d u ran te cinco siglos, y que, aun si hoy ya no tiene el m ismo
vigor que antaño, sigue rein an d o en grandes sectores de la filosofía
idealista y constituye la filosofía im plícita de la psicología, de la m oral
y d e la econom ía política. N o es necesario reco rd ar aquí que la gran
tradición idealista de la filosofía burguesa fue u n a filosofía de la
“conciencia”, ya sea em pírica o trascendental, pues todos lo saben, aun
si esta tradición está cediendo el lugar al neopositivism o. Más im por
tante es recordar, en cam bio, que esta ideología del sujeto-consciente
constituyó la filosofía im plícita de la teoría d e la econom ía política
clásica, y que lo que M arx criticó al rechazar toda idea de “homo
oeconomicus”es su versión “económ ica”, en la que se define al hom bre
com o el sujeto consciente d e sus necesidades, y a este sujeto-de-nece-
sidad com o el elem ento últim o y constitutivo d e toda sociedad. C on
ello, M arx rechazaba la idea de que se pudiese encontrar en el hom bre
com o sujeto de sus necesidades no sólo la explicación últim a de la
sociedad, sino tam bién, lo que es fundamental, la explicación del hombre
como sujeto, es decir com o un id ad idéntica a sí m ism a e identificable
p o r sí misma, en particular p o r este “p o r sí m ism a” p o r excelencia que
es la conciencia de sí. Regla de oro del m aterialism o: ¡no juzgar al ser
por su conciencia de sí!, pues todo ser es diferente a su conciencia d e sí.
Pero quizás es más im portante aún señalar que esta categoría filosófica
de sujeto consciente de sí se encarna naturalm ente en la concepción
burguesa de la moral y de la psicología. C om prendem os que para la m oral
sea necesario un sujeto consciente de sí, es decir responsable de sus
actos, para que se lo pueda obligar “en conciencia” a obedecer norm as
que resulta más “económ ico” no im ponerle p o r m edio de la violencia.
Y com prendem os, p o r la sim ple definición del sujeto m oral (o sujeto-
de-sus-actos), que este sujeto no es más que el complemento necesario del
sujeto-de-derecho, que en efecto tiene que ser sujeto y consciente para
poseer u n a identidad, y re n d ir las cuentas que debe, en función de las
leyes que “se supone no ig n o ra”; sujeto que debe tener conciencia de
las leyes que lo lim itan (Kant), pero sin obligarlo “en conciencia”.
Dudam os entonces que el fam oso “sujeto psicológico” que fue y sigue
siendo —in d ep en d ien tem en te de lo que tenga— el objeto de u n a
“ciencia”, la psicología, no sea u n dato b ru to y natural, sino u n a
extraña naturaleza m ixta problem ática, com prom etida en el destino
filosófico de todos los “sujetos” que lo obsesionan: sujeto de derecho,
sujeto de las necesidades, sujeto m oral (y religioso), sujeto político,
etcétera.
Sería fácil m ostrar, si dispusiéram os de bastante tiem po, la conspi
ración ideológica que se tram a, bajo el dom inio d e la ideología
burguesa, en to rn o a la noción de “sujeto consciente de s í”, “realidad”
sumamente problemática p ara u n a ciencia posible o im posible del hom
bre, p ero en cam bio realidad terriblem ente requerida p o r la estructu
ra de u n a sociedad de clase. En la categoría de sujeto consciente de sí
la ideología b u rgu esa representa a los individuos lo que deben ser para
aceptar su pro p ia sum isión a la ideología burguesa, los representa
com o dotados de la unidad y de la conciencia (ella m ism a unidad) que
d eben ten er para unificar sus diferentes prácticas y sus distintos actos
bajo la unidad de la ideología dom inante.
Insisto ad red e en esta categoría de unidad inseparable de toda
conciencia. N o es u n a casualidad que toda la tradición filosófica b u r
guesa p resente a la conciencia com o la facultad m ism a d e unificación,
la facultad de síntesis, ya sea en el m arco del em pirism o d e un Locke
o de un H um e, o en el m arco d e una filosofía trascendental que, tras
h ab er obsesionado m ucho tiem po a sus precursores, enco n tró su
expresión en Kant. Q ue la conciencia sea síntesis significa que realiza
en el sujeto la u n id ad de la diversidad de sus afectos sensibles (de la
percepción al conocim iento), la unidad de sus actos m orales, la unidad
de sus aspiraciones religiosas, así com o la unidad de sus prácticas
políticas. La conciencia aparece entonces com o lafunción, delegada al
individuo p o r la “naturaleza del h o m b re”, de unificación de la diversi
dad de sus prácticas, ya sean cognoscitivas, m orales o políticas. T ra
duzcam os este lenguaje abstracto: la conciencia es obligatoria p ara que
el individuo d o tad o de ella lleve a cabo en él la unidad requerida p o r
la ideología burguesa, a fin de que los sujetos se conform en a su propia
exigencia ideológica y política de unidad, en resum en para que el
desgarramiento conflictivo de la lucha de clases sea vivido por sus agentes
como una forma superior y “espiritual”de unidad. Insisto ad red e en esta
unidad, dicho d e o tra m anera en la identidad de la conciencia y la
función de unidad, p orque es a ella a la que se refirió con fuerza la crítica
de Marx cuando desmanteló la unidad ilusoria de la ideología burguesa,
y el fantasm a de u n id ad que produce en la conciencia com o efecto que
requiere para funcionar. Insisto ad red e en estnunidad p orque, por un
encu entro cargado d e sentido, en ella se concentró la crítica freudiana
de la conciencia.
En verdad, si com prendem os bien a Marx, no hay m isterio en este
“p u n to sensible” —q u e F reud hirió— de toda la tradición filosófica
clásica, y d e las form aciones teóricas de la ideología burguesa, com o la
psicología, la sociología y la econom ía política, o de sus form aciones
prácticas, com o la m oral y la religión. Basta co m p ren d er que los di
ferentes “sujetos-conscientes-de” son unificadores de la identidad social
del individuo en la medida en que están unificados como otros tantos ejem
plares de una ideología del “hombre”, ser “naturalm ente do tad o de con
ciencia”, para com prender la unidad profunda de esta ideología y de sus
form aciones teóricas y prácticas. Basta com p ren d er esta u n id ad pro
funda p ara percibir las razones de la p ro fu n d a resistencia a Freud.
Pues al descubrir el inconsciente, esta realidad que no esperaba, en lo
que podem os llamar su inocencia política, que disimulaba una fuerte sen
sibilidad ideológica, Freud no sólo tocó un “p u n to sensible” d e la ideo
logía filosófica, m oral y psicológica existente, no sólo se o puso a ideas
q ue se en co n traban ahí p o r casualidad, debido al desarrollo del saber
o de la ilusión hum ana, no tocó un p u n to secundario de u n a ideología
de en cuentro y localizada. Tocó, quizá sin saberlo en los prim eros años
—p ero lo supo muy p ro n to —, el punto teórico más sensible de todo el
sistem a d e la ideología burguesa. La paradoja es que F reud, salvo
algunas tentativas riesgosas y discutibles (Tótem y tabú, E l malestar en
la cultura, etc.), nunca in ten tó en verdad ad o p tar y pensar com o un
todo esta ideología burguesa a la que se enfren taba en su p u n to más
sensible. Vayamos más lejos: no estaba en condiciones de hacerlo,
pues p ara ello hubiese sido necesario que fuera Marx. N o era Marx:
tenía un objeto muy diferente. Pero le bastó con revelar al m u n d o que
este otro objeto existía, para que las consecuencias se sacaran p o r sí
mismas, y se desencadenaran contra él los ataques ininterrum pidos
de todos aquellos a los que interesaba, p o r u n a u o tra razón, pero
siem pre p o rq u e estaban unidos en la convicción de la ideología do
m inante, que callara. C onocem os la frase de F reud al acercarse a
Estados U nidos de visita: “Les traem os la p este.” Pensam os en la frase
de M arx al hablar de El capital com o del “más gigantesco proyectil
lanzado a la cabeza de la burguesía capitalista”. Son frases de hom bres
q ue no sólo sabían lo que es luchar, sino tam bién que traían al m undo
ciencias que no podían existir más que en y p o r la lucha, ya que el
adversario no toleraría su existencia: ciencias conflictivas, sin com pro
miso posible.
Sin em bargo, no tendríam os que quedarnos en estas generalidades,
p o r ju stas que sean, p o r esta sim ple razón: el objeto de Freud no es el de
Man:. En efecto, había en F reud algo totalm ente singular, que hace
que la com paración al mismo tiem po pierda y recobre actualidad.
El objeto de Freud no es el de M arx. Éste se p re g u n ta lo que es una
form ación social, reconoce en ella el papel d eterm in an te de la lucha
de clases, a p artir de lo cual edifica toda su teoría de la relación entre
las relaciones de producción y las fuerzas productivas, y su teoría de
la su p erestructu ra (derecho y Estado, ideología). La condición teórica
previa que rige a esta teoría en la que las relaciones (de producción, de
clase, etc.) son determ inantes, esta teoría que supone la idea de una
causalidad por las relaciones y no p o r los elem entos, es rechazar el
presupuesto teórico de la econom ía política clásica o de las teorías
idealistas d e la historia, a saber, que los individuos son los sujetos
(originarios com o causas últim as) d e todo el proceso económ ico o
histórico. P or ello, en E l capital, M arx se esfuerza en m últiples ocasio
nes p o r precisar que hay que considerar a los individuos com o soportes
(Tráger) d e funciones que, a su vez, son determ inadas y fijadas p o r las
relaciones de lucha de clases (económ icas, políticas, ideológicas) que
m ueven to d a la estructura social, incluso cuando ésta no hace más que
reproducirse. En la introducción a la Contribución, M arx dice: no hay
que partir de lo “concreto, sino d e lo abstracto”. Esta teoría de la
prim acía de las relaciones sobre los térm inos, esta teoría de los
individuos (capitalistas o proletarios) com o “soportes de las funcio
nes”, confirm a la tesis de la introducción. N o es que Marx pierda
alguna vez de vista a los individuos concretos, mas com o tam bién son
lo “co n creto ”, son “la síntesis de num erosas d eterm inaciones”, y El
capital se q u ed a en el estudio de las más im portantes de estas d eter
m inaciones, sin p ro p o n erse el designio de reconstituir, p o r m edio de
la “síntesis de num erosas determ inaciones”, a los individuos concre
tos, que provisionalm ente sólo considera com o soportes, para poder
descubrir las leyes de la sociedad capitalista, en la q ue existen, viven y
luchan estos individuos concretos. Pero de todas m aneras, El capital
nos dice b astan te de ello, y los textos históricos de M arx son lo
suficientem ente explícitos com o para convencernos de que él no podía
ir más allá de una teoría de la individualidad social, o de lasformas históricas
de la individualidad. N o hay n ad a e n Marx que anticipe el descubri
m iento de Freud; no hay nada en Marx que pueda fundam entar una teoría
del psiquismo.
Pero, en realidad, en estos ensayos de desafortunada generalización
F reud no dejaba de repetir, en condiciones discutibles, lo que había
descubierto en otra parte. A hora bien, lo que había descubierto no
atañía en lo absoluto a la “sociedad” o a las “relaciones sociales”, sino
a fenóm enos muy particulares que afectaban a individuos. A unque se
hubiera podido sostener que en el inconsciente hay u n elem ento
“transindividual”, es de todas m aneras en el individuo d o n d e se m ani
fiestan los efectos del inconsciente y d o n d e opera la cura, aun si
req u iere la presencia de o tro individuo (el analista) para transform ar
los efectos existentes del inconsciente. Esta diferencia basta para
distinguir a F reud de Marx.
Los distingue hasta si podem os en co n trar en las respectivas condi
ciones de su descubrim iento extrañas similitudes. Insistí hace un
m om ento en el hecho de que el intelectual debía “volverse pueblo”
para co m p ren d er a los príncipes; hasta di a en ten d er que la transfor
m ación que lo hace pasar de posiciones teóricas de clase burguesa y
pequeño-burguesa a posiciones proletarias, sólo a partir de las cuales
es posible verla explotación y la lucha de clases, pasaba p o r la práctica
política. Podem os ir u n poco más lejos incluso y decir que u n intelec
tual no pued e llegar a ser intelectual orgánico del proletariado más
que si es educado p o r la lucha de clases del proletariado, q ue transform a
sus posiciones anteriores y le perm ite ver. A hora bien, se puede
sostener con fuertes argum entos que sucedió algo sem ejante con
Freud: si cam bió de posición con respecto a los problem as de la
conciencia, si rom pió con la fisiología y la m edicina, es porque fue
educado por sus propias pacientes histéricas que literalm ente le enseñaron
e hicieron ver que existía u n lenguaje del inconsciente inscrito en su
cuerpo, y A nna O. no sólo inventó para él el térm ino “talking cure”
(etapa decisiva del descubrim iento), sino que le im puso el reconoci
m iento de la existencia de la transferencia y de la contratransferencia.
A quí encontram os todo u n aspecto so rp ren d en te de la historia del
psicoanálisis sobre el que bien valdría la p en a que los m aterialistas
m editaran.6
Q u ed a com o prim era evidencia que lo que Freud descubrió ocurre
en el individuo. Y es aquí do n d e encontram os una form a inesperada
del carácter conflictivo y, con ella, u n a nueva diferencia e n tre Freud
y Marx, y al mismo tiem po u n principio q ue sin duda e n tra p o r alguna
p arte en el efecto de servidum bre que ejerce la ideología en los
6 En la versión de este texto que había transm itido a la editorial alem án VSA en
en ero d e 1977, A lthusser había m encionado que todo este p árrafo p odía ser suprim ido.
N o figura en la edición d e las Actas del coloquio de Tiflis, sin que se p u e d a saber con
certeza si dio la m ism a licencia de conservar o no este p á rra fo a los ed ito res soviéticos,
o si éstos, com o ya lo vimos antes, se tom aron la libertad d e realizar esta supresión.
“sujetos”. En efecto, al p arecer el rechazo masivo del psicoanálisis p o r
p arte d e los filósofos (o la “revisión” a la que lo som etieron para
d estruir sus pretensiones), incluso p o r p arte d e los m aterialistas
m arxistas que se refugian dem asiado a m enudo en u n a concepción
“ontológica” de la tesis leninista de la conciencia-reflejo, y p o r parte
de los m édicos, los psicólogos, los m oralistas y dem ás, no se debe sólo a
un antagonism o ideológico d e masa, aunque a escala d e la m asa este
antagonism o sea inevitable. Al parecer se necesita agregar o tra d eter
m inación específica a este antagonism o para explicar su “aspecto”
propio: el hecho de q ue se “apoye” en una característica del objeto-in-
consciente mismo. Este elem ento suplem entario responde a la “n atu
raleza” del inconsciente, que es represión. Si es así, no es aventurado
decir que los individuos no se resisten a la idea del inconsciente p o r
razones d e carácter exclusivam ente ideológico, sino... porque ellos
mismos tienen un inconsciente que reprim e autom áticam ente, p o r u n a
com pulsión de repetición (Wiederholungszwang) la idea de la existencia
del inconsciente. Así, cada individuo desarrolla “esp o n tán eam en te”
un reflejo d e “defensa” ante el inconsciente, que form a parte de su
propio inconsciente; u n a represión de la posibilidad del inconsciente,
que coincide con el inconsciente mismo. ¿Cada individuo? No es
seguro: n o se h a com probado que el reflejo de defensa sea siem pre
tan activo; p o r el contrario, la experiencia m uestra que existen sujetos
en quienes esta resistencia está lo bastante superada, debido a la
disposición de sus com plejos fantasm ádcos, com o p ara perm itirles el
reconocim iento de la realidad del inconsciente, sin desencadenar
reflejos d e defensa o de fuga.
Pero p o r este camino, como por otros, entram os al descubrimiento
de Freud. ¿Qué descubrió Freud? No esperarán de mí una exposición de
la teoría freudiana, sino algunos comentarios que la sitúen teóricamente.
Sería u n co n tra sen tid o pen sar que F reud p ro p u so , a sem ejanza
d e los conductistas, de cuya tentativa se burlaba, la idea de u n a
psicología sin conciencia. Por el contrario, da un lugar al “hecho funda
m ental d e la conciencia” en el aparato psíquico, le atribuye un
“sistem a” especial (“percepción-conciencia”) en el límite del m undo
exterior y u n papel privilegiado en la cura. Y afirm a que no hay
inconsciente posible más que en un ser consciente. Sin em bargo, sobre
la prim acía ideológica de la conciencia F reud es tajante: “debem os
ap ren d er a emancipamos de la im portancia atribuida al síntom a ‘estar
consciente’ ”. ¿Por qué? P orque por sí misma la conciencia es incapaz
de ofrecer u n a “distinción entre sistemas".
En efecto, F reud no sólo descubrió la existencia del inconsciente;
tam bién defendió que lo psíquico estaba estructurado [no] sobre el
m odelo de la unidad centrada en u n a conciencia, sino com o u n “apa
ra to ” que incluía “diferentes sistem as”, irreductibles a u n principio
único. En el p rim er “tem a” (figuración en el espacio), este aparato com
p re n d e el inconsciente, el preconsciente y el consciente, con la instan
cia de u n a “censura” que inhibe en el inconsciente las representacio
nes de las pulsiones que resultan insostenibles para el preconsciente y el
consciente. En el segundo tem a, este aparato incluye el id, el ego y
el superego, y la inhibición es asegurada p o r una parte del ego
y del superego.
Este ap arato no es u n a unidad centrada, sino un com plejo de
instancias constituidas p o r el ju eg o de la represión inconsciente. La
fragm entación del sujeto, el descentrado del aparato psíquico con
respecto al consciente y al ego, van a la par con una teoría revolucio
naria del ego: el ego, antaño única sede de la conciencia, se vuelve en
gran m edida él mismo inconsciente, parte integrante del conflicto de
la represión inconsciente en la que se constituyen las instancias. Por
ello la conciencia es ciega a la “diferencias de los sistem as”, en los que
no es sino un sistem a en tre otros, cuyo conjunto está som etido a la
dinámica conflictiva de la represión.
Desde luego, no podem os evitar pensar, de lejos, en la revolución
in tro d u cid a p o r M arx cuando renunció al m ito ideológico burgués
que consideraba a la naturaleza de la sociedad com o un todo unificado
y centrado, p ara lograr considerar toda form ación social com o un
sistem a d e instancias sin centro. Freud, que casi no conocía a Marx,
pensaba com o él (aunque no tuviese nada en com ún con el suyo) su
objeto en la figura espacial de un “tem a re cu rre n te” (recordem os en
el prefacio de la Contribución de 1859), y de u n tema sin centro, en el
que las diversas instancias no tienen más un id ad que la unidad de su
funcionamiento conflictivo, en lo que F reud llam a “el aparato psíquico”,
térm ino (aparato) que tam poco deja de hacernos pensar discretam en
te en Marx.
M enciono estas afinidades teóricas en tre M arx y F reud p ara hacer
sentir hasta qué p u n to este trastorno de las formas de pensamiento
tradicionales, y la introducción de form as de pensam iento revolucio
narias (tem a recurrente, aparato, instancias conflictivas sin ningún
centro cuya única un id ad es la de su funcionam iento conflictivo,
ilusión necesaria de la identidad del ego, etc.), podían ya sea señalar
la presencia d e u n objeto desconcertante, el inconsciente, o bien
opon erse a la ideología q ue prohibía, y a la represión que despertaba.
A partir de allí podem os trata r de definir negativam ente la posición
del inconsciente freudiano.
El inconsciente freudiano es psíquico, lo que im pide identificarlo,
com o ten dería a hacerlo to d a u n a corriente m aterialista mecanicista,
con lo no psíquico, o con u n efecto derivado de lo no psíquico. P or esta
razón, el inconsciente freudiano no es ni u n a realidad m aterial (el
cuerpo, el cerebro, lo “biológico”, lo “psicofisiológico”), ni una reali
dad social (las relaciones sociales definidas p o r M arx com o determ i
nantes de los individuos independientemente de su conciencia), d iferente
de la conciencia y p o r lo tan to del psiquism o, p ero p ro d u cto r o
d eterm in an te, sin saberlo, d e la conciencia. N o es que F reud haya
negado alguna vez la existencia de u na relación en tre el inconsciente,
p o r u n a parte, y lo biológico y lo social, p o r la otra. T oda la vida
psíquica está “apoyada” sobre lo biológico p o r m edio de las pulsiones
(Triebe) a las que F reud considera “rep resentantes” enviados p o r lo
som ático a lo psíquico. P or m edio de este concepto de representación,
F reud satisface su reconocim iento objetivo del anclaje biológico de la
pulsión (siem pre con u n fondo sexual), pero m ediante este m ism o
concepto libera a la pulsión del deseo inconsciente de toda determina
ción de esencia p o r lo biológico: la pulsión es “un concepto-límite entre lo
somático y lo psíquico"-, concepto-lím ite que es, al m ism o tiem po, el
concepto de este límite, es decir de la diferencia en tre lo som ático y lo
psíquico. T am poco se debe a que F reud alguna vez haya negado la
existencia de u n a relación e n tre el sistem a d e las instancias del ego y
la realidad objetiva o social, cuya huella encontram os no sólo en el
“principio d e realidad”, sino tam bién en el sistem a percepción-con-
ciencia, y en el superego. Pero u n a vez más, p o r su insistencia en hablar
de la “superficie ex terior” del aparato psíquico, F reud considera de
nuevo un límite: el apoyo sobre el m undo exterior y social designa al
mismo tiem po u n a diferencia de realidad, su reconocim iento y su
identificación.
No cabe d u d a de que para F reud los fenóm enos producidos p o r el
aparato psíquico, y ante to d o los efectos del inconsciente, no consti
tuyen una verd ad era realidad, sino u n a realidad sui generis: “¿Hay que
reconocer a los deseos inconscientes u n a realidad? N o sabría decirlo...
C uando nos encontram os fren te a deseos inconscientes llevados a su
expresión últim a y más verdadera, nos vemos obligados a decir que la
realidad psíquica es una forma de existencia particular que no podría ser
confundida con la realidad material." O tam bién: “P ara los procesos
inconscientes, la p ru eb a d e la realidad (objetiva, m aterial) no tiene
ninguna im portancia; la realidad de pensam iento equivale a la reali
dad exterior, el deseo equivale al cum plim iento... N o nos dejem os
co n fu n d ir nunca tran sp o rtan d o el valor de realidad a las form aciones
psíquicas reprim idas... T enem os el deb er d e servirnos del valor mo
netario reinante en el país que exploram os” (Sobre los dos principios de
la actividad psíquica).
Si designa esta realidad sui generis, única en su género, evidente
m ente el inconsciente freudiano no tiene nada que ver con el incons
ciente de la tradición filosófica: el olvido platónico, lo indiscernible
leibniziano, y hasta la “espalda” de la conciencia de sí mismo hegelia-
na. Pues este inconsciente es siem pre un accidente o una m odalidad
d e la conciencia, la conciencia de lo verdadero “recubierta” p o r el
olvido del cuerpo; p ero subsiste en sí en este olvido (Platón), lo
infinitesim al de la conciencia dem asiado “p eq u e ñ a” para ser “percibi
d a” (Leibniz), o la conciencia presente en sí en el en-sí/para-sí de la con
ciencia de sí antes de descubrirse en el nuevo para-sí de la conciencia
de sí (Hegel). T oda esta tradición filosófica considera a la concien
cia com o la “verdad” de sus form as inconscientes, es decir considera
al inconsciente com o la sim ple conciencia desconocida. El destino de la
filosofía es “levantar” este desconocim iento, para que la verdad sea
“revelada”. Para tom ar las cosas p o r esta vía sintom ática y limitada,
podem os decir que en F reud la conciencia nunca es la “v erd ad ” de
sus form as inconscientes, prim ero porque la relación de la conciencia
con las form as inconscientes no es u n a relación de propiedad (“sus”
form as), lo cual equivale a que la conciencia no es el sujeto del
inconsciente. Podem os com probar esta tesis en la cura, en la que no
se trata, a pesar de lo que se ha dicho, de que la conciencia se reapropie
de “su verd ad ” en las form as de su inconsciente sino de contribuir a
m odificar el dispositivo de los fantasmas de u n inconsciente som etido
al trabajo (Durcharbeit) del análisis.
Y para acabar desearía insistir en un últim o punto. El inconsciente
freudiano tam poco es u n a estructura psíquica no consciente, que la
psicología reconstituiría a p artir de los estereotipos o del aspecto
general de las conductas de u n individuo, com o su “p re m o n ta je”
supuestam ente inconsciente. C onocim os en Francia una in terp re ta
ción de este tipo en M erleau-Ponty, que “leía” a Freud bajo la doble
luz de la psicología del com portam iento (conductism o) y de la filosofía
de lo trascendental concreto de Husserl. M erleau-Ponty tenía ten d en
cia a considerar a esta “estructura del com portam iento” com o u n a
priori antepredicativo, que determ inaba el sentido y la figura de las
conductas en el más acá de su conciencia ética. Buscaba del lado de
esta síntesis, o estructura antepredicativa, u n m edio para llegar al
inconsciente freudiano. Pueden desarrollarse teorías de la m isma
naturaleza sin recu rrir explícitam ente a Husserl, p ero casi no pueden
evitar echar m ano de la psicología del com portam iento o, de una
m anera más sutil, d e la psicología de P. Jan et, au nque se asiente sobre
la base de u n a génesis “m aterialista” de los estereotipos de la estruc
tu ra de las conductas.
Creo que, desde el punto de vista freudiano, podem os hacer dos
críticas a esta tentativa. La p rim era es que esta teoría del inconsciente
com o “m ontaje” de las conductas no revela lo que, com o vimos, está
en el corazón d e la ideología psicológica: la de la unidad del sujeto,
considerado com o sujeto de sus conductas y de sus actos (que even
tualm ente podam os hacer abstracción de la conciencia no afecta a este
principio de unidad). La segunda es que esta tentativa no “cam bia” de
“te rre n o ” con respecto al de la psicología: repite, en form a de u n a
“realidad” que llam a “inconsciente”, la estructu ra de las conductas,
conscientes o no. Poco im porta que esta repetición sea trascendental
o em pírica (y genética); llega a algo que se parece más bien al no
consciente del q ue hablam os que al inconsciente freudiano. N o hay que
equivocarse de inconsciente. R ecordem os la frase de Freud: “T ene
mos el d eb er de usar la m oneda vigente del país que exploram os”, y
no de otro.
“EN NOM BRE DE LOS ANALIZANTES”
1980
El lunes 17 de m arzo de 1980, al día siguiente de la fam osa reu n ió n
de la Escuela F reudiana de París ( e f p ) organizada en el hotel p l m Saint-
Jacques con motivo de la decisión de Jacques Lacan d e “disolver” su
escuela —e n contra de la opinión de sus m iem bros—, C atherine
C lém ent relata el acontecim iento en Le M atin (17 de m arzo de 1980)
bajo el título: “Louis A lthusser al asalto de la fortaleza Lacan”. En
realidad se basa esencialm ente en u n a Carta abierta a los analizantes y
analistas partidarios deJacques Lacan escrita al día siguiente p o r Louis
A lthusser, a petición, dice este últim o, de Jacques-Alain Miller —su
antiguo alum no de la Escuela N orm al y uno de los participantes activos
en su sem inario de 1963-1964 sobre el psicoanálisis—, para ser publi
cada en el boletín de la Escuela Freudiana, intitulado Delenda. Esta
publicación no se llevaría a cabo.1
En esta Carta abierta —reproducida a continuación— Louis A lthus
ser relata su irrupción intem pestiva en esta asam blea y la intervención
al mismo tiem po violenta y espectacular que hizo luego frente a Lacan,
calificado p o r él de “infortunado y lastimoso arlequín”. R eproducim os
e n facsímil las dos páginas de su agenda en las que había anotado los
1 Interro g ad o a este respecto, Jacques-A lain Miller nos dio el siguiente testim onio
escrito: “La sala del PLM, plana, sin estrad o , dos hileras de sillas. L acan e n la m esa
q u e sirve de presidium . Estoy sentado en la hilera de la izquierda, en la prim era fila;
hay u n lugar vacío a mi izquierda. S iento u n a especie de c o rrien te de aire, alguien acaba
d e precipitarse a mi lado; volteo: es A lthusser. N o lo había visto desde hacía años.
Hablam os. Se encuentra en u n estado de agitación que jam ás le había visto. Le p ro p o n g o
q u e m e acom pañe al fondo de la sala, escucho sus p ropósitos, in te n to tranquilizarlo. Se
levanta, to m a la palabra. Lo vuelvo a e n co n trar a la salida: va a escribir, pasaré a verlo
el lunes.
”E1 lunes, en su despacho, calle d ’Ulm, m e hace leer un texto m ecanografiado que
acaba d e escribir, desea publicarlo, m e pide mi opinión. Le contesto que, ‘si confía en
m í’, no d ebe publicar este texto, sino conservarlo en sus archivos: n o es del ‘nivel’ d e lo
q u e h a escrito e n el pasado. Me inform a que en la tard e debe d a r u n a entrevista a Le
Monde, lo disuado. H ablam os d u ra n te u n a hora. Parece h a b er aceptado mis sugerencias.
”A1 día siguiente, llam o p o r teléfono, voy a ver a H éléne, le digo que e n co n tré m uy
m al a A lthusser. Me contesta secam ente que n o tengo m ás que decírselo a él, que a ella
no le im porta, que está siendo tra ta d o ” (21 d e ju lio de 1993).
principales tem as de su intervención, en su m ayor parte im provisada.
A p ro p ó sito de este artículo en LeM atin, Louis Althusser, m olesto
p o r el título que considera “escandaloso y falsario”, prosigue y prolon
ga su análisis del acontecim iento. Sólo se en c o n traro n las once prim e
ras páginas m ecanografiadas de este segundo texto, que muy p ro b a
blem en te luego dejó en proyecto. Figuran en tre las últim as páginas
escritas p o r Louis A lthusser acerca de Lacan y del psicoanálisis, salvo,
desde luego, lo que expresará después en El pon/emir dura mucho tiempo
al discutir este últim o cara a cara con Lacan.11
o. c.
+ í
F a c s í m i l d e la s d o s p á g i n a s d e la a g e n d a d e L o u i s A l t h u s s e r e n la s c u a l e s h a b í a la n z a d o
a l g u n a s n o t a s ” p a r a s u i n t e r v e n c i ó n e n e l P L M - S a in tJ a c q u e s , e l 15 d e m a iz o d e 1980.
F o n d o A l t h u s s e r / A r c h i v o s IMEC.)
crea lo co n tra rio , el fenóm eno ab so lu tam en te im p resio n an te que
voy a relatar. T o d a la re u n ió n se vio d o m in ad a d e u n a p u n ta a la
o tra, sin el m e n o r esfuerzo de crítica sobre este p u n to , p o r u n a
p ro fu n d a convicción (desde luego m e refiero a los q u e h ablaron,
no a los dem ás, q u e no pen sab an m enos, p ero an te las palabras que
la g en te p ro n u n c ia , au n si no piensa lo q u e dice, hay q u e c re e r de
to d as m aneras q u e no habla en balde, y q u e a falta d e lo g rar decirlo,
p o r lo m enos tiene algo q u e decir), p o r u n a convicción am plia y
co n stan te m e n te evocada, invocada, d esarro llad a y arg u m e n tad a, a
sab er que lo que sucedía en la reunión se refería al análisis. Em pezó
cu an d o u n o d e los p rim ero s del presid iu m dijo que la decisión de
L acan e ra “u n acto analítico”, y más o m enos todos p ro sig u iero n
so b re el m ism o tem a haciéndolo extensivo a to d o tipo d e com pa
raciones, incluso la sesión que estaban viviendo: co n sid erab an esta
re u n ió n en térm in o s analíticos, en térm in o s de sesión d e cura, y el
acto del p ro p io Lacan com o u n “acto an alítico ” (sé lo q u e es un
acto m édico, pues existe u n a definición ju ríd ica, p e ro u n acto
analítico...). Sea lo q u e fu ere, les dije: en realidad h acen política, y
n ad a m ás, están hacien d o política y n ad a m ás, y p o r q u é necesitan
co n tarse y co n tarn o s esta h isto ria de q u e lo q u e Lacan llevó a cabo,
lo q u e u stedes están realizando, es, p ara Lacan, el acto su p u esta
m en te “p sicoanalítico” d e disolver la escuela freudiana, y p ara
u sted es el acto psicoanalítico de estam parle su firm a al pie d e sus
estados d e ánim o, y d e estar aquí esta n o ch e callados, esp e ran d o
sin d u d a del silencio en el que se m an tien en , y d e las palabras
salidas d e la b o ca d e n u estro Santo h o m b re (o de [su] silencio) con
q u é c o m p re n d e r lo que hacen y lo q u e desean. ¡Pero es p u ra
trivialidad! M ientras q u iera n a toda costa im p o n er a los dem ás y a
u sted es m ism os la idea to talm en te falsa d e q ue cu an d o sólo están
h acien d o política se tra ta d e u n o o varios actos analíticos, estarán
e n la m ierd a y ja la rá n a ella a la gente. P u ed en creer q u e lo que
d icen (o no) es cierto. P ero eso es asu n to suyo. En to d o caso,
c u an d o se hace política, com o la hace Lacan y com o la hacen
ustedes, nun ca es im p u n em en te. Si piensan que no lo están hacien
do, esp e ren u n poco, les saldrá el tiro p o r la culata, o m ás b ien y
p o r desgracia, no les saldrá el tiro p o r la culata, pues están b ien
p ro teg id o s y saben estar tranquilos; en realidad recaerá e n los
desd ich ad o s q u e llegan a acostarse en su diván y en to d o s sus
allegados y los allegados de sus allegados, hasta el infinito. En
v erd ad , u stedes no son m ás que unos cobard es, p o rq u e fu n d a m e n
tal, orgánicam ente, son irresponsables, y no dejan de hablar de
responsabilidad. Sigan hablando. Yo hice lo que p u d e al venir aquí,
do n d e p erd í m ucho tiem po y sacrifiqué cosas infinitam ente más
im portantes que su balbuceo, dije que era de retrasados e infantiles,
en realidad ustedes no son ni siquiera com o niños, son com o pasta
para papel en la que Lacan escribe lo que quiere. Es cierto, pasta para
papel, castigo o no, se callan, orgánicam ente. ¡Adiós!
4 T exto inconcluso.
cada en su historia, desde Descartes, por la práctica interesante pero
in teresad a del “rom pecabezas teórico”.
¿Q ué hice pues, ese sábado, en la reu n ió n convocada p o r Lacan?
Si dejam os de lado los aspectos anecdóticos, que, en el artículo de C.
C lém ent del Matin, se relatan con bastante fidelidad, au n q u e muy
parcialm ente, y se presentan desde luego bajo un título escandaloso
y falsario (“Louis A lthusser al asalto de la fortaleza L acan”), sólo tuve
in vivo u n a experiencia com o no he tenido m uchas en mi vida.
Sin em bargo, com o lo dije, adquirí cierta experiencia en otras
organizaciones, la de la Acción Católica, en la que milité activam ente
antes de la guerra (y después), luego la del P artido C om unista Francés;
olvidaba la del ejército francés y alem án, y la guerra fría luego d e cinco
años d e cautiverio.7 Al m ism o tiem po que ofrece ciertas sem ejanzas
(sobre todo con los ejercicios de “re tiro ” y recogim iento-m editación
colectivos, en los que cada u n o exam ina sus estados de ánim o bajo la
m irada baja de u n dios m udo, cuyo silencio sim ula sin d u d a la
confesión parlanchína de sus discípulos; pienso en los “retiros” hechos
en 1938-1939 en u n m onasterio de C hartreux des Dom bes, en el Ain)
esta experiencia de los discípulos signatarios de Lacan m e pasm ó.
P rim ero, no había o rd e n del día, salvo que Lacan hablaría. Se me
explicó q ue era precisam ente porque la decisión de Lacan había
provocado trastornos; era necesario, entonces, que todos se “recobra
sen” (en el b u en sentido), y, para ello, que se restaurase el contacto
en presencia de la persona de Lacan y p o r ella. Sea. No escuché todo
el discurso de Lacan, llegué tarde, pero lo que oí no m e sorprendió,
salvo u n a palabra que m e inquietó. C reí escuchar (pero hablaba tan
bajo que casi no se lo oía) que com entaba su decisión voluntariam ente
arb itraria de disolver la escuela, en algo que era “como una interpreta
ción analítica”. O tros luego hablaron sin la precaución del “co m o ”
lacaniano (Lacan, p rudente, sabe m anejar, o cree saber m anejar, el
“com o”; ejem plo: “el inconsciente está estructurado como u n lengua
j e ”). H abría m ucho que decir sobre este “com o”, que resuelve sin duda
p ara Lacan la relación que desea m antener con su propio discurso
alusivo y su propio pensam iento más o m enos oculto, suponiendo que
los co n tro la com o cree controlarlos, pero que tam bién p u ed e lanzar
al p rim er “discípulo” llegado de Lacan a la confusión de los géneros,
y luego d e las lenguas, en resum idas cuentas a Babel (donde a fuerza
' Cf. Élisabeth R oudinesco, La bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France,
t. II, op. cit.
11Cf. Jacques Lacan, Séminaire XI: Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse,
París, Le Seuil, 1973.
de A lthusser y luego de las eventuales añadiduras m anuscritas en los
m árgenes, el texto de éstas fue establecido según las copias mecano-
gráficas conservadas p o r A lthusser en su carpeta m arcada “Lacan”,
con las cartas d e aquél.
Nos pareció útil agregar a este intercam bio el texto d e u n a larga
carta (núm . 5) que A lthusser tam bién m ecanografió p ero que final
m ente decidió no enviar, com o lo confirm a él m ism o en la carta a
F ranca del 21 de en ero de 1964 m encionada en nuestra “P resenta
ción” de este volum en. Señalarem os a este respecto que los archivos
de Louis A lthusser contienen num erosas cartas no enviadas a diferen
tes corresponsales, y q ue éstas son casi siem pre sum am ente interesan
tes. La que publicam os en este volum en llegará pues a su destinatario,
pero postum am ente...
o. c.
1. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER
Miércoles,
no, jueves 21-XI-63
J. Lacan
1 C onferencia dictada en 1945 a la que sin duda A lthusser n o asistió. Cf. Yann
M oulier-Boutang, Lojuis Althusser, une biographie, París, G rasset, 1992, p. 303.
2 Se trata d el artículo “Philosophie e t sciences hu m ain es” [“Filosofía y ciencias
hu m an as”], publicado en la Revue de l ’Enseignement Philosophique núm . 5, junio-julio,
1963, en el q ue A lthusser precisa, en u n a nota, que Lacan “vio y co m p ren d ió la ru p tu ra
liberadora d e F re u d ”, y que, en consecuencia, “le debem os lo esencial”. Véase a este
respecto el re co rd a to rio de esta breve m ención que hace A lthusser al principio d e su
artículo “Freud y L acan” (cf. n o ta 8 del capítulo 1 del p re se n te volum en).
2. LOUIS ALTHUSSER A JA C Q U E S LACAN
[París] 26.XI.63
[Louis Althusser]
Lu AH-'
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/l*£¿fc> £ ^ ^ ^/*a 4
¿Lááé*
C arta de L acan a A lthusser del 6 de ju lio de 1964 (Fondo A lth u sse r/ Archivos IMEC).
LE CHAMP FREUDIEN
¡a jo * *
fu * U 'f u a £ L n H ¿
L U s ^ n ^ -
D edicatoria d e Jacques L acan a Louis A lthusser sobre su ejem plar d e Escritos (F ondo
A lth u sse r/ Archivos IMEC).
3. JA CQ U ES LACAN A LOUIS ALTHUSSER
J. L.
Sábado 1 de diciem bre d e 63
10 A lthusser había escrito prim ero “los únicos”, luego tachó el plural.
11 Cf. el n ú m ero especial de Temps Modemes, núm . 184-185, 1961, consagrado a
M aurice M erleau-Ponty, con artículos d e je a n H yppolite, Jacques Lacan, C laude Lefort,
Jean -B ertran d Pontalis, Jean-Paul Sartre, A lphonse d e W aehlens y je a n W ahl.
al am anecer lo que estaba en la tiniebla, tiniebla que no es más que
luz (Feuerbach, q u ien había tom ado esta idea de quién sabe dónde,
¿lo sabía usted?, decía que los cuerpos opacos no son m ás q u e luz,
p ero en form a de la luz ínfima, que, en definitiva, la esencia jam ás
tien e contrario, puesto que su contrario no es más que sí mismo
alienado). Pues hem e aquí sin du d a lejos de M erleau, pero m uy cerca
de la ilusión d e quienes no reflexionan sobre la ru p tu ra que deberían
estar en condiciones de conocer, o de quienes no reflexionan sobre
ella pues aún no han llegado al punto de intuirla, este m ito espontáneo
en el que co m únm ente los hom bres se representan su relación con su
saber en form a de su no-relación con sus condiciones reales, este m ito
q ue rep resen ta p ara ellos su voto de u n porvenir sin historia, sin
ru p tu ra, en lo im aginario de un pasado que los condujo a d o n d e se
encu entran , y q ue no está separado de ellos, este m ito im aginario en el
q ue los hom bres encarnan cada día su seguridad teórica um bilical (los
filósofos y su m adre, bello lem a de tesis; m e refiero a los filósofos
idealistas), este m ito, e n fin, define la condición real de la m ayoría de
quienes enseñan u n saber a los que los escuchan.
Q u e p o r añ ad id u ra los unos y los otros sean analistas agrega a ello,
sin duda, algo esencial.
Vuelvo a sus oyentes. Esta condición, toda su enseñanza, y lo que
es más, su forma misma, constituye la denuncia. Desde luego usted
ofrecía, a quienes acudían a recibirlos de sus m anos, los productos de
u n a pesca en la que cada quien podía reconocer, p rim ero de lejos,
luego más de cerca, sus propios salm onetes y todos los som bríos
cautivos de las profundidades. Aún vivían en la red de las palabras.
E ran suyos, p ero tam bién de ellos: peces m ultiplicados, y todos
com ulgaban an te la evidencia pública de esta m ultiplicación. Sí, veían
q ue eran sus propios fondos lo que usted subía a la superficie, en esos
seres m udos y vivos, sin darse cuenta de que en u n a red se puede
atra p ar todo, salvo el m ar. El m ar... usted deseaba p o r m edio de un
esfuerzo desesperado decirles que estaba ahí, en sus productos, y más
que el m ar, el cielo q ue los dom inaba, esa pesada capa d e aire sin peso,
tan ligera p ara la respiración hum ana que los hom bres se m ueven en
ella com o en el líquido m ismo de su m irada, de su voz, sin problem as,
es decir sin en fren tar jam ás su problem a: esta ausencia de tropiezo;
más que el m ar, la tierra bajo ellos, que soporta sus pasos y sus cuerpos,
y su satisfacción misma, y p o r ende hasta su corazón. U sted los alertaba
con grandes gritos, denunciando lo ilusorio de su paz, todas las
ilusiones que llevan los nom bres de nuestros enemigos: gritos am argos
de sospecha que para ellos muy a m enudo no eran más que u n a m anía
que había q u e tolerarle a usted, el precio d e su libertad, no forzosa
m ente la condición m ism a de la libertad de ellos. Su lenguaje m ism o,
los giros q u e ge le reprocharon, el estilo del decir, en los que algunos,
que le desean un bien, ven el recordatorio m ism o de la articulación
prim ordial, en la extrañeza de u n a instantánea en la que de golpe se
ven m irados poruña verdad que no les devuelve su m irada, d o n d e su
pro p ia m irada encuentra en sus palabras su p ro p io vacío (la m irada
del ojo m u erto de ellos, que pensaban vivo), su oído parlanchín, su
p ro p ia so rd era radical —su lenguaje m ism o era advertencia, adverten
cia desesperada. Aquellos que le desean u n bien oyen en este silencio
d esconcertante lo que co m p ren d en com o el lenguaje del otro, vuelto
así casi presente, desde el foro, en tre ellos. N o m e ven, p ero m e
encu en tro entre ellos. No m e escuchan, sin em bargo yo les hablo. U na
vez más, ah í su propia vivencia se buscaba y se encontraba en u n a
pru eb a en la que se trataba de algo totalm ente diferente: de u n a
ruptura teórica, y no de la alegoría del silencio.
En resum idas cuentas, así veo a sus oyentes. No es desde den tro ,
sino desdefuera, como se p u ed e anunciar que ha advenido u n a ruptura,
que la ru p tu ra se ha consum ado, y que es necesario, para co m p ren d er
el d en tro mismo que se vive, empezar por ella. Esta idea, o más bien este
concepto del fuera absoluto (teórico) com o condición de posibilidad
de la inteligencia teórica del d en tro mismo, no tenían ningunas ganas,
en el fondo, de recibirlo de usted. Se q u ed aro n en su dentro, piensan
que eso les basta para diez años, nunca se va dem asiado lejos [en busca
de] el placer de volver a casa, o más bien, cuando se ha viajado u n
poco, b asta con ir a d ar u n a vuelta al bosque de C om piégne, puesto
que después de todo, en cuanto se sale de la ciudad, son los mismos
árboles, y la campiña y el aire, ¡el aire!, el m ism o aire p o r todas partes.
N unca se busca demasiado cerca el placer de volver a casa. N unca se
busca dem asiado cerca el placer (la seguridad) de quedarse en casa.
¿Podía usted hacer más? Sin [duda] lo hubiesen perseguido antes.
Y estas m ismas advertencias p o r m edio de las cuales, al hablarles de
H egel y d e Platón, y de filosofía, usted pretendía indicarles que existe
un lugar p ara la teoría, que tiene sus mapas, que tiene su casa, que no
era la de ellos; quizá tam bién se consideraba que estas mismas adver
tencias eran una de las m anías que había que perm itirle —puesto que
se tratab a d e usted—, esperando que pasaran; estas referencias tam
bién favorecían la necesidad d e seguridad de ellos: no estar solos, sino
ten er testigos afuera, grandes testigos p ara tranquilizar ese fondo
in q uieto del alm a q u e no pide más que la seguridad, y no el conoci
m iento. Q ue R icoeur los haya em ocionado ta n to 12 revela, en mi
o pinión, que buscaban p o r encim a d e todo, no el conocim iento que
u sted p reten d ía im ponerles, sino el sim ple reconocim iento, que pue
de adquirir la form a conm ovedora, desde luego, —¿pero q u e tiene que
ver?—, de u n h o m b re honesto que n arra sus relaciones con el psicoa
nálisis, es decir co n su ignorancia. M erleau, R icoeur, quizá próxim a
m en te otros, gratificaciones, con la ventaja d e la garantía universita
ria... pues sí, la filosofía tiene sus oficiales com o la psiquiatría tiene a
sus Delay, y adem ás con generosidad, y sinceridad, aun cuando se está
en el colegio o se deja uno llevar a él. U sted les hablaba de la existencia
de la teoría citando a H egel y a Platón; ellos com prendían que [desde]
to d a la etern id ad n o estaban solos, y que, p o r ese hecho, podían,
ju n to s, gozar de la seguridad del testim onio d e su existencia. U sted
sabe: esta vieja p ru e b a de la existencia de Dios p o r el consentim iento
universal, que en algunos hum anistas del siglo xv vem os adquirir la
form a, digna de su aristocracia intelectual, de la p ru eb a p o r el consen
timiento de los Grandes Autores.
¿Podía usted h acer más? U sted era para ellos, sin im p o rtar lo que
hiciera, alguien de adentro. A lo sum o, alguien que da testim onio sobre
u n afuera, sobre el afuera. Sea. P ero le habían delegado p o r adelanta
do el cargo de las relaciones exteriores, sin ir ellos mismos a ver. U sted
era su fiador. Le reconocían este cargo y esta función, pero con la
condición tácita (radical) de que los dejara en paz, en casa. Le dejaron
arreglar las cosas, es decir el d en tro , su dentro, su interior, su
“in terio r”, sí; y luego, cuando en co n traro n que con eso bastaba, que
usted se volvía u n estorbo, que ya sabían bastante, que tenía b u en
aspecto, el aspecto q u e los clasificaba, se las arreglaron para que u n día
se le cerrara la p u e rta en las narices. Éste es el orden. No el o rd e n de
las razones, o sea d e la razón, sino de las conveniencias. Hay que
pen sar en el porvenir, es decir en el presente.
T od o esto para d ar un sentido a lo que al final de nuestra reunión,
cuando recorríam os las calles antes de que cerraran las tabaquerías,
le decía precisam ente sobre el afuera. Sí, existe u n afuera. A Dios gracias.
Y u n día, de grado o p o r fuerza (por fuerza, pero u n día sabrán p o n er
12 Se trata m uy p robablem ente del coloquio sobre “El inconsciente” que tuvo lugar
en Bonneval del 30 d e o c tu b re al 2 de noviem bre de 1960, d u ra n te el cual intervino
Je a n R icoeur. S obre este episodio, véase É. R oudinesco, La ba.ta.ille de cent ans. Histoire
de la psychanalyse en France, t. II, op. cit., pp. 317-328.
b u en a cara), deberán reconocer directam ente, sin interm ediario en
cargado d e esta im posible misión, sin p o d er descansar en alguien que
los p ro teg ía desde el afuera que anunciaba, que este afuera existe.
Afuera. En lo sucesivo, usted está afuera. En su verdadero lugar: el
de sus razones, el de la razón.
Ahí, no está solo.
Basta con ponerse a trabajar —usted, que no h a dejado de trabajar
con quienes trabajan en este afuera.
U na sim ple cuestión de organización del trabajo. Esto se arregla.
Hay precedentes.
Suyo,
[Louis A lthusser]
15 Cf. Jacques Lacan, Séminaire VIH: [Le tranfert], París, Seuil, 1991.
tema!!— trascendental. U sted conoce p o r experiencia estas confusio
nes, e hizo de ellas, desde el foro, a propósito de o tro objeto, la teoría.)
Voy pues a los hechos. Y en dos palabras.
El deseo del analista. R em ite al deseo del analizado. Deseo de un
deseo. Estructura dual de la fascinación, de ahí tantos análisis inter-
mi nables-i nterm inados.
Estructura dual de la fascinación que, com o todas las estructuras
duales de la fascinación, produce lo im aginario que requiere para
so p o rtar este destino, es decir para no salir de él; el m iedo, verdad, es
siem pre bu en consejero. Este im aginario puede ser tratado en sí
m ism o com o u n significante. Y tam bién se puede hacer d e él un
discurso, que te n d rá la estructura form al de u n discurso, en lugar de
ser u n a sim ple repetición de fantasmas; u n discurso con la peq u eñ a
diferencia de que será, en El psicoanálisis de hoy en dos tom os de p u f ,
u n discurso d e lo im aginario, y no sobre lo im aginario (éste se
p ro n u n cia tam bién en la misma editorial, ¡admirable hogar! pero,
n ó telo bien, en o tra colección). U sted sabe, lo dijo tan bien: hay, en
este o rd en , discursos que no son más que repeticiones, y discursos
que se p ro n u n cian com o tales, a condición de fabricarse (operación
n ad a im aginaria sino muy reflexionada, conscientem ente reflexiona
da; lo im aginario tiene derecho pleno y total a la categoría conciencia,
q ue es la categoría filosófica núm ero 1 de lo im aginario filosófico,
im aginario perfectam ente consciente, quiero decir deliberado), de
m anera p u ram en te artificial (una técnica muy objetiva: nada im agina
ria, pues es p u ra y cínicam ente producción deliberada de lo im agina
rio, la técnica de fabricación de lo im aginario de Paris Match), cons
cientem ente artificial, los pequeños suplem entos técnicos necesarios
para que el discurso se pronuncie, las pequeñas extensiones para que
no sea dem asiado corto: algunos conceptos, com o la relación de ob
je to , d e los que u sted dijo para siem pre lo que hay que decir de ellos.
P ero era necesario saber m uchísimo para decir ese poco, p o r desgracia
m ucho más peligroso en la vida real y la práctica analítica, d e lo que
haría esperar, p ara quien ignora los estragos de la nada ideológica,
socialm ente indispensable para sus autores, la com probación objetiva
de que se trata de u n vacío: se entien d e que m e refiero a la nada
teórica. Mas la naturaleza le tiene m enos h o rro r al vacío q u e la
ideología, que no es sino el lleno de ese vacío, este lleno que desborda
hasta sum ergir hoy a nuestro m undo, no más desbordante que antaño
o q u e hace poco, p ero en tre antaño y hoy la diferencia es que somos,
com o testigos y c ontem poráneos de este desbordam iento, los únicos
com isionados (o convidados o suplicados) (es decir que no sean comi
sionados o convidados o suplicados, pues la historia no tiene e n tre sus
em pleos oficiales ni censores teóricos, ni tasadores de subastas —¡ta
sadores!—, ni pregoneros —¡el grito!; ¡el grito público!—p ara comisio
narnos, req uerirnos o convidarnos o suplicarnos), som os, pues, p o r la
necesidad m isma que es nuestra Ley, los únicos, en virtud d e esta
condición de la posm aduración histórica h u m ana p o r la que nunca
p odem os ser nuestros propios abuelos, y de la no prem aduración
histórica h um ana que nos im pide, p o r desgracia, ser nuestros propios
nietos, som os, pues, los únicos que debem os, si se nos antoja, sí,
“d ebem o s” hacer con nuestros cuerpos u n dique para este desborda
m iento.
Y adem ás se debe conocer lo que desborda.
Esta estru ctu ra dual de la fascinación hace que el deseo del deseo
(analista-analizado) p u ed a o p erar interm inablem ente en el torniquete
(antes d e Sartre, a quien m anifiestam ente le gustan los caballos de
carrusel, o los torniquetes d e en tra d a al M useo del H om bre —no se lo
hago decir, y p erd o n e la expresión—hubiésem os dicho en este círculo),
en resum en, en este círculo “filosófico” de la intersubjetividad, en el
que u n R icoeur (no sólo existen los caballos d e carrusel en el m undo
p ara d ar la idea de vértigo) en c u en tra con qué satisfacer (satisfacer:
categoría d e lo im aginario, ¿es exacta mi term inología?) sus legítimas
dem andas (filosóficam ente legítim as) (no pu ed o tocar su propio
im aginario, p o r no ten er d erech o , y casi no tener, a condición de no
leerlo m uy de cerca, los m edios). P ero usted nos enseñó que lo
im aginario tam bién es sólo la im itación de lo simbólico, cuya marca
lleva, p ero que jam ás marca so b re un m etal; sobre todo en el m undo
del engaño histórico de la eco n o m ía de clase, que se resum e en esta
cosa que es la m oneda, los q u in to s, vale decir u n título. La m arca viene
de otra parte, de esta o tra p a rte que es el otro, que es el nom bre de la
o tra parte, el n om bre del fu e ra absoluto, condición de posibilidad
absoluta d e todo d en tro , a u n cuando, com o el níquel de nuestros
cinco centavos, sea falso. C o n d ició n d e posibilidad absoluta de la
existencia de este falso, d e su calidad de falso, y de su estructura
misma, q u e perm ite darlo y tra ta rlo com o verdadero, si es necesario
creyéndolo verdadero (lo q u e n o es absolutam ente necesario cuando se
sale del objeto analítico) (se p u e d e estar consciente y ser cínico: la
H istoria es conciencia y cinism o, conciencia m oral quiero decir, que
no es sino la b u en a co n c ie n cia del cinism o en unos, del engaño
aceptado en los otros).
El deseo del analista está marcado, com o todo deseo, com o está
marcada (sellada) la relación-dual d e la fascinación Im aginaria (pro
p ongo u n a I mayúscula) que constituye el círculo deseo-del-deseo
específico de la relación analítica, en el que el analista vive la verdad
m ism a de su deseo d e analista.
N o hablo —no más que usted, entonces—, de esta o tra relación dual
en la que se ju e g a la suerte de la práctica analítica: pues esta otra
relación dual es la que intenta instaurar el deseo, m arcado p o r lo
im aginario del analizado, entre él y el analista, relación dual a la que
ju stam en te el analista, que “no acepta”, se niega a entrar, p orque para
eso es analista, es decir para hacer pasar a su neurótico de lo im agina
rio a lo sim bólico a través de las peripecias de u n Edipo, esta vez bien
escandido. H ablo d e o tra relación dual, de la que se instaura p o r el
deseo del analista, de la que es instaurada p o r el deseo del analista.
Situación com pletam ente diferente, y muy extraña p ara el analista de
la calle, quien, aunque trabaja toda la sem ana, pero nunca en dom ingo
(perdón), es y siem pre sigue siendo más o m enos, desde este pu n to
d e vista, un analista dom inguero. Esta situación instaura o tro Im agi
nario (la I mayúscula), en cuyo seno se desarrolla el análisis de lo
im aginario (i m inúscula) del analizado, es decir, la m ayor p arte del
tiem po, un análisis que falla, que se interrum pe, que se vuelve a
em pezar con u n a tercera persona, que a su vez vuelve a iniciar el
cu en to de lo im aginario, y las cosas siguen así hasta que u n o se harta,
o q ue “con eso basta”, a partir d e cierta edad, verdad, o que ya se
“m ejo ró ” bastante (¡palabra que huele a achicoria!) para p o d er ir a
saludar a papá, m am á, o casarse d en tro d e las reglas, pues ¡bueno, hay
q u e darles gusto e hijos a Francia! En resum en, digo en resum en, pero
no es u n resum en, es muy largo, hasta es interm inable —¿puede esto
term inarse?—, el análisis term inable-interm inable, la dificultad de
trad u cir las palabras de Freud, ¿usted no cree que d ep en d a de algo
más que del sim ple asunto de los significantes, quiero decir de los
significantes, em padronados com o tales, y enum erados, en este adm i
rable sistem a sin sacudidas ni autorregulador, ni revoluciones, del que
u n ginebrino (¡qué audacia para un suizo!, pero el am or a la estabilidad
social pued e ilum inar la estabilidad de u n sistem a en general) hizo un
día la teoría, quiero decir en un diccionario? (Y los diccionarios de
traducción, y las etim ologías que dan tantos placeres cam pesinos a
H eidegger, que nunca hubiera tom ado los Holzwege p o r cam inos si
h u b iera sido leñador, y que es filólogo casi com o es leñador, dándose
placeres forestales específicos de un habitante de las ciudades, es decir
de u n leñ ad o r dom inguero, com o se da los placeres filológicos de un
filósofo, es decir de u n filólogo dom inguero.) (Prévert, q u e ab u n d a
en malicia, dijo con razón que “el dom ingo sólo hay eso d e cierto ”, es
decir d e falso.) En resum en (de nuevo, repito) sigue así d u ran te m ucho
tiem po, y en el fondo no hay razón de q u e cese. Un analista dom in
guero jam ás acaba verdaderam ente su análisis. Su análisis. ¡Desde
luego!, el que hace: el del analizado... no su análisis: el suyo, aun
“term inando” oficialmente, seguridad- socialmente, Delay-psiquiatraca-
dém icam ente su análisis, el de su paciente (paciencia), aun cuando “ter
m ina” el análisis de su paciente.
Pues esta relación dual que instaura, él, p o r m edio de lo Im aginario
de su deseo-de-analista, no sé que llegue a ser cuestionada en el análisis
del o tro im aginario: que in ten ta en vano instaurar el deseo-del-anali-
zado. Y con razón: com o hasta d o n d e sé (pero sin em bargo puede
darse, apriori no hay obstáculo radical) el analizado no tiene a su cargo
p o r p arte d e la sociedad —quiero decir la Sociedad Psicoanalítica de
París, Francia, o la Internacional de L ondres—la obligación de condu
cir hasta el um bral de lo simbólico al im aginario en el que vive el deseo
del analista, el im aginario objetivo de la situación dual que es sim ple
m ente su condición profesional; com o no se le puede p edir decentem en
te a u n analista —a quien a veces le cuesta m ucho salir de apuros con
el im aginario del analizado—, que se autoanalice com o analista (¿había
hecho F reu d sin em bargo algo que, de lejos, se parece a eso?), es decir
salir de apuros con su propio Im aginario, pues bien, las cosas conti
núan.
Digo que usted se encu en tra en el pu n to m ism o en q u e se ju eg a
todo. En el p u n to en el que el deseo-del-analista (¡ah! estas famosas
contratransferencias...) va a descubrirnos p o r m edio de su trabajo
teórico cuál es la marca que lleva, bajo la estam pilla legal de toda m arca
überhaupt, que es m arca de lo simbólico en general, lo Im aginario del
analista.
Vale la p ena apostar que esta m arca lleva nom bres célebres, en tre
los cuales se tratará d e París, de Londres, de provincias, y de algunas
esposas. Pues com o usted dice, a veces sucede que los analistas estén
casados. Y com o usted lo experim enta en prop ia carne, tien en casa
propia, m ucha influencia, u n lugar oficial bajo el cielo azul de nuestra
sociedad burguesa, sus libros se venden y —nunca se sabe— hay que
pensar en el porvenir.
El porvenir: pu eden pensar en él. T ienen razón. H abrá revolucio
nes que les serán más am argas y crueles que la que les inspira el tem or
de p e rd e r su posición social, su ingreso y todo el resto. Siem pre
pu ed en evadir los efectos financieros y sociales d e u n a revolución
social. Y no vale la pena, ¡Dios los guarde!, cruzar el m ar... basta dar
prendas, garantías, en resum en, saber comportarse. Bajo este p u n to de
vista no les q u ed a más que seguir. H an entrad o, y p erd o n e la expre
sión, en años. No. H ablo de otra revolución, la que usted p re p ara sin
que lo sepan, aquella de la que ningún m ar del m undo p o d rá p ro te
gerlos, ni ninguna respetabilidad, ya sea capitalista o socialista: la que
los privará de la seguridad de su Imaginario, y que les d ará u n día la
posibilidad (entonces podrán escoger librem ente su destino, sin nece
sitar garantías sociales o políticas) de liberar su deseo de hom bre, que
no tiene nom bre, ni el nom bre de hom bre, ni sin duda entonces el
n o m b re de deseo (el hom bre es, com o decía muy inconscientem ente
ese p o b re Feuerbach, el nom bre de todos los nom bres, com o antaño
Dios era el no m bre de todos los nom bres, lo que realm ente lo hace
superfluo, salvo p ara quienes necesitan esa etiqueta para vender con
ella u n a m ercancía muy diferente, inconfesable) (el deseo es el nombre
de todo nombre, es decir de todo sí, lo que lo hace superfluo cuando se
tem in a u n análisis —¿pero cuándo sucede eso hoy día?—, lo que lo hará
p ro piam en te superfluo cuando el análisis de lo im aginario d e los
analistas sea posible, term ine, y sus análisis —los d e sus p a c ie n te s-
term inen...); esta revolución que les d ará u n día la posibilidad de
liberar su “deseo” de “h o m b re” de lo Im aginario de la condición
social, religiosa, m oral, m atrim onial, etc., de la profesión analítica con
la q ue realm ente está fascinado.
De esta revolución pueden ten er m iedo. Com o un neurótico puede
te n e r m iedo d e tocar la p uerta —aunque esté censada—d e u n analista.
M iedo de esta revolución que puede hacerlos hom bres, com o los
dem ás. ¿Miedo? Los m ejores, hasta los buenos, que son m uchos, no
m erecen este m iedo.
Pues, com o todas las verdaderas revoluciones, 1 1 0 hace más que
p ro n u n ciar o tra palabra, que aún hay que pron unciar (com o p ro n u n
ciam os la palabra deseo), que u n h o m b re escribe, en época d e desgra
cia, sobre los m uros y en los cuadernos, pero cuyo objeto es hacer
superfluo su p ropio uso: libertad.
Suyo,
[Louis Althusser]
6. JA C Q U E S LACAN A LOUIS ALTHUSSER
Preferí no correr los riesgos del correo italiano —y en estos días festivos
y hacia u n lugar bastante retirado, creo— para que mis deseos le
lleguen.Yo mismo p arto hoy por seis días a R om a (C ongreso Enrico
Castelli).16 [i]Conoce usted a este extraordinario personaje[P] Teólogo
alem án + R icoeur + W aehlens + etc., en to rn o a: Técnica, casuística y
escatología [sic].) En fin, es u n a locura p ero espero descansar.
H e aquí mi ponencia. Al mismo tiem po, deposito u n a invitación
para el señ o r Flaceliére,17 p ero tiene un secretario, creo. ¿Q uiere usted
darle a mi esposa su nom bre, para invitarlo también?
Lacan
Lunes 6-1-64
7. JA CQ U ES LACAN A ALTHUSSER
J .L .
Miércoles 22-1-64
31-111-64
[Tesalónica]
Esta foto viene de P ater Photios, el más hospitalario de los hom bres,
después de usted. Desde luego.
Esta celda en la que vive se en cu en tra en Karies, capital de esta
península en la q u e los m onjes se sienten en casa y a la que se llam a
Santa M ontaña.
Hay algo que d ecir de ella, y la excursión lo saca a u n o del presente.
C onsidérem e suyo,
J. Lacan
Lunes 6-VII-64
La o tra noche le llam é p ara esta inform ación, atónito de que se pu
d iera ten er u n a respuesta en busca de la cual me había dirigido a las
fuentes más seguras (o las más enteradas).
N o quise co nten tarm e con el teléfono p ara decirle todo lo que le
agradezco su artículo.20 P rofundo y pertinente, sin m encionar la
p ro fu n d id ad d e su m editación sobre el tem a.
Me siento muy h o n rad o p o r u n esfuerzo tal y confortado p o r su
pleno éxito.
C onsidérem e su m uy fiel
J. Lacan
Suyo,
Lacan
[París], 11-7-6622
Estim ado Lacan:
21 Se trata de PourMarx [La revolución teórica de Marx], que acababa d e ser publicado
p o r E ditions M aspero. A diferencia d e las otras cartas de J. Lacan, A lthusser había
g u ard ad o ésta en u n expediente q u e contenía la co rrespondencia d e p ersonalidades o
amigos, la m ayoría adm irativas (e n tre ellos: Jean T oussaint Desanti, Jeaií-Fnincois Revel,
G eorges Canguilhem , Fran^ois Chátelet, Gilíes Deleuze, Pierre B ourdieu, Michel
Foucault, R oland B arthes,Jean-P ierre V ernant...), recibida después d e esa publicación.
22 D ebe tratarse m ás b ien del 13 de julio, porque, según su agenda, L ouis A lthusser
tenía cita “e n casa de Lacan, n ú m ero 5 de la calle Lille”, el m artes 12 d e ju lio , y es
evidente q u e esta carta fue escrita después de q u e se volvieron a ver, com o lo m enciona
al final.
p ro p o n ien d o un h orrible neologism o (dudé m ucho ante este barba-
rism o gram atical, que me pareció teóricam ente necesario). Vea las
páginas 1-40.
Esta teoría d e la lectura sintom al indica sus condiciones d e posibi
lidad en la naturaleza del discurso que fundam enta su leer: el discurso
teórico, ya sea todavía sensiblem ente ideológico (los econom istas) o
b ien ya científico (Marx). (Esta distinción ciencia-ideología d eb e ser
m anejada con u n a en o rm e precaución, pero provisionalmente, en
espera d e u n análisis más serio sobre el que actualm ente trabajo,
p resta servicios objetivos, cuyos efectos, desde luego, h ab rá que
rectificar). En mi opinión, la naturaleza de este discurso puede ser
fijada p o r m edio de Xa. problemática teórica que lo sustenta. T ras esta
problem ática teórica se perfila u n a realidad que es su condición
determ inada: la coyuntura teórica existente, y sus relaciones (articula
das) con la coyuntura histórica en el sentido am plio. El concepto de
coyuntura rem ite a su vez al concepto de historia.
S obre el concepto de coyuntura y sobre el de historia, vea el
prefacio dePara leer El capital (a decir verdad todo el final del prefacio
hace co n stan tem en te referencia a ello) y tam bién el tom o n {El objeto
del “Capital”: iv, v, vi, ix).
Vea tam bién el texto de Balibar en el tom o n: es de sum a im p o rtan
cia (en su totalidad). Es ahí donde se puede ver ya bastante claram ente
e n q u é se distingue sin equívoco posible el concepto m arxista de
estru ctu ra del lévi-straussiano (y con m ayor razón de todas las ab erra
ciones idealistas d e los “estructuralistas”), ju stam en te p o rq u e el con
cepto d e Lévi-Strauss d e estructura es teóricam ente equívoco (oscila
en tre las concepciones subjetivista y platónica de la estructura: entre
la estru ctu ra com o intención y la estructura com o eidos. En él, el lugar
d e este equívoco p u ed e determ inarse con precisión: es su concepción
del inconsciente, com pletam ente aberrante.) N o equivocarse sobre el
térm in o de tentación subjetivista (intención) d e la concepción de Lévi-
Strauss de la estructura: se trata de u n a subjetividad social, de una
“in ten ció n ” social. A ludo al hecho de que el inconsciente de la
estructu ra es, p ara Lévi-Strauss, u n a intención social “inconsciente”
(es decir “inintencional”, com o lo dice con u n a en tern eced o ra inge
nuidad, pues “se delata sola”, Godelier), la que “expresa” el desear vivir
de la sociedad. Em pleo palabras que son otras tantas m etáforas, pero
usted m e com prende. A lo sum o la estructura es inconsciente en
Lévi-Strauss, y es estructura “para que esto (la sociedad) viva”. Es en
este “p ara q u e” del telos (vivir) de la sociedad d o n d e se oculta, es decir
se m uestra, la tentación de concebir a la estru ctura com o intención y
subjetividad.
D esde luego, es posible criticar a Lévi-Strauss desde otros puntos
de vista, pero, en mi opinión, éste es el pu n to preciso en el que no
podemos no separamos de él. Y creo que tam bién es muy im p o rtan te para
el análisis saber bien que, en sentido estricto, no es posible hablar de
inconsciente social; de lo contrario se perm itirán todas las confusiones
(incluso las que pu eden presentarse, si no en los textos d e F reud a los
que usted hacía referencia anoche, pues no los conozco y no puedo
hablar de ellos, sí p o r lo m enos en su lectura).
En el fondo es p o r esta razón de principio p o r lo que yo le decía
que, vistas desde fuera y, lo adm ito, desde cierta distancia, sus relacio
nes teóricas con Lévi-Strauss pu ed en hoy, en cierta medida, causarnos
problem as si no están bien explicitadas. T odo el m undo (usted sabe
quiénes) tiene interés en confundirlo, bajo el térm ino d e estructura-
lismo, co n Lévi-Strauss. Nosotros no. Y creo q ue usted tam poco; no le
conviene p erm itir q u e se dé esta confusión, aun fuera d e usted, aun
m uy lejos d e usted (y usted sabe que tam bién se da en personas que
se declaran m uy cercanas a usted).
Le anexo u n a exposición m uy esquem ática y b u rd a que hice hace
quince días en la Escuela.23 N o la considere, si la lee, más q u e com o
u n “síntom a”, pero u n síntom a... ¡en la m edida en que se puede,
conscientel (en cuyo caso no sería ya sólo u n síntoma...).
Me dio gusto volverlo a ver. H ago votos p o r sus vacaciones y su
trabajo. P ara nosotros es muy im portante que usted exista, que sea el
teórico q u e es, y q ue prosiga su obra de vanguardia. N o está usted
solo. El frente es am plio y hay, em pieza a haber, m uchos otros
com batientes, aun si no com baten todos en la m ism a línea, sobre el
m ism o p u n to , o bajo la misma “b an d e ra”, y aun si tiene razones para
considerar que algunos d e ellos (no digo todos) se en cu en tran actual
m ente lejos de usted.
[Louis A lthusser]
[París]
Viernes, antes de salir hacia el hospital, o sea de prisa.
Suyo
J.L.
21-111-69
24 En efecto, Jacques Lacan daría fin a su sem inario “De O tro a o tro ” (Séminaire XVI,
inédito), en la Escuela N orm al Superior, tras la sesión del 25 de ju n io d e 1969.
ANEXO
PRINCIPALES TEXTOS Y DOCUM ENTOS SOBRE EL
PSICOANÁLISIS DEL FO N D O ALTHUSSER EN EL IMEC