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En Un Lugar Oscuro Ed y Lorraine Warren Con Al y Carmen Sned PDF
En Un Lugar Oscuro Ed y Lorraine Warren Con Al y Carmen Sned PDF
tenemos que
dejar esta casa. Hay algo
maldito aquí... Y si no la
abandonamos... algo malo
nos sucederá. Algo realmente
malo."
Los Snedeker se mudaron
a Connecticut, Nueva York,
para estar más cerca de los
especialistas de cáncer que
tratan a su hijo Stephen, de
14 años. El niño les ha dicho
a sus padres que hay algo
raro en su nueva casa. El
escuchó y vio cosas y sintió
un aura demoníaca en la casa.
Carmen y Al, los padres de
una muy unida familia
cristiana, adjudicaron esto a
la enfermedad me su hijo, su
medicación y su dolorosa
quimioterapia. Pero toda la
familia observó un cambio en
Stephen que no pudo ser
explicado tan fácilmente.
Primero fueron pequeñas
cosas -sus calificaciones
empeoraron y se negó a ir a
la iglesia- pero
paulatinamente, su conducta
negativa fue aumentando y se
tornó incontrolable.
En
un
lugar
oscuro
Una
historia
veridica
sobre
una
casa
embrujada
ePUB
v1.1
Abraxas 03.08.13
Título original: In a dark
place
Ray Garton, Al Snedeker,
Carmen Snedeker, Ed Warren,
and Lorraine Warren, 1992.
Traducción: Patricio Nelson
Diseño/retoque portada:
Susana Dilena
- Ray Garton
Agradecimientos
Muchas personas fueron
generosas con su talento
editorial y apoyo moral
durante el tiempo que llevó
escribir este libro, y me
complazco en agradecérselos
en este espacio: Mi agente y
amiga, Lori Perkins; mi
maravillosa editora, Emily
Bestler, y sus asistentes, Tom
Fiffer y Amelia Sheldon,
quienes en mérito a su gran
paciencia me ayudaron a lo
largo del texto; mis amigos
Scott Sandin, Paul Meredith
y Stephanie Terrazas; mis
padres, Ray y Pat Garton; Joe
Citro y Jerry Sawyer, dos
grandes y veraces escritores;
Dean R. Koontz, de quien
fluye todo buen consejo; la
reverenda Cheri Scotch, gran
sacerdotisa del Templo de
Diana, cuyo buen criterio -y
sentido del humor- siempre
son una gran ayuda; y, por
supuesto, Dawn, sin el que
este libro no hubiera podido
pergeñarse.
Prefacio
Posesión
demoníaca
El estudio de la posesión
demoníaca nunca ha sido -no
lo es hoy en día, y es muy
probable que nunca lo sea-
una ciencia.
La posesión se remonta al
tiempo de Cristo, quien,
conforme al Nuevo
Testamento, exorcizó
demonios en ciertas
personas. Hoy en día, es poco
más que un tema para las
películas de horror de
Hollywood. Pero muchas
iglesias y sectas cristianas
aún practican el rito del
exorcismo, la principal entre
ellas sigue siendo la Iglesia
Católica.
Un exorcismo oficial no
puede ser realizado sin
conducir una investigación
apropiada para determinar si
la declarada actividad
demoníaca es real. A veces,
una persona con problemas
mentales o con una adicción
a sustancias alucinógenas, o
incluso una familia entera
que sufre una crisis
doméstica, puede tomar las
más pequeñas coincidencias
y convertirlas en una serie de
acaecimientos
aterrorizadores que remitan a
la conclusión de que la casa
está poseída por demonios.
Enfermedades mentales han
sido confundidas con
posesiones a lo largo de la
historia -enfermedades tales
como la esquizofrenia, el
síndrome de Tourrette, la
corea de Huntington, la
enfermedad de Parkinson e
incluso la dislexia- y aunque
la medicina ha avanzado de
modo considerable a través
de los años, tales condiciones
patológicas deben ser
descartadas por un sacerdote
antes de considerar un
exorcismo.
Quienes participan en un
exorcismo se encuentran en
peligro constante, y deben
estar preparados para
escuchar los peores insultos y
presenciar los hechos más
aterrorizadores que quizás
experimenten en su vida. Su
fe debe permanecer sólida
como una roca ante el
horrible abuso sobrenatural.
Los demonios no se
esfumarán sin presentar una
poderosa batalla y su arma
principal, como siempre, es
el temor. Ellos se alimentan
de él, y harán hasta lo
imposible para aterrorizar a
aquellos involucrados con el
intento de expulsarlos.
La mudanza
-Mamá, debemos abandonar
esta casa. Hay algo malvado
aquí.
-¿Mudarnos? Acabamos de
llegar aquí, querido.
La preocupación de Carmen
aumentó mientras se
enjuagaba el jabón de las
manos y de los brazos y se
secaba con una toalla. Se
volvió, se recostó contra el
borde del mostrador, dobló
los brazos y dio la cara a su
hijo.
Carmen atribuía su
advertencia sobre la casa.
Debía ser eso. El ciertamente
no podía saber la verdad
sobre la casa. Sólo Carmen y
su marido, Al, sabían sobre el
pasado de la casa.
El sacudió la cabeza.
-Bueno, pero no dormiré allí
abajo solo.
-Michael no volverá de
Alabama hasta dentro de
unas semanas. ¿Dónde
dormirás hasta entonces?
El se encogió de hombros
mientras se agachaba para
acariciar a Willy.
-Dormiré en el sillón. O
quizás en el suelo de la sala
de estar, no lo sé. Pero -
comenzó a sacudir la cabeza
otra vez mientras se volvía y
salía nuevamente de la
cocina, sorteando las cajas
vacías- no dormiré allí abajo
solo.
Carmen permaneció de
espaldas al fregadero, con los
brazos cruzados, la toalla que
le colgaba de una mano. Lo
observó alejarse caminando,
luego escuchó sus pasos
sobre el suelo de madera
cuando ya no podía verlo.
Entonces Al conoció a
Carmen en ese lugar en el
cual ella trabajaba como
mesera, y todo cambió. Se
casaron en 1979, y
comenzaron su nueva vida
llenos de esperanza.
No obstante, la tos
permaneció.
-Entonces, ¿cómo se
encuentra Stephen? -preguntó
Al, mientras mantenía su
sonrisa, que amenazaba con
desvanecerse.
-Bueno, desafortunadamente
no nos están diciendo algo
conclusivo sobre la condición
de Stephen. Así que creo que
tendremos que dar otro paso
hacia adelante. Hoy he
conversado con el doctor
Morley. El es un cirujano, un
muy buen cirujano.
Al y Carmen intercambiaron
una mirada oscura,
preocupada.
Stephen se encogió de
hombros.
Al y Carmen rieron.
El teléfono sonó
ruidosamente, y cuando
levantó el auricular, se dio
cuenta de que le sudaban las
palmas de las manos.
-¿Hola?
qué?
Telefonearon a ambas
familias para darles la
noticia, y cada llamada era
peor que la anterior: las
voces se derrumbaban en
lágrimas y sollozos,
apesadumbrados por Stephen
casi como si la noticia
hubiera sido de su
fallecimiento.
Pero Al no respondió.
A Carmen le picaban los ojos
como consecuencia del
llanto, mientras estaba
sentada en silencio junto al
teléfono, intentando limpiar
todo el dolor de su mente.
Al se encogió de hombros y
comenzó a caminar por la
habitación.
La familia de Al vivía en
Connecticut, así que Carmen
no estaba completamente
sola. Pasaba las noches en un
motel cercano y siempre
telefoneaba a Al tan pronto
como llegaba a su habitación.
Desde que ella lo había visto
por última vez, él había
comenzado a tener severos
dolores de pecho y, aunque
creía que Stephen había
agotado su preocupación,
comenzó a preocuparse
también por Al. De todos
modos, después de algunos
exámenes en el hospital se
determinó que los dolores de
pecho de Al eran síntomas de
extrema ansiedad y no
constituían nada serio.
Al y Carmen decidieron
buscar un apartamento más
cerca del hospital. Con cuatro
niños, sabían que no sería
fácil conseguir uno que fuera
lo suficientemente amplio y
que pudieran pagar -las
cuentas médicas se iban
acumulando rápidamente-
pero sería más fácil que
conducir tan lejos todos los
días y gastar tanto dinero en
gasolina.
El comenzó a asentir y
levantó una mano para
detenerla.
El gentilmente extendió su
comprensión, le deseó lo
mejor para Stephen, y luego
permaneció en silencio,
aparentemente pensaba.
Finalmente: -Le puedo dar el
apartamento de abajo.
Carmen se sentó
pesadamente sobre el borde
de la cama y apretó una mano
sobre sus ojos. No había visto
el apartamento de abajo. ¿Era
tan cómodo como el de
arriba?
"¿A quién estás engañando?
pensó ella. Si es más
pequeño, no puede serlo por
mucho, y además... estamos
desesperados.” Ella decidió
que, si era parecido al
apartamento de arriba, estaría
encantada de alquilarlo.
Ataúdes... alineados
prolijamente... cuerpos
desnudos con pálidas pieles
mortecinas... herramientas...
equipo que se veía anticuado
y siniestro... ganchos y
cadenas... un hombre sin
rostro vistiendo una bata
blanca con oscuras manchas
marrones que se habían
secado sobre ella...
caminando por una de las
filas de ataúdes-moviéndose
en zigzag, entrando y
saliendo entre ellos...
acercándose a uno de los
cuerpos... llevando consigo
una de esas herramientas...
una de esas viejas y ominosas
herramientas...
Al levantó la cabeza de la
almohada. -¿Eh?
Al puso un brazo a su
alrededor. Estaba perdido,
pero la mirada en el rostro de
ella no era una mirada que
emergiera de un mero sueño
o pesadilla, tenía algo mucho
más real.
Cuando Al y Carmen
comenzaron a bajar las
escaleras, el ruido se apagó
levemente por detrás y por
encima de ellos. Estaba
húmedo allí abajo y el aire
pesado llevaba el olor del
tiempo. Al pie de la escalera
había una espaciosa
habitación que se extendía a
su izquierda y, a su derecha,
un par de puertas francesas se
abrían a un cuarto más
grande.
Giraron a la derecha y
entraron en una gran
habitación con otras repisas,
más escaleras y...
-Oh, Dios mío -suspiró
Carmen-, ¿qué es eso?
-Y eso haremos. No te
preocupes, querida. -Le dio
un rápido beso y sonrió,
luego puso un brazo
alrededor de sus hombros
mientras subían.
Volvieron a la casa de
Meridian Road y sacaron
algunos colchones del garaje.
Ella y los niños los pusieron
uno al lado del otro en el
comedor, donde decidieron
que todos dormirían hasta
que los trabajadores
terminaran. Pero no pasó
mucho tiempo antes de que el
sonido perturbador de la
respiración de Peter
comenzara a retumbar contra
las paredes: un ataque de
asma que le trajo sin duda el
aserrín que había en el aire.
Lo llevaron a una clínica
local donde fue tratado, luego
volvieron a la habitación del
motel. Peter se estaba
sintiendo mucho mejor al día
siguiente. Volvieron a la casa
y comenzaron a limpiarla,
quitándole todo el aserrín
para darle otra oportunidad.
El frunció el entrecejo.
Lo que Stephen
escuchó
Carmen se levantó más
temprano que de costumbre
el lunes por la mañana para
prepararle el desayuno a Al y
verlo partir por una semana.
El comió con rapidez y
disfrutaba sus últimos
bocados cuando ella se sentó
para tomar su propio
desayuno.
-¿Ustedes me llamaron? -
preguntó, con voz ronca y
gruesa de sueño.
Carmen se acercó a él
sonriendo.
-¿Cuando volverás? -
preguntó Stephen en medio
de un bostezo.
Stephen asintió.
Al y Carmen se despidieron.
Al partió.
El se encogió de hombros.
-Probablemente me oíste
mencionar tu nombre. -Pero,
ella se preguntó, ¿que más
escuchó? Deseó que no la
hubiera escuchado hablando
con Al sobre la casa.- Bueno,
me voy a la ducha. Puedes
mirar televisión si quieres,
pero no despiertes a Peter y
Stephanie. Todavía es
temprano.
Carmen entró en el cuarto de
baño y cerró la puerta, pero
no encendió la ducha de
inmediato. Se sentó sobre el
borde de la bañera,
frunciendo el entrecejo,
deseando que Stephen no los
hubiera escuchado hablando
sobre el trasfondo de la casa.
El no necesitaba esa
información para rumiar con
su imaginación.
Como si no fuera
suficientemente negativo,
odiaba la casa a la cual su
enfermedad los había
llevado. Era una casa
atractiva, sí, con mucho lugar
y una habitación para él solo.
Pero era una habitación que
él no quería.
Y él había tenido la
inamovible sensación de que
no se encontraba solo, que lo
observaban, que si se diera
vuelta, encontraría a alguien
-o algo- en la habitación con
él, moviéndose en dirección a
él, en silencio, suavemente...
rápidamente. El se había
dado vuelta... pero no había
nada allí. El hecho de que no
viera nada no lo
reconfortaba, de todos
modos. Sus latidos se
aceleraron, sus palmas
sudaron, y la respiración se le
agitó. Había vuelto a subir al
piso de arriba, luchando con
la urgencia de correr, y le
había dicho -o intentado
decirle- a su madre.
Y la familia de Stephen se
había mudado allí a causa de
él.
Stephen se volvió de la
ventana y salió de la cocina
con un largo bostezo,
preguntándose si había algún
buen programa en la
televisión tan temprano por
la mañana. En el pasillo,
podía escuchar la ducha
sisear en el cuarto de baño,
pudo escuchar brevemente la
voz de su madre, hablando
consigo misma en la forma
en que lo hacía a veces
cuando dejaba caer el jabón o
tomaba el champú
equivocado. Caminó a lo
largo de las escaleras y entró
en la sala de estar cuando una
fuerte voz masculina lo
llamó: -¿Stephen?
Se detuvo sobresaltado,
helado en su lugar. La voz no
había provenido del cuarto de
baño, y ciertamente no de la
ducha. De todos modos, la
voz de su madre nunca podía
sonar tan profunda.
-¿Stephen?
-¿Stephen?
La voz se oía impaciente.
-¿Stephen?
-¡Temporada de cooneejo!
-¿Stephen?
-Temporada de pato.
-Temporada...
El asintió.
-Un... hombre.
El no respondió.
Estableciéndose
A medida que había
transcurrido la primera
semana, la casa comenzó a
verse tan ordenada como
ocupada. Carmen pasaba gran
parte de su tiempo
disponiendo los muebles en
los lugares adecuados. Se
ocupó de colgar los cuadros y
pinturas y desenvolver los
adornos delicados, algunos
mucho más viejos que ella
misma, y colocarlos en las
habitaciones apropiadas
sobre los estantes elegidos.
La habitación se veía un
tanto oscura, aunque había
bastante luz directa y fuerte
afuera. Pero cuando
levantaba las persianas hasta
arriba, no había diferencia.
Probablemente sería una
buena idea deshacerse de
ellas de todos modos.
Debería hablar antes con el
señor Campbell al respecto.
Recordó su promesa a sí
misma el primer día que pasó
en la casa: limpiaría los
vidrios. Así que se vistió con
su ropa para hacer la
limpieza y comenzó a
trabajar.
El asintió.
"Primero es malvada y
debemos irnos, pensó ella.
Ahora es fantástica y él la
está mostrando."
El viernes transcurrió
lentamente y Carmen pensó
que la tarde, cuando Al
regresara a casa para el fin de
semana, nunca llegaría.
Acababa de terminar la
comida para los niños,
emparedados y patatas fritas
con leche y una variedad de
frutas, cuando llegó el señor
Campbell.
-Sólo vine para saber cómo
lo estaban pasando -dijo él
con una sonrisa una vez que
Carmen lo invitó a pasar- Se
ve muy bien. Se nota que se
han instalado.
Carmen parpadeó.
están.
En la habitación de Stephen,
el señor Campbell se detuvo
y preguntó: -¿Alguien
duerme en estas habitaciones
de aquí abajo?
-Bueno... esa habitación es
para mi hijo Michael, pero él
pasará un tiempo con su
abuela. Este es el cuarto de
Stephen, pero... él no duerme
aquí abajo.
-No le gusta.
-¿Por qué?
El volvió a encogerse de
hombros, todavía con una
leve sonrisa en el rostro.
-Sólo me preguntaba.
-Bueno, a él solo no le gusta,
eso dice. Y, ah... dice que
escuchó, voces aquí abajo.
Carmen estaba en el
escritorio en el cuarto
soleado que salía de la sala
de estar, revisando las cartas
del día y preguntándose qué
iría a cocinar para la cena
cuando Stephanie gritó. Dejó
caer las cartas que se
dispersaron sobre la tapa del
escritorio mientras ella se
apresuraba en atravesar la
sala de estar y el corto pasillo
que conducía hasta la
habitación de Stephanie, de
donde había provenido el
grito. Casi chocó con
Stephanie, que salió
corriendo a ciegas del cuarto
y cayó en brazos de Carmen.
-¿Qué pasa, querida? -
preguntó Carmen,
arrodillándose delante de
ella.
-¿Qué?
Tímidamente, Stephanie
entró en la habitación con
Carmen.
Stepahnie miró a su
alrededor frenéticamente,
rígida de tensión, luego se
encogió de hombros y
murmuró reticente: -No lo sé.
-Ahá.
-¿Qué sucede?
-No me crees.
tema.
Al le puso un brazo a su
alrededor, la atrajo hacia sí y
le murmuró en el oído con
una sonrisa: -Tendrás lo tuyo
más tarde.
La cena fue festiva, con
cubiertos chocando sobre los
platos y un constante
murmullo de voces. Después
de la cena, todos se retiraron
a la sala de estar. Al llevó
una cerveza; ella había
llenado el frigorífico en su
viaje anterior al
hipermercado. Buscaron un
programa entretenido en la
televisión mientras Carmen
comenzó a levantar la mesa.
Sin que se lo pidieran y sin
decir una palabra, Stephen
entró en el comedor y
comenzó a ayudarla.
El agachó la cabeza y lo
pensó un momento, después:
-¿Podrías, hm... ir abajo y
sacar mi caja de pesca de mi
habitación?
Al asintió.
Stephen asintió.
-De acuerdo.
La respiración se le atoró en
la garganta. Se dio vuelta
sólo con mucho esfuerzo,
lentamente, tieso. Miró por
las escaleras a la oscuridad
debajo de ellas.
-¿Stephen?
Hubo un movimiento en la
oscuridad de abajo, un súbito
movimiento gris sobre lo
negro.
La garganta de Stephen
pareció hincharse. Su pecho
le dolía con el latir de su
corazón.
-¿Stephen?
Más voces
Durante el mes siguiente,
Carmen entabló amistad con
Fran, la vecina más próxima.
Fran era una mujer baja con
cabello pelirrojo rizado y
estaba embarazada. Ella y su
marido, Marcus, habían
comprado la casa de al lado y
se habían mudado hacía sólo
unos meses, esperando estar
completamente establecidos
antes de que el bebé
decidiera aparecer, lo que
ocurriría en cualquier
momento.
-Mira, yo no me preocuparía
por eso ahora si fuera tú -dijo
Fran mientras bebía té helado
en el cuarto soleado de
Carmen-. La enfermedad de
Stephen cambió las cosas
para todos y están en una
nueva casa, un nuevo
pueblo... hay razones para
que los niños no se
comporten como lo hacían.
Puedo entender que Stephen
escuche cosas, Stephanie vea
cosas. -Sorbió su té.- No
exageres con ello y todo
pasará.
Carmen rió.
-Hablas como si hubieras
sido una madre tanto tiempo
como yo sin siquiera tener un
bebé.
-¿Qué?
-Acabo de escuchar que me
llamaba. Sonaba... sonaba
como si estuviera en el
pasillo, como si acabara de
entrar -dijo mientras miraba
hacia atrás por encima de su
hombro hacia la puerta de
entrada.
Frustración y enfado
repentinamente quemaron
como ácido la garganta de
Carmen. Si él iba a seguir
insistiendo con que
escuchaba voces, entonces no
había ninguna maldita cosa
que pudiera hacer.
-¿Stephanie? ¿Estás
despierta? -Cerró la puerta
silenciosamente y miró a la
oscuridad.- ¿Steph? Soy yo. -
Achicando los ojos en
anticipación, Stephen alargó
el brazo y encendió la luz.
Estaba sola.
Al no había entrado en la
casa.
Del verano al
otoño I
Era un verano cálido con un
día después de otro de
interminables cielos celestes
y noches cubiertas de
estrellas relucientes. El aire
olía a madreselva, y durante
el día las risas de los niños
resonaban por el vecindario.
Carmen no le había
comentado a Al sobre ello.
Ella no se sentía segura
ahora. ¿Y qué pasaría si él se
reía, sin darle importancia?
Simplemente ella no quería
volver a limpiar el suelo.
Stephen se encogió de
hombros y masculló: -Nada. -
Se volvió hacia los dibujos
animados que estaban
proyectando en el televisor.
-¿Stephen?
Stephen quedó helado afuera
del cuarto de baño una noche.
Todos se habían acostado
hacía tiempo, pero Stephen
se había despertado con la
vejiga llena. La voz le habló
mientras salía del cuarto de
baño.
-¿Ya ha llegado mi
muchacho? -preguntó Wanda
Jean.
Pero no estaban.
error.
Durmiendo en el
sótano
El aire se volvió más frío a
medida que Stephen bajó las
escaleras y se sintió bien
contra su piel. Carmen, Al y
Michael habían estado allí
abajo por un rato y, mientras
bajaba, Stephen podía
escuchar una exclamación
ocasional de Michael:
"¡Maravilloso!" o "¡Bien!"
Evidentemente le gustaba el
sótano en general y su
habitación en particular.
-¿Es verdad?
Carmen y Al parecían
contentos de que Stephen
finalmente decidiera dormir
abajo, aunque quisiera
compartir la habitación con
su hermano. De hecho,
parecían tan satisfechos y
aliviados sobre ello que
Stephen se sentía un tanto
avergonzado.
-Claro, campeón.
Michael se encogió de
hombros.
-Sí, seguro.
La sonrisa desapareció
completamente mientras
Michael apoyaba una caja de
cosas y enfrentaba a Stephen.
-No pensé en eso -dijo
suavemente- ¿crees que es el
origen de las voces que
creiste escuchar?
-Siempre es la voz de un
hombre. A veces suena como
la de papá, pero sólo cuando
está trabajando en Nueva
York. Por lo general, sólo
dice mi nombre. -Stephen
cambió el foco de su atención
de la caja frente a sí a la
habitación que lo rodeaba.
Paseó la vista a su alrededor
lentamente, mostrando
mayor preocupación mientras
hablaba en esporádicas frases
nerviosas.- Dice todo el
tiempo que quiere que venga
aquí abajo y... no sé, dice que
tengo que hacer algo y que
tenemos que ponernos a
trabajar, pero él... bueno,
nunca dice qué es.
-Stephen se encogió de
hombros.- Me siento igual,
creo. Y mamá me dijo que
era cáncer hace mucho
tiempo, así que no debes
temer pronunciar la palabra.
Stephen comenzó a
desvestirse de inmediato,
deseando acostarse en una
cama nuevamente. Había
pasado un tiempo desde que
lo había hecho antes. Cuando
se hubo sacado hasta los
calzoncillos, abrió la cama,
se sentó sobre el borde de
ella y luego vio a Michael
caminando hacia las
escaleras otra vez.
-¡Al!
El no se movió. Por un
tiempo, Stephen no pudo
moverse. Sólo podía mirar
fijamente hacia las puertas
francesas, al rostro que lo
miraba a través del delgado
espacio entre ellas.
Stephen se movió
ruidosamente por el pasillo y
trastabilló en la sala.
Stephen asintió.
Al exhaló lentamente.
Stephen repentinamente se
veía más pálido que de
costumbre.
-Realmente, yo... yo
preferiría dormir aquí arriba
en el...
Michael asintió.
-Maldición -gruñó Al,
girando y saliendo de la
habitación.
-¿Ellos no te creen? -
preguntó-. Quiero decir, ¿no
creen nada de lo que dices?
Más visitas
Durante los días siguientes,
Carmen se sentía muy tensa.
Al había aparentado estar
enfadado todo el fin de
semana, y había explotado el
sábado por la noche con
Stephen. Ella estaba segura
de que vivir en un motel y
conducir todo ese camino
cada fin de semana lo estaba
agotando, pero pensaba que
había sido un poco duro con
Stephen, y sentía que era su
deber recomponer las cosas
con el niño.
Desafortunadamente, el
alegato de Stephen que había
visto a un pálido joven con
largo cabello negro en el
sótano no la hacía sentirse
mejor. De hecho, ella sos-
Observando el robot,
tocándolo, examinándolo,
había tres hombres. Ellos
estaban en la oscuridad
girando la cabeza en esta y
aquella dirección, mirando al
robot por distintos ángulos.
Un hombre, el más alto,
vestía con un traje a rayas y
un sombrero. Los otros dos
tenían ropas oscuras que se
confundían con la oscuridad
formando una amorfa masa
de sombras.
-¿Qué?
-¿Qué hacían?
-¿Adonde se fueron?
Michael se encogió de
hombros.
O decía la verdad.
"¿Debería llamar a la
policía? se preguntó. ¿Pero
qué sucedería si vinieran y
resultara que los niños
estaban mintiendo?"
En la habitación siguiente,
ella intentó no mirar el
tablón que cubría el tanque
para la sangre, intentó evitar
todo pensamiento acerca de
él, y concentró toda su
atención en las dos ventanas
que había allí.
De repente, escucharon un
tropel de movimientos en
otra parte del sótano: pasos,
una rápida serie de clics a
medida que las luces iban
siendo apagadas, el sonido de
las puertas que se cerraban
con un golpe, y Carmen
cruzó caminando
rápidamente la siguiente
puerta, apagó la luz a medida
que salía y cerraba las
puertas francesas
firmemente.
Stephen y Michael
intercambiaron una
silenciosa mirada, luego
Stephen gritó: -¿Mamá?
Realmente hubo...
-¡No quiero escucharlo,
Stephen! -lo dijo en forma
tajante, giró y lo apuntó con
un dedo-: Te dije hace mucho
tiempo que guardaras tus
historias para ti pero tuviste
que contarle a Michael y lo
excitaste y ahora ambos están
inquietos, lo que exactamente
dije que ocurriría,
¿recuerdas? Bueno,
¿recuerdas?
Al comenzar las
clases
-iVamos muchachos, salgan
de la cama! -gritó Carmen
desde la parte superior de las
escaleras, mientras golpeaba
las palmas tres veces.
-Ah. Ve tú.
-¿Cómo es posible? -
respondió Michael a medida
que subía las escaleras.
-Porque mi despertador no
sonó, por eso. ¡El desayuno
está pronto!
El no iría de inmediato al
colegio como Michael y
Stephanie. En cambio,
debería pasar por el hospital
para recibir su tratamiento.
La semana anterior, mamá se
había reunido con el rector y
con uno de los consejeros del
colegio secundario al que iría
Stephen. Ella les explicó los
problemas de aprendizaje que
él había experimentado
cuando iba al colegio en
Hurleyville y los puso al
tanto sobre su enfermedad y
les advirtió que llegaría tarde
al colegio todos los días la
primera sema na a causa de
sus tratamientos. Ella
agradeció la comprensión por
parte de ellos, y le
aseguraron que harían todo lo
posible para que se sintiera
cómodo y sus problemas
fueran tratados
correctamente.
-¿Stephen?
Se sentó en la cama y
escuchó.
Habían desaparecido.
-¡Noo, no!
-Ppero yo no...
Pensamientos
sonámbulos
Carmen no podía dormirse,
así que se sentó en la mesa
del comedor, su sitio
preferido de la casa -y fumó
mientras hojeaba un número
viejo de una revista y
escuchaba un programa de
radio.
-¿Qué sucede?-preguntó
Carmen.
Su voz le sorprendió y la
miró por un momento, con la
preocupación aún estampada
en el rostro, luego dijo: -Eh,
nada, nada, vuelve a
dormirte.
Aproximadamente a la
misma hora, Al tampoco
podía dormir. Se sentó en su
habitación de motel tomando
cerveza y fumando un
cigarrillo. La habitación
estaba oscura excepto por la
parpadeante luz de la
televisión, que estaba
encendida con el volumen
bajo. Al observaba las
imágenes de la pantalla sin
verlas en realidad. En
cambio, se hallaba, como
Carmen, perdido en sus
pensamientos... pensamientos
sobre su última visita a la
casa. No se la podía sacar de
la cabeza. Había estado
pensando en ella mientras
trabajaba, así como también
en su tiempo libre. Incluso la
ida a la ocasional película
por la tarde no lograba
detener el constante reflujo
de sus memorias.
Repentinamente lo había
despertado el sonido de
movimientos y voces en la
casa. Había permanecido
acostado en su cama por un
rato, escuchando. Las voces
eran apagadas, los sonidos de
movimiento los constituían
golpes y rasguños. Y había
música, muy baja, casi
inaudible, pequeña y...
antigua, como la música de
una era pasada tocando en un
gramófono, sus sonidos
chillones emergiendo de un
bostezante cuerno sobre un
tocadiscos de manivela. No
sonaba como algo que alguno
de los niños podía escuchar,
pero aun....
En el dormitorio de abajo,
escuchó las respiraciones
rítmicas de los niños
dormidos y de pronto...
Entonces comprendió
repentinamente que el frío
había desaparecido. La
habitación había vuelto a la
temperatura normal, aunque
su piel se había erizado de
todos modos.
Volvió a escuchar la
respiración de los niños. Sí,
estaban dormidos, no había
duda de ello; Stephen incluso
estaba roncando por lo bajo,
pero un ronquido genuino, no
una tonta imitación que
pudiera hacer un niño a
último momento para no ser
descubierto despierto por sus
padres.
Al no pudo dormirse. En
cambio, se quedó en la cama
escuchando por si las voces y
la música resurgían. Pero no
las escuchó.
En la noche siguiente, se
volvió a despertar, esa vez
con movimiento. Sus ojos se
abrieron y miró fijamente a
la oscuridad mientras la
cama vibraba.
No se agitaba, no se movía
espasmódicamente, vibraba.
El apartamento de arriba
estaba vacío. No había nevera
allí arriba.
Le otorgarían pronto su
transferencia y podría
mudarse a Connecticut para
quedarse con su familia.
Extrañaba a Carmen y a los
niños y deseaba estar con
ellos por más tiempo que el
de las visitas de fin de
semana.
Haciendo un
trato
Stephen sabía que sus padres
no estarían de acuerdo con la
música que él y Cody estaban
escuchando en su dormitorio,
pero se dio cuenta de que no
le importaba. No siempre
había sido así. Hubo un
tiempo -muy reciente,
aunque parecía que hacía
siglos- en el cual la
aprobación de ellos había
significado algo para él, y el
mero conocimiento de su
desaprobación hubiera sido
suficiente como para hacerlo
dudar sobre estar allí tirado
en su cama escuchando la
voz chillona de Ozzy
Osbourne.
La transferencia de Al se
había realizado y él había
estado en casa por gran parte
de una semana ahora, así que
había dos personas a su
alrededor todo el tiempo que
no le creían, que ni siquiera
parecían con-
Pero no le importaba. Si no
les importaba lo que él
pensaba, a él no le importaría
más lo que ellos pensaran.
-¿Eso crees?
-Oh sí, sí, yo lo sé. Te puedo
mostrar. -Se sentó y se
agachó para tomar una bolsa
de papel marrón del suelo
junto a la cama. Estaba llena
de revistas de rock que había
traído consigo y que él y
Stephen aún no habían
revisado. Tiró la bolsa sobre
la cama y comenzó a buscar
entre la pila la revista que
deseaba.
Ambos muchachos se
quedaron helados en su lugar
por un largo momento,
mirando.
-En el hipermercado. El
realmente se está hartando de
este asunto sobre la gente que
ves en tu habitación. Y yo
también. Recibirás una paliza
si no...
Ellos asintieron.
El cabello en la base de la
nuca se le erizó.
Aunque Carmen intentó no
escuchar el sonido que
pensaba que había oído en la
parte más profunda del
sótano -intentó escuchar más
intensamente-no podía
quedarse allí ni un minuto
más y saltó de la cama.
Su voz la sorprendió. No lo
había oído entrar. Ni siquiera
sabía con precisión cuánto
había estado allá abajo y,
como resultado, tenía un
tonto, casi infantil, sentido de
culpa, como si la hubieran
sorprendido haciendo algo
que no debía.
Stephanie se hallaba en el
patio trasero con Peter, y
Michael estaba en la calle
jugando con un amigo; era
hora de llamarlos. Pero antes
ella quiso hablar con
Stephen. Ella se sentía
responsable por el reto que
había recibido pues le había
comentado a Al acerca de lo
que él y Cody habían visto.
Por supuesto, ella no le había
dicho -ni le diría- a Al sobre
su pequeño experimento
después, sobre cómo ella se
sentó en la habitación
esperando ver lo que ella
pudiera ver.
-¿Stephen?
Sus ojos se abrieron de golpe.
Se hallaba solo en la
habitación.
-Ese es mi muchacho.
paz?
De pronto encontró a
Michael molesto. Quería
pensar, revisar lo que
acababa de suceder, pero su
hermano no se callaba. En
cuanto se dio vuelta sobre su
estómago y tiró más de la
sábana, gruño: -Sí, estoy
bien, ¡maldición!, ¿qué
sucede contigo?
Cambios
Los cambios que ocurrieron
en la familia Snedeker en los
meses siguientes fueron muy
sutiles, pero no lo suficiente
como para pasar inadvertidos
ante Al y Carmen;
simplemente no eran
discutidos, con excepción de
los cambios producidos en el
comportamiento de Stephen.
Y todo el tiempo, el
comportamiento y la
personalidad de Stephen
cambiaban. Luego, Al y
Carmen dirían que había sido
instantáneo, pero eso era sólo
porque los cambios iniciales
eran tan graduales, tan
sutiles, que cuando la
transformación se hubiera
completado, los tomaría
completamente fuera de
guardia.
A veces, cuando se
encontraba sola en la casa,
caminando de una habitación
a otra, descubría un
movimiento por el rabillo del
ojo, un resplandor gris que
cruzaba de un mueble a otro.
Al principio, pensó que era
Willy; ellos por lo general lo
tenían encerrado abajo, pero
ocasionalmente se escapaba
hacia el estar y saltaba de un
lugar a otro, jugando a las
escondidas con ellos. Pero él
siempre estaba encerrado
cuando veía este movimiento
difuso a su derecha o
izquierda; cuando lo
investigó, nunca había nada
allí.
Dos veces, ella se quedó de
pie en la cocina de espaldas
al frigorífico -lavando los
platos una vez, cortando
verdura en otra ocasión-
oportunidades en que sintió
el golpe de una ola de aire
helado, como si la puerta de
la nevera se hubiera abierto.
Pero cuando giraba, se
encontraba cerrada. El frío
desaparecía rápidamente,
hasta que llegaba a pensar
que jamás se hubiera
producido una caída en la
temperatura, aunque sí, sabía
que así había sido.
-Oh, probablemente
descongele algo. Marcus no
volverá a casa del trabajo
hasta tarde.
"¿Estás avergonzada de tu
casa, quizás? su voz interior
preguntó. ¿Tienes miedo de
lo que ella pueda ver u oír?"
Carmen apartó la vista de
Fran, parpadeó y rápidamente
alejó el pensamiento.
Fran pestañeó.
Volviendo a mirar a su
izquierda, Fran murmuró: -
No, no creo que... oh, bien. -
Le sonrió a Carmen y dijo
con alegría forzada: -¿Te
puedo ayudar con la cena?
Se despertó de repente,
abruptamente, y sintió que se
estaba agitando, y su primer
pensamiento fue: -¡Oh Dios,
oh mi Dios, se está
sacudiendo ahora, no
vibrando, sacudiendo!
-¿Qué?
-¡Sólo siéntela!
Al trató de no pestañar
cuando puso su mano sobre
la cama y sintió la familiar,
algo maligna sensación
filtrarse por medio de su
brazo. Después de un
momento, retrajo la mano, le
asintió a Carmen y dijo: -Sí,
¿y bien?
-¿De qué?
-De la nevera de arriba. Eso
es todo. Se enciende y vibra,
luego las vibraciones llegan
hasta aquí y las sentimos en
la cama, eso es todo. Vuelve
a dormirte. Se detendrá
después de un tiempo.
Al frunció el entrecejo al
salir del cuarto de baño,
mascullando: -¿Ahora qué?
Al no le dijo a Carmen
cuando escuchó pasos que lo
seguían alrededor de la casa
un fin de semana, aunque no
había nadie allí.
El perro sabía....
12
La presencia de
fantasmas
navideños
Para Navidad, Stephen había
obtenido una chaqueta de
cuero usada, sobre cuya
espalda había colocado una
calavera y huesos y el
logotipo de alguna banda de
rock pesado que combinaba
una cruz invertida con una
daga ensangrentada.
-Alguien me la dio.
El se encogió de hombros.
-Es vieja. No la quería más.
Cody me la dio.
Ella se inclinó.
-Stephen, sabes que no
queremos que uses cosas
como esas.
-¿Como qué?
-¿Y entonces?
-Bueno, ¿cuál es la
diferencia? No lo entiendo.
Es parte de la música, es lo
que la música representa,
es...
Finalmente encendió un
cigarrillo y exhaló el humo.
Su próximo paso, por
supuesto, sería hablar con Al
sobre ello, aunque no estaba
demasiado ansiosa por
hacerlo.
-...puede quedársela, a mí no
me importa. Quiere pasearse
por ahí con aspecto de
bandido, como un maldito
criminal o algún tipo de, no
sé, algún tipo de miembro de
un culto, bueno, perfecto. -Se
recostó contra el borde del
mostrador y tiró la cabeza
hacia atrás mientras bebía.
-Bueno, hay algo mal, y no sé
bien qué es.
-Bueno, Carmen, si no te
importa, prefiero no hablar
sobre ello en detalle. Te diré
esto: hiciste lo correcto
trayéndolo aquí para verme.
Me gustaría volver a verle.
Mañana, ¿está bien?
-A la misma hora.
Carmen, aturdida,
permaneció en silencio por
un tiempo. Cuando pudo
volver a hablar, le dijo a Cal
que estaba nevando en
Connecticut, pero tomaría el
próximo avión y estaría allí,
en cuanto le fuera posible.
Al y Michael miraron el
partido de fútbol por
televisión mientras Stephanie
y Peter pegaban y coloreaban
en la mesa del comedor. No
tenían colegio al día
siguiente, así que Al no se
preocupaba por la hora en
que se acostaran. Pero se
habían acostumbrado a irse a
la cama temprano y no pasó
mucho tiempo antes de que
todos tuvieran suficiente
sueño como para retirarse a
sus habitaciones.
Al volvió a acostarse,
apretando las bases de las
palmas contra sus ojos y
gimiendo.
vez.
Y entonces sintió la
vibración familiar colársele
por el cuerpo, a través de los
huesos. Envolvió aquellos
largos y huesudos dedos
alrededor de sus codos y
rodillas, sobre sus hombros y
sobre la coronilla de su
cráneo, incrementando la
presión, vibrando más y más
profundamente.
La música continuó.
Silencio.
Al se mantuvo quieto en el
umbral de la puerta, excepto
por su mano, que se arrastró
por la pared, buscando la
perilla de la luz mientras la
figura giraba hacia él.
Al lo soltó y el muchacho
caminó por el pasillo... bajó
las escaleras...
Más tarde, Al se preguntaría
sobre las palabras de Stephen
y cómo las había dicho; le
molestarían, incluso le
producirían un escalofrío
cuando las recordara. Pero
por el momento, las tomó
solamente en forma literal.
Cuando Stephen se hubo
marchado, Al se acercó a la
ventana y miró al perro.
-¡Maldición!, es verdad -
murmuró-. No hay cerveza.
En la sala de estar, Al se
instaló en su silla reclinable.
Su pulgar tembló mientras
encendía el televisor con el
control remoto.
El ladrido no se detenía.
Carmen y su hermano
hicieron los arreglos para el
entierro y, como ella quería
volver a su casa lo antes
posible, dejó a Cal como
ejecutor de lo que quedaba de
la herencia de su padre.
Quizás especialmente en su
propia casa.
13
Comienza el Año
Nuevo
Las decoraciones navideñas
desaparecieron de las
vidrieras de los negocios y
fueron pronto remplazadas
por los corazones y cajas de
golosinas del Día de San
Valentín. Las ristras de
bombillas de colores y
guirnaldas relucientes fueron
puestas en cajas y devueltas a
los depósitos. Las
grabaciones y discos
navideños fueron restituidos
a sus anaqueles en los que
reposarían hasta el siguiente
diciembre. Los árboles
navideños fueron removidos
y las agujas secas de pino
barridas de las alfombras.
El cielo permanecía de un
color gris acero oscuro y el
aire filoso como una navaja
que podría cortar la carne.
Las ramas desnudas de los
árboles se estiraban hacia
-¿Cuán últimamente?
El se encogió de hombros. -
No lo sé.
-Bueno, él es rebelde.
Disfruta haciendo cosas que
te chocan, te ofenden. Esa es
la razón por la cual estrellas
del rock and roll hacen tanto
dinero sin tener talento
alguno. -Rió.- Porque los
muchachos saben que sus
padres los detestan.
-Sí, aparentemente ha
alcanzado esa edad en la que
ya no son los mismos niños.
Pero algunos cambian de
modo más drástico. Suena
como este caso aquí.
-Desafortunadamente, no
observé nada de eso durante
las visitas de Stephen. Oh,
estaba fastidiado de vez en
cuando, un poco impaciente.
Pero se comportaba
correctamente. Y sí, noté la
chaqueta y los anillos. Creo
que sus sospechas sobre los
amigos de Stephen son
correctas. Mencionó un
muchacho de nombre Cody,
quien le proveyó la música.
Sonaba como una mala
influencia.
El rió.
-Carmen, querida, soy sólo
un sacerdote. Pero, si usted
quiere, le puedo recomendar
un terapeuta.
-¿Un terapeuta?
Stephen rió.
-¿Por qué?
Otra risa.
-Estás comenzando a
parecerte a ellos. -Hizo un
gesto con el pulgar indicando
a sus padres, en el piso de
arriba.
-Claro.
-Eso creo.
Carmen se incorporó y lo
siguió, moviéndose con
rapidez, con la intención de
que su presencia no le
permitiera dejarse llevar por
la cólera.
Los muchachos no
contestaron nada.
Al retrajo la cuenta,
cacheteándola contra su
muslo. -Así que, ¿sabes que
voy a hacer? ¡Te mostraré lo
que voy a hacer!
Stephen simplemente se
quedó mirándola. No había
dicho nada hasta ese
momento, sólo miraba
inexpresivamente, su rostro
no dejaba adivinar nada.
Carmen se encogió de
hombros y dijo en voz baja: -
Debieron escuchar a su padre
desde el principio.
-¿Qué?
Al estaba dormido
profundamente, sin sueños -
algo extraño últimamente-
cuando algo lo despertó
repentinamente. Al principio,
pensó que era la cama otra
vez, pero estaba equivocado.
-¿Qué ocurre?
-Mi luz está encendida. En la
habitación. Me despertó.
Al quedó helado.
Repentinamente se puso en
alerta cuando se dio cuenta
de que, en realidad, había
removido las bombillas del
sótano temprano esa noche.
Cuando Al comenzó a
descender las escaleras, se
dio cuenta de que había una
luz allí abajo.
Al se detuvo en la mitad de
las escaleras. Tenía un
escozor en la nuca y sintió un
hueco en el estómago, sintió
cómo sus testículos se
arrugaban subiendo hacia su
cuerpo.
-¿Vienes?
Al se dio vuelta.
Su aliento se le atragantó en
el cuello como si fuera una
piedra.
En el dormitorio, se sacó la
bata y se sentó sobre el borde
de la cama y luego se puso
otra vez de pie
inmediatamente, para darse
vuelta y mirar la cama.
Estaba vibrando.
-¿No es así?
-Sí.
-Sí.
-No.
Del invierno a la
primavera
A medida que la temperatura
exterior gradualmente se
elevaba y el gris del invierno
daba paso con reticencia a
manchas de verde aquí y allá,
la temperatura dentro de la
casa de los Snedeker caía
progresivamente y el humor
iba empeorando.
-¿Cómo ocurrió? se
preguntaba Carmen un día.
¿Cuando comenzó? ¿Cuándo
nos volvimos así?”
Stephen...
Nunca eran lo
suficientemente fuertes como
para que estuviera segura de
que en realidad las había
escuchado, en vez de
imaginarlas. Nunca eran lo
suficientemente
identificables tampoco,
aunque siempre sonaban
familiares.
A veces susurraban su
nombre. A veces se reían de
ella. Otras, creía que podía
escuchar a un niño pequeño
que la llamaba desde algún
lugar en la casa cuando sabía
que estaba sola. Incluso en
otras ocasiones, sus
murmuraciones parecían
coléricas, amenazadoras.
Todavía pensaba que veía
cosas de vez en cuando,
también cosas que volaban
alrededor de ella con rapidez
pero que desaparecían en el
instante en que las
enfrentaba; una vez, se apuró
por entrar en su dormitorio
para sacar algo del vestidor
y, sólo por un instante, pudo
haber jurado que había visto
una figura -parecía ser un
hombre, pero era imposible
precisarlo- sentado al pie de
la cama, pero había
desaparecido cuando se
detuvo y se dio vuelta hacia
donde se encontraba.
-¿Ocurre algo?
Se sentaron en la pequeña
mesa de cocina y Fran sirvió
café. El bebé estaba
durmiendo en el estar y una
pequeña radio AM sobre la
mesa trasmitía un programa
en el trasfondo.
Por algunos minutos,
conversaron nerviosamente
de cosas sin importancia,
luego Carmen le preguntó
exactamente qué había
pasado el día en que había
dejado la casa tan
repentinamente.
Permanecieron en silencio
por un rato. Voces flotaron a
través de la estática
fantasmal de la radio.
Repentinamente, Fran
golpeteó los dedos sobre la
mesa con decisión.
-No lo creo.
-¿Estás bromeando, no es
así?
-Oh, tú lo escuchaste
también, ¿eh? Sí, yo pensé
que me volvería loca. ¿Por
qué?
-Finalmente Al recorrió el
vecindario un día, varias
semanas atrás, hasta que
encontró al dueño del perro y
le dijo que lo mantuviera
encerrado de noche. Pero
ladraba afuera de nuestra
casa. Todas las noches. Se
paraba en la esquina de
adelante, sobre este lado y
ladraba como si estuviera a
punto de atacar la pared.
ceño.
-¿Verdad?
Una expresión de
preocupación apareció en el
lustro de Fran mientras
observaba pensativa a
Carmen por un rato. Entonces
tocó con un dedo la
fotografía de los Warren y
dijo: -Creo que debes
llamarlos.
-¿Llamarlos? ¿Por qué?
Quiero decir, ¿qué les voy a
decir? Yo sólo -rió- hacía una
observación, eso es todo.
Otra risa.
-¿Ocurre algo?
Entonces comenzó a
murmurar para sí.
Ellos lo ignoraron al
principio -aunque Al lo
encontró difícil de soportar-
pero el murmullo continuó.
La mano derecha de Al
comenzó a apretar la botella
de cerveza más y más fuerte
hasta que...
-¿Carm?
Ella se levantó sobresaltada y
gritó de sorpresa.
Tratando de respirar
normalmente, ella se limpió
los ojos, luego apuntó a la
cocina. Trató de hablar, pero
sollozó otra vez.
-¿Qué?
Se veía a Al como si le
hubieran golpeado la cara sin
ningún motivo. Observó
cómo Carmen comenzaba a
fregar el suelo de color
ladrillo de la cocina.
Michael, que había oído los
gritos de su madre, se unió a
ellos.
Al miró boquiabierto el
enchastre rojizo por un
momento, luego dio un paso
al frente y apoyó una mano
sobre el hombro de Carmen.
El le estrujó el hombro y
forzó una sonrisa.
-Llamaremos a Campbell y le
diremos, luego lo haré este
fin de semana -dijo-. Eso es
todo lo que tiene, querida. Es
cierto.
Ella lo miró.
-Sí, seguro.
Al contestó.
Al se encogió de hombros.
-¿Lo harías?
-Claro. Sólo deja que vaya al
cuarto de baño primero. -Le
besó la frente y salió del
comedor, bajó por el pasillo,
sosteniendo la respiración
todo el camino, y entró en el
cuarto de baño, donde cerró
la puerta con llave, y se llevó
una mano temblorosa a la
frente. Le dolía de pronto la
cabeza, le palpitaba, y su
corazón latía en su garganta.
Su compostura había
desaparecido. La seguridad
que le había mostrado a
Carmen no sólo se había
esfumado, sino que en
principio tampoco había
existido.
Había buscado
desesperadamente la
explicación que le había dado
a Carmen sobre el suelo y,
para su sorpresa, había
funcionado. El único
problema era que él mismo
no la creía.
Visitas en la casa
Fue en junio, un domingo por
la tarde, un par de semanas
después de finalizar el año
escolar, que Carmen recibió
el llamado de su hermana
Della radicada en Alabama.
Michael y Stephanie estaban
jugando afuera y Peter se
hallaba en el patio trasero
con Al, quien intentaba
preparar un fuego para asar
unas hamburguesas.
-No lo dijo.
-¡Mamá!
Nada.
Ella miró con la intención de
divisar algo, cualquier cosa
que pudiera explicar el
comportamiento de Michael.
Nada ocurrió.
-¿Desapareció adonde?
Su cuerpo entonces se relajó,
como si su excitación
repentinamente le fuera
drenada. Se volvió hacia ella
lentamente y agachó la
cabeza, avergonzado.
Se reía de ellos.
Michael entró en la
habitación de Stephen y se
detuvo junto a la cama,
donde Stephen estaba
acostado escuchando música,
con los ojos cerrados, la
cabeza descansando entre sus
dedos entrelazados. La
música que salía de los
auriculares sonaba como una
nube de insectos para
Michael.
-¿Qué?
La risa no duraría.
La música estaba
terriblemente fuerte, incluso
demasiado fuerte para
Stephen, pero así era como le
gustaba... como la necesitaba.
La mantenía así de fuerte por
una razón.
-Stephen.
Era tan repentina e
insospechada, tan clara a
través de la música
bulliciosa, que la mano de
Stephen saltó, arrastrando la
lapicera en una línea
zigzagueante a lo largo del
papel mientras levantaba la
cabeza.
"¿Quienes?” preguntó
silenciosamente, en su
mente.
"Está bien.”
La voz de su madre lo
sorprendió; ni siquiera la
había escuchado bajar por las
escaleras o abrir las puertas
francesas. Dirigió su cabeza
hacia ella.
-Sólo... dibujando.
Ella asintió.
Stephen rió.
Kelly
Carmen había estado
preguntándose cuándo
ocurriría. Parecía que sucedía
con todos, ¿por qué no con
las muchachas? Ella sólo
pensaba que no sería tan
pronto.
Kelly asintió.
Después de un momento.
-¿Qué?
-No me gusta esta casa.
-¿Y?
Del verano al
otoño II
Después de un tiempo, las
muchachas comenzaron a
comportarse como si
estuvieran en su casa. A la
segunda semana de su
estadía, estaban lo
suficientemente cómodas
como para deambular en
ropas informales, o ir a la
nevera y tomar algo cuando
quisieran. Se volvieron
miembros regulares de la
familia con tanta facilidad
que el resto rápidamente
olvidó que en realidad eran
visitas.
-¿Qué?
-¡Sólo escucha!
Silencio.
-No.
Después de la reacción de la
tía Carmen a sus primeros
comentarios sobre la casa,
tenía miedo de hablar con
ella otra vez sobre el tema. Y
después de lo que la tía
Carmen había dicho del tío
Al, tenía realmente miedo de
mencionárselo a él.
Nada.
"Sí, me gustaría.”
El permaneció en silencio. Su
boca se curvó hacia arriba,
formando primero una
sonrisa, luego rió.
Se preguntaron cómo
pudieron ser tan insensibles.
Todo el tiempo que él había
pasado diciéndoles que
escuchaba voces y veía cosas,
ellos sólo se habían enfadado
con él, cuando su verdadero
problema era una seria
enfermedad mental que no
podía evitar ni comprender.
Al y Carmen se fueron,
entristecidos por su
comentario, pensando que no
era más que uno de los
muchos síntomas de su
enfermedad.
Desafortunadamente para
ellos, sus hijos y las dos
sobrinas de Carmen, estaban
equivocados.
18
Los cazadores
de fantasmas
En una pequeña, modesta,
casa en Litchfield,
Connecticut, alrededor del
tiempo en que Al y Carmen
Snedeker dejaban a su hijo
mayor en el hospital
psiquiátrico de Spring Haven,
una mujer de ochenta y
cuatro años de edad, llamada
Delores Cavanaugh flotaba
varios centímetros sobre su
silla en la que había sido
sentada pocos minutos antes.
Su cuerpo estaba tenso y su
rostro pálido de terror
mientras miraba a los demás
a su alrededor.
La rodeaban su marido de
cincuenta y cinco años de
edad, Ross, y su hija de
veintiún años de edad,
Caroline. Con ellos se
hallaba una mujer esbelta, de
aspecto noble, de pie junto a
un hombre fornido de pecho
amplio, ambos cercanos a los
sesenta años de edad:
Lorraine y Ed Warren.
Un cuadro colgado de la
pared cayó al suelo.
Ed se volvió a Lorraine y
preguntó: -¿Notaste
algo?
-¿Grabaste esto?
Ella asintió.
-¿Pero no estarían en
desacuerdo si trajéramos a un
sacerdote?
-No. En absoluto.
Ed trataba de ser
diplomático. Sabía por
experiencia que, cuando algo
como esto ocurría, había por
lo general una razón. El
sospechaba que, a pesar de lo
que dijeron, ellos habían
estado involucrados
Las hermanas
constantemente la
desalentaban respecto de los
colores. Le dijeron que tenía
una vivida imaginación, eso
era todo. Rápidamente
aprendió a mantener los
colores en privado. Pero eso
no le impidió verlos.
-Tengo un presentimiento de
que no durará demasiado.
Quiero decir, probablemente
no tomará mucho tiempo
para conseguir que la Iglesia
sancione un exorcismo para
este caso. Lo que sucede allí
es bastante obvio. Pero
apenas este caso haya
terminado, nos tomaremos
unas pequeñas vacaciones.
Necesitamos un descanso.
Se cierne la
oscuridad
Al y Carmen Snedeker se
hallaban muy tristes por lo
que Stephen había hecho a su
prima y por su posterior
hospitalización pero
supusieron que, como él ya
no estaría, la atmósfera en la
casa iba a mejorar. El último
tiempo había sido tan tenso y
cargado de hostilidad que
ahora esperaban un descanso,
el retorno a cierto tipo de
normalidad. Pensaron que los
niños más pequeños estarían
más relajados sin las
historias de fantasmas y
apariciones de Stephen, y que
Kelly y Trish se darían
cuenta de eso y, como
resultado, también se
sentirían más relajadas.
Estaban equivocados.
Al terminó su cerveza un
momento antes de que la
película fuera interrumpida
por anuncios comerciales. Se
levantó de su silla, fue a la
cocina, tiró la botella vacía al
cesto de basura y abrió la
nevera para sacar otra.
Su mano se detuvo
abruptamente en camino del
segundo estante del
frigorífico, cuando toda la
casa se sacudía con un
poderoso y ensordecedor
estallido.
Stephanie lo siguió,
sosteniendo la mano de Peter,
con sus ojos bien abiertos.
-¿Qué fue eso, Papá? -
preguntó Michael, con voz
ronca.
¡Maldición! -susurró a
medida que salía de la
habitación.
El teléfono sonó.
-¿Lo escuchaste?
-¿Escuchar qué?
-¿Qué?
El frunció el entrecejo.
-¿Qué?
-Sí, no la veo. No se ha
acercado a la ventana por un
rato.
Carmen suspiró.
-¿Qué?
-Ella dijo que la mujer se
había ido. No la ha visto en
los últimos minutos.
Ella asintió.
-¿Estás bien?
-¿Estás segura?
En el dormitorio, encontró a
Al dormido. Eso la hizo
sentir mejor. No podía
imaginar ninguna buena
conversación esa noche, no
después del incidente con la
mujer verde en la planta
superior.
Consideró despertar a
alguien, decirles... pero ¿por
qué? Stephen intentó
prevenirles por tanto tiempo,
y no lo escuchaban. ¿Por qué
alguien la escucharía a ella?
Se estiró y encendió la radio,
se metió debajo de las
mantas, con el corazón
todavía latiendo en su
garganta, y siguió pintando el
dibujo en su libro.
Luego se detuvo.
Se preguntó si debería ir
arriba y despertar a sus
padres, pero entonces recordó
cómo habían sido recibidas
las historias de Stephen y
decidió que no lo haría. En
cambio, solo permaneció allí
en la cama, sin poder dormir,
esperando que los murmullos
volvieran a empezar.
-¡Al, levántate!
Nada.
El asintió en silencio.
Carmen se despertó
súbitamente un poco antes de
las cinco de la mañana y no
pudo volver a dormirse. La
casa estaba tranquila; nada
había ocurrido que
imposibilitara su sueño.
-¿Qué?
Salió de la habitación, no se
despidió de nadie y, en poco
tiempo, escucharon que la
puerta principal que se
cerraba de un golpe.
Michael simplemente se
acurrucó contra la pared, con
los ojos bien abiertos, los
puños cerrados.
No vio nada.
Todo se detuvo.
Los golpes se silenciaron.
Una bendición
escéptica
Carmen llamó al padre
Hartwell apenas se despertó
por la mañana. Ella había
dormido poco, aunque nada
más había ocurrido en el
resto de la noche después que
las luces se volvieron a
encender, Carmen estaba aún
tan nerviosa como si todo
hubiera sucedido hacía pocos
minutos. Era difícil entonces
para ella darle al padre
Hartwell una explicación
coherente del problema. Ella
tartamudeó mientras
intentaba hacerle comprender
que algo sobrenatural, algo
malvado, había invadido su
casa y que su hijo Stephen,
en ese momento en un
hospital psiquiátrico, a causa
de que escuchaba voces y se
comportaba de manera
extraña, había intentado
avisarles desde el principio.
Pero Hartwell no podía
entenderlo.
Después de permanecer en
silencio todo el tiempo, Kelly
habló y dijo: -Padre, mi
intención no es mostrar falta
de respeto, pero... por favor
escuche. La tía Carmen no
está loca. En esta casa sucede
algo malo que no tiene
relación con el estrés ni con
el cáncer de Stephen. Hay
algo... bueno, no trato de
enseñarle su trabajo, o algo
así, y como le dije, no
quisiera faltarle el respeto
pero... hay algo malvado y
enfermo en esta casa. Algo
que intenta dañarnos. Así
que, por favor, por favor
padre, no lo ignore.
El padre Hartwell tiró la
cabeza hacia atrás y frotó un
dedo hacia adelante y hacia
atrás debajo de su labio
inferior mientras miraba
fijamente el techo. Luego se
sentó hacia adelante, juntó
las manos entre las rodillas y
preguntó: -¿Se sentirían
mejor si bendijera esta casa?
Mientras se ausentaba,
Carmen se reclinó sobre el
sillón y dijo: -El no me cree.
Piensa que estoy loca.
-Pero realmente no importa
en tanto bendiga la casa, ¿no
es así? -dijo Kelly-. Quiero
decir, eso debería ayudar. Y
quizá... bueno, sólo quizás, él
vea algo. O escuche algo, o
sienta algo.
Ataques físicos
En la mañana en que
supuestamente llegaría el
padre Hartwell, Carmen
había estado demasiado
nerviosa para lavar los platos
del desayuno y, en cambio,
los había apilado
prolijamente en la pileta
después de apenas
enjuagarlos. Una vez que él
partió, ella se cambió, se
puso una camisa amplia y
unos vaqueros, entró en la
cocina, y comenzó a lavarlos.
Kelly se había ofrecido para
ayudar, pero Carmen le había
dicho: "No, no, tú quédate
aquí y mira televisión, o algo
así." Ella deseaba estar sola
por un rato; quería pensar en
las cosas que le hizo y le dijo
a Stephen; las cosas que
todos le hicieron y le dijeron.
La mano volvió a
introducírsele entre las
piernas y hurgó con dedos
poderosos. Carmen gruñó y
saltó hacia adelante para
librarse de ella.
Su corazón retumbaba en su
pecho.
Su nuca estaba helada.
-Quiero revolcarme en la
cama con mis dos juguetes
preferidos... tú y Kelly. Yo
quiero joderlas. ¡Quiero
joderlas hasta que griten!
Se detuvo.
Carmen se encontró
recostada contra la pared, su
cuerpo permanecía cubierto
de jabón que ya comenzaba a
deslizarse hasta el suelo de la
bañera con el agua de la
ducha. Se alejó de la pared,
su mano patinaba sobre los
azulejos, se dio vuelta y abrió
la cortina.
Carmen asintió.
Después de la cena, Al se
estableció en su silla con una
cerveza para mirar televisión.
Una vez lavados los platos,
Carmen fue hacia él, se sentó
junto a la silla y puso una
mano sobre su brazo.
-¿Podemos hablar? -preguntó
ella en voz baja.
-¿Hum... en el dormitorio?
El frunció levemente el
entrecejo.
-¿Estás bien?
De pronto, Al comenzó a
llorar y enterró su rostro
entre las manos, sus hombros
se sacudían sin control.
-¿Qué cosas?
-Porque no quería
confesárme a mí mismo que
lo había visto. Pero había
más. Música, que provenía de
abajo. Voces. Como una
fiesta. Tarde una noche. Y la
cama... vibraba.
Al sacudió la cabeza.
Ella asintió.
Carmen y Al intercambiaron
una larga mirada y Al se
encogió levemente de
hombros, a causa de la
terrible impotencia que
sentía.
baja.
Nuevamente en la cama, Al
miró la oscuridad y
murmuró: -Esto seguirá... y
se pondrá peor, ¿no es así? -
No lo sé -le contestó ella en
un susurro.
-No lo sé.
El se estiró y sostuvo su
mano en la de él. Les tomó
bastante tiempo volver a
dormirse.
Después de esa noche,
Michael comenzó a dormir
en el sillón del estar en forma
regular. A diferencia de
Stephen, él no escuchó
protestas de sus padres y
nadie en la casa se quejó; de
hecho, todos cooperaron. Una
mañana, mientras se
preparaba para ir al colegio,
Carmen ofreció traer un par
de cosas de su habitación y
colocarlas en el armario del
pasillo para que no tuviera
que bajar. El aceptó su oferta
de buena manera y le indicó
qué era lo que debería subir.
Y luego desapareció, y
Carmen cayó al suelo, adoptó
posición fetal y trató de
recobrar el aliento. Cuando
finalmente se recompuso,
miró su reloj.
En un instante, Carmen
decidió no contarle. Se
enderezó, sonrió un poco y
dijo: -Oh, supongo que son
esas escaleras. No las he
usado lo suficiente, supongo,
porque me fatigan.
Mientras recobraba el
aliento, puso las cosas de
Michael en el ropero del
pasillo, aliviada porque Kelly
no percibió su mentira.
No sintió nada.
Los nervios de Al se
calmaron, los tensionados
músculos de su cuerpo se
relajaron lentamente. El olor
a rosas lo había hecho sentir
mucho mejor. De hecho, aún
podía olerlo mientras
cambiaba el fusible.
Al se apresuró a atravesar el
sótano, con su mano sobre el
rostro, pero en medio de la
habitación que solía ser de
Stephen se debilitó y cayó de
rodillas; el grueso,
atenazante olor era
demasiado y literalmente lo
empujó al suelo, mientras
dejaba escapar lágrimas.
El invierno gradualmente
comenzó a retroceder. La
nieve empezó a derretirse y,
ocasionalmente, manchas de
cielo celeste aparecían entre
las nubes oscuras Al
comenzó a beber incluso más
de lo acostumbrado. A
medida que los
acaecimientos
atemorizadores que tenían
lugar en la casa empeoraban,
se sintió más débil y menos
controlado, más indefenso
contra... lo que fuera que
había decidido atacarlo.
Instintivamente, Carmen se
estiró hasta su mesilla de
noche y tomó su Biblia, sobre
la cual se hallaba su rosario.
Al no despertó.
-"Recuerda la palabra a Tu
servidor, con la cual me has
dado esperanza -leyó ella-
Este es mi consuelo en mi
pena, porque Tu palabra me
ha dado esperanza."
La respiración de Kelly se
volvió lenta, rítmica, sus ojos
estaban cerrados y su cuerpo
relajado.
Inmediatamente, Carmen
volvió a abrir la Biblia,
buscando los Salmos. Cuando
los encontró, comenzó a leer
con voz temblorosa:
"Regocijaos en el Señor,
quienes respetáis la ley,
porque se debe alabar a los
rectos. Alabado sea el Señor
con el harpa, cantadle con..."
Carmen comenzó a
responder, pero de improviso
se quedó sin aire como si se
lo hubieran quitado y se
empujó contra la cama a
medida que algo mojado y
resbaladizo, aunque
absolutamente invisible, pasó
junto a su brazo. Se
incorporó sobre un brazo y
observó cómo ese algo
invisible se deslizaba debajo
del camisón de Kelly y
después en forma bastante
visible aferraba y acariciaba
sus senos.
La lámpara de la mesilla de
noche, que era la única fuente
de luz en la habitación,
comenzó a parpadear
tenuemente, amenazando con
apagarse totalmente.
-¡Oh, Dios! -masculló
Carmen en cuanto Stephanie
comenzó a gritar. Carmen
inmediatamente empezó a
recitar el Padre Nuestro
nuevamente, esta vez en voz
muy alta.
Kelly comenzó a
contorsionarse sobre la cama
mientras gritaba, golpeando
la figura informe que seguía
moviéndose debajo de su
camisón, que apretaba
brutalmente sus pechos y se
introducía entre sus piernas.
-¿Padre Hartwell?
-Mm hm. Sí, soy yo.
Después de fruncir el
entrecejo mientras leía la
revista, Al preguntó: -
¿Cuánto cobran?
-No lo sé.
Después de un par de
segundos, una mujer muy
confundida contestó.
-¿Hola?
Comienza la
investigación
A la mañana siguiente,
mientras el resto intentaba
conciliar el sueño -excepto
Al, quien ya se había
despertado y llamado al
trabajo para avisar que no
iría— Carmen caminaba
junto al teléfono desde las
ocho hasta las nueve, cuando
puntualmente llamó al
número de los Warren
nuevamente.
Apuntaron su número de
teléfono por si acaso se les
presentaba algún problema
para encontrar la casa, luego
se despidieron.
Al y Carmen esperaban
entablar alguna conversación
superficial para romper el
hielo. Ese no fue el caso.
Al y Carmen se miraron.
Al y Carmen sacudieron la
cabeza en forma simultánea.
Algo cambió.
Se retiró y...
Se había ido.
El tomó su brazo.
Ella asintió.
Al se encogió de hombros.
Al se volvió a encoger de
hombros mientras salía para
ir al estar y mantener
ocupado a Michael, sólo por
si acaso él, como Carmen,
comenzaba a preocuparse por
lo que estaba sucediendo.
Ed inspiró profundamente,
echando una buena mirada a
Al y a Carmen para
investigar cómo lo estaban
recibiendo. Luego:
-Y entonces, en algún
momento, comienza la
opresión. Eso es cuando la
fuerza demoníaca cambia su
atención de desbaratar el
medio ambiente a las
personas mismas. Causará
mucho dolor. Se sabe que ha
causado parálisis, ceguera,
enfermedades mentales o
físicas. Humilla. Puede
hacerlo la víctima de juegos
sexuales enfermos y
asquerosos.
Al y Carmen intercambiaron
una larga y silenciosa
mirada. Luego Al dijo: -
Necesitamos ayuda. La
necesitamos realmente. Y
queremos que hagan lo que
necesiten hacer.
24
Los
investigadores
Cuando los Warren volvieron
esa tarde, la familia estaba
reunida en la sala de estar.
Michael y Stephanie se
habían quedado en casa sin
asistir al colegio ese día,
demasiado fatigados y
preocupados aun incluso para
llegar tarde.
La camioneta se estacionó en
la entrada nuevamente y,
detrás de ella, lo hizo un
automóvil blanco. Ed y
Lorraine descendieron de la
camioneta y fueron seguidos
por otros cuatro, tres
hombres y una mujer. Cuatro
personas más se bajaron del
coche blanco y trajeron
consigo cámaras de vídeo y
equipo de grabación.
El trabajo de los
investigadores consistía en
mantener una vigilancia las
veinticuatro horas del día en
casa de los Snedeker, llevar
registros de todo lo que
sucediera, y de sus
impresiones, sus
sentimientos, y los
sentimientos de otros a su
alrededor.
Al y Carmen también
conversaron con los tres
hombres y los encontraron
amigables y hasta
condescendientes respecto de
la situación. Les dijeron a los
Snedeker que cualquier
arreglo que ellos
establecieran para dormir los
satisfaría.
Al y Carmen se despidieron
de los Warren, quienes los
dejaron con sus nuevos
huéspedes, los tres hombres
cuyo trabajo era encontrar lo
que andaba mal.
25
Demonios bajo
control
Las semanas siguientes
constituyeron un infierno
viviente, no sólo para los
Snedeker sino también para
los investigadores.
Entonces de pronto se
despertó y miró, con ojos
bien abiertos, el techo por un
largo rato. Luego recomenzó
el proceso de irse a dormir...
"¡Yo no puedo
ESCUCHARTE, Al! ¡Yo no
puedo AYUDARTE, Al!
¿Yo... NO... ESTOY AQUI!
-¿Te importaría?
Al y Carmen conversaban
suavemente, disfrutando un
raro momento de privacidad.
-Las cosas han sido difíciles -
dijo Al, colocando su brazo
alrededor de ella y
sosteniéndola junto a su
cuerpo.
Al y Carmen decidieron
contarles sólo a aquellos que
seleccionaron lo que estaba
ocurriendo. Le dijeron a la
familia de Al, a la hermana
de Carmen, Vicki, y a su
vecina, Fran, quien no se
sorprendió en absoluto ni se
mostró escéptica. Carmen le
explicó que había llamado a
los Warren y que sus
investigadores se estaban
quedando en la casa.
Estaban disfrutando un
momento de privacidad en el
porche, Al bebía una cerveza,
Carmen sorbía un té y
fumaba un cigarrilllo. Decían
poco, sólo se sentaban cerca
el uno del otro, apenas
escuchaban las voces de los
investigadores en la casa,
disfrutando un momento, la
sensación de estar solos y
cerca el uno del otro.
De pronto, la taza de té de
Carmen se cayó de su mano.
Se estrelló dos escalones
debajo de ellos y el té
caliente salpicó sus pies.
-¡Un marica!
Mientras Al comenzaba a
sollozar, ellos levantaron a
Carm de los escalones del
porche y la llevaron adentro
de la casa.
Y entonces de pronto,
horriblemente, esos rostros
comenzaron a acercarse y a
volverse más y más grandes,
sus sonrisas crecían más
anchas, más grandes, y sus
dientes grotescos, pútridos,
se volvían más y más
definidos a medida que
Carmen era de alguna manera
levantada del fondo del
profundo y angosto foso,
levantada más y más cerca de
la abertura, hacia esos
rostros, esos horribles,
delgados, pálidos rostros con
su enfermas sonrisas y sus
ojos cadavéricos que
observaban a medida que ella
se elevaba más y más alto
hasta que sus pies estaban
plantados firmemente en el
suelo con el pozo (pensó ella)
directamente detrás. Pero
entonces giró lentamente y
miró el suelo, no había nada
allí. Sólo tierra dura, reseca,
con grietas oscuras, anchas,
que partían en todas
direcciones, como
relámpagos que habían sido
cosidos unos a otros.
Su pecho comenzó a
tensionarse con el pánico en
cuanto comenzó a darse
cuenta de que estaba lejos,
muy lejos de casa... como
Alicia en El País de las
Maravillas... estaba en un
lugar aterrorizador, un lugar
extraño, y era muy real... y
no tenía idea de cómo
retornaría.
Ella siguió caminando, sus
hombros le dolían de tensión
y su pecho retumbaba de
temor.
Al se arrodilló junto a la
cabeza de Carmen mientras
su garganta continuaba
poniéndose oscura e
inflamada, y los tres hombres
repetían la invocación. El
puso una mano sobre el
hombro de ella y aferró el
rosario en la otra mano
mientras decía el Ave María
y el Padre Nuestro casi
gritando, y Chris, John y Cari
seguían invocando el nombre
de Cristo.
Inmediatamente, levantaron
sus voces mientras
continuaban su invocación, y,
después de un rato largo, Al
terminó el Padre Nuestro y
siguió con el Ave María.
Lentamente... muy
lentamente... Carmen
comenzó a sacarse las manos
del rostro.
Sus ojos se abrieron y
divisaron turbiamente a Al,
cuyo rostro preocupado
flotaba sobre ella y sus labios
formaban una línea recta,
tensa.
Y entonces, el cuerpo de
Carmen se puso rígido y su
espalda se arqueó como si
estuviera atravesando una
agonía silenciosa. Una vez
más, su garganta comenzó a
hincharse y a oscurecerse,
volviéndose de un color
púrpura oscuro.
Al se sentó, aferrando su
hombro, gritando: -¡Está
volviendo a ocurrir, vengan
aquí, está volviendo a
ocurrir, oh Jesús, Jesucristo!
La cabeza de Carmen se
volcó hacia atrás. Sus ojos se
abrieron para revelar sólo el
blanco brillante de los globos
oculares, mientras gorjeaba y
se ahogaba, sus brazos y
piernas comenzaron a
sacudirse y a convulsionarse
violentamente.
Al se puso de pie
repentinamente, los puños
cerrados a ambos costados,
los dientes apretados, y gruñó
furiosamente: -¡Maldición,
yo soy más fuerte de lo que
ella es! ¡Ven a mí, hijo de
perra, házmelo a mí..A
Los tres hombres se callaron
de inmediato y se volvieron
hacia Al. Chris gritó: -¡Al, no
digas eso! -y Carl tomó a Al
por el brazo y gritó-:
¡Deténte! -mientras John
cayó de rodillas a los pies de
Carmen y siguió la
invocación solo, casi
gritando ahora, sosteniendo
aún la cruz al frente de
Carmen como si fuera un
arma.
Pero Al los ignoró.
En el dormitorio, el sonido
era mucho más fuerte y
ocurría debajo de sus pies, el
suelo de madera vibraba
levemente. Todos se
detuvieron apenas dentro de
la habitación.
En el sótano, encontraron la
pesada cadena
bamboleándose levemente,
los eslabones sonando con
mucha suavidad.
-¿Necrofilia?
Ella asintió. -Vi algo... un
hombre... me contó lo que
hacía... quería que yo lo
mirara...
-¿Qué? -interrumpió Al
impaciente.
Atención de la
Iglesia
El apretó el timbre, luego dio
un paso atrás y esbozó una
sonrisa, sosteniendo su bolsa
negra a un costado.
Carmen abrió la puerta y su
sonrisa se volvió aprobativa.
El estiró la mano y dijo: -
Usted debe de ser la señora
Snedeker. Yo soy el padre
Tom. Hablé con los Warren y
ellos me contaron sobre su
problema.
El lo sintió de inmediato, un
aura oscura, opresiva, que
parecía estar por todos lados.
Pero mantuvo su sonrisa; no
deseaba alarmar a la señora
Snedeker.
Lo sintió ya en el primer
escalón y oró para tener
fuerza mientras caminaba
hacia abajo, sabiendo que
algo malvado lo esperaba en
el sótano. Los Warren lo
habían prevenido, pero a
medida que se acercaba al
último escalón, se dio cuenta
de que su advertencia no
había sido lo suficientemente
fuerte. Algo le estaba
tomando el estómago,
doblándose hasta que sintió
que iba a vomitar.
El le sonrió de la mejor
manera posible y puso su
mano suavemente sobre el
hombro de ella, diciendo: -
Todas las cosas trabajan
unidas para el bien de
aquellos que aman al Señor.
-Bueno, si pudiéramos
disponer de una mesa... -El
padre Tom se volvió y miró
la mesa de café que había
sido empujada contra la
pared, fuera del camino de
los colchones.
En la semana siguiente, la
casa de los Snedeker fue el
centro de lo que sólo pudo
describirse como la furiosa
venganza de las fuerzas
demoníacas que, hasta la
misa, no había sido
controladas y habían tenido
rienda libre.
Tarde una noche, mientras
Chris estaba sentado a la
mesa del comedor, hojeando
una revista y alerta por si
surgía algún problema, el
descanso de Kelly fue
interrumpido por lo que ella,
al principio, pensó que era un
sueño.
Todos a su alrededor
despertaron de inmediato,
incluyendo a Peter que
despertó llorando, y Chris
corrió tropezándose por el
corredor y entró en el estar.
Nuevamente en el pasillo, se
volvió lentamente hacia su
derecha, sacando el crucifijo
de su bolsillo mientras lentos
pasos llegaban a la cima de
las escaleras. Dirigió la luz
por el pasillo y tomó una
desesperada bocanada de aire
que se atragantó en su
garganta cerrada.
La luz cayó sobre carne
desnuda, moteada con blanco
y púrpura; era carne floja,
fláccida que pendía y se
balanceaba a medida que la
cosa que se había detenido en
la punta de las escaleras con
su espalda hacia John
lentamente comenzó a girar.
Luego se desmayó...
Cuando se despertó más tarde
-no tenía idea de cuánto más
tarde- estaba aún acostado
sobre el frío suelo de madera
del pasillo. Comenzó a gatear
hacia el comedor de
inmediato, tratando de gritar
pero sin poder hacer mucho
más que murmurar. Su
linterna estaba aún encendida
sobre el suelo, su delgado haz
brillando sobre la madera.
El padre Conlan
La autorización para el
exorcismo fue concedida
finamente por la Iglesia
Católica y se eligió un
sacerdote experimentado
para realizar el antiguo ritual.
El padre Timothy Conlan era
un hombre de hombros
anchos, musculoso, que
medía más de un metro
ochenta de estatura.
Mantenía exactamente el
mismo régimen de
entrenamiento físico que
llevaba cuando era parte de la
infantería de marina.
Al principio lo habían
visitado en forma regular, y
lo llamaban con frecuencia.
Pero después de un tiempo, él
comenzó a rehusar sus
llamados. Luego dijo que no
quería verlos y uno de los
médicos les avisó que sería
mejor que se mantuvieran
apartados por un tiempo;
Stephen estaba atravesando
una terapia intensiva, les
explicó él, y eso sería muy
agotador, pero
extremadamente beneficioso.
-Siempre podríamos
suspenderlo -dijo Carmen-.
Me refiero al exorcismo.
Ni siquiera se le había
ocurrido a Carmen, pero ella
sonrió apreciativamente y
dijo: -Gracias.
Entonces todos se
congregaron frente al
precario altar en la sala de
estar.
Pero la incomodidad de Al no
lo hizo.
Ed Warren comenzó a
experimentar una curiosa
sensación en su pecho. Venía
y se iba, pero era una
sensación familiar. Era una
sensación tiesa, constrictiva,
no muy diferente a lo que
había sentido en 1985 cuando
sufrió un ataque cardíaco.
Lorraine experimentaba
relámpagos blancos detrás de
los ojos, como si una luz
intermitente opaca se
encendiera dentro de su
cabeza. En el interior de cada
uno de esos relámpagos
blancos había una figura: un
cadáver desnudo sobre una
mesa... manos rudas sobre
pechos blanco-azulados... un
hombre vivo sobre el
cadáver, con el rostro
encendido por un beso
pasional...
Profundamente dentro de la
cabeza de Lorraine, ella
escuchó el sonido distante
del retumbar de una risa...
una risa cruel, burlona...
El exorcismo
En el momento en que
comenzó el exorcismo, Ed
Warren notó una violación
del protocolo que le indicó
que la situación era incluso
más seria de lo que
sospechaba. Aun más que
eso, le hizo darse cuenta de
que la Iglesia entendía lo
serio que era, y que habían
enviado a alguien que
actuaría de acuerdo con la
gravedad de la situación.
El exorcismo continuó.
Objetos diversos en los
roperos y sobre las repisas
comenzaron a sacudirse.
Gotas de traspiración
comenzaron a caer de su
frente y de su labio superior
y se deslizaron lentamente
por su rostro, mientras su
respiración gradualmente se
acortaba y su ritmo cardíaco
comenzaba a golpear en su
cabeza.
Ed tomó la mano de
Lorraine, la apretó con fuerza
y se inclinó hacia adelante,
murmurando en su oído: -No
puedo creer lo que me está
sucediendo.
Todos en la habitación
gritaron, de pronto
aferrándose unos a otros para
mantener el equilibrio.
Tentáculos de humo se
elevaron de la alfombra,
tentáculos que se estiraban
hacia arriba como brazos y
formaban manos en su
extremo... manos que
buscaban, arañaban... manos
que manoteaban sus piernas a
medida que se elevaban...
manos que ellos podían
sentir... manos con garras
filosas que rozaban sus ropas,
tratando de cortarlas,
tratando de llegar a su piel,
de cortar su carne también. Y
entonces, tan repentinamente
como habían surgido, se
habían ido.
El ritual continuó.
-Nos encantó...
-Era maravilloso...
Entonces comenzaron a
aparecer, brotando de las
paredes y por el mobiliario
como fluido en la forma de
cuerpos humanos... tanto
masculinos como
femeninos... desnudos y
machucados, sus cuerpos
hinchados y moteados con
blanco y azul y púrpura... sus
ojos vueltos hacia adentro en
los que sólo quedaba el
blanco enceguecedor de los
globos oculares... algunos
con sus brazos
bamboleándose sin fuerza a
sus costados a medida que
entraban, otros con un brazo -
o ambos brazos- extendido a
medida que caminaban
torpemente, las voces
continuaban:
Se habían ido.
-Bueno... en realidad no lo sé
-ella murmuró con voz
ronca-. Ha tenido un ataque
al corazón antes, ya sabe. Si
no sale de esto pronto,
tendremos que llamar una
ambulancia.
Algunos meses
más tarde
Se estaban mudando.
Finalmente.
Lo importante en aquel
momento era que ellos,
finalmente y por fin, se
estaban mudando de la casa
en la que sus vidas se habían
convertido en un infierno.
Epílogo
Los Snedeker dejaron la casa
de la calle Meridian y nunca
volvieron. De hecho,
meramente conducir por las
cercanías les erizaba la piel y
hacía que sus palmas
sudaran.
Se mudaron a otra casa en
otro pueblo de Connecticut,
donde se embarcaron en el
lento proceso de recuperarse
de su pesadilla. Ellos aún
vivían en Connecticut cuando
este libro estaba en
gestación.
No mucho después de
mudarse, los Snedeker
oyeron rumores sobre ciertas
experiencias extrañas que
experimentaron los nuevos
inquilinos. Ellos escucharon
que los nuevos ocupantes
estaban haciendo preguntas
acerca de los anteriores
inquilinos, curiosos por saber
si ellos sabrían algo sobre lo
que ocurría allí.
-¿Estás bromeando? -
preguntó él, apenas capaz de
hablar en un susurro-. Ni
siquiera quiero hablar con
alguien que vive en esa casa,
aunque sea por teléfono. Sí...
bueno, si no se hallan bien
allí, se irán.
-¿Pero qué pasa si son como
nosotros? -preguntó Carmen-
. ¿Qué sucede si no pueden
mudarse? ¿Y si no pueden
elegir?
El desvió la mirada y
encendió el televisor.
... y otra...