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Al iniciar una relación sentimental, es fácil sentirse vulnerable emocionalmente, sobre todo si se ha vivido ya alguna experiencia que ha finalizado con heridas emocionales y en la que te has sentido
defraudado.
Preguntas como “¿van a rechazarme otra vez?”, o “¿haré algo que le molesta?” son habituales cuando se tiene poca experiencia o las experiencias vividas han sido negativas.
Y es que la inseguridad nos hace buscar signos de que las cosas van mal, identificando como tales los detalles más insignificantes o triviales. Y, por supuesto, solemos encontrar lo que estamos
buscando, aunque realmente no exista.
El autocastigo y los recuerdos negativos del pasado pueden jugarnos muy malas pasadas. Recrear constantemente algo que ocurrió o que podría ocurrir, puede confundirnos con lo que realmente está
pasando. Es ese empeño en imaginar qué pasaría si se volviera a repetir o si las cosas fueran de tal o cual forma, lo que nos confunde.
Pero muchas veces esa inseguridad basada en lo que podría ser, no viene de una experiencia propia, sino de experiencias ajenas de las que hemos sido testigos o, peor aún, de la educación
que hemos recibido sobre lo que “se supone” que es una relación y lo que pasa; ideas generalizadas basadas en experiencias de otros, bajo un punto de vista que no tiene por qué ser el nuestro.
La próxima vez que te sientas inseguro, pregúntate si de verdad ha pasado algo o solo te lo has imaginado, si son especulaciones tuyas. Tienes que ser capaz de distinguirlo y de filtrar tu relación actual
respecto a tus experiencias anteriores y los estereotipos sociales y culturales.
Las relaciones no son exactamente como deberían ser, a juicio de cada uno. Pero caer en la trampa de la certeza, de que las cosas deben ser así, aumenta la inseguridad cuando vemos que algo falla.
Cuando las cosas no son como creemos que deben ser, perdemos el control, porque no somos capaces de filtrar honestamente lo que vemos, dejando que nuestra imaginación divague libremente.
Tienes que relajarte ante la incertidumbre, intentar no controlarlo todo y darte la oportunidad de conocer al otro y de conocerte a ti mismo en una nueva relación. Deja de imaginar y de definir,
de aferrarte a una vida imaginada, y vive de verdad, disfruta.
Las bases de una relación se ponen en común, y no tienes derecho a exigirle al otro que sea como tú quieres y que viva la relación con tus normas impuestas de manera unilateral, con el único fin de sentirte
seguro.
La confianza y el respeto se ganan poco a poco, y el amor también. Que hayas encontrado una pareja con la que parezca que te puede ir bien, no quiere decir que ya esté todo dicho y todas las cartas
echadas.
Esa relación tiene que crecer y, al igual que una semilla recién plantada necesita que la tierra esté los suficientemente suelta como para que le entre agua y oxígeno, lo mismo pasa con una relación. Si la aprietas
mucho no es que muera, es que no llega a prender.
Esto es un problema que surge en muchas relaciones personales, y no solo de pareja. Creemos saber lo que piensa el otro, y actuamos en consecuencia. Pero como no nos molestamos en preguntarle o, si
lo hacemos, nos ponemos en plan amenazador, actuamos como si fuera cierto.
Una vez más, estamos imaginando.
Toda esta inseguridad que sientes es debido a experiencias previas e ideas estereotipadas basadas en lo que se supone que deben ser las cosas.
Pero tienes que liberarte de todas esas ataduras y empezar a darle a tu nueva relación la oportunidad de crecer libre. Si no dejas atrás tu pasado, no tendrás futuro.
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