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Para Kant, el espacio y el tiempo son las formas de nuestra sensibilidad o intuiciones puras,

que le otorgan a las cosas que conocemos su estructura.

El espacio es la forma del sentido externo que permite la representación de los objetos como
existentes en el espacio; y el tiempo es la forma del sentido interno que hace posible percibir
los estados internos en una secuencia temporal.

Kant y el Espacio y el Tiempo

Los objetos externos también deben pasar por el sentido interno para poder lograr ordenar
temporalmente las representaciones recibidas y considerarlas suyas. Por lo tanto, el tiempo es
la forma general de la sensibilidad.

Para Kant el espacio es una condición “a priori” porque conforma nuestra percepción de la
realidad; por lo tanto es la forma de la intuición externa pero también puede ser el contenido
del acto de intuir.

La intuición es la base de la posibilidad de la geometría y de la matemática como ciencias


puras, “a priori”, que no dependen de elementos empíricos; por eso la geometría puede
establecer principios universalmente válidos con respecto al espacio que no puede ser
considerado una característica de los objetos.

Es muy difícil imaginar el tiempo. Si bien constituye la forma del sentido interno, la intuición
del tiempo presupone la intuición externa del espacio.

Las determinaciones temporales presuponen necesariamente la intuición de espacio con la


representación de objetos y la percepción de cambios y movimientos.

La geometría nos muestra que en cambio las determinaciones espaciales son posibles sin las
determinaciones temporales.

De manera que para Kant el espacio y el tiempo son intuiciones y no conceptos, porque están
antes que cualquier representación conceptual. Por lo tanto les atribuye la idealidad
trascendental.

De modo que la sensibilidad es una de las fuentes del conocimiento; y el otro elemento es el
entendimiento o facultad del pensamiento de producir conceptos.

El conocimiento no puede ser considerado una cuestión sólo receptiva sino que tiene que
presuponer principios “a priori”, independientes de la propia experiencia que le dan sustento a
ésta, o sea que frente a la receptividad de la sensibilidad existe un elemento activo
espontáneo que se producirá en ocasión de la experiencia.

La actividad específica del entendimiento es el juicio que consiste en relacionar un sujeto con
un predicado y los juicios se componen siempre necesariamente de conceptos.

Mediante los juicios el entendimiento establece una conexión entre un sujeto y un predicado.
De manera que en el caso de la sensibilidad, el espacio y el tiempo son las formas de la
sensibilidad mientras que el primer paso en el análisis de la forma del entendimiento es el
juicio.

Juzgar es sintetizar y convierten en conocimiento la pluralidad recibida por la sensibilidad.

El conjunto de los juicios sintéticos a priori constituirán la forma del entendimiento y a cada
uno de estos juicios según la lógica tradicional, le corresponderá un concepto.

El mundo para Kant es mundo en tanto puede ser conocido y las ideas son el concepto último
al que tiende el conocimiento como totalidad organizada y con fundamento.

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tiempo#ixzz3g0NraOEq

En nuestro recorrido por las distintas concepciones acerca de la naturaleza del tiempo, a lo
largo de la historia, nos remontamos en el siglo XVIII, en la antigua Prusia, donde un hombre
aparentemente común, rutinario y de vida muy tranquila, transformaría nuestro modo de
conocer el mundo: Immanuel Kant (1724-1804).

Habitualmente usamos la palabra conocimiento creyendo saber bien lo que significa. Decimos
“yo conozco esto”, “conozco aquello”… el lema de El Cedazo es “Comparte conocimiento”…
Pero ¿qué es el conocimiento? ¿Conocemos el conocimiento? ¿Todo nuestro conocimiento lo
adquirimos en la experiencia, es decir, lo que nos muestran nuestros sentidos sobre el mundo?
¿O existen conocimientos apartados de toda experiencia, que nos permiten justamente la
facultad de conocer?

A todo esto, surge la pregunta: ¿el tiempo, es un conocimiento que sacamos de la


experiencia?, ¿o está en nosotros a priori (previo a los conocimientos que obtenemos con los
sentidos)? ¿Es el tiempo mismo, la facultad de conocer? Kant fue el primero en reflexionar
sobre estas cuestiones tan fundamentales, que llevan a planteamientos muy interesantes
como, por ejemplo, si es lógicamente posible o no que el tiempo no exista; si hay
conocimientos que no impliquen tiempo o están todos sometidos bajo éste necesariamente;
entre otras cosas, que verdaderamente dan mucho que pensar. En este artículo pretendo
explicar de forma lo más accesiblemente posible, de qué se trata esto.
(En las últimas entradas de esta serie, hablamos de la interesante visión del tiempo según
Aristóteles, de qué pasa con este concepto desde el Cristianismo, y de las cuestiones que
generan un gran enfrentamiento entre Newton y Leibniz).

Habitualmente consideramos que las cosas que percibimos son elementos fuera de nosotros y
que, lo que nos dicen los sentidos -como la vista- acerca de ellos no es ni más ni menos, lo que
realmente son. Por ejemplo, si mi sentido de la vista me indica que frente a mi se encuentra un
monitor, puedo pensar que ese monitor hubiera estado ahí y en ese momento,
independientemente de si lo hubiera intuido -a través de mi vista- o no.

Mucha gente dice “si no lo veo, no lo creo”, pero también es consciente de que existen
ilusiones ópticas, espejismos, etc., así que como segundo argumento llegan a decir “si lo toco,
entonces es real”. Pero ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que conocemos algo
como realmente es? El único acceso que tenemos a la realidad fuera de nosotros, es por medio
de nuestros sentidos. Pero no basta con que esa información proveniente de los sentidos nos
sea dada: esa información necesita ser pensada.

Ahora bien, cualquier sistema de procesamiento de datos -como un computador- necesita


tener un mecanismo previo que le indique las instrucciones necesarias sobre cómo debe
procesar esa información. A ese mecanismo apartado y previo a todos los datos que
obtenemos por los sentidos, Kant llama conocimientos a priori. (No confundamos esto con el
uso popular que se le da al término ‘a priori’) En cambio, a lo que adquirimos por la
experiencia, lo llama conocimientos empíricos.

Los conocimientos empíricos, como por ejemplo “las masas no superan la velocidad de la luz”,
nunca pueden ser universales, ya que existe la posibilidad lógica de demostrar lo contrario. En
el caso anterior, bastaría con observar una masa superando la velocidad de la luz, para
refutarlo. Es decir, que de la experiencia no podemos obtener conocimientos universalmente
válidos, sino sólo decir que hasta el momento no se ha encontrado excepción a cierta regla,
como bien ya explicó Awaca.

En cambio, con los conocimientos a priori sucede todo lo contrario. Como están apartados de
toda experiencia ¡no existe posibilidad de que sean refutados por ésta!, por lo que gozan de
estricta universabilidad y certeza necesariamente válida. Por ejemplo, la proposición “con dos
líneas rectas euclídeas es imposible encerrar un espacio” o “si a una cosa le agregamos otra
cosa -distinta a nada-, obtenemos algo diferente” son a priori, porque no necesitamos
experiencia para comprobar su validez, y por tanto deben ser necesaria y universalmente
ciertas, ya que no existe posibilidad de demostrar lo contrario con ninguna experiencia, pues
están apartadas de ella.
Entonces, lo que llamamos entendimiento de algo, no es la cosa en sí ni mucho menos, sino
ciertos conocimientos empíricos que obtenemos con los sentidos, estructurados o
interpretados por los conocimientos a priori que sirven de base, como un Sistema Operativo es
plataforma de un Software. De un modo extremadamente simplificado, vendría a ser algo así:

conocimientos

Las dos fuentes de conocimientos son empírica y a priori. La a priori no depende de nada
externo, mientras que la empírica son las intuiciones, es decir la facultad de recibir
información de los sentidos, quienes son los encargados de tomar ciertos datos de los objetos
en sí. Pero estos conocimientos no bastan con que estén ahí y nada más: necesitan ser
pensados. Es en el “entendimiento” donde los conocimientos empíricos son estructurados con
los que son a priori. Y allí surge, por ejemplo, la idea de que estás sentado frente a una
pantalla leyendo esto.

Entonces, no existe una conexión directa “realidad → conocimiento”, y no tiene sentido


preguntarnos cómo son las cosas en sí, sino sólo qué es lo que podemos conocer de ellas.

Ahora que tenemos el aparato conceptual, podemos plantearnos: ¿el tiempo es un


conocimiento empírico o a priori? Kant, reflexiona que el tiempo no puede ser algo que
aprehendemos de la experiencia, sino que debe ser totalmente a priori. ¿Por qué?
Consideremos lo siguiente.

Generalmente, pensamos que si quitáramos el tiempo -de forma mágica-, todas las cosas en
movimiento se detendrían, es decir, estarían en reposo. Pero, si has leído los anteriores
artículos, deberías objetar que el reposo únicamente puede existir si hay tiempo. Por ejemplo,
con un intervalo de 0 segundos, no podemos saber si algo está en reposo o no. Y como
demostró Galileo, el movimiento no es algo absoluto, sino relativo a quién observa. Por tanto,
podemos afirmar que si quitáramos el tiempo, no habría movimiento ni tampoco reposo.
Entonces ¿qué habría?

Una pregunta más adecuada sería ¿podría haber algo? Sin embargo -diría Kant-, la pregunta
correcta sería ¿podríamos conocer algo? Hagamos el siguiente experimento mental:
Imaginemos un espacio amplio, en donde hay objetos cualesquiera. Si queremos, podemos
quitar los objetos de ese espacio. Pero ¿podemos quitar el propio espacio a los objetos? Si
elimináramos el espacio, el objeto no tendría lugar para existir, por lo que dejaría de ser.
Veamos ahora qué pasa con el tiempo. Imaginemos un período de tiempo en donde ocurren
fenómenos -y por ende, hay espacio-. Si bien podemos quitar los fenómenos de ese tiempo, no
nos es posible eliminar el tiempo de los fenómenos, pues ¡no tendrían momento en donde
existir!
Por consiguiente, todos los objetos -mejor dicho, lo que podemos conocer de ellos- necesitan
del tiempo para poder ser pensados. Kant dice, entonces, que el tiempo es un conocimiento
fundamental a priori, que está a la base de todos los demás conocimientos -empíricos y a
priori- y que es imposible abstraerlo o eliminarlo de ellos. Si no hay tiempo, no hay
conocimiento. Y si dijéramos que el tiempo es algo que obtenemos de la experiencia, quiere
decir -como antes mencionamos- que NO gozaría de certeza universal y que sería lógicamente
posible negarlo, es decir, sería posible falsearlo con alguna experiencia.

Pero, como acabamos de ver, el tiempo no se puede eliminar ni siquiera de los conceptos a
priori, y ¡mucho menos entonces, de los empíricos! De esto sacamos que el tiempo no es
inherente a los objetos en sí, sino al sujeto, como la condición necesaria para intuir y conocer
los objetos. El sujeto no tiene la menor idea y no puede saber si fuera de él existe el tiempo
“realmente”, pues no tiene sentido preguntarse cómo es la realidad en sí, sino sólo qué
podemos conocer de ella, según este filósofo. Él dice: “fuera del sujeto, el tiempo no es nada
en sí”.

Entonces ¿el tiempo es real o no es real?

Atención con lo siguiente, que no quiero que te confundas. Se podría contraargumentar


diciendo: las modificaciones que sufren nuestros conocimientos son reales, más allá de que
sean reales o no los objetos en sí. Y las modificaciones, o cambios, son sólo posibles en el
tiempo. Por lo tanto el tiempo es algo real. Kant considera que esto no contradice su reflexión.
El tiempo es real, sí, pero la forma real de la representación de los conocimientos en el sujeto,
es decir, la condición necesaria para que podamos pensar tanto los conocimientos empíricos
como los a priori.

Lo que NO concede el tiempo, es realidad absoluta, en otras palabras, el tiempo no es real


como una cosa en sí que subsiste independientemente del sujeto, contradiciendo así lo que
había dicho Newton. Pero tampoco, el tiempo es algo ligado a los objetos mismos, y menos
aún un conocimiento empírico, que ya vimos es absurdo, contradiciendo la tesis de Leibniz.

Pero hay un problema más. Hasta aquí, casi todos los pensadores estuvieron hablando de
“cambio”, de “modificaciones”, etc., pero sin mencionar expresamente a qué se referían. ¿Qué
es el cambio? ¿Qué es lo que cambia? Si decimos que el cambio consiste en que algo que deja
de ser una cosa para ser otra, caemos en la paradoja de Parménides, pues si algo deja de ser,
entonces no-es ¿y cómo es posible que sea otra cosa, si no-es? Y si lo que fue ya no es, y lo que
será aún no es ¿el tiempo es un no-ser?, ¿el tiempo no existe?

Kant resuelve este problema de un modo muy ingenioso, apoyándose en algunos principios
físicos de Newton. Cuando decimos que algo cambia ¿qué es lo que está cambiando? Por
ejemplo, supongamos que tenemos un papel y que le prendemos fuego. Se podría llegar a
pensar, que lo que está cambiando es el papel: “deja de ser un papel, para convertirse en
cenizas y humo”. Pero viéndolo más de cerca, podemos decir, que las moléculas que forman el
papel, no están dejando de ser, no están dejando de existir, sino que están cambiando en el
modo en que existen. Es decir, la substancia material que forma el papel no está dejando de
existir, sino que está trasformando el modo en que continúa existiendo.

Cuando algo cambia, no hay ninguna cosa física que esté dejando de existir. Lo único que está
dejando de ser, es el modo en que la substancia que forma algo, sigue existiendo. Porque al fin
y al cabo, cuando se produce un cambio, como por ej., una reacción química, no hay ninguna
partícula que esté dejando de ser, sino que cambian de posición entre sí, y la substancia (es
decir la materia; no ‘sustancia’ en el sentido químico) que las forma permanece inalterada.

Empero, algún lector avezado estará pensando “¡Ah!, pero en la desintegración de partículas,
la substancia sí se está transformando, la masa se puede convertir en energía”, para lo que
Kant contestaría “Recuerda la Ley de Conservación de Masa-energía, aquellas nunca pueden
dejar de ser, sino sólo transformar el modo en que continúan existiendo: masa y energía no se
crean ni destruyen, sólo transforman”.

En realidad, Kant menciona a la Ley de Conservación de Masa, de Lavoisier -¡no de Einstein!-


pero la idea es la misma. De esta forma, derriba una de las paradojas más profundas. Cuando
algo cambia, NO deja de ser lo que es: sigue siendo lo que era, sólo que ahora su substancia
continúa existiendo de un modo diferente. Por tanto el tiempo no está compuesto de no-ser,
sino de algo que siempre es: la substancia material. No tiene sentido decir que el tiempo es un
pase del ser al no-ser, pues lo ‘cambios’ no son más que simples determinaciones de algo que
siempre es, que es la substancia.

Pero ¿esto quiere decir que la substancia existió desde siempre y para siempre? Si tu
concepción es que el Universo es eterno, quiere decir que la substancia que hoy forma tu
cuerpo estuvo vagando por el Universo durante toda la eternidad. Y si crees que el Universo
comenzó en un Big Bang, la conclusión no deja de ser estremecedora: la materia que forma tu
piel, tu cabello, tu intestino, etc., tiene 13700 millones de años de edad.

Y otra conclusión interesante que podemos extraer es que ¡estamos compuestos de algo, para
lo cual no existe el tiempo!: la substancia. Si no existiera esa Ley de Conservación ¿podría
existir el cambio, y por tanto el tiempo? Dejo esta pregunta para pensar.

Admito que estuve a punto de no escribir esta entrada, porque creí que no lograría hacerla en
un lenguaje accesible para cualquiera, teniendo en cuenta los complejísimos y abstractos
conceptos que entran en juego en la filosofía de Kant. Si quieres ver a qué me refiero, echale
un ojo a su obra “Crítica de la Razón Pura”, la materia prima de este artículo. Sí, por eso el
título de la entrada es “La Crítica de Kant”.
Un agradecimiento especial a todos los que me dieron ánimo en este aspecto, ¡gracias amigos!
En la próxima entrada, nos sumergiremos de lleno en las implicaciones de otros principios
físicos, en el tema del tiempo. ¿Por qué el tiempo tiene sólo una dirección?

El espacio y el tiempo en Kant

Ambos conceptos pertenecen al conocimiento a priori, más precisamente Kant las llama dos
formas puras de la intuición sensible. ¿Cómo se traduce esto metafísicamente?.

“Por medio del sentido externo (propiedad de nuestro espíritu) nos representamos objetos
como fuera de nosotros y todos ellos en el espacio … el sentido interno, mediante el cual el
espíritu intuye a sí mismo o intuye su estado interno, no nos da es cierto, intuición alguna del
alma misma como un objeto …exteriormente no puede el tiempo ser intuido, ni tampoco el
espacio, como algo en nosotros …el espacio no es un concepto empírico sacado de las
experiencias externas”. (Kant, 2004:51)

Esta noción en Kant es contraria al concepto físico de tiempo y espacio. De esta forma,
entiende que el espacio no puede tomarse como experimentado por ser externo al sujeto.
Pero ¿qué es el espacio? “el espacio es una representación necesaria, a priori, que está a la
base de todas las instituciones externas. No podemos nunca representarnos que no haya
espacio, aunque podemos pensar muy bien que no se encuentren en él objetos algunos”.
(Kant, 2004:52)

Lo que en resumidas cuentas dice Kant, es que todo espacio (aún representado) es intuición a
priori. Pero este espacio no es el representado simbólicamente. Lo novedoso en este autor,
sería que siquiera estando frente al espacio o en él podríamos experimentarlo. Por ser externo
a nosotros sólo no nos es dado sino por la intuición.

Kant hace una distinción que es conveniente aclarar, el espacio es externo al sujeto por tanto
debe ser intuido a priori. Por el contrario, la representación del tiempo es interna al sujeto y
por tal es condición inmediata de los fenómenos internos y por eso también condición
inmediata de los objetos externos. El tiempo adquiere sentido sólo dentro del sujeto y una vez
salido de él no significa nada. Su validez filosófica es con acuerdo a los fenómenos.

Siguiendo esta explicación, el tiempo, tampoco es un concepto empírico derivado de la


experiencia. Por ende, no existe como determinación objetiva. Todos los objetos en el mundo
podrían desaparecer inmediatamente pero no el tiempo. Tampoco puede ser clasificado como
discursivo sino por una forma pura de identificación sensible como así tampoco diferentes
tiempos pueden ser a la vez sino a través de uno. La meditación kantiana continúa en la
siguiente dirección “aquí añado que el concepto del cambio y con él el concepto de
movimiento (como cambio de lugar) no son posibles sino mediatamente y en la representación
del tiempo; que si esa representación no fuese intuición (interna) a priori, no podría concepto
alguno, fuere el que fuere, hacer comprensible la posibilidad de un cambio, es decir de un
enlace de predicados contradictoriamente opuestos (el ser en un lugar y el no ser esa misma
cosa en el mismo lugar) en uno y en el mismo objeto”. (Kant, 2004:57)

Según esta tesis, el cambio está contenido en tiempo y espacio (lo cual es analíticamente
correcto), por ejemplo un turista no puede comenzar sus vacaciones antes de que lleguen (sus
vacaciones). En analogía, las decisiones internas son posibles gracias a las nociones de
perspectiva del tiempo y del espacio. Que yo sujeto me comporte de una u otra forma no está
vinculado mas que al tiempo interno y al espacio externo. En este sentido, y a diferencia de
Leibniz, Kant niega que el cambio en el desplazamiento sea real pero no por una cuestión de
combinatio, sino por una intuitiva. Si el tiempo es sólo en cuanto a sujeto, no puede ser posible
que el cambio sea externo en cuanto a él. Esto explicaría el hecho (físico) de que ante un
mismo hecho social algunos vean un quiebre (cambio) con respecto a un tiempo pasado, y
otros continuidad.

Ahora bien, si Kant está directamente negado la realidad (empírica) del tiempo ¿no está
implícitamente negando la existencia del cambio? A esta pregunta, el autor respondería si, el
tiempo es real pero sólo intuitivamente. Por lo tanto el cambio no tiene sustancia empírica
fuera del mismo sujeto.

El tiempo y el cambio no son a los objetos mismos mas que dentro de los sujetos que los
intuyen. Un ejemplo claro al respecto, es la música donde diferentes quiebres de tonos se
suceden una y otra vez, por lo general intuimos continuidad.

En los axiomas de la intuición, Kant hace expresa referencia a este tema cuando señala “no
puedo representarme una línea, por pequeña que sea, sin trazarla con el pensamiento, es
decir sin producir todas sus partes poco a poco, desde un punto, y así dibujar esa intuición. Lo
mismo ocurre con el tiempo, por corto que sea. Pienso en el tránsito sucesivo de un momento
a otro, por donde, mediante todas las partes del tiempo y su audición, prodúcese finalmente
una determinada magnitud” (Kant, 2004:143)

En el momento en que la intuición se adelanta a la percepción, se está en presencia de la


sensación (realitas phaenomenon), la cuál no es otra cosa que una forma de conocimiento
empírico a priori. Pero Kant, sabe que la sensación no va de las partes al todo (como en el caso
del tiempo o la música) sino que se halla en la aprehensión y no por medio de la síntesis. De
esta forma, concluye que toda sensación posee magnitud intensiva (segundo axioma). Por
ejemplo, nuestro deseo de viajar a Córdoba para Navidad puede ir disminuyendo o
aumentando su intensidad hasta llegar a 0 (vacío) y desaparecer.

Con las concepciones sintéticas a priori, Kant encuentra la solución al problema anteriormente
planteado sobre la filosofía trascendental. Con ella, tanto espacio y tiempo constituyen
construcciones puras a priori que si bien no puede ser descubierto en el objeto, lo es por
medio de la intuición. (Kant, 2004:71) Lo interesante el pensamiento kantiano radica en la
intuición como herramienta de conocimiento. Sin él, todo conocimiento es imposible. Mejor
dicho, todo conocimiento (empírico) es sensible.

Sin embargo, el pensamiento kantiano hasta aquí encierra otro problema. ¿Cuál es la
influencia del tiempo (extensivo) en la intensidad del deseo?, siguiendo el ejemplo planteado,
¿cuál es la influencia del tiempo en el deseo de viajar y cómo ha de fluctuar ese deseo en la
extensión del tiempo?.

El carácter absoluto del tiempo defendido por Newton es el dominante en la filosofía


moderna, incluido Kant quien, no obstante, introduce una novedad que marcará una nueva
inflexión en el modo de considerar la cuestión. En efecto, para Kant, al tiempo le sigue
resultando esencial un carácter de absoluta independencia con respecto a las cosas que en él
se localizan. Pero precisamente esto es lo que determina que su naturaleza haya de ser
distinta de la de esas cosas. En definitiva, Kant considerará que del tiempo no se tiene
constancia a partir de la percepción, sino precisamente a partir del hecho de que no puede
pensarse la posibilidad de ninguna percepción si no es suponiendo que ésta se dé ya en el
tiempo. Niega que sea un concepto empírico, ya que toda experiencia presupone el tiempo.
Por otro lado, tampoco es una cosa.

Así, el tiempo es una representación necesaria que está en la base de todas nuestras
intuiciones. Si le niega el carácter de cosa, con lo que se opone a cierta interpretación del
pensamiento de Newton, también le niega el carácter de relación, ya que, en este caso, sería
un concepto intelectual (con lo que se opone a Leibniz). Pero, a similitud de Newton, aparece
como un marco vacío, y a semejanza de Leibniz, considera que el tiempo no posee realidad
extramental como cosa en sí. Adoptando la terminología kantiana, el tiempo es una intuición
pura o una forma a priori, trascendental de la sensibilidad, y constituye (junto con el espacio)
la forma de toda percepción posible desde el punto de vista de la sensibilidad, así como la base
intuitiva de las categorías. Es trascendentalmente ideal y empíricamente real, como condición
de objetividad (ver texto 1 , texto 2 , texto 3 y texto 4 ).

Más importante aún es la concepción que desarrolla en la Analítica de los principios, ya que en
la Estética trascendental se refería al orden de las percepciones, mientras que ahora se refiere
al orden de los juicios. Para que estos sean posibles, el tiempo actúa bajo su función sintética,
ya que todo juicio presupone una síntesis, y toda síntesis se fundamenta en las categorías, las
cuales, a su vez, solamente pueden aplicarse a la experiencia mediante los esquemas, que
dependen de la mediación del tiempo. En este sentido es fundamental la segunda analogía, o
principio de la serie temporal según la causalidad. De nuevo el tiempo aparece en Kant como
fundamento de la objetividad.

Si bien el idealismo no trata temáticamente la cuestión del tiempo podemos pensar que, en la
medida que intenta una superación de la escisión entre sujeto y objeto, entre yo y naturaleza
(llegando así, en palabras de Hegel, al Espíritu, a lo Absoluto, a un Yo que sería aconceptual),
también desaparece la cuestión del tiempo como marco formal dado previamente a los
acontecimientos o como devenir mismo, quedando eliminada, de este modo, la cuestión en la
pura aconceptualidad del Yo. De hecho, para Hegel el tiempo es el devenir intuido, el principio
mismo del Yo=Yo; es la pura autoconciencia (ver texto ). El análisis hegeliano se vincula al
aristotélico y destaca la inseparabilidad del espacio y el tiempo (ver texto ), pero, en el
conjunto de su concepción, el tiempo aparece solamente como el despliegue de la Idea, en sí
misma intemporal, de forma que la temporalidad es solamente la epifanía de la Idea o del
Espíritu.

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