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Misión Posible

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

Siglo XXI.
Damas y caballeros somos los seres humanos más privilegiados y desafortunados -a la
vez- de la historia humana. Si miramos en retrospectiva, las generaciones pasadas -si
pudieran vernos- quizá nos envidiarían muchas cosas como los avances tecnológicos,
el desarrollo extraordinario de la ciencia, las “facilidades” de viajar largas distancias en
cortos tiempos, las “realidades virtuales”... por mencionar algunos.
Si fuese posible una máquina del tiempo, las generaciones del futuro igualmente nos
envidiarían al tener la irreversible oportunidad de luchar por la conservación de las
sobrevivientes riquezas forestales, ambientales y zoológicas. Anhelarían el privilegio
que todavía nos queda de reunir una familia, de abrazar unos hijos, de besar la mejilla
de una madre y aún, aunque perdidos en la prisión de los smartphone, todavía nos
acordamos de nuestros seres amados. Nos envidiarían la oportunidad de argumentar,
defender la familia al estilo de Dios para que los hijos del futuro no vivan en el limbo
de las lascivias inclementes que les espera.

Por otro lado, desafortunados los humanos del siglo XXI. Desafortunados porque
somos la generación inteligente que prefirió la ignorancia. La generación que echó a la
basura el privilegio de pensar para darle culto a las sensaciones posibles,
incontrolables e irracionales jamás conocidas. Ejemplo, la exploración de todo tipo de
placer sexual que va desde la violación a un niño, pasando por el abuso sexual a los
animales, probando todo tipo de homosexualidades hasta la invención de robots
chinos que pueden generar más placer sexual que un cónyuge humanamente real. La
exploración irracional y suicida de elevar al límite las sensaciones con todo tipo de
drogas. Desafortunados, porque nos inventamos una y mil maneras de evadir tiempo
de calidad y cantidad para nuestros hijos. Desafortunados porque somos capaces de
ser infieles reales y virtuales de nuestros cónyuges. Desafortunados porque el
consumismo nos controla y define. Desafortunados porque perdimos la fe y el amor.
Ya los creyentes no creen. Ya la Iglesia no ama. Desafortunados porque somos la
generación que permitió la indefinición del sexo humano. Me explico, un bebé al nacer
no podrá -y esto es proyecto de ley- ser clasificado como masculino o femenino hasta
que él mismo diga “qué es”: si hombre o mujer u otra cosa. Desafortunados porque
olvidamos amar: que el matrimonio es en fidelidad hasta que la muerte nos separe.
Que uno tiene hijos para atenderlos, no para rotarlos de niñera en niñera o de abuela
en abuela. Que la casa no es hermosa por sus lujos sino por el amor. Que los hermanos
son tesoros y no enemigos. Que a los padres les debemos cuidado en la vejez; que no
son estorbo ni encarte en la vida. Que debe amarse más al ser humano que a un gato o
a un perro. Que mi cuerpo -el cuerpo humano- se ama como templo de Dios y no fonda
siliconada para satisfacer lascivias propias y ajenas. Que la realidad es para disfrutarse
no para evadirse con cuantas drogas nos ofrecen.
Me parece que el mundo va en dirección al caos y al vacío.
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Ed. Ramírez Suaza, P.Th

Amada Iglesia, vengo identificando un fenómeno en las últimas décadas -por lo menos
en esta nuestra región- que he llamado “la nueva evangelización pagana”. Es todo lo
opuesto a la evangelización del evangelio. Se trata de convencer -sin el uso de la
inteligencia- a nuestra generación que cometer toda clase de pecados es “bueno”. Esta
es la propaganda: ¡Como es de rico beber! ¡Qué traba más bacana! ¡Hombre con
hombre; mujer con mujer… del mismo modo en sentido contrario! ¡Facilitemos los
divorcios heterosexuales y luchemos por el matrimonio LGBTI! ¡Una canita al aire de
año en cuando “oxigena” la relación de pareja! ¡No discipline sus hijos… alcahueteles!
¡No eduque sus hijos, abandónelos! ¡Bebamos y forniquemos que mañana moriremos!
La “nueva evangelización pagana” enseña que la autoestima se fortalece en la medida
que aumentan las cirugías plásticas. Que la obsesión por la belleza según ésika es la
ideal, y que a todo costo hay que alcanzarla. Es una “evangelización pagana” que le
apuesta a lo superficial, a lo efímero, a huir de sí mismo, de Dios, de la familia, de lo
realmente vivificante. Estas doctrinas obsesivas por el placer sexual y estupefaciente
arrojan esta generación de narices al caos y al vacío.

¿Cuál es el papel de Iglesia cristiana en medio de esta realidad?


Quiero que piense en ello mientras les invito a apreciar otra desgracia social: la nueva
esclavitud del consumismo.
Este es un efecto propio de la “nueva evangelización pagana”: aprendimos a estar
descontentos cualquiera sea nuestra situación: sabemos estar descontentos en la
abundancia. Sabemos estar descontentos en la escasez; pareciera que Cristo ya no nos
fortalece.
Hay un punto de encuentro en nuestro corazón donde converge el descontentamiento,
la exageración de oferta, nuestra necedad y nuestra ingratitud.
Las fuertes corrientes del consumismo actual provocan un movimiento injusto e
irracional en los apetitos de las masas. Adquirimos, compramos con mentalidad de
“desechable” porque la oferta de mercadeo siempre tendrá algo nuevo, algo mejor para
mí.

Hay un artículo de Eduardo Galeano titulado: “Me caí del mundo”. Un segmento dice
así:
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una
vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y
hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la
misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)

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Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque
algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos
podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer
caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo,
las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera
caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular
a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven
desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?...
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los
que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy
no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y
hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo
para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que
se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas,
no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron
perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas
empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos
más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o
que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.

El descontentamiento nos hace irracionales: no pensamos para consumir. No oramos


antes de hacer las compras. No reconocemos el señorío de Jesucristo en el gasto de
nuestro presupuesto. Nuestros corazones anhelan una capacidad mayor de consumos y
decimos: ¡ojalá me alcanzara para comprar aquellos zapatos! ¡Cómo quisiera aquel
bolso de cuero con la marca “x”! ¡Hay qué rico el nuevo iphone! ¡No podré dormir
hasta comprarme el nuevo computador “todo en 1”! Y va uno a ver, y tiene toda una
estantería de zapatos tras la puerta del closet. Va uno a ver y tiene una colección de
bolsos debajo la cama. Va uno a ver y tiene un teléfono de alta gama. Va uno a ver y
tiene un buen computador. ¡Queremos comprar lo que ya tenemos!
Nos volvimos la especie que más come cuento. La publicidad nos pinta tantos pajaritos
en el aire, con toda la necedad de la inmadurez “comemos cuento” y salimos
comprando lo que no necesitamos.
Cuando compro lo que no necesito, comunico con eso que soy ingrato; que no estoy
contento con lo que tengo ni procedo con sabiduría financiera frente a las tentaciones
del consumismo.
En esa sed insaciable vive el mundo, infortunadamente también la Iglesia.

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Otra ruta de la sociedad actual que lleva esta generación al caos y al vacío, es que
exorcizamos la vida de Dios. En otras palabras: somos la creación que expulsó a su
creador. Estamos pretendiendo enviar a Dios al carajo. El mundo lo niega tres veces
cada segundo. ¡Dios no existe! ¡Dios es una idea! ¡Dios es lo que Ud. quiera! A Dios no
lo queremos en la vida ni los negocios ni en la política ni en las escuelas ni en el
hogar… inclusive insinuamos que no lo queremos en la Iglesia.
Quienes decimos ser creyentes no estamos aceptando su señorío en nuestras finanzas
ni en nuestras realidades emocionales-románticas. No aceptamos su señorío en
nuestra sexualidad; mucho menos en nuestra intimidad. No aceptamos su señorío en
el culto. Me explico, estamos haciendo cultos que agradan y entretienen a la gente; no
de aquellos que agraden a Dios.
Estamos construyendo una vida que agrada más al mundo y a nuestros egos que a
nuestro Creador.

¿Qué hacemos?
Además de arrepentirnos y girar el corazón de retorno a Dios, ¿habrá algo más que
podamos hacer?
Creo que sí, lo podemos descubrir en el evangelio según S. Marcos 6.7-13

Los discípulos de Jesús no se cruzan de brazos: predican, sanan y liberan.

Frente a las realidades señaladas esta mañana he arrojado una pregunta: ¿hay algo que
podamos hacer además de arrepentirnos?
El evangelio de Marcos nos dibuja una experiencia hermosa que “provocó” Jesús al
enviar su discípulos en parejas por las regiones de Galilea para predicar, sanar y
liberar. El mundo palestino en tiempos de Jesús se desmoronaba; los días se acercaban
a lo inminente y a lo terrible: la destrucción de Jerusalén. Las tensiones eran
insoportables, las voces confundieron el corazón de los humildes e ingenuos. La
oscuridad asomaba en el horizonte para cobijar en incertidumbre y miedo a toda
Palestina. Las paganizaciones del imperio greco-romano bombardearon con
inclemencia publicitaria, política y militar al país e Israel sentía desfallecer.
Justo en momentos así, Jesús envía sus discípulos en parejas para predicar, sanar y
liberar.
7 Jesús llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos. Les dio autoridad
sobre los espíritus impuros, 8 y les mandó que no llevaran nada para el camino.
Aparte de un bastón, no debían llevar mochila, ni pan, ni dinero en el cinto. 9
También podían llevar sandalias, pero no dos mudas de ropa.
Dios ha llamado de todos los pueblos a una comunidad que responsabiliza de llevar su
gracia a todos los pueblos. La Iglesia de Cristo en el mundo es la familia más poderosa
que menosprecia el poder que Dios le ha confiado: expulsar demonios y sanar
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enfermos. Hacerlo no es cuestión exclusiva del pastor, es privilegio de todos los


creyentes. Como ya lo he mencionado en ocasiones anteriores, ignoramos al Satán
como si fuese mito o en su defecto, lo ignoramos permitiéndole entrar y salir de
nuestro corazón “como Pedro por su casa”.

El llamado de Jesús nos da poder para sanar y liberar. También para ser humildes.
10 Les dijo: «Cuando ustedes lleguen a una casa, quédense allí hasta que salgan
de ese lugar. 11 Si en algún lugar no los reciben ni los escuchan, salgan de allí y
sacúdanse el polvo de los pies, como un testimonio contra ellos.» [De cierto les
digo que, en el día del juicio, el castigo para los de Sodoma y Gomorra será más
tolerable que para aquella ciudad.]
Hospedarse y hospedar no es fácil. Como hijo de pastor viví la experiencia no grata de
hospedar ministros del evangelio. Como expositor de la Palabra, he vivido la
experiencia de ser hospedado en casa alguna de algún hermano en la fe.
Para ambas cosas se precisa humildad. Humildad, como hospedador, para compartir
mi lecho, mi habitación, mi pan, mi privacidad con el otro, un alguien para mí
desconocido. En pocos casos fue una bendición, pero en muchos otros fue una
experiencia compleja. Como persona que recibe el hospedaje de otro, hablo por mí,
complejo también, porque me preocupo en ser acomedido, aseado, respetuoso,
agradecido, arriesgado. Sí, arriesgado para probar cuanta comida desconozco. En mi
experiencia, no es difícil discernir cuando se es hospedado de corazón amoroso y
cuando no. El ser bien recibido como mensajero de las buenas nuevas de salvación me
impulsa a orar en favor de la familia. Me impulsa a rogarle al cielo que prospere su
generosidad. Me impulsa a interceder por ellos. Cuando se es mal atendido, con mala
actitud, la tristeza embarga el corazón. La vergüenza paraliza el gozo. La incomodidad
entristece.
Jesús encomendó a sus discípulos aceptar la ayuda, la hospitalidad de los hermanos en
Cristo que en otra ciudad nos pueden brindar.
“Sacudir el polvo de los pies” es un signo de inconformidad con por la mala atención.

12 Los doce salieron e iban predicando a la gente que se arrepintiera. 13


También expulsaban muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos
y los sanaban.
Creo que esta Iglesia, como muchas otras, ha silenciado la voz del arrepentimiento. Las
gentes piden disculpas; no perdón. La gente se excusa, no pide perdón. No sé si será
una falsa sospecha pero siento que algo así nos está aconteciendo en relación con Dios:
pecamos pero no reconocemos nuestro pecado, le cambiamos el nombre; ahora le
decimos “error”, “desliz”, “se me fueron las luces”; pero no decimos lo que tenemos
que decir: “he pecado contra Dios”. Pecamos, pero en lugar de pedir perdón, le

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decimos al Señor que nos disculpe. Pecamos, en lugar de pedir perdón a Dios, le
ofrecemos excusas. Esto delata nuestra falta de arrepentimiento.
Incluso está de moda decir: “no me arrepiento de nada en la vida”. Yo diría que todos
nosotros debemos llevar toda nuestra vida en arrepentimiento al Señor Jesús. No sólo
eso, anunciar a “todo mundo” que tienen que arrepentirse.

Me gusta la idea de “ungir enfermos”. Porque en la Escritura “ungir los enfermos” no


significa comprar un frasquito de aceite de olivas para untar en pequeñas dosis en las
frentes de las personas enfermas. Santiago en su carta (5.14-15) exhortó a los
hermanos en la fe para hacer lo mismo: ungir los enfermos.
Santiago animó a los miembros de las comunidades migrantes a llamar los
ancianos de la iglesia cuando enfermaban para que les aplicaran aceite, oraran y
así sanar. Con esta sabia exhortación, Santiago descarga sobre los hombros de
las comunidades una responsabilidad terapéutica-orante muy preciosa, además
efectiva: usar el aceite y la oración como recurso medicinal. En las Escrituras es
muy evidente el uso del aceite como ungüento curativo que Santiago y Marcos
no ignoran (Is. 1.6; Lc. 10.34; Ap. 3.18), en su razón de saber instruyen las
comunidades cristianas a ungir los enfermos porque conoce las propiedades
medicinales del aceite. “Ungir a los enfermos” equivale a nuestra actualidad algo
así como “primeros auxilios”. Santiago establece que los enfermos llamen a los
ancianos de la iglesia para recibir de ellos alguna atención medicinal básica,
luego ser acompañados en oración. Los recursos médicos se aplican en oración
creyente, convencidos de la intervención divina a favor del enfermo. Es decir, la
confianza reposa en el Señor; no en la medicina. La sanidad, esto es
contundente, la da Dios.

Nuestro mundo gira vertiginosamente hacia el caos y el vacío. Pareciera que el


mundo arrasó en su desgracia también a mucha parte de la Iglesia.
¿Qué hacer cuando “va de narices” hacia su propia destrucción?
¿Qué hacer cuando el mundo se “lleva por delante” la iglesia de Cristo?
Creo que esto es lo que hay que hacer:
Ir por todas partes a todas las personas predicando el evangelio, orando
terapéuticamente por los enfermos y con fe liberando las gentes oprimidas por el
demonio.
¡Dios cuenta contigo!
¡Manos a la obra!

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