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Pero son muy pocas aquellas imágenes en las que ese instante revela toda una
narrativa. Y menos aún las fotografías en las que se manifiestan acciones,
relaciones, sentimientos y sensaciones tan cotidianas que ocurren diariamente y
no las vemos; que parecen realizarse sin cesar a nuestras espaldas, hasta el
momento exacto en que levantamos la cámara, posicionamos el ojo en el
viewfinder, y disparamos.
Ambos pueden contar hoy con una cámara compacta, o un teléfono móvil y
caminar por la vereda, o a la orilla de un río. Pero solo aquel que pone en juego
su subjetividad, su emoción y sensibilidad, es capaz de lograr tomar una
fotografía y no producir una mera imagen, aunque sea pintoresca.
Ninguna de las decisiones que toma puede ser reflexionada. No hay tiempo. El
acto estalla y captura. Y el deseo del autor dispara y, a su vez, es capturado.
Cuanto mayor sea la conexión del deseo del fotógrafo con la escena y lo que ésta
le dice que diga, mayor será el valor de lo fotografiado.
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La luz incidente no nos deja precisar el momento. El cielo grisáceo y las aguas del
río tampoco aportan datos.
El horizonte, ambas riberas del río que delimitan el caudaloso curso de agua, la
dirección de marcha de los chicos, acentúan la horizontalidad y la lateralidad de
la composición.
Sin embargo, las líneas oblicuas predominan en la acción. La flexión de las piernas
ágiles en plena carrera, los brazos extendidos, las cañas, rompen con lo
horizontal dotando a la fotografía de un gran dinamismo, y de una progresión
temporal.
Los pies son livianos y ágiles, los cuerpos relajados. Las rueditas se deslizan sin
esfuerzo sobre la arena firme y húmeda.
Las ropas variadas y coloridas y las siluetas de los cinco amigos destacan sobre el
fondo blanquecino y luminoso de la arena y el agua.
Solo tres empuñan los juguetes. Los otros dos corren a la par y juegan a tomarse
por la ropa o el brazo.
Los chicos se ven concentrados en la acción de llevar corriendo las rueditas, pero,
sin embargo, el descubrimiento por dos de ellos de la fotógrafa en el lugar, los
hace volver la sonriente mirada hacia ella, y ese rompimiento de la cuarta pared
refuerza la conexión que se estableció entre ellos.
El juego de miradas de los chicos hacia la fotógrafa que los mira, y la de ella
tomándoles en ese preciso instante la fotografía; el placer del juego, la alegría,
la levedad y la displicencia del andar por la arena se funden con la sensibilidad y
el sentido estético de quien toma la fotografía, dando lugar al florecimiento de
la obra de arte.