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ACERCA DE UNA FOTOGRAFÍA

Sergio F. Romero – sergio@blankspot.com.ar

Fotografía: Mar Marcos Molano.

La foto capta el instante. Esto es una obviedad.

Pero son muy pocas aquellas imágenes en las que ese instante revela toda una
narrativa. Y menos aún las fotografías en las que se manifiestan acciones,
relaciones, sentimientos y sensaciones tan cotidianas que ocurren diariamente y
no las vemos; que parecen realizarse sin cesar a nuestras espaldas, hasta el
momento exacto en que levantamos la cámara, posicionamos el ojo en el
viewfinder, y disparamos.

Y es ahí, en ese instante, en que el autor fotográfico se diferencia radicalmente


del paseante ocasional, del flâneur.

Ambos pueden contar hoy con una cámara compacta, o un teléfono móvil y
caminar por la vereda, o a la orilla de un río. Pero solo aquel que pone en juego
su subjetividad, su emoción y sensibilidad, es capaz de lograr tomar una
fotografía y no producir una mera imagen, aunque sea pintoresca.

Y apelo aquí a la etimología: fotografiar es “escribir con luz”. Es un gesto del


orden del acto. Hay una manifiesta intención de alguien de producir sentido.
Pero, además, en estos casos, raya lo totalmente inconsciente. En la décima de
segundo de la decisión de encuadrar y disparar, se agota lo racional y lo
consciente. Allí surge lo que la escena dice al autor, y éste obra en consecuencia.

Ninguna de las decisiones que toma puede ser reflexionada. No hay tiempo. El
acto estalla y captura. Y el deseo del autor dispara y, a su vez, es capturado.

La fotografía muestra la escena, pero es la subjetividad del autor la que queda


expuesta.

Cuanto mayor sea la conexión del deseo del fotógrafo con la escena y lo que ésta
le dice que diga, mayor será el valor de lo fotografiado.

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La escena ocurre en Mozambique. Un grupo de niños corre por la playa haciendo


girar ruedas colocadas en la punta de cañas.

La luz incidente no nos deja precisar el momento. El cielo grisáceo y las aguas del
río tampoco aportan datos.

El horizonte, ambas riberas del río que delimitan el caudaloso curso de agua, la
dirección de marcha de los chicos, acentúan la horizontalidad y la lateralidad de
la composición.

Sin embargo, las líneas oblicuas predominan en la acción. La flexión de las piernas
ágiles en plena carrera, los brazos extendidos, las cañas, rompen con lo
horizontal dotando a la fotografía de un gran dinamismo, y de una progresión
temporal.

El instante se expande y podemos intuir el encuentro cotidiano del grupo, sus


bromas, el clima de alegría, los preparativos y al fin… la carrera; el
atravesamiento del espacio encuadrado y la estela casi imperceptible que queda
tras su paso.

Los pies son livianos y ágiles, los cuerpos relajados. Las rueditas se deslizan sin
esfuerzo sobre la arena firme y húmeda.

Las ropas variadas y coloridas y las siluetas de los cinco amigos destacan sobre el
fondo blanquecino y luminoso de la arena y el agua.

Solo tres empuñan los juguetes. Los otros dos corren a la par y juegan a tomarse
por la ropa o el brazo.

Los chicos se ven concentrados en la acción de llevar corriendo las rueditas, pero,
sin embargo, el descubrimiento por dos de ellos de la fotógrafa en el lugar, los
hace volver la sonriente mirada hacia ella, y ese rompimiento de la cuarta pared
refuerza la conexión que se estableció entre ellos.

El juego de miradas de los chicos hacia la fotógrafa que los mira, y la de ella
tomándoles en ese preciso instante la fotografía; el placer del juego, la alegría,
la levedad y la displicencia del andar por la arena se funden con la sensibilidad y
el sentido estético de quien toma la fotografía, dando lugar al florecimiento de
la obra de arte.

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