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GRINBERG, L: "Culpa y depresión. Estudio psicoanalítico" Ed. Paidós - Bs. As.

1976

VI

ANGUSTIA, DEPRESION y CULPA

Diferencia conceptual entre los sentimientos de depresión, angustia y culpa. Modificación de la teoría de
la angustia en Freud. La angustia, en la obra de M. Klein. Otros conceptos psicoanalíticos y filosóficos
acerca de la angustia. Diferencia entre culpa y ansiedad y entre depresión y culpa. Conceptos sobre
depresión, depresión primaria y situación persecutorio-depresiva primaria.

Es relativamente común que los sentimientos de angustia, depresión y culpa se confundan entre sí:
Puede ocurrir que, en determinadas circunstancias, coexistan en el individuo. En tales casos, uno de
ellos suele manifestarse en forma predominante en relación con los dos restantes. De todas maneras,
resultará útil intentar establecer su diferenciación.
Tanto la depresión como la angustia son expresiones de conflicto de la personalidad altamente
significativas. Ambas constituyen reacciones básicas del Yo del individuo, pero con contenidos dia-
metralmente opuestos. La angustia consiste esencialmente en una reacción frente al peligro en la que el
Yo evidencia su deseo de sobrevivir y se prepara para la lucha o para la fuga si ello es necesario. En la
depresión ocurre precisamente lo contrario: el Yo se encuentra paralizado porque se siente incapaz de
enfrentarse con el peligro; en ocasiones, el deseo de vivir se encuentra reemplazado por el deseo de
morir por considerarse impotente para superar el riesgo que lo amenaza. La angustia se exterioriza
como un estado afectivo displacentero acompañado de síntomas físicos característicos que co-
rresponden a los aparatos respiratorio y circulatorio (disnea, palidez, aceleración del pulso y latidos
cardiacos, etc.). La depresión se manifiesta por apatía, tristeza, decaimiento moral y físico con
sensaciones de impotencia y desesperanza. La angustia aparece ante la inminencia de un ataque dirigido
contra el self. En cambio, la depresión, junto con el sentimiento de culpa que es a la vez su causa y su
síntoma fundamental, proviene de, ataques reales o fantaseados realizados por el Yo contra los demás.
Otra diferencia esencial reside en la noción temporal: la depresión suele ser consecuencia de
experiencias ya pasadas: la angustia se relaciona más con el futuro, porque es la respuesta frente a un
peligro que puede acaecerle al individuo.
Freud modificó su primitiva concepción sobre la angustia en el año 1926, en su trabajo
“Inhibición, síntoma y angustia”. (1) Esta obra constituyó, sin duda, uno de los pilares básicos de la
teoría de la Psicología del Yo. A partir de ese trabajo, la angustia dejó de ser considerada una
consecuencia de la represión del instinto libidinoso, y se transformó en una "señal de alarma" que
alertaba al Yo acerca de la inminencia de un peligro movilizando las defensas que podría considerar
necesarias. Prácticamente, esta evitación del peligro por parte del yo pasó a ser uno de los aspectos
fundamentales en la formación de síntomas. Freud diferenció, además, la angustia real frente a un peligro
conocido, de la angustia neurótica frente a otro peligro que es desconocido. En realidad, la angustia
objetiva corresponde a la reacción frente a un objeto externo; la angustia neurótica suele ser la
consecuencia de una exigencia instintiva. En cuanto dicha exigencia llega a estar conectada con una
situación real, puede entonces adscribirse a la angustia neurótica un fundamento real.
La primera forma de angustia, la angustia ante el peligro, es concebida profundamente como un
miedo a la castración. (2) Para Freud "el inconsciente no parece contener nada que sustente el concepto
de aniquilación de la vida". La otra forma de angustia corresponde a una situación de pérdida o de
separación; en ese sentido, se podría mencionar la angustia emergente de la experiencia del
nacimiento.
El miedo a la castración se convierte así en el miedo a la propia conciencia moral y en el miedo
social. Según Freud, lo que el Yo considera como un peligro y a lo que responde con la señal de angustia
es, en muchos casos, a la cólera del Superyó. La última transformación del miedo al Superyó es el miedo
a la muerte, o sea la angustia proveniente de la proyección del Superyó en los poderes del destino.
La angustia consiste, por un lado, en una espera del trauma y por otro, en su reproducción
mitigada. Es la reacción primitiva frente a la impotencia en el trauma; reacción que luego es reproducida
como "señal de alarma" en la situación peligrosa. El Yo que; ha sufrido pasivamente el trauma repite
ahora, en forma activa, una dramatización mitigada del mismo con la esperanza de controlar su
peligrosidad y dirigir su curso.
Freud plantea el siguiente interrogante: ¿Cuándo la separación del objeto produce angustia,
cuándo tristeza y cuándo, quizá, solo dolor? Aunque se apresura a señalar que no es posible encontrar
una respuesta adecuada, adelanta sin embargo lo siguiente: “... el dolor es, pues, la verdadera reacción ante
la pérdida de objeto, mientras que la angustia lo es al peligro que tal pérdida trae consigo..." "La tristeza (en
cambio) surge bajo la influencia del examen de la realidad, que impone la separación del objeto, puesto
que el mismo no existe ya” (3) (La bastardilla es mía.)
Por su parte, M. Klein (4) ha señalado repetidamente que la angustia, está determinada por la
vivencia del peligro que amenaza al organismo, proveniente del instinto de muerte y sugiere que ésta es
la causa primera de ansiedad. Además, contrariamente a lo dicho por Freud, ella sostiene que, en el
inconsciente, existe un temor: a la aniquilación de la vida. Agrega que la lucha entre los instintos de vida
y de muerte opera ya durante el nacimiento y persiste a lo largo de toda la vida; esta fuente de angustia
nunca se elimina y entra como un factor constante en todas las situaciones de ansiedad.
El temor de ser devorado por el animal totémico (el padre) fue la primera situación de ansiedad
descripta por Freud. Pero M. Klein señala que este temor deriva de la proyección de los propios
impulsos agresivos del niño tendientes a devorar sus objetos. Devorar implica, desde el principio, la
internalización del objeto devorado; el Yo se siente entonces como conteniendo objetos devoradores.
Así se forma el origen del Superyó a partir del pecho devorador (la madre) y el pene devorador (el
padre). Estas figuras internas, crueles y peligrosas, se convierten luego en representantes del instinto de
muerte.
M. Klein (5) estableció una diferenciación entre dos formas principales de angustia: la angustia
persecutoria y la depresiva. La primera se relaciona fundamentalmente con el sentimiento de ani-
quilación del self. La segunda con la fantasía del daño hecho a los objetos internos y externos por los
impulsos destructivos del sujeto. M. Klein llegó también a la conclusión de que la ansiedad depresiva
está estrechamente ligada con el sentimiento de culpa y con la tendencia a la reparación. En un
comienzo ella sostuvo que estos sentimientos surgían como la introyección del objeto como una
totalidad. Pero en trabajos posteriores, admite que pueden aparecer más precozmente durante la
posición paranoide-esquizoide (primeros tres o cuatro meses de vida) y están también relacionados con
los objetos parciales (pecho, pene). Es decir, acepta que existe desde muy temprano cierto grado de
síntesis frente al amor y alodio en relación con los objetos parciales.
Para M. Ostow (6), la angustia es la típica respuesta afectiva ante el peligro. Cuando este peligro
está determinado por agentes destructivos externos, lo que surge es miedo; sugiere reservar el término
angustia para la respuesta ante los peligros de origen intrapsíquico. Es el peligro de que el Yo resulte
aniquilado por la fuerza instintiva proveniente del Ello (en especial del instinto de muerte) y que toda su
estructura quede destruida. La pérdida de objeto puede producir una reacción de angustia ya que
amenaza con frustración y acumulación de presión instintiva. Ostow se pregunta cuándo una pérdida
objetal puede desencadenar angustia y cuándo desencadena depresión. Señala que -en su opinión-
cuando un objeto es necesitado para "disipar un incremento en la libido" y se pierde dicho objeto, la
respuesta será de angustia. El miedo que siente el niño a la soledad o el miedo del adulto "fóbico" sería
un ejemplo de esta clase de angustia evocada por la presión de un "deseo libidinoso" que es frustrado
por la soledad. En cambio, la respuesta normal a la pérdida de objeto, cuando no existe una
acumulación de presión libidinosa, es la depresión. La reacción de angustia (incluyendo afecto, cambio
autonómico y respuestas motoras) es filogenéticamente más arcaica que la respuesta depresiva.
Para Max Schur (7) las dos clases de angustia postuladas por Freud, la angustia real y la angustia señal,
pueden ser ubicadas en los extremas de una serie; su posición en dicha sede estará determinada por el
grado de regresión del Yo. Cuanto mayor sea la regresión, mayor será la forma en que el Yo tratará el
peligro potencial como un peligro real reemplazando la angustia señal por una angustia real. Schur
compara su tesis con lo sostenido por algunos etólogos, entre ellos Lorenz, que describen dos tipos
básicos de conducta en los animales: una conducta instintiva innata, y otra conducta aprendida plástica.
Schur siente que tanto el Ello como el Yo pueden mostrar respectivamente en su funcionamiento dos
clases de conducta que se asemejan a las descriptas por los etólogos. Por otra parte, señala que la
reacción de angustia se manifiesta en dos niveles: primero como un fenómeno carga cuyas
manifestaciones subyacen a un modelo de respuesta instintiva del Ello; segundo, como un afecto que es
en realidad una reacción del Yo que sigue a la percepción de manifestaciones del Ello como señal de
peligro.
Waldhorn (8) sostiene que la cuestión del tipo de ansiedad es pronósticamente distinta con respecto a
la tolerancia de ansiedad.
Para decirlo en otras palabras, distintos tipos de ansiedad pueden producir respuestas complejas
diferentes en el individuo neurótico. Es importante destacar el hecho del que la naturaleza de muchas
reacciones diferenciales puede estar determinada, hasta cierto punto, por el tipo de angustia
experimentada por el paciente. Agrega que Anna Freud en su libro El Yo y los mecanismos de defensa,
ha discutido la significación pronóstica de las diferentes formas de angustia como también la relevancia
especial de la historia de conspicuas angustias de separación o angustias en conflictos de hermanos que
pueden ser reactivadas en la situación analítica. Podemos notar que la angustia-señal deriva de un
proceso mucho más maduro y también determina respuestas que son diferentes a la angustia trau-
mática recurrente. Agrega que el pánico y otras formas violentas de angustia pueden existir en muchas
situaciones, y pueden determinar que el análisis se haga mucho más difícil. Algunos pacientes usan
tradicionalmente la angustia como una defensa prominente contra determinados sentimientos de
inseguridad o para evitar sentimientos de no estar vivos hasta el punto de configurar un verdadero
obstáculo para el progreso analítico.
Engel (9) postula la existencia de dos afectos primarios de displacer; uno seda el aspecto de angustia y el
otro de lo que él llama "depresión-retirada". Señala que no intentará describir todos los síntomas
psíquicos, físicos o fisiológicos de la angustia porque son muy bien conocidos; en cambio, en lo que se
refiere a la "depresión-retirada", señala que el aspecto del Yo involucra una especie de evitación de la
pérdida análoga a la de la angustia-señal usando distintos mecanismos como los de negación,
incorporación, introyección, proyección e identificación, etcétera. Para mantener la autoestima, el yo
trata de ilusionarse con que la pérdida no ha sido significativa. O bien trata de encontrar un objeto
externo como para reemplazar la pérdida y asegurarse la continuación del suministro. Agrega que los
términos lucha o fuga corresponderían a la actitud de angustia, mientras que el término renuncia es la
actitud típica a la "depresión-retirada". Al afecto de renuncia habría que agregar los afectos de
desesperanza y de desamparo o falta de ayuda. Agrega que la "depresión-retirada" en su función de
señal y evitación de pérdida de suministros ocupa una evolución central en la economía del aparato
mental.
La angustia pertenece al grupo de sentimientos o emociones que más ha ocupado la atención de
filósofos, teólogos y psicólogos. (10)
Según Kierkegaard, la angustia se encuentra vinculada a la idea de la elección. Siempre existen
posibilidades de "mal" en nosotros. Siempre hay posibilidades tentadoras: de ahí surgiría un primer
motivo de angustia. Agregó que la ausencia de angustia es también un signo de angustia: si el hombre
permanece en esta ausencia es porque se oculta así mismo su angustia, que aparece al enfrentarse con
ella. Para él, no hay jamás ausencia de angustia, por ser un estado que constituye el fondo permanente
de nuestros sentimientos.
Para Heidegger, la angustia es también el sentimiento fundamental. Sólo por ella se podrá pasar
de la esfera de lo inauténtico a la esfera de lo auténtico, y la diferencia, además, del miedo.
El temor o el miedo se dirigen siempre a cosas particulares, mientras que la angustia es el mundo
en su conjunto, o el ente en su conjunto, que se nos presenta y nos angustia. No estamos angustiados a
propósito de alguna cosa en particular sino a propósito del ente en general. Lo que oprime en la
angustia es la ausencia del sentimiento de familiaridad, el sentimiento de extrañeza, y con él, el
desvanecerse, de las cosas. Freud también había vinculado la angustia frente a lo siniestro con el
sentimiento de extrañeza frente a lo desconocido y no familiar que, alguna vez fue conocido: el retorno
de lo reprimido.
Heidegger relacionó la angustia con la esperanza, señalando que se nutrían una de la otra. Sin angustia,
la existencia correría el peligro de perderse en lo cotidiano o de aniquilarse en lo satisfecho; sin
esperanza, en cambio, la existencia podría desmoronarse, víctima de su propio hundimiento. Ambas
parecen ser igualmente necesarias para que la existencia humana mantenga su modo de ser
esencialmente “contradictorio”.
En Sartre se encuentra también la angustia como sentimiento fundamental, acompañado del
sentimiento de la náusea. Se deberían a la carencia de todo: punto de mira, al hecho de que nos
hallamos en un mundo que no contiene normas predeterminadas y, por consiguiente, nosotros hemos
de hacemos nuestras propias normas. Según Sartre, por ser los encargados de justificar las cosas (por
eso mismo), somos injustificables, y es este sentimiento el que causa la angustia. Pero, además, ello
proviene del hecho de que nosotros nunca decidimos solo para nosotros mismos, sino al mismo tiempo
para todos los demás. Por lo tanto, hay una gran responsabilidad en el modo en que, nosotros nos
decidimos, y en la manera cómo desciframos el universo.
Freud no tenía dudas de que la ansiedad y la culpa están estrechamente conectadas una con la
otra. Pero sostenía que el término culpa sólo podía aplicarse a manifestaciones de conciencia que eran
resultado de la actuación y desarrollo del Superyó. Ya fue señalado que, para él, el Superyó surgía como
secuela del completo de Edipo. Sin embargo, hay afirmaciones de Freud que evidencian claramente su
idea de que el sentimiento de culpa aparecía en un estadio más temprano de la vida. (11)
Rubinfine (129 distingue la culpa de la depresión. Para él, la señal de culpa es la respuesta a la
amenaza de la erupción de un impulso instintivo que es experimentado como un peligro que lo puede
conducir a satisfacciones prohibidas en la realidad. En cambio, el afecto depresivo, por otro lado, es la
señal de que una determinada aspiración u objetivo es peligroso no solo porque es prohibido sino
porque no es alcanzable. De modo que la culpa o la señal de la culpa ocurre cuando hay una posibilidad
de éxito mientras que, el efecto depresivo surge cuando hay más bien una certeza de fracaso. La culpa
puede aparecer predominantemente como un cuadro de una depresión muy severa, pero es secundaria
a la enorme carga del impulso agresivo que catectiza a la depresión objetal restante.
La culpa se encuentra en la misma esencia del conflicto que padece el Yo frente al Superyó; es
percibida por aquél y puede llegar a desencadenar una respuesta depresiva en el individuo. La depresión
es, pues, uno de los resultados de la culpa; es el estado en el que ha quedado el Yo como consecuencia
del conflicto.
Rubinfine sugiere extender al concepto de depresión una función similar a la descripta para la
angustia. Es decir, si la angustia puede funcionar como "señal de alarma" frente a ciertos peligros,
también la depresión -en ciertos casos- podría funcionar del mismo modo, o sea con una característica
de alarma, para dar ocasión o tiempo al Yo para prevenirse contra estados de depresión más severos y
profundos.
Agrega que existe un mecanismo depresivo específico que consiste en hacerse "malo", pero
cuidando de que el objeto siga siendo bueno de manera de conservar la esperanza de ser protegido por
él. En esta esperanza siempre existe la posibilidad de llegar a alcanzar algún grado de autoestima futura;
éste es el sueño al cual no se puede renunciar. Constituye una fantasía nuclear en el chico delincuente
para quien ser malo preserva la ilusión de que la madre volverá a amado cuando él se convierta en un
chico bueno; la delincuencia es, muy a menudo, una defensa contra depresiones muy severas.
Para E. Zetzel (13), en la depresión normal o neurótica, como en la señal de ansiedad, las
funciones de maduración del Yo están conservadas y solo hay disminución de la autoestima. En la
enfermedad depresiva, en cambio, como en la ansiedad primaria, hay una profunda regresión del Yo y
aparición de mecanismos arcaicos.
Nacht y Recamier (14) definen la depresión como un estado patológico de sufrimiento psíquico
consciente y de culpa, acompañado por una marcada reducción de los valores personales y una
disminución de la actividad psicomotora y orgánica, no referidas a deficiencia actual.
C.W. Scott (15) estudia la metapsicología de la depresión. Sugiere modificar el uso del término
ambivalencia por el de multivalencia, que indica que hay más de dos afectos implicados. Para él existiría
un conflicto entre un Yo total y continuo que ama, odia y sufre, y objetos externos e internos, totales y
continuos que aman, odian y sufren.
Bychowski (16) se refiere a las depresiones latentes y crónicas como dos formas de una misma
enfermedad: la depresión melancólica. La depresión latente designa una situación fronteriza donde la
misma depresión está borrada por una fachada de síntomas neuróticos y rasgos de carácter. Las
depresiones crónicas se caracterizan por un humor pesimista y un sentimiento de futilidad
probablemente psicótica; es la conciencia dolorosa de la impotencia del Yo frente a sus aspiraciones,
Para Lewin (17), el término depresión se aplica predominantemente a un conjunto que incluye
elementos como la agresión contra sí mismo, la regresión oral narcisista, la tensión entre el Yo y el
Superyó, etcétera, Se usa también para rotular un determinado padecimiento psiquiátrico. Se emplea,
además, para denotar un sentimiento elemental de tristeza que aparece incluso en las personas
normales. A su juicio, debe considerarse la depresión, al igual que la angustia, como una señal de
conflicto de la personalidad. Compara la depresión con el fenómeno del sueño en el cual el deseo
narcisista latente de seguir durmiendo sobre el pecho de la madre es impedido por la interferencia de
una tendencia; opuesta que procura despertar al individuo. El narcisismo de la regresión depresiva
también puede ser objeto de trastornos, El depresivo lucha por preservar su regresión narcisista y trata
a la admonición superyoica como el durmiente trata al estímulo que amenaza despertarlo.
Algunos autores destacan especialmente que la depresión es una reacción de emergencia frente a una
situación crítica por la que atraviesa el individuo. Si bien esto puede ser cierto, no caracteriza
suficientemente a la depresión, ya que la angustia es igualmente a una reacción de emergencia. Entre
los síntomas psíquicos y físicos que se manifiestan en todo cuadro depresivo, se han señalado principal-
mente los siguientes: tristeza, apatía, disminución en mayor o menor grado de la autoestima, sensación
de empobrecimiento o vaciamiento, desesperanza, escepticismo, sentimiento de culpa, autorreproche,
fatiga, debilidad, anorexia, insomnio, mareo, etc. A mi juicio, es necesario subrayar el grado de
impotencia y desesperanza que parece experimentar el Yo para superar la situación en que se
encuentra, recuperar al objeto y repararlo y repararse a sí mismo.
La mayor parte de los autores y psicoanalistas que se han ocupado de estos temas concuerdan
con las principales características asignadas a los estados depresivos, e incluso muchos de ellos postulan
una dinámica similar en su génesis y evolución. Pero las discrepancias aparecen cuando se trata de
precisar el origen o, mejor dicho, el momento de aparición de los sentimientos depresivos.
Ya hemos visto que M. Klein sostuvo en sus últimos trabajos que no se debía mantener una
delimitación demasiado estricta entre las dos posiciones esquizo-paranoide y depresiva que había
descripto; agregó entonces que algunos de los elementos de la etapa depresiva ya existen y se
manifiestan tempranamente durante el periodo anterior; entre ellos, el sentimiento depresivo y la culpa
aun frente a los objetos parciales. Según ella, hay momentos de integración, aunque fugaces,
prácticamente desde el comienzo de la vida.
Para Edith Jacobson (18), el problema central de la depresión parece ser el colapso narcisista del
deprimido, la pérdida de su autoestima, sus sentimientos de empobrecimiento y debilidad. Admite que,
en estos casos, el Superyó aparece en un estadio más temprano que el normal (con lo cual se acerca a
las ideas de M. Klein) y está dotado de la omnipotencia arcaica de las tempranas imágenes parentales.
Subraya la diferencia entre una imagen de padres desinflados y desvalorizados y otra de padres inflados,
buenos o malos y primitivos. Introduce el término de "representación del self" y el concepto de las
identificaciones psicóticas. Señala que el paciente melancólico se trata a sí mismo como si él fuera el
objeto malo.
Bibring (19) señala que la revisión de la literatura psicoanalítica sobre depresión muestra la
existencia de por lo menos dos tipos de depresión: una depresión simple, esencial, endógena o, ligera
con un cierto agotamiento de la energía del Yo, y un segundo tipo de depresión severa o melancólica
con la constelación típica de lesión narcisista, mecanismo oral de recompensación con la identificación y
el giro de la agresión del objeto hacia si mismo. Por otra parte, no está de acuerdo con que la depresión
está primariamente determinada por un conflicto entre el Yo por un lado, y el Ello, el Superyó o el medio
ambiente por el otro lado, sino que parte primariamente de la tensión dentro del Yo mismo, por un
conflicto sistémico interno. Define la depresión como "'el correlativo emocional de un colapso parcial o
completo de la autoestima del Yo, puesto que se siente incapaz de vivir a la altura de sus aspiraciones
(Yo ideal, Superyó) mientras éstas son fuertemente mantenidas". La depresión representa un estado
afectivo que indica un estado del Yo en términos de desamparo e inhibición de funciones. Aclara Bibring
la diferencia que existe, en su opinión, entre ansiedad y depresión. La primera implica una reacción ante
un peligro e indica el deseo del Yo de sobrevivir; en la depresión ocurre lo contrario, puesto que el Yo se
paraliza porque se encuentra incapaz de afrontar el peligro. Es un Yo que "se abandona a la muerte". Es
decir que Bibring define la depresión como un fenómeno del Yo, esencialmente independiente de las
vicisitudes de la agresión.
Eduardo Weiss (20), en 1926, observó la similitud entre depresión y paranoia y sugirió que si el
objeto introyectado persecutorio era proyectado al exterior resultaría la paranoia. De este modo un
conflicto melancólico podría transformarse en una verdadera paranoia. También planteó en sus trabajos
la idea de un núcleo temprano del Superyó. Además diferenció las depresiones neuróticas de las
depresiones melancólicas. En las primeras, cierta carga de libido es bloqueada y queda sin utilizar por
una fijación intensa con el objeto amado. En las depresiones melancólicas, el paciente ha perdido, en
mayor o menor grado, la capacidad de amarse a sí mismo; en realidad se odia.
Helen Deutsch (21) sugiere que por el mecanismo de proyección los pacientes depresivos se
quejan a menudo de ser maltratados y odiados. Cuando esta proyección se estabiliza, puede
configurarse un estado paranoico. Afirma por otra parte que la envidia del pene está en la base de todo
conflicto depresivo. Sostiene además que la falta de autoestima: está asociada con la identificación con
un objeto desvalorizado.
Bychowski (22) insiste sobre todo en la debilidad del Yo en los depresivos y considera que en
todos los pacientes deprimidos pueden observarse ideas paranoides.
Son pocos los autores que han postulado la existencia de un estado de depresión a partir del acto de
nacimiento. Racker (23) fue uno de los primeros en referirse a una experiencia depresiva tan precoz. En
su trabajo; describe una situación depresiva primaria y señala que, a su juicio, "... el primer fenómeno
en la sucesión de los acontecimientos bio-psicológicos no es el impulso sino la carencia que suele
originar displacer y angustia". Explica tal angustia como reacción del Yo frente a la percepción
(inconsciente) de que aquellos instintos erótico-destructivos que han tomado al organismo como
objeto, siguen obrando. La carencia oral, por ejemplo, sería vivenciada como ser comido o devorado. El
dolor que acompaña la vivencia del Yo dañado (independientemente del sentimiento hacia la imago del
objeto al que se atribuye el ataque), la tristeza y la desesperación por el desastre en si que el Yo ha sufrido,
sugiere llamarlo vivencia depresiva. La situación depresiva primaria designa la catástrofe en sí misma, la
vivencia de destrucción o el resultado de la persecución, y no la persecución propiamente dicha. Agrega,
sin embargo, que nunca puede observarse en plena realización (ya que es la muerte misma), pero sí,
frecuentemente, en realizaciones parciales (frustraciones, traumas, etc.). Para Racker, la envidia, los
celos y la avidez y la agresión contenida en ellos son precedidos por estados que son vividos como
situaciones depresivo-paranoides primarias. Destaca que el dolor que siente el sujeto por el objeto
destruido sólo se concibe en base a una identificación (empatía) con el mismo, pero ésta presupone la
proyección de una vivencia en la que el sujeto mismo se ha sentido destruido, es decir, presupone la
"situación depresiva primaria".
E. Pichon-Riviere (24) ha planteado, por su parte, que las neurosis y psicosis están centradas
alrededor de la génesis y estructura de una situación depresiva primaria. Para él, ésta sería, la "enfer-
medad única"; todas las demás configuran estructuras que son tentativas que hace el Yo para
deshacerse de esta situación depresiva básica. Si es proyectada en el cuerpo, se configura la segunda
estructura, que es la hipocondríaca. La tercera estructura, es la paranoide, en la que la proyección se
realiza en el exterior. Afirma entonces que, "mientras el melancólico es perseguido por su conciencia, y
hipocondríaco por sus órganos, el paranoide lo es por sus enemigos externos proyectados", Pichon-
Riviere señala que la respuesta depresiva debe ser considerada corno pauta total de conducta frente a
situaciones de frustración, pérdida y privación, teniendo además carácter unitario en su aparición,
estructura y función. Agrega que se encuentran situaciones depresivas en la infancia, en el desarrollo de
toda enfermedad mental y durante el proceso terapéutico. Por el intenso sufrimiento a que dan lugar,
condicionan regresión a etapas anteriores con incremento de la ansiedad paranoide, y de los
mecanismos de disociación.
Pastrana y Matilde W. de Rascovsky (25) señalaron también la existencia de una depresión básica
consecutiva al nacimiento pero referida primordialmente a la pérdida del objeto interno.
Arnaldo Rascovsky, (26) en sus estudios sobre el psiquismo fetal, ha aportado interesantes ideas
acerca de la dinámica y evolución del Yo, desde sus características fetales hasta las adquiridas después
del nacimiento, que arrojan luz sobre el concepto de la depresión primaria. El incremento del instinto de
muerte en el instante del nacimiento es uno de los puntos importantes de su teoría, que se ensambla
con el punto de partida de la concepción kleiniana. Para él, "durante el periodo embrionario-fetal el
instinto de muerte se satisface y agota en su actuación sobre el 'suministro umbilical''' metabolizando
sus productos, situación que se interrumpe en el acto del nacimiento.
Por mi parte, desearía insistir especialmente sobre el hecho de que, en mi opinión, el trauma-de
nacimiento, cuya influencia en el curso ulterior de la vida no puede subestimarse, no solo provoca la
emergencia de ansiedades persecutorias y de una culpa precoz referida primariamente al self y dotada
de una calidad intensamente persecutoria, sino que da lugar en forma simultánea a la aparición de
sentimientos depresivos relacionados con la vivencia de pérdida o daño sufrido por el self, así como
también por el objeto. Ya he mencionado anteriormente que el sentimiento depresivo no solo corres-
ponde a la vivencia de pérdida representada por la separación de la madre en el acto de nacimiento
(ruptura del cordón umbilical), sino además al efecto que inconscientemente representa para el Yo la
pérdida de partes propias, entre las que se encuentran incluidas las membranas fetales, el cordón
umbilical, el suministro nutricio y, en última instancia, la madre misma.
La postulación de la emergencia de una depresión primaria puede provocar la objeción de que el
self no se encuentra suficientemente integrado, ni con la capacidad necesaria para experimentar dicha
depresión en el comienzo de la vida. Quisiera aclarar, sin embargo, que se trata de un sentimiento
depresivo rudimentario que no puede ser equiparado, naturalmente, ni en calidad ni en intensidad, al
sentimiento depresivo característico de la "posición depresiva" y consistente en la "integración del amor
y el odio hacia un objeto total". Pero tengo la convicción de que si hay un Yo precoz capaz de percibir y
experimentar la angustia ante, la actuación del instinto de muerte, un Yo capaz de movilizar libido
contra esta amenaza o bien proyectar y derivar la destrucción hacia afuera, y un Yo capaz de poner en
funcionamiento mecanismos defensivos primarios, también debe haber un Yo capaz de sentir cierto
grado de depresión, aun rudimentario, frente al daño, pérdida o dolor sufrido por el self o por el objeto.
Por lo tanto, concuerdo con los autores que, como Racker, describen una situación depresiva
que, a mi juicio, coexistirá con una situación persecutoria primaria.
Es precisamente esta situación persecutoria-depresiva primaria, en la que intervienen
sentimientos de angustia y de temor, junto con los sentimientos de desesperación, dolor y cierta pena
por la vivencia de daño que han sufrido principalmente el Yo y el objeto, lo que condiciona la aparición
de la culpa persecutoria.
A medida que el instinto de vida se afirma, se va produciendo el fortalecimiento del Yo con una
creciente capacidad para la integración y la síntesis, tal como lo señalo Melanie Klein, alcanzándose así
el estadio de la posición depresiva. Considero que la intervención del instinto de vida en un proporción
cada vez mayor, tal como ocurre durante una evolución normal, determina una real transformación del
sentimiento de culpa, operándose una sustitución de sus componentes persecutorios por los depresivos
con las características descriptas por M. Klein y correspondientes a la culpa de la posición depresiva.
Naturalmente, esta transformación se realiza en forma gradual y progresiva y nunca llega a ser
completa. Siempre quedan remanentes de culpa persecutoria que, en circunstancias traumáticas, como
lo es toda pérdida, se reactivan o incrementan llegando a dominar, a veces, todo el cuadro de los micro
o macro-duelos, como veremos luego.

CITAS

1. Freud, S.: "Inhibición, síntoma y angustia", Obras completas. Buenos Aires, Rueda, 1953.

2. J. Lacan ("La elección de objeto y las estructuras freudianas", Rev. Uruguaya de Psicoanálisis, Xl, 2, 1969) se
refiere a la angustia de castración señalando que el padre es, por derecho, poseedor de la madre con un
pene suficiente mientras que el instrumento del niño está mal asimilado y es insuficiente. Pero el
complejo de castración sólo puede vivirse si el padre real juega verdaderamente el juego.
Lacan postula la consideración de un cuarto personaje en la situación edípica que se introduce a través
del padre y consiste en la función ("nombre") paterna, que es algo así como la estructura o el código
simbólico social que regula y da sentido tanto a la relación del niño con la madre como a la de ésta con el
padre. Para Lacan, esta estructura social codificada de conductas sería el "falo" que debe ser diferenciado
del "pene".

3. Freud, S.: "Inhibición, síntoma y angustia", ob. cit.

4. M. Klein: "Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa", ob. cit.

5. M. Klein: "Sobre la teoría de la ansiedad y la culpa", ob. cit.

6. Ostow, M.: "The Psychic Function of Depression: a Study in Energetícs”.


The Psycho-Anal. Quarterly, XXIX, 3, pág. 355, 1960.

7. Schur, M.: "The Ego and the Id in Anxiety". Resumido en The Psych-Anal. Quarterly, XXVIII, 1, pág. 141, 1959.

8. Waldhorn, H. F.: "Assessment of Analysibility: Technical and Theoretical Observations". The Psych-Anal.
Quarterly, XXIX, 4, pág. 478, 1900.

9. Engel, G. L.: "Anxiety and Depression-Withdrawal: the primary affects of unpleasure". The Psych-Anal, XLIII,
2-3, 1962.

10. Estos conceptos han sido resumidos de J. Wahl: Las filosofías de la existencia. Barcelona, Vergara, 1956, y de
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11. Freud, S.; "El malestar en la cultura", Obras completos. Buenos Aires, Rueda, 1953.
12. Rubinfine, D.: "Notes on a theory on depression: The Psych-Anal. Quarterly, XXXVII, 3, 1968

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14. Nacht, S., y Recamier, P. C.: "Symposium on 'Depressive illness "Int. J. The Psych-Anal XLI, págs. 4-5, 1960

15. Scott, C. W.: "Symposium on 'Depressive Illness' ". Int. J. Psych-Anal.XLI, pág 4-5, 1960

16. Bychowski, G.: "Symposium on 'Depressive illness' ". Int. J. Psych-Anal. XLI, págs. 4-5, 1960.

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22. Bychowski, G.: Psychotherapy of Psychosis. Nueva York, Crune & Strat- ton, 1052.

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26. Rascovsky, A.: El psiquismo fetal, ob. cit.

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