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SAN ANSELMO

(I033 – II09)

VIDA
Lombardo de origen, de una familia noble cuyos dominios se sitúan en el Valle de
Aosta, Anselmo fue un niño frágil. Su padre, Gandolfo, a la sazón muy mundano, más
tarde se haría monje. Su madre, Ermemberge, cristiana ejemplar, se encargó de la
primera educación de su hijo. Siendo todavía muy niño, éste buscaba ya a Dios, a su
manera ingenua: “Estando en medio de montañas, escribe su biógrafo Eadmero,
observó que el cielo descansaba sobre sus crestas, e imaginó que alcanzando sus cimas
entraría en el Cielo, morada de Dios. Tanto que una noche soñó que había visto los
esplendores de la celestial morada y que comió en la Mesa del Señor”.
La inteligente solicitud de su madre defícilmente logró mantener el equilibrio entre una
alma ardiente y un cuerpo delicado. Siendo precarios los resultados y a punto de ser
aniquilados por la brutalidad de un preceptor, el muchacho rozó la neurastenia.
Pequeño oblato en la Abadía benedictina de Aosta, parece querer sobreponerse.
Teniendo él l5 años, la feroz oposoción de su padre a su vocación religiosa naciente
provocava una nueva crisis.
Para distraerlo se le envía a Borgoña y a Francia. Se espera que podrá allí proseguir
sus estudios y ¿quién sabe? . . . quizá tambión dejarse ganar por alguna ambición
humana que disipe sus sueños de vida religiosa.
Discípulo de Lanfranco, al cual lo une nuy pronto una veneración completamente filial,
el joven Anselmo no duda en seguirlo hasta Normandía, a la Abadía del Bec, donde
prosigue sus estudios. . . Pero ¿con qué objeto? Con la ayuda del ambiente, las
aspiraciones a la vida religiosa se han despertado, mezcladas todavía con perspectivas
humanas. ¿Hacerse monje? Sí, pero ¿en qué abadía? “Entre yo en Cluny o en el Bec, el
tiempo que he consagrado al estudio de las letras será perdido; porque en Cluny no hay
estudios, y en el Bec el lugar está ocupado por Lanfraanco. . . Yo no estaba todavía
rendido ----confesaba él más tarde----; aún no tenía yo el desprecio del mundo. . . Así es
que ¿el querer se monje es ambicionar los honores, la estima? Lejos de mí tal gloria.
Seré monje donde no cuente yo para nada, para agradar a Dios solo. . . En el Bec será
mi reposo; allí será mi consuelo y mi satisfacción el continuo pensar en Dios, su amor
será el objeto de mi contemplación”.
Tiene él 27 años cuando se hace monje benedictino. Su superioridad intelectual y su
virtud se imponen a tal grado que al llegar precisamente a los 30 años es nombrado
Prior del monasterio, sucediendo a su propio maestro Lasfranco, que ha venido a ser
Abad de San Esteban de Caen. Luego, en l078, a la muerte de Herluin, fundador de
Bec, Anselmo es elegido Abad.
A pesar de múltiples actividades que en esta época le quitan el tiempo al jefe de una
poderosa Abadía ----administración de sus dominios, recepción de personalidades
laicas y eclesiásticas, visita de sus prioratos, de los que algunos son tan lejanos que se
encuentran hasta en Inglaterra----, Anselmosigue siendo el gran contemplativo que, no
contento con mantener perpetuamente la unión con Dios, bosqueja y prosigue las obras
de doctrina que harán de él el “Doctor Mgnífico”.
Una noche, sin dormir, se planteaba la cuestión de saber cómo podrían tener los
profetas un conocimiento presente del pasado y del porvenir. Cuando repentinamente
vio que al son de la campana los monjes se levantaban y cada uno cumplía su oficio:
unos encendían los cirios, otros preparaban el altar y cantaban Maitines. Se dijo
entonces que tan sencillo como eso era para Dios el iluminar a los profetas y poner sus
palabras en sus labios.
Así quería él resolver las cuestiones oscuras, y hacerlo con argumentos tal claros, que
parecieran irrefutables.
Escrito estaba que Anselmo seguiría las huellas de Lanfranco. Elevado éste a la sede
primacial de Cantorbery, había muerto en l089. Durante un viaje a Inglaterra,
Anselmo, a pesar de sus repugnancias y de sus protestas, fue obligado por el Rey
Guillermo el Rojo (hijo del Conquistador) a aceptar la difícil secesión (año de l093.
“Una pobre pequeñita oveja uncida al yugo con un toro indómito”.
El príncipe es un astuto y un rapaz que bajo el pretexto de las investiduras sueña ni
más ni menos que con “nacionalizar” a la Iglesia de Inglaterra, a fin de explotarla más
fácilmente. Abrumado por esta mala fe, descorazonado por la política demasiado
huidiza del Papa Urbano ll, el Arzobispo ca a Roma a presentar su renuncia y obtener
el permiso de volver sin más a su monasterio (año l097). Se le niega la autorización, y
sin embargo la vida en Cantorbery se le ha vuelto imposible. Si exilio semivoluntario le
permite asistir al concilio de Bari. en El año de ll00, después de la muerte de Guillermo
el Rijo y a invitación apremiante de su sucesor Enrique Beauclerc, Anselmo consiente
en volver a su puesto.
La paz iba a ser de corta duración. Menos brutal que su hermano, el nuevo Rey era
igualmente autoritario. Por otra parte, el Papa Pascual ll endurecía la posición de la
Iglesia a propósito de las investiduras. Situación insostenible: Anselmo emprende una
segunda vez el camino del exilio. Pero el Rey se inquieta, envía mensajeros a Roma,
luego a Lyon, para entablar pláticas con el Arzobispo fugitivo. Finalmente, en la
Abadía del Bec se concluyó un acuerdo, según el cual “el Obispo no podrá recibir la
investidura por la cruz y el anillo de manos de un laico, pero, en cambio, previamente a
la consagración episcopal, deberá prestar juramento de vasallaje al Rey por todos sus
feudos” (año ll06).
Su última reflxión, al final de su vida, da una idea exacta de hasta qué punto el monje
arzobispo era un apasionado de las investigaciones filosóficas y teológicas. Paralítico
desde hacía varios meses, estaba verdaderamente moribundo el domingo de Ramos del
año ll09. Los discípulos que lo rodeaban quisieron sugerirle un pensamiento de
esperanza: “Señor y Padre ----le dijo uno de ellos----, estamos viendo que os vais de
este mundo, y que festejaréis la Pascua en la corte de Vuestro Divino Maestro”. “Si tal
es su voluntad ---respondió él--- de buena gana me someto a ella. Pero si El quisiera
dejarme todavía entre vosotros, para permitirme esclarecer la cuestión que estoy
investigando, la de los orígenes del alma, yo lo aceptaría con gratitud; porque no sé
sidespués de mí pueda alguien llegar a esclarecerla”.
Ya sea que el Señor quisiera dejar la cuestión entera, ya sea que le reservara a otro el
proporcionar la solución, llamó a su servidor el miércoles de la Semana Santa, 2l de
abril de ll09. Tenía él 76 años.
Fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Clemente Xl, en l720.

OBRAS
La obra doctrinaria de San Anselmo no nos ha llegado entera por la razón de que fue
mutilad en vida suya y por su propia determinación. El mismo destruía lo que no le
parecía satisfactorio. Humildad y anehelo de perfección que honran a un autor: no es
común tanta decisión para limpiar lo propio.
Pero no es de felicitarnos el hecho de que hayan sido destruidos escritos que, aunque
imperfectos a los ojos del santo, podrían haber sido instructivos y edificantes para la
posteridad.
Desde sus principios, Anselmo es discípulo de Aristóteles en su “De grammatico”,
escrito “para quienes desearen iniciarse en la dialéctica”.
El teólogo aparece en el “Monologion”,extensa meditación sobre la esencia divina.
Dos partes dejan presentir la división que llegará a ser clásica en los manuales: “De
Deo uno; de Deo Trino”. Y la noción de “Verbo” se introduce allí atrevidamente sobre
todo en el sentido de “Verbo Creador”. Palabra todopoderosa que produce los seres. El
“Proslogion” enuncia el famiso argumento llamado tradicionalmente “argumento de
San Anselmo” o “argumento Ontológico” sobre la existencia de Dios: argumento que
provicó desde su aparición un vigoroso ataque de Gaunilon, monje de Marmoutiers, y
que sescita siempre debates en los tratados y en las facultades de teología.
San Anselmo simo habla de él como de una especie de inspiración: “Después de haber
escrito el Monologion ----dice----, viendo que había allí toda cadena de razonamientos,
me puse a unvestigar si no habría un argumento único que, sin exigir otra prueba que
él mismo, bastara por sí solo para establecer que Dios existe y que El es el soberano
Bien, sin necesidad de ninguno otro, y de quien todo lo demás necesita para existir y
para ser un bien, y en fin, todo lo que creemos de la naturaleza divina. A llo volvía sin
cesar mi pensamiento, y en ello se detenía con fervor; a veces me parecía que ya iba yo
a encontrar lo que buscaba; para luego alejarse de la visión de mi mente. Fatigado de
la lucha, decidía renunciar a una búsqueda sin esperanza. Pero en vano trataba yo de
ahuyentar un pensamiento que ocupando inútilmente mi espíritu, me apartaba de otras
materias más provechosas: mientras más resistía yo y reaccionaba, más importuno y
obsesivo se me haacía. Así es que un día que me agotaba yo rechazándolo, dentro de la
lucha misma de mis ideas, se me presentó lo que yo ya no esperaba y que acogí como la
bienvenida idea que me esforzaba por alejar” (Proslogion, prefacio).
Luego viene el motivo que provoca el argumento: “Yo no pretendo, Señor, penetrar
vuestras profundidades: están muy por encima de mi inteligencia. Pero yo quisiera
comprender algo de nuestra Verdad que mi corazón cree y ama. Porque yo no trato de
comprender para creer, sino que creo para comprender. Más todavía: creo que si yo no
creyera primeramente, nada comprendería”.
En seguida una cinmovedora oración: “Señor, Vos que dais a la Fe la inteligencia,
concedeme, en la medida en que sepáis que sea útil, el comprender que Vos existís,
como lo creemos, y que sois lo que creemos”.
En fin, el argumento propiamente dicho: “Creemos que Sois un Ser tal que no puede
ser concebido otro mayor. El insensato mismo, cuando declara que ‘no hay Dios’ puede
tener en la mente la idea de un ser tal que ninguno otro le exceda; pero no cree que ese
ser exista realmente. Porque una cosa es concebir mentalmente un ser, y otra es pensar
que ese ser exista: así, cuando el artista concibe la obra que va a ejecutar, la tiene ya
en su pensamiento, pero no piensa que ya estí, cuando el artista concibe la obra que va
a ejecutar, la tiene ya en su pensamiento, pero no piensa que ya esté hecha; cuando ella
es realizada, al contrario, la tiene siempre en su mente, pero al mismo tiempo sabe que
existe ella realmente. Por lo tanto, el insensato dice reconocer, también él, que hay, al
menos en el pensamiento, un ser tal que no se pueda concebir nada mayor. Pero un ser
tal que no se pueda concebir nada mayor no puede existir tan sólo en el pensamiento,
porque entonces se podría concebir un ser mayor que él, esto es, un ser mayor que
todos y que sí existe realmente.
Y la conclusión: “Sí, Dios existe tan verdaderamente que ni siquiera se puede concebir
que no exista; porque Aquel cuya existencia no se puede negar es mayor que aquel de
quien se puede pensar que no existe. Y si no correspondiera a un ser real, la idea que se
tendría de un Ser mayor que todos sería falsa y contradictoria. Y un ser tal que no se
puede concebir nada mayor sois Vos, Señor, nuestro Dios. Así es que Vos sois, señor y
Dios mío, y tan verdaderamente que ni siquiera se puede concebir que no existáis”
(Proslogios, cap. ll).
Este argumento se funda en la perfección de Dios, tal como la Fe la revela, tal como la
razón misma puede darse una idea de ella. Dios no puede ser concebido sino como el
Ser infinito, por lo tanto absolutamente perfecto, al que nada le falta. Ahora bien, la
existencia es una perfección; aun es la condición de todas las otras. Un ser al que le
faltara la existencia estaría privado en realidad de todas las demás perfecciones. Si no
existiera sino en el pensamiento, se podría concebir un ser superior a El; esto es, un ser
existente realmente, un ser objetivo y ya no subjetivo solamente. Así es que la
perfección absoluta inherente a la idea de Dios implica en primer lugar su existencia
real.
Para su inventor el argumento es no solamente irrefutable sino apodíctico: “Se basta a
sí mismo y dispensa de cualquiera otro para demostrar la existencia de Dios.
Solamente ‘el insensato’ puede negarse a admitirlo”.
Se debe confesar que es impresionante.
Eminentes teólogos de la Edad Media ----Alejandro de Hales, San Buenaventura, Duns
Escoto---- registraron el argumento sin discutirlo, aun sin tomarse el trabajo de
analizarlo. Pertenecía al número de argumentos de autoridad ---“magister dixit”---:
tan grande era, en esa época, el prestigio de San anselmo. El único que se permite
criticarlo es Santo Tomás de Aquino (De Veritate, q. X, art. l2; Suma teol., 7, 8, ll, art. l
ad 2m).
Más tarde, Descartes intentaba descubrir el verdadero pensamiento del Abad del Bec,
aunque laicizándolo de cierta manera:
“Lo que concebimos claramente y distintamente como perteneciente a la naturaleza de
una cosa puede ser afirmado como una verdad de esta cosa. Ahora bien, después de
haber investigado qué es Dios, concebimos claramente y distintamente que pertenece a
su naturaleza el existir. Por lo tanto, podemos afirmar con verdad que Dios existe”
(Discurso del Método, 4a parte).
Leibniz toma a su vez el argumento; pero hallándolo insuficiente, trata de completarlo
con sus propios trabajos que pueden resumirse en su famoso silogismo: “El Ser
necesario, si es posible, existe; ahora bien, El es posible; luego existe”.
Sin embargo, el argumento ontológico, llamado así porque pasa de la idea al ser, si en
él se reflexiona, entraña una falta muy grave: ésta consiste en su carácter distintivo
mismo, el ontologismo. Esta es la gran objeción que le hacen sus adversarios: “¿Del
análisis de la idea encasillada se pueden concluir la existencia del objeto pensado?” O
en otros términos: ¿Basta pensar en una cosa para estar uno seguro de que ésta existe
realmente?’
Esto sería negar la posibilidad de la ilusión.
Antes que nadie, Gaunilon se hizo el “abogado de los insensatos”1 : “De la idea que
tenemos del Ser más grande de todos no podemos concluir ----dice él---- su existencia”.
Dicho de otra manera, no podemos con tanta facilidad y sin transición pasar del
dominio subjetivo, hasta hacerlos casi coincidir. Porque si el espíritu humano es apto
para conocer las realidades existentes, ¿quién no sabe que también es capaz de forjar
quimeras?
Es cierto que Anselmo, en su respuesta, le reprocha a su contradictor el no colocarse en
el mismo plano que él. El punto débil del argumento no debía haberse escapado a tan
poderosa mente, ya enamorada, además, de la lógica de Aristóteles.
¿Cuál es pues el plano del Santo Doctor? ¿Será posible unírsele y descubrir ciertas
sutilezas geniales o ciertos esclarecimientos divinos que le darían a su argumento un
auténtico valor?
El plano sobre el cual construye su sistema San anselmo es un plano superior al de la
razón y la filodofía: es el de la fe. Lo explica él mismo en una frase de su libro:
“Comprendo (Señor) bajo el efecto de vuestra luz, a tal grado que si yo no quisiera
creer en vuestra existencia, no podría dejar de comprenderla” (Proslogios, lV).
Evidentemente la iluminación de la Fe revela a Dios simultáneamente existente y
dotado de todas las perfecciones: estas dos nociones, aunque distintas, son
inseparables. No es posible que Dios exista y no sea infinitamente perfecto: dicho de
otra manera, ya no sería Dios.
Por otra parte, siendo la Fe un conocimiento inculcado por Dios y no una construcción
de la mente humana, es un conocimiento objetivo que descansa sobre lo real: ese real y
tal objeto no es otra cosa que el verdadero Dios.
“Bajo el efecto de vuestra Luz” . . . ¿no puede entenderse esto también de todas las
primeras verdades que Dios se digna dispensarnos a los hombres aun fuera de la Fe
sobrenatural propiamente dicha, o anteriormente a ella? Ya en el orden natural ¿no es
Dios quien por su Providencia pone en ejercicio la inteligencia humana así como
acciona a todas las creaturas? Ahora bien, si Dios, no contento con promover el acto
de conocimiento natural, se digna esclarecer la inteligencia humana con una claridad
suplementaria, esta verdad comunicada por Dios es más cierta que todas las conquistas
por el ejercicio natural de las facultades. Consiguientemente, suponiendo que la idea
de un Ser infinitamente grande y perfecto no sea una simple lucubración del espíritu
humano, sino que viene de Dios, no podría ser errónea. Es cierto, por lo demás, que la
noción de existencia está incluida en la idea de grandeza y de perfección, siendo la
inexistencia la peor de las imperfecciones, puesto que reduce las mejores cosas al
estado de abstracción. Por lo mismo, si la idea del Ser soberanamente perfecto es
verdaderamente de inspiración divina, equivale a una revelación de la existencia de
Dios.
Pero nadie puede afirmar haber captado el pensamiento de San Anselmo, heber
discernido su intención inicial y seguido sus meandros.¿Quiso aportar con su
argumento una prueba de la existencia de Dios, una prueba racional, previa a la Fe? O
bien, al contrario, ¿no enunció sino una verdad de la Fe de tal manera segura que le
parecía indiscutible? O también ¿no se trata seno de una exposición del modo de Ser
divino más que de una demostración de la existencia de Dios?
Graves autores contemporáneos se confiesan tan embarazados como los antiguos para
contestar estas preguntas (Cf. Gilson. Sens et nature de l’argument de S. Andelme,
Archivos de Historia doctrinal y literaria de la Edad Media). Fervientes partidarios, no
contentos con adherirse al argumento de San Anselmo, lo desenvuelven además. Como
el P. Auriault, antiguo profesor del Instituto Católico de París: “De la idea de Ser
infinito se deduce rectamente la existencia del Ser infinito. Porque si el objetode esta
idea no existe en el orden real, la idea misma perece. En efecto, ¿qué es, respecto al
alma, ese Ser infinito sino el Ser que tiene en sí todas las perfecciones, y por lo tanto la
existencia, o mejor todavía la necesidad de existir, el Ser cuya esencia es el existir? Así
es que excluye toda posibilidad de recibir de otro su Ser; y si hay alguna cosa quele sea
esencial, es justamente la necesidad y la independencia. Ahora bien, un Ser
independiente, nesesario, que posea en su esencia misma, y por su sola esencia, la
existencia, existe evidentemente en el orden real. Porque si no existe, no hay sino una
razón: que él es imposible, un ser de sueño, una quimera. Ahora bien, el Ser infinito, el
Ser más perfecto, es al contrario el término supremo del pensamiento; solamente allí
reposa éste. Se le aparece como el más posible de todos los seres, el primero posible
como el primero pensable.
“¿Cómo dudar de la posibilidad intrínseca de un Ser en que no haya más que el Ser?
¿Qué contradicción podría haber allí, qué choque de cualidades, donde no hay sino
una sola nota: el Ser puro? Pero, si El es posible, es: Porque aquí la existencia ideal
extraña la existencia real; y si no se da la existencia real, la existencia ideal no puede
ser. . . Así es que razonablemente no se puede dudar del valor del argumento. ¿Se podrá
discutir solamente para saber en qué lugar hay que ponerlo en la serie de las pruebas
de la existencia de Dios, o bien, si no se posee esta idea por pruebas que demuestren
por sí mismas la existencia del Ser infinito? Pero esto no impide que el argumento que
parte de la sola idea, haciendo abstracción del modo por el cual hemos llegado a ella,
sea válido y útil. En resumen: en la cima de nuestra nuestras concepciones está el Ser
perfecto, el Ser que tiene por sí mismo su existencia. Luego este Ser existe, porque si no
existiera no rería El que está en lo más alto de todas nuestras concepciones” (P.
Auriault).
Por el contrario, las objeciones insisten: una existencia ideal no supone
necesariamente una existencia real. Que el hombre conciba a Dios como existente, sea;
pero eso no prueba que tal concepto corresponda a una realidad. Concebimos una idea
de Dios, sí; pero esto no quiere decir que concibamos a Dios mismo. Esa idea puede
ser facticia, un simple juego de la mente. A lo sumo esa concepción permitiría
considerar a Dios como posible.
Sea lo que sea, estando demostrada la existencia de Dios de otras maneras (las cinco
vías de Santo Tomás de Aquino), el argumento de San Anselmo, conforme a la intención
primordial de su autor, avuda a mejor comprender la infinita perfección de “El que
Es”.
Conocido especialmente por este famoso “argumento” y los debates que ha provocado,
sin embargo, es por otras obras de una amplitud y de una elevación notables por las
que San Anselmo ha merecido el epíteto de “Doctor Magnífico”.
“La Epístola sobre la Encarnación” es una especie de introducción al libro ¿Por qué
el Dios-Hombre?, que el obispo de Cantorbery dedicara al Papa Urbano ll. Pero la
introducción misma es un verdadero tratado, dogmático y apologético a la vez. Allí
refuta el autor la doctrina de Roselino que sostenía que las tres Personas divinas son
como tres almas. Combatiendo al adversario en su propio terreno y con sus propias
armas, más por la dialéctica que por los textos escriturarios o los argumentos de
autoridad, delimita Anselmo las nociones de naturaleza y de persona, para establecer
el doble dogma de la Unidad y de la Trinidad en Dios. La importancia dada a esta
cuestión ha llevado a ciertos compiladores a modificar el título de la obra: en lugar de
“Epístola sobre la Encarnación” la han llamado “De la Fe en la Trinidad”. Sin
embargo, se trata ciertamente de la Encarnación al término de la obra. El autor no
habla de la distinción de las Personas sino para mejor demostrar cómo el Verbo, El
solo pudo encarnarse, y cómo la Encarnación se efectuó por la unidad de Persona, no
por la unidad de naturaleza. Este libro de San Anselmo fue estudiado y aprovechado en
el Concilio de Bari, en l098.
“La procesión del Espíritu Santo” sigue la Epístola sobre la Encarnación. Exponiendo
claramente la doctrina católica sobre este punto, a saber, que la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, procede a la vez del Padre y del Hijo, Anselmo es
llevado muy naturalmente a tratar sobre el conflicto que había opuesto ya tan
violentamente a los griegos contra los latinos, conflicto conocido en la historia con el
nombre de querella del “Filioque”, porque éstos querían mantener y aquéllos suprimir
esta palabra en Símbolo de Nicea: “(Credo) y en el Espíritu Santo Señor y vivificador
que del Padre y del Hijo procede”. Lealmente, el autor subraya la unidad de la Fe
realizada desde entonces entre los antagonistas.
“¿Por qué un Dios-Hombre?” anunciado y preparadao por “La Epístola sobre la
Encarnación” se divide en dos partes. La primera tiene en cuenta sobre todo a los
incrédulos y les muestra la necesidad de la Encarnación, vista la imposibilidad en que
está el mundo de salvarse sin Cristo. Exigiendo la Justicia de Dios una satisfacción
infinita, y no pudiendo ofrecerla ninguna creatura, se necesitaba un Dios-Hombre. La
segunda parte les recuerda a los creyentes que en su Fe en la Persona y en la acción de
Cristo nada es superfluo, sino todo indispensable para la conquista de su supremo fin,
la eterna bienaventuranza. En el estudio de los motivos de la Encarnación, San
Anselmotuvo buen cuidado de descartar los pretendidos derechos del demonio sobre la
humanidad, que algunos habían creído tener que reconocer por anticipado, como si
Cristo, al rescatar a los hombres, tuviese que pagar su rescate a Satanás, a fin de
indemnizarlo por el despojo que se infligía. El demonio no tenía verdaderos derechos
sobre la humanidad: aunque los hombres se habían entregado entre sus manos, por
error y desidia, no le había conferido por eso mismo una autoridad legítima sobre
ellos: su título de “príncipe del mundo” no era sino usurpado; consiguientemente no
tenía que reivindicar ningún pago cuando se le quitaran sus esclavos (Cf. J. Rivière, Le
dogme de la Redemption au début du Moyen âge, Vrin, l934).
“La concepción virginal y el pecado original”. Historia del primer pecado de la
humanidad y de sus repercusiones sobre toda la especie humana, hasta la tranmisión,
no solamente de las consecuencias y de las penas que de aquél se desprenden, sino de
la falta misma, que hace que el género humano en su conjunto sea no tanto castigado y
desdichado cuanto verdaderamente culpable y pecador. Sólo Cristo, por haber nacido
de una Virgen, escapa del castigo del pecado original. En cuanto a la Virgen María
misma, si San anselmo no enseña explícitamente su Inmaculada Concepción, sin
embargo la pone aparte de las demás creaturas: “Convenía que la Virgen brillase con
una pureza tal que no se pueda concebir nada semejante, fuera de la de Dios” (De la
Concepción Virginal, cap. l8).
“Consonancia de la presciencia y de la predestinación”, y luego “De la Gracia divina
con la libertad humana”. “En la inocencia de la seguridad de la Fe, dice Barbey
d’Aurevilly, Anselmo planteaba los problemas que la Matafísica agita desde que existe
sin jamás resolverlos”.
El moralista se revela en tres trataados conexos, redactados en forma de diálogo entre
maestro y discípulo: “De la Verdad”, “Del libre albedrío”, “De la caída del Diablo”.
El tema dominante es la rectitud de la voluntad, en el ejercicio del libre albedrío, en las
relaciones con la Verdad y la Justicia. “Hay una suprema Verdad subsistente. . .; y no
se puede hablar de la Verdad de una cosa sino en la medida en que concuerda con la
Verdad primera”. En cuanto al libre albedrío, “No es, como a menudo se cree, la
libertad de hacer el mal, sino la facultad de mantener la voluntad en el bien”. En fin, la
caída del diablo es la explicación del origen del mal: un abuso que Lucifer hizo de su
libre albedrío y las consecuencias que de ello se desprenden.
Estos tres libros se reparten el estudio minucioso de esos difíciles problemas, siempre
renacientes, en los cuales, en cada generación, creen encontrar los hombres objeciones
nuevas e irrefutables contra la acción y la sabiduría de la Providencia.
Las soluciones propuestas pos San anselmo habían de servir de base a la teología
moral de la época escolástica, y siempre son válidas. Más que un curso completo de
teología, lo que se halla en San Anselmo son sublimes apreciaciones que enriquecen y
aligeran la sequedad de los tratados (Cf. Baudry, Archives d’histoire doctrinale et
littéraire au Moyen âge [Vrin, l940]: “La prescience divine chez S. Anselme”).
A estas obras didácticas se agregan una gran cantidad de textos espirituales y de
sintencias, luego una abundante correspondencia enla que aparece, más que la
virtuosidad del genio, el alma del Santo.
Las “Meditaciones” de San Anselmo han sido comparadas ora a las “Confesiones” o a
los “Soliloquios” de San Agustín, ora a las “Elevaciones” de Santa Teresa. En efecto,
es estos tres autores la especulación intelectual vaa de consumo con los arranques del
corazón; las ideas que llenan la mente del pensador dirigente y alimentan las efusiones
del sacerdote y del monje. Una muestra en este solo rasgo en su onceava Meditación
sobre la Redención humana: “Señor, os lo suplico, hacedme gustar por amor lo que
gusto por el conocimiento; que sienta con el corazón lo que siento con la inteligencia”.
Entre sus numerosas epístolas algunas tienen la amplitud de verdaderos Opúsculos.
Pero aunque fuesen simples cartas de dirección dirigidas a particulares, proporcionan
siempre luz y animación. Este intelectual de atrevidos vuelos es ante todo un monje
benedictino, un contemplativo. Aunque escribe para esclarecer y convencer a los
“espíritus que investigan”, se propone todavía más “elevar a los que ya han hallado”.
Quisiera darles lo que él mismo llama “la inteligencia de la Fe”, una visión más clara
de las grandes Verdades reveladas, una comprensión que gradualmente se acerque a la
visión beatífica.
Un encantoparticular se desprende todavía ahora de sus escritos como antiguamente
de su persona.
Con una simplicidad exquisita, señal de la verdadera humildad que sabe estimar en sí
las ventajas de la naturaleza y de la Gracia como otros tantos dones gratuitos de la
Providencia a la que le corresponde toda gloria, San Anselmo tenía conciencia de ser
simpático y atractivo: “Cuantas gentes de bien me han conocido me han querido; y
más me han querido las que más íntimamente me han conocido”. “Casi todos, les
escribía a sus monjes, habéis venido al Bec por mí. Sin embargo, ni uno solo se ha
hecho monje por mi causa”. Esta amabilidad se encuentra también en su estilo,
siemprecuidado y directo: el escritor traba una especie de diálogo con sus lectores. En
lugar de una seca y abstracta exposición de la doctrina, a personas concretas les
entrega su pensamiento, tanto para darles un testimonio de interés como para
satistacer sus deseos y sus necesidades. Por ejemplo, esta conclusión de su libro sobre
“La concordancia de la presciencia con la predestinación, y de la Gracia de Dios con
el libre albedrío”: “Pienso poder terminar aquí este tratado sobre tres cuestiones
difíciles, que he comenzado contando con el socorro divino. Si he dicho algo que
satisfaga al investigador, no me lo atribuyo a mí porque no obro yo sino la gracia de
Dios por mí. Digo esto porque en medio de mis investigaciones sobre estas cuestiones,
cuando mi espíritu iba de un lado a otro para hallar las respuestas de la razón, se me
han dado las que aquí están escritas, por lo cual he dado las gracias y he quedado
satisfecho. Así es que lo que yo he podido ver en ello a la luz de Dios, me ha satisfecho
mucho más, sabiendo que otros también se sentirían felices si yo lo escribía, y he
querido dar gratuitamente a petición suya lo que gratuitamente he recibido”.
San Anselmo se une sobre todo a sus discípulos por el “gozo de comprender” que sabe
comunicarles. Este “Padre de la Escolástica” como se le ha llamado, está animado de
“la fe que busca a la inteligencia” que caracteriza a la auténtica teología. Partiendo
del “dato revelado”, base inquebrantable de certeza, razona, argumenta, demuestra, a
fin de probar lo bien fundado de las verdades enunciadas, y en lugar de dejar a los
espíritus en la creencia ciega, los conduce al descanso en la luz.
Del gozo de comprender es inseparable la dicha de poseer. Como San Agustín, San
Anselmo experimenta y exclama “que amar es ver”. Y los arranques de su corazón no
son menos antusiastas que las claridades de su espíritu: “Primeramente se debe
purificar el corazón por la Fe; y luego se iluminan los ojos por la fidelidad a los
preceptos” (De la Fe en la Trinidad, Cap. ll). . . “En la escuela de Cristo he aprendido
lo que sé; por saberlo lo afirmo; al afirmarlo lo amo” (Carta a Lanfranco). . . “Oh,
corazón mío, dile ahora a Dios: ‘Señor, yo quisiera ver vuestro rostro’. . . ‘Y Vos, Señor
Dios mío, enseñd ahora a mi corazón dónde y cómo buscaros, dónde y cómo
encontraros’. . . ‘Dios mío, os lo suplico: haced que os conozca, que os ame, que goce
de Vos’.” (Proslogion, cap. l, Cap. 26).
Cronológicamente, San anselmo aparece entre San Agustín y Santo Tomás.
Lógicamente también es intermediario entre estos dos grandes genios y apenas inferior
a ellos. Teólogo-filósofo, por su estudio racional del dogma, prosiguió lo que el primero
había preparado, y así abrió el camino a todo lo ancho para el segundo.
Menos brillante que esos dos astros del firmamento de la Iglesia, sin embargo
----declaró San Pío X---- fue “poderoso en obras y en palabras, y sobre el océano de
las almas brilla como un faro de doctrina y de santidad”.

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