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Bodas Oro Es casi seguro que Colón, antes de emprender su primer viaje hacia el nuevo mundo, había leído los
famosos viajes que el veneciano Marco Polo relata en su “Libro de las cosas maravillosas”, en los que
Noticias describe las fabulosas riquezas que encontró en Oriente, las maravillas de Catay y el esplendor de la
corte del Gran Jan. También es posible que conociera la teoría del cardenal francés Pierre d’Ailly, en la
Rincón que afirmaba que la extensión del mar que separaba las costas más occidentales de Europa de las más
orientales de Asia podía ser navegada en pocos días, si se hacía con vientos favorables.
Patrimonio
Lo que sí es cierto que el objetivo del viaje de Colón era
Sugerencias montar un próspero tráfico comercial entre los puertos
españoles y las ricas ciudades orientales que esperaba
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encontrar. Cuando desembarcó en la que sería La Española y
se encontró con aquellas tierras prácticamente vírgenes y con
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unos nativos cuyo aspecto, lengua y forma de vida le eran
absolutamente extraños, evidentemente el Almirante
desconocía donde se encontraba. Pero como aquella era una
expedición comercial, financiada para obtener rentabilidad,
según “Las Capitulaciones de Santa Fe”, e igualmente, todos
los que le habían acompañado en el viaje esperaban verse
recompensados, participando en el reparto de las riquezas
encontradas, no tardaría mucho Colón en darse cuenta, en
tanto no se pusieran en explotación aquellas tierras, que el
negocio estaba en montar un tráfico regular de esclavos con
la metrópoli, tal como lo hacían los marinos portugueses con
sus colonias africanas.
De hecho, los indígenas que se trajo en su viaje de regreso fueron vendidos como esclavos en 1495.
Una real disposición del 16 de abril del mismo año declaró nula dicha venta, hasta que los reyes fueran
aconsejados de “teólogos, letrados y canonistas”.
Puede decirse que con esta disposición se inicia el conflicto jurídico, económico, social y religioso
sobre los derechos de los indios americanos y el tratamiento que debían recibir por parte de sus nuevos
e inesperados dueños.
Los teólogos se plantearon la cuestión de si aquellas gentes que venían de tan lejanas tierras, tan
diferentes desde el punto de vista antropológico, eran capaces de razonar, o eran bárbaros carentes de
alma, o bien una especie de híbrido entre hombre y bestia. De su catalogación dependía el que se les
pudiera considerar como esclavos o como personas libres.
Los reyes hicieron llegar al Almirante una carta fechada en Medina del Campo, el 22 de julio de 1497,
en la que se le autorizaba a repartir tierras entre españoles, con la única condición de que las
explotasen durante un periodo mínimo de cuatro años. Naturalmente, para poner en marcha tal medida
los nuevos propietarios tuvieron que recurrir a la mano de obra indígena, cosa que hicieron de forma
abusiva.
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No es raro que, con tantos privilegios, el Almirante ambicionara el poder y la riqueza para él y para
sus descendientes y, en ocasiones, se excediera en sus funciones. Al final de su vida su espíritu
visionario le llevó a la convicción de que el Descubrimiento era una inspiración directa de Nuestro
Señor Jesucristo a su persona, dejándolo escrito en su “Libro de las Profecías”: “Milagro evidentísimo
quiso facer Nuestro Señor en esto del viaje a las Indias por me consolar a mí y a otros con estotro de
la Casa Santa”.
En “Las Bulas Alejandrinas” Alejandro VI, de la familia valenciana de los Borja, concedía a los
Reyes Católicos el derecho y la autoridad para incorporar su dominio sobre todos los territorios
descubiertos y por descubrir, pero les obligaba a la evangelización de sus habitantes. El arbitrio de
Roma zanjaba la cuestión sobre la esclavización de los indios americanos.
El 20 de junio de 1500 los reyes expidieron la “Real Cédula” por la que declaraban libres a los
indígenas vendidos en Andalucía, disponiendo también el regreso a sus tierras en la flota de D.
Francisco de Bobadilla, a quien habían nombrado nuevo Gobernador.
A pesar de las buenas intenciones de los reyes y de sus disposiciones, los abusos de todo tipo
cometidos por los conquistadores en las llamadas Encomiendas, sobre la población indígena, fueron
inevitables y frecuentes.
La Encomienda se basaba en el trabajo personal y forzoso del nativo, sin límite de jornada, ni
limitaciones en función de la edad, el sexo o la condición social, ni, por supuesto, percepción de
salario alguno. Los encomendaderos eran todos españoles nombrados por el gobernador en nombre de
los reyes, que tomaban a su cargo un determinado núcleo de población, a la que podían obligar a
trabajar o a tributar. A cambio, estaban obligados a darles instrucción cristiana, alimentarles y
protegerles. De toda esta explotación la Corona recibía un impuesto anual por cada indio
encomendado.
Este nuevo plan también fracasó. A los indios no les gustaba trabajar ni en las minas ni en el campo.
A pesar del salario, preferían no trabajar sino estaban obligados.
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Para remediar este nuevo fracaso se tuvo que recurrir, en el año 1503, a “La Cédula de Medina del
Campo”, que restablecía la obligatoriedad del trabajo de los indios. Igualmente, se les obligaba a
abrazar la fe cristiana como única verdadera. Naturalmente, dicha cédula constituía una autentica carta
blanca para continuar con la explotación abusiva de los encomendaderos sobre los indígenas a su
cargo.
Las primeras denuncias contra los abusos que el sistema de encomiendas provocaba se produjeron con
la llegada a La Española, a principios de 1511, de fray Pedro de Córdoba y tres dominicos más. Fray
Pedro de Córdoba, en una extensa carta dirigida al rey Fernando, le expone su perplejidad por el mal
estado en que se encuentra la isla, así como de los abusos y malos tratos a que están sometidos los
indios.
El sermón, del que se declararon coautores la comunidad de dominicos en pleno, causó un gran
impacto en la buena sociedad española de la isla. El propio gobernador, D. Diego Colón, hijo del
Almirante, protestó ante el prior de la congregación, fray Pedro de Córdoba, exigiendo una
rectificación pública de las acusaciones de Montesinos. Pero en lugar de rectificar, en el sermón del
domingo siguiente, con la iglesia abarrotada de fieles esperando una reparación, el mismo predicador,
con el mismo tono amenazador, volvió a insistir en el tema de los malos tratos, llegando a amenazar a
los encomendaderos con negarles la absolución si persistían en su conducta.
La postura de los dominicos provocó que D. Diego Colón acudiera a la mediación del propio rey. En
su respuesta, el monarca, mediante carta fechada el 20 de marzo de 1512, autorizaba al gobernador a
imponer a los dominicos el castigo que considerara oportuno, “porque un yerro fuer muy grande”. Es
decir, que el rey condenaba la actitud de los dominicos. Incluso el Provincial de los dominicos en
España, fray Alonso de Loaysa, recriminó, mediante carta, a sus compañeros de la isla las denuncias
que habían lanzado, llegando a amenazarles con su expulsión de la Orden.
Pero los dominicos de La Española no se arredraron ante las amenazas, sino que decidieron enviar al
propio Montesinos, en compañía del franciscano fray Alonso del Espinal, para exponer personalmente
en la Corte sus argumentos.
Los dos frailes se entrevistaron con el rey Fernando en la ciudad de Burgos, y le transmitieron su
exposición sobre lo que verdaderamente estaba ocurriendo en La Española. A raíz de esta entrevista el
monarca asumió un criterio reformador, encaminado a modificar y mejorar la situación de los indios,
para lo cual decidió convocar una Junta de teólogos y letrados, con el fin de que estudiaran el asunto,
emitieran su dictamen y tomaran las medidas necesarias y oportunas.
Dicha Junta se reunió en Burgos, el mismo año de 1512. La presidió el entonces obispo de Palencia,
Juan Rodríguez de Fonseca, encargado de los asuntos de Indias. Estuvo integrada por los juriconsultos
y teólogos más importantes del reino, entre los que cabe destacar a Juan López de Palacios Rubios,
“doctísimo en su facultad de jurista”; los dominicos Tomás Durán, Pedro de Covarrubias, el profesor
de Salamanca, Matías de Paz, el gran predicador Bernardo de Mesa, y el predicador real, licenciado
Gregorio.
Pronto se pusieron de acuerdo en la necesidad de someter a los indios al dominio de los españoles,
aunque no dejaron de surgir posturas contrarias, en especial sobre los medios a utilizar. Para el
licenciado Gregorio el indio debía de ser sometido a servidumbre y ser regido “virga férrea”, pues los
aborígenes no se diferenciaban apenas de un animal. Fray Bernardo de Mesa, más conciliador, opinaba
que los indios eran libres, pero necesitaban la tutela protectora de los españoles. Fray Matías de Paz,
por el contrario, defendía la absoluta libertad de los indígenas.
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1ª/ Los indígenas eran libres, y como tal debían ser tratados.
3ª/ Era lícito obligar a los indios a trabajar, siempre que no impidiera el aprendizaje de los principios
religiosos y sea “provechoso a ellos y a la república”.
4ª/ Que el trabajo que se les encomendara no fuera excesivo y tuvieran tiempo de descanso.
5ª/ Los indios tenían derecho a poseer casa y hacienda, siendo el tamaño de ésta a criterio de los
gobernantes, así como tiempo suficiente para llevarla.
6ª/ Fomentar al máximo la relación de los indios con los españoles, a fin de ser más fácilmente
instruidos.
7ª/ Que se pagará el salario correspondiente por su trabajo, pero no en dinero, sino en ropas, utensilios
y útiles para sus casas y haciendas.
Con este objetivo se convocó un nueva Junta, esta vez en Valladolid, presidida de nuevo por el obispo
Fonseca, que pronto sería nombrado Obispo de Burgos.
El texto de este artículo está basado principalmente en la obra “Leyes de Burgos de 1512 y Leyes de
Valladolid de 1513”, editada por: “FUNDACION PARA EL DESARROLLO PROVINCIAL”
(Burgos, 1991).
Las fotografías, extraídas de la “wiki”, corresponden a los Reyes Católicos, el Almirante Colón, fray
Antonio de Montesinos y el Contador Real D. Luis de Santángel.
Paco Blanco
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