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Apuntes sobre Tonto, muerto, bastardo e invisible de Juan José Millás:

lectura del personaje de Jesús como niño zombi

Nuestra lectura parte de los supuestos ya trabajados en el escrito Donde viven los
monstruos, donde afirmábamos que algunos personajes que forman parte de la
narrativa de Millás podían leerse como zombis. En este caso, trabajaremos sobre
Jesús; el personaje principal de Tonto, muerto, bastardo e invisible, apuntando a
delinear cuáles son las características que nos permiten pensarlo como un niño-
zombi. En este sentido, organizaremos el texto sobre la base de tres apuntes
titulados a partir de una serie de categorías sobre las cuales nos permitimos
reflexionar y articular para pensar la figuración del cuerpo zombi: (i) el tartamudo,
(ii) el muerto, (iii) el corpus. Dejamos pendiente otro apunte más que se pensará en
conjunto con el resto de nuestro corpus una vez trabajada la novela No mires debajo
de la cama, que referirá al espacio en el que Millás ubica a estos cuerpos zombis y
que resulta crucial para trabajar la hipótesis que atraviesa nuestra adscripción. Es
por eso que en este escrito sólo nos limitaremos a trabajar por qué el personaje de
Jesús puede leerse como zombi, ampliando el sistema categorial con el que
anteriormente definimos a este tipo de monstruo.

1. Primer apunte: el tartamudo


-Os pasáis el día babeando.
Mi cabeza se descompuso y manipuló la frase hasta
obtener cuatro fragmentos de cuatro sílabas: os pasáis el/
sáis el día/ sáis el día/ babeando.

En la novela de Millás de 1995 el escritor español nos presenta un personaje


extraño que en el mismo título se trata de definir: un personaje tonto, muerto,
bastardo e invisible. Frente a estas cuatro características hay una que Millás decide
obviar, y es la de niño. El personaje de Jesús se nos muestra raro en tanto pareciera
seguirle pasando la infancia. Y aquí no entenderemos la infancia como aquello
constitutivo del in-fante (el que no posee lengua) sino ligada al tartamudeo. Al niño
le sigue pasando la infancia dado que, aunque hace uso de la lengua, su vida se
desarrolla en el tartamudeo. Y el tartamudeo instaura, siguiendo a Daniel Link, una
temporalidad queer (porque el coming out del sentido nunca se completa) (2015:224).
Así, la palabra del que tartamudea se ubica en un desfasaje temporal en la medida
en que, en el intento de avanzar con la pronunciación del significante, repite,
produciendo de esa manera simultáneamente un movimiento hacia el pasado y
hacia el futuro, como aquello imposible de completar (Link, 2015:224). Es en este
punto en el que Link articula el tartamudeo con la figura del zombi, dado que el
cuerpo de dicho monstruo se ubica en ese tiempo-espacio inconcluso entre vida-
muerte; en ese devenir en el que se juega el pasado de lo que fue y el futuro de muerte
que pareciera nunca acontecer.
Este doble movimiento temporal se vuelve estructurante en el contenido de la
novela misma, puesto que en el avance de la vida de Jesús luego de ser despedido de
la multinacional de papel, el niño que es toma mayor presencia. Y decimos que Jesús
es un niño porque su adultez se devela como una pose que se consigue por haber
fingido crecer y llevar la vida cotidiana de un adulto al buscar un trabajo, una esposa,
tener un hijo e inquietudes socialdemócratas. Esa pose de adulto es la que lo hace
olvidarse de su estado infantil que la pérdida del trabajo permite recordar:
Comprendí de súbito que el miedo a perder el trabajo era en realidad el miedo a ser
descubierto. Durante los últimos veinte años había sido la tapadera de mi minusvalía:
imitando las actitudes y los gestos de la gente normal, había llegado a ser jefe del
departamento de recursos humanos en una multinacional de papel (11). El
descubrimiento de recordar que había estado disimulando su adultez, es
acompañado con el reconocimiento su estado infantil, al escuchar que el niño que
había llorado por las noches desde las profundidades de mi pecho continuaba allí
porque era yo (11). De esta manera, el niño que tartamudea y que habla mal, porque
cuando quiere pedir pan pide enchufes y cuando quiere enchufes pide pan (14),
vuelve a hacerse presente dentro de Jesús como un cuerpo-otro que instala una
paradoja. El niño que recuerda que la piel con que Jesús se muestra ante los demás
es una pose necesaria para adaptarse a la vida normal, es y no es Jesús.
Arriesgándonos a la tautología decimos que ese niño es Jesús en la medida en que
Jesús fue ese niño y vuelve a serlo nuevamente (repite ese estado) una vez que
recuerda que durante veinte años había estado disimulando. Simultáneamente,
decimos que no es Jesús por encontrarse dentro, como un cuerpo-otro que pareciera
alojarse en él.
Así, el cuerpo de Jesús se convierte en matriz para la doble temporalidad del
tartamudeo. No es únicamente su lengua la que tartamudea sino su cuerpo, al alojar
dos elementos que instauran el doble movimiento espacio-temporal: (i) el niño de
su interior, que produce un movimiento hacia el pasado-adentro, y (ii) la prótesis
del bigote que lo acerca a su padre muerto, generando el movimiento hacia el futuro-
afuera. Es en este doble movimiento que se produce la repetición ya que en que cada
acto adulto que se hace con el bigote puesto, como la visita diaria al sex shop, tiene
lugar un eco de infancia, leyéndose esta escena como el espacio de juego para un
niño y su muñeca: El conjunto, en general, evocaba el interior de una casa de muñecas
que yo ya había visto en el escaparate de mi infancia (23). La vida de Jesús avanza,
así, hacia atrás, instalando así la temporalidad zombi del que tartamudea: mientras
me dirigía a través del pasillo hacia el dormitorio donde me esperaba Laura,
comprendí que estaba viajando al revés, hacia el origen de las cosas, hacia el punto
donde convergen las líneas de la vida, del mismo modo que los meridianos se
encuentran en los polos o los compañeros de la infancia en la cafetería del sex-shop
(56).

2. Segundo apunte: el muerto


…hasta que un día me jugué la vida: bajaba una
de las hermanas por aquellas escaleras de las que
quizás no he salido, y yo, que estaba en el portal
jugando con una caja de zapatos en la que había
practicado una ranura, me dije: <<Es Emértia, me
juego la vida>>. Luego esperé con cara de idiota y
con un nudo en el cuello a que se acercara, y al
llegar a mi altura le dio una patada a la caja y dijo:
- Apártate de ahí, imbécil, siempre
estás molestando.
Era Paca y yo estaba muerto.

En nuestro trabajo anterior habíamos arrojado una hipótesis con respecto a los
niños zombis que leíamos en Cerbero son las sombras y en El mundo, proponiendo
que en las novelas de Millás trabajadas se deviene zombi sólo en la niñez. El ser niño
resultaba de una condición esencial para convertirse efectivamente en un muerto-
vivo porque, según habíamos afirmado, el zombi no es aquel que se ha muerto y ha
salido de su tumba, sino el que no ha llegado a morirse del todo. El que, aunque el
título de este apunte y de la novela lo afirmen, no alcanza a ser un muerto en el
sentido en que Gabriel Giorgi lo plantea. Giorgi nos recuerda, recuperando a
Harrison, que la distinción entre el muerto y el cadáver se encuentra marcada por el
rito funerario del entierro y la decisión política que allí interviene. El ritual, “el pacto
sepulcral” del que habla Harrison, distribuye así persona de no persona, bios de zoé,
es decir, las vidas de las que merecen el reconocimiento comunitario, su inscripción
simbólica, su memorialización, de aquellas vidas cuyo final no merece, no requiere ni
amerita ninguna inscripción jurídica ni simbólica. (Giorgi, 2014:1998). El cadáver se
encuentra, así, desprovisto del rito funerario, despojado del imaginario simbólico
que supone ser parte de una cultura, reduciendo ese cuerpo a la no identidad. De
este modo, el cadáver se halla para Giorgi sometido a los procesos de
descomposición orgánica que lo vuelven un resto; pero es desde ese lugar que opera
en la resistencia (2014:203). Allí se encuentra principalmente su potencia política
en tanto que actúa como contestación frente a la instancia de poder que traza qué
cuerpos merecen ser memorables para la cultura de una sociedad y qué cuerpos se
reducen a la mera materia. Es este el punto común que encontramos entre el cuerpo
del cadáver y el cuerpo del zombi. Ambos comparten dos características que
permiten leerlos en serie: (i) el estado de descomposición al que estos cuerpos se
someten y (ii) el espacio en el que se ubican al no haber experimentado el rito
sepulcral.
Ahora bien, ¿por qué preguntarnos por estos cuerpos? Giorgi introduce un
interrogante que nos interpela para pensar el texto de Millás que hemos escogido
trabajar en estos apuntes, así como los que antes hemos analizado. La pregunta,
entonces, es sobre estos materiales estéticos que no pueden o no quieren “representar”
el cadáver sino que deciden presentarlo, traerlo a la luz, ponerlo a veces literalmente,
entre nosotros albergando e iluminando la resistencia de esa materia a desaparecer
(2014:204-205). De esta manera, el cuestionamiento de Giorgi resuena en nuestra
lectura en tanto habilita preguntarnos por qué los textos de Millás presentan a estos
vivos-muertos, forzándonos también, a señalar la cercanía y la diferencia que entre
el cadáver y el zombi puede haber. Si entendemos al muerto como aquel cuerpo que
ha sido provisto de sepultura y al cadáver como el cuerpo carente de vida que no la
ha recibido, se delinea la distancia con el cuerpo monstruoso. Aunque el zombi y el
cadáver compartan el estado común de putrefacción, en el zombi se conserva algún
rasgo de vida. El zombi, a diferencia del cadáver, no es lo que resta de una vida
(Giorgi, 2014:203) sino ese cuerpo siempre en tránsito entre una instancia y la otra,
pero que no alcanza a situarse en ninguna. Si la muerte es un sentido fijado
definitivamente (la cancelación de todo posible devenir), las “categorías zombi”
describen bien el modo en que términos que circulan con presuntos significados fijos
se usan para describir situaciones que no se corresponden con esos sentidos fijos (Link,
2015:223). Así, el sentido fijo del muerto se resignifica en el cuerpo del zombi para
dar lugar a esa categoría que no alcanza a decir el estado de este monstruo. Por eso
mismo es que “el muerto” de Millás, el Jesús muerto, no encaja con los sentidos
sedimentados en la enciclopedia de la cultura de lo que debe entenderse con ese
vocablo. Por eso mismo es que podemos leer a Jesús como un zombi. El protagonista
de la novela se juega la vida en una apuesta infantil por cuya causa fallece y, sin
embargo, permanece habitando el mismo espacio que el resto de los humanos vivos.
Se enuncia a sí mismo como muerto, pero posee la capacidad de disimular: Toda mi
vida había sido un disimulo: primero para que no advirtieran que era subnormal;
luego, que no era bastardo; más tarde que no estaba muerto (56).
Ahora bien, volviendo sobre la pregunta y la escena con la que inauguramos este
apunte, pareciera ser que zombi sólo se puede devenir en la infancia (entendiéndola,
como dijimos, ligada al tartamudeo). Es en el juego en donde radica la posibilidad de
arriesgar la vida, perder la apuesta y seguir viviendo. La apuesta que hace Jesús se
cobra a medias justamente por el carácter de juego desde el cual se enuncia: Me
juego la vida (40) dice Jesús, y no “apuesto” mi vida. Así, el juego habilita que el niño
no devenga directamente en muerto sino que prevalezca en ese tránsito; que se
acerque al moriturum del que nos habla Daniel Link cuando lee El principito: El niño
marcha hacia su propia destrucción (es un moriturum). El principito es notable
también por eso: tematiza la autodestrucción de la infancia, la infancia como tragedia
de la desaparición, como suicidio colectivo (el cuento termina con un suicidio infantil).
(2009:164-165). Cabe precisar que hemos dicho que el niño zombi se acerca al
moriturum y no que lo es; el niño zombi no es un moribundo porque no conduce
hacia la desaparición de la infancia, hacia la tragedia, sino que, justamente la pone
en pausa. Los cuerpos zombis de Millás sólo pueden devenir zombi siendo niños
porque posibilitan un stand by de la desaparición de la infancia, ubicándose, como
dijimos anteriormente, en una doble temporalidad que permanece constante. De
esa manera es que podemos justificar que el niño que se jugó la vida en la apuesta
por Emérita siga siendo el niño muerto en lo que resta de la novela. El niño muerto
que cuenta a su hijo los relatos de Olegario, el que va al sex-shop, el que con sus
dedos infantiles busca la ranura en el cuerpo de Laura.

3. Tercer apunte: el corpus


…ahora todo estaba cerca, todo estaba dentro de
mí.
Hay un tercer punto que nos interesa observar en la conformación de Jesús como
zombi recuperando una de las afirmaciones que hace Fernández Gonzalo en
Filosofía zombi. Teniendo en cuenta los aportes de Jean-Luc Nancy, este autor
sostiene que el cuerpo del zombi no es un cuerpo cerrado, ordenado, sino un corpus,
un cuerpo que no forma una unidad en sí mismo, que no refleja una imagen estable,
sino que se afana en captar nuevos flujos, en aumentar territorialidades, en ofrecer,
por su literal desmembramiento, nuevos cuerpos, nuevas máquinas que a su vez
pretenden conquistar, expandir la plaga, morder, tocar, aferrar (2011:88). En función
de esta idea es posible leer a nuestro personaje a partir de las otredades con que su
cuerpo se constituye, afirmando aún más su construcción zombi.
Hay dos elementos que aquí nos resultan claves: (i) el niño que posee dentro y (ii)
el bigote. Ni uno ni otro se subyacen como algo propio de la piel de Jesús. Ambos son
partes en alguna medida ajenas que aportan a la constitución de ese cuerpo,
posibilitando, como dijimos en el primer apunte, la doble temporalidad. El niño, que
por un lado no es Jesús, se encuentra dentro de él, y el bigote, por otro, no es más
que una prótesis. De este modo, articulamos el zombi tartamudo de Link con el
propuesto por Fernández Gonzalo dando lugar a la lectura parasitaria por medio de
la cual el cuerpo zombi de Jesús se configura como corpus. Es por eso que puede
concebirse a Jesús en tanto zombi, puesto que su cuerpo logra conformarse gracias
a otras partes de las cuales resulta parásito a lo largo de la novela y que van incluso
más allá de los dos elementos mencionados. La territorialidad del cuerpo del zombi
se expande desde la encía de la madre muerta -entonces sentí una pequeña molestia
en una muela y al ir a acariciar la zona dolorida con la punta de la lengua me pareció
que la encía que tocaba era la de mi madre: llevaba un año muerta y sin embargo su
encía continuaba allí formando parte de mi boca (43)-, hasta los pulmones de un viejo
vivo de Madeira -Me sentaba muy bien la muerte, así como este primer cigarrillo del
descanso eterno. Por cierto que un viejo me miraba desde la mesa de al lado también
con un Wiston o un Malboro, (…) yo creo que él notaba en sus pulmones mis caladas y
yo las suyas en los míos, porque en este lado las fronteras entre los unos y los otros no
están tan claras como entre los vivos, de manera que a lo mejor cuando un muerto folla
les sienta bien a todos (59)-. Al cuerpo de Jesús se aferra, no sólo el niño y el bigote,
el pasado de la infancia tartamuda ligada a la repetición de sílabas y el futuro de la
adultez materializado en el bigote y la calvicie, sino el resto del universo que el
cuerpo de Jesús conquista: Mi estallido tuvo lugar dentro de los límites inabarcables
de una meteorología corporal en la que el pasillo, en lugar de estar fuera, estaba
dentro de mí. En realidad, en ese momento ya no había nada que no estuviera dentro
del cuerpo imaginario que había crecido como un conjunto de constelaciones a partir
del centro de gravedad del bigote (7).
Nada queda fuera de la constitución parasitaria del cuerpo del zombi; el pasillo
de su casa, el niño, los pulmones de otros, el bigote, el pelo que nace en la calvicie, el
huelemierdas de Luís, y otros muertos; todo pasa a ser parte del corpus que es Jesús,
que al estallar se expande cada vez más hacia lo indeterminado y universal: ahora
todo estaba cerca, todo estaba dentro de mí (43).

Bibliografía
Fernández Gonzalo, Jorge (2011) Filosofía zombi. Barcelona: Editorial Anagrama
S.A.
Giorgi, Gabriel (2014) Formas comunes. Animalidad, cultura y biopolítica. Buenos
Aires: Eterna Cadencia Editora
Link, Daniel (2009) Fantasmas. Imaginación y sociedad. Buenos Aires: Eterna
Cadencia Editora.
Link, Daniel (2015) Suturas. Imágenes, escritura, vida. Buenos Aires: Eterna
Cadencia Editora.

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