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Se suele decir que los niños vienen con un pan bajo el brazo.

Este no es el caso de Liz


Murray, una joven estadounidense que nació en el barrio neoyorkino del Bronx, y que en
lugar de hogaza tendría ante sí una larga lista de obstáculos que superar. Hoy, a sus 29
años, Liz recorre el mundo presentando su historia, un libro titulado “Breaking Night: A
Memoir of Forgiveness, Survival, and My Journey from Homeless to Harvard”, que se ha
convertido en un auténtico bestseller, y puede presumir de haber llegado a lo más alto a base
de esfuerzo y tenacidad.
(Si quieres ver la película “Homeless to Harvard” que trata la historia de Liz, haz click aquí)
Los padres de Liz eran dos hippies que cayeron en la efervescencia de las drogas en los 70, y
nunca supieron ocuparse de ella, ni de su hermana. Recuerda, desde bien pequeña,
cómo sus padres consumían cocaína y heroína, mientras ella y su hermana se morían de
hambre. En su casa no había dinero ni comida, y la imaginación era el único recurso que
tenía para alimentarse: “Comíamos cubos de hielo porque nos llenaban. También
compartíamos un tubo de pasta de dientes para cenar”, cuenta la joven. Tuvo que abandonar
el colegio para ayudar a su madre, enferma de sida, pero Liz no lo recuerda con rencor. De
todas formas, ella, “sucia y con piojos”, tampoco encajaba con los demás chicos de su
edad.
Cuando Liz tenía 15 años, su madre falleció y lo peor llegó después. Su padre, incapaz de
hacer frente al alquiler de la casa, se marchó a un hogar para los sin techo y su hermana
se quedó en casa de un amigo. Y así, sin hogar ni dinero, se vio viviendo en la calle,
durmiendo en parques y en el metro.
En este punto, la historia de Liz no tenía buenas perspectivas. Sin embargo, a los 17 años
sacó fuerzas de donde pudo y regresó a las aulas. Mientras estudiaba en el instituto, fue de
excursión aHarvard y allí lo vio claro: lucharía por su futuro. Consiguió una beca del New
York Times para nuevos estudiantes y accedió a una de las universidades más elitistas del
mundo.
Liz quiere ayudar a otros jóvenes en situaciones desfavorables, recordándoles que
cualquiera puede conseguir su sueño, si se lo propone. La joven no se avergüenza de su
pasado y se describe a sí misma con la siguiente frase: “Mis padres eran drogadictos
desesperados. Yo soy licenciada en Harvard”. Su historia le ha llevado a conocer a
importantes personalidades, desde Oprah Winfrey a Bill Clinton, Gorbachov o el Dalai
Lama.
A pesar d etodo, Liz recuerda cuánto amor se tenían. Asegura que eran inteligentes, pero
que las drogas les estropearon el futuro. Recuerda que su madre le robaba sus pagas de
cumpleaños para conseguir cocaína. Pero también recuerda la mejor frase que le dio su
madre: “Algún día llegarán tiempos mejores”. Por fin, para Liz, han llegado
Liz Murray recorre el mundo contando una historia que nos hace reflexionar. La de su
propia vida. Nació en el Bronx en 1980 bajo un techo en el que la pobreza venía de la mano
de la adicción a las drogas. Sus padres estaban enganchados a la heroína. Casi nunca había
nada para comer pues todo el dinero que ingresaba en el hogar tenía un único destino. Más
de una vez sus padres llegaron a robarle el dinero que había recibido por su cumpleaños
para hacerse con una de esas papelinas, que ponían a los Murray más cerca del abismo que
de la vida. Sin embargo, lo peor aún estaba por venir. Con la muerte de su madre, enferma
de sida, Liz terminó con apenas 16 años en la calle, vagueando en los parques y las salidas de
metro. Como ella dice: «Me convertí en una de esas personas a las que nadie se quiere
acercar cuando la ves por la calle».

Pese a todo los males —si es que se puede estar peor—, tuvo la determinación de salir a
adelante. El resto lo hizo la gente que confió en ella. Sus profesores, una ONG que ayudaba a
jóvenes sin techo y numerosas becas que fue consiguiendo gracias a su esfuerzo personal.
En junio de 2009 se graduó en Psicología en la Universidad de Harvard y ahora recorre el
mundo dando conferencias a jóvenes y ejecutivos sobre motivación personal.

—¿Cómo se pasa de vivir en la calle a estudiar en Harvard?

—Cuando era muy joven mis padres eran adictos de la droga, eran los años 70. Tomaban de
todo, sobre todo heroína. Compartían jeringuillas y al final se contagiaron de sida. Cuando
tenía 16 años se murió mi madre. Después de aquello pensé que tenía que hacer algo y
empecé a estudiar.

—¿Recibió ayuda para poder alcanzar su objetivo?

—Mucha. Tuve excelentes profesores que se preocuparon por mí y también de una ONG que
se encargaba de ayudar a los jóvenes sin techo, nos daban un lugar donde alojarnos, comida
y mucha formación. No podría haberlo hecho sola. No fue el apoyo que recibí o la propia
determinación sino las dos cosas. Ambas fueron decisivas.

—¿La muerte de su madre le dio las fuerzas para salir adelante?

—Cuando ella murió aprendí lo importante que es la vida y entendí que no podía seguir
perdiendo el tiempo. En vez de enfocarme en lo que no tenía debía enfocarme en todo lo que
sí tenía y que, a pesar de la circunstancias, no era poco.

—Vivimos en una sociedad en la que los jóvenes tienen muchas facilidades de


acceso a la educación, a las nuevas tecnologías, pero a pesar de eso están
desmotivados ¿qué está fallando?
—No me gusta hablar de los demás, hablo desde mi propia experiencia y de lo que veo. En
mi instituto yo me daba cuenta que no todos sentían aquello como propio. Yo en cambio
apreciaba más todo y me esforzaba por hacerlo mejor. La autoestima sale de eso, del sentido
de la responsabilidad.

—Entonces las personas que no tienen autoestima o ilusión por las cosas no
tienen salida...

—No creo en los absolutos en el ser humano. El ser humano está en proceso toda la vida. Yo
simplemente digo que en mi experiencia ha funcionado eso, pero para los demás no digo
nada. Yo estoy convencida que aprendemos de las experiencias y también cuando ayudamos
a las otras personas. Todo eso nos hace crecer como seres humanos. Hay que estar
convencidos que se siempre se puede hacer algo. La gente se empeña en pensar: «No puedo
cambiar la economía, la política, a mis padres, la sociedad en que vivo». Pero siempre se
puede hacer algo para cambiar la situación. Quizás no algo tan grande pero esa actitud sirve
para todo. Eso es lo que transforma al final nuestra existencia.

—Suena al «Yes we can» de Obama...

—Sí, pero es algo más.

—¿Qué aprendió de sus padres a pesar de todas las dificultades?

—A veces cuando alguien te hace daño no lo hace a propósito, simplemente no te pueden


dar lo que no tienen. Y también aprendí que nadie te debe nada y que soy responsable de mi
vida. Tu vida es tu responsabilidad. Y sobre todo que me querían mucho.

—Viaja por el mundo dando conferencias.. ¿Qué mensaje le transmite a la


gente?

—Todo depende del público al que me dirijo. Hay gente que lee mi historia y dice es tan
única, tan diferente pero al final es igual. Mi caso es extremo pero todo el mundo a veces se
encuentra en alguna circunstancia en la que cree que no hay salida. Intento transmitir que
no importa lo que te haya pasado antes en tu vida, siempre puedes hacer algo para avanzar.
Siempre se puede tomar una decisión, una decisión que cambie las cosas.

—Si pudiera cambiar su historia, su pasado, ¿lo haría?

—No, absolutamente no. La gente huye de lo que le pasa, de su historia pero puede ser una
gran oportunidad para hacer algo diferente si queremos. Cada momento es una oportunidad
para hacer algo, no debemos obsesionarnos con el pasado. Decimos que el pasado nos
define, que determina a la persona pero realmente somos en cada momento de la vida. En
este momento puedes cambiar totalmente tu vida.

—¿Se siente una persona valiente?

—Solía dejar que el miedo me paralizara pero ahora lo entiendo de otra manera. Cuando
siento miedo es porque estoy arriesgando algo y lo acepto. Arriesgar no siempre es algo
malo.

—¿Qué mensaje le daría a los padres para inculcar a sus hijos esa motivación
personal que les haga capaces de alcanzar sus objetivos, para afrontar la vida
con valor?

—Que sean el ejemplo de aquello que quieran que sus hijos aprendan. Todo educa. La vida
en sí es la mejor imitación para los niños. Conozco muchos que se quejan de que sus hijos
son materialistas pero llevan un Rolex.

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Liz Murray, la mendiga que se graduó en Harvard


«Me llamo Liz Murray y he nacido en Bronx, concretamente en el
año 1981. Toda mi vida la he dedicado a cuidar a mis padres y hermanos por lo que no he tenido muy
buena enseñanza, pero he conseguido sacarme el instituto en tan solo dos años. Me gustaría estudiar en
esta universidad porque así me podré sacar una carrera y tener un trabajo digno».

Estas fueron las palabras que la joven Liz redactó para ser admitida en la prestigiosa universidad
estadounidense de Harvard. Son unas líneas que le han costado sangre. Cada letra arrastra una
historia de sufrimiento y de lucha: una historia que ella misma ha compartido, años más tarde, en su
autobiografía titulada “Breaking Night”, en donde cuenta su paso de ser una niña de la calle a
convertirse en una conferenciante de éxito.

Ya desde el inicio, su camino comenzó cuesta arriba.Sus padres, dos hippies sumergidos en el mundo
de la droga de los años setentas, nunca consiguieron salir adelante de su adicción. Llegaban incluso
a robarle a su hija el dinero de su cumpleaños o un pavo que una iglesia les había regalado para poder
comer, con tal de conseguir droga.

«Aprendí desde los cuatro años que mamá y papá tenían extraños hábitos de los que no me
informaban», dice Liz, que transcurrió su primera infancia en las calles del Bronx.

Una niñez casi carente de estudios. Porque, ¿cómo integrarse en una escuela si estás llena de piojos y
hueles a orina? Y tampoco el sustento diario era fácil: «Comíamos cubitos de hielo o repartíamos un
tubo de pasta de dientes para cenar».
Liz con su madre

No obstante, su madre siempre le repetía, una y otra vez, que vendrían tiempos mejores. Unos
tiempos que parecían lejanos para todos. Para su madre que, enferma de sida, murió cuando Liz
contaba con dieciseis años. Para su padre que, incapaz de afrontar la situación económica y
familiar, se trasladó a un refugio para los sin techo. Para su hermana, que sólo pudo salir adelante
agenciándose el sofá de un amigo en su casa. Y, por supuesto, tampoco llegaron para Liz, que se
quedó en la calle contando con los bancos de los parques y los vagones del metro como hogar.

«Me convertí en una de esas personas a las que nadie se quiere acercar cuando la ves por la calle»,
cuenta.

Liz con su padre, tras su graduación


¿Tiempos mejores? Sí, llegarían. Perofue Liz la que decidió que deberían llegar. Con diecisiete años
decidió volver a las aulas de clase y, en sólo dos años, sacó todo el instituto, gracias a un alma
caritativa que decidió darle clases nocturnas. Y fue ese mismo ángel de la guarda el que la llevó de
visita, junto con otros estudiantes, a la Universidad de Harvard.

Fue ver el edificio universitario y quedarse Liz enamorada desde el primer momento. ¡Tenía que
estudiar ahí! ¿Cómo lo haría? No lo sabía, pero estaba dispuesta a cualquier cosa.

Y así fue como se enteró de que el New York Times daba becas a los buenos estudiantes. No lo pensó
dos veces: la consiguió. Entró en la Universidad y en junio de 2009 se graduó en Psicología,
profesión que ejerce compaginándola con las conferencias que da por todo el mundo a jóvenes y
ejecutivos sobre motivación personal.

Ciertamente, la experiencia de Liz (ya hecha también película) es un caso extremo. Pero también es
verdad que puede mostrarnos que, sin importar lo que pase, siempre puede uno mejorar su situación
personal. En una entrevista concedida al diario español ABC, Liz lo resumía así: «Intento transmitir
que no importa lo que te haya pasado antes en tu vida, siempre puedes hacer algo para
avanzar. Siempre se puede tomar una decisión, una decisión que cambie las cosas».

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