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Ciclo B

Domingo IV del Tiempo Ordinario

«Se quedaron asombrados de su enseñanza porque enseñaba con autoridad»


Primera Lectura
Deuteronomio 18,15-20

15 El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo;


lo harás surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos,
y es a él a quien escucharán.
16 Esto es precisamente lo que pediste al Señor.
Tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea,
cuando dijiste: «No quiero seguir escuchando la voz
del Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego,
porque de lo contrario moriré».
17 Entonces el Señor me dijo:
«Lo que acaban de decir está muy bien.
18 Por eso, suscitaré entre sus hermanos un profeta
semejante a ti, pondré mis palabras en su boca,
y él dirá todo lo que yo le ordene.
19 Al que no escuche mis palabras,
las que este profeta pronuncie en mi Nombre,
yo mismo le pediré cuenta.
20 Y si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre
una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla
en nombre de otros dioses, ese profeta morirá».

Palabra de Dios Te alabamos Señor


«Suscitaré un profeta y podré mis palabras en su boca»

Moisés es la figura central. Dios se compromete a dirigir a su pueblo, los profetas.


Y, como tal, sin vinculación necesaria a una familia de orden cultural - sacerdote - o una dinastía
monárquica o a una profesión determinada - sabios o estudiosos; libre de ataduras humanas y suelto
de todo compromiso para hablar con libertad en nombre de Dios al pueblo.
Dios lo llamará personalmente: a quien quiera, cuando quiera, como quiera, para lo que quiera
y por el tiempo que quiera. Pero siempre un enviado de Dios, revestido de autoridad y exigencia.

La figura hay que comprenderla en el marco de la alianza: Dios, Señor de su pueblo y en medio de él,
pero transcendente, le dirigirá con fidelidad su palabra en el momento oportuno.
El hombre destinado para ello será el profeta.
El profeta es, pues, expresión de la benevolencia y fidelidad de Dios,
ya critique, ya acuse, ya amenace, ya consuele, ya prometa.

Su voz es la voz de Dios. Y, ¡hay del que se atreva a rechazarlo! Será rechazar a Dios.
Salmo 95(94)
1-2.6-7.8-9

1 ¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,


aclamemos a la Roca que nos salva!

2 ¡Lleguemos hasta él dándole gracias,


aclamemos con música al Señor!

6 ¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

7 Porque él es nuestro Dios,


y nosotros, el pueblo que él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:

8 «No endurezcan su corazón como en Meribá,


como en el día de Masá, en el desierto,
9 cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras.
«Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones»

Salmo con aire cultual. Alabanza en la primera parte; conminación o interpelación profética
en la segunda. El salmista invita a no imitar a la generación perversa del desierto.
Quiere prevenirlos contra la exigencia de tentar a Dios pidiendo manifestaciones portentosas,
como hicieron los antepasados en las estepas sinaíticas.
Estos, a pesar de haber sido testigos de los prodigios al salir de Egipto, exigieron un milagro en Meribá
y en Masa. Masa significa “tentación,” porque los israelitas “tentaron” a Yahvé reclamando un milagro:
me probaron a pesar de haber visto mis obras de salvación de la esclavitud faraónica.
Esta actitud de desconfianza y rebeldía persistió durante los cuarenta años de estancia en el desierto.
El resultado fue que Yahvé se disgustó y decidió que no entrara en la tierra de Canaán: el reposo.

Por su corazón extraviado no supieron captar el valor de los caminos y preceptos de su Dios.
Fueron por ello excluidos de la tierra de promisión, el reposo conferido por Yahvé a los hijos de Israel.
Segunda Lectura
I Corintios 7,32-35

32 Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes.

El que no tiene mujer se preocupa de las cosas


del Señor, buscando cómo agradar al Señor.

33 En cambio, el que tienen mujer


se preocupa de las cosas de este mundo,
buscando cómo agradar a su mujer,
34 y así su corazón está dividido.

También la mujer soltera, lo mismo que la virgen,


se preocupa de las cosas del Señor,
tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu.

La mujer casada, en cambio,


se preocupa de las cosas de este mundo,
buscando cómo agradar a su marido.

35 Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes,


no para ponerles un obstáculo,
sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente
y se entreguen totalmente al Señor.

Palabra de Dios Te alabamos Señor


«El célibe se preocupa de los asuntos del Señor»

Pablo intenta orientar, a los que se encuentran ante la opción entre el celibato y el matrimonio.
El apóstol desea y propone libertad cristiana. Y esto quiere decir, moverse con holgura,
de conciencia y acción, dentro de los valores auténticos manifestados por Cristo,
en lo referente a cada uno de los casos, ya matrimonio, ya celibato.
El «libre de cuidados» hay que entenderlo en ese contexto: libre para dedicarse a las cosas del Señor.
Con ello se descubre, suficientemente, el sentido profundo del celibato cristiano: por el Señor.
Hay cierta preferencia por el celibato, por presentar mayor capacidad de entrega a las cosas del Señor
y más facilidad para realizarlo.

En el sujeto que opta por él, se verifica cierta unidad profunda en el ser, en el sentir y en el obrar:
todo para el Señor, sin división alguna. La última frase manifiesta también la libertad,
siguiendo cada uno su conveniencia -en el Señor-, para elegir un estado u otro.
Lectura del Santo Evangelio
Marcos 1,21-28

21 Entraron en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado,


Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.
22 Todos estaban asombrados de su enseñanza,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad
y no como los escribas.
23 Y había en la sinagoga un hombre
poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar;
24 «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido para acabar con nosotros?
Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
25 Pero Jesús lo increpó, diciendo:
«Cállate y sal de este hombre».
26 El espíritu impuro lo sacudió violentamente,
y dando un alarido, salió de ese hombre.
27 Todos quedaron asombrados
y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto?
¡Enseña de una manera nueva.
Lleno de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros,
y estos le obedecen!».

Palabra de Dios 28 Y su fama se extendió rápidamente por todas partes,


en toda la región de Galilea.
Gloria a Ti, Señor Jesús
«Se quedaron asombrados de su enseñanza porque enseñaba con autoridad»

Jesús anuncia el reino. Su palabra es palabra de Dios. Es, por lo tanto, auténtica y eficaz:
Jesús proclama próximo el reino y lo establece. El reino, entre otras cosas,
implica la expulsión del demonio, el aplastamiento de su poder. Las palabras del endemoniado,
en su origen quizás, son, en este contexto, manifestación de la autoridad de Jesús:
hombre de Dios, Hijo de Dios. Definen, la personalidad de Jesús.
Las palabras del endemoniado, en son, en este contexto, manifestación de la autoridad de Jesús:
hombre de Dios, Hijo de Dios. Definen, la personalidad de Jesús.

No separemos a Jesús de su palabra, del poder que la anima; ni su poder, de la victoria sobre el demonio;
ni la victoria sobre el diablo, de la presencia salvadora de Dios entre nosotros; ni ésta,
por último, de la salvación del hombre.
El hombre se encuentra, dominado por poderes extraños a él, que lo esclavizan, retuercen, deforman
y aplastan. El solo, abandonado a sus fuerzas, no puede salir de su postración.

Jesús se presenta como su salvador en nombre de Dios.


Cristo Jesús, el Señor de todos los tiempos.
Su palabra realiza aquello que pronuncia con el poder que sólo puede provenir de Dios,
su palabra tiene incluso poder sobre la misma muerte. Su autoridad es divina.

La Iglesia ha heredado de Jesús ese poder y esa misión: proclamar existencialmente el reino de Dios
y lanzar los demonios. Ahí están los medios: unión íntima con Jesús;
oración, sacramentos, renuncia… Esa la misión.
Gracias Señor por tu Palabra purificadora,
que ilumina, alimenta, enriquece, alegra, consuela y compromete.
Concédenos vivir conforme a ella.
¡HÁBLAME CON AUTORIDAD, MI SEÑOR! ¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Para que, los tantos demonios que habitan en mí, Pues bien lo sabes
se dobleguen ante la fuerza de tu verdad. que necesito una palabra salvadora
una fuerza que me reanime de mis males
Y la frescura de tu mensaje, una luz que me saque de mis noches
nuevo e interpelante, comprometido y valiente un mandato que se imponga y venza
me hagan comprender sobre lo que me impide ser libre
que no existe otro camino, para llegar hasta Ti, para ponerme a tus pies y poder servirte.
que el de la sinceridad
el de creer y vivir lo que uno dice. ¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR! Pues sabes que soy débil en el camino
y que otros dioses intentan
Y vea yo que, tus labios, convertirse en dueños de mi destino.
se mueven con la fuerza poderosa de un Dios
que, por hacerte siervo de su causa, Amén.
habla a través de Ti bendice con tus manos
mira con tus ojos ama con tu corazón.

¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!


Oración: P. Javier Leoz
Pues, en medio de tanta palabra vacía,
necesito de alguna que me dé seguridad
claridad en el horizonte
firmeza en mis convicciones
convencimiento para seguirte.
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