Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mª Angeles Mayor
INDICE
INTRODUCCION
4. PROCEDIMIENTOS DE EVALUACION
4.1. La observación dentro del aula
4.2. El análisis del lenguaje a partir de muestras de producción espontánea
4.3. Los procedimientos no estandarizados para elicitar el lenguaje
4.4. La evaluación normalizada del lenguaje: los tests estandarizados
6. VALORACION
En este capítulo nos referiremos a los procedimientos con los que contamos para
evaluar los distintos niveles del desarrollo del lenguaje oral y la comunicación, dentro del
contexto educativo. Por obvia que parezca, la primera pregunta que deberemos tratar de
responder se refiere a ¿que aplicación tiene la "evaluación curricular" en el área del
lenguaje y la comunicación?. La cuestión, desde un punto de vista aplicado, alude a
cúales son los conocimientos y recursos referidos a la evaluación del lenguaje, que
pueden ser de utilidad para un profesional -psicólogo, maestro o logopeda- que trabaje en
contacto con el ámbito educativo-, a la hora de facilitar el acceso al currículo por parte del
alumno, en el área que nos ocupa.
Responder a esta pregunta requiere, como haremos más adelante, esclarecer algunos
conceptos cuyas relaciones se han ido modificando progresivamente, como sucede en el
caso de las existentes entre "desarrollo y aprendizaje". No obstante, es fácil ya suponer
que el modo de explicar estos procesos, así como las relaciones que mantienen entre sí va
a influir, de modo ineludible, en una definición de los objetivos y procedimientos de
evaluación. Dicho de otro modo, para acceder a la evaluación es necesario contar con un
marco teórico de referencia, que nos permita explicar cómo y en qué condiciones óptimas
se desarrolla y/o aprende aquéllo que va a ser objeto de nuestra evaluación. A nuestro
modo de ver, este planteamiento garantiza que la información que obtengamos, resultará
útil a la hora de tomar decisiones con respecto al grado de variabilidad y/o los ajustes que
podríamos admitir, en la interpretación y mejora de la situación de enseñanza-aprendizaje.
En un úlitmo apartado trataremos de llevar todo lo visto hasta ese momento al aula
y, en concreto al ámbito de las dificultades, con el fin de especificar un procedimiento que
nos permita definir el problema, de modo que, paralelamente, definamos la estrategia para
intervenir.
Existe además, una gran variablidad o flexibilidad en cuanto al ritmo que presenta el
desarrollo normal del lenguaje hasta aproximadamente los 4 años, sin que se haya podido
establecer una clara relación entre una mayor precocidad en estas edades y el grado de
competencia posterior. Este aspecto, unido al de las "diferencias individuales" en los
estilos de aprendizaje del lenguaje oral que presentan los niños (Nelson, 1981; Bates y
Mac Whinney, 1987; Service, Lock y Chandler, 1989), constituye otra variable a
considerar cuando nos planteamos la evaluación del lenguaje.
A. Lenguaje y comunicación
Pero además, la necesidad de que los otros reconozcan nuestra intención, comporta
el conocimiento de las reglas que rigen el discurso lingüístico, con el fin de que nuestra
comunicación sea eficaz. En esa medida, el lenguaje constituye "un sistema convencional
de signos, que se organizan siguiendo unos códigos, aceptados por el medio social".
Una vez que el niño descubre que sus intenciones pueden ser 'traducidas' mediante
el lenguaje, irá diversificando los usos de éste en su comunicación social, a medida que
aprenda a ajustar la expresión de sus intenciones a los diferentes contextos. De ese modo
irá adquiriendo las reglas que le permiten acceder a la conversación: anunciar su
intención, compartir un tema y hacer comentarios sobre el mismo. Esa diversificación de
usos permite progresivamente ir más allá de las funciones comunicativas y
representacionales, en tanto que el lenguaje se convierte en un instrumento del
pensamiento y del control metacognitivo.
Por ello, las dificultades del lenguaje y la comunicación, en los niños, pueden
adoptar formas y consecuencias muy diferentes (ausencia de interés por comunicarse,
retraso en la adquisición de ciertos aspectos formales que facilitan los intercambios, etc.),
lo que puede entenderse fácilmente ya que el lenguaje adquiere, progresivamente, un papel
determinante en la estructuración de la personalidad.
En la actualidad, sabemos que el niño nace con una serie de recursos que le
permiten incorporarse a las rutinas de intercambio social, de tal modo que es capaz de
seleccionar del medio ambiente, aquellos estímulos visuales y auditivos, que guardan
relación con la cara y la voz humanas, y de responder armónicamente a ellos mediante
movimientos de su cuerpo. Dispone también de una "percepción categorial" que le
permite diferenciar entre sonidos relacionados con el lenguaje (/pa y /ba/). Todos estos
aspectos han sido interpretados como pruebas de que el niño dispone de una motivación
específica para la comunicación (ver para ampliación: Rivière y Coll, 1985; Vila, 1990).
A partir de los cuatro meses, el niño comienza a interesarse por los objetos, y éstos
se incorporan a los intercambios comunicativos, dando lugar a una relación triangular que
va a impregnar las diferentes actividades sociales. Bruner (1983) ha descrito los
"formatos" como situaciones de interacción asimétrica, en las que el adulto, de forma
lúdica, va situando al niño en la "zona de desarrollo próximo", ayudándole a usar
procedimientos de los que ya dispone. Estos formatos (i.e. juego del cu-cu, lectura de
libros, juegos reversibles del tipo construir-tirar) van a tener un papel decisivo en la
adquisición del lenguaje.
Cuando el niño alcanza el año, más o menos, pasa a considerar al adulto como un
posible interlocutor con el que compartir temas de interés. Por ejemplo, mientras ambos
ojean un cuento, el niño descubre un dibujo que le gusta y lo señala, dirigiendo su mirada
Entre los estudios realizados en lengua castellana cabe destacar el de Bosch (1983),
ya que aporta un perfil evolutivo de la adquisición de fonemas hasta los 7 años. En
general, puede decirse que en torno a la edad de 5 ó 6 años, el sistema fonológico está
prácticamente configurado, con excepción, en ocasiones, del fonema /r/.
En principio, el componente semántico del lenguaje puede ser dividido en dos áreas:
(I) el significado de las palabras aisladas -significado lexical-, y (II) el significado que
adoptan las palabras en virtud del funcionamiento en roles particulares dentro de una
oración -roles semánticos-.
II.). Los roles semánticos. Este segundo nivel se refiere al significado que
adquieren las palabras, dependiendo de su papel dentro de la oración. Uno de los
primeros modelos formulados en torno a la noción de reglas semánticas es el que planteó
Fillmore (1968), a partir de su formulación de la gramática del caso. Las primeras
aplicaciones de este modelo fueron recogidas en el modelo de Brown (1973), según el
cual el niño, durante el período sensoriomotor, elabora una serie de nociones semánticas
sobre la realidad (i.e. agente, acción, receptor, lugar, entidad, atributo, etc.), y es capaz de
relacionarlas y expresarlas lingüísticamente. Así, las combinaciones de dos palabras que
realiza, responderían a ocho relaciones elementales de dos términos y tres operaciones
básicas de referencia (ver fig. 8.3.), revelando cierta conciencia de que las relaciones de
significado han de ser expresadas de manera sistemática.
(i) Las nociones semánticas se expresan sucesivamente de forma más elaborada, de modo
que inicialmente la acción se expresa con una única palabra ("come") en la fase I (entre
1 año y 1 1/2), con dos palabras en la fase II ("come galleta"), y con tres en la fase III
("nene come galleta) (las fases II y III aparecen entre 1 1/2 y 2 años);
(ii) Las nociones semánticas nuevas se van sumando a lo largo de las fases, de modo que
algunas de las más complejas relacionan acontecimientos (i.e. causalidad y
coordinación) y se expresan mediante una sintaxis más compleja;
(iii) Las categorías semánticas se van combinando gradualmente, a partir de los 2 y 2 1/2
años (i.e. fase IV -empleo de la recurrencia-: "come más galleta").
Contamos con diferentes modelos descriptivos de las funciones del lenguaje. Entre
los más utilizados cabe mencionar el de Dore (1975), quien partiendo de la teoría de los
"actos de habla", define dentro de éstos, nueve tipos (ver fig. 8.4). La consideración de los
actos de habla (atención, requerimiento, y vocativo) permite analizar el origen y desarrollo
de las funciones del lenguaje a partir de los seis meses, precisamente cuando los gestos y
vocalizaciones del niño adquieren un matiz regulador. Este aspecto es importante, ya que
la diversificación posterior de los mismos, será la que dé lugar a la aparición de las
funciones comunicativas referidas al lenguaje oral.
Dore (1975)
4. Requerimiento de una acción : el niño solicita que el adulto realice una acción
HALLIDAY (1975)
3. Interaccional : el niño usa el lenguaje como medio de interacción con los otros
Estos aspectos que hemos mencionado, permiten que no preguntemos ¿de qué
modo contribuyen las diferencias de aptitud y experiencia lingüística del niño a su éxito
académico?. Esta pregunta se halla en la base de diversos trabajos que han estudiado la
influencia que pueden tener los diferentes estilos de interacción con los padres, y con
otros adultos, sobre el desarrollo del lenguaje. Existen básicamente dos tendencias
explicativas, según Mac Lure y French (1981). Por un lado, se sitúan quienes creen que
existen diferencias de forma y uso entre el lenguaje empleado en casa, con respecto al de
la escuela, generalmente de origen social, las cuales conllevarían efectos diferenciales
sobre el éxito educativo. Esta posición deriva de dos tipos de hipótesis. La primera de
ellas, a la que podríamos llamar 'pesimista', asume que dado que las diferencias sociales,
existentes ya en en momento de iniciar la educación infantil, son inmodificables (como
afirmaban los primeros trabajos de Bernstein, 1971, 1973), lo esperable es que tiendan a
perpetuarse. Por el contrario, la hipótesis 'optimista' ve las diferencias lingüísticas como
susceptibles de cambio, de modo que sería posible utilizar programas de enriquecimiento
lingüístico para reducir las diferencias educativas que afectan negativamente a los niños, a
los que podríamos denominar "funcionalmente pobres".
No obstante, Wells (1982, 1985) ha demostrado que las diferencias entre ambos
contextos están referidas a la 'naturaleza de la interacción', conclusión elaborada tras
comparar los intercambios conversacionales que sucedían entre adultos y niños de 5 años,
en los dos ámbitos, y constatar diferencias relevantes entre ambos. Por ejemplo, los niños
en la escuela - con respecto al hogar - manifiestan las siguientes características distintivas:
(1) hablan significativamente menos, (2) muestran un menor promedio de turnos
conversacionales por interacción, (3) manifiestan una menor complejidad sintáctica en sus
expresiones y (4) expresan menor contenido semántico. De modo similar, al considerar
las secuencias de interacción y el tipo de intervenciones, los niños manifiestan las
siguientes características en la escuela: (1) inician la interacción sólo una tercera parte de
las veces (proporción inversa a la que manifiestan en casa); (2) usan expresiones
habitualmente en forma de respuestas elípticas, de una sola palabra o amodales (i.e.
exclamaciones); (3) preguntan con una frecuencia tres veces menor a la que expresan en
casa; (4) no piden aclaraciones o elaboraciones del significado; y (5) emplean menos
expresiones con referencia al más allá del "aquí ahora". Curiosamente, la hipótesis de las
diferencias de origen social, sólo pareció probarse en el estudio de Wells en un aspecto:
los niños de clase social baja hacían más preguntas que los de clase media.
En la misma línea, pero partiendo de la hipótesis del efecto social, Tizard y Hughes
(1984), no llegaron a encontrar grandes diferencias entre los contextos familiares de
niños de distinto origen social. Sí las hallaron, en cambio, dentro ya de la escuela, donde
todos los niños, en general, optaban a un menor número de interacciones que en casa
pero, de modo especial, los de clases menos favorecidas.
Aunque pudiera parecer paradójico, desde ambos trabajos se concluye, como vemos,
que los niños en la escuela desempeñan un papel bastante menos participativo en la
conversación con los adultos, que el que ejercen en casa. Es decir, que en el ámbito
escolar, tienen muchas menos oportunidades de explorar activamente su experiencia, y de
desarrollar su comprensión a través de la interacción con hablantes maduros, que cuando
Sin duda alguna, las implicaciones que los resultados anteriores tienen, con respecto
al modo de operar de los educadores, son considerables. En primer lugar, porque los
maestros, habitualmente, no son conscientes del modo en que interactúan con los niños, y
sobre todo, porque aunque lo fueran, no les resultaría fácil cambiar las estrategias de
interacción que han creado en el curso de muchos años. Este punto pone de relieve la
importancia que adquieren los "contenidos actitudinales" del curriculo. Partiendo de esta
dificultad que manifiestan los educadores, y de la evidencia de que en situaciones de
interaccción espontánea, no instrucccional, habitualmente modificamos nuestro estilo de
interacción para adecuarlo a las exigencias de la situación, Wells (1985) considera que
sería más provechoso dirigir nuestra atención hacia el tipo de tareas que se fijen con los
niños, y en especial, a las relaciones que éstas requieren entre el alumno, el maestro y el
problema a resolver, o la actividad a la que hay que dedicarse. En este sentido, entre las
orientaciones didácticas más idóneas que se proponen en Educación Infantil, se sitúa la
que aconseja el empleo de las relaciones entre iguales como un recurso metodológico
para organizar las actividades educativas, eligiendo éstas en función del grado de
interacción que permiten las relaciones previas que existen entre los grupos, y elicitando
los ambientes que serían óptimos para que esa relación fructificara (M.E.C. 1992). Por
ejemplo, si pedimos al alumno que ponga su propio final a un cuento sin acabar, o que
haga hipótesis sobre cómo crecen las plantas para mostrarle luego la realidad,
conseguiríamos una interacción bastante diferente a la que surge con actividades en las
que se aporta la explicación deliberada de los hechos
Existen algunas pautas que pueden resultar útiles al educador, para favorecer el
desarrollo lingüístico y comunicativo en el aula, tal y como plantea Valmaseda (1990), y
que glosamos a continuación:
(1). Procurar una adaptación a las capacidades comunicativas y lingüísticas del niño, siguiendo un
criterio de construcción conjunta, es decir de 'andamiaje'.
(2). Tener en cuenta las motivaciones y experiencias del niño, con el fin de lograr un 'aprendizaje
significativo'.
(3). Facilitar la interacción mediante el empleo de preguntas abiertas o comentarios sobre las
actividades del niño, evitando así la confrontación pregunta-respuesta
(4). Llevar a cabo extensiones de las expresiones del niño, eludiendo incidir sobre la corrección de
errores, con el fin de favorecer sus inciativas comunicativas
(5). Ampliar la duración del turno de intervención del niño
(6). Ofrecer un feed-back positivo sobre lo que es capaz de realizar correctamente.
(7). Suscitar diferentes usos del lenguaje (describir, expresar, realizar juicios, etc)
(8). Promover el empleo del lenguaje referido a situaciones más allá del "aquí ahora"
(9). Apoyar la comprensión con información no verbal (gestual y visual)
(10). Favorecer el juego como contexto que suscita el lenguaje de modo espontáneo
Otra ventaja consiste en que la observación en el aula puede aportar, como ya hemos
dicho, una información muy útil para la detección de dificultades del lenguaje, dado que
podemos abordarla, una vez configurado un criterio general del grupo, con respecto al que
comparar la competencia de cada niño. Es decir, el maestro puede hacer distintas
aproximaciones, con el fin de comprobar en qué medida su propio lenguaje adulto
consigue modificar la producción del alumno.
La evaluación dentro del contexto educativo puede contar con varios objetivos. Una
de ellas es determinar si el alumno dispone de los esquemas de conocimiento pertinentes
para acceder a la nueva situación de aprendizaje que se plantea -evaluación inicial -. Otra
finalidad, la más habitual, consiste en determinar si los alumnos han alcanzado, o no, los
objetivos educativos propuestos -evaluación sumativa -. Y, por último, contamos con otro
tipo de evaluación -formativa - cuyo objetivo es el de tomar decisiones pedagógicas que
encaminen el proceso de aprendizaje de los alumnos hacia los objetivos tratándose, por
tanto, de un tipo de evaluación que aporta información relevante acerca de los progresos y
dificultades de los alumnos durante el proceso de aprendizaje.
Sin duda, existen diversos modos de plantear la observación que van a depender, en
último término, de las necesidades particulares a las que responda, y también a la
dinámica característica de la clase. Es decir, tendremos que decidir si la observación será
individual o de un grupo de alumnos, la perioricidad, las áreas a considerar, etc. Así
mismo, hemos de recordar aquí que las modalidades de observación pueden clasificarse,
básicamente, en dos tipos: (a) la observación espontánea, es decir, que no requiere
preparación porque está integrada en la actividad habitual de la clase, y (b) la observación
sistemática, encaminada a inducir determinados comportamientos, a través de actividades
previamente seleccionadas. No obstante, como cabe pensar, muchas de las situaciones que
se plantean en el aula nos exigirán combinar diversas modalidades de observación
(individual-de grupo, espontánea-sistemática, continua-puntual, etc).
El énfasis, por tanto, se ha desplazado hacia el ámbito educativo, de modo que las
necesidades educativas especiales son consideradas efecto de la presencia de un problema
de aprendizaje a lo largo de la escolarización, y necesitan ser traducidas a recursos
educativos. Concretamente, en el ámbito del lenguaje y la comunicación encontraremos
una gran diversidad de dificultades, cuya naturaleza y repercusión sobre el desarrollo y el
aprendizaje,van a precisar un tipo u otro de intervención.
Sin embargo, es obvio que en el ámbito de las dificultades del lenguaje, cabe
diferenciar aquellos trastornos que, dada su especificidad, generarán necesidades
educativas permanentes -como la deficiencia auditiva, el autismo, la parálisis cerebral, el
retraso mental, la afasia infantil, la disfasia, etc.-, de aquéllos que podríamos denominar
transitorios , los cuales pueden ser explicados en términos de variaciones individuales en
el desarrollo del aprendizaje, y que se esperan ver superados, una vez aportada la
intervención reeducadora -como sería el caso de la dislalia, los retrasos del lenguaje, la
disfemia, algunas de las dificultades en el aprendizaje de la lectura, etc.-. A continuación,
vamos a referirnos brevemente a los tipos de dificultades del lenguaje y la comunicación,
El segundo criterio que define la evaluación se refiere al hecho de que permite emitir
un juicio o valoración, una vez que hemos comparado el objeto de evaluación con los
criterios previamente establecidos. Este rasgo establece una clara línea divisoria entre
evaluación y medición, pudiendo decirse de ésta que constituye un conjunto de técnicas y
procedimientos que aportan información sobre el aprendizaje conseguido. La evaluación,
en cambio, implica un paso más, requiere comparar la información obtenida con una serie
de criterios, con el fin de emitir un juicio valorativo.
En tercer lugar, la referencia a esos criterios con los que comparar el aprendizaje,
habitualmente definidos como objetivos, nos lleva a aceptar la existencia de un sistema de
valores ideológicos desde los que se produce esa selección de criterios. Por tanto, la
evaluación difícilmente puede ser aséptica, o producirse al margen de un marco de
referencia o contexto social.
Por último, cabe mencionar que la finalidad de la evaluación, sirve de guía a la hora
de definir qué vamos a evaluar, qué criterios comparativos adoptaremos, y también cómo
y cuándo evaluar (ver: Bassedas y cols.1984).
Este modelo ha sido objeto de diferentes críticas, tal y como el lector ha podido
encontrar en capítulos previos. Pero además, es destacable el hecho de que las
restricciones que impone el modelo psicométrico permiten evaluar a los sujetos en
contextos que no requieren iniciación o conocimiento previo, autoevaluación u otras
formas de conducta autorreguladora. Dicho de otro modo, no permite tomar en
consideración otro tipo de capacidades que implican resolución de problemas y que son
adaptativas en la medida en que garantizan un cierto nivel de satisfacción en la vida diaria.
Esta cuestión se hace patente en el ámbito de la educación especial, donde se precisa un
mayor grado de estructuración, que la que está disponible en contextos menos
restrictivos. Por ejemplo, es fácil comprobar que estos alumnos presentan dificultades a la
hora de imponer estructura a su propia conducta, especialmente en áreas como la
planificación, la autoevaluación o el autocontrol. De hecho, las limitaciones en estas y
otras habilidades metacognitivas relacionadas, pueden ser las principales dificultades de
los alumnos con problemas de conducta y dificultades de aprendizaje (Brown y
Campione, 1986).
Este tipo de problemas no pueden ser resueltos fácilmente, salvo que empleemos un
tipo de evaluación que examine los procesos que subyacen a las conductas. Así, por
ejemplo, el alto grado de estructura inherente a la evaluación tradicional implica un nivel
Las creencias acerca de las causas de las dificultades, el modo en que aprenden los
niños, o en qué consiste el desarrollo, se ha situado en la base de las prácticas de
evaluación habitual. En concreto, la preocupación que ha existido en el área de las
dificultades del lenguaje, por la cuantificación y las conductas observables, así como la
búsqueda de la objetividad ha venido derivada de ciertas nociones estáticas sobre el
aprendizaje y el desarrollo, que analizaremos a continuación.
Del mismo modo, desde el modelo que venimos cuestionando, la prioridad a la hora
de decidir qué conductas enseñar, quedaba establecida por el hecho de que eran
observables y medibles y, en ese sentido, pasaban a constituir parte de una secuencia
instruccional que podía establecerse previamente. Así, los profesionales de la intervención
han venido dependiendo de criterios y elementos de reinformación externos y, sin duda,
de un insuficiente número de ocasiones para emplear contextos naturales.
Sin duda, todos estos cambios deben hacernos recapacitar sobre la nueva
apreciación de las funciones que se demandan del orientador/educador, el cual comienza a
La evaluación del lenguaje, tal y como venimos planteando, requiere tener en cuenta
cuatro aspectos bien definidos: la naturaleza y estructura del lenguaje, el desarrollo del
lenguaje, el marco de evaluación y los procedimientos específicos de evaluación. En este
apartado nos referiremos a las orientaciones que se han venido planteando, y a las
dificultades que implica evaluar el lenguaje, así como a los criterios que pueden
considerarse para construir un marco adecuado que nos permita tomar decisiones en
cuanto, qué, cómo y cuándo evaluar.
Durante los últimos veinte años, la evaluación de las habilidades lingüísticas, así
como de sus dificultades, ha sido objeto de un creciente interés por parte de diferentes
profesionales procedentes, tanto del ámbito de la psicología clínica como educativa. La
realidad actual sigue siendo un reflejo de este interés diverso, tal y como trataremos de
exponer a continuación.
Parte de ese interés creciente, así como la diversa procedencia de datos con los que
contamos actualmente puede comprenderse, si tenemos en cuenta los diferentes motivos
que justifican una evaluación del funcionamiento lingüístico del niño. Si, por ejemplo,
adoptamos el punto de vista de la investigación comparativa necesitaremos evaluar el
lenguaje en diferentes grupos de niños, con el fin de estudiar el influjo de otros factores
que intervienen en el desarrollo. También podemos asumir, como punto de mira, el de la
investigación experimental, la cual requiere frecuentemente la participación de habilidades
lingüísticas que han de ser tenidas en cuenta a la hora de interpretar los hallazgos
obtenidos (Baron-Cohen, Leslie y Frith, 1985). Así mismo, si consideramos los estudios
que evalúan los efectos terapéuticos comprobaremos que se requiere un adecuado
emparejamiento de los sujetos antes del tratamiento, así como medidas válidas de los
resultados antes y después de su aplicación, para documentar los efectos del sistema de
intervención utilizado. Algo similar sucede en los estudios clínicos donde es importante
la identificación precoz y fiable de los niños con dificultades en el lenguaje, no sólo con el
fin de ofrecerles una intervención temprana, sino también porque permite tomar
conciencia sobre los problemas que podría experimentar en su desarrollo, desde el punto
Podría pensarse que el error proviene del empleo de medidas aisladas y que, por
ello, la solución podría esconderse en la utilización de baterías de tests. Sin embargo, el
uso de éstas presenta también algunos inconvenientes ya que, aunque las medidas
estandarizadas de lenguaje presentan correlaciones significativas con otros tests, esta
significación desciende en el caso de niños con dificultades del lenguaje. De ahí que, las
comparaciones directas entre rendimientos obtenidos en diferentes pruebas sea en
A pesar de todo ello, lo cierto es que en la actualidad, existe una amplia gama de
pruebas estandarizadas a las que acudir, y cuya diversidad obedece a que han sido
elaboradas en base a criterios distintos. De ahí que quizás una primera pregunta que
podríamos hacernos es, precisamente, qué justificación encuentran los procedimientos de
evaluación del lenguaje con los que contamos en la actualidad, o bien, en base a qué
modelos han sido configuradas. En el punto siguiente haremos un breve recorrido
histórico acerca de cómo se ha venido abordando la evaluación del lenguaje en los últimos
años, que nos permitirá explicar el porqué de la coexistencia de algunos de esos
procedimientos, y su distinto grado de eficacia, en función de cuál sea el objetivo de la
evaluación planteado. En último término, esa revisión pretende definir algunos criterios
que nos permitan ajustar la evaluación, en función de los objetivos que se pretendan en
cada caso particular.
Uno de los aspectos que han ido modificándose a lo largo del tiempo se refiere a
los objetivos de la evaluación del lenguaje, es decir, a la finalidad de la misma. Desde la
perspectiva de las dificultades en el lenguaje, los primeros intentos de identificar los
elementos que lo componen obedecieron a la necesidad de establecer algún tipo de
procedimiento que sirviera para el diagnóstico diferencial de las mismas en función de la
etiología que se les atribuía y, en un segundo momento, para perfilar programas de
intervención. Actualmente, el énfasis de la evaluación se sitúa en la obtención de
información acerca de los procesos que subyacen al lenguaje y la comunicación, y acerca
del contexto en que suceden. Este cambio de perspectiva, responde a una transformación
más amplia del interés de la psicología, centrada inicialmente en la evaluación de
conductas o funciones, y que más tarde se polariza en la identificación de los procesos
que se hayan en la base de aquéllas.
Durante los años sesenta la evaluación del lenguaje vino determinada por la
cristalización del modelo psicolingüístico, a partir del cual se produjo un gran auge de la
utilización de los tests estandarizados. Tal y como hemos mencionado previamente tras
esta aproximación psicométrica se hallaba una concepción del desarrollo lineal, en la que
se incluían las habilidades psicolingüísticas en su conjunto -tómese como ejemplo el
Illinois Test of Psycholinguistic Abilities (ITPA) (Kirk, Mc Carthy, y Jones, 1968)-. El
uso habitual de este tipo de procedimientos ha sido cuestionado en varios sentidos,
especialmente cuando se utilizan con niños que presentan dificultades, tal y como ya
hemos planteado. Quizás una de la críticas de mayor peso a este modelo ha sido que no
aporta una información profunda y "comprensiva" acerca de las habilidades lingüísticas
del niño. Cabría, por tanto, aplicar a la evaluación del lenguaje y la comunicación algunas
de las objeciones que ya se han mencionado con respecto a la evaluación tradicional
(Orelove y Sobsey, 1987).
Los años setenta se cerraron con otro interés nuevo que dio origen a la "revolución
pragmática", iniciada por autores como Bates (1976), Bates y cols., (1977), y Dore
(1975). Este enfoque, definitivamente renovador, sirvió de síntesis sobre los
conocimientos disponibles sobre el desarrollo del lenguaje, dando lugar a un avance
considerable. Las repercusiones en el ámbito de la evaluación y el tratamiento del lenguaje
fueron determinantes, produciéndose un cambio de orientación con respecto a los
planteamientos que se enfocaban en las habilidades psicolingüísticas o en la gramática.
Ahora, la evaluación debía reflejar el descubrimiento de que la estructura lingüística del
habla de los niños está determinada por una doble necesidad: la de ser significativa y
tener algún tipo de efecto social.
La evaluación del lenguaje conlleva una serie de dificultades que estamos obligados
e enfrentar, y que han sido analizadas por diversos autores que han trabajado en este
ámbito (Miller, 1978; Hamill, 1987). A continuación resumimos algunas de ellas:
(a). Los datos de los que disponemos referidos al desarrollo del lenguaje, a menudo son
incompletos, fragmentados y, en ocasiones, inconsistentes.
(b). Las teorías y modelos sobre la conducta y el desarrollo lingüístico son frecuentemente
demasiado generales, y presentan una gran variabilidad en cuanto a los supuestos de
adquisición o, simplemente, ignoran el lenguaje desviado.
(c). Resulta difícil cuantificar muchos de los aspectos poco especificados que presenta el
lenguaje divergente o deficitario, dada su interrelación con otras áreas del desarrollo
(d). Gran parte de las excelentes aproximaciones a la evaluación del lenguaje, requieren
demasiado tiempo para ser empleadas fuera de la situación experimental, o bien no
aportan información relevante para la intervención.
No podemos olvidar, sin embargo, el punto de vista del alumno, o mejor, lo que la
evaluación debe suponer para él. En este sentido, una evaluación efectiva debería
proporcionar al alumno información acerca de su propio proceso de aprendizaje, en forma
de retroalimentación, o de "feed-back" confirmatorio o correctivo. Es decir, la evaluación
requiere tanto el punto de vista de quien la realiza, como de quien es objeto de ella, de
modo que debe tener significado también para el propio alumno, haciéndole consciente de
sus logros o fracasos. Esta comprensión por parte del alumno acerca de su propio
proceso de aprendizaje, es fundamental para garantizar un efecto permanente del mismo,
es decir, su transferencia a otros contextos distintos al aula.
Una segunda razón para evaluar el lenguaje del niño es la necesidad de descubrir o
detectar si la conducta lingüística del niño presenta algún rasgo divergente y en qué
grado. Se trata de establecer el grado de desvío del lenguaje con respecto a lo que
sabemos que constituye la progresión del mismo en los niños hasta los seis años, con el
fin de adoptar criterios preventivos. El modelo médico, trataba de responder a esta
cuestión acudiendo a las pruebas estandarizadas. Sin embargo, ya hemos comentado que,
habitualmente, los niños con severas dificultades lingüísticas o comunicativas, no son
capaces de ajustar su respuesta a un procedimiento tan sistemático y restringido. Por
tanto, nuestra apreciación debe destilarse del uso de otras medidas que comentaremos. No
obstante, el problema no es sólo el procedimiento, sino que la dificultad se halla también
en el hecho de que el desarrollo del lenguaje admite márgenes amplios con respecto a las
diferencias individuales de los niños, especialmente en cuanto al estilo de aprendizaje
(Wells, 1985; Service, Lock y Chandler, 1989). Es decir, que lo que es aceptable en la
mayoría de los niños, puede no serlo en un caso particular.
La tercera razón para evaluar y, sin duda la más importante desde el punto de vista
educativo, es la de aportar información útil para diseñar y llevar a cabo el plan de
intervención. y para detectar el cambio producido por la intervención educativa, aplicada
con el objetivo de promocionar o reeducar habilidades lingüísticas y comunicativas. En
este sentido, el resultado de la evaluación debería servirnos para decidir el nivel evolutivo
en el que comenzar la intervención, y determinar los componentes del lenguaje y procesos
subyacentes que deberían ser tenidos en cuenta en el programa de intervención. Este
El contenido del lenguaje puede ser abordado desde diferentes perspectivas, pero
habitualmente se acepta la distinción entre cuatro áreas principales:
(a). Fonología
A QUIEN COMO
ACERCA DE QUE
comunica comunica
comunica
a). Fonología
La fonología constituye un sistema que nos permite identificar rasgos sonoros que
diferencian significados (la distinción entre los fonemas /p/ y /t/ radica en que el primero
es bilabial y el segundo dental, y constituye un rasgo que relevante en nuestra lengua,
puesto que nos permite diferenciar palabras del tipo "pomo" y "tomo"). La evaluación del
nivel fonológico, por tanto, implica considerar la producción y comprensión de sonidos
del habla.
Algunos autores incluyen dentro del nivel fonológico, además de los aspectos
segmentales mencionados, los elementos prosódicos o suprasegmentales: intensidad
sonora (energía), entonación (altura tonal), ritmo articulatorio y acento (van Kleeck y
Richarson, 1990). No obstante, esta inclusión responde a una distinción clásica entre
habla y lenguaje, muy utilizada, por otro lado, dentro del enfoque clínico.
La morfología, por tanto, guía el modo de combinar unidades para formar palabras y
para producir cambios de significado. Con respecto a la evaluación, es necesario
considerar el desarrollo evolutivo, con el fin de predecir la secuencia según la cual esta
capacidad tiende a ser adquirida. No obstante, la mayoría de los estudios y pruebas de las
que disponemos han sido realizados en lengua inglesa. Una alternativa útil para evaluar
este nivel es, como veremos, la observación y el análisis del lenguaje a partir del registro
de una muestra de lenguaje espontáneo.
c). semántica
La semántica está referida al significado dentro del lenguaje, y su ámbito puede
estructurarse en los siguientes niveles:
- El significado de las palabras individuales y de las combinaciones de éstas.
- Los diferentes significados de las palabras individuales
- El lenguaje figurativo
- La influencia del contenido y la estructura en el significado
d). Pragmática
La figura 8.6 recoge una adaptación de la propuesta que hacen Howell y cols.
(Howell y Kaplan, 1980; Howell y Morehead, 1987), referida a los diferentes aspectos a
evaluar en las dimensiones de morfosintaxis, semántica/vocabulario y pragmática. El
contenido de la secuencia está basada en el desarrollo típico del lenguaje en el niño y el
adulto, de modo que nuestra adaptación ha consistido en seleccionar los elementos
relevantes en lengua castellana y en la consiguiente eliminación de aquéllos que
únicamente la tendrían en lengua inglesa (ej. expresiones con "do"). Por ello, la propuesta
puede ser útil para niños que presentan un desarrollo normal o retrasado, teniendo en
cuenta que éstos últimos seguirían el patrón habitual con una diferencia en el ritmo de
adquisición. (Wood, 1982)
Gráfico 8.6. Guía para el análisis del lenguaje. (Adaptado de Howell y Kaplan, 1980).
B. Avanzado
1. Vacabulario de material de lectura
2. Vocabulario de áreas de contenido
3. Lenguaje figurativo/verbal
4. Palabras con significado múltiple
5. Influencia del contexto en el significado
4. PROCEDIMIENTOS DE EVALUACION
Si tomamos como referencia el área del lenguaje, pueden existir diferentes motivos
para plantear la evaluación. Por ejemplo, puede interesarnos considerar la utilización de
determinadas estructuras morfosintácticas dentro del lenguaje oral, en cuyo caso la
evaluación puede plantearse a partir de las actividades habituales de la clase. Si por el
contrario, necesitamos comprobar el dominio en la producción de algunos fonemas,
entonces resultará más útil proponer ejercicios o seleccionar actividades que permitan
observar sistemáticamente la presencia de esos fonemas dentro de ciertas palabras
(dependiendo de su posición, combinación, etc.), o el tipo de procesos fonológicos que
los niños llevan a cabo para resolver sus dificultades.
A la hora de observar el lenguaje del niño conviene especificar tres aspectos: ¿qué
observar?, ¿cuándo observar? y ¿cómo observar?.
Por otro lado, no podemos perder la referencia de que las producciones verbales del
niño cumplen una serie de funciones relativas a la comunicación con los otros y la de
describir la realidad que le rodea. Por ello, además de conocer el significado de su
expresión, resulta de gran interés analizar cómo consigue el niño influir o modificar la
conducta de los otros.
Una observación adecuada, por tanto, debería incluir, no sólo las producciones
emitidas por el niño, sino también todo aquello que informa sobre su intención
comunicativa, es decir, sus gestos y actitudes. Además se ha de observar las actividades
que acompañan a lo que dice. Igualmente, debe incluir lo que dicen los interlocutores o lo
que intentan expresar. Y, por último, ha de recoger el contexto en el que se produce la
comunicación.
Por último, tal y como menciona Valmaseda (1990), hay que destacar que la
observación puede verse sensiblemente enriquecida si contamos con la participación de
otros profesionales, como el logopeda, profesor de apoyo, personas del equipo
psicopedagógico, u otros, a la hora de contrastar puntos de vista diferentes sobre la
competencia del niño. De hecho, este tipo de trabajo en conjunto contribuye a garantizar
una correcta interpretación de los datos, y su utilización en un momento posterior del
aprendizaje. Una de las ventajas consiste en que la observación, aporta un tipo de
Por último queremos recordar aquí que podemos llevar a cabo tres niveles de
análisis a partir de la observación. En cuanto al primero de ellos, el uso social que hace el
niño de la conversación, la utilización de los criterios comentados en el apartado anterior
nos permitirá estimar si la conversación constituye para él un recurso destinado a iniciar y
mantener relaciones sociales con los otros. Este nivel, por tanto, encuentra su contexto
ideal de valoración en el aula (Tough, 1979). No obstante, existen otros dos aspectos que
también han de ser considerados por parte del maestro: la calidad de las producciones del
niño -en cuanto a su forma y contenido- y las funciones comunicativas que éstas
cumplen, en previsión de posibles dificultades. Ambos niveles requieren llevar a cabo un
registro, transcripción y análisis pormenorizado del lenguaje del niño, el cual
expondremos a continuación. En ese sentido, el análisis del lenguaje constituye un
procedimiento que viene a complementar y especificar la información obtenida en la
observación, relacionada prioritariamente con los contextos comunicativos más usuales
para el alumno.
Para que la muestra elegida sea representativa del lenguaje del niño, se considera
que debe incluir 50 oraciones aproximadamente, aunque algunos autores (Wiig y Semel,
1984) opinan que la representatividad sólo estaría asegurada si se toman en torno a 100 o
más producciones. Otro criterio posible consiste en determinar el tiempo que usaremos
para la observación. Empleando 30 minutos de interacción, podemos contar con un
número aproximado de 100 ó 200 producciones, en niños mayores de dos años.
Conviene, en la medida de lo posible, elegir un entorno que sea familiar para el niño, de
modo que estimule su ejecución y elicite la mejor producción lingüística. También es
recomendable seleccionar la muestra de lenguaje en diferentes contextos. El evaluador
debe adaptar su actitud e intereses a los del niño, dependiendo de la edad y características
de éste. Igualmente, sus respuestas deben emplear un tipo de vocabulario y estructuras
gramaticales que éste pueda comprender, evitando una actitud instructiva o correctiva.
Otro aspecto a tener en cuenta es el tipo de material que podemos utilizar para
elicitar el lenguaje del niño. Resulta útil seleccionar el material previamente, e incluir:
objetos variados (juguetes, marionetas, dibujos, etc.), elementos ambiguos (regletas,
bloques de madera, etc.), y algún juego temático (juegos de coches, médicos, etc.). Este
material tangible tiene por objeto estimular la conversación, y resulta especialmente
En el caso de niños mayores, puede resultar útil plantear una serie de temas de
interés, que incluyan por ejemplo, actividades que realiza en la escuela, excursiones o
viajes que ha hecho, aficiones, aspectos referidos a amigos cercanos y hermanos,
programas preferidos de televisión, animales que le gustan, etc. Con respecto al uso de
material gráfico (libros, fotografías, etc.) hay que tener en cuenta que con niños que tienen
dificultades para expresarse, su uso puede tener un efecto contrario al que se pretende, ya
que prioritariamente tenderán a denominar o señalar los elementos que ven. Por tanto, se
ha de poner énfasis en conseguir que el niño relate algo de lo que podría estar sucediendo
en un escena, que explique por qué ocurre algo, por ejemplo. Es importante evitar, sobre
todo, el tipo de preguntas que suscitan respuestas con monosílabos (i.e. "¿qué están
haciendo los niños?"), y procurar utilizar preguntas abiertas (i.e. "¿por qué crees que
están riñendo?").
En ocasiones, podemos encontrarnos con niños que apenas hablan. Entonces, puede
resultar útil la presencia de otro niño y de un juego mediador que suscite la conversación
entre ambos. En el caso de niños con dificultades severas puede resultar difícil conseguir
una muestra representativa de lenguaje. No obstante, podemos recoger diferentes
observaciones a lo largo de un día, y seleccionar aquéllas en las que existe mayor
producción. De ese modo, contaremos con una muestra que ofrece el valor de haber sido
extraída de contextos funcionales .
La transcripción puede presentar algunas dificultades. Una de ellas quizá sea la falta
de inteligibilidad de algunas expresiones del niño, independientemente de la familiaridad
que tengamos con él. En estos casos se recomienda no incluir en la transcripción dichas
expresiones ininteligibles. Otro aspecto que debemos tener en cuenta es que el niño
tenderá a repetir expresiones, en cuyo caso conviene considerar únicamente la primera
expresión de la serie, salvo que existan variaciones de las mismas y, que si son de interés,
deberíamos recoger. No obstante debe tomarse nota de la existencia de esas repeticiones,
así como de posibles disfluencias y vacilaciones.
En general, se acepta que las categorías descritas por la gramática tradicional son las
más adecuadas para clasificar los términos lingüísticos que pueden ser analizados en la
expresión lingüística del niño, con independencia del marco evolutivo del que partamos.
Así, la distinción entre categorías morfológicas (artículo, preposición, verbo, pronombre,
etc.), del mismo modo que las flexiones propias del castellano (género, número, etc.)
pueden servirnos para especificar el dominio conseguido por el niño en cuanto al uso de
los mismos (Ver fig. 8.2 y 8.6).
Por lo que se refiere a la sintaxis, interesa valorar dos aspectos. En primer lugar el
tipo de construcciones sintácticas que, de modo habitual, se utilizan correctamente.
También interesa valorar la complejidad de los sintagmas que las componen. Este criterio
nos dará una idea de cuál es el nivel de competencia del niño. En tercer lugar, debemos
identificar aquéllas oraciones producidas por el niño que contienen errores u omisiones
sintácticas. Para ello, resulta imprescindible referirnos al contexto en que han sido
Existen algunos sistemas de análisis del lenguaje espontáneo, que presentan cierta
sistematización, y a los que puede recurrirse. Uno de los más conocidos protocolos para
el análisis sintáctico es el LARSP (Language Assessment, Remediation, and Screening
Procedure; Crystal, Fletchner y Garman, 1976). Este procedimiento permite, además, la
valoración y el establecimiento de pautas para la reeducación del lenguaje.
Entre las estructuras que pueden ser analizadas en el lenguaje del niño, podemos
mencionar la necesidad de evaluar la presencia de:
(a) Oraciones simples (a partir de la estructura básica: Sujeto-Verbo-Objeto);
(b) Estructuración de los sintagmas nominales,
(c) Estructuración de los sintagmas verbales,
(d) Oraciones complejas (coordinación, subordinación),
(e) Tipo de transformaciones generadas (mandato, negación, interrogación, voz
pasiva)
El segundo aspecto que forma parte del nivel semántico, tal y como mencionábamos
al principio, corresponde al significado que adoptan las palabras en virtud del
funcionamiento en roles particulares dentro de una oración (roles semánticos), o roles que
pueden adoptar los participantes de una situación. En los niños de edad comprendida
entre 1 año y medio y los 3 años y medio, la evaluación del lenguaje debe incluir ya un
análisis de las relaciones semánticas que se establecen entre las palabras, las cuales vienen
determinadas por los roles que juegan dentro de la oración. Por ejemplo, el término
"chica", además de ser la determinación femenina con respecto a "chico", puede ser
también el agente de una acción ("la niña lanza la pelota"), el receptor de una acción ("el
balón golpeó a la niña"), el poseedor de un objeto (el balón de la niña"), etc. Para evaluar
si el niño ha adquirido esta diferenciación podemos acudir a las categorías elaboradas por
autores como Antinucci y cols. (1973) y Wells (1985) (ver figura 8.3). Esta
Una pregunta que podemos plantearnos se refiere a qué tipo de conductas hemos de
tener en cuenta en la evaluación de la dimensión pragmática del lenguaje. Si admitimos
que desde la pragmática "hablar es hacer", nos interesará evaluar, tanto las conductas
verbales como las no verbales. De las primeras nos interesa el grado de dominio que el
alumno ha conseguido desde el punto de vista formal (fonología, morfosintaxis) y del
contenido (semántica) a la hora de expresar sus intenciones. En cuanto a las conductas no
verbales, hemos de considerar los aspectos comunicativos que tienen que ver con aspectos
como: el movimiento (expresión facial, movimiento del cuerpo), conducta táctil,
proximidad física, características de la voz y apariencia física.
La valoración del estilo individual y de los miembros del grupo está estrechamente
relacionada con el contexto social particular en el que llevamos a cabo la observación, en
el cual existen dos aspectos diferenciados. Por un lado, encontramos las conductas
relativamente estables que cada persona manifiesta en su modo de comunicarse, y que
definen su estilo individual. Por otro, existen las variaciones características del lenguaje en
relación al contexto, dependiendo de factores como el ámbito geográfico, cultural, la clase
social, etc. Es decir, son las que definen al sujeto como miembro de una comunidad.
El segundo factor que hemos mencionado se refiere a las adaptaciones del hablante
a los participantes, roles y situaciones concretas . Estas adaptaciones son otro de los
factores que explican las variaciones en el uso del lenguaje. Constituyen lo que se ha
venido en llamar "registros" o variaciones del lenguaje inducidas contextualmente. En este
sentido, diferentes investigaciones han demostrado la capacidad, que tanto el adulto como
del niño manifiestan, para adaptarse a las características diferenciales del oyente,
dependiendo de su edad, estatus, o diferentes rasgos de incapacidad -física o mental-. Así,
los niños de cuatro años, que presentan un desarrollo normal, varían su lenguaje en
respuesta a diversas características del oyente como, por ejemplo, la edad, utilizando
oraciones más breves y sencillas cuando se dirigen a niños más pequeños.
Por todo ello, la evaluación de las habilidades pragmáticas del alumno debe incluir
la observación de cómo interactúa con interlocutores que presentan, de forma real o
hipotética, diferencias con respecto a él, registrando su grado de adaptación a los mismos.
En cuanto a la habilidad del niño para referirse a diferentes roles en el uso del
lenguaje, ésta puede observarse claramente a través del juego simbólico, en el cual tiene
ocasión de adoptar diferentes roles a través de los que expresarse de forma distinta
(médico-paciente, profesor-alumno, padre-hijo, etc.). Normalmente, los niños que
presentan un desarrollo normal son capaces de representar roles verbalmente en su juego,
alrededor de lo 3 ó 3 1/2 años (Westby, 1980). En un contexto de evaluación del lenguaje
el maestro o el examinador puede aportar los apoyos necesarios, con el fin de elicitar
diferentes roles durante la recogida de una muestra de lenguaje espontáneo.
D ). Índices de desarrollo
Un índice muy utilizado es la longitud media del enunciado o MLU (Mean Length
of Utterance; MLU ). Para su cálculo, Brown (1973) propone el criterio de tomar las cien
primeras producciones verbales, contabilizando el número de morfemas, con el fin de
establecer una comparación con los estadios del desarrollo definidos en su modelo. La
necesidad de establecer criterios para su utilización en lengua castellana, hace necesario
acudir a trabajos que han sido llevados a cabo en nuestra lengua (Véase: Siguán y cols.,
1986; Clemente, 1989). En el último apartado de este capítulo recogemos las normas para
su cálculo.
Por último, podemos acudir al Índice de Diversidad lexical o IDL (Type Token
Ratio -TTR- ), para cuyo cálculo se compara la cantidad de palabras diferentes con el total
de palabras de la muestra, sobre las cien primeras palabras.
A.2.). Vocabulario
A. 3.). Sintaxis/semántica
La evaluación de la comprensión lingüística pone de manifiesto la necesidad de
considerar la interrelación entre los niveles semántico y sintáctico. Por ejemplo, la noción
de plural (i.e. "cosas") que implica "más de uno", guarda su correspondencia
Existen diferentes posibilidades para evaluar este nivel (ver: Bellugi-Klima, 1971).
En general, deben tenerse en cuenta algunos criterios, como por ejemplo, el de eliminar las
posibles claves contextuales, asegurarse que el niño conozca el vocabulario implicado, y
que los objetos empleados sean familiares para el niño. El formato podría consistir en
presentar una serie de objetos, la emisión de dos oraciones opuestas por parte del clínico,
y la posterior "escenificación" con los objetos por parte del niño de ambas oraciones
escuchadas (i.e. "el coche es empujado por el camión" "el camión es empujado por el
coche"). Otra posibilidad es emplear dibujos de escenas para la designación de las
mismos. De ese modo pueden evaluarse diferentes nociones como: inflexión
singular/plural de nombres y adjetivos, declaraciones afirmativas/negativas, inflexiones
singular/plural de nombres junto a inflexiones de verbos, preguntas afirmativas/negativas,
afijos negativos, formas reflexivas, comparativos, oraciones pasivas, u otros.
(a) Significado referencial . Este nivel puede ser evaluado mediante el cálculo del
Índice de diversidad lexical, o TTR (Type Token Ratio) en versión inglesa, tal y como
hemos mencionado en el apartado referido al análisis del lenguaje a partir de muestras de
lenguaje espontáneo.
(a) Estos tests no están diseñados para su uso con niños que presentan discapacidades,
por lo que su aplicación en esos casos requerirá adaptaciones a las habilidades
lingüísticas del niño, y la interpretación de resultados ha de hacerse con cautela;
(b) A menudo, los rangos de edad que aportan los tests de lenguaje ofrecen una amplia
variabilidad a la hora de establecer los niveles mínimo y máximo de rendimiento,
debido a lo cual se hace necesario tener en cuenta la edad mental más que la edad
cronológica del niño, incluso en aquellos casos en que se trate de niños con un nivel de
inteligencia normal;
(c) La utilización de puntuaciones en forma de "edad de desarrollo equivalente", puede
dar lugar a errores de interpretación, por lo que se aconseja el empleo de las
Teniendo en cuenta las ventajas y dificultades que plantea la evaluación del lenguaje
y la comunicación mediante este tipo de procedimientos, especialmente en el caso de
niños que presentan algún tipo de dificultad, nuestro objetivo aquí es el de hacer una
mención descriptiva de algunos de los tests más usuales, de modo que permita disponer
de ciertos criterios valorativos a la hora de elegir alguno de las medidas normalizadas
existentes, bien sea con la finalidad de obtener un perfil general de habilidades lingüísticas
y comunicativas del niño, o bien, con la de ahondar en algún aspecto específico de las
mismas. Según hemos mencionado, el especialista que realice la evaluación deberá tener
en cuenta la necesidad de adaptar la aplicación a las posibilidades del niño que presente
dificultades. No obstante, dentro del conjunto de pruebas que analizaremos existen
algunos índices, que pueden resultar útiles a la hora de decribir cualitativamente la
organización lingüística del niño.
ESCALAS DE DESARROLLO
A) Escalas de desarrollo
EVALUACION FONOLOGICA
A). Discriminación
B). Producción
EVALUACION MORFOSINTACTICA
EVALUACION SEMANTICA
Token Test
Este test evalúa comprensión verbal, específicamente en respuesta a la realización de
órdenes que implican diferentes variaciones morfológicas y sintácticas, contenidas en
oraciones de complejidad progresivamente mayor, cuya comprensión y recuerdo se
requiere para una respuesta correcta. Esta respuesta que se solicita, requiere la
designación de una serie de fichas que varían en forma (cuadrados y círculos), y tamaño
(grandes y pequeñas). La prueba originalmente concebida para evaluar dificultades
lingüísticas en afásicos (De Renzi y Vignolo, 1962), cuenta con una versión revisada -
Revised Token Test - (Mc Neil y Prescott, 1978) y una versión infantil -The Token Test
for Children - (Di Simnoni, 1978) aplicable a niños de 3 a 12 años, aunque no
disponemos de baremos con población de habla castellana.
Los tests que se incluyen en este apartado, en general, evalúan un cierto nivel de
dominio conceptual, ya que la mayoría consideran específicamente comprensión de
vocabulario. En este sentido, estas pruebas no permiten obtener una evaluación exhaustiva
de la organización semántica del niño, la cual incluiría no solo el significado individual de
las palabras, sino también el significado múltiple de algunas de ellas, el que adquiere su
combinación, y el influjo de la estructura de la oración y del texto en ese significado, así
como, la capacidad de categorización. Por otro lado, con este tipo de pruebas resulta difícil
evaluar el nivel expresivo de esta dimensión, de modo que para un mejor acercamiento
valorativo sería necesario acudir al análisis de una muestra de lenguaje espontáneo. No
obstante, estos tests pueden ser útiles para detectar algunas dificultades referidas a la
comprensión de vocabulario.
Esta revisión que hemos presentado no pretendía ser exhaustiva, puesto que el
número de pruebas disponibles en el mercado es muy amplio. Nuestro objetivo era el de
ofrecer una guía útil para la detección y valoración de las posibles dificultades del
lenguaje, tratando de recoger aquellos tests que cuentan con un mayor aval, a la vez que
intentábamos facilitar al lector la elección de uno u otro, según sean los objetivos que se
planteen en la evaluación.. En el apartado siguiente trataremos de establecer un nexo entre
la información obtenida en la evaluación y su utilidad como material de partida a partir del
que planificar la instrucción.
Como último aspecto que trataremos en este capítulo, quisiéramos definir algunas
pautas que nos permitan, tanto interpretar los datos obtenidos en la evaluación del alumno,
como adoptar decisiones acordes con el contexto educativo en el que se halla inserto el
(1). Una serie de 'cuestiones' que debemos tratar de responder para detectar a qué
nivel se sitúan las dificultades.
(2). Un conjunto de 'procedimientos específicos de evaluación' a adoptar según la
respuesta obtenida en (I)
(3). Diferentes 'recomendaciones instruccionales', a adoptar también dependiendo
de la respuesta en (I)
En este último nivel, mencionamos algunas recomendaciones que están indicadas para
aquellos alumnos cuyas competencias lingüísticas han sido consideradas inferiores a lo
esperado.
(1) - Las palabras desconocidas, así como las reglas de formación de oraciones deberían
ser introducidas siguiendo las secuencias del desarrollo evolutivo normal.
(2) - Las palabras seleccionadas para la formación de oraciones deberían ser muy
familiares para el alumno, pudiendo seleccionarse a partir de un vocabulario
correspondiente a una edad tres años inferior a la del niño entrenado.
(3).- La longitud de las oraciones debería establecerse como máximo en los límites de 5 a
10 palabras; el mínimo dependerá de la complejidad sintáctica y las unidades sobre las
que se aplique la regla.
(4). Es recomendable emplear representaciones gráficas de las palabras u oraciones,
pudiéndose combinar dibujos para palabras con significado referencial y
representaciones de palabras con significado no referencial.
(5). Las palabras desconocidas podrían ser introducidas con ilustraciones donde variaran
las características de las palabras seleccionadas.
(6). El entrenamiento en aprendizaje de palabras o formación de oraciones debería ser
introducido con tareas de reconocimiento y comprensión, y sólo en un segundo
momento solicitar la producción.
(7). Del mismo modo, el entrenamiento debería emplear primero palabras muy
familiares, para pasar más tarde a conceptos menos conocidos.
En ocasiones la instrucción debe tener en cuenta los errores que el alumno realiza de
forma consistente. En ocasiones, las correcciones podrían incidir en la causa del error,
como en los casos siguientes: (a) Discriminación; (b) Generalización, e (c) Información
ausente. Los errores de discriminación, generalmente suceden cuando una alumno aplica
una regla vieja a un contexto nuevo. Es lo que suele suceder cuando se aplican ciertos
criterios morfológicos a palabras irregulares. Los errores de generalización responden a
una dificultad del alumno para apreciar que dos cosas son similares. En este caso la
instrucción pondrá el énfasis en las similitudes posibles que comparten las cosas. El
tercer error consiste precisamente en instruir al alumno para que tienda a buscar la
información que le falta, dado que ése es un requisito previo para empezar a buscarla.
6. VALORACION
Las consideraciones anteriores nos llevan a plantearnos qué implicaciones tienen los
cambios producidos, sobre el modo de actuar o enfrentarnos al lenguaje del niño, sea para
promover su desarrollo, o para reeducar una dificultad. En nuestra opinión el modelo
educativo y, más concretamente su traducción en el marco que define el currículo,
especifica claramente cuáles son los objetivos lingüísticos y comunicativos que el niño ha
de alcanzar en cada etapa. No obstante, las actuaciones y los recursos que implica
alcanzar esos objetivos, requieren una labor integrada de las personas que intervienen en
el contexto educativo. En concreto, con respecto al área del lenguaje y la comunicación, es
necesario un trabajo conjunto entre el profesor, el psicopedagogo y el logopeda, a la hora
de llevar a cabo una intervención óptima.