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Attard
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BRASILIA 2008
Quiero insistir con un vivo ‘Gracias’ muy personal. Este es mi primer Encuentro
como Consejero de la Pastoral Juvenil. Me siento bendecido por Dios al poder
participar en este trabajo que nos une a todos. Me siento honrado por sus
modos tan gentiles. Sobre todo, me ha impresionado mucho la buena voluntad
que veo Uds. para dar calidad al servicio entre los jóvenes. Deseo que todos
los Encuentros puedan ser como éste: una verdadera experiencia de
compromiso cristiano y salesiano.
Quiero compartirles una reflexión que hice en estos días. En los cuatro temas
del Encuentro, (1) la animación-gestión y acompañamiento, (2) la formación, (3)
la comunicación y (4) la evaluación, veo una línea común, que es muy
evidente. Es una línea que la noté explicitada en las discusiones y propuestas
finales.
Les percibo un gran deseo por formar parte de la historia de los jóvenes a
quienes están sirviendo; y, al mismo tiempo, les percibo el deseo que tienen
Uds. de compartir su historia con sus jóvenes.
Todo esto me lo recordaron Uds durante estos días. Como Dios, también Uds.,
consideren la historia de los jóvenes como una historia que no les queda
distantes, sino que las tienen siempre cerca del propio corazón.
En estos días se sentía una voluntad de estar al servicio, dar soplo de vida, de
formar, de escuchar y de comunicarse con la historia de nuestros jóvenes. La
diversidad que traen todos y cada uno ellos en sus corazones, incluso cuando
a veces se muestran rebeldes, no los vean como obstáculo, sino como una
hermosa posibilidad, como momentos donde el amor se transforma en un
proceso paciente y amoroso.
En una cultura en la que parece que el interés pareciera ser la única regla que
rige la existencia humana, ¿no es acaso el momento de valorar mejor esta
característica de una presencia educativa hecha de amor, que haga parte de
nuestra propia historia, que haga parte de la historia de nuestro patrimonio
salesiano?
Lo sabemos por experiencia, que muchas veces la llave que abre el corazón de
los jóvenes a horizontes de mayor humanidad y espiritualidad, es el amor
El evangelio de hoy nos ofrece el icono en el que los discipulos olvidan los
milagros de la multiplicación de los panes. Les dice Jesús: “¿No recuerdan
cuando reparti los cinco panes para cinco mil personas? ¿Y cuando repartí los
siete panes entre cuatro mil?”
También hoy estamos llamados a sentir las necesidades de los jóvenes. Pero el
servicio más grande que podemos ofrecerles a ellos, es el de amarlos con el
mismo amor de Cristo. Olvidar esto, refuerza el vacío tan trágico para el
presente y el futuro de nuestros jóvenes. Este riesgo nos hace perder muchas
ocasiones en las que podríamos iniciar a nuestros jóvenes en procesos de
humanización y trascendencia, esas experiencias en las que el amor tiene la
capacidad de cambiarle la vida a los jóvenes.
Nuestro poco pan o pescado, puesto en las manos de Dios, hace grande las
cosas. Esta es la conciencia de nuestra pobreza, pero de igual modo la certeza
de vivir nuestra entrega según la lógica de Cristo, el Hijo de Dios, que hace
cosas grandes por medio de cada uno de nosotros.
Que el Senor, creador de la historia, nos siga ayudando para no olvidar nunca
su amor por nosotros. No debemos olvidar que su amor por los jóvenes, pasa
por medio nuestro. Que como Don Bosco y Madre Mazzarello sepamos ser
misioneros y misioneras de la caridad educativa y discípulos y discípulas,
dándoles testimonio de la libertad que sabe valorar y mejorar las propias
opciones de animación, formación y comunicación.
Amen.