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III ENCUENTRO CONTINENTAL DE EDUCACIÓN SALESIANA

BRASILIA 2008

FABIO ATTARD, SDB.


Consejero para la Pastoral Juvenil.

Terminando esta experiencia, sentimos la necesidad de expresar un vivo


“Gracias”. En primer lugar, a todos los que han colaborado para la buena
organización de este encuentro internacional. Ustedes han hecho un trabajo
maravilloso, todos lo apreciamos así. Es un trabajo que, respetando el camino
hecho, nos abre horizontes para lo que nos queda por hacer.

Un ‘Gracias’ también a cada uno y cada una de Uds, aquí presentes. El


inmenso aporte que han ofrecido en estos días, Uds nos han mostrado y
compartido el amor y el compromiso que los inspira en la dedicación a esta
misión de educadoras y educadores salesianos.

Quiero insistir con un vivo ‘Gracias’ muy personal. Este es mi primer Encuentro
como Consejero de la Pastoral Juvenil. Me siento bendecido por Dios al poder
participar en este trabajo que nos une a todos. Me siento honrado por sus
modos tan gentiles. Sobre todo, me ha impresionado mucho la buena voluntad
que veo Uds. para dar calidad al servicio entre los jóvenes. Deseo que todos
los Encuentros puedan ser como éste: una verdadera experiencia de
compromiso cristiano y salesiano.

Quiero compartirles una reflexión que hice en estos días. En los cuatro temas
del Encuentro, (1) la animación-gestión y acompañamiento, (2) la formación, (3)
la comunicación y (4) la evaluación, veo una línea común, que es muy
evidente. Es una línea que la noté explicitada en las discusiones y propuestas
finales.

Les percibo un gran deseo por formar parte de la historia de los jóvenes a
quienes están sirviendo; y, al mismo tiempo, les percibo el deseo que tienen
Uds. de compartir su historia con sus jóvenes.

Quiero interpretar este intercambio de historias desde la revelación de Dios que


tenemos en la Biblia. Dios se nos muestra haciendo su historia con la de su
pueblo, Israel. El Dios de la creación se hace el Dios de la historia. De hecho,
toda la literatura contemporánea al Pentateuco, deja ver la cercanía de Dios
con Israel, con su historia. El Dios que crea, es el Dios que insiste en seguir
haciendo nuevas, no solo todas las cosas, sino que también quiere hacer
nuevas a las personas. Es un Dios que se mantiene en su propósito de caminar
con su pueblo, un Dios que no se cansa del pueblo. Es más, nuestro Dios,
incluso viene a visitarnos, se hace uno de nosotros, uno como nosotros, uno
con nosotros, el Emmanuel.

Todo esto me lo recordaron Uds durante estos días. Como Dios, también Uds.,
consideren la historia de los jóvenes como una historia que no les queda
distantes, sino que las tienen siempre cerca del propio corazón.

En estos días se sentía una voluntad de estar al servicio, dar soplo de vida, de
formar, de escuchar y de comunicarse con la historia de nuestros jóvenes. La
diversidad que traen todos y cada uno ellos en sus corazones, incluso cuando
a veces se muestran rebeldes, no los vean como obstáculo, sino como una
hermosa posibilidad, como momentos donde el amor se transforma en un
proceso paciente y amoroso.

En una cultura en la que parece que el interés pareciera ser la única regla que
rige la existencia humana, ¿no es acaso el momento de valorar mejor esta
característica de una presencia educativa hecha de amor, que haga parte de
nuestra propia historia, que haga parte de la historia de nuestro patrimonio
salesiano?

Lo sabemos por experiencia, que muchas veces la llave que abre el corazón de
los jóvenes a horizontes de mayor humanidad y espiritualidad, es el amor

Busquemos de valorar lo bueno y lo bello que cada quien tiene en el propio


corazón. Sólo en este contexto, cualquier metodología que pensemos podrá
ser aplicada, no de una forma anónima, sino de un modo humano, en una
experiencia donde el corazón habla al corazón, como dice san Francisco di
Sales.

El evangelio de hoy nos ofrece el icono en el que los discipulos olvidan los
milagros de la multiplicación de los panes. Les dice Jesús: “¿No recuerdan
cuando reparti los cinco panes para cinco mil personas? ¿Y cuando repartí los
siete panes entre cuatro mil?”

Nosotros, como los discípulos, corremos el riesgo de olvidar, o de no entender.


Eso nos ocurre cuando nuestro corazón no se deja enamorar de ese Dios que
deja de amarnos nunca en su Hijo.

También hoy estamos llamados a sentir las necesidades de los jóvenes. Pero el
servicio más grande que podemos ofrecerles a ellos, es el de amarlos con el
mismo amor de Cristo. Olvidar esto, refuerza el vacío tan trágico para el
presente y el futuro de nuestros jóvenes. Este riesgo nos hace perder muchas
ocasiones en las que podríamos iniciar a nuestros jóvenes en procesos de
humanización y trascendencia, esas experiencias en las que el amor tiene la
capacidad de cambiarle la vida a los jóvenes.

Nuestro poco pan o pescado, puesto en las manos de Dios, hace grande las
cosas. Esta es la conciencia de nuestra pobreza, pero de igual modo la certeza
de vivir nuestra entrega según la lógica de Cristo, el Hijo de Dios, que hace
cosas grandes por medio de cada uno de nosotros.

Cuando perdemos la memoria de un Dios misericordioso, de un Dios fiel que


nos ama en Cristo, y no nos lo creemos con firme convicción, entonces nos
llega el fin.

Pero, en cambio, cuando nuestra humanidad se radica en el amor de Dios,


fuente de la gracia de unidad, entonces nos damos cuenta, como Don Bosco y
Madre Mazzarello, de que la educación es una bella aventura, en la que la
dimensión humana llega a su punto más divino cuando se educa con el
corazón de Dios.

La belleza de la educación está en su capacidad de hacer de nosotros los


misioneros y misioneras de los jóvenes. De igual modo, se trata de hacer de los
jóvenes unos testigos privilegiados de una vivencia plena porque está inspirada
por el evangelio y la espiritualidad salesiana.

Me gusta mucho recordar una frase de Madre Mazzarello. La escribió en una


de sus Cartas (Cfr n. 35) y es una síntesis simple, pero muy profunda: “haz con
libertad todo lo que pida la caridad” La caridad es el criterio que interpreta la
historia de nuestros jóvenes, pero de igual modo el criterio que determina
nuestra respuesta. La caridad nos pone a servir con un espíritu libre, porque no
nos interesa ningún otro motivo que no sea el de querer bien a nuestros
jóvenes. Es por eso que queremos servir con caridad a nuestros jóvenes.

Si la caridad fue un criterio determinante par Madre Mazzarello, lo es también


para Don Bosco. Estudia el modo de hacerte amar, es la frase que Don Bosco
le escribió a Don Rúa en el año 1863, cuando lo mando como primer Director a
Mirabello (MB VII, 524). En las Memorias Biográficas leemos que “una de las
última palabras dicha por Don Bosco a Don Rúa fue precisamente ésta: hazte
amar” (MB XVIII, 537).

Que el Senor, creador de la historia, nos siga ayudando para no olvidar nunca
su amor por nosotros. No debemos olvidar que su amor por los jóvenes, pasa
por medio nuestro. Que como Don Bosco y Madre Mazzarello sepamos ser
misioneros y misioneras de la caridad educativa y discípulos y discípulas,
dándoles testimonio de la libertad que sabe valorar y mejorar las propias
opciones de animación, formación y comunicación.

Amen.

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