Está en la página 1de 22

CAPÍTULO XII

Guerra civil revolucionaria: la revoluCión inglesa.

1ra-fase.

«Si en el tiempo, lo mismo que en el espacio, hubo fluctuaciones altas y bajas, creo que la más
alta de la época fue la que transcurrió entre los años de 1640 y 1660. Así escribía el filósofo nomas
Hobbes al enjuiciar la revolución inglesa contra la monarquía Estuardo. Aunque semejante y
enlazada tipológicamente a otras guerras civiles revolucionarias del momento, las sobrepasó en
numerosos aspectos: la magnitud de su cambio político; su destrucción de una Iglesia de Estado y
sus batallas en torno a la libertad religiosa; la extensión y significado de sus debates ideológicos;
sus aspiraciones sociales y democráticas; su republicanismo y su elaboración de una constitución;
y el fuerte levantamiento de un radicalismo insurgente desde abajo. Además, el nuevo régimen
creado por la revolución tuvo un lugar importante en la escena internacional. El estado
revolucionario, después de lograr la supremacía en Inglaterra, se ex-tendió más allá de sus límites
al imponer su conquista sobre Escocia e Irlanda. Animó la guerra de los holandeses, persiguió
ambiciones coloniales, y Francia y España la buscarán como aliado. No fue vencida por sus
enemigos. Cuando expiró en 1660 con la vuelta de la Monarquía Estuardo, cayó a causa de la
bancarrota debida a su fracaso interno de establecerse sólidamente. En noviembre de 1640, justo
cuando la revolución se venía abajo, Hobbes huyó de Inglaterra para residir en Francia, porque
preveía que «se avecinaba un desorden». Al escribir más tarde desde Francia, observaba cómo
antes de que la violencia se volviera contra el país, éste «hervía con preguntas referentes a los
derechos de dominio y de la obediencia debida por parte de los súbditos, elementos
verdaderamente precursores de una próxima guerra». Lamentaba también los abusos que se
habían cometido en nombre de falsos principios políticos. ¿Cuántos reyes?» preguntaba,

se equivocan al pensar que un rey tirano podría ser matado legalmente? ¿Cuántas gargantas
defienden que un príncipe puede ser depuesto por cienos hombres? ¿Y qué asesinatos no ha
causado esta doctrina errónea de que los reyes no son superiores, sino administradores de la
multitud?

Estas creencias populistas marcadas por Hobbes, por sus perniciosas consecuencias, nos resultan
más o menos familiares. Las hemos hallado ya como parte de la estructura ideológica de los
rebeldes holandeses y hugonotes, que habían sido los primeros en difundirlas ampliamente. Las
revueltas en Francia y en los Países Bajos habían tenido lugar medio siglo antes de que la inglesa
comenzara. Pero las tres eran semejantes en su lucha contra los reyes y el absolutismo, y la
tradición revolucionaria que las dos primeras ayudaron a engendrar fue fuertemente reformada y
ampliada por su sucesora. La revolución comenzó con la apertura del Parlamento Largo en
Westminster el 3 de noviembre de 1640. Desde su comienzo apareció el ataque inmediato a las
instituciones del poder real en la Iglesia y el Estado. De sus postulados se siguieron una serie de
hechos que amputaron la autoridad real, continuó con una lucha armada contra Carlos I en menos
de dos años, y se dirigió después de su derrota a la abolición de la realeza y de la Cámara de los
Lores, la creación de una república y a una serie de experimentos constitucionales y políticos. La
génesis de la revolución presentó algunos caracteres generales paralelos a los de los conflictos de
Francia y los Países Bajos. También en Inglaterra la revuelta estuvo precedida por una crisis de
autoridad que socavó la obediencia y destruyó la habilidad' del rey para dirigir. Hacia 1640 se
había producido una polarización entre el absolutismo y sus enemigos que mostraban todos los
elementos den una situación revolucionaria. La religión representaba una función sediciosa
similar, como el puritanismo, el linaje' inglés del calvinismo, y añadió su formidable fuerza a la
postura de oposición contra la Corona. Como en otros lugares, -una gran parte de la clase
gobernante, el orden aristocrático y la gentry, habían, quedado marginados de la dirección del rey
por sus métodos y política. Fueron hombres pertenecientes esta clase los que prestaron oídos a
las protestas del reino y encabezaron la oposición que culminó en la revuelta.

No obstante, junto a estos paralelismos hubo especiales caracte res que denunciaban importantes
diferencias en la revolución de 1640-1660 y en sus fundamentos. A comienzos del siglo 17
Inglaterra era un estado nacional cohesionado, mejor unificado e integrado que ningún otro de la
Europa Occidental. Los predecesores de la dinastía Estuardo habían eliminado a todos los rivales
internos y establecieron una indesafiable supremacía. La Corona no tuvo que contar con una
todavía subyugada alta nobleza o luchar con las provincias autónomas y sus privilegios. La
administración central alcanzó a todo el reino, pues el gobierno local era bien utilizado en favor
del estado real y sus dirigentes. Estas características se reflejaban en la clase dominante. Aquella
parte del orden aristocrático, como las élites que proporcionaban el mayor número de los
miembros de Parlamento tras Parlamento y que servían también a Corona de forma voluntaria en
los cargos más altos. de la administración condal, llegaron a ser políticamente sofisticados.
Además, habían evolucionado durante los últimos años del reinado de Isabel en lo que podríamos
llamar una clase política nacional Ahora podían ser más instruidos que antes. En número creciente
acudían a Oxford o Cambridge, hacían el viaje europeo y pasaban algún tiempo en Londres en los
tribunales de justicia (Inns of Court), centro de la vida social y profesional de los abogados3.
Estaban familiarizados con los asuntos públicos y habían llegado a compartir un mismo horizonte
nacional. Aunque imbuidos de ideales de obediencia y servicio al príncipe, sentían asimismo una
lealtad más impersonal hacia el estado o la república ejemplificada en el Parlamento, el cuerpo
representativo del reino. Sólo si se tienen presentes estos hechos es posible comprender cómo,
con la rápida desintegración de la constitución monárquica después de 1640, los enemigos de
Carlos I estaban preparados y fueron capaces de asumir el control del gobierno. Desde luego, al
enumerar estas consideraciones no tenemos que olvidar que el provincialismo fue también un
elemento penetrante en la sociedad inglesa, como lo han demostrado tantos estudios locales y
regionales de la Inglaterra moderna. Los intereses y la política interna del condado y de las
comunidades urbanas se interrelacionaban y algunas veces afectaban a la política nacional.
También ejercieron influencia sobre la revolución inglesa4. Pero resulta importante no exagerar o
malentender la influencia del provincialismo a mediados del siglo 17. Esto ocurre cuando el
eminente estudioso en la materia, en su celo de corregir una historia enfocada exclusivamente a lo
nacional, llega demasiado lejos al decir que a pesar de su antiguo gobierno centralizado, la
Inglaterra de 1640 parecía una unión de estados condales o comunidades parcialmente in-
dependientes, cada uno con características- y lealtades distintivas» 5. Tal descripción exagera el
caso y se ajusta más a las provincias francesas o al regionalismo español que a los condados
ingleses. Escritores de esta misma escuela de pensamiento se equivocan al tratar de explicar la
revolución de 1640 como una explosión en primer lugar de resistencia localista al gobierno
centras. En Inglaterra, el provincialismo existía en clara subordinación a la política nacional.
Carecía de las sistemáticas tendencias que el provincialismo manifestaba continuamente en todos
panes. No estaba fortalecido por inmunidades legales y no podía implantarse sobre las
instituciones locales como los parlamentos franceses o los estados provinciales. Ningún condado
disfrutó de autonomía o aspiró a la independencia del gobierno central. No se había dado ninguna
rebelión provincial en Inglaterra desde la pequeña insurrección en el norte de 1567. Incluso las
relaciones que unían a los caballeros dirigentes del condado con sus comunidades expresaban algo
más que un simple localismo obstaculizante y anticuado. Más bien significaba en el contexto
dominante de la política nacional una concepción del equilibrio entre el gobierno central y las
comunidades, de modo que las últimas no fueran cargadas u oprimidas indebidamente. Esta
actitud no era incongruente con una más amplia visión de los intereses del reino; ni era
inconsistente con una oposición entre los notables condales a la actuación de Carlos I, que
sobrepasaba el localismo al estar basado también en parte en bases políticas y constitucionales
generales.

El papel del Parlamento era otra característica distintiva en los precedentes de la revolución de
1640. Ya me he referido en un capítulo anterior a la posición del Parlamento inglés y a algunos de
los aspectos en que se diferenciaba de otras asambleas representativas. Desde luego, se reunió
sólo intermitentemente cuando y durante el tiempo que el rey deseaba. A comienzos del siglo 17,
se reunió en 1601, 1604-10 (cinco sesiones), 1614, 1621, 1624, 1625, 1626, 1628-9 y dos veces en
1640. Los intervalos más largos entre los Parlamentos fueron de siete y once años; esto último, sin
embargo, fue menos frecuente, ya que era resultado directo de la lucha entre la Corona y la
Cámara de los Comunes en la reunión anterior dé 1629. No obstante, aunque no fue una forma
permanente de gobierno, el monarca tenía que dirigirse al Parlamento en cuestión de fi impuestos
directos, decretar estatus, así como para consultas de vez en cuando. Y a pesar de su intermitencia
y dependencia de las convocatorias reales, el Parlamento mostró conciencia de su posición aislada
en la política que llegó a ser más pronunciada en los reinos de los primeros Estuardo; poseía
también una memoria colectiva, tradiciones, precedentes, privilegios, procedimientos y una
historia que dieron a sus reuniones periódicas una vida institucional persistente y una continuidad.
Parte de los escritores recientes han criticado estudios anteriores sobre los Parlamentos Isabelino
y Estuardo por controlar el poder indebidaraente en oposición, conflicto y confrontación con la
Corona a expensas de la cooperación y el consenso; han enfatizado que la función del Parlamento
no era política fundamentalmente en principio; y han atribuido tanto a historiadores sobre el
Parlamento como sobre la revolución inglesa una falsa concepción teleológica que trata el
desarrollo parlamentario como un implacable avance hacia la supremacía culminando
inevitablemente en un estallido político y en la guerra civil".

Estos puntos de vista que deseaban poner la historia parlamentaria en la perspectiva correcta son
en sí mismos intrincados; de ser aplicados sistemáticamente, como desde luego no resulta posible,
la historia parlamentaria de principios del siglo 17 y el comienzo de la revolución contra Carlos 1,
cuyo centro fue el Parlamento, sería inabarcable. Tanto armonía como cooperación deben haber
sido el ideal deseado, pero dieron lugar en los Parlamentos de Jaime 1 y Carlos 1 a serias luchas y
desacuerdos con la Corona Esta fue la causa por la que los Parlamentos del periodo aprobaron
comparativamente tan poca legislación, y en el caso de ciertos Parlamentos ninguna en ab-soluto.
Fue oposición, no adaptación, discordia, no consenso lo que predominó en la mayoría de los
primeros parlamentos Estuardo. El hecho es tan claro que estudiosos revisionistas se ven
obligados a reconocerlo tan pronto como van de generalidades contenciosas a la crónica de los
asuntos parlamentarios". La oposición en el Parlamento no era sólo vocal, estaba organizada y se
inclinaba a hacerse más fuerte, según observaban los contemporáneos. De no ser así, sería
imposible explicar por qué la Corona se vio metida en tantas dificultades al intentar manejar el
Parlamento; por qué trató de influir sobre las elecciones parlamentarias a su favor; por qué tanto
Jaime 1ro. como Carlos 1ro, encarcelaron a miembros dirigentes por su conducta, y por qué se
vieron forzados a recurrir a precipitadas disoluciones. Ni tampoco hay ninguna asunción de
'teleología al observar, como también hicieron los contemporáneos, que el Parlamento y la
Cámara de los Comunes buscaron en particular extender su autoridad y su influencia políticas con
nuevas protestas, procedimientos y peticiones, y que los Comunes en nombre de sus privilegios a
me-nudo violaron las prerrogativas y poderes de la Corona. (Los revisionistas proclamaban que la
Cámara de los Comunes era un cuerpo débil e inefectivo, incapaz de una iniciativa independiente y
arrastrada por los nobles de la Cámara de los Lores, pero resulta sin fundamento justificar
cualquier consideración de este tipo.) Además, el punto de vista del Parlamento, en un principio
no con fines políticos, sino para llevar los asuntos del reino, es decididamente partidista,
considerando los numerosos episodios en que estaba relacionado con la política. No había sitio
para tal institución, cualquiera que fuera, si no era política. La declaración de protestas que
negociaban con demandas y controversias financieras con la Corona involucraron a la política con
frecuencia. Fue por razones políticas por lo que la Cámara de los Comunes dedicó cuatro días en
1610 a un debate sin precedentes sobre impuestos en el que los miembros negaron la autoridad
del rey para incrementar los impuestos aduaneros sin el consentimiento del Parlamento. Las
diferencias políticas aparecieron claramente también en discusiones sobre política exterior en
1621 y en los históricos debates sobre los límites del poder real, en el Parlamento de 1628 que
precedió a la Petición de Derecho. La animosidad política originó algunos de los ataques
parlamentarios a los ministros y oficiales reales. Tan en juego estaba la política en este periodo,
que uno de los mayores temores de los miembros del Parlamento de finales de la década de 1620
fue el que su institución no sobreviviría a causa del descontento real por su comportamiento. El
Parlamento sirvió de forum a la clase gobernante y como objeto significativo de atención a la
opinión pública y la nación política. Junto con la nobleza temporal de la Cámara de los Lores, la
Cámara de los Comunes (que en 1640 tenía más de 500 miembros de 259 distritos electorales) era
una asamblea aristocrática compuesta en su mayor parte por caballeros terratenientes, además
de una pequeña proporción (quizá el 20 ó el 25%) de abogados, oficiales y comerciantes. La gentry
predominaba en la representación no sólo de los condados, sino también de los burgos y ciudades.
Una antigua doctrina sostenía que todo inglés estaba presente en el Parlamento, bien
personalmente o por poderes. Pero esta teo ría formal de representación fue reforzada a
principios del siglo 17 por una creciente preocupación en la Cámara de los Comunes por su
especial representación por distritos electorales y por el país como un todo. Por una parte, los
miembros expresaron una fuerte concienciación hacia su distrito electoral, hablando de su deber
hacia aquellos que les habían elegido, implicando con ello una vaga idea de responsabilidad. Por
otra parte, igualmente atendieron a los asuntos del reino, a su libertad y bienestar. Incluso estas
obligaciones parecieron a veces ser prioritarias: a las debidas al rey. En la década de 1620 se
manifestó un creciente interés por el Parlamento y sus actividades. La frecuencia de las reuniones
parlamentarias durante la década animaba esta tendencia. A pesar de un sistema electoral
restringido que supuso la representación de los sectores comerciales y manufactureros de la
población, el grueso del electorado también se hallaba en expansión. Mientras algunos burgas
obtenían el derecho de enviar miembros al Parlamento, el tradicional derecho al voto que confería
la propiedad se iba erosionando por la inflación, capacitando así a más gente a votar. La Cámara
de los Comunes apoyó decisivamente un derecho al voto más amplio en algunos distritos
electorales sobre la base del «derecho común». Según esto, el electorado no sólo se amplió hacia
1640, sino que también rebajó probablemente en algún modo el nivel económico, La atención
hacia el Parlamento se reflejaba igualmente en la creciente circulación de copias de discursos y de
escritos referentes a los asuntos parlamentarios. Al mismo tiempo se multiplicaban con rapidez las
luchas en los distritos electorales entre candidatos rivales por un escaño. Esto indujo a su vez a los
candidatos a luchar por el apoyo popular y también a votar a mayor número de gente. La mayor
participación en las elecciones ayudó probable-mente a promover la conciencia y el conocimiento
al mismo tiempo, lo que ocasionó que el pueblo se dirigiera más al Parlamento para que éste
defendiera sus protestas_ Algunas veces las luchas electorales envolvieron cuestiones políticas
más que simplemente rivalidades personales_ Los votantes hicieron entonces de la elección una
ocasión para dar salida a sus resentimientos por su rechazo a un candidato «cortesano»,
relacionado en exceso con la Corte.

Las diferencias políticas y el descontento a comienzos del reina-do de Carlos I, cuando se


convocaron tres Parlamentos sucesivos en 1625, 1626 y 1628, fueron más interesantes que
ninguna reunión anterior. Las elecciones al Parlamento de 1628 conllevaron un alza de la actividad
electoral, la aparición de los resultados políticos, la salida a la calle de los votantes y
manifestaciones de hostilidad hacia el gobierno del rey. Las elecciones en primavera y a fines de
1640 para al Corto y el. Largo Parlamento, celebradas en un momento de crisis sin precedentes y
de la mayor excitación política, sobrepasaron aquellas de 1628 en todos los aspectos
Contemplaron también una situación record de lucha: al menos sesenta distritos electorales
fueron disputados en la primavera y ochenta a finales de año, mientras la cifra máxima en la
década de 1620 había sido de alrededor de cuarenta". El> desarrollo de la oposición tanto en el
Parlamento como en la nación es así una de las inevitables realidades del periodo. Ciertamente, el
Parlamento no fue nunca un cuerpo revolucionario antes de 1640. Incluso en sus choques más
agudos con la Corona, nunca pensó o aspiró a la supremacía. No obstante, se mostró más
refractario al control real que los anteriores, y excedió repetidamente los límites en los que el rey
quería confinado. La agresiva conducta del Parlamento provocó el enfado y la preocupación de la
Corona, cuando desafió y atacó la política real. Esforzándose por extender sus privilegios, el
Parlamento insistió en su derecho a debatir y ofrecer consejo sobre cualquier materia que afectan
a los intereses de la nación. Los súbditos se dirigieron a él más decididamente que nunca antes
para expresar sus protestas y mantener la causa de la ley y la libertad. Sin el crucial papel
institucional del Parlamento y sin el centralismo político, el movimiento contra la monarquía
Estuardo habría sido algo totalmente diferente de lo que fue.

2da- fase.

lucha de clases, ni una batalla por el poder supremo por parte de la burguesía, ni un conflicto
originado por intereses económicos antitéticos. Naturalmente, Inglaterra a principios del siglo 17,
albergó muchas fricciones sociales y económicas; hemos visto manifestarse algunas de ellas en
varios de los estallidos agrarios del periodo". Pero estos antagonismos eran circunscritos y
relativamente sin importancia. Fueron eclipsados o bien absorbidos en la polarización política
general qué había ocurrido hacia 1640. La revolución no fue la inevitable culminación de un lento
proceso de amplio cambio social, como habían deseado creer varios estudiosos. Aunque la
centuria anterior a 1640, como ya he apuntado, vio probablemente un grado excepcional de
movilidad social, este hecho no puede explicar la revuelta contra Carlos I. No fue debida al declive
de la gentry (que nunca se dio), o al «levantamiento de la gentry» (que, aunque ocurrió, estuvo
sólo relacionado indirectamente con la génesis de la revolución). Tampoco fue una consecuencia
de la crisis de la aristocracia» (que tampoco se produjo nunca y es únicamente una descripción
dramatizada de una lenta fase de adaptación de la nobleza titular a un alterado entorno
económico y político). Como hemos visto, los argumentos para...conectar la revolución con las
tendencias sociales a largo plazo y la coyuntura de ese momento han sido singularmente débiles al
intentar demostrar una relación auténtica entre las dos'''. Sin embargo, si combinamos estas
tendencias, resulta palpable que la sociedad inglesa en el siglo 16 y principios del 17 permaneció
fundamentalmente estable en medio de los cambios que experimentó; cierta-mente, no sufrió
modificaciones estructurales o desplazamientos significativos,ni innovaciones económicas
quebrantadoras, que sembraran el ataque contra la Monarquía Estuardo. La revolución de 1640
creció fuera de la resistencia al absolutismo en la caída del gobierno y del régimen. Su origen, así
como su carácter prevalente desde su comienzo, yace en la división entre la Corte y el Campo, un
conflicto que significó el declive del apoyo de la clase aristocrática gobernante ala Corona y la
aparición de una funesta desafección. El sistema político, que crearon los Tudor Si el siglo xvI
estuvo basado en la simbiosis entre la Monarquía y el estamento aristocrá tico a través de un
patronazgo y servicio recíprocos. La nobleza y la gentry estaban unidas en una sumisión leal al
príncipe, para cuyo gobierno su cooperación era esencial". En la época dé Jaime 1 este sistema
mostraba una tensión notable; durante la de Carlos I dismi-nuyó. La Corte y el Campo eran
términos que se convirtieron en co-rrientes por primera vez en la década de 1620, especialmente
en el Parlamento, dos elementos contrarios que exponían el cisma que estaba germinando en el
cuerpo político. La Corte se refería amplia y vagamente a la Corona y al gobier-no central, sus
cargos, subordinados y adeptos y a aquellos que se asociaban con ella por intereses privados y
personales. Campo designaba la antítesis, hombres independientes de la Corte o no co-rruptos por
la conexión con ésta, que permanecían iguales para su comunidad local, el condado o «campo» y
para el más alto bien del «país» o reino como un todo. La devoción hacia la comunidad y hacia la
nación, estaba combinada en la expresiva palabra, Campo. En la Cámara de los Comunes, los
miembros que se oponían a la Corte o la Corona se decía que eran «de» y «para» el Campo, y los
nobles de la oposición en la Cámara de los Lores eran llamados en ocasiones country lords. La
Corte y el' Campó servían así para indicar posiciones o tendencias políticas divergentes. No eran
etiquetas de partido desde el momento en que los partidos no existían, pero sugerían un espectro,
de diferencias que iban en aumento. La Corte y el cortesano a menudo implicaron en las
controversias de la década de 1620 partidismo, facción y corrupción. En contraste, el Campo
significaba espíritu público, patriotismo y dedicación a la república. Los oponentes de la Corte eran
vistos en particular como mantenedores de la libertad y privilegios del Parlamento y los 'súbditos.
El Campo, según un escritor contemporáneo, estaba compuesto por miembros del Parlamento
que creían que, siendo escogidos por el país, deben ser partidarios del país, de la libertad del
súbdito, de la libertad de expresión, y de conseguir tantos privilegios para el súbdito por parte del
rey como sean posibles... son excelentes patriotas, buenos hombres de la república, han cumplido
con la confianza puesta en ellos por su ciudad o país.

Fueron hombres de este tipo los que lucharon duramente por la representación auténtica. Cuando
los partidarios de la oposición del Campo en la Cámara de los Comunes declaraban «servimos aquí
a miles y miles», «permítasenos recordar que nos envió Inglaterra», «es nuestro deber preservar
la libertad del Campo», y «tenemos la confianza de nuestro país. Si perdemos nuestros privilegios,
le traicionaremos», estaban vislumbrando la libertad del Parlamento, comunidades y república
como un todo indisoluble". La distinción entre Corte y Campo tendía a agrupar en torno a sí
consideraciones morales, religiosas e incluso culturales contrastadas. Hemos visto con
anterioridad que hubo una vigorosa tradición anticortesana que fue el lado negativo de la
alabanza de lo cortesano bajo los reyes absolutistas . Esto halló expresión en las renovadas
diferencias entre Corte y Campo. La Corte en este sentido se utilizaba como sinónimo de lugar de
corrupción, el Campo como si-nónimo de virtud; la Corte como sofisticación urbana y centro de
peligrosos placeres, el Campo como simplicidad rural y diversiones inocentes; la Corte como adicta
a la novedad, el Campo como fideli-dad a la tradición; la Corte como criptocatolicismo, el Campo
como valiente protestantismo". La Creciente circulación de estos términos en la década de 1620,
estableciendo rivalidad y tensión entre la Corte y el Campo, fue el síntoma de una momentánea
transición política. Denotaba Ti amenazante disolución del orgánico orden político que ataba a la
clase gobernante a la Corona. Para los hombres concebir el Campo en oposición a la Corte,
significaba la apertura de una escisión en la nación política. Supuso que la Corona no fuera
considerada por más tiempo como la suprema encarnación de una autoridad integral. Revelaba
desunión, siendo la propia Monarquía una parte en la lucha. El Campo se configuró primero como
una oposición a la Corona en el Parlamento. Ni él ni la Corte fueron bloques claramente definidos,
sino más bien grupos o alianzas cambiantes, difusas y fluidas, indicativas de una cierta orientación
o posición política. Sin embargo, el Campo exhibía algún parecido con un partido, en Cuanto
contenía y organizaba núcleos de activistas que se unían para perseguir sus objetivos. Sostenían
reuniones y consultas privadas para concertar la estrategia, acordar discursos y mociones y articu
laron protestas generales. Esto ocurrió en la Cámara de los Comu-nes, pero estuvieron también
asociados con algunos pares de la Cá-mara de los Lores que compartían sus puntos de vista. A
través de su actividad, los oradores de la oposición lograion una influencia en los Comunes que
socavó el ascendiente y manejo parlamentario de los ministros del rey. Algunos de estos
partidarios del Campo te-nían entre ellos relaciones más amplias fuera del Parlamento. Se
encontraban unidos por familia o amistad, embarcados en aventu-rados negocios y tendían a
compartir un puritanismo similar en re-ligión. Después de que Carlos 1 disolviera el Parlamento en
1629 y se abstuviera de convocar otro durante once años, este núcleo de la oposición continuó su
existencia. Aquellos que pertenecían a él se sentaron en 1640 en el Parlamento Largo, donde su
habilidad parlamentaria y su previa experiencia de cooperación les capacitaron para asumir su
dirección. Más allá del Parlamento, la disensión entre Corte y Campo afectó de manera gradual a
la mayor parte de la nación y el reino. En algunos lugares, el Campo fue sostenido por el conjunto
de la gentry y de la oposición urbana y por grupos de simpatizantes puritanos; más aún, además
de manifestaciones organizadas de oposición, ciertas disposiciones del rey incitaron a los súbditos
a espontáneos actos de desafío. Si el gobierno mantenía el apoyo de los financieros de Londres,
que eran los acreedores de la Corona y los benefi-ciarios de sus concesiones económicas, los
sectores burgueses y comerciantes aumentaban su hostilidad. Como la irritación de las elites y de
las comunidades contra las presiones reales se intensificaron, la diferencia Campo-Corte llegó a
convertirse en una fisura que incorporó diversas tensiones y protestas. A finales de la década de
1630 la Corte parecía encontrarse más aislada, mientras el Campo abarcaba a casi toda la clase
dirigente a causa del descontento general La marginación de la Corte procedía de toda una serie
de acciones reales que iban reforzándose unas a otras debido a su efecto acumulativo. Durante
diez años, hasta que fue asesinado el duque de Buckingham en 1628, éste, favorito de Jaime 1 y de
Carlos 1, mantuvo un monopolio de poder que originó amargas rencillas y odio. Con singular
ineptitud, el monarca contribuyó también a entrar en guerra con España y Francia al mismo
tiempo. Los esfuerzos militares ingleses no fueron otra cosa sino fracaso exterior, y dieron lugar a
una multiplicidad de cargas y protestas en el interior. El Parlamento mostró su desconfianza al
rechazar en el momento del acceso al trono de Carlos 1 el privilegio de éste de recaudar las rentas
aduaneras, que de todos modos él continuó recogiendo, lo que estuvo acompañado por otros
muchos asuntos ilegales. La Cámara de los Comunes buscó, mediante la acusación, derribar al
favorito Buckingham y no prestó oídos a las demandas del rey de que le concedieran dinero para
la guerra. En 1627, el rey en sus aprietos financieros y con una guerra entre manos, pidió un
préstamo obligatorio a sus súbditos bajo la amenaza del castigo. Aunque en general fue más
obedecido en esta ocasión, algunos se negaron y alrededor de setenta caballeros que declinaron
darle dinero fueron encarcelados sin causa legal auténtica. Estas luchas estuvieron animadas, más
aún, por controversias religiosas. Carlos I se identificó con una nueva escuela clerical, los
arminianos, que eran iglesia nacional. Cualquiera que fueran las di-ferencias 'existentes entre
puritanos y no puritanos, la Iglesia ingle-sa había estado firme, durante sesenta años, en su
aceptación de la doctrina de la predestinación. Los arminianos repudiaron esta doce triná,
ftmdamento de la ortodoxia protestante, afirmando, en su lu-gar, que los hombres podían
cooperar con Dios para alcanzar su salvación. Animaron también innovaciones rituales que
recordaban al catolicismo romano, enfatizaron la importancia de la predicación y pidieron
jurisdicción espiritual para los obispos sobre el laicado dándole carácter de orden divina. Aunque
no eran más que una pequeña minoría, el rey concedió a los arminianos tal deferencia, que
llegaron a dominar la Iglesia y el episcopado. A su vez, predicaron a favor de cualquier petición
real, exaltando el absolutismo y proclamando la sumisión a la voluntad real como un deber
religioso. Además, al considerar el puritanismo como equivalente de la rebelión, lograron el medio
de silenciarlo". El ascenso de los arminianos fomentó una nueva división en la Iglesia estatal, que
tuvo peligrosas consecuencias políticas. El puritanismo era un antiguo elemento profundamente
arraigado en la religión inglesa, que nunca pudo ser erradicado a pesar de su represión periódica
Los ministros protestantes y sus simparizadores laicos esperaban todavía mayores reformás y
persistían en demos-trar su inconformidad. El ascendiente arrainiano enfureció a los puritanos al
mismo tiempo que originó el disgusto y la sospecha de los protestantes moderados. Unió a ambos
en la oposición. Los ar-minianos denunciaron con fiereza en el Parlamento sus innovaciones y
provocaron la ira de los laicos debido a sus pretensiones cle-ricales. Una parte considerable de la
opinión miraba al arminianismo realmente como una pura apostasía. Su ritual, su sacerdotalismo y
su rechazo de la predestinación eran vistos normalmente como una traición al protestantismo y
como una cuña que había conseguido introducir el Papado. Al favorecer a los simpatizantes del
arminianismo, el rey sólo consiguió una decidida hostilidad. Todas estas fricciones combinadas
llegaron al punto culminante en una primera gran crisis política en 1628-29, prefigurando la pos-
terior crisis de 1640. El Parlamento de 1628 se reunió entre la protesta y las quejas generales,
determinado a no conceder ningún dinero a Carlos I sin la previa reparación de los agravios. Su
insistencia obligó al rey, finalmente, a consentir la Petición de Derecho, una reafirmación solemne
del derecho de los súbditos respaldados por la Carta Magna y otras antiguas leyes, a estar libres de
injusticias, tales como préstamos obligatorios y encarcelamiento arbitrario. No obstante, después
de la petición se originaron nuevas disputas sobre el arminianismo y la negativa al rey de recaudar
los derechos de aduanas. Estas controversias causaron una mayor confrontación en la sesión de
1629, que tuvo su clímax en una escena de desorden sin precedentes en la Cámara de los
Comunes seguida de la inmediata disolución del Parlamento. Carlos encarceló a los miembros más
desobedientes y declaró solemnemente no volver a convocar nunca más otro Parlamento. En una
declaración publicada en 1629 después de la disolución, el rey proporcionó un tanto involuntario a
la fuerza opositora del Parlamento. Reconvino a la Cámara de los Comunes por sus intentos en los
últimos años de extender su autoridad y privilegios más allá de los límites apropiados por medio
de intrusiones sin precedentes en las prerrogativas reales. Censuró las agresiones sobre el dominio
ejercitado en la Cámara por personas atrevidas y desafectas. Dijo que nunca más permitiría tales
innovaciones, cuyo fin era romper «todo el respeto y los lazos con el gobierno» para usurpar el
poder de la Corona. Las huellas de esta primera crisis se prolongaron brevemente a lo largo de
estallidos esporádicos de desobediencia y con el cese de las exportaciones por parte de los
comerciantes londinenses para protestar por la recaudación de derechos aduaneros sin la
autorización parlamentaria. El gobierno venció pronto estas dificultades y a continuación siguió un
periodo de relativa calma. Las guerras con España y Francia habían acabado, evitando, por
consiguiente, un motivo de gastos. A simple vista, el poder real permaneció invulnerable, y ejerció
en los años siguientes una influencia más fuerte en muchos sentidos. Cienos ministros de estado,
William Laud, el obispo arminiano de Canterbury, y Thomas Wentworth, conde de Strafford,
presidente del consejo en el norte y gobernador de Irlanda, con su lema «Adelante», se
convirtieron en los símbolos detesta-bles de un gobierno severo e impopular. No obstante, bajo
esta apariencia, los descontentos se enconaron: los numerosos planes de la Corona para
extorsionar abusando de sus prerrogativas, su agresivo peso sobre la sociedad condal, y su
persecución de los súbditos puritanos inconformistas agravia-dos e irritados. Muchos grupos e
intereses económicos, la gentry, los terratenientes, las asociaciones mercantiles y los
consumidores sintieron los efectos adversos de las medidas del rey. Paso a paso fueron uniéndose
en una animosidad común contra el gobierno. No fue por pura coincidencia por lo que esta época
vio el comienzo de la gran emigración puritana a Nueva Inglaterra bajo los auspicios de la
Compañía de la Bahía de Massachusetts, una empresa funda-da por amigos y simpatizantes de la
oposición del Campo. Como hicieron los exiliados calvinistas que abandonaron los. Países Bajos,
alrededor de 20.000 ingleses dejaron su tierra nativa entre 1629 y 1640 para desarrollar en la
desierta. América una nueva vida. Más tarde, hacia finales de la década de 1630, la oposición re-
surgió con renovado vigor, preludio de una crisis mucho mayor que la de 1628-29. Su vuelta se
debió sobre todo a la introducción del Ship Money, un impuesto que el rey impuso primero sobre
los con-dados marítimos y que luego extendió en 1635 a toda la nación como un impuesto anual.
El gobierno justificó este impuesto como necesario* para mantener una flota de defensa en el
mar. El sentimiento público se opuso, sin embargo, por considerarlo una ilegalidad sin rodeos, ya
que se pedía sin la aprobación del Parlamento. Aparte de las objeciones constitucionales, el Ship
Money tenía también un pesado objetivo. Era, de hecho, un impuesto directo encubierto que
obligaba a pagar a mucha más gente que con las cargas anteriores. Un motivo de queja para los
pequeños propietarios, el bajo campesinado, una carga para las comunidades, y una afrenta para
los caballeros dispuestos a cumplir las leyes, condujo inevitablemente a la resistencia. El Ship
Money completó la marginación de la Corte respecto del Campo. Se tomó, mucho más que
cualquier otra medida, como la evidencia concluyente de la intención de consolidar el
absolutismo. Como cabeza del cuerpo político, la Corona poseía en cualquier caso una clara
supremacía y amplias prerrogativas. Centro de las últimas, como hemos visto con anterioridad, se
incluía un poder ab-soluto que situaba al rey por encima de la ley cuando trataba lo que se
denominaban materia de Estado y política. Esta era la opinión reafirmada en 1637 en conexión
con el Ship Money. En un tribunal de justicia nacido de la negativa de la oposición del Campo a
pagar, la mayoría apoyó el impuesto, justificándolo varios jueces como un ejercicio del «poder
absoluto» del rey para la seguridad del reino, un poder, decían, no limitado por la ley o por los
derechos de los súbditos. Esto era simplemente la reiteración de una vieja doctrina relativa a la
naturaleza del cargo real, pero que ahora era clara en las circunstancias más controvertidas. Si a la
Monarquía se le reconocía la posibilidad de imponer una carga directa y general sobre sus
súbditos, su independencia financiera estaría permanentemente asegurada. ¿Qué necesidad
tendría ya del Parlamento? En 1626, un orador de la Corte advirtió a la Cá-mara de los Comunes
que su oposición nevaría al rey a adoptar «nuevos consejos» que abogaran por la extinción del
Parlamento. Recordó a los miembros que los Parlamentos existieron alguna vez en todos los
reinos cristianos, pero que al final, irritados por su es-píritu turbulento, los monarcas los habían
suprimido de manera que únicamente sobrevivía el de Inglaterra. Sin embargo, pedía a los
Comunes que no se alejaran de la amistad real usurpando las prerrogativas de la Corona. El propio
Carlos I declaró que la existencia del Parlamento dependía enteramente de su voluntad y que
según considerara sus resultados, buenas o malos, continuáría existiendo o non. Fue este miedo
de la extinción del Parlamento lo que atemorizó a los miembros y opositores del Campo en la
década de 1620 y que para 1629 ya había pasado. Por un medio u otro, la Monarquía de la década
de 1630 se estaba liberando de las limita-ciones que quedaban a su absolutismo. El. Ship Money
fue un gran paso hacia este fin, invistiendo al estado real con un significativo poder fiscal
independiente del consentimiento del Parlamento. Posiblemente el rey hubiera logrado lo qué. su
gobierno perseguía de no haberse producido el estallido en 1638 de la revolución en Escocia, que
afectó decisivamente a la situación en Inglaterra. Carlos I había creado serios motivos de
descontento en Escocia también, llegando a su punto culminante cuando trató de imponer una
nueva liturgia, más parecida a la de Inglaterra, en la Iglesia de Escocia. Esta notable interferencia
inglesa en la religión escocesa precipitó una rebelión provincial cuyo símbolo llegó a ser el National
Covenant escocés.

En 1639, el rey reclutó un ejército para suprimir la resistencia de los Covenanters, pero se trataba
de un cuerpo desafecto con poca inclinación a la lucha. Decidió, requiriendo el apoyo inglés en esa
crítica coyuntura y a pesar de sus primeras resoluciones, reunir un Parlamento, a celebrar en abril
de 1640. Descubrió entonces hasta qué punto había perdido la lealtad de sus súbditos. El Parla-
mento se mostró más favorable a los rebeldes escoceses que a las necesidades reales. Cuando la
Cámara de los. Comunes declinó conceder dinero e incluso amenazó con condenar la guerra
contra los escoceses, el Parlamento fue disuelto precipitadamente después de sólo tres semanas.
Entonces el rey siguió adelante con sus esfuerzos ante las superiores tropas escosesas, que
invadieron Inglaterra en agosto de 1640 y ocuparon los condados del norte. En esta situación una
petición de convocatoria del Parlamento corrió por todo el país. Sin ayuda, Carlos I tuvo que
sucumbir, y se siguieron una serie de de-tretos para la reunión de un nuevo Parlamento en
noviembre. Así, la rebelión escocesa supuso una crisis paralela en Inglate-rra. La Corona sufrió una
desastrosa pérdida de autoridad. Mostra-da su vulnerabilidad, no podía hacer nada sin sus
súbditos ingleses, generalmente hostiles a su mandato. Las recaudaciones (Ir Ship Money bajaron
drásticamente cuando comunidades enteras se ne-garon a pagarlo. Hacia 1640, la nación había
llegado a una virtual huelga de impuestos. La administración condal estaba dejando de responder
a las demandas del centro, puesto que los caballeros que dirigían su maquinaria habían perdido la
confianza en el rey. El sentimiento público se concentró en contra de la Corte y buscaba liberar al
Parlamento y a los líderes de la oposición. Una crisis de obediencia, autoridad y confianza paralizó
la habilidad del rey para gobernar y supuso el colapso de la soberanía. No había apariencia de
resistencia violenta, que, por otra parte, era innecesaria, porque los escoceses, al tomar las armas
en nombre de su libertad y de la religión reformada, se habían convertido en sustitutos de la
oposición inglesa. En Inglaterra, todo lo que ocurrió fue que la mayor parte del orden aristocrático
fue despedido de la Corte, lo que incluyó también significativas defecciones oportunistas dentro
de la propia Corte. Detrás, en similar actitud, estaban las comunidades condales y los súbditos con
agravios convergentes. La Monarquía no tenía medios en estas circunstancias para coaccionar y
castigar. Era casi completamente dependiente para la ejecución de sus mandatos de la lealtad y
cooperación de la clase gobernante aristocrática. El alejamiento de esta última la redujo a la
impotencia. Mientras tan-to, el ejército real se encontraba inmovilizado, y las fuerzas rebeldes
escocesas continuaban ocupando el norte. Pendiente de la firma de un tratado de paz, Carlos I
tuvo que consentir en mantener su relación con los escoceses a un alto precio. Como el dinero
para este fin y también la paga de las tropas inglesas sólo podía venir del Parlamento, la
dependencia real respecto de este último se hizo mayor incluso. Estos acontecimientos crearon la
esencia de una situación revolucionaria: un gobierno incapaz de dirigir; un pueblo que ya no
quería ser mandado como en un principio. A finales de 1640 los po-líticos y la opinión pública
miraban expectantes a la reunión del Parlamento, del que se esperaba mucho. Las elecciones que
lo precedieron estuvieron más afectadas que ninguna otra anterior por las disputas nacionales. La
influencia electoral de la Corona nunca había sido más débil., en medio del colapso del poder real,
las elecciones con firmaron el predominio del Campo y la desintegración de la Corte. Muchos
simpatizantes de la oposición volvieron a la Cámara de los Comunes incluyendo miembros
eminentes de otros Parlamentos. Carlos I fue aislado políticamente, quedando la iniciativa en los
adversarios de la Corte.

3ra- Fase.

Con la apertura del Parlamento Largo en 1640, Inglaterra llegó al comienzo de la revolución. Su
reunión supone el inicio de la revolución, como la reunión dé los Estados Generales de mayo de.
1789 lo fue para la revolución en Francia32. Tanto en su realidad como en su ideal, la revolución
estuvo do-minada principalmente por el Parlamento, institución que constituía la base
fundamental de la petición rebelde de legitimidad contra la sagrada autoridad del rey. A causa de
la unión de fuerzas formadas contra los métodos de gobierno de Carlos i fue relativamente fácil
para el Parlamento y el Campo llevar a cabo un amplio programa de reformas políticas en los
primeros meses. Este logro de 1641 ocupó la primera parte de la revolución. Su segunda fase vio la
desintegración de la alianza del Campo y un cambio de direc-ción en la clase gobernante, que dio a
Carlos I un partido y condujo en el verano de 1642 a la guerra civil entre Realistas y Parlamenta-
rios. La continuación de la guerra civil trajo una escisión del bando parlamentado. Seguidamente
se observó una multiplicidad de divi-siones internas resultantes de la aparición de un ejército
parlamen-tado y de su líder Oliver Cromwell, hasta una posición de poder ri-val y finalmente
superior al Parlamento. Junto a estos sucesos de fi-nales de la década de 1640 y de la de. 1650
ocurrió el fenómeno más singular de la era revolucionaria, un extraordinario estallido de agitación
democrática y radical, un avance entre los órdenes me-dio y bajo de los derechos ciudadanos, y un
fermento de debate y polémica política, cuyo alcance es superior a cualquiera de las otras
revoluciones de la era. Vamos a presentar una o dos características más del periodo re-
volucionario. Primero, en contraste con las rebeliones- similares de Francia y los Países Bajos, la
revuelta contra Carlos I se vio escasamente amenazada por la interferencia o involucración de
grandes poten-cias exteriores. Principalmente a causa de la larga guerra entre Francia y España,
que duró desde 1635 hasta la Paz de los Pirineos en 1659, Inglaterra, efectivamente, permaneció
segura de la no in-tervención de potencias extranjeras en sus luchas internas durante las décadas
de 1640 y 1650. La Monarquía francesa estuvo incluso menos capacitada para intervenir por el:
estallido de la revolución de la Fronda,:ia Monarquía española por las revueltas en algunas de sus
posesiones en la década de 1640. Es verdad que los escoce-ses intervinieron en Inglaterrá, primero
en 1644 como aliados del Parlamento, y más tarde en nombre de la Monarquía Estuardo; pero no
fue tanto una involucración extranjera como el resultado de la asociación de dos países en la
unión de las Coronas. Esencial-mente, la revolución inglesa fue la menos afectada por peligros ex-
teriores de todas las guerras civiles de la. época. Segundo, a pesar de su levantamiento, el periodo
revolucionario produjo comparativamente pocos hechos en el sentido de significa-tivos disturbios
agrarios o violencia del mismo tipo. Aunque tuvie-ron lugar en la década de 1640 pequeños y
esporádicos desórdenes en una veintena de condados, no hubo insurrecciones campesinas. En
ciertas áreas, la población rural de pequeños arrendatarios, que sufrían las depredaciones de la
guerra ci ril, reaccionaron con de-mostraciones de neutralismo e intentos de excluir las
operaciones militares de sus cercanías. No obstante, generalmente, la revolución inglesa fue más
notable por la relativa ausencia que por la pre-sencia de protestas agrarias serias33. Aparte del
Parlamento, su principal área de acción en un princi-pio, la realidad de la revolución se reveló en
una transformación in-mediata de la escena política. Una explosión de conciencia política después
de 1640 inspiró nuevamente a multitudes activadas para presentar sus peticiones de reformas. El
Parlamento estaba rodea-do por una violenta y observante opinión pública que le obligaba a
actuar por primera vez en medio de una continua presión popular. Algo enteramente nuevo era el
volumen de peticiones. Desde Lon-dres y, de muchas comunidades de todo el reino llegaban
demandas y protestas dirigidas a las dos Cámaras, que permanecían en el cen-tro de una
insurgencia sin precedentes entre el pueblo inglés, lo que capacitaba al Campo para imponer su
voluntad. El colapso del régimen liberó también la presión de cualquier censura efectiva, de modo
que el Parlamento Largo abrió las puer-tas a una corriente creciente de publicaciones que tenían
que ver con los asuntos públicos. Incluso aunque el Parlamento mismo se alarmara por las
consecuencias de un prensa sin control, hubiera podido hacer poco para restringir el torrente.
Después de 1640, el panfleto llegó a ser una parte vital de la política revolucionaria, un arma de
propaganda, agitación y debate ideológico. La suma de pu-blicaciones editadas durante el periodo
revolucionario excedió pro-bablemente toda la producción editorial inglesa desde el inicio de la
imprenta en Inglaterra en 1471 Al menos setecientas publicacio-nes vieron la luz en 1641 y 2.100
en 1642, signo de la rápida inten-sificación de la discusión políticorreligiosa. El mismo mornenrum
dio lugar también a la aparición de los primeros periódicos ingle-ses. Empezaron como semanarios
a fines de 1641 y fueron los pre-cursores de un florecimiento de periódicos en los años siguientes
que tuvieron una importante función como órganos de partido34. La revolución se reveló también
en la rápida aparición de sectas y el revigorizado avance puritano para llevar a cabo las reformas
religiosas. Durante décadas, la Monarquía y los obispos habían mantenido un obstáculo en la
Iglesia nacional, frustrando el deseo puritano de ver la culminación de la largamente buscada
reforma. Pero la autoridad eclesiástica se debilitó con el colapso del poder real, abriendo así la
perspectiva de un significativo cambio religioso. La reunión del Parlamento trajo consigo violentas
denuncias de los arminianos y obispos, que iniciaron controversias de largo al-cance sobre la
forma de la buscada reforma. Todas las acorraladas fuerzas espirituales de la época buscaron la
liberación en los años revolucionarios, empujando a Inglaterra a una era de extraordina-rio
desarrollo religioso. Muchos puritanos querían abolir el gobier-no episcopal de la Iglesia y
reemplazarlo por un sistema nacional presbiteriano; otros, favorecían el mantenimiento de un
episcopado reformado despojado de su jurisdicción espiritual y de sus funcio-nes seglares, tales
como ser miembros de la Cámara de los Lores; aún había otros, congregacionalistas o
independientes, que no esta-ban necesariamente en contra de la Iglesia nacional con tal de que
las congregaciones individuales se vieran libres de presiones exter-nas. Pero aunque la mayor
parte de los puritanos deseaban una Iglesia del Estado reformada, comenzó una proliferación de
nuevos grupos religiosos que rechazaban cualquier institución eclesiástica nacional. El crecimiento
del sectarismo y del separatismo, junto con la predicación laica y otras formas de oposición a la
ortodoxia y a la jurisdicción espiritual obligada, era algo con lo que los purita-nos no habían
contado. Las sectas crearon una diversidad religiosa escandalosa para los puritanos, imposible ya
de eliminar o preve-nir. Además, tanto sectarianos como congregacionalistas pedían to-lerancia
religiosa y libertad de conciencia, introduciendo así un principio altamente divisor en la agenda de
la política revolucionaria. Las luchas entre los cuerpos religiosos llegó a ser una de las causas más
fértiles de desunión cuando la revolución avanzó35. Finalmente, deberíamos apuntar la inflación
de esperanzas y el fervor de cruzada que se apoderó de mucha gente religiosa cuando empezó la
revolución. El entusiasmo y la expectación ante posibles milagros engendraron una mentalidad
revolucionaria ávida de ayu-dar al gran trabajo de renovación de Dios. Para los piadosos, el Par-
lamento Largo parecía el comienzo de una poderosa transforma-ción. Los predicadores puritanos
promovieron este ánimo apocalíp-tico, exhortando al Parlamento y a sus congregaciones a acabar
con Babilonia y a plantear la reforma en todas partes36. Las pasiones, esperanzas y militancia
desatadas por la revolución provocaron frecuentemente desorden e incidentes violentos. Bastante
antes de que comenzara la guerra civil, el potencial de confrontación física de la High Comision, en
la cual los obispos tenían gran fuerza e im-ponían la represión de la disidencia puritana, fue
igualmente aboli-da. El Sbip Money, la recaudación de aduanas impuesta sin el con-sentimiento
del Parlamento, y otras exacciones irregulares basadas en la prerrogativa real fueron declaradas
ilegales y anuladas. Estos cambios estatutarios, que fueron contemplados como am-pliamente
restauradores, y la extirpación de las ilegalidades repre-sentaron una drástica remodelación de la
autoridad real. Se supri-mieron la mayoría de los poderes excepcionales y de las prerrogati-vas
institucionales que la Monarquía Tudor había legado a los Es-tuardo. Aseguraron el futuro del
Parlamento y privaron también a la Corona de casi todas sus fuentes de ingresos extraparlamenta-
rios. Impusieron nuevas restricciones al gobierno del rey para pro-teger la libertad de sus sábditbs
y la propiedad contra un poder ar-bitrario 3 8. A pesar de estas reformas políticas, la consolidación
de la victo-ria del Campo fracasó en restaurar la estabilidad o en llevar la re-volución a su fin. Por
el contrario, en el espacio de un año, el rey estaba en posición -de iniciar una guerra civil contra el
Parlamento en defensa de su soberanía. ¿Qué es lo que hizo esto posible? La explicación es doble.
En primer lugar, el rey y los dirigentes parlamentarios permanecieron separados por tal abismo de
sospecha y desconfianza que no podían colaborar en los nuevos acuerdos constitucionales. Irri-
tado y humillado por su pérdida de autoridad y las presiones utili-zadas contra él, Carlos I ni pensó
en adaptarse; su idea era dar un golpe decisivo a sus adversarios. Pero Pyra y sus amigos se dieron
cuenta de las intenciones y duplicidad del rey. Tenían pruebas de la conspiración real con algunos
oficiales del ejército para utilizar la fuerza centra el Parlamento y temían constantemente un
golpe. De esta forma una devastadora falta de confianza mantuvo la brecha dentro del cuerpo
político. En segundo lugar, a causa de sus temores, el Parlamento y sus dirigentes se embarcaron
en la búsqueda de garantías y segurida-des contra el rey. Esta necesidad les obligó a su vez a
aferrarse a poderes adicionales que iban más allá de los límites de su primera legislación
reformadora. Sin embargo, se produjeron cambios y disensiones dentro de la alianza del Campo,
cuando el Parlamento presionó sobre el rey. En ambas Cámaras, miembros moderados
comenzaron a sentir que el liderazgo parlamentario estaba llegando demasiado lejos. Querían una
estabilidad basada en cambios políticos que ya se habían producido y se hallaban preocupados por
miedo que el espíritu revolucionario en libertad escapara de todo con-trol. El espectáculo de la
creciente anarquía religiosa, los desórde-nes del populacho, sólo aumentaron su presentimiento.
Fue esta in-clinación de la opinión lo que en realidad destruyó el. Campo y lo que engendró de sus
fisuras un partido realista. Ya en mayo de 1641, por miedo a que el rey disolviera repenti-namente
el Parlamento, sus diligentes ejecutaron un acta que esta-blecía que el Parlamento existente no
podía ser disuelto sin su pro-pio consentimiento. Esta medida no remedió un agravio previo, sino
que encubrió una usurpación de los derechos tradicionales de la Corona Siguieron otras
violaciones que deben ser vistas como las primeras tentativas de establecimiento de una
soberanía rival de la Monarquía. Las Cámaras nombraron mandos militares; envia-ron sus propios
comisionados a Escocia; al suspenderse durante unas semanas, en septiembre de 1641, crearon
un comité asociado que funcionara durante este periodo, revestido de una autoridad tan amplia
que recordaba el germen Tle un gobierno ejecutivo. In-- cluso más significativo, empezaron a
aprobar ordenanzas que des-viaron el asentimiento del rey, la indicación más temprana de un
poder legislativo independiente39. En agosto de 1641 se concluyó por fin un tratado de paz con
los rebeldes escoceses, después de lo cual se retiraron sus tropas y también el ejército inglés se
dispersó. El rey había cedido a todas las demandas del Covenanter, dejando su reino escocés
virtualmen-te independ enatei de la Corona". Entonces viajó a Escocia, donde esperaba, debido a
sus concesiones, formar un partido contra sus opositores ingleses.: Mientras sus intrigas escocesas
jugaban contra el miedo del Parlamento, llegaron las sorprendentes noticias en no-viembre del
estallido de la revuelta en Irlanda, acompañadas por informes de terribles atrocidades contra los
colonizadores protes-tantes. Los católicos irlandeses se habían levantado en nombre de la libertad
de Irlanda, explotando el declive de la autoridad central, imitando el ejemplo de Escocia e
Inglaterra. Se declaraban al lado del rey contra el Parlamento inglés y contra la facción puritana
que les había privado de autoridad. Los líderes parlamentarios estaban convencidos dé que Carlos
I había animado secretamente la revuel-ta. Inciluso peor, temían que si él controlaba el ejército
que era ne-cesario suprimir, poseería, un arma para destruir a sus enemigos y todo lo que había
conseguido el Parlamento. La- rebelión irlandesa agravó las tensiones políticas y aceleró el
advenimiento de la guerra civil en Inglaterra. Para hacer frente a estos nuevos peligros, Pym y su
partido estaban decididos a poner nuevos impedimentos a la Corona y a quitar a Carlos I el
derecho legal de mandar las fuerzas militares del reino. Por consiguiente, propusieron que el rey
sometiera su nombramiento de ministros y consejeros a la aprobación del Parlamento. Esta
propuesta de largo alcance fue incorporada a la Grand Remonstrance, condena de todo el
mandato de Carlos I, que originó un fiero debate y que fue apro-bada por la Cámara de los
Comunes sólo por una ligera mayoría a finales de noviembre. • Tanto en la Cámara de los
Comunes como en la de los Lores sus miembros abandonaban ahora el plan estableci-do por Pym,
y un nuevo realismo estaba a punto de surgir42. A finales de diciembre, el rey, de regreso. de
Escocia, dio princi-pio, por fin, a su temido golpe contra sus oponentes, teniendo a su favor un
cambio de la opinión inglesa y la ayuda de algunos oficia-les del ejército desmovilizado. Primero
trató de asegurar la Torre y después de arrestar a Pym ra otros cinco miembros del Parlamen-to
por alta traición, pero fue prevenido por la violenta reacción del populacho de. Londres. Al mismo
tiempo, los seguidores del Parla-mento en Londres, qué habían formado una organización de
activis-tas en las: guardias, tomaron el gobierno de la ciudad con su movi-miento insurreccionario.
Procedieron a establecer un comité de se-guridad extraordinario, que alineó oficial/4n ente a la
municipalidad de Londres con los lideres parlamentarios. Los ciudadanos partida-rios del rey
fueron intimidados y se rindieron ante estos aconteci-mientos. Su intento de contrarrevolución
fracasó, el rey se sintió rodeado por la hostilidad de los londinenses que se habían unido a sus
enemigos-y abandonó Londres el 10 de enero de 1642, justa-mente como medio siglo antes lo
hizo Enrique III de Francia, forza-do por el Día de las Barricadas en mayo de 1588. En el caso de
Car-los I, también una revuelta urbana le había costado su sede. Después de la salida del rey de
Londres, los sucesos iban inexo-rablemente hacia la guerra civil. Incluso aunque el intentado golpe
de Carlos I desanimó a muchos, que estaban regresando a su lado, no paró el impulso a su favor.
Sus adversarios, apoyados por la mu-chedumbre manifestante en Westminster, persiguieron
implacable-. mente sus objetivos, a pesar de las profundas diferencias dentro de la Cámara de los
Comunes y de agudas fricciones con la Cádiara de los Lores, cuya mayoría condenaba su política.
Las presiones revolucionarias habían debilitado firmemente la independencia de la Cámara Alta y
socavaron su habilidad para persistir contra la vo-luntad de la Cámara Baja. Pym y los dirigentes
del Parlamento insistían en que el rey en-tregara su autoridad militar al Parlamento. Para
satisfacer a la opi-nión puritana, concluyeron una propuesta de expulsar a los obis-pos de la
Cámara de los Lores, una grave alteración en la constitu-ción de ese cuerpo. Los pares debieron
consentir a pesar de su dis-gusto -por tal cambio, y el rey también lo hizo como una última con-
cesión. Al mismo tiempo explicó claramente que nunca, bajo ningu-na circunstancia, cedería sus
derechos sobre la milicia. Si un único hecho fue el responsable de precipitar la guerra civil,- fue
éste del disputado mando de las fuerzas armadas, la última ratio de la soberanía. En marzo, las
dos, Cámaras aprobaron con gran atrevimiento una ordenanza sobre la milicia, con lo cual se
invistieron unilateralmente de todo el poder sobre la milicia del reino. Eran ahora. un camino de
innovación político-constitucionaL El rey, que se estaba preparando activamente para las
hostilidades, declaró ilegal la or-denanza sobre la milicia. Las consiguientes negociaciones
intermitentes entre él y el Parlamento no fueron a ninguna parte, tan gran-de era la mutua
desconfianza. Una irremediable lucha entre sobe-ranías rivales estaba conduciendo al orden
monárquico a la disolu-ción. En junio, el Parlabaento envió al rey sus Diecinueve Próposi-dones
con sus últimas demandas para llegar a ún acuerdo. El las rechazó, puesto que suponían someter a
su gobierno en paz y en guerra a la supervisión parlamentaria. El compromiso, evidente-mente,
era imposible. Entonces el Parlamento votó reclutar un ejército para su defensa, y el rey convocó a
todos los súbditos reales a su bandera en Nottingham. En agosto, con focos de revuelta en mu-
chas partes del reino, comenzó el recurso a las armas.

4ta fase.

Cuando el Parlamento Largo se reunió por primera vez, nadie pensaba en una guerra civil, pero
ente1642":'se presentía esta posibilidad. Su comienzo implicó un realiza miento masivo en el
Parlamento, la clase gobernante y la nación política. La coalición del Campo, que había dominado
la primera fase de la revolución, quedó aparte cuando el liderazgo parlamentario de Pym condujo
firmemente a las Cámaras a invadir y apropiarse de los poderes legales de la Corona. En lugar de la
anteror antinomia Campo-Corte y del triunfo del primero, sobrevino un nuevo alineamiento,
dando lugar a los partidos realista y parlamentario que se enfrentaron en la guerra civil. El
baluarte y liderazgo de este nuevo realismo estuvo compuesto por aquellos miembros del
Parlamento y de la clase go-bernante que previamente habían apoyado al Campo, pero que ha-
bían pasado ahora a una nueva fidelidad al rey. Una de sus princi-pales figuras, el gran historiador
contemporáneo de la revolución, Clarendon, escribía:

...el partido del rey en ambas Cámaras fue formado por personas extrañas... a la Corte, por las
mejores fortunas y las mejores repu-taciones de sus respectivos paises, dónde eran conocidos por
ha-ber sido siempre muy celosos en el mantenimiento de sus justos derechos y opuestos a lo que
en ellos había de ilegal e injusta im-posición". Para tales hombres, el rey se había convertido en el
campeón del orden legal, constitucional y religioso en contra de las agresio-nes ilícitas y peligrosas
del Parlamento. Para los parlamentarios, la ley, la libertad y todo aquello que la revolución hubiera
conseguido o esperan lograr estaba en peligro, amenos que el rey se hallara muy estrechamente
circunscrito y supervisado por el Parlamento. De este modo, las dos Cámaras declararon en un
solemne manifies-to con motivo, de la guerra civil a «aguaos que hasta ahora nos han votado y
han confiado. en nosotros» con sus estados, libertad, vidas y religión, que ...si el rey puede forzar
este Parlamento, puede disolver todos los Parlamentos... y si se suprimen los Parlamentos, están
perdidos; sus leyes se pierden, tanto aquellas redentes como las elaboradas en los primeros
tiempos, todo lo cual será dividido con la misma espada que ahora se esgrime para la destrucción
de este Parlamento.

El estallido de la guerra civil produjo variadas reacciones. Entre la aristocracia, su resignación y


disgusto al tener que escoger entre legitimidades en conflicto era más común que cualquier fuerte
compromiso o entusiasmo político. Muchos en ambos partidos desea-ban un compromiso que
trajera consigo una temprana paz, una perspectiva destinada a no materializarse nunca, a pesar de
las repetidas negociaciones entre el rey y el Parlamento. En algunos con-dados hubo
manifestaciones neutralistas, para precipitarse luego en la extendida violencia. Por otra parte, los
puritanos eran procli-ves a ver la lucha como una guerra santa contra el mal. En cuanto a la cora
osición sociar los doSan_seadan-tes areaar a. cantal ~dEtr-Dentro de la Cámara de los ailines, la
mayoría de los miembros fueron parlamentarios de un bando o del. otro. En la Cámara de los
Lores, la Mayoría de los no-bles se unieron al rey, dejando su Cámara en posesión de una mi-noría
de pares parlamentarios. La gente se incorporó en gran nú-mero en ambos lados, aunque la mayor
parte se inclinó hacia el rey. Las élites burguesas y los estratos comerciales, artesanos y ur-banos
estuvieron también divididos. Aunque en general favorecían al Parlamento, y aunque Londres era
un núcleo de vital importancia como plaza fuerte parlamentaria, importantes ciudades como
Newcastle y Bristol y muchos magistrados urbanos o ciudadanos eran decididamente realistas...
Entre la población agrícola, los pequeños arrendatarios y agricultores siguieron simplemente en
muchas ocasiones a sus señores o bien eran indiferentes al conflicto, pero algunos de los más ricos
pequeños terratenientes y arrendatarios se adhirieron al Parlamento. Regionalmente, los distritos
manufactureros textiles y los condados del sur y del este, donde el puritanismo estaba
fuertemente arraigado, eran predominantemente parlamentarios; los Condados menos
desarrollados económicamente, .del oeste, suroeste y norte, predominantemente realistas. No
obstante; esto está lejos de ser una clara división; el rey tenía también seguidores entre los
intereses manufactureros, y algunos de los condados ricos y populosos estaban divididos y
fervientemente contestados para los dos bandos. En cualquier caso, la guerra civil creó
alineamientos conflictivos en cada condado, en cada comunidad. Según esto, ninguna
diferenciación socioeconómica preponderante separaba los partidos, cada uno de los cuales
estaba asimismo dirigido por sus élites aristocráticas. La llegada de las armas engendró
efervescentes argumentos ideológicos, que se intensificaban a medida que continuaba la gue-rra
civil. A lo largo del siglo 16 y principios del 17, el pensamiento inglés político y religioso habla
mantenido con considerable consistencia el deber de los súbditos a someterse a los dirigentes por
derecho divino. La iglesia anglicana había enseñado continuamente que la rebelión era el peor de
los pecados y la quintaesencia de to-das las maldades. Desde la ascensión de la reina Isabel, a
pesar de la simpatía y apoyo al luchador protestantismo de Francia y Holan-da, ni un solo escritor
protestante inglés había divulgado ninguna justificación teórica de la resistencia. La oposición del
Campo de las décadas de 1620 y 1630, partidaria acérrima de la legalidad, nunca abordó la
cuestión de la resistencia violenta cuando intenta-ba resistir las presiones del gobierno de Carlos I.
Sólo los Conve-nan.ters escoceses habían justificado su levantamiento de armas en defensa de la
religión. Sin embargo, en Inglaterra, la lucha entre el rey y el Parlamento condujo a una decisiva
salida de la tradición política, estimulando un gran número de 'escritos en nombré de la soberanía
popular, la supremacía del Parlamento y el derecho a la resistencia. El rey y el Parlamento
animaron su propia escalada de manifiestos para ganarse a la opinión pública. Debido a las
usurpaciones del Parlamento, el rey, en, un importante cambio de su primera situación, fue capaz
de asumir la postura de defensor de la ley y de la constitución histórica. Condenó la invasión de
sus derechos. por parte de las dos Cámaras y su decisión de encargarse de la milicia como ilegal y
subversiva de la constitución del reino. Para las Cámaras dictar leyes sin el consentimiento real,
declaró, era introducir «una vía arbitraria de gobierno». Las Cámaras respondieron tratando de
minimizar la novedad de su posición. Antes del Parlamento Largo, así como en los estatutos
constitucionales de 1641, la oposición al rey había aparecido como sostenedora de la ley contra el
poder absoluto y arbitrario Impregnados de reverencia por la ley, los partidarios del Campo podían
ser política e intelectualmente conservadores y devotos de la ideo-logía del pasado normativo. Fue
en nombre de la ley por lo que ellos habían defendido los derechos y las libertades de los ciudada-
nos. Sin embargo, ahora las Cámaras se vieron obligadas a mantener otros derechos y libertades a
través de la resistencia armada contra su soberano. En estas circunstancias, su principal demanda
de legitimidad residía en el hecho de que, incluso sin el rey, podían aparecer como auténtico
Parlamento'. Sentados todavía en sus escaños de West-minster, los Lores y los Comunes seguían
siendo el cuerpo representativo del reino. De acuerdo con esto, justificaban su recurso a las armas
mostrando al Parlamento como portador de la suprema confianza para la preservación de la
república y de su orden legal inmemorial. Con esta idea proclamaron el derecho del Parlamento a
controlar al rey cuando incumpliera su deber. Aunque las Cámaras no afirmaron expresamente
que el Parlamento pudiera elaborar solo las leyes, su defensa delpoder de ordenanza y
reclutamiento de la milicia vinieron a ser lo mismo, porque scistenían que el Par-lamento poseía
autoridad para declarar lo que era la ley y su juicio prevalecía sobre todos. Más aún,
frecuentemente hicieron una dis-tinción entre el oficio del rey y su persona. El cargo real, mante-
nían, se expresaba y ejercitaba sobre todo a través del Parlamento, a pesar de los deseos
personales de su beneficiado. Esta estructura-ción absorbía la capacidad política del rey, que
pasaba al Parlamen-to, dejándole por ello sin voluntad real. También se capacitaba a las Cámaras a
declarar que el Parlamento estaba luchando contra Car-los Estuardo, no contra el rey, doctrina
esgrimida para evitar el es-tigma de rebelión. Sin embargo, a pesar de sus contradicciones, el
Parlamento no pudo enmascarar realmente el hecho de que estaba proponiendo una demanda
revolucionaria de supremacía y sobera-nía independientes de la Corona48. Además de las
afirmaciones de las declaraciones oficiales, nu-, merosos escritores se opusieron a los_resultados
producidos por la guerra civil. Los realistas atacaron el proceso parlamentario, invo-cando las
Escrituras y la ley para negar el derecho de resistencia contra el rey. En 1642, Hobbes, un exiliado
realista en París, sacó a la luz su primera obra publicada sobre política, De vive, más tarde
traducida por él mismo al inglés, un análisis filosófico de la soben- , nía, la ley, el derecho y la
obligación que no dejaba sitio para justi-ficar la rebelión de los súbditos. Teóricos de ambos
bandos se da-ban cuenta de las analogías con la temprana guerra civil revolucio-naria de Francia.
Los realistas la citaban como un terrible ejemplo de. los males de la revuelta, los parlamentarios
hicieron uso de la Vindiciae contra tyrannos y de otros conocidos tratados hugonotes que
apoyaban el derecho del pueblo y de la, comunidad en contra del rey. El pensamiento político
revolucionario .demostró estar fa-miliarizado con la literatura monarcómaca del siglo xvi, y las pro-
pias Vindiciae fueron publicadas en inglés en 164849. Los defensores parlamentarios 'adoptaron
principios populistas similares a aquellos que habían proclamado primeramente los hu-gonotes.
Mantenían la superioridad del reino en comunidad sobre el dirigente y afirmaban 'que el
fundamento del poder residía en el pueblo, el contrato y el consenso. Algunos escritores
justificaban la resistencia al referirse al deber de los magistrados menores de re- • primir y
prevenir el gobierno tiránico. Pero la ideología parlamen-taria como un todo tenía mucho menos
que ver con el pueblo o con el tema de los magistrados inferiores que con la autoridad y posi-ción
del Parlamento. Puso su mayor énfasis - en la supremacía del Parlamento como la encarnación
corporeizada de la comunidad. Esta concepción fue elaborada en términos tanto teórica tomo
tradicio-nalmente antiguos por varios autores y parecía ajustarse a las cir-cunstancias de un
conflicto cuya legitimidad dependía de la asam-blea representativa del reino. Recibió su
afirmación más clara y sin compromiso sde Henry Parker, uno de los panfletarios más inteli-gentes
del Parlamento, que puso a éste por: encima del rey sobre lo que es en esencia el pueblo, el reino
y el propio. Estados°. La guerra civil abrió un tedioso periodo de gobierno revolu-cionario a cargo
del Parlamento y sus regímenes sucesores hasta 1660. El Parlamento estableció su propio
gobierno independiente, que se enfrentó al del rey en la guerra :y lo reemplazó tras la victo-ria. De
esta forma Inglaterra se convirtió en el:primer estado nacio-nal unitario de Europa que cayó bajo
la soberanía y la achninistra-ojón de una asamblea parlamentaria. La dirección del Parlamento fue
siempre de carácter colegial. Entre los miembros había hombres experimentados como políticos,
organizadores y administradores. Pym permaneció como el princi-pal director .de la causa
parlamentaria, pero murió a fines de 1643, destrozado por sus esfuerzos para dirigir las Cámaras a
fin de ha-cer frente a las exigencias de la guerra Hampden, escasamente el segundo en influencia,
murió antes, ese mismo año en batalla con-tra los realistas. El liderazgo del conflicto :contra el rey
fue conti-nuado por otros miembros eminentes entre los que las semillas de la discordia política y
religiosa ya estaban germinando. Junta a aquellos miembros de la Cámara de los Corauneá;'
algunos distin-guidos nobles leales al Parlamento tornaron responsabilidades tan-to civiles como
militares en torno a la continuación de la guerra. El conde de Essex, uno de los que formaban- el
círculo íntimo de los opositores del Campo,. llegó a ser el primer general del ejército del
Parlamento. Fue en el mareo sangriento de la guerra civil cuando Oliver Cromwell, caballero
puritano y miembro de la Cámara de los Comunes, logró gran fama por sus hazañas de guerra.
Cromwell se reveló como una enérgica personalidad y poseedor de sobresalientes dones políticos
y militares. De todos las hombres de la revolu-ción inglesa, él únicamente fue destinado a ser el
gran líder nacio-nal, la encarnación más fuerte de su voluntad religiosa y politica5'. El Parlamento
tuvo que improvisar su gobierno al mismo tiem-po que luchaba. Lo hizo así principalmente para
adaptarse a las ins-tituciones, prácticas y estructuras existentes. A pesar de grandes 'confusiones e
ineficacia, el que fuera capaz de mantener la autori-dad.con éxito y conducir la lucha hasta la
victoria, era una prueba de su fuerza institucional y de su liderazgo. Esencialmente, el poder del
Parlamento significaba gobierno por comité. Por encima de todo había un comité de seguridad,
com-puesto por miembros de ambas Cámaras, que actuaban como un di-rectorio central de
guerra y que era la cabeza del ejecutivo. En 1644, cuando entraron en la guerra los Covenanters
escoceses como aliados del Parlamento, sus representantes fueron sumados a este comité, que
entonces era conocido como el Comité de ambos Reinos. Durante todo el periodo de la dirección
parlamentaria,. tal órgano, nombrado por y responsable ante el Parlamento, ejerció la autoridad
ejecutiva suprema. Además, para tratar los problemas monetarios y otra gran cantidad de asuntos
de todo tipo, el Parla-mento designó muchos comités ad hoe, método que siempre había utilizado
en sus negociaciones. . El Parlamento financió la guerra por medio de contribuciones, préstamos,
multas y confiscaciones la los realistas, y por una orden de nuevos impuestos que excedían con
mucho las exacciones de la Corona anteriores a 1640. En los condados controlados por los par-
lamentaños, la administración de impuestos, defensa local, y mu-chas otras tareas fueron
asignadas a los recientemente creados co-mités del condado, autorizados y supervisadas par el
Parlamento. Estos comités estaban compuestos en su mayoría por notables del condado, hombres
del tipo de los que tradicionalmente habían ocupado los más altos cargos del gobierno municipal,
y que simplemente reflejaban la estructura de poder existente en el condado. • La dirección del
Parlamento provocó pronto las mismas fricciones entre su gobierno central y el de las localidades
como antes había sucedido con el del rey. Las condiciones de guerra quebranta-ron el curso
normal de la justicia y de la maquinaria de administración de los condados. Los extraordinarios
poderes ejercidos por los comités en el Parlamento y localmente en los condados engendra-ron
métodos arbitrarios, corrupción y violaciones de la ley. Incluso comunidades que habían soportado
la guerra se quejaron de la distribución de sus cargas y mostraron más interés por sus propias
preocupaciones que por las prioridades nacionales. Esto fue la ex-presión de un provincialismo
familiar que inevitablemente se opu-so al régimen revolucionado y que finalmente contribuyó a la
restauración de la Monarquía en 1660. Pero, mientras la guerra continuaba con tedio, sus
necesidades agotaron las consideraciones lo-cales y el provincialismo. El Parlamento se vio forzado
a extender el control central. Así, la revolución inglesa, como casi todas las otras que han
conquistado el poder (la rebelión de Holanda es una excepción significativa), sólo promovió una
mayor centralización gubernamental, creando en el proceso un aparato de estado mucho más
fuerte, más agresivo, que la Monarquía nunca poseyó52. El Parlamento tardó cuatro años en
derrotar al rey. Cómo las realistas, sus fuerzas estaban compuestas por voluntarios y una mi-noría
dé reclutas, y en el verano de 1643 las Cámaras se vieron obligadas a recurrir a hombres retirados.
El total de cada lado-probablemente no excedió nunca los 60.000 ó 70.000 hombres. La lu-cha
estuvo marcada no sólo por batallas campales, sino por muchas escaramuzas locales y asedios de
ciudades y guarniciones. Los problemas del pago y la deserción eran continuos. Aunque el Parla-
mento poseía superiores recursos materiales, la primera parte de la guerra le proporcionó más
fracasos que éxitos y ningún indicio de una solución. Entre las dificultades que obstaculizaban, la
bausa parlamentaria se encontraba la debilidad de la organización militar. Además del ejército del
conde de Essex, general en jefe, algunas asociaciones regionales de condados levantaron su propio
ejército bajo generales rivales y separados. El resultado fue una preocupa-• ción por intereses
locales y ausencia de un mando unificado y de una estrategia genera153. El año de 1643 fue
testigo de las victorias realistas, de modo que el Parlamento se vio obligado a buscar la ayuda
escocesa. Una de las empresas más importantes de Pym fue • él consumar la Solemn. League and
Covenant con Escocia en agosto de 1643, un vínculo religioso y un tratado político, con lo cual los

Covenanters se mostraron de acuerdo en unirse a la guerra civil como aliados del Parlamento. Los
escoceses tenían sus propios intereses en asegurar la derrota de Carlos I; estaban también ansio-
sos de ver a los dos países unidos religiosamente sobre la base de la introducción en Inglaterra del
mismo tipo de Iglesia presbiteriana que la de Escocia, posibilidad que el propio tratado
contemplaba. _ La entrada de los escoceses ayudaba a desequilibrar la balanza en perjuicio del
rey, pero el esfuerzo parlamentado fue obstruido por serios problemas políticos, así como
militares, que iban muy estrechamente trabados. En el Parlamento algunos querían una
prosecución de la guerra al máximo ritmo hasta la victoria; otros de-seaban un compromiso de paz
casi a cualquier precio; y todavía había algunos otros que querían que el Parlamento fuera lo
suficientemente fuerte como para llevar a cabo una negociación .con el rey. Estas diferencias
estuvieron acompañadas por escisiones religiosas, pues para 1644 el partido parlamentario estaba
bastante dividido sobre la manera de llevar a cabo la reforma; si debía ser una Iglesia de Estado,
siguiendo líneas presbiterianas, con una uniformidad o se permitiría libertad de sectas. Tales
desacuerdos no sólo afectaron al Parlamento, sino que también se infiltraron en su ejército,
creando animosidades entre presbiterianos por una parte e independientes y sectarianos por otra.
A fines de 1644, Cromwell, teniente general del ejército parla-s( mentado, llevó los resultados
militares a su culminación. Cromwell 1 era partidario de la guerra total y apoyaba la
independencia religiosa y la tolerancia en contra del presbiterianismo. Acusó de inacción y
desgana al conde de Manchester y a otros generales y de no llevar la guerra a un final victorioso
por temor a las consecuencias de la derrota total del rey. En un importante discurso en la Cámara
de los Comunes, abogó por «una prosecución de la guerra más rápida, vigorosa y efectiva» por
miedo de que el reino se aburriera de la palabra Parlamento. «Si el ejército», advertía, «no sigue
otro método, y la guerra no se hace más vigorosa, el pueblo no podrá soportar la lucha por más
tiempo, y os obligará a una paz deshonrosa)" El Parlamento remontó esta crisis gracias a una
reforma militar que acabó en la creación a comienzos de 1645 del New Model Anny, consolidación
del ejército de Essex con otras dos fuerzas regionales, fortalecido por el reclutamiento de tropas
adicionales. Esto era lo más cercano a un ejército nacional. Una precisa ordenanza obligó a los
miembros de ambas Cámaras al servicio en el ejército a abandonar sus puestos, lo que significó el
retiro de Essex

Pag 35 sigue la 36

También podría gustarte