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Crecemos viendo el amor de las pelculas. Antes de tener edad para poder
vivir nuestras propias historias de amor, ya tenemos una idea completamente
formada de co mo tienen que ser.
As, para que el amor sea verdadero tiene que ser a primera vista. Un da
cualquiera, paseando por la calle, me tropezare con alguien que me tirara el bolso
con todo lo que lleva dentro; al agacharos ambos a recogerlo, se cruzara n nuestras
miradas. Querra decirle algo desagradable, pero el amor ya habra hecho mella en
nosotros, y lo u nico que acertara uno de los dos a decir es: permtame
compensa rselo cenando conmigo esta noche.
Hemos de ser almas gemelas, pero tendremos que vencer algu n obsta culo
como prueba nuestro amor: seguramente aparezca algu n personaje contrario
nuestra relacio n, que me descubra algu n secreto horrible sobre mi pareja. Cuando
ya parezca que todo esta perdido, cantara una serenata bajo mi ventana, lo que
hara se me olvide todo y le perdone. Y, finalmente, me pedira matrimonio a la luz
de la luna, con fuegos artificiales de fondo.
Esta es la imagen del amor que nos vende el cine. Y esta es la idea que
todos tenemos de lo que tiene que ser una verdadera historia de amor. Por eso el
cine es creador de realidad.
Otro estereotipo construido por el cine tiene que ver con la imagen que
tenemos de las personas de las distintas nacionalidades.
As, la imagen la espan ola tpica de las pelculas es una mujer andaluza,
habladora, que desprende sensualidad y se pone a cantar cuando tiene
oportunidad. Las pelculas norteamericanas reflejan a los suren os como personas
incultas, desdentadas y que se pasan el da tocando el banjo sin camiseta en la
puerta de su casa. Los franceses son todos bohemios que pintan cuadros con la
gorra de lado. Los italianos, seductores. Y los rusos, mafiosos que cortan dedos.
Estas ima genes transmitidas por el cine tienen tanto poder, que
constituira n nuestra principal fuente de informacio n acerca de las personas de esa
nacionalidad.
Y esto es, normalmente, porque es una persona con e xito, dinero y a la que
todo el mundo respeta, con lo cual a todos nos gustara parecernos a e l. O bien
porque la imagen que nos han transmitido del mismo es la de una persona normal
que se ha visto obligada a cometer algu n delito, pero que lo ha hecho con buena
intencio n, seguramente para defender a alguien; o tal vez porque tuvo una infancia
muy triste que le obligo a convertirse en una mala persona.