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Leyendas de Chile

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LA LEYENDA DE LAS TRES PASCUALAS

EL CALEUCHE

EL TRAUCO

LA PINCOYA

LA CUEVA DE SAN JULIÁN

EL DIABLO EN TAMAYA

LA DONCELLA DEL VALLE DEL ENCANTO

LA LEYENDA DE LA AÑAÑUCA

EL CHONCHÓN

LAS ANIMITAS

EL MAL DE OJO

LAS AVENTURAS DE CHALWA Y CURIÑANCU (relato mapuche)

LA LEYENDA DE LA LAGUNA DEL INCA


LA LEYENDA DE LAS TRES PASCUALAS:

Al final del siglo XVIII, tres


muchachas llamadas
Pascuala iban a lavar ropa
a una laguna, como en
aquellos tiempos lo hacían
casi todas las mujeres
pobres de la ciudad de
Concepción. Era realmente
un espectáculo pintoresco
y lleno de vida el que
ofrecían esas hileras de
mujeres que en la mañana
y en la tarde iban a lavar a
la laguna.

Llegaban hasta la laguna


todos los días a lavar;
mientras realizaban su trabajo, entonaban hermosas canciones. Cuando
llegaba la tarde, o mejor dicho la oración, emprendían el camino de regreso a
sus hogares. La mayoría eran lavanderas de profesión, como las tres
Pascualas.

Caminaban con sus grandes atados de ropa que llevaban generalmente sobre
la cabeza. A menudo marchaban cantando o conversando en alta voz.
Era agradable el cuadro multicolor que ofrecía la laguna con la ropa de
distintos colores que flotaba al viento o estaba tendida sobre las ramas y que
se distinguía desde lejos.

Una tarde, cuando otras compañeras llegaron hasta la laguna, encontraron


flotando los cadáveres de las tres Pascualas. ¿Cuál fue la causa de esta
desgracia?

Las tres Pascualas amaban a un mismo


hombr e, y después de larga meditación en
la noche anterior, resolvieron poner término
a sus días, arrojándose a la laguna que era
su propio sustento.

Cuenta la leyenda que un día llegó hasta la


casa de las tres muchachas un forastero en
demanda de hospedaje, el que fue acogido
gustoso por el padre de las jóvenes. Todos
los días, al morir la tarde, regresaba hasta la
casa el solitario forastero y miraba a las
Pascualas que volvían cantando, al aire sus
trenzas rubias y su atado de ropa sobre la cabeza.
El joven se enamoró de las tres hermosas muchachas y cada una, en secreto,
le correspondió su amor. No sabiendo a cuál de ellas elegir como su esposa,
en la noche de San Juan les dio cita a las tres en la orilla de la laguna.

A las doce de la noche el forastero remaba, pero desesperado al ver reflejarse


en las plateadas aguas a las tres Pascualas, comenzó a llamar: ¡Pascuala...!
¡Pascuala...! ¡Pascuala...! Las tres, al sentir su nombre, se creyeron elegidas y
comenzaron a entrar en las traicioneras aguas. Desde entonces, en las
hermosas y encantadas noches de San Juan, a las doce, se ve un bote, y entre
el croar de las ranas surge una voz que llama desesperadamente a las mozas

(Versión de Oreste Plath).


EL CALEUCHE I

La versión más conocida de la


leyenda del Caleuche señala que es
un buque que navega y vaga por los
mares de Chiloé y los canales del sur.
Está tripulado por brujos poderosos,
y en las noches oscuras va
profusamente iluminado. En sus
navegaciones, a bordo se escucha
música sin cesar. Se oculta en medio
de una densa neblina, que él mismo
produce. Jamás navega a la luz del
día. Si casual-mente una persona, que
no sea bruja se acerca, el Caleuche
se transforma en un simple madero
flotante; y si el individuo intenta
apoderarse del madero, éste
retrocede.

Otras veces se convierte en una roca o en otro objeto cualquiera y se hace


invisible. Sus tripulantes se convierten en lobos marinos o en aves acuáticas.

Se asegura, que los tripulantes tienen una sola pierna para andar y que la otra
está doblada por la espalda, por lo tanto andan a saltos y brincos. Todos son
idiotas y desmemoriados, para asegurar el secreto de lo que ocurre a bordo.

Al Caleuche, no hay que mirarlo, porque los tripulantes castigan, a los que los
mira, volviéndose la boca torcida, la cabeza hacia la espalda o matándole de
repente, por arte de brujería. El que quiera mirar al buque y no sufrir el castigo
de la torcedura, debe tratar que los tripulantes no se den cuenta.

Este buque navega cerca de la costa y cuando se apodera de una persona, la


lleva a visitar ciudades del fondo del mar y le descubre inmensos tesoros,
invitándola a participar en ellos con la sola condición de no divulgar, lo que ha
visto. Si no lo hiciera así, los tripulantes del Caleuche, lo matarían en la
primera ocasión que volvieran a encontrarse con él. Todos los que mueren
ahogados son recogidos por el Caleuche, que tiene la facultad de hacer la
navegación submarina y aparecer en el momento preciso en que se le nece-
sita, para recoger a los náufragos y guardarlos en su seno, que les sirve de
mansión eterna. Cuando el Caleuche necesita reparar su casco o sus máqui-
nas, escoge de preferencia los barrancos y acantilados, y allí, a altas horas de
la noche, procede al trabajo.
EL CALEUCHE II

El Caleuche es un buque fantasma que recorre los mares y aparece con


relativa frecuencia en los canales chilotes. Navega tanto en al superficie,
como en las profundidades del mar, pero jamás durante el día.
En noches tranquilas suele aparecer entre la niebla, bajo la forma de un gran
buque velero, hermosamente iluminado. Desde lejos se puede escuchar
música y un gran bullicio, como si en su cubierta se produjera una gran y
alegre fiesta. Con la misma velocidad con que aparece, desaparece entre la
densa niebla que fluye a su alrededor, sin dejar huella de su impresionante
aparición.
Se sabe que su plana mayor está integrada por brujos y que su principal
actividad, es el contrabando, surtiendo de mercadería a aquellos comerciantes
con los que ha celebrado convenios. Cuando el buque es perseguido, burla a
sus perseguidores transformándose en tronco de árbol, en roca o algas;
pasando inadvertido.
Si por cualquier motivo algunos de los integrantes de la tripulación no son del
agrado del capitán son abandonados en una caleta solitaria y privados del
habla para toda la vida o bien, con sus facultades mentales perturbadas.

Si alguien intenta perseguirlo se transforma en una escurridiza foca, o en un


tronco de árbol que flota sobra las aguas, o se recuesta en las arenas de
alguna playa.
La tripulación de del Caleuche está compuesta por dos tipos de navegantes :
los brujos que llegan montados sobre el lomo del Caballo Marino, y los náu-
fragos muertos, que fueron traídos por la Pincoya, que una vez en la superficie
del Caleuche vuelven a la vida, pero a una nueva vida de eterna felicidad.

Aunque estos últimos, pertenecen al más allá, obtienen permiso de sus super-
iores una vez al año para visitar a sus familiares, y así poderles llevar consuelo
y ayuda económica.

El Caleuche esta bajo los mandatos del Millalobo, y tiene por misión recorrer
los mares del mundo vigilando el estado en que se encuentran los mares y los
seres que en el habitan castigando a aquellos que atenten contra ellos.
Durante su recorrido además ayudan a otras naves que se encuentren en
apuros guiándolas a puertos seguros, o remolcándolas a velocidades
increíble.

Para quienes se atreven a mirar al Caleuche, el castigo consiste en dejarles la


boca torcida, la cara hacia la espalda o bien darle muerte en forma repentina.
EL TRAUCO:

Posee un privilegio que se lo


envidiarían seres de características
tan vagas como el Chupacabras. Se
sabe exactamente su altura: 84
centímetros.

¿Cómo? Tal vez su cercanía con los


humanos, y en especial con las
mujeres, ha permitido esa y otras
certidumbres.

Porque el Trauco, una transposición


del viejo mito del fauno o sátiro, es
sexista.

A los hombres, les causa


torceduras y otras deformaciones
con las que, al parecer, venga sus
propios defectos. Es bajo,
contrahecho, de piernas cortas y
chuecas que terminan en un
remedo de pie sin talón ni dedos, lo
que le hace cojear y le obliga a usar
un bastón, el pahueldún,
compañero inseparable que porta
en la otra mano.

¿Y su relación con las mujeres? Cuando encuentra a una mujer sola, su talante
hostil y pendenciero desaparece para dar paso a la pasión. Para seducirla, no
escatima promesas ni magias, como convertirse en un hombre joven y
apuesto. Ahora, sí ese galán se parece a un chilote de carne y hueso, no es
responsabilidad del Trauco.
LA PINCOYA:

El folclor chilote está


poblado de persona-
jes míticos y de histo-
rias y leyendas de
profunda raigambre
popular. Entre estos
personajes, uno de
los más famosos
es la Pincoya. Sobre
ella, se cuenta lo
siguiente:

La Pincoya, es una
sirena o ninfa que a
veces anda acompa-
ñada por su marido,
el Pincoy. Ambos son
rubios. En algunas
ocasiones, abandona
el mar y va de excur-
sión por lagos y ríos.

Su misión es fecun-
dar los peces y los
mariscos bajo las
aguas y de ella de-
pende la abundancia
o escasez de estos
productos. Atrae o
aleja de la costa a los
peces y mariscos.

Cuando un pescador ve de mañana surgir de las profundidades de las aguas a


la Pincoya y ésta danza en la playa mirando hacia el mar extendiendo sus
hermosos brazos, hay alegría en todos, porque éste baile es anuncio de pesca
abundante.

Si danza mirando hacia la costa, alejará a los peces. Si la Pincoya no favorece


con pesca a un lugar, quiere decir que ha arrastrado la abundancia a otros más
necesitados. Para ser favorecido por la Pincoya, es necesario estar contento;
por eso los pescadores se acompañan de amigos o amigas alegres y reidores.
Si pesca o marisca con mucha frecuencia en el mismo lugar, la Pincoya se
enoja y abandona aquel frente, que luego queda estéril.
HISTORIA DE LA PINCOYA
La Huenchula, después de haber desaparecido durante un largo tiempo, volvió
a casa de sus padres, contando que había estado en lejanos lugares, donde
se casó con un rey (Millalobo) quien sería el padre de la criatura que muy
envuelta traía, y la cual depositó cuidadosamente en una lapa, en donde debía
permanecer lejos de la cualquier mirada.
Sin embargo en un descuido, y haciendo caso omiso de las advertencia de la
Huenchula, la criatura se trasformó en agua cristalina ante la curiosa mirada de sus
abuelos.
La Huenchula desesperada y llorando, tomó la lapa y corrió hacia la playa, para
vaciar, suavemente, su contenido en las aguas del mar. Luego se sumergió en las
profundidades en busca del consuelo de su amado esposo, Millalobo. Llorando, le
relató lo acontecido, pero antes que terminara su historia, su esposo le dijo:
-No llores más amada mía, Pues nuestra hija no ha muerto...
Entonces apareció una hermosa barca semejante a una lapa, llevando en su interior
a su hija … convertida ahora en una hermosa adolescente, de larga cbellera dorada,
encanto y dulzura incomparables, y semivestida con un traje de algas, a quien dieron
por nombre Pincoya.
Todos los mariscos y peces que el Millalobo generosamente ofrece a los
pescadores, son sembrados en mares y playas por las fecundas manos de la
Pincoya, quien sale de las profundidades del mar a danzar a las playas. Cuando
realiza su delicado baile mirando hacia el mar, significa que en esas playas y mares
abundarán los peces y mariscos.

En cambio, cuando alguno de los pobladores ha cometido alguna falta en contra del
mar o sus habitantes, lo hace con el rostro vuelto hacia la tierra, indicando a los
pobladores que habrá escasez, y que deberán ir en busca del alimento a playas y
mares más lejanos.

No obstante, si la escasez persiste, se puede realizar una ceremonia mágica para


agradar a la Pincoya, y hacer que los favorezca nuevamente. Adolescente muy
hermosa, de larga cabellera dorada, de encanto y dulzura incomparables. Sale
desde las profundidades del mar, semi vestida con un traje de algas, a danzar a las
playas.

Cuando los chilotes, eternos vagabundos del mar, naufragan, siempre encuentran
junto a ellos a la candorosa Pincoya, que acude pronto a su auxilio. Si por razones
superiores, no logra su propósito de salvarlos, ayudada por sus hermanos La Sirena
y el Pincoy, transporta con ternura los cuerpos de los chilotes muertos hasta el
Caleuche, en donde ellos revivirán como tripulantes del barco fantasma y a una
nueva existencia de eterna felicidad. Seguramente, por esta razón, los chilotes
jamás temen al mar embravecido, a pesar que la mayoría de ellos no sabe nadar. El
espíritu de la Pincoya, creado por su imaginación, al velar siempre por ellos, les
infunde plena confianza, durante sus arriesgadas faenas por los océanos del mundo.
LA CUEVA DE SAN JULIÁN

En la vecindad de Ovalle (Chile) está la Cueva de San Julián. En una ocasión


se encontró un campesino con un antiguo conocido, el que lo invitó a una
fiesta en una parte que él sabía. El campesino aceptó y, de pronto, el amigo
sacó de un calabazo, o mate, un ungüento y se lo puso en las axilas. Le
aconsejó que diera con él tres pasos hacia atrás y exclamara con él: ¡Sin Dios
ni Santa María!, ...y salieron volando.

Llegaron a una cueva la Cueva de


San Julián-, donde se celebraba
una fiesta muy alegre y donde el
campesino se encontró con
personas que hacía algunos años
habían desaparecido de este
mundo. Se encontró
específicamente con una amiga y
comenzó a recordar con ella
gratos momentos pasados.

A la mañana siguiente despertó en


un escampado, molesto por el sol
que estaba quemando, y lo
extraordinario es que estaba unido
a una osamenta de vaca de huesos
albos. Tenía sed y mal gusto en la
boca, y se acordó que antes de ir a
la fiesta tenía unos dulces en el
bolsillo y que era ésta la ocasión
para servírselos. Al buscarlos se
halló con que estaban convertidos
en excremento de animal.
EL DIABLO EN TAMAYA
Cuentan que hace años el cerro Tamaya era un mineral muy rico. El oro
brotaba por todos lados y en abundancia.
Por ese entonces se trabajaba en cuadrillas de mineros que arrancaban el
precioso metal a combo, cuña, picota y pala.
Una de esas tardes llegó a pedir trabajo un extraño y corpulento hombre; al
hablar con el jefe le dijo que era barrenero, que producía bastante, pero que
ponía una condición: trabajar solo y de noche. El jefe lo contrató y esperó para
comprobar el producto de su trabajo. Grande fue su sorpresa al día siguiente-
al ver la gran cantidad de oro extraído por el trabajador.
Esa noche picado por la curiosidad-, el jefe lo siguió para ver de dónde y en
qué forma sacaba el mineral. Observó que el extraño hombre se sacaba la ropa
y se convertía en un gran toro negro, que a cornadas embestía el cerro
arrancando grandes cantidades de oro. Impresionado y asustado corrió al
pueblo en busca del cura para bendecir el lugar.
A la noche siguiente fueron el jefe, el cura y un grupo de mineros al sitio donde
trabajaba el individuo. El toro, al ver al cura con un crucifijo en la mano,
enloqueció y, embistiendo desesperadamente contra la roca, hizo un gran
agujero, por donde salió dejando un fuerte olor a azufre.
Según cuentan los que conocen la leyenda, era el diablo quien custodiaba la
mina y que, al irse éste, desapareció la mayor riqueza del yacimiento aurífero
del cerro Tamaya.

Una historia verdadera detrás de la leyenda :

José Tomás Urmeneta, el Midas de Ovalle, es un personaje controvertido de la historia de Ovalle.


Hizo famosa a la ciudad por el rico mineral de cobre de Tamaya, que lo convirtió en uno de los
hombres más acaudalados de Sudamérica. Curiosamente, nada importante dejó Urmeneta en
Ovalle. De manera recíproca, tampoco hay una estatua del empresario en la Perla del Limarí, apenas
una calle que lo recuerda, en la población José Tomás Ovalle.
El aventurero nació en Santiago el 8 de octubre de 1808. Quedó huérfano a los 10 años de edad. 5
años después se radicó en Estados Unidos y, luego, recorrió varios países de Europa. Regresó a
Chile en 1831, a los 25 años. Se estableció en Sotaquí, para administrar la hacienda de su cuñado,
Mariano Ariztía. Una vez instalado, escuchó la leyenda del cerro "Tamaya" y se transformó en su
obsesión. Comenzó a trabajar una mina llamada "Las Mollacas", casi en la cumbre del cerro. Los
barreteros del yacimiento encontraron una rica veta de cobre, que pronto se comenzó a exportar a
Inglaterra. El hecho transformó a Urmeneta en un potentado minero. La racha duró sólo 2 años.
Después comienza una búsqueda incesante de vetas de oro y cobre, sin buenos resultados. Luego
de 14 años en esas andanzas, Urmeneta queda totalmente arruinado. La mala suerte no amilana al
"loco del burro", como lo apodan los lugareños. Por el contario, continúa tras su meta, pese a las
privaciones y sufrimientos que su familia vive.
En octubre de 1850 el industrial Carlos Lambert, seguro de las riquezas que guarda Tamaya, ofrece
dinero a Urmeneta por la totalidad de su pertenencia, oferta que no aceptó. Con más entusiasmo,
vuelve a la carga, y el 11 de noviembre de 1850, en un lugar del cerro llamado "frontón campino", a
33 metros de profundidad, descubre un filón de cobre con una ley de 65 a 70%, una de las vetas más
ricas y la más alta conocida en el mundo. La villa de Ovalle, cuyo movimiento hasta entonces era
bastante lánguido, floreció al progreso y a la actividad, como centro comercial e industrial.
LA DONCELLA DEL VALLE DEL ENCANTO

Narra la leyenda que una doncella realizaba


misteriosas y fugaces apariciones en lo alto del
Peñón del Encanto, resplandeciendo de oro su
cabellera y alba de tules su figura. Por extraño
encantamiento de malabares, unas naranjas de
oro rodaban por el aire, yendo de una de sus
manos a otra y viceversa. Cuando alguien
intentaba aproximársele, la figura se esfumaba
no dejando rastro alguno.

Quiso en una de esas esotéricas apariciones


que la viera un indígena, el cual se prendó de
tal belleza y, poseído por una obsesión rayana
en lo pertinaz, día y noche aguardó tan
esperada presencia. Muchas veces la volvió a
ver y, cegado, raudo se le aproximaba.

Pero, tal cual era el designio, cuánto más se acercaba, la figura íbase
desvaneciendo hasta desaparecer completamente, rompiendo así el hechizo.

Mas, una noche estrellada, el obcecado hombre logró llegar sorpresivamente


hasta ella y, al extender los brazos para cogerla, la luz dorada que despedían
sus cabellos y las naranjas de oro lo cegaron. Cerró fuerte los ojos doloridos
y, al reabrirlos, comprobó que el encanto nuevamente había desaparecido.

Loco por el dolor punzante, decepcionado por la cruel realidad de sus manos
vacías, se arrojó desde lo alto del peñón al vacío. Su cabeza azotó contra la
mesa de piedra bajo el peñón, terminando así con su miserable existencia y su
ilusión amorosa rota.
LA LEYENDA DE LA AÑAÑUCA

Monte Patria es la cuna de la flor regional: La Añañuca. En sus laderas floreció


el copihue nortino, y con ello una leyenda que ha inspirado a muchos poetas.

De antaño, cuando el Monte Grande de la tierra alta todavía se llamaba


Monterrey, vivía en sus vecindades una hermosa joven india llamada Añañuca.
Los mozos se hacían lenguas ponderando sus virtudes. Mas, ninguno había
podido conquistarla, y eso le daba nombradía.

Cierto día llegó por los contornos un gallardo minero, que dijo buscar
derroteros auríferos por Campanario adentro, de donde venía ahora para
reponer fuerzas y acumular pertrechos. Verse y enamorarse fue una sola cosa.
Añañuca supo que había encontrado al hombre soñado y éste, a su vez, sintió
que un brote sedentario lo mantendría a su lado.

Así fue como se casaron e iniciaron una vida grata y feliz, que tornó más
radiante y hermosa a la muchacha, al paso que su esposo trocó la barreta por
azada y amplió los sembradíos de un campito logrado en una sombra patronal
del medio.

Pero, una noche en sueños, el mozo tuvo una visión: la huella clara de una
veta por vallecito; un reventón de oro. La tan buscada veta estaba a su
alcance. Sin decirlo a nadie, adoptó la decisión de subir a la montaña y
verificar aquello. Por este motivo, días después dejó su tibio lecho y, sin más
aviso, rumbeó por el Ponio arriba, como alucinado. Ese mismo día, la cordillera
desató uno de sus más fieros temporales. Todo se cubrió de nieve.

Del minero nadie supo dar noticias y, pese a que los baqueanos recorrieron los
portezuelos de abrigo, jamás nadie pudo dar con él. La moza lo esperó y lo
esperó con una tristeza que fue aumentando y consumiéndola a ojos vista.
Todos los vecinos supieron, entendieron y respetaron su dolor. Éste fue tan
grande que, a los pocos meses, le causó la muerte. Ésta le vino en un día de
lluvia suave y persistente, que se mantuvo hasta la hora en que la llevaron
cerro arriba, hasta la colina, para depositar su cuerpo en una fosa nueva
abierta en la explanada. Allí quedó.

A la mañana siguiente, al abrir el sol, una noticia corrió como reguero de


pólvora: en torno a la sepultura, y por toda la planicie, había brotado una gran
cantidad de flores semejantes al copihue, pero de un tono más suave y
armonioso. Eran flores que nunca antes nadie había visto por el lugar.
Los serranos la ponderaron como la flor de la Añañuca, y así la conocemos
hasta el día de hoy, naciendo a comienzos de cada primavera, después que la
lluvia benefactora ha caído sobre el Norte Chico chileno.
EL CHONCHÓN

El Chonchón es un pájaro castellano (gris


ceniciento), del tamaño de una tagua. Se cree
generalmente que es gente que huele a
brujería; que después de ponerse unas
unturas en la garganta, sale a volar sólo la
cabeza alada, dejando el cuerpo en la casa.

Al emprender el vuelo dicen: Sin Dios, sin


Santa María, y si por equivocación profieren
otras palabras, se dan un porrazo madre (una
gran caída). Volando se dirigen a la Cueva de
Salamanca, cita en San Julián, en cuya cueva
celebran el convite o conciliábulo, que
termina ya parte para el día (poco antes de
amanecer).

En los cantos populares recitan este cuarteto:


Tu padre sería brujo,
como Chonchón se volvía,
y hacía: tué, tué, tué
cuando de noche salía.

Al oír que pasa volando el Chonchón cerca de nosotros, hay que decir: ¡Pasa
Chonchón tu camino!. Si le decimos: ¡Vuelve mañana por sal!, se presenta al
día siguiente una mujer vieja y pobre a pedir explicaciones por la broma de la
noche anterior.

Cuando un brujo se ha puesto los untos e ido a volar, dejando el cuerpo en la


casa, es necesario que se ponga otros untos cuando haya vuelto, para que se
le pegue la cabeza al cuerpo. Si le ocultan el unto o se lo destruyen (el brujo o,
lo que es lo mismo, el Chonchón) se mata, aporreándose por el suelo.
Para aprender a brujo hay que soportar tremendas pruebas de arrojo y
repugnancia; y si (el individuo) aguanta, es llevado a un festín tan espléndido
como el bíblico de Baltasar, en que el servicio es de oro y plata. Y si recibe un
objeto para llevar de recuerdo o se roba una pieza de rico metal, tiene que
echarla al fuego para que conserve su valor; si no, se le vuelve estiércol de
vaca...

Para cazar un Chonchón o brujo volando hay que rezar la siguiente oración:
¡San Cipriano va para arriba, San Cipriano para abajo!, repitiendo muchas
veces lo mismo y sosteniendo en una mano una vela de bien morir y, en la
otra, un cuchillo de cacha de belduque. Con esta manifestación, el Chonchón
cae al suelo, donde es cogido y quemado. Cazado así es como se ha visto que
es pájaro castellano.
LAS ANIMITAS

El pueblo chileno es tradicionalmente religioso, aunque esta fe -más


espontánea que culta- siga desorientada. Las huellas de un pasado de temores
reverenciales y supersticiones, se exteriorizan en prácticas de un culto reñido
con los principios religiosos de dogmas generales de la Iglesia.

Manifestaciones de esa reverencia a lo sobrenatural es


el culto a las animitas, entendiéndose por tales a los
espíritus que vagan en un mundo taumatúrgico,
sobrehumano, después de una muerte trágica:
accidente, suicidio o alevoso homicidio.

En todas las rutas y encrucijadas suburbanas y rurales


de Chile hay, en los márgenes de los caminos, esas
pequeñas y modestas capillas en que el altar misérrimo
es una cruz protegida bajo un alero de piedras o
ladrillos, preferentemente. Algunos envases de
hojalata sirven de candeleros, y unas flores y
unas coronas de papel de colores abigarrados
son las espontáneas ofrendas. En estas aras
humildes, que suelen adquirir en su nombradía la
categoría de santuarios populares, se venera
al difunto y se impetra su milagrosa intercesión.

Aquí, el pueblo aguarda el milagro con la fe de los sencillos, y la esperanza


que puede albergar un alma simple y creyente.

Creencias Animistas
Las personas que mueren trágicamente tienen poderes para resolver
"mandas" (Arica, Chile).
Las almas de los sentenciados injustamente son "milagrosas" (Francisco J.
Cavada, "Chiloé y los chilotes").
El asesino carga con la culpa de la víctima, la cual, libre de ellas, vuela al cielo
(Francisco J. Cavada, "Chiloé y los chilotes").
Los vientos más violentos no pueden apagar las velas que se encienden sobre
la tumba de los ajusticiados víctimas de una calumnia (Francisco J. Cavada,
"Chiloé y los chilotes").
La sangre del que cae al suelo, que ha sido muerto violentamente, clama
venganza.
Las flores de la "animita" no se secarán ni las velas se apagarán, mientras la
justicia no castigue a los culpables.
Cuando asesinan a alguno en despoblado, la sangre que cae al suelo queda
penando, y el ánima del muerto, errando en la oscuridad, se esfuerza en vano
para encontrar el camino del cielo (Julio Vicuña Cifuentes, "Mitos y
Supersticiones").
Prender velas a las "animitas" permite que éstas ayuden a las peticiones
(Renato Cárdenas y Catherine Hall, "Manual del Pensamiento Mágico y la
Creencia Popular").
Las ánimas penan porque quieren comunicarse o porque necesitan rezos.
Las ánimas son muy "cobradoras", cuando se les hace una promesa habiendo
cumplido ella, hay que proceder a "pagarla", porque reclama el "cobro" de
cualquier manera.
Las ánimas cobran el pago de una "manda" "cargando" a los vivos durante el
sueño.
La aparición de un ánima indica que necesita oraciones "para salir de pena y
ver la cara de Dios".
Si a una persona se le aparece un ánima, ésta debe decirle: "De parte de Dios
te mando que me digas quién eres y lo que quieres". "Las ánimas tienen que
trabajar para llegar a Dios y por eso nos ayudan". Ella responderá si Dios no
se lo hubiere prohibido (Santiago, La Serena).
Las ánimas se vengan de las personas que en vida las ofendieron,
presentándose de espaldas a su enemigo, "para que este les vea las ‘penas’ y
se espante". Las "penas" son llamas que las ánimas llevan en sus espaldas.
Se cree que quien las ve "queda espantado y muere antes de cumplirse un
año".
"Quienes tienen la desgracia de ver las ‘penas’, caen al suelo arrojando sangre
por boca y narices" (Chiloé, Chile).
"Animita" del Indio Desconocido
Esta versión del proceso de la "Animita" del Indio Desconocido, está tomada en
parte de una investigación que realizara Caba, Carlos Baeriswyl y publicada en el
diario "El Magallanes", de Punta Arenas.
"En 1928 los habitantes de Punta Arenas observaban atónitos un fabuloso trozo de
mármol blanco, traído desde la isla Cambridge, actualmente denominada Diego de
Almagro. El descubrimiento tomó mayores proporciones con la formación de la
Compañía de Mármoles Cambridge, que se encargaría de extraer esta fantástica
riqueza.
La isla Diego de Almagro estaba poblado por pequeños grupos de alacalufes que
vivían de la recolección de mariscos y del paso de los buques hacia el Estrecho de
Magallanes. Al inicio de mayo de 1929, con el primer viaje de la goleta ‘Manolo’, se
daba comienzo oficialmente a los trabajos de explotación marmolífera. Para evitar
posibles robos o desmanes por parte de los aborígenes, fueron dejados en la isla
dos empleados de la compañía, M. Kravient, de nacionalidad rusa, y un chilote
llamado David Leal. Se construyó un pequeño embarcadero y se montó
provisoriamente un campamento a orillas de la costa en la bahía Sewtt. Mientras
tanto, la goleta regresaba a Punta Arenas en busca de los trabajadores y del
material restante.
Los días de espera para ambos cuidadores fueron largos y tediosos, la lluvia fue
incesante, era muy difícil encender fuego dado que la madera de la isla está siempre
empapada, los únicos compañeros de hábitat eran los alacalufes que no cesaban de
merodear.
El 6 de mayo de 1929, mientras Kravient y Leal descansaban en su carpa de
campaña, de improvisto y sin provocación alguna, fueron atacados por un grupo de
aproximadamente 12 alacalufes, quienes dispararon con un arma de fuego sobre la
carpa. Leal cayó abatido recibiendo un impacto en el cráneo. El ruso, tomando su
arma de fuego logró repeler el ataque momentáneamente, dejando mal herido a uno
de los indígenas. Al cabo de algunos minutos se presentaron nuevamente los indios,
esta vez visiblemente más decididos y Kravient se vio obligado a huir hacia el interior
de la isla, dejando a su compañero a merced de los alacalufes.
Poco menos de un mes de penurias tuvo que soportar Kravient escondido en el
interior de la isla esperando el arribo de la goleta que llegó a ese puerto el día 5 de
junio. El técnico de la compañía, Aristóteles Carozzi, y el mecánico Fructuoso Muñoz
López, fueron los primeros en llegar al lugar de los hechos. Estos declararon que el
cadáver de un indio se encontraba sentado, vestido con ropas del ruso y con un
jockey; las aves de rapiña le habían mutilado una pierna; en tanto el cadáver de Leal
se encontraba sumergido a pocos metros de la costa, atado con alambres de pies y
cabeza a un trozo de mármol.
Los trabajadores de la nueva compañía, que habían llegado en ese viaje para
comenzar las faenas, fueron los encargados de realizar el entierro en un lugar
cercano a la bahía Sewtt. El ruso Karvient, visiblemente afectado por la espera, no
quiso asistir al improvisado sepelio.
Al regreso de la goleta "· Manolo" el hecho sangriento fue comunicado a las
autoridades marítimas de Punta Arenas por el ingeniero jefe Doimo Cettineo. La
autoridad ordenó las diligencias legales correspondientes, y más tarde,
aprovechando la gira de inspección que realizaba por los canales el escampavía
"Porvenir", el día 4 de agosto, dos agentes del grupo de investigaciones de
Carabineros de Magallanes, Alberto Sepúlveda y Daniel Larenas, desembarcaron en
la isla procediendo a exhumar los cadáveres, labor que les ocupó prácticamente
todo el día. Hubo que forrar los rústicos cajones con latas de parafina para así poder
embarcarlos en el escampavía.
El día 9 de agosto atracó en Punta Arenas el "Porvenir", enviando de inmediato el
singular cargamento a la morgue local. Los antecedentes legales fueron remitidos al
juzgado de Puerto Natales, ya que la isla Cambridge correspondía a esa jurisdicción.
Extrañamente, la orden para realizar las autopsias se hizo esperar hasta el día 28 de
agosto. La autopsia fue efectuada por el médico legista Alvaro Sanhueza, y el
resultado de ella fue el siguiente: David Leal, chileno, occipital con la respectiva
perforación en la región craneana, el proyectil resultó ser de un revólver.
El indio, bautizado bajo el nombre de Pedro Zambras, alacalufe, no presentaba
demostraciones aparentes de herida a bala, siendo muy difícil precisar otro tipo de
lesiones, ya que los cuerpos se encontraban en avanzado estado de
descomposición. Causa presunta de la muerte: inmersión.
El mismo día de la autopsia, fueron colocados los restos de ambos en un solo ataúd,
debido a que nadie reclamó los cadáveres. El cementerio donó la sepultura 17-If-14
C. 12 norte.

Animita
La sepultura no contó con lápida. Más tarde, alguna alma
piadosa colocó un mármol en donde se leía "Indio
Desconocido".
Comenzaron a aparecer algunas velas encendidas y dinero
que los creyentes depositaban. La gente atribuía al "Indio
Desconocido" gracias milagrosas, poco a poco la creencia
fue propagándose.
Cantidades de placas certificaban favores concedidos.
Agradecimientos por la salud recuperada, solución a
asuntos familiares, sentimentales, económicos:
Gracias indiecito desconocido por haberme escuchado mis ruegos.
Marisol.
Gracias indiecito por haberme concedido mi promesa.
En el año 1967, doña Magdalena Vrsalvic, magallánica, viajera internacional, ubicó
en un rincón del cementerio la tumba del "Indio Desconocido", que sabía tenía fama
de milagroso; teniendo un problema rezó y solicitó su ayuda, y se produjo el milagro.
Quedó en sus planes hacerle una hermosa tumba.
Comenzó su campaña, se vinculó con la prensa, con la Armada, logró interesar a la
Cruz Roja para construirle una tumba monumental y una estatua al indio
desconocido.
El proyecto se hacía realidad. La Armada obsequió el bronce, y la figura de un indio
tamaño natural fue encargada al escultor Edmundo Casanova, luego fue vaciada en
los talleres de Indumetal; la Cruz Roja adquirió un lugar central en el cementerio a
pocos metros de la entrada principal, entre pinos cónicos.
Posteriormente se ordenó la exhumación de los restos de la fosa 17-If-14 C. 12
norte, encontrándose con la gran sorpresa que en el féretro existían dos osamentas.
Así las cosas, no quedó otra cosa que colocar ambos bajo la tumba que se conoce
del "Indio Desconocido".
El 18 de diciembre de 1969 se instala oficialmente la escultura de un recio mocetón
desnudo, y sobre la base en que se yergue, este epitafio, solicitado el poeta
magallánico José Grimaldi:
El indio Desconocido llegó
desde las brumas de la duda
histórica y geográfica.
y yace aquí cobijado en el
patrio amor de la chilenidad.
La Cruz Roja colocó una alcancía para recoger los dineros que los creyentes
depositaban, erogaciones que le servían para fines benéficos.
La devoción popular se canalizó hacia esta Animita, que es visitada por personas
que vienen desde lejos como de cerca, del país como del extranjero, y compensan
favores con ofrendas como rosarios, y collares que colocan en su cuello.
En el año 1983 la Alcaldía de Punta Arenas intentó modificar la ubicación del
conjunto. La idea era trasladarlo más al interior, por constituir un peligro la cantidad
de velas encendidas. Esto bastó para que se produjera una gran polémica logrando
así evitar el traslado. Doña Magdalena Vrsalvic sugirió en esta ocasión sacar al
"indiecito" del cementerio y colocar su tumba en una plaza pública para que así la
gente tuviera acceso a toda hora.
Pero en el mes de marzo de 1984 la autoridad edilicia determinó su traslado al
sector oriente, a un conjunto arquitectónico en que el indio es la figura central y las
placas quedaron mejor distribuidas.
Miles de personas rinden tributo al "Indiecito Desconocido", aunque es el Día de
Todos los Santos se acrecientan las visitas.
EL MAL DE OJO

El ojeo o mal de ojo es una de esas


potencias malignas que poseerían
ciertas personas, conscientes o
involuntariamente, que causan el
malestar en los seres de la tierna edad.
Un ojeo puede presentarse de dos
maneras: como ojo callado, que se
manifiesta cayendo el niño en un
profundo sueño y exhalando débiles
quejidos, como ojo llorado, que es
cuando el infante lloriquea y grita sin
descanso.

En ambos casos, una persona que no


sea de la familia prepara la contra: un
zumo de palqui con sal. Esta le pinta al enfermito la frente, las articulaciones,
las manos y la planta de los pies. Además, la espalda y la parte del corazón,
colocándole un poco de zumo dentro de la boca. Entonces el niño suspira,
duerme y... se pasa el ojeo.

Sin embargo, la mejor prevención contra el mal de ojo es el uso del color rojo.
Basta una lanita encarnada, puesta al cuello, sosteniendo una medalla
religiosa, formando parte de un gorro, escarpines o cualquier prenda de ese
color para ahuyentar el daño.

Si por desgracia éste ocurriera, habrá que destruir el mal con los otros
siguientes procedimientos:

-Se le pone al niño ojado la camisa de un Juan (alguien que lleve ese nombre).
-Se pasa el niño en cruz, y por tres veces por encima de una planta de palqui.
-Se hacen sahumerios con tierra de las tres esquinas o nido de diuca.
-Se le pone ají tostado en cruz sobre la cabeza y se le recitan oraciones.

El mal de ojo puede recaer también sobre los animales. Los animales guachos
son igualmente vulnerables al ojeo, tanto como las plantas.
Las Aventuras de Chalwa y Curiñancu (relato mapuche)

Por Iván Ancatén

Las ñancus (águilas) volaban plácidamente en el cielo azul vigilando todo el


sur de Chile. Los altos picos, cubiertos de nieves eternas, eran su paisaje
predilecto. Con sus alas extendidas volaban, una cerca de la otra, cuidando
siempre el hermoso río que nacía de la majestuosa laguna Galletué (lugar de
hualles).

Las águilas, para los mapuches, son guerreros del sol, pues siempre aparecen
del este. El sol les enseñó a vivir en lugares montañosos y sus nidos los hacen
en sitios abruptos e inaccesibles. Muy cerca de su nido se encuentra siempre
el ñancu-lahuen (ñancu: águila; laguen: medicina), un arbusto muy medicinal
que sirve para sanar muchas enfermedades. Son muy rápidas en su vuelo y
representan el poder y la fuerza. Con su vista microscópica son capaces de ver
un pez en el río desde mucha distancia.

En el nido aún quedaba un huevo, que se movía buscando la luminosidad del


sol; lentamente comenzó a romperse para ver la luz del día, mientras en las
alturas un aguilucho era testigo de este nacimiento. Llegaba Curiñancu (águila
negra), y el águila sagrada emprendía el vuelo llevando en su pico una
pichivilú (serpiente pequeña) como primer alimento para su pequeño retoño, a
quien acurrucó entre su plumaje.

Curiñancu comenzó a crecer muy rápido y con un cierto temor a volar. Prefería
caminar por los alrededores de su nido y mirar los volcanes, que muy juntitos
se extendían a sus pies. Eran el copahue, mocho, tolhuaca, llaima y tantos más
que adornaban el sur de Chile.
El pequeño Curiñancu disfrutaba mirando el gran río, que se extendía
majestuoso desde la laguna Galletué, donde nacía, buscando su ruta entre las
grandes montañas. Observaba el hermoso color del agua, que como una
preciosa joya enceguecía sus ojos con el resplandor.

Siempre le gustaba merodear dando pequeños vuelos, buscando los picos


más fáciles y siguiendo consejos de sus padres de no arriesgar su vida hasta
que sus alas estuvieran firmes para sostener su cuerpo. Sin embargo,
Curiñancu prefería caminar; encontraba más seguras sus piernas, que ya
empezaban a desarrollar músculos.

Un día en que sus padres salieron a recorrer otras montañas, Curiñancu


decidió intentar un vuelo más largo que lo habitual. Con el kurruf (viento) en
contra, y a pesar de sus desesperados aleteos, muy cansado, se fue en picada
hacia el abismo profundo. Al chocar con la tierra, un pequeño rasguño en su
ala dejó escurrir unas gotas de sangre y, así, a muy mal traer, logró levantar
sus ojos y observar frente a sí al carnicero más grande de América Latina, con
sus garras listas para embestir. Observó sus tremendos músculos y sus
colmillos tan blancos como la nieve. En este encuentro se da cuenta que no es
comida para él. El pangui (puma, león entre los mapuches) pudo distinguir que
era el águila sagrada y, al acercarse a Curiñancu, lentamente comenzó a lamer
sus heridas y, luego, con su pelaje aleonado, a cubrir del frío a Curiñancu,
dejándolo dormir hasta recuperarse.

Horas después, al despertar tan fortalecido, Curiñancu y el pangui estrechan


una profunda amistad. En ese momento, entre esas grandes montañas, el
Ñancu decide quedarse en la tierra y transformarse en el gran guerrero de la
montaña sagrada del sur de Chile.
Con su amigo, el pangui, recorren montañas y valles. Llegan a los pies del
volcán Llaima y allí deciden construir su kuramalal (fortaleza de piedra). Para el
frío, Curiñancu sube al volcán Llaima a traer kitral (leña) y puede así mantener
su hogar caliente. Muchos animales vienen a visitarlos, y cada uno de ellos les
enseña algo de su sabiduría. Llegó el pakarwa (sapo) y le dio la clave de los
grandes saltos, como él lo hace. También llegó la vilu (serpiente) y le mostró
cómo camina y cómo en cada primavera cambia su ropaje. Además, le dijo a
Curiñancu que conversara con la kuse llallín (araña) para pedirle que le teja un
pantalón. Así, Curiñancu decide llamar a la kuse llalín, la que llegó caminando
con sus largas patas y se dedicó por un momento a inspeccionar el kuramalal,
como ideando lugares donde tejer sus redes. Curiñancu le solicita un pantalón
bien firme, y la kuse llallín le teje uno de color negro, comolo usan los grandes
guerreros.

Así transcurre la vida de Curiñancu, hasta que un día, luego de recorrer sus
dominios, comunica a sus amigos que ha decidido bajar al valle y conocer más
allá de donde pueden ver sus ojos. Convertido en adulto, Curiñancu hablará
con el rere (pájaro carpintero) para que le enseñe a construir un wampu
(barcaza) y pueda seguir el rumbo que lleva el gran río sagrado. El rere es un
gran carpintero y le habla a Curiñancu del viejo pehuén (árbol de la Araucanía;
sagrado y sustento de los pehuenches, gente del pehuén), que soporta fuertes
kurruf, capaces de mover una montaña y que dura mil años.

Curiñancu sabe que el rere es el mejor conocedor de las maderas, porque se


pasa toda su vida taladrando árboles y, por lo tanto, seguirá su consejo. Sube
a las montañas a buscar el tronco. Luego, sobre sus hombros fornidos lo lleva
a sus uñas, dando forma a su wampu. En un día muy hermoso, cuando la
embarcación está lista y el sol empieza a iluminar las montañas, Curiñancu
decide lanzar su wampu al agua. Todos sus amigos lo vienen a despedir; el
pangui quedará a cargo de toda la montaña, la kuse llallín ha quedado
encargada de cuidar la ruka (casa), para lo cual ha tejido una poderosa red en
la entrada. Curiñancu ya está listo para partir.

Muy pronto domina su nave, y desde la orilla lo contemplan sus amigos


mostrando en sus ojos mucha emoción. De esta forma, Curiñancu inicia su
viaje llevando su wampu hacia la desembocadura. Busca la corriente que lo
llevará por nuevos torrentes y peligros que deberá afrontar entre las colinas.

De pronto, al pasar por un torrente, Curiñancu vio que algo salpicaba al lado
de su wampu. Los grandes saltos llamaron su atención. Decide saludar:

-Marri Marri Chalwa (hola salmón)


-Marri Marri Curiñancu (hola Curiñancu)
-¿Cheu amualmi feula? (¿Dónde vas ahora?)
-Amuy lafquenmeu (Voy en busca del mar)
-Amuyu Curiñancu (Vamos los dos, Curiñancu)
-¡Feley! (Está bien!)

Así, los dos deciden viajar juntos. El Chalwa comienza a relatar a Curiñancu
que sus padres conocieron el Lafquen (mar). Le contó que allí el agua es
salada y que ellos recorrieron enormes distancias, que fueron a varios países y
que volvieron a la montaña sagrada cuando iba a nacer. Le dijo que toda su
familia hacía estos recorridos y que sus padres, ya muertos, dejaron sus
espíritus en la montaña. Curiñancu comprende ahora la vida del salmón (antes
era su alimento predilecto). Conversan sobre la pureza y frescura de las aguas
en la montaña y el Chalwa recuerda con alegría los rápidos de ese río querido,
donde podía dar grandes saltos y jugar sin límite. El Chalwa ha decidido cuidar
el viaje de Curiñancu, por lo que se adelanta de vez en cuando y va dirigiendo
la barcaza.

Por las noches descansan en los remansos del río, mientras las estrellas
brillan en el cielo infinito. En los acantilados y laderas de las montañas, como
enormes gigantes petrificados, la hermosa kuyen (luna) se refleja como en un
gran espejo de plata. El Chalwa salta feliz mientras caza algunos mosquitos y
acompaña la divertida aventura de Curiñancu, quien recuerda su infancia de
halcón sintiendo el kurruf en su plumaje. Se saludan todos los días:

-Marri Marri Chalwa (Hola salmón)


-Marri Marri Curiñancu (Hola Curiñancu)
-¿Kumelekaimi? (¿Cómo estás?)
-Kumelen (Estoy bien)
-¿Ayukuleimi? (¿Estás feliz?)
-May (Sí)
-Amuyu Lafquenmeu (Vamos al mar)
-Feley (Bien)

Entre los remansos juegan a distinguir los árboles nativos que adornan el
contorno del Leufu (río). Las hermosas flores entre las rocas parecen fósforos
relucientes por las corrientes. De pronto los ruidos anuncian los rayos. El
Chalwa va dirigiendo el wampu, mientras el agua al chocar con la balsa-
levanta mucha espuma.
Un día, en forma inesperada, el cielo se empieza a oscurecer, anunciando la
proximidad de una tormenta y el inicio de un gran peligro para la aventura. La
lluvia comienza a hacer estragos en las colinas y el Leufu se convierte en un
torrente turbio por las pequeñas cascadas de barro que se han formado.
Curiñancu espera hábilmente el tralka (trueno) y el llifke (relámpago) para
avanzar, gracias a lo cual descubren un refugio para pernoctar y protegerse de
la lluvia. Curiñancu utiliza la luz de la luciérnaga para iluminar la caverna, y
recuesta su cuerpo en la tibieza de la tierra para reposar y dormir. Al otro día,
nadie hubiera pensado que la lluvia había estado presente:

-¿Kumleimi Curiñancu, Umaueimi? (¿Cómo estás Curiñancu, dormiste bien?)


-May (sí)
-¿Ayukuleimi? (¿Estás feliz?)
-Amuyu wenuy (Vamos los dos,amigo)

Siguen su viaje muy felices en compañía del antu (sol) y el kurruf; sin
embargo, repentinamente su alegría se ve truncada, pues al girar en un recodo
de las montañas más altas, un gigante les espera para cortarles el paso.
Ambos están perplejos. Una inmensa mole de cemento tiene aferrada para sí
toda el agua del leufu y sólo deja escurrir una pequeña cantidad por su boca,
mucho menor al cauce original. Los amigos se quedan mirando y comentan:

-¿Chumngechi rupay, Curiñancu? (¿Cómo pasaremos, Curiñancu?)


-Ñochi, ñochi, Chalwa (Calma, calma, salmón)

Curiñancu piensa rápidamente. Debe terminar su viaje, pero no puede dejar a


su amigo en la mitad del camino al Lafquen. De improviso, mirando al Chalwa,
exclama: ¡Marrichiweu! (¡Lo tengo!)... vadearemos este lugar y pasaremos
entre aquel bosque de canelos y lingues. Yo moveré la nave y más abajo nos
uniremos al leufu. El Chalwa, sin embargo, no estaba tranquilo (¿Pero, cómo
iré yo, Curiñancu, si no puedo estar mucho tiempo fuera del agua?).
No te preocupes-, le contestó Curiñancu. Colocaré dentro del wampu una
cierta cantidad de agua del leufu; tú saltarás dentro, y así nos llevará a ambos.
El Chalwa, emocionado, le responde: Qué inteligente eres, gran capitán,
guerrero de la montaña; yo me entristecí pensando en que hasta aquí no más
te acompañaría en el viaje. Acepto encantado tu plan).

Curiñancu, entonces, dirige su wampu hasta la orilla. Allí se baja y comienza a


echar agua. Una vez completada una cantidad suficiente, le pide al salón que
salte y, como en una pecera, se zambulle muy feliz. Curiñancu ha comenzado a
deslizar la canoa por entre los árboles; las hojas caídas le son de gran ayuda,
luego de amarrar la embarcación con los hilos de su chiripa (pantalón), que tan
firmemente había tejido la kuse llaullín para él.
Trabajosa ha sido la labor para Curiñancu; ha vadeado la gran mole de
cemento, creada para detener al gran río Bío Bío, cortándole velocidad y
fuerza. Sin embargo, lo que más entristece a Curiñancu es ver cómo la muralla
aquella aprisiona al gran leufu, y cómo tanta naturaleza va quedando
sumergida bajo el agua. Bosques de canelos, pehuenes, avellanos y todo el
bosque nativo existente en esa zona descansan bajo el nuevo caudal creado
por el huinca (hombre).
Curiñancu regresa a las márgenes del río buscando su camino. Piedras
descomunales obstruyen su paso, mientras el diminuto cauce sigue
persistiendo en llegar al océano. Hasta que lo logra. Ahora está preparado con
su amigo Chalwa para seguir la aventura, que estará llena de sorpresas.

Más abajo se encuentra con muchos pueblos, y con gran tristeza observa
cómo se han ido depositando en el caudal los nuevos desperdicios de las
ciudades. Curiñancu advierte a su pequeño amigo Chalwa de los cuidados que
deberá tener con su alimentación, y le dice que vea cómo el hombre de hoy va
destrozando la tierra, sus recursos, y cómo las empresas van arrojando sus
desechos contaminantes en el lecho del río sagrado.
Los amigos llegan donde el río se une con el mar. En este lugar, a Curiñancu
se le hace más difícil manejar su embarcación por el oleaje. El Chaiwa debe
tomar un tiempo para aclimatar su cuerpo a esta nueva agua, muy salada y
picante. Pero, muy felices empiezan a descubrir todo un mundo de nuevos
amigos. Curiñancu y el Chaiwa están contentos, a pesar de todo. La gaviota
marinera y la nutria les dan la bienvenida, además de la cholga y los locos que
están aferrados al roquerío. Ellos van saludando a todos los que ven. Saludan
a la jaiba con su elegante caminar; a la tortuga con su inmensa caparazón a
cuestas, su lento caminar y tierna mirada; a las truchas y jureles. Conocen al
pez volador, que les ha presentado al pez luna y al pez sol y a la sierra. El
calamar se ofrece como voluntario para impulsar el bote y darle velocidad,
mientras el Chalwa se ríe de los notables bigotes de su amigo el lobo marino.
Una foca saluda a los recién llegados, mientras que un delfín ha empezado a
saltar junto a su wampu. Curiñancu saluda amablemente a la ballena austral, y
en sus ojos ve las lagrimas y la melancolía de quien ha perdido a muchos de
sus familiares por la salvaje persecución del hombre civilizado.

Más allá vuela el pelícano, que los detiene y le dice a Curiñancu que vuelva
rápido a su tierra porque hay allí contaminación. En las grandes extensiones
de mar hay esparcidas negras aguas, donde cientos de peces mueren por el
petróleo. Liquidan sus pulmones y mueren lentamente con sus cuerpos
ennegrecidos y pegajosos.
Pero, lamentablemente, la advertencia ha sido muy tarde. Curiñancu encuentra
a su amigo Chalwa moribundo en la superficie del agua (Grande ha sido el
pago por conocer otras tierras, por conocer otros mares-, piensa).
-Yo te llevaré a la tierra, querido amigo Chalwa. Debemos hallar alguna
solución a tu enfermedad.
Al depositar a su amigo en el suelo, Curiñancu anhela tener sus alas de águila
para poder llevarlo donde alguna machi (curandera sabia de la cultura
mapuche). Con este deseo, por un instante Curiñancu cierra sus ojos
aguiluchos y empieza a sentir cómo la basa del viento lleva su espíritu hasta el
Nahuelbuta. Allí existe un ñankura (piedra del águila) donde los más
poderosos jefes mapuches enterraban a sus seres queridos en un eltun
(cementerio). Recuerda Curiñancu que allí crece una planta resucitadora de los
moribundos el latue-, que debe usarse sólo antes de que se le aleje el espíritu
al enfermo. En tanto, su amigo Chalwa aún mueve su cola, dando así señales
de vida.

Curiñancu se arrodilla y pide a Chau Dios, creador de todo el universo, que por
única vez y con el propósito exclusivo de sanar a su amigo, lo deje volar. El
Padre Dios, al verlo tan acongojado, le devuelve sus alas. Curiñancu se
convierte así, nuevamente, en un águila ligera. Con sus alas extendidas y su
mirada microscópica se eleva hacia el cielo infinito en busca de la gran
Nahuelbuta, de la montaña del tigre y el ñankura con su provisión del latue.
Curiñancu va rompiendo el aire y las nubes. Recuerda los riscos y las
montañas, su vida de águila y a sus padres. Observa conmovido la cordillera
de Nahuelbuta, que protege al hombre del mar. Piensa en el Padre Dios, que ha
dotado de tanta belleza la inmensidad de las tierras mapuches.
Al fin llega y ve las flores que parecen resguardar el espíritu de Caupolicán,
Lautaro y Galvarino. Pidiendo permiso a la naturaleza, escoge la más alta y
vigorosa, e inicia rápidamente el regreso. No hay cansancio ni pereza. Su
plumaje hermoso, como suave seda, adorna el cielo celeste y, al tocar
nuevamente la orilla del río, se convierte en el antiguo guerrero de la montaña.
Estruja la planta, y con pequeñas gotas va reviviendo a su amigo. Limpia su
cuerpo con una suave alga y, lentamente, Chalwa, su compañero, revive,
moviendo su cuerpo.

Curiñancu está feliz. Lágrimas de felicidad brotan de sus ojos. Agradece a


Chau Dios por ser tan bondadoso con él, y se compromete a extremar los
cuidados de su amigo. Sube a su wampu y, con el impulso del calamar,
continúa junto a Chalwa su travesía por los mares. Tras sí dejan estelas de
alegría y muchos, muchos amigos, que pudieron apreciar el gran corazón de
Curiñancu en su paso por aquel lugar.
LA LEYENDA DE LA LAGUNA DEL INCA

Las leyendas sin importar la


extensión que tengan -aunque
por lo general es corta-, el
rasgo que las define es su tema.
La leyenda siempre es un relato
que pretende explicar un
fenómeno natural -como las
tempestades, los lagos, los
terremotos-, contando una
historia fantástica.
La leyenda de la Laguna del
Inca, de intenso color verde-
esmeralda, dice que en el fondo
de sus aguas está enterrado el
cuerpo de una princesa inca,
cuyos ojos eran de ese color, quien murió el día en que acababa de casarse.
Su dolido esposo no quiso enterrarla, sino dejarla allí, y cuando lo hubo hecho,
las aguas transparentes se tornaron del color que conservan hasta hoy.

También se dice que en ciertas noches de invierno todavía se pueden oír los
lamentos del Inca.

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