Gerardo F. Kurtz
Comisario de la exposición
ALDEADÁVILA JUNIO DE 1957
La revolución eléctrica que tuvo lugar a partir del último cuarto del
siglo XIX cambió para siempre la faz de los negocios y la forma de
vida de las gentes en todas las partes del mundo, y España no
constituyó una excepción a esta regla sino más bien lo contrario. El
problema de la energía como factor determinante de la localización
industrial quedó eliminado con el avance de esta innovación, y con
ella se abrió la posibilidad del desarrollo económico a países y
regiones que hasta entonces habían quedado al margen. Al
comenzar el siglo XX, eran ya una realidad en territorio español las
empresas que se habían atrevido a introducirse en el nuevo campo
de la hidroelectricidad, buscando el aprovechamiento eléctrico de la
energía de los ríos mediante la construcción de saltos de agua que,
según pasaban los años, aumentaban en altura y complejidad
técnica.
Hidroeléctrica Ibérica, fundada en 1901, fue una de las pioneras.
Pocos años después, el transporte de la corriente a elevadas
tensiones facilitó el envío de la energía a grandes distancias, y esto
llevó a ingenieros y hombres de negocios a buscar nuevos
emplazamientos para saltos de agua en lugares que hasta entonces
quedaban demasiado lejos de los principales emplazamientos
industriales y de consumo. El río Duero asomó entonces como una
atrayente posibilidad.
El descubridor del enorme potencial hidroeléctrico del Duero y sus
afluentes fue, sin lugar a dudas, el ingeniero e inventor zamorano
Federico Cantero Villamil, que fundó la sociedad El Porvenir de
Zamora y levantó el primer salto de la cuenca, el de San Román, en
los primeros años del siglo XX. Después de él, y en buena medida
siguiendo sus indicaciones, llegaron los ingenieros que formaron la
Sociedad General de Transportes Eléctricos: Eugenio Grasset, Pedro
Icaza y José Orbegozo, que convencieron al capitalista Horacio
Echevarrieta para que se interesara en las posibilidades del Duero.
Ante las dimensiones del negocio, el patricio vizcaíno decidió
involucrar al Banco de Bilbao, que en 1918 aceptó la invitación a
suscribir la mayoría de las acciones de la nueva compañía, la cual
tendría por nombre Sociedad Hispano- Portuguesa de Transportes
Eléctricos, pero sería más conocida como Saltos del Duero.
A partir de entonces, y por encima de financieros y empresarios,
fueron los ingenieros españoles quienes protagonizaron la conquista
hidroeléctrica del río Duero. La labor comenzada por Federico
Cantero tuvo continuidad gracias a la energía y determinación de
José Orbegozo, primer director general de la empresa, y de su
sucesor desde 1935, Ricardo Rubio. Junto a ellos, bajo sus órdenes,
y después de ellos, fueron llegando al Duero y sus afluentes
sucesivas hornadas de ingenieros industriales y de caminos (e
incluso algún agrónomo) que se encargaron de calcular, ensayar,
planificar y dirigir la construcción de los saltos, en una tarea conjunta
que duró varias décadas y que atravesó innumerables vicisitudes
hasta su conclusión en 1970, cuando la central de Almendra-Villarino
se convirtió en una magnífica realidad. En el río castellano y sus
afluentes se curtieron varias generaciones de técnicos españoles de
primera línea cuyas realizaciones no desme recieron de las llevadas
a cabo en otros países más avanzados y supuestamente más
instruidos en tales materias. Todos ellos contribuyeron a crear una
auténtica escuela de conocimientos hidroeléctricos y experiencia
práctica: la escuela del Duero.
LAS OBRAS PRIMERIZAS :
SAN ROMÁN Y RICOBAYO
Las obras del salto del Esla comenzaron en mayo de 1929 bajo el
signo de la urgencia. La empresa había necesitado once años para
establecer con suficientes garantías sus derechos y sus medios
financieros y en los socios pesaba demasiado el tiempo transcurrido.
Casi 8.000 fincas urbanas y rústicas, que abarcaban cerca de 40
kilómetros cuadrados y varias aldeas completas, fueron expropiadas,
y hubo que construir vías de comunicación alternativas. Orbegozo,
presionado por un Consejo de Administración deseoso de ofrecer
cuanto antes energía al mercado y ante la falta de una organización
interna suficiente, decidió recurrir al sistema de contrata con dos
empresas constructoras que estaban relacionadas con consejeros de
Saltos del Duero, incluido él mismo: la Empresa General de
Construcción, luego llamada Puertos y Pantanos, y la Sociedad
General de Obras y Construcciones (Obrascon).
Una condición inexcusable de la concesión otorgada por el Estado
fue la de trasladar a otro lugar la iglesia visigoda de San Pedro de la
Nave, condenada de otra forma a ser cubierta bajo las aguas del
futuro embalse. Saltos del Duero puso desde el principio su mayor
empeño en que el traslado, piedra a piedra, al poblado cercano de
Campillo, se llevara a cabo con todas las garantías posibles de
conservación y seguridad, hasta el punto de que invirtió en el mismo
una suma considerable para la época, cien mil pesetas, y el Consejo
de Administración fue informado largamente de la operación. Esta
joya del arte español es probablemente el monumento más
representativo de la arquitectura hispanovisigoda tal y como la
conocemos hoy en día y en torno a ella ha existido siempre una gran
controversia. Su programa iconográfico, la gran calidad de sus
relieves, la configuración arquitectónica del edificio, restaurado
durante su traslado, y su encuadramiento cronológico, son todavía
hoy analizados y discutidos entre los especialistas.
La construcción del salto del Esla coincidió a partir de 1931 con la
llegada de la Segunda República, pero los años republicanos no
fueron especialmente tormentosos en las obras. Después de la
huelga del verano de 1931 hubo algún que otro conato en 1932 y
1936, pero los acontecimientos revolucionarios de octubre de 1934,
verdadero test para apreciar el grado de conflictividad de la empresa,
no fueron seguidos por un solo trabajador. Ni siquiera los despidos
masivos, a los cuales hubo que proceder de forma inevitable según
se acercaba la finalización de la presa y la central, provocaron
protestas. La causa de esta aparente calma se debió, sin duda, a que
la empresa satisfizo las reivindicaciones sucesivas que se le fueron
haciendo por los elementos adscritos a U.G.T., que aumentó
progresivamente su influencia entre los obreros. En toda empresa
hidroeléctrica, con elevadas inversiones en capital fijo muy sensibles
a cualquier tipo de sabotaje, la concesión de mejoras a sus
trabajadores es norma común, pues nada pueden temer más que
una avería que paralice su actividad y obligue a la interrupción del
suministro a sus clientes. Esto era así aún en mayor grado en
aquellos años y en Saltos del Duero, ya que el largo tiempo
transcurrido desde la fundación de la empresa constituía un factor a
tener en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión. Simplemente,
no podían permitirse un retraso en las construcciones.
El proyecto inicial del salto del Esla obligaba a construir un
aliviadero más allá de la margen del río donde se asentaba el lado
izquierdo de la presa, para poder desviar por él los 5.000 m3 por
segundo en que se calculaba el caudal que podía llevar una gran
avenida, a la vista de la experiencia de años anteriores. Para
efectuar los imprescindibles estudios geológicos se llamó a un
ingeniero de minas de gran prestigio que pertenecía a la nómina de
profesionales al servicio de Horacio Echevarrieta, todavía Presidente
de Saltos del Duero. El técnico determinó que el roquedo de la
margen izquierda del río ofrecía las suficientes garantías de solidez
como para que la presa se apoyara en él, y basándose en estos
informes José Orbegozo procedió con rapidez a iniciar su
construcción. Sin embargo, en la tercera campaña de las obras, en el
verano de 1931, las condiciones geológicas del roquedo donde
debían asentarse tanto la presa como el aliviadero dieron muestras
imprevistas de debilidad. Fue para la empresa el primer aviso de que
los informes geológicos no iban a resultar suficientes ni adecuados
para las obras proyectadas.
Pero la verdadera sorpresa llegó durante los días 22 y 23 de marzo
de 1934, después de que se hubiese procedido el 10 de enero a
llenar por primera vez el embalse y cuando ya se sentía cercana la
fecha en que se podría comenzar a suministrar energía. Una gran
avenida, de un caudal superior a los 5.000 m 3 por segundo, fue
evacuada por el canal-aliviadero y durante 48 horas éste soportó una
prueba de resistencia para la que no estaba preparado. Su base, de
roca pura sin hormigonar, dejó filtrar el agua por varias diaclasas
verticales y se produjo un enorme efecto destructor que se tradujo en
un retroceso del aliviadero hacia la presa de setenta metros y en la
excavación de un cráter de dimensiones aún mayores. Cuando pasó
la avenida, sobre la presa se cernía la amenaza de que se
desplomara toda la margen izquierda, lo que habría ocasionado una
catástrofe definitiva.
Pero la pieza maestra que cerró el sistema del Duero fue el salto
de Villarino, en el Tormes. Se venía hablando del aprovechamiento
del río salmantino desde la década de 1940, pero el verdadero
comienzo de las obras puede datarse en 1962, cuando se terminó
Aldeadávila. Las novedades técnicas disponibles en la década de los
sesenta y el auge mantenido de la demanda hicieron viable y
aconsejable la construcción de una única presa bóveda de
doscientos metros de altura, una obra extraordinaria que hoy sigue
causando admiración a quien la contempla. Además de ella, los
equipos humanos de Iberduero hubieron de vérselas con la
construcción de una central subterránea que albergara grupos
reversibles y que dejaba pequeña la de Aldeadávila, y c on una
galería de quince kilómetros de longitud y seis metros de diámetro. El
salto de Villarino se vio beneficiado también por una innovación de
otro tipo. En 1963, Iberduero adquirió el ordenador IBM 1401, de
segunda generación, dotado de memoria para programar
operaciones. El cálculo de la presa, que en Aldeadávila había
costado seis meses de trabajo, costó en Villarino tan sólo tres horas.
Hace casi un siglo, en 1911, cuando el proyecto del Duero era aún
sólo una idea en las mentes de unos pocos visionarios, Joseph A.
Schumpeter publicó su Teoría del Desarrollo Económico. En ella, el
economista austro-americano basaba el crecimiento de la economía
de un país en la capacidad emprendedora de sus hombres de
empresa, y éstos sólo se comportaban como auténticos empresarios
cuando innovaban. Para llevar a cabo dicha tarea se requerían unas
cualidades nada corrientes, entre las que Schumpeter destacaba una
certera visión del futuro y una gran fuerza para hacer frente a la
resistencia a la innovación, que sin duda se presentaría cuando el
empresario tratara de alcanzar sus objetivos. Esta figura casi heroica
del emprendedor era responsable de que la economía diera pasos
hacia adelante y saliera de su estancamiento creando un círculo
virtuoso de innovación, y el caldo de cultivo idóneo para su
desenvolvimiento era el sistema de libre empresa capaz de premiar
los comportamientos arriesgados e innovadores. El éxito de un país,
en buena medida, residía en dar rienda suelta a la capacidad creativa
de sus habitantes. Además, las innovaciones podían ser de cinco
tipos ofrecer un nuevo producto o servicio, aplicar un nuevo método
de producción, descubrir un nuevo mercado, explotar una nueva
fuente de aprovisionamiento o implantar una nueva organización de
una industria.
Saltos del Duero y después Iberduero reprodujeron los cinco tipos
de innovación apuntados por Schumpeter, porque el ofrecimiento de
electricidad barata (nuevo producto o servicio) se hizo gracias a las
centrales que entraron en explotación (nuevo método de producción),
aprovechando la energía hidráulica del Duero y sus afluentes (nueva
fuente de aprovisionamiento) y llegando a nuevos mercados.
Además, la fusión que dio lugar a Iberduero en 1944 contribuyó de
manera decisiva a establecer una nueva organización de la industria
eléctrica en España. Todo ello fue posible gracias a la iniciativa
empresarial de un grupo de técnicos y directivos que demostraron
poseer las dos cualidades que Schumpeter había reclamado de los
hombres de empresa: visión de futuro y fuerza que oponer a la
resistencia que encontrarían ante la innovación. En la etapa anterior
a la guerra civil, los impedimentos que hallaron en su camino los
directores e ingenieros de Saltos del Duero para convertir en realidad
su visión de la central de Ricobayo fueron abrumadores, no sólo por
los problemas ocasionados por el aliviadero, sino por la presión
sufrida en los años treinta ante una demanda estancada, cuando
recibían las opiniones escépticas de quienes creían —la mayoría—
que el incremento de la oferta no encontraría salida en el mercado.
ESLA (1929-1933)
VILLALCAMPO (1942-1949)
CASTRO (1946-1952)
SAUCELLE (1950-1956)
ALDEADÁVILA (1956-1962)
ALMENDRA-VILLARINO (1963-1970)
EL ALIVIADERO DE RICOBAYO
LOS POBLADOS
Sirva esta brevísima selección de imágenes estrechamente ligadas
a lo que sería la vida cotidiana en Ricobayo, Villalcampo o Castro,
para poner de manifiesto el interesantísimo fenómeno de los
poblados en la historia de la construcción de presas en España.
FOTOGRAFÍAS EN LA EXPOSICIÓN
San Román. 1900-1905. Labores
de acarreo
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02
03
07
08
09
Villalcampo. 30 de septiembre de
14 1945. Trabajos iniciales
Villalcampo. 27 de febrero de
1946. Instalaciones auxiliares de
obra
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17
Villalcampo. 30 de septiembre de
18 1946. Panorámica con la vista
general de la obra
19
Villalcampo. Riada de febrero de
1947
20
17 de febrero de 1947
Las obras de la central ya
enteramente inundadas
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Villalcampo. 30 de noviembre de
1948. Vista aguas abajo de la
central
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Saucelle. 28 de septiembre de
1956. Rotor, elemento rotatorio del
generador
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Saucelle. 27 de septiembre de
1956. Vista general del salto una
vez terminada la obra
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Villarino. 3 de mayo de 1965.
Estructura auxiliar de obra en fase
de montaje
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