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EXPOSICIÓN

Iberdrola invita al espectador a visitar esta selección fotográfica que


presenta un breve, pero apasionante, recorrido por el periodo de casi
un siglo de la historia de la Cuenca del Duero. Es la historia de una
gran visión, una en que participan grandes emprendedores y en la que
tuvieron lugar algunas de las más extraordinarias actuaciones de la
ingeniería civil del siglo XX en España. Fue aquella una realidad fruto
de decisiones de grandes mentes, de magníficos visionarios técnicos y
empresariales, personajes destacados como el interesantísimo genio e
inventor D. Federico Cantero Villamil (1874-1946), o el gran empresario
y visionario D. José Orbegozo (1894-1939) cuyos esfuerzos
empresariales son en buena medida la base de la realidad actual de la
Cuenca del Duero como productora de electricidad. Se pusieron en
marcha en aquel entonces operaciones técnicas y empresariales
cargadas de ingenio y se asumieron grandes riesgos de todo tipo,
máxime si se tienen en cuenta los muchos vaivenes sociales,
económicos y políticos de las distintas épocas que atraviesa el país
durante todo el complejo periodo al que nos referimos.
Las imágenes, en su gran mayoría, corresponden a fotografías que
se encuentran entre los fondos fotográficos de Iberdrola (en la
actualidad agrupados en los fondos históricos del Archivo Histórico de
Ricobayo en Zamora, y en los Archivos Generales que tiene la empresa
en Bilbao). Estos fondos atesoran los diversos archivos que en su día
se fueron conformando con el material fotográfico registrado en el
entorno de cada una de las obras acometidas, fundamentalmente
tomas que en origen se realizaron por encargo directo de los ingenieros
para cumplir con la necesidad de ilustrar sus memorias de obra y
demás documentación empresarial. Fueron realizadas por muy
variados fotógrafos profesionales, entonces denominados «fotógrafos
industriales», como el reputado Fernando López Heptener (1902-1993),
que estuvo muy especialmente vinculado a la empresa en sus años de
mayor actividad constructiva; el conocido Juan Pando (1915-1992), o
los propios ingenieros que cámara en mano registraron algún evento o
momento memorable de su labor.
De tan monumental fondo gráfico se ha realizado la presente
selección, intentando en cada caso presentar imágenes que fueran
relevantes para la historia de la empresa, y, a la vez, que magníficas
imágenes desde el punto de vista fotográfico. Todas las fotografías que
aquí se muestran, transitan libremente entre estas dos facetas, y en
cualquier caso deberán introducir al espectador curioso y perspicaz en
un apasionante paseo visual por un pasado concreto, un paseo donde
podrá atisbar algo de lo que supuso aquella magnífica y monumental
transformación de la Cuenca del Duero en un área geográfica
productora de electricidad, transformación vital para que el propio país
pudiera —impulsado por el devenir de las sociedades avanzadas de su
entorno— hacer el salto hacia una sociedad moderna y desarrollada.
Sirva pues esta breve selección fotográfica como ilustración de la
envergadura de lo que fue aquel arriesgado proyecto, y desde luego,
de la solidez del trabajo realizado y del inmenso ingenio invertido en el
mismo. Riesgo, envergadura y solidez que, en conjunción con una gran
imaginación e ingenio, conformaron lo que es hoy la base histórica en
que se cimienta la realidad hidrográfica de la Cuenca del Duero.

Gerardo F. Kurtz
Comisario de la exposición
ALDEADÁVILA JUNIO DE 1957

FOTOGRAFÍAS DE LOS TRABAJOS EN


San Román. 1900-1905.
Ricobayo –Esla. Anterior a 1924 y en 1931-32
Villalcampo. 1945-1948.
Castro. 1946- 1952.
Saucelle. 1950-56.
Aldeadávila. 1957-1963.
Villarino. 1964-1969.
RICOBAYO-ESLA ANTERIOR A 1924

LA ESCUELA DEL DUERO


Por Pablo Díaz Morlán
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
EL POTENCIAL DEL RÍO DUERO

La revolución eléctrica que tuvo lugar a partir del último cuarto del
siglo XIX cambió para siempre la faz de los negocios y la forma de
vida de las gentes en todas las partes del mundo, y España no
constituyó una excepción a esta regla sino más bien lo contrario. El
problema de la energía como factor determinante de la localización
industrial quedó eliminado con el avance de esta innovación, y con
ella se abrió la posibilidad del desarrollo económico a países y
regiones que hasta entonces habían quedado al margen. Al
comenzar el siglo XX, eran ya una realidad en territorio español las
empresas que se habían atrevido a introducirse en el nuevo campo
de la hidroelectricidad, buscando el aprovechamiento eléctrico de la
energía de los ríos mediante la construcción de saltos de agua que,
según pasaban los años, aumentaban en altura y complejidad
técnica.
Hidroeléctrica Ibérica, fundada en 1901, fue una de las pioneras.
Pocos años después, el transporte de la corriente a elevadas
tensiones facilitó el envío de la energía a grandes distancias, y esto
llevó a ingenieros y hombres de negocios a buscar nuevos
emplazamientos para saltos de agua en lugares que hasta entonces
quedaban demasiado lejos de los principales emplazamientos
industriales y de consumo. El río Duero asomó entonces como una
atrayente posibilidad.
El descubridor del enorme potencial hidroeléctrico del Duero y sus
afluentes fue, sin lugar a dudas, el ingeniero e inventor zamorano
Federico Cantero Villamil, que fundó la sociedad El Porvenir de
Zamora y levantó el primer salto de la cuenca, el de San Román, en
los primeros años del siglo XX. Después de él, y en buena medida
siguiendo sus indicaciones, llegaron los ingenieros que formaron la
Sociedad General de Transportes Eléctricos: Eugenio Grasset, Pedro
Icaza y José Orbegozo, que convencieron al capitalista Horacio
Echevarrieta para que se interesara en las posibilidades del Duero.
Ante las dimensiones del negocio, el patricio vizcaíno decidió
involucrar al Banco de Bilbao, que en 1918 aceptó la invitación a
suscribir la mayoría de las acciones de la nueva compañía, la cual
tendría por nombre Sociedad Hispano- Portuguesa de Transportes
Eléctricos, pero sería más conocida como Saltos del Duero.
A partir de entonces, y por encima de financieros y empresarios,
fueron los ingenieros españoles quienes protagonizaron la conquista
hidroeléctrica del río Duero. La labor comenzada por Federico
Cantero tuvo continuidad gracias a la energía y determinación de
José Orbegozo, primer director general de la empresa, y de su
sucesor desde 1935, Ricardo Rubio. Junto a ellos, bajo sus órdenes,
y después de ellos, fueron llegando al Duero y sus afluentes
sucesivas hornadas de ingenieros industriales y de caminos (e
incluso algún agrónomo) que se encargaron de calcular, ensayar,
planificar y dirigir la construcción de los saltos, en una tarea conjunta
que duró varias décadas y que atravesó innumerables vicisitudes
hasta su conclusión en 1970, cuando la central de Almendra-Villarino
se convirtió en una magnífica realidad. En el río castellano y sus
afluentes se curtieron varias generaciones de técnicos españoles de
primera línea cuyas realizaciones no desme recieron de las llevadas
a cabo en otros países más avanzados y supuestamente más
instruidos en tales materias. Todos ellos contribuyeron a crear una
auténtica escuela de conocimientos hidroeléctricos y experiencia
práctica: la escuela del Duero.
LAS OBRAS PRIMERIZAS :
SAN ROMÁN Y RICOBAYO

Federico Cantero Villamil fue el número uno de la promoción de


Ingeniería de Caminos de 1896, terminó su formación viajando por
los centros industriales europeos, y dio a conocer su proyecto
hidroeléctrico en diciembre de 1897. La originalidad de dicho
proyecto estribaba en aprovechar la curva que el Duero describía
ocho kilómetros aguas abajo de Zamora para construir una presa en
un extremo de la curva y unirla mediante un túnel transversal a una
central en el otro extremo, distante un kilómetro y medio. De esta
forma se obtenía un salto de agua efectivo de catorce metros,
suficiente para producir la energía eléctrica que necesitaban Zamora
y Salamanca gracias a dos grupos de quinientos caballos, y después
Valladolid mediante la incorporación de cinco grupos de mil cada
uno. En 1898 se fundó El Porvenir de Zamora con un capital de
1.400.000 pesetas, que se convertirían en pocos años en 3.300.000
para llevar a cabo las obras de la presa, el túnel y la central. En
enero de 1903 se inauguraron los dos primeros grupos, y los cinco
siguientes lo fueron en 1907, haciendo realidad el salto de San
Román. Zamora, Salamanca y Valladolid, así como los pueblos de
sus comarcas —en total más de cien mil personas— quedaron
abastecidos de electricidad gracias a los capitales zamoranos y,
sobre todo, a la iniciativa y el ingenio de uno de sus ciudadanos.

Pero las empresas locales de tamaño medio estaban destinadas,


en España y en todas partes del mundo, a sufrir pronto el embate de
las grandes compañías hidroeléctricas. Cantero alertó
tempranamente a sus socios de la necesidad de crecer en tamaño
para evitar la ruina o la absorción, pero los orgullosos propietarios de
El Porvenir de Zamora desestimaron sus propuestas de unirse a
Electra Popular Vallisoletana y otras sociedades Cantero,
desanimado, colaboró más adelante con los empresarios e
ingenieros que llegaron a la zona del Duero, procedentes de Bilbao,
buscando hacer realidad un plan magnífico de aprovechamiento de
las posibilidades hidroeléctricas del río castellano y sus afluentes. El
Porvenir de Zamora resistió la llegada del nuevo contendiente,
mucho más grande que él, y mantuvo su existencia como sociedad
independiente hasta 1951, cuatro años después de la muerte de su
fundador y principal impulsor.

Los Saltos del Duero se fundaron en 1918 con el Banco de Bilbao


como socio mayoritario. Desde el primer momento, José Orbegozo,
nombrado director general, tuvo que pelear de manera incansable
contra innumerables impedimentos, entre ellos las reticencias de las
autoridades portuguesas, las maniobras de la competencia, la
inseguridad jurídica de los derechos adquiridos, la oposición de
sectores agrarios castellanos, la entrada de socios extranjeros y la
búsqueda de la financiación adecuada. Durante más de un decenio
la tarea de los ingenieros y directivos de la sociedad consistió más en
vencer problemas humanos, políticos y sociales que en resolver
cuestiones técnicas, sin que pudiera avanzarse ni un paso en tareas
de construcción. Federico Cantero había vendido a Horacio
Echevarrieta sus derechos sobre el Duero y había facilitado a José
Orbegozo los primeros estudios y proyectos de aprovechamiento,
que serían una guía fundamental para la andadura inicial de la nueva
empresa.

Las obras del salto del Esla comenzaron en mayo de 1929 bajo el
signo de la urgencia. La empresa había necesitado once años para
establecer con suficientes garantías sus derechos y sus medios
financieros y en los socios pesaba demasiado el tiempo transcurrido.
Casi 8.000 fincas urbanas y rústicas, que abarcaban cerca de 40
kilómetros cuadrados y varias aldeas completas, fueron expropiadas,
y hubo que construir vías de comunicación alternativas. Orbegozo,
presionado por un Consejo de Administración deseoso de ofrecer
cuanto antes energía al mercado y ante la falta de una organización
interna suficiente, decidió recurrir al sistema de contrata con dos
empresas constructoras que estaban relacionadas con consejeros de
Saltos del Duero, incluido él mismo: la Empresa General de
Construcción, luego llamada Puertos y Pantanos, y la Sociedad
General de Obras y Construcciones (Obrascon).
Una condición inexcusable de la concesión otorgada por el Estado
fue la de trasladar a otro lugar la iglesia visigoda de San Pedro de la
Nave, condenada de otra forma a ser cubierta bajo las aguas del
futuro embalse. Saltos del Duero puso desde el principio su mayor
empeño en que el traslado, piedra a piedra, al poblado cercano de
Campillo, se llevara a cabo con todas las garantías posibles de
conservación y seguridad, hasta el punto de que invirtió en el mismo
una suma considerable para la época, cien mil pesetas, y el Consejo
de Administración fue informado largamente de la operación. Esta
joya del arte español es probablemente el monumento más
representativo de la arquitectura hispanovisigoda tal y como la
conocemos hoy en día y en torno a ella ha existido siempre una gran
controversia. Su programa iconográfico, la gran calidad de sus
relieves, la configuración arquitectónica del edificio, restaurado
durante su traslado, y su encuadramiento cronológico, son todavía
hoy analizados y discutidos entre los especialistas.
La construcción del salto del Esla coincidió a partir de 1931 con la
llegada de la Segunda República, pero los años republicanos no
fueron especialmente tormentosos en las obras. Después de la
huelga del verano de 1931 hubo algún que otro conato en 1932 y
1936, pero los acontecimientos revolucionarios de octubre de 1934,
verdadero test para apreciar el grado de conflictividad de la empresa,
no fueron seguidos por un solo trabajador. Ni siquiera los despidos
masivos, a los cuales hubo que proceder de forma inevitable según
se acercaba la finalización de la presa y la central, provocaron
protestas. La causa de esta aparente calma se debió, sin duda, a que
la empresa satisfizo las reivindicaciones sucesivas que se le fueron
haciendo por los elementos adscritos a U.G.T., que aumentó
progresivamente su influencia entre los obreros. En toda empresa
hidroeléctrica, con elevadas inversiones en capital fijo muy sensibles
a cualquier tipo de sabotaje, la concesión de mejoras a sus
trabajadores es norma común, pues nada pueden temer más que
una avería que paralice su actividad y obligue a la interrupción del
suministro a sus clientes. Esto era así aún en mayor grado en
aquellos años y en Saltos del Duero, ya que el largo tiempo
transcurrido desde la fundación de la empresa constituía un factor a
tener en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión. Simplemente,
no podían permitirse un retraso en las construcciones.
El proyecto inicial del salto del Esla obligaba a construir un
aliviadero más allá de la margen del río donde se asentaba el lado
izquierdo de la presa, para poder desviar por él los 5.000 m3 por
segundo en que se calculaba el caudal que podía llevar una gran
avenida, a la vista de la experiencia de años anteriores. Para
efectuar los imprescindibles estudios geológicos se llamó a un
ingeniero de minas de gran prestigio que pertenecía a la nómina de
profesionales al servicio de Horacio Echevarrieta, todavía Presidente
de Saltos del Duero. El técnico determinó que el roquedo de la
margen izquierda del río ofrecía las suficientes garantías de solidez
como para que la presa se apoyara en él, y basándose en estos
informes José Orbegozo procedió con rapidez a iniciar su
construcción. Sin embargo, en la tercera campaña de las obras, en el
verano de 1931, las condiciones geológicas del roquedo donde
debían asentarse tanto la presa como el aliviadero dieron muestras
imprevistas de debilidad. Fue para la empresa el primer aviso de que
los informes geológicos no iban a resultar suficientes ni adecuados
para las obras proyectadas.
Pero la verdadera sorpresa llegó durante los días 22 y 23 de marzo
de 1934, después de que se hubiese procedido el 10 de enero a
llenar por primera vez el embalse y cuando ya se sentía cercana la
fecha en que se podría comenzar a suministrar energía. Una gran
avenida, de un caudal superior a los 5.000 m 3 por segundo, fue
evacuada por el canal-aliviadero y durante 48 horas éste soportó una
prueba de resistencia para la que no estaba preparado. Su base, de
roca pura sin hormigonar, dejó filtrar el agua por varias diaclasas
verticales y se produjo un enorme efecto destructor que se tradujo en
un retroceso del aliviadero hacia la presa de setenta metros y en la
excavación de un cráter de dimensiones aún mayores. Cuando pasó
la avenida, sobre la presa se cernía la amenaza de que se
desplomara toda la margen izquierda, lo que habría ocasionado una
catástrofe definitiva.

Orbegozo, acompañado del consejero Eugenio Grasset, visitó la


obra una semana después y escuchó los informes del ingeniero
responsable del informe geológico, de otros ingenieros de la
sociedad y de técnicos alemanes de las casas Rodio y Voith. Decidió
a su vez pedir el asesoramiento del Dr. Rehbock y de su laboratorio
hidráulico de Karlsruhe para alcanzar una solución definitiva. Hubo
que vaciar el embalse abriendo los desagües de fondo, que ya no
pudieron ser cerrados, por lo que se debió trabajar en el estiaje. Y en
aquel verano de 1934 sobrevino un nuevo accidente en la central al
romperse la compuerta de la cuarta tubería de carga, ocasionando la
muerte a nueve obreros. Este acontecimiento acabó con la salud de
Orbegozo, y determinaría su triste final en enero de 1939.

Los accidentes siguieron produciéndose en los años siguientes


mientras se discutía la solución. En febrero de 1935 comenzó a
suministrarse energía a Hidroeléctrica Ibérica, pero hubo que
interrumpir el suministro durante tres meses porque la central volvió a
inundarse como consecuencia del embalsamiento del río aguas
abajo, a causa de los acarreos de piedra ocasionados por el
aliviadero. Para evitar que se volviera a producir un nuevo derrumbe
se prolongó la ladera que separaba ambos cauces, el de la presa y el
del aliviadero, de tal forma que se alejara la confluencia de las aguas
de una y otra procedencia. En marzo de 1936 se produjo de nuevo
un derrumbamiento de 20 metros en el frente del aliviadero, y poco
después se decidió, de común acuerdo con el asesoramiento de
técnicos españoles, americanos y, sobre todo, del alemán Rehbock y
del suizo Kaech, la excavación de dos túneles que sirvieran para
ayudar en las avenidas y salvar el tapón ocasionado por los acarreos
de piedras aguas abajo de la central.

El 18 de enero de 1939 la central volvió a inundarse como


consecuencia de una gran avenida, que produjo tales arrastres de
escombros que el embalsamiento del río aguas abajo desbordó la
ataguía de 2,5 metros de altura que se había construido para
defender la central. En uno de los túneles en construcción tuvo lugar
el 10 de junio de 1942 el más grave accidente de los sucedidos en el
salto del Esla. Ocurrió de manera fortuita, cuando el personal de
Agromán procedía a colocar las cargas de dinamita en ambas bocas
del túnel que pondrían punto final a la obra. Su explosión repentina
mató a 19 obreros y a los tres ingenieros que dirigían los trabajos,
todos los que se hallaban en aquel momento en el interior. Sin
embargo, los daños materiales apenas fueron de consideración y la
obra pudo acabarse. A finales de aquel mismo año podía pensarse
que se había hallado una solución definitiva ya que, como decía el
nuevo Director General Ricardo Rubio, presentaba «un aspecto de
solidez que procura una impresión de seguridad que hasta ahora
nunca tuvimos». Hubo nuevas erosiones en posteriores avenidas que
obligaron a nuevos reforzamientos, como ocurrió en marzo de 1943,
pero parece que ya no se sufrieron consecuencias trágicas como las
de años anteriores.

En definitiva, resulta prácticamente imposible establecer el coste


total que supuso para Saltos del Duero el problema del aliviadero.
Los informes geológicos iniciales se demostraron erróneos y es difícil
entender el verdadero motivo de que así fuera. Tal vez la premura de
tiempo que caracterizó siempre a las obras de Ricobayo impidieron
que los geólogos inspeccionaran con el suficiente detenimiento la
base rocosa del aliviadero excavado, en donde se hallaban las
diaclasas verticales que provocaron el hundimiento —una gran falla
central, al decir de uno de los ingenieros de la empresa—. Al coste
de las sucesivas soluciones temporales habría que añadir el de las
averías de la central provocadas por el mismo motivo y el coste de
oportunidad del retraso en la finalización de la obra y de sus
posteriores interrupciones, en conjunto más de dos años. El coste
humano, por su parte, puede calcularse en varias decenas de
pérdidas humanas y en el apartamiento definitivo de los trabajos del
Director General, José Orbegozo. Con razón se ha hablado de la
epopeya del Duero, que tuvo en su afluente Esla un dramático
comienzo.

LOS DIFÍCILES AÑOS CUARENTA :


VILLALCAMPO Y CASTRO

La Guerra Civil y la larga posguerra trajeron numerosas


dificultades al sector eléctrico pero también algunas oportunidades.
El convenio firmado entre las principales empresas hidroeléctricas
antes de la contienda convirtió a Saltos del Duero en el productor
dominante a cambio de que no compitiese en la distribución en las
zonas centro y norte-noroeste de la península, que incluían Madrid y
País Vasco. Pero este pacto mostró pronto sus limitaciones porque
Saltos del Duero se negó a atender las solicitudes de las demás
compañías para que aumentase su producción ante el notable
incremento de la demanda que se produjo debido a la congelación de
las tarifas y los problemas de abastecimiento de carbón.
Las empresas que habían mantenido la hegemonía en la
distribución, entre las que destacaban por su importancia
Hidroeléctrica Ibérica, Electra del Viesgo, Hidroeléctrica Española y
Unión Eléctrica Madrileña, deseaban disponer de la mayor cantidad
posible de energía de cara al aumento futuro del consumo, pero,
según el pacto que habían firmado con Saltos del Duero, era a éste
al que correspondía construir los nuevos saltos. Y a Saltos del Duero
no le convenía efectuar las cuantiosas inversiones necesarias sin
estar antes segura de que iba a colocar toda la nueva producción.Por
ello, el convenio implicaba un conflicto de intereses irresoluble en
aquel momento y estaba condenado al fracaso.
Poco después de romperse los acuerdos, en el verano de 1944,
Hidroeléctrica Ibérica y Saltos del Duero decidieron unirse, y así
nació Unión Ibérica Duero, más conocida como Iberduero. La
confluencia de muy diversos motivos aconsejó dicha fusión: un
mayor poder de mercado y de negociación con otras empresas
minoristas, la complementación de sus sistemas hidroeléctricos, el
fortalecimiento de su posición frente al Estado, la disposición de
mayores recursos para nuevas construcciones y, en definitiva, lograr
una posición hegemónica en el negocio eléctrico. Entonces, en 1944,
estalló en España con toda su fuerza el problema de las restricciones
eléctricas, que dificultó la recuperación postbélica, ya entorpecida
gravemente por la autarquía y el aislamiento internacional del
régimen de Franco.
Los estudios del nuevo salto se ultimaron en los meses finales de
1942, una vez que Saltos del Duero se cercioró del avance del
consumo de electricidad. La dirección de la empresa planteó al
Consejo de Administración dos alternativas. La primera se basaba en
aprovechar todo el tramo del Duero español con un solo salto de 80
metros de altura y una capacidad de producción de 700 millones de
kWh. La segunda consistía en partir el tramo y aprovechar la parte
superior del mismo con un desnivel de unos 40 metros y la mitad de
capacidad de producción, dejando para más adelante el segundo
tramo. La primera opción tenía la ventaja evidente de que se
conseguía mucha mayor producción con una sola instalación, pero
consideraciones de orden técnico y económico llevaron a Iberduero a
inclinarse por la segunda solución. Así nacieron los saltos de
Villalcampo y Castro, ambos comenzados en la década de los
cuarenta y terminados en la siguiente.
Villalcampo se ubicó once kilómetros aguas abajo del salto del
Esla, tuvo 40 metros de altura y amplió la capacidad de producción
de la empresa en 350 millones de kwh. El Ministerio de Obras
Públicas lo aprobó el 13 de julio de 1943 y de inmediato se preparó
su construcción, para lo cual se decidió una ampliación del capital
social de 120 millones de pesetas, que fue absorbida en su totalidad
por los antiguos accionistas a pesar de «las circunstancias del
mercado financiero», como se dijo con satisfacción en el Consejo de
la Sociedad. La construcción costó finalmente 150 millones, duró
siete años, tres más de los previstos debido a las dificultades de todo
tipo provocadas por la autarquía, y finalmente entró en explotación
en 1950, cuando Iberduero ya había comenzado el salto de Castro.
La concepción de la presa era distinta de la de su antecesora de
Ricobayo, pues se trataba de una presa-vertedero a la que ayudaba
un túnel aliviadero de 500 metros de longitud capaz de descargar
hasta 1.000 metros cúbicos por segundo. La privilegiada situación del
salto hacía posible aprovechar un meandro del río aguas abajo de la
presa para que el túnel descargara muy lejos de las construcciones,
recordando la solución genial que Federico Cantero adoptó en su
salto de San Román.
La personalidad de la empresa se fue forjando a medida que
avanzaban las construcciones del sistema del Duero, escribiendo
una página singular de nuestra historia empresarial. Los problemas
sufridos en el aliviadero del Esla se encuentran en el origen de la
obsesión por la seguridad que caracterizó la actividad constructora
de Iberduero a partir de los años cuarenta, superando en esto a
cualquiera de sus pares, hasta el punto de que desde 1958 existió un
departamento independiente dedicado a la prevención de accidentes.
También la difícil historia del Esla se halla detrás de la exigencia de
precisión en las mediciones geológicas y de las fuertes inversiones
en el estudio y la preparación de los lugares de acogida de los
embalses. Además, en 1943 se creó el laboratorio hidráulico de
Ricobayo, una de cuyas funciones principales fue el ensayo de
soluciones para la disipación de la energía de las tremendas
avenidas que debían evacuar aliviaderos y desagües. Una función
que cumplió con creces bajo la dirección, primero y de Pedro Lucas
Palazuelo y, desde 1974, de José Luis Blanco Seoane. En contacto
directo con la sección de Proyectos, en el laboratorio se estudiaron
todas las obras hidráulicas de Saltos del Duero, Iberduero, Saltos del
Sil e Hidroeléctrica Española.

A su vez, en los difíciles y cruciales años de la posguerra,


Iberduero tomó una decisión que marcaría su devenir como empresa
eléctrica. Dos años después de la fusión, en 1946, su Director
General, D. Ricardo Rubio, encargó la formación de un equipo de
medios auxiliares de construcción, a la vista de las dificultades que
encontraban los contratistas de Villalcampo para cumplir con las
exigencias de calidad y tiempo que se les pedía, y pensando también
en un futuro a largo plazo, pues estaba claro que Iberduero iba a
tener constantemente en ejecución al menos una gran obra en las
próximas dos o tres décadas, como así ocurrió. En este momento se
incorporó a la empresa un grupo de profesionales de primera línea
entre los que destacaron Francisco González, José Elejabarrieta,los
hermanos Luis y José María Olaguíbel, Pedro Guinea y Ángel
Galíndez. Éstos y otros hombres protagonizaron la historia
constructora de Iberduero de años sucesivos, siguiendo los pasos de
quienes, en la década de 1930, habían levantado Ricobayo.

Así, el salto de Castro inauguró la historia de Iberduero como


constructor. En el laboratorio hidráulico se estudió el problema del
vertedero de la presa y se ideó con éxito un novedoso sistema
consistente en hacer chocar dos masas de agua laterales con una
principal vertida a través de los dos vanos centrales, logrando el
objetivo de disipar la energía. La construcción de la presa de Castro
sufrió similares contratiempos que la de Villalcampo, provocados por
las especiales circunstancias por las que atravesaba España, si bien
no hubo problema en comprar la maquinaria y el equipo eléctrico
requeridos, principalmente en Estados Unidos, gracias a la
declaración de «obras de absoluta necesidad nacional » de 1945, por
la cual el Instituto Nacional de Moneda Extranjera facilitó las divisas
necesarias. Gracias a ello, los dos grupos de Castro se pusieron en
funcionamiento en 1952.
LA CONSOLIDACIÓN DE LA ESCUELA DEL DUERO:
SAUCELLE, ALDEADÁVI LA Y VILLARINO

Para entonces, el agotamiento del modelo autárquico hacía


ineludible cambiar la política económica del régimen de Franco. A
partir de 1951 y hasta la drástica solución del Plan de Estabilización
de 1959, se introdujeron medidas liberalizadoras que coincidieron
con la salida del aislamiento internacional y la firma de los pactos de
defensa y ayuda mutua con Estados Unidos en 1953, los cuales
posibilitaron decisivamente la llegada de divisas y la compra de las
materias primas y los bienes de equipo necesarios para la
industrialización del país. Coincidiendo con la expansión de los
países occidentales, España vivió una década de crecimiento y de
lenta pero progresiva transformación de su estructura productiva,
cambiando definitivamente su economía de agrícola a industrial y de
servicios. En esta coyuntura, el proyecto hidroeléctrico de Iberduero
experimentó un gran impulso gracias a las crecientes necesidades
energéticas del país y a las mayores facilidades de todo tipo para
llevar adelante los planes de construcción de nuevas centrales.
En la decisiva década de los cuarenta se había decidido partir el
tramo internacional del Duero en dos saltos, los de Saucelle y
Aldeadávila. En 1948, los equipos de Proyectos y Construcciones,
dirigidos respectivamente por Pedro Martínez Artola y Manuel
Echanove, se pusieron a la tarea de preparar la desviación del
primero de ellos. La presa de Saucelle debía tener 82 metros de alto
y un salto útil de 62, y contar con crecidas de hasta 12.500 metros
cúbicos por segundo. Para su construcción se aprovechó la
experiencia adquirida en la presa vertedero de Castro y se
construyeron dos túneles de conducción a la central y un túnel
aliviadero. Los equipos humanos de Iberduero se trasladaron a
Saucelle en 1952, una vez hubieron terminado la de Castro. La
escuela del Duero crecía en conocimientos y experiencia según se
iban sucediendo las diversas etapas del plan constructivo de la
empresa.
De las dificultades que entrañaban las construcciones dan cuenta
las crecidas e inundaciones que sufrieron las obras de las sucesivas
presas. Las de Saucelle tuvieron que ser suspendidas por esos
motivos hasta ocho veces entre 1953 y 1956. Por fin, en agosto de
este último año entraron en funcionamiento los dos primeros grupos
de la central. Con una potencia instalada de 240.000 kW, para
Iberduero supuso aumentar su producción anual media en 1.000
GWh, casi el equivalente a la de Villalcampo y Castro juntos. La
empresa experimentó así su definitiva consolidación como una de las
más relevantes del sector en España en cuanto a capital e
inversiones, y como la mayor en potencia hidroeléctrica instalada. Y
en cuanto al transporte de la energía producida en la cuenca del
Duero y en el resto de cuencas explotadas por la compañía, el
trazado de líneas quedó a cargo de un equipo técnico propio desde
1942, todavía en tiempos de Saltos del Duero, dirigido por José
Carrasco y su lugarteniente, Francisco González del Valle.

La década de 1960 estuvo marcada por el Plan de Estabilizaciónde


1959, que liberalizó la economía y la abrió al exterior, reduciendo
significativamente las regulaciones y controles de la época anterior.
España se sumó entonces de manera decidida a la expansión
europea y llegó a tener el mayor crecimiento del P.I.B. per cápita de
todo el continente, experimentando entre 1961 y 1973 el mayor
desarrollo de su historia. Como consecuencia, las necesidades
energéticas del país siguieron aumentando a gran ritmo y con ellas
se impulsaron los planes constructivos de Iberduero. Para terminar
de aprovechar el potencial hidroeléctrico del Duero internacional
quedaba por realizar un gran salto en la zona de los Arribes, cerca
del pueblo de Aldeadávila, mientras se seguía estudiando el
aprovechamiento del Tormes para una construcción posterior.
La salud financiera de la compañía era excelente gracias a los
buenos resultados cosechados por su política de construcciones y
distribución, y gracias también a los cambios introducidos por la
nueva legislación de las Tarifas Tope Unificadas, a partir de 1953.
Las cuantiosas necesidades de financiación de las inversiones fueron
cubiertas en su mayor parte con la reinversión parcial de beneficios y
con exitosas ampliaciones de capital. Así, los cerca de quinientos
millones de fondos propios de 1944 se habían multiplicado por cien
en términos nominales, hasta 45.000 millones, en 1970. Si en el
momento de la creación de Iberduero, en 1944, las dos empresas
fusionadas aportaban el 14% de la producción de energía eléctric a
del país, dos décadas después, en 1963, esa participación llegaba al
29% y se quedaría en torno al 25% durante todo el decenio posterior.
Y Aldeadávila constituyó una pieza fundamental de este desarrollo.

El salto de Aldeadávila supuso la culminación de la escuela del


Duero. Por sí solo dobló tanto las inversiones como la capacidad de
producción de la empresa. Obligó a su organización constructora a
aplicar las últimas innovaciones en técnicas de excavación,
explosivos y hormigonado. Su construcción no hubiera sido posible
tan sólo unos pocos años antes y, de hecho, fue en su momento la
central hidroeléctrica de mayor potencia de Europa Occidental.
Constituyó todo un reto para los ingenieros y técnicos de la empresa,
que debieron levantar una presa-vertedero de 140 metros de altura
con capacidad para evacuar 10.000 metros cúbicos por segundo, en
un angosto cañón de más de 500 metros de profundidad. De nuevo,
el laboratorio hidráulico prestó su asistencia imprescindible para
hallar una solución novedosa a la disipación de la energía mediante
cuatro emisarios que lanzarían en trampolín, a distancia prudencial,
el agua que cayera por el paramento de la presa en caso de avenida.
Los técnicos del laboratorio y los constructores de Iberduero pudieron
comprobar con satisfacción y alivio que sus cálculos eran correctos
cuando tuvo lugar la mayor avenida del siglo, de 6.000 metros
cúbicos por segundo, en los últimos días de 1961. Unos meses
después, en el otoño de 1962, entró en funcionamiento el primer
grupo de la central de Aldeadávila.

Pero la pieza maestra que cerró el sistema del Duero fue el salto
de Villarino, en el Tormes. Se venía hablando del aprovechamiento
del río salmantino desde la década de 1940, pero el verdadero
comienzo de las obras puede datarse en 1962, cuando se terminó
Aldeadávila. Las novedades técnicas disponibles en la década de los
sesenta y el auge mantenido de la demanda hicieron viable y
aconsejable la construcción de una única presa bóveda de
doscientos metros de altura, una obra extraordinaria que hoy sigue
causando admiración a quien la contempla. Además de ella, los
equipos humanos de Iberduero hubieron de vérselas con la
construcción de una central subterránea que albergara grupos
reversibles y que dejaba pequeña la de Aldeadávila, y c on una
galería de quince kilómetros de longitud y seis metros de diámetro. El
salto de Villarino se vio beneficiado también por una innovación de
otro tipo. En 1963, Iberduero adquirió el ordenador IBM 1401, de
segunda generación, dotado de memoria para programar
operaciones. El cálculo de la presa, que en Aldeadávila había
costado seis meses de trabajo, costó en Villarino tan sólo tres horas.

Ante el reto que suponía el nuevo salto, ingenieros de Iberduero


visitaron presas bóveda en el extranjero y varias empresas
hidroeléctricas crearon en 1962 la consultora Consulpresa, bajo la
dirección del reputado ingeniero portugués Joaquín Laghina Serafim,
mientras se hacían los primeros cálculos y prospecciones de terreno.
Finalmente, dadas las dimensiones de la obra, se decidió recurrir de
nuevo a contratistas, que ya no sufrían de las deficiencias y la falta
de capacitación de los años cuarenta. De esta forma Iberduero evitó
aumentar sus equipos constructores, cuyo personal cualificado se
mantuvo para supervisar la labor de la contrata. La presa, la central y
la galería de conducción eran obras de enorme tamaño, a las que
había que sumar la construcción de los diques que prolongaban la
coronación de la presa. La dimensión del esfuerzo se aprecia si se
tiene en cuenta el dato de que los metros cúbicos excavados, 2,8
millones, cuadruplicaron los de Aldeadávila. Los cuatro grupos
reversibles, que girando en un sentido o en otro podían funcionar
como turbina o como bomba, eran capaces de elevar cada uno 28
metros cúbicos de agua por segundo los 400 metros de desnivel del
salto, y posibilitaban una producción anual media de 1.200 GWh.

«NOSOTROS NO CONSTRUIMOS UNA PRESA


SINO PARA HACER LA SIGUIENTE»

La conquista hidroeléctrica del río Duero y sus afluentes fue una


tarea conjunta que duró más de medio siglo y que estuvo
protagonizada por varias generaciones de ingenieros y técnicos
españoles. Los gravísimos problemas que causó el aliviadero del
salto del Esla en los años treinta marcaron para siempre la estrategia
de la compañía con respecto a la prevención de accidentes y los
estudios geológicos previos a la construcción de las presas
siguientes. Iberduero se convirtió en una empresa puntera en
seguridad dentro de su sector. Y una consecuencia feliz de esta
obsesión fue el laboratorio hidráulico de Ricobayo, que desde los
años cuarenta estudió todas y cada una de las nuevas
construcciones, en contacto directo con el departamento de
proyectos, para hallar solución, sobre todo, a los problemas de
disipación de la energía de las avenidas.

Los hombres de Iberduero fueron aprendiendo por el camino. El


lema de la oficina de proyectos era: «Nosotros no construimos una
presa sino para hacer la siguiente». Sobre los planes ideados por
Federico Cantero para Saltos del Duero al comenzar la andadura de
la empresa en 1918 se fueron levantando los sucesivos proyectos de
aprovechamiento de las aguas del río castellano y sus afluentes. El
salto del Esla fue la primera realización efectiva, y sus
complicaciones y riesgos no fueron olvidados. La segunda obra,
Villalcampo, con sus problemas con las contratas empleadas en su
construcción, desembocó en la tercera, la de Castro, ya con equipo
propio de la empresa. Los años de la posguerra fueron difíciles pero
decisivos, pues además de esos dos saltos se creó el laboratorio y
tuvo lugar la fusión por la que se constituyó Iberduero. Saucelle,
Aldeadávila y Villarino comenzaron a fraguarse también en los años
cuarenta y se volvieron una realidad magnífica en las dos décadas
siguientes.

En 1970, el aprovechamiento hidroeléctrico de la cuenca del Duero


había quedado completado. Los seis grandes saltos sumaban una
potencia instalada de 1.267.000 kW y producían una energía anual
media de 6.400 GWh. La lista de sus protagonistas había crecido de
manera considerable. A Cantero y Orbegozo siguieron Ricardo
Rubio, Juan Ugalde, Pedro Martínez Artola, Francisco González,
José Elejabarrieta, los Echanove, padre e hijo, Ángel Galíndez,
Pedro Guinea, los hermanos Olaguíbel, Juan José Aspuru, Pedro
Lucas Palazuelo y José Luis Blanco Seoane en el laboratorio, y
después Pedro Areitio, Manuel Gómez de Pablos... No es posible
citar a todos, pero sí conviene concluir con una observación: se trató
de una tarea conjunta en la que un importante grupo de técnicos
españoles fue capaz de crear una escuela de conocimientos
hidroeléctricos que estuvo a la altura de lo que se estaba haciendo
en los países más avanzados del mundo.

Hace casi un siglo, en 1911, cuando el proyecto del Duero era aún
sólo una idea en las mentes de unos pocos visionarios, Joseph A.
Schumpeter publicó su Teoría del Desarrollo Económico. En ella, el
economista austro-americano basaba el crecimiento de la economía
de un país en la capacidad emprendedora de sus hombres de
empresa, y éstos sólo se comportaban como auténticos empresarios
cuando innovaban. Para llevar a cabo dicha tarea se requerían unas
cualidades nada corrientes, entre las que Schumpeter destacaba una
certera visión del futuro y una gran fuerza para hacer frente a la
resistencia a la innovación, que sin duda se presentaría cuando el
empresario tratara de alcanzar sus objetivos. Esta figura casi heroica
del emprendedor era responsable de que la economía diera pasos
hacia adelante y saliera de su estancamiento creando un círculo
virtuoso de innovación, y el caldo de cultivo idóneo para su
desenvolvimiento era el sistema de libre empresa capaz de premiar
los comportamientos arriesgados e innovadores. El éxito de un país,
en buena medida, residía en dar rienda suelta a la capacidad creativa
de sus habitantes. Además, las innovaciones podían ser de cinco
tipos ofrecer un nuevo producto o servicio, aplicar un nuevo método
de producción, descubrir un nuevo mercado, explotar una nueva
fuente de aprovisionamiento o implantar una nueva organización de
una industria.
Saltos del Duero y después Iberduero reprodujeron los cinco tipos
de innovación apuntados por Schumpeter, porque el ofrecimiento de
electricidad barata (nuevo producto o servicio) se hizo gracias a las
centrales que entraron en explotación (nuevo método de producción),
aprovechando la energía hidráulica del Duero y sus afluentes (nueva
fuente de aprovisionamiento) y llegando a nuevos mercados.
Además, la fusión que dio lugar a Iberduero en 1944 contribuyó de
manera decisiva a establecer una nueva organización de la industria
eléctrica en España. Todo ello fue posible gracias a la iniciativa
empresarial de un grupo de técnicos y directivos que demostraron
poseer las dos cualidades que Schumpeter había reclamado de los
hombres de empresa: visión de futuro y fuerza que oponer a la
resistencia que encontrarían ante la innovación. En la etapa anterior
a la guerra civil, los impedimentos que hallaron en su camino los
directores e ingenieros de Saltos del Duero para convertir en realidad
su visión de la central de Ricobayo fueron abrumadores, no sólo por
los problemas ocasionados por el aliviadero, sino por la presión
sufrida en los años treinta ante una demanda estancada, cuando
recibían las opiniones escépticas de quienes creían —la mayoría—
que el incremento de la oferta no encontraría salida en el mercado.

Pero la visión empresarial de Saltos del Duero se demostró


acertada y sirvió de base, después de la contienda, para el desarrollo
de todo el proyecto hidroeléctrico del río castellano y, de sus
afluentes. A partir de los años cuarenta la oferta corrió detrás de la
demanda dando saltos de gigante con la inauguración de cada nuevo
aprovechamiento, de una envergadura tal que en ocasiones supuso
para Iberduero, no se olvide, duplicar su producción de la noche a la
mañana. Se trató de un proceso auténticamente schumpeteriano en
el que los técnicos y directivos de la empresa demostraron una
valiente capacidad de innovación, que premió a Iberduero con un
incremento de la cuota del mercado eléctrico y que fue seguido de
cerca por el ahorro nacional, encauzado a través de los bancos o del
mercado de valores. Schumpeter había predicho que las buenas
ideas empresariales, las innovaciones destinadas al éxito,
conseguirían la financiación adecuada para desarrollarse a pesar de
su riesgo. Así ocurrió en el caso del aprovechamiento del río
castellano, porque Iberduero encontró en cada ocasión, desde el
salto de Castro hasta el de Villarino, la confianza de los inversores en
el éxito de su proyecto empresarial, que salió fortalecido de cada
iniciativa de construcción de un nuevo salto.
Cada vez es mayor el consenso entre empresarios y académicos
en que el futuro de las empresas depende de su adaptación a los
cambios, y ésta de su capacidad de innovación, esto es, de saber
adoptar la estrategia adecuada para que pueda aflorar la fuerza
creativa de las personas que las integran. En un mundo tan
cambiante como el actual, los responsables empresariales pueden
volver su mirada hacia el pasado en busca de inspiración para sus
decisiones.La solidez que acabó demostrando el proyecto del Duero
una vez se hubo consolidado esconde en realidad una sucesión de
iniciativas arriesgadas y de envergadura. Quienes tomaron las
decisiones necesarias en relación a la construcción de cada nuevo
salto y las llevaron adelante vieron confirmadas sus previsiones y,
con el tiempo, se resolvieron las dudas de los más cautelosos,
siempre mayoría. En este sentido, la historia centenaria de Iberdrola,
que nace en 1991 de la fusión de Iberduero con Hidroeléctrica
Española, puede convertirse en fuente de inspiración para aquéllos
que buscan la manera de implantar comportamientos
emprendedores, arriesgados —schumpeterianos— en sus empresas.
VILLARINO 28 DE MAYO DE 1969

UNA BREVE HISTORIA


Por Álvaro Chapa
Los prolegómenos de la historia de la construcción de los saltos de
la Cuenca del Duero comenzaron en 1903, cuando los fundadores de
la Sociedad General de Transportes Eléctricos, primera que
ostentaba dos de las tres concesiones del río en su tramo
internacional, iniciaron los primeros viajes a la comarca. Fueron unos
años muy difíciles; en primer lugar hicieron lo imposible para que su
sueño pudiera ser administrativamente real, cuestión que tardó
demasiados años en realizarse, como luego se verá. La nación
vecina, Portugal, no quería otorgar el permiso para que los estribos
de las presas que tuvieran que engastarse en la margen lusitana se
asentaran en su ribera.

Desde 1906, año en el que nació la sociedad antes citada, y hasta


que se articula en 1928 el tratado internacional que permitió la
construcción de las presas del Duero, los primeros protagonistas de
esta epopeya destinaron su existencia a esta finalidad y a unificar las
diferentes concesiones en una sola razón que permitiera sacar el
máximo provecho al desnivel del río. La reunión en un único proyecto
de todas las concesiones solicitadas en el Duero internacional se
debió a la figura de José Orbegozo, alma de la empresa desde
entonces al integrarse en 1917 con Pedro Icaza como accionista en
la Sociedad General de Transportes Eléctricos. Orbegozo
comprendió desde el primer momento que la totalidad del cañón del
Duero, con un desnivel de ciento veinticinco metros en ciento
cincuenta kilómetros de recorrido —uno de los más elevados de
Europa—, exigía un tratamiento global que estuviera acorde con las
magnitudes energéticas del des nivel del cauce. Aguas arriba de las
dos concesiones reservadas para la Sociedad General, se hallaba
una concesión más a favor del ingeniero Cantero Villamil; Orbegozo
integró en principio en su mente la unificación de todos los saltos
para hacer viable el proyecto.
El río Duero siempre ha presentado una aportación de agua
extremadamente irregular. En los meses del estío se sabía que su
reducido caudal era incapaz de justificar las costosas inversiones que
exigían las obras. En cambio, regularizados los caudales me diante
embalses que sólo podían establecerse en España y con sa crificio
exclusivo de terrenos, desniveles y saltos concebidos por españoles,
el problema se entendía de otra manera. Era comprensible que
quienes acometieran ingentes inversiones en las obras de los
embalses reguladores se beneficiaran de los saltos que pudieran
establecerse aguas abajo. Por este motivo, la historiografía y la
ingeniería española, así como la memoria de Iberdrola, concede la
paternidad del proyecto y su resolución al ingeniero Orbegozo. Pero
a pesar del nuevo proyecto las autoridades portuguesas denegaban
los permisos de obra. Para facilitar el concurso lusitano se constituyó
el 3 de julio de 1918 una nueva sociedad denominada Sociedad
Hispano Portuguesa de Transportes Eléctricos con objeto de
desarrollar la totalidad de la idea en una única concesión. Se
pensaba que la inclusión del Banco de Bilbao en la nueva sociedad,
así como la entonces descollante figura del industrial bilbaíno
Horacio Echevarrieta —comprador de la concesión de Cantero—,
más la integración de la Sociedad General de Transportes Eléctricos,
sería definitiva para hacer ver a Portugal la viabilidad de la empresa.
Es más, al Banco Nacional Ultramarino de Portugal se le ofreció una
opción sobre el capital, pero declinaron la invitación y siguieron
oponiéndose al inicio de las obras. Junto a la negativa lusitana
surgieron otras complicaciones, animadas especialmente por otras
compañías eléctricas que no deseaban que los saltos del Duero
entraran en competencia en sus mercados. Estas rémoras y otras
más dificultaron la concesión administrativa final. La solución última
llegó el 23 de agosto de 1926 con la aprobación de la concesión
definitiva para todo el aprovechamiento global del Duero con sus ríos
tributarios Esla, Tormes y Huebra. Un año después, el 12 de agosto
de 1927, el gobierno portugués firmaba el tratado internacional
respetando las bases anteriores. Habían transcurrido más de veinte
largos años desde que se pensaron las primeras ideas operativas
sobre el río. Comenzaron las obras.

ESLA (1929-1933)

El lugar elegido para establecer la primera presa del sistema del


Duero fue en una cerrada del río Esla, junto al pueblo de Ricobayo, a
escasos kilómetros de Zamora. Los ingenieros proyectistas
definieron una presa de noventa y nueve metros de altura, la más
alta entonces en Europa, capaz de formar un embalse dos veces
mayor que el de Reinosa, con una longitud de noventa kilómetros, un
poco más que la extensión del lago de Ginebra en Suiza. El proyecto
era asombroso y la ilusión de sus creadores idéntica a lo imaginado
en sus tableros de proyectistas.

Hubo que crear un nuevo poblado de la nada capaz de alojar a


2.600 hombres, máxima punta de contratación laboral. La maquinaria
adquirida fue pensada y dimensionada para que sirviera también en
las obras que se iban a acometer después de concluir la del Esla: las
presas de Villalcampo y Castro. La presidencia y la alta dirección de
la sociedad disponían de información precisa sobre la evolución de
las obras a través de los reportajes filmográficos y fotográficos
enviados desde la cerrada. De esta manera y sin buscarlo nació el
fondo fotográfico y filmográfico de Iberdrola, posiblemente uno de los
mejores archivos de la historia industrial española, tanto por su
antigüedad, como por el volumen, la materia y la calidad de las
fotografías. Desde luego, es el mejor archivo de la industria eléctrica
nacional y posiblemente europea.

En el decreto de la concesión administrativa se estipuló que la


empresa Saltos del Duero debería trasladar, piedra a piedra y a un
lugar seguro de las aguas, la joya visigoda de San Pedro de la Nave,
una pequeña y reducida iglesia del siglo VII que iba a ser anegada
por el nuevo embalse. Y así se hizo gracias al desvelo del entonces
Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Desde entonces
podemos contemplar el edificio religioso más antiguo del solar
hispánico antes de la llegada de los musulmanes en su actual
ubicación de Campillo.

Los trabajos en el cauce del río se iniciaron perforando dos túneles


de desviación de las aguas de 300 metros de longitud cada uno.
Junto a los túneles se levantó una ataguía de hormigón de 17 metros
de altura y 60 de longitud, una auténtica pared de hormigón mayor
que muchas de las presas existentes entonces en España. El
volumen del salto era de tal categoría que tardaron más de un año en
concluir la desviación del río y tener acabados los accesos al
emplazamiento.
La construcción de los saltos del Duero, al igual que todas las
grandes obras civiles de le época estuvieron llenas de accidentes y
de mucho dolor. El más grave de todos ellos, y el que estuvo a punto
de costar la supervivencia de la empresa, sucedió en 1934, cuando
la presa estaba ya concluida. En el mes de marzo el embalse
comenzó a recibir las aguas de los frentes del norte en forma de una
inmensa avenida de más de cinco mil metros cúbicos por segundo,
de tal manera que las aguas sobrantes comenzaron a evacuarse por
el aliviadero situado en la margen izquierda. Este, al no estar cubierto
por una capa de hormigón, permitió que las aguas se colaran por las
diaclasas del terreno desmoronando el aliviadero hasta retroceder
casi hasta el estribo izquierdo de la presa. De no haberse detenido
esa erosión al cambiar la configuración de los estratos de un modo
natural, el proyecto de Orbegozo se hubiera ido al traste. Aquel
accidente dejó como resultado una inmensa cazuela y, al mismo
tiempo, la creación del mejor laboratorio de Europa para el estudio de
la evacuación de las grandes avenidas de los ríos.

VILLALCAMPO (1942-1949)

Tras los desastres de la guerra civil las obras comenzaron en


1942, en medio de una triste penuria económica y moral. El
emplazamiento de Villalcampo es el primero que levantó la Sociedad
en el cauce del Duero y, por lo tanto, los aliviaderos tuvieron que
engastarse en el paramento de la propia presa. Su diseño estuvo
condicionado por los brutales aportes hídricos del río, pues a
escasos kilómetros del emplazamiento, el río Esla entregaba sus
aguas en la cola del nuevo embalse. Por este motivo, se vio
necesario levantar un auténtico vertedero con cuatro compuertas de
veinticuatro metros de luz y once de altura, las mayores entonces del
mundo. El laboratorio hidráulico situado en un barracón de Ricobayo
fue imprescindible para evitar el desastre de la experiencia anterior.
La construcción de Villalcampo se realizó con la participación de
una sociedad constructora para que entregara la instalación llave en
mano. Pero no fue posible; la inexperiencia de los constructores, así
como la inexistencia de material y bienes de equipo hizo ver a
Iberduero (sociedad resultante de la fusión en 1944 de Hidroeléctrica
Ibérica con Saltos del Duero) que no compensaba sufrir la falta de
pericia de los demás, de tal forma que, casi al término de la
conclusión de esta obra, se decidió que los siguientes
emplazamientos los construirían ellos directamente.

CASTRO (1946-1952)

La orden del director general de Iberduero dictada en 1946 para


crear dentro de la empresa equipos constructivos propios fue más
trascendental de lo que se supuso en aquel momento. El nuevo
planteamiento empresarial permitió crear una escuela no reglada de
constructores de presas, facilitando además que los equipos
constructivos fueran a vivir con sus familias al cauce del Duero
mientras levantaban en su seno presas cada vez más altivas y
tecnológicamente más complicadas. Esta aglomeración de hombres
y familias alejadas de la sede social en Bilbao facilitó la creación de
un algo intangible en el corazón de los hacedores de presas, pues
sabían que, alejados del mundo, construían complicadas estructuras
para el beneficio común.
El emplazamiento de Castro se sitúa en el inicio del sector
internacional del río, en la entrada del cañón del Duero, de tal
manera que el estribo derecho de la presa se asentó en la ribera
portuguesa. Para este sitio los ingenieros tuvieron que diseñar un
original proceso de disipación de energía consistente en hacer
chocar dos masas de agua laterales sobre una central, vertida a
través de los dos vanos principales de la presa. En Castro no es
extraño contemplar concentraciones de 8.000 metros cúbicos de
agua por segundo que había que reducir como fuera. Al mismo
tiempo, la propia estructura de la presa tenía que soportar cargas y
tensiones fortísimas que había que apuntalar mediante un exquisito
proyecto.

Este proyecto, al igual que el anterior, se hizo posible utilizando


una maquinaria paupérrima aprovechada de los restos que quedaron
tras la ejecución de la presa de Villalcampo. La autarquía,
consecuencia del cerrojazo exterior al régimen político, impidió que
se comprara maquinaria de obra y otras herramientas que hicieran
menos pesado el trabajo. En este emplazamiento, las barrenas
perforadoras del granito no tenían cabeza de widia, achatándose
hasta su arreglo después de horadar únicamente cincuenta
centímetros de terreno. Y hasta que se instalaron las machacadoras
de áridos, bien avanzada la obra, se utilizaron guijarros sacados del
lecho del río, a mano.
La entrada en carga de las turbinas de Castro el 3 de agosto de
1952 permitió a sus realizadores asimilar que podrían enfrentarse al
Duero internacional, y construir, ellos solos, los tres
aprovechamientos siguientes de la más limpia energía renovable. Su
inicial duda de verse capaces de semejante proeza se hacía
comprensible porque fue la única empresa europea que se construyó
para sí misma sus aprovechamientos hidroeléctricos.

SAUCELLE (1950-1956)

Terminado el salto de Castro, el grueso de los equipos se


trasladaron aguas abajo, ciento veinticinco kilómetros más allá, al
encuentro con Saucelle. El nuevo emplazamiento adquirió una
significación especial en la historia de los constructores. Puede
decirse que la presa y su central no adquirieron una dificultad
constructiva desmedida respecto a la anterior, pero sí supuso un
cambio sustancial en los modos de vivir y pensar de los realizadores.
En primer lugar se trasladó al emplazamiento Francisco González, un
ingeniero de caminos dotado de una autoridad natural, capaz de
gobernar grandes colectivos gracias al prestigio de su figura.

Por otra parte, el asentamiento se situó en el cauce del río, a 125


metros sobre el nivel del mar, en una vega amena y abundante en
vegetación mediterránea, abandonando de esta manera la adustez
de la estepa castellana. Por primera vez también se fueron a vivir a
las márgenes del salto varias familias de peritos y titulados
superiores, pues se sabía también que desde este emplazamiento
comenzarían en su momento las obras de Aldeadávila, la siguiente
realización.
Las obras en Saucelle supusieron un cambio importante en el
empleo del material constructivo. Para entonces se pudo comprar
con créditos norteamericanos la maquinaria más moderna y se
permitió, en un gesto de apertura política, que consultores lusitanos y
suizos viajaran a asesorar a los hombres del Duero. Con la compra
de la instalación de áridos y la torre de hormigonado, Iberduero
fabricó una masa de extraordinaria calidad, no estrictamente
necesaria para la presa de Saucelle, pero sí de obligado uso en la
siguiente que levantaran. Con la nueva instalación la mezcla que de
la masa para la presa se hizo de un modo técnico y fiable. De esta
manera, experimentaban sin riesgo en la seguridad de sus
instalaciones y se adelantaban a los problemas que pudieran
encontrarse en el futuro.

El Duero, como siempre, puso todo su empeño para retrasar las


obras y anegar el cuenco del río. En el periodo constructivo inundó el
área de trabajo en seis ocasiones, siendo especialmente grave la
inundación de 1955, entre los meses de enero y abril, que impidió
realizar cualquier menester. La presa estaba proyectada para
levantase 83 metros y poder evacuar por su paramento una punta de
12.500 metros cúbicos por segundo, una auténtica marea difícilmente
ponderable. Para realizar semejante estructura, Iberduero se aseguró
el cemento comprando la fábrica de Cementos Hontoria; hubo años
en el que el 90% de la producción se destinó a las obras del Duero.

En el verano de 1956 el aprovechamiento de Saucelle entró en


carga, aportando desde entonces una potencia de 240.000 kilovatios
y una producción media anual de 1.533 millones de kilovatios hora.

ALDEADÁVILA (1956-1962)

La presa y central de Aldeadávila fue el reto más extraordinario


con el que se enfrentaron los ingenieros de Iberduero y,
probablemente, la ingeniería europea presística de la época. El
emplazamiento estaba definido en pleno corazón del cañón del
Duero, en un lugar cuyo cauce medía cincuenta estrechos metros.
Más arriba, a ciento cincuenta metros —altura estimada en la
coronación de la presa—, la anchura del cañón apenas llegaba a
doscientos metros. Se hacía evidente que semejante angostura
convertiría el lugar en una tubería infernal al evacuar en ese punto
los 15.000 metros cúbicos por segundo estimados para las crecidas
máximas del río. Semejante limitación impedía situar la central a pie
de presa, como sucedía en los grandes aprovechamientos
hidroeléctricos. Este fue el motivo por el que tuvieron que diseñar
una central en las entrañas del cañón: fabricarían una inmensa
caverna para albergar las turbinas. Era la primera vez que se
actuaba así en España y en Europa.

La presa diseñada albergaría 115 millones de metros cúbicos de


agua y un largo remanso de 30 kilómetros de longitud. Las máquinas
generadoras de electricidad previstas para el emplazamiento
totalizaban una potencia instalada de 718.200 kilowatios; en esta
cuestión sería la central más importante de Europa occidental.

El grueso de las obras comenzó en 1956 viajando desde Saucelle


al cauce del río. La dificultad y magnitud del empeño se resumen en
que tardaron un año y medio en desviar el río mediante un túnel de
515 metros de longitud y once de diámetro servido por una ataguía
de 30 metros de altura, una auténtica presa de hormigón.

Mediado 1957 comenzaron los trabajos de laminado de las


paredes del cañón donde se engastaría la presa; fue un auténtico
trabajo de funámbulos que todavía produce pánico al recordarlo.
Mientras se realizaban estas tareas, la sección de maquinaria
montaba la moderna torre de hormigonado y silos capaces de
producir una masa de 230.000 metros cúbicos de hormigón.
Aldeadávila fue la primera presa del Duero donde se refrigeró por vez
primera el hormigón con agua a cuatro grados centígrados,
instalando 200 kilómetros de tuberías para aminorar las reacciones
exotérmicas de la masa. La preocupación venía de atrás. En
Saucelle se inquietaron por el calor producido en el fraguado y ahora
sabían que encontrarían dificultades en el sellado de las juntas al ser
una presa con forma de arco. En esta presa comenzaron a utilizar
técnicas constructivas que, sin ser de obligado uso, sí serían de
obligada aplicación en la siguiente, en la de Almendra, sobre el río
Tormes. De esta manera se adelantaron a las dificultades y las
aminoraron.

En diciembre de 1961 un cuarto de los bloques de la presa


estaban levantados sobre el cauce, y muy avanzadas según la
planificación de las obras gran parte de las cavernas y galerías de la
central. Todo este trabajo estuvo a punto de ser puesto en entredicho
como consecuencia de la inmensa avenida de agua cuya máxima
punta fue de 9.500 metros cúbicos por segundo. Entre el 1 y el 6 de
enero de 1962 pasaron por el cañón del Duero 2.400.000 metros
cúbicos de agua, dos veces el contenido del embalse del Esla. En
otoño de 1962 comenzó a funcionar el primer grupo de la central,
culminando uno de los trabajos más comprometidos de la ingeniería
internacional.

ALMENDRA-VILLARINO (1963-1970)

El proyecto de la presa de Almendra con su central, Villarin fue


fruto de muchos años de estudio por parte de la sección de Estudios
y Proyectos de la Sociedad. Su nacimiento se debió a la búsqueda
de una solución que redujera la pérdida de agua causada por no
poder retener Ricobayo los excedentes del río Esla. Todos los años
tenían que abrir las compuertas de las presas del sistema del Duero
para dar salida a lo que no se podía guardar por falta de espacio. Se
pensó en recrecer la presa de Ricobayo, pero finalmente los
proyectistas encontraron un enorme vaso en la cerrada de Almendra,
siempre y cuando levantaran una presa bóveda de doscientos metros
de altura y de doble curvatura. Esta solución permitiría c rear un
embalse de tres mil millones de metros cúbicos, tres veces más
grande que el del Esla. El proyecto convertiría a la presa bóveda de
Almendra en la más alta de Europa.

La presa estaba ideada para que diera servicio a la central


reversible de Villarino —distante a quince kilómetros de esta, aguas
abajo—, es decir, una central capaz de convertir sus máquinas en
turbinas para generar luz durante el día, y en bombas durante la
noche, capaces de succionar los excedentes del río elevándolos
cuatrocientos metros y trasladándolos quince kilómetros aguas
arriba, hacia el embalse, mediante un túnel subterráneo. Toda una
genialidad.
Los trabajos para construir los accesos y el desbroce del terreno
en el que se asentaría la presa ocuparon tres largos años. En 1963
comenzó el grueso de las obras. Para entonces, la evolución de las
empresas constructoras españolas había llegado a la calidad
necesaria para poder acometer proyectos como el de Almendra. Este
motivo y el enorme excedente de personal que iba a tener Iberduero
al término del proyecto de Almendra-Villarino hicieron que otros se
encargaran de la construcción, captando para sí a parte de los
experimentados hombres del Duero. Se convocó un concurso
internacional para este fin ganado por una agrupación de dos
empresas, una española y otra Suiza. Los hasta ahora constructores
del Duero fiscalizarían el trabajo de la empresa ganadora.

En octubre de 1966 habían terminado de montar las instalaciones


auxiliares y comenzaba el hormigonado de la presa. La masa de
Almendra requirió unos especiales controles de calidad. En su
momento fue la presa más complicada del mundo y un hito en la
ingeniería internacional. La estructura es enormemente
comprometida porque la cerrada del terreno no basta para contener
la presa. La cuestión es que esa inmensa bóveda no pudo estribarse
en las márgenes del río Tormes porque esas márgenes quedaban
veinticinco metros más abajo de la coronación de la empresa. Hubo
que construir dos inmensas moles artificiales de hormigón que
realizaran esa función.
Para los constructores, el control de las temperaturas del hormigón
en el fraguado se convertía en una materia crítica. Era necesario
rebajar la temperatura de la reacción química para evitar las
figuraciones en el fraguado. En Almendra se utilizaron 600 kilómetros
de serpentines para este menester, gracias a la experiencia adquirida
en Aldeadávila. De esta manera se consiguió que el cierre de las
juntas se sellara con la temperatura requerida.
La caverna de la central de 108 metros de largo por 60 de ancho y
40 de altura, se terminó en 1969. En el conjunto del aprovechamiento
de Almendra-Villarino se excavaron 2.836.300 metros cúbicos de
granito frente a los 674.450 de Aldeadávila. En el otoño de 1970
concluyeron las obras y así un proyecto direc tor sobre el río que
ocupó los primeros cuarenta años de la historia de Iberdrola.

EL ALIVIADERO DE RICOBAYO

De los muchos episodios sobresalientes en la historia de la


construcción de presas en la Cuenca del Duero, el problema del
aliviadero de la de Ricobayo tal vez sea el más dramático y
representativo. Este episodio estuvo a punto de dar al traste con el
proyecto de dicha presa, lo que habría arrastrado irremisiblemente a
Saltos del Duero a una situación más que crítica.

En marzo de 1934 la presa estaba acabada y a punto de ponerse


en funcionamiento. Era una pequeña joya de la técnica de la época.
Se la tenía por un portento, una osadía, en cuanto a envergadura y
solidez, nunca vista hasta entonces en España. Su puesta en marcha
habría de marcar el fin de un largo periplo en el que se asumieron
grandes riesgos, físicos en la construcción y empresariales en su
compleja financiación.

Fue a finales de 1933 y principios de 1934 cuando se esperaba


culminar el empeño y sueño de D. José de Orbegozo de poner en
marcha este ambicioso proyecto, pero una serie de circunstancias
habrían de truncarlos. Los días 22 y 23 de marzo del año de 1934 se
concretaría lo que sin duda fue para tantos una verdadera pesadilla,
muy especialmente para el empresario. Ya en 1933 se llenó por
primera vez el embalse y comenzó a pasar agua por el aliviadero (fig.
A), y aunque en principio todo parecía marchar bien, en enero de
1934 tuvo lugar una avenida de agua con una punta de más de 1.200
metros cúbicos por segundo. Las consecuencias de la misma
hicieron pensar ya que la roca sobre la que vierte el aliviadero
pudiera no ser tan sólida como se había estimado. Hubo
desprendimientos en la base rocosa. La idea inicial fue que cuando
se llenara el embalse, el aliviadero evacuara el exc edente de agua
por el margen izquierdo de la presa, donde al efecto habría una
estructura de vertido, más o menos sencilla, de la que la piedra
desnuda formaba parte integral.

Este aliviadero es básicamente un ancho canal a cielo abierto por


el que fluye el agua. Discurre con una ligera pendiente hasta la
propia ladera del promontorio rocoso, y desde allí, tras viajar una
distancia cercana a los doscientos metros, las aguas caen ladera
abajo unos cuarenta metros de desnivel sobre la propia roca hasta
llegar al cauce natural del río, lógicamente aguas abajo de la presa y
la central. La presa está construida en un estrechamiento del río a su
paso por impresionantes y bellísimas masas de sólido y duro granito.
Se consideró que esta masa de granito sería lo suficientemente
sólida para servir de base del aliviadero y que soportaría, sin
desmoronarse, un gran volumen de agua. Sólida era, en efecto, pero
los inmensos bloques que allí se encontraban no formaban una masa
enteramente compacta al atravesarlos importantes diaclasas, grietas
más o menos aparentes que, en cualquier caso, debilitaban la
estructura general y permitían el paso del agua a través de las
mismas.

Así, el paso continuado de agua por el aliviadero original podría


debilitarlo inexorablemente, y una gran avenida de agua sería capaz,
incluso, de colapsar toda la estructura pétrea, pudiendo arrastrar con
ella a la propia presa pues, no en vano sobre esta estructura
descansa su estribo izquierdo. El problema era muy serio. En ‗el
mejor‘ de los casos el debilitamiento de esta masa pétrea haría que
las sucesivas avenidas de agua la descompusieran casi
enteramente, y sería entonces arrastrada por el agua hasta el lecho
natural del río, muy cerca, demasiado, del pie de la presa. Se
embalsarían entonces allí las aguas y anegarían la central.

Y en efecto, eso fue lo que ocurrió. Durante los días 22 y 23 de


marzo de 1934 tuvo lugar una impresionante avenida de agua con
una punta superior a los 5.000 metros cúbicos de agua por segundo
(fig. B), y la masa de piedra empezó a ceder. La catástrofe total
parecía prácticamente inevitable. Tras dos días de paso de tan
impresionante caudal miles de toneladas de granito quedaron
desplazados (figs. C y D), labrándose entonces una enorme y
profunda garganta por la que discurría el agua aliviada.
Como es lógico, ante estos acontecimientos la empresa se
movilizó. Ingenieros y empresarios al alimón intentaron encontrar una
solución al desastre. Fueron momentos en que, visto lo visto, y
considerando los sustantivos errores de estimación cometidos,
resultaba especialmente difícil decidir qué camino tomar para
resolver la situación. No parecía que pudiera hacerse mucho ante
semejante panorama. No obstante, era imperativo encontrar una
solución: la propia realidad de la situación y las implicaciones
financieras, que conducirían a un completo colapso de la presa,
resultarían una losa bien difícil de sobrellevar.

Se procedió así a hacer estudios técnicos profundos en diversas


instituciones españolas y extranjeras; se ejecutaron obras de
hormigonado del lecho del aliviadero (figs. E y F), pero las soluciones
que se vislumbraban como posibles y realmente eficaces no eran ni
baratas ni fáciles de aplicar. Las sucesivas avenidas de agua
siguieron horadando la masa rocosa del aliviadero (figs. G a J). En
1936 otra importante avenida, también en el mes de marzo, acabó
generando una impresionante cazuela en el lecho del aliviadero
poniendo de manifiesto que el proceso de desmoronamiento de la
masa de granito, pese a ser lento, era inexorable. Ya en los años 40
otras avenidas más o menos abundantes confirmaron que las
soluciones que se iban implementando no acababan de resolver
enteramente el problema de la inestabilidad del sistema. Además, en
algunas de las obras de reparación se produjeron muy trágicos
accidentes, lo que vino a incrementar la dimensión y relevancia del
reto que suponía resolver de manera definitiva el problema del
aliviadero. No será realmente hasta los años 60 cuando se cierre
enteramente este capítulo, años en lo que se diseña una sencilla
pero audaz —a la vez que barata— solución que logra domar
definitivamente el violento poder del agua: la colocación al borde del
aliviadero de unas rampas que cortan, elevan y dispersan el flujo del
agua, justo allí donde comienza a precipitarse al vacío (fig. Ñ). Estas
rampas dispersan el agua, incorporan aire al flujo y debilitan la fuerza
con que se precipita sobre la roca, minimizando así su poder para
hacerla pedazos.

Fue un largo episodio éste del aliviadero de Ricobayo, la clásica


situación a la que se enfrentan atrevidos técnicos y empresarios que
se embarcan en proyectos novedosos y de envergadura. En tales
proyectos es imposible predecir todas las variables y, además, las
circunstancias a menudo parecen aliarse en lo que semeja un tozudo
intento del azar por hundir incluso la nave más sólida, el proyecto
más firmemente armado y diseñado. El reto del aliviadero de
Ricobayo fue monumental, y al ver hoy la presa inserta en un paisaje
tan bello y sobrecogedor, tan sólidamente anclada entre tan
impresionantes masas de granito, cuesta apreciar la gran cantidad de
esfuerzo y talento —¡para qué hablar del coste económico!— que
hubo que invertir para resolver tan problemática y larga contingencia.
Sea como fuere, venció el ingenio humano. El episodio se llevó
mucho más que granito por delante, pero visto en perspectiva, su
importancia radica en que marcó un hito técnico del que se
aprendieron muchísimas cosas relevantes, que siguen siendo de vital
importancia a la hora de proyectar una presa. Por ello merece esta
apasionante historia recordarse, si quiera por ser un perfecto ejemplo
de las muchas dificultades y circunstancias adversas que se
sucedieron a lo largo de toda la historia de la construcción de presas
en la Cuenca del Duero.

SAN PEDRO DE LA NAVE

Desde las primeras fases de la elaboración del proyecto de


construcción de la presa de Ricobayo en los tempranos años veinte
del siglo XX, se puso especial interés en dilucidar el futuro de la
iglesia de San Pedro de la Nave, joya visigótica del siglo VI-VII —
declarada Monumento Nacional el 22 de abril de 1912— que se
encontraba dentro del margen izquierdo del río Esla, y que quedaría
anegada bajo las aguas del futuro embalse.

Después de muchas consideraciones técnicas por parte de los


ingenieros y de las autoridades de la época encargadas de velar por
el patrimonio artístico, se determinó que la sociedad que se hiciera
cargo de la construcción de la presa habría de trasladar la iglesia,
piedra a piedra, a un nuevo emplazamiento en el que se
salvaguardara su integridad y se asegurara su futura conservación.
No en vano es ésta una pieza única del arte español, además de una
de las iglesias visigóticas más singulares de cuantas existen en
España, si quiera sea por su complejidad arquitectónica o por la
riqueza y abundancia de los ornamentos originales que contiene.

En 1926 se aprobó el proyecto de la presa de Ricobayo, y en 1929


dieron comienzo las obras de construcción. En el propio decreto de
1926 en que se aprobó el proyecto se estableció ya la obligación del
traslado de la iglesia de San Pedro de la Nave, pero no sería hasta el
30 de agosto de 1930 cuando el Ministerio de Instrucción Pública y
Bellas Artes emitiera una Real Orden por la que se formalizaban las
condiciones precisas del traslado a la localidad cercana a Campillo.

Tuvo lugar esta formalización cuando era Director General de


Bellas Artes el que fuera eminente académico D. Manuel Gómez
Moreno, quien se haría cargo de la dirección facultativa del traslado;
mientras que la reconstrucción iría de la mano del arquitecto
Conservador de Monumentos, Alejandro Ferrant Vázquez. Las obras
se llevaron a cabo con inusitada eficacia y rapidez, dando comienzo
en octubre de 1930 con el replante de la iglesia, y concluyendo —al
menos oficialmente— en febrero de 1932, cuando tuvo lugar en
Campillo el acta de la recepción definitiva del traslado del
monumento.

Fue el cambio de ubicación de la iglesia de San Pedro de la Nave


algo más que el simple traslado de un monumento histórico y
artístico; fue, en sí mismo, un proyecto complejo, de gran dificultad
técnica, en el que tanto la empresa, como el estado, la iglesia y,
desde luego, los habitantes de la zona invirtieron talento y esfuerzo,
pues encontraron una solución técnica —formal y legal— para
acometer este tipo de traslados que se convertiría en ejemplo y
modelo para muchos de los que, desde entonces, se han planteado
en España.

LOS POBLADOS
Sirva esta brevísima selección de imágenes estrechamente ligadas
a lo que sería la vida cotidiana en Ricobayo, Villalcampo o Castro,
para poner de manifiesto el interesantísimo fenómeno de los
poblados en la historia de la construcción de presas en España.

Durante la primera mitad del siglo XX, los proyectos de


construcción de presas en España desbordaban los aspectos
estrictamente técnicos o empresariales. Su magnitud y complejidad
requerían de una ingente cantidad de mano de obra, lo que unido al
hecho de que estas obras se llevaban a cabo a menudo lejos de los
grandes núcleos de población, hacía necesario construir en el
entorno directo de la obra lo que se conoció como los ―poblados‖,
verdaderos pueblos donde se desplazaban los trabajadores de la
presa con sus familiares y donde habitarían durante el desarrollo de
las obras. Eran verdaderas localidades levantadas de la nada, donde
se necesitaba instalar todo cuanto fuera imprescindible para el
desarrollo de la vida cotidiana: además de la lógica infraestructura
escuelas, enfermerías, hospitales, instalaciones deportivas —
generalmente frontones o campos de fútbol—, iglesias, comedores,
cantinas, viviendas y muchos barracones.

No estuvieron los poblados en aquellos tiempos exentos de


convulsiones sociales y de dificultades que, en muchos casos,
transcendían los aspectos puramente laborales. Así, en su seno se
establecieron relaciones que hoy podrían verse con asombro, como
las entabladas entre los trabajadores altamente cualificados y los
puramente manuales.

No es aventurado decir, a grandes rasgos, que fueron aquellos


poblados lugares de trabajo donde muchos españoles encontraron
un buen medio de vida y donde hallarían algunas de las
comodidades de la ―vida moderna‖ —todavía entonces ajenas al
medio rural del que procedía buena parte de los trabajadores
manuales—, tales como el agua corriente, la luz eléctrica —cómo
no—, la asistencia médica, la formación escolar de calidad para la
chiquillería o la instrucción profesional para jóvenes mujeres que
entonces no se incorporaban todavía a las labores manuales de las
obras.
No cabe duda de que en la particular historia social de la España
de aquella primera mitad del siglo XX —en la que tuvieron lu
gar tantos acontecimientos históricos de relevancia—, jugó un
papel importante la entonces estrecha vinculación entre la empresa y
la vida cotidiana del trabajador. Y, desde luego, los poblados donde
vivieron quienes construyeron las muchas presas que se levantaron
en aquella época forman parte de esta historia.
ALDEADÁVILA NOVIEMBRE DE 1957

FOTOGRAFÍAS EN LA EXPOSICIÓN
San Román. 1900-1905. Labores
de acarreo

01

San Román. 1900-1905.


Construcción del azud

02

San Román. 1900-1905.


Cerramiento final del azud

03

San Román. 1900-1905. Sr.


Ingeniero Federico Cantero
Villamil (1874 – 1946),
04

San Román. Hacia 1905. Vista de


la central
05

Ricobayo –Esla. Anterior a 1924.


Cañón del Esla en la zona de la
cerrada
06
Ricobayo –Esla. Anterior a 1924.
Fase de investigaciones previas.
Limnógrafo

07

Ricobayo –Esla. Anterior a 1924.


Fase de investigaciones previas

08

Ricobayo – Esla. Hacia 1931. Don


José Orbegozo (1894-1939)

09

Ricobayo – Esla. 1932.


10

Ricobayo – Esla. 3 de abril de


1932. Colocación de las tuberías
forzadas
11

Ricobayo – Esla. 9 de septiembre


de 1930. Replanteamiento de la
nueva posición de la iglesia de
12
San Pedro de la Nave
Ricobayo – Esla. 27 de febrero de
1931. Iglesia de San Pedro de la
Nave
13

Villalcampo. 30 de septiembre de
14 1945. Trabajos iniciales

Villalcampo. 27 de febrero de
1946. Instalaciones auxiliares de
obra
15

Villalcampo. 3 de junio de 1946.


―Cantera. Origen del teleférico‖.
16

Villalcampo. 31 de julio de 1946.


―Instalaciones. Canaletas a los
silos de áridos‖.

17

Villalcampo. 30 de septiembre de
18 1946. Panorámica con la vista
general de la obra

Villalcampo. 1 de febrero de 1947.


Vista general de las obras

19
Villalcampo. Riada de febrero de
1947
20

17 de febrero de 1947
Las obras de la central ya
enteramente inundadas
21

Villalcampo. 30 de noviembre de
1948. Vista aguas abajo de la
central
22

Villalcampo. 31 de enero de 1948.


Paso de la riada
23

Villalcampo. 29 de mayo de 1948.


Vista aguas arriba
24

Castro. 5 de octubre de 1946.


25 Vista general de la obra

Castro. 17 de enero de 1950.


26 Vista general de la obra

Castro. 17 de junio de 1950.


Colocación de las tuberías
27 forzadas de la central
Castro. 15 de julio de 1950.
Tuberías forzadas del circuito de
la central
28

Castro. 3 de octubre de 1950.


―Detalle del andamiaje en el
paramento de aguas abajo de la
29 central‖.

Castro. 13 de octubre de 1950.


―Armadura de la pantalla y
encofrado del cono I‖.
30

Castro. 17 de noviembre de 1950.


31 Vista general

Castro. 4 de marzo de 1951. Tubo


de aspiración de la central
32

Castro. 12 de enero de 1952.


Detalle del anclaje de una
compuerta de aliviadero de la
presa

33

Castro. 5 de abril de 1952.


Llegada del transporte con uno de
los rodetes de la central
34
Castro. 12 de abril de 1952.
Rodete de la central colocado in
situ
35

Saucelle. Hacia 1950-51. Vista


36
general

Saucelle. Hacia 1950-51. Vista


37
general del cañón

Saucelle. Hacia 1951-52. Obras


auxiliares
38

Saucelle. Hacia 1954. Labores de


colocación de un elemento auxiliar
39 de construcción

Saucelle. Hacia 1954-55. Obras


de ejecución de un túnel
40

Saucelle. 18 de febrero de 1956.


Presa en proceso de construcción
avanzada

41
Saucelle. 28 de septiembre de
1956. Rotor, elemento rotatorio del
generador

42

Saucelle. 27 de septiembre de
1956. Vista general del salto una
vez terminada la obra
43

Aldeadávila. 18 de julio de 1956.


Cerrada del cañón

44

Aldeadávila. Junio de 1957.


Realización de sondeos de
investigación en el cauce del río
45

Aldeadávila. Noviembre de 1957.


Estructura de salida del túnel del
aliviadero
46
Aldeadávila. Agosto de 1958.
Estribo izquierdo de la presa.

47

Aldeadávila. Agosto de 1958.


Mogote de roca, conocido en obra
(por su forma) por ―El Basto‖

48

Aldeadávila. Abril de 1959.


Excavación de la caverna de la
central subterránea.
49

Aldeadávila. Julio de 1959.


Hormigonado y escaleras
auxiliares de obra
50

Aldeadávila. Agosto de 1959.


Túneles del circuito hidráulico de
la central
51
Aldeadávila. Febrero de 1960.
Hormigonado

52

Aldeadávila. Agosto de 1960.


Zona de poblados
53

Aldeadávila. Septiembre de 1960.


Zona de la cámara espiral de la
turbina
54

Aldeadávila. Mayo de 1961. Ejes


de acoplamiento
55

Aldeadávila. Octubre de 1961.


56 Estructura de desagüe de la
central

Aldeadávila. Abril de 1963. Presa


vertiendo

57

Villarino. 3 de octubre de 1964.


Hormigonado inicial

58
Villarino. 3 de mayo de 1965.
Estructura auxiliar de obra en fase
de montaje
59

Villarino. 8 de mayo de 1968.


Excavación de un túnel
60

Villarino. 4 de julio de 1968.


Ejecución de la pantalla asfáltica
del dique lateral derecho
61

Villarino. 4 de julio de 1968.


Paramento de la pantalla asfáltica
del dique lateral derecho
62

Villarino. 4 de julio de 1968.


Paramento de la pantalla asfáltica
del dique lateral derecho
63

Villarino. 4 de julio de 1968.


Estructuras auxiliares de obra
durante la fase de construcción
64
Villarino. 4 de julio de 1968.
Estribo izquierdo de la presa

65

Villarino. 4 de julio de 1968.


Estribo izquierdo de la presa.

66

Villarino. Hacia 1969. Pieza de


medida para el equipo de
oscultación
67

Villarino. 28 de mayo de 1969.


Túnel del circuito hidráulico de la
central.

68

Villarino. Diciembre de 1969.


Presa de La Almendra en fase de
69 ejecución.
AGRADECIMIENTOS
Los responsables de esta exposición quieren agradecer a
diversas personas su inestimable ayuda y apoyo. A Nicolás
Navalón García y a Baldomero Navalón Burgos, que coordinan y
revisan los datos técnicos generales de la exposición. A Isabel Díaz
de Aguilar Cantero, nieta de D. Federico Cantero Villamil, muy
especialmente, por su inestimable ayuda y por facilitarnos de
manera desinteresada las fotografías de la presa de San Román
que originalmente se custodian en las colecciones de Dña.
Concepción Cantero García Arenal y de Federico Cantero Núñez. A
Yolanda Diego Martín, directora del Archivo Histórico de Iberdrola
en la presa de Ricobayo (Muelas de Pan-Zamora), que nos facilitó
la mayoría de las fotografías originales con que se confecciona esta
exposición, así como a Pepi Benítez Fernández y a Leire García
Herrero por su inestimable ayuda en el archivo. A César Pérez
Díez, que coordinó los trabajos que para la exposición se realizaron
en los fondos y archivos de Iberdrola en Bilbao. También en
relación con los trabajos en Bilbao, a Iñaki Maruri Hernáez, de
Gestión Documental, a Amaia Orueta Iturralde,de Imagen y Diseño
de Iberdrola, y a Leire Vicente, que facilitó las consultas en el fondo
fotográfico Iberdrola.
SAUCELLE H. 1954-55

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