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La poesía de Jan Martínez

Miguel Ángel Fornerín

PROSAS PERVERSAS[1],

Tanto en su libro Minuto de silencio (1977), como en Archivo


de cuentas (1987) y en Jardín (1997), el poeta Jan Martínez
se constituye como una de las principales voces de la
poesía puertorriqueña del último cuarto del siglo veinte.
Su poesía se destaca por el preciosismo parnasiano, el
surrealismo y el diálogo con los novísimos españoles, Jaime Gil de Biedma
y el grupo de “Cántico”; así como con el creacionismo de Vicente Huidobro
y la lírica de Juan Gelman. La influencia de la poesía árabe, la poesía del
Siglo de Oro, la prosa de Canales y
Palés y la narrativa barroca del
Caribe constituyen fuentes de
inspiración para el poeta.
Encontramos tangencias con Poetas
como Lautreamont y Rayner María
Rilke. Llama la atención los puntos
de contacto de su poesía con
escritores dominicanos como
Franklin Mieses Burgos, León David
y Alexis Gómez.

Cuando se lee la poesía de Jan


Martínez, se recorre toda la historia
de la verdadera y gran poesía de
nuestra cultura y se puede apreciar
la riqueza del decir literario
puertorriqueño en el cual este autor

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no está solo. La revolución literaria de los setenta, con Iván Silén y José
Luis Vega, marca en la literatura del Caribe un retorno a la tradición creada
por la vanguardia latinoamericana. Pero, si estas afirmaciones pudieran
resultar exageradas, sólo me queja remitir a los sorprendidos a una lectura
desapasionada del poeta…mientras tanto, soy un presentador que no se ve
en aprietos... hablo del goce de la lectura y del placer que me da hablar de
los hallazgos que
encuentro en esta
obra…También soy un
sapo que
versa…reversa, vierte
los versos en prosa y la
prosa en verso…No sé
si el silencio o la
palabra me harán más
feliz.

Estamos frente a un
libro de escritura
barroca y caribeña.
Escritura que toma la
experiencia de Darío,
el aliento parnasiano,
el color anaranjado de
la tarde, el adjetivo
preciso y necesario, la
sonoridad de la
palabra, el giro
poético, la ironía, la invención, la sorpresa…Todo ello conjugado en una
expresión que va de la poesía a la narrativa, del mundo bucólico y de
égloga, al mundo citadino; de la filosofía de la vida a la forma inevitable de
la muerte. El autor no sólo nos hace disfrutar de una poesía en prosa que se
parangona con la mejor de nuestro continente, sino que nos pone frente al
devenir humano, la vida y la muerte, la sociedad y las distintas maneras

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que la vida cotidiana van cambiando la existencia humana. Se equivoca
quien piense que en este libro encontrará la inspiración romántica y
solipsista de un poeta desadaptado del mundo. No representa este libro el
discurrir de un yo poético de torre de marfil, es mucho más: contiene una
meditación simbólica (con todo lo que pueda tener de contradictorio el
símbolo y la racionalidad) en la que el mundo natural es disfrutado, pero
también pensado. En “El cincelador de horarios”, la vida cotidiana que
hace del ser humano un enano
repetidor de rutinas en la que el
tiempo se convierte en
mercancía que se contabiliza en
la teneduría de libros de
aquellos que el autor ha llamado
“los señores de los salarios”.
Señores que venden la
monotonía y la soledad. En esas
horas de faena, el amor se
constituye como un vengador.
Está pieza sola, en la que se
encuentran los ecos de Luis
Palés Matos, dándole
continuidad al decir
puertorriqueño, el tiempo es el
destino, o la tragedia, como
diría Borges, al que está llamado
el hombre social; mientras que
el trabajo es la venganza social
lanzada a los amantes. Así presenta al cincelador: “…Será por siempre amado
por los señores que domestican los salarios y distribuyen el hastío en las boticas y
las calles repletas de eficientes sonámbulos. Todos saben que su trabajo es
imprescindible, sin el cincelador de horarios serían rizadas y luminosas las horas,
podrían holgar los líridas y en el aire sería en triunfo de la paloma y el bardo
ruiseñor. El cincelador se precia de ser el artífice de los irisados sones del gong que
anuncian las horas con indiscriminado acento”( pág. 15) Pero no se queda ahí el

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poeta, en “El dueño de la vida” se pregunta dónde se ha ido la vida ¿acaso
a la casa de los funcionarios? La narración discurre mediante
interrogaciones en las que el poeta le hace pregunta a la vida como
buscando una definición del mundo actual, de los sujetos contemporáneos
que han perdido la vida. La reclama: “que quiero saber de su vida, la vida, que
le escribo y no recibo respuesta, que la llamo y me quedo con el eco en la mano
como un pájaro sin bemoles. Que vuelva el que ocultó la vida y, si no quiere
devolverla, al menos, le lleve recuerdos y manzanas de éstos sus desdichados
suscribientes” (pág. 17)

[1] Jan Martínez. Prosas (per) versas. San Juan: Editorial de la Universidad
de Puerto Rico, 2000.

De Fornerín, Miguel Ángel. Ensayos de literatura puertorriqueña y dominicana, 2004.

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