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África, el Far West chino

Dos periodistas franceses, Serge


Michel y Michel Beuret, han
recorrido el continente africano
para contar la creciente presencia
de empresas y políticos chinos y
las repercusiones globales de esa
'colonización'. El resultado se
refleja en su libro 'China en África'
SERGE MICHEL Y MICHEL
BEURET 26/04/2009

Ni hao, ni hao. Llevamos diez minutos andando por esta calle de Brazzaville cuando
una alegre pandilla de niños congoleños deja de correr detrás de una pelota para
saludarnos. En África, los blancos están acostumbrados a oír ¡hello mista!, ¡salut
tobab! o monsieur, monsieur. Pero estos niños sonrientes, colocados en fila al borde
de la calle, han enriquecido el repertorio. Han gritado ni hao, ni hao, hola en chino,
antes de volver a sus juegos. Para ellos, todos los extranjeros son chinos.
Unos cientos de metros más allá, una empresa china está construyendo la nueva sede
de la televisión nacional congoleña, un edificio de cristal y metal que parece haber
caído del cielo en este barrio popular. Al principio de esta calle, la misma empresa
levanta una casa suntuosa para un miembro del Gobierno, sin duda en agradecimiento
por la concesión de las obras de la televisión. En la ciudad, otras compañías chinas dan
los últimos retoques al nuevo Ministerio de Asuntos Exteriores y de la Francofonía y
tapan los agujeros de los obuses en los edificios dañados durante la guerra civil.
A 2.250 kilómetros al noroeste de allí, en el extrarradio de Lagos, en Nigeria, la fábrica
Newbisco se consideraba una maldición. Fundada antes de la independencia de 1960
por un ciudadano británico, la fábrica de galletas ha cambiado varias veces de manos
sin que ninguno de sus propietarios haya sido capaz de mantenerla a flote en un país
en el que las exportaciones de petróleo y la corrupción ahogan cualquier otra actividad
económica. En el año 2000 su penúltimo dueño, un ciudadano indio, revendió una
arruinada Newbisco a Y. T. Chu, un hombre de negocios chino. Un olor a harina y
azúcar flotaba en el ambiente cuando entramos en la fábrica una mañana de abril de
2007. Las cintas transportadoras acarrean cada día más de dos toneladas de galletas
que varias decenas de obreras embalan diligentemente. "Apenas cubrimos un 1% de
las necesidades del mercado nigeriano", dice sonriendo Y. T. Chu.
(...) La presencia de chinos en África ya no sorprende. En estos últimos cuatro o cinco
años los hemos visto avanzar por todas partes cuando hacíamos reportajes en Angola,
Senegal, Costa de Marfil o Sierra Leona. Pero el fenómeno ha cambiado de escala.
Todo ha ocurrido como si hubieran aumentado de golpe sus esfuerzos hasta el punto
de penetrar en el imaginario colectivo de todo un continente, desde el viejo presidente
guineano, que ya sólo viaja a Suiza para sus tratamientos médicos, hasta los niños de
Brazzaville, tan pequeños que no distinguen a un europeo de un asiático.
China en África se ha transformado súbitamente de objeto de estudio de los
especialistas en geopolítica a tema central en las relaciones internacionales y en la vida
cotidiana del continente. Sin embargo, investigadores y periodistas continúan
manejando las mismas cifras macroeconómicas: el comercio bilateral entre las dos
regiones se ha multiplicado por 50 entre 1980 y 2005 y se ha quintuplicado entre 2000
y 2006. (...) Ahora habrá ya unas 900 empresas chinas en suelo africano. En 2007,
China ocupó el lugar de Francia como segundo socio comercial de África.
Éstas son las cifras oficiales, que no tienen en cuenta las inversiones de todos los
emigrantes. Por cierto, ¿cuántos son? Un seminario universitario organizado a finales
de 2006 en Suráfrica, donde está la comunidad china más numerosa, calculó la cifra de
750.000 en todo el continente. Los periódicos africanos se dejan llevar a veces y hablan
de "millones" de chinos. Del lado chino, la estimación más alta procede del
vicepresidente de la asociación de amistad de los pueblos chino y africano, Huang
Zequan, que ha recorrido 33 de los 53 países africanos. En una entrevista al Diario del
Comercio chino, calculaba que 500.000 compatriotas vivían en África (frente a 250.000
libaneses y menos de 110.000 franceses).
Todos esos emigrantes, como si se tratara de un ejército de hormigas, no tienen
nombre ni rostro y están mudos. Los periodistas se quejan con frecuencia de que no
quieren hablar. El tono de los artículos para describirlos es de preocupación, incluso
alarmista, como si la llegada de otra potencia fuera una nueva calamidad para el
continente, que ya padece sufrimientos infinitos.
(...) La entrada de China en la escena africana podría representar, para Pekín, su
coronación como superpotencia mundial, capaz de hacer milagros tanto en casa como
en las tierras más ingratas del planeta. Para África se trata sin duda del resurgimiento
tan esperado desde la descolonización de los años sesenta, de que por fin llega su
hora, de la última esperanza del presidente guineano pero también de 900 millones de
africanos, la señal de que nada será como antes. Pasemos revista a los protagonistas.
En primer lugar, los chinos. La historia, tal como se cuenta en Occidente, dice que
desde hace milenios viven una aventura trágica, esencialmente colectiva y confinada al
interior de sus inmensas fronteras. Un día de diciembre de 1978, cuando el Imperio del
Medio apenas se estaba reponiendo del tormento de la revolución cultural, Deng
Xiaoping lanzó una consigna revolucionaria: "Enriqueceos". Veinte años después, este
eslogan se ha convertido en el credo de mil trescientos millones de chinos, y algunos lo
han conseguido. Para otros, la población rural sobre todo, la vida se ha vuelto
imposible. Desde la noche de los tiempos, los campesinos chinos intentan dejar su
tierra por un mundo mejor. Se dice que la diáspora china es la más numerosa del
mundo, con cien millones de personas, y la más rica. Sobre todo en el sureste asiático
está formada por migraciones anteriores a nuestra era, pero se desarrolló
considerablemente a finales del siglo XIX, cuando los europeos, que acababan de
forzar la entrada a los puertos chinos, sustituyeron la trata de negros por la trata
de coolies, los trabajadores chinos. La abolición de la esclavitud hizo entonces
necesaria la contratación de ocho millones de chinos para las grandes obras de la
época: las minas de Australia, el canal de Panamá y las vías del ferrocarril del Congo
Belga, Mozambique, del Transiberiano o del Central Pacific Railway en Estados Unidos.
En 1870 ya había 50.000 chinos en San Francisco. Estas migraciones continuaron
durante el periodo comunista, pero más hacia los países desarrollados de Europa y
Norteamérica, donde alcanzarán la cifra de diez millones.
Todavía en el año 2000 Pekín trataba de frenar este movimiento para no manchar la
imagen del régimen. Hoy en día lo fomenta, especialmente para los valientes que
quieren probar suerte en África. Para los dirigentes chinos, y particularmente para su
presidente -apodado en ocasiones Hu Jintao el Africano-, la inmigración se ha
convertido en una parte de la solución para reducir la presión demográfica, el
sobrecalentamiento económico y la contaminación. "En China tenemos 600 ríos, de los
cuales 400 están muertos por la contaminación", declaraba, amparado en el
anonimato, un científico aLe Figaro. "No saldremos adelante si no enviamos a 300
millones de personas a África".
De momento son cientos de miles los que han dado el gran salto.
Y así es como acaba, en el más absoluto silencio, una de las últimas etapas de la
globalización: el encuentro de dos culturas que no pueden estar más alejadas. En
África, su nuevo Far West, los chinos descubren a tientas los grandes espacios, el
exotismo, el rechazo, el racismo, la aventura individual e incluso interior. Descubren
que el mundo es más complejo de lo que cuenta el Diario del Pueblo. Estos emigrantes
tan pronto son depredadores como héroes de su propia historia, conquistadores o
samaritanos. Se relacionan entre ellos, comen como en su país de origen, no hacen
ningún esfuerzo por aprender las lenguas autóctonas, ni tan siquiera francés o inglés, y
hacen un gesto de desagrado ante la idea de adoptar las costumbres locales, por no
hablar de ¡casarse con una mujer africana! A fuerza de haber estado encerrados entre
sus grandes murallas durante milenios, los chinos habrían perdido el deseo de
adaptarse a otras civilizaciones o de convivir con ellas. Pero ninguno regresará
indemne de África. (...)
(...) Por otra parte, su Gobierno también ha cambiado desde que ha intensificado su
presencia en África. Muy apegado a su lema de "no injerencia" en los asuntos internos,
se va dando cuenta de que un apoyo demasiado evidente a algunos dictadores puede
causarle un perjuicio considerable. Por ello Pekín, habiendo sido el principal aliado de
Jartum o de Harare, trata ahora de apagar el ímpetu guerrero de Sudán en Darfur y
sólo ayuda con cuentagotas al dictador Robert Mugabe de Zimbabue.
A continuación, África. Las potencias coloniales la saquearon hasta 1960 antes de
perpetuar sus intereses respaldando a los regímenes más brutales. La ayuda, estimada
en 400.000 millones de dólares durante el periodo comprendido entre 1960 y 2000
(400.000 millones equivale al producto interior bruto de Turquía en 2007 o a los
fondos que la élite africana habría ocultado en los bancos occidentales), no ha
producido el efecto deseado y posiblemente, según una teoría en boga, habría
empeorado las cosas.
En cualquier caso, África ha sobrevivido gracias al sentimiento de culpabilidad de los
occidentales, a los que ha acabado desanimando. Haciendo fracasar todos los
programas de desarrollo, siendo la víctima eterna de las tinieblas, las dictaduras, los
genocidios, las guerras, las epidemias y el avance del desierto, se muestra incapaz de
participar algún día en el festín de la globalización. "Tras su independencia, África
trabaja en su recolonización. Al menos, si ése era el objetivo, no podía haberlo hecho
mejor", escribió Stephen Smith en Négrologie, antes de continuar con estas palabras
terribles: "Sólo que, hasta en eso, el continente fracasa. Nadie volverá a arriesgarse".
Error: China lo ha hecho.
Para alimentar su crecimiento desmesurado, la República Popular tiene una necesidad
vital de las materias primas que abundan en el continente: petróleo, minerales, pero
también madera, pescado y productos agrícolas. A China no le desanima ni la ausencia
de democracia ni la corrupción. Su infantería está acostumbrada a dormir sobre una
estera y a no comer carne todos los días. Ellos encuentran oportunidades donde los
demás sólo ven incomodidades o despilfarro. Los chinos perseveran donde los
occidentales han tirado la toalla buscando un beneficio más seguro. China mira más
lejos. Sus objetivos sobrepasan los antiguos cotos privados neocoloniales y despliegan
una visión continental a largo plazo. Algunos tan sólo ven en ello una estrategia,
aprendida de Sun Tzu: "Para derrotar a tu enemigo primero hay que respaldarlo para
que baje la guardia; para recibir primero hay que dar".
"(...) Otros creen sinceramente en las relaciones 'ganador-ganador", el lema de la
propaganda de Pekín. De hecho, China no sólo se apropia de materias primas
africanas. También vende sus productos sencillos y baratos, arregla las carreteras, las
vías férreas, los edificios oficiales. ¿Que falta energía? Construye presas en Congo,
Sudán y Etiopía y se prepara para ayudar a Egipto a relanzar su programa civil de
energía nuclear. ¿Que se necesitan teléfonos? Equipa toda África con redes
inalámbricas y fibra óptica. ¿Que las poblaciones locales se muestran reticentes? Abre
un hospital, un dispensario o un orfanato. El blanco era paternalista y presumido. El
chino es humilde y discreto. Los africanos están impresionados. Actualmente varios
miles hablan o aprenden chino. Otros muchos admiran su perseverancia, valentía y
eficacia. Toda África se alegra de esta competencia que rompe los monopolios de los
comerciantes occidentales, libaneses e indios.
Día a día, los pactos de amistad se transforman en acuerdos de cooperación; los
préstamos sin intereses, en contratos de explotación, Pekín sustituye a París, Londres y
Washington en los ministerios africanos y a veces en los corazones. También excluye a
su rival, Taiwán, implantada desde hace tiempo en el continente, imponiendo la regla
"o ellos o nosotros". Las repetidas visitas del presidente Hu Jintao y de su ejército de
diplomáticos hacen maravillas. Para abastecerse en África como en un supermercado,
en todas las secciones, evoca con habilidad el espíritu de los no alineados, ofreciendo
el modelo chino de desarrollo, el "consenso de Pekín" en lugar de la píldora amarga del
"consenso de Washington" preconizado por el Banco Mundial y el FMI: privatizaciones,
descentralización, democratización y transparencia.
De esta forma Hu Jintao abre también una brecha en los modelos heredados de la
colonización como el de la Francáfrica. Sin embargo, había algo chino en la manera en
que el Elíseo respaldaba al mismo tiempo a los dictadores y a las grandes empresas
francesas. Pero las redes tendidas por Jacques Foccard para prolongar la influencia de
Francia en sus antiguas colonias se deshicieron en los años noventa, cuando Francia se
distanció, sermoneando de repente a los autócratas sin preocuparse de la suerte que
corría la gente.
Parece como si París, encerrado en su visión paternalista y condescendiente de antiguo
colono, no hubiera sido capaz de ver que África estaba cambiando, enriqueciéndose
gracias al precio de las materias primas, y se retiró en el momento preciso en que
Pekín entró.
Por tanto, China en África es algo más que una parábola de la globalización: es su
culminación, un vaivén de los equilibrios internacionales, un temblor de tierra
geopolítico. ¿Se ha instalado allí en detrimento definitivo de Occidente? ¿Será la luz
providencial para el continente de las tinieblas? ¿Le ayudará a ser dueña de su propio
destino?
China en África. Pekín a la conquista del continente africano, de Serge Michel y Michel
Beuret (Alianza Editorial). Precio: 22 euros.

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