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2500 d.c.
marco valdivia

publicado en marzo del 2009 bajo licencia creative commons

la fotocopia, reproducción y cualquier forma de piratería


esta permitida

edición original 2001


arequipa - perú

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CAPITULO I

Todo esta oscuro, la escasa luz que aun existe penetra por la esquina de la habitación, por
donde se cuela un agujero; en verdad nadie jamas supo que hay mas allá de ese muro. Todo esta
listo...
PROCESO INICIADO...
100 %
CONECTAR A USUARIO...

Estoy listo - decía mientras cogía el extremo biológico del operador, para someterlo al
impulso de su propia energía.

De pronto de esa oscuridad, se abre una luz, blanca, muy blanca. Una luz cegante, que se
aclaraba muy lentamente. Poco a poco se podía ver a lo lejos unas pocas figuras opacas, aclaradas
segundo a segundo... era un sueño nuevo; extrañas criaturas volaban en torno suyo, mientras el
batiendo las oportunas alas, trataba de alcanzar el sublime azul que se blandía encima suyo. El olor
era algo nuevo, inclusive sentía el frío que debió provocar alguna vez ese paraíso. Extrañas formas
debajo, todo de un color extraño, parecido a nada conocido, mientras una sustancia serpenteante
parecía alimentar toda la vida a sus pies.

Alas finitas de colores se acercaban a él; pensó haber encontrado la realidad en una historia
que solía recordar de su infancia. Cuando Q nació la oscuridad ya era real en todo su mundo, para
entonces la imagen que veía, era solo un vago recuerdo de su abuelo, que solía confiar a Q, aquellos
días en que quedo bajo su cuidado, viviendo en un sucio refugio, luego que sus padres fueran
destrozados por algo que jamas nadie supo a ciencia cierta.

Un aire puro; vio su alma reflejada, tal como el la había soñado, en su cuerpo. El sueño era
mas amplio que ese sucio techo que limitaba todo el mundo. Seres distintos caminaban debajo de el,
volaban, se le acercaban. Parecía que ese raro lugar por ese momento estaba enteramente a su
servicio, parecía que todo se movía por la sola razón de su presencia.

De pronto un aire helado penetro en sus venas, y lo saco de sus felices cavilaciones.
Reconocía esa helada sensación; era miedo, que poco a poco se fue transformando en el peor de los
horrores. El siempre oyó, que en ese lugar, al que se adentraba como un novato, nunca debería
sentir algo así. Recordó en su temor, que su abuelo, que llamo así mas por afiliación sentimental, que
por familiar, ya que en verdad no lo era, apareció también misteriosamente dividido en muchas partes
que, en su afán de lograr algo que le impulsaba el alma, se demoro 7 años en reunir; había corrido
ese trágico fin por sus insistentes ideas de que mas allá de los oscuros pasajes en que vivían, alguna
vez hubo un hermoso paraíso como el que hoy día podía apreciar.

El terror sucumbió ante un agudo dolor mordiéndole la espalda... Luego la amarga oscuridad
dejada. Demonios Q! Vendrán por nosotros, debemos irnos- advirtió Pearl. Desconectó a su
compañero, viéndolo caer y empezó a correr, mientras Q, apenas se arrastraba por el suelo,
esperando la sobreposición al shock. No logró llegar a la puerta, en el momento que esta se cerró.

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Las paredes empezaban a adquirir una imagen gris, mientras se desfiguraban adoptando formas
claras. Pronto aparecieron frente a él, muchos hombrecillos, similares a cajas... eran como cajas
apiladas estructuradas con ligeras definiciones antropomorfas.

No pudo reponerse jamas de ese momento, pues los hombrecillos se acercaron a él, mientras
que parecían disfrutar de su tarea abocada a abrir heridas en cada centímetro de su cuerpo. Sangre
a borbotones inundaba la asfixiante habitación, mientras en un mudo actuar los enanos acababan a
pocos con la humanidad de Q. Por alguna de esas cosas que no se pueden comprender Q seguía
vivo, respirando su sangre y viendo sus miembros enrarecidos, desaparecer ante ese extraño
método. Pero no parecía tener dolor en el rostro, su cara más que eso denotaba un rencor confundido
en una resignación, que se iba tornando al final en una faz pintada por la satisfacción de un logro,
que no se borró jamas, hasta que el tratamiento llegó a ella, aniquilando sus sentidos.

Pearl emprendió una feroz carrera, por esos túneles, por los que había escapado
innumerables veces. Una respiración incesante y algunos daños que se formaban en las paredes que
lo rodeaban le hacían comprender que aun algo lo estaba persiguiendo. Era eso que Pearl conocía
muy bien, sin embargo imposible de describir. Eso que había aniquilado a Q, y a muchos otros que
pagaban con algo de comida por conocer ese paraíso, que había acabado con muchas vidas. Eso
que todos sabían que estaba en todo el maldito lugar, y que según algunos decían era la basura que
obligo a la gente a vivir en los túneles, y destruyo el mundo fuera de él. El final del concierto de
golpes fallidos, indico a Pearl que el peligro había pasado, solo algunos metros adelante tomo un
reducido túnel entre las paredes y descendió hasta caer a un gran salón, iluminado por un moribundo
fuego. Se podía ver algunas sombras entre las columnas y por algunas de las paredes mas oscuras.

Todos nacemos en un mundo en el que luego se nos obliga a vivir, un mundo al que debemos
comprender, mundo del que debemos comer y en el que debemos construir, en el que debemos
aprender a comportarnos y llegar a ser un engranaje de esos miles que ya existen, y que mueven
lentamente una máquina tan pesada como amarrada, con un nudo y un juego tan complejo, que creo
ya no se puede remediar. Quizás solo arrancando de la raíz todas las sucias bases de la que esta
hecho. Vivo en un mundo en el que en un comienzo fui feliz, en el que pensaba que existía luz, una
luz necesaria y bella para mis intereses. Durante esa primera época creo que fui feliz, y en verdad lo
fui, nunca me faltó nada de las absurdas necesidades que aun hoy recién comprendo. Nunca tuve
hambre, nunca sufrí la ausencia de un juguete que tan solo me enseñaba como ser mas hombre,
como prepararme para el día en que finalmente se ensuciaría mi alma, y estaba preparado para girar
apoyando el caminar de esta sociedad. Nací alguna vez hace mucho tiempo, un día que había fuertes
vientos y una niebla gris caía sobre todas las cabezas, pero yo nací dentro de una brillante esfera,
donde respiraba el aire mas puro de este mundo, donde nada penetraba, donde iba a crecer y
fortalecerme. Todo lo malo que a voces llama el sentido común, que por entonces también era malo
para mi, se encontraba fuera y muy lejos de la esfera. Solo lo conocía por televisión, si solo por
televisión. Pero llega el día que esa esfera es tan delgada que se rompe y te deja oler la pudedumbre
de afuera.

Nací hace mucho tiempo, de verdad demasiado para lo poco que he visto de este mundo, tan
basto que no alcanzaría la vida de todos para conocerlo y admirarlo, solo eso, y no esmerarme en
destruir algo que definitivamente alguien se encargó de hacer con mucha mas arte que la tendremos
todos jamas en nuestras manos.

Decidí, viajar por fin a ese mundo donde yo sabía que hallaría una real felicidad, ese universo
pleno que estaba seguro que quedaba mucho más allá de los límites de la cloaca en la que me había
tocado vivir. Me animé a partir, en una noche que las nubes del cielo parecían decirme que aun este
mundo podía salvarse, pero mi agobiante mirada se fijo nuevamente en toda la basura que adornaba
el mundo, volví a ver las inmensas torres de desperdicios que se ubicaban por doquier y hasta el final
del horizonte, habitadas por oscuros seres que habían sido los encargados de construirlos; entonces

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vi al cielo y volví a ver el techo gris de siempre, que me aclaraba que ya no podía seguir aquí. Partí
con ánimo, que fui perdiendo en el transcurso de mi camino, destruida mi felicidad por estos cerros
de la gente, la gente, que aprendí a odiar, mientras aprendí a vivir entre ellos. Caminé largos trechos,
perdiendo la fuerza rápidamente y desmaye mi intento, algunos días después, cuando al llegar al final
del horizonte, vi un gigantesco pantano hasta otro nuevo horizonte. Un pantano seco, donde vivían
unos seres tan perversos como los que deje, que eran felices revolcándose en la basura, que
lentamente iban robando de la cloaca de la que había escapado. Toda mi labor se caía a mis pies ,
cuando me enteraba que este hediondo pantano estaba rodeado allá en ese lejano horizonte, por una
nueva y mas apestosa cloaca, "mas deliciosa que la anterior". Moría en mis pies, no podía soportar
que este silo era eterno, caí sobre una porción de tierra, la ultima que parecía viva en todo mi
entorno, lloré por las manos mientras arrancaba mi ira contra mi mismo, no quería vivir en este
mundo, y mi alma se estremecía al saber que no habría nada mas allá.

Llorando, mordiendo la tierra, me quede dormido con la nariz adolorida por la materia que
emanaba de todo el lugar. Rato después me levante a llorar, y probé algo de esas cosas que venden
en los basureros, y a la que el vocabulario urbano le ha dedicado tantas sórdidas palabras, que
jamas pude recordar ninguna. En eso estaba, cuando racimos de ratas se acercaron haciendo un
gran estruendo, felices por el botín de porquería conseguido en la ciudad, el miedo mas gigante que
recuerdo se apodero de mi, se me helaron las piernas, y tuve que arrastrarme para escapar de ahí.
Me deslice por una cuesta, y resbale y empece a caer sin ninguna esperanza de control hasta una
corriente de agua, rodeada completamente de la peor basura, pero con el líquido mas claro y puro
que jamas pude recordar. Mientras caía hacia ella, mil pensamientos de esperanza se conectaron en
mi cerebro.

En el agua logré ver algo oculto por la corriente, un túnel parecía hecho por animales, algo de
lo que me enteré en la ciudad, cosas que te cuentan los viejos, por supuesto historias que no pude
creer porque nada de eso ya existe. Pero decidí alucinar y dar rienda suelta a mi demencia creada
por la contaminación de mi vida, estaba loco y ahora seria el castor de las historias del abuelo.
Entonces penetre en el túnel, y casi ahogado salí del otro lado en un callejón oscuro, que daba
dirección a la ciudad, era un túnel como los de allá de cielos grises, y decidí penetrar en él.

Vivo en un mundo, que aun hoy, tanto tiempo después no puedo comprender. Mi nombre, si
se puede considerar tal es Q, porque es como soy. Soy algo que esta de mas en este mundo porque
no tengo una función que hacer, sino que debo estar en algo que pueden hacer los demás, y
pertenezco a algo que solo en el pasado tuvo sentido. En este raro túnel encontré un momentáneo
hogar, donde todos perseguían el mismo sendero que yo, solo deseamos escapar del basurero que
sobrevivía afuera donde jamas fuimos felices. Salíamos algunas veces en busca de comida y nos
preparábamos ansiosamente para el día que debíamos partir, pero yo jamas llegue a ese mundo,
pero debo enorgullecerme que creo que lo conocí. Viví pocos años en la mierda, que es la mejor
palabra que encuentro en mi reducido mundo para lo que hay afuera. Solía echarme a llorar de
impotencia porque en verdad ese túnel era la cosa mas horrible que jamas vi. Solo me alimentaba de
sueños y esperanzas, solo tenia sentido el sueño de todos, y el sentir que por fin había encajado en
algún lugar, que sin darnos cuenta formaba una pequeña máquina, similar al monstruo que operaba
afuera, mas pequeña pero que corría el mismo destino.

Ahora vivo en un lugar que no comprendo y en el que tampoco soy feliz, pero al menos
perderé algo de tiempo aprendiendo a odiarlo.

La sangre limpiaba el aire de la habitación, mientras el paraíso se había detenido en la


pantalla. Pronto entrarían las ratas del pantano guiadas por el olor de la muerte que tanto les
agradaba, pero no podrían borrar aquella mirada que se figuraba sobre esa masa orgánica ya sin
forma, que expresaba el placer del final, que expresaba que todos podemos conseguir algo que
queremos, y cuya recompensa final y la mejor siempre será la muerte.

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'Estoy solo, triste y solo, cegado por la luz de afuera, que consiguió minar mi alma, que
consiguió enseñarme que nací para nada, para manejar el monstruo que tanto odio, para tildar mi
maldad sino soy como ellos quieren que sea. Solo espero la tranquilidad del limbo, del sueño eterno,
de ese sitio donde pueda ser ciego y feliz'.

CAPITULO II

'Veo una gran paloma en el cielo, sus alas alcanzan una envergadura infinita. El ave vuela
sobre mi, pero unos edificios extraños a mi alrededor me impiden de pronto contemplar su imagen. Al
fin abierto el obstáculo, veo que la maravillosa ave esconde la cabeza bajo el ala y desaparece. Soy
solo un grano de tierra, que observa el cielo sobre
si. Sólo espero alcanzarlo, sólo espero morir'.

Ta, solía soñar que algún día comprendería mas de su mundo, como para bautizarse
nuevamente. Su nombre correspondía, a lo único que decía encontrar sentido. Nadie recordaba por
qué y como iniciaron esta vida. Ta se recostó en un muro, sollozando, cogiendo con rudezas sus
cabellos, golpeaba brutalmente su cabeza contra esos fríos muros. Pearl, se comunicaba con un
amigo por la computadora. Un amigo, que el decía tener, pues ellos no conocían a nadie mas en el
mundo. Pearl recordaba escribir, aunque no sabía cual era su verdadero fin, lo usaba para
comunicarse consigo mismo, y recibía plácidamente emocionado las cartas que él mismo se
enviaba… estaba tan arraigado su actuar, que el mismo pensaba que en el mundo había alguien mas
que los fríos amigos con los que pasaba su vida. No sabia cuál era el motivo de su presencia aquí, e
intentaba darle un sentido con ese raro juego del amigo imaginario. Sus días solían ser pesadillas
monótonas, llenas de aburrimiento, pero no sabía ni tan siquiera como terminar esa rutina, solo huía
para evitar el dolor que reconoció en algunas personas que hace tiempo conoció. Pero Ta tenia
marcada la señal de la muerte en su frente. Algo amargo en la garganta le había hecho perder cada
vez mas la sed de continuar viviendo. Pearl terminó su juego, y Ta no quiso seguir, algo asfixiaba su
cuello y sin decir palabra alguna emprendió hacia la entrada, Pearl no entendió su actitud pero lo
siguió. Caminaban juntos por esos oscuros pasajes, cuando Ta vio un extraña hendidura en una
pared, por la que decidió entrar, su amigo comprendió todo el acto sin haber una palabra entre
ambos.

Al fondo del túnel que formaba caprichosamente estaba una luz, cegante como jamas verían
en sus vidas otra. Cegado por la extraña presencia, Pearl decidió retroceder herido por la fuerza de la
luz, en tal intensidad que se sentó al pie de la grieta muchas horas, atontado sin saber a ciencia
cierta la realidad de su alrededor. Pero Ta ya no tenia nada que perder así que continuo por el
brillante camino, y al fin tras un molesto andar llego al extremo de una gran roca donde se miraba
mucho mas allá del horizonte. En frente tenía un gigantesco desierto de arenas blancas, muy
blancas, y al fondo se podía ver que su cielo dejaba de ser gris para convertirse en el rojo mas
precioso que jamas vio, adornado al final por una hermosa esfera dorada que parecía alejarse cada
vez mas. Era la primera vez que Ta miraba el sol. Era el paraíso sentido por sus propios sentidos, ya
no existiría nada mas, ahora si seria preciosa la muerte, por fin seria verdad su felicidad; y él quería
morir así. Vio que la roca en la que estaba era muy alta, por fin pudo encontrar los límites de la gran
basura, el sueño de todos tenia al fin un sentido. Pero era muy hermoso para volver, y decirle a
nadie, su hora había llegado, y se dejo caer, echando la sonrisa mas sublime que jamas pudo

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imaginar. Pero cayó sobre la blanda arena, el paraíso había abierto sus brazos y lo recibió sin
hacerle el mas mínimo daño.

Sonrió en su gloria, y decidió seguir esa esfera, pero estaba demasiado cansado, y sus
piernas se doblaron y cayó pesadamente sobre la arena, perdiendo el conocimiento inmediatamente.

Cuando despertó, la gran esfera se encontraba sobre él, sonrió y deseo con todas sus
fuerzas abrazar por fin el sol, inclusive la roca que bordeaba la gran ciudad brillaba naturalmente de
una forma impresionante, pero aun el cielo era un poco gris; entonces decidió avanzar hacia donde el
cielo era claro. A su paso veía como sus pies se hundían sobre la blanda arena, y decidió quitarse los
zapatos, era tan suave sentir esas minúsculas rocas rozar su piel. Era tan fresco sentir ese fuerte aire
en su rostro. Se echaba en el cálido suelo y se revolcaba sobre la limpia arena. Bailaba y recordaba
cuando debía vivir en la ciudad, agazapado por el pesado ambiente del mundo. Cuando solía escapar
de ese mundo, aunque solo por momentos, no podía creer que ahora por fin era libre.

Caminaba viendo pequeños seres que llevaban una ordenada y apacible vida lejos de toda la
inmundicia que por fin había abandonado Ta. Su piel estaba roja, adolorida por la severa exposición
solar sufrida en el candente desierto, pero eso no le importaba, era algo nuevo en su vida. En la
ciudad jamas había visto el sol, todo era gris y oscuro, alimentado por la rueda que se encontraba en
el centro, algo a lo que todos llamaban sociedad. Todos en la ciudad trabajaban para mantenerla,
destruyendo sus vidas para que ella sobreviva, algo que jamas nadie consciente pudo comprender.

Sepultado de conocimientos, que favorecerían la destrucción, solo avanzaba esperando


poder tragar la bola que aun le molestaba en la garganta, ese tamborileo que jamas le dejó en paz,
sumido en lo mas profundo de su inconsciente esbozaba la primera y mas sincera sonrisa que
realmente pudo lograr en toda su vida. El viento avanzaba echando hacia los lados su cabello,
acompañado de una dulce música de iglesia, que por fin consiguió apreciar. El sol aullaba su
felicidad, todo el mundo era bello, y estaba a su alrededor, esperando por él. Por fin lo comprendía
todo; era tan sencillo. Su mente se nubló aun mas al recordar lo absurdo de la sociedad, que te
aprisiona a una gran tela con miles de dolorosos alfileres, que muchas veces no te dejan escapar
nunca.

Ta había vuelto a nacer en una verdadera urbe de vida, donde el por fin era un elemento
valioso, conocería el amor, la verdad, y todo aquello que todo el mundo explica con seguridad tajante,
pero que en verdad nadie conoce. Le dolían los ojos, los oídos, la boca, la nariz, la cabeza. Era la
primera vez que usaba su cuerpo, antes había sido un títere de algo, algo. Se sentó muy cansado,
por fin alcanzo su objetivo y el cielo mas azul de toda su vida le miraba desde arriba. Pero
nuevamente el sol se iba dejando el rojo mas bello del mundo sobre su cabeza, mezclado con colores
que en su vida jamas vio.

Se sentó, sobre la eterna arena, su boca estaba seca y tenia hambre, pero no parecía nada a
lado de lo que estaba seguro que vendría. Espero ver que llegaba cuando el sol se iba, y por un
momento se asusto al ver que solo quedaba una fría oscuridad, pero poco a poco, gota a gota, el
cielo se fue llenando de unas pequeñas luces, que iban invadiendo completamente el cielo, de
muchos tamaños y formando muchas bellas cosas. Ta nuevamente fue feliz, él nunca había visto
estrellas antes. Las sentía sobre si, bailando unas extrañas melodías de la mas hermosas que jamas
había oído. Ya nada funcionaba mal en el mundo. No necesitaba nada mas en esta vida que lo que
tenia en ese momento. Por fin le pertenecía al mundo, y se sentó mudo el resto de la noche solo a ver
como bailaban y cambiaban las luces del firmamento.

En esas cavilaciones lo sorprendió un rayo de luz por la espalda, volteó extrañado para
confirmar que la inmensa bola de fuego, había vuelto comunicándole en silencio que seria su último

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día juntos. Aceptó feliz la noticia, por fin había conocido la vida, era tan bella que debía acabar
pronto, porque lo que es malo, de castigo te dura mucho tiempo.

Empezó a saltar, y empezó a cantar todas las canciones que se sabia, una a una. El hambre
le oprimía la barriga, pero cuando uno por fin vive eso no importa. El viento acompañaba su canción.
La arena le servia de pista de baile. Era el mas enfermo, el mas loco, el mas cursi. Como te señalaría
hoy la sociedad si te viera, porque ella no acepta que la gente viva. Pero se acabo la estupidez, y por
fin era la hora de poner los pies en la tierra, y en todo ese tiempo el sol se preparaba para marcharse,
pero esta vez no partiría solo, se llevaría a su mas nuevo hijo. Ta caminó por el desierto hasta
alcanzar el sol.

Los cánticos insistentes de grillos, dirigidos por la noche alrededor de algunos pocos charcos
lejanos, me daban la idea de flotar; en mi rostro se dibujaba una sonrisa que no podía evitar.
Mientras, sentía las aguas bailar y señalarme el cielo, todo ese árido desierto gozaba de mas vida
que cualquier ciudad, el viento me acariciaba y me animaba a intentarlo, envolviéndome de confianza
me apoyaba como la madre ave incita a su polluelo a alzar vuelo.

Abrí mis brazos y empecé a elevarme rodeado de un maravilloso juego de polvo de colores,
era un niño otra vez; y me eleve velozmente contra la gran esfera que parecía recibirme con
impaciencia. No conocí jamas el sol de verdad hasta ese momento. La calor, aun a gran distancia
irritábame mucho la piel, chamusqueando mis cabellos, encegueció mis ojos. Aun mas rápido me
adentraba en ella, haciendo hervir mi sangre, y ahora estaba desnudo, pues mis ropas no soportaron
el fuego y se desintegraron muchos kilómetros debajo. Todo en la tierra estaba oscuro, pero el sol
esperaba por mi; maravillosamente me invitaba a integrarme, a dejarme comer, a ser parte suya, a
ingresar en ese sistema.

Los agudos dolores de todo el cuerpo, me decían que estaba soportando el máximo. Veía mis
miembros siendo reducidos casi solo a huesos, mi poca piel era dura y negra, y la sangre seca
opacaba mis movimientos. Pero pronto esa cascara caería, dejándome ver como en realidad era: todo
el Ta que recordaba era ahora polvo cósmico, y por fin reconocía mi verdadera forma, parecía de
cristal, el mas reflejante y puro cristal, como hecho de algo, no sé, algo que jamas vi en la tierra.

Entonces por fin abracé el sol, volteé por ultima vez a mi antiguo hogar, y le sonreí
complacido, nunca sentí nada tan hermoso como hoy, por fin era feliz. Acerqué mi
mano al sol y la vi arder, comprendí que el sufrimiento era importante y quise tenerlo para siempre e
ingrese al paraíso de fuego que me esperaba. Ahora había muerto.

'Mi mente se nubla, por algo que la arrastra fuera de mi, se despega dejando ardor en mis
manos y alborotando mi sangre. Empiezo a vomitar seres, que ahora son mis hermanos, porque son
como yo, de la tierra, del aire, del agua y del sol'.

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CAPITULO III

Caminaba arrastrando unas pequeñas hojas, que había encontrado por el camino a casa, y
parecían apetitosas, por lo que las llevaba a mi pequeño refugio con esperanza de encontrarlo vacío,
y tal vez poderlas disfrutar solo. El hogar se encontraba tan cálido como siempre, y olía muy bien,
siempre sería cómodo estar ahí. Dispuse del trofeo obtenido y me senté a esperar la hora en que
todas las criaturas de la cloaca salen a divertirse. Realmente es un poco difícil conocer a ciencia
cierta en que momento reunirse, pues la oscuridad es un tanto monótona y no parece mostrarte
temporadas para nada.

En fin, pareció ser el momento indicado y partí, junto a donde pasaba el agua, que solía llegar
rica en alimento. Estaba muy fresco el ambiente y observaba un inusitado ambiente, todos parecían
describir una anormal situación. La conocí bajo el ultimo rocío de Diciembre, en un lugar que la gente
solía frecuentar, era como un hueco. Toda la gente de mi reducido y aburrido ambiente partía hacia
aquel sitio, yo temeroso de la soledad, a la que aun no comprendía, me acercaba a aquellos lugares
mundanos. No estaba sola en ese ruidoso sitio. Caminaba junto a muchos especímenes similares.
Digamos que no le tome en cuenta desde el primer momento, pero poseíamos unos conocidos en
común, y me fue muy fácil acercarme a ella. No era muy hermosa en apariencia, por eso para mi
retorcida mente citadina de esas épocas, no era un elemento llamativo. Pero después nos dirigimos
juntos a algo que en la ciudad llaman una fiesta. Estaba tan aburrida , como todo comenzaba a estar
por aquellas épocas para mi. Entonces me senté en un rincón, cuando sentí que alguien se me
acercaba. Me sonrió, silenciosa y con una simpática mirada me ofrecía su amistad, tal vez leyó algo
en mi, que yo demoraría en comprender. Hablamos muchas horas, acompañados del potente sonido
del lugar. Me admiraba cada segundo su reciprocidad conmigo, la manera tan fácil, con que
encontramos puntos en común. Hablamos sorprendentemente el mismo idioma. Tras larga charla se
sobrevino de golpe un inusitado silencio, nos vimos de frente a los ojos, hasta que yo perdí en el
juego de miradas, y dirigí la mía al piso.

- Si alguna vez te enteras que he muerto, lloraras - era un grito lastimero que me pedía con
llanto su atención. Volteé, nunca nadie me había hablado así. Era ella. Comprendí, que no conocía el
amor. Me abrazo sin hablar, y empezó a humedecer mi hombro con sus brillantes lagrimas, que
descubría el perfume mas sublime de desesperación y amargura, que en toda mi vida jamas vi. Sus
silenciosas lagrimas me hablaban de su malestar con el mundo, y que no había podido comprender
como usar su soledad. Pero se había vuelto observadora.

Yo aun no sabia ver, y encerraba mi mundo a la incomprensión de mi alrededor. Aun hoy no


sé hablar, pero ella me enseñó a observar. Todos le decían Kristal, pero jamas supe su verdadero
nombre…

Vivíamos impregnados de una aroma a mañana, conocíamos nuestro interior mutuamente, y


nos reflejábamos uno en el otro. Sabía que iba a decir antes de que lo haga. No éramos comunes. No
necesitábamos hablar demasiado, no necesitábamos intercambiar nada, mas que nuestras almas.
Estabamos complementados. Simplemente nos sentábamos uno al lado del otro, mirando el
horizonte, solo necesitábamos tocarnos lo suficiente para saber el uno, que tenia al otro a lado. Nidos

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de fuerza desprendían sus ojos, odios rabiosos, contenidos hacia la misma rueda, que había truncado
nuestras felicidades, pero que sin embargo también nos había unido hoy.

Bailábamos en las cenizas de nuestros pasados, solo necesitaba verla, observarla sonreír y
ser, para olvidar que yo ya no existía, que aun no sabia vivir, y que este aparente jubilo y felicidad,
también nos estancaba a ambos. Solía sentir su voz que me recordaba la realidad, el principio de
partir de aquí, de alejarnos del basurero donde éramos felices. Entonces debíamos separarnos.

Yo no estaba en sus planes de libertad, y ciertamente ella tampoco en los míos. Aun no sé si
nos amabamos o nos conocíamos de verdad, porque todo lo nuestro consistía en dibujar al otro,
como nosotros queríamos y soñábamos ser. Ella era el ideal perfecto de vida que siempre tuve, ella
era como yo sentía ser. Era como yo quería que fuera. Bailábamos en un nido de porquería, que nos
ofrecieron nuestros padres, y que sin embargo ahora era lo que nos unía. Decidí que debíamos
separarnos, ya no era tiempo de intentar volver al mundo, yo ya no le pertenecía. Debería pedirle un
reencuentro en otra circunstancias, donde ambos por fin fuéramos libres, donde pudiéramos dar el
último paso a la verdadera vida, pero juntos.

En la mañana del olvido ella vino a buscarme y me estrecho con inusual pasión, física, lleno
de ganas de favorecer sólo los sentidos; se echó en mis brazos buscando amor, buscando mi piel con
total avidez, buscando mi amor, buscando tenerme. Yo no quería eso, ella excitaba totalmente mi
espíritu, yo amaba su alma. Pero fui débil, y tampoco pude contener la atmósfera que ahí nacía, y la
favorecí, y actué, y caí en la trampa, que hábil cazador me tendía, pasmado por la belleza del
anzuelo. Su pequeña figura se unió a la mía en un agitado baile, animados por música que filtraba
nuestro suelo, y que sin embargo parecía venir de muy lejos.

-No ves la libertad en mi, no ves como te pega. No siento tu dolor. Sufre más- parecía
amarme al decirlo. Sus trabajos y sus palabras mientras jugábamos a ser terrenos, me congelaban
toda la sangre de las venas; sentía destrozado mi interior, la culpa y el mayor de los terrores de
pensar solo en dejarla. Quería ser su esclavo, no quería a nadie más en el mundo.

El ritual terminó con el mas sincero y grotesco aullido que pudo sonar en una situación tal. Un
aullido que partió mi cerebro en miles de porciones desiguales. Terminado todo esto, me dijo que ella
debía crecer, que yo no estaba en sus planes para liberarse, que no sabía si me amaba y conocía,
porque solo era lo que ella quería que yo sea. Que era muy tarde para intentar un nuevo regreso al
mundo. Y que esto era un adiós.

No dije nada. Tenía partido hasta los pies. Lloré callado. El alma la había dejado morir
pausadamente. Ella era sencillamente de carácter divino, y estuvo a punto de caer en el terreno de
los humanos. Yo erré al amar, amé como cualquiera, no supe amar de verdad. Caí en el abismo, en
un cañón precioso, con altas paredes de roca; estaba en el fondo, bañado por las aguas mas limpias,
con una tranquilidad apacible, rodeado de peces que me llevaban cargado por encima de este río,
hacia la cascada de mis sueños, donde bailaban blancas y delicadas ninfas, y venían a peinarme y
me regalaban las nubes del cielo.

Estaba aprendiendo a sufrir, y hoy sé que no hay nada mas hermoso que sufrir. El placer,
cualquiera lo obtiene, el dolor solo pocos lo comprenden y lo sienten de verdad. Me dejó, pero
también me dejaba una enseñanza, ella me hizo un paso mas libre. Me enseño que la justicia y la
moral son terrenales, que el dolor y la muerte son de dioses. Ella me enseñó a vivir, aceleradamente,
andando a grandes velocidades por canales subterráneos que me alejarían de la gran basura;
aprendí a oír porque desde entonces siempre oí su voz en todas partes, oía su silencio, que me
permitiera seguir adelante.

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Debía prepararme, debía vivir, y vivir es prepararse, prepararse para morir. Las lágrimas me
duraron poco, y emprendí hacia la torre de basura mas alta que había en la ciudad, y señalé el lugar
adonde debería emprender mi huida, fuera de esta cloaca sin vida, absurda, que llaman sociedad.

Ya no trabajaría para enriquecer a los demás, ya no trabajaría para enriquecer mis bolsillos,
sino para enriquecer mi alma. La rueda ya no se movería por mi ocupación, solo debía dormir un
poco, estaba cansado para partir. Busque a Buendia, un amigo de infancia, de familia célebre, pero
soñador como yo, y nos decidimos ir a conocer de verdad el mundo, a olvidarnos de esta peste y
buscar la felicidad. Dejaríamos que los infelices de aquí continúen en su miseria, no lucharíamos ya
por desatar el nudo asfixiante que nos oprimía las gargantas. Solo salvaríamos nuestras almas,
iríamos a vivir. Escapando del gran monstruo llegamos a las entrañas de uno mas pequeño, donde
nos escondíamos de las ratas, buscando como superar la gran barrera de desperdicios que enlodaba
los límites del mundo.

CAPITULO IV

Un golpe intempestivo, levantando gran viento se estrelló contra la cara de Pearl, sacándolo
de golpe de su atontamiento, empezó a escapar sin saber de que. Supo entonces que el algo había
vuelto nuevamente en busca de sus hijos infieles. Con el cuerpo adolorido, tropezando con todo a su
paso iba en pos del refugio que sabía lleno de sus amigos, y temía ya atacado por el terrible
monstruo del que escapaba. Y su correría fue brutalmente detenido por un látigo que estremeció su
espalda; la sangre que inundaba su cuerpo, le hacia ver que algo nuevo sucedería ante sus ojos… Mi
cuerpo se elevaba, dando veloces giros en el aire, rodeado de los oscuros muros, cada segundo una
sensación nueva llegaba a mi, iban desde el mas sublime dolor al placer infinito. No me gustaban
esos cambios, quería quedarme en uno que me satisficiera, y aborrecí la variedad. Interrumpido de
golpe, caí al suelo estrepitosamente, adormecido por las muchas melodías de miles de sonidos, que
no pude reconocer, todas escupidas por mi mente.

Aturdido recordé el ataque y me extrañó la forma en que desapareció; así que avance
adolorido hacia el refugio, disgustado por la sangre que había perdido. Llegué al cubil y me espanté
al ver la enorme cantidad de restos humanos diseminados, todos asaltados por las ratas. Me encogí
cogiéndome el estómago, respirando para sofocar las nauseas.

Volví al fondo del cañón de pastos verdes y de aves de alegres colores, sin arboles, sin
viento, pero con su propia atracción personal. Avanzaba junto al lecho de un riachuelo, alimentado
por altas y ruidosas cascadas. Maravillado, bebí el agua encantada, bañé en ella mis pies y empece a
saltar, salpicando agua por todo mi cuerpo. Era un lugar precioso del que nunca quería irme. Pero
eché de menos la compañía humana, en ese paraíso no habría mas personas que yo. Ansié una
mujer para compartir este mundito, ansié mostrarle como llegué a ser el rey de este lugar, y le
mostraría cuán pendiente mío estaban mis súbditos aire, tierra y río. Cuando llegué a esas
cavilaciones noté que estaba completamente mojado y de frío; ansié el sol para secarme, pero no

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l

llegaba aquí por ser el cañón escondido y profundo. Cada vez el frío perforaba mas fieramente mis
huesos y maldije mi condición. Era en verdad horrible padecer frío, no tener otras ropas para
cambiarme, ni siquiera sol para secar estas, y desprecié mi soledad. Un ruido en lo alto me mostró
tarde que una roca gigantesca caía contra mi, me empujó al río, y aplastándome no me dejaba poder
tomar aire.

La falta de oxígeno me hizo volver. Aun las ratas devoraban a mis hermanos, y yo asustado
traté de esconderme, pero fui sorprendido. Unos perros delataron mi presencia y fui capturado.
*****

El buen Pearl fue arrastrado fuera de la cloaca y llevado a lo profundo del pantano.

Desperté sorprendida por un pequeño rayo de luz que perforaba la sombra de los secos
arboles del pantano. Recordaba todo asquerosamente igual a lo que me sucedió. Fuimos asaltados
por las ratas. Usaron a los hombres como alimento, y a mi por ser la única, como mujer.

Me trajeron como a una reina, cargada por encima de los hombros de este horrendo batallón
de seres bajos. Me alimentaron con repugnantes trozos de desperdicio, que debí ingerir con
repulsión, pero impulsada por el temor; no parecían querer dañarme, pero me mantuve callada,
nerviosa, pero obediente a lo que sucedía.

Anduvimos largas horas por fétidos senderos, oscuros, cargados de la eterna noche de la
ciudad. Los nervios carcomían mi marcha; uno de ellos se acercó y en forma oculta empezó a
acariciar mi mano, lo vi con espanto mientras el dirigía la mirada al frente algo temeroso. Sus
hermanos descubrieron el acto y le cogieron por el cuello, y lo arrojaron con frialdad inhumana contra
los áridos arboles; frente a mis ojos despedazaron aquel ser, valiéndose solo de sus manos y dientes,
como perros de caza destrozando a la presa escogida por su infame amo; acostumbrados a toda
clase de barbaries similares, aceptadas y alabadas en la ciudad, ellos vivían su hazaña con
horrorosa naturalidad.

Prosiguieron la marcha sin apearse del aun jadeante hermano que dejaban. Mi mente me
mostraba insistentemente como en algún momento se detendrían para hacer lo mismo conmigo.
Imaginaba claramente como pendían mis miembros atados por un mísero sobrante de tejido, bañado
todo por borbotones de sangre; pero mi mente me mostraba algo nuevo, veía sus rostros, celebrando
con algarabía mi fin, eso era algo que ellos no hacían.

Finalmente la pesadilla terminó cuando llegamos a un bello lecho de arena blanca, único
durante todo el viaje, y me depositaron en él.

Me sentaron suavemente, y todos me rodearon, tal vez eran demasiados; uno me besó la
mano cortésmente y me miró con pasión, con amor, con la mirada que solo recibes de un viejo
enamorado, mientras otro acariciaba tiernamente mis cabellos. Con la misma suavidad me echaron
en medio de ellos. La arena era suave, inclusive el espacio gozaba de un aroma penetrante,
adormecedor, que cabalgaba por momentos mi mente fuera de mi cuerpo, que me relajaba en exceso
y me quitaba todas las fuerzas.

Con extrema delicadeza, en absoluto silencio rasgaron lentamente mis vestidos, hasta
dejarme totalmente desnuda, y tomaron con una delicadeza y una firmeza opuestas pero
perfectamente combinadas mis brazos y piernas, las cuales separaron suavemente. El primero se
echó lentamente sobre mi, y comenzó a satisfacer su instinto de amable forma, y el ambiente me
decía que ellos pensaban lograr lo mismo en mi. El horror de la escena me congeló los músculos, y
dura no atiné a moverme, ni la mas mínima reacción, solo mis mudos ojos se humedecieron,
prosiguiendo con un silencio llanto, petrificada, sin mente, sin estima, solo estaba ahí; mi temor no me

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dejo reaccionar de otra forma. Al verme llorar todos absortos se me acercaron, y un nuevo hombre
tomo la posta, mientras los demás recorrían con sus manos mi cuerpo, pasmados por mis lágrimas,
no comprendían porque el placer no llegaba a mi. Y así fueron pasándose anonadados el turno,
hasta que ya no pude contarlos, y no tuve mas líquido en el cuerpo para llorar, hasta que el dolor, me
hacia casi perder el sentido.

La misma luz, me hizo salir de mi viaje al temible pasado, y logré ver que las ratas traían a
Pearl; yo echada solo podía ver mas no reaccionar. Pearl me miró y susurró: Kristal!, se agachó a
lado mío y empezó a llorar, cogió mi morada mano, la puso sobre su cabeza y repetía
insistentemente: Kristal, mi amor, Kristal!!

Mi amoratado cuerpo no le respondió, la constante sangre que perdía por entre los labios me
impedía hablar, solo una dulce mirada le pude dar. Era aquel Pearl que nunca pude olvidar, tan
hermoso como siempre, aquel ser que me hizo creer que en la ciudad había algo que podía ser
mejor; no sé como pudo llegar hasta acá, quizás las ratas le encontraron deambulando por el
pantano. No sé.

De pronto, la luz invadió todo el lugar, como si los secos arboles de pronto hubieran
desaparecido. Mi cuerpo volvió a estar igual que antes, sano. Pearl me levantó de las manos, y me di
cuenta que estabamos completamente solos, y entonces Pearl me invito a volar. Ascendimos al alto
cielo, cogidos por dos inmensas aves que suavemente nos dirigían entre las nubes. él tenia una
mirada penetrante y desarrollaba una fuerza interior intensa que me hacia sentir protegida, amada,
me sentía pequeña y atada bajo sus brazos, subyugada a su poder.

Llegamos a un país sobre las nubes, verde como la mas profunda selva, lleno de agua
discurriendo por abundantes arroyos, un aire fresco e innumerables soles brillando intensamente en
el cielo. Por doquier miles de alegres niños jugando. Observé extrañada que todos tenían el mismo
rostro, mientras él, sonriente me aclaraba que eran todos nuestros hijos, fruto de las miles de veces
que nuestras mentes se amaron; eran hijos de nuestras almas, por lo tanto cada uno era un pedazo
de nosotros.

A su orden todos me rodearon y empezaron a besarme los pies, expresando algo así como
un gran fanatismo, mientras Pearl me cogía de la mano y me alejaba del alboroto, señalándome un
precioso castillo labrado en la roca, rodeado de infinitos jardines, de millones de colores, junto al cual
llegamos casi instantáneamente, llevados por las manos del viento.

Subimos por unas amplias escaleras, hasta llegar a una inmensa habitación. Me estrechó con
inusual amor, se echó sobre mis brazos buscando mi cuerpo con total avidez, buscando mi amor,
buscando tenerme. Yo no quería eso, él animaba totalmente mi espíritu, yo amaba con locura su
alma. Pero no pude contener la atmósfera que ahí nacía. Su enorme figura se unió a mi en un agitado
baile, animados por música que filtraba nuestro suelo, y que sin embargo parecía venir de muy lejos.

- No ves la libertad en mi, no ves como te pega, no siento tu dolor, sufre mas - Parecía
amarme al decirlo.

Sus trabajos y sus palabras mientras jugábamos a ser terrenos me congelaban la sangre de
las venas. Sentía el mayor remordimiento de la vez que pensé solo en dejarlo. Quería ser su esclava,
no quería a nadie mas en el mundo.

El ritual terminó con el mas sincero y grotesco aullido que pudo sonar en una situación así.
Un aullido que partió mi cerebro en miles de porciones. Me dijo que debía dejarlo, que debía crecer,
pero que debía hacerlo sin él; y puso sus dedos en mi pecho, dejando una sangrienta herida, en la
que introdujo por completo un dedo, llegando al fondo de mi. Mientras el arma se introducía, Pearl y

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el castillo se desvanecían, dejándome de pronto sola, en un deshecho cuarto, absorta en el mas


sublime dolor, el mas bello que jamas sentí. Sentía mi cuerpo flotar, perderse en la niebla de la
locura, mientras mis cuerpos iban muriendo, iniciado en mis pies y mis rodillas; así avanzaba la
eterna muerte por mi radiante humanidad, dejándome sumida en profunda paz, hasta que por fin vi
llegar la muerte justo en frente de mis latentes y finales ojos.
*****

Fui llevado por las ratas, que me miraban como si fuera diferente, como si no fuera un sucio
humano, un hermano, un igual, parecía que observaban algo diferente en mi y en todo el camino no
me quitaron los malditos ojos de encima. Sentía escalofríos, temeroso a cada instante de esperados
ataques, paranoico mis ojos buscaban insistentes las armas, sus manos, cualquier actitud que
pareciera que me harían daño.

Al terminar el camino, mi corazón se heló, sentía mi vida echada por tierra, trasladé mi alma,
y sentí que la mitad de mi cuerpo se podría. Ahí sobre un lecho de arena, con el cuerpo inundado de
sangre, acumulados sobre si moretones y heridas abiertas, estaba la única mujer que recordaba
haber amado; a pesar de su lastimera imagen, yo la miraba bella, pero mi corazón se ennegreció al
creer haberla perdido. Al creer que había muerto.

Me acerqué a ella, murmurando su nombre, Kristal, cogí su helada mano y sofoque mi dolor,
cuando sentí que aun estaba viva.

Tomé sus manos temblorosas, trataba de buscar una reacción suya para mi, había esperado
desde siempre por este momento, aunque no en estas circunstancias, pero ella solo estaba sombría,
lejana, y su presencia hacia ecos a distancia.

Colmado de desesperación, saturé mi alma de rencor, deseaba tener la fuerza suficiente para
destrozar a cada infame rata que había contribuido a que hoy pudiera perder mi mas grande tesoro.
Pero a la vez era cobarde, temía luchar, temía perderla. Los demás seres se mantenían distantes a la
escena y parecían confusos o preocupados, incomprensibles al dolor. Recordé nuestro adiós, cada
segundo de nuestras vidas juntos, recorrían por la llanura de mis recuerdos, veloces y ruidosos,
atormentados por la fiebre del dolor, acusados por lo que mis ojos veían, por lo que mi alma dolía.

El éxtasis del dolor colmo mi resistencia, cuando horrorizado noté que el pecho de mi Kristal
estaba ya inmóvil, y su rostro desecho parecía satisfecho y feliz.

Odié su placer, odié a los hombres, me odié a mi mismo. Cogí entre mis puños la arena y
cargado de ira la arrojé sobre mis llorosos ojos, para que olvidaran para siempre la cruel escena que
presenciaban. Después sentí que las ratas se alejaban, y entre sueños que alguien me llevaba a
algún lado, parecían voces amables.

'Siento el dolor carcomiendo mis entrañas, dolor que se llevó a quien amaba, dolor que volvió
feliz a la mujer que deseaba. Solo hoy, vacío de verdad, comprendo donde partieron todos mis
amigos, todos encontraron la vida, y la terminaron con justicia, guiados a la parte mas hermosa del
buen vivir, la muerte'.

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CAPITULO V

Mis pasos me llevaban a ningún lado, solo caminaba sin sentido, con miles de animales
dentro devorando mi alma, triturando mis ideales. Estaba a partir de hoy completamente solo en el
mundo; dudaba que en este universo quedara alguien como yo. Además estaba viejo, y lo sentía así,
ya no había en que mas perder el tiempo. Aquella alma que carga con los elegidos tal vez ya no se
fijaría en mi.

A partir de entonces no fue tan malo como se esperaba. Atrapado en la oscuridad eterna, vivo
en un asilo, de nuevo en la ciudad, y suelo oír la música que rueda acaudalada por los pasillos, y
algunos días viene grupos organizados, a acariciar con sus ásperas manos mi terrible destierro.

Guiado por pacientes enfermeras, quimeras de mi soledad, solía pasear por las calles oyendo
el irremediable bullicio citadino, pero ahora sentí un olor distinto, parecía que se habían animado por
fin a limpiar las calles, y ahora no tan bien, pero olía limpio. Sonaban sonoros llantos y sonrisas de
niños, como enseñándome que el mundo que había dejado, por el que decidí no ver nunca mas, ya
no existía.

Sentía sereno al pasar, cuando frías manos tocaban mis hombros, un sonoro ambiente al que
ya no era ajeno; entonces al fin supe que para poder vivir aquí, se debe ser carente de sentidos, y
sonreír al aire, toque mis manos, ya no cortaban mis pellejos. Entonces, solo entonces, sentí que mi
garganta se abría, se abría ese pesado nudo, al fin pude respirar tranquilo, la nariz dejó de dolerme y
después de tantos años mi alma al fin se sintió tranquila.

En el asilo nos paseaban todos los domingos después de la misa, a la que asistía
entusiasmado, dispuesto a escuchar nuevas historias, en las que me gustaba jugar, imaginando que
eran ciertas para mi, vividas por mi. Unas noches fui Alá, otras Mahoma, a veces Pedro, y me
fascinaba cuando jugaba a ser ese personaje tan belicoso llamado Lutero.

Un día fui Moisés, cómplice de miles de infieles, que solo tenían dos ojos, cegado el tercero
por la furia de Osiris al notar que escapan para ya no servir a su pueblo. Eran miles de hombres,
poseedores de una verdad distinta. Luché por ellos en aras de la libertad de pensamiento,
predicando el día en que todos los hombres se soportaran y amaran, y respetaran a los demás por su
función social, no por su religión, ni sus filosofías, ni su raza. Un día en el que el hombre probado
mas amador, mejor consejero, mejor hermano, mejor padre, mejor amigo, sea rey. Un día en que el
hombre probado mezquino sea desterrado, aquel hombre que quiera reinventar el dinero, las leyes,
que quiera apropiarse de las comida de todos, que diga es mía la tierra sin comprender que somos de
ella, no exista.

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Entonces avanzamos por un desierto de arenas blancas inmensas, donde el sol nos sonreía.
Y pude ver sentado en una alta duna a mi amigo Ta, observando detenidamente el cielo, y me levantó
la mano y me recordó constantemente hasta que lo vi desaparecer tras mío que me amaba. Besé sus
manos y continué adelante. Entonces fue que llegamos a un gran río, que en vez de agua llevaba
inmensas oleadas de carmesí sangre, alimentado por la hermosa herida de un gigante, que amable
contuvo su hemorragia para dejarnos pasar.
- De quién huyes hermano - me preguntó.
- Huyo del caliente Egipto, donde las tormentas inundaron de tristeza el corazón de mis
compañeros, donde nos comimos al buey Apis.
- Hey imbéciles. Te persigue a caso ese ejercito de hombres de largas barbas, es acaso él
quien se molesta porque mataste al animal sagrado. Pues yo amé al buey Apis que dejó en mi
costado esta herida, que permite la vida en este árido valle, pues detén tu marcha y entrégate a los
justos egipcios, si es que no esperas que la sangre tuya y la de tus hermanos alimente el caudal de
este río.

Asustado, entregué a la mas hermosa de mis mujeres a cambio de mi vida. Los egipcios la
aceptaron y prometieron adorarla si sabia cumplir con el rango de diosa que ahora los hombres le
otorgaban. La muy mujer, astuta como gran amante del poder, rápidamente enamoró al gran Osiris,
casándose con él, luego seria bautizada como Isis, luego seria muerta bajo el cargo de prostituta
celestial.

Me encantaba vivir ese mundo, donde el cielo era amarillo, y el pasto seco ardía en un fuego
de un profundo celeste, brotando de él un perfumado humo verde.

Ahora solo, hago mi mundo entre mi imaginación y mi oído, y suelo ponerme a bailar desnudo
muchas horas en mi cuarto, hasta que las piernas se me doblaban de cansancio, y hasta que las
desquiciadas enfermeras retiraban sus pérfidos ojos de la ventana. Ahora por fin sin verlas,
comprendo muchas cosas mas del mundo.

Hace algunos días dejé de moverme, por alguna razón mis músculos ya no respondían mis
ordenes, y solo vivo postrado en una cama, ya no puedo bailar, y solo vienen diferentes curas y
pastores a ayudarme a soñar, mi cabeza ya es calva y mi mente débil, y solo sigo en sueños las
historias.

Por los mismos días, dejé de oler el aroma de las amapolas que crecieron junto a mi ventana,
ya ni los fétidos perfumes de las enfermeras percibía, que parecían mas el resultado de muchas
horas de intenso deporte. Ayer noté que ya no tenia sabor la comida, que parece ser la del medio día,
ni la cena, y saboreé con agrado la antaño horrible mazamorra del desayuno, simplemente porque no
la sentí. Ahora inmóvil, sin olfato y sin gusto comprendo al mundo mejor. Ahora entiendo que las
personas mas malas son las mejores, que aquellas personas en las que desconfías son las que te
brindan su mano mas sincera y rápidamente, y que la gente que te mira de muy lejos, es la que mas
desea conocerte.

Esta mañana mi lengua amaneció rígida, y mis labios se pegaron mutuamente al igual que
mis dientes. Desde entonces no puedo hablar, y ya ni siento calor ni frío, solo oía los pasos de todos
preocupados, moviéndose mucho alrededor mío, diciendo cosas incomprensibles, siento gritos de
desesperación y hoy temprano oí a Kristal reír junto a mi cama. Nadie le dijo nada, como si no
supieran que ahí estaba. Entraron toda la mañana muchos compañeros del asilo, viejos amigos con
los que tuve interminables horas de conversación, a los que aprendí a querer oyéndoles, a los que
sinceramente decía amar, y de los que oí las mismas sinceras palabras.

p
q

- Pobre Pearl, no creí algún día verlo así, debe de sufrir, debe dolerle mucho. Pero no
comprendo, ante esta situación, su única reacción es esa sonrisa, una amable sonrisa - decían. Que
raro, yo no sentía ningún dolor, yo no sentía que sonreía.

El sonido empezó a colarse de todos los lugares, oía que todos los sonidos del mundo
llegaban hasta mi, que se colaban por las paredes, por el techo, todos llegaban instantáneamente a
mi. Oía la respiración final de Q, comprendí recién que si no me siguió aquella noche, era porque yo
lo seguiría hoy. Oí el adiós de Ta, y oí la risa de Kristal, estridente colmando toda la habitación,
acompañado ahora solo por los latidos de mi corazón. La risa de Kristal, la risa de Kristal por todos
lados.

Fue de pronto cuando el bullicio confuso comenzó a alejarse, a alejarse lentamente hasta ser
completamente nulo. Ahí sin sentidos, ajeno totalmente al mundo, comprendí lo último que necesitaba
saber de mi mundo, que estaba muerto, estaba desde siempre muerto.

CAPITULO VI

Me levanté de la cama de pronto. Estaba demasiado asustado, sudaba y sentía unas


horribles presiones en el pecho. Respiraba agitado. Volteé hacia la ventana, y vi una ligera luz
atravesándola, y comprendí que era muy temprano y que todo había sido un terrible sueño, y que
todo había vuelto a la realidad. A pesar de mi comprensión, un helado aire recorría mis manos, aun
estaba asustado, y pensar que mi pesadilla fuera realidad me hería la conciencia. Como fui capaz de
crear un averno tal, un desastre semejante; pero ocultos mis ojos por el aura que vierte sobre mi la
bondad de la mañana, comprendí tarde el verdadero significado de la profecía.

Ven, anunciaba mi ruego, ven por un pequeño momento. Sentía voces, susurros a lo lejos,
que parecían hablar de la tupida red de vestigios que ocupaba mi andar. Me senté y respiré
hondamente sintiéndome naturalmente complacido por la irrealidad de mi sueño, que si bien había
inundado mis temores mas subconscientes, me consolaba su real naturaleza. Cogí mis extremidades
hacia el suelo, impulsé mi cuerpo y me puse de pie, tarareando la melodía del despertar; estirando
los brazos me hice a la ventana. El cielo se volvió gris ante mis ojos y opaco, muy opaco y empecé a
caer, sentía que el conocimiento se alejaba de mi y terminé en el suelo con un doloroso resultado.
Algo raro se había apoderado, robándome la razón; arrastrándome trepé a la ventana y vi la clara
mañana orquestada por el campanario de la iglesia, normalmente abundante.

Giré para entrar y me detuvo la graciosa rama de un árbol, donde una pareja de avecillas
alimentaba sus polluelos, mostrándome la acción mas sutil de dulzura, que hace mucho no
recordaba. Rehabilitado mi ánimo, me acerqué a la radio, la encendí y sugestiva sucesión de
musiquillas se acercaban a mi revolucionadas, buscando por doquier la libertad del aire. Llené mi
cuerpo de la necesaria carga de líquido, me acerqué a la ventana, desplegué mis alas y me enrumbé

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r

al mundo. Me posé sobre el ruidoso campanario, saludando a educadas y cordiales señoras, que
recuerdo conocer desde que vi la luz marchita de la mañana.

Uno de los soles se oscureció de pronto, cubierto por una masa aforme de abejas, que
avanzaban hacia la ciudad. Todos tememos a las abejas, su veneno nos produce el ardor de las
espaldas, que culmina con nuestra muerte. Apresurado tome camino dentro de la iglesia y me senté a
orar en la primera banca. Sentí los gritos de dolor afuera, incomprendido. porque dios nos castiga, si
éramos justos, buenos y obedientes a sus leyes y mandatos, bebíamos solo del vino sagrado, solo
conocíamos su sangre como sabor de nuestro alimento. Sin embargo, sordo a mis ruegos, culminaba
lamentada la masacre en la tierra.

Las dudas asaltaron mis creencias, y el rencor se apoderó de mi, salpicado por la cobardía
que amarraba mis pies al suelo sobre el que estaba parado. Sentía que era flor, pero no poseía un
tallo, y desplegué mis alas ansiosas de justicia, y emprendí con vigor hacia la puerta. A fuera no
había pasado nada, la supuesta invasión se fue con mi razón; y las abejas, y la destrucción, donde
quedaba lo que vi.

Regresé a casa deambulando con la vista puesta en el infierno. Y al llegar perdí nuevamente
el sentido de las cosas, mi hogar estaba destruido, no quedaba ni el sombrío roble que brindaba el
oxigeno a mi habitación.

Volteé espantado para no ver como el fuego consumía la parte material de mi ser, y me topé
con los cinco enviados: dos ángeles, dos duendes y la misma muerte, de manos frías y con el aliento
que debilita los músculos. Me acusaron de servir al hombre y propiciar el ataque justiciero del ente
del trono supremo. Me mostraron con dolor como seria el duro castigo por haber conspirado contra el
poder creador, y fallar a la lealtad jurada. Perdí mis alas y mi cuerpo fue tornándose a desnudo, y mi
cabeza se rodeo de una espesa cubierta, obtuvé dos largas piernas, y mis dedos fueron recortados y
triplicados en número en ambos miembros, y el suelo se nubló de repente y empecé a caer en el
infierno.

Era ahora el hombre temido por nosotros, al que habíamos abandono por su pestilente
infidelidad. Es que ahora las deidades condenan la involuntaria función del cerebro, ni siquiera soñar
permitía su justicia. La poblada barba me recordaba la imagen que perdí cuando dejé por última vez
ese sucio mundo al cual ahora caía.

La repentina y brutal oscuridad me informó que había llegado al limbo, mi primera parada.
Cuando de pronto una tenue luz de vela llegó hasta mi. El sublime aire estilizado me hablaba de
Kristal, vestida con una túnica oscura, confundido con su largo y liso cabello. Su tez blanca como la
leche, como la luz, como el piso del cielo. Me besó tiernamente la mejilla, y me disculpó la presión del
consejo, que solían inventar ardides inverosímiles para lograr sus objetivos; esta vez era yo.
Avanzamos por algo que sentía con los pies, era un sendero, y me rogó le hablará de mi hogar, lugar
final del deseo de los oscuros habitantes del reino.

Le dije que las abejas destruyeron mi hogar y que no sabía cual era el mal que cometí, para
merecer tal prisión, y que no conocía tampoco a que exactamente debía bajar.
- El infiel nuevamente colma la paciencia del consejo. Ellos ahogan mas esa parte de su
hogar. No debes salvarlos, debes aniquilarlos.
Yo no amaba al infiel, pero siempre odié la idea de ser yo el que los destruyera.
- ¿Qué debo hacer?, estoy débil y no creo poder ni con la mitad de ellos. Además estaría
abatido eternamente por la huella de su sangre en mis manos.
- Promueve una guerra, es mas limpio - me aseguró - aun son rivales por el mensaje de
diversas personas que enviamos. A pesar de mi corta estancia, aun inclusive algunos me siguen.
- Pero los eliminaré así nada mas. Mañana no significaran nada mas para nosotros.

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s

- Sabes que el trabajo se nos salió hace tiempo de las manos. Debimos darles algo que no
deberían de tener. Sus fórmulas se alteraron, y aun hoy nos resultan venenosos.
- Debíamos, en todo caso acabarlos antes; porque esperar a que fueran tan abundantes.
Demonios, me duele el pensar solo en hacerlo. Ámame Kristal como antes, e ilumina mi cuerpo del
saber tuyo.

Tapó mi rostro con su bello vestido, oscuro como su hogar, y me besó tiernamente las manos.
Era suficiente, gozaba de la mayor fuerza, era poderosa y me desvanecía. Sentía que me entregaba
todo su cuerpo a través de sus labios, sería eternamente mía.
- Debo volver a un lugar que nunca quise. No me hace nada bien, el infierno, áspero, cortante
como navaja, envenena mi garganta solo el pensar en la segura amarga estadía.
- Hay misiones dolorosas, pero recuerdas que te doy suerte. Allá morirás pronto y volverás
aquí, y juntos subiremos al mundo superior, juntos construiremos el hogar destruido, y juntos seremos
felices hasta que por fin todos olviden que existimos y no nos molesten con sus eternas quejas; solo
entonces, en un mundo donde solo tu y yo importemos, donde solo tu y yo existamos, donde seamos
nuestros propios reflejos y sombras, viviremos hasta el fin, viviremos nuestra sed, viviremos nuestra
muerte.

Ahora la muerte es nuestra hermana, y pronto seremos uno los tres, embellecidos por el alma
cegadora de angustias, la que te da el don eterno. Esa idea me animó a continuar, con la promesa
hecha del retorno, mientras tramaba dentro de mi cabeza como arrasaría a los insignificantes que
hicieron miserables algunas instancias de mi superación.

Maquiné sobre interminables guerras, que solo conocerían descanso cuando ya no hubiera
nadie para luchar. Cogí su mano y la llevé a mi pecho, ella me sonrió y entonces partí en busca de
los bordes del limbo, en busca de sus límites para seguir descendiendo.

El vértigo me indicaba que nuevamente partía, el hueco del estómago era la señal cada vez
mas inconfundible de mi arribo a las tierras bajas.

Llegué al bajo cielo, reino blanco, eterno blanco, carente de vegetación, gobernado por las
aves, los seres mas divinos del infierno. Allí fui recibido por el príncipe quetzal, que me advirtió de
algunos peligros de los nuevos hombres que ahora vivían en el infierno.
- Han evolucionado sus cuerpos, gozan bajo el aire gris de sus pueblos, gozan matando todo
el ambiente a fin de conseguir riqueza. Ahora hemos huido de su intenso ataque, y nos hemos
refugiado en las blancas alturas, pero hemos recibido ataques desde altos edificios que han
construido y que han logrado contacto con este divino reino. Sé que viniste a aniquilarlos, enviado
por nuestras insistentes súplicas hacia el mas alto orden.

Asentí, no tenia otra reacción para la desesperación que miraba en sus ojos, confundidos en
lágrimas de impotencia. Le conté que había sido elegido una vez para salvarlos, hoy debía volver
para destruirlos. Era algo que me causaba desolación, pero dicen que es un clímax matar a quien
amas, es como someter de verdad su vida bajo tus manos, como sellar su alma asegurando que es
tuya; y morir bajo la orden del ser amado es igual, es unir en divinidad las almas, ser gemelas y
nunca dividirlas.

Acompañado de ruidosos tambores, que le cantaban a la muerte, y que sonaban agresivos


contra mi, como si quisieran quebrar mis rodillas, fui llevado hasta el altar del último ser divino,
enviado de cielos superiores para evitar el fin del infierno. Era un ser extraño, último sobreviviente de
su florida raza, de cuerpo color verde, un verde muy sutil, amable, no tenia rostro pero si siete brazos
dispuestos a su alrededor a forma de una media estrella. Poseía una extraordinaria belleza, no
común, claramente bello como solo los dioses suelen ser. Me dijo que fue de una raza abundante, en
un tiempo muy difundida su fe entre los hombres, pero que fueron perseguidos por la censura de las

s
t

sociedades, temerosas de la espiritualidad que contagiaban buscando aniquilar la carnalidad del


infierno. Fueron atacados hasta ser desterrados del mundo de los hombres, y los que seguían su fe,
fueron muertos o seducidos con placeres de laboratorio, que terminó perdiéndoles en el mundo de
basura en el que ahora vivían.

Lloró su desgracia y me rogó con la rabia brotando por los bordes de sus numerosos brazos,
venganza, venganza para sus hermanos.

Con la mente adolorida, pensando en mi fatal misión, me acerqué nuevamente a los bordes
del bajo cielo y me preparé, mientras caía, para mi último destino, el infierno.

Llegué a una planicie, cubierta por oscuras nubes, con el piso lleno de basura y excremento,
papeles, latas, comida, restos de todo clase de desperdicios tapizaban la terrible atmósfera.
Lastimeramente recordé lo bello que era este mundo cuando partí y lo mucho que lo había
deteriorado la actual especie dominante.

Un barullo y una inmensa polvareda se acercaban por mi frente, apreté los puños y me
preparé a enfrentarlos, creyendo temerían mi presencia, que siempre fue un pilar de horror en este
mundo. Noté muy rápido que un fenómeno similar se producía tras mío; dos ejércitos numerosos y
ruidosos y yo en medio de ellos. Había llegado tarde, la guerra ya había comenzado; debía dejarlos y
permitir que ellos se aniquilaran. El barullo aumentó con grandes bombazos, explosiones y
proyectiles. Al volver mi cabeza, noté un pequeño cuerpo avanzando a gran velocidad contra mi,
dibujando graciosas estelas en el aire, que impacto mordiendo mi estómago, desgarrando mi piel,
atravesando mi cuerpo. Dolor, dolor que terminó el sueño.

CAPITULO VII

Cuando desperté y abrí los ojos todo volvió a ser normal, ya no poseía fuerzas ni para
excitarme. Todo parecía silencioso fuera de mi habitación, y observé que estaba mas atado y con
muchas mas tuberías que el día anterior que atormentaban todo mi cuerpo, con numerosas agujas y
mangueras.

Desperté de un horrible sueño, al que las constantes drogas ya me tenían acostumbrado, en


este cuarto de hospital con un terrible olor a muerte en cada pasillo, en cada pastilla, en cada
atención, en el aliento de los médicos y enfermeras. Ya no recuerdo hace cuanto tiempo estoy aquí,
porque aquí ya olvidé que es un día, una semana o un mes, todo el tiempo pasa tan igual, que lo
mismo me da una noche que un año. Solo, tampoco recuerdo si alguna vez tuve a alguien, no sé si
alguna vez tuve familia.

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u

Solo, tan solo, que no recuerdo ni quien soy, solo espero reconquistar mi alma y así ella me
dejé en paz para siempre. Solo, tan solo, que no sé que hay mas allá de ese muro en frente, y no sé
si lo que veo en mi lejana ventana es solo una ilusión. No recuerdo ya la lluvia, no recuerdo ya el sol,
ni siquiera puedo recordar mi voz; no sé si lo que escucho es real, no sé si estas líneas existen o si
las estoy imaginando, y es mas no sé ni a quien estoy diciendo esto.

Solo, tan solo, que ya no sé si existo.

Solo, tan solo, que con tanta porquería dentro del cuerpo creo estar resignado a esta cama
para siempre, con el dolor de mi soledad, y mi vida malgastada con el dolor de no verme.

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