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MACOTERA
PLATERO Y YO.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de
algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son
duros cual dos escarabajos de cristal negros.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas
apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente:
"¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no
sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles,
todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por
dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas
callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos,
se quedan mirándolo:
- Tien'asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
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CEO MIGUEL DELIBES. MACOTERA
A Juan Ramón le gusta hablar con Platero. Con sus palabras el poeta, le daba
toda clase de noticias o le confiaba sus sentimientos, lo mismo las alegrías que
las tristezas…En fin, se lo contaba casi todo. Estaba seguro de que él
comprendía y de que le contestaba a su manera.
Platero le hablaba a Juan Ramón con rebuznos, suaves o sonoros, según
viniera el caso, con el movimiento del rabo y las orejas, con el repiqueteo de los
cascos o con las juguetonas y cariñosas topadas que le daba en la espalda
cuando quería llamar su atención.
EL CANARIO VUELA
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CEO MIGUEL DELIBES. MACOTERA
LA MIGA
LA AZOTEA
Tú, Platero, no has subido nunca a la azotea. No puedes saber qué honda
respiración ensancha el pecho, cuando al salir a ella de la escalerilla oscura de
madera, se siente uno quemado en el sol pleno del día, anegado de azul como
al lado mismo del cielo, ciego del blancor de la cal, con la que, como sabes, se
da al suelo de ladrillo para que venga limpia al aljibe el agua de las nubes.
¡Qué encanto el de la azotea! Las campanas de la torre están sonando en
nuestro pecho, al nivel de nuestro corazón, que late fuerte; se ven brillar, lejos,
en las viñas, los azadones, con una chispa de plata y sol; se domina todo; las
otras azoteas, los corrales, donde la gente, olvidada, se afana, cada uno en lo
suyo - el sillero, el pintor, el tonelero- ; las manchas de arbolado de los
Corralones, con el toro o la cabra; el cementerio, a donde a veces, llega,
pequeñito, apretado y negro, un inadvertido entierro de tercera; ventanas con
una muchacha en camisa que se peina, descuidada, cantando; el río, con un
barco que no acaba de entrar; graneros, donde un músico solitario ensaya el
cornetín, o donde el amor violento hace, redondo, ciego y cerrado, de las
suyas...
La casa desaparece como un sótano. ¡Qué extraña, por la montera de cristales,
la vida ordinaria de abajo: las palabras, los ruidos, el jardín mismo, tan bello
desde él; tú, Platero, bebiendo en el pilón, sin verme, o jugando, como un tonto,
con el gorrión o la tortuga!
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CEO MIGUEL DELIBES. MACOTERA
Pero todo tiene un principio y un final. Esta historia también. Lo siento Platero
se muere. Platero se le fue a Juan Ramón Jiménez de pronto, por sorpresa.
Una triste mañana se acercó, como siempre, a buscarlo a la cuadra. Se los
encontró tumbado en su cama de paja, y le inquietó la mirada de sus grandes
ojos doloridos.
-- ¿Qué te pasa, Platero? – preguntó preocupado. Luego fue a sentarse a su
lado y, entre caricias, le animó a levantarse.
El pobrecillo lo intentó: se revolvió en el suelo y quiso arrodillarse, pero no
pudo.
Platero se fue, y aunque la vida nunca será igual quedan los recuerdos, trocitos
de vida que vecen a la muerte cuando alguien los guarda para siempre.
MELANCOLÍA
Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el
huerto de la Piña, al pie del pino redondo y Paternal. En torno, abril había
adornado la tierra húmeda de Grandes lirios amarillos.
Cantaban los chamarices allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit
azul, y su trino menudo, florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia,
como un claro sueño de amor Nuevo.
Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar. Quietos y Serios, sus ojos
brillantes en mis ojos, me llenaban de preguntas ansiosas.
- ¡Platero amigo! - le dije yo a la tierra- ; si, como pienso, estás ahora en un
prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me
habrás, quizá, olvidado? Platero,
Dime: ¿te acuerdas aún de mí?
Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no
había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio...
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