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(Novela)
(Filosofía de la Historia)
(Daniel Albarrán)
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Autor: Daniel Albarrán
Título: Los Dos (Novela)
(Antonio Machado)
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puertas y occidentalizar a la manera de ciertas estructuras
capitalistas algunas empresas del Estado el misterio que
representaba no pasaba de ser pura exageración de la imagina-
ción occidental. Exageración que se alimentaba en el
conocimiento de la obra de Carlos Marx y en los imaginables
crímenes y atrocidades que se suponían en la práctica de una
mentalidad que negaba la realidad de la trascendencia y sólo
veía la realidad histórica como la única válida de la existencia
humana. Y en la que con el pretexto de una primacía del Estado
se sacrificaba el valor de la individualidad de la persona
humana, negándosele el mínimo de los derechos de la dignidad
de la persona.
La apertura de Rusia podía interpretarse como un
reconocimiento de la misma Rusia del fracaso de su sistema
político, económico y social. Pero, aún así, Rusia seguía
representando un misterio. Y, hasta en algunas esferas intelec-
tuales, se llegaba a pensar que había que estar con los ojos bien
abiertos hacia ella pues podría ser una estrategia del mismo
sistema para extender sus tentáculos malignos hacia el resto del
mundo. Mas era un grupo que fundamentaba su temor en
suposiciones, ya que la prueba más fehaciente de la buena
intención de su líder, tan sólo que hubiera sido un buen actor,
consistía en que ese mismo año 1990 recibía el Premio Nobel de
la Paz.
Esta y muchas otras razones hacían pensar firmemente
que Europa se convertiría en los años inmediatos en una gran
potencia mundial. La unificación de las dos Alemanias, la
apertura de Rusia y la integración económica internacional
europea hacían presagiar un futuro muy prometedor para Europa
a nivel mundial. Al menos se podía pensar así, por entonces.
El evidente fracaso de los Estados Unidos de Norte-
américa en la invasión militar del suelo del Oriente Medio; su
humillación militar ante un ejército iraquí, menos preparado
como ejército; su posible desesperación económica ante la
inminente escasez del petróleo; su pérdida de credibilidad
política y económica fuera de sus fronteras; la devaluación del
dólar en la economía europea, y otras miles de razones más por
parte de los Estados Unidos de Norteamérica llevaban a intuir
que había comenzado el fin del poder de los Estados Unidos.
Algunos se hacían esas ilusiones.
En América Latina, a pesar de la crisis en todo el
Continente, se podía ver esta segunda posibilidad como una
gracia especial para su economía. Podría significar alguna
independencia económica de los Estados Unidos y una libre y
propia política económica, desde América Latina, en América
Latina y por latinoamericanos. ¿Y, por qué no, también en la
posibilidad de una moneda internacional latinoamericana? Pero,
si era realmente difícil en Europa, lo era imposible en América
Latina, donde ni siquiera se llegaba a pensar tal cosa.
Era ésta la realidad mundial del primer año del último
decenio del siglo XX. Y en éste ambiente mundial, aunque no
directamente, se va a desarrollar la historia de los dos personajes
que van a ocuparnos el tiempo desde éste preciso momento.
Eran, prácticamente, desde todo punto de vista el uno el
polo opuesto del otro. Capitalino venezolano, uno, y, mexicano
el otro. Joven el primero, sobre unos treinta años, y un poco
mayor el segundo, quien se preparaba a celebrar los 75 de
existencia. Aquel pasaba de los ciento diez kilos de peso, y éste
llegaba a los 75, haciendo par con su edad. El joven era el
capitalino venezolano y el de más edad el mexicano. A pesar de
las diferencias notables físicamente, tanto de espesor y dimen-
siones como de edad, se podía encontrar entre ellos una cierta
relación que los hacía como el uno para el otro. Se podría decir
con toda propiedad que eran realmente amigos, en toda la acep-
ción de la palabra.
La experiencia de la amistad por parte del mexicano no
era ningún problema. Porque la naturaleza como que ha
preparado de manera especial a los mexicanos al hacerlos
simpáticos y moldeables a todo tipo de contacto interpersonal.
Es fácil hacerse amigo de los mexicanos. Por parte del
capitalino venezolano, la experiencia de la amistad ya era un
poco más llamativa. En todo caso, llamaba la atención la
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aparente amistad existente entre este capitalino venezolano y
éste mexicano. La nota que más resaltaba era la diferencia entre
los dos, desde cualquier ángulo posible.
Tenían, sin embargo, algo en común. Los dos eran
sacerdotes. Pero eso que los unía ya era propiamente una dife-
rencia más a las que ya tenían, y la más importante, porque esta
diferencia constituye la razón de ser de este relato, que tiene
mucho de realista e igual de imaginario, aunque más de lo
primero con la nota de ser inventados.
El lugar donde se van a desarrollar los acontecimientos es
en Italia y más precisamente en la ciudad de Roma. Las realida-
des vividas por cada uno de los dos eran relativamente parecidas
y relativamente diferentes. Uno era estudiante en una
Universidad Pontificia y residía en el Colegio Pío Latino Ameri-
cano con sede en el número 408 de la Aurelia Antica; donde el
segundo realizaba la tarea de Director Espiritual. Por eso se
afirma aquí que sus experiencias eran relativamente parecidas y
relativamente diferentes. Parecidas porque ambos vivían en el
mismo Colegio. Pero diferentes porque ambos estaban en Roma
por motivos diferentes, aunque en esto también tenían un
parecido, pues ambos estaban obedeciendo la decisión de sus
respectivos superiores, y que ya automáticamente esto mismo
les hacía otra diferencia, pues el superior de uno era el Obispo y
el del otro el provincial de los jesuitas. Es decir, uno era secular
y el otro religioso.
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Eran ya pasadas las ocho y media de la noche. Todavía
podía sentirse el calor del verano, que ya estaba agonizando. Al
entrar el Otoño se tendría que retroceder una hora del reloj. Y
esto constituiría otro elemento más dentro de "la experiencia
romana" de los nuevos y que los antiguos ya conocían. Una
vivencia nueva a las muchas que iban viviendo después de
abandonar sus tierras porque después de algunas horas de vuelo
ya habían sufrido el cambio de horario y con él un cambio total.
Para algunos había sido un retroceso de cinco horas en el caso
de los venezolanos, dominicanos, chilenos, bolivianos y
paraguayos; seis para los colombianos, ecuatorianos, peruanos y
haitianos; siete para los mexicanos y costarricenses, y; cuatro
para los argentinos y uruguayos. Cambios que producían en
todos un desarreglo general y que comenzaba en perderse el
sueño por un mínimo de dos semanas para unos porque
significaba restarle siete, seis, cinco o cuatro horas al ritmo
normal, y, para otros en un descontrol estomacal. Prácticamente
todos se quejaban del cambio de horario. Y los que no lo
expresaban verbalmente no era necesario que lo hicieran porque
los ojos, la palidez del rostro y el cansancio que se les notaba los
delataban. Estos cambios bruscos influían en gran manera en las
primeras experiencias del contacto con la ciudad eterna.
Algunos tenían la fuerte tentación de regresarse, pero más podía
en ellos el orgullo y el temor al ridículo en sus comunidades que
preferían quedarse, para hacer la prueba. Al paso de los días ya
el cuerpo y la mente se iban amoldando hasta que, ya
verdaderamente no era problema. Parte de "la experiencia
romana" se decían para consolarse y darse fuerzas. De manera
que cuando alguien utilizaba la expresión "la experiencia
romana", ya todos sabían que estaba pasando por un mal
momento y trataban de solidarizarse con él para que no se
sintiera abandonado. Algunos sobrevivían gracias al gran
sentido de solidaridad latinoamericana, como los colombianos y
venezolanos a quienes les afectaba más el cambio.
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IV
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-- No te preocupes, gallo -- dijo entonces el chileno como
para animar a José Miguel y que ya sabía lo que se experimenta-
ba y lo invitó a dirigirse al comedor, que quedaba en el piso
inferior. Al descender las escaleras se les unió el P. Fernández
quien los saludó con mucha cordialidad.
Una vez en la sala del comedor se dispersaron para
buscar cada cual su servilleta de tela según el propio número
correspondiente de cada uno. Luego se ubicaron en las mesas
que tenían puestos vacíos. En el almuerzo no podía faltar un
vaso de vino "rosso" o "bianco" o un vaso de aranciata, según
los gustos preferidos entre las tres opciones, o un vaso de agua.
Mientras empezaban a servir los encargados de turno, un vaso
con cualquiera de las bebidas servía de aperitivo al primer plato
que por lo general era uno de la rica variedad de la pasta
italiana.
Mientras tanto iban llegando todos al comedor, separados
o en pequeños grupos, de entre los cuales iba precisamente
Palmeras, quien después de buscar su servilleta se disponía a
buscar un puesto libre.
-- Sentáte aquí-- se oyó de repente en un tono amigable.
Era el P. Fernández que se dirigía a Palmeras al ofrecerle la silla
disponible de la mesa donde se hallaba sentado. Y se oyó el
ruido que hacía la silla de metal con el piso al ser halada.
-- Es para mí un verdadero placer -- exclamó Palmeras
con una sonrisa de satisfacción mientras se dirigía a la mesa
indicada.
-- Pues, no. El placer es para mí-- repuso Fernández al
sentirse correspondido en el detalle de su ofrecimiento.
-- ¡Buon giorno a tutti!-- saludó Palmeras a los otros tres
de la mesa a la vez que se sentaba.
-- ¡Buon giorno!-- contestaron en coro los interpelados.
-- ¿Cómo están Uds.? -- prosiguió el saludo Palmeras.
-- ¡Bene! ¡Bene! -- Y soltaron una espontánea carcajadas
lo tres aludidos al responder en italiano ya que les parecía
mentiras que estuvieran en Italia y sobre todo hablando esta len-
gua.
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-- Pero, ¿no cree Ud. que es necesario que el sacerdote se
identifique como tal en la calle? -- refutó igualmente Palmeras
quien era amigo de vestir al estilo que estaba defendiendo.
-- Claro que sí, pero no como para que le hagan reveren-
cias...
-- Pero, ¿quién está hablando de reverencias?...
Toda la conversación siguiente transcurrió en esa línea de
desacuerdos, que se podría encontrar contradictoria. El de más
edad no comulgaba con la idea de aparentar diferencias sociales
y el más joven se mostraba favorable. El primero veía que en
vez de ser signo de servicio y de presencia de Dios en el mundo
podría ser, por el contrario, entendido como estar apartado del
mundo, cosa que era verdad, pero que a la vez era crear barreras.
El segundo, por su parte, veía como una falta de valentía el no
hacerse sentir socialmente en el mundo y le daba importancia al
hecho del vestido. Aquel insistía que no sólo consistía en la ropa
sino en la apertura y que a quienes hacían referencia la ropa
reflejaba el deseo de vivir cerrados a la sociedad en donde
vivían. Este consideraba que era importante que se viera que de
hecho ahí estaba la diferencia.
No trataban, sin embargo, de imponer en el otro su
manera de pensar, sino de intercambiar opiniones, que eran
desde todo ángulo diferentes. Eran sus propias maneras de
pensar y ambos las exponían líbremente y ambos las escuchaban
sin querer que el contrario dejara de pensar como pensaba. Se
respetaban los criterios mas los expresaban y su convivencia era
posible.
Volvía a hacerse palpable una vez más la idea de Antonio
Machado de "caminante, no hay camino, se hace camino al
andar". Ambos como que intuían en el fondo esa verdad y la
vivían realmente. Ninguno le exigía al otro que pensara de igual
manera, tal vez, porque comprendían la grandeza de que todos
estamos en lo cierto y porque todos los caminos son "caminos",
precisamente, y porque, además, todos son valederos...
Cuando en una relación interpersonal cada una de las
partes es más persona se puede decir que es una verdadera
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haciendo calentamiento. Algunos de los latinos, sino todos,
sintieron un frío de repente en sus cuerpos.
Después de los saludos, de algunos toques de calenta-
miento de balón, de algunas condiciones y de algunas
fotografías porque el encuentro era importante para ambos
colegios, el Rector del Español dio el saque inicial con el que
quedaba declarado abierto el juego. La oncena de los latinos
había quedado distribuida en dos argentinos en la mitad de la
cancha, pero más a la defensiva que al ataque; en la defensa, un
mexicano, un venezolano, un colombiano y otro argentino; en la
arquería, un colombiano, y en la delantera, un colombiano y un
venezolano.
Carreras, gritos nerviosos, respiraciones agitadas,
palabras de aliento y tensión era el denominador común tanto de
jugadores como de espectadores en los primeros minutos hasta
que el primer gol vino de parte de los latinos para ponerlos en
ventaja momentánea desde el comienzo del juego. La jugada del
gol la inició un colombiano desde la mitad de la cancha en un
pase a un argentino que no dudó en atinar un puntapié al balón
que salió como una bala de proyectil imparable hacia la red
española desde cerca de las diez y ocho yardas. Pero a los
escasos minutos un balón en la red latina hizo experimentar a
éstos que en el juego no existe alegría duradera sino hasta el
segundo final.
Las acciones se emparejaron hasta el inicio del segundo
tiempo en una ligera y angustiante ventaja de los españoles de
tres goles a dos. Los dos goles latinos habían sido anotados por
dos argentinos. Y entre voluntad de jugar y buenas jugadas
lograron los latinos hacer el gol del empate a tres, y, el gol de la
diferencia, para quedar vencedores en un resultado de cuatro a
tres sobre los españoles. Los dos goles definitivos los anotó el
delantero venezolano, quien demostró una velocidad impresio-
nante y un juego de cintura excepcional.
Aquella victoria fue una gran sorpresa para los españoles
quienes no esperaban el triunfo latino y una gran alegría para
éstos.
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hombre, o por lo menos, a intentar buscarle explicación a la
vida.
Las ciencias, cada una en su especialidad, están en
función de mejorar el conocimiento de la naturaleza para elevar
con ello y desde los descubrimientos la calidad del hombre, sea
material o espiritualmente (aunque no es muy acertado hacer esa
diferencia, ya que el ser humano es la fusión de los dos reali-
dades, y no una y otra).
En esa misma línea antropocéntrica se sitúa también, y
con mayor razón aún, la experiencia del saber teológico, que no
es otra cosa que la respuesta a los mismos «por qué» humanos
desde una dimensión de fe, en la que el fundamento es la
Palabra de Dios (Sagrada Escritura, Tradición e Historia, como
lugares teológicos).
Pero ese «saber teológico» se experimenta en una doble
dimensión. La primera, y la clave misma, es propiamente el
encuentro personal con la experiencia de Jesús Resucitado que
nos abre a la realidad del otro, Dios y el prójimo en una misma
realidad y manifestación, y, la segunda, como consecuencia, que
es el ardiente deseo de querer asimilar intelectualmente y sobre
todo razonadamente el hecho mismo de la apertura al «otro». Y
en donde el «otro» es el centro (Dios, y el hombre como
«imagen y semejanza suya»).
La fe como tal no pone obstáculos. Es simplemente el
«impacto» del creer y quedar maravillado por el misterio de la
Resurrección (vida nueva). Mas el intento de su comprensión
puede, de hecho, no adelantar o añadir nada en la dimensión de
la apertura existencial.
Conocedores de esta notable diferencia los alumnos-
residentes del Pontificio Colegio Pío Latino Americano solían
tener su propia experiencia pastoral fuerte en Navidad y en
Semana Santa en toda la extensión de Italia, a nivel de Parro-
quias. Y en estos contactos de experiencia cristiana se descubre
que las profundidades del intelecto por querer comprender los
misterios del misterio de la vida se enmudece ante el hecho más
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rápido otra vez fin de año?", pues escasos quince días antes lo
habían celebrado.
Los números de los primeros resultados no eran precisos.
Los Estados Unidos aseguraba haber arrasado totalmente con
los arsenales iraquenos, pero los ataques sorpresivos de Irak lo
desmentían, porque ¿de dónde, entonces, sacaban los aviones y
los misiles? Irak decía haber derribado 76 aviones americanos y
aliados y Estados Unidos se aferraba en decir que no eran 76
sino 3. Los informes militares del pentágono a la prensa se
desautorizaban: el 80 por ciento del arsenal enemigo había sido
destruído, decían primeramente; después, que el 50, y luego no
daban ningún dato pues decían que no estaban seguros. Y la
opinión internacional estaba utilizando esa debilidad para
desconfiar.
La sorpresa por parte de Irak, como se esperaba, resultó
al día siguiente al hacer un ataque a Tel-Aviv, la capital del
pueblo de Israel. Apenas fueron dos bombas y aquello fue una
noticia catastrófica por parte de la Televisión italiana.
No fue de mayores consecuencias. Sólo algunas calles y
casas destruídas, pero hicieron de aquello un acabóse de mundo.
Y estas son las ironías de la guerra: los americanos veían como
un gran triunfo el haber bañado la noche anterior a Irak con 18
mil toneladas de bombas y de haber enjabonado a miles de
personas, y nadie hacía escándalo. En cambio, dos miserables
bombitas iraquenas habían ensuciado dos casitas judías y
aquello era el fin del mundo.
El gran miedo por parte de los Estados Unidos de
Norteamérica y de los países aliados era que tenían la certeza de
ser el gato perseguidor convertido en el ratón perseguido.
Sabían que tenían la situación en las manos, pero cuando
querían contemplarla, ellos eran la situación misma en las
manos del enemigo, que empezaba a ser un ratón-gato difícil de
acorralar. El miedo era que sabían que la presa era ratón y gato a
la vez. Dejaba que jugaran con él pero también jugaba. Y por lo
que se veía sabía jugar muy bien. Tenía en su contra a todos los
países del mundo y la mejor tecnología armamentista. Aquí era
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El 22 Irak con un misil incendiaba un depósito de
petróleo en Kuwait.
El día 23, Fernández había presidido la celebración de la
Eucaristía en el Pontificio Colegio Latino Americano y en tono
un poco elevado había hablado en contra de la guerra, pero
cuestionando la actitud de la Iglesia Católica:
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Y después de recitar de memoria mentalmente a Antonio
Machado se entretenía en su reflexión, atendiendo, sin embargo
a lo que sus compañeros iban diciendo, pero absorto en sus
propios pensamientos.
"La primera verdad -- pensaba--que podemos sacar es la
siguiente: Caminante, son tus huellas el camino, y nada más;
caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
"Y pensando sobre esa gran verdad la primera idea que
nos salta a la imaginación es que no deja de ser cierto de que en
la vida cada quien tiene su propio camino. No hay dos caminos
iguales, aunque se parezcan, pues somos una individualidad
irrepetible. Lo que quiere decir que nadie tiene su doble. Tan
"únicos" nos ha hecho la naturaleza que no hay nadie igual a
otro. La prueba está en que todos y cada uno de nosotros tiene
sus propias huellas digitales que nos hace irrepetibles e
inconfundibles. Ni siquiera unos gemelos, hijos de una misma
madre y padre, son iguales. Solemos decir que se parecen
mucho o que son idénticos, pero es imposible que sean
idénticos.
"Si eso se aplica a la individualidad genética, ¿qué no
podríamos decir de la diferencia psicológica, sentimental,
temperamental? Precisamente porque somos una
individualidad.
"Si somos diferentes, si somos personas únicas, si somos
individualidades, se puede deducir que cada quien es y tiene su
propia manera de responder a los mismos estímulos. Entonces,
¿Por qué pretender generalizar o englobar en masas
despersonalizantes las riquezas de las sumas de las individuali-
dades? ¿El "nosotros somos" no será una alienación de la
individualidad? ¿Por qué pretender que todos piensen, hablen y
actúen de la misma manera si es evidente que el mismo
estímulo genera incontables reacciones? ¿No será un abuso
contra los derechos de la persona humana individual el hecho
de que todos lleven el mismo estilo de vida y se expresen en
términos similares ante un mismo acontecimiento humano? Ya
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pisar, estelas, mar) y por la chispa que prende en la imaginación
al escucharse o al leerse.
"No pretendo con ello -- dialogaba mentalmente consigo
mismo -- sin embargo, hacer de él una verdad absoluta ni
siquiera una verdad ( pues todo depende de quien mire). Pero es
parte de la fantasía el hecho de que cualquier estímulo es válido
y valedero para remontarse a cumbres a las que sólo se sube con
la fuerza irresistible de la imaginación. Y de aquí surge
automáticamente nuestra segunda verdad de: yo amo los
mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón.
"Y al decir con el poeta "yo amo los mundos sutiles" no
se hace con ello una norma para todos. Al contrario. Ni siquiera
el poeta señala que hay otros que no aman esos mundos. No
dice nada. Porque la experiencia de que "caminante, son tus
huellas el camino, y nada más" lleva a intuir que como somos
únicos e irrepetibles, y, como tales, se habla de nuestra propia
experiencia. Por eso "yo amo" porque precisamente es lo que
cada quien va a sentir frente a la realidad, pero la diferencia
misma está en "los mundos sutiles". Que sean mejores los
mundos sutiles de otros, así sean sus contrarios, no dice nada. Y
no puede decirlo porque entonces se contradiría el poeta y se
traicionaría a sí mismo al objetivizar su propia experiencia. Y,
también me hubiese traicionado a mí que estoy fantaseando con
él y a partir de él, precisamente, porque su experiencia me
parece una auténtica búsqueda y que se puede muy bien llamar
una experiencia místico-razonada.
"Ahora bien, el "yo amo los mundos sutiles" tiene su
razón de ser. La sutileza está en que son "ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón". Es decir, no pesan, son livianos son
ingrávidos. Y son gentiles como pompas de jabón: que son y no
son a la vez. Ese mundo sutil que engendra en fantasía es gentil
como pompas de jabón porque la idea se forma pero se va como
viene. No impide ni obstaculiza. Por eso son gentiles.
"Por eso se puede jugar con la fantasía misma del poeta
que se deja llevar al decir en la tercera y última parte del mismo
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entre otros, el grave error que los historiadores descubren hoy
por hoy en el descubrimiento y colonización de América...
"Porque la primera realidad que se descubre es que
existen diferencias... Pero estas diferencias no engrandecen a
uno y empequeñecen a otro. Por el contrario, en la convivencia,
a pesar de las diferencias, consiste la realidad de la civilización
humana...
"Por eso, en la relación «Roma y nuestros países» y
«nuestros países y Roma», nuestros lugares de origen son la
clave misma de la relación.
"De manera, que habíamos venido a Roma, porque en el
fondo, además de satisfacer nuestro ego personal, queríamos
aprender más para poder amar más. Y creo que el hecho mismo
de descubrir que tenemos nuestra propia realidad histórica, con
sus avatares concretos, hace automáticamente que amemos más
nuestras realidades nacionales. El hecho de comprender que
somos diferentes hace que nos sintamos orgullosos de ser lo que
somos, a la vez que nos compromete con la historia misma,
porque sólo sentirnos orgullosos nos llevaría a un absurdo
nacionalismo, que se podría entender como una especie de
aislamiento, regional o continental.
"Es lo que se aprende y se asimila inmediatamente en
nuestra estadía en Europa.
"Pero, en nuestro caso concreto de sacerdotes y pastores,
adquirimos una visión más completa de la realidad, ya que nos
iluminamos de la teología para comprender más, primero, el
misterio del hombre, que se resuelve en el misterio de Cristo,
como lo dice el Concilio Vaticano II, y después para intentar con
criterios de madurez la «civilización del amor», que no es otra
cosa que el ideal mismo del Cristianismo en la tierra.
"«Pío Latinos 91»: Ustedes regresan. Porque lo más
importante son nuestros países. Roma, en ese sentido, estuvo al
servicio de esa realidad. Que todo lo que hayan podido asimilar,
sea a nivel académico, que puede ser poco, como a nivel de
vivencia personal, que si es mucho, porque han sido sus
experiencias lo más importante, lo puedan redimensionar para
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palabras del poeta, que le daban a comprender todo el sentido de
la existencia humana: