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TANATOLOGÍA Y SUICIDIO.

DR. L. ALFONSO REYES ZUBIRÍA

TANATOLOGÍA.

Podríamos Definirla como una disciplina científica, dentro del campo de la Salud, que
trata de CURAR EL DOLOR DE LA MUERTE Y DE LA DESESPERANZA: estos
son, con mucho, los dolores más grandes que sufre el Ser Humano.

Los pacientes – y lo son si entendemos por “enfermo” a aquella persona que está
sufriendo un dolor que puede ser inaguantable - que debe tratar quien se dedique a la
Tanatología Clínica, son el Enfermo Terminal, los Familiares del Enfermo Terminal, el
Enfermo en Fase Terminal y su familia, los que padecen por la Muerte de un Ser
querido, los que sufren de una desesperanza tal que los hace pensar en el Suicidio, los
familiares cercanos de estos, y quienes necesiten elaborar su Duelo por un Suicidio,
haya sido exitoso, o no, el acto suicida, lo mismo que los miembros del equipo de salud
involucrado.

Para lograr su cometido, la Tanatología tiene que contemplar al Hombre de una manera
holística: en su aspecto bío-psico-social y espiritual, pero viendo al Hombre como un
Todo, no como una suma de partes. Por eso la Tanatología exige una preparación
rigurosamente profesional: un simple Diplomado no hace al Tanatólogo.

DEFINICIONES.

ENFERMO TERMINAL: es una Persona, que padece una enfermedad, por la que
posiblemente vaya a morir, en un tiempo relativamente corto (para él y su familia) y que
conoce su diagnóstico.

ENFERMO EN FASE TERMINAL: Es el que Medicina define como Enfermo


Terminal: aquel cuya Muerte esta cercana, y que, quizás, ya le competen más Cuidados
Paliativos que Cuidados Terapéuticos.

EL PROCESO DE MORIR Y LA TERAPIA TANATOLÓGICA.

Se vive a base de emociones internas, profundas, que se entremezclan y que provocan


un sufrimiento interior, emocional, físico, espiritual. A esas emociones son a las que,
primordialmente, se enfoca la Tanatología Clínica.

EMOCIONES ENTREMEZCLADAS.

Primera Emoción: ANGUSTIA.

Es la emoción primera que sienten el Enfermo, que en ese momento empieza a serlo
Terminal, y su familia. Surge desde el instante mismo en que el médico les dice el
Diagnóstico. Nace la Angustia y nunca terminará: por esa palabra que pronunció el
doctor, el fantasma de la Muerte aparece en sus personas y en su hogar. Y no va a
terminar… hasta que el enfermo muera.
Se trata de una emoción que requiere toda la atención. No sirve hablar de que Dios nos
ama, que estamos en Sus Manos, porque lo que se sufre no es por falta de fe. La
Angustia no pide que demos consejos, por sanos o buenos que nos parezcan. La
Angustia pide que sepamos escuchar. Permitir el desahogo de quien sufre Angustia,
tantas veces como él lo necesite.

Tenemos que aprender a ser una persona que escucha, no una que hable.

Segunda emoción: FRUSTRACIÓN.

Nace, y va creciendo, conforme pasan los días o los meses. Uno se da cuenta que “ya no
hay tiempo para hacer lo que nos habíamos propuesto hacer”. Y la Frustración será
mayor, en la medida en que somos conscientes de nuestra IMPOTENCIA. Y ante la
Muerte, todos somos impotentes. Totalmente.

La Frustración se manifiesta como RABIA. La Rabia es una pasión. Por definición es


incontrolable e irracional y siempre quiere agredir. Como toda pasión, nos quita la
libertad. Un creyente se enoja, primeramente, contra Dios. Porque El “no escucha
nuestra petición de sanar a nuestro enfermo”. ¿No es Omnipotente? ¿No dijo: Pedid y se
os dará? ¿Por qué, pues, no nos hace caso? Pensemos que la Rabia contra Dios nunca es
pecado, y sí es un acto de fe. Para enojarnos contra Dios, primero debemos creer en Él.

La Rabia se dije también contra los médicos y enfermeras (mucha más peligrosa esta
Rabia), o contra los sanos, o contra los vivos, contra todos. Muchas veces se reviste de
envidia. Incluyendo al Enfermo y al propio Yo. Permitir que echen fuera la Rabia
quienes la tienen, es la manera terapéutica de curarla.

También se manifiesta, y con más frecuencia, como TRISTEZA. Y la Tristeza la


debemos curar. ¿Cómo? Hay tres maneras principales:

a) Logrando que el Enfermo, o los familiares, tengan Pensamientos Agradables.


NO Positivos, SÏ Agradables. El Pensamiento es el Padre de nuestras emociones:
si el pensamiento es agradable, nuestra emoción será Agradable: fuera Tristeza.

b) Valorando el Pasado. ¿Por qué estoy Triste ante la probabilidad de la Muerte? Si


mi Vida no valió la pena, si la vida junto al Enfermo Terminal no valió la pena,
no hay razón de tristeza. Pero si sí valió la pena… Si se trata de quien ve cercana
su Muerte, valorar su pasado significa que se va a presentar ante Dios con las
manos llenas; la tristeza sería hacerlo con las manos vacías. Si se trata del
familiar, sabrá que el haber vivido junto a esa persona, lo ha enriquecido: por el
Amor y por el Conocimiento del gravemente enfermo. Y ese Amor y ese
Conocimiento, siempre estarán con nosotros.

c) Renovando nuestra Espiritualidad. Todo lo que existe tiene siempre una razón
de ser. Y esta razón de ser siempre trasciende la propia existencia. Si el dolor
existe, debe tener una razón más allá de ser un simple síntoma. Pregúntate: “Para
mí, ¿cuál es el Sentido del Dolor?”. Y te responderás, si eres sincero en tu fe: no
es un pago por mis malas acciones; es un unirme al Cristo Redentor. Este es el
Valor de trascendencia del Dolor. Por lo mismo, si la Enfermedad existe, debe
tener un Valor de Trascendencia. Y si la Muerte existe, la Muerte es
Trascendencia. El Hombre Trasciende. La Persona Humana trasciende, como
trasciende la Persona Divina: somos hechos a Imagen y Semejanza de Dios. Si
la Muerte es Trascendencia, entonces la Muerte nunca será Ausencia; siempre
será Presencia, sólo que cambio de Presencia. Una presencia Real, pero
Espiritual.

Estas son las tres maneras principales de curar la Tristeza.

Tercera emoción: LAS CULPAS.

Todo proceso de morir trae siempre, consigo, muchas Culpas. “¿Por qué lo llevamos
con este médico si tanto nos recomendaron a este otro? ¿Por qué algunas veces,
enojado, le dije que era un idiota? ¿Por qué preferí ir al cine con mis amigos y lo dejaba
siempre en casa? ¿Por qué lo llevé al Hospital si él no quería?”, etcétera.

Tengamos en cuenta dos cosas. Primera: Todo sentimiento de Culpa se basa en un


Absurdo. ¿Por qué esta afirmación? Piénselo y me dará la razón: Siempre que actuamos,
como actuemos, lo hacemos motivados por una de estas dos causas: o porque no
tuvimos opción para actuar de otra manera, o porque pensamos que era lo mejor. Y es
absurdo sentirse culpable si uno no tuvo opción para actuar o si escogió lo que creyó
que era lo mejor. Segunda: Si no arrancamos las culpas, éstas se convertirán en las más
fieles y dolorosas compañeras de la Muerte

Si no podemos quitarnos las Culpas, entonces trabajemos en el Perdón: el Perdón al Yo,


que es la condición indispensable para tener Paz Interior.

Cuarta emoción: DEPRESIÓN.

Tanatológicamente hablando, existen tres tipos de Depresión. Pero antes de entrar al


tema, quiero hacer notar que, si no vamos curando una a una las emociones que he
descrito, el Proceso de Morir va siendo día a día más doloroso. Para el Enfermo y para
los familiares. E incluso para el terapeuta, si éste se ha involucrado que, por otra parte,
es lo que debe hacer.

DEPRESIÓN REACTIVA:

Es la respuesta natural ante una pérdida, presente o esperada. Pensemos un poco en lo


que ha perdido un enfermo. ¿Pérdida de salud? Eso es evidente. Pero, junto con esta
pérdida, hay muchas otras que debemos tomar en cuenta. No enumeraré todas porque es
imposible; pero sí mencionaré unas cuantas para que podamos reflexionar:

- Pérdida de bienestar. Pasarse días y noches en un hospital es, en sí, un


sufrimiento. Si además el paciente tiene gran dolor físico, la pérdida de bienestar
corporal puede enloquecer o matar.

- Pérdida de libertad: Ya no podrá hacer lo que siempre ha hecho o ha querido. No


podrá comer lo que se le antoja, ni ir de paseos, a lo mejor su cansancio le
impedirá ver sus programas de televisión, n siempre podrá recibir visitas, no
tendrá derecho de decidir sobre su propia vida ya que de eso se encargan
médicos y enfermeras, etcétera. Todo esto significa un grande sufrimiento.
- Pérdida de libertad hasta de Pensamiento. Reflexionemos. ¿Qué estarán
pensando en este momento esos pobres encamados en un frío hospital? ¿Con
toda su soledad? Parecería que tienen un cedazo sobre su cabeza que no les
permite sino pensamientos tristes y de desesperanza.

- Pérdida de la capacidad de Movimiento. No sólo para ir y venir. Muchos no


pueden moverse en su cama por más que se llague su cuerpo. Ni siquiera podrán
moverse para ir al baño…

- Pérdida de su Cuerpo. Es cierto que no soy cuerpo solamente, pero gracias a mi


cuerpo he gozado de besos, de caricias, de riquísimos alimentos, de vistas
hermosísimas, del agua, de la comunicación con otras personas, de realizarme en
el aspecto laboral y profesional, de todo lo que ha sido mi vida. Y de pronto, mi
cuerpo se transforma en mi principal enemigo…

- Pérdidas debidas a cirugías mutilantes: una mastectomía, por ejemplo. No de


diga cualquier amputación. O simplemente la pérdida de cabello debida a la
quimioterapia. Son sólo ejemplos.

- Pérdida de Paz interior. Porque uno se ha transformado en fuerte carga


emocional y económica para su familia, porque uno está perdiendo la esperanza,
porque sabe que tendrá que decir un Adiós definitivo a los suyos, porque no
tiene porvenir. O porque, por sus pensamientos, ha recorrido su vida entera, y ha
sido consciente de tantas frustraciones, de tantas culpas, de posibles pecados…

En fin. No digo más. Esta enumeración quiso ser simplemente un listado de ejemplos.

Según la pérdida que está sufriendo el paciente, será la ayuda tanatológica que se debe
dar.

DEPRESIÓN ANSIOSA.

En muchos momentos, el Enfermo Terminal va a desear morir ya, porque no puede


resistir más tanto sufrimiento ni tanto dolor. Pero al mismo tiempo deseará, de todo
corazón, vivir. Eso es la Depresión Ansiosa. Cuando todo el Yo de la persona quiere
morir y, simultáneamente, todo su Yo quiere vivir. Lo mismo sucede con los que aman
al Enfermo Terminal y, si me lo preguntan, le pasa igual al miembro del Equipo de
Salud que se ha involucrado, como es lo que debe suceder con aquel que quiera trabajar
en el campo de la Tanatología.
Cuando se vive la Depresión Ansiosa, se reviven todas las emociones que ya hemos
estudiado. La terapia tanatológica dependerá, pues, de la emoción que esté presente en
cada persona cuando ésta sea visitada por el Tanatólogo.

DEPRESIÓN ANTICIPATORIA.

Sin duda alguna, es la más dolorosa. Lo dicho: si uno no va curando las emociones
pasadas, todas y cada una, el sufrimiento del moribundo (que en este momento ya lo es,
o al menos, es Enfermo en Fase Terminal) y el de su familia, será inmenso. Tal es la
responsabilidad de quien se dice Tanatólogo.
La Depresión Anticipatoria es una Depresión silenciosa. El enfermo sabe que va a
morir. Y muy pronto. El cuerpo sabe mejor que el mejor médico, cómo se siente. Pero si
el ya pronto moribundo nos dice que sabe que va a morir, nuestra respuesta común es
negarle la realidad: “No digas eso. Verás como pronto podrás caminar de nuevo: dar
unos pasitos”. O bien, tratamos de darle una Esperanza FALSA: “El doctor dice que te
mejorarás. En Internet anunciaron un nuevo medicamento. Yo te veo mejor”

Y creemos que con estas palabras lo podemos engañar. Pero lo único que haremos es
que, en los últimos días, o semanas, del Enfermo, nos separe una mentira. Él sabe que
va a morir aunque se lo ocultemos. Él nos engañará a su vez., porque se da cuenta que
no estamos preparados para su Muerte, tratando de hacernos creer que él espera de
verdad su alivio. Y no se vale que sus últimos días estén envueltos en una vil mentira.

¿Por qué negamos su próxima Muerte, o por qué damos Esperanzas Falsas? No por el
bien del Enfermo, ciertamente. Sino porque no podemos nosotros con la angustia que
nos da el simple pensamiento de la próxima muerte de ese ser querido. Y, al querer
disminuir nuestra Angustia, aumentamos la de él. Tan sencillo como eso. ¿Qué
logramos con esta actitud? Que el Enfermo no pueda hablarnos de lo que más le
importa. Que tenga que reprimir sus miedos, sus ansiedades, su necesidad de hablar de
su próxima Muerte, de despedirse con tranquilidad y teniendo un diálogo abierto con
todos y cada uno de los que él ama. Que su Muerte suceda pues, en una terrible
SOLEDAD, aunque todos lo estén acompañando físicamente. Y esto, simplemente, no
se vale.

En la Depresión Anticipatoria, que la sufre solamente el Enfermo en Fase Terminal o


Moribundo, debemos simplemente estar. Estar con él. Tocarlo si le gusta. Llorar con él
si tenemos deseos de llorar. Si él está triste porque va a morir y nosotros estamos tristes
porque él va a morir, ¿por qué no llorar juntos? ¿Por qué tener que ser inhumanos en el
momento más trascendental de la vida de un humano? ¿Por qué poner máscaras en su
compañía?

Sí, es la Depresión más dolorosa, pero el Enfermo la debe pasar para que pueda cerrar
los círculos afectivos. Para que pueda decir “Adiós” a todos los que ama y a todo lo que
ama.

DUELO ANTICIPATORIO.

Y mientras el paciente sufre su Depresión Anticipatorio, la familia sufre el Duelo


Anticipatorio. Un período que llena de rabia, de tristeza y de culpas. Porque es como si
uno deseara que él ya muera para que nosotros descansemos. Es ver y sentir muerto a
quien todavía está vivo. Es pensar en cómo va a ser la vida ya sin él. En cómo vestir el
cadáver que todavía no lo es. En planear su entierro o cremación. En tratarlo como si ya
no existiera.

Esto nos llena de ira, de tristeza, de culpas. Debemos permitir a la familia que eche
fuera su rabia, que grite su enojo, que golpee su coraje. Que llore, Que se desahogue.
Que se abracen unos a otros. Que se insulten unos a otros. Es que, sus problemas,
apenas van a comenzar…
Quinta emoción: ACEPTACIÓN.

Finalmente la muerte se hace presente. En los últimos momentos, el moribundo está allí.
Pero cómo necesita de todos los que él ama. De sus caricias, de sus besos, de sus
oraciones, de su compañía real, auténtica, interna.

Al enfermo, con la actitud, no con palabras, sólo habrá que decirle: “Está bien. No te
preocupes. Yo estaré aquí, contigo, hasta que cierres los ojos para siempre”. Siempre
debemos respetar el silencio del moribundo. Kübler-Ross insiste enseñándonos: “Si
tienes el valor de estar junto a un moribundo, y respetas su silencio, entonces el
moribundo te estará enseñando lo que es la vida y lo que es la muerte. Es más. Te estará
preparando para tu propia muerte. Y ese será su regalo de despedida para ti”.

Resumiendo, la Aceptación es decir SÏ a la Voluntad de Dios. Decirlo con toda mi


inteligencia, con todo mi corazón, con toda mi libertad. Con todo el compromiso que
significa la aceptación consciente.

Pero, para que el paciente del Tanatólogo llegue a tener verdaderamente Aceptación, y
que no diga un Sí de dientes para fuera, requiere que la terapia haya curado el
sufrimiento propio de cada una de las emociones por las que, teóricamente, hemos
caminado juntos, ustedes y yo, en esta plática.

No es cuestión de Fe. Es experiencia humana. Es el dolor que todos hemos pasado ya


con las muertes de nuestros seres queridos y que sufriremos cuando lleguemos a nuestro
fin.

Atención: NUNCA le deseemos a ninguna persona que se RESIGNE. Nunca. Aunque


esto sea lo más frecuente, deberíamos promover un cambio empezando por nosotros
mismos. La palabra Resignación la debemos quitar de nuestro vocabulario. La
resignación es pasiva. Es decir, “que se haga pues la voluntad de Dios ya que no se ha
de hacer la mía”. Es convencerse de que “así es la vida, y ni modo”. Es alargar el
sufrimiento de una Muerte. Y no se puede ser pasivo cuando se trata del acto más
trascendental de la vida del Hombre: su Muerte.

No. Un humano, y con mayor razón quizás, un Cristiano, deberá vivir la


ACEPTACIÓN. Aceptar es tomar las riendas de nuestra vida. Aceptar es seguir
adelante cumpliendo nuestra misión, aquella para la que fuimos creados y que le da
sentido a nuestra vida. Aceptar es tener la certeza de que estamos en las Manos de Dios.
Aceptar es asegurar, confiadamente, que son ciertas las palabras del Apóstol Pablo:
“Para aquellos que aman a Dios, todo, todo, absolutamente todo, es para su bien”.

EL DUELO Y SU MANEJO.

Primera pregunta: ¿Qué es UN DUELO?

Respuesta: Es la reacción natural ante una pérdida, que será más o menos dolorosa, pero
siempre dolorosa, dependiendo de la relación que se tenía con el objeto perdido y de la
conciencia de lo definitivo, o no, de dicha pérdida.
Es una Emoción Cognitiva. Lo que significa que abarca al Hombre entero: en su
conocimiento (inteligencia, pensamiento) y en su afectividad (voluntad, sentimiento). Y
por eso el Duelo dura tanto tiempo. Porque el pensamiento nos recuerda continuamente
a la persona que murió – hablando del Duelo por una Muerte, por supuesto – lo cual
hace que el sentimiento de su ausencia física, sea más vivo en nosotros. Esto logra que
se produzca una cadena que, prácticamente, se torna infinita. Porque todo, todo, nos
recuerda a quien murió y así sentimos más y más la falta que nos hace.

Pero hay dos cosas que debemos tomar en cuenta. Primera: El Duelo se vive como un
Proceso. Comenzó en algún momento: en el instante en que supimos que se había
producido la Muerte. De donde brota la conclusión lógica: si el Duelo es un Proceso, si
inició en algún momento, entonces es un dolor que debe terminar: todo proceso finaliza,
todo lo que se inicia, se termina.

Segunda cosa a tener en cuenta: Sufrimos Duelo en la medida en que somos capaces de
AMAR, o al menos de tener AFECTO y en la medida en que tengamos SENTIDO DE
NUESTRA DIGNIDAD HUMANA. Y estas virtudes, que lo son, serán nuestra ayuda
para salir del tremendo dolor del Duelo. Ejemplo aclaratorio: hoy, por la mañana, si
encendimos la televisión en el Noticiero, nos enteramos de muchas, de muchas muertes,
sucedidas el día de ayer. Y sin embargo no sufrimos pena alguna. ¿Por qué? Porque no
amamos a quienes murieron, porque no les teníamos afecto, porque no eran ni
familiares, ni amigos, ni conocidos nuestros: no tuvimos capacidad ni de Amarlos, ni de
tenerles verdadero Afecto, ni consideramos el hecho como algo que fuera contra nuestra
dignidad personal.

Pero cuando a los que murieron sí los amamos, cuando sí les teníamos afecto, cuando sí
eran conocidos importantes para nosotros, entonces sufrimos el Duelo. Duelo que se
manifiesta, sobre todo, por Tristeza y por Rabia. Tristeza por la pérdida. Rabia, porque
nada ni nadie, tenía derecho de quitarnos a las personas que amamos, arrancarnos a lo
que es nuestro, a quienes forman parte de nuestra vida.

Esto mismo es lo que nos da certeza de que el Duelo es un Dolor que se CURA.
Terminará cuando podamos depositar la libido hacia quien murió en nosotros mismos; y
cuando podamos cambiar el enojo por la pérdida, por el coraje de vivir. De vivir a
plenitud.

Quiero hacer hincapié en esto: si el Duelo es una reacción natural ante una pérdida, el
Duelo no es una enfermedad. En lo posible, pues, eviten los fármacos. Estos son para
los enfermos, y sufrir del Dolor del Duelo no es enfermedad. Es una respuesta natural.

Segunda pregunta: ¿Cómo Elaborar el DUELO?

Respuesta: Todo Duelo atraviesa por diferentes ETAPAS. Que, aunque las califiquemos
como Fases, también se entremezclan. Veamos una por una.

Primera Etapa: SHOCK.

Esta etapa inicia el proceso. ¿Cómo reaccionamos cuando sabemos que murió un ser
querido?: Negándolo. “¡No puede ser! Ayer platicamos juntos, y estaba tan bien. Dime
que no es cierto”. Estas frases, y otras por el estilo, nos salen de la boca apenas nos
enteramos de la noticia. Se trata de una necesidad de negar lo que sabemos que sí, que
ya sucedió. Y esta Negación la debemos de quitar lo antes posible.

La etapa de Shock es un Mecanismo de Defensa muy caritativo. Porque de otra manera


quedaríamos choqueados ante la noticia de la Muerte; si la realidad profunda de la
Muerte nos llegara de inmediato, todos estaríamos esquizofrénicos. El Yo, nuestro Yo,
tendrá que aceptar la realidad de la Muerte de un ser amado, pero lo irá haciendo poco a
poco, conforme sea capaz de aceptarlo.

Por otra parte comenzamos, de inmediato, diferentes acciones que son verdaderos
“Rituales” y que van logrando que la realidad de la Muerte llegue a nosotros de manera
conveniente. Estos Rituales son de diferente orden:

RITUALES PERSONALES. Yo, mi Yo, se despide del ser querido. Cada uno de
nosotros reaccionamos de manera diferente. Hay quien grita, se abraza del cadáver, lo
sacude, le dice histéricamente: “Dime que no es cierto, Abre los ojos, di algo”. Otros
caerán en un llanto tranquilo, muchos se pondrá a orar, habrá quienes hagan cosas raras
como ponerse de inmediato a barrer el cuarto en donde murió su ser amado. Son
diferentes y personales maneras de iniciar la despedida con quien acaba de fallecer.

RITUALES FAMILIARES. La familia se une. Se abraza. Lloran juntos. Quizás oren.


Se ponen de acuerdo en diferentes acciones: uno tendrá que ir a arreglar todo lo de la
funeraria: escoger el ataúd, ver lo del traslado del cadáver, el lugar de la velación; otro
buscará al Pastor o al Sacerdote, platicarán en cómo vestir al cadáver, decidirán si es
mejor el entierro o la cremación, responsabilizarán a alguien a que avise por teléfono a
familiares y conocidos, cambiarán su ropa, etcétera.

RITUALES SOCIALES. Comienzan cuando ya corrió la noticia de la Muerte y acuden


familiares y amistades a la casa o a la funeraria: al lugar en donde esté el féretro y se
hace la velación. Dan el pésame. Abrazan a los dolientes. Llevan flores. Acompañan un
rato. Aseguran que están de corazón con la familia de quien murió y le prometen que
cuentan con ellos para lo que se les ofrezca. Algunas amistades estarán presentes en el
entierro o en la cremación.

Estos Rituales, a fuerza de hablar tanto y tanto de esa Muerte, van quitando la Negación
del sobreviviente. Pero, por lo mismo, le van despertando la conciencia de la Soledad en
la que queda, precisamente por esta Muerte.

RITUALES RELIGIOSOS. Finalmente están los Rituales Religiosos. Entre los


católicos se celebran Misas de Cuerpo presente y se ora: lo más común es el rezo del
Rosario. Para el católico esto es una manifestación de Amor hacia el difunto: pedirle a
Dios sus gracias, su Amor, su Perdón para quien murió, y sus gracias y bendiciones para
los familiares de éste. Entre nosotros, vendrá un Pastor, o su delegado, que pronunciará
un sermón avivando nuestra fe; y entonaremos Alabanzas, y diremos alguna plegaria
pidiendo la Aceptación para la familia.

El Ritual Religioso, además de servirnos para ir quitando la Negación, nos desnuda ante
Dios. Es cuando, dramáticamente quizás, le hacemos a Dios esa pregunta: “¿Por qué,
por qué Señor?” pregunta que siempre queda sin respuesta.
El Shock, y su necesidad de negar lo que sabemos que sí sucedió, cuando se trata de una
Muerte lógica y esperada, durará entre 15 y 30 días.

Segunda etapa: DEPRESIÓN.

De la etapa de Shock, pasamos a la Segunda Etapa, que es, sin duda alguna, la más larga
y dolorosa. Es cuando, para decirlo coloquialmente, “ya nos cayó el veinte de lo que
significa, para nosotros, la Muerte de quien tanto amamos”. Y con ello, surgirán otras
varias pérdidas, a cual más de dolorosas:

- Se experimenta la sensación de una MUTILACIÓN. El corazón no está con uno.


Está allá, en aquella tumba o en aquella Urna. Si me cortaran una mano, sería
toda una tragedia para mí, pero si lo que me quitan es el corazón, entonces será
una auténtica catástrofe del Yo.

- Se pierde EL SENTIDO DE LA VIDA. ¿Para qué se vive? ¿Qué sentido tiene la


existencia, si todo termina en una fría tumba? ¿Amar? Si precisamente sufro
tanto porque amé mucho a quien murió. Hacer grandes cosas… ¿para qué? Todo
queda en el olvido. La Muerte lo destruye todo.

- Se pierde EL INTERÉS POR LA PROPIA VIDA. Todo, pensamientos,


sentimientos y percepciones, son en función de quien murió. Así, quien sufre el
dolor del Duelo, no tiene deseos de arreglarse. No le importa su arreglo
personal. Y siente que todo lo que antes le gustaba hacer, ahora ya no; ya no le
interesa.

- Se vive la sensación de un VACÍO INTERIOR que uno jura que es infinito:


Nada ni nadie podrá llenar el hueco que esa Muerte nos dejó. Si, por ejemplo, le
decimos a una madre que acaba de perder a uno de sus hijos: “Piensa que tienes
otros”, ella probablemente nos dirá y seguramente lo sentirá así: “¿Y qué? No
me importan ellos, sólo el que murió”.

- Se vive en una atmósfera de TRISTEZA PROFUNDA que uno asegura, porque


así se siente, que será eterna: Es que la vida sin esa persona, nunca será igual.

Con todas estas emociones nacerá una necesidad de llorar: ¡benditas lágrimas! Permitan
que las personas lloren. No se dejen convencer por esas consejas de abuelas que
predican que no hay que llorar para que el difunto descanse en paz. Estas creencias, y
otras por el estilo, son auténticas tonterías. La tristeza y la rabia son dos emociones que
mientras más se ventilan más pronto desaparecen. Además, el llanto tiene una función
homeostática: equilibran nuestros Aparatos internos para que vuelvan a funcionar con
toda normalidad.

Además, el sobreviviente se enfrenta al dolor de una fuerte Frustración. Por si fuera


poco, nacen, fuerte y tercamente, muchos sentimientos de Culpa. Hay un cambio de
conducta en el Sueño y en el Apetito: o no se duerme, se tiene un sueño ligero o lleno
de pesadillas, que no descansa, o al revés, se duerme excesivamente, como para fugarse
de la realidad. O no se come porque desaparecen el hambre y el antojo, o al contrario, se
come mucho más, como por ansiedad.
Todo lo descrito son síntomas de una Depresión. Pero conste: se trata, simplemente, de
una Emoción muy dolorosa y no de una Enfermedad. Cuidado con los antidepresivos.
En estos casos no son recomendables: un efecto secundario común a los antidepresivos
y ansiolíticos, es “atarantar”. Y ante los grandes dolores debemos estar enteros; no
atarantados. De otra manera el dolor se hace sordo y dura mucho más. Por supuesto que
si el sobreviviente padecía ya una Depresión anterior al deceso y estaba tomando ya
antidepresivos, deberá continuar con su tratamiento. Y por supuesto también que si no
puede dormir, le facilitará el descanso un fármaco que sea inductor del sueño, aunque
sea también un ansiolítico. Pero sólo serán recomendables en esos casos.

La segunda etapa es la más larga. Su duración y profundidad de sufrimiento,


dependerán de varios factores, como, por ejemplo, Trastornos de la Personalidad, el
carácter, los mecanismos de defensa del Yo de cada quien, las ayudas que se tengan y
que se permitan recibir, la situación económica en que queda el sobreviviente, la
relación familiar que se vive, la Religión, la Religiosidad y la Espiritualidad que se
tenga, el concepto personal y familiar sobre lo que es la Muerte, etcétera. Hay muchos
otros elementos afines con los enumerados, que ayudarán a salir adelante, o que, al
contrario, impedirán la elaboración del proceso del duelo.

Todo esto lo debemos tomar muy en cuenta.

Tercera etapa: RABIA.

Tiene que aparecer. Necesariamente. Y aparecerá, con todo su vigor, en la medida en


que vayamos siendo capaces de comprender lo que significó para nosotros, esa Muerte
por la que estamos sufriendo el dolor del Duelo. Pensemos en esto: si hoy, saliendo de
este curso, al llegar a nuestra casa, nos damos cuenta que nos han robado, ¿no nos daría
coraje? Y ciertamente, con el tiempo, podremos comprar una nueva licuadora y una
nueva televisión, en lugar de las que se llevaron los ladrones. Nuestro enojo, en este
caso, será muy justo: porque nadie tiene el derecho de quitarnos lo nuestro. Pues, con
mayor razón, nos tendrá que dar Rabia cuando seamos conscientes de que nos han
robado, nos han quitado, a esa persona que tanto amamos, y de la que no hay un
repuesto posible.

Por eso, para el creyente, la Rabia se dirige, primera y principalmente, contra Dios.
“¿Por qué lo permitiste, Señor? ¿Por qué no escuchaste nuestras plegarias?”. Ya hablé
suficientemente de la Rabia cuando la tratamos en la plática sobre el Proceso del Morir.
Solamente aumentaré una cosa: allá expliqué que la Rabia contra Dios es un acto de fe.
Ahora añado que es también una verdadera Oración. Orar es hablar con Dios de
nuestros sentimientos: será una oración de petición si lo que necesitamos es pedirle
algo, lo será de gratitud si nuestro sentimiento está lleno de agradecimiento, será de
alabanza si dentro de nosotros hay la necesidad de glorificar a Dios, será de adoración si
sentimos que queremos Adorarlo. Bien, si lo que necesitamos es hablarle nuestro enojo,
el enojo se transforma en Oración. Al fin de cuentas, todo lo que le digamos a Dios se
hace Oración. No temamos enojarnos contra el Señor.

Igualmente, la Rabia se dirigirá a los médicos, a las instituciones, a las amistades que
para consolarnos nos dicen tantas estupideces, contra los familiares que no sienten lo
que nosotros estamos padeciendo, contra los vivos a los que quizás miremos con
envidia, contra quien murió porque se fue y nos abandonó, y contra el Yo.
Lo importante es permitirnos echar fuera la Rabia. No reprimirla. La represión,
recordemos, es la base de todas las neurosis. Y al echar fuera de nosotros nuestra Rabia,
estaremos echando, con ella, todos los sentimientos negativos que tenemos reprimidos.

De esta manera, nuestro enojo, en lugar de ser malo, se convierte en el principio de


curación del Duelo. Solamente debemos aprender a echarla sin dañar a otros ni dañarnos
a nosotros mismos. Y nunca olvidemos, para comprender nuestros enojos, que, por
definición, la Rabia es irracional e incontrolable.

Cuarta etapa: PERDÓN.

Cuando nosotros nos hemos enojado, y lo hemos hecho muchísimas veces, por ejemplo,
con nuestro marido o la esposa, pasada la furia, vivimos el Perdón. Y ciertamente que
sentimos que el Perdón nos une mucho más con la persona amada. Por eso, amar es
saber perdonar y saber pedir perdón.

¿A quiénes debo de perdonar? A todos aquellos contra los que me enojé. ¿Tengo acaso
que perdonar a Dios? ¡Por supuesto que sí! ¿Pero no es Dios el que siempre me
perdona? Si, siempre que le he fallado Él me ha perdonado. ¿Entonces? Entonces
sucede que yo también debo perdonar a Dios su insistencia, permítanme decirlo así, en
querer escribir derecho en renglones torcidos, que luego no entendemos. Que fue lo que
sucedió: le tengo que perdonar al Señor que haya permitido que mi ser querido muriera,
y que, aunque yo no entienda por qué, me pide que acepte su Voluntad. ¡Como que se
manda el Señor!

Se nos dificultará más perdonar a los demás. Y, lo más difícil, perdonarnos a nosotros
mismos. Perdonarme a mí mismo. Perdonar a mi Yo.

El Perdón es fruto del Amor. Pero del Amor a mi propio Yo. Por ejemplo: una madre
nunca podrá perdonar al asesino de su hijo. Pero sí podrá hacerlo si reflexiona: “Tú,
asesino, no mereces el perdón. Pero yo sí merezco tener paz interior. Por eso te
perdono”. Pero el Perdón no va contra la Justicia, que también es otra virtud. En el
ejemplo que acabo de decir, la madre podrá perdonar al asesino de su hijo, pero deberá
dejarlo en la cárcel.

¿Por qué es necesario perdonar? Porque el Perdón no es solamente una Virtud como
cualquiera otra. El Perdón es la condición indispensable para que tengamos Paz Interior.
Y la Paz Interior es, precisamente, la que perdimos por el dolor del Duelo.

Quinta etapa: ACEPTACIÓN.

Llegar a la Aceptación. Es la meta. No a la Resignación. Entre paréntesis: nunca le


deseen a nadie que se resigne. Resignación es una palabra que debería desaparecer de
nuestro Vocabulario. Y más cuando se trate de consolar a la persona que sufre por la
reciente muerte de un ser amado para ella. ¡Hablemos siempre de Aceptación!

¿Cuál es la diferencia? Que la Resignación es pasiva; es como decir: “Bueno, que se


haga la voluntad de Dios ya que no se ha de hacer la mía”. La Aceptación, en cambio,
es activa. La Aceptación es seguir con mi vida, es luchar por cumplir con la misión que
Dios me dio, es realizarme como la Persona que debo llegar a ser, aún faltándome el
apoyo de quien murió.

¿Podremos vivir así? ¿Podremos vivir una real Aceptación cuando quien murió es la
persona que, sin comparación, era a la que más amamos? ¡Por supuesto que sí! Sobre
todo si de verdad somos Cristianos. Si de verdad creemos en la palabra de Cristo.
Porque si de verdad creemos en Cristo y en su Palabra, entonces podremos firmemente
afirmar que: LA MUERTE NO EXISTE.

Jn 8,51: en un candente diálogo con los judíos, Cristo afirma: “De cierto, de cierto os
digo, que el que guarda mi palabra, NUNCA verá muerte”. Y los judíos entendieron
muy bien lo que el Señor dijo. Por eso le reclaman: “Ahora conocemos que tienes
demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca
sufrirá muerte”. Lo entendieron, sí, pero no le creyeron… y, nosotros ¿sí le creemos?

Y el mismo evangelista, al narrarnos la resurrección de Lázaro, nos dice que cuando


Jesús llegó a Betania, ya llevaba Lázaro cuatro días en el sepulcro. Y, ante el reclamo de
Marta, hermana del difunto, que le salió al encuentro, Jesús le prometió: “Tu hermano
resucitará” (Jn 11,23). Y ella le dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día
postrero” (Jn 11,24). Como diciéndole: “Eso no me interesa. Cuando llegue el día
postrero, yo también habré muerto, y Lázaro me hace falta ahorita”. Y Jesús pronuncia
las palabras con las que tenemos que confrontar nuestra fe: “Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí,
NO MORIRÁ JAMÁS. ¿Crees esto? (Jn 11,25-27).

Jamás morirá. ¿Creemos eso? Lo dicho: la Muerte no existe.

Y tampoco es que solamente viva el alma (como tanto nos han repetido). Cristo siempre
nos habló de Resurrección. Nunca de que la Muerte fuera el final, ni tampoco de re-
encarnación. Siempre de Resurrección. Pero el alma NO resucita: para poder resucitar,
primero hay que morir, y el alma no muere, sólo el cuerpo. Quien resucita, pues, es el
cuerpo, a menos que Cristo nos haya mentido. ¿No nos enseña Pablo que “morimos en
cuerpo material y resucitamos en cuerpo espiritual”?

Por otra parte, si fuera el alma sola quien estuviera allá, en el cielo, sería auténticamente
“un alma en pena”. Si fuera nada más el alma, no existiría la Vida Eterna. Porque si
fuera la pura alma, no habría vida humana: el Hombre es Alma y Cuerpo, y en él está el
Espíritu de Dios. Pero es Alma y Cuerpo. Pura alma sería igual a otra esencia, a otra
sustancia, a otra existencia, a otro tipo de vida, pero NO humana: no serían ciertas las
palabras del Señor. Aquí dejaríamos de existir, para que siguiera una existencia del todo
diferente.

“Es que, nos han dicho que el cuerpo resucitará el día postrero…” Sí, lo mismo dijo
Marta, y fue refutada por Jesús. Pero escuchemos otras palabras de Jesús. Los saduceos,
secta que rechazaba la resurrección, se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba. Ustedes
seguramente recuerdan el pasaje. Jesús les dijo “respecto a la resurrección de los
muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de
vivos” (Mt 22,31-33). Si nos fijamos, Cristo no asegura que Dios es el Dios del alma de
Abraham, ni del alma de Isaac, ni del alma de Jacob. Sino de las personas que son las
que están vivas. De Abraham, de Isaac, de Jacob. Y persona es alma y cuerpo.

Abundando en la misma idea: cuando el buen ladrón, uno de los crucificados junto con
el Señor, le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc 23,42), Jesús le
contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). Tú, tú
estarás conmigo. Tu, persona humana. No solamente tu alma.

Si el que muere resucita, tendrá que vivir en Dios, puesto que no hay otro lugar: no
existe un cielo físico; si en México nos matamos porque somos demasiados, ¿habrá un
cielo físico en que quepamos, felices, contentos, en paz, todos los hombres, desde Adán
hasta que el mundo muera? Es decir, ¿los hombres que puedan existir durante más,
mucho más, de 40 siglos? No hay cielo físico. Lo único que existe es la infinitud, la
inmensidad de Dios que ni siquiera podremos imaginar. Y en Dios vive el que, para
nosotros, murió. Como Dios vive en nosotros, en nosotros vivirán, vivas, esas personas
que amamos y que nos amaron. De tal manera que la Muerte nunca es ausencia.
Siempre es presencia. Sólo que cambio de presencia: una presencia real, pero espiritual.

Cristiana y Tanatológicamente, la muerte no existe. Es el gran consuelo que nos dan la


fe y la ciencia. Cristiana y Tanatológicamente, la comunicación espiritual con quien
murió es una realidad.

SUICIDIO.

Antes de meternos en la problemática del Suicidio, tengo que dejar muy clara una
importantísima idea: la Biblia menciona estos suicidios: el de Ajitófel (2 S 17,23)
personaje con gran parecido a Judas Iscariote, el gran suicida del Nuevo Testamento; el
de Abimélek (Jc 9,54), guerrero; el del Rey Saúl y su escudero (1 S 31,4.5); el de Zimri,
rey de Israel (1 R 16,18); el de Razías (2 M 14,41s) y el de Sansón, un de los Jueces de
Israel que con su muerte vengó a los que le habían sacado los ojos (Jc 16,30). Todos
ellos son suicidios de grandes personajes: jueces, reyes, ancianos, o sea, las autoridades
del Pueblo Escogido. Y la Biblia los narra solamente, sin emitir juicio alguno: ni los
aprueba, ni los condena. Cosa que deberíamos reflexionar.

EL SUICIDIO NO ES UN ACTO COMPULSIVO.

Nadie se suicida simplemente por un impulso. Ni por una compulsión. TODO


SUICIDIO SE PLANEA, Y ESTA PLANEACIÓN SE HACE DURANTE AÑOS.

Es algo que debemos conocer. Es algo que URGE que conozcamos. El Suicidio
NUNCA es un acto impulsivo. Siempre se planea durante años…

MOMENTOS DEL SUICIDA.

1.- IDEACIÓN SUICIDA.

El paciente – que lo es: paciente, no pecador – comienza a hablar. Dice frases como
éstas: “La vida no tiene sentido. Ustedes vivirán mejor sin mí. La vida no vale nada”
Frases así. O algunas más bellas para nosotros: “Que hermoso será estar ya en las
manos amorosas de Dios”. Y decimos al escucharla: “¡Qué tipo tan espiritual!”, cuando
en realidad nos está comunicando su ideación suicida.

¿Por qué esta Ideación? Porque el individuo sufre de Frustraciones y de Culpabilidad.


Vivir lleno de frustraciones y de culpas, es no vivir. Pregunta: ¿Hasta qué punto somos
culpables de que nuestros Hermanos se sientan frustrados y/o culpables? Esta pregunta
es muy importante: ¿Podremos culpar a quienes, por nuestra falta de comprensión, les
hemos empujado a una vida llena de Frustraciones y Culpas? ¿Podremos culpar a
quienes tiene ideas sucidias?

2.- CONDUCTA SUICIDA.

Si nadie escucha a quien está gritando sus ideaciones suicidas – frustraciones y culpas –
entonces caerá en otra etapa que se llama: Conducta Suicida.

Ya no son “palabras, frases, amenazas de suicidio”. Ya la persona cambia de conductas:


Si era alguien sumamente “ordenado” se hace desordenado como si nada le importara.
Si es desordenado, comienza a ordenar todo, como para “dejar todo en orden”. La
Depresión es un cambio de conducta: ante cualquier deprimido podremos sospechar a
un Suicida. Pero si alguien, deprimido durante un tiempo, se manifiesta alegre, es que
“ya encontré la solución a mi problema”

Quiere decir que a la Ideación, se suma la Conducta: fruto de Frustraciones, Culpas,


más Rabias, porque nadie le escuch||||||ó. Frustraciones, Culpas, Rabias. Emociones
culpables del Suicidio.

3.- Vendrá, después ¿cuánto tiempo después? ¿Años?, el Acto Suicida.

3.-PREGUNTA.

CRISTIANAMENTE, ¿PODEMOS CONDENAR A QUIEN COMETIÓ UN ACTO


SUICIDA, CON ÉXITO O SIN ÉL?

Si el Suicida nos avisó con su Ideación y su Conducta, que su vida no tiene sentido –
por sus frustraciones, culpas, rabias – y nosotros no le ayudamos a salir de sus
problemas, ¿él es el culpable? ¿A pesar de que la Biblia no condena el suicidio? ¿No
seremos nosotros los culpables por no haber “escuchado”, “entendido”, “comprendido”,
y, sobre todo, por “no haberle dado el Amor que Cristo nos pide y exige que demos, y
que, en cambio, SÍ LO CONDENEMOS”?

No es virtud condenar religiosamente a quien se suicidó.


No es justo condenar, moralmente, a quien se suicidó.
NO SON CRISTIANAS ESTAS CONDUCTAS NI ESTAS CONDENACIONES POR
NUESTRA PARTE.
Recordemos las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: “No juzguéis y no seréis
juzgados”

Si alguien piensa en el Suicidio, es porque nosotros, los Cristianos, no lo hemos


escuchado, ni entendido, ni comprendido. Lo hemos dejado solo en su dolor.
Según lo que he explicado, el Suicidio, en último caso, es PECADO SOCIAL, y, por lo
mismo, es pecado de NUESTRA PROPIA IGLESIA.

Pensemos, Reflexionemos, y OREMOS.

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