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TANATOLOGÍA.
Podríamos Definirla como una disciplina científica, dentro del campo de la Salud, que
trata de CURAR EL DOLOR DE LA MUERTE Y DE LA DESESPERANZA: estos
son, con mucho, los dolores más grandes que sufre el Ser Humano.
Los pacientes – y lo son si entendemos por “enfermo” a aquella persona que está
sufriendo un dolor que puede ser inaguantable - que debe tratar quien se dedique a la
Tanatología Clínica, son el Enfermo Terminal, los Familiares del Enfermo Terminal, el
Enfermo en Fase Terminal y su familia, los que padecen por la Muerte de un Ser
querido, los que sufren de una desesperanza tal que los hace pensar en el Suicidio, los
familiares cercanos de estos, y quienes necesiten elaborar su Duelo por un Suicidio,
haya sido exitoso, o no, el acto suicida, lo mismo que los miembros del equipo de salud
involucrado.
Para lograr su cometido, la Tanatología tiene que contemplar al Hombre de una manera
holística: en su aspecto bío-psico-social y espiritual, pero viendo al Hombre como un
Todo, no como una suma de partes. Por eso la Tanatología exige una preparación
rigurosamente profesional: un simple Diplomado no hace al Tanatólogo.
DEFINICIONES.
ENFERMO TERMINAL: es una Persona, que padece una enfermedad, por la que
posiblemente vaya a morir, en un tiempo relativamente corto (para él y su familia) y que
conoce su diagnóstico.
EMOCIONES ENTREMEZCLADAS.
Es la emoción primera que sienten el Enfermo, que en ese momento empieza a serlo
Terminal, y su familia. Surge desde el instante mismo en que el médico les dice el
Diagnóstico. Nace la Angustia y nunca terminará: por esa palabra que pronunció el
doctor, el fantasma de la Muerte aparece en sus personas y en su hogar. Y no va a
terminar… hasta que el enfermo muera.
Se trata de una emoción que requiere toda la atención. No sirve hablar de que Dios nos
ama, que estamos en Sus Manos, porque lo que se sufre no es por falta de fe. La
Angustia no pide que demos consejos, por sanos o buenos que nos parezcan. La
Angustia pide que sepamos escuchar. Permitir el desahogo de quien sufre Angustia,
tantas veces como él lo necesite.
Tenemos que aprender a ser una persona que escucha, no una que hable.
Nace, y va creciendo, conforme pasan los días o los meses. Uno se da cuenta que “ya no
hay tiempo para hacer lo que nos habíamos propuesto hacer”. Y la Frustración será
mayor, en la medida en que somos conscientes de nuestra IMPOTENCIA. Y ante la
Muerte, todos somos impotentes. Totalmente.
La Rabia se dije también contra los médicos y enfermeras (mucha más peligrosa esta
Rabia), o contra los sanos, o contra los vivos, contra todos. Muchas veces se reviste de
envidia. Incluyendo al Enfermo y al propio Yo. Permitir que echen fuera la Rabia
quienes la tienen, es la manera terapéutica de curarla.
c) Renovando nuestra Espiritualidad. Todo lo que existe tiene siempre una razón
de ser. Y esta razón de ser siempre trasciende la propia existencia. Si el dolor
existe, debe tener una razón más allá de ser un simple síntoma. Pregúntate: “Para
mí, ¿cuál es el Sentido del Dolor?”. Y te responderás, si eres sincero en tu fe: no
es un pago por mis malas acciones; es un unirme al Cristo Redentor. Este es el
Valor de trascendencia del Dolor. Por lo mismo, si la Enfermedad existe, debe
tener un Valor de Trascendencia. Y si la Muerte existe, la Muerte es
Trascendencia. El Hombre Trasciende. La Persona Humana trasciende, como
trasciende la Persona Divina: somos hechos a Imagen y Semejanza de Dios. Si
la Muerte es Trascendencia, entonces la Muerte nunca será Ausencia; siempre
será Presencia, sólo que cambio de Presencia. Una presencia Real, pero
Espiritual.
Todo proceso de morir trae siempre, consigo, muchas Culpas. “¿Por qué lo llevamos
con este médico si tanto nos recomendaron a este otro? ¿Por qué algunas veces,
enojado, le dije que era un idiota? ¿Por qué preferí ir al cine con mis amigos y lo dejaba
siempre en casa? ¿Por qué lo llevé al Hospital si él no quería?”, etcétera.
DEPRESIÓN REACTIVA:
En fin. No digo más. Esta enumeración quiso ser simplemente un listado de ejemplos.
Según la pérdida que está sufriendo el paciente, será la ayuda tanatológica que se debe
dar.
DEPRESIÓN ANSIOSA.
DEPRESIÓN ANTICIPATORIA.
Sin duda alguna, es la más dolorosa. Lo dicho: si uno no va curando las emociones
pasadas, todas y cada una, el sufrimiento del moribundo (que en este momento ya lo es,
o al menos, es Enfermo en Fase Terminal) y el de su familia, será inmenso. Tal es la
responsabilidad de quien se dice Tanatólogo.
La Depresión Anticipatoria es una Depresión silenciosa. El enfermo sabe que va a
morir. Y muy pronto. El cuerpo sabe mejor que el mejor médico, cómo se siente. Pero si
el ya pronto moribundo nos dice que sabe que va a morir, nuestra respuesta común es
negarle la realidad: “No digas eso. Verás como pronto podrás caminar de nuevo: dar
unos pasitos”. O bien, tratamos de darle una Esperanza FALSA: “El doctor dice que te
mejorarás. En Internet anunciaron un nuevo medicamento. Yo te veo mejor”
Y creemos que con estas palabras lo podemos engañar. Pero lo único que haremos es
que, en los últimos días, o semanas, del Enfermo, nos separe una mentira. Él sabe que
va a morir aunque se lo ocultemos. Él nos engañará a su vez., porque se da cuenta que
no estamos preparados para su Muerte, tratando de hacernos creer que él espera de
verdad su alivio. Y no se vale que sus últimos días estén envueltos en una vil mentira.
¿Por qué negamos su próxima Muerte, o por qué damos Esperanzas Falsas? No por el
bien del Enfermo, ciertamente. Sino porque no podemos nosotros con la angustia que
nos da el simple pensamiento de la próxima muerte de ese ser querido. Y, al querer
disminuir nuestra Angustia, aumentamos la de él. Tan sencillo como eso. ¿Qué
logramos con esta actitud? Que el Enfermo no pueda hablarnos de lo que más le
importa. Que tenga que reprimir sus miedos, sus ansiedades, su necesidad de hablar de
su próxima Muerte, de despedirse con tranquilidad y teniendo un diálogo abierto con
todos y cada uno de los que él ama. Que su Muerte suceda pues, en una terrible
SOLEDAD, aunque todos lo estén acompañando físicamente. Y esto, simplemente, no
se vale.
Sí, es la Depresión más dolorosa, pero el Enfermo la debe pasar para que pueda cerrar
los círculos afectivos. Para que pueda decir “Adiós” a todos los que ama y a todo lo que
ama.
DUELO ANTICIPATORIO.
Esto nos llena de ira, de tristeza, de culpas. Debemos permitir a la familia que eche
fuera su rabia, que grite su enojo, que golpee su coraje. Que llore, Que se desahogue.
Que se abracen unos a otros. Que se insulten unos a otros. Es que, sus problemas,
apenas van a comenzar…
Quinta emoción: ACEPTACIÓN.
Finalmente la muerte se hace presente. En los últimos momentos, el moribundo está allí.
Pero cómo necesita de todos los que él ama. De sus caricias, de sus besos, de sus
oraciones, de su compañía real, auténtica, interna.
Al enfermo, con la actitud, no con palabras, sólo habrá que decirle: “Está bien. No te
preocupes. Yo estaré aquí, contigo, hasta que cierres los ojos para siempre”. Siempre
debemos respetar el silencio del moribundo. Kübler-Ross insiste enseñándonos: “Si
tienes el valor de estar junto a un moribundo, y respetas su silencio, entonces el
moribundo te estará enseñando lo que es la vida y lo que es la muerte. Es más. Te estará
preparando para tu propia muerte. Y ese será su regalo de despedida para ti”.
Pero, para que el paciente del Tanatólogo llegue a tener verdaderamente Aceptación, y
que no diga un Sí de dientes para fuera, requiere que la terapia haya curado el
sufrimiento propio de cada una de las emociones por las que, teóricamente, hemos
caminado juntos, ustedes y yo, en esta plática.
EL DUELO Y SU MANEJO.
Respuesta: Es la reacción natural ante una pérdida, que será más o menos dolorosa, pero
siempre dolorosa, dependiendo de la relación que se tenía con el objeto perdido y de la
conciencia de lo definitivo, o no, de dicha pérdida.
Es una Emoción Cognitiva. Lo que significa que abarca al Hombre entero: en su
conocimiento (inteligencia, pensamiento) y en su afectividad (voluntad, sentimiento). Y
por eso el Duelo dura tanto tiempo. Porque el pensamiento nos recuerda continuamente
a la persona que murió – hablando del Duelo por una Muerte, por supuesto – lo cual
hace que el sentimiento de su ausencia física, sea más vivo en nosotros. Esto logra que
se produzca una cadena que, prácticamente, se torna infinita. Porque todo, todo, nos
recuerda a quien murió y así sentimos más y más la falta que nos hace.
Pero hay dos cosas que debemos tomar en cuenta. Primera: El Duelo se vive como un
Proceso. Comenzó en algún momento: en el instante en que supimos que se había
producido la Muerte. De donde brota la conclusión lógica: si el Duelo es un Proceso, si
inició en algún momento, entonces es un dolor que debe terminar: todo proceso finaliza,
todo lo que se inicia, se termina.
Segunda cosa a tener en cuenta: Sufrimos Duelo en la medida en que somos capaces de
AMAR, o al menos de tener AFECTO y en la medida en que tengamos SENTIDO DE
NUESTRA DIGNIDAD HUMANA. Y estas virtudes, que lo son, serán nuestra ayuda
para salir del tremendo dolor del Duelo. Ejemplo aclaratorio: hoy, por la mañana, si
encendimos la televisión en el Noticiero, nos enteramos de muchas, de muchas muertes,
sucedidas el día de ayer. Y sin embargo no sufrimos pena alguna. ¿Por qué? Porque no
amamos a quienes murieron, porque no les teníamos afecto, porque no eran ni
familiares, ni amigos, ni conocidos nuestros: no tuvimos capacidad ni de Amarlos, ni de
tenerles verdadero Afecto, ni consideramos el hecho como algo que fuera contra nuestra
dignidad personal.
Pero cuando a los que murieron sí los amamos, cuando sí les teníamos afecto, cuando sí
eran conocidos importantes para nosotros, entonces sufrimos el Duelo. Duelo que se
manifiesta, sobre todo, por Tristeza y por Rabia. Tristeza por la pérdida. Rabia, porque
nada ni nadie, tenía derecho de quitarnos a las personas que amamos, arrancarnos a lo
que es nuestro, a quienes forman parte de nuestra vida.
Esto mismo es lo que nos da certeza de que el Duelo es un Dolor que se CURA.
Terminará cuando podamos depositar la libido hacia quien murió en nosotros mismos; y
cuando podamos cambiar el enojo por la pérdida, por el coraje de vivir. De vivir a
plenitud.
Quiero hacer hincapié en esto: si el Duelo es una reacción natural ante una pérdida, el
Duelo no es una enfermedad. En lo posible, pues, eviten los fármacos. Estos son para
los enfermos, y sufrir del Dolor del Duelo no es enfermedad. Es una respuesta natural.
Respuesta: Todo Duelo atraviesa por diferentes ETAPAS. Que, aunque las califiquemos
como Fases, también se entremezclan. Veamos una por una.
Esta etapa inicia el proceso. ¿Cómo reaccionamos cuando sabemos que murió un ser
querido?: Negándolo. “¡No puede ser! Ayer platicamos juntos, y estaba tan bien. Dime
que no es cierto”. Estas frases, y otras por el estilo, nos salen de la boca apenas nos
enteramos de la noticia. Se trata de una necesidad de negar lo que sabemos que sí, que
ya sucedió. Y esta Negación la debemos de quitar lo antes posible.
Por otra parte comenzamos, de inmediato, diferentes acciones que son verdaderos
“Rituales” y que van logrando que la realidad de la Muerte llegue a nosotros de manera
conveniente. Estos Rituales son de diferente orden:
RITUALES PERSONALES. Yo, mi Yo, se despide del ser querido. Cada uno de
nosotros reaccionamos de manera diferente. Hay quien grita, se abraza del cadáver, lo
sacude, le dice histéricamente: “Dime que no es cierto, Abre los ojos, di algo”. Otros
caerán en un llanto tranquilo, muchos se pondrá a orar, habrá quienes hagan cosas raras
como ponerse de inmediato a barrer el cuarto en donde murió su ser amado. Son
diferentes y personales maneras de iniciar la despedida con quien acaba de fallecer.
Estos Rituales, a fuerza de hablar tanto y tanto de esa Muerte, van quitando la Negación
del sobreviviente. Pero, por lo mismo, le van despertando la conciencia de la Soledad en
la que queda, precisamente por esta Muerte.
El Ritual Religioso, además de servirnos para ir quitando la Negación, nos desnuda ante
Dios. Es cuando, dramáticamente quizás, le hacemos a Dios esa pregunta: “¿Por qué,
por qué Señor?” pregunta que siempre queda sin respuesta.
El Shock, y su necesidad de negar lo que sabemos que sí sucedió, cuando se trata de una
Muerte lógica y esperada, durará entre 15 y 30 días.
De la etapa de Shock, pasamos a la Segunda Etapa, que es, sin duda alguna, la más larga
y dolorosa. Es cuando, para decirlo coloquialmente, “ya nos cayó el veinte de lo que
significa, para nosotros, la Muerte de quien tanto amamos”. Y con ello, surgirán otras
varias pérdidas, a cual más de dolorosas:
Con todas estas emociones nacerá una necesidad de llorar: ¡benditas lágrimas! Permitan
que las personas lloren. No se dejen convencer por esas consejas de abuelas que
predican que no hay que llorar para que el difunto descanse en paz. Estas creencias, y
otras por el estilo, son auténticas tonterías. La tristeza y la rabia son dos emociones que
mientras más se ventilan más pronto desaparecen. Además, el llanto tiene una función
homeostática: equilibran nuestros Aparatos internos para que vuelvan a funcionar con
toda normalidad.
Por eso, para el creyente, la Rabia se dirige, primera y principalmente, contra Dios.
“¿Por qué lo permitiste, Señor? ¿Por qué no escuchaste nuestras plegarias?”. Ya hablé
suficientemente de la Rabia cuando la tratamos en la plática sobre el Proceso del Morir.
Solamente aumentaré una cosa: allá expliqué que la Rabia contra Dios es un acto de fe.
Ahora añado que es también una verdadera Oración. Orar es hablar con Dios de
nuestros sentimientos: será una oración de petición si lo que necesitamos es pedirle
algo, lo será de gratitud si nuestro sentimiento está lleno de agradecimiento, será de
alabanza si dentro de nosotros hay la necesidad de glorificar a Dios, será de adoración si
sentimos que queremos Adorarlo. Bien, si lo que necesitamos es hablarle nuestro enojo,
el enojo se transforma en Oración. Al fin de cuentas, todo lo que le digamos a Dios se
hace Oración. No temamos enojarnos contra el Señor.
Igualmente, la Rabia se dirigirá a los médicos, a las instituciones, a las amistades que
para consolarnos nos dicen tantas estupideces, contra los familiares que no sienten lo
que nosotros estamos padeciendo, contra los vivos a los que quizás miremos con
envidia, contra quien murió porque se fue y nos abandonó, y contra el Yo.
Lo importante es permitirnos echar fuera la Rabia. No reprimirla. La represión,
recordemos, es la base de todas las neurosis. Y al echar fuera de nosotros nuestra Rabia,
estaremos echando, con ella, todos los sentimientos negativos que tenemos reprimidos.
Cuando nosotros nos hemos enojado, y lo hemos hecho muchísimas veces, por ejemplo,
con nuestro marido o la esposa, pasada la furia, vivimos el Perdón. Y ciertamente que
sentimos que el Perdón nos une mucho más con la persona amada. Por eso, amar es
saber perdonar y saber pedir perdón.
¿A quiénes debo de perdonar? A todos aquellos contra los que me enojé. ¿Tengo acaso
que perdonar a Dios? ¡Por supuesto que sí! ¿Pero no es Dios el que siempre me
perdona? Si, siempre que le he fallado Él me ha perdonado. ¿Entonces? Entonces
sucede que yo también debo perdonar a Dios su insistencia, permítanme decirlo así, en
querer escribir derecho en renglones torcidos, que luego no entendemos. Que fue lo que
sucedió: le tengo que perdonar al Señor que haya permitido que mi ser querido muriera,
y que, aunque yo no entienda por qué, me pide que acepte su Voluntad. ¡Como que se
manda el Señor!
Se nos dificultará más perdonar a los demás. Y, lo más difícil, perdonarnos a nosotros
mismos. Perdonarme a mí mismo. Perdonar a mi Yo.
El Perdón es fruto del Amor. Pero del Amor a mi propio Yo. Por ejemplo: una madre
nunca podrá perdonar al asesino de su hijo. Pero sí podrá hacerlo si reflexiona: “Tú,
asesino, no mereces el perdón. Pero yo sí merezco tener paz interior. Por eso te
perdono”. Pero el Perdón no va contra la Justicia, que también es otra virtud. En el
ejemplo que acabo de decir, la madre podrá perdonar al asesino de su hijo, pero deberá
dejarlo en la cárcel.
¿Por qué es necesario perdonar? Porque el Perdón no es solamente una Virtud como
cualquiera otra. El Perdón es la condición indispensable para que tengamos Paz Interior.
Y la Paz Interior es, precisamente, la que perdimos por el dolor del Duelo.
¿Podremos vivir así? ¿Podremos vivir una real Aceptación cuando quien murió es la
persona que, sin comparación, era a la que más amamos? ¡Por supuesto que sí! Sobre
todo si de verdad somos Cristianos. Si de verdad creemos en la palabra de Cristo.
Porque si de verdad creemos en Cristo y en su Palabra, entonces podremos firmemente
afirmar que: LA MUERTE NO EXISTE.
Jn 8,51: en un candente diálogo con los judíos, Cristo afirma: “De cierto, de cierto os
digo, que el que guarda mi palabra, NUNCA verá muerte”. Y los judíos entendieron
muy bien lo que el Señor dijo. Por eso le reclaman: “Ahora conocemos que tienes
demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca
sufrirá muerte”. Lo entendieron, sí, pero no le creyeron… y, nosotros ¿sí le creemos?
Y tampoco es que solamente viva el alma (como tanto nos han repetido). Cristo siempre
nos habló de Resurrección. Nunca de que la Muerte fuera el final, ni tampoco de re-
encarnación. Siempre de Resurrección. Pero el alma NO resucita: para poder resucitar,
primero hay que morir, y el alma no muere, sólo el cuerpo. Quien resucita, pues, es el
cuerpo, a menos que Cristo nos haya mentido. ¿No nos enseña Pablo que “morimos en
cuerpo material y resucitamos en cuerpo espiritual”?
Por otra parte, si fuera el alma sola quien estuviera allá, en el cielo, sería auténticamente
“un alma en pena”. Si fuera nada más el alma, no existiría la Vida Eterna. Porque si
fuera la pura alma, no habría vida humana: el Hombre es Alma y Cuerpo, y en él está el
Espíritu de Dios. Pero es Alma y Cuerpo. Pura alma sería igual a otra esencia, a otra
sustancia, a otra existencia, a otro tipo de vida, pero NO humana: no serían ciertas las
palabras del Señor. Aquí dejaríamos de existir, para que siguiera una existencia del todo
diferente.
“Es que, nos han dicho que el cuerpo resucitará el día postrero…” Sí, lo mismo dijo
Marta, y fue refutada por Jesús. Pero escuchemos otras palabras de Jesús. Los saduceos,
secta que rechazaba la resurrección, se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba. Ustedes
seguramente recuerdan el pasaje. Jesús les dijo “respecto a la resurrección de los
muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de
vivos” (Mt 22,31-33). Si nos fijamos, Cristo no asegura que Dios es el Dios del alma de
Abraham, ni del alma de Isaac, ni del alma de Jacob. Sino de las personas que son las
que están vivas. De Abraham, de Isaac, de Jacob. Y persona es alma y cuerpo.
Abundando en la misma idea: cuando el buen ladrón, uno de los crucificados junto con
el Señor, le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc 23,42), Jesús le
contestó: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). Tú, tú
estarás conmigo. Tu, persona humana. No solamente tu alma.
Si el que muere resucita, tendrá que vivir en Dios, puesto que no hay otro lugar: no
existe un cielo físico; si en México nos matamos porque somos demasiados, ¿habrá un
cielo físico en que quepamos, felices, contentos, en paz, todos los hombres, desde Adán
hasta que el mundo muera? Es decir, ¿los hombres que puedan existir durante más,
mucho más, de 40 siglos? No hay cielo físico. Lo único que existe es la infinitud, la
inmensidad de Dios que ni siquiera podremos imaginar. Y en Dios vive el que, para
nosotros, murió. Como Dios vive en nosotros, en nosotros vivirán, vivas, esas personas
que amamos y que nos amaron. De tal manera que la Muerte nunca es ausencia.
Siempre es presencia. Sólo que cambio de presencia: una presencia real, pero espiritual.
SUICIDIO.
Antes de meternos en la problemática del Suicidio, tengo que dejar muy clara una
importantísima idea: la Biblia menciona estos suicidios: el de Ajitófel (2 S 17,23)
personaje con gran parecido a Judas Iscariote, el gran suicida del Nuevo Testamento; el
de Abimélek (Jc 9,54), guerrero; el del Rey Saúl y su escudero (1 S 31,4.5); el de Zimri,
rey de Israel (1 R 16,18); el de Razías (2 M 14,41s) y el de Sansón, un de los Jueces de
Israel que con su muerte vengó a los que le habían sacado los ojos (Jc 16,30). Todos
ellos son suicidios de grandes personajes: jueces, reyes, ancianos, o sea, las autoridades
del Pueblo Escogido. Y la Biblia los narra solamente, sin emitir juicio alguno: ni los
aprueba, ni los condena. Cosa que deberíamos reflexionar.
Es algo que debemos conocer. Es algo que URGE que conozcamos. El Suicidio
NUNCA es un acto impulsivo. Siempre se planea durante años…
El paciente – que lo es: paciente, no pecador – comienza a hablar. Dice frases como
éstas: “La vida no tiene sentido. Ustedes vivirán mejor sin mí. La vida no vale nada”
Frases así. O algunas más bellas para nosotros: “Que hermoso será estar ya en las
manos amorosas de Dios”. Y decimos al escucharla: “¡Qué tipo tan espiritual!”, cuando
en realidad nos está comunicando su ideación suicida.
Si nadie escucha a quien está gritando sus ideaciones suicidas – frustraciones y culpas –
entonces caerá en otra etapa que se llama: Conducta Suicida.
3.-PREGUNTA.
Si el Suicida nos avisó con su Ideación y su Conducta, que su vida no tiene sentido –
por sus frustraciones, culpas, rabias – y nosotros no le ayudamos a salir de sus
problemas, ¿él es el culpable? ¿A pesar de que la Biblia no condena el suicidio? ¿No
seremos nosotros los culpables por no haber “escuchado”, “entendido”, “comprendido”,
y, sobre todo, por “no haberle dado el Amor que Cristo nos pide y exige que demos, y
que, en cambio, SÍ LO CONDENEMOS”?